El ofrecimiento de la filosofía a esta sociedad

July 22, 2017 | Autor: Mario Alvarado | Categoría: Filosofía Política, Filosofía, Globalización, Teoría Crítica, Modernidad, Cientificismo
Share Embed


Descripción

Ponencia para el Coloquio Internacional: El impacto social de la filosofía, Universidad Iberoamericana, Mexico DF, Agosto 2013 El ofrecimiento de la filosofía a esta sociedad por Mario Alvarado Antes de entrar directamente en la cuestión, me gustaría iniciar con una pequeña aclaración que encuentro pertinente. Esta vez, contrario a lo que dictan los buenos procedimientos de la investigación filosófica, me he permitido mantener la referencia al trabajo de otros al mínimo. No veo ninguna razón para aburrir a los aquí presentes con una exposición llena de referencias bibliográficas que para la charla que vamos a tener no aportan mucho. Confío en que quizá alguno de ustedes (llámenme ingenuo) quizá podría tener suficiente curiosidad, después de la presentación, como para buscar una versión impresa de lo que ahora estoy apunto de leerles. Sin embargo, prefiero concentrarme en tratar de mantener a la audiencia despierta y concentrada en unas pocas ideas que sean fáciles de seguir. El tema sobre el que trataré de reflexionar, el ofrecimiento de la filosofía a esta sociedad, o por lo menos el modo en que pretendo hacerlo, creo que así me lo permite. Pero dejemos algo en claro: esta forma de proceder no significa que no haya trabajado, pensado o investigado el tema con suficiente profundidad, por el contrario, es un tema tan serio para mi que me he aventurado a tratar de pensarlo realmente por mí mismo. Con un poco de suerte la justificación se verá a lo largo de la exposición. La pregunta por la influencia que tiene la filosofía sobre la sociedad aparece como un tema recurrente en el decurso de su historia. La importancia de la pregunta, por ende, queda denotada expresamente por su reiteración histórica. Muchas son las reflexiones que al respecto se han acumulado, principalmente, y como suele suceder en filosofía, dentro de dos posturas contrapuestas: aquella que sostiene la pureza y autonomía de la investigación, es decir, que gusta de mantener la finalidad al interior de sí misma, haciendo del impacto social algo derivado e incidental, y aquella que, tomando en cuenta lo problemático de una situación, urge a buscar un beneficio más allá de las fronteras del puro conocimiento. La discusión es tan amplia y complicada como la vieja disputa entre lo teórico y lo pragmático, y se replica en tantos más espacios como la ciencia, el arte y la religión. Pero para no hacer más difusa la exposición hay que concentrarse sólo en la dimensión filosófica, aunque es útil tener en cuenta que se trata de un problema más amplio. A fin de cuentas, preguntarse por el impacto 1

social de la filosofía es una operación que puede conducir muy fácilmente a cuestionarse también el impacto del arte, la religión o la historia en la misma sociedad. Quizá puede resumirse todo el asunto en la cuestión de si ¿la filosofía está aquí para pensar la realidad o para transformarla? Fórmula que para nuestro tiempo y nuestro contexto conserva un fuerte olor a marxismo.1 Aunque Marx obviamente no ha sido el único que se lo ha preguntado con seriedad. En rigor, desde un punto de vista serio, no es posible abstraerse a esta discusión. Igual que con cualquier otro asunto filosófico fundamental siempre hay que tomar postura. Sin embargo, en este breve texto obviaré mayormente la discusión sin entrar en los aspectos técnicos, y sólo diré que la posición que se asume aquí no se identifica con ninguno de esos dos extremos, apuesta, más bien, por la posibilidad de la transformación por el pensamiento. El problema, aun y cuando es en todo rigor filosófico, lo abordo desde una perspectiva enfáticamente vital, existencial si así se prefiere, y no desde la discusión técnica. Preguntarse, pues, por el impacto social de la filosofía puede ser la entrada a una multitud de otras cuestiones de mayor urgencia existencial, por lo menos para quienes se dedican a ella, que dicho sea de paso, son los verdaderamente preocupados, (si no es que los únicos), por mostrarse participativos en una sociedad que parece no guardarles mucho respeto ni consideración. Por ello, poner en cuestión el impacto social de la filosofía y, sobre todo, reconocer la urgencia por justificarse que yace debajo como motivación, implica, en el fondo, un cuestionamiento que no va esencialmente dirigido a responder ante los demás, sino ante sí mismo. El impacto social está condicionado, en este caso, por el ofrecimiento del trabajo individual. Justificar el papel social de la filosofía es en primera instancia justificarse el propio quehacer. Con esta tesis de trabajo se abre todo un panorama de preguntas, desde la clásica y académica ¿qué es filosofía?, hasta la existencialmente sobrecogedora ¿qué hago yo dedicándome a la filosofía? Sólo teniendo una idea más o menos clara de lo que implican algunas de esas preguntas y su relación con un fundamento vital puede hablarse del ofrecimiento social de cualquier investigación filosófica, más allá de la cercanía o afinidad que pueda tener con problemas sociales, actuales o clásicos. O ¿vamos a decir que sólo la filosofía política y la ética tienen verdaderamente algo que ofrecer a la sociedad? Si decimos que sí, entonces vamos a tener que investigar ¿qué están haciendo el resto de disciplinas filosóficas? y, consecuentemente, responder ¿qué diablos hacen quienes las cultivan insistiendo en problemas lógicos y meta1

Véase la tesis XI de Marx sobre Feuerbach 2

físicos que a nadie interesan? Incluso podríamos llegar al extremo de seccionar más y preguntarnos ¿cuáles de las investigaciones éticas y políticas son las verdaderamente útiles y cuáles salen sobrando? Pero debemos de romper con esta falsa idea que, de manera inconsciente, nos mantiene dando por supuesto que cualquier posible ofrecimiento debe de ser necesariamente directo, inmediato y personalizado para un problema determinado. Dicho de otro modo, que si lo que se propone no es aplicable aquí y ahora no tiene ninguna utilidad ni es un ofrecimiento real. Si logramos romper con esta idea ya estaremos dejando algo significativo al mundo. Sin ninguna duda, puedo afirmar que de lograrlo estaríamos alcanzando uno de los aportes más importantes que la filosofía puede hacer a nuestro sociedad. Pero no quiero adelantarme y arruinar el final de mi exposición. Así que volvamos a lo principal y reiteremos que si perdemos de vista el fundamento vital, seguramente regresaremos una y otra vez a la falsa dicotomía entre la preeminencia de lo teórico sobre lo práctico y viceversa. Si hay algo que debemos rescatar del nuevo enfoque interdisciplinario de la investigación científica moderna, incluso cuando a primera vista no sea obvio, eso es que la diversidad de perspectivas mejoran el trabajo y el impacto de cualquier investigación. Lo que resulta seguro cuando se trata de filosofía es que los distintos ofrecimientos se configuran alrededor de preguntas vitalmente fundamentales, pues cualquiera que llegue a ser la propuesta deja entrever una verdadera convicción existencial detrás suyo. Las diversas opciones en que se juega la finalidad de la investigación filosófica, unas más forzadas que otras según el contexto, pocas veces son resultado o consecuencia de la argumentación, sino inicio de la misma. Una idea de lo que es y hacia dónde ha de dirigirse la filosofía está ya siempre antepuesta a la investigación que se realiza sobre cualquier tema, sin que ello signifique un error de procedimiento. En todo caso, deja al descubierto el fundamento vocacional sobre el que se erige la investigación y, en consecuencia, la propia filosofía. Si se presta un poco de atención a lo anterior, se verá una posible explicación a esa diversidad inherente al ámbito filosófico. Desde fuera de la filosofía puede ser muy difícil ver que tenga algo que ofrecer a la sociedad, pues es claro que hay una sobre abundancia de propuestas, incluso algunas de ellas contradicen a las otras. Por ende, podemos estar seguros que la filosofía no es un producto que se entrega sin más como un todo acabado, con una finalidad absolutamente definida y un sello en el empaque. Si fuera de ese modo no estaríamos preguntándonos por su impacto social partiendo de la incertidumbre. Saber de qué modo la sociedad se ve afectada por la filosofía, quizá muy a su pesar, depende de saber 3

que significa filosofar, tanto en lo individual, como en lo colectivo, y ésta es una cuestión que se actualiza histórica, contextual y situacionalmente. Del mismo modo, es menester investigar la conformación de esa sociedad en la que se desarrolla, la cual también es un complejo de relaciones que cambia a través de la historia y la situación. Cuando se vincula filosofía y sociedad uno siempre se topa con la infranqueable barrera de una doble diversidad. Referirse a la filosofía la mayoría de las veces resulta ser un eufemismo, igual sucede con la sociedad. Filosofía siempre es diversidad de filosofías. Sociedad es siempre diversidad de sociedades; cultura siempre es diversidad de culturas. Quien pregunta inocentemente por el impacto social de la filosofía es comúnmente contrariado con más cuestiones: ¿a qué filosofía te refieres? ¿de cuál sociedad estas hablando? ¿qué entiendes por impacto? ¿desde cuál perspectiva abordas el problema? etc. La diversidad, que es un datum dentro de la filosofía, debe incorporarse adecuadamente a la argumentación, pues, aun y cuando lo diverso resulta evidente, ha de encontrarse un sentido de unidad que permita delimitar lo que es propio de esa vocación y separarlo de lo que le resulta ajeno. El problema de encontrar la unidad en la diversidad, que se prolonga desde los griegos hasta nuestros días, tiene una importante afirmación dentro de la propia filosofía. Sin embargo, reitero, es posible perfilar un sentido o varios sentidos de unidad dentro de toda esa diversidad. En el caso de esta exposición el sentido es vital y vocacional. Entre estos dos componentes, una idea de lo que vitalmente significa filosofar y un bosquejo de la sociedad en que se desenvuelve, se vislumbran las propuestas para entender, primero, la propia vocación y, después, su posible ofrecimiento social. Para dar un respiro a toda esta cuestión de un ofrecimiento social de la filosofía, se puede empezar por tratar de hacer un bosquejo de esta sociedad. Así, es posible mencionar algunos de sus rasgos más sobresalientes, por ejemplo, su dependencia a la globalización económica, la tendencia a incentivar el consumo, la obsolescencia programada de todo, su propensión hacia la violencia, la identificación del ideal de felicidad con la acumulación material y de capital, la superficialidad de la «cultura» predominante, la búsqueda de la satisfacción cada vez más inmediata de los deseos, la eliminación del esfuerzo tanto físico como mental y hasta el continuo encomio a sus valores fundamentales (eficiencia, eficacia, éxito, riqueza, progreso, utilidad, etc.) Desde luego habrá otras tantas características que puedan mencionarse sin hacer un énfasis negativo en todas ellas, pero no son ni las dominantes ni las más comunes. 4

Los problemas de la sociedades contemporáneas son de gran complejidad y alcance. El mayor de todos, y principio de muchos más, es la sobrepoblación. Siete mil millones de personas dentro de un sistema centrado en el consumo y su obsesión por la transformación técnica de la naturaleza arrojan como resultado, necesariamente, una enorme desigualdad social, económica y cultural. Asimismo, existe una marcada dependencia tecnológica y económica a la que están sujetas nuestras relaciones más básicas; por ejemplo, algo tan simple como un fallo en el suministro eléctrico desnuda cómo gran parte de la vida se desarrolla a expensas de intrincadas redes técnicas. Pero peor aún, desnuda que la vida moderna se vive en un límite frágil en el que cualquier pequeño cambio tiene consecuencias significativas. Y para completar el cuadro, no hay necesidad de profundizar mucho en cómo la economía globalizada impone, delimita y determina las posibilidades vitales para millones de seres humanos. Pobreza, deterioro ambiental, formas modernas de esclavitud, desplazamiento de comunidades, desigualdad de género, discriminación, etc. son muchas de las contrariedades que nos aquejan día a día y marcan el rumbo de nuestros problemas sociales. Por ello, si se ha de caracterizar de algún modo el mundo en que vivimos hoy día, a riesgo de que como cualquier otra generalización resulte estrecha, es como un tiempo en el que la complejidad de los asuntos, impulsada especialmente por la gran cantidad de personas y los problemas que de ello derivan, conlleva una urgencia que no permite realmente muchas formas de intervención. El mundo contemporáneo es el mundo de lo urgente, y la filosofía, bien se sabe, no tiene la capacidad de proponer soluciones bajo el apremio de la urgencia. Aunque la situación es todavía más compleja que una mera incapacidad de la filosofía para resolver problemas con presteza, pues por principio, las propuestas se reducen, y muchas veces verdaderamente salen sobrando, cuando es la urgencia la que se impone. Este mundo esta inmerso dentro de una dinámica en la que primordialmente se hace «lo que se tiene que hacer», es decir, que el criterio fundamental para la acción es el de lo necesario. En cambio, la filosofía es obra de la libertad. No es una casualidad que los valores que más se estiman en nuestra sociedad sean cosas como el progreso, la eficiencia, la eficacia, el éxito, el desarrollo, la producción, la innovación, etc. pues la mayoría es una cara «positiva» a lo que de otra forma se muestra como la implacable fuerza de lo urgente y lo necesario. Por ello, como pocas veces en la historia, la filosofía no coincide ni consiente ninguno de esos valores.

5

Si tratamos de encajar la filosofía dentro de este panorama, por lo menos en principio, se muestra totalmente fuera de lugar. No se ve algún espacio entre los problemas y los valores de esta sociedad en los que pudiera desarrollarse «positivamente» la investigación filosófica. Luego, cuando son los propios filósofos los que insisten en el carácter objetivo y desinteresado de sus investigaciones, parece abrirse ya una brecha insondable. La educación, que es el último refugio en el que la filosofía ha podido sostenerse y justificarse con suficiencia, también le resulta paulatinamente ajena, pues el paradigma en nuestra sociedad ha girado hacia la capacitación laboral, y ya no se entiende como formación cultural del hombre. No hay tiempo, ni espacio, ni recursos, para formar el ser del hombre, que es una tarea lenta y fatigosa, cuando lo urgente es brindarle capacidades para que se integre a la fuerza laboral y, a partir de ahí, contribuya de la dinámica del sistema mundano de lo urgente. La transformación directa de la realidad, de los fines que persiguen las sociedades, es cada vez más difícil, tanto más para la transformación mediada por el pensamiento. Dedicarse a la filosofía se vuelve una actividad que, desde fuera, está siendo relegada de un papel esencial por la propia sociedad, y en la que, desde dentro, el filósofo se ve atomizado, individualizado y ensimismado. La dicotomía entre pensar o transformar al mundo, que en otro tiempo y otra situación tenía sentido para la filosofía, parece que para nuestro contexto se reduce más bien a preguntarnos si ésta ha de perdurar en la sociedad. El cambio social está muy lejos de ser posible, y no hablemos del cambio económico, no sólo para la filosofía, sino para cualquier disciplina o forma de pensamiento. Podemos seguir creyendo que nuestra política, nuestra ciencia o nuestra tecnología son las que conscientemente guían el rumbo del mundo. Pero la verdad es que esto no es más que una ilusión. Bien podemos descubrir la cura para salvar a millones y millones personas, pero es claro que sólo unos pocos podrán pagar por ella, pues como bien lo saben quienes financian las investigaciones médicas, lo más importante de cualquier solución farmacéutica es lograr su reconocimiento en una patente. Incluso las universidades, otrora defensoras y refugio del conocimiento están inmersas en esta patética carrera por privatizar el conocimiento. Se pueden desarrollar fuentes limpias de energía, pero no se puede cambiar que los combustibles fósiles sean la fuerza dominante y que lo sean hasta el final. La dinámica que la domina y los valores en que se sustenta, poco o nada tienen que ver con lo que puede ofrecer la filosofía individual o colectivamente.

6

Y de nuevo tenemos que estar consientes que el espacio en que puede ser actualizada la filosofía dependerá, como siempre lo ha hecho, de la apropiación vital que hace cada uno de los pensadores de la vocación filosófica. No importa si lo que se investiga es el sentido histórico del capitalismo o la posibilidad de los juicios sintéticos a priori, con cada actualización filosófica, con cada muestra de diversidad creativa y crítica, se mantiene una suerte de entereza trágica que se rehusa a desaparecer ante la vorágine de la urgencia moderna, y un repudio a sumarse a sus filas como un especie de discurso legitimador. Finalmente, si se ha de dar una respuesta directa a la pregunta, ¿cuál es el ofrecimiento de la filosofía a esta sociedad? se tiene que decir que ninguno, ningún positivo al menos. No está en concomitancia con ninguno de sus valores, no responde a su dinámica y antes que aportarle algo, está ocupada defendiéndose y buscando un lugar para permanecer como actividad libre. En todo caso, lo que puede hacer es exacerbar la crítica, minar los valores contemporáneos e insistir en hacer lo libre y no lo necesario, pero no con la ingenuidad de quien piensa que la sociedad está abierta a las buenas razones, sino con la experiencia histórica de que el discurso filosófico difícilmente encuentra oídos y menos todavía, tiene un impacto real en el mundo. La filosofía ha de reiterar su carácter múltiple, autónomo, riguroso, lúcido, lúdico, expresivo, creativo y esencialmente crítico, para así establecer claramente que a una sociedad así no tiene mucho o nada que ofrecer. Pensando el mundo, que es su forma característica de intervenir y transformarlo, de criticarlo objetiva, rigurosa y sistemáticamente, es que ha de volver a buscarse ella misma el espacio para su ofrecimiento. Quizá es que por ahí hay que empezar y tener muy claro que el ofrecimiento a esta sociedad en la que vivimos es una declaración abierta de lucha; lo que ofrece la filosofía a nuestra sociedad es la posibilidad de minarla en sus fundamentos a través de la crítica, de la revisión rigurosa y sistemática de sus dogmas y paradigmas. El primer ofrecimiento de la filosofía y quizá el único es el desmontaje sostenido de esta sociedad. Como se sabe desde los griegos, la filosofía y la política son dos cosas distintas, pero cualquier buena política requiere de una buena filosofía. Para no concluir sin contestar al único autor que mencionamos explícitamente en el texto, Marx se equivoca al suponer que la filosofía antes de él no había sido revolucionaria. La filosofía siempre es revolucionaria, es algo que lleva en su ADN. ¡Viva la resistance!

7

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.