El olvido del tiempo: Manuel Cruz (2017)

May 24, 2017 | Autor: V. López Alcañiz | Categoría: History and Memory, Memory Studies, Temporality, Presentism
Share Embed


Descripción

OpenEdition

Concepto|s e historia|s

El olvido del tiempo Hace cuatro años, inauguré este blog que ahora recupera su actividad tras una pausa accidental y una larga convalecencia felizmente concluida. En este tiempo, he tenido que desplazar mis energías de la escritura al ejercicio físico, pero he podido leer algunas de las obras que aparecerán aquí próximamente: Contra el tiempo de Luciano Concheiro, Un pie en el río de Felipe Fernández-Armesto, Después de 1945 de Hans Ulrich Gumbrecht u Homo Deus de Yuval Noah Harari. Para volver a empezar, sin embargo, he elegido el último libro de Manuel Cruz, cuyo título, Ser sin tiempo, es un hallazgo heideggeriano. Lo he hecho porque otra obra del autor fue la primera que reseñé en este espacio y porque, si aquella se abría con una inquietante despedida, Adiós, historia, adiós, esta se cierra con una interrogación que la evoca (y la convoca): «¿Adiós, memoria, adiós?». Trato así de establecer cierta ilación en un tiempo desarticulado. Un primer paso para intentar dar cuenta de él.

Para hacerlo, empezaré por el final, que es como en rigor empieza todo historiador. Si, como afirma Giorgio Agamben, «cada cultura es ante todo una determinada experiencia del tiempo», entonces la palmaria mutación actual de dicha experiencia es una prueba irrefutable del hondo calado de los cambios culturales que vivimos. No estamos, pues, ante transformaciones superficiales o pasajeras: una constatación que nos permite eludir el temor a exagerar las señales del presente, aunque no contemos con la perspectiva aventajada de quien observa un proceso acabado. Uno de los síntomas ―a la vez factor e indicio ― de la mutación de la experiencia del tiempo es la externalización de la memoria personal. En efecto, las redes sociales y los nuevos dispositivos digitales converted by Web2PDFConvert.com

constituyen una especie de disco duro externo en el que nuestros recuerdos se almacenan sin restricciones. De esta forma, nuestro pasado está siempre disponible, al alcance de un clic. Pero ese desplazamiento del lugar de la memoria no está exento de repercusiones, solo algunas positivas. Puede, por ejemplo, facilitarnos «una confrontación algo más realista y veraz con un pasado que a menudo nos gusta pensar como mítico». Asimismo, puede hacernos más conscientes de la presencia del pasado en el presente, de cómo nos afectan sus efectos. A pesar de ello, y así empieza lo malo, parece que justo cuando sería más fácil dirigir una mirada crítica hacia el pasado, ha desaparecido el interés en hacerlo. Porque, ciertamente, la transformación del vínculo con la dimensión del recuerdo pone en cuestión «el estatuto de la memoria por entero». A este respecto, Cruz señala que no es anecdótico que llamemos «memoria» a la capacidad de almacenamiento de las computadoras, toda vez que esta nueva acepción no se yuxtapone al significado anterior de la palabra, sino que lo suplanta. El pasado que hoy recuperamos gracias a las memorias prótesis no tiene aura, no regresa de ningún país extraño, no atraviesa estratos de tiempo, «no es filtrado por nuestra experiencia». Por eso no nos interpela como lo hacía ni nos ayuda a pensar la densidad del lapso transcurrido. «Ya no hacemos memoria», «la memoria nos viene hecha». Y una memoria desactivada no puede devolvernos un pasado activo, lo cual implica «una transformación radical de los presupuestos ontológicos sobre los que basamos nuestra relación con el mundo». Evocando tanto a Heidegger como a Sartre, Cruz apunta que la figura contemporánea del olvido del ser es el olvido del tiempo, puesto que, si la memoria es el ser de la experiencia, su permanencia, el olvido es la imposibilidad de capturarla, su nada. ¿Cuál es el trasfondo de este rapto de la memoria? Cruz se separa aquí de los pensadores que consideran clave la aceleración, como Hartmut Rosa o Paul Virilio, y coincide con Byung-Chul Han en que lo decisivo es la atomización, aunque no comparte las conclusiones contemplativas del surcoreano. No hay aceleración porque ello supondría todavía un sentido, mientras que ahora «el tiempo da tumbos sin rumbo alguno». Por eso las estrategias de desaceleración no funcionan. El tiempo ligado a la praxis, a «la actividad concreta como esencia y origen (Gattung) del hombre», como lo concebía Marx en palabras de Agamben, ha cedido ante el llamado «tiempo objetivo» ―el de la física, el de los relojes, el del capital―, que hoy impone su ritmo ― o su arritmia ― sobre todas las esferas de la vida. Lo que eso nos deja es una pura sucesión de instantes, una mera duración vacía repleta de «picos de actualidad sin horizonte». «La vida actual, desde el momento en que renunció a la historia, perdió la posibilidad de concluirse con sentido». No es una conclusión halagüeña. En esta tesitura, es imposible no preguntarse si vale la pena el esfuerzo de combatir el desinterés por el pasado. Si no sería mejor, como deseó Kundera, «oublier l’histoire». Pero, a poco que reparemos en nuestro alrededor, percibimos que el pasado sigue interesando, y mucho, a quienes lo manipulan para controlar el presente y secuestrar el futuro. Luego sí, probablemente sí debamos hacernos cargo de la historia. Para ello, algunos proponen introducir una temporalidad antagónica, en constante conflicto. Es una propuesta sugerente. Pero Cruz apuesta por recuperar la dimensión hermenéutica, dialógica de nuestra relación con el pasado. La crítica avanza a través del diálogo, sostiene. Hay que atender a esta enseñanza. De no ser así, mientras el mundo transita del tiempo histórico al presentismo del instante, de la nostalgia por las ruinas a la indiferencia por los escombros, la melancolía del ciborg será nuestro único horizonte de esperanza.

04/02/2017

Vladimir López Alcañiz

Manuel Cruz, memoria, presentismo, temporalidad

converted by Web2PDFConvert.com

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.