El Oficio de Historiar

June 8, 2017 | Autor: Francisco Espinoza | Categoría: Luis González y González
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Descripción

El Oficio de Historiar
Luis González de Alba
Entre el 4 y el 9 de julio de este año tuvo lugar en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en un costado de las alturas del Castillo de Chapultepec, un simposio dedicado a los temas gemelos de la crónica y la historia. No por casualidad, el historiador escogido para abrir las sesiones con un ensayo sobre las peculiaridades de su oficio fue Luis González y González, autor de Pueblo en vilo, de Los días del presidente Cárdenas y de su propia condición indisputada como el mayor de los historiadores vivos de México. El oficio de historia que aquí ofrecemos es el texto con que Luis González inauguró ese simposio, a la vez una entrada a la cocina de historiador mexicano y un proyecto de exploración de esa pasión nacional que llamamos "el pasado".
La invitación, para desenvolver mi rollo sobre el oficio del historiador recibió un rápido sí por una sencilla circunstancia que no por referirse a mi persona voy a ocultar. Aproximadamente de 1980 para acá me he puesto a construir algunas obras planeadas de antemano y a planear nuevos libros. Entran en el primer propósito algunas compilaciones de ensayos escritos antes, como sucede con los volúmenes Nueva invitación a la microhistoria y La Querencia, ya publicados, y con España y Nueva España. Juárez en su mole, y Xenofobia y nacionalismo en espera de publicación. Está en la imprenta La ronda de las generaciones, y en el telar, El linaje de la cultura mexicana e Historia de la historia en la Nueva España.
Las obras recientemente planeadas son Viaje redondo, casi autobiográfica; El ñudo del centenario, sobre San José de Gracia veinte años después de Pueblo en vilo; El brinco de las trancas, sobre los sanjosenses transterrados; Historia general de México y El oficio de historiar que es la única que debí haber mencionado por ser la que viene a cuento en esta ocasión. Aquí y ahora sólo presentaré el plan de un volumen sobre el oficio de historiar. Naturalmente, el volumen, no aspira a poner en éxtasis a nadie, a descubrir lo nunca visto, a imponerle otra vereda al oficio más viejo del mundo. Las meditaciones sobre el qué y cómo recordar el pasado suman miles y esta otra no puede pretender la originalidad en grandes dosis. Casi todo lo que se diga será mera repetición de lo dicho muchas veces por filósofos que escriben "filosofías críticas de la historia" y por historiadores que se preguntan sobre las reglas de su juego en tratados metodológicos o en las introducciones de cualesquiera de sus obras. Con todo, no está de más en el gremio el volver sobre lo mismo. Habría que tomar a bien que los historiadores de mayor edad comuniquen a los neófitos en el oficio sus opiniones sobre éste aun cuando sean vacilantes, como es mi caso. Al revés de lo dicho por el refrán, casi todos experimentamos en cabeza ajena. Aunque no sea excepcionalmente innovador, el estudioso terco del pasado logra poner un no sé qué diferente en el oficio de historiar. Aunque se le tenga por presuntuoso, el historiador de los países tercermundistas debe hablar de cómo le fue en la feria del conocimiento histórico.
Ninguna nación es tan dada a reconstruir su historia como México. El "ahora que me acuerdo" es un grito de combate del mexicano común y corriente. México, no sólo en opinión de Fuentes Mares, es "el que vive más la historia" entre todos los países del mundo. Como quiera, se ha escrito poco sobre las maneras de memorizar del pueblo más memorioso de la tierra, sobre los talleres de los historiadores mexicanos. Quizá me atenga al teorizar sobre el oficio de hacer historia en tierra de indios al hecho de ser parte de una nación saturada de saberes históricos y seudohistóricos, que no de reflexiones acerca de esos saberes. Parto, pues, de la vaga idea de la necesidad de reflexionar acerca de la producción de lo que se consume tanto aquí. Aspiro a ver en conjunto los problemas que hemos sabido plantearnos los investigadores de la historia de México.
Presupongo que muchísimos conocimientos se obtienen al través de científicos que dejan muy poco de sí en lo averiguado por sus personas. Es fácil entender el por qué los tratados de ciencias físico-matemáticas o biomédicas no le dediquen ningún capítulo al carácter, a los valores, a los modos de participación social y a otras modalidades de físicos, matemáticos, biólogos, etcétera, que son instrumentos transitorios o meros andamios del saber acerca del mundo que nos rodea. En cambio, es difícil entender un libro de teoría y método de la historia que no comience con un análisis.
Del historiador encargado de traer al presente las acciones pretéritas porque nunca ofrece tales acciones limpias de su polvo y paja. La historia, como se ha dicho multitud de veces, es inseparable del historiador. El oficio de historiar implica una sociología, una sicología y una ética del historiador. Cualquier reflexión sobre el conocimiento histórico ha de empezar sobre la matria, la patria, la crianza, los estudios, los intereses, los motivos, el temperamento, las costumbres y el carácter del historiador típico de una cultura y un ahora, pues es muy notoria la parte de los sentidos y la emotividad del estudioso al evocar el pasado.
Cuando me vea en el brete de describir al historiador que necesariamente se refleja en su obra pensaré en los historiadores que me rodean, en los practicantes de la historia en México que tienen algunos rasgos que les son propios y otros comunes. El historiador que describa no será del todo igual al descrito por los tratadistas europeos. Este será un historiador que rara vez osa brincarse las fronteras de México, no por nacionalista, sí por temor a ser coscorroniado si se sale de su corral. Me ocuparé del historiador compatriota muchas veces resentido, y sin duda ninguneado por los extranjeros aunque trata de parecerse a sus ninguneadores. De hecho, el historiador de aquí y ahora es cada vez más parecido al de los países poderosos; es un historiador standard o casi en esta época de personalidades standarizadas.
Los muchos historiadores amateurs que todavía tenemos tienden a extinguirse y dejarle todo el campo de la historia mexicana a los profesionales que son casi todos de la especie abeja. Antes más que ahora confiábamos con muchos historiadores hormiga, conservadores por culpa de sus buenos pañales, anticuarios que gustaban de acarrear documentos de los archivos a las bibliotecas, que hacían ediciones multivoluminosas de fuentes de saber histórico, y con historiadores araña, alérgicos al polvo archival, que preferían descubrirlo que pudo haber sido, lo que verosímilmente fue, a fuerza de cavilar, de sacarse por introspección los hilos para tejer una telaraña histórica. Ahora abunda en nuestro medio el historiador abeja que es también el importante en el primer mundo. Es un hombre consciente de que la miel que deposita en los panales de las bibliotecas no es igual a la succionada a las flores de museos y archivos.
El historiador mexicano actual que será el ocupante del primer capítulo del oficio de historiar a la mexicana se hace presente en su obra histórica en forma muy parecida el historiador gringo, francés o ruso. En términos generales, se trata de un hombre cada día más abundante, muy bien recibido en el memorioso México, cada vez menos consultado por unos gobernantes ahora creyentes en las virtudes de los economistas, cada vez más atento a su propio beneficio que al de la historia, cada vez mejor pagado por el gobierno, aún visto con desconfianza por el gremio científico y tampoco grato en la república de las letras, con la tendencia a la inactividad aunque se sueñe, activísimo hacedor de sociedades, con emotividad superior a la media, con inclinación a la fuga por el túnel del tiempo y con un equipo cada vez mayor de lenguas, paleografía, técnicas auxiliares de la historia, disciplinas hermanas, vividuras, tours e interrogaciones.
Es parte muy importante del oficio en cuestión el saber preguntar y el responder provisionalmente a las preguntas hechas. Me gustaría construir un segundo capítulo de mi arte de hacer historia a la mexicana con las cuestiones que suele plantearse y con las imágenes interinas del pasado que acostumbran edificar los historiadores de aquí y ahora, que no son muy diferentes a los de fuera y a los de poco antes. La mayor diferencia reside no en las hipótesis sino en el contenido de ellas. Un europeo se cree con derecho a preguntar y hacer hipótesis del pretérito de cualquier país de la tierra, cosa que no suele pasar con un mexicano. La gente de la expansiva Europa, si escoge el oficio de historiador, se equipa para incursionar en una historia sin fronteras nacionales, en la historia de todos o algunos países de Africa, Asia y América. Los historiadores del defensivo México, si van a otras partes del mundo es para recoger testimonios de su patria, pues, como es bien sabido, los extranjeros no sólo se meten en nuestra propia vida sino que también se han llevado muchas veces testimonios del existir nacional propio. No toda la dosis de
Las fuentes de Clío, que son nuestras, está dentro de los límites del territorio mexicano. De aquí los viajes de los autores de historias pues el historiador de este país es cada vez más consciente de que no le fue dada la visión directa de su objeto de estudio, como al cronista. Tiene que enterarse de las acciones humanas del pasado al través de vestigios materiales, tradición oral y expresiones escritas, que pese a la incuria del tiempo, los saqueadores y la polilla, son cada vez más numerosos y variados. Los primeros historiadores de acá penetraban poco en lo sido porque sólo disponían de la tradición oral. Los de hoy se meten hasta la cocina del pasado al través de cadáveres, de supervivencias, de toda clase de tradiciones trasmitidas de viva voz (leyendas, mitos, proverbios, corridos, rumores); de una amplia variedad de monumentos (viviendas, sepulcros, construcciones para el trabajo, el culto y el poder, utensilios de labor, guerra y juego, pinturas y esculturas y tantos monumentos conmemorativos); de la moderna producción de mapas, fotografías, cine y reproducciones sonoras, y sobre todo, de una inmensa documentación que comprende pintas, multitud de inscripciones, cuentas, calendarios, leyes, actas e informes gubernamentales, escritos de hombres de ciencia y de filósofos, obras literarias, reportes y comentarios de periodistas, recuentos autobiográficos, biográficos e históricos.
Foto: Archivo General de la Nación
Avenida Juárez (1920). Al centro, entre nosotros, el único caballo más famosos que su jinete. "Ahora me cumplen o me dejan donde estaba, ya que me dejaron como estatua"
Como no puede haber ningún arte de historiar que omita la mención de las fuentes de conocimiento histórico, como también es poco menos que imposible referirse con alguna suficiencia y sentido a la fontanería universal de Clío, la obra que traigo entre manos referirá el repertorio de fuentes de que se dispone para hacer historias de este pedazo de mundo que comenzaron a invadir a nuestros padres desde hace dos o tres cientos de siglos. Trataré de hacer un catálogo breve de las vías de acceso a las acciones humanas de la sección mexicana del planeta, así como de sus habitáculos: sitios arqueológicos, museos, archivos, hemerotecas, bibliotecas y otros almacenes de la chatarra histórica disponible para reconstruir la historia de México.
Luego pasaré al asunto de la manipulación de las fuentes que en los tratados de método recibe el nombre de operaciones de análisis histórico. Ningún estudio del arte de hacer historia puede ignorar los quehaceres de reunir datos y someterlos a los tribunales de la crítica y la hermenéutica. Antes de ahora se acostumbraba conceder dispensa de juntar tantos testimonios como los acostumbrados por gringos y europeos a los historiadores de la vida mexicana porque museos, archivos y bibliotecas de México eran poco menos que inaccesibles. Hoy las cosas son distintas. El apoyo archivístico está en pleno arranque. El Archivo General de la Nación y multitud de repositorios provincianos se vuelven accesibles a los investigadores. La masa de datos a nuestra disposición es demasiado grande. El riesgo ya no es el de quedar corto en la pepena de noticias sino el de reunir una documentación tan vasta que resulta inmanejable. La facilidad conque hoy se localizan documentos y se consigue reproducirlos comienza a ser el mayor obstáculo del oficio de hacer historias. Como quiera, se tiene un recurso para salvarse de la selva de la documentación, para clasificar y correlacionar montones de datos. Me refiero al salvavidas de la computación.
Precisamente porque en México no hay una costumbre de crítica de fuentes comparable a la de Europa, en un arte de historiar para mexicanos debe remacharse la importancia de someter las pruebas de las acciones mexicanas del pasado a las cuatro críticas que prescriben los metodológicos, las críticas de integridad para ver hasta dónde hemos remendado y deportillado nuestras fuentes; de autenticidad para no caer en anacronismos y falsas atribuciones de lugar y autor; de competencia que nos permita medir las calidades de los testigos, y de sinceridad para poner en el sitio que se merecen tantos embustes de la historiografía mexicana.
Desde el advenimiento a la universidad mexicana del doctor José Gaos, la hermenéutica o comprensión de las fuentes de conocimiento histórico se puso de moda en las escuelas locales para formar historiadores. En aquel seminario para el estudio de las ideas en Hispanoamérica, que fundó el doctor español en 1940 y dirigió durante treinta años, se hizo una doxografía ejemplar que empezaba por la determinación de los sentidos literal e ideal de los textos, seguía con el repensamiento de las ideas ajenas y a veces iba hasta el descubrimiento de móviles y motivos de los pensadores. En un tratado hecho aquí y ahora sobre el oficio de historiar habrá que referirse a ese brote hermenéutico que en el pasado inmediato permitió un arribo brillante al interior de los aconteceres históricos, al jugo de
La realidad histórica perseguida por los historiadores, que no es como ustedes saben todo el pasado, que no podría ser todo lo sucedido porque no todo es posible ni deseable historiar. En el cuarto capítulo de la obra en proyecto repetiría lo comunicado muchas veces en clase: muy pocas acciones humanas de otras épocas fueron debidamente documentadas, y por lo mismo, muy pocas son susceptibles de conocimiento. Poquísimos hombres de los de antes dejaron huellas suficientes de su trayectoria terrestre. De la gran mayoría de los seres humanos del México colonial y decimonónico sólo es susceptible saber el nombre y las fechas extremas de su vida. Casi todos los protagonistas y los sucesos históricos son irreconocibles. La mayor parte de lo histórico no es historiable por falta de documentación o por estar muy cercano a nosotros. Habrá que decir con Monsiváis, "el presente aún no es historia". Lo que es visible directamente no cae dentro del oficio del historiador contemporáneo, se le deja a reporteros y cronistas, es asunto del oficio de cronicar. Lo que a todos les consta, no es competencia de los reporteros del pasado.
En el oficio de historiar es básico saber distinguir en lo historiable lo digno de historización. Generalmente los historiadores sólo consideran memorables los acontecimientos trascendentes, influyentes o típicos, aunque no a todos los que exhiben algunas de esas notas. En cada época y en cada nación cambia el criterio de importancia. Me gustaría mostrar en el cacareado libro, cuáles han sido los temas dignos de recordación en cada una de las épocas de la historia de México. Prometo también contestar a la pregunta que me hacen algunos estudiantes sobre temas que les permitan hacer una tesis equiparable por su asunto a las presentadas en la Soborna o en Harvard, que se ocupe de acaeceres a la moda en el mundo de los honores académicos. El capítulo cuarto referirá los nuevos temas y verá hasta dónde cuadran con nuestro repertorio de posibilidades y necesidades.
Los historiadores profesionales y bien vestidos, si quieren permanecer en el candelero, si les interesa ser invitados a mesas redondas y congresos, han de estar a la moda en asuntos dignos de investigación. Quedan fuera ahora si persisten en resucitar hechos efímeros y no estructuras o tiempos largos y si preguntan por acaeceres calificables, no contables. Quien quiera ser de las mesas de adentro hoy, aunque quizá no mañana, que se despreocupe de reyes, leyes y batallas y se ocupe de altibajos de precios, evolución de la agricultura y la industria, número de nacimientos y defunciones en tal país y tales años, luchas de clases, catástrofes recurrentes, modos de subsistencia, relaciones de producción, en general, el aspecto económico y técnico del fenómeno humano. La moda, como los niños, viene de París, de Oxford, de Moscú, de Harvard y otras capitales.
Hay porciones de lo histórico que a pesar de ser historiables y memorables se han historiado poco por su extrema dificultad de traerlas al presente. En el mundo de lo histórico abundan los sentimientos, las actitudes, las creencias y las ideas y otros fenómenos poco menos que intangibles. La historia de amantes, iracundos, creyentes, pensadores y artistas es muy temida por los buzos del pasado que se dan aires de científicos. Con todo, son temas permitidos cada vez más en Europa y que caen dentro de la tradición historiográfica mexicana. En el pasado inmediato, las creencias, las ideas, el arte y la literatura mexicanas atrajeron a numerosos historiadores de primera fila. Ahora, con el rótulo de historia de las mentalidades, algunos de los temas de la antigua historia de la cultura, han vuelto a ser bien vistos, principalmente los que se parecen por la forma a los practicados por los clionautas europeos: maneras de mesa, concepciones de la muerte, el discurso sobre el sexo, la brujería, la religión popular, los mitos y las fiestas.
Otro aspecto insoslayable en el oficio de historiar es el de las divisiones, de la realidad histórica. Se supone que cada historiador sólo puede estudiar intensamente minúsculas parcelas del pasado. Vivimos en la edad de las monografías. No son bien vistos los enfoques que trascienden una nación, una provincia o un terruño y un periodo. Los cortes cronológicos que reciben el epíteto de periodización merecen capítulo especial, el quinto de la obra proyectada. La periodización es una de las tareas donde hay lugar para lucir dentro del oficio del historiador. El hacer parcelas geográficas es menos arduo. Tampoco cuesta mucho trabajo trazar lindes étnicas o repartir la materia histórica en economía, sociedad, política, cultura, etcétera. Esta última división va cediendo el paso a la geocronológica que permite
La reconstrucción del pasado de trozos completos de vida pasada. Quizá a esto se debe el reciente inclín hacia la microhistoria que trabaja con espacios muy cortos y pocos individuos gracias a lo cual es posible una recuperación redonda de un tipo de vida que bien puede ser representativo de la sociedad que incluya al terruño en cuestión. Como quiera, reconstruir el pasado no es revivirlo. Por minúsculo que sea el objeto de estudio se debe hacer selección de hechos, y con los aconteceres selectos es forzoso recomponer la parcela desarticulada por medio de una serie de operaciones a las que los pedantes denominan etiología, arquitectónica, estilística y medios.
Ningún historiador les puede decir a sus discípulos: "Déjense de explicaciones". "En la ciencia de la historia -solía decir el doctor Gaos- no sólo es posible, sino que parece obligada la explicación por la causalidad final, que es fenómeno de la conciencia humana". Hoy también se consideran obligatorias las explicaciones por las causalidades eficiente y formal. Muchas veces se dice: Esto sucedió porque habían sucedido tales cosas. Con mayor frecuencia se acude a las leyes del desarrollo histórico para clarificar sucesos particulares. La explicación histórica es hoy un problema muy traído y llevado en el arte de historiar y bien se merece el capítulo sexto de un volumen sobre tal arte. En él se tratará de probar que ningún acontecimiento histórico es producto de una sola causa. La historia, sin duda, no es un conjunto de sucedidos inconexos, pero tampoco ese bloque compacto que quieren imponernos las partidarios de explicaciones globales. Habrá que exponer y refutar a los deterministas geográficos, raciales y económicos. Habrá que poner en guardia contra las morfologías para simples que todo lo aclaran a fuerza de ciclos, espirales y progreso lineal. Habrá que descalificar como científica a la historia que lo explica todo, a la superexplicativa, a la hecha por personas con aires de semidioses, a la perpetrada por los que se sienten autorizados a suprimir la multitud de dudas acerca del pretérito con la expresión: "La verdad de las cosas es…" En una época que idolatra la ciencia como es la actual, la operación etiológica se vuelve muy difícil para los historiadores.
No quisiera en mi soñado arte de historiar poner retahílas de "comos", de cómo ha de explicarse, de cómo ha de componerse una disertación histórica. En este punto me gustaría decir simplemente: estos son los modelos arquitectónicos más frecuentados. Los historiadores amateurs y sin retorcimientos prefieren el modelito inventarial, ponen sus noticias en fila cronológica, geográfica o sectorial. La composición polémica atrae a los gustadores de lo dramático. Hoy está muy de moda. Aquí se ofrece en una primera parte la tesis manida acerca de un fenómeno histórico. En la parte siguiente se embiste con fuerza la tesis tradicional, y en la última parte, se exhibe la imagen nueva a la que se ha llegado. Las composiciones axiomática, comparativa y en profundidad suelen practicarlas los historiadores muy influidos por las ciencias sistemáticas del hombre.
Nadie ignora la influencia que ejercen hoy las otras ciencias del hombre en la profesión histórica. Antes se decía con orgullo: "La historia es una disciplina que no se ajusta a los moldes de las demás ciencias". Hoy se dice humildemente que la vieja historia, para seguir con sueldo y vida, ha de ponerse a las órdenes de economistas, sociólogos y similares. En la actualidad la historia todavía no se puede liberar del reciente cautiverio al que la han sometido las ciencias sistemáticas del hombre. Todavía se depende de los análisis de la llamada ciencia social. Aún se imitan las generalizaciones de sociólogos, politólogos y economistas. Muchos historiadores se complacen en dar a sus datos disposiciones propias de la sociología, la politología y la economía. Es de buen gusto en el gremio histórico la referencia a Karl Marx, a Max Weber, a Talcott Parsons, a Emile Durkeim, a Vilfredo Pareto, a Keynes y otros científicos sociales. Es de mal gusto traer a colación a filósofos y literatos como se hacía antes. Las jergas ininteligibles y otros males provienen de la supeditación de la historia a las otras ciencias de la conducta humana. Por otra parte, la misma cohabitación ha acarreado bienes.
Para muchos lectores el aparato crítico afea la arquitectura de las monografías históricas en boga. Los historiadores no gustan de escribirlas. Pese a todo, han llegado para quedarse porque vuelven dignas de confianza las noticias de los libros históricos. Dada la incredulidad de los tiempos que corren, sin los puntales de las notas de pie de página y del contrafuerte de los índices, los volúmenes monográficos no conseguirían conquistar la confianza de los lectores, máxime si son cultos. Mi tratado dedicará una sección del capítulo séptimo al modo de escribir correctamente las distintas partes del aparato erudito y todo el octavo a las maneras de contar historias. Nadie pone en duda la decadencia de la expresión en el gremio histórico. Para no ser impopular entre científicos, el escritor sobre el pasado usa la jerigonza de economistas y sociólogos que lo hacen impopular strictu senso.
El oficio de historiar se emparenta en el penúltimo paso del viacrucis con el oficio de escribir, pues el historiador no es un simple vaso comunicante. Su prosa, aparte de trasmitir acciones humanas del pasado, expresa los sentimientos del historiador a propósito de lo reconstruido. Aunque se dice que la historia ya no es género literario y sí una ciencia, aunque la historia sufre un proceso de deshumanización, no puede dejar de expresar al hombre que la escribe o la filma. Por otra parte, la clientela de los historiados no se constituye únicamente con otros del oficio. Las ciencias fisico-matemático y biomédicas no necesitan salir de los círculos académicos, pero las que se ocupan de los seres humanos no deben quedarse metidas en los cenáculos cultos. Las ciencias del hombre y sobre todo la historia se dirigen a un lectorio plural. Cada libro pasatista debiera preguntarse: ¿Quién escucha?
Historiar ¿para quién? o ¿para cuál?, de los grupos anhelantes de sabiduría histórica. La historia es desde luego para los oficiantes de Clío. La clientela más visible y segura de un historiador experto en mortandades en Nueva España es la constituida por los doce o quince estudiosos de las catástrofes demográficas neoespañolas. Casi tan seguros como los anteriores son los que investigan diversas facetas de la vida económica y social de aquel México. Sólo son clientes esporádicos los investigadores de la vida palaciega y culta del mundo colonial. Cada cultivador de consumidores de su producto que lo aplauden públicamente y lo abuchean en privado. Muchos historiadores de educación refinada tal vez no busquen, pero en general no pueden, trascender la clientela formada por un puñado de eruditos, de historiadores profesionales que acostumbran tomarse una copa juntos cuando una mesa redonda los congrega.
En México, la historia ha sido también preocupación del hombre de la calle, de Juan Pueblo que tiene derecho a conocer el estado actual de los conocimientos históricos. En el oficio que nos ocupa la vulgarización es necesaria, pero no obligatoria. Muy pocos autores de monografías sobre el pasado piensan en el pueblo municipal y espeso deseoso de conocer sus raíces, y menos aún en la parte del público general verdaderamente obsesionada por la ciencia del pasado como es la porción de los viejos. De los sesenta años en adelante, la necesidad de saber histórico se vuelve compulsiva, pero no conozco a ningún historiador preocupado por la sed histórica de la vejez. Es frecuente el encuentro con historiadores de primera fila empeñados en infundir conocimientos históricos a la gente del público general que menos los desean, como son los jóvenes.
Una parte muy notoria de la clientela de los historiadores es cautiva. Hubo un tiempo en que sólo los jóvenes príncipes tenían la obligación de aprender la historia. Vino en seguida el destrone de los reyes y la entronización de las repúblicas democráticas. Al decretarse que todos los jóvenes eran príncipes, la enseñanza de la historia se generalizó en las escuelas. En México, desde la más tierna infancia hasta la juventud universitaria, ha tenido que cursar, de un siglo a esta parte, la historia del mundo y de México en dos o tres tamaños y lenguajes. A los niños de la primaria se les impone en breves dosis biográficas y episódicas y en lenguaje bobo. A los adolescentes de la secundaria se les da menos boronosa, que no en el idioma malcriado de la adolescencia. Vuelve a sufrirse en la preparatoria y en algunas escuelas universitarias. Los historiadores mexicanos, que condescienden a escribir conforme a los programas oficiales de educación, cuentan con auditorios cautivos y hostiles que sobrepasan la docena de millones de personas.
Aparte de un vasto lectorcito forzado, del que me ocuparé en el capítulo noveno de la obra anunciada, el historiador tiene ante sí dos o tres clientelas francamente peligrosas que serían analizadas en el décimo y último capítulo. Muchos de nuestros estadistas o dirigentes compran historia para aprender del pasado y para pasar a la historia. Los gobernantes apetecen una historia poblada de gobernantes tiesos, precursores de su estatua; de proezas conmemorables un día al año y cada diez, veinticinco, cincuenta, cien y mil años; de pueblos en heroica disposición de sacrificio, de pípilas y niños héroes. La historia solicitada por el común de la gente, por sensacionalista y pintoresca, puede dejarse para las horas libres de los historiadores desvergonzados. La historia solicitada por el gobierno, aunque más sensacionalista que la popular, no se deja para los momentos de ocio; se hace sin pretextos y excusas porque el gobierno paga por adelantado y dictamina quién es y quién no historiador patriota y revolucionario. Nos guste o no tenemos que hacer la historia para la cual Aguilar Camín pide desconfianza, la que es "parte de una colección que celebre centenarios o aniversarios de hechos heroicos nacionales".
Foto: Archivo General de la Nación
Plaza de Santo Domingo (1904). Doña Josefa nuevecita y con ella estaban los evangelistas. Nos amábamos tanto.
Otra clientela exigente e impositiva es la de los enemigos sistemáticos del gobierno que muchas veces imponen sus temas y enfoques al investigador a fuerza de terrorismo verbal. Los mismos que prendemos la vela de la historia de bronce para tener grato al mandamás, encendemos la vela de la historia crítica, que no deja poderoso con cabeza, para no malquistarnos con las huestes reaccionarias y revolucionarias. Rehuimos a como dé lugar los sanbenitos de traidor y de vendidos. La clientela revolucionaria ha hecho mentir a los historiadores débiles, y la gubernamental, a casi todos. En un caso por paga, y en otro por miedo, se le hacen excepciones al compromiso con la verdad.
También resulta una clientela peligrosa la de la mayoría de los críticos, pero del ambiente de la crítica y del negocio de la publicidad no me ocupo hoy para no ser criticado por no saber pararme a tiempo. Por lo demás, creo haber respondido a lo que se me preguntó. Con el pretexto de la presentación de un plan para un libro que se llamaría El oficio de historiar he presentado la nómina de los rompecabezas que normalmente ha de resolver un historiador de estas latitudes, el repertorio de los peliagudos problemas que suelen llamarse subjetividad del conocimiento histórico, imagen interina del pasado, fuentes del saber histórico, crítica de los testimonios, intelección de las huellas, los días sin huella, lo memorable del pasado, los protagonistas de la historia, la periodificación, la multiplicidad de explicaciones, malentendidos y cohabitación de la ciencia de lo histórico con las demás ciencias sociales, capitulaje y aparato crítico, maneras de contar historias y tipos de auditorios del historiador. He enumerado solamente los asuntos que deben considerarse en unos ejercicios de cinco días centrados en el oficio de historiar.

















De la múltiple utilización de la historia


Luis González y González


Cuando iniciaba la carrera de historia en EI Colegio de México parientes y amigos me preguntaban ¿para qué sirve lo que estudias? Como yo no sabia contestar para qu6 servia una de las profesiones más viejas y hermosas del mundo, pues la había escogido por mera afici6n al cuento o discurso hist6rico, sondeaba a mis ilustres profesores sobre la utilidad de estudiar "1o que fue" para la vida comunitaria de hoy. El maestro Ram6n Iglesias decía: "No creo que el historiador pueda jugar un papel decisivo en la vida social, pero si un papel importante. La historia no es puramente un objeto de lujo." Recuerdo vagamente que al doctor Silvio Zavala no le caía bien la pregunta aunque siempre la contestaba con la f6rmula de Dilthey: "s61o la historia puede decir lo que el hombre sea". Historia=Antropología. EI maestro José Miranda sentenci6 en uno de sus arranques de escepticismo: "EI conocimiento hist6rico no sirve para resolver los problemas del presente; no nos inmuniza contra las atrocidades del pasado; no enseña nada; no evita nada; desde el punto de vista práctico vale un comino." Para é1 la historia era un conocimiento legítimo e inútil igual que para don Silvio.

Vino enseguida la lectura de tratados sobre el conocimiento hist6rico y el encuentro con las proposiciones siguientes: 'La historia es maestra de la vida" (Cicer6n). "EI saber histórico prepara para el gobierno de los estados" (Polibio). 'Las historias nos muestran cómo los hombres viciosos acaban mal y a los buenos les va bien" (Eneas Silvio). "Los historiadores refieren con detalle ciertos acontecimientos para que la posteridad pueda aprovecharlos como ejemplos en idénticas circunstancias" (Maquiavelo). "Desde los primeros tiempos se le ha visto una utilidad al saber del pasado: la de predecir e incluso manipular el futuro" (Lewis). 'Escribir historia es un modo de deshacerse del pasado" (Goethe). "Si los hombres conocen la historia, la historia no se repetirá" (Brunschvigg). "Quienes no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo" (Ortega). "La recordaci6n de algunos acaeceres hist6ricos puede ser fermento revolucionario" (Chesneaux). "EI estudio de la historia permitirá al ciudadano sensato deducir el probable desarrollo social en el futuro, pr6ximo (Childe).

Una praxis profesional pobre, pero larga y cambiante me ha metido en la cabeza algunas nociones de Pero, Grullo: hay tantos modos 'de hacer historia como, requerimientos de la vida práctica. Sin menoscabo de la verdad, pero con miras a la utilidad, hay varias maneras de enfrentarse al vastísimo ayer. Según la selecci6n que hagamos de los hechos conseguimos utilidades distintas. Con la historia anticuaria se consiguen gozos que está muy lejos de deparar la historia crítica. Con 6sta se promueven acciones destructivas muy distantes a las que fomenta la historia reverencial o, didáctica. Mientras las historias que se imparten en las escuelas proponen modelos de vida a seguir, la historia que se autonombra científica asume el papel de explicar el presente y predecir las posibilidades del suceder real. Cada especie del género hist6rico es útil a su manera. Según la porci6n de la realidad que se exhume será el provecho, que se obtenga. Un mismo, historiador, según el servicio que desee proporcionar en cada caso, puede ejercer las distintas modalidades utilitarias del conocimiento hist6rico. También es posible y deseable hacer historias de acci6n múltiple que sirvan simultáneamente para un barrido y para un regado, para la emoci6n'y la acci6n, para volver a vivir el pasado y para resolver problemas del presente y del futuro. Lo difícil es concebir un libro de historia que sea s61o saber y no acicate para la acci6n y alimento para la emoci6n. Quizá no exista la historia inútil puramente cognoscitiva que no afecte al coraz6n o a los 6rganos motores.

¿Acaso es inservible la historia anticuaria?

En la, actualidad la especie cenicienta del género hist6rico es la historia que admite muchos adjetivos: anecd6tica, arqueo16gica, anticuaria, placera, precientifica, menuda, narrativa y romántica. Es una especie del g6nero hist6rico que se entretiene en acumular sucedidos de la mudable vida humana, desde los tiempos más remotos. Por regla general escoge los hechos que afectan al coraz6n, que caen en la categoría de emotivos o poéticos. No le importan las relaciones casuales ni ningún tipo de generalizaci6n. Por lo común, se contenta con un orden espaciotemporal de los acontecimientos; reparte las anécdotas en series temporales (años, decenios, siglos y diversas formas de periodos) y en series geográficas (aldeas, ciudades, provincias, países o continentes). Aunque hay demasiadas excepciones, puede afirmarse que historia narrativa es igual a relato con pretensi6n artística, a expresiones llenas de color, a vecindad de la literatura. Los historiadores académicos de hoy día niegan el apelativo de historiadores a los practicantes de la anticuaria, y por afiadidura, los desprecian llamándolos almas pueriles, coleccionadores de nimiedades, espíritus ingenuos, gente chismosa, cerebros pasivos, hormigas acarreadoras de basura y cuenteros. Con todo, este proletariado intelectual, ahora tan mal visto en las altas esferas, es al que con mayor justicia se puede anteponer el tratamiento de historiador, porque sigue las pisadas del universalmente reconocido como padre de la historia y como bautizador del género. Herodoto, el que puso la etiqueta de historia al oficio, fue, por lo que parece, un simple narrador de los "hechos públicos de los hombres". Después de Herodoto, en las numerosas épocas románticas, la especie más cotizada del género hist6rico es la narrativa.

Aunque en las cumbres de la intelectualidad contemporánea no rifa lo romántico, emotivo, nocturno, flotante, suelto y yang, que si lo clásico, yin, diurno y racional, en el subsuelo y los bajos fondos de la cultura cuenta el romanticismo, y por ende, la historia anticuaria. Muchos proletarios y pequeños burgueses de hoy suscribirían lo dicho por Cicer6n hace dos mil años: "Nada hay más agradable y más deleitoso para un lector que las diferencias de los tiempos y las vicisitudes de la fortuna." Podríamos culpar a villanos o mercachifles u opresores de la abundancia de historia narrativa en la presente época pues no se puede negar que los escaparates de las librerías, los puestos de peri6dicos, las series televisivas, los cines y demás tretas de comercio y comunicación venden historia aunaría a pasto, en cantidades industriales. Sin lugar a dudas la vieja historia de hechos mantiene muy vivaz, especialmente en el cine y en la televisi6n. Estamos frente a un punto de aceptaci6n masiva, a una droga muy gustada, a una manera de dormirse al ritmo sin molestias.

Seguramente es una especie de historia que sirve para usos revolucionarios. Es fácil aceptar lo, dicho por Nietzsche: 'La historia anticuaria impide la decisi6n en favor de lo que es nuevo, paraliza al hombre de acci6n, que siendo hombre de acci6n, se rebelaría siempre contra cualquier clase de piedad."HOY, en los frentes de izquierda, se afirma frecuentemente que la erudici6n hist6rica que deparan los anticuarios "es una defensa de todo un orden de cosas existentes", es un baluarte del capitalismo, es un arma de la reacci6n. En los frentes de derecha tampoco faltan los enemigos del cateo de saberes deleitosos del pasado estos se preguntan: ¿Para qué nos sirve el simple saber de los hechos en si? Atiborrar la mente con montones de historias dulces o picantes es disminuir el ritmo de trabajo. Izquierdas y derechas, y en definitiva todos los encopetados y pudientes, lo, mismo revolucionarios que reaccionarios, coinciden en ver en los anecdotarios hist6ricos un freno para la acci6n fecunda y creadora, un adormecedor, una especie de opio.

Si se cree que no todo es destruir o construir, si se acepta el derecho al placer, si se estima que no hay nada negativo en la toma de vacaciones, se pueden encontrar virtudes, un para que positivo en la escritura y el consumo de textos de historia anticuaria. Para el primer historiador la historia fue una especie de viaje por el tiempo que se hacia, al revés de los viajes por el espacio, con ojos y pies ajenos, pero que procuraba parecido deleite al de viajar. Los que, escriben a la manera de Herodoto nos ponen en trance turístico. En palabras de Macauly, "el gusto de la historia se parece grandemente al que recibimos de viajar por el extranjero". El que viaja hacia el pasado por libros o películas de historia anticuaria, se complace con las maravillas de algunos tiempos idos, se embelesa con la visi6n de costumbres ex6ticas, se introduce en mundos maravillosos. La mera búsqueda y narraci6n de hechos no está desprovista de esta funci6n social. Este papel desempeñan los contadores de historias para un público que se acuclilla alrededor del fuego así como los trovadores y cantantes de corridos para los concurrentes a la feria. Ojala que la gente importante le perdone la vida al cuento de acaeceres pasados, que no les aplique la 61tima pena a los historiadores que s61o proporcionan solaz a su lectorio o auditorio. ¿Por qué no permitir la hechura de libros tan gratos como Ancla en el tiempo de Alfredo Maillefert? Que no se diga que no están los tiempos para divertirse sino cínicamente para hacer penitencia. En toda época es indispensable soñar y dormir. Sin una mente cochambrosa o demasiado desconfiada es posible apreciar el para qu6 positivo de las historias que distraen de las angustias del tiempo presente, que equivalen a salirse de si, a una fuga a tiempos mejores o s61o distintos, a un alivio contra el cual protesta airadamente Prieto Arciniega, ese animo de la historia critica.


¿Es liberadora la historia crítica?

Otra especie del género hist6rico "trata de darse cuenta de cuán injusta es la existencia de una cosa, por ejemplo de un privilegio, de una casta, de una dinastía; y entonces se considera, según Nietzsche, el pret6rito de esta cosa bajo el Angulo critico, se atacan sus raíces con el cuchillo, se atropellan despiadadamente todos los respetos . Si la historia anticuaria se asemeja a romances y corridos, la historia critica parece medio hermana de la 7 ~ vela policial; descubre cadáveres y persigue delincuentes. Quizá su mayor abogado haya sido Voltaire, autor de la tesis: nunca se nos recordarán bastante los crímenes y las desgracias de otras épocas. Diderot le escribía a Voltaire: 'Usted refiere, los hechos para suscitar en nuestros corazones un odio intenso a la mentira, a la ignorancia, a la hipocresía la superstici6n, a la tiranía, y la c61era permanece incluso después de haberse desvanecido la memoria de los hechos." Se trata pues de una historia, que como la anticuaria, si bien no adicta a sucesos muy remotos, se dirige al coraz6n aunque únicamente sea para inyectarle rencor o ponerlo en ascuas. No es una historia meramente narrativa de sucesos terribles ni una simple galería de villanos. Este saber hist6rico para que surta su efecto descubre el origen humano, puramente humano de instituciones y creencias que conviene proscribir pero que se oponen al destierro por creérseles de origen divino o de ley natural.

Si la historia anticuaria suele ser la lectura preferida en periodos posrevolucionarios, la de denuncia florece en etapas prerrevolucionarias, o por obra de los revolucionarios. Esto se ha visto con gran claridad en la historiografia mexicana. Los misioneros del siglo XVI recordaron preferentemente los hechos infames del estilo de vida prehispánica para facilitar su ruptura. Los criollos de la insurgencia de principios del siglo, XIX le sacaron todos sus trapitos al sol a la época colonial, la desacralizaron, le exhibieron sus orígenes codiciosos. Los historiadores de la reforma liberal, al grito de borr6n y cuenta nueva, pusieron como lazo 'de cochino la trayectoria vital de su patria. Los discursos hist6ricos del pasado inmediato se complacían en la exhibici6n de los aspectos corruptos del porfiriato. Hoy no s61o en México, sino en todo el mundo occidental, entre investigadores profesionales cunde el gusto por la historia crítica, por descubrir la villanía que se agazapa detrás grandes instituciones de la sociedad capitalista.

A este tipo, de sabiduría hist6rica que se complace en lo feo del pasado inmediato se le atribuye una funci6n corrosiva. Se cree con Voltaire que las grandes faltas que en el tiempo pasado se cometieron" van a servir para despertar el odio y poner la piqueta en manos de quienes se enteren de ellas. Cuando se llega a sentir que el pasado pesa, se procura romper con & se trata de evitar que sobreviva o que regrese. La recordaci6n de los sucesos de infeliz memoria contribuye a lo dicho por Goethe ("Escribir historia es un modo de deshacerse del pasado") y por Brunschvigg ("Si los hombres conocen la historia, la historia no se repetirá'). Así como hay una historia que nos ata al pasado hay otra que nos desata de é1. Este es el saber hist6rico disruptivo, revolucionario, liberador, rencoroso. Muchas supervivencias estorbosas, ichos lastres del pasado son susceptibles de expulsi6n del presente haciendo concien3 de su cara sombría. La detracci6n hist6hca que hicieron Wistano Luís Orozco y Andrés Molina Enríquez de la hacienda o latifundio dicese que sirvi6 para difundir el cocimiento de lo anacr6nico, perjudicial e injusto de la caduca instituci6n, para formular leyes condenatorias de la hacienda, y para la conducta agrarista de los regimenes revolucionarios. Detrás de la en6rgica predistribución de ranchos ejecutada por el presidente Cárdenas estuvo, quizá, la labor silenciosa de algunos historiadores críticos que minaron la fama de la gran hacienda.

La historia critica podría llamarse con toda justicia conocimiento activo del pasado, saber que se traduce muy fácilmente en acci6n destructora "Si desde los primeros tiempos -escribe Diderot, la historiografia hubiese tomado por los cabellos y arrastrado a los tiranos civiles y religiosos, no creo que éstos hubiesen aprendido a ser mejores, pero habrían sido mis detestados y sus desdichados súbditos habrían aprendido tal vez a ser menos pacientes." La historia aguafiestas es un saber de liberaci6n, no de dominio como la bronce. Denuncia los recursos de opresi6n de opulentos y gobernantes; en vez de legitimar la autoridad la socava; dibuja tiranos; pinta patronos crueles de empresas capitalitas; refiere movimientos obreros reprimidos por la fuerza publica; estudia intervenciones nefastas de los países imperialistas en naciones frágiles, o destaca los perjuicios de la sobrevivencia de edades cumplidas. Para sacar adelante ideas j6venes se bebe la historia erigida en tribunal que condena, la critica que corroe las ideas vetustas. Todos los revolucionarios del siglo XX han echado mano de ella en distintas formas, con diferentes lenguajes, en especial el cinematográfico. Los primeros filmes de Eisenstein, como La huelga y EI acorazado Potemkin, fueron historia crítica para beneficio de la Revoluci6n rusa. Filmes posteriores de Eisenstein pertenecen a otra especie hist6rica, de una historia de signo opuesto que sin embargo no es anticuaria.

La historia de bronce

es aun más pragmática que la historia critica, es la historia pragmática por excelencia. Es la especie hist6rica a la que Cicer6n apod6 maestra de la vida", a la que Nietzsche llama reverencial, otros didáctica, conservadora, moralizante, pragmático-política, pragmático-ética, monumental o de bronce. Sus padres son famosos: Plutarco y Polibio. Sus características son bien conocidas: recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso, y en el seno de instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos); presenta los hechos desligados de causas, como simples monumentos dignos de imitaci6n. "Durante muchos siglos la costumbre fue ésta: aleccionar al hombre con historias." En la Antigüedad clásica compartió la supremacía con la historia anticuaria, a lo Herodoto. En la Edad Media fue soberana discutida. Eneas Silvio le llam6 "gran anciana consejera y orientadora". La moral cristiana la tuvo como su principal vehiculo de expresi6n. Entonces produjo copiosas vidas ejemplares de santos y de señores. En el Renacimiento fue declarada materia fundamental de la educaci6n política. En su modalidad pragmáticopolítica, tuvo un autor de primer orden: Nicolás de Maquiavelo. En el otro lado del mundo, en la América recién conquistada por los españoles, fue una especie hist6rica practicada por capitanes y sacerdotes. En el siglo XIX, con una burguesía dada al magisterio, se impuso en la educaci6n pública como elemento fundamental en la consolidación de las nacionalidades. En las escuelas fue la fiel y segura acompañante del civismo. Se us6 como una especie de predicaci6n moral, y para promover el espíritu patri6tico de los mexicanos. Guillermo Prieto asegura que sus Lecciones de historia patria fueron escritas para "exaltar el sentimiento de amor a México. Recordar heroicidades pasadas serviría para fortalecer las defensas del cuerpo nacional.

Nadie puso en duda en el siglo XIX lo provechoso, de la historia de bronce. El acuerdo sobre su eficacia para promover la imitaci6n de las buenas obras fue unánime. Una gran dosis de estatuaria podía hacer del peor de los niños un niño héroe como los que murieron en Chapultepec "bajo las balas del invasor". Quizás el único aguafiestas fue Nietzsche con su afirrnaci6n: 'la historia monumental engaña por analogías. Por seductoras asimilaciones, lanza al hombre valeroso a empresas temerarias" y lo vuelve temible. Un continuador de Nietzsche, ya de nuestro siglo, Paul Va16ry lanz6 la siguiente señal de alarma: la historia que recoge las bondades del pasado propio y las villanías de los vecinos, "hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsa memoria, exagera sus reflejos, mantiene viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce al delirio de grandeza o al de persecuci6n, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas".

Pese al grito de Valéry que declar6 a la historia que se enseñaba en las escuelas "el producto más peligroso producido por la química del intelecto humano"; no obstante la tesis de Fustel de Coulanges que le neg6 a la historia la capacidad de ser luz, ejemplo, norte o guía de conductas publicas o privadas, sigue sosteniendo la historia de bronce su prestigio como fortalecedora de la moral, maestra de pundonor y faro del buen gobierno. Todos nuestros pedagogos creen a pie juntillas que los hombres de otras 6pocas dejaron gloriosos ejemplos que emular, que la recordaci6n de su buena conducta es el medio más poderoso para la reforma de las costumbres, que como ciudadanos debemos nutrirnos de la sangre más noble de todos los tiempos, que las hazañas de Quiroga, de Hidalgo, de Juárez, de los héroes de la Revoluci6n, bien contadas por los historiadores, harán de cada criatura un ap6stol, un niño héroe o un ciudadano merecedor de la medalla Belisario Domínguez. Gracias a la historia de bronce o reverencial o pragmática o ejemplarizante "mil santos, estadistas, inventores, científicos, poetas, artistas, músicos, enamorados y fi16sofos, según expresi6n de los Durant, todavía viven y hablan, todavía enseñan" y no cabe duda que tienen alumnos aplicados y fieles. La historia de bronce lleg6 para quedarse. En nuestros días la recomiendan con igual entusiasmo los profesionales del patriotismo y de las buenas costumbres en el primero, en el segundo y en el tercer mundo. Es la historia preferida de los gobiernos.

No hay motivos para dudar de la fuerza formativa de la historia de aula. No se justifica la prohibici6n de este vigorizante de criaturas en crecimiento, aun no torcidas. La exumaci6n de los valores positivos de otros tiempos, enriquece la actualidad aunque no sepamos decir con exactitud en que consiste tal enriquecimiento. La historia de bronce no una especie incapaz de caber en el mismo jarrito donde se acomodan las demás especiales historiográficas, incluso la científica. Léase en Burkhardt: "Lo que antes, era j6bilo c pena tiene que convertirse ahora en conocimiento, como ocurre también en rigor en la vida del individuo. Esto da también a la frase de historia magistra vitae un significado superior y a la par más modesto."

La utilidad de la historia científica

seria indiscutible si lo fuera la cientificidad de la historia. Se trata de una especie del genero hist6rico que tuvo como precursor a Tucidides, pero, a la que le ha salido la barba en fechas muy recientes, ante nuestros ojos. Se trata de una historia que busca parecerse a las, ciencias sistemáticas del hombre: la economía, la sociología, la ciencia política... Si las otras especies, andan tras hechos particulares, 6sta procura los acaeceres gen6ricos. 'S61o por la obstinada miopía ante los hechos escribe Bagby- algunos historiadores siguen afirmando que los sucesos no llevan consigo ningún tipo de regularidad. Los hechos hist6ricos no son refractarios al estudio científico... Las generalidades formuladas por la ciencia de la historia probablemente nunca llegarán a ser tan precisas y tan altamente probables como las de las ciencias físicas, pero esto no es ninguna raz6n para no buscarlas." Por regla general, la nueva Clío recoge principalmente hechos de la vida econ6mica. Como dice Beutin, para la vida econ6mica se pueden hacer enunciados de valor general porque es un campo de actividad racional. La economía trata con elementos que pueden ser contados, pesados, medidos, cuantificados." La nueva especie hist6rica suele autollamarse historia cuantitativa. 'La historia cuantitativa según la definici6n de Marczewski y de Vilar es un m6todo de historia econ6mica que. integra todos los hechos estudiados en un sistema de cuentas interdependientes y que extrae sus conclusiones en forma de agregados cuantitativos determinados integra y únicamente por los datos, del sistema."

En los círculos acad6micos de los países industrializados existe la devoci6n por la historia cuantitativa. Dictámenes como el de Carr ("EI culto a la historia cuantitativa lleva la concepci6n materialista de la historia a extremos absurdos") 'no han logrado entibiar

el fervor de los cuantificadores que en su mayoría son gente de izquierda, alguna muy adicta al materialismo hist6rico. Gracias a la cuantificaci6n, según notables cuantificadores, la historia ha podido ponerse a la altura de las demás ciencias del hombre. Según Chaunu, la cuantificaci6n ha conseguido que la historia sea fámula de las ciencias del hombre, y por lo mismo la ha vuelto un ente servicial, le ha quitado el carácter de buena para nada. Chaunu sentencia: 'La historia cuantitativa busca en los testimonios del pasado respuestas a las interrogaciones mayores de las ciencias sociales; estas interrogaciones que son simplemente demandas de series... La demografía tiene necesidad de un espesor estadístico que la historia demográfica proporciona... La economía tiene necesidad de una historia econ6mica regresiva... Es así como la historia puede ser útil en el sentido más noble y al mismo tiempo el más concreto. . . "Si tuviéramos aquí a Chaunu y le preguntáramos 1a historia ¿para qué?", contestaría "para ser tenida por investigaci6n básica de las ciencias y las t6cnicas sociales".

Por lo, demás, se supone que las ciencias sociales reforzadas por la historia científica van a hacer realidad lo que quería Luís Cabrera de C6rdoba en el siglo XVII, una historia que fuera "luz para las cosas futuras". Es ya un hecho lo previsto por Taine en el siglo XIX: "que sequedad y que feo aspecto tiene la historia reducida a una geometría de fuerzas." Pero agregaba: "Poco importa." EI conocimiento hist6rico "no tiene por meta el divertir su mira es explicar el presente y advertir al mañana. Los cuantificadores de la historia creen que si Childe viviera no pondría en futuro la siguiente proposici6n: "EI estudio de la historia permitirá al ciudadano sensato, establecer la pauta que el proceso ha ido entretejiendo en el pasado, y de allí deducir su probable desarrollo en el futuro pr6ximo." S61o los menos optimistas piensan que nos quedaremos en una semiprevisi6n al trav6s de la historia generalizante; creen con Lacombe: "De la historia, ciencia compleja en el mAs alto grado... no es necesario esperar una previsi6n infalible y sobre todo una previsión circunstanciada... A lo mAs llegaremos a entrever las corrientes que llevan a ciertos puntos."

Todavía no se puede saber cuáles promesas de la historia científica se cumplirán plenamente. ¿Hasta d6nde el estudio científico del pasado, hasta donde las largas listas de precios, de nacimientos y defunciones de seres humanos, de volúmenes de producci6n y de otras cosas cuantificables nos permiten encontrar en ellas sentido y orientaci6n para el presente y el porvenir? Profetizar hasta d6nde llegará nuestro don de profecía al través de una historia que haya cuantificado todo o la mayor parte de los tiempos idos es muy difícil. La computaci6n de las pocas noticias conservadas en documentos seriables del pasado no puede prometer mucho. aquí y ahora hay igual número y fuerza de argumentos para los que sostienen la imposibilidad de ver el futuro al trav6s de la ciencia hist6rica como los que ven en cada historiador num6rico un profeta con toda la barba. Pero, si la historia cuantitativa no nos cumple todo lo prometido no importa mucho. S61o a medias quedarán como inservibles libros tan voluminosos como los que suele expedir rebosantes de cuentas. Mantendrán su valor como recordatorios y como auxiliares en la predicci6n del futuro. En el ¿para que? las cuatro maneras de abordar el pasado que hemos visto son un poco ilusorias; las cuatro prometen mAs de lo que cumplen. La anticuaria no es siempre placentera; la crítica está lejos de poder destruir toda tradici6n injusta; la didáctica es mucho menos aleccionadora de lo que dicen los pedagogos, y la científica, por lo que parece, no va a ser la lámpara de mano que nos permita caminar en la noche del futuro sin mayores tropiezos. Como quiera,

lo servicial de las historias

está fuera de duda. La que llega a más amplios círculos Sociales, la historia fruto de la curiosidad que no de la voluntad de servir, los conocimientos que le disputa el anticuario a la polilla, "los trabajos inútiles" de los cruditos han sido fermento de grandes obras literarias (poemas épicos, novelas y dramas hist6ricos), han distraído a muchos de los pesares presentes, han hecho soñar a otros, han proporcionado a las mayorías viajes maravillosos a distintos y distantes modos de vivir. La historia anticuaria responde a 1a insaciable avidez de saber la historia" que conden6 el obispo, Bossuet y que hoy condenan los jerarcas del mundo acad6mico, los c16rigos de la sociedad laica y los moralistas de siempre. La narraci6n hist6rica es indigesta para la gente de mando.

La historia critica, la desenterradora de que traumas, maltratos, horrores, rudezas, barbaries, da a los caudillos revolucionarios argumentos para su acci6n transformadora; busca el ambicioso fin de destruir para luego rehacer; es para cualquier sufriente un fermento liberador. Este tipo de toma de conciencia hist6rica "realiza una aut6ntica catarsis"; produce, según Marrou, "una liberaci6n de nuestro inconsciente socio1ógico un tanto análoga a la que en el plano psico16gico trata de conseguir el psicoanálisis". Se trata de un saber disruptivo que libera al hombre del peso de su pasado, que le extirpa acumulaciones molestas o simplemente inútiles. Suele ser un ponche mortífero para autoridades.

Aun la historia de tan grosero utilitarismo, la que se llama a si misma historia magistra vitae, es una maestra útil al poner ante nuestros ojos los frutos mejores del Árbol humano: filosofías, literaturas, obras de arte, actos de valor heroico, pensamientos y dichos celebres, amores sublimes, conductas generosas y descubrimientos e inventos que han transformado al mundo. La historia reverencial o de bronce nos permite, en expresi6n de S6neca, "despegarnos de la estrechez de nuestra caduca temporalidad originaria y darnos a participar con los mejores espíritus de aquellas cosas que son inmensas y eternales". Si la historia de bronce no se nos impusiera en las aulas, tendría probablemente más repercusi6n de la que posee hoy en día. Es 6sta la b16squeda mAs cara al humanismo, la que exhibe la cara brillante, bella, gloriosa, digna de ser imitada del ser humano. Es tambi6n la disciplina que mejor le sienta a los dominadores

Por ú1timo, a la presuntuosa historia científica, en sus múltiples manifestaciones de historia econ6mica, social, demográfica y de las mentalidades, no es, según la pretensi6n de la gente de sentido común, por no decir del, común de la gente, una mera inutilidad. Es cada vez una mejor sirviente de las ciencias sistemáticas del hombre, de la economía, de la ciencia política, etc. También ayuda a conocer nuestra situaci6n actual y en esta forma a orientar su inmediata acci6n futura, aunque su don de zahorí aun está en veremos. Aun sin capacidades adivinativas es servicial. Es muy difícil creer que la seriedad científica no reporte beneficios prácticos. Como ciencia, tiene su carácter utilitario que es reconocido por mecenas y poderosos.

Por supuesto que ninguna de las cuatro historias se da en pureza en la vida real, y por lo mismo todas, de algún modo, son fuentes de placer, liberaci6n, imitaci6n y gula practica. También son posibles y existentes, las historias globales que aspiran a la resurrección total de trozos del pasado, que resucitan al unísono ángulos estéticos, aspectos crueles, logros clásicos y estructuras de una época y un pueblo y que pueden ser de utilidad para nostálgicos, revolucionarios, hu6rfanos y planificadores. Aunque son imaginables las historias verdaderas totalmente inútiles, no se vislumbra su existencia aquí y ahora.

Para concluir, y en alguna forma justificar pedestre de las palabras dichas es provechoso recordar que el poseedor de la chifladura de la investigaci6n hist6rica no siempre indaga por el para que de su chifladura. Quizá como todas las vocaciones auténticas, el gusto por descubrir acciones humanas del pasado se satisface sin conciencia de sus efectos prácticos, sin parar mientes en lo que pueda acarrear de justo o injusto, de aburrimiento o de placer, de oscuridad o de Im. La búsqueda de lo hist6rico ha sido repetidas veces un deporte irresponsable, no una actitud profesional y menos una misi6n apost6lica. Con todo, cada vez pierde más su carácter deportivo. Quizá ya lo perdi6 del todo en las naciones con gobiernos totalitarios. Quizá la tendencia general de los gobiernos de hoy en día es la de influir en la forma de presentar el pasado con estímulos para las historias que legitimen la autoridad establecida y con malas caras para los saberes históricos placenteros o desestabilizadores o sin segunda intenci6n, sin otro prop6sito que el de saber y comunicar lo averiguado.



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