El mal que surge del bien

El mal que surge del bien

Los enemigos íntimos de la democracia

Tzvetan Todorov, Galaxia Gutemberg, Buenos Aires, 2012

Los buenos libros son, por lo general, el resultado de una buena idea. En
el caso de Los enemigos íntimos de la democracia, esa idea es la de la
libertad. En la primera línea del libro está revelado todo su secreto, "El
tema de la libertad irrumpió muy pronto en mi vida. Hasta los veinticuatro
años, vivía en un país con un régimen totalitario, la Bulgaria comunista".

Con esta frase, Todorov realiza un doble juego. Por un lado muestra el
centro reflexivo del libro y, por el otro, sugiere su filosofía. El libro
tratará de la relación entre libertad y democracia y el camino elegido por
el autor será el de la inclusión de su biografía como herramienta para
ayudar a pensar. El maridaje entre la historia personal, la historia y la
teoría política empieza a fluir mientras Todorov utiliza recuerdos
personales para generar algo parecido a una teoría y meter al lector
adentro de una agradable fábula reflexiva.

Todorov ya mostró su norme capacidad argumentativa en otros libros. Tanto
en La conquista de América, la cuestión del otro como en El jardín
imperfecto: luces y sombras del pensamiento humanista, el filósofo búlgaro
francés demostró que se pueden pensar cuestiones complejas sin resignar
rigurosidad ni capacidad de comunicación y claridad. Si alguien quiere leer
lo que escribió cuando estuvo en Argentina, allá por el 2010, puede hacerlo
acá.

En Los enemigos íntimos de la democracia, Todorov continúa ese camino,
hilvanando dos preocupaciones. La primera de ellas es la que refiere a la
utilización de la libertad por voces impropias, y la segunda, la que
sostiene que los desafíos sobre la democracia tiene más que ver con sus
propias inconsistencias que con la potencia de enemigos exteriores. Según
Todorov, las amenazas relacionadas con el fundamentalismo islámico no
tienen la suficiente potencia ni extensión como para poner en jaque a la
democracia y no suponen un riesgo cierto.

La tesis principal del libro es que la democracia contemporánea no tiene
desafíos externos importantes y que sus propias debilidades internas son
las que componen el mosaico de imposibilidades y de retrocesos de los
países democráticos.

Estos enemigos íntimos de la democracia son el mesianismo, la tiranía de
los procesos de individuación, el neoliberalismo, el populismo y la
xenofobia.

Desde una posición filosófica centrada en el continentalismo europeo,
Todorov despliega toda su destreza argumentativa para sostener esta
hipótesis quíntuple. El centro de su crítica está en la cultura americana.
Para el autor, la profundización de los rasgos culturales americanos tiene
mucho que ver con las debilidades democráticas actuales. La vocación
intervencionista, la economía de mercado y el creciente poder de los medios
de comunicación, así como el desmantelamiento del estado de bienestar y el
miedo al extranjero son las causas visibles de esta cartografía de
debilidades.

Según la visión de Todorov, las actitudes mesiánicas, caracterizadas por la
lógica imperial americana, que pretende imponer a la fuerza las costumbres
democráticas pone en riesgo la eficacia de la democracia. Otro factor de
riesgo es el ultraliberalismo, el avance de las economías de mercado y de
los medios de comunicación que han colaborado con el desmantelamiento del
estado de bienestar. Por último, los nacionalismos exacerbados y la
negación de lo distinto y del extranjero, terminan de montar el escenario
crítico propuesto por Todorov.

La visión del autor es una visión europeísta y centralista. Inevitablemente
influenciado por sus primeros años de formación totalitaria, se rinde a la
personificación de "lo americano" sin distinguir matices ni registros
críticos surgidos desde la propia cultura americana.

Inspirado en este error, Todorov comete otro, aún más profundo. Imagina que
el liberalismo es lo que él dice que es. Estamos muy acostumbrados a que
los que trabajan disciplinas sociales cometan este error, pero no tanto a
que alguien de la estatura de Todorov lo haga. La caracterización del
liberalismo, las menciones de sus héroes y de sus consecuencias políticas
son injustas tanto para el liberalismo como para la figura de Todorov. El
autor insiste en cometer un traspié ancestral: pensar al liberalismo como
una doctrina exclusivamente económica. Incluso cuando menciona a Benjamin
Constant, Todorov se detiene en las consideraciones del filósofo francés
acerca del Estado y de su función en las nuevas democracias omitiendo que
esas ideas son parte de una construcción intelectual mucho más amplia, con
centro en las diferencias de los tipos de libertad en sociedades antiguas y
modernas.

Por otro lado, argumentar acerca de las sombras que proyecta el liberalismo
sobre la democracia amparándose en la obra de Ayn Rand y de Friedrich Hayek
es también injusto tanto para el liberalismo como para Todorov. Sobre todo
si se cargan las tintas sobre los Estados Unidos. La tradición intelectual
americana ha aportado mucho al liberalismo y Todorov lo sabe. Si lo
excluye, es porque ese dato contraría su tesis hasta volverla parcialmente
inadmisible.

Es difícil imaginar los motivos de estas omisiones en un autor de semejante
envergadura. Tal vez el propio Todorov nos dé alguna pista en esa primera
frase del libro. Sus primeros años de vida intelectual, vividos bajo un
gobierno comunista pueden pesar en un libro marcado por la condición
autobiográfica y terminar por jugarle una mala pasada.

Una de las cosas más interesantes que plantea la lectura de este libro es
advertir como, a veces, una situación desfavorable puede terminar siendo
una ventaja. Puede que la tesis más potente de Los enemigos íntimos de la
democracia funcione en su contexto de aparición, pero esa fuerza aparece un
poco desplazada para los ojos entrenados del lector local. Paradójicamente,
nuestra clara situación de subdesarrollo nos pone en la delantera en este
caso. Salvo tres o cuatro trasnochados que insisten en mentar al
imperialismo, los medios concentrados o las corporaciones, todos sabemos
que nuestras democracias no son mejores porque nosotros no podemos hacerlas
mejores. En esta parte del mundo, más allá de episodios puntuales, la
capacidad de impugnación externa sobre la democracia y el peso del fantasma
de extremismo político son prácticamente nulos.

Más allá de estos señalamientos, este libro de Todorov es un libro
importante. En primer lugar porque apuesta a la complejización. Con mala
prensa en las redes sociales y poco presente en lo que puede leerse en los
medios locales, valorar la complejidad y subestimar la simplificación es
una apuesta integral que dan ganas de destacar. El primer enemigo de la
democracia es la simplificación, asegura Todorov, porque reduce lo plural a
lo único y abre así el camino a la desmesura.

Su caracterización de populismo, además, es de una enorme utilidad para
nosotros. Como no está observando –al menos no centralmente- los procesos
en los que nosotros estamos involucrados, su mirada se hace más intensa y
precisa. A contrapelo de la mayoría de las definiciones locales –cargadas
de miedo y de resignación teórica- Todorov piensa a los populismos por
fuera de las descripciones fascistas o de resurgimiento nazi. Más
aventurada aún, su hipótesis es que la emergencia de estos nuevos
populismos implica la superación de esos momentos históricos y que
presuponen una vuelta de página definitiva que propone otros desafíos
intelectuales y políticos.

Viniendo de alguien que ha trabajado con tanta sofisticación las cuestiones
estéticas, la presunción de Todorov acerca del carácter estilístico de los
populismos actuales se vuelve una noticia imposible de dejar de lado. Esto,
sumado a su propuesta final a favor de una profundización occidental del
temperamento de la democracia y a un ejercicio muy vigoroso a favor de la
política como construcción de la voluntad humana, hace de Los enemigos
íntimos de la democracia un libro recomendable, y dejan a Todorov en su
sitio de gran pensador de la modernidad política.