El paisaje lingüístico de la Península Ibérica en la Edad Media

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Descripción

VIR BONUS DICENDI PERITUS: STUDIES IN HONOR OF CHARLES B. FAULHABER

EDITED BY ANTONIO CORTIJO OCAÑA, ANA M. GÓMEZ-BRAVO, AND MARÍA MORRÁS

New York, 2014

EL PAISAJE LINGÜÍSTICO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA Francisco Marcos Marín University of Texas–San Antonio

A

TEJAS HE TENIDO A VECES LA percepción muy clara de estar en otro lugar, incluso en otro continente. Al Sureste de San Antonio, por la antigua carretera 281, surgen, en medio del campo, localidades que recuerdan inmediatamente la campiña polaca. Cuando uno se acerca a ellas, sus nombres, como Panna Maria o Czestochowa, confirman esa impresión, que no da lugar a dudas cuando uno ve los letreros en polaco de los comercios o inscripciones bilingües que recuerdan momentos del pasado local. De igual manera se pueden diferenciar ciudades fundadas por los novohispanos o por los anglos o una localidad de origen alemán o checo, o los pueblos de los indios, más al oeste. En el Viejo Continente el paisaje medieval ha sufrido muchas transformaciones, las viejas murallas han dado paso a vías de circunvalación en muchos lugares, sobre las iglesias se construyeron mezquitas y sobre éstas de nuevo iglesias, los cultivos se han transformado, las fuentes se han secado; pero el recuerdo no está marchito, vive y puede reconstruirse, confiriendo así a la lengua una nueva imagen, mucho más viva, la de las gentes que cruzaban sus calles o se reunían en sus plazas y hablaban de las cosas cotidianas en lenguas que para el filólogo estaban enterradas en manuscritos. Para la sensibilidad moderna, pudiera parecer que el paisaje siempre ha estado ahí, que es lo natural. Por eso conviene hacer una distinción entre la naturaleza y el paisaje. De la primera ha existido una conciencia que se ha concretado en el estudio de los fenómenos naturales, en el desarrollo del conocimiento que dio lugar a las ciencias. El concepto de paisaje, en cambio, al menos en el mundo occidental, es muy posterior. La palabra, en los diversos idiomas, es de formación moderna, hasta el punto de que puede ser, como en español o en inglés, L RECORRER EL ESTADO DE

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FRANCISCO MARCOS MARÍN un préstamo de otras lenguas. El inglés landscape se documenta h. 1600, como un término artístico pictórico, ‘pintura que representa un escenario natural’. Es un préstamo del neerlandés landschap, neerlandés medio landscap “región”, de land “tierra” + -scap, sufijo que indica clase o condición. Este término está emparentado con el inglés antiguo landscipe, que se refiere a un trozo de tierra con influencia humana, y el antiguo alto alemán lantscaf, alemán Landschaft, noruego antiguo landskapr. El significado en inglés “trozo de terreno con sus características peculiares” es muy posterior, se documenta en 1886. En las lenguas románicas el antecedente es el latín pagus, que el DCECH define como “distrito agrícola”. Del francés proceden el español país (1379, Villasandino, en el Cancionero de Baena) y su derivado paisaje (1602, Lope de Vega, La hermosura de Angélica), ambos usados como términos pictóricos. Los filólogos han prestado una gran atención a los textos, en primer lugar, a la historia, en segundo y, en determinadas ocasiones, al arte. Pocas veces, en cambio, se han planteado la pregunta de cómo se identificaban (aparte de por la toponimia) los lugares donde se hablaban las distintas lenguas, si había unas marcas en el paisaje, agrícola o urbano, que permitieran suponer que en ese lugar se habló en algún momento histórico —que puede ser el presente— una lengua concreta. Frente al concepto limitado de paisaje lingüístico que se está manejando en la bibliografía reciente (Landry and Bourhis: 1997; Gorter: 2006) y que consiste, básicamente, en registrar la presencia de escritos en lenguas, variantes o registros diferentes de la lengua usual de la comunidad, vinculados al fenómeno migratorio moderno, hace años que trabajo en otro concepto de paisaje lingüístico. Se trata de una concepción que se sitúa dentro de la consideración que la UNESCO hace del paisaje, desde su reunión de 1962 (UNESCO: 1963), en tres categorías fundamentales: paisaje original, paisaje transformado (urbano y agrícola) y paisaje deteriorado. Deben incluirse también las categorías de paisaje interior y paisaje exterior. Está claro que queda muy poco paisaje original en el mundo y que, en sentido estricto, puede decirse que casi ninguno, puesto que vehículos aéreos y satélites artificiales alteran paisajes terrestres y marítimos que pudieran estar todavía inalterados. Aunque sea en mínima medida, el paisaje celeste se ha transformado e, incluso, deteriorado; pero 110

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las repercusiones, aunque puedan ser muy interesantes para la Astrolingüística, son de momento menos evidentes. Tampoco me interesa limitarme a la aparición de elementos escritos de registros marginales en paisajes urbanos, fenómeno bien conocido en el mundo románico desde las ruinas de Pompeya (Baird y Taylor: 2011), aunque, naturalmente, tengo en cuenta su relevancia. Lo que me importa es lo que queda de las lenguas en el paisaje, cómo el paisaje hereda, por decirlo así, elementos que testimonian la presencia en él de los hablantes de diversas lenguas, es decir, cómo el paisaje puede acabar reflejando las lenguas que hablan o hablaron los pobladores de una región. En lugares privilegiados en ese sentido, como Tejas (y buena parte de México y otros países latinoamericanos), por la conservación de estructuras locales a lo largo de los años y por el escaso tiempo que ha podido transcurrir para su deterioro, es bastante fácil apreciar esa influencia, que es imprescindible para entender su Historia Lingüística. Para un lingüista histórico el reto, sin embargo, es encontrar cómo estas influencias pueden rastrearse en épocas pasadas, aunque hayan desaparecido de la estructura paisajística general, al menos aparentemente. Las preguntas posibles son muchas, por ejemplo, limitándonos a dos, si se puede hablar de un “estado latente” del paisaje o cuáles son los elementos manejables para estructurar la visión diacrónica del paisaje lingüístico. La Península Ibérica en la Edad Media es, por su riqueza lingüística y la variedad geográfica, un lugar muy conveniente para estudiar este peculiar aspecto de los contactos entre las lenguas, los hablantes y el planeta. Asimismo, en la construcción del paisaje lingüístico americano, la influencia ibérica es un elemento esencial, tanto en la creación de nuevas estructuras paisajísticas, como la ciudad de Puebla en México o Santa Fe (NM) o San Antonio (TX) en los Estados Unidos, entre otras muchas, como en la transformación de las preexistentes, cual la Ciudad de México. Además de las creaciones urbanas, no se olvide, el paisaje se transforma profundamente por las obras públicas fuera de las ciudades, el Camino Real entre México y Tejas, la acequia y acueducto de la misión de San Francisco de la Espada (TX), el

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FRANCISCO MARCOS MARÍN sistema de distribución de agua de San Antonio (TX) o el desagüe de la gran laguna de Huehuetoca en la Nueva España.1 Entre la Geología, la Biología y la Urbanística hay diferencias temporales considerables. Cuando hablamos del paisaje geológico, podemos remontarnos a millones de años atrás. Si hablamos del biológico, los seres vivos más antiguos que existen hoy son árboles de no más de tres mil años de antigüedad. El paisaje urbano puede ser anterior a esa fecha, aunque, naturalmente, depende del reciclaje o reurbanización, que condiciona su permanencia: una ciudad viva se transforma. Hay que partir del hecho de que la conciencia y la observación del paisaje es un fenómeno bastante nuevo en el arte y la literatura, baste citar el libro clásico de Curtius (1948) o el trabajo sugerente de Artiles (1960) sobre el paisaje en la poesía castellana de la Edad Media. Por hacer un rápido resumen de lo establecido diremos que, en la mentalidad medieval, la oposición básica se establece entre poblado y despoblado. El poblado corresponde a lo que hoy llamamos paisaje urbano, donde cabe la distinción entre paisaje exterior y paisaje interior. El despoblado es, naturalmente, paisaje exterior y, a su vez, se divide en dos estereotipos, el locus horroris, (CMC: 2697–99), que cito según mi edición (Marcos-Marín: 1997):2 La Real Orden del 24 de agosto de 1768 destinó a don José Ramón de Urrutia y de las Casas a trabajar en el desagüe de la gran laguna de Huehuetoca, un lugar pestífero donde el agua de las lluvias provocaba tremendas inundaciones, lo que causaba una acumulación de mosquitos y la convertía en un foco de malaria. Urrutia realizó los planos; pero contrajo la enfermedad, que lo acompañaría toda su vida. El proyecto, uno de los más significativos de la copiosa ingeniería civil virreinal, se llevó a término. Iba del lugar llamado Vertideros o el Vertidero, pasando frente a Huehuetoca y atravesando la loma de Nochistongo, hasta el Salto, hoy en el Estado de Hidalgo. Entre Huehuetoca y Nochistongo este desagüe era subterráneo y formaba una bóveda sostenida con puntales de madera. En esta obra espectacular, dirigida por el maestro Henrico Martínez (Heinrich Martin), colaboraron indios de la zona y también otros llegados de muy lejos. Permitió la población de una zona extensa y hoy muy rica. 2 Los versos deben leerse o entonarse según lo que se indica en las notas críticas a los versos 2696 y 2698, con una salvedad, respecto al derivado del latín nūbes, 1

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Entrados son los yfantes al Robredo de corpes Los montes son altos las Ramas puian con las nues E las bestias fieras que andan aderredor y el locus amoenus, que lo sigue, en este caso, para marcar, con éxito, un estupendo contraste pre-cinematográfico: “Fallaron vn vergel con vna linpia fuent” (CMC: 2700). No queda, como se ve, mucho espacio en este paisaje estereotipado para introducir elementos lingüísticos o, si se prefiere, lo que se va a estudiar como paisaje lingüístico corresponde a un tipo de enfoque diferente del enfoque textual que ha caracterizado a la Filología. Se trata de un enfoque por un lado arqueológico y por otro sociológico. Se buscan interpretaciones lingüísticas a partir de los datos proporcionados por el examen del terreno y por su vinculación con un análisis históricosociológico. Es un campo que obliga a relacionar datos de fuentes diversas, de tipos diferentes, para darles una interpretación en un marco que difiere del suyo originario. Metodológicamente tengo que precisar que, aunque hay meritorios trabajos sobre paisaje lingüístico con enfoque sociolingüístico (Ben-Rafael y otros: 2006; Pons Rodríguez: 2011), veo esta aplicación concreta, en mi caso, más dentro de la Sociología y de la Historia. Es posible que se pueda incluir en la Arqueología procesual, tal como ha sido definida por Amber Johnson (2004: 14) y aplicada por Thomas Glick (2007: 11): “El manejo de los restos pautados en el registro arqueológico para obtener conocimientos sobre la operación del sistema cultural que los produjo”. El sistema cultural que espero conocer a través de esos restos es el de la cultura lingüística subyacente. Para nues en el ms. Mi interpretación del nuoves de Menéndez Pidal (quien propuso la asimilación a un diptongo de [′ɔ], como una variante de un fonema /ɔ/), me parece menos atractiva que la reinterpretación relacionada con la diptongación descendente de [′o] (Marcos Marín: 1998–1999), que nos llevaría a una lectura [nóus]. La vocal del étimo indoeuropeo era una /e/, que permanece en el diminutivo formal latino nebula, pero no en cat. nuvol. Pudo haber variantes en la cantidad de la [u] en el latín de Hispania. Para otro concepto de espacio en el CMC cfr. Pinet: 2005.

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FRANCISCO MARCOS MARÍN interpretar esas pautas en los restos arqueológicos con una metodología inferencial, es necesario establecer una relación con pueblos contemporáneos vivos, algo que, sistemáticamente, ha contado con la viva oposición de etnólogos y arqueólogos. Un aspecto teórico de especial interés para mi trabajo es la posibilidad de relacionarlo con las tesis de mi maestro, Américo Castro. Conviene destacar que Glick (2007: 19) apunta a la debilidad de las bases idealistas de don Américo, como se podría decir en general de la escuela española de Filología y, por supuesto, de las escuelas latinoamericanas que han seguido sus pasos;3 pero ello no le impide desarrollar el concepto. Cabe, por tanto, proponer ahora una reinterpretación de Castro (1948, 1966) a partir de la adopción por Glick del concepto de vividura, reinterpretado como lo que constituye las pautas que van a ir marcando el desarrollo de la vida de las comunidades, la vividura como “experiencia vivida”, en términos de Glick. Esa experiencia vivida es la que se entronca con la recursividad de los cambios de sociedades y culturas provocados por la experiencia diaria. La experiencia diaria, en su actuación recurrente sobre las estructuras sociales existentes, altera esas estructuras, hasta el punto de que sean sustituidas por las que han sido generadas por la alteración. El cambio de las estructuras sociales existentes conduce a nuevas entidades étnicas. Por eso decimos que los visigodos o los andalusíes no podían ser españoles, porque no hay una conexión real entre los españoles, tal como se empiezan a definir a partir de 1492, con los visigodos y los árabes. La experiencia vivida de un español no es la de un visigodo o un andalusí, como tampoco lo es su experiencia diaria. Esto, He discutido ese punto mediante el análisis de la interpretación del concepto de forma lingüística interior (Marcos Marín: 2003) para llegar a la conclusión de que interpretar a Humboldt con manifiesta influencia de Karl Vossler produjo una desviación del sentido original, muy perceptible en un lingüista de la indiscutible categoría de Amado Alonso. Esa desviación, a mi juicio, fue notada por Rafael Lapesa, quien, sin embargo, se limitó a cortar su línea inicial de trabajo en ese sentido, pero sin desautorizar a sus maestros y amigos admirados. Nada extraño, para quienes hemos tenido la fortuna de ser sus discípulos; pero quizás no tan fácil de entender fuera de ese círculo. 3

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dicho sea de paso, impide que los españoles puedan ser, de vuelta, andalusíes o visigodos. Los restos andalusíes y visigodos pueden formar parte del paisaje actual; pero, lingüísticamente, no son actuales, sino reflejos de la situación de las lenguas en momentos históricos, irrepetibles: usar palabras como alfombra o acequia no nos convierte en andalusíes, ni llamarnos Álvaro en visigodos. La exploración del paisaje lingüístico medieval debe incluir la Arqueología, la Toponimia (con su aspecto onomástico), la Epigrafía y el Arte; pero también aspectos tecnológicos o preindustriales, como la transformación del paisaje agrícola como consecuencia de la acción del hombre. La vinculación de todas estas transformaciones del paisaje con las lenguas habladas por los hombres que las ejecutaron no es siempre inmediata y transparente. El caso más claro puede ser el de la antroponimia y su reflejo en la toponimia, la toponomástica. Es un fenómeno muy conocido, que he estudiado en el caso de los préstamos del español a las lenguas indoamericanas (Marcos-Marín: 2011). En la toponimia hay ejemplos bastante claros, en nombres de lugares como Suevos, Toro (< [uilla] [Go]thorum), Vascones, o Nueva España. Otros, como Nueva Galicia, son engañosos lingüísticamente, porque, si bien hay una relación con España, lingüísticamente es una relación con el castellano, no con el gallego. La epigrafía también puede ser engañosa, lingüísticamente, piénsese en el texto en inglés antiguo de la tumba de Jorge Luis Borges, siglos después de que esa lengua dejara de usarse. Si se quiere un ejemplo de menor transcendencia vital aunque de indudable interés económico, se puede reflexionar sobre los cajeros automáticos del Vaticano, en los cuales, cuando la máquina pregunta al usuario por la lengua en la que quiere operar, le da la opción del latín, con un precioso imperativo de futuro: Inserito scidulam quaeso ut faciundam cognoscas rationem (“Ruego que insertes la tarjeta para acceder a la operación que desees hacer”). El latín sigue siendo la lengua oficial del estado Vaticano; pero eso no significa que uno pasee por la plaza de San Pedro oyendo a la gente hablar latín. Ni siquiera que se hable latín en las estancias vaticanas. Sin embargo, el latín forma parte del paisaje lingüístico de Roma, no sólo en innumerables restos epigráficos, también de épocas en las que el latín ya no se hablaba, sino en máquinas contemporáneas. Los niveles de uso no son equivalentes, por supuesto. 115

FRANCISCO MARCOS MARÍN En una serie de puntos los datos aportados por el estudio del paisaje lingüístico pueden proporcionar visiones más amplias, que contribuyan a su solución. Me tengo que limitar ahora a enumerar alguno de ellos y presentar después algún ejemplo concreto, para que se vea cómo funciona la aplicación de la teoría. Sin necesidad de entrar, por el momento, en el fondo de la discusión metodológica, se revisará la posible aplicación de estos postulados a una cuestión de sumo interés: cómo podemos determinar el origen y, en consecuencia, la lengua, de determinadas poblaciones siguiendo pautas arqueológicas. El primer caso en el que el análisis del paisaje lingüístico medieval puede añadir luz es el de la migración de los vascos hacia el actual territorio de la Comunidad Autónoma Vasca o Euskadi, al oeste de los Pirineos, en época medieval. El término utilizado es vasconización tardía. Se trata de un conjunto de hipótesis en las que se sostiene que a fines de la Edad Antigua o comienzo de la Edad Media se habría producido un desplazamiento de los vascones hacia el oeste. Los territorios ocupados fueron los correspondientes a várdulos y caristios, quienes habitaban la mayor parte de la actual Comunidad Autónoma del País Vasco en época prerromana y romana. Ni está probado que várdulos y caristios hablaran euskera, ni que hubiera vascohablantes al suroeste de los Pirineos en época romana.4 También habría que distinguir vasconización de euskaldunización, porque ha aumentado el número de autores que sostienen que los váscones o vascones no hablaran euskera originalmente y que lo aprendieran como consecuencia de la penetración de pueblos eusquéricos al sur de los Pirineos a principios de la Edad Media. Desde la más antigua referencia, en el historiador romano Plinio el Viejo, está clara la diferente distribución socio-política de várdulos, caristios y vascones para la administración romana. Se sabe, desde antes del siglo XVIII, que lo que se hablaba en la mayor parte del actual territorio vasco-español eran lenguas indoeuropeas, hoy se puede añadir que precélticas, sobre todo, con presencia celta posterior. Villar y Prósper (2005, 511) dejan Pese a las limitaciones de Wikipedia, en este caso es pertinente remitir a la discusión del artículo vasconización tardía, en http://es.wikipedia.org/wiki/ Vasconizacion_tardia, con participación de destacados especialistas. 4

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claro que el 64% de la toponimia del País Vasco y Navarra corresponde a su sustrato lingüístico más antiguo y que este sustrato corresponde a una lengua indoeuropea “bastante más arcaica” que el celta. Pertenecen a este estrato, difícil de analizar en capas, los nombres de los ríos Aturia, Sauga, Saunium, Menosca, Nerva. En cuanto al río Deva, “es probablemente celta. No hay ningún nombre de río ni ibero ni euskera”. El paisaje lingüístico está claramente configurado en este caso por la toponimia (Villar y Prósper: 2005) y desde 1965 se puede vincular, para el celta, con el mapa antroponímico de Untermann, todo ello bien documentado (Almagro Gorbea: 2005, 2008). Esta referencia lingüística se complementa arqueológicamente con el oppidum celta de Iruña-Veleia y con los crómlechs (primer milenio a. C., Edad del Hierro). Un crómlech es una estructura lítica formada por un círculo delimitado por piedras (en número y tamaño variables) clavadas en el suelo, se relaciona también con estructuras arqueológicas indoeuropeas. La penetración de francos en el territorio en los siglos VI y VII está bien documentada histórica y arqueológicamente, al igual que los contactos con Aquitania y la zona norpirenaica desde donde se habría producido esa euskaldunización tardía, aunque no hay que olvidar los argumentos de los defensores de una euskaldunización temprana del País Vasco (Gorrochategui: 1998). En relación con los pueblos germánicos (Piel: 1952, 1960), los visigodos, entre ellos, tuvieron una influencia constitutiva en la Península Ibérica. Lograron su unificación política y religiosa, aunque sólo por pocos años, hasta la llegada de los árabes. El paisaje lingüístico de los visigodos, que incluye las iglesias rupestres del Alto Ebro y la montaña palentina, con sus cementerios, es mucho más visible que el de los otros pueblos invasores que los precedieron, con la excepción, naturalmente, de los romanos. Especialmente interesante será lo que resulte de la relación entre las pizarras visigóticas y la ocupación previa de los territorios donde se hallan éstas. Recuérdese que hay dos tipos de pizarras, las lingüísticas, que muestran una transición muy clara entre el latín y la variante escrita en estos textos (Velázquez: 2005) y las numéricas, que contienen variadas muestras de operaciones aritméticas relacionables con prácticas comerciales (Díaz y Martín: 2011). El paisaje lingüístico de las tres castas medievales ibéricas, cristianos, moros y judíos, se refleja en la Toponimia, como es bien 117

FRANCISCO MARCOS MARÍN conocido, y también en modelos urbanísticos, arquitectónicos y epigráficos divergentes y confluentes. Además de las confluencias arquitectónicas, como la puerta visigoda de San Vicente y su influencia en la mezquita de Córdoba, o la progresiva sustitución de la fortaleza colocada en lo más alto de la línea orográfica, el ḥiṣn originario, cuyos habitantes muy posiblemente no hablaban árabe, sino romance andalusí, por el alcázar, que no requiere la misma altura y cuyos habitantes ya hablarían árabe, o la aparición y desarrollo del arte mudéjar, por artesanos progresivamente desarabizados, son llamativas las confluencias del paisaje lingüístico interior. Aunque el Islam no carezca de arte figurativo, del que al-Andalus ofrece algunos ejemplos notables, en la Alhambra, por ejemplo, la decoración usual era geométrica o botánica, a la que hay que añadir la epigráfica. Ibn al-Yayyab (1274–1349), Ibn al-Jatib (1313–1375 e Ibn Zamrak (1333–1393), tres cancilleres de la corte nazarí, tienen poemas editados en el único ejemplar de nichos, fuentes o paredes de la misma Alhambra. En el Patio de los Leones (p. 1377) (Bermúdez et alii, 1993) la taza tiene una inscripción con un poema de Ibn Zamrak, que no me resisto a copiar:

ًً‫»تبارك من أعطى اإلمام محمدا‬ .‫مغاني زانت بالجمال المغانيا‬ ً‫وإال فهذا الروض فيه بدايع‬ ً‫أبى هللا أن يلقى لها الحسن ثانيا‬ ً‫ومنحوتة من لؤلؤ شق نورها‬ .‫تجلى بمرفض الجمان النواعيا‬ ً‫يذوب لجين سال بين جواهر‬ .‫غدا مثلها في الحسن أبيض صافيا‬ ً‫تشابه جار للعيون بجامد‬ .‫أيً منهما كان جاريا‬: ‫فلم ندر‬ ً‫ألم تر أن الماء يجري بصفحها‬ ً‫ولكنها مدت عليه المجاريا؟‬ ً‫كمثل محب فاض بالدمع جفنه‬ 118

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.‫وغص بذاك الدمع إذ خاف واشيا‬ ً‫وهل هي في التحقيق غير غمامة‬ ً‫تفيض إلى اآلساد منها السواقيا‬ ً‫وقد أشبهت كف الخليفة إذ غدت‬ .‫تفيض إلى أسد الجهاد األياديا‬ ً‫فيا من رأى اآلساد وهي روابض‬ .‫عداها الحيا عن أن تكون عواديا‬ ً‫¡ويا وارث األنصار ال عن كاللة‬ :‫تراث جالل يستخف الرواسيا‬ ًً‫عليك سالم هللا فاسم مخلدا‬ «5‫تجدد أعياداً وتبلي أعاديا‬ Bendito sea Aquél que otorgó al imán Mohamed bellas ideas para engalanar sus mansiones. Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas que Dios ha hecho incomparables en su hermosura, y una escultura de perlas de transparente claridad, cuyos bordes se decoran con orla de aljófar? Plata fundida corre entre las perlas, a las que semeja belleza alba y pura. En apariencia, agua y mármol parecen confundirse, sin que sepamos cuál de ambos se desliza. ¿No ves cómo el agua se derrama en la taza, pero sus caños la esconden enseguida? Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas, lágrimas que esconde por miedo a un delator. ¿No es, en realidad, cual blanca nube que vierte en los leones sus acequias y parece la mano del califa, que, de mañana, prodiga a los leones de la guerra sus favores? Quien contempla los leones en actitud amenazante, 5

http://www.alhambradegranada.org/ar/info/poemasepigraficos.asp.

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FRANCISCO MARCOS MARÍN [sabe que] sólo el respeto [al Emir] contiene su enojo. ¡Oh descendiente de los Ansares, y no por línea indirecta, herencia de nobleza, que a los fatuos desestima: Que la paz de Dios sea contigo y pervivas incólume renovando tus festines y afligiendo a tus enemigos! El siglo XIV muestra una brillante expansión simultánea a las lenguas próximas. La sinagoga de Samuel ha-Leví (1355–1357) o del Tránsito, en Toledo, ofrece una espléndida decoración interior epigráfica, en grafía hebrea, y lo mismo sucederá con el castellano, en el Alcázar de Sevilla (1356–1366), en grafía gótica. Recuérdese que el Alcázar ofrece también decoración epigráfica en árabe (Cano y Essawi: 2004). Las muestras de este estilo se extienden por todas partes. Tampoco faltan los intentos de reproducir textos árabes por alarifes que ya no conocían la lengua y cometen errores. Hasta aquí las consideraciones y propuestas generales. Quiero presentar ahora una aplicación concreta al paisaje lingüístico de al-Andalus y, por extensión, de Canarias y América. Tengo especial interés en destacar que algunos aspectos de la metodología que aplicaré (aspectos no desarrollados por mí) han chocado contra los argumentos de arabistas, como Manuela Marín, por los que siento profundo respeto. Ruego, por tanto, que se tenga en cuenta que mi propuesta va en una línea innovadora, de ruptura de paradigmas, expuesta a muchos errores y dependiente de conocimientos de especialistas en los que el lingüista debe confiar, porque no le queda otra posibilidad. Es, por lo tanto, una aventura apasionante. El registro arqueológico, el registro de los restos, es útil para la explicación histórica, que incluye, naturalmente, la de historia lingüística. Por ejemplo, Thomas Glick (2007) ha podido relacionar métodos de irrigación organizados tribalmente, tal como se practican ahora en diversos lugares del mundo, con sistemas hidráulicos medievales, que hoy pueden, en algunos casos, estar abandonados en Europa y tener continuidad en ciertas regiones de América. También (Glick: 2010) es preciso tener en cuenta que el agua se asocia a la tierra, es decir, la propiedad de la tierra implica la propiedad de una parte del agua o, si se 120

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prefiere, el derecho a usar una tanda de riego, la que se haya establecido como necesaria. El sistema hidráulico que se considera incluye no sólo la captación, almacenamiento y distribución por acequias, sino el aprovechamiento pre-industrial, por molinos de agua o aceñas. Se sabe que en al-Andalus se regaba de acuerdo a uno de estos dos sistemas o a la combinación de ambos: bien llevando el agua a los terrenos individuales por canales, que se estructuraban por la gravedad y que partían de un río o de una fuente o bien elevando el agua hasta el nivel del campo por una rueda hidráulica movida por un animal. En la combinación, era el agua de un río o un canal la que podía mover la rueda. En todo sistema de riego en regiones donde el agua es escasa el enfrentamiento mayor se da entre los regantes de cabeza y los regantes de cola. La solución es el establecimiento de turnos y de controles que eviten el robo de agua. La organización y el control del agua en al-Andalus eran tribales y locales, respectivamente, no había una ley general. El agua se toma de una fuente o de un embalse que la capte y se distribuye mediante la acequia. Como parte de la estructura se incluye un molino. Recuérdese que en la Edad Media ibérica todos los molinos son hidráulicos, los molinos de viento se implantaron como consecuencia de las relaciones con Flandes a partir del siglo XVI y todavía para Cervantes eran unos elementos monstruosos, rompedores del paisaje, contra los que hace luchar a Don Quijote. En la Cataluña feudal el molino recibía el agua de la cabeza, mientras que en alAndalus lo habitual era que la recibiera de la cola. Es decir, la molturación, derecho del señor, era primordial en el primer caso, mientras que, en el segundo, en el que la molturación no era privilegio señorial, era subsidiaria del riego: lo más importante era la producción. Los molinos andalusíes podían pertenecer al modelo comunal o al privatizado. Un tipo andalusí del paisaje hidráulico transformado, agrícola, se inicia en el Yemen, es decir, incluye a hablantes árabes sudarábigos. El paisaje correspondiente, en el Yemen, está relacionado con la retención del agua de escorrentía, mediante unos complejos mecanismos de captación que la van derivando hacia embalses cerrados por diques. Estos mecanismos, según Glick (2007: 117), son tan complejos como los que se desarrollan para captar el agua de fuentes. La investigación arqueológica correspondiente ha sido desarrollada por Miquel Barceló (2004), quien 121

FRANCISCO MARCOS MARÍN establece una relación entre una kunya o alcurnia yemení, los Banu Ru’ayn y cierta toponomástica arábiga y andalusí: Binirroi (Mallorca), Biniarroi (Menorca), Benirroym (Ibiza), Beniaroaym (Vall de Gallinera, Alicante). Analiza también la imposición del modelo sirio y habla incluso de una “sirianización del paisaje” como fenómeno generalizado en la primera época del emirato Omeya. Este tipo de paisaje hidráulico se puede observar, en España, en la zona levantina y se ha extendido a las Baleares. La distribución del agua está relacionada con una amplia terminología. Un modelo está relacionado con un préstamo del árabe al léxico agrícola, la dula, dawla en árabe clásico (Espinar et alii, 1989). El término es empleado en el sistema yemení de riego, en oasis saharianos, en el sur y sureste de España y en Canarias (Espinar et alii, 1989: 124). En su estudio del Atlas Lingüístico de Andalucía, Julio Fernández Sevilla (1975) documentó dula en algunas localidades de la provincia de Granada, frente a la palabra más frecuente, tanda, que es otro arabismo (< tanẓīm, ‘disposición en serie, regulación’). El sistema de riego y su terminología se llevó a Canarias y, muy posiblemente desde allí, llega a San Antonio, Tejas (Glick: 1972 y 2010), de la mano de los fundadores canarios de la ciudad tejana, el 9 de marzo de 1731. Desde el punto de vista del paisaje, se relaciona con la utilización de acequias para el riego y para mover molinos hidráulicos, en una alternancia que tiene que estar bien regulada y que se sigue regulando, de acuerdo con el sistema andalusí, localmente. La dula es, precisamente, el sistema de regulación, el turno. En la dula a la valenciana el regante, dentro de su turno, toma el agua que quiere. San Antonio sigue un sistema diferente del valenciano, el sistema canario de Tenerife, y la dula equivale allí a un día de agua. También, por cierto, desarrolla un uso específico, que no encuentro explicado, aunque sí citado, en otros lugares, el de “una medida de tierra, equivalente a la suerte” (Espinar et alii, 1989: 125), quizás la tierra que se podía regar con una dula. La propiedad de la tierra, como ya se dijo, está vinculada al derecho a disponer del turno correspondiente de riego. El paisaje hidrológico se asocia con unos elementos lingüísticos que lo configuran desde su origen sudarábigo hasta la realidad tejana, viva desde el siglo XVIII hasta hoy, pasando por al-Andalus y Canarias. Esos elementos configuran un paisaje lingüístico de origen árabe y desarrollo andalusí e incluyen designaciones antroponímicas, toponímicas y términos técnicos 122

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del riego, como tanda o dula. La vinculación del paisaje y la lengua es tan fuerte que, en las zonas en las que se han destruido las acequias al sur de San Antonio, en el área de la Misión San Juan, la comunidad original se ha disgregado, mientras que donde se han mantenido, en el área de la Misión de San Francisco de Espada, la comunidad, con su lengua hispana, también ha pervivido. Parece oportuno concluir con una nota que vincule un elemento del paisaje, dos lingüísticos, la toponimia y la antroponimia, con el mundo medieval y con América, aunque nos pasemos un poco de los límites cronológicos (que no culturales) del Medioevo. En 1952 María Rosa Lida estableció la etimología de Patagonia, la parte más meridional de nuestro continente, a partir de un antropónimo, Patagón, que corresponde al nombre de un monstruo apresado por Primaleón en una de sus aventuras. El monstruo Patagón tenía cara de perro y, si bien los indígenas patagones, de gran estatura, no tenían esa cara, la descripción de Pigafetta, cronista del viaje de Magallanes, no deja dudas respecto a la impresión que causaban sus rostros y cabellos pintados: haueua La faza grande et depinta intorno de rosso et Intorno li ochi de Jallo co dui cori depinti in mezo de le galte [guancie]. li pocqi capili q haueua erano tinti de biancho. El Primaleón, publicado en 1512, y que pertenece al ciclo de los Palmerines, fue un libro de extraordinario éxito entre 1512 y 1641. Siguiendo a Lida podemos ampliar su escolio e insistir en que es relevante que los nombres de los dos territorios extremos de la América hispana vinculen con su paisaje nombres propios medievales, cada uno de una de las dos grandes series caballerescas: el septentrional, California, la isla de las amazonas negras de Las sergas de Esplandián, del ciclo de Amadís, el meridional, Patagonia, el monstruo Patagón, del Primaleón, del ciclo de Palmerín de Oliva. En el momento de la conquista y los descubrimientos la Edad Media peninsular se proyecta lingüísticamente sobre el paisaje de las Indias.

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