EL MIEDO

August 9, 2017 | Autor: J. Antxordoki Ducay | Categoría: Gestalt Therapy, Educación, Psicología, Emociones
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Descripción

EL MIEDO Y LA ANSIEDAD
Jose Fermín Antxordoki Ducay 26/06/2014


PRIMERAS MIRADAS SOBRE EL MIEDO

Llega el día, y me enfrento a la situación de investigar sobre el miedo y
la ansiedad. Términos de uso muy coloquial, muy habitual, relacionado y
concordante con un montón de situaciones de la vida cotidiana.
Cuando pongo en San Google, ¿qué es el miedo?, aparece:
Miedo
Nombre masculino

1. Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o
imaginario.
2. Sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho
contrario a lo que se desea.
3. Expresión coloquial. Muy bien.
4. Expresión coloquial. Que es muy intenso o acentuado.

Sensación, emoción, sentimiento… aspectos distintos para un mismo
concepto. Y lo que está claro es que no hay especie más miedosa que la
humana, como un precio alto a pagar por ser la especie más evolucionada del
planeta. La inteligencia libera y a la vez entrampa. Por un lado nos aporta
información útil para sobrevivir, prever, anticipar, y por otro, si nos
pasamos de rosca, puede provocar patología de la anticipación, vivir en el
futuro o en el pasado.
"Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del
pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando
amenazas nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un
lío. Para colmo de males, no nos basta con sentir temor, sino que
reflexionamos sobre el temor sentido, con lo que acabamos teniendo miedo al
miedo, un miedo insidioso, reduplicativo y sin fronteras."[1]

A pesar de su carácter natural, el miedo ha sido durante mucho tiempo
oculto, o culpabilizado por el discurso de nuestra civilización. Se han
establecido relaciones, ampliamente aceptadas entre miedo y cobardía,
valentía y temeridad. La historia del miedo es también la de su
culpabilización en contextos culturales que valoran prioritariamente la
valentía.
"Descartes asimila el miedo a un exceso de cobardía: Escribió: "la
cobardía es contraria a la valentía, como el temor o espanto lo son a la
intrepidez". Además la fórmula de Virgile, "el miedo es la evidencia de un
nacimiento bajo", (La Envida, 4, 3). Montaigne, en el siglo XVI, y la
Bruyère en el siglo XVII, atribuyen a los pobres, una propensión a la
cobardía." [2]

El miedo, la sensación de tener miedo, indica una desproporción entre
la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para
resolverla. Sin embargo, nuestra confusión e ignorancia lo han convertido
en una «emoción negativa» que debe ser eliminada. Era considerado como
vergonzoso y común, algo perteneciente a las capas más bajas de la sociedad
y que legitimaba su sumisión, su obediencia debida. "Con la Revolución
Francesa consiguieron el derecho a la valentía, pero si bien no se cambió
en discurso, se vino a disimular el miedo exaltando el heroísmo de los
pobres. Poco a poco, con el paso de los siglos, la literatura fue dando
progresivamente su verdadero lugar al miedo, y la psiquiatría se iba
interesando cada vez más en él."[3]

No cabe duda en ninguna de las disciplinas científicas que lo
estudian, el miedo es, sin duda, una emoción universal. Y aunque todos
hemos vivido esa experiencia, sin embargo, nos vinculamos con él con un
alto grado de desconocimiento e ineficacia.
Ese desconocimiento se pone de manifiesto en la actitud de
descalificación que las creencias culturales han generado, las cuales han
convertido al miedo en una emoción indigna. Cuando se dice de alguien que
no hizo tal cosa "porque tuvo miedo", suele hacerse con un tono—más o menos
velado— de descalificación y desprecio hacia esa persona. El núcleo de la
creencia popular es que el problema es el miedo. Todo comienza allí. El
miedo es pura perturbación. Hay que tratar, por todos los medios, de no
sentirlo. Solemos creer que las emociones son el problema. Y no es así. Se
convierten en problemas cuando no sabemos cómo aprovechar la información
que brindan, cuando nos «enredamos» en ellas y nuestra ignorancia emocional
las convierte en un problema más.

Pero en contraposición ha esto, el miedo pertenece al sistema
defensivo de la naturaleza, siendo fundamentalmente el miedo a la muerte su
forma más íntima de expresión. Todos los temores contienen cierto grado de
aprensión con respecto a esta, lo que nos conduce a una sofisticación
continua de los procedimientos de protección. El ser humano anticipa su
muerte mucho más que el resto de los animales, y es por ello que vivimos en
lucha, dicen los biólogos, en lucha por la vida.

El miedo también es un sentimiento, y todos los sentimientos tienen
unos rasgos comunes. Son, en primer lugar, un balance consciente de nuestra
situación. Nos dicen cómo nos están yendo las cosas. El modo como nuestras
necesidades y deseos se comportan al chocar con la realidad. Si nuestras
necesidades no se cumplen, nos sentimos frustrados o decepcionados. Si
hemos perdido aquello en que poníamos nuestra dicha, nos sentimos tristes
o, en casos extremos, desesperados. Pues bien, si percibimos un peligro que
amenaza nuestros deseos, lo vivimos como miedo.

Podemos entonces hacer una aproximación al miedo como una emoción
caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable,
provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente,
futuro o incluso pasado. Una emoción de las llamadas emociones primarias
que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se
manifiesta tanto en los animales como en el ser humano.
Es una señal que nos indica que existe una desproporción entre la
magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos v los recursos que tenemos
para resolverla.
La amenaza puede ser física o emocional. Podemos temer ser golpeados, no
contar con el dinero suficiente para mantenernos, ser humillados y
excluidos del afecto de quienes nos rodean, etc. Si bien estos niveles se
entremezclan, siempre alguno predomina, y los recursos requeridos son
aquellos que están relacionados con todos los componentes de la amenaza.

Una respuesta interesante que los seres humanos producimos en relación
con el miedo en particular, y con las emociones en general, es que no sólo
lo sentimos, sino que además reaccionamos interiormente ante el. Y esto
genera una segunda emoción. Solemos sentir miedo por algún motivo y, a
continuación del miedo, podemos experimentar vergüenza, humillación, rabia,
impotencia, etc., por tener miedo. Es decir, siempre tenemos una doble
reacción. El miedo, por lo tanto, no es algo equiparable a una fotografía,
a un instante estático, sino que se parece más a un filme en el cual la
secuencia es: a) registro de una amenaza, b) reacción de miedo, y c) la
respuesta interior a esa reacción de miedo.
La respuesta interior al miedo es de gran importancia, porque según
sea su calidad actuará atenuando o agravando el miedo original.


BIOLOGÍA DEL MIEDO

Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo,
y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para
permitir al individuo responder ante situaciones de peligro con rapidez y
eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para
su especie hasta que se sale de control. Como toda emoción, es un
acontecimiento fisiológico que produce unos efectos que pueden ser
conscientes o no. Cuando se vuelven conscientes aparecen los sentimientos.
Pero como sabemos, gran parte de nuestras actividades mentales son
inconscientes y sólo conocemos lo que producen.

De la parte que podemos llegar a conocer en cuanto a los mecanismos
que desatan el miedo se encuentra, tanto en personas como en animales,
localizado en el cerebro, concretamente en el sistema límbico, que es el
encargado de regular las emociones, la lucha, la huida y la evitación del
dolor, y en general de todas las funciones de conservación del individuo y
de la especie.


Pero podríamos hablar de dos sistemas de detección del peligro. Uno de
urgencia, tosco, que prefiere equivocarse por exceso de cautela que por
exceso de confianza. Somete el estímulo a una rápida evaluación, que es
realizada fundamentalmente por la amígdala, una pequeña estructura en forma
de almendra, alojada en el lóbulo límbico. Este sistema revisa de manera
constante (incluso durante el sueño) toda la información, a través de los
sentidos, y lo hace mediante la amígdala cerebral, que controla las
emociones básicas, como el miedo, y se encarga de localizar la fuente del
peligro.
"Cuando la amígdala se activa se desencadena la sensación de miedo y
ansiedad, y su respuesta puede ser la huida, el enfrentamiento o la
paralización. La sensación de miedo está mediada por la actuación de la
hormona antidiurética (o "vasopresina") en la amígdala cerebral y que la
del afecto lo está a la de la hormona oxitocina, también en la amígdala. Es
interesante señalar que el miedo al daño físico provoca la misma reacción
que el temor a un dolor psíquico. Se han realizado experimentos con
animales en los que la extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo,
pero tal cosa no sucede en humanos (que a lo sumo, cambian su personalidad
y se hacen más calmados), en los que el mecanismo del miedo y la
agresividad es más complejo e interactúa con la corteza cerebral y otras
partes del sistema límbico". [4]

El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos, y activa el sistema
nervioso autónomo, que se encarga de regular mecanismos que están fuera de
nuestra regulación voluntaria: se incrementa el metabolismo celular,
aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre y la actividad cerebral,
así como la coagulación sanguínea. El sistema inmunitario se detiene (al
igual que toda función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores
(especialmente a las extremidades inferiores, en preparación para la huida)
y el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las
células (especialmente adrenalina).
El sistema simpático, toma el mando en momentos de alarma, dirige toda
la energía al sistema muscular y cerebral para disponerlos a luchar o a
huir. En momentos de peligro no se siente hambre, ni sed, no se orina, no
se tienen deseos sexuales. Todo esto queda momentáneamente en suspenso,
para que no distraiga al sujeto amenazado.
También se producen importantes modificaciones faciales: agrandamiento
de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para
facilitar la admisión de luz, la frente se arruga y los labios se estiran
horizontalmente. Como el sistema límbico fija su atención en el objeto
amenazante, los lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención
consciente de una cosa a otra) se desactivan parcialmente.


Pues bien, una vez que el peligro ha sido detectado, se alerta el
sistema simpático. El hipotálamo advierte a la hipófisis y ésta ordena la
producción de dos hormonas (dos mensajeros), la adrenalina y la
noradrenalina, que pone en marcha el organismo.

El otro sistema de evaluación es lento y preciso, y tiene lugar en
zonas de la corteza cerebral, la más sofisticada. Imaginemos que andamos
por el campo y vemos una rama en el suelo. Sentimos un sobresalto, porque
la amígdala ha reaccionado como si la rama fuera una serpiente. Por si
acaso. Mientras tanto, el córtex ha analizado el estímulo y comprobado que
es una rama. Nos tranquilizamos y continuamos la excursión.

Jose Antonio Marina, en su libro Anatomia del miedo, nos habla
además, en base a investigaciones como la de Joseph LeDoux, que parte de
nuestra memoria de los miedos es indeleble. Se conserva en la amígdala y no
se borra con el tiempo. Esto puede resultar muy útil, porque conviene que
las situaciones de peligro real se aprendan para siempre. Pero tiene un
efecto desastroso, a saber, que la información recogida puede ser falsa o
inadecuada cuando el ambiente cambia, y podemos convertirnos en rehenes
perpetuos de esos miedos sin huella consciente.

LOS DESENCADENANTES DEL MIEDO

Los mecanismos neurológicos mencionados son comunes a todos los
humanos. Podemos deducir que los diferentes sensibilidades hacia el miedo
proceden entonces de la experiencia. Personas sometidos a violentas y
dolorosas experiencias se volverían miedosas.
El ser humano moderno ha recibido en herencia la propensión a sentir
miedo ante situaciones que amenazaron la supervivencia de nuestros
antepasados, por lo que vivimos atenazados por miedos antiguos. Semejante
tendencia ha de hallarse en nuestros genes y, por tanto, los miedos deben
estar sometidos, de alguna manera, a algún control genético.


Una respuesta interesante que los seres humanos producimos en relación
con las emociones en general —y al miedo en particular— es que no sólo las
sentimos, sino que además reaccionamos interiormente ante ellas. Y esto
genera una segunda emoción.
Solemos sentir miedo por algún motivo y, a continuación del miedo, podemos
experimentar vergüenza, humillación, rabia, impotencia, etc., por tener
miedo. Es decir, siempre tenemos una doble reacción, una reacción en
cadena.
El miedo es un fenómeno en el que se da una causalidad circular que
nos resulta difícil comprender, porque estamos habituados a un pensamiento
lineal y tendemos a pensar que detrás de la causa viene el efecto. Pero
aquí nos encontramos con unas influencias recíprocas, y el efecto se
convierte en causa o al revés.


Para una parte de la psicología moderna, y en concreto para la
psicoterapia gestalt, la vida y el comportamiento humano son gobernados por
un proceso de homeostasis o adaptación mediante el cual todo organismo
busca su equilibrio y satisface sus necesidades.
Todos vivimos en la misma realidad, pero cada uno habitamos en nuestro
propio mundo y buscamos un equilibrio regulado por nuestro organismo.
Cuando el proceso de autorregulación homeostática falla, el organismo
permanece en estado de desequilibrio. Entonces es incapaz de satisfacer sus
necesidades y se enferma. Un valiente y un cobarde no ven lo mismo. Cuando
decimos que miedo es el sentimiento desencadenado por la aparición de un
peligro, estamos diciendo algo verdadero que acaba siendo falso por su
simpleza. La peligrosidad del objeto puede depender de la evaluación que
hace cada persona, y ésta puede estar equivocada. El nivel de miedo
determina el nivel de peligro, y al revés. Hay peligros inequívocos que
despiertan un miedo objetivamente justificado. Otras veces es el trastorno
fóbico de un sujeto lo que convierte el simple hecho de atravesar una plaza
en un peligro insoportable. Entre ambos extremos se da una mezcla graduada
de ambos factores que determina la peculiaridad de los miedos individuales.


Uniéndolo la parte biológica y emocional en referencia a la activación
del miedo sería: un desencadenante, interpretado como amenaza o peligro,
provoca un sentimiento desagradable, de alerta, inquietud y tensión, que
suscita deseos de evitación o huida. El sistema nervioso autónomo se
encuentra activado, lo que implica un estado de alerta, atención hacia
posibles amenazas, un enlentecimiento de las operaciones cognitivas o al
contrario, una agitación mental sin eficacia, y un estado de tensión. Como
ya hemos comentado, las manifestaciones somáticas pueden ser palpitaciones,
dificultad de respirar, perturbaciones gastrointestinales, temblores, falta
de deseo sexual, insomnio, etc. La falta de control va relacionada con la
inseguridad que también acompaña a este sentimiento. Por muy diferentes que
sean, nuestros miedos comparten este esquema común, y un argumento
compartido. Todas estas características (desagrado, inquietud, alerta,
sesgo de la atención, tensión, molestias somáticas) configuran un factor
afectivo que es compartido por el miedo y por la ansiedad. Podemos sentir
miedo de casi todo, y este sentir nos lleva a las relaciones, los
sentimientos, las situaciones, la integridad, el Yo, porque aunque el miedo
es una emoción individual es también una emoción contagiosa, o sea, social.


Y no solamente esto, sino que algunos de los miedos que compartimos
socialmente, lo son también compartidos con otras culturas. Se trata de los
miedos innatos. Los miedos infantiles a la separación y a los adultos
extraños son comunes entre los ocho y los veintidós meses; el miedo a los
niños desconocidos de su misma edad aparece algo más tarde, y el miedo a
los animales y a la oscuridad, más tarde aún. Al parecer, sucede lo mismo
en todas las culturas. El miedo a los extraños que aparece alrededor de los
ocho meses, o un poco antes, siendo el primer signo el cese de la sonrisa
ante personas desconocidas. Disminuye al finalizar el segundo año,
probablemente porque los niños aprenden a manejar las conductas de los
extraños, que dejan progresivamente de serlo. Pueden persistir, sin
embargo, y convertirse en una timidez estable. También la ansiedad de la
separación es similar en todo el mundo.
Esta constante secuencia parece depender de la maduración como proceso
sometido a control genético, en interacción con el ambiente.

LA PARTE SUBJETIVA DEL MIEDO

El miedo es un modo de percibir el mundo. Surge de la interacción de
un polo subjetivo el sujeto que lo siente y un polo objetivo lo que el
sujeto percibe como amenazador. Las dosis de estos ingredientes cambian.
Hay casos de miedos absolutamente subjetivos, sin causa exterior.

En otras ocasiones, por el contrario, la fuerza impositiva del peligro
es innegable. Una primera diferencia resulta evidente y preocupante. Hay
personas más miedosas que otras. Hay personas que viven continuamente en un
estado de ansiedad. Hay personas tímidas y personas atrevidas.
La idea de personas más miedosas nace de un supuesto equivocado: que
todos disponemos de los mismos recursos para enfrentar los peligros, y que
algunos, a pesar de contar con ellos, no los enfrentan. Esta denominación
es falsa. Todos los seres humanos disponemos de diferentes instrumentos
para enfrentarnos a amenazas y estamos sometidos a la misma ley
psicológica: si la amenaza supera a los recursos, surgirá el miedo.
Todos los humanos, en todas las culturas, la sienten y, además, la
expresan de la misma manera. El gesto de terror es omnipresente, y
comprensible sin aprendizaje previo, en todo tiempo y latitud. Además, hay
desencadenantes innatos del miedo, como hemos visto. Temores que afectan a
la humanidad entera. Venimos preprogramados para sentirlos.

EL MIEDOSO NACE Y TAMBIÉN SE HACE

A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos
padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos
dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia
y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de
que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo
una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que
por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
La psicología ha venido comprobado que muchos bebés parecen limitados para
captar todos los estímulos peligrosos o perturbadores que hay en el
ambiente. En los primeros meses de vida, muchos niños muestran ya una alta
inhibición, un modo de vivir en retirada, que se manifiesta en forma de
llantos, irritabilidad, altos niveles de activación motora y emocionalidad.
En los dos o tres años siguientes se manifiesta con comportamientos de
búsqueda de seguridad en una persona conocida y supresión de toda
iniciativa cuando se enfrentan a personas desconocidas. Si esa inhibición
se mantiene el bebé se transforma en un precavido, tranquilo e introvertido
niño al alcanzar la escuela.
Desde el punto de vista de la biología, este temperamento huidizo
puede estar relacionado con un bajo umbral del sistema límbico de alerta,
del que ya hemos hablado, particularmente en la amígdala y el hipocampo. En
pocas palabras: se dispara con cualquier cosa. Hay personas que tienen un
nivel de saturación sensorial más bajo que el resto, como si la percepción
de ser agredido por su entorno estuviera sobredimensionada. Si se perciben
como temerosos y miedosos no es por falta de valor, sino por un exceso
emocional frente al peligro.

Parece, pues, confirmarse la existencia de una predisposición genética
hacia la afectividad negativa, que hace al sujeto más vulnerable a los
estímulos negativos, pero conviene desmitificar la acción de los genes. No
determinan comportamientos complejos. No hay un gen de la inteligencia, ni
de la envidia, ni de la propensión a cenar fuera de casa. Un gen determina
la producción de una proteína. Eso es todo. La influencia sobre la
vulnerabilidad a la ansiedad y al miedo, en parte, tiene que ver con la
producción, transporte y metabolizacion de la serotonina, un importante
neurotransmisor. Y por otra parte, se trata de adquisiciones provenientes
de la propia experiencia, del aprendizaje, en especial del modo en que el
niño aprende a regular sus emociones. Una de las principales tareas de los
padres durante la primera infancia es acompañar para que el niño pueda
soportar tensiones cada vez más intensas, que sepa regular sus propias
emociones.

La sintonía con el niño, la buena coordinación de los padres con sus
bebés, ayuda a desarrollar en él un sentido que le defiende de la angustia.
Un exceso de protección impide al niño sentir que controla el mundo. El
apego o la falta de apego determinarán la seguridad o inseguridad básica.
Que podamos confiar en el mundo o que el mundo sea una selva llena de
trampas y peligros va a depender en gran parte de esas experiencias
primeras. La presencia o la ausencia de una figura de apego determinará que
una persona esté o no alarmada por una situación potencialmente alarmante;
esto ocurre desde los primeros meses de vida, y desde esa misma edad
empieza a tener importancia la confianza o falta de confianza en que la
figura de apego esté disponible, aunque no esté realmente presente.


El niño aprende a ver el mundo como previsible o imprevisible. Como
controlable o incontrolable. Como seguro o inseguro. Y estas tres creencias
básicas, certezas vividas más que formuladas, las aprende en la primera
infancia, en el trato con sus primeros cuidadores, y van a favorecer u
obstaculizar el poder del miedo. Un mundo imprevisible, incontrolable
resulta aterrador. Para el niño, el mundo de la experiencia va haciéndose
familiar o no, va implicándose o no, a través de las interacciones con los
padres.

Los miedos se aprenden como las demás cosas, por experiencia directa,
por imitación, y por transmisión de información. El círculo de los miedos
se puede ampliar al relacionarse un objeto con un estímulo incondicionado.
El dolor es un estímulo incondicionado del miedo, y por ello todo lo que se
relacione con un dolor, sea de modo real o simbólico, puede adquirir esa
misma capacidad de suscitar temor. Cuatro tipos de aprendizajes son
comúnmente admitidos:

1. Los sucesos traumáticos: un accidente, una violación, una separación
dolorosa, un fracaso amoroso.
2. Sucesos de la vida penosos y repetidos: sufrir pequeños traumas de
manera regular, humillaciones, agresiones, sin posibilidad de control
o defensa, que erosionan los recursos de una persona.
3. Aprendizaje social, por imitación de modelos.
4. La asimilación de mensajes alarmantes. Puede inducirse el miedo por la
repetición de mensajes alarmantes. Una educación que insiste demasiado
en los peligros de cualquier situación puede llevar al miedo.

No es difícil comprender que las experiencias brutales o el desgaste
continuado enseñen el miedo. En cambio podemos no percatarnos de los otros
dos tipos de aprendizaje, los que se adquieren por imitación o por
información, porque suelen darse en entornos familiares tranquilos, no
violentos, y por procedimientos tan sutiles e indirectos que con frecuencia
no resultan conscientes. La manera como se habla en una familia de los
problemas, de los conflictos y del miedo influye en el carácter temeroso o
arriesgado del niño. Hay una correlación entre la frecuencia con que los
padres expresan sus miedos y el nivel de miedo de los hijos.

El niño aprende en familia cómo enfrentarse con el miedo. O, dicho de
manera más técnica, aprende los procesos de afrontamiento. A lo largo de la
infancia vamos aprendiendo los guiones que van a dirigir nuestro
comportamiento. No podemos improvisar soluciones en cada momento.
Necesitamos un arsenal de soluciones que se pongan en práctica casi
automáticamente. Pero alguno de los que aprendemos es perjudicial, por
ejemplo, el de evitación. Siempre tenemos que poner en marcha alguna
estrategia contra el miedo. Pero hay, al menos, dos tipos: las que van
dirigidas a enfrentarse con el problema y las que van dirigidas a
enfrentarse con la emoción provocada por el problema.

De la misma manera que se aprende la seguridad básica se aprende la
inseguridad, la desconfianza hacia los demás y, también, hacia uno mismo.


El núcleo de la personalidad neurótica, es decir, propensa a la
angustia, es la inseguridad. Esta alude a la propia identidad, en su
totalidad o en distintas áreas: eróticas (miedo a fracasar en la relación
sexual), corporal (miedo a enfermar), social (miedo a hacer el ridículo).
La creencia en la imprevisibilidad del mundo, la convicción de no
poder controlar los sucesos y la inseguridad básica son tres factores que
determinan la afectividad negativa, que produce una amplia red de
sentimientos. La desconfianza, por ejemplo, es el miedo a que los demás no
sean de fiar. Los celos son el miedo a que una persona importante para mí
prefiera a un rival. La impotencia, que es la conciencia de no ser capaz.


La afectividad es fuente primaria para provocar distintas situaciones.
Los mecanismos cognitivos van a ser dirigidos por los afectos, y la gran
hazaña de la naturaleza humana es que la inteligencia reflexiva, va a
intentar someter a control alguno de los movimientos del afecto.

La esencia del hombre es el deseo, una energía interna que sería la
intencionalidad, estar en la tensión que me lleva hacia algo. Nuestra
primera relación con el mundo es efectivamente intencional. No nacemos
neutrales. Somos seres necesitados, a medio hacer, esperamos recibir la
plenitud del entorno hacia el que vivimos abiertos y expectantes. Antes de
conocer cosas concretas nos hallamos en un estado de ánimo, en una
disposición afectiva.

Dentro de la propia afectividad, nos encontramos con un tipo de
afectividad negativa, que busca estímulos negativos, interpreta de modo
pesimista los sucesos, vuelve la atención sobre el propio sujeto, recuerda
con gran precisión los hechos negativos, tiende a la rumiación y provoca
una ansiedad desagradable. La afectividad negativa puede manifestarse como
angustia o como depresión. La psiquiatría ha discutido largamente si se
trataba de dos trastornos o de uno solo, atendiendo a la peligrosa índole
de nuestro ser en el mundo.

LA ANSIEDAD O LA ANGUSTIA, Y LOS MIEDOS PATOLÓGICOS

El estrés, la ansiedad, el miedo son funcionalmente útiles. Incluso
pueden ser agradables a veces. Pero dentro de los miedos podemos encontrar
aquellos que son adecuados a la gravedad del estímulo y no anulan la
capacidad de control y respuesta, y aquellos que se corresponden con una
alarma desmesurada, tanto en su activación como en su regulación. Se
dispara con demasiada frecuencia y con umbrales de peligrosidad muy bajos,
la aparición del miedo es demasiado fuerte, sin flexibilidad. Además, no
está modulado y se convierte con facilidad en pánico. El sistema defensivo
del miedo se convierte en tóxico.

Utilizamos indistintamente los términos ansiedad y angustia aunque en
sentido más estricto la angustia es un tipo de ansiedad que aparece como
una crisis aguda con intensa sintomatología y que suele asociarse a la
vivencia de pérdida de control e incluso de muerte inminente (crisis de
angustia o ataque de pánico). Son casi lo mismo aunque con matices
distintos. La angustia es un sentimiento que tiene un gran anclaje
corporal, es decir, se vive como muy corporalizado (al igual que el dolor)
y que nos paraliza y nos deja quietos, como protegiéndonos; lo vivimos como
una reacción de "sobrecogimiento". Algunos animales quedan como paralizados
cuando se asustan o sienten un peligro otros tienden a sobresaltarse y
echan a correr o luchan; en estos casos la reacción es de "sobresalto". Las
personas podemos reaccionar de las dos maneras según la persona o la
situación. La persona angustiada tiende a reaccionar con sobrecogimiento,
queda como paralizada y parece protegerse el pecho encogiéndose. La
ansiedad parece mas bien un sentimiento unido al sobresalto: se respira
jadeando o suspirando y la persona con ansiedad tiende a moverse, a hacer
aspavientos; es el clásico padre que espera que su mujer termine el parto
en el paritorio y pasea por el pasillo del hospital como un león enjaulado
o el estudiante que espera entrar en el examen. No siempre es fácil
diferenciar la angustia de la ansiedad por lo que en muchos casos no veo
necesario distinguirla.

Como he comentado, la angustia es una ansiedad sin desencadenante
claro, acompañada de preocupaciones recurrentes, con una anticipación vaga
de amenazas globales y con gran dificultad para poner en práctica programas
de evitación. Una persona experimenta angustia cuando sin la presencia de
un peligro le invade un sentimiento desagradable, sin objeto del que
separarse, inquieto, con activación del sistema autónomo, sensibilidad
molesta en el sistema digestivo o cardiovascular, o respiratorio,
sentimiento de falta de control, preocupaciones excesivas y recurrentes,
que no llegan a conclusión alguna, y tendencia a mantenerse en ese estado
sin poner en práctica la huida, lucha, inmovilidad, o sumisión.

La ansiedad es un síntoma, pero no podemos pasar por alto que con
ella, se dan factores altamente adaptativos. Las curvas de rendimiento
físico o mental siempre hacen coincidir el máximo rendimiento con un cierto
nivel de ansiedad. Por debajo de ese nivel de ansiedad, el nivel de alerta,
la concentración y los reflejos son menores. Y por encima de ese mismo
nivel de ansiedad, el rendimiento decrece. Por ejemplo, en un examen, la
ansiedad afina la atención y la memoria, hace relacionar mejor los
conceptos...etc y en una prueba de atletismo la ansiedad pone a punto una
necesaria tensión muscular y nerviosa. Es frecuente ver a los atletas antes
de una prueba haciendo gestos para activarse, a veces se pegan en la cara,
respiran fuerte, se dan golpes en las piernas...


La ansiedad además, tiene una función de adaptación a una cultura
determinada y a su supervivencia. Partiendo del hecho de que en las
relaciones entre el individuo y la cultura la psique individual es generada
y configurada dentro de los requerimientos, valores y sensibilidades de un
contexto cultural particular, la personalidad será determinada para crear
el tipo de individuo que la cultura requiere. Es por ello que podríamos
pensar en las ansiedades actuales y en su función grupal de adaptación a la
cultura, como una dimensión que, a veces, olvidamos.

Desde la psicología actual se habla de un concepto nuevo en relación a
la ansiedad. Se trata más bien de tolerar un cierto grado de ansiedad. Por
eso se habla de sensibilidad a la ansiedad. La sensibilidad a la ansiedad
se refiere a la sensibilidad a experimentar ansiedad. Es la tendencia a
experimentar miedo ante los síntomas de ansiedad y se asocia a la creencia
de que tales síntomas tienen consecuencias peligrosas. Por ejemplo, cuando
el metro se para en la mitad de un túnel, casi todos los pasajeros
experimentan un cierto grado de ansiedad que aumenta a medida que se
prolonga el tiempo de parada. Pero algunos de los pasajeros se asustan de
su ansiedad, comienzan a percibir los latidos de su corazón, el sudor que
les invade, un nudo en el estómago...y tienen el presagio de que todo eso
va a ir a peor, de que no van a poder soportar esas sensaciones. Al mismo
tiempo, les pueden invadir pensamientos de posibles catástrofes personales
y colectivas ligadas al hecho de que el metro se ha detenido. Es decir,
tienen una marcada sensibilidad a la ansiedad. La sensibilidad a la
ansiedad es un factor de riesgo para los trastornos de ansiedad.

Al asociar los síntomas de ansiedad a un miedo que en nuestra fantasía
acarreará un gran peligro, este se convierte en patológico cuando su
desencadenante no justifica la intensidad del sentimiento, se presenta con
demasiada frecuencia, se mantiene durante mucho tiempo, y disminuye la
capacidad de una persona para vivir y para enfrentarse a la situación.
Estos miedos pueden alterar la vida del sujeto, «corromper» su
relación con la realidad, con la familia, en el trabajo, poner en
funcionamiento mecanismos de defensa que le apartan de la realidad y que
acaban cronificando y aumentando su dolencia. Los miedos patológicos tienen
sus propias metástasis y pueden adueñarse de la vida entera del paciente.
La psiquiatría suele estudiar y tratar seis tipos de miedo: trastorno
de pánico, fobias específicas (animales, sangre, agorafobia, etc.), fobias
sociales, estrés postraumático, trastornos obsesivos compulsivos, angustia
(trastorno de ansiedad generalizada).

La angustia, es un miedo impreciso en busca de objeto. Freud, lo
calificó como "… un tronco común de la organización neurótica en marcha
hacia conductas neuróticas más estables y más estructuradas."
La persona angustiada no teme nada en particular. En todo caso, lo que
nos revela es nuestra vulnerabilidad y finitud, porque la angustia es una
permanente ansiedad ante una amenaza imprecisa. La realidad entera se
convierte en significante de una amenaza. Para el angustiado lo visible es
símbolo de lo terrible, de lo incierto, de lo extraño. Todo puede ser un
peligro.


FENOMENOLOGÍA DE LA ANGUSTIA

Las funciones de la angustia que después heredará el miedo son:
anticipar, seleccionar, interpretar, magnificar. Una de las cosas que
diferencia la angustia del miedo es la incesante rumia de preocupaciones,
la continua producción de pensamientos angustiosos. La dificultad de
controlar las preocupaciones es el primer aspecto que acerca la angustia a
la patología.

En la génesis de la angustia se reconoce el proceso del temperamento
vulnerable, la afectividad negativa, el neuroticismo, es decir, los
componentes biológicos, favorecen la propensión a interpretar señales
neutras como peligrosas. De aquí se deriva una situación de alerta
permanente, la atención se estrecha, aparecen creencias disfuncionales,
ideas catastrofistas, y con frecuencia una exacerbación del sentido de
responsabilidad y del sentimiento de culpa. Por último, como en todas las
manifestaciones de ansiedad, en ésta también aparece una activación del
sistema simpático. El organismo está preparado para actuar, pero no actúa,
porque el sujeto se enroca en la angustia, en la inacción, en la rumia, en
los planes sin conclusión, y lo más que hace es realizar los
comportamientos que alivian esa ansiedad.

La angustia, así como el miedo, pone en marcha programas de evitación.
Pero en este caso se trata fundamentalmente de procesos de evitación
cognitiva. Piensa mucho, pero actúa poco, por eso podemos decir que la
agitación y activación angustiosa son pasivas. Rumia sus miedos como la
vaca rumia el pasto, con una diferencia: la angustia nunca digiere sus
preocupaciones, sino que las regurgita una y otra vez. El angustiado se
preocupa, intenta no preocuparse, y cuanto más lo intenta más motivos
urgentes descubre para volver a su preocupación. Se despeña por una
catarata razonadora. El dar «vueltas a las cosas» es un componente de la
angustia y un intento de aliviar la angustia. La verbalización de las
preocupaciones amortigua el poder perturbador de las imágenes, incluso
reduce los componentes fisiológicos de la angustia. Esta supresión del
malestar produce una especie de adicción del angustiado a la verbalización
de las preocupaciones. Lo que parece un remedio se convierte en un tóxico.
Una de las características de los pensamientos angustiosos es que no llevan
a ninguna parte. Se mueven en círculo.
La angustia, con su incesante producción de pensamientos angustiosos,
pone de relieve un mecanismo de la inteligencia humana que interviene en
todos los miedos, y en especial en los trastornos obsesivos compulsivos. La
angustia produce sin parar «preocupaciones». Cuando no tiene motivos, los
encuentra. Es una rutina encapsulada, absolutamente invulnerable al
razonamiento, porque a cada motivo para tener miedo que se desmonta, le
sucede otro. Cuando el angustiado se distrae, la noria de los pensamientos
aprensivos se detiene aparentemente, pero en cuanto la distracción
desaparece vuelve la preocupación a hacerse dueña de la conciencia. La
ansiedad es un sentimiento a la búsqueda de objeto. Mientras que el miedo
permite enfrentarse al peligro o huir, la ansiedad suele encerrarle en un
permanente dar vueltas. Los procesos rumiativos disuaden de la acción, no
conducen a nada más que a dar vueltas sobre sí mismos.

La aparición de ocurrencias constantes puede depender de un fondo
emocional, energético, que activa una parte de nuestra memoria, haciendo
que atienda más a unos aspectos de la realidad que a otros. Los
sentimientos no inventan conceptos, se limitan a elegir aquellos conceptos
en los que se ven expresados. Conforme la memoria se va llenando de
contenidos, la acción de los sentimientos originarios puede hacerse más
poderosa y constante. Las personas angustiosas, poseen un elaborado almacén
de memoria para responder a las cuestiones catastróficas. Parece que la
fuente de nuestras ocurrencias es la memoria y su fértil capacidad
combinatoria, encendida y orientada por un determinado sentimiento. El odio
produce muchas ocurrencias vengativas. Los celos son de imaginación fértil.
Al amor se le ocurren muchas ideas amables. Hay algunas creencias que
favorecen los pensamientos angustiosos:
Responsabilidad exacerbada. El angustiado, con frecuencia, se siente
responsable de todo lo malo que puede suceder, y considera una
irresponsabilidad culpable no estar pendiente de todas las posibles
causas de desdicha.
Perfeccionismo. Todo lo relacionado con la evitación de los peligros
debe hacerse con gran perfección, sin dejar nada al azar. Antes de tomar
una decisión, el angustiado tiene que ver todas las posibilidades. Esto
acarrea una especial lentitud en la toma de decisiones, una escasa
eficacia en el enfrentamiento con los problemas. Además, la
interferencia de los pensamientos angustiosos, el cansancio de la
hipervigilancia, en muchos casos la falta de sueño, disminuyen la
capacidad del sujeto.
La creencia en la propia impotencia. La situación anterior favorece la
implantación o el mantenimiento de los pensamientos angustiosos. Se
produce un círculo que se retroalimenta. Las múltiples relaciones entre
la baja autoestima y la angustia procederían de esta creencia. «Lo que
mejor caracteriza el verdadero dolor del carácter angustioso, y que más
hace sufrir a los que lo tienen, es la profunda falta de confianza en sí
mismo».
La creencia en la incontrolabilidady en la imprevisibilidadde los
acontecimientos. Las personas angustiadas tienen una pobre tolerancia a
la incertidumbre o a la ambigüedad. Necesitan tener en el exterior una
seguridad de la que carecen en el interior.

GESTALT Y LA ANGUSTIA

Otra característica importante del ser humano es que somos, tal vez,
los únicos seres vivientes que sabemos de forma consciente que vamos a
morir. Lidiar con ese conocimiento no puede dejarnos relajados, sino
ansiosos. El miedo a la muerte no elaborado puede estar debajo de los
trastornos de ansiedad. Por esta razón podemos considerar a estos
trastornos los trastornos humanos por excelencia. De esta percepción finita
de la propia vida, y con el objetivo de mitigar esa ansiedad, tratar de
reforzar el yo como instancia psíquica, el self, la asunción gradual de la
responsabilidad por la propia vida, que genera un sentimiento de seguridad
y control


La angustia es una emoción o estado afectivo que se caracteriza por
una serie de fenómenos de orden fisiológico y psicológico, cuyo surgimiento
y desarrollo durante la vida es un proceso complejo. Si es complejo no se
puede simplificar exclusivamente a correlatos biologicistas, sino que tiene
muchas y variadas dimensiones entrelazadas entre sí. El término emoción o
afecto indica que existe por parte del individuo que lo vivencia, la
posibilidad de tener conocimiento de la excitación de su organismo (darse
cuenta[5]).


Una persona que no tuvo en la infancia la capacidad de un adulto para
reconocer la emoción del niño, tolerarla, legitimarla y prestarle un lugar
donde alojarla, no ha podido llegar a interiorizarla. No puede mantener
dentro de sí emociones y sensaciones que resultaron insoportables para sus
figuras materna y/o paterna, no posee un espacio interno de contención.
Esta evitación de determinadas situaciones o emociones o incluso
síntomas es lo que produce la patología. Desde la Gestalt, Perls, hablaba
de llenar los agujeros de la personalidad. Y decía que la parte más
importante que puede faltar es el centro y que había necesidad de llenar
ese centro. Conceptos como desarrollar el centro o estar cimentado en uno
mismo, eran claves para Perls.
Las causas de la salud o de la neurosis dependen de la comprensión del
origen, manifestaciones y trasformaciones de la emoción de la angustia.


La posibilidad del darse cuenta de los estados de excitación o tensión
que afectan al organismo dependen de factores madurativos y evolutivos.


Se diferencia del miedo, en que la mayor parte del tiempo la angustia
se corresponde a acontecimientos imaginarios, fantasiosos, que no tienen en
su origen núcleos claros de realidad. Siendo el miedo, una reacción
defensiva básica, desde la que respondemos huyendo, paralizándonos o
atacando frente a un peligro que tiene como objeto original una situación
real en el aquí y ahora.


La angustia ocupa un lugar de gran importancia en la constitución y
proceso de la personalidad. "La personalidad es una estructura psicológica,
una gestalt en continua formación y desarrollo, que se cierra en un momento
y se abre en el siguiente, que está en relación con el pasado y el futuro,
y que se expresa en el presente en función de unas características espacio-
temporales, y unos componentes psico-biosociales que la configuran, por ser
la expresión más profunda de la persona en su actuar e interaccionar con el
mundo y consigo misma".[6]


Durante los primeros años de vida la personalidad se va edificando
proveyéndose de sistemas de defensas en su interrelación con el mundo
exterior. La angustia que se genera en esos primeros intercambios con el
mundo externo, imprescindibles para proveerse de elementos que sostengan su
supervivencia, van a ir modelando y configurando la personalidad. Digamos
que estas primeras experiencias donde el individuo se expone por primera
vez a las necesidades básicas (afectivas, de auto conservación, regulación
psicobiológica etc.) van tener un peso decisivo en la conformación de los
sistemas de defensa de la persona y de su modo de interrelacionarse consigo
mismo y con el exterior. En el caso que nos refiere, el manejo de las
primeras angustias por parte del individuo, la presencia o ausencia
contenedora del exterior, la identificación con figuras adultas ante el
manejo de la angustia etc. perfilarán la manera en que nos administraremos
en un futuro.


La persona trata de evitar aquellas situaciones generadoras de
ansiedad o angustia, de aquí es donde surge y se conforma los mecanismos de
defensa. Como una consecuencia exitosa de protección el individuo fija
estas defensas como herramientas a la hora de manejarse en situaciones de
alerta o ansiedad.


El origen de las angustias hay que buscarla en aquella excitación que
no ha podido encontrar una vía de expresión ajustada que cerrara y
completase una gestalt. Hay que diferenciar las angustias provocadas por
demandas del exterior de aquellas que surgen por un movimiento interno. Las
causas exteriores que generan angustia son aquellas que ponen en peligro la
conservación del individuo. Las causas internas se encuentran en los
cambios profundos de la persona y muchas veces provocados por una etapa
evolutiva (adolescencia, muerte de un ser querido o relevante, crisis
existenciales, etc.).


Las angustias influyen en el sistema sensoperceptivo de la persona, en
la manera de integrar la figura que insiste por conformarse a través del
fondo. El angustiado atiende al fondo en vez de a la figura. Atribuye la
amenaza al contexto y no al objeto. En el espacio de contacto del ser
humano con la realidad, cuando un nuevo dato aparece en la frontera del
contacto y este dato es susceptible de generar ansiedad debido a la tensión
a la que está sujeto. Esta tensión es la que viene a ofrecer una
oportunidad de realización, de extraer la figura del fondo y poder
integrarla en el mecanismo de satisfacción de la necesidad, como sería el
origen de la propia excitación. Si hubiera tal realización, alguna
situación inconclusa se destruiría y con ella se cerraría el ciclo
gestáltico de realización de las necesidades.
Sin embargo, a veces, la inhibición puede llegar a negar el dato que
aparece en la frontera contacto y, por lo tanto, no sentir,
insensibilizando la piel, primera frontera de contacto. El hábito
inhibitorio se transforma en una respuesta automática de urgencia, cuando
el organismo se ve amenazado, similar a la de hacerse el muerto, entrar en
shock, huir presas del pánico, es decir, es una forma de que continúe la
inhibición aprendida en forma reprimida u olvidada. Se llega a negar el
dato de la frontera contacto y la inhibición reprimida pasa a hacer las
funciones del ego.
En otras palabras, la excitación cuando emerge en el organismo lo hace
de una manera tenue y sutil (en un principio imperceptible), a medida que
va aumentando, sino encuentra la manera de concretarse en la expresión de
una acción adecuada produce una fuerte agitación e inquietud (pudiendo
llegar a los ataque de angustia).


Así, el aprendizaje se ve muy afectado e influenciado por los niveles
de angustia que a veces acompaña a este proceso. En realidad, toda función
es susceptible de ser afectada por la angustia. La excitación es necesaria
e imprescindible para el funcionamiento óptimo de la persona. Actúa como
estimulo y motor que mantiene la interrelación con el medio, de el que el
individuo se nutre, a la vez que da aquello que le permite una conformidad
para no desparecer en este medio (confluir).


El estancamiento de la personalidad, y por tanto la detención del
sistema de formación de figura-fondo, supone un refreno y retención de la
excitación interna de la persona. El efecto que encontramos puede ir desde
una angustia paralizante, renuncia anticipada o inhibición (fobias,
personalidad retentiva) o hacia el otro extremo de la polaridad, la
angustia flotante que lleva a la acción desordenada (como se observa en la
histeria o en la paranoia). También en los obsesivos hay una acción, aunque
aparentemente controlada, pues lo que subyace en el fondo son cuotas de
angustia que hay que retener en forma de ritos y compulsiones.


En la retención de la excitación podemos encontrar un conjunto de
respuestas que se acompañan en las personalidades inhibidas, son todos los
comportamientos tímidos que evitan el intercambio con el medio. En estas
personas el exterior influye desmedidamente sobre ellas. Se impide que la
figura resalte sobre el fondo. En el caso contrario, con nivel de
excitación que se reflectan en conductas incontroladas, con aumento de la
actividad psicomotriz, exhibicionismo histriónico… Hay una dificultad en
canalizar la excitación de acuerdo a la necesidad del momento y a lo que la
situación requiere. La figura no tiene en cuenta el fondo sobre el que
sobresale.


La intervención terapéutica consiste en poder revivir la experiencia
empobrecida o retenida de la excitación, poder tener una experiencia
exitosa que permita cerrar la gestalt abierta. La personalidad no es un
ente rígido sino que existe cierto grado de moldeamiento y movilidad que va
más allá de la infancia temprana. Siempre existe la posibilidad de tener
nuevas y mejores experiencias y adquirir así habilidades convenientes. Pero
estas posibilidades necesariamente tendrán que ser revividas en este
momento, en el presente. Revivir una posibilidad de atravesar la excitación
y ligarla de una manera sana y adaptada.
Por lo tanto, solamente estimulando el impulso se puede acceder al
recuerdo del hábito aprendido. Y esto es lo que, sobre todo en el trabajo
grupal, se potencia en la Gestalt. Sobre todo en el modelo de terapeuta-
grupo, la persona es empujada a favor de la sensación, a favor de la
excitación.
Contactar con esas sensaciones olvidadas, con los sentidos, con las
inhibiciones, para poder hacer más tolerable la ansiedad. Ésta sería la
cuestión más importante en lo referente a los trastornos de ansiedad y
común a todos ellos. Y, además, es común, aunque con distintas
terminologías, a distintas corrientes psicoterapéuticas.
Así en una persona obsesiva, el trabajo, además de la tolerancia a la
ansiedad, será el trabajo con su Superyó o su Perro de Arriba, y su
necesidad de ajustarse a un ideal. La temática en cada trastorno es
distinta pero hay algo común: tratar de hacer dentro de sí un espacio mayor
desde el que se pueda sustentar la ansiedad. Poder ser capaz de
experimentar, por tanto, más enfado, más deseo, más emociones en general y
más ansiedad en particular. Poder hacerse conscientes de las inhibiciones
olvidadas. Un trabajo en los temas que la persona trae y que le irán
involucrando, cada vez más emocionalmente, y un trabajo con el vínculo,
trabajo indispensable para poder sustentar el propio trabajo. Estamos
hablando de incrementar la excitación, y el ritmo y el momento no pueden
depender sino de la persona y, muy especialmente, de la forma en que esta
maneja su ansiedad. Y esto atañe en parte a los modos en que la persona
consigue tranquilizarse.


El pasado nos sirve para poder entender algunas de las razones de ser
actualmente. Pero la estructuración de este momento, como construyo mi
relación conmigo y con el medio, esta ocurriendo ahora. La personalidad es
una gestalt única que evoluciona y se configura en cada momento en base a
las particularidades de la situación.


Lo nuclear de la terapia gestalt radica en la posibilidad de integrar
nuevas formas de percibir, comportarse, actuar, recuperar los recursos
perdidos. La personalidad se enriquece y reforma en el intercambio fluido
con el entorno (con los otros seres humanos); entonces es cuando uno accede
realmente a la realidad externa y sus condicionamientos internos.


Finalmente, la persona, al concluir un proceso terapéutico, debería
tener un mayor autoapoyo. Por eso esa capacidad de autoapoyo es lo que
falta, la carencia propia de la ansiedad, algo propio de su condición
humana, que aprendió a estar angustiado para sobrevivir él y/o para la
supervivencia de su comunidad y su cultura.


La angustia de nuestro tiempo revela la condición del hombre actual,
que se siente arrastrado por una maraña de obligaciones, sin la posibilidad
de actuar y tomar decisiones según su conciencia, perdiendo de vista el
sentido de su propia existencia.

APARECE LA VERGÜENZA

No atreverse es sentir miedo a hacer algo que se considera peligroso.
Significa «miedo a hacer». El peligro no viene hacia mí, como un león
rugiente, sino que yo soy el que tiene que ir hacia el peligro. Puedo no
atreverme a hacer alpinismo o a lanzarme en paracaídas. Pero reclamar en un
restaurante es una cosa muy diferente.


La vergüenza es un sentimiento terrible, que afecta a los estratos más
profundos del yo, que desguaza el ánimo. Se puede, literalmente, morir de
vergüenza. También, morir o matar por no sentirla. Y, sobre todo, se puede
vivir escondido, asubio, para librarse de ella. El Diccionario la define
así: "Pasión que excita alguna turbación en el ánimo por la aprehensión de
algún desprecio, confusión o infamia que se padece o teme padecer."
Es un desencadenante del miedo. Sentir vergüenza es doloroso,
destructivo y terrible. El tímido no se atreve a hacer muchas cosas porque
se siente amenazado por la vergüenza. No puede exhibirse, no quiere ser
visto, para ser más exactos teme «ser mal visto». El mito de Adán y Eva
expone la vergüenza originaria. El pudor es el miedo a ser sorprendido
desnudo, sin defensa, a merced del juicio del otro. Vestirse es ponerse a
cubierto. Ponerse un antifaz o unas gafas de sol es poder mirar sin ser
reconocido. La mirada del otro anula mi libertad, porque estoy a merced de
ella.

Tenemos, pues, miedo a sentir vergüenza, como lo tenemos a sentir
cualquier otro dolor. Pero, además de ser un desencadenante del miedo, la
vergüenza es un sentimiento contradictorio, como el propio miedo.
Necesitamos ambos, y ambos pueden destruirnos. La vergüenza es la
experiencia del lazo social, la toma en consideración de la experiencia del
otro a través de su mirada, de su evaluación a partir de las normas de la
sociedad en que vivo. El otro se vuelve un mediador entre yo y yo mismo. En
ese permanente diálogo interior que mantenemos a lo largo de toda nuestra
vida, hay un yo que siente y un yo que evalúa lo que siente el otro yo.

La vergüenza deriva de la necesidad que tenemos de proteger nuestro yo
social, es decir, la imagen que damos a los demás, mediante la que
pretendemos alcanzar su reconocimiento y aceptación. Necesidad del
reconocimiento como fundamento de la ética.
La vergüenza es la conciencia de un déficit, de una falta, de una
deshonra a los ojos de los demás. Es el ideal social, que a veces es
infame, resonando en lo profundo de la intimidad. Con frecuencia la
respuesta es diferente. La vergüenza fomenta la ocultación, el secreto.
Tenemos sentimientos prospectivos, que están provocados por una escena
imaginada. Cuando imaginamos un determinado suceso y sentimos vergüenza, no
nos referimos a una vergüenza real, sino anticipada. Ése es el miedo. El
peligro ha aparecido en esa anticipación. En esa creación imaginaria.
Cuando una persona tiene demasiadas escenas aversivas, decimos que es
miedosa, y si lo que teme son escenas que remiten a la vergüenza, decimos
que es tímida. El lenguaje, que es tan sabio, relaciona en esta palabra el
miedo y la vergüenza. La timidez es la inhibición provocada por el miedo a
la vergüenza.
Tener miedo es vergonzoso o es tratado así en muchas sociedades. Los
niños son avergonzados por tener miedo o por expresarlo. Con lo cual se
puede tener miedo a ser avergonzado por tener miedo.



Bibliografía:
TRASTORNOS DE ANSIEDAD (TRASTORNOS DEL AUTOAPOYO). Boletín nº 31 de la
AETG (Asociación Española de Terapia Gestalt)
NEUROSIS Y ANGUSTIA. Extracto de la tesina "La angustia en la clínica
gestáltica" de Borja Aula. (2010). Por Ainara Campos Sierra
ANATOMIA DEL MIEDO. Jose Antonio Marina. Editorial Anagrama. 2006.
ANSIEDAD GENERALIZADA. José María Prados. Editorial Síntesis. 2008.
CARÁCTER Y NEUROSIS. Claudio Naranjo. Ediciones La Llave. 2012.
-----------------------
[1] Anatomía del miedo. José Antonio Marina.
[2] El miedo: reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Jean
Delameau.
[3] Anatomía del miedo. José Antonio Marina.
[4] http://hablemosdemisterio.com/curiosidades/el-miedo-por-profesor-josep-
salvans/
[5] Según la "Terapia Gestalt: excitación y crecimiento de la personalidad
humana" el darse cuenta esta caracterizado por el contacto, la sensación,
la excitación y la formación de gestalts.
[6] MARTIN, ANGELES (2006): "Manual Práctico de psicoterapia gestalt", Ed.
Desclée de Brouwer, Bilbao, 2006, página 133.
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