El mundo interno del trauma

July 14, 2017 | Autor: Enrique Estrada | Categoría: Literature and Trauma, Loss and Trauma, Trauma
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Descripción

EL MUNDO INTERNO DEL TRAUMA

Enrique Estrada[1]


Introducción

El mundo interno del trauma, pretende dar a conocer nuevos horizontes para
la comprensión del trauma psíquico desde una perspectiva que tome en
cuenta la vivencia interna del sujeto y restituir el conocimiento mediante
la comprensión que sobre la experiencia el sujeto tiene de su enfermedad.
Tratamos también de responder a las preguntas tales como ¿cómo es ese
mundo donde la subjetividad ha sido fracturada? ¿de qué imágenes consiste?
¿ cómo se articula? Debemos de darle un valor al sentimiento de la vida
interna que es el corazón de la humanidad, la cual es una forma de vida
psíquica distinta de la consciencia dual donde las formas del recuerdo y la
memoria que involucran una concientización reflexiva son las mas frágiles
y proclives a perderse para siempre.

Nuestro mundo se ha transformado en algo dolorosamente extraño y alienante
en el cual nos hacemos desde un malestar presente en nuestra cultura,
malestar por el cual somos atravesados dando lugar a la instalación de un
trauma psíquico que posee el sello irrefutable de la vivencia de lo
siniestro en nuestra existencia. Estas experiencias de violencia social que
la comunidad humana vive en la actualidad, colindan con lo abismal, y han
logrado que el trauma se haya convertido en la seña de identidad del siglo
XXI.

El trauma psíquico implica siempre una interacción del "afuera" con lo
interno de cada uno e implica un constante inter-juego entre el mundo
externo y el mundo interno, partiendo del hecho de que lo traumático es
consecuencia de un evento externo y la manera en que esto es vivido por el
psiquismo [Tutte, 2004]. Si partimos de esa posición, la experiencia y
vivencia de la cotidianidad de la violencia social es capaz de
desestabilizar nuestras estructuras psíquicas creando en la mayoría de las
veces un trauma psíquico en proporción a la gravedad del hecho social
traumático y en función de cómo cada uno de nosotros se siente involucrado
por el acontecimiento, es decir nuestra posición subjetiva ante el evento.

El trauma psíquico como entidad clínica ha tenido un largo recorrido el
cual se inició con Estudios sobre la Histeria 1893-1895 de Sigmund Freud
y Josef Breuer a los cuales les siguieron más de 150 años de
investigación y literatura sobre el tema. En este lapso de tiempo la
descripción clínica sobre el trauma se ha ido detallando más, sin embargo,
conserva en gran parte sus características originales. Por su lado, la
escuela norteamericana recurre como primera explicación y opción al
enfoque diagnóstico propuesto por la Asociación Psiquiátrica Americana a
través del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales,
obviando varios aspectos centrales del problema, en especial, el sentido
particular que cobra el acontecimiento traumático para cada persona.
También encontramos un panorama bastante árido en lo que versa sobre la
dimensión cualitativa del fenómeno y la vivencia interna del sujeto en
cuanto a la experiencia misma. Parece ser que únicamente los modelos
psicoanalíticos y fenomenológicos se esfuerzan por explicar esta
experiencia desde una óptica que nos propicie una visión más amplia y
personal sobre el trauma emocional.

Para comprender la experiencia interna de esa vivencia desde una óptica
más profunda, se hace necesario realizar un recorrido histórico, explorar
sus vertientes, conocer sus distintas conceptualizaciones teóricas y
explorar las vivencias en las regiones del tiempo y la memoria.

Contexto histórico del desarrollo del concepto de trauma psíquico.

Al revisar la historia de eventos catastróficos, encontramos que ya en el
Gran Incendio de Londres en 1666 se describe un cuadro clínico semejante
al descrito en las personas afectadas por un hecho traumático (Herman,
1997).Sin embargo, las primeras descripciones que la literatura médica
hace sobre las consecuencias del trauma se inscriben a mediados del siglo
XIX en Francia e Inglaterra ocurridas durante la Primera Revolución
Industrial, las cuales se refieren a víctimas de accidentes ferroviarios
que presentaban insomnio, agitación, continuo estado de alarma y
agotamiento como síntomas posterior al accidente (Stagnaro, 1998).
Posteriormente, el estudio de la histeria en las últimas dos décadas del
siglo XIX, sustentó el desarrollo de la temática sobre el trauma lo cual
llevó a la creación del psicoanálisis, y fue Briquet en 1859, el
representante más acabado de la histeria pre-freudiana; quien consideró a
la histeria como una afección puramente cerebral y naturalente común a los
dos sexos: "se puede señalar que la histeria es una enfermedad que consiste
en una neurosis de la porción del encéfalo destinada a recibir las
impresiones afectivas y sensaciones" (Briquet, 1859).

Posteriormente Jean Marie Charcot le da su carácter científico sin
embargo, es de destacar que dentro del contexto sociocultural de la época,
dominado por el conflicto entre la burguesía, representante de una
tradición del iluminismo y por otra parte por los representantes de la
aristocracia y el clero, Charcot como representante de la burguesía, la
cual busca el control de la educación secular, trató de demostrar las
ventajas y virtudes de la educación secular, modernizando en 1870 el asilo
de La Saltpetriére donde lleva a cabo sus investigaciones. Al demostrar
Charcot que el origen de los síntomas (parálisis motrices, pérdidas
sensoriales, convulsiones y amnesias) era psicológicos, se gana una
batalla anticlerical y le da un gran impulso a estudio científico de la
histeria (Herman, 1997). Al momento en que Charcot da a conocer el cuadro
de "Le Grand Neurosis", están presentes Sigmund Freud y Pierre Janet
quienes posteriormente en 1890 llegan de manera independiente a
conclusiones similares: que la histeria era causada por un trauma
psicológico de características intolerables para el psiquismo, lo cual
originaba una alteración del estado de conciencia, llamada disociación por
Janet y doble conciencia por Freud, en la cual hacen su aparición los
síntomas histéricos. Los puntos de coincidencia en ambos era que los
síntomas somáticos de la histeria representaban acontecimientos dolorosos
eliminados de la memoria consciente y que, los síntomas histéricos se
aliviaban cuando los recuerdos traumáticos (unidos a los sentimientos que
les acompañaban) eran recordados y expresados verbalmente. La
interpretación de los estados alterados de conciencia es distinta: mientras
que para Janet eran característicos de una disposición a la sugestión y
debilidad psicológica, para Freud pueden ocurrir en cualquier persona.

Al inicio del siglo XX, los estudios sobre el trauma psíquico caen en un
período de olvido, a pesar de la presencia de la sintomatología presentada
por los excombatientes, víctimas de terremotos y explosiones,- que
coinciden con la guerra ruso-japonesa (1904-1906). No es sino hasta la
Primera Guerra Mundial que los soldados expuestos a la constante amenaza de
muerte, la presencia de las mutilaciones y la muerte de sus compañeros que
se empiezan a manifestar conductas similares a las observadas en las
mujeres histéricas: llanto y gritos sin control, parálisis, mutismo, afecto
plano, amnesia, pérdida de la capacidad de sentir. La primera hipótesis
para explicar el fenómeno fue la de "Shell Shock" provocado por el ruido de
la artillería que causaba conmoción cerebral. Sin embargo, la misma
sintomatología se dio en personas que no habían sido expuestas a los
bombardeos lo cual abrió el camino para considerar otras explicaciones,
entre ellas la teoría que postulaba los factores emocionales como
responsables de estos cuadros. A éste síndrome se le llamó "neurosis de
guerra, neurosis de combate o fatiga de combate". Lamentablemente, esta
designación degeneró en una categorización en la cual se cuestionó la
calidad moral de los combatientes, considerándolos cobardes tildándolos de
"inválidos morales" y sometiéndolos a consejos de guerra (Herman, 1997).
Stagnaro (1998) nos informa que para 1918 el tratamiento de la Neurosis de
Guerra consistía en descargas eléctricas para combatir el mutismo. Con el
paso del tiempo el mismo cuadro de Neurosis de Guerra hizo su aparición en
soldados que habían sido condecorados lo que llevó finalmente a la
conclusión de que la aparición del síndrome no estaba necesariamente
relacionada con ciertas características de la personalidad tales como la
debilidad o la fragilidad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la investigación en torno a la "Neurosis
de Guerra" cobró de nuevo interés y en base a las experiencias anteriores
se tomaron medidas más humanitarias tanto en el tratamiento del síndrome
como un especial cuidado en la selección de candidatos para el combate.
Esto permitió eliminar el estigma al diagnóstico sin embargo, el
tratamiento se enfocó hacia disminuir lo más rápidamente posible el estrés
agudo provocado con el propósito de retornar a los soldados al combate.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el interés por el estudio y la
investigación sobre el trauma cae de nuevo en un impasse sin embargo, al
transcurrir el tiempo se observan consecuencias psicológicas similares a
las presentadas por los soldados en las poblaciones civiles afectadas por
bombardeos en Nagasaki e Hiroshima y en la víctimas sobrevivientes del
Holocausto, lo cual llevó a situar el evento traumático dentro del contexto
sociopolítico en el cual este se desarrolla y surgen los conceptos de
"situación límite" de Bettelheim y "trauma psicosocial" de Martín Baró
(Madariaga, 2000).

Con el surgimiento de varias guerras en la década de los años 60, en
especial la guerra de Vietnam, los veteranos de guerra conforman grupos de
apoyo de asistencia psicológica a la víctimas del trauma lo que concluye en
legalizar esta asistencia y en estimular la investigación médica y
psiquiátrica sobre las consecuencias traumáticas de los conflictos bélicos
para que finalmente en 1980, la comunidad psiquiátrica incorpore al Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) los
criterios que definen síndrome de Trastorno por Estrés Postraumático
(Stagnaro, 1988).

Con el paso del tiempo se ha llegado a conferir a la sintomatología
postraumática de los veteranos de guerra, términos similares y coincidentes
a las situaciones traumáticas de la vida cotidiana como la violencia
familiar, la violencia de género, el abuso infantil y la violencia social
en sus distintas manifestaciones.



El concepto de trauma psíquico en la obra de Sigmund Freud

Entre 1893 y 1895 Breuer y Freud se ocuparon de un hecho clínico: la
neurosis traumática e histeria traumática y su conceptualización en la
teoría traumática o la teoría de la seducción que comprendía casuística
clínica tanto de histeria como de la neurosis obsesiva y algunas neurosis
actuales. Freud utilizó diversos términos alemanes que se pueden traducir
por violación, abuso, ataque, atentado, agresión, trauma y seducción. Freud
se refirió al usar este término a experiencias sexuales tempranas y reales
que tuvieron un efecto perjudicial y duradero en la vida ulterior de los
niños que las padecerían. Las otras variables incluidas por Freud en su
"teoría de la seducción" fueron el efecto sumatorio de los traumas
múltiples, las limitaciones cronológicas y la aparición de los efectos a
través de síntomas en época posterior a la pubertad.

Freud y Breuer consideraron en su inicio los traumas como acontecimientos
singulares de la vida adulta capaces de producir efectos desagradables
acompañados de fuerte excitación. Acontecimientos los cuales eran
reprimidos, en donde el trauma era la causa única que finalmente se
traducía en síntomas. Ante ello, tanto Breuer como Freud se ocuparon de
buscar su solución. Por su lado Breuer ampliaba la teorización en términos
de energía ligada y móvil y por su parte Freud establece el protagonismo de
la sexualidad basado en la teoría de la seducción infantil y el papel de la
defensa. La posición asumida por Freud respecto a las experiencias y la
sexualidad dan lugar a dos momentos: el primero, el inicial infantil que
contenía el hecho mismo del evento traumático asociado a estímulos de
carácter sexual en la genitalidad y un segundo momento, en el cual una
situación intrascendente con cierta significación sexual o sin ella
desencadena una reacción tal y como se hubiese dado una estimulación a
nivel de genitalidad. Esta posición lleva a una situación conflictiva al
emerger la angustia por lo que se reserva la calificación de traumático
para el primer momento, al aseverar que lo patógeno no es el hecho
acontecido sino su recuerdo.

El protagonismo del recuerdo lleva a Freud a considerar la generalización
de la teoría de la seducción y finalmente la abandona y postula la
sustitución del trauma sexual por la fantasía, como un corolario de la
sexualidad infantil y el deseo inconsciente. Bajo la diversidad de
condiciones establecidas por Freud en los Estudios de Histeria (1895)
existe un denominador común: el factor económico, siendo las consecuencias
del trauma la incapacidad del aparato psíquico de liquidar las excitaciones
según el principio de la constancia.

Freud concibió en 1895 el recuerdo de un trauma como un cuerpo extraño de
la textura psíquica, que despliega desde ahí, sus efectos, hasta que pierde
su estructura de cuerpo extraño por la abreacción del afecto encapsulado y
un recordar afectivo. Este modelo lo desarrolló posteriormente en Más allá
del principio del placer (1920) desde un punto de vista psico-económico: la
fuerza de empuje de las cantidades de excitación es demasiada grande como
para poder dominarlas y ligar psíquicamente, por lo tanto el aparato
psíquico para lograr la ligazón psíquica, regresa a formas primitivas de
reacción.

En las Lecciones de introducción al psicoanálisis (1915-1917), el término
"traumatismo" designa un acontecimiento que sobreviene en un segundo
tiempo. La teoría traumática de la neurosis adquiere una importancia más
relativa, la existencia de las neurosis por accidente y, sobre todo, las
neurosis de guerra, vuelven a situar en el primer plano el problema de
trauma, bajo la forma clínica de las neurosis traumáticas. Finalmente,
Freud encuentra el núcleo del peligro en un aumento más allá de lo
tolerable, de la tensión resultante de un aflujo de excitaciones internas
que exigen ser liquidadas.

En este momento, Freud introduce el concepto de compulsión de repetición,
para describir la particularidad de esta vivencia más allá de la dinámica
de placer-displacer. La vivencia traumática se actualiza por la compulsión
de repetición con la esperanza de ligar de este modo psíquicamente la
excitación, así como de volver de nuevo vigente el principio del placer y
las formas de reacción anímica que le corresponden.

El trauma no solo trastorna la economía libidinal, sino que amenaza la
integridad del sujeto de forma más radical (LaPlanche y Pontalis, 1973).

Desde el punto de vista fenoménico, la compulsión a la repetición se
vincula al proceso de elaboración de aquello que por efecto traumático
resulta intolerable y reaparece en la conducta, en los sueños, en los
síntomas. Es el mecanismo que lleva al sujeto a caer inevitablemente en
situaciones de características semejantes a las del pasado. Las vivencias
traumáticas del pasado pueden ocupar el mundo intrapsíquico de manera
latente, reeditarse en un presente que trae lo ocurrido una y otra vez,
repitiendo lo doloroso y sus desplazamientos. La compulsión a la repetición
puede ser entendida como una manera y un intento de ligar la experiencia
traumática a una nueva situación vital e interpersonal que la recrea. En la
repetición el yo actualiza de manera activa y en tiempos diferentes lo que
en la situación traumática vivenció pasivamente y en un intento por aliviar
lo penoso, puede traerlo y repetirlo, a veces sin registro afectivo y
disociado del mismo (Tutté, 2005)



En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud retoma el concepto de
angustia automática tal y como lo había desarrollado para las neurosis
actuales. En la situación traumática, la enorme cantidad de excitación
produce una angustia que inunda al Yo, que se halla expuesto a la misma
desprotegido y lo deja desamparado. La angustia en este caso tiene un
carácter indefinido y carece de objeto. En un primer intento de hacerse con
la situación, el Yo trata de convertir la angustia automática en angustia
señal, lo que conlleva que el desamparo absoluto se pueda transformar en
espera (Boehleber, 2007). La actividad interna que así despliega el Yo,
repite "una reproducción morigerada de la situación traumática", "con la
esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso" (Freud, 1926). De
este modo la situación de peligro externa se interioriza y alcanza
significación para el Yo. Y, por otra parte, también el peligro exterior
real tiene que haber encontrado una interiorización si es que ha de
volverse significativo para el Yo. De esta manera la angustia se simboliza
y ya no queda indefinida y carente de objeto, así alcanza el trauma una
estructura hermenéutica y se puede dominar (Boehleber, 2007)

En resumen, el trauma se considera como un acontecimiento de la vida del
sujeto caracterizado por su intensidad y la incapacidad del sujeto de
responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos
duraderos que provoca en la organización psíquica, donde el trauma expresa
el daño al aparato como algo interior en él y lo traumático describe algo
que se ubica inicialmente, por lo menos, por fuera del aparato psíquico.
Esencialmente se refiere a una colisión entre un exceso y una insuficiencia
y su contenido se refiere a impresiones de naturaleza o significado sexual
y/o agresiva y a los daños tempranos del Yo.

En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo
excesivo de excitaciones, en relación con la tolerancia del sujeto y su
capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones
(Fractman, 2005).





El trauma desde la psicología analítica.

Con el propósito de colocar en contexto este enfoque, recordemos que el
psicoanálisis inicio el estudio de trauma hace mas de 100 años, para
padecer una amnesia temporal sobre el tema (Kalsched, 1996). En años
recientes hay claros indicios de que la psicología y la psiquiatría han
retomado el "paradigma del trauma". Este interés en el trauma es producto
de "re-descubrir" en los últimos años la presencia del abuso físico y
sexual infantil, así como el interés de la psiquiatría en los desordenes
disociativos, especialmente el Trastorno de Personalidad Múltiple y el
Trastorno por Estrés Postraumático. Dado que el modelo de Jung hace
énfasis sobre la disociación de la psique y su énfasis en la
indivisibilidad del ego (individuación), las introspecciones realizadas por
Jung sobre el mundo interno de la psique traumatizada, son especialmente
importantes para el psicoanálisis contemporáneo mientras que al mismo
tiempo, las investigaciones actuales sobre el trauma requieren una revisión
de la teoría Jungiana (Kalsched, 1996). Esto implica de cierta manera
valorar la teoría de Jung y al mismo tiempo proporcionar revisiones
teoréticas producto de las investigaciones actuales sobre el trauma, en
especial aquellas realizadas por los teóricos de las relaciones objetales
y los psicólogos del self.

Los estudios sobre el abuso físico y sexual en la infancia ha reabierto el
interés psicológico y psiquiátrico sobre los desordenes que surgen de la
experiencia traumática. Una perspectiva original y fresca sobre el tema lo
ofrece Donald Kalsched en su libro The Inner World of Trauma (Routledge,
1996) donde el autor explora el mundo interno de los sueños y las fantasías
que se manifiestan y expresan en la terapia de los pacientes que han
sufrido esa experiencia. El autor recurre y se enfoca en las imágenes
oníricas y arquetípicas que se dan como respuesta a los momentos críticos
en la psicoterapia al abordar la experiencia traumatizante. A través de un
giro irónico de la vida psíquica, demuestra como las mismas imágenes que se
generan para defender al self pueden también convertirse en malévola y
destructivas, provocando un mayor trauma para la persona.

De manera general podemos decir que esta nueva perspectiva se enfoca en las
defensas arcaicas del self, el lenguaje mitopoetico del sueño y los
cuentos de hadas, conectando la teoría Jungiana con la teoría contemporánea
de las relaciones de objeto y la teoría de la disociación.

La posición de la psicología analítica sobre el concepto de "trauma" es
sencilla: cualquier experiencia que causa al infante un dolor psíquico o
ansiedad intolerable. Para que la experiencia sea considerada intolerable,
es necesario que ésta sobrepase las medidas defensivas que Freud (1920b)
describió como "un escudo protector contra los estímulos". Los traumas de
esta magnitud van desde las experiencias desvastadoras del abuso sexual
infantil, hasta "traumas acumulativos" que se relacionan con las
necesidades de dependencia que afectan el desarrollo infantil (Khan, 1963),
las privaciones agudas de la infancia descritas por Winnicott (1963) como
"agonías primitivas", cuya experiencia es "impensable", o la "ansiedad de
desintegración" producto de un terror asociado con la disolución de un self
coherente (Kohut, 1977).

Experimentar tal ansiedad amenaza la total aniquilación de la personalidad
humana, la destrucción del espíritu humano. Esto debe ser evitado a toda
costa y ya que el trauma ocurre a una edad tan temprana, antes de que se
haya formado un ego coherente y sus defensas, una segunda línea de defensas
entra en juego para prevenir que lo "impensable" sea experimentado. En
lenguaje psicoanalítico, se les conoce como defensas "primitivas" o
"disociadoras", por ejemplo la identificación proyectiva, la escisión, la
idealización, despersonalización, adormecimiento emocional, etc.

Al estudiar el impacto del trauma en la psique causado por los eventos
externos por un lado y por el otro, al estudiar los sueños y las
producciones fantásticas como respuesta al trauma, descubrimos una singular
imaginería mitopoetica que conforma el mundo interno del trauma. Esta
aproximación conduce a la hipótesis de que las defensas arcaicas
asociadas al trauma son imágenes personificadas como demonios arquetípicos
es decir, las imágenes oníricas vinculadas al trauma representan un
autorretrato de la psique en sus operaciones defensivas (Kalsched, 1996).

Para lograr una aproximación a la fenomenología de esta imagen "demoníaca",
es conveniente recordar que el concepto "demoníaco" procede del vocablo
daiomai que significa dividir y originalmente se refería a los momentos de
consciencia dividida tales como el olvido de nombres propios, desatención u
otras infracciones del inconsciente (von Franz, 1980). De tal manera que
la división o escisión del mundo interno es el propósito de esta figura
demoníaca. La palabra que utilizó Jung para esto fue disociación donde la
imagen demoníaca parece personificar las defensas disociadoras de la psique
en aquellos casos en los cuales un trauma temprano ha hecho imposible la
integración psíquica.

El material clínico de los pacientes-en especial los sueños inmediatamente
posteriores al evento traumático- nos proveen de este tipo de imágenes, en
donde los sueños nos muestran una "segunda línea de defensas" de la psique
como un bastión contra la aniquilación del espíritu personal. Lo que los
sueños nos revelan es que cuando el trauma golpea la psique del niño, se da
una fragmentación de la consciencia en la cual distintas "piezas" (Jung les
denomina complejos) se organizan de acuerdo a ciertos patrones
arquetípicos, en su mayoría díadas o zizigias conformadas de "seres"
personificados (Kalsched, 1996). Lo que sucede a continuación es que una
parte del ego regresa a un período infantil y otra parte progresa
adaptándose al mundo externo, pero como un falso self (Winnicott, 1960)
donde la parte de la personalidad que progresa hace de cuidador o portero
a la parte que sucumbió a la regresión.

Al estudiar el material onírico de las personas traumatizadas y la
naturaleza violenta de estos procesos disociadores autoinfligidos,
encontramos que, a medida que la experiencia traumática intolerable de la
infancia trata de emerger en la consciencia, una figura o fuerza
intrapsíquica surge violentamente y provoca una disociación en la psique.
El propósito de esta figura o imagen diabólica es la de prevenir o evitar
que el ego del sueño experimente el afecto intolerable asociado al trauma.
Entre los ejemplos que encontramos se dan que esta figura corta la cabeza
del soñante, le dispara en la cara a una mujer inocente, alimenta de
pedazos de vidrio a un animal (Kalsched, 1996). Estas acciones provocan la
fragmentación de la experiencia afectiva del paciente de tal manera que
dispersan la conciencia del dolor que está por emerger. De hecho, esta
figura demoníaca traumatiza el mundo interno con el propósito de evitar la
re-traumatización en el mundo externo. Si esto es así, ello significa que
el imago traumatizante persigue la psique del paciente, regula las
actividades disociadoras y nos recuerda la observación de Jung de que "las
fantasías pueden ser tan traumáticas en sus efectos como el trauma mismo"
(Jung, 1912). En otras palabras, el efecto patológico del trauma requiere
un evento externo y un factor psicológico. El trauma externo no divide la
psique por sí mismo, sino que un agente psicológico interno-ocasionado por
el trauma-realiza la escisión.

En los sueños, la parte víctima de la regresión es usualmente representada
como un niño o animal (gato, cachorro o pájaro), vulnerable, joven e
inocente frecuentemente del género femenino- quien se mantiene
vergonzosamente oculta. Cualesquiera que sea esta reencarnación, este
"inocente" recordatorio del self total parece representar el centro del
espíritu personal del individuo. Este espíritu era denominado por los
Egipcios alquimia, el espíritu alado del proceso de transformación, e. g.,
Hermes o Mercurio. Este espíritu es la esencia de la personalidad
imperecedera al cual Winnicott (1960) se refirió como el "verdadero self"
y que Jung llamó el si- mismo o Self.

Por su lado, la parte de la personalidad que progresa es representada en
los sueños a través de un gran ser benevolente o malevolente que protege o
persigue a su parte vulnerable, al cual en la mayoría de las veces lo
mantiene aprisionado. Ocasionalmente, en su disfraz de protector este ser
benevolente o malevolente se muestra como un ángel o un animal salvaje sin
embargo, la mayoría de las veces esta figura que cuida a la parte de la
personalidad que sucumbió a la regresión es demoníaca y terrorífica al ego.


Para Kalsched (1996), las imágenes mitológicas de lo progresivo versus lo
regresivo en el Self conforman lo que el llama el sistema arquetípico de
auto-cuidado de la psique que son imagos dobles unidos como una estructura
interna, la cual desde la psicología analítica se considera una estructura
universal en la psique cuya función parece ser la defensa y conservación
del espíritu personal ubicado en el centro mismo del verdadero self de la
persona. Debido a que estas defensas parecen ser "coordinadas" por un
centro mas profundo que el ego dentro de la personalidad, se les llama
defensas del Self (Stein, 1967) y que Jung designó como el lado oscuro del
Self ambivalente.



Al explorar esta imagen en los sueños, en la transferencia y en los mitos
encontramos que la idea original del Self de Jung, como un principio
ordenador y regulador de la psique inconsciente sugiere una revisión cuando
la encontramos bajo condiciones de trauma severo. Esta revisión obedece a
que el sistema de auto-cuidado realiza tanto las funciones auto-
regulatorias y las funciones externas e internas de mediación, las cuales
bajo circunstancias normales son realizadas por el ego de la persona. Sin
embargo, una vez que la defensa del trauma se organiza, todas las demás
relaciones con el mundo externo son tamizadas por el sistema de auto-
cuidado. Entonces, lo que originalmente se concebía como una defensa contra
traumas subsecuentes se convierte ahora en una resistencia a todas las
expresiones espontáneas del self en el mundo exterior. La persona
sobrevive, pero no puede vivir creativamente y la psicoterapia se hace
necesaria.

Sin embargo, la psicoterapia con víctimas del trauma no es fácil, tanto
para el paciente como para el terapeuta. La resistencia ofrecida-por esta
fuerza "demoníaca"- en el sistema de auto-cuidado en el tratamiento del
trauma esta bien documentada: Freud comenta las fuertes resistencias del
paciente al cambio haciendo casi imposible el trabajo analítico, por lo que
atribuyó el origen de esta "compulsión a la repetición" a una pulsión
hacia la muerte (Freud, 1920), Fairbairn (1981) lo atribuye a un
"saboteador interno", Guntrip (1969) le llama un "ego anti-libidinal" que
ataca al "ego-libidinal", Melanie Klein lo describe como fantasías
infantiles de un " pecho" cruel y malo", Jung lo describe como el "animus
negativo" y Seinfeld ( 1990) como un "objeto malo".

Parece ser entonces que esta figura demoníaca interna es aún más sádica y
brutal que el victimario mismo, lo que nos lleva a pensar que estamos ante
un agente arquetípico traumático que se mueve libremente dentro de la
psique misma.

No importando cuan brutal o atemorizante sea este cuidador ambivalente, su
función siempre parece ser la protección del recuerdo traumatizante del
espíritu personal y su aislamiento de la realidad. Su función parece ser
la de un cuidador que enfatiza un "nunca más" o "nunca otra vez". A pesar
de las "buenas" intenciones de este Protector o Perseguidor, se da
lamentablemente una tragedia entre estas defensas arquetípicas. Esta
tragedia resulta del hecho de que el Protector o Perseguidor no es educable
y las defensas primitivas que utiliza no aprenden nada sobre este peligro,
por lo tanto a medida que el niño crece, las defensas siguen funcionando a
un nivel de consciencia mágica que es la misma que estaba presente cuando
el trauma original se dio. De tal manera que cada nueva oportunidad en la
vida se confunde con una amenaza de revivir el trauma en donde las defensas
arcaicas se convierten en fuerzas en contra de la vida misma.

Estos hallazgos nos ayudan a comprender dos de los fenómenos mas
preocupantes y controversiales en la literatura sobre el trauma: el primero
de estos es que la psique traumatizada es auto-traumatizante; el trauma no
finaliza con la cesación de la violación externa, sino que continúa sin
apaciguarse en el mundo interno de la víctima en cuyos sueños aparecen a
menudo figuras persecutorias. El segundo hallazgo es el hecho de que la
víctima de un trauma psicológico se encuentra continuamente en situaciones
de vida en las cuales es constantemente re-traumatizada; por más que
quiera cambiar o mejorar su situación vital, algo más fuerte que el ego
erosiona y socava la esperanza y el bienestar. Es como si el mundo interno
persecutorio refleja y encuentra constantes representaciones derrotistas,
algo así como si la persona estuviese poseída por un poder diabólico o
fuese acosada por un destino maligno.



El concepto psicoanalítico del trauma en Ferenczi y la cuestión de la
temporalidad.

Ferenczi dio a conocer su teoría del trauma en la Conferencia pronunciada
en el XII Congreso Internacional de Psicoanálisis en Weisbaden en
septiembre de 1932, titulada "Confusión de lengua entre los adultos y el
niño." cuyo título original era "Las pasiones de los adultos y su
influencia sobre el desarrollo del carácter y la sexualidad del niño". En
este trabajo asevera que los objetos externos tienen un rol determinante en
la estructuración del aparato psíquico infantil y enfatiza la importancia
de dos conceptos esenciales: los procesos de identificación y la escisión
del ego. Ferenczi atribuyó la etiología traumática a una "violación
psíquica" del niño por el adulto, debido a una "confusión de la lengua"
entre ellos y sobre todo al rechazo del adulto hacia el dolor del niño.
Para Ferenczi, un trauma se produce en la psique del niño cuando estas
modalidades de invasión psíquica descalifican el afecto y pensamiento del
niño, negando su reconocimiento lo que inevitablemente produce una
escisión.

El lenguaje pasional del adulto choca violentamente con el lenguaje de
ternura del niño y manipula de manera inconsciente el erotismo del amor y
el odio. Esta "incomprensión" provoca temor, desilusión y dolor en el
niño, quien había depositado su confianza en el adulto. Al principio, el
niño encarado ante la imposibilidad de defenderse del adulto, se somete a
sus deseos y voluntad y después se identifica con él (identificación con
el agresor) introyectando los sentimientos de culpa que el adulto, en un
grado mayor o menor, ha sentido por sus actos, se trata entonces de la
"introyección de sentimientos de culpa".

"Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños
tras esos sucesos. Su primera reacción será de rechazo, odio, de
desagrado, y opondrán una violenta resistencia…..los niños se sienten
física y moralmente indefensos, sus personalidades aún débil para
protestar, incluso mentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de
los adultos los dejan mudos, e incluso pueden hacerles perder la
conciencia. Pero cuanto este temor alcanza su punto culminante, les
obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a
adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e
identificándose por completo con el agresor. Por identificación,
digamos que por introyección del agresor, éste desaparece en cuanto
realidad exterior, y se hace intrapsíquico; pero lo que es
intrapsíquico va a quedar sometido…al proceso primario, es decir que
lo que es intrapsíquico puede ser modelado y transformado de una
manera alucinatoria, positiva o negativa, siguiendo el principio del
placer. En cualquier caso….el niño consigue mantener la situación de
ternura anterior…..Pero el cambio significativo provocado por el
espíritu infantil por la identificación ansiosa con su pareja adulta
es la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto: el
juego hasta entonces anodino aparece ahora como un acto que merece
castigo". (Ferenczi, 1932)

En cuanto a la descripción de las consecuencias del trauma en el niño,
Ferenczi elabora un interjuego entre lo externo y lo interno en el proceso
traumático:

"La enorme ansiedad paraliza al niño y lo vuelve física y
psíquicamente indefenso. Esto les lleva a someterse como autómatas a
la voluntad del agresor, adivinar sus deseos y gratificarlos; se
identifica con el agresor, lo introyecta y así este desaparece como
parte de la realidad externa y se transforma en intrapsíquico en vez
de externo; lo intrapsíquico está luego sujeto, en un estado oneroide
como es el trance traumático, al proceso primario, esto es, puede
modificarse o cambiarse de acuerdo al principio del placer usando la
alucinación positiva o negativa". (Ferenczi, 1932).




Sin embargo, el efecto traumático aparece más tarde como consecuencia del
rechazo del adulto. Esto ocurre cuando el adulto que no puede soportar su
propio rechazo, descalifica el discurso del niño y esta negación interrumpe
todos los procesos de introyección y paraliza el pensamiento, afectando no
solo el uso del lenguaje del niño sino también la posibilidad de la
representación y la fantasía. De acuerdo a Abraham y Török (1994), las
palabras del niño son "enterradas en vida".

Ferenczi en su Diario Clínico de 1932 con fechas del 4 y 14 de febrero toma
algunas ideas que ya había considerado en "El problema de la aceptación de
las ideas desagradables" (1926) en el cual se refiere a los estados
extremos de dolor intenso y sufrimiento como: "un gran dolor que tiene un
efecto anestésico, un dolor sin contenido ideacional y no accesible a la
conciencia…" (Diario clínico, febrero 4.)

Esta línea de pensamiento coloca su idea de trauma en relación a la
temporalidad: ¿qué sucede cuando el sufrimiento excede la capacidad de
tolerarlo? Lo más frecuente es que el niño se ponga a un lado de él.

"los niños víctimas de la pasión del adulto (Sexual y/o agresiva) o de
su rechazo ponen en marcha un proceso de disociación, de
fragmentación, que implica la amputación y expulsión hacia afuera de
una parte de ellos mismos; el lugar vacante será ocupado por un
implante desde afuera" (Diario clínico 7/4/32)

Pero, si no es el mismo, entonces donde esta? Para responder a esto
Ferenczi introduce la idea de temporalidad en el trauma "…ellos están lejos
en el universo; ellos están viajando a una velocidad colosal entre las
estrellas; ellos se sienten tan delgados que pasan sin problema a través de
las sustancias más densas; donde ellos están, no existe el tiempo; pasado,
presente y futuro son uno mismo; en una palabra, sienten que han
sobrepasado al tiempo y al espacio…" (Diario clínico, febrero 14). En
otras palabras, el dolor extremo es un dolor que no se puede representar y
el sujeto esta fuera del tiempo histórico y cronológico. Sin embargo, este
dolor es actual y es mas intenso que el dolor del recuerdo del dolor
pasado. Mas que un dolor pasado, este dolor esta furiosamente presente,
como si el sujeto necesitase organizar el espacio de no-lugar y no-
existencia (Cabré, 2008).

Desde esta perspectiva lo traumático es algo que no esta inscrito en el
aparato psíquico y la reacción al dolor comprende el espacio de lo no
representable y es inaccesible a la memoria. Por lo tanto, lo traumático
no puede ser reprimido ni recordado ya que existe en un espacio psíquico
más allá de la representación, desorganiza el mundo de las
representaciones, incluyendo el del analista. El trauma se "presenta" a sí
mismo y no se "re-presenta" a si mismo.

Es un presente absoluto sin presencia, un presente demente en el cual el
sujeto abandona el tiempo en un esfuerzo para colocar su sufrimiento
intolerable en una unidad temporal inmensa y sin fronteras. Es este un
presente que es incansablemente e infinitamente presente y al mismo tiempo
vacío (Cabré, M., 2008).

Ferenczi inscribe su teoría del trauma en la dimensión de un "presente" que
está mas allá del tiempo y la historia, opuesto a un presente histórico que
establece presencia e identidad, en el presente traumático todo se
disuelve; no hay sujeto ni oposición entre sujeto y objeto. Lo que
Ferenczi sugiere es que en la dimensión dinámica y temporal del trauma, nos
enfrentamos a algo que pertenece a la muerte, algo que Freud no pudo
representar "…el trauma es un proceso de disolución que se mueve hacia la
total disolución, es decir, hacia la muerte…" (Diario clínico, junio 18, p.
130). Tal vez, más que hacia la muerte-como-limite, a lo que Ferenczi
apunta es una muerte infinita en el tiempo donde nada empieza. El tiempo
es momificado y el trauma actúa como un tejido muerto que paraliza la
acción después del golpe (Cabré, 2008).

En conclusión, el mensaje de Ferenczi sobre el tiempo y la temporalidad
puede ser expresado en los términos de Rilke que dijo "sólo donde tú estas,
ahí hay un lugar", y para el efecto nos remitimos a Borgogno (2008) quien
expresa claramente esta posición en la cita que sigue: "un lugar para un
'nuevo comienzo'. Un lugar fundado en la realidad mas que en la verdad,
donde el 'no-lugar' del trauma (un lugar donde-en palabras de Ferenczi
(1932)- 'no existe el tiempo' ni, por tanto, 'presente, pasado o futuro',
se ha abierto a una nueva temporalidad que podría cambiar el pasado debido
a que una parte de él, que nunca ha sido experimentada, puede ser vivida en
el presente. Al hacer esto…Ferenczi…ha garantizado el futuro del sujeto
con aperturas insospechadas, inaugurando para él un nuevo espacio psíquico
por completo desconocido con anterioridad" (Borgogno, 2008. )

Tiempo y memoria

Al revisar la literatura e investigaciones sobre los recuerdos traumáticos,
Bohleber (2007) comenta los hallazgos de Van der Kolk y otros (1996) en los
cuales plantean la hipótesis de una memoria de trauma específica "en la
cual los recuerdos traumáticos se almacenan de manera diferente que en la
memoria autobiográfica explícita", los autores suponen que aunque
coincidan con la experiencia real no pueden ser integrados en un recuerdo
narrativo (Bohleber, 2007). Como resultado de este proceso se da un
contenido "no simbólico, inflexible e inalterable de recuerdos traumáticos,
porque el Sí mismo, como autor de la experiencia, se encontraba
desconectado en el momento del acontecimiento" (Bohleber, 2007).



Las implicaciones de esta hipótesis es que el trauma se graba en la memoria
con una "exactitud prácticamente intemporal y al mismo tiempo literal" y de
tal manera se confirma la existencia de una "verdad histórica" que no se
modifica o se deforma por la importancia subjetiva, los esquemas subjetivos
o por cualquier expectativa a nivel inconsciente.

Sobre el momento traumático y sus consecuencias en el tiempo, encontramos
que la actividad anímica paralizada del Sí mismo traumatizada ocasiona la
congelación del sentido anímico del tiempo y produce un estado de
suspensión temporal interior. Esto es descrito como la sensación de que
una parte del Si mismo no fluye y permanece mas o menos igual, porque ya no
esta expuesta a la vida. También se hace referencia a ello como un "estar
apartado" o una "existencia en la sombra". Langer (1995) lo explica como
"un estado de empecinamiento recluido en uno mismo, que no puede fluir
fuera de la cámara hermética de su propio instante". Otros dicen
sencillamente que el "reloj de su vida se paró en el momento del
traumatismo" (Boehleber, 2007). Llevado a otro nivel, la persona afectada
por la situación traumática no puede ya mantener los límites entre él y
los otros, la excitación excesiva a la que fue expuesto derrumba el sentido
de uno mismo en donde se da una fusión entre el Si mismo y el objeto, que
corresponde al núcleo de la experiencia traumática, la cual no se disuelve
con el tiempo fácilmente y que de alguna manera perjudica de manera
duradera-la más de las veces- el propio sentimiento de identidad.

Finalmente, si retomamos el postulado de la excitación excesiva como causa
de una desconexión de las funciones integradoras de la memoria, nos
encontramos ante la presencia de un estado disociado del Sí mismo con
características de despersonalización y desrealización, lo cual se
complementa con estados alterados de consciencia e irrupción de
recuerdos traumáticos como lo son los flashbacks o recuerdos relámpago
bajo la influencia de ciertas condiciones sociales o del entorno.

Los hechos expuestos en el párrafo anterior recalcan lo ya expresado por
Oliner (1996), sobre la tesis psicoanalítica de que las experiencias
traumáticas y sus recuerdos: "si bien están sometidos a limitaciones y
operaciones psicodinámicamente específicas, no están totalmente excluidas
del flujo del resto de la dinámica psíquica y de la recomposición por la
fantasías conscientes e inconscientes".

Otra perspectiva sobre el significado subjetivo del tiempo en el trauma nos
la ofrece Stolorow (1999) en su ensayo "The Phenomenology of Trauma and the
Absolutisms of Everyday Life: A Personal Journey" (publicado en
Psychoanalytic Psychology, 1999, vol.16). En este ensayo Stolorow comenta
la experiencia personal sobre la sensación de separación entre él y los
otros, a raíz de la presentación del libro "Contexts of Being" (Stolorow y
Atwood, 1992). La experiencia la describen en los siguientes términos:
"There was a dinner at that conference for all the panelists, many of whom
were my old and good friends and close colleagues. Yet, as I looked around
the ballroom , they all seemed like strange and alien beings to me. Or more
accurately, I seemed like a strange and alien being- not of this world…An
unbridgeable gulf seemed to open up, separating me forever from my friends
and colleagues. They could never even begin to fathom my experience, I
thought to myself, because we now lived in altogether different worlds".

Stolorow comenta que por años trató de comprender y conceptualizar esa
terrible sensación de aislamiento y extrañeza que le parecía ser inherente
a la experiencia del trauma psicológico, y la cual Herman (1992) refrenda
como un tema común en la literatura del trauma, al igual que en los relatos
y experiencias de sus pacientes que han sufrido una victimización
profunda.

El autor trata de explicarse como es que se da este abismo experiencial que
separa a la persona traumatizada de los otros seres humanos y para ello
propone en su libro "Contexts of Being" de que "la esencia del trauma
psicológico descansa en la experiencia de los afectos intolerables". La
intolerabilidad del estado afectivo, argumenta Stolorow, no se puede
explicar únicamente o principalmente en función de la intensidad de los
sentimientos dolorosos evocados por el hecho perjudicial o ultrajante; los
estados afectivos traumáticos se deben de comprender en términos de los
sistemas relacionales dentro de los cuales se dieron o formaron. Los
afectos dolorosos o aterradores se vuelven traumáticos, cuando el alivio o
sensación de bienestar que solicita el niño de su entorno, para lograr la
tolerancia, contención, modulación e integración necesarias para
afrontarlo, está ausente. De acuerdo a Stolorow, esta conceptualización del
desarrollo del trauma como un proceso relacional que involucra la falta de
sensación de bienestar ante el afecto doloroso ha demostrado ser de un
inmenso valor clínico en el tratamiento de pacientes traumatizados.

Retomando la experiencia citada sobre la cena, a Stolorow le pareció que
la formulación descrita en el párrafo anterior fracasaba en distinguir
entre el alivio que no pueden ofrecer otros y el alivio que la persona
traumatizada no puede sentir, debido al profundo sentimiento que se forma
a través de la experiencia traumática por si misma. Sin embargo, una
manera de comprender esta experiencia o vivencia descrita como un
distanciamiento aislante es a través de los escritos sobre filosofía
hermenéutica de Hans-Georg Gadamer (1975).

De acuerdo a Stolorow, la hermenéutica proporciona una visión sobre la
vivencia de la desesperación ante la necesidad de ser comprendido, la cual
se halla en el fondo del trauma psicológico. Gadamer (1975) enfatiza que
toda comprensión implica una interpretación y esa interpretación comprende
una matriz histórica por parte de la persona que la hace. La comprensión
por lo tanto, se da siempre desde una perspectiva cuyo horizonte esta
delimitado por la historicidad del interpretador, desde la cual se concibe
el "prejuicio" como una pre-concepción. Al aplicar esta conceptualización
de Gadamer a su experiencia personal, Stolorow la explica de la siguiente
manera "…I was certain that the horizons of their experience could never
encompass mine, and this conviction was the source of my alienation and
solitude, of the unbridgable gulf separating me from their understanding.
It is not that the traumatized ones and the normals live in different
worlds; it is that these discrepant worlds are felt to be essentially and
ineradicably inconmensurable".

En decir, el no ser comprendido o la incapacidad de los otros en poder
comprender mi experiencia es lo que provoca ese terrible sentimiento de
soledad, aislamiento, extrañeza y alienación. No son mundos diferentes,
es que esos mundos discrepantes se sienten como esencialmente e
ineductiblemente imposibles de comparar.

Por otro lado, las experiencias de la vida diaria y sus absolutismos, la
validación por otros de nuestras emociones y experiencias, son brutalmente
hechas añicos por el hecho traumático, logrando así hacer peligrar
nuestra realidad psíquica. La esencia del trauma psicológico consiste
entonces, en hacer añicos estas suposiciones o absolutismos de la vida
diaria lo cual provoca una terrible y catastrófica perdida de la
inocencia, la cual altera de manera permanentemente nuestro sentido de
estar-en-el-mundo. La deconstrucción masiva de estos absolutismos de la
vida diaria expone la inequívoca contingencia de la existencia en un
universo impredecible en el cual ya no se puede tener la certeza de su
continuidad (Stolorow y Atwood, 1992). Como resultado, el mundo de la
persona traumatizada es fundamentalmente incomparable con el de los otros y
el abismo en el cual el sentimiento de extrañeza y soledad toma forma.





La trama del trauma emocional.

La perspectiva intersubjetiva que hemos adoptado en los últimos párrafos
ha hecho énfasis en que la experiencia emocional es inseparable de los
contextos intersubjetivos en donde la harmonía y su contrario –la
disonancia-se manifiestan y vivencian. El conflicto psicológico se
desarrolla cuando los estados emocionales del niño no pueden ser integrados
debido a que evocan una desarmonía masiva y consistente por parte de las
personas significativas en su vida. Este afecto no integrado es la fuente
de un conflicto emocional permanente que le hace vulnerable a situaciones
traumáticas a causa de que se experimentan o sienten como amenazantes tanto
a la organización psicológica de la persona como a la función de la
conservación de los vínculos vitales necesarios para el sostén de la vida
emocional.

Desde esta perspectiva, el trauma que se desarrolla es producto de la
experiencia de un afecto intolerable. La intolerabilidad de este estado
afectivo solo se puede comprender y aprehender en términos de los sistemas
relacionales dentro de los cuales se hicieron presentes. Cuando
consideramos el trauma desde esta perspectiva relacional, el afecto
adquiere significados permanentes e insoportables, en donde el niño adopta
la posición inconsciente de que sus demandas afectivas insatisfechas y la
reacción dolorosa hacia sus estados emocionales, son el producto de un
terrible defecto que él padece o son causados una "maldad" interna
inherente. Por lo tanto, se establece un ideal del self como defensa, el
cual representa una auto-imagen purificada de los estados afectivos
dolorosos, los cuales él percibió como indeseables o dañinos para las
personas significativas e importantes en su desarrollo, lo cual le lleva a
mantener esa posición idealizada para lograr vínculos armoniosos con otros
y conservar la autoestima. Posteriormente, cuando emergen afectos
inadecuados o "prohibidos" estos se experimentan como un fracaso en lograr
el ideal requerido y se acompañan de sentimientos de aislamiento,
vergüenza, soledad y odio hacia si mismo.

Otra consecuencia del trauma en la fase del desarrollo, es el
establecimiento de una severa constricción y un escaso margen en cuanto a
los horizontes de la experiencia emocional (Stolorow et al., 2002, cap. 3),
los cuales excluyen cualquier sentimiento o emoción que se considere
inaceptable, intolerable o peligrosa dentro del contexto intersubjetivo.
Stolorow enfatiza el hecho de que el foco sobre el afecto contextualiza la
llamada barrera represiva entre el consciente y el inconsciente, la cual
comprende tanto los sentimientos como los contextos relacionales en el
cuales le es permitido al ser manifestarse o no en su totalidad.

De tal manera que el trauma se constituye en un contexto intersubjetivo en
el cual el daño emocional no puede encontrar un espacio o ambiente
relacional en el cual se pueda apoyar; en tal contexto el afecto doloroso
se vuelve intolerable- es decir, traumático. No podemos dejar de enfatizar
que las experiencias infantiles dolorosas no son en sí mismas traumáticas o
patógenas, dentro de un ambiente empático, receptivo y comprensivo. El
dolor no es patología. Es la ausencia de una respuesta empática, así como
la falta de una sensación de armonía y de "ser uno" con el otro hacia su
dolor, lo que provoca un sentimiento de afecto intolerable que se
convierte en una fuente de estados traumáticos y psicopatología.

Ante la falta de un contexto que le sea un sostén en el cual el afecto
doloroso pueda vivir y ser integrado, el niño traumatizado debe disociar
las emociones dolorosas de las experiencias diarias, lo cual resulta con
frecuencia en estados psicosomáticos o en disociaciones entre la
experiencia subjetiva y su persona. El niño traumatizado fallará entonces,
en lograr la capacidad para la tolerancia afectiva y la habilidad para
poder usar estos estados afectivos como guías lo que hará que los afectos
dolorosos cuando sean vividos, tenderán a engendrar una erupción de estados
traumáticos (Socarides y Stolorow, 1984/85).





Trauma y temporalidad

Con lo expuesto anteriormente, podemos considerar la esencia del trauma
emocional como la devastación del mundo tal y como lo experimentamos- en
particular, de aquellos "absolutismos" que nos permiten experimentar el
mundo como seguro, predecible y estable.

La otra dimensión que participa de este desgarramiento del mundo tal y
como lo conocemos, es el rompimiento del hilo unificador de la
temporalidad, que en términos de trauma se manifiestan como estados
disociados y estados múltiples.

Husserl (1905) consideraba el tiempo fenomenológico como fundamental a la
génesis de toda experiencia vivida. Husserl insistía que el presente
vivido siempre era "denso"; y que siempre contenía tanto pasado como
futuro. Heidegger (1927) se refirió al pasado, presente y futuro como
éxtasis de temporeidad, en los cuales pasado, presente y futuro trascienden
a si mismos, apuntando siempre hacia los otros dos, constituyendo una
totalidad primordial en la cual los tres están indisolublemente unidos.
Por lo tanto, "el futuro y habiendo sido unidos en el presente" y cada
extasis siempre unido con los otros dos. Esta "unidad extática de
temporeidad" significa que cada experiencia vivida siempre esta en las tres
dimensiones del tiempo. A partir de esta tri-dimensionalidad, nuestra
experiencia de ser se "extiende a lo largo de la vida y la muerte".

Esta unidad extática de temporeidad- la sensación de extenderse a lo largo
del pasado y el futuro- es la que es aterradoramente inquietante, molesta
e incómoda por la experiencia del trauma emocional. Las experiencias
traumáticas se "congelan" en el tiempo en un eterno presente en el cual uno
se encuentra irremisiblemente atrapado, en donde uno esta condenado a
regresar perpetuamente a través de los portales propiciados por los
avatares de la vida. En este sentido es el trauma y no el inconsciente que
es atemporal (Freud, 1915).

Debido a que el trauma altera tan profundamente la estructura universal del
tiempo, la persona traumatizada vive prácticamente en otra realidad, su
mundo de la experiencia es inconmensurable con el de los otros. Esta
inconmensurabilidad sentida, contribuye a crear una sensación de extrañeza
y alienación de las otros, que le persigue constantemente. Desgarrado de
la tela comunal del ser-en-el-tiempo, el trauma se mantiene aislado del
diálogo humano.

Estudios psicoanalíticos recientes han desarrollado un debate en cuanto a
la existencia de un si-mismo unitario en contraposición a una multiplicidad
de los si-mismos ( Bromberg, 1996; Lachman, 1996), los cuales como muchos
otros ejemplifican lo que Heidegger (1927) describió como una implacable
tendencia a manifestar la conciencia. Lo que se expresa por medio de los
conceptos psicoanalíticos de si-mismo, unitario o múltiple, es la
experiencia o sentido de mismidad, una dimensión de la experiencia
personal. El equivalente de la experiencia de mismidad, en conceptos de
Heidegger, es la comprensión del ser de uno mismo, y para Heidegger la base
ontológica para el significado del ser de uno es la temporeidad. Es decir,
es la unidad extática de la temporeidad la que hace posible la coherencia y
el significado de nuestra existencia. En términos de Heidegger, su
análisis ontológico nos ayuda a aprehender que el trauma al alterar la
estructura de la temporeidad, también trastoca nuestro entendimiento o
comprensión del ser de uno; es decir, fractura nuestro sentido unitario de
mismidad.

Con lo anterior Stolorow (2007) sugiere que las características clínicas
tales como disociación y multiplicidad pueden ser comprendidas también en
términos del impacto del contexto del trauma en desorganizar y reorganizar
el sentido de ser-en-el-tiempo.

Ansiedad, Autenticidad y trauma

Para Stolorow (2007), el trauma emocional produce un estado afectivo cuyas
características poseen una gran similitud con los elementos centrales con
los que Heidegger describe la ansiedad, en donde la persona traumatizada
es arrojada a una forma de ser-hacia-la—muerte auténtico.

Heidegger considera que aquello ante lo cual uno se angustia es
completamente indefinido "es nada y esta en ningún lugar" y se convierte en
ser-en-el-mundo como tal. Lo indefinido de la angustia nos dice que las
entidades en-el-mundo no son relevantes en absoluto y que la totalidad de
los involucramientos que constituyen lo significativo del mundo, son de
hecho inconsecuentes; colapsan en si mismos y el mundo carece completamente
de significado.

"El mundo nada tiene que ofrecer y tampoco puede el Dasein-con los Otros.
La angustia por lo tanto le roba al Dasein la posibilidad de comprenderse a
si mismo…en términos del mundo y la manera en que las cosas han sido
interpretadas".

En tanto que el significado total del mundo de la cotidianidad se abre a la
angustia, la angustia comprende un sentimiento de extrañeza, de lo ominoso
en el sentido de no- sentirse-en-casa. En la angustia, la experiencia de
estar-en-casa es una de tranquilidad de una "familiaridad diaria", colapsa
y el ser-en entra en un modo existencial de "extrañeza".

En el trauma, la dimensión potencial de la autenticidad-Ser auténtico-hacia
la muerte- se devela pero no se escoge libremente; al contrario, se forza
sobre la persona traumatizada y la angustia que le acompaña puede ser
insoportable logrando que se den disociaciones desde los estados
traumatizantes o regresiones a formas in- auténticas. En algunos casos, el
trauma puede provocar que surja una segunda dimensión de la autenticidad,
la cual Heidegger denomina "resolución". Dentro de esta concepción de
autenticidad, Heidegger explica que "comprender la llamada es escoger…y lo
que se escoge es tener-una conciencia de Ser-libre del Ser-culpable. El
comprender la llamada significa desear tener una conciencia [querer
responder a uno mismo].

Por otro lado para Stolorow, el trauma también puede proporcionar una
forma de autenticidad del ser-hacia-la-muerte, que se manifiesta en un
estado de trauma que exhibe las características principales que Heidegger
le atribuye a la angustia. En este sentido, encontramos que las personas
traumatizadas muchas veces sienten que han logrado una "perspectiva", un
sentido de lo que "realmente importa". En tales casos, lo que "realmente
importa" puede no ser algo ideal 0 universal pero aquello que pertenece a
un Dasein en particular: la persona traumatizada.

A las puertas de lo siniestro

El desarrollo del trauma emocional, las vivencias internas que la persona
recorre entre laberintos de inconmensurable extrañeza, la presencia de yoes
ajenos para poder sobrevivir al hecho traumático, hacen que nuestro mundo
interno y nuestra relación con los otros se haya transformado en algo
dolorosamente extraño y destructivo. A esta manera de estar-en-el-mundo
podemos acertadamente describir con un tèrmino que Freud destaca en su
escrito de 1919 Das Unhemiliche: lo siniestro. Palabra que se aplica
cuando lo familiar se torna extraño o en su opuesto y que comparte las
cualidades de lo extraño y destructivo: fenómeno cuyo mensajero es la
violencia.

Una clara manifestación de la violencia que rompe ligaduras vinculares de
cohesión familiar es la violencia intrafamiliar. En la literatura sobre el
fenómeno de la violencia intrafamiliar una de sus manifestaciones mas
dramáticas es aquella que transgrede los limites y vínculos familiares
tanto dentro de la familia nuclear o extendida para constituirse en el
incesto. El incesto producirá un efecto sobre la subjetividad de la
víctima para establecer una matriz que en el futuro afectara las
relaciones interpersonales y determinara patrones de relaciones familiares
disfuncionales y patológicas.



Velásquez (2003) comenta que se da una vulnerabilidad subjetiva en las
niñas cuando estas son expuestas a las estrategias de seducción de los
adultos entre ellas las quejas y lamentos por perdidas de amor, de pareja,
o de trabajo que propicia un clima de acercamiento y seducción que induce a
la niña a ser "elegida". En los casos en que las niñas cedan al reclamo
adulto éstas están desde ya comprometidas a guardar el secreto, ya sea que
el incesto se haya dado a través de una seducción o un haya sido forzado.
Las repetidas relaciones incestuosas van creando así un sentimiento de
impotencia, culpa y falta de dominio sobre su propio cuerpo que las puede
llevar ya sea ensimismarse, aislarse, a dificultades en las relaciones
interpersonales posteriores o, por el contrario, ponen en acto la falta de
control atropellando al su entorno mediante conductas de riesgo o una
actividad sexual compulsiva.

Otra característica que conforma el patrón psicológico de mujeres adultas
victimas de incesto es que el recuerdo de las experiencias infantiles
traumáticas y los sentimientos que les acompañan que se cristalizan en
formas de inseguridad, estados depresivos y propensión a involucrarse y
permanecer en relaciones violentas o de maltrato. Paralelamente se puede
dar una excesiva preocupación por el bienestar de otros que afecta la
capacidad para desarrollar proyectos de vida personales.

Aunque en general la literatura y estudios llaman la atención sobre la
dinámica y patología que se desarrolla en el seno familiar a causa del
incesto, pocas veces se explora o considera lo siniestro de la acción y sus
consecuencias. De tal manera que una breve exploración sobre el concepto de
lo siniestro se impone.

El trabajo de Freud Lo Ominoso (Das Unheimliche) publicado en 1919, versa
sobre las cualidades y acepciones del concepto, entendido como
"siniestro", como lo desconocido que hay en lo conocido. Me parece que el
término es apropiado para profundizar en las aristas del incesto en el
sentido de que lo conocido y lo familiar-en este caso la figura paterna-
adquiere aspectos insólitos e insospechados como lo son las conductas
abusivas.

Inferimos por los relatos de la víctimas (Estrada, 2008), que esta
experiencia puede ser calificada de pavorosa y que crea una desazón que
cercena el ser de la persona, reflexionemos: ¿de qué manera la víctima
afronta lo malintencionado, perverso o diabólico que el incesto provoca en
la subjetividad? Aunque la traducción de unheimlich es sinónima de ominoso
también el término implica lo tétrico, lo macabro, sombrío o perverso. ¿
Cómo se aborda esa humillante y ultrajante realidad?

Una senda para adentrarnos en el espíritu que anima el término, es a
través de Heidegger quien privilegia su aspecto negativo- a partir de una
reflexión en torno al Coro de los Ancianos de Tebas en la Antígona de
Sófocles, donde aparece el término tó deinón, como lo terrible, espantoso,
maléfico. Así tenemos tó deinón como pavoroso y desazonador por un lado y
unheimlich como siniestro y ominoso por el otro. Ambas se internan en el
lado oscuro de la existencia misma y un descenso a los infiernos. Ambas
podrían describir una concepción del abusador. Hablamos aquí de lo
pavoroso, de prepotencia, de violencia, ¿Y quien más pavoroso que el
hombre mismo?

Muchas son las cosas pavorosas,
pero ninguna más pavorosa que el hombre.
Primera estrofa del Coro. El Himno de Holderlin, Heidegger (Traducción de
Oyarzùn)

Mucho prepotente hay. Más nada
Es más prepotente que el hombre.
(traducción de Hellingrath, 1801)



El efecto "siniestro" del ocultamiento del abuso en el seno familiar se
infiltra en el psiquismo de la niña abusada y en el resto de la familia
afectando las relaciones y los vínculos intrafamiliares. El "secreto de
familia" hace que todos sufran sin saber porque y convivan con algo que
ignoran, pero que sin embargo presienten.

Se ha considerado que estos fenómenos patológicos tienen su paralelo y
antecedentes en la evolución de la especie humana. La expresión más clara
de esto es la universalidad del tabú del incesto. El tabú del incesto es
la condición necesaria de todo desenvolvimiento humano, no por su aspecto
sexual, sino por su aspecto afectivo. El deseo incestuoso recibe su fuerza
no de la atracción sexual de la madre, sino del anhelo profundo de seguir
en el seno materno, o de volver a él. Sin embargo, el problema del incesto
no se limita a la fijación en la madre. El vínculo con ella es sólo la
forma mas elemental de los vínculos de la sangre que dan una sensación de
arraigo y pertenencia a un grupo humano. Los vínculos de la sangre se
extienden a los que son parientes consanguíneos, sea cualquiera el sistema
según el cual se establezcan esas relaciones. La familia y el clan y
después el Estado, la nación o la iglesia asumen la misma función que la
madre individual desempeñó originariamente para el niño. El individuo se
apoya en ellos y siente su identidad como parte de ellos, y no como un
individuo separado de ellos (Fromm, 1955). Otro autor previo a Freud,
Bachofen (1954) reflexionó sobre el papel fundamental que el vínculo con
la madre desempeña en el desarrollo del hombre. Bachofen supone que previo
a una sociedad patriarcal, se dio una fase en la cual los vínculos con la
madre fueron las formas más elevadas de la relación individual y social.
En este tipo de organización, la madre era la figura central de la familia,
la vida social y la religión. Históricamente se encuentran indicios de
sociedades matriarcales en Grecia e India previo a las invasiones nórdicas
y existen también evidencia de un gran número de Diosas Madre y su
significación. De igual manera en muchas sociedades primitivas se
evidencian restos de estructuras matriarcales en las formas matrilineales
de consanguinidad o en las formas matrilocales de matrimonio (Fromm, 1955).

Bachofen vio en esto aspectos positivos y negativos del vinculo con la
madre, En el lado positivo "el sentido de afirmación de la vida, la
libertad y la igualdad que impregna la estructura matriarcal" y el aspecto
negativo compuesto por "el estar atado a la naturaleza, la sangre y el
suelo, el hombre se ve imposibilitado de desarrollar su individualidad y su
razón. Es siempre un niño e incapaz de progreso" (cursivas del texto
original de Fromm).

Si el incesto es una forma de violencia, este remite al concepto de poder,
donde se da una asimetría de fuerzas donde el más fuerte abusa del mas
débil y vulnerable. Esta analogía puede también ser aplicada en el contexto
social actual. Si observamos nuestro entorno y rompemos con la
alucinación de no ver lo que existe nos daremos cuenta de que la trama
social se ha vuelto siniestra, lo que una vez tuvo la posibilidad de ser y
evolucionar ha invertido su dirección y nos lleva hacia un vacío mental y
existencial que nos hace aún más vulnerables a los fenómenos sociales
violentos.

Esta violencia social que empieza a operar dentro una cultura siniestra
nos lleva a tener una vivencia de catástrofe mental que se manifiesta
tanto de una manera grotesca como sutil. En cualquier momento cualquier
evento tiene la potencialidad de convertirse en su contrario. La violencia
social es registrada en términos individuales como terror (Freud, 1926).
Antes estos eventos traumáticos y catastróficos dentro de una cultura
siniestra, al Yo no le queda mas que recurrir a la escisión como mecanismo
de defensa para poder convivir dentro del caos. Creando sin embargo en su
interior y conviviendo en contradicción consigo mismo en el mejor de los
casos.

Esta estrategia del silencio, del no-decir es parte de un no reconocimiento
de la violencia del trauma donde opera el mecanismo de negación para eludir
el malestar que le acompaña. Este silencio si no es para negar la
presencia del trauma si funciona para disminuir su relevancia en la vida
del sujeto.

Conclusiones.

La senda recorrida para comprender el mundo interno del trauma, se inició
con los primeros escritos de Freud (1915) en los cuales la concepción del
trauma psíquico se consideraba como un cuerpo extraño por la abreacción del
afecto encapsulado y un recordar afectivo. En breve, se consideró como un
acontecimiento en la vida de la persona caracterizado por su intensidad y
la incapacidad del sujeto para responder a él adecuadamente

Surge posteriormente el enfoque de la psicología analítica la cual
conceptualiza el trauma desde una óptica de profundidad y peculiar
subjetividad partiendo de un postulado sencillo: el trauma es cualquier
experiencia que causa al infante un dolor psíquico o ansiedad intolerable.
El experimentar tal ansiedad amenaza con aniquilar en su totalidad la
personalidad y la destrucción de espíritu humano. Nos preguntamos entonces:
¿qué sucede en la psique y cómo ella responde ante los hechos que abruman y
sobrepasan las capacidades del ser humano para afrontar esos estímulos
externos? ¿Qué sucede en ese mundo interno cuando la vida del mundo
exterior es totalmente intolerable? Es aquí donde la originalidad y
profundidad de la psicología analítica se muestra al estudiar el impacto
del trauma en la psique causado por los eventos externos por un lado y por
el otro, al estudiar los sueños y las producciones fantásticas como
respuesta al trauma, se descubre una singular imaginería mitopoetica que
conforma el mundo interno del trauma, lo cual da lugar a considerar la
interpretación de los sueños que se dan en los pacientes inmediatamente
después del momento traumático. Esta aproximación conduce a la hipótesis
de que las defensas arcaicas asociadas al trauma son imágenes
personificadas como demonios arquetípicos es decir, las imágenes oníricas
vinculadas al trauma representan un autorretrato de la psique en sus
operaciones defensivas.

Ferenczi da un giro creativo e insospechado al postular sus ideas sobre el
tiempo del trauma. Ferenczi inscribe su teoría del trauma en la dimensión
de un "presente" que está mas allá del tiempo y la historia, opuesto a un
presente histórico que establece presencia e identidad, en el presente
traumático todo se disuelve; no hay sujeto ni oposición entre sujeto y
objeto. Lo que Ferenczi sugiere es que en la dimensión dinámica y temporal
del trauma, nos enfrentamos a algo que pertenece a la muerte, algo que
Freud no pudo representar "…el trauma es un proceso de disolución que se
mueve hacia la total disolución, es decir, hacia la muerte…" Tal vez, más
que hacia la muerte-como-limite, a lo que Ferenczi apunta es una muerte
infinita en el tiempo donde nada empieza.

Otro autor, Stolorow nos presenta la faceta de la intersubjetividad desde
la perspectiva del psicoanálisis fenomenológico Desde esta perspectiva, el
trauma que se desarrolla es producto de la experiencia de un afecto
intolerable. La intolerabilidad de este estado afectivo solo se puede
comprender y aprehender en términos de los sistemas relacionales dentro de
los cuales se hicieron presentes. Cuando consideramos el trauma desde esta
perspectiva relacional, el afecto adquiere significados permanentes e
insoportables, en donde el niño adopta la posición inconsciente de que sus
demandas afectivas insatisfechas y la reacción dolorosa hacia sus estados
emocionales, son el producto de un terrible defecto que él padece o son
causados una "maldad" interna inherente, esa falta de sostén y comprensión
son criticos para que se constituya el trauma emocional. Por otro lado,
Stolorow nos abre hacia otra dimensión respecto al trauma, la dimensión
temporal; la cual participa de este desgarramiento del mundo tal y como
lo conocemos, es el rompimiento del hilo unificador de la temporalidad, que
en términos de trauma se manifiestan como estados disociados y estados
múltiples.

Finalmente, llegamos a darnos cuenta de que el entretejido temático sobre
la subjetividad de la vivencia del trauma se ha cristalizado en un contexto
sobre la integración de la vida emocional y sobre la experiencia del trauma
emocional en particular. La experiencia emocional es inseparable del
contexto de apoyo, sensibilidad y empatía que se siente y percibe por un
lado y su contrario por el otro. Las experiencias emocionales dolorosas
llegan a instalarse traumáticamente ante la ausencia de un contexto
intersubjetivo dentro del cual puedan sostenerse e integrarse.



El análisis existencial producto de los escritos de Heidegger (1927),
corresponden fundamentalmente en reconocer que el trauma emocional se
constituye como parte de la existencia humana. En virtud de nuestra
finitud y la finitud de nuestras relaciones con los otros, la posibilidad
del trauma emocional se cierne amenazadoramente y esta siempre presente.
¿Entonces, cómo es posible que el trauma emocional dependa tanto del
contexto y que al mismo tiempo, se de la posibilidad de que éste (el
trauma emocional) sea un constituyente fundamental de nuestra existencia?
Vogel (1994) nos proporciona una respuesta que probablemente sintetice las
dos posibilidades, al elaborar otra dimensión sobre el aspecto relacional
de la finitud: así como la finitud es fundamental para nuestra constitución
existencial, también es constitutivo de nuestra existencia que nos
"acerquemos al otro como 'hermanos y hermanas en la misma noche oscura'
profundamente conectados el uno con el otro en virtud de nuestra finitud en
común" (Vogel, 1994). Por lo tanto, aunque la posibilidad del trauma
emocional está siempre presente, también esta presente la posibilidad de
formar vínculos caracterizados por una profunda sensibilidad a nuestras
necesidades de apoyo y reconocimiento emocional, que nos permiten soportar
y sostenernos frente al dolor, haciéndolo más tolerable, con la esperanza
de que eventualmente lo integremos a nuestro psiquismo y espíritu.

Parece ser entonces que el vínculo y soporte emocional que nos proporciona
el apoyo del otro es reactivo al trauma emocional. Cuando nos hemos
sentido traumatizados por algo, nuestra única esperanza es encontrar a
alguien que nos comprenda profundamente y lograr esa conexión de hermandad
que participa de la misma oscuridad. La búsqueda de la comprensión se
hace omnipresente porque la posibilidad del trauma emocional es
constitutivo a nuestra existencia y a nuestro estar-con el otro en nuestra
finitud (Stolorow, 2007).





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[1] Enrique Estrada. Doctor en Psicología Clínica y Médica. Universidad
Francisco Marroquín.
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