El Medio Ambiente En La Política: UN TEMA CONTROVERTIDO DESDE SUS ORÍGENES

July 15, 2017 | Autor: J. Estenssoro Saa... | Categoría: Latin American Studies, Ecología Política, Política Mundial, Historia Politica Internacional, siglo XX
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Fernando Estenssoro Saavedra / DIÁLOGOS EUROPEO-LATINOAMERICANOS DE LA ECOLOGÍA POLÍTICA

CAPITULO 1

El Medio Ambiente En La Política:

UN TEMA CONTROVERTIDO DESDE SUS ORÍGENES Fernando Estenssoro1

En la actualidad se tiende a considerar que el modo de vida del ser humano contemporáneo ha desencadenado un serio deterioro del medio ambiente global y de los ecosistemas planetarios que son la base de sustentación natural del mismo, generando una verdadera crisis ambiental de carácter global. Este tema, que genéricamente podemos denominar como la cuestión ambiental, se instaló como un aspecto fundamental de la agenda política mundial con motivo de la realización, por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de la primera Conferencia sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en 1972. El documento principal para la discusión de este escrito, fue el informe Una Sola Tierra: El cuidado y mantención de un pequeño planeta, encargado en 1971 por el canadiense Maurice Strong, quien actuaba como Secretario General para esta Conferencia, a un grupo de científicos de todo el mundo encabezados por René Dubos y Bárbara Ward. En él se exponía y explicaba esta idea de crisis ambiental global que podía llegar a representar una seria amenaza al proceso de vida a nivel planetario al señalar: Se enfrenta una crisis ambiental global que pone en riesgo la vida del ser humano y del planeta. (...) Nuestras bruscas y vastas aceleraciones -en el crecimiento demográfico, en el uso de la energía y de nuevos materiales, en la urbanización, en los ideales de consumo y en la contaminación resultantehan colocado al hombre tecnológico en la ruta que podía alterar, en forma peligrosa, y quizá irreversible, los sistemas naturales de su planeta, de los cuales depende su supervivencia biológica (...) En pocas palabras, los dos mundos del hombre –la biósfera de su herencia y la tecnosfera de su creaciónse encuentran en desequilibrio y, en verdad, potencialmente, en profundo conflicto. Y el hombre se encuentra en medio (Ward y Dubos, 1984: De igual forma, al finalizar la Conferencia, y recogiendo en gran medida lo señalado en el informe Ward y Dubos, se redactó la Declaración de las Naciones Unidas Sobre el Medio Humano, donde quedó formalmente estipulado que el mundo podía enfrentar una crisis ambiental global, producto del modo de vida predominante que había alcanzado el ser humano e identificado genéricamente como “civilización industrial”. Se señaló en esa oportunidad que, por ignorancia o por inacción, se estaban y/o se podían causar daños irreparables al medio terráqueo del cual dependía la vida y el bienestar humano, así como el proceso de toda la vida en el planeta. En este sentido, se planteó que había un número creciente de problemas relativos al medio de causas antropogénicas, y que, por ser de alcance regional o mundial o por repercutir en el ámbito internacional común, para su solución se iba a requerir de una amplia colaboración entre las naciones del planeta y la adopción de medidas por parte de las organizaciones internacionales en interés de todos. Hoy en día, la capacidad del hombre de transformar lo que le rodea, utilizada con discernimiento puede llevar a todos los pueblos, los beneficios del desarrollo y ofrecerles la posibilidad de ennoblecer su existencia. Aplicado errónea o imprudentemente, el mismo poder puede causar daños incalculables al Este trabajo forma parte de la investigación del Proyecto FONDECYT, Nº 1110424.

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ser humano y a su medio. A nuestro alrededor vemos multiplicarse las pruebas del daño causado por el hombre en muchas regiones de la Tierra: niveles peligrosos de contaminación del agua, el aire, la tierra y los seres vivos; grandes trastornos del equilibrio ecológico de la biósfera; destrucción y agotamiento de recursos insustituibles y graves deficiencias, nocivas para la salud física, mental y social del hombre, en el medio por él creado, especialmente en aquel en que vive y trabaja (…). Hemos llegado a un momento de la historia en que debemos orientar nuestros actos en todo el mundo atendiendo con mayor solicitud a las consecuencias que puedan tener para el medio (…). La Conferencia encarece a los gobiernos y a los pueblos a que aúnen sus esfuerzos para preservar y mejorar el medio humano en beneficio del hombre y de su posteridad (Grinberg, 1999) De esta forma, en la Conferencia del Medio Humano de Estocolmo 1972, se puso el sello oficial a la idea de que enfrentábamos una crisis ambiental global y, por lo tanto, desde ese momento en adelante se iniciaban acciones conjuntas del sistema internacional destinadas a superar este problema, creando, entre otras medidas, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Así, el tema del cuidado del Medio Ambiente en general y la mantención de la “buena salud” ecosistémica del planeta, se instaló formalmente como una variable fundamental de la política mundial hasta el día de hoy. Por este motivo, para fines analíticos, podemos considerar, que si bien se tiende a señalar que la crisis ambiental se inició con la Revolución Industrial, en la Inglaterra de 1750, y que originó lo que posteriormente se conocería como Civilización Industrial, su percepción y conceptualización, en tanto problema social y político de carácter global, es propio de la historia reciente. Por otra parte, paralelamente a esta preocupación que surgía en torno a la crisis ambiental en el principal foro político mundial, en la sociedad civil del Primer Mundo estaba surgiendo un interesante movimiento ciudadano con claras demandas de carácter ambiental y ecológicas. Identificado como un movimiento preponderantemente de la clase media, es bastante consensual localizar su origen en los Estados Unidos de mediados y fines de la década de los sesenta, desde donde se irradiará primero a Europa Occidental y luego al resto del mundo. Su génesis está asociada a otros movimientos que caracterizaron esa década en los Estados Unidos, tales como, el pacifismo, el feminismo, la promoción de los derechos civiles, la rebelión del consumidor y la revolución sexual (Odell, 1984), y que Castells denomina genéricamente como movimientos contraculturales (Castells, 1998). En un principio, sería la convergencia de distintas preocupaciones ciudadanas que, de manera diferenciada, se venían manifestando desde los primeros años de la década de los sesenta referidas a la conservación de la naturaleza, salubridad ambiental y estética pública, tales como: demandas por espacios verdes urbanos, descontaminación del aire y de los cursos de agua, conservación de espacios naturales, protección a especies en peligro de extinción, freno a la proliferación de plaguicidas tóxicos, distintos rechazos a la fealdad visual (carteles en las carreteras, basurales, parques de chatarra, tendidos eléctricos, etc.), promoción del aborto y de políticas de control de la natalidad. En los años setenta se sumaran a estas demandas, el temor y rechazo al uso pacífico de la energía nuclear como fuente para generar electricidad. Simultáneamente, el movimiento incorporó a las tradicionales organizaciones conservacionistas estadounidenses, amantes de la naturaleza y promotoras de la vida al aire libre, como National Wildlife Federation, el Sierra Club, y la Audubon Society, que, en los años sesenta crecieron a nivel nacional y se trasformaron en poderosas organizaciones de defensa del Medio Ambiente. Igualmente, sus ideas se concatenaron con el movimiento hippie, integrado principalmente por jóvenes que rechazaban la guerra de Vietnam, así como el modo de vida de la sociedad capitalista y de alto consumo, enraizando directamente con los valores románticos propios de los movimientos naturalistas del siglo XIX y principios del XX, tales como la atracción por la naturaleza salvaje y el rechazo a la civi8

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lización. Finalmente, también se hace mención, como fundamental promotor de la conciencia y activismo político ambientalista, el impacto público que causó el programa espacial que buscaba llevar un ser humano a la Luna, con las misiones Apolo. La amplia difusión por parte de la prensa de las imágenes del planeta tomadas desde el espacio exterior en 1967 y 1968, hasta el alunizaje en 1969, en donde la Tierra aparece como un pequeño punto de vida inmerso en un universo inconmensurable, habrían sido claves para proyectar en el imaginario social, los límites y fragilidad de nuestro planeta (Estenssoro, 2009). La irrupción del movimiento ambientalista, como tal, ocurre entre 1968 y 1969, cuando se comienzan a suceder una serie de eventos por todo Estados Unidos, que señalaban un profundo malestar ciudadano (protestas públicas, conflictos judiciales, denuncias) respecto de las formas tradicionales con que el sistema económico-empresarial y el sistema político enfrentaban los temas referidos a la salud de la población y del Medio Ambiente, y que fueron ampliamente cubiertas por los medios de prensa de la época. En 1969 se creó lo que se considera la primera organización medioambientalista moderna y de carácter mundial, Friends of the Earth, por David Brower, y para 1970 se estima que existían más de tres mil organizaciones medioambientalistas o ecologistas en el país, como por ejemplo, el grupo No Hagáis Olas, fundado en febrero de 1970 por los matrimonios Bohlen y Stowe, a fin de impedir la explosión nuclear que planeaba el gobierno estadounidense en la región de Amchitka en Alaska para el año siguiente y, si bien fracasaron en su intento, será el origen del movimiento Greenpeace. Esta gran efervescencia pública que existía con relación a las demandas ambientalistas alcanzó su punto más alto el 22 de abril de 1970, cuando se realizó la masiva celebración del Día de la Tierra, donde veinte millones de personas en más de 2000 localidades de Estados Unidos se manifestaron por proteger el medio ambiente (Estenssoro 2009). Según la evaluación de esta jornada que realizó su coordinador Denis Hayes, en ella, si bien participó un número muy heterogéneo de sectores sociales, el punto que los unió fue precisamente la toma de conciencia respecto de la crisis ambiental y, por lo tanto, la demanda genérica era revertir la carrera hacia la extinción: Fue la manifestación más grande, más pacífica y más limpia de la historia estadounidense. Pero no la consideramos un triunfo. Pues los problemas que la motivaron siguen con nosotros: polución, hiperpoblación, supermatanza, barrios miserables, racismo, dilapidación de recursos, obsolescencia planificada, una guerra en expansión. Ha nacido un nuevo tipo de movimiento, una extraña alianza que abarca desde los militantes universitarios a la clase media del país. Su objetivo: revertir nuestra carrera hacia la extinción. Si este movimiento tiene éxito, modificará profundamente a las corporaciones, a los gobiernos y el modo en que cada uno de nosotros vive. Durante esta década de los ´70 los conflictos se dilucidarán en las legislaturas, las cortes, las audiencias públicas, las asambleas de accionistas, y en las calles (Grinberg, 1999). Por su parte, Odell señala que se trató de una instancia donde “muchos ciudadanos de todas partes advirtieron que tenían valores y propósitos comunes, así como una pasión compartida por la reforma”, convirtiéndose en una nueva y sustancial fuerza política dispuesta “a luchar por los valores con los cuales estaba comprometida y contra los peligros que percibían” (Odell, 1984). Lo interesante es que para el caso de los Estados Unidos el enorme potencial político de este movimiento fue rápidamente recepcionado por los principales partidos, destacando en un primer momento, el apoyo que encuentra entre los demócratas, quienes asumirán con mayor fuerza sus demandas (Miller, 1994). Para el caso de Europa occidental, el origen de este movimiento se considera algo más tardío. Según Joan Martínez Alier y Klaus Schlüpmann, el ambientalismo europeo contemporáneo fue, en gran medida, influencia del fenómeno estadounidense (Martínez y Schlüpmann, 1993). Su ori-

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gen se asocia, a las movilizaciones en contra del uso de la energía nuclear con fines industriales, tales como la oposición a la construcción de la central de Fessenheim en Alsacia (1971), junto a las movilizaciones pacifistas contra la bomba de neutrones y el temor a la guerra nuclear entre el Este y el Oeste, de los años setenta y ochenta. Pero, quizás si lo más interesante, para el análisis que nos interesa, es que en el caso europeo a diferencia de los Estados Unidos, el ambientalismo y ecologismo político se entrelazó rápidamente con las nuevas organizaciones de izquierda que surgieron tras los acontecimientos de mayo del 68, caracterizadas por valores pacifistas, anticonsumistas y, sobre todo, antiautoritarios y que darán origen, en las década siguiente, a los llamados partidos verdes o partidos ecologistas, cuyos núcleos militantes serán precisamente pacifistas, feministas y ecologistas. Así, en 1972 en el cantón Suizo de Vaud se levantó la primera lista electoral verde, el Mouvement Populaire pour l’Environnement, con el objetivo de impedir la construcción de una autopista en el lago Neuchatel. En 1973 aparece en Gran Bretaña el People´s Party, que en 1975, pasa a llamarse Ecology Party. En 1974 en Francia, se presentó por primera vez una candidatura ecologista a las elecciones presidenciales, la de René Dumont, que obtuvo 340 mil votos. En 1980 se funda Die Grünen en Alemania Occidental. Esta tendencia continuó por toda Europa en los años ochenta y noventa del siglo XX. La base social de estos partidos se compuso fundamentalmente de las nuevas clases medias urbanas: jóvenes, universitarios, profesionales del sector público. Todos con un nivel educativo superior a la media de las sociedades avanzadas industrialmente y cuyos intereses políticos se asocian a temas como la calidad de vida, la igualdad de comportamientos de los sexos, la degradación del medio ambiente, la democratización de las relaciones sociales y el pacifismo (Estenssoro, 2009). Para el caso latinoamericano en general y para el caso chileno en particular, la inserción del tema ambiental en la política es bastante diferente. Si consideramos que la idea de crisis ambiental, como fenómeno político del espacio público internacional surgió con relación a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre El Medio Humano, celebrada en Estocolmo en 1972, se puede señalar que, hasta el 11 de septiembre 1973, Chile, con sus propias particularidades, participaba de él, pero, tras el golpe militar del 11 de septiembre de ese año, este debate, al igual como ocurre con toda la vida política, se interrumpe (Estenssoro, 2013). Si bien es cierto, que ya en 1988 se nota la presencia de ONGs ambientalistas incidiendo en el espacio público chileno, no será hasta el retorno a la vida política democrática a partir de 1990 en adelante, que el tema del Medio Ambiente comenzará a desarrollarse plenamente y se insertará como un tópico ineludible en el espacio político-ideológico nacional, ya sea como política pública permanente y sistemática por parte de las autoridades del Estado, como creciente preocupación ciudadana, así como dando origen a candidatos ecologistas independientes en las elecciones presidenciales o incorporando y recepcionando esta temática ambientalista y ecologista por parte de los partidos políticos tradicionales (Estenssoro, 2009). Pero, volviendo a los orígenes del tema en el campo político internacional, conocer este fenómeno es fundamental para entender cómo se irá incorporando el tema ambiental en su dimensión política en esta parte sur del mundo. O sea, la convocatoria y posterior realización de la Cumbre del Medio Humano de Estocolmo 72, fue absolutamente fundamental para entender las características de la recepción del tema ambiental en la política de nuestra región. Al respecto, desde un principio, cuando dicha convocatoria, los países en vías de desarrollo o Tercer Mundo, no se sintieron cómodos con ella y manifestaron una gran desconfianza respecto de las verdaderas intenciones que perseguían con ésta los representantes del mundo desarrollado o Primer Mundo. Los países subdesarrollados temían que este tema de la crisis ambiental que se iba a tratar en la Conferencia de Estocolmo relegará a un segundo y tercer plano de importancia sus demandas y

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esfuerzos principales en los foros internacionales, esfuerzos que estaban orientados a cambiar las relaciones desiguales del comercio e intercambio internacional, así como terminar con las relaciones de dependencia económica y tecnológica respecto de los países del Primer Mundo, superar sus problemas endémicos de atraso y miseria y, en definitiva, avanzar hacia un orden internacional más justo y equitativo. Así, veían que estas preocupaciones no aparecían entre las urgentes razones que esgrimían los países desarrollados por avanzar en la solución de los que ellos denominaban el principal y más urgente problema mundial a resolver como eran las externalidades ecológicas y ambientales negativas de su propio proceso de industrialización, tales como la contaminación de todo tipo, la gran cantidad de desechos que provocaban sus sociedades consumistas y derrochadoras, así como el enorme temor que manifestaban frente al crecimiento demográfico acelerado, especialmente en los países del Tercer Mundo y que ellos bautizaron como “explosión demográfica”, ya que consideraban que esta explosión terminaría por agotar los recursos naturales del planeta. En otras palabras, los países del denominado Tercer Mundo, sospechaban que los países del Primer Mundo, estaban orientando los esfuerzos del sistema internacional a priorizar la resolución de aquellos problemas que venían afectando la calidad de vida de sus ya opulentas sociedades, dejando de lado los esfuerzos por superar el subdesarrollo de la mayoría de la humanidad. Según relata el Dr. Vicente Sánchez, que en esa época se encontraba cumpliendo labores diplomáticas del Gobierno chileno en Ginebra y que luego sería embajador plenipotenciario de Chile ante la Conferencia de Estocolmo de 1972, el tema de la crisis ambiental en general y la convocatoria a la Conferencia sobre el Medio Humano en particular, produjo desde el principio una amplia desconfianza en los representantes del mundo en vías de desarrollo que opinaban al respecto: “Ahora los países ricos están diciendo que el desarrollo contamina… o sea que es dañino. Esto ¡no puede ser!” (Sánchez, 2011). Igualmente, el español Ramón Tamames, también señala que “los Países Menos Desarrollados (PMD), en lo relativo a cómo resolver los problemas medioambientales (…) mostraron claras discrepancias con los países industriales (PI), los únicos que hasta entonces se habían inquietado por el entorno natural del hombre” (Tamames, 1980). Al respecto Paolo Bifani, señala que a fines de la década del sesenta: El debate se polarizó entre una posición extrema que identificaba crecimiento económico con desarrollo y veía, en el mismo, una de las causas fundamentales de la crisis de aquella época: energética, de alimentos, ambiental. En esa perspectiva, el crecimiento y desarrollo era negativo, tenía un carácter cancerígeno y la sobrevivencia de la especie humana y del planeta requería que el crecimiento, tanto poblacional como económico, terminara, el objetivo era el crecimiento cero. Frente a esta posición de claro carácter neomalthusiana, otras propusieron revisar el concepto de desarrollo y explicitar sus múltiples dimensiones, entre ellas la ambiental. Esta era la situación del debate sobre el desarrollo al iniciarse la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo en 1972 (Bifani, 1999). Las sospechas de los países subdesarrollados respecto de las intenciones del Primer Mundo se sustentaban, en parte, porque este tema surgió en el seno de las sociedades capitalistas industrializadas y de alto consumo, las que definieron las características de la crisis ambiental de acuerdo a sus intereses y perspectivas. El propio Secretario General de la Conferencia de Estocolmo 72, el canadiense Maurice Strong, recuerda que fue en “los países industrializados donde la preocupación por la contaminación creó la idea original de la Conferencia de Estocolmo” (Strong, 1983). Por estos motivos, para los países del Tercer Mundo, resultaba muy contradictorio que ahora, los países ricos e industrializados, cuando ya gozaban de estatus de hegemónicos y donantes a nivel mundial, vinieran a cuestionar el tema del desarrollo, ya que, como explica Roberto Guimaraes:

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El énfasis en Estocolmo estaba puesto en los aspectos técnicos de la contaminación provocada por la industrialización acelerada, por la explosión demográfica y por la intensificación del proceso de crecimiento urbano, todo lo cual imprimía un carácter nítidamente primer-mundista a la reunión. No debería sorprender el alto grado de resistencia demostrado por los países del Tercer Mundo en aquel entonces. Como lo resumió el representante del gobierno de la India en una reunión preparatoria a Estocolmo (…) «Los ricos se preocupan del humo que sale de sus autos; a nosotros nos preocupa el hambre» (Guimaraes, 1992). Y si bien es cierto que esta inicial desconfianza que mostraban los representantes del Tercer Mundo frente a la Conferencia de Estocolmo, fue en parte superada y la Conferencia se pudo realizar con éxito, esto sólo ocurrió porque los países subdesarrollados consiguieron que el tema de la protección ambiental se uniera al tema de sus necesidades por alcanzar el desarrollo, bajo la fórmula de medio ambiente y desarrollo. Y, en este proceso, que se inició con motivo de la Conferencia de Estocolmo y siguió durante la década del setenta y la década del ochenta del siglo pasado, hasta llegar finalmente a la segunda gran Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente, en Río de Janeiro de 1992 -denominada Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo-, el papel que jugaron los representantes latinoamericanos fue absolutamente determinante. Nos referimos a los diversos especialistas y profesionales destacados en organismo vinculados a la Naciones Unidas, tales como el PNUMA -especialmente su oficina para Latinoamérica y el Caribe, que se instaló en 1975 en la Ciudad de México, CEPAL, ILPES, FAO, UNCTAD, entre otros, y que se convirtieron en actores principales en la confección de una perspectiva propia de la crisis ambiental, de acuerdo a la realidades sociales, ambientales y ecológicas latinoamericanas, siguiendo dos objetivos fundamentales: a) el primero se refería a tener una contrapartida al discurso ambiental dominante de países desarrollados, ya que entendían que era necesario superar la perspectiva inicial unidimensional y reduccionista del Primer Mundo para poder construir una perspectiva más compleja y común de la crisis ambiental, ya que si se iban a implementar medidas globales para su superación, estas debían ser adecuadas a la realidad de cada región; b) y en segundo lugar, se debía educar a los líderes, clases dirigentes, tomadores de decisiones y ciudadanía de la región sobre la importancia de superar el deterioro medioambiental si realmente se buscaba entregar un futuro digno y un verdadero desarrollo humano para los pueblos de esta parte del mundo. Bibliografía: Bifani P. 1999. Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. Instituto de Estudios Políticos para América Latina, Madrid, España. Castells M. 1998. La Era de la Información: Economía, Sociedad y Cultura. Volumen II: El Poder de la Identidad. Alianza Editorial, Madrid, España. Estenssoro F. 2009. Medio Ambiente e Ideología. La Discusión Pública en Chile, 1992-2002. Antecedentes para una historia de las ideas políticas a inicios del siglo XXI. USACH / Ariadna, Santiago, Chile. Estenssoro F. 2013. La recepción del ambientalismo político por los comunistas y socialistas chilenos durante la Unidad Popular (1970-1973). Revista Izquierdas, 17: 1-27. Guimaraes R. 1992. El discreto encanto de la cumbre de la tierra. Evaluación impresionista de Río 92. Nueva Sociedad, 122. Grinberg M.1999. Ecofalacias. De cómo las multinacionales se apoderan del discurso del ambiente. Galerna, Buenos Aires, Argentina. Martínez J., Schlüpmann K.1993. La Ecología y la Economía. Fondo de Cultura Económica, México. Miller TG. 1984. Ecología y Medio Ambiente. Grupo Editorial Iberoamericana, México D.F. Odell R. 1994. La Revolución Ambiental. Estudios sobre la contaminación y protección del Medio Ambiente. Editorial Fraterna, Buenos Aires. Argentina. Sánchez, V. 2011, entrevista con Fernando Estenssoro. Santiago, Chile. Strong M. 1983. El décimo aniversario de la Conferencia de Estocolmo. En Echechuri H. et al, Diez Años Después de Estocolmo. Desarrollo, Medio Ambiente y Supervivencia. CIFCA, Madrid, España. Tamames R. 1980. Ecología y Desarrollo. La polémica sobre los límites del crecimiento. Alianza Editorial, Madrid, España. Ward B., Dubos R. 1984. Una Sola Tierra. El cuidado y conservación de un pequeño planeta. Fondo de Cultura Económica. México D. F.

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