El motivo de las andas: de nuevo sobre los libros de caballerías y el Quijote

July 8, 2017 | Autor: Emilio Sales | Categoría: Quijote, Libros/novelas De Caballerías
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Descripción

CRITICÓN,

99,2007,

pp. 105-124.

El motivo de las andas: de nuevo sobre los libros de caballerías y el Quijote

Emilio J o s é Sales D a s í ÍES. Tavernes Blanques (Valencia)

1 . Fuera de que la relación entre el Quijote y los libros de caballerías se ha convertido en un asunto trillado, habitual y peligrosa parece toda aquella interpretación que, partiendo de los propósitos paródicos enunciados de forma supuestamente concluyente p o r C e r v a n t e s , e n t r a ñ a un juicio negativo del género caballeresco r e n a c e n t i s t a . Que los libros de caballerías eran de sobra conocidos p o r el escritor alcalaíno y que dejaron su impronta en la creación y composición de su relato, ya fuera c o m o rico manantial que suministraba argumentos, ya fuera c o m o tradición literaria referencial sobre la que materializar el efecto burlesco, son realidades que quedan fuera de cualquier discusión. M u c h o más peligrosas se revelan, en virtud de la propia capacidad plurisignificativa del Quijote, las numerosas valoraciones de la obra que, surgidas con la intención de la crítica literaria de ofrecer una lectura original frente a la vasta y casi inaprensible bibliografía cervantina, desembocan en una nueva reescritura del Quijote y de las posibilidades y designios concretos que dirigían la pluma de su autor . N o es éste, sin embargo, el lugar más idóneo para dilucidar una cuestión que excede al enfoque de este t r a b a j o . A p o y a r la tesis de un Cervantes perfeccionista cuya formación libresca se r e m o n t a a la Antigüedad clásica y supone un c o m p e n d i o enciclopédico de grandes dimensiones, o secundar la teoría de que Cervantes era un 1

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No tenemos más que considerar los diversos repertorios críticos aparecidos con motivo del IV Centenario de la aparición de la primera parte del Quijote para contrastar las diferentes perspectivas que igual inciden en la irreprochable magistralidad del alcalaíno, convertido en individuo casi demiúrgico que controla todos y cada uno de los múltiples recovecos de su discurso, como le conceden una dimensión más humana a un escritor que compartía todas las dudas de cualquier literato a la búsqueda de los laureles de una fama que hasta entonces se le había negado.

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escritor descuidado cuya elaboración del Quijote deja al descubierto algunas anomalías que tanto han hecho elucubrar a la crítica, son posiciones extremas que llevan implícita una subjetividad que puede salpicar la consideración de otras manifestaciones literarias c o m o los mentados libros de caballerías. Por eso, en las siguientes páginas intentaré un análisis del famoso episodio de los encamisados ( I parte, cap. X I X ) , incidiendo en su posible vinculación con otros textos caballerescos precedentes. T e n g o en efecto la impresión de que, sin necesidad de buscar dependencias ni filiaciones textuales concretas con dichas obras, Cervantes venía a utilizar, c o m o lo hizo en tantas ocasiones, un motivo literario consolidado al que su inventiva le otorgaba un grado de novedad que no sólo era fruto del deseo de hacer tabla rasa con situaciones ridiculas o inverosímiles, desde el punto de vista de la estética aristotélica, sino que podría calificarse c o m o la respuesta de un autor ingenioso a unas exigencias que se estaban fraguando desde mucho tiempo atrás en el mismo seno de los libros de caballerías sin que nadie hubiera acertado a darle forma definitiva. La difusión geográfica y temporal del corpus editorial caballeresco tanto en la península c o m o en otros lares europeos y durante más de una centuria habla del fenómeno de la repercusión de unos relatos que sólo guardan una imagen monolítica para aquellos que jamás se han adentrado en sus más variados vericuetos. Alguna virtud debían poseer los más de ochenta títulos que engordan la nómina del género para garantizar su supervivencia . Y a la hora de buscar las posibles claves de este éxito d u r a d e r o , no tendremos que olvidar su necesaria c a p a c i d a d evolutiva. Manteniendo vivos esquemas, motivos y personajes arquetípicos, estas ficciones se fueron r e m o z a n d o con el aporte continuado de temas e ingredientes procedentes de géneros afines, provocando una fusión intertextual que transformaba el libro de caballerías castellano en un producto cada vez más lejano de lo que fueron sus orígenes artúricos medievales. Claro que los resultados de esta trayectoria evolutiva eran más complejos de lo que hemos expuesto, y el pretendido proceso transformador no siguió un camino gradual y progresivo. L a novedad y la originalidad de cada texto no se corresponde muchas veces con las fechas de su composición, de m o d o que discursos, pongamos por caso los de Feliciano de Silva, redactados en la década de 1 5 3 0 - 1 5 4 0 , resultan más frescos que otros libros más celebrados durante la segunda mitad de la centuria. En cualquier c a s o , no estará de más reconocer que aspectos c o m o el h u m o r poseen un papel resaltable dentro del corpus caballeresco y permiten levantar un puente de contacto con las páginas del Quijote, un vínculo que también es posible adivinar tras el desarrollo de distintos episodios caballerescos que tienen c o m o hilo central el motivo del encuentro del héroe protagonista con un cortejo que transporta un muerto sobre unas andas. a

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Si bien debemos constatar que no es éste un motivo cuya frecuencia en los relatos caballerescos se signifique por su manejo constante, sí que al menos lo podemos localizar en varios textos del corpus genérico publicados en un amplio espectro temporal que abarca desde 1 5 3 0 hasta 1 6 0 2 : Amadís de Grecia ( 1 5 3 0 ) de Feliciano de Silva, y las Primera y segunda parte del Florisel de Niquea ( 1 5 3 2 ) y la Tercera parte del libro

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A día de hoy, como sostiene Lucía Megías ( 2 0 0 1 ) , todavía resulta imposible considerar el corpus textual de los libros de caballerías como algo definitivo, ya que no debe descartarse la existencia de algunas obras de las que sólo conservamos simples alusiones puntuales.

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homónimo ( 1 5 3 5 ) del mismo autor, el Palmerín de Inglaterra ( 1 5 4 7 ) , la Segunda parte del Espejo de príncipes y caballeros de Pedro de la Sierra ( 1 5 8 0 ) y el Policisne de Boecia de J u a n de Toledo y Silva ( 1 6 0 2 ) . En cuatro de estos relatos el esquema argumental de la aventura de las andas se describe c o m o un suceso de camino, con una funcionalidad idéntica a la que poseen aquellas embajadas que llegan a la c o r t e para solicitar la intervención del caballero protagonista. En uno y o t r o caso se le facilita al héroe una nueva empresa que le impedirá caer en las garras de esa abominable amenaza que es el ocio, al mismo tiempo que los autores demuestran su horror a los tiempos vacíos. Ni los ficticios caballeros pueden permanecer inactivos, ni a los lectores y oyentes se les debe privar de una continua sucesión de hechos admirables. Eso es lo que prometen los reclamos editoriales que ya figuran en el mismo título de los textos caballerescos, planteados muchas veces c o m o una yuxtaposición acumulativa de incidentes dinámicos o de tiempos llenos. Por tanto, durante uno de sus múltiples viajes el caballero se topa con una enigmática comitiva que transporta un cadáver e, inmediatamente, se disparan dos efectos paralelos: mientras el color negro de los vestidos de los acompañantes o la posible suntuosidad de las andas delatan el papel del ceremonial y de los hiperbólicos sentimientos de duelo en el género caballeresco , las causas de la muerte del caballero difunto, siempre eliminado injustamente, desatan la obligada p a r t i c i p a c i ó n del protagonista en una tarea que servirá para vengar la afrenta cometida. El encuentro con unas andas crea en el relato unas expectativas y una virtualidad narrativa que volverá a poner de manifiesto por enémisa vez la excepcionalidad bélica del protagonista. A grandes rasgos éste es el patrón básico de un motivo que, según los autores, admitirá diversas variaciones en su desarrollo. 3

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2 . En el Amadís de Grecia, por ejemplo, la presencia de un caballero m u e r t o transportado sobre unas andas se aleja del modelo enunciado y sirve para destacar la crueldad de la reina Brizaña de Alejandría . Dicho personaje femenino, enojado por las constantes muestras amorosas de uno de sus vasallos, ordena su muerte. Su exagerada decisión es conocida por la sabia Zirfea, quien la deja hechizada con una espada clavada en su p e c h o . L a liberará Amadís de Grecia y, tras su desencantamiento, deberá presentarse en la corte de Trapisonda para que la princesa Luscela le imponga un castigo por su desordenado comportamiento. Su llegada a la corte imperial provoca la sorpresa ante el e x t r a ñ o séquito que la a c o m p a ñ a : «todos se maravillaron de verla con aquel cavallero muerto descabezado y las c u a t r o donzellas que lo lloravan, el cual en unas andas seis cavalleros traían» ( 2 , LII, p. 3 6 9 ) . A diferencia de situaciones posteriores, el recurso al caballero difunto no actúa c o m o eje generador de nuevas aventuras, sino que se convierte en un elemento visual que sirve p a r a desatar la sorpresa entre los 5

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N o deberá tampoco olvidarse la aparición de este motivo en el Olivante de Laura (1564) de Antonio de Torquemada, en el Libro segundo, capítulo VII, episodio que dejamos fuera de nuestro campo de trabajo por haber sido convenientemente analizado por Montiel Nava, 2 0 0 5 . Estas muestras de desmedida tristeza entroncan con la tendencia del género a que los personajes expresen sus sentimientos de manera exagerada y sin quedarse en medias tintas (Rico, 1989, p. 12). Clemencín (1833, p. 97) ya aludía a este episodio entre los antecedentes caballerescos del Quijote. En lo sucesivo se indica entre paréntesis en el siguiente orden: libro o parte, capítulo y página o folio. 4

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cortesanos , del mismo m o d o que lo haría cualquier artificio ideado por un sabio encantador. El cuerpo transportado sobre unas andas es la representación visual del pecado cometido por la cruel reina, pero su trascendencia narrativa es mínima si intentamos establecer algún paralelismo con episodios c o m o los que a continuación se enumerarán. En la Segunda parte del Florisel de Niquea, sin embargo, descubrimos una aventura trazada según las pautas convencionales del tópico. El príncipe Florisel recorre el i m p e r i o g r i e g o en busca de sus a m i g o s G a r i a n t e r y F a l a n g e s de A s t r a . Significativamente, tras dejar atrás Grecia, ha mudado sus a r m a s antiguas por otras nuevas «para por ellas se poder conoscer» (VII, f. C X L I I V ) . En tanto que se repiten esos usos característicos en la trayectoria del caballero, según los cuales de forma permanente intenta forjarse una entidad caballeresca distintiva que puede corresponderse o no con la adquisición de un nuevo nombre , Florisel cabalga un día de invierno por una floresta solitaria y se cruza con una compañía, 8

la cual de doze cavalleros y donzellas eran que gravemente con lágrimas y palabras de gran dolor, el de aver perdido un cavallero que en unas andas cubiertas de luto llevavan, ivan lamentando. El cual todo armado iva, grande y bien hecho, con la cabeca junto con el yelmo de un golpe de espada hendido, y dentro con él en las andas iva una dueña muy hermosa que, sacando sus cabellos a manojos sobre el cuerpo que delante muerto llevava, con grandes y dolorosos gritos assí dezía: — ¡ O , cruel y desconocida fortuna!, ¿para qué la pones al que la das, si ha de ser para con la mayor por tu parte ganada, acrecentar en la por tu incertenidad después perdida como contino acostumbras hazer? [...] ¡O, soberano príncipe de Boemia, mi señor y marido, que por la gloria de vuestras hazañas la desastrada muerte vuestra da lugar a más sentimiento! (f. CXLIIV).

Sin apenas proponérselo, Florisel conoce el triste infortunio del hermano de Timbria, inseparable c o m p a ñ e r a de su a m a d a Helena, merced a la habitual inclinación de Feliciano de Silva a dejar que sus personajes se expresen c o n una a l a m b i c a d a y grandilocuente retórica en cualquier lugar y ocasión. Después de oír tales muestras de dolor, c o r r o b o r a d a s por el desmayo de la viuda sobre el cuerpo de su esposo, el protagonista se dispone a ofrecer sus servicios, si ellos son necesarios, puesto que se siente implicado en una desgracia que, indirectamente, afecta a su señora. Antes deberá esclarecer los motivos de la muerte del finado, un deseo que satisface la propia viuda señalando que su comitiva se dirige hasta Apolonia p a r a r e c l a m a r el auxilio de Brimartes, Lucidor de las Venganzas o don Brián para que enmienden la traición que se le hizo al príncipe en el castillo de un gran sabio. El inesperado encuentro del protagonista con unas andas marca la transición hacia una nueva prueba caballeresca en la que Florisel terminará vengando la injusta traición cometida. Funciona c o m o elemento generador de una peripecia que se vincula por 7

El universo de los libros de caballerías se presta continuamente a la admiración de personajes, lectores u oyentes a cuya mirada apela el autor para exhibir sus dimensiones extraordinarias (Sales Dasí, 1999). Tradicionalmente se plantea en estos libros una correspondencia entre los emblemas personales que singularizan al caballero y su entidad caballeresca, una relación que va más allá de la personalidad del héroe o su adscripción social (Montaner Frutos, 2 0 0 2 ) . 8

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acumulación con la materia precedente. Estructuralmente, el episodio se convierte en un pequeño núcleo narrativo de carácter autónomo que sobresale por su potencialidad para suscitar nuevos tiempos llenos. A efectos de posteriores comentarios, merece reseñarse igualmente que en la situación descrita por Feliciano de Silva el encuentro acontece durante el día, que la mujer agraviada se comporta c o m o una demandante poco hostil y que la naturaleza de esas andas queda en el aire por c u a n t o que sus dimensiones deberían ser bastante grandes — t a l vez el narrador piense en un c a r r o — para albergar el cuerpo del caballero difunto y su esposa. En la Tercera parte del Florisel, Silva retoma el motivo de las andas, aunque esta vez este medio de transporte n o se utilice para t r a n s p o r t a r a un muerto sino a unos prisioneros. Empeñado en forzar los esquemas típicos del género, el escritor de Ciudad Rodrigo problematiza la existencia sentimental de sus personajes, de m o d o que es frecuente que alguno de sus caballeros n o sepa decidirse entre dos mujeres. El emperador Amadís de Grecia, enamorado inicialmente de la princesa Luscela, cambió sus intereses amorosos al conocer a Niquea. Casado con ella durante varios años, su misteriosa desaparición —en realidad ha sido secuestrada— le impulsa a emprender su queste bautizándose con el simbólico nombre de «Caballero de la M u e r t e » . A pesar de su tristeza por la pérdida de su esposa, Amadís de Grecia no puede evitar que, al encontrarse de nuevo con Luscela, despierte de nuevo en él la vieja herida amorosa que le dejó la princesa francesa. Es en esta situación concreta, a c o m p a ñ a d o por la doncella Finistea, cuando una mañana siguiendo su camino, saliendo a un llano vio un hermoso castillo de fuerte y alto muro cercado y por otro camino vio venir a él unas andas que cuatro cavallos llevavan en que ivan cuatro enanos. Las andas ivan cubiertas de un tapete de carmesí villotado, y delante de las andas dos fuertes jayanes ivan de todas armas armados y detrás d'ellos doze cavalleros de la mesma suerte. El emperador y su donzella los estuvieron mirando una pieca y por cosa no dexara de saber aquella aventura si en otro tiempo lo tomara, aunque parescía locura acometer un hecho tan fuera de razón. Y assí lo dixo a su donzella, la cual le dixo: — V o s hazéis bien, porque aquellas cosas que van fuera de razón sin razón que obliga honra no han de ser acometidas; que como la vida sea de mayor precio que todas las cosas no ay cosa a que se debe sino a la que la dexa sin precio, que es la honra, y cuando ésta no la obliga a ninguna cosa se ha de posponer (XLIII, p. 125). A pesar de que el estado anímico del emperador y las prevenciones de Finistea, inspiradas en un lógico sentido común, obligan a desistir de un asunto «tan fuera de razón», la innata curiosidad del caballero le incita a descubrir la identidad de aquellos o aquellas que son conducidos sobre las andas. Las informaciones que les brinda un joven doncel aún intensificarán más sus expectativas: «los jayanes llevan, según dizen, la más hermosa presa en hermosura y valor que nunca se vido, en la cual ay dos mugeres de que os puedo dar señas, que la una d'ellas es la más hermosa que yo nunca vi» (p. 1 2 6 ) . Desde el primer instante, todos sabemos que no hay ningún cadáver cuya muerte vengar. N o obstante, la noticia sobre la fuerza a que están sometidas dos mujeres es razón suficiente para plantear la obligada intervención de la caballería, más aún c u a n d o Amadís de Grecia supone que una de las prisioneras puede ser su propia esposa Niquea.

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El p r o t a g o n i s t a no se ha c r u z a d o con ninguna procesión de luto, ni posee un conocimiento directo de las circunstancias que determinan la llegada al castillo de unas andas-carro sobre las que viajan dos mujeres, pero la operatividad de tal descubrimiento vuelve a ser la de impulsarle a emprender una tarea donde quedará evidenciada su destreza en el uso de las armas: ahora combatiendo c o n t r a el jayán M a n d r o c o y su hermano y, tras derrotar a ambos, liberando a Luscela y a Anastasiana. Desarrollada en pleno día, con la incorporación al episodio de personajes c o m o enanos y gigantes que se vinculan con la órbita del M a l , esta aventura de liberación de unas prisioneras, cuya dificultad han sido puesta de relieve por la opinión de Finistea, se equipara c o n el motivo del muerto y las andas por su repercusión narrativa y por incidir en el papel justiciero de la caballería y en la atracción autorial hacia los tiempos plenos, receptáculo de hechos y actos admirables. Sin lugar a dudas, la crítica ha coincidido que la fuente literaria del episodio de los encamisados de la Primera parte del Quijote se halla en el capítulo L X X V I del Palmerín de Inglaterra. L a a v e n t u r a en cuestión se d e s a r r o l l a r á según los p a r á m e t r o s mencionados. Floriano, Palmerín y Pompides se dirigen hacia una ciudad portuaria esperando embarcarse hacia Grecia. Al atravesar un c a m p o despoblado, 9

vieron venir hacia sí unas andas cubiertas de un paño negro acompañadas de tres escuderos que hacían llanto por un cuerpo muerto que dentro dellas iba; llegando á ellas, Floriano quiso saber la causa de su lloro, y descubriendo el paño vio dentro un cuerpo muerto armado de unas armas verdes, tan envueltas en sangre que casi no se devisaba la color dellas, con tan grandes golpes, que bien parecía que en gran batalla las recibiera; movido á piedad de lo ver tal, detuvo al uno de los escuderos para preguntalle la razón de su muerte, y las andas passaron adelante; el escudero, que no llevaba tanto espacio que se pudiesse detener, dijo: «Si mucho lo desseáis saber, vení tras mí, que en el camino os lo diré, y si el esfuerzo os ayudare, allá hallaréis en qué aventuráis vuestra persona y do se puede ganar honrra». «Por cierto, dijo Floriano, bien podrá contecer lo que quisiesse, mas yo tengo de llegar al cabo con essos miedos» (p. 135). A diferencia de los casos anteriores, el n a r r a d o r es más p a r c o en alusiones descriptivas, incluso el séquito que a c o m p a ñ a al cadáver es más reducido, pero los rasgos característicos del incidente siguen siendo los mismos: la insaciable curiosidad del protagonista por llegar «al c a b o » de las razones que han p r o v o c a d o la muerte del todavía anónimo caballero son fuente inspiradora de la acción. De m o d o que Floriano seguirá, sin miedo alguno, a la triste comitiva para descubrir su misterio y, además, ganar honra si se tercia la ocasión. En el capítulo siguiente del libro el autor nos desvela los enigmas planteados. Separado de sus compañeros de viaje, Floriano atiende las explicaciones del escudero:

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Esta es la caracterización arquetípica de unos personajes, gigantes y enanos, que a lo largo del desarrollo del corpus textual caballeresco podrán evidenciar también otros rasgos complementarios que igual destacan la desaforada y casi demoníaca soberbia de los jayanes como la predisposición de los enanos para ser transformados en figuras cómicas. Para todo ello, pueden consultarse los trabajos de Sales Dasí, 2 0 0 4 ; Lucía Megías y Sales Dasí, 2002; Lucía Megías, 2 0 0 4 ; y Martín Romero, 2 0 0 5 .

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este caballero se llama Fortibrán el Esforzado, es natural deste reino, primo hermano del rey Frísol, y por su persona el más temido desta tierra; aconteció ayer que vino á su castillo un escudero mostrando con muchas lágrimas tener necessidad del para un socorro, y porque hasta entonces Fortibrán no se había negado á ninguno, se fue con él, y llevándole á una parte adonde lo esperaban cuatro caballeros sus enemigos, y puesto que Fortibrán mi señor hizo en la batalla lo que un esforzado caballero pudiera hacer, como eran tantos, al fin lo mataron; sabida en el castillo la nueva de su muerte, fuimos por él en estas andas, y un su hijo de poca edad es ido á la corte á buscar algún caballero que vengue tan gran maldad, por lo cual, si os atrevéis hacerlo, allende de acrecentar vuestra fama, daréis causa que no se cometan otras traiciones como ésta (p. 136). Una vez más las casualidades o el azar caprichoso surten al caballero andante de la oportunidad de cumplir con el código ético que juró defender en su día. L a irrupción en el relato de un muerto sólo es la excusa elegida para precipitar la materialización de las virtualidades heroicas del personaje, tarea que tendrá una doble proyección social (instaurando la justicia) y privada (obtención de la fama). En la ficción caballeresca todo está preparado, incluso la desgracia ajena, para el lucimiento del protagonista y su encomiable trayectoria . Si en el Palmerín de Inglaterra el tópico se manejaba de una forma simplificadora, c o m o si el género caballeresco no pudiese ofrecer otras versiones más enriquecedoras, en la Segunda parte del Espejo de príncipes y caballeros hallamos algunas interesantes novedades. El caballero Rosicler viaja en solitario tratando de encontrar a su hermano el Caballero del Febo. Sin embargo, la fortuna le deparará otro hallazgo intrigante: 10

de lexos descubrió un escuadrón de gente armada que, llegados que fueron más cerca, vio que eran hasta veinte cavalleros de armas negras armados, y las sobrevistas y cubiertas de los cavallos de la misma manera. Y con ellos venía un carro grande de cuatro ruedas, todo cubierto de luto, tan cerrado que de ninguna manera se podía ver lo que dentro venía. La luz le entrava por dos vedrieras que en el carro estavan puestas a los lados. Tirávanlo cuatro cavallos cubiertos de paramentos negros, sobre los cuales ivan guiándolos dos hermosos enanos con la misma divisa vestidos. Detrás del carro venían, de la misma manera adornados, hasta diez cavalleros, que todos ellos mostravan grandísima tristeza; de manera que todos eran treinta los que con el carro venían (III, p. 9). Ni que decir tiene que el primer aspecto significativo es el empaque descriptivo de una comitiva que ahora resulta bastante numerosa. Pedro de la Sierra, que en otros lugares de su obra recoge diversos elementos de la narrativa de Silva, también ahora puede estar siguiendo sus pasos en su m a y o r v o c a c i ó n h a c i a lo d e c o r a t i v o y espectacular. Asimismo resulta novedosa la reacción de los distintos miembros de este séquito enlutado cuando Rosicler pretende descubrir la identidad de aquellos que viajan dentro del c a r r o . Si en los textos precedentes el protagonista podía acceder a dicha información directamente o a través de otros personajes, el hecho de que aquí todos se 10

Por lo general, las siguientes consideraciones sobre la trayectoria de Amadís de Gaula pueden hacerse extensibles a la mayoría de caballeros literarios: «la prehistoria del héroe (padres y abuelos), su historia y posthistoria (su hijo Esplandián), todo esto tiene unidad de sentido y apunta, unánimente, a un mismo blanco: el ejemplar progreso, personificado en Amadís, de lo bueno a lo óptimo. Porque, la verdad sea dicha, el caballero andante no cabalga, sino que marcha sobre rieles en esa dirección única» (Avalle-Arce, 1976, p. 68).

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nieguen a satisfacer su curiosidad va a determinar el enojo de Rosicler. Éste intenta cumplir con su propósito cortésmente, pero c o m o los otros no se lo consienten se hace preciso el uso de las armas, siendo suficiente la destreza del protagonista para desbaratar a todos sus adversarios. El uso de la fuerza, que también reaparecerá en las páginas del Quijote, precede al acercamiento de Rosicler al carro fúnebre: aleando la cubierta de xerga que traía [el carro] vio que dentro d'él venía un cuerpo muerto sentado en una silla, embalsamado. Traía sobre la cabeca puesta una corona de rey, la cual tenía partida por medio, que de algún golpe aun hasta el pescueco la avía hendido, y tal parecía en las reales vestiduras, que matizadas de la sangre venían. A los pies del muerto rey yazía una dueña de mediana edad, sentada en un estrado, cubierta de xerga negra, puesta la mano en la mexilla y los ojos cerrados, bañados los pechos y vestidos de lágrimas que sus ojos destilavan. Más abaxo venía una donzella, que en su edad parecía de diez años, vestida de negro, tan hermosa que más divina que humana parecía. Con grande atención estava el príncipe mirando el espectáculo, cuando la dueña abrió los ojos (pp. 9-10). La distribución de los ocupantes del carro, el énfasis del narrador en la hermosura de las apenadas mujeres o la utilización del término «espectáculo» para definir aquello que abarca la mirada de Rosicler son detalles que vuelven a recordar la huella de Silva en Pedro de la Sierra. Dejando de lado este particular, es otra vez interesante resaltar la airada reacción de la reina viuda cuando se apercibe de la suerte que han corrido sus vasallos. Al c o m p r o b a r la matanza que ha realizado el protagonista, no atiende a sus ofrecimientos de auxilio y lo despide de su presencia. Rosicler queda atónito por tal forma de proceder, maldiciendo la desmesura de la reina. T a m p o c o tendrá m u c h o tiempo p a r a lamentarlo, porque unas voces r e c l a m a n su a y u d a . L a alternancia introducida postergará hasta varios capítulos después la resolución de la virtualidad que ha dejado en el aire la aparición del carro fúnebre. Entonces sabremos que el rey difunto es el padre de la princesa Arquilisora de Lira y que fue asesinado p o r el gigante M a n d r o c o (sospechosamente el mismo nombre que o t r o personaje del Amadís de Grecia) cuando se negó a entregarle la m a n o de su hija. El motivo por el que la reina y la princesa viajaban en el carro con el cuerpo de su esposo y padre es porque andan a la búsqueda de algún caballero que les socorra para recuperar su territorio. Dicha tarea será llevada a cabo por Rosicler tiempo después, aunque lo que interesa destacar no es tanto el desenlace de dicho conflicto sino el hecho de que el encuentro del protagonista c o n el c a r r o fúnebre se ha convertido en algo más que un episodio c o n valor prospectivo. L a aventura de Rosicler con los caballeros de Lira ha adquirido una entidad propia de tiempo pleno y esto redunda en un enriquecimiento de las posibilidades narrativas del tópico utilizado. D a n d o un nuevo salto t e m p o r a l , incluso puede ser posible que los esquemas prefijados hayan experimentado una transformación tan grande que al lector le resulte difícil reconocerlos. Pongamos por caso aquello que ocurre en el Policisne de Boecia, título que ve la luz tres años antes de la aparición del primer Quijote, curiosamente en la ciudad de Valladolid. L a obra de Silva y Toledo, c o m o tantos relatos de caballerías difundidos de forma manuscrita, se singulariza p o r su pertenencia a un modelo narrativo donde predomina la voluntad de entretenimiento, aunque se distinguen algunos aspectos ciertamente originales que el autor no termina de redondear. Algo de

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eso es lo que ocurre en el episodio que pasamos a comentar. Uno de los compañeros de armas del protagonista, Limercio, anda enamorado de Cirena y sus buenas maneras y reputación son del a g r a d o de su padre, el Duque de Garia, quien no vería con malos ojos el matrimonio de su hija con este caballero. N o opina lo mismo Cirena, la cual parece estar más interesada por N o r á n el N o Vencido y por ello le va imponiendo a Limercio determinados obstáculos para deshacerse de él. Al final, llega el momento en que los dos rivales en amores se encuentran cara a cara y resulta inevitable que ambos se combatan cuerpo a cuerpo. Uno y otro necesitan reafirmar sus sentimientos mediante el uso de las a r m a s , pero, c o m o el premio no puede ser c o m p a r t i d o , alguien tiene que renunciar a sus propósitos o morir. Durante la pelea que mantienen los caballeros N o r á n lleva la peor p a r t e . Adivinando un triste desenlace para su d e m a n d a , este apasionado paladín, que prefiere la muerte a vivir sin la compañía de Cirena, se dirige a sus escuderos con la siguiente orden: « Y a vosotros, mi leales escuderos, os ruego que, pues vivo no la puedo ir a ver, le llevéis mi cuerpo y el alma le embiara también si pudiera o poder tuviera para hazerlo» ( X L I X , f. L x x x r ) . P o c o después, c u a n d o se desvanece cualquier esperanza de victoria, es él mismo quien se da la muerte. El desarrollo de la aventura no hace presumir grandes alardes diferenciales con respecto a la tradición argumental caballeresca, ni siquiera ha planteado la existencia de un agravio u ofensa que castigar. N o obstante, las cosas cambian en el instante en que diversos personajes se encargan de transmitir varias embajadas. De pronto se abren en el discurso tres líneas distintas que terminarán confluyendo de forma sorprendente. Esto es. Una doncella de Cirena que ha presenciado la muerte de N o r á n m a r c h a a comunicar a su señora dicho suceso y el viaje del cuerpo difunto. Después de enterarse del percance fatal, Cirena, llena de dolor, quiere salir al encuentro de su a m a d o . Por otra parte, el Duque de Garia también ha enviado a un vasallo suyo en busca de Limercio. Por último, el narrador nos lleva tras los pasos de los escuderos que transportan las andas. De ellos se nos dice que, además de las lógicas manifestaciones de duelo, «un día, entrando en una floresta, porque el calor hazía grande, pusieron las andas cabe unos altos árboles y ellos a la s o m b r a d'ellos c o m i e r o n , que muy lasos venían» (LII, f. L X X X I I V ) . Progresivamente, el discurso va abandonando los registros habituales en la descripción de tales sucesos para dar mayor importancia al efecto realidad: Los escuderos que ya noche vieron ser, por no partir a tal hora y ser la floresta muy espessa, acordaron de quedar allí aquella noche. Y haziendo lumbre, cenaron, dexando seis blandones en torno de Norán y una cruz que encima le pusieron. Y a esto se echaron a dormir ya que más de la medía noche era passada. Por el camino que ellos venían un cavallero de los que el Duque avía embiado a buscar el buen cavallero Limercio [es el criado Placín] venía dando bozes, que el camino avía perdido y toda la noche avía andado a un cabo y a otro de la floresta hasta que aquel camino topó. Y las bozes eran, si algún pastor le respondiesse, por saber si aquel camino a Garia guiasse. Ya muy cansado de andar y llamar en vano a un tiro de ballesta que la lumbre de los cirios de Norán vio, se dio muy gran priessa pensando que algunos pastores allí hallaría. Y con esto no dexava de dar bozes, mas por demás era, que los escuderos dormían tan rezio y pesadamente que, aunque a las orejas se las dieran no recordaran. Y el cavallo a un tiro de piedra que de las andas llegó, en ninguna guisa quería adelante passar y el cavallero le hería reziamente con las espuelas, y tanto hizo con él que arremetió azia las andas en que Norán estava sin conocer ni atinar lo que fuesse, que la luz lo

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encandilava. Y como el cavallo se vio tan cerca del cuerpo, dio tan grandes bufidos y saltos que dio con él en tierra tal caída que media hora estuvo sin saber dónde fuesse. El cavallo fue huyendo y relinchando, que un rayo parecía, y a todo este estruendo los escuderos dormían tan a sabor que ninguno recordava. El cavallero caído, desque una pieca passó, tornó como ciego; y rebolcándose con el dolor de la caída sin tener juizio, se fue a echar sin saber ni ver lo que hazía en las andas que Norán estava. Y allí se quexava tan doloridamente de un bra^o que quebró que un escudero a los continos gemidos recordó. Y como vio que de las andas de Norán aquellos gemidos salían y vio menear el cavallero, con grande pabor huyó dando muy grandes gritos; a los cuales los otros despertaron y, viendo el cavallero, no pararon más como gente que el muerto de ocho días aquellos gemidos dava. A más correr se meten unos asidos de otros por la floresta, y como el miedo haze figurar al que lo tiene las cosas muy al revés de lo que son, fueron a llegar a una parte do el cavallo del cavallero avía parado y de cansado se avía echado. Y como cerca llegaron que los sintió, levantándose corriendo y dando tan grandes bozes y bufidos que los escuderos, si miedo trahían, se les dobló de tal manera que a grandes bozes, haziendo muchas cruzes, dezía el uno a los otros: —Amigos, corred cuanto podáis, que tras nosotros viene en figura de bestia. Ellos con esto no eran perezosos de darse muy gran priessa. Ya que de aquel lugar les pareció estar bien alongados a costa de sus pies y cansancio, acordaron que si más tras ellos allí venía, que sería bien conjurarle. Y con este acuerdo que no pusieran por obra si algo sintieran, se sossegaron algo. Mas allí querían esperar la mañana para tornar a do el cuerpo dexado avían (f. LXXXIIV-LXXXIIIT). Hemos querido transcribir en su integridad este fragmento para que se perciba su dimensión netamente cómica y el lector pueda percibir la sucesión de situaciones equívocas que tienden a desmitificar un acto tan solemne y penoso c o m o la tópica procesión de las andas. Situaciones equívocas y confusiones casuales que, favorecidas por la oscuridad —señálese que es el primer caso donde un episodio de este calibre transcurre en plena noche—, dejan entrever el miedo a fantasmagóricas y diabólicas apariencias de los escuderos, al tiempo que los lectores se compadecen y se ríen a la vez por el infortunio de ese vasallo del Duque al que la caída del caballo le ha provocado serias heridas y cuyo calvario se prolonga por la imposibilidad de levantarse. Aun así, el narrador seguirá insistiendo de una forma m o r o s a en determinados aspectos macabros de su triste estado, pensando seguramente en la hilaridad que pueden suscitar: Y con todo esto y el dolor que padecía, no le estorvó que en grande pabor no fuesse. Y porfiando a quererse levantar por se apartar del cuerpo muerto y por su mal olor, no lo pudo hazer; mas antes comencé a dar grandes bozes, que con el frío de la noche y como no avía recebido ningún beneficio, se avía encallado. De guisa que del lugar donde estava, aunque tanto lo desseava, por el pavor que tenía no se podía m[o]ver ni menear, y si hazerlo quería, eran sus dolores tan grandes que vencían su miedo. Y con esto él estava quedo y tan afligido y cuitado cuanto podéis juzgar, desseando que ya el día viniesse o que alguno passasse y algún socorro le diesse y quitasse de aquel lugar. El miedo le acrecentava pensamientos cuando los dolores le afloxavan que un punto de sossiego no tenía, sino cerrar los ojos por no ver la fealdad que ya el cuerpo de Norán tenía; y si el aire algún árbol meneava o alguna caca que de noche por el monte suele andar passava cerca que su ruido pudiesse oír, pensava que alguno fuesse y llamava {f. LXXXIII).

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Mientras el criado Placín no advierte solución alguna para sus males, la llegada del día aliviará presuntamente sus cuitas. Cirena y la doncella que le avisó de la muerte de N o r á n se dirigen hacia donde han quedado abandonadas las andas. Placín adivina la presencia de algunas personas que pueden auxiliarle. Sin embargo, sigue temiendo que se le confunda con un personaje del más allá. Al desvanecerse las tinieblas, todas las partes implicadas hallan una respuesta a su demanda. Cirena reconoce al vasallo herido de su padre y los escuderos de N o r á n lo ayudan. El cuerpo difunto será trasladado a la Ermita de los Amadores para ser enterrado. T o d o parece llegar a buen puerto, aunque el narrador nos señala que las heridas de Placín acaban llevándole a la muerte. Considerado en su conjunto, el episodio se señala por su naturaleza atópica en varios sentidos. En primera instancia, la aventura de las andas comparte con el episodio ideado por Pedro de la Sierra el hecho de no m a r c a r la transición hacia una nueva aventura caballeresca, sino que tiene una consistencia narrativa propia. L a intervención del azar tampoco determina el establecimiento de unos sucesos que puedan ser admirables por su dimensión heroica. L a excepcionalidad del incidente reside, más bien, en su carga humorística, conseguida a través de la confrontación de varias perspectivas que no consiguen ir más allá de las apariencias (por ejemplo, la de los asustados escuderos que confunden a Placín con un fantasma), y también surge c o m o resultado de una suma de casualidades que dan entrada a aspectos macabros y desagradables (pensemos en el olor del cuerpo difunto y en su degradación física), dejando de lado otras preocupaciones de índole más sublime c o m o la aspiración a la fama de los caballeros (que aquí no aparecen precisamente). Indudablemente, esta aventura del Policisne subraya la importancia efectiva que pueden tener motivos c o m o el humor en la revisión de la materia genérica, un ingrediente que ya había sido utilizado de formas diversas en otros libros, pero que ahora permite, asimismo, advertir sus potencialidades en tanto que sirve c o m o elemento sustitutivo de los tiempos plenos de tipo bélico. Dicho de o t r o m o d o , aunque el experimento introducido en su relato por Juan de Silva y Toledo quede relegado a un c o n a t o e s p o r á d i c o , ha reflejado c ó m o las aventuras de c a m i n o de los libros de caballerías pueden ser también singulares y amenas, aunque estén protagonizadas por individuos distintos al caballero (escuderos, criados) que normalmente han formado parte de la tradición literaria de lo cómico. 3 . Agudo c o n o c e d o r de las tendencias literarias de su época, también Cervantes puede discernir la repercusión editorial de la perspectiva cómica, al fin y al c a b o uno de los resortes fundamentales de la Primera parte de su Quijote. Por eso y por otras razones que se dirán después, a p o c o de salir de la aventura de los rebaños la pareja formada por don Quijote y su escudero va a verse envuelta en otro lance que se plantea en ciertos sentidos c o m o una especie de collage de episodios similares narrados en textos caballerescos precedentes, aunque la crítica también haya señalado o t r o s posibles modelos históricos (el traslado del cuerpo del místico San Juan de la Cruz desde Ubeda hasta Segovia en 1 5 9 3 ) , o literarios cultos c o m o la traducción de la Eneida virgiliana, 11

" Fue Fernández Navarrete (1819, p. 79) quien planteó esta hipótesis, en la que se han basado otros autores, señalando las similitudes entre dicho episodio histórico y la aventura cervantina. A partir de entonces es un lugar común entre la crítica, de la cual entresacamos por su posible interés las contribuciones de Iffland, 1995 ó Valladares Reguero, 1986. No debe olvidarse tampoco la posibilidad esgrimida por Cortejen (1906, CRITICÓN. Núm. 99 (2007). Emilio José SALES DASÍ. El motivo de las andas: de nuevo sobre los libros de caballerías y el ...

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con la continuación de la misma de M a t e o Veggio, por Gregorio Hernández de Velasco, en 1 5 5 5 (Marasso, 1 9 4 7 , pp. 2 9 - 3 2 ) . Sin descartar la impronta de dichas fuentes en el ánimo creativo de Cervantes, creemos que, desde un principio, los rasgos constitutivos de la aventura de los encamisados dejan entrever la permeabilidad del autor y, c ó m o no, de su protagonista hacia esa herencia textual caballeresca que ahora va a ser sometida a una enésima revisión. Para empezar, no estará de más recordar el estado físico en que se encuentran don Quijote y Sancho cuando les sorprende la noche en mitad del camino: «y lo que no había de bueno en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de alforjas, les faltó toda la despensa y matalotaje» (pp. 1 7 4 - 1 7 5 ) . El m a r c o temporal elegido, en plena noche, y la referencia a las necesidades alimenticias de los personajes nos ponen sobre la pista de una hipotética dependencia del Policisne, si bien lo que más interesa para nuestro propósito es subrayar la impronta del efecto realidad en el viaje de los personajes, descrito por el narrador, otra vez, mediante una estructura bimembre que tiende a enfatizar el poder humorístico del episodio: « Y e n d o , pues, desta m a n e r a , la noche escura, el escudero hambriento y el a m o con ganas de comer» (p. 1 7 5 ) . El hambre aprieta a unos individuos que son menos afortunados que aquellos escuderos de Policisne que no tenían problema alguno para reparar sus fatigados cuerpos. A h o r a bien, el relato va a ponerles frente a unas circunstancias bastantes similares, porque, con los papeles de los personajes invertidos, Cervantes no deja mucho espacio para que sus criaturas se devanen el seso por cuestiones que pueden resultar triviales en comparación con la aventura que se les aproxima. Así es c o m o , eligiendo un camino real que les lleve a las puertas de alguna venta, los protagonistas ven transformadas sus inquietudes, puesto que vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animándose un poco, dijo: —Ésta, sin duda, Sancho, debe ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo (p. 175). La primera impresión de los personajes ante esa multitud de lumbres que se les acerca vuelve a poner de manifiesto la magistralidad de la escritura cervantina, la misma que pretende visualizarle al lector tan inaudito encuentro de una forma gráfica, insistiendo otra vez, a partir de las construcciones bimembres y paralelísticas, en la sorpresa con que don Quijote y Sancho acogen lo imprevisto. Signifiqúese, además, que si los temores del bueno de Sancho no son aquí una excepción a la regla, la figura del propio hidalgo adquiere una dimensión carnavalesca clara: se le erizaron los cabellos de la cabeza. E n una fracción de segundo, don Quijote está experimentando una lógica

pp. 100-101), sobre la vinculación del episodio de las andas en el Quijote con el traslado del cadáver de don Juan de Austria, en 1579, desde Namur al Escorial por orden de Felipe II. CRITICÓN. Núm. 99 (2007). Emilio José SALES DASÍ. El motivo de las andas: de nuevo sobre los libros de caballerías y el ...

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sensación de miedo que le distingue de la contundencia con que el caballero literario percibe cualquier suceso azaroso. Don Quijote está viviendo en un plano real, c o m o aquel en que tenía que sufrir la llamada de su estómago. Sin embargo, el personaje que busca el heroísmo no tarda en sobreponerse a los melindres iniciales para considerar la oportunidad que se le presenta con tan «grandísima y peligrosísima a v e n t u r a » . Antes incluso que el propio escudero exteriorice la gravedad de un asunto en el cual, supone, están involucrados unos fantasmas, es don Quijote quien toma la delantera y ahora ya sí se inviste c o n los atributos tópicos del héroe libresco para confiar en sus propias posibilidades, a pesar de la magnitud de la empresa que tiene ante sus ojos. Mientras pasamos de la sorpresa primera y la autoafirmación del personaje, el n a r r a d o r prosigue su relato para revelarnos algunos datos más sobre el enigmático desfile que continúa acercándose: [los dos] tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser; y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos; detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las muías; que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y compasiva. Esta extraña visión, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aun en el de su amo; y así fuera en cuanto a don Quijote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquélla era una de las aventuras de sus libros (pp. 175-176). A través de la mirada de los protagonistas se van reconstruyendo los contornos de una comitiva cuyo elemento central es una litera cubierta de luto y c o m o elementos secundarios unos encamisados que cabalgan de una manera diferente a los caballeros y musitan en voz baja unas palabras que todavía no logramos entender. A diferencia de los libros de caballerías mencionados previamente, aquí no hay un carro enorme donde junto al cadáver viaja la esposa. T a m p o c o hay gigantes ni enanos que encabecen el desfile. A pesar de ello, su naturaleza se acoge en sus líneas esenciales al patrón genérico comentado. N o extrañará entonces que, al tiempo que el miedo se apodera de Sancho en una intensificación g r a d a t o r i a con fines humorísticos, don Quijote se apoye c o m o siempre en su experiencia libresca. Al tirar de su imaginación, la realidad inmediata que tiene ante sus ojos se le impone c o m o uno de esos tiempos llenos en que se exigirá de su valor. Por si esto no quedaba suficientemente claro, el n a r r a d o r nos lleva hacia los recovecos mentales del hidalgo, en donde se efectúa una síntesis generalizadora del tópico caballeresco: Figúresele que la litera eran andas donde debía de ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada; y, sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo:

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—Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adonde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos fizieron (p. 176). Y a que la locura le ha llevado al e x t r e m o de sentirse elegido p a r a una misión extraordinaria («cuya venganza a él solo estaba r e s e r v a d a » ) , don Quijote basa su comportamiento en sus presuposiciones novelescas. De ahí esa cascada de preguntas con las que intenta certificar la adecuación de lo inmediato a lo literario. El hidalgo que ha aprendido un m o d o de vida a partir de sus libros reproduce a la menor ocasión sus paradigmas narrativos, en tanto que las resonancias de aquellos textos caballerescos vuelven a surcar sobre el desarrollo del episodio. Así, por ejemplo, la indiferencia con que acoge uno de los encamisados la demanda de don Quijote: «—Vamos de priesa [...], y está la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta c o m o pedís» (p. 1 7 6 ) , nos remite en cierto m o d o a la hostilidad con que el séquito que a c o m p a ñ a al Rey de Lira en la Segunda parte del Espejo responde a las solicitudes de Rosicler. Claro que entre estos y los encamisados existe una total discrepancia en cuanto a las motivaciones que determinan sus respectivos viajes. Ahora bien, si los encamisados n o entienden que su cometido pueda dar pie a unas conductas rituales, ya que no pueden imaginar los orígenes del afán quijotesco, serán precisamente sus prisas las que desencadenen la airada reacción del hidalgo que a h o r a va a convertirse en un émulo p a r ó d i c o del caballero Rosicler. Tras encabritarse una de las muías y dar en el suelo con uno de los encamisados, un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó a denostar a don Quijote, el cual, ya encolerizado, sin esperar más, enristrando su lanzón, arremetió a uno de los enlutados, y, mal ferido, dio con él en tierra; y, revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba; que no parecía sino que en aquel instante le habían nacido alas a Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso (p. 177). N o serán m u c h a s , desde luego, las ocasiones en las que don Quijote p o d r á materializar su instinto caballeresco de un m o d o tan efectivo, ni el escuálido Rocinante podrá aparentar por unos breves instantes una traza mitológica, transformado en un Pegaso redivido. Sin embargo, y ahí reside otra vez la sustancia del efecto paródico, tales "hazañas" sólo son justificables por una de tantas equivocaciones del hidalgo a la hora de interpretar la condición de sus supuestos adversarios. Estos son simplemente «gente medrosa y sin a r m a s » , y su nulo conocimiento del ejercicio militar y sus movimientos desatinados los equiparan en la distancia a aquellos temerosos escuderos del Policisne que abandonaron en plena noche el cuerpo de su señor N o r á n tras advertir la presencia de un personaje inesperado al que ellos identifican con un fantasma: dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino a los de las máscaras que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimismo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover; así que, muy a su salvo, don Quijote los apaleó a todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquél no era hombre, sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo que en la litera llevaban (p. 177).

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En el juego oscilante entre la realidad y la ficción instituido por Cervantes el elemento carnavalesco vuelve a revelar su sello distintivo: los supuestos oponentes del protagonista han asumido el aspecto de «máscaras» andantes a la luz de las hachas, el mismo don Quijote se ha trasmudado en un ente fantasmagórico que en su empeño de vengar un agravio pasa esporádicamente por un salteador de cadáveres. A partir de los tópicos heredados Cervantes ha o p e r a d o una labor desmitificadora basada en el equívoco, incidiendo de paso en la complejidad de un mundo que ya no es tan simple c o m o el elaborado en los libros de caballerías. Un mundo donde, incluso, las andas no transportan a un caballero o rey que ha sido muerto a traición y donde, por tanto, no se requiere la intervención de ningún héroe. Al fin y al cabo, ésta es la respuesta con la que se va a encontrar c u a n d o , después de las correrías del hidalgo y la huida de los enlutados, le desvela su identidad aquel miembro de la comitiva que cayó de su muía: se trata del bachiller Alonso López y a c o m p a ñ a a otros once sacerdotes para trasladar desde Baeza a Segovia el cuerpo de un caballero que murió « p o r medio de unas calenturas pestilentes que le dieron» (p. 1 7 8 ) . El esclarecimiento definitivo de las causas de la muerte del cuerpo transportado en la litera, más allá de remitirnos a una hipotética fuente verídica (el traslado del cuerpo difunto de San Juan de la Cruz a Segovia), posee un valor narrativo que resulta fácil descubrir. Por un lado, al apelar a la muerte natural c o m o una circunstancia lógica y real en la vida de los humanos, el a u t o r nos recuerda indirectamente uno de los motivos por los que, durante el famoso escrutinio de la biblioteca de Alonso Quijano, el cura enaltecía el valor literario del Tirante el Blanco: «aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus c a m a s » (VI, p. 7 0 ) . Fueron pocos, en efecto, los textos caballerescos donde el protagonista o algún personaje relevante llegara a morir de viejo o a causa de una enfermedad, y aquellos que lo intentaron, pongamos por caso el Lisuarte de Grecia ( 1 5 2 6 ) de Juan Díaz, donde moría el ínclito Amadís de Gaula, nunca gozaron de la aceptación del público. Si bien, en el caso c o n c r e t o del relato cervantino, apenas sabemos algo de la personalidad de ese genérico «caballero» muerto en Baeza, aunque nunca caballero andante, la referencia a su desventura fisiológica supone la entrada en el discurso del efecto realidad c o m o reacción del autor frente a los motivos trillados de los libros de caballerías. En segunda instancia, el descubrimiento de la muerte por enfermedad del cuerpo transportado por los sacerdotes le o t o r g a r á a la aventura imaginada p o r don Quijote un aspecto perfectivo. C o m o no ha habido traición alguna, ni a g r a v i o que e n m e n d a r , el protagonista se ha quedado sin la posibilidad de seguir postulando su v o c a c i ó n caballeresca. El encuentro con unas andas no trasciende más allá, sino que se resuelve en una aventura autónoma, c o m o ocurría en el Policisne de Boecia. Un episodio, en ambos casos, donde la percepción plural y equívoca de la realidad se traduce en diferentes situaciones de corte humorístico y netamente paródico. ¿ N o es éste el sentido que se desprende de los últimos instantes del episodio? Resuelto el malentendido entre don Quijote y el bachiller López, el t e x t o da una vuelta circular hacia el mundo real y nos sitúa junto a Sancho, quien «andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de c o m e r » (p. 1 7 9 ) . El suceso parece terminar donde empezó, con la referencia a las necesidades fisiológicas de los protagonistas. Sin embargo, dicha circularidad no implica una dimensión estática en la

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caracterización del hidalgo y su escudero. La aventura ha m a r c a d o a cada uno de estos individuos de manera dispar, aunque coincidente en su regresión negativa. A la pregunta del bachiller López sobre la identidad de su atacante, es el propio Sancho quien bautiza a su señor con el sonoro sobrenombre del «Caballero de la Triste Figura». El recurso de la p o l i o n o m a s i a , o p e r a d o a partir del n o m b r e de un personaje de o t r o t e x t o caballeresco, el Ciarían de Landanís ( 1 5 2 4 ) , no deja de ser c ó m i c o . El hidalgo ha adquirido una nueva entidad caballeresca no por el hecho de triunfar heroicamente en una prueba difícil, sino que tal apelativo obedece a la hilarante apariencia de un individuo que ha triunfado allí donde no había tarea que resolver, inflingiendo un daño en «cosa sagrada» ( 1 8 0 ) . La amenaza del bachiller sobre la conducta tan negativa de don Quijote, que puede ser motivo de descomulgamiento, coloca al protagonista al margen de la ley, del mismo modo que el robo de comida ubica a Sancho en el plano de los ladrones. Las sendas de la realidad y la literatura se entrecruzan para cuestionar las supuestas gestas del hidalgo m a n c h e g o . N o queda duda, e n t o n c e s , de que la transformación operada con respecto a unos referentes literarios puntuales demuestra, a la vez, la distancia con que Cervantes retoma una tradición previa para escribir una obra, hablamos de esta Primera parte de su Quijote, que más que una crítica total del género caballeresco, puede también entenderse en los términos concretados por José Manuel Lucía Megías c o m o de «nueva propuesta de libro de caballerías» ( 2 0 0 2 , pp. 3 2 3 4 ; y 2 0 0 3 , p. 2 4 2 ) . Dejando de lado la cuestión de las etiquetas, hasta cierto punto subjetiva, ya que responde al interés de la crítica por justificar sus propias argumentaciones, el episodio de las andas en el Quijote, c o m o otros tantos motivos caballerescos utilizados p o r Cervantes, apunta, además, de modo implícito, a otras exigencias que c o m o persona y literato debió plantearse alguna vez el escritor alcalaíno. Unas exigencias que incidían tanto en la naturaleza específica de la ficción c o m o podían trasladarse a reflexiones de alto vuelo sobre el papel de la lectura y su influjo en la vida humana. A este respecto, son muy útiles las reflexiones de Gonzalo Torrente Ballester, a propósito de la reacción de don Quijote al advertir la proximidad de ese cortejo fúnebre de los monjes de San Benito: «basta que una realidad "parezca" fantástica para que don Quijote la haga suya en lo que tiene de extraordinaria; es decir, que actúe en función de lo que "parece" y no de lo que "es", asimismo sin introducir factores modificantes. He aquí, pues, otro caso en que don Quijote ve la realidad, aunque aproveche lo que en ella haya de engañoso» ( 1 9 8 4 , p. 1 0 6 ) . En la dialéctica instaurada por Cervantes entre las apariencias y las esencias —ese engaño de los ojos que puede desembocar en la fatal confusión entre lo real y lo imaginario—, el propio aspirante a caballero constata esta dualidad, pero prefiere mantenerse en el estado de las apariencias. La suya es una elección necesaria de acuerdo con los objetivos que se ha m a r c a d o desde su salida de esa triste morada de un «lugar de la M a n c h a de cuyo n o m b r e » ni el n a r r a d o r quiere a c o r d a r s e . En la imaginación del hidalgo late el deseo de que su vida sea una obra de arte, de ahí que el personaje necesite encontrar una serie de aventuras a través de las cuales afilar su infatigable ardimiento. Dicho imperativo se corresponde inmediatamente con la propia naturaleza de la ficción caballeresca y de otras manifestaciones literarias que el autor conocía sobradamente. El deseo de don Quijote sólo se cumplirá a partir de la sucesión de numerosos tiempos llenos que le permitan consumar ese afán de rivalizar y superar a

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los héroes de sus lecturas. L a t a r e a de don Quijote a c a r r e a , pues, una doble problemática y suscita un enfrentamiento velado con su creador. Se trata de una disputa de carácter narrativo que resulta indisociable de una cuestión de fondo tan interesante c o m o el deseo del individuo de afirmarse en medio de la cotidianidad. Mientras don Quijote sueña con el universo quimérico de sus libros y cree que su contexto inmediato todavía está plagado de unas pruebas excepcionales, Cervantes conoce perfectamente que el abuso de los tiempos llenos había llevado a los textos caballerescos hacia un callejón sin salida. Cervantes estaba dispuesto a que a lo largo del continuo deambular de sus protagonistas ocurriera algo más que enfrentamientos bélicos y aventuras maravillosas. El h u m o r podía servir c o m o elemento distintivo y podía otorgarle al discurso una variedad idónea. Pero tales efectos deberían imbricarse en la fábula de un m o d o inteligente, pues sus lectores potenciales se hallaban ubicados en una sociedad donde la crisis hacía más grande la distancia entre lo real y lo literario. Desde luego, las posiciones del personaje y de su creador son diferentes, tal vez incluso podamos suponer el germen de un conflicto c o m o el que siglos después planteará o t r o escritor c o m o U n a m u n o en su famosa Niebla. Donde don Quijote necesita autoafirmarse para huir de esa misma rutina que, muy posiblemente, ha contribuido a su monomanía caballeresca, Cervantes reconoce la imposibilidad de seguir manteniendo unas prácticas narrativas que ofrecen una visión parcial de la realidad, diciéndonos que la vida es algo más que una sucesión de episodios admirables y sorprendentes y que la acción desenfrenada no lleva a ningún sitio. Cuando don Quijote tiene delante una posible demanda en la que, tras averiguar las causas de la muerte del difunto, podrá cumplir con las leyes de caballería castigando a los supuestos infractores del orden establecido, prefiere mantenerse en el orden de las apariencias. Y si el autor le deja que arremeta a los incrédulos y temerosos sacerdotes es porque el episodio tiene una capacidad lúdica, divertirá a los lectores y los entretendrá. El esquema del episodio deja entrever la idea ya aludida de que la Primera parte del Quijote se propone c o m o un nuevo libro de caballerías de entretenimiento, ordenado con unas premisas artísticas más verosímiles. Pero las variables introducidas sobre el modelo característico de la ficción renacentista también consolidan la agudeza literaria de su autor y su capacidad para redirigir la prosa de su tiempo por nuevos derroteros. N o extraña entonces que el humor que se deriva de los hechos de don Quijote, a la par que se aparta de la risa fácil de las simples caídas y miedos, deja traslucir una mirada melancólica de dimensiones profundas: al final, la actuación desinteresada del hidalgo manchego ha sido la que ha alterado el orden establecido y no a la inversa, en palabras del bachiller Alonso López: « N o sé c ó m o puede ser eso de enderezar tuertos [...], pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto» (p. 1 7 8 ) . L a peripecia narrada ha servido para introducir el discurso la tópica del « m u n d o al revés» y su responsable n o es más ni menos que una criatura que en otros lugares del mismo t e x t o responde al retrato carnavalesco del «pelele apaleado». La relación entre el creador y su criatura se revela virulenta por debajo de las escenas cómicas, pero también apunta a una vinculación amistosa a medida que progresa el acto de la escritura: Al convertirle en marioneta y al hacer de su criatura un hazmerreír, Cervantes parece haber realizado a través de don Quijote una forma de despedida, cruel pero necesaria, de sus propios

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sueños y ensueños de éxito y gloria, como soldado y como poeta, en las Armas como en las Letras (Moner, 2005, p. 157). Después de enfrentarse a su propio protagonista en el Quijote de 1 6 0 5 , Cervantes dejará que él y su escudero dialoguen constantemente en la Segunda parte de 1 6 1 5 . La evolución no es ni mucho menos arbitraria. L a diversidad de los dos Quijotes obedece a un proceso formal y temático consciente (Lucía Megías, 2 0 0 5 ) . En cuanto al plano estrictamente narrativo, el papel atribuido a la palabra, al diálogo, será fundamental en el cuestionamiento de la técnica acumulativa de los tiempos llenos. A la par del mayor p r e d i c a m e n t o del estilo d i r e c t o , el relato tiende a una h u m a n i z a c i ó n de los protagonistas, sin que ello signifique que don Quijote haya de desistir de sus afanes caballerescos. Su espíritu idealista se magnifica, por el contrario, cuando ya es capaz de interpretar correctamente la realidad sin la atadura engañosa de su locura anterior. Cervantes seguirá echando mano de los motivos legados por la tradición caballeresca y al episodio de las andas le sucederán otros donde el arrojo del protagonista tenga que rivalizar con las circunstancias adversas de una realidad prosaica. Sobre el conjunto a r g u m e n t a l y los incidentes puntuales se h a b r á p r o d u c i d o , sin e m b a r g o , una modificación tendente a interiorizar el sentido de la aventura. Los diálogos de don Quijote y Sancho son tan fundamentales en la Segunda parte del Quijote c o m o lo fue en los libros de caballerías la ostentación de la fuerza en empresas donde el ejercicio militar monopolizaba la trayectoria del caballero andante. Llegados a esta tesitura, parece concluyente la evolución que la propuesta literaria suministrada por el género caballeresco experimentó en manos de Cervantes. Lo que en muchos textos de dicho corpus textual fue una búsqueda constante de efectos que pudieran atraer la atención de su público por el camino de la espectacularidad, en las dos partes del Quijote se consuma por medio de un proyecto de gran envergadura. Un experimento donde no gratuitamente aquel ingenioso hidalgo que quiso ser caballero en un lugar olvidado por la rutina de los días llegó a adquirir, definitivamente, la dimensión de ingenioso caballero hasta llegar a morir en su propia c a m a , c o m o aquel caballero Tirant de cuyo libro hacía mención excepcional su amigo el cura. Al final de sus días, recobrada su cordura, don Quijote entrega su alma y nosotros podemos hacer balance de si ha conseguido su gran propósito quimérico o no, si ha conseguido superar a aquellos caballeros andantes cuyas hazañas le hicieron escapar de la mediocridad. A pesar de que todo es cuestión de juicios subjetivos, la realidad dictamina que, después de tantos infortunios y desgracias, la peripecia de don Quijote terminó llevándole sobre las andas hacia un lugar más ideal, el de la fama, yendo más allá de la pura materialidad de la escritura. En esa meta terminaban confluyendo también los destinos del personaje y de su creador, se cruzaban las trayectorias del hidalgo cuya historia figuraba en unos Anales anónimos y un literato que durante su existencia tuvo que sentir en su propia carne los momentos de heroísmo y padecer los mismos sinsabores de una cotidianidad dura, mediocre y poco dada a idílicas elevaciones que también buscaba un lugar en la literatura.

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SALES DASÍ, Emilio José. «El motivo de las andas: de nuevo sobre los libros de caballerías y el Quijote». En Criticón (Toulouse), 99, 2 0 0 7 , pp. 105-124. Resumen. En este trabajo se pretende un análisis del episodio de las «andas» en el Quijote (Primera parte, cap. X I X ) , a partir de la utilización de este motivo en algunos libros de caballerías castellanos. Aunque Cervantes contaba con otras fuentes históricas y literarias para la elaboración de esta aventura, también pudo tener en cuenta diversos textos caballerescos sobre los que operó una labor que supera los aspectos puramente narrativos. Aparte de la revisión humorística de unos esquemas previos, el episodio también establece una cierta dialéctica entre la estética literaria del autor y el afán aventurero de su personaje, una figura carnavalesca a través de la que, sin embargo, el propio Cervantes expresa una visión del mundo más real y menos idílica que en los libros de caballerías. R e s u m e . Analyse de l'épisode des «brancards» dans le Quichotte (I, X I X ) , épisode mis en regard avec l'utilisation de ce motif dans quelques romans de chevalerie espagnols. En plus d'autres sources historiques et littéraires, Cervantes a pu, pour l'élaboration de cette aventure, avoir recours à plusieurs textes chevaleresques repris par lui dans une perspective qui va au-delà des aspects purement narratifs. Outre la réutilisation humoristique des schémas antérieurs, est en jeu dans ce épisode une certaine dialectique entre l'esthétique littéraire de l'auteur et la pulsion aventurière de son personnage, une figure carnavalesque qui sert à Cervantes, malgré tout, à exprimer sa propre vision du monde, plus réelle et moins idyllique que celle des romans de chevalerie. Summary. The aim of this work is to analyse the episode of the «andas» in the Quixote (First Part, chapter X I X ) , from the use of this motif in some Castilian romances of chivalry. Though other historical and literary sources were available to Cervantes in order to create this adventure, he may perhaps have taken into account some chivalresque texts on which he worked-over the merely narrative aspects. Apart from the humorous revision of some previous schemata, the episode establishes too a certain dialectic element between the author's literary aesthetics and the desire of adventure of his character, a carnivalesque figure through which, nevertheless, Cervantes himself expresses a more realistic and less idyllic vision of the world than that found in the romances of chivalry. Palabras clave. CERVANTES, Miguel de. Libros de caballerías. Motivo de las andas. Quijote (I, X I X ) .

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