El negocio de las editoriales en Chile

May 23, 2017 | Autor: F. Marin Naritelli | Categoría: Literatura, Libros, Negocios
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Descripción

El negocio de las editoriales en Chile

La industria editorial del libro en nuestro país es un intrincado mundo,
atravesado por las lógicas de producción actuales, el IVA que grava su
comercialización, las transformaciones históricas a partir de la dictadura
militar, las trasnacionales y las nuevas tecnologías de la información,
que constituyen un claro desafío a esta industria que tiene tanto de
comercio como producción o reproducción cultural.


Por Francisco
Marín Naritelli (2009)

"Cuando el mundo de una persona es oscuro, lee un libro y ve otro
mundo", escribía Shmuel Yosef Agnon en una Historia Sencilla. Sin embargo,
el mundo de los libros -hoy en día- es un complejo entramado de ofertas,
demandas, y una poca atomística maquinaria de producción y distribución de
ese "sol del saber", más aún si hablamos de Chile. El 90 % de la industria
editorial en nuestro país es manejado por empresas trasnacionales. De
ellas, las más representativas son Seix Barral, Santillana Random House
Mondadoria, Norma, Ediciones B y Grijalbo. Un porcentaje considerable de
estas editoriales es de origen español. El resto del mercado lo ocupa
Editores de Chile, una asociación escindida de la Cámara Chilena del Libro
a comienzos de la presente década y que une a Editorial Universitaria, LOM,
Andrés Bello, Cuatro Vientos, Tajamar, junto a otras 35 editoriales
independientes. "Decidimos retirarnos, y no en son de pelea, sino que con
la convicción de dada la débil situación en la que se encuentra el libro
chileno debemos luchar fuerte por ello", explicó Eduardo Castro, director
de Editorial Universitaria, al Boletín de la Asociación de Editores de
Chile en octubre de 2006.

Paulo Slachevsky, director de LOM ediciones, reconoce que "la
industria de libro es una las industrias culturales, que de manera clásica
funciona en equilibrio entre su carácter cultural y el aspecto comercial, y
todo, en este último tiempo, se ha visto cruzado por un dominio neoliberal
donde se ha producido una gran concentración editorial". No obstante, para
desentrañar los engranajes propios de la industria editorial en nuestro
país, primero, es preciso explicar los costos de edición y publicación del
libro en Chile y derribar algunos mitos en torno al alto valor que tiene en
comparación con otros países de la región y del mundo.


Sol del saber

"De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda,
el libro", decía el conocido escritor argentino Jorge Luis Borges. Ya lo
pretendía Gutenberg a comienzos del siglo XIV; ya lo aseveraban las frases
atávicas "tanto podemos, tanto sabemos", o "poder es saber". El alto estima
que se cernía sobre el libro recaía en su capacidad inmanente de iluminar
la razón de los hombres y contribuir al progreso cultural de las naciones.

Para el autor de Ficciones, "el libro es una extensión de la memoria y
la imaginación del hombre". No por nada cuando la imprenta llegó a Chile,
asevera Bernardo Subercaseaux, destacado historiador nacional, se le llamó
"la maquina de la felicidad". Sin embargo, dos siglos después, el panorama
es bastante distinto. El nivel de lectura en Chile no se condice con el
grado de desarrollo económico alcanzado en los últimos años. Los chilenos
leen poco y las cifras son decidoras. Un estudio del Consejo Nacional de la
Cultura y de las Artes, señala que solo un 40,4% de los consultados leyó al
menos un libro en los doce meses previos al proceso de encuesta. En otras
palabras, un 60% de la población no lee libros, a diferencia de países como
Argentina, Suecia o Inglaterra, donde la cantidad de lectores alcanza un
70%.

Sumado a lo anterior, los resultados de diversas pruebas
internacionales demuestran que los chilenos tienen una baja comprensión
lectora no solo en cuento a información cuantitativa o documentos
elaborados, sino a documentos relativamente sencillos, incluso pequeños
manuales de instrucciones. Según la encuesta IALS el 85% de los chilenos
puede, a lo más, lidiar con textos simples. El alto porcentaje mencionado
desvirtúa la distinción por estrato social. Tanto la población en situación
desmejorada, como la población más acaudalada tienen pobrísimos resultados
de comprensión de lectura, a pesar del desigual acceso a la educación
existente en el país. Más tajante es el estudio de PISA del 2000, el cual
asegura, que pese a los esfuerzos de la Reforma Educacional, "el 78% de los
estudiantes chilenos carece del nivel de lectura mínimo necesario para
insertarse satisfactoriamente en el mundo de hoy".

Para José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, "esto es
problema del deterioro cultural del país, por el sistema económico y que se
traduce en un la falta de valoración del libro y en todo lo que el libro
significa y contiene". Varas señala, como ejemplo, que cuando comenzó a
publicar libros en 1946, "los tirajes eran de unos mil ejemplares, ahora
-con cuatro veces más población- la circulación es la misma".


Ante tal panorama, Paulo Slachevsky, dice ser relativamente optimista:
"desde 1990 estamos mucho mejor. Hay más gente que lee". Si bien reconoce
que avances como el maletín literario, y en especial, la política nacional
del libro y la lectura comenzada en 2006, "ha ayudado a que el libro tenga
una mayor presencia en la sociedad chilena, falta mucho por hacer".

"Todavía hay cierto desinterés por el libro", agrega Slachevsky y eso
se refleja en el documento Por una política de Estado para el libro y la
lectura elaborado por los Editores de Chile. Según el documento, "no
existen políticas sustantivas destinadas a apoyar la creación literaria que
incentive los hábitos de lectura en la población y fomente la producción y
comercialización del libro". En países como Colombia, Argentina y México
hay un estatuto especial para el libro y la lectura, en otros, existen
instrumentos incentivadores, como las normas tributarias especiales para el
libro, entre las cuales destaca la aplicación de un IVA diferenciado, como
ocurre en Canadá y Estados Unidos (7%), Bélgica (6%), Francia (5,5%),
Italia y España (4%), Suiza (2%). En otros países, en que no hay IVA
diferenciado, se establece una exención de IVA como ocurre en Colombia,
Brasil, Argentina, Uruguay, Irlanda, Rusia, México, Gran Bretaña, Corea,
Hungría, entre otros. Chile es uno de los pocos países que no tiene un IVA
diferenciado.

El documento asevera que el libro en Chile "paga los mismos
impuestos, las mismas tarifas de transporte y está sometido a la misma
especulación de precios que otros productos". En este sentido, "el libro en
Chile no goza de ninguna exención tributaria como las que benefician otras
industrias o servicios (construcción o deporte, por ejemplo) ni tiene un
trato preferencial para acceder a financiamiento".

Además, hay un escaso y complejo acceso al financiamiento para las
editoriales y las demás empresas del sector del libro, en su casi totalidad
pymes, y hay un alto costo de transporte por la geografía de nuestro país,
incluso para la exportación hacia el exterior: "las tarifas de carga aérea
a España o México significan entre 25 y 50% de recargo sobre los precios
FOB de los libros; las cargas marítimas son lentas y sólo resultan
rentables para envíos de más de 500Kg.; a su vez, para exportaciones
pequeñas y ventas por Internet a países vecinos, las mensajerías pueden
llegar a superar el 200% y no existe el correo terrestre o marítimo".

Otro de los problemas que han afectado a la industria del libro
nacional es la masificación de la reprografía y la piratería. Según cifras
que maneja la Cámara del Libro, el comercio ilegal recauda unos 25 millones
de dólares anuales, "cifra que deja de percibir la industria del libro, es
decir, los integrantes de la cadena que va desde el autor hasta el
librero".


Por su lado, la reprografía afecta aún más dramáticamente, en unos 40
millones de dólares al año, pues no golpea sólo a los títulos más vendidos,
sino que a todo el espectro de la producción editorial: libros de tiradas
menores, como ensayos y textos sobre educación, filosofía, psicología,
historia, administración, sociología y libros usados en la formación
profesional y técnica. El monto que gastan las bibliotecas de instituciones
chilenas de educación superior en fotocopias se aproxima a los 5 millones
de dólares/año, en tanto que el monto que gastan los 500.000 alumnos de
educación superior en fotocopias se calcula en 9 millones de dólares
mensuales ($ 10.000 promedio por alumno).


En otro sentido, las adquisiciones de libro por parte del Estado, a
través del Ministerio de Educación, de las bibliotecas públicas y del
Consejo del Libro son bastante desventajosas si se la compara con otros
países. Si las compras institucionales en Estados Unidos alcanzan a 3,5
libros per cápita, en China a 3 libros y en Brasil a 1 libro per cápita; en
Chile, éstas varían entre 0,5 y 0,6 libro per cápita al año.


Se hace necesario, en definitiva, según el documento, "una política de
Estado que exprese la comprensión del valor del libro y la cultura por
parte de la actual generación de chilenos y el compromiso de todos los
actores con su futuro". Pero, por sobre todo, para Slachevsky, "es
necesario extirpar la noción de que el libro es caro".


El costo del libro: ¿mito o realidad?

Según estudios de la Asociación de Editores de Chile, el 57% de los
títulos tienen un valor inferior a los 60.000 pesos, y un 14% inferior a
los 3.000 pesos. Al respecto, Slachevsky asegura que "el libro chileno no
es caro a nivel internacional (…) hemos calculado el precio del libro en
7.500 con IVA del 19%".

Pese a que el IVA al libro es muy alto, "estamos más barato que los
libros europeos, similar al libro de bolsillo y más barato que el libro en
México".

En cambio, Slachevsky explica que existen otros factores que hacen de
la industria del libro, una "industria precaria", como lo es, la poca
cantidad de distribuidores que existen en el país. "Somos uno de los países
con menor cantidad de librerías por habitante entre los países lectores",
asevera. Incluso un estudio de la Cámara Chilena del Libro, señala que en
la actualidad hay sólo 99 librerías y 54 sucursales dedicadas
exclusivamente al comercio de libros.

"La diversidad de puntos de venta es una condición fundamental para el
desarrollo de la producción y la difusión del libro. Chile cuenta hoy menos
de un punto de venta dedicados exclusivamente a libros por cada 100.000
habitantes y los que existen se encuentran en gran parte concentrados en
Santiago", asevera el documento elaborado por Editores de Chile.

También se suma, "la ausencia del libro en el ámbito universitario,
donde dominan las fotocopias". Eduardo Castro, director de la Editorial
Universitaria, en este punto, señala que "la práctica común de fotocopiar
libros en las casas de estudios superiores liquida a la industria
editorial". Pero no solo afecta a la industria como tal, sino también a la
formación de los estudiantes. El mismo Slachevsky señala que "la práctica
de la fotocopia como eje de la formación universitaria limita a quienes se
están formando, a los estudiantes, a los próximos profesionales, que solo
se relacionan con fragmentos de obras, fragmentos de ideas".


Pese a todo a los problemas que se reconocen en la producción,
distribución y circulación del libro a nivel nacional, para Juan Carlos
Sáez, "son los libros importados los caros, y, particularmente, los
importados desde España". El mismo José Miguel Varas ironiza que "se podría
mandar un disquete e imprimirlo en Chile si hubiera una política nacional
del libro. Más que una política de fomento al libro, hay una política
contra el libro".

Según el informe de Cerlalc, del Ministerio de Cultura de España y la
Federación de Gremios de Editores del mismo país, "España exportó a América
Latina 236 millones de dólares en 2004, mientras que a igual fecha, España
solo le compró a América Latina 7,6 millones de dólares". España, sin duda,
es el centro de la producción editorial en lengua española, aunque el 60,
2% de los títulos nuevos editados en Iberoamérica en 2005 se hizo en
Latinoamérica y sólo un 39,7% en España medido bajo el registro ISBN. Al
respecto, para el editor Juan Carlos Sáez, es impresentable "que el 10% de
la población hispanoparlantes explique el 97% del comercio de libros entre
España y América Latina". Sáez asevera, para el Boletín de la Asociación de
Editores de Chile, que "se deben desarrollar políticas públicas en América
Latina, mediante el fomento de la edición local y su exportación a España".



En el mismo documento, el miembro de Editores de Chile, precisa que el
"gobierno español debiera resolver las trabas que en la práctica impiden
que las ediciones latinoamericanas participen en compras públicas. También
el sector de las librerías de España debe adecuar su estructura comercial
para permitir el acceso real del público español a las ediciones de
Latinoamérica".




En todo caso, hacer que el libro sea más accesible a todos es tarea
difícil. En tal sentido, Slachevsky asegura que "ninguna medida cambiaría
el precio del libro en el país. Es un proceso, es una cadena de
producción".

Bajo la impronta de Quimantú

José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, asegura en El
Sol del Saber, que la editorial Quimantú, "fue la mayor y más valiosa
realización del Gobierno Popular en el campo de la cultura y, por otra
parte, el ejemplo más notable de una empresa estatal exitosa y eficiente".


Quimantú que en mapudungun significa "sol del saber", nació a la luz
del conflicto sindical entre la antigua editorial Zigzag, que era una de
las más importantes editoriales del país, y sus trabajadores a fines de los
años 70. Fue una idea del mismo Presidente Allende quien soñaba con "poner
los libros al alcance de todos y fomentar la lectura, con todo lo que ella
acarrea. Estaba convencido que la lectura amplía los horizontes, los
conocimientos y la imaginación".


Es así como se negoció la venta de Zigzag con el representante de la
empresa Sergio Mujica Lois. "El precio establecido se pagó, según lo
estipulado, cincuenta por ciento al contado y el saldo en bonos del Banco
Central", relata Varas. A la recién creada Quimantú, Allende puso como
director al escritor costarricense Joaquín Gutiérrez. De inmediato, los
libros fueron agrupados en diversas colecciones: Cordillera, con autores
como Carlos Droguett, Walter Garib, Germán Marín, Ricardo Güiraldes; la
colección Cuncuna, destinada a los niños; y quizás la más importante,
Quimantú para todos, "que lanzó 30 mil ejemplares por título en ediciones
cuidadas, a bajo precio, de una notable variedad de obras en prosa y en
verso, de autores clásicos y contemporáneos, nacionales y extranjeros",
señala José Miguel Varas.

El fácil acceso a los libros producidos por la editorial Quimantú,
sumado al bajo precio que tenían y que era similar al de una cajetilla de
cigarrillos, daban las luces del éxito alcanzado. Según el estudio
Quimantú 1971-1973. Un suceso editorial de Pola Iriarte y Mónica
Villarroel, "a mediados de 1972, con poco más de un año de existencia, la
producción literaria de Quimantú superaba los 500 mil ejemplares mensuales.
Sumadas las reediciones, los libros políticos y otros de diversa índole,
esta cifra se eleva por sobre los 800 mil".

La existencia de Quimantú, como tal, llegó a su fin junto con la
muerte Salvador Allende y el Golpe de Estado de 1973. La empresa estatal
pasó a llamarse Editora Nacional Gabriela Mistral con un objetivo
claramente distinto al inicial. En este sentido, a la interrupción y
desarticulación del aparato de distribución que había montado Quimantú,
junto con el allanamiento e intervención de la empresa por parte de los
militares, se suma, para Bernardo Subercaseaux, en su libro Historia del
libro en Chile, "la descontinuación de las líneas editoriales que apelaban,
siguiendo las pautas de la masificación estatal, a nuevas capas de
lectores". La exclusión autoritaria de corrientes culturales progresistas
"se tradujo en una merma del patrimonio creativo de la sociedad y las
fuentes que alimentaban a la industria editorial" como el exilio de
numerosos escritores, intelectuales y científicos.


Contra la tenencia de "libros subversivos", se erigió la
"recularización del país" a través de la publicación de tres vertientes
de pensamiento, según Subercaseaux: "la vertiente nacionalista autoritaria,
que tenía como eje una concepción telúrica-metafísica del ser chileno" con
obras como el Combate de la Concepción de Jorge Inostroza o El Pensamiento
Nacionalista, texto en el que colaboran intelectuales cercanos a la derecha
chilena como Ricardo Cox, Sergio Onofre Jarpa u Osvaldo Lira. Las otras
vertientes de la recién creada Editora Nacional Gabriela Mistral fueron la
integrista espiritual, "y en sus preferencias por la alta cultura, pueden
inscribirse también los títulos consagrados de la literatura europea, como
las Novelas Ejemplares, de Cervantes, o los cuentos de Maupassant".
Subercaseaux destaca que "a diferencia de Quimantú, no se percibe tras
estas obras un programa coherente de difusión masiva".



Al contrario de la política "iluminista" del gobierno de Salvador
Allende, que pretendía masificar los libros, la dictadura asignó al
mercado, como tercera vertiente reconocida por Subercaseaux, "un rol
preponderante no solo en la vida económica, sino también en la vida social
y cultural". Con ello, la cultura pasó a concebirse "como un bien
transable, similares a otros, que requiere, por tanto, ser desarrollado
con criterios mercantiles y de eficiencia empresarial". Como reconoce
Slachevsky, "eso marcó el quiebre", "ya que el libro estuvo presente en
toda la República, se le consideraba como fuente de democratización hasta
el Golpe de Estado". De ahí, "el libro pasó de ser un amigo, a ser algo
peligroso, y luego, al final de cuentas, transable (…) con ello se
destruyó la industria editorial".


Aparece en estos años una nueva generación de administradores
editoriales, que tiene como preferencia, según Subercaseaux, "la formación
comercial y mercantil y que no le concede tanta importancia a la función
social del libro". En términos de producción, se empezaron a privilegiar
los best sellers y obras consagradas, o títulos que son subproductos de
otros medios de comunicación.

La política nacional del libro durante la dictadura tomó rumbo
definitivo en 1976, cuando la ex Quimantú, fue adquirida por Juan Fernández
Montalva, propietario de la Imprenta y Litografía Fernández. Cabe señalar
que en 1982 la Editora Nacional Gabriela Mistral, ahora en manos privadas,
quiebra, ocasionando el despido de todos sus trabajadores (que de 1.600 en
1973, pasa a poco más de 250 empleados). Las maquinarias se venden a un
precio ínfimo y la mayor parte de los ejemplares son adquiridos por
papeleros, "para ser revendidos por kilo a las industrias manufactureras de
papeles y cartones".

La falta de una política de fomento nacional del libro y, aún más, los
nuevos criterios económicos que privilegiaban el marketing y las utilidades
de la empresa por sobre la cultura; provocó un grave deterioro en la
producción, circulación y consumo de libros, casi irremediable.







Los engranajes de la industria editorial actual

El panorama de la producción del libro en Chile, es comparativamente
menor a la de sus países vecinos. Los tres mayores mercados editoriales en
América Latina son Brasil con 410 millones de ejemplares y una facturación
de alrededor de 2000 millones de dólares, lo que representa el 54% del
mercado total de la región; México con 93 millones de ejemplares, lo que
representa el 20% de las ventas; y Argentina, que con 52 millones de
ejemplares y una facturación de alrededor de 600 millones de dólares
representa el 12% del mercado latinoamericano. Si consideramos los títulos
editados y los libros impresos vemos que en 1997 en Latinoamérica se
publicaron 80.000 títulos y se imprimieron 581 millones de libros, de los
cuales el 50% corresponden a la producción de Brasil. Si excluimos a
Brasil, México publica el 44%, Argentina el 26% y Colombia el 20% (en donde
la industria exportó en 1994, ochenta y cinco millones e dólares) seguidos
por Chile y Venezuela. En España, la facturación interna de la industria
del libro el año 2002 superó los 2.500 millones de euros.


Para Paulo Slachevsky, "la industrial del libro en Chile es un espacio
de construcción que vive en esa fuerte tensión en tratar de generar un
espacio propio y no solamente ser un lugar de reproducción de lo que viene
de España". Es en ese escenario en que se mueven las grandes industrias
trasnacionales. Para Subercaseaux, uno de los aspectos más relevantes del
nuevo paisaje editorial, es, precisamente, "la expansión y fusión de los
grandes conglomerados trasnacionales del libro". En este sentido, la
mayoría de las editoriales presentes en nuestro país como Alfaguara y
Santillana operan de acuerdo a un modelo, dirá Subercaseaux, que "combina
cierta autonomía editorial local con el control financiero por parte de la
casa matriz, lo que significa que deben ser rentables".

La industria editorial, por ejemplo, que opera en la franja del libro
escolar, tiene una producción, donación y comercialización anual que oscila
entre los 5.000.000 y 8.000.000 de textos. Cifra considerablemente mayor al
libro tradicional cuya producción hacia fines de la década del 90` en
4.000.000 de libros (un promedio entre 1995 y 1999 de 2.200 títulos
anuales, con un tiraje de 1800 ejemplares). Lo anterior significa, que
alrededor del 70% de toda la actividad editorial en nuestro país proviene
de la producción de libros escolares.

A comienzos de la década del 90`, operaban en el rubro texto un total
de 10 empresas, entre las que se cuentan Andrés Bello (Jurídica), Arrayán,
Didascalia, Ediciones Pedagógicas Chilenas (Hachette); Indea, Norma
(filial de la empresa colombiana del mismo nombre); Salesiana; Santillana;
Universitaria y Zig- Zag. Seis de ellas, el rubro texto constituye el 70%
de su actividad (Arrayán, Didascalia, Ediciones Pedagógicas de Chilenas,
Indea, Salesiana, Santillana y Norma).

Haciendo el desglose de la procedencia de las distintas editoriales,
la mayoría de estas corresponden a filiales locales de grupos editoriales
europeos o empresas mixtas en que estos grupos tienen un porcentaje
importante de la propiedad. Arrayán pertenece a la editorial Anaya de
España; Ediciones Pedagógicas Chilenas, vinculada al grupo editorial
Hachette de España; y Santillana, vinculada a Santillana de España. Cada
una de estas editoriales locales, para Subercaseaux, "forman parte de una
red de filiales o de empresas mixtas, dentro de una modalidad de operación
que aprovecha los beneficios de la transnacionalización de las actividades
editoriales". Las redes -tanto Sudamérica como en España- permiten
comprender el alcance de esta modalidad de negocios, no solo en cuanto a
los textos educativos, sino, en un sentido laxo, a todos los circuitos de
producción y distribución del libro.

Sin embargo, frente a la transnacionalización del libro, han emergido
las llamadas editoriales independientes. Según el documento de Editores de
Chile "la edición nacional, independiente y universitaria, es el espacio
para la identidad, la creación y la memoria de Chile y es la única que
puede y quiere acuñar y difundir la producción cultural nacional menos
masiva pero cualitativamente insustituible". Es el sentido que ha querido
imprimirle Editores de Chile, asociación gremial de editores independientes
creada el 2003, del cual forma parte LOM ediciones.


Paulo Slachevsky señala que "hay un planteamiento de recuperar el sentido
cultural y el sentido social del libro (…) nosotros buscamos rescatar el
libro desde una posición independiente". Más específicamente, tomando su
rol de director de LOM ediciones, Slachevsky asegura que "la apuesta
nuestra, más que competir con las trasnacionales, es abrir es un espacio
para la visión local y latinoamericana", ya que "no es posible pensarse
como nación, sino no somos creadores y productores culturales y no
solamente reproductores".

Hacia un nuevo modelo de publicación


Las nuevas tecnologías de la información, la masificación de Internet
o la emergencia de nuevos soportes de publicación, han abierto la
discusión acerca de la forma de concebir la producción, distribución y
circulación del libro. Empresas como Amazon se constituyen en valores de
una sociedad en permanente cambio y en un claro desafío de las grandes
editoriales del libro.

No son pocos los que han augurado el fin del soporte en papel del
libro y su reemplazo por la cultura de la imagen. Incluso el mismo Dick
Brass, el brazo derecho de Bill Gates, había anunciando para el 2010 el
fin del libro- tal como lo conocemos- para dar paso a la experiencia del
llamado "homo videns". Sin embargo, para Bernardo Subercaseaux, "la nueva
materialidad electrónica que adquiere la escritura no significa en ningún
caso el fin del libro o la muerte del lector", ya que no se puede
"considerar a la lectura como una experiencia cultural aislada, en
circunstancias que se trata de una experiencia cultural interconectada con
otras experiencias" como la televisión o el Internet. Las cifras son
reveladoras: en Estados Unidos, por ejemplo, el número de libros publicados
anualmente han subido en las últimas décadas, alcanzando un promedio de
60.000 títulos por año, lo que supera con creces el promedio de 40.000 en
las últimas dos décadas. El número total de libros se ha más que
quintuplicado desde que la televisión empezó a difundirse.


Con respecto a Internet y su influencia en la venta de libros,
Bernardo Subercaseaux señala que, desde el punto de vista de la
producción, "ha hecho posible la edición de libros con tirajes reducidos y
a costos muy bajos". El ejemplo más patente es Amazon. Esta empresa es el
paradigma de un modelo exitoso de negocios basado en la venta de libros
digitales más allá de las barreras territoriales. En 2002 llegó a facturar
un total de 3.900 millones de dólares en todo el mundo, y así,
exponencialmente, hasta los 10.700 millones en 2006. Con la creación de
Kindle, un pequeño dispositivo que solo cuesta 279 dólares, Amazon busca
hacerse de un mercado que permite a las personas descargar personalmente
los libros digitalizados. "De cada 100 libros que vende Amazon en Internet,
30% son digitales y se descargan a un Kindle", señaló en entrevista, David
Naggar, vicepresidente de Kindle. Lo anterior abre la discusión acerca del
futuro del libro en formato tradicional. Aunque Naggar asevera que Kindle
"llegó para quedarse", precisa que no va a desplazar al libro tradicional,
pues "hay espacio para todos".

En la misma línea, Luz Ángela Martínez, coordinadora académica
informática y profesora de literatura de la Universidad de Chile, señala
que "en ningún caso uno podrá reemplazar al otro. Decir lo contrario es una
tontería, ya que la edición digital y la imprenta tienen una relación
paralela, incluso productiva para la publicación en papel".



Más enfático es Alejandro Morales, profesor de multimedia y encargado
informático de la Universidad de Chile. A juicio de Morales, la presencia
de Internet en los ámbitos culturales, solo ha diagnostico la muerte de un
modelo de negocio, "de una forma de reproducción cultural". En este
sentido, "más que la amenaza que todos piensan, Internet ha sido un factor
de potencionamiento, de masificación, pues permite derribar las barreras
físicas del acceso a los libros".

En el argumento de Morales, subyace una critica directa al mundo
editorial, ya que, como asevera, "Internet vino destapar una olla, y eso
significa que las grandes industrias culturales estaban encapsulando,
jibarizando el desarrollo cultural por razones económicas". Al respecto,
"Internet pudo vencer a los intermediarios y esto ha provocado todo una
cambio cultural, pues accedes a una cultura libre de información, a una
democratización del conocimiento".

Esa democratización del conocimiento gracias a la masificación de
Internet, ha permitido, por otro lado, un expedito acceso a nuevos formatos
y soportes de publicación, más allá de las barreras de costo y al
tradicional circuito del libro. Rodrigo Zuñiga, estudiante de literatura de
la Universidad de Chile, asevera que Internet "el medio libre a través del
cual se publica y la gente accede a lo que tú escribes". Para Zuñiga, las
nuevas tecnologías de la información se constituyen "en una verdadera
válvula de escape frente a la anquilosas lógicas de las industrias
editoriales".


Caracterizando a nuestra época y a modo de reflexión, Bernardo Subercaseux,
señala que, más allá de los cambios tecnológicos, la mundialización de la
economía, y la uniformidad trasnacional de la cultura; "no se puede
equiparar conocimiento e información" ya que el libro provee tanto "un
espacio que se despliegan las ilusiones, los sentimientos y las emociones,
como la búsqueda de "un conocimiento profundo y complejo, un saber que
interprete los datos y vaya más allá de ellos". El tiempo dirá, sin
embargo, cuanto incidirá en el libro tradicional, el avance de Internet, y
los nuevos soportes de publicación y circulación del libro. También el
futuro de la industria editorial en nuestro país y en el mundo.
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