EL MARTIRIO

Hace unos años, durante una misa donde se anunciaba el pedido de beatificación de los siervos de Dios palotinos, estaba parada junto a mí otra parroquiana. Escuchó el anuncio con extrañeza y luego, casi con cara de espanto, me miró y me dijo: " ¿No será mucho? ". Le parecía una desmesura el pedido de beatificación. No la escandalizaba que los hubieran asesinado sin otra razón que haber sido consecuentes con su fe, la escandalizaba que se los exaltara por su muerte. Me duele decir que con el correr de los años seguí viendo algunas personas tan vísceralmente mezquinas que no sólo no se conmueven por esos crímenes cometidos sino que los consideran como un episodio más en la " economía " de la dictadura. Y seguí escuchando voces que callan y esconden lo que saben ocurrió con ellos y con tantos otros. El martirio no es solamente dar testimonio de la verdad, entregando la vida para que se haga posible lo que de otra forma sería una utopía religiosa, es también un signo de contradicción para los que somos testigos de ese acontecimiento. El martirio es como un espejo que nos devuelve la imagen de nuestra propia alma, como individuos, como iglesia y como sociedad. Podemos mirar para otro lado y tratar de silenciar lo que " ya pasó " o podemos venerar tanta entrega como un regalo de Dios y un legado cuya memoria nos confió. Cuando Yahveh le confía su misión al profeta Isaías, le dice: " Ve y dile a ese pueblo: Escuchad bien, y no entenderéis, ved bien y no comprenderéis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que con sus ojos vea, y con sus oídos oiga, y con su corazón entienda y se convierta y se cure " (Is 6,10). Mucho ha sido el testimonio de vida que hemos visto y escuchado, y mucho el camino de evangelización que todavía queda por recorrer, fuera y dentro de la Iglesia. Olga Gienini