El miedo en las Historias de Herodoto

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Descripción

El miedo en las Historias de Herodoto
Maira Giosa

Los dioses. El mar. El bárbaro. La ley. En la historiografía clásica,
el miedo es un tema recurrente. Desde Homero hasta los autores
tardorromanos, el miedo a lo desconocido y el temor a la ira de los dioses
siempre estuvieron presentes de distintas maneras, y siempre con
consecuencias desastrosas para aquellos que no supieron obedecer las leyes
del universo.
Además de participar en la guerra, entre combates violentos por
tierra o enfrentando la ira del océano, el ciudadano ideal debería temer a
los dioses, pero, principalmente, obedecer a las leyes de su ciudad. De
acuerdo con Aristóteles, aquel que no seguía la conducta planeada por los
gobernantes no podía ser un ciudadano con derechos políticos (Aristóteles,
1998: III 13.1283b12/1284a y V 12.1317bss). Y sin derechos políticos, el
hombre de la Antigüedad no era nada.
Aunque sea un tema que suscita muchas discusiones, este artículo
específico tratará brevemente de lo que era el miedo para Herodoto,
considerado el «padre de la Historia» y uno de los viajeros y geógrafos más
renombrados de la época clásica en Grecia. Según sus relatos en las
Historias sobre la manera de vivir y pensar de los griegos y no-griegos (en
especial los persas), es posible comprender cómo los antiguos sentían el
miedo en lo cotidiano. Fuera en la guerra o dentro de sus propias casas, el
hombre del pasado tenía las mismas preocupaciones que hoy tenemos: proteger
su propiedad y su familia.
No obstante, y a pesar de haber nacido en Halicarnaso, Herodoto vivió
para ver la gloria de Atenas. Y si había algo de lo cual los atenienses
tenían entonces miedo era de la invasión y dominación por otros pueblos
«bárbaros». De hecho, la obra de Herodoto cuenta cómo y por qué existió la
enemistad entre griegos y persas, desde los orígenes de esa hostilidad –
que él mismo apunta como los agravios causados por los raptos mitológicos
de Io, Europa, Medea y Helena, y que culminan en la Guerra de Troya – hasta
la expulsión definitiva de los extranjeros del suelo helénico. Para dar
algunos ejemplos concretos, se han seleccionado breves pasajes de sus
Historias que pueden ser analizados a la luz de este tema universal.
Es innegable, bajo el punto de vista analítico de los escritos del
historiador, que Herodoto fue un hombre que no dudaba del material al que
tenía acceso, y pasaba muchas informaciones sin cuestionar la
improbabilidad de algunas situaciones. Algunos de los casos más comunes en
la obra hablan sobre los oráculos; o, más bien del Oráculo de Delfos, del
cual Herodoto se fiaba indudablemente como fuente verdadera para la
historia. Un caso especial es el relato sobre la frustrada marcha del
ejército persa sobre Delfos cuando, al llegar ante el templo de Atenea
Prónea, la propia diosa les niega el paso al arrojar las rocas desde lo
alto del monte Parnaso, lo que causa el caos y el pánico entre los
soldados. El fragmento sigue así:

(…) repito, sí, que los portentos que a este primero se siguieron son
los más maravillosos que jamás en el mundo hayan sucedido; porque, al
ir a acometer ya a la capilla los bárbaros vecinos de Atenea Prónea,
caen sobre ellos unos rayos vibrados del cielo, dos riscos desgajados
con furia de la cumbre del Parnaso bajan precipitados hacia ellos con
un ruido y fracaso espantosos, cogen y aplastan a no pocos, y dentro
del templo mismo de la Prónea se levanta grande algazara y gritería
(Herodoto, 2007: 8.37).

Fiarse de la historia o ¿temer las consecuencias? Pues, aunque
creyera en lo que le decían los delfios, Herodoto seguramente era
consciente de que la religión era un aspecto delicado en la cultura. Su
público temía a los dioses, y la interferencia de la diosa a la invasión –
que causó la derrota del enemigo y la victoria griega – era más que
justificable.
Miedo, quizás, a la venganza e ira de los soberanos del Olimpo y, sin
embargo, hecho de manera inconsciente, es probable que el historiador no
haya dudado en la improbabilidad de la versión délfica, y que prefiriese
aceptar que la intervención divina en este caso era sólo una más entre
tantas otras. Es interesante puntualizar, por ejemplo, que tratándose de la
religión de otros pueblos, como la de los neuros, el mismo Herodoto no cree
en cualquier relato sobre las cosas sobrenaturales que les cuentan. Es el
caso de las historias de hombres que se convertían en lobos, que los
griegos de Escitia creían como verdaderas (Herodoto, 2007: 4.105).
Pero el miedo no se expresaba únicamente en el ámbito religioso. Otro
ejemplo sugestivo es todo el episodio de la vida de Creso, empezando con la
muerte de su hijo Aty (Herodoto, 2007: 1.34 ss.): El rey de Halys tiene un
sueño oracular, en el cual Atys es traspasado por una lanza de hierro. Tras
despertar del terror del sueño, Creso aleja de su hijo todo lo que le pueda
herir, anticipando su boda e impidiéndole participar en actividades reales,
como la caza y los ejercicios de armas. Mientras tanto, Creso acoge en su
palacio a Adrasto, asesino involuntario de su hermano que busca refugio en
otro país que no sea el suyo. La infelicidad y la predicción del rey se
cumplen cuando, convencido por Atys de que la cacería no sería la causante
de su muerte, Adrasto dispara un dardo a un jabalí, que «da en el hijo de
su bienhechor» (Herodoto, 2007: 1.43).
Al igual que en las tragedias de sus contemporáneos, en el texto de
Herodoto se da a entender que el miedo fue el causante de la muerte de su
hijo. Como Layo – padre de Edipo –, Creso envía a Atys a la muerte; él
provoca la tragedia intentando evitarla de todas las maneras. Otro caso
(Herodoto, 2007: 6.138) que se asimila al mito hesiódico de los hijos de
Cronos cuenta que los pelasgos, para vengarse de Atenas, roban muchas de
sus mujeres y se las llevan a la isla de Lemnos, dónde se vuelven sus
concubinas y les dan muchos hijos.
Estos niños, educados con las costumbres e idioma áticos, se creen
atenienses y, así, superiores a los hijos de los pelasgos, con quienes no
tenían contacto, protegiendo desde muy temprano su «tribu» de la otra. Los
pelasgos, temerosos de que cuando crecieran estos niños atenienses pudieran
reivindicar la soberanía sobre los demás, deciden mandar matar a las
familias atenienses, librándose de un mal presagio.
En un episodio de la guerra contra Jerjes, el historiador cuenta que
los atenienses, lacedemonios y macedonios, unidos en el territorio tesalio
con un grande ejército de estas ciudades, intentando guardar el pasaje de
Tesalia. El pasaje, bastante curioso, dice que Alejandro, hijo de Amintas y
rey de Macedonia, aconseja a los comandantes que se retiraran si no querían
ser «atropellados y aún pisados en aquel estrecho paso por el ejército
enemigo» (Herodoto, 2007: 7.173), y cuyo consejo siguen. Lo que dice
Herodoto en este pasaje es lo más atractivo del relato:

Al oír el aviso y consejo que les daba el Macedón, teniéndolo por
acertado y mirándolo nacido de un ánimo amigo y de buen corazón,
resolviéronse a seguirlo; aun cuando lo que en efecto les impelió más a
ello, a mi juicio fue el miedo o desconfianza de lograr su intento,
oyendo decir que a más de aquella entrada había otra para la Tesalia
(…) (Herodoto, 2007: 7.173).

Es decir: además de dar su juicio sobre el caso – lo que es
extremadamente raro en estas ocasiones – el propio autor lo evalúa como un
acto impulsado por el miedo al ataque persa o al fallo del plan. Hay aun
otro episodio de la guerra contra el rey persa en el cual el miedo no es al
ejército enemigo, sino a las propias fuerzas de la naturaleza. Durante la
batalla naval cerca de la isla de Salamina, sobrevino un temporal que,
según sugiere el texto, duró muchos meses:

(…) acompañado de espantosos truenos de la parte del monte Pelio. Los
cadáveres y fragmentos de las galeras que habían naufragado, echados
por las olas hacia Afetas, y revueltos alrededor de las proas de las
naves impedían el juego a las palmas de los remos. Las tropas navales
que esto allí oían, entraron en la mayor consternación, recelosas de
que iban sin falta a perecer, según era su presente desventura, pues no
habiendo todavía respirado bien del susto y ruina del naufragio y
tormenta padecida cerca de Pelio, acababa de asaltarles aquella fuerte
refriega naval; y después de la refriega sobreveníosles entonces un
recio temporal, con una tan grande avenida de los torrentes hacia el
mar y con tan furiosa tronada. Con tales sustos pasaron aquella noche
(Herodoto, 2007: 8.12).

Antes de concluir este breve análisis, un último caso que trata del
miedo de una manera ambigua y totalmente distinta del resto de los relatos.
En el libro VII, Herodoto traza la conducta de los espartanos de acuerdo
con los preceptos del poeta Tirteo, el cual defendía que la gloria de la
vida estaba en morir en batalla, y aquel que no lo hiciera, no debería
enorgullecerse de volver a vivir en la sociedad. La eunomía (obediencia a
la ley) era tan fuerte que incluso Jerjes se impresiona con la insistencia
de los espartanos en mantener el puesto durante la batalla en las
Termopilas. El discurso de Demarato, el rey destronado de Esparta, habla
por sí mismo:

Porque los lacedemonios cuerpo a cuerpo no son por cierto los más
flojos del mundo, y en las filas son los más bravos de los hombres.
Libres sí lo son, pero no libres sin freno, pues soberano tienen en la
ley de la patria, a la cual temen mucho más que no a ti vuestros
vasallos. Hacen sin falta lo que ella les manda, y ella les manda
siempre lo mismo: no volver las espaldas estando en acción a ninguna
muchedumbre de armados, sino vencer o morir sin dejar su puesto
(Herodoto, 2007: 7.104).

El miedo a la patria, a la ley. El miedo a ser condenado a una vida que
no era la digna de su propia gente. De ser, como lo fue Aristodemos cuando
volvió a Esparta con vida, desterrado. Era la desgracia a su gloria como
hombre, y la vergüenza se apoderaba del lacedemonio que así lo hiciera. El
miedo, en este caso, no se refería a la cobardía, ni al miedo de morir en
deshonor, sino que eran actos de coraje y bravura, que les impedían
desobedecer la ley común, y actuar de manera heroica y altruista.
El hombre de la Antigüedad sufría el miedo de varias maneras. Las
Historias de Herodoto nos muestran que los griegos, incluidos los
lacedemonios, no estaban faltos de temores. Al contrario. Los dioses eran,
quizá, los que más inspiraban el terror, tanto por su propia característica
de señores del cosmos como a través de la venganza contra los mortales con
auxilio de los mismos oráculos.
Ellos temían al dios de la guerra y la guerra misma, el horror de las
batallas – los cuerpos mutilados en el suelo, la sangre, los gritos… – y la
invasión enemiga. Eran ellos los que les imponían el destino – como en el
caso de Creso y de los pelasgos – y les impelían a actos desesperados. La
posibilidad de perder todo lo que les importaba, como la propiedad y la
familia, fue el causante de las mayores guerras y de los mayores miedos.

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Bibliografía

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http://www.academia.edu/1926573/Acme_and_Degeneracy_Herodotus_Characterizati
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HERODOTO. Los nueve libros de la Historia. Traducción de I. S. P. Bartolome
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PEARSON, Lionel. «Credulity and skepticism in Herodotus». Transactions and
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