\"El Modernismo y el duelo: la polémica entre Aniceto Valdivia y Leopoldo Alas, Clarín.\" Hispanic Journal 34.2 (2013): 185-198

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El modernismo y el duelo: la polémica entre Aniceto Valdivia y Leopoldo Alas, Clarín. Jorge Camacho University of South Carolina, Columbia, US Hoy día sería difícil de aceptar la violencia verbal que aparece en muchas discusiones intelectuales de finales del siglo XIX donde críticos se enfrentan a otros críticos y escritores con argumentos ofensivos y virulentos. La clave, como reconocería, Pierre Bourdieu en un libro clásico, Las reglas del arte, estaba en la fragmentación del campo intelectual, la usencia de una definición universal para puntualizar qué entendíamos por escritor y como consecuencia la lucha por el reconocimiento entre los diversos grupos (224). En este ensayo me interesa analizar esta problemática partiendo de la polémica que sostuvieron los escritores Aniceto Valdivia, Leopoldo Alas, Clarín, y Armando Palacio Valdés desde diferentes revistas en España. Es decir, entre los representantes de dos movimientos literarios que comienzan a luchar por la legitimidad estética, por un lado el modernismo hispanoamericano y por el otro, el naturalismo. ¿Cómo se ventila esta disputa que más tarde se hace explícita en periódicos, caricaturas, sátiras e insultos descarnados? Un cuento de Aniceto Valdivia publicado en la revista literaria La Habana elegante, el centro del modernismo en Cuba, nos da una idea. En este cuento, titulado “Dos opiniones” Valdivia cuenta como en el tiempo que vivió en España, publicó un poema que fue criticado por Leopoldo Alas, Clarín. Dice Valdivia: “En un

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artículo largo, siniestro, burlón implacable, Clarín, el crítico más leído de Madrid destrozaba mi poesía” (25). En su cuento, Valdivia afirma que había publicado el poema en el periódico el Imparcial, que dirigía a Ortega Munilla (1856-1922), periodista nacido también en Cuba y padre del filósofo español José Ortega y Gasset. Valdivia, es cierto, publicó un poema titulado “Ultratumba” (1879) en España, pero no hemos podido hallar ninguna crítica de Clarín sobre este u otro de sus poemas. En cambio, sí hemos encontrado la crítica que le hizo el escritor español a una reseña que el cubano escribió sobre la novela de Armando Palacio Valdés, El señorito Octavio (1881), alabada por Clarín. El 27 de marzo de 1881, Valdivia publicó la reseña en El Madrid Cómico, del cual era colaborador, y en ella decía que la novela de Palacio Valdés era intrascendente y sin mérito. En su opinión, Armando Palacio Valdés era inflexible como crítico cuando entendía que algún escritor no tenía talento, pero que esta novela demostraba que “una cosa es predicar y otra vender trigo” (7). Después de esta reseña, Clarín respondió con un “palique” en El Mundo moderno donde arremete contra Valdivia, diciéndole: “Es usted, en punto de antecedentes literarios, un solar, unos cuentos pies cuadrados de escritor sin construir” con lo cual se suponía, no tenía ningún derecho de hablar (621). Pero el 3 de abril de 1881, Valdivia vuelve sobre la carga y publica una segunda reseña del libro de Palacio Valdés, llamándolo “desgraciado engendro,” “extravagante, [y] rebuscado” (7) y una semana más tarde, el 10 de abril de 1881, publica otra más, dirigida directamente a Clarín donde comienza diciéndole: Cuando llegó a mis manos el artículo que con el título de palique publicó usted en el número 30 de El Mundo moderno, estaba procurando traer a la memoria el nombre de aquel tratadista que dijo: “el amor propio exagerado, es el camino más corto de cuantos conducen a la imbecilidad”. ¿Pero qué importancia puede tener el nombre del tratadista mientras existan imbéciles que prueben su aserto? Leí el artículo de usted y al terminar su lectura me dije: ya no me hace falta el nombre del tratadista; tengo la prueba, tengo al imbécil. (6) En esta carta, Valdivia sigue atacando a Clarín, a quien

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llama el “Marat literario” por sus críticas despiadadas y el temor que causaba entre los escritores. Lo llama vanidoso, se burla de los poemas “vomitado[s] al español” por él (6); le critica sus versos, y le critica además que el grupo de escritores a que pertenece, “especie de sociedad de socorros y elogios mutuos”, dé la última palabra sobre todo y defienda a sus miembros sin talentos. El caso más exacto para Valdivia era el de Palacio Valdés que Clarín había comparado con Balzac y Gautier, diciendo que era “naturalista a la manera de estos”. “¡Gautier naturalista! ¡A la manera de Balzac!” exclama horrorizado Valdivia (6). Para colmo, esta vez, Valdivia acusa a Palacio Valdés de “coincidencias sospechosas” comparando su novela con la del escritor francés Octave Feuillet, Monsieur de Camors (1867). Una semana más tarde de publicar en el Madrid cómico su respuesta al palique de Clarín, donde lo llama “imbécil”, Valdivia publica otro artículo en el mismo periódico, el 17 de abril de 1881, donde alza incluso más el tono de la discusión, le dice a Palacio Valdés, quien había publicado antes su respuesta en El Día. “Sr. Valdés. Me envía usted a roturar terrenos. Estoy conforme. Tengo el terreno y he comprado los apareos de labranza. Me hace falta una bestia para destriparlo; pero la bestia en que me he fijado está ocupada en escribir novelas. Cuando termine la utilizaré. Pierda usted cuidado” (3). Y acto seguido le escribe en la misma nota a Clarín: “Sr. Clarín: Me llama usted imbécil en toda la extensión que a esta palabra da el Diccionario. Yo se lo he llamado a usted literalmente [….] la discusión ha terminado literalmente. Si no le satisface a usted, estoy a su disposición” (3). Puede ser, que en efecto, Clarín llamara imbécil a Valdivia, pero en ninguno de sus crónicas aparece esta referencia. De lo que sí podemos estar seguros es que la discusión no termina aquí y y una semana después de publicar Valdivia estas notas en el Madrid Cómico, el 24 de abril de 1881, Palacio Valdés publica una carta en el mismo periódico dirigida al Director donde afirma que en el último número, Valdivia había publicado un artículo titulado “Punto final,” donde aparece “una frase ofensiva a mi persona” y que como no estaba dispuesto a tolerar ofensas, mandó a dos amigos suyos a la casa de Valdivia para exigirle en su nombre “reparación de las ofensa”. Valdivia, según Valdés, escribió entonces como reparación una carta que ahora él quería publicar en El Madrid Cómico. A continuación, se incluye la carta de Valdivia: Sr. Don Armando Palacio Valdés La palabra bestia inserta en El Madrid

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Hispanic Journal cómico no ha sido dirigida como un insulto a usted, pues motivo personal no existe para ello, atendiendo a que yo no tengo el honor de conocerle. Al ver el artículo de usted y juzgándolo un ataque personal lo he hecho. Se me ha dicho que no ha sido más que una apreciación de usted y no teniendo carácter personal, lo inserto porque no tengo motivo alguno en contra de usted. Su servidor q. b.s.m, Aniceto Valdivia. (2)

Pero a continuación de este mensaje, aparece otro en el mismo número de la revista, donde Aniceto Valdivia se dirige al director del periódico, explicándole por qué escribió y publicó la anterior misiva. Según Valdivia, los amigos de Palacio Valdés lo citaron en una cervecería y le explicaron que la frase “roturar terrenos” en el artículo del escritor no envolvía ningún insulto personal y no tenía la intención de ofenderlo, y después le pidieron que retirara la suya, cosa que hizo por escrito para “arreglar el asunto amigablemente y de modo honroso para todos” (2). Pero afirma que él no sabía que se iba a publicar esta carta, ni que Palacio Valdés no iba a hacer ninguna referencia a la primera parte de la entrevista. Por consiguiente, dice Valdivia, “mientras el señor Valdés no diga que el enviarme a roturar terrenos no es un insulto a mi persona, retiro mi carta y sigo esperando la bestia para destriparlos” (2) [énfasis en el original]. ¿Qué ocurrió después? No sabemos. La última alusión de Valdivia a Clarín podría entenderse como un desafío a duelo. Lo mismo podría pensarse de la alusión de los amigos que mandó Palacio Valdés a la casa del cubano para “reparar” la cuestión. Si juzgamos por el periódico solo se publica más tarde una nota en el El Madrid Cómico diciendo que Valdivia ya no escribía más para ellos. Ese mismo año Valdivia leyó una obra de teatro en Madrid y estrenó otra con muy buena aceptación de público. En 1883 lo vemos colaborando con la revista La Diana, que dirigía Manuel Reina y donde aparece su traducción del poema de Víctor Hugo “El águila del casco”. Ya antes, en 1881, había publicado la traducción de “Humo” de Theófilo Gautier en el Madrid Cómico. Lo importante nuevamente es entender que este tipo de confrontaciones entran dentro de lo que Pierre Bourdieu llamaba la lucha por definir el campo literario y responden a la pregunta de ¿quiénes debían pertenecer al grupo de escritores y quiénes

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debían quedar afuera? ¿Qué argumentos se usan para descalificar al contrario? Al juzgar por las críticas que le hace Valdivia a Palacio Valdés y a Leopoldo Alas, primero había que considerar su falta de originalidad o la posibilidad de que Palacio Valdés hubiera copiado pasajes de la novela de Octave Feuillet. Segundo, había que notar los errores ortográficos o narrativos que Valdivia descubre en su análisis y que ambos le invalidaban para criticar a otros escritores en sus ensayos. Más importante, sin embargo, me parece señalar la imputación que le hace Valdivia a Clarín, en cuanto este pertenecía a grupo que tenía su propia “sociedad de socorros” y que rivalizaba con otros por cuestiones de estética, de política o de amistad y estaban dispuestos a pasar por alto o a defender los errores del grupo. Clarín, en su crítica toma un camino diferente: busca resaltar la escasa trayectoria literaria del cubano y sugería que este era un instrumento en las manos de los editores del Madrid Cómico para criticar tanto a su amigo como a él. Clarín además, le critica a Valdivia su extranjería “un Valdivia extranjero” dice en tono despreciativo (622), algo que es consecuente con otras críticas suyas a literatos de las antiguas o actuales colonias hispanoamericanas. Así, en otro “palique” sobre el escritor cubano José de Armas y Céspedes (1834-1900), entonces de paso por Madrid, decía que “los poetas coloniales son malos: no sé por qué será; tal vez por el clima, tal vez por el pésimo sistema de colonización de España, acaso por culpa de la prohibición, de todas suertes, allí la poesía no cuaja” (402). Una opinión, por supuesto, completamente injusta y desinformada cuando sabemos que justamente en la década de 1880 se dan a conocer escritores como Martí, Darío y Nájera que van a revolucionar el campo literario en ambos lados del Atlántico. Aun así, ni Clarín ni Palacio Valdés fueron los únicos que criticaron a Valdivia y los modernistas por sus opiniones. Emilio Bobadilla, y muchos otros desde los periódicos españoles, también lo hicieron. Bobadilla, un escritor cubano residente en Francia, y más conocido por el seudónimo de Fray Candil, le criticaba en su libro Escaramuzas (1888), que lleva precisamente un prólogo de Clarín, la cantidad de metáforas de sus “Medallones”. “Eres un puerco espín de metáforas. ¡No hay por donde cogerte!” (62). Y en Triquitraques (1892), agregaba que Valdivia era un “jorobado de la literatura” y que su prosa “churrigueresca y malsonante” le producía el efecto de “un gran collar de cuentas de vidrio multicolores, desgranado sobre un caldero viejo” (79). Para la época en que Bobadilla escribe esto ya Valdivia era un modernista de capa espada. Escribía prólogos y medallones a otros escritores modernistas cubanos como Bonifacio Byrne y Federico Uhrbach, y dejaba constancia de sus gustos estéticos en colecciones como “Siderales,” un grupo de

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poemas donde recrea la estatuaria griega, de una forma similar a como lo hizo Julián del Casal con las pinturas de Gustave Moreau. Sin embargo, para la época en que Valdivia tiene esta polémica con Clarín y Palacio Valdés el modernismo no había entrado en su etapa más conocida, ni eran atacados por sus críticos, entre ellos el propio Bobadilla quien los llamó “grafómanos de América”. Irónicamente, ya en 1892, Bobadilla maldecía al escritor español y agregaba que este estaba enamorado de Flaubert como un “gusano del sol” y que su novela La regenta, era “fastidiosa”, una imitación de Madame Bovary, y su otro libro, Su único Hijo, era “tedioso y chabacano” (194). Es importante notar que Valdivia no solamente fue un excelente poeta y prosista modernista, sino también uno de sus más fervientes animadores ya que fue él quien llevó a Cuba en 1885 un baúl de libros, a través de los cuales, como dice Oscar Montero, Julián del Casal tuvo acceso a escritores nuevos y malditos que no se conocían en la isla (77). Al burlarse de sus “medallones” y su “prosa de vidrio multicolores”, por tanto, Fray Candil estaba haciéndole un elogio de Valdivia, porque fue justamente esa prosa y esas metáforas las aportaciones fundamentales del modernismo a las letras hispanoamericanas. Pero al hacer esto, Bobadilla estaba tratando de minimizar la importancia de los modernistas y al mismo tiempo “elevando” el tipo de literatura que él mismo cultivaba. No en balde, la confrontación entre naturalismo y modernismo ha sido resaltada por varios críticos, entre ellos Federico de Onís (xiii) y Fernando Alegría, porque como dice este último, al surgir el modernismo “el naturalismo es cosa del pasado, rendirle pleitesía es asociarse a una empresa que ya tuvo su momento culminante y que ha caído en un rápido descrédito” (118). No obstante como reconocería el mismo crítico chileno, el modernismo no renunció a la experimentación en la literatura que fue una de las marcas fundamentales del naturalismo (119) y escritores como Bobadilla si bien se alejaban del modernismo por la prosa, se acercaban indudablemente a él a través de la poesía. En el caso de escritores como Manuel Díaz Rodríguez (Idolos rotos) y Ramón Meza (Mi tío el empleado) ambos estilos se conjugan. El libro de Bobadilla, Escaramuzas, recordemos, se publicó en 1888, el mismo año que sale de la imprenta Azul…. Si leemos el prólogo de Clarín al libro del cubano veremos que ya entonces Clarín se muestra muy preocupado con el tipo de literatura “modernista” (xxi) que se hacía en América, con los cambios en el lenguaje e incluso con la forma de decir o de enfrentarse los hispanoamericanos con los españoles. En este prólogo, Clarín se duele de que para los hispanoamericanos el español que “hablamos nosotros ahora . . . no es tan digno

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de admiración, cariño, estudio y respeto como el de nuestros clásicos,” porque como dice, los que nacieron en la Península eran “los primogénitos” y el español, “hagamos con él lo que hagamos, seguirá siendo el que se hable en España” y esto es por “naturaleza y por derecho internacional de los idiomas” (xix) [énfasis en el original]. Quienes piensan de otra forma, afirmaba, “tienden a mezclar el buen castellano con idiotismos, barbarismos, etc, etc” (xx). Nuevamente, la crítica se concentra en los “extranjeros”, los hispanoamericanos, que el escritor peninsular critica en base de su nacionalismo y una visión marcadamente colonial del lenguaje. De otra forma ¿cómo se entiende que todavía a finales del siglo XIX, Clarín siga defendiendo la pureza de la lengua a base de su progenitura y su “derecho internacional”? Por supuesto que ningún país, metrópoli o colonia, tiene la potestad de dictar la norma. Una larga tradición de lingüistas que van desde Andrés Bello (1781– 1865) a Rufino Cuervo (1844-1911) se encargaron de disputar este derecho a los españoles. No obstante, Clarín invoca este “derecho” (que no es otro que el de la conquista y la colonización) con el fin nuevamente de elevar su prestigio y capital simbólico como escritor. Esta pugna, entre escritores peninsulares y latinoamericanos se mantendrá durante todo el siglo XIX y será otra marca de nivel en la polémica de un lado y otro del Atlántico.1 Será también un rasgo distintivo de la “personalidad” del escritor finisecular, que como Salvador Díaz Mirón y el propio Valdivia tuvo varios duelos por motivos disimiles. No es de extrañar entonces que estas discusiones terminen muchas veces en peleas e insultos, que eran tan ofensivos y peligrosos como los duelos a espadas. En el caso de Cuba, y al juzgar por la vida posterior de Valdivia, un insulto en el periódico podía costarle literalmente la vida. De hecho, Valdivia –al mismo tiempo que escribía prólogos a libros modernistas-, escribió el que lleva Los duelos en Cuba (1894). En el prólogo a esta obra Valdivia dice que “entre los nombres de adversarios que en el volumen figura está el mío. ¡Yo, hombre de pluma, esgrimiendo una pistola y por cuestiones de pura literatura: yo, de naturaleza apacible, confiando un rencor a la boca oscura de una pistola!” (xiii). En el cuento publicado en La Habana elegante, Valdivia toma el papel de víctima y deja para al crítico español, el papel de “Marat literario”. Dice: En frases de desprecio olímpico, párrafos de una burla corrosiva, donde los giros de lenguaje hacían muecas y parecían sacar la lengua a algunas estrofas copiadas en prueba de lo que el afirmaba, vertía el crítico

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Hispanic Journal la amarga hiel del sarcasmo, bautizando al pobre hijo de mi fantasía destrozado sin compasión en aquella picota expuesta al público. Lágrimas cayeron de mis ojos sobre las negras columnas del diario, olas de vergüenza empurpuraron mis mejillas y zumbidos de un desvanecimiento próximo corrieron por mis oídos. Cuando algún individuo desde una mesa próxima me miraba, yo bajaba el rostro hasta hundir casi en el periódico, como temiendo que me conociera y burlonamente me repitiera las candentes frases del aristarco. (25)

Para el narrador de “Dos opiniones” la crítica de Leopoldo Alas a su poema redundaba en un ataque contra su personalidad y un virtual castigo público, ya que afectaba necesariamente la forma en que los otros los percibían a él, y el modo en que él mismo se veía ahora. No obstante, al final como sugiere el título, ésta era solo “la opinión” del “aristarco”, no la de la mujer a la que estaba dirigido el poema, a quien sí le gustó. De modo que la casa y la vida privada se construyen en este cuento como un lugar de refugio del poeta. La belleza y la bondad de la amada, como la contraparte de la fealdad del crítico y la esfera pública que domina el hombre, como ese lugar lleno de peligros, donde el honor y la vergüenza se exponían diariamente. Porque de lo que se trataba no era simplemente de la “literatura” sino del honor personal, de destruir cualquier aspiración a escritor que tuviera la persona. Quien escribía un artículo con “desprecio”, y con “burla corrosiva” hacia del escritor una especie de asesinato de la personalidad y hacía del periódico el instrumento del degüello: una “picota expuesta al público.” Recordemos que la picota era “el rollo u horca de piedra” que según el diccionario de la RAE (edición de 1869) “suele haber a las entradas de los lugares, donde ponen las cabezas de los ajusticiados o los reos a la vergüenza” [énfasis nuestro]. Este recordatorio existía en la época en que ocurre esta polémica y no desaparece hasta principios del siglo XX. Aun más, podemos decir, la ofensa en estos textos se corresponden con la “pena de infamia” que no desaparece del código penal español hasta 1848. Hasta entonces, quienes eran condenados por esta pena podían perder todos los derechos como ciudadanos, ser condenados a trabajos, presidio, deportación o destierro perpetuo (Masferrer 383-85). Según Masferrer el código jurídico de 1822, el último que establece

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esta pena, ejerció un estimable influjo en los códigos penales de Hispanoamérica, en especial en El Salvador y Bolivia, que recién se estaban independizando de la metrópolis (388). ¿Acaso desaparece entonces esta pena? ¿Cuál fue el caso de Cuba? ¿Cómo se “limpiaba el honor” en un país que todavía seguía siendo una colonia española? También a través del duelo, y un breve recorrido por el libro de Agustín Cervantes nos da una idea de la cantidad de periodistas que se enfrentaron por ofensas al honor. Entre ellos están Manuel Sanguily (1848-1925), Rafael Montoro (1852-1933), José Antonio Cortina (1853-1884), Antonio Zambrana (18461922), Fermín Valdés Domínguez (1852-1910), Juan Gualberto Gómez (1854-1933), y el propio Agustín Cervantes, quien era el director de “La Tribuna” y tuvo dos duelos y fue además “director de combate” en otros tantos. Este número tan elevado de hombres de letras de fines del siglo XIX envueltos en lances de armas nos dice de la importancia del prestigio en esa comunidad, de la poca confianza que existía en las instituciones coloniales y en la intensa rivalidad entre los partidarios de un grupo político y de otro en un ambiente tenso como fue el que dejó la guerra de los Diez años. Incluso, dentro de los mismos dirigentes independentistas cubanos hubo memorables enfrentamientos por motivos semejantes. José Martí (1853-1895) fue el blanco de algunos de estos ataques, quien casi se enfrenta en un duelo con Enrique Collazo (18481921) quien lo acusó de llevar “sayas en lugar de pantalones” por no haber participado en las guerras de independencia anteriores. Como consecuencia, después de cruzarse varias cartas Martí le dijo que “no habrá que esperar la manigua, señor Collazo, para darnos las manos; sino que tendré vivo placer en recibir de usted una visita inmediata, en el plazo y país que a usted le parezcan convenientes” (Trujillo Apuntes 103) [énfasis nuestro]. Además de este incidente, Martí tuvo otro con Antonio Zambrana que también hubiera terminado igual si Antonio Maceo y Flor Crombet no se hubieran interpuesto y evitado la confrontación (Guía OC, 21516). En uno de sus poemas más conocidos Martí reproduce esta dinámica del escarnio cuando la voz poética se enfrenta a los “héroes” y los vitupera por traicionar la causa revolucionaria. Los héroes que lo oyen, lo toman entonces por lo que es, un insulto y matan al hablante poético. El poema apareció en Versos sencillos (1891), y se titula “sueño con claustros de mármol”. Esto explicaría la insistencia de los ofendidos en enfrentar a sus ofensores a través de las armas, y la cantidad de duelos que se realizaron en La Habana durante la segunda mitad del siglo XIX, muchos de ellos, realizados por escritores.

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Nadie mejor entonces que Ramón Meza (1861-1911), otro escritor entre naturalista y modernista de La Habana elegante, para desmontar esta obsesión con el “honor”. Solo que esta vez, esa obsesión se muestra a través de la parodia y de la novela corta, El duelo de mi vecino que hay que leer como una crítica similar a la que hizo Cervantes en Don Quijote en relación con las novelas de caballería.2 La novela de Meza toma lugar en La Habana, y cuenta el duelo entre Olerón, el vecino del protagonista y Fermín Guerrero y Bravo, un famoso tirador de la Habana. Olerón había sido objeto de una burla por parte de Guerrero, y como consecuencia, Olerón no tiene otro remedio que enfrentarse a duelo con él. El problema es que Olerón no tiene ninguna experiencia en el manejo de las armas, y Guerrero sí las maneja perfectamente e incluso ya había matado varios contrincantes. La novela de Meza comienza entonces el día antes del duelo y es narrada por el vecino, especie de mirón que para saber cómo se siente Olerón antes de morir, recurre a la estrategia de abrir un hueco en la puerta que separaba ambos cuartos, con una “barrenita” y luego otro en el techo, y a través de estos dos agujeros puede ver lo que sucede. El hecho de que Meza ponga a al narrador de la novela en una situación tan precaria, incluso ridícula, nos dice mucho de la obsesión de la opinión publica con este tipo de lances. La barrenita del escribidor es una parodia de la espada que utilizan los dos tiradores, el hoyo que hace en la puerta, el que iría a recibir uno de ellos en el cuerpo. Pero aun cuando Meza focaliza las escenas a través de este personaje, lo más importante no es él, sino el dilema en que se encuentra Olerón, que es obligado en contra de su voluntad a aceptar un reto en el cual sabe que tiene todas las de perder. ¿Cuál era la ofensa que había recibido Olerón para ir a las armas? Que Fermín Guerrero le hubiera introducido en la nariz mientras dormía en una de las mesas del café de la acera del Louvre un taquito provocándole con un estornudo. ¿Qué hace entonces Olerón? Como él fue la víctima, tiene la posibilidad de escoger el tipo de arma con la cual va a combatir en el duelo, y escoge las más impensables y “descabelladas”. Dice el narrador: Como, según el Código de Honor, es el insultado quien debe poner las condiciones que a continuación se expresan: --Primero: una pistola cargada y otra descargada, puestas ambas en un saco para ser sacadas al azar por los adversarios y disparadas a boca de jarro, sobre el pecho del contrario […]

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En segundo lugar propuso el Sr. Olerón que se llevasen al terreno del honor dos cubiertos y además dos morcillas, envenenada una de ellas, debiendo ser escogidas también al azar por ambos adversarios y comida íntegramente la que a cada cual tocase [. . . ] En tercer lugar, propuso el Sr. Olerón que ambos combatientes acudiesen al terreno del honor provistos de doce o quince cartuchos de dinamita para arrojárselos mutuamente y por riguroso turno, desde cuatro pasos de distancia; pudiendo presenciar los padrinos el duelo de cerca o de lejos, es decir, desde donde mejor les conviniera. (37-38) Lógicamente, ni los padrinos ni Fermín Guerrero y Bravo aceptan las condiciones de Olerón. No obstante, los padrinos insisten en que único objetivo de estas exigencias “descabelladas” era evitar el enfrentamiento con su ahijado. Le dicen a Olerón, que ellos solo vienen a salvar “la dignidad y el honor humano” (41), para “evitar que sea usted la irrisión pública” (42), y tanto insisten que Olerón termina aceptando el reto a espada, y en el primer cruce de las armas queda herido en la nariz. Después de aquella “pequeña herida en la punta de la nariz” (52) se suspende el duelo. El honor de ambos contrincantes queda salvado, y la mañana termina en una cena que paga Fermín Guerrero, el más rico, en un restaurante de la Habana. Después de aquel día, dice el narrador: Los amigos y biógrafos de don Fermín Guerrero y Bravo añadieron un triunfo más a los muchos y muy parecidos que éste ha obtenido con las armas. Aquella noche corría por toda la ciudad, con la velocidad del rayo, la noticia de que un grosero había insultado al pundonoroso y perfecto caballero don Fermín y que éste había herido gravemente en un duelo a su adversario, para darle una lección provechosa. (56) No hay duda por tanto que la novela de Meza es un crítica genial a una institución que a pesar de que se mantenía vigente iba perdiendo respeto. Por un lado, porque se pone de manifiesto la duplicidad que está en juego en “ofender” y defender “la dignidad

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y el honor humano”, evitar el “irrisión pública” y mantener el honor de hombres. Meza lo logra creando un caso descabellado, fuera de la lógica tradicional que implicaba este tipo de lances, imagina una situación más allá de lo establecido con lo cual pone al descubierto el sinsentido de esta práctica. En su narración la seriedad del duelo se convierte en una risa burlona, regresando de esta forma a la opinión pública, el peso que esta había puesto en la esfera privada. Porque si entendemos bien la narración de Meza todo es espectáculo y efectismo. Nada en el duelo era real, ni tenía la importancia que le atribuían los que como Justo de Lara pensaban que ésta era la única forma de limpiar el honor y revindicar el nombre. En realidad, el duelo parece decirnos Meza es un show mediático puesto en función del prestigio personal del mejor tirador para manipular la opinión pública. De haber sido real la herida que recibió Olerón en la nariz hubiera sido mucho más grave, y no pareciera el arañazo de un gato. Al fin y al cabo, la burla de ambos protagonista ya estaba planteada en el texto desde un inicio cuando Meza escoge como nombres para ambos el de Olerón, que viene de “oler” y sufijo “ón” (aumentativo despectivo que traducido significaría algo así como ‘el que huele mucho’) y Fermín Guerrero y Bravo, dos apellidos que leídos de corrido denotan la “valentía” del tirador. Para resumir y concluir, un análisis del campo literario de fines de siglo XIX tanto en España como en Cuba muestra una dinámica de rivalidad entre escritores, que se manifiesta en acusaciones por falta de originalidad, falta de prestigio e incluso acusaciones de plagio. Dicha dinámica es típica de la literatura moderna, en el momento que el Estado ha abandonado, como dice Bordeau, toda responsabilidad por el prestigio de la literatura y deja a los escritores y los críticos que decidan quien debía tenerlo y quiénes merecía llevar el nombre de literatos. Come he explicado, la confrontación entre Aniceto Valdivia, Armando Palacio Valdés y Leopoldo Alas, Clarín, llega a un límite donde las palabras ya no son suficientes y sobreviene la ofensa personal. En el caso específico de estos tres escritores dichas ofensas quedaron en el papel, pero en otros casos en Cuba tuvieron que resolverse con las armas. No por casualidad, decía Justo de Lara, que Cuba era uno de los países donde menos se practicaba la esgrima y más se enfrentaban los ciudadanos en duelo. Después de leer las estadísticas, podemos añadir, que un grupo bastante elevado de los que se enfrentaron fueron periodistas y escritores que estaban envueltos de una forma u otra en la política. No obstante, por los resultados de estos duelos, la mayoría de ellos no tuvo consecuencia alguna. Por lo general se detenían al primer rasguño que recibía uno de los

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contrincantes, y en ese punto se resolvía la cuestión. Para Ramón Meza esto era más propio de una humorada o una comedia que de un verdadero ajuste de cuentas para restaurar el honor. En tal sentido su novela es ejemplar. Deja al descubierto la hipocresía de quienes juzgan las armas como el único recurso para limpiar la mancha o la ofensa recibida, y revela los manejos y la falsa moral que plagaba una sociedad colonial como la cubana. NOTAS Para más detalle sobre las polémicas modernistas ver el excelente libro de MejíasLópez The Inverted Conquest. The Myth of Modernity and the Transatlantic Onset of Modernism. También el libro de Alberto Acereda El antimodernismo. Debates transatlánticos en el fin de siglo. En su libro Mejías-López hace un análisis de las pugnas alrededor del modernismo basándose en las ideas de Pierre Bourdieu. Por otra parte, es importante considerar también la tesis de Acereda quien afirma que las críticas a los modernistas provenían de su apego al liberalismo. 2 Véase el elogio que le hace Meza a la novela de Cervantes. 1

OBRAS CITADAS Acereda, Alberto. El antimodernismo. Debates transatlánticos en el fin de siglo. Palencia: Ediciones Cálamo, 2011. Impreso Alas, Leopoldo. “Prólogo.” Escaramuzas. Emilio Bobadilla. Madrid: liberaría de Fernando Fé, 1888. vii-xxix. Impreso ___. “Palique.” Obras completas. Vol. IV. Artículos (1879-1882). Ed. Jean Francois- Yvan Lissorgues. Oviedo: Ediciones Nobel, 2003. 401-403. Impreso ___.“Palique.” Obras completas. Vol. IV. Artículos (1879-1882). Ed. Jean Francois- Yvan Lissorgues. Oviedo: Ediciones Nobel, 2003. 619-622. Impreso ___. “Madrileñas”. Obras completas. Vol. IV. Artículos (1879-1882). Ed. Jean Francois- Yvan Lissorgues. Oviedo: Ediciones Nobel, 2003. 622-625. Impreso Alegría, Fernando. Breve historia de la novela hispanoamericana. México: Gráfica Atenea, 1959. Impreso Bobadilla. Escaramuzas. Prólogo de Clarín. Madrid: liberaría de Fernando Fé, 1888. ___. Triquitraques. Madrid: Imprenta de Fernando Fe, 1892. Impreso ___. Grafómanos de América (patología literaria). Madrid: Liberaría general de Victoriano Suárez, 1902. Impreso Bourdieu, Pierre. The rules of art: genesis and structure of the literary field. Stanford: Stanford Univ. Press, 1995. Print

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