El movimiento de movimientos y el nuevo despertar de Nuestra América

Share Embed


Descripción

El movimiento de movimientos y el nuevo despertar de Nuestra América Dr. Carlos Rivera Lugo Catedrático Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos Un fantasma recorre la América nuestra: el poder constituyente del pueblo. Mientras en Europa en el 1989 otro fantasma desaparecía y en su lugar se posesionaba del alma de sus habitantes otra entidad espectral llamada neoliberalismo, al otro lado del mundo, ese mismo año, aparecía transfigurado el fantasma aquel, encarnado en los miserables, los pobres, los marginados de las bonanzas del capital bajo el nuevo orden neoliberal y protagonizarán el Caracazo, la primera gran insubordinación civil de la multitud de explotados constituido en movimiento antisistémico que ha parido esta nueva era llamada posmoderna. Nuevamente, la historia daba testimonio del hecho de que la revolución es el espectro del futuro, como nos dice el filósofo francés Jacques Derrida, y el futuro sólo puede ser de los fantasmas, así como lo ha sido el pasado.1 Sin embargo, en los tiempos actuales, parecería que la civilización occidental preferiría impedir la resurrección de sus fantasmas, no sea que como resultado despierten de la larga noche neoliberal y se den cuenten que la realidad de la vida baja ésta constituye la peor de las quimeras. Y volvió a estar sobre el tapete la utopía de Tomás Moro, para quien ese nuevo referente geográfico era prueba fehaciente de que otro mundo mejor al existente sí es posible.2 Luego de su brutal represión a manos del gobierno autodenominado socialdemócrata encabezado por Carlos Andrés Pérez, esa misma multitud de explotados y marginados se cansó de vivir al margen de los procesos de decisión política monopolizados por los dos partidos representantes de la oligarquía, e irrumpen en el proceso electoral con una voluntad inusitada, para llevar a uno de los suyos diez años más tarde, en 1999, a la presidencia: Hugo Chávez Frías, de piel morena, incluso con su propio historial de insubordinación contra el mismo orden y las mismas autoridades que fueron objetos de la ira popular durante el Caracazo. Chávez sabrá entender el mandato 1

Jacques Derrida, Specters of Marx, Routledge, 1994, p. 37. En este sentido, cabría pensar que habrá también aquellos que preferirían hacer desaparecer a toda la historia de la humanidad y la realidad misma. Es el fenómeno posmoderno de la desaparición que sobre todo busca enterrar, según Jean Baudrillard, “la ilusión radical del mundo”. Sobre este tema véase, por ejemplo, a Baudrillard, J., Cool Memories, Editorial Anagrama, Barcelona, 1989 y El crimen perfecto, Editorial Anagrama, Barcelona, 1996. 2 La obra cimera de Moro titulada Utopía tuvo como uno de sus referentes las narraciones de los viajeros que llegaban del llamado Nuevo Mundo, donde el autor pudo confirmar la existencia de comunidades humanas que no se regían por los valores patrimoniales de los europeos ni una organización social clasista del trabajo. Véase al respecto a A. L. Morton, “La Isla de los Santos”, en Atilio Borón (comp..), La filosofía política clásica. De la Antigüedad al Renacimiento, CLACSO-EUDEBA, Buenos Aires, 2000.

de cambio que le dio el pueblo, ávido de constituirse en soberano popular y no mero espectador pasivo de las determinaciones de las elites. El poder constituyente estableció desde ese momento una íntima relación con el poder constituido, sobre todo en tanto y en cuanto el poder constituido tiene que expresar –y no representar- la voluntad de esa pluralidad de nuevos sujetos de lo político, integrado por grupos y sujetos singulares, que aspiran a intervenir concertadamente en la esfera pública en coordinación con el Estado, pero también más allá de éste. La multitud de explotados constituye, en ese sentido, un nuevo dispositivo de poder, es decir una red estratégica, que aspira activamente a autodeterminarse, tanto como productores y ciudadanos. En ello radica precisamente el valor del poder constituyente. Constituye una fuerza impetuosa y expansiva que, al decir de Antonio Negri, “irrumpe, quebranta, interrumpe, desquicia todo equilibrio preexistente y toda posible continuidad”.3 Como tal, constituye un factor potenciador de la democracia como el gobierno del pueblo, por pueblo y para el pueblo. Precisamente, ello explica la capacidad que demostró, mediante su masiva movilización en las calles, para frustrar la intentona golpista del 11 de abril de 2001 y devolver a Chávez a la presidencia. No fueron los cuadros gubernamentales ni partidarios los que derrotaron por primera vez un golpe apoyado por el gobierno de Estados Unidos y que, además, para mayor afrenta, contaba con el aval abierto del gobierno de España. Chávez comprendió en ese momento, en toda su plenitud, que el verdadero poder estaba, no en su presidencia, sino en ese pueblo que había decidido ocupar ya definitivamente la esfera de lo público. Y si bien ese mismo pueblo refrendó su permanencia un año más tarde y lo reeligió luego en el 2006, en ambos casos con un margen cada vez mayor de votos, igualmente supo darle su primera derrota en el referendo de diciembre de 2007 sobre unas reformas constitucionales propuestas por el propio presidente Chávez. Con motivo de lo ocurrido, escribió la intelectual cubana Celia Hart: “Los líderes no son causa, sino consecuencia lógica del enfrentamiento entre las clases”. Y abunda al respecto: “El líder en la Historia, al margen de su talento o su carisma, inevitables siempre; es equivalente a la fuerza externa de una oscilación, inyectada en la misma frecuencia que la natural de un sistema oscilatorio: Eso es Chávez: Entrega al proceso venezolano una fuerza con la frecuencia propia del mismo. Por eso la amplitud de la oscilación crece, y ocurre la resonancia. Como un balancín infantil, cuando tratamos de impulsar a un niño para que llegue más alto. ¡Ojo!....Puede destruirse el sistema si no se anda con cuidado, tal cual el famoso puente de Washington en 1940... Hugo Chávez debe tener en cuenta ahora más que nunca que la resonancia tiene sus límites.”4 Hay que entender, pues, que en las actuales circunstancias el pueblo venezolano, crecientemente 3 4

Negri, Antonio (1994): El poder constituyente, Madrid: Libertarias/Prodhufi, p.29. Celia Hart, “Venezuela del alma”, publicado en www.aporrea.com, 10 de diciembre de 2007.

reasume su propia representación más allá del gobierno, los partidos e, incluso, los líderes. Y es que una democratización radical debe avanzar, como planteara Antonio Gramsci, hacia el “autogobierno de los productores”. En ese sentido, hay que entender que el poder constituyente hoy no es homogéneo o monolítico –si es que alguna vez realmente lo fue-, sino que difluente, es decir, se ha desbordado por todas partes, sobre todo a partir de su activación democrática y potenciación revolucionaria luego de 1999. Como tal elude la representación mecánica. La nueva institucionalidad democrática no puede ser implantada desde arriba, sino que tiene que constituirse ascendentemente, a partir de nuevos estados de conciencia y actos correlativos. El pueblo ha dejado de estar ausente. Esto es lo que hace el proceso constituyente venezolano un referente original de sumo interés para el resto de la América nuestra. Bolivia es otra experiencia que marca el nuevo paradigma de la política y la democracia en Nuestra América. El ascenso del aymara Evo Morales a la presidencia fue precedido, al igual que el caso venezolano, por el fantasma del poder constituyente, según encarnado en las amplias movilizaciones populares que depusieron a dos mandatarios en dos años. Con ello se abrió paso al creciente arrinconamiento del modelo político y económico neoliberal vigente. Pero más importante, consiguió que miles de manifestantes se constituyesen en un multitudinario cabildo abierto para construir el gobierno de los de abajo, o sea, de los obreros, campesinos y clases medias empobrecidas. Morales se vio beneficiado por esa amplia movilización social y política que trascendía la estructura político-partidista vigente hasta el momento debido a la total bancarrota de ésta. Fue electo para que enterrase el neoliberalismo y refundara el país sobre la base de la plena igualdad de todos sus habitantes. De ahí que se organizara una Asamblea Constituyente Originaria que aprobó un controvertido proyecto de Constitución de un nuevo Estado plurinacional y pluricultural que culmine la plena descolonización del país y recoja dialógicamente la identidad y cultura de todos y todas, sobre todo la de los indígenas que para todos los fines estaban excluidos del orden constitucional republicano establecido a partir de 1826 tras la independencia de España. La transformación constitucional planteada pasa por reconocerle derechos colectivos a los pueblos originarios, incluyendo el derecho a la autodeterminación o la autogestión y la posibilidad de establecer un sistema jurídico plural que responda a sus usos y costumbres de éstos. Ahora bien, se ha trabado un tranque político con la oposición que amenaza con abortar todo el proceso, con las graves consecuencias que ellos tendría. Los problemas surgen al hablarse de autonomías indígenas, que a su vez chocan con las reivindicaciones autonomistas de algunos de los departamentos, integrantes de la llamada “media luna” (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija). Ciertas

expresiones de este autonomismo territorial representa en el fondo cierta mezquindad oligarquica –con bases raciales y clasistas– para compartir los frutos de los recursos naturales localizados en sus departamentos con el resto del país, sobre todo a partir del ascenso de los pueblos indígenas al poder central. En ese sentido, el actual autonomismo departamental trata de una lucha no sólo por descentralizar y democratizar el control político del Estado, sobre bases territoriales y en exclusión de la autonomía comunitaria o la autodeterminación de los pueblos indígenas originarios, sino también por el control de las riquezas y los ingresos del país. Ello solo sirve para profundizar y no superar las actuales disfunciones políticas y sociales, sobre todo en la medida en que pretende dejar a los pueblos originarios nuevamente sin su propia expresión de la sociedad política, es decir, sin un Estado del que son efectivamente parte.5 Quienes promueven la autodeterminación de los pueblos originarios se distancian de los reclamos autonómicos sobre bases territoriales. Y es que la autodeterminación de los pueblos originarios, si es que realmente se va a potenciar, tiene que proveer para la reconceptualización misma de la autonomía a partir del reconocimiento de la existencia de espacios públicos y fronteras fluidas, como el poder mismo o mejor dicho como la amplia red de dispositivos de poder estratégicamente presente a través de toda la sociedad, sobre todo en el contexto de una sociedad democrática en que la autodeterminación efectiva de sus sujetos sustituye la soberanía formal de la oligarquía que ha gobernado hasta ahora en exclusión de la mayoría. En ese sentido, hay que refundar el Estado haciéndolo más difuso y fluido como el poder y las nuevas formas ampliadas y desbordantes que asumen en estos tiempos los espacios públicos. Tiene que socializarse, más allá de la dimensión territorial de la soberanía, es decir, encarnarse en el espacio público no estatal; hacerse general y particular a la vez, hacerse comunidad, en todas sus acepciones, algo así como un Estado como novísimo movimiento social, según planteado por Boaventura de Sousa Santos.6 Es allí, repito, que en última instancia se 5

“Estamos asistiendo al sepelio de los míticos paradigmas occidentales. Se dijo que era imposible romper el mito de Estado Nación, pero este mito comienza a ser superado desde el imaginario colectivo plurinacional de los pueblos. Dijeron que existía una sola Ley divina, por tanto, un solo sistema judicial, pero el pluralismo jurídico revienta por todos los rincones de países plurinacionales como Bolivia. Dijeron que sólo el idioma dominante y la racionalidad lineal concedían la cualidad de ciudadanía, pero el pluralismo lingüístico y el simbolismo ritual se impone por doquier.” Quispe, Juvenal (2007): “La transición del Estado Nación hacia un Estado plurinacional”, www.bolpress.com, 8-7-07. 6 Boaventura de Sousa Santos nos habla de “convertir al Estado en componente del espacio público no estatal. Esta última transformación del Estado es la que denomino Estado como novísimo movimiento social”. Abunda al respecto lo siguiente: “Las principales características de esta transformación son las siguientes: compete al Estado, en esta emergente organización política, coordinar los distintos intereses, flujos y organizaciones nacidos de la desestalización de la regulación social. La lucha democrática se convierte así, ante todo, en una lucha por la democratización de las funciones de coordinación. Si en el pasado se buscó democratizar el momopolio regulador del Estado ahora se debe, ante todo, democratizar la desaparición de ese monopolio.” De Sousa Santos, Boaventura (2005): Reinventar la democracia. Reinventar el Estado, Buenos Aires: CLACSO, p. 49.

atan y desatan los nudos del poder y no desde el ideal o el artificio del Estado, en su forma centralizada o descentralizada (en autonomías departamentales). Para ello hay que superar la categoría formalmente unitaria de sujeto y abrir el camino al reconocimiento efectivo de la especificidad de los diversos sujetos que constituyen la comunidad política dada, es decir, a la pluralidad radical de una democracia que merezca llamarse como tal.7 Un tercer referente que deseo destacar es el de los zapatistas en México, sobre todo en cuanto representan una diferencia marcada en cuanto al enfoque del poder. Éstos inauguraron en México una nueva forma de hacer política que, sorpresivamente, no aspira a la toma del poder constituido, por entender –como bien lo explica John Holloway- ese entramado complejo de lógicas, instituciones y prácticas cuyo fin primordial es la perenne reproducción del orden civilizatorio capitalista. En cambio, los zapatistas apuestan a la construcción de un poder “muy otro”, desde abajo. Se confirma así la influencia decisiva del pensamiento de Michel Foucault sobre el saber y el poder. Según éste, es en el foco local y cotidiano, o mejor dicho, es en esa multiplicidad de focos e historias donde radica la raíz de toda estructura de poder8 pues, es allí donde el sistema capitalista implanta y pretende reproducir sus relaciones de dominación.9 Por lo altamente ilustrativo, veamos la explicación que el propio subcomandante zapatista Marcos da acerca de la concepción de su movimiento: “Con la caída del muro de Berlín, con el derrumbe del campo socialista, lo que se produce no es el fracaso de un sistema social, y el triunfo de otro, el fracaso del socialismo y el triunfo del capitalismo; en realidad, se trata del fracaso de una forma de hacer política. Pensamos que lo que está fallando es una forma de hacer política, que hay que encontrar una nueva, que no tenemos una puta idea de cómo sea esa forma nueva, pero sí de cómo no debe ser, y que para dar con esa forma nueva necesitamos otras voces y otros pasos”.10 Abunda Marcos: “Nosotros apostamos a una premisa fundamental: no a la toma del poder, no a los cargos gubernamentales, no a los puestos de elección popular, y 7

Puntualizan Laclau y Mouffe: “El pluralismo es radical solamente en la medida en que cada uno de los términos de esa pluralidad de identidades encuentra en sí mismo el principio de su propia validez, sin que ésta debea ser buscada en un fundamento positivo trascendente –o subyacente- que establecería la jerarquía o el sentido de todos ellos, y que sería la fuente y garantía de su legitimidad.” Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal (1987): ibid, p. 188. 8 Véase al respecto Snow, David y Benford, Robert (1992), “Master Frames and Cycles of Protest”, en Morris y McClurg Mueller, eds, Frontiers in Social Movement Theory, New Haven: Yale University Press. 9 Ya lo señalaron Carlos Marx y Federico Engels: es la sociedad civil el verdadero “hogar y escenario de toda la historia” y “cuán absurda resulta la concepción histórica anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con su limitación, a las acciones resonantes de los jefes y del Estado”. Marx, Carlos y Engels, Federico (1971): La ideología alemana, Montevideo: Ediciones Pueblos Unidos, p. 38. 10 Rivera Lugo, Carlos (2007): “El camino zapatista hacia ese muy otro poder”, Claridad, San Juan de Puerto Rico, 21-1-07, p. 14.

vamos a ver qué tipo de políticos produce una organización de esa naturaleza...Pero nos dicen que si no nos planteamos la toma del poder, nunca se nos sumará el pueblo. Nosotros respondemos: y a ti que sí te planteas la toma del poder, ¿cuándo se te ha sumado el pueblo?” Y abunda el dirigente zapatista: “Para nosotros el futuro del EZLN no se define en términos militares sino en términos políticos. No nos preocupa el enemigo, nos preocupa cómo vamos a definir una nueva relación entre compañeros...Y no tiene que ver con las armas ni con la guerra. Se trata de una nueva respuesta social...es la idea de que sí, es posible algo nuevo y que es bueno intentarlo. No tenemos nada que perder.”11 Para Marcos, la destrucción del sistema capitalista sólo se conseguirá a partir de la constitución de una alianza de movimientos antisistémicos.12 Una particularidad de la lucha de los zapatistas es el hecho de quien se rebela no es el mítico sujeto proletario de la teoría marxista clásica, sino el indígena, ese sujeto olvidado en su humanidad sufriente por capitalistas y no capitalistas por igual. Era un grito de guerra que venía esta vez no de las fábricas, sino de lo más profundo, por no decir, negado de la realidad latinoamericana: el indígena, que en el caso de México constituye aproximadamente el 15 por ciento de la población. Es un nuevo sujeto político que hace su entrada en escena. Como señala la intelectual mexicana Ana Esther Ceceña: “El sujeto revolucionario, el portador de la resistencia cotidiana y callada que se visibiliza en 1994, es muy distinto al de las expectativas trazadas por las teorías políticas dominantes. Su lugar no es la fábrica sino las profundidades sociales. Su nombre no es proletario sino ser humano; su carácter no es el de explotado, sino el de excluido. Su lenguaje es metafórico, su condición indígena, su convicción democrática, su ser, colectivo.”13 Según el prominente filósofo italiano Gianni Vattimo, la liberación de América Latina cobra un nuevo y tal vez decisivo protagonismo. En unas declaraciones hechas con motivo de una reciente estancia en La Habana, Vattimo dice ver con esperanza el surgimiento de un proyecto social colectivo cada vez más amplio en la América Latina que, no obstante sus imperfecciones, se acerca más que ningún otro proceso de cambio a la transformación que necesita el mundo actual.14 “Necesitamos que América Latina nos

11

Rivera Lugo, Carlos (2007): ibid. Sobre el concepto de movimiento antisistémico, véase por ejemplo a Giovanni Arrighi, Terence K. Hopkins y Immanuel Wallerstein, Movimientos antisistémicos, Ediciones Akal, Madrid, 1999. 13 Barrera, Marcelo y Rey, Juan (2006): “El andar zapatista y La Otra Campaña”, www.rebelión.org, 30 – 12-06. Dice Holloway que en momentos como éstos “se cambia la gramática y la lógica de la realidad” y “nos enseña otra gramática, otra forma de pensar, otro concepto de la realidad”. Holloway, John (2005): ibid, p. 11. 14 “En estos años he venido a Cuba y he conocido a la Venezuela de Chávez. Sé que tienen límites, pero son lugares donde se intenta lograr una forma de participación popular sin los límites que hoy tienen las democracias occidentales”. Puyol, Jordi (2007), “Gianni Vattimo: La liberación del hombre es una liberación a su creatividad”, La Jiribilla V, La Habana, 17-23 de febrero de 2007. Sobre este tema, véase 12

salve de la dominación estadounidense. He cultivado este sueño en estos últimos años, porque América Latina tiene recursos, fuerza demográfica, capacidad de resistencia, no militar sino económica, frente a Norteamérica”, expresa. Concluye el filósofo convidando a la creación de “islas de comunismo”, a la multiplicación de las iniciativas emancipadoras por doquier, abordando la llamada toma del poder total con mayor humildad y realismo, sobre todo a la luz de lo elusivo que dicho poder total ha demostrado ser a través de la experiencia histórica.15 La América Latina se erige así tal vez en el principal referente para la articulación de un nuevo discurso emancipador dentro de la comunidad internacional16, que incluye un replanteamiento radical del ideal democrático. Si bien estamos en medio de unos nuevos y esperanzadores tiempos, los mismos no son homogéneos ni monolíticos, sino que poseen una riqueza singular precisamente por lo mismo y lo diferente que anidan en su seno. Las antes mencionadas experiencias productoras de saberes y prácticas alternativas no están exentas de contradicciones, como cualquier proceso histórico. Cada foco particular de cambio está caracterizado con variadas intensidades y profundidades. Aparte de los ejemplos anteriores, habría que mencionar los procesos que se viven en Ecuador, Argentina, Uruguay, Brasil, Guatemala, sin olvidarnos de Cuba. El Foro Social de Porto Alegre se ha mundializado, constituyendo tal vez el embrión de una nueva Internacional, esta vez representativa del movimiento de movimientos, la forma bajo la cual se expresa hoy el poder constituyente. Cada conjunto específico de voluntades que se accionan lo hacen desde sus respectivas circunstancias nacionales, regionales y comunitarias. Sin embargo, si hay algo que distingue a cada una dentro del actual mapa estratégico latinoamericano, es la irrupción del protagonismo propio de los hasta ayer excluidos de nuestras tierras, es el despertar del soberano popular organizado en un amplio movimiento de movimientos. Lejos de aceptar su descalificación como “forajido”, se ha apuntalado dialécticamente en esa misma condición para empezar la ardua pero inescapable labor de refundarlo todo desde sí mismo. también la ilustrativa entrevista al Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, Ricardo Alarcón de Quesada, García, Liset (2004): “Hablemos de democracia”, Bohemia, La Habana, 21-5. 15 Vattimo desarrolla estas ideas en su reciente obra: Vattimo, Gianni (2006): Ecce Comu, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. 16 Caballero Harriet se refiere así a Latinoamérica como la gran esperanza del futuro: “Ha llegado la hora Latinoamericana. La hora en que, superando las cadenas de las tutelas interesadas, de los ingerencias manipuladoras, de los complejos, y neutralizando los mecanismos paralizadores, ofrezca al mundo el modelo del Nuevo Contrato Social que, realizado a modo de ‘pactum unionis’, sobre la base indefectible de la solidaridad, entre todas las culturas latinoamericanas, tendrá por objeto la convivencia cultural comunicativa en la que el individuo entendido, no como el ente abstracto kantiano, sino como la realidad tridimensional, esto es como sujeto cultural, como sujeto político-democrático y como sujetos de derechos universales, se libere de las cadenas que suponen en falso trinomio crecimiento/desarrollo/dicha y pueda encontrar su evolución a través del definitivo equilibrio con el medio, esto es, en palabras de J. J. Rousseau en el Second Discours, la verdadera felicidad.” Caballero Harriet, Francisco Javier (2007): Del ‘sueño americano’ al ‘sueño latinoamericano’, Conferencia magistral ofrecida en la Universidad Autónoma de Santo Domingo el pasado 4 de junio de 2007, p. 37-38.

Boaventura de Sousa Santos ve en la propuesta hecha por José Martí, en su ensayo “Nuestra América”, el conjunto de ideas que deben presidir sobre esta hora protagónica de la América Latina: (1) la América Latina debe buscar dentro de sus propias raíces y luchas las bases para la edificación de un conocimiento y un sistema de gobierno, en vez de importarlos de Europa o Estados Unidos; (2) nuestras raíces son un cántaro complejo de mezclas, a partir del cual se debe contextualizar cualquier aspiración de universalidad; (3) para la construcción de cimientos políticos y sociales genuinos, los latinoamericanos necesitamos construir también un saber auténtico que parta del saber de la gente de estas tierras y esté afincado en las propias realidades; (4) nuestras raíces son las de Calibán: negras e indígenas, mulatas y mestizas; y (5) el pensamiento político de Nuestra América es anticolonial y antiimperialista, a la vez de estar comprometido con la unidad de sus pueblos y con una exigencia ética de igualdad sustantiva.17 Estamos, pues, ante una ruptura epocal que potencia, tal vez como nunca antes, la posibilidad de forjar la segunda independencia de Nuestra América.

Abril 2008

.

17

De Sousa Santos, Boaventura (2006): Conocer desde el Sur: Por una cultura política emancipatoria, Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, p. 171-176. Véase también a Martí, José (2005): Nuestra América, Buenos Aires: Editorial Losada, p. 13-25.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.