El norte de la Nueva Galicia, en los apuntes de un obispo del siglo XVII

August 3, 2017 | Autor: Hugo Ávila Gómez | Categoría: Microhistoria, Historia Regional
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CENTRO UNIVERSITARIO DEL NORTE DE JALISCO. UdG NOVENO ENCUENTRO DE ESPECIALISTAS DE LA REGIÓN NORTE DE JALISCO Y SUR DE ZACATECAS Colotlán, Jal., 3 de marzo de 2014

El norte de la Nueva Galicia, en los apuntes de un obispo del siglo XVII Hugo Ávila Gómez Profesor Escuela Preparatoria “González Ortega” Teul de González Ortega, Zac.

El propósito de este texto es comentar un documento escrito en el siglo XVII, fruto de las visitas y las observaciones del obispo de Guadalajara, don Alonso de la Mota y Escobar. En él describe aspectos de la geografía y cualidades de las personas que habitaban esta región. De la relación geográfica de don Alonso de la Mota rescataremos algunos datos que son útiles para entender parte de nuestro pasado colonial, y con ello, ayudar a explicar algunas realidades presentes y futuras. Al realizar la lectura tuvimos en mente preguntas como las siguientes: ¿Cómo eran nuestros pueblos al principio del periodo colonial? ¿Cómo eran sus casas? ¿Qué se cultivaba? ¿Qué comía la gente? ¿Cuánta población vivía en cada una de las poblaciones de lo que ahora es el sur de Zacatecas y norte de Jalisco? ¿Qué aspectos del pasado siguen vivos entre nosotros? ¿Qué elementos de aquella época ayudan a explicar la realidad contemporánea y nos ayudan a anticipar el futuro? Para realizar este artículo consultamos el libro Descripción geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, escrito por don Alonso de la Mota y Escobar (obispo de Guadalajara desde 1599 a 1506), publicado por Pedro Robredo, en 1940, México, D.F.

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La obra fue escrita entre los años de 1602 a 1605, a solicitud de Pedro Fernández de Castro, presidente de los estados de las indias orientales y occidentales de la corona de Castilla, quien pidió al obispo de Guadalajara un informe acerca de la geografía y la sociedad que poblaba los extensos reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León. Entonces, el documento en referencia no se trata de una visita pastoral, sino un informe preparado para la Corona Española. Con toda seguridad, Don Alonso de la Mota y Escobar aprovechó para hacer sus tareas de pastor, pero el documento que elaboró se trata de un informe administrativo.

1. ¿Quién era Alonso de la Mota Escobar?

Nació en la ciudad de México el 18 de mayo de 1546 y fue bautizado en la catedral metropolitana. Estudió desde muy chico en el convento de Santo Domingo de México. Posteriormente obtuvo el grado de bachiller, doctor y teólogo en la Real y Pontificia Universidad de México. Gozó entre sus contemporáneos de gran renombre por su inteligencia, talento y buen modo de tratar a sus semejantes. Un hombre de “suave conversación”, era estimado por sus feligreses porque siempre se declaró partidario de la paz y el buen gobierno. Aprendió la lengua de los naturales de México y por ello llegó a conocerlos de manera cercana y los indígenas le correspondían con muestras de aceptación y cariño. Viajó a España para atender asuntos del cabildo metropolitano. Predicó en Madrid, donde ganó el favor de la emperatriz, por cuyo conducto recibió amplias atenciones de parte del rey Felipe. Fue nombrado deán de la catedral de Michoacán. Luego deán de la catedral de Puebla, el 22 de abril de 1590. Más tarde, deán del cabildo metropolitano, en la ciudad de México. El rey lo nombró obispo de Nicaragua, pero no aceptó el cargo. El 22 de octubre de 1597 nuevamente recibe un nombramiento de obispo, ahora para

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Guadalajara, dignidad que en esta ocasión sí aceptó Alonso de la Mota. Fue hasta 1599 cuando llega a Guadalajara para ocupar su puesto de obispo.

2. La geografía de la región norte de la Nueva Galicia, según la mirada del obispo Alonso de la Mota Escobar

Don Alonso de la Mota divide a la Nueva Galicia en tres climas: temple cálido tolerable, temple demasiado cálido y lugares de temples más fríos. En estos últimos “no se dan todas las frutas de la tierra” (de mata), sino todas las de Castilla (de árbol), como son pera, durazno, membrillo, manzana, higo, granada, uva, naranja. Dice el obispo que la tierra llana y fértil de la Nueva Galicia “es mucha y salpicada en distintos lugares y valles, pero la fragosa y áspera y estéril, es mucha más… Las tierras son generalmente flacas que no acuden más que a diez por fanega, algunas veinte, pero pocas”. A don Alonso de la Mota le llamó la atención que en el reino de la Nueva Galicia el trigo no se cultivara con aguas del cielo, como en la Nueva España. Aquí se siembra en septiembre y octubre, de riego. Por dos razones: llueve muy tarde, por fines de junio, y luego hiela en octubre y toma los trigos de leche. Y porque el trigo de temporal no sale bueno, sino prieto y añublado. Se dan “todas las hortalizas de España, muy buenas y en gran abundancia… Acostumbran los vecinos a tener estos árboles de naranja y limones en los patios de sus casas para gozar de la fragancia del azahar a sus tiempos…”. ¿Cómo era el camino de Guadalajara a Zacatecas, pasando por los pueblos que ahora pertenecen al sur de Zacatecas y norte de Jalisco? ¿Cómo estaban nuestros pueblos al principio del siglo XII? Saliendo de Guadalajara estaban los pueblos de San Juan, San Cristóbal, Tuich, Tepechitlán, Tlaltenango, Colotlán, Guajucar y la villa de Jerez.

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San Juan estaba a siete leguas de Guadalajara y se encuentra al principio de la barranca del Río Grande (ahora Santiago). Por ahí se pasaba en balsas. Para llegar a San Cristóbal había que cruzar el mismo río, y para llegar al pueblo se tenían que bajar “dos leguas de barranca áspera; tiene ocho vecinos y es de temple caliente y de sabandijas ponzoñosas. Los pobladores se ganan la vida pasando a la gente a través del río y de la venta “de frutas de la tierra y pescas que hacen”. Una legua más adelante se hallaba un ingenio, “trapiche de azúcar, no grueso sino de poca cantidad”. Diez leguas más allá está el pueblo de Tuich (Teul), donde hay un convento de frailes franciscanos; 220 indios tributarios. Trabajan en la crianza de aves y el cultivo del maíz; como es un camino transitado, decía Alonso de la Mota, se venden fácilmente ambos tipos de productos. “Es de temple muy frío y sano, de lindas aguas y montañas, donde hay mucha suma de venados, es tierra fértil para labores, y abundante de pastos para ganados; dánse muchas y buenas frutas de Castilla (pera, durazno, membrillo, manzana, higo, granada, uva, naranja). Dos leguas más está Tepechitlán, con 20 vecinos, con el mismo clima y las mismas actividades productivas. Cuatro leguas adelante está el pueblo de Tlaltenango, con 300 indios de vecinos. “De temple muy sano y tiene tierras fertilísimas para maíz; cógese mucho y hay muchas labranzas de españoles e indios”; además, se dedican a otra actividad importante, la de “astilleros en las montañas comarcanas, en que hacen carros y carretas y otras cosas menudas de madera”. Siete leguas más se encuentra Colotlán, con “doscientos vecinos escasos”. “Tierra algo templada y en gran manera fértil, donde se da mucho maíz, chile, calabazas, pepinos y melones”. Crían aves de Castilla y de la propia región. Beben agua de un arroyo “que ciñe al pueblo”, de donde sacaron una zanja por donde corre el agua abundante para regar sus huertas, donde se dan muchas frutas de Castilla. El obispo don Alonso de la Mota explica que Colotlán fue poblado en el año de 1589, por indios tlaxcaltecas e indios chichimecas, “con ocasión de paz y 4

seguridad”, debido a que en la serranía cercana de Tepeque, “había gran suma de indios bravos, enemigos, que salteaban a todos los que pasaban por este camino”. . Cada nación vivía en un barrio distinto. Se trataba que los indios de la sierra de Tepeque vieran cómo vivían los tlaxcaltecas; los mexicanos venidos de Tlaxcala mostrarían buen ejemplo y cómo se debía obedecer a los ministros eclesiásticos. Cinco leguas más adelante está el pueblo de Guajucar, de temple más frío, habitado por 15 indios “que viven de cosechas de maíz y cría de aves”. “Hay en estos contornos buenas vegas y pastos donde hay mucha cantidad de estancias de ganados mayores y juntamente labores de maíz, de españoles”.

3. La vida de los pueblos indios

El obispo Alonso de la Mota Escobar no tenía una idea muy favorable de los “indios naturales de la [Nueva] Galicia”, los cuales, según su mirada de pastor, son “generalmente flemáticos, perezosos en lo que es trabajar para granjear y adquirir hacienda para sí ni para sus hijos, sus ánimos no bulliciosos en pretensiones, la ligereza e insaciabilidad de los cuerpos extraordinaria, mayormente de aquellos que habitan en las sierras, que unos y otros fueron siempre inclinados a guerras con sus comarcas y vecinos…”. Describe así su forma de vestir: “El arreo de sus personas muy simple, de sólo algodón; poca o ninguna policía en el trato político. Sus mantenimientos simplicísimos, de sólo pan hecho de maíz y cuando más algo de caza y pesca y de algunas raíces sin ningún primor de condimento”. “Todos los pueblos de los indios de estos reinos tienen poblaciones fundadas con orden de calles iguales en anchura. Tienen sus iglesias fabricadas a su costa y por obra de sus manos, de ellas de cantería, de ellas de adobe, y algunas suntuosas, y las tienen bien adornadas de imágenes, plata y paramentos de altar, según su posibilidad, todo cumplidamente”.

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“Las casas que habitan todos los indios de estos reinos son en tres maneras: unas son de gente muy pobre y agreste, que son fabricadas de sólo paja a manera de tugurios; otras son fabricadas de palizada y embarradas de barro; otras son las mejores, que son de adobe cubiertas de vigas. Los aposentos son pocos y estrechos, que la mayor no excede de cuatro a seis piezas. Todas tienen sus cercados grandes y pequeños en que siembran como en jardines maíz y algunas flores y frutales; comúnmente tienen todos en sus patios algunos árboles que sirven de sólo sombra en que se salen a sestear, tejer y hilar las mujeres, y en que atan sus caballos…” El obispo de la Mota informa que en los pueblos de indios generalmente existe “una casa que llaman comunidad, donde se congrega a tratar lo que conviene a su república, y en esta casa tienen una caja con llaves en que meten el dinero que llaman bienes de comunidad o sobras de tributos, estas llaves suelen guardar una un alcalde y otra el mayordomo y escribano. Otros dirán en qué se gasta este dinero”. Sobre la forma de cuidar la salud y atender las enfermedades, Alonso de la Mota comenta que “tienen asimismo todos los pueblos de indios un hospital, con título de curar enfermos, que de muy tenues fundaciones, a expensas de todos los indios de este pueblo han venido a subir las rentas de estos hospitales, que comúnmente son de esquilmos de ovejas que con ellas y con la continua limosna que para ellos se pide, hay hospitales ricos; y según lo que yo he visto, no se curan en ellos enfermos, sino que los bienes de ellos se gastan con gente muy sana y recia, según que a su Majestad he dado aviso muchas veces”.

4. El presente y el futuro a la luz del pasado

La descripción geográfica de don Alonso de la Mota nos permite saber algunos hechos relevantes de cómo era la vida en los pueblos de esta región a principios del siglo XVII.

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El clima era benigno, los manantiales eran abundantes y muy buenos, se cultivaba el maíz y trigo, se utilizaba el riego para la producción suficiente de todo tipo de hortalizas. Las personas que vivían en las riberas de los ríos se dedicaban a la pesca y a cruzar en pequeñas balsas a los viajeros, mismos que a decir del obispo, eran frecuentes por los caminos reales de aquel tiempo. La población, disminuida por la guerra de conquista, era poca. En ese tiempo no llegaban a 300 los habitantes de cada pueblo. Esas pocas personas llevaban una vida en la cual ellos mismos producían sus propios alimentos y sus propias fuentes de trabajo. Sin duda, un modo de vida autosuficiente, fundado en el trabajo y en la ayuda mutua, a través de las casas de comunidad, espacios públicos a donde se reunían los habitantes de aquellas villas para comentar y resolver los asuntos que afectaban la vida del común de la población. En cada hogar había un jardín de plantas de adorno y el patio estaba embellecido por árboles frutales que daban comida y sombra a las familias que habitaban las poblaciones de esta región. Al pie de dichos árboles se estaba para descansar, platicar, atender asuntos familiares, recibir visitas, dedicarse a algunos oficios domésticos y ahí también, las mujeres solían tejer, hilar y coser. La vida sencilla de aquellos primeros pobladores de nuestros pueblos actuales, indígenas la mayoría, transcurría entre el trabajo en el campo, las pequeñas labores domésticas, la cacería, la pesca en el río, la convivencia cotidiana a la sombra de los árboles que presidían el patio de cada casa. Eran comunidades enteramente agrícolas, en la naturaleza encontraban su sustento completo y era la misma naturaleza quien gobernaba los periodos de descanso y de trabajo. Aunque eso sí, la mano de obra indígena no era enteramente dueña de su tiempo y de su persona, ya que dependían del gobierno eclesiástico y civil impuestos por los españoles que dominaban estas tierras. El trabajo era forzado. Los indios tenían que emplearse para el encomendero, un español que era dueño de las tierras productivas, y por tanto, de los frutos del trabajo de aquellos peones reducidos a condiciones de semiesclavitud. ¿Quién labora con gusto, con motivaciones hondas y genuinas, 7

cuando sabe que se va dedicar a producir para otros, sin que vea retribuciones justas a su empeño? ¿Es extraño que quienes son tratados como burros de carga se muestren “generalmente perezosos, indispuestos a granjear hacienda para sí y su familia”? ¿Si el trabajo es forzado y esclavizante, no es mucho pedir que se haga con iniciativa enérgica y alegre constancia? ¿Así, con esa desgana, trabajarían los indígenas antes de la llegada de los españoles? Se dicen muchos mitos acerca de la flojera, la irresponsabilidad y la pasividad de los indios mexicanos, los de antes y los de ahora, pero poco sabemos acerca de su realidad verdadera. Para entenderlos un poco mejor, tenemos que asomarnos a su historia y a su vida. Con todo, las casas de comunidad (donde la gente acudía a preguntar qué hacía falta en el pueblo y todo mundo ponía su palabra y sus brazos al servicio de los demás), el modo de vida autosuficiente, los huertos, los jardines domésticos, los árboles frutales en los patios de cada casa, el cuidado de los manantiales que había en cada pueblo, las pláticas sin prisa al pie de la sombra de los árboles que había en el centro de cada casa, son rasgos del estilo de vida antiguo, el que imperó durante la colonia, que tenemos que guardar en la memoria y hacer lo posible para los pueblos y las personas de ahora y de después los tengan presentes de distintas formas. Y, con ello, tratar de volver a tradiciones conviviales, de armonía comunitaria y de economía frugal y autosuficiente. En la Nueva Galicia no hubo un obispo como Vasco de Quiroga. No lo ha habido hasta la fecha. En lugar de fundar pueblos para que los naturales tuvieran protección contra los abusos de los españoles, aprendieran oficios y vivieran con armonía, en una organización propia, en esta región del país se repartieran las tierras y los indios a encomenderos que sólo pensaban en incrementar el patrimonio familiar. Quizás eso explique la incomprensión de la Iglesia hacia la cultura local y la carencia de formas comunitarias de ver y vivir la vida.

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