El modernismo d\'annunziano de un escritor orientalista: el granadino Isaac Muñoz

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Descripción

El modernismo d'annunziano de un escritor orientalista: el granadino Isaac
Muñoz (1881-1925)

por Amelina Correa Ramón
Universidad de Granada


Isaac Muñoz (Granada, 1881-Vallecas, Madrid, 1925) ha sido uno de
tantos escritores que la historia literaria pareciera haber consagrado al
olvido. Casi nadie recuerda ya el nombre del amigo y colaborador de
Francisco Villaespesa en sus empresas literarias; casi nadie, excepto
algunos libreros de viejo, conoce los títulos de sus obras; menos aún se
puede esperar encontrar lectores de sus novelas. Sin embargo, la
trayectoria vital y literaria de este escritor granadino ofrece sin duda un
gran interés, y, sobre todo, muestra su evidencia como síntoma de la época.
Síntoma, en definitiva, de la crisis de fin de siglo, Isaac Muñoz plasma en
su creación literaria las contradicciones, las ambigüedades, los deseos
insatisfechos que marcaron todo un fructífero período de nuestra cultura
reciente.
Novelista y poeta fascinado por el Oriente literario, Isaac Muñoz
comenzó su andadura en el mundo de las letras en compañía de su íntimo
amigo Villaespesa. Ambos emprenderán en los años finales del siglo XIX y
primeros del XX la empresa común del modernismo.
Junto a la indudable atracción que mantuvo durante toda su vida hacia
la realidad árabe, habría que destacar en la obra literaria de Isaac Muñoz
la presencia de un erotismo decadente de gusto refinado. Muñoz encarna a la
perfección el prototipo del artista que cree en la Belleza, en el Arte (con
mayúsculas), como aspiración suprema y pauta, dentro de un mundo que,
regido por valores materialistas burgueses, no puede por menos que
considerar caduco y triste. Como escribió su amigo Villaespesa, Isaac Muñoz
"Desprecia orgullosamente todo el progreso material, porque no hace la vida
más bella ni más buena. Desdeña la ciencia, porque sólo sirve para excitar
su sed sin saciarla [...]. El poeta huye de la ciudad moderna, donde todo
es uniforme, los edificios, los trajes, los cerebros, las almas. Busca el
viejo espíritu de la raza en Granada, en Córdoba, en Toledo, en las
llanuras castellanas. Ama las catedrales sombrías, las iglesias ruinosas,
bajo cuyas bóvedas circula aún un soplo de terror de los grandes
visionarios [...]; y ansioso, inquieto, ávido de adorar y no sabiendo a
qué, es al mismo tiempo un anarquista y un místico...".
Ante el vacío espiritual que asuela a la generación de un fin de
siglo que ha perdido toda fe, al escritor no le queda más remedio que
buscarse una realidad consoladora, que en el caso de Isaac Muñoz consistirá
en gran parte en una suerte de mixtificación vital. Muñoz, como el Valle-
Inclán de las Sonatas, fabrica su propia leyenda, de la que se van a nutrir
su vida y su obra.
Dejando de lado dos obritas de juventud, publicadas en Almería a los
diecisiete años (tituladas Miniaturas y Colores grises), la verdadera vida
literaria del granadino comienza con su primera novela, que aparece en 1904
bajo el título de Vida. En busca aún de un lenguaje propio, Muñoz escribe
una novela de aprendizaje, en la que se anuncian ya los indudables valores
de su prosa, que quedarán claramente plasmados a través de su primera obra
de madurez, publicada tras su traslado a Madrid, capital cultural que atrae
todo tipo de escritores y tendencias. Se trata de una novela en clave que
recibe el nombre de Voluptuosidad. El año de su publicación, 1906, se
iniciará un gran cambio en la vida del escritor. En efecto, para un joven
sensible y atraído desde siempre por el orientalismo, supone un
descubrimiento decisivo el traslado de su padre a la plaza española de
Ceuta. Una vez allí, Isaac Muñoz entrará en contacto con la realidad de
Marruecos, donde conviven en estos momentos de principios del siglo XX
árabes y judíos. La fascinación vital se entremezcla pronto con una
recreación literaria.
En efecto, deslumbrado por un mundo que ofrece una alternativa a su
hiperestésica sensibilidad, hastiada de la vulgaridad que representa la
vida burguesa, Isaac Muñoz pronto mimetiza literariamente la realidad
semita, ante la que adopta una actitud esteticista.
Además de seguir la corriente orientalista finisecular, la obra de
Muñoz se convierte en un reflejo de todas las contradicciones y
ambigüedades presentes en la crisis de fin de siglo. Un refinado erotismo
decadente preside su producción literaria, lo que se plasma en sus
peculiares novelas: Morena y trágica (1908), o la historia de los amores
fatales entre una gitana del Sacromonte y un misterioso joven; La fiesta de
la sangre (1909), donde se narran las rencillas entre opuestas tribus
mogrebíes, en un ambiente de refinada sensualidad; Alma infanzona (1910),
que relata en primera persona la historia de un descendiente de hidalgos de
Castilla, amante del lujo y la suntuosidad, que encarna peculiarmente el
ideario de Nietzsche filtrado por su admiradísimo Gabriel D'Annunzio (no en
vano, Rafael Cansinos Assens, en su formidable La novela de un literato, se
referirá a Isaac Muñoz de manera reiterada como "el d'annnunziano"); por su
parte, Ambigua y cruel (1912) vuelve a situar la narración, escasa y
descriptiva, en un Oriente idealizado, al igual que las siguientes: Lejana
y perdida (1913), que al Oriente musulmán incorpora los territorios lejanos
de India y China, y Esmeralda de Oriente (1914), la cual retorna la acción
al escenario preferido por Isaac Muñoz, es decir, el Magreb (o Mogreb, como
él gustaba denominar).
Publica también Isaac Muñoz un libro extraño de reflexiones y
diálogos, muy inspirado así mismo por la filosofía de Nietzsche, titulado
Libro de las victorias. Diálogos sobre las cosas y sobre el más allá de las
cosas(1908); un interesante poemario breve, La sombra de una infanta
(1910), que evoca en verso las temáticas y fascinaciones de sus novelas; y
un par de relatos incluidos en las populares colecciones tan en boga por
aquellos años: Los ojos de Astarté, publicado en El Cuento Semanal, y Bajo
el sol del desierto, publicado en El Libro Popular.
Además, cultivó Isaac Muñoz otras facetas relacionadas con la
literatura, como la redacción de libros sobre diversos aspectos de
Marruecos y el colonialismo, o la traducción de El jardín de los deseos,
del poeta bereber Sid Mojand, que apareció en 1914 con un amplio estudio
introductorio de Muñoz.
Habría que recordar igualmente la fecunda faceta del escritor
granadino como colaborador de diversas publicaciones periódicas. En
especial, destaca el caso del periódico Heraldo de Madrid, cuya
colaboración mantuvo Isaac Muñoz desde 1911 hasta 1919, publicando más de
doscientos artículos casi siempre en primera página. Colaboró también Muñoz
en revistas ilustradas, tan en boga en el momento, como Nuevo Mundo, La
Ilustración Española y Americana o La Esfera. Y, por supuesto, no podían
faltar sus contribuciones a las revistas del modernismo, en especial, a las
fundadas por su buen amigo Francisco Villaespesa, como Revista Latina o
Renacimiento Latino.
En los últimos años de su vida, Isaac Muñoz vivió prácticamente
retirado del mundo de la literatura. Enfermo de lo que entonces se
denominaba el mal del siglo, es decir, la tristemente famosa sífilis,
fallecería a consecuencia de ésta a comienzos del año 1925. A su muerte,
dejó inédito el manuscrito de una novela de prosa deslumbrante y suntuosa,
que ha dormido un largo sueño de décadas hasta su edición en el año 1997.
Se trata de La Serpiente de Egipto, obra inspirada en la civilización
egipcia, que constituye una reiteración en las temáticas preferidas por
Muñoz, es decir, el Oriente como búsqueda del paraíso perdido, la relación
profunda entre el amor y la muerte, el erotismo sutil y torturado, el deseo
de hallar un sentido en la alteridad de las cosas. Junto a todo esto, La
Serpiente de Egipto viene a ser la plasmación de una antigua fascinación
obsesiva del escritor, que desde muy joven se sintió atraído por el mundo
egipcio y su misteriosa y prometedora civilización.

* * * * *

Isaac Muñoz fue, sin duda, un escritor en cierto modo misterioso y
distante, signado por la marca del dandismo, lo que se puede apreciar
fácilmente en sus fotografías y retratos, así como en su actitud y en sus
textos literarios.
Sus enigmáticas novelas parecen tener varios niveles de
significación. Se puede ver en ella el fruto de una meditación puramente
metafísica sobre el amor, sobre un amor carnal ligado indisolublemente a
una pulsión de violencia, pero que, de alguna manera, pretende trascender
más allá de los sentidos.
En efecto, el sentido del erotismo en Isaac Muñoz conjuga siempre la
crueldad con el placer, el dolor con el éxtasis, el amor y la muerte. Sólo
el mayor refinamiento amoroso o sólo el primitivismo más animal pueden
hacer al hombre alcanzar el sentido trascendente que subyace al Eros. Por
eso, se conjugan en sus textos versiculares las alusiones a la animalidad
junto con comparaciones de carácter sublimador:

Los aromas del sándalo, de la piel de serpiente, de la carne cruzada
de lujuria, de los tabacos de Arabia perturbadores como exquisitos
venenos, de los cabellos llenos de obscuridad y de embriaguez, eran la
suma invitación al amor, al amor de Oriente, que lleva en sus divinos
labios pulposos los amargos adelfos de la muerte (La fiesta de la
sangre).


La culminación del acto sexual se describe míticamente, como la
suprema vía de trascendencia que le es dada al ser humano. El vehemente
primitivismo con que Isaac Muñoz concibe el amor, huyendo del contrato
matrimonial establecido por la sociedad burguesa, lo posibilita para
encarnar en sus personajes toda la fuerza trágica y sublime de su
concepción erótica. Personajes que son, con frecuencia, árabes o gitanos,
pues en el camino de búsqueda de una realidad distinta y consoladora, que
proporcione un sentido al vacuo transcurrir de la existencia burguesa,
Isaac Muñoz recurre al mito de estos pueblos como símbolo de libertad, de
pureza, de desasimiento. Las escenas que describen, así, una relación
amorosa adquieren de este modo el carácter de un ritual sagrado, de un lazo
de sangre que no se puede quebrantar. El autor puede representar sin
cuestionárselo la unión paradójica de la violencia y del deseo, de la
fuerza animal y del instinto de sublimidad, puesto que los personajes que
elige escapan a la férrea ordenación social establecida por el sistema
occidental burgués. Se trata de pueblos distintos, ajenos, otros, que
mantienen de algún modo una virginidad, una pureza intacta.
Precisamente en estos atrevidos planteamientos en materia sexual,
habría que buscar una de las razones que han condicionado el olvido de
Isaac Muñoz. Pero además, habría que considerar que su peculiar concepción
de la obra literaria, con una tendencia a la reducción del argumento a un
mínimo posible y una narración que se recrea en sucesivos remansos,
descritos con morosidad refinada, convertía su literatura en una delicia
minoritaria, en un placer destinado a unos pocos. No en vano, Luis Antonio
de Villena declaró en fecha reciente que las obras de Muñoz contienen
probablemente "la prosa más decadente y enjoyada de nuestro modernismo
simbolista en su matiz orientalizante".
Recuperar, pues, este placer sibarita y ponerlo al alcance del
público actual ha sido sin duda el motivo de las ediciones que de varias de
las obras de Isaac Muñoz se han llevado a cabo durante los últimos años (La
Serpiente de Egipto, Vida, Morena y trágica, La sombra de una infanta, y la
última y más reciente de ellas: Voluptuosidad, en 2015). Estas breves
páginas que constituyen una breve aproximación a un escritor injustamente
olvidado –aunque afortunadamente en vías de restitución- no pretenden más
que ser una invitación a leer las obras de Isaac Muñoz y a degustarlas
paladeándolas poco a poco, como se beben los embriagantes licores que
gustara en vida su autor.
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