El mal perenne, la experiencia del daño en Chile: construcción de la memoria histórica y del “nosotros” a través del cine

June 24, 2017 | Autor: Pablo Gómez Manzano | Categoría: Chile, Estudios Culturales, Historia Contemporánea de Chile
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Publicado en BAUTISTA GÓMEZ, Juan y CAVEDA, Duniesky (compiladores), Temas selectos de Derecho Cubano y Derecho Mexicano, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Centro de Investigaciones Jurídicas Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, Mexico y Facultad de Derecho Universidad de Pinar del Río, Hermanos Saiz Montes de Oca, Cuba. ISBN 978-607-9305-23-9, Páginas 383-399 (sección “Arte, derechos y política”) EL MAL PERENNE, LA EXPERIENCIA DEL DAÑO EN CHILE: Construcción de la memoria histórica y del “nosotros” a través del cine. PABLO GÓMEZ MANZANO* “Se estudia historia como se visita un museo; y esa colección de momias es una estafa. Nos mienten el pasado como nos mienten el presente: enmascaran la realidad. Se obliga al oprimido a que haga suya una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible”.1 Nombrar el mal precisa de una serie de factores que determinarán el grado de efectividad de este proceso. El “trabajo del daño” lleva en sí la presencia de discursos, voces y modalidades, amplias todas en su configuración2 para arribar a la experiencia integra del nombramiento del mal. Por lo mismo, no se trata nunca de un proceso unívoco y por cierto que ha tenido variaciones importantes dependiendo del espacio y del tiempo en donde este complejo proceso de “mirar al pasado desde el presente para construir el futuro” se ha realizado. El espacio público, se debe tener presente, se propicia y define en ese acto mismo de nombrar, determinándose de esta manera la comunidad moral que nombra el *

Licenciado en Ciencias Jurídicas y Abogado (Universidad de Valparaíso, Chile), Master en Teoría y crítica de la cultura (Universidad Carlos III de Madrid), Candidato a Doctor en Humanidades (Universidad Carlos III de Madrid). 1 GALEANO, EDUARDO, “Las Venas Abiertas de América Latina”, Siglo XXI de España editores, 1996. Conclusiones: Siete años después, Nº3. 2 THIEBAUT, CARLOS, “La experiencia histórica del daño y el retorno del sujeto”. Material de clases.

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mal y el daño, constituyéndose de esta manera como antagonista de aquella comunidad que en el pasado infligió el daño3. Los países que han sufrido dictaduras y totalitarismos son normalmente los el caldo de cultivo sobre el cual nuestros ojos posaran su visión a la hora de analizar el nombramiento del mal y las experiencias del daño. Dentro de este concierto de países, Chile, país del cual soy nacional y del cual por lo mismo tengo una opinión y conocimiento más acabado será mi objeto de estudio para ser analizado según estos códigos. Intentaré así partir haciendo una breve reseña de lo que veo ha sido la reciente historia chilena, de manera de ver como el espacio público actual desde su particular nombrar se va definiendo, y si realmente existe una comunidad moral realmente opuesta a la que existió en el pasado. Introducido el tema, procedamos: Tras una negociada transición política y comicios electorales, se pasaba en Chile de una larga dictadura de 17 años a la democracia. La democracia, en la definición más elemental elaborada por Norberto Bobbio como “un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”4, daría cuenta de los únicos aspectos irreductibles del término, que serían básicamente los únicos respetados por la forma chilena de hacer democracia. Fruto de un traspaso de mando pacíficamente logrado, dialogado, prácticamente una concesión de parte de quien gobernaba a las fuerzas democráticas, dentro de las imágenes para la posteridad que las retinas guardaron en la memoria probablemente este el estrechón cordial de manos y traspaso de banda presidencial del dictador Augusto Pinochet a Patricio Aylwin, presidente electo democráticamente. En el momento inmediato y hacia el mundo, momentos de júbilo y un ilusionante signo de reconciliación: pese al oscuro pasado tal imagen proyectaba la existencia de virtud cívica digna de elogio. Pasados los años y de cara a quienes todavía le damos vueltas a aquel proceso transicional, una verdadera farsa, bofetada y mofa en nuestras caras. La graciosa concesión del dictador, por supuesto que no fue en ningún caso desinteresada ni gratuita, pues se aseguro el mantenerse como comandante en jefe de las fuerzas armadas, y futuramente un escaño en el senado como senador vitalicio. Mucho 3

THIEBAUT, CARLOS, “Nombrar el mal”. Publicado en: “Nombrar el mal. Sobre la articulación pública de la moralidad”, en M. Herrera, y P. de Greiff, (comps.), Razones de la justicia. Homenaje a Th. McCarthy, México, U.N.A.M, 2005 PP. 151-176. 4 BOBBIO, NORBERTO, “El futuro de la democracia”, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, PP. 14-15

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menos le resulto onerosa, en el deseado sentido de una justicia retributiva –y no revanchismo político- que nunca llego, consistente en condenarle por su responsabilidad penal como jefe del terrorismo de Estado conducido en contra de un grupo importante de chilenos y chilenas. Pinochet se mantuvo en cambio impune, manteniéndose amparado además por las leyes de amnistía que previsoramente la Junta Militar de gobierno por él liderada acordó darse para tener inmunidad frente a posibles persecuciones de responsabilidad en caso de perder el poder. Pero su precaución no solo estuvo en resguardar su propio destino y el de sus camaradas de armas, sino que mayormente en perpetuar un modelo de sociedad para Chile, que como si de un conejillo de indias se tratase, desde el mismo día siguiente al golpe de Estado, comenzó a fraguarse de la mano “el ladrillo”, el manual elaborado por los “Chicago Boys” y base teórica para todos los experimentos de transformación económica cuyas recetas fueron traídas directamente de la meca, la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago y su recetario “Capitalismo y Libertad” de Milton Friedman5. Con tal propósito en mente, de perpetuar tal sociedad de economía absolutamente liberal, desregulada absolutamente en la cual el Estado no tuviese intervención alguna, dejándole toda la tarea a la “mano invisible” del mercado y al chorreo que la abundancia de una economía libre proveería. El trabajo se hizo presurosamente, dotando al marchante proceso de cambios de un marco reglamentario idóneo que permitiera configurar esta sociedad altamente capitalista sin temor -aun frente a un cambio en las cúpulas del poder político- a sufrir ningún revés en el plan. La Constitución Política del Estado, creada en 1980 por una asamblea constituyente nombrada a dedo por el propio dictador y los decretos leyes promulgados por la propia junta en ausencia del suprimido poder legislativo, son los símbolos vivos de la perpetuidad de aquel diseño Friedmanista puro y duro puesto a prueba en Chile para conseguir aquel tipo de sociedad6. Tal Constitución sigue al día de hoy plenamente vigente, posibilitando nada más que una democracia muy básica, como si de seguirle al 5

Véase para mayor ahondamiento “La Doctrina de Shock, el auge del capitalismo del desastre” de Naomi Klein, Capítulo 3, Estados de Shock: el sangriento nacimiento de la contrarrevolución, PP. 109 y ss. 6 Hago mía la advertencia hecha por Eduardo Galeano, respecto de su forma de escribir sobre economía política: “Sé que pudo resultar sacrílego que este manual de divulgación hable de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas. Pero se me hace cuesta arriba, lo confieso, leer algunas obras valiosas de ciertos sociólogos, politicólogos, economistas o historiadores, que escriben en código. El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites”. Véase esta referencia en el GALEANO, EDUARDO, Op. Cit. (1), conclusiones “Siete años después”, Nº2.

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pie de la letra la antedicha definición de Bobbio se tratase. Las credenciales de esta Carta Fundamental son entre otras muchas la nula participación ciudadana, participación que se reduce nada más que a la elección de representantes en las cámaras legislativas cada cierto tiempo. En consecuencia, carente de cualquier atisbo de democracia directa por parte de los gobernados detentadores de la soberanía popular. Muy unido a aquella deficiencia, no podemos dejar en el olvido la aberración que representa el no tener un sistema automático de inscripción en el registro electoral, refiriéndome con ello a que la calidad de ciudadano con derecho a voto, además de precisar de la mayoría de edad requiere también de la realización de un trámite consistente en la inscripción en el servicio electoral, procedimiento engorroso que no solo acarrea la consecuencia de poder ejercer el derecho a votar, sino que más bien le transforma un “deber de votar”, puesto que una vez inscrito el ciudadano lleva aparejada la obligación de votar pues de lo contrario se arriesgan sanciones legales bastante duras que en definitiva desmotivan la inscripción, todo lo cual dota de rasgos realmente macabros a las elecciones populares e Chile, convirtiéndolas en un suerte de gravamen asumido voluntariamente, puesto que como se ha dicho, de no cumplirse con la obligación (más que derecho) de votar, tal situación acarrea drásticas sanciones, entre ellas, la privación de libertad, cuestión que hasta donde llega mi conocimiento no tiene parangón en el mundo entero. Tales características del sistema electoral chileno enunciados muy sucintamente han conducido a que el padrón electoral chileno permanezca estancado en su crecimiento y consecuentemente sea cada vez menos representativo de una sociedad que sigue creciendo en población. Tal es la situación que prácticamente el universo de votantes no ha variado casi nada de aquél que se creó a partir de la masiva inscripción para votar el plebiscito de 1988 tendiente a determinar el Sí o el No a la continuidad de Pinochet en el poder. Se trata así de un universo de votantes envejecido, en el cual mínimamente tiene representatividad la juventud que en su gran mayoría, como ya se ha señalado, no se encuentra inscrita en la circular sinfonía del desinterés por la política que no les representa y lo engorroso del trámite de inscripción que termina pervirtiendo la naturaleza del derecho a voto en la pesada obligación que acaba siendo. Prosiguiendo con algunos de los rasgos de esta paradójicamente débil democracia7 y su carta constitutiva, es preciso aludir a la configuración del poder 7

Digo Paradójicamente, puesto que se trata de una democracia fuerte en el sentido de su estabilidad, resguardada a regañadientes por mecanismos excesivamente rígidos de reforma constitucional (quorums

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político al que dan nacimiento y que sigilosamente resguardan. Respecto al mecanismo elegido para la generación de poderes (ejecutivo y legislativo) establece el funcionamiento de bloques políticos que funcionaran bajo la modalidad un sistema binominal que tan solo posibilitará la existencia de 2 grandes conglomerados políticos, de manera de mantener una rígida estabilidad política, sin posibilitar la participación en el juego del poder a grupos minoritarios pero representativos de una real pluralidad existente. Tal creación jurídica, gestada en tiempo de dictadura no cobró plena aplicación sino hasta retomada la democracia. No se diga que este es solo un análisis sesgado políticamente. Indudablemente hay un trasfondo ideológico en las ideas expuestas, pero precaviendo no nuble este mi juicio. Así entonces, es que hago el esfuerzo de comprender como buenas las intenciones guiadas por y para el bien común, de dotar de tal rigidez estructural al sistema democrático-político precaviendo la necesidad de estabilidad para no caer en viejas rencillas y hacer ingobernable el país. El problema ocurre cuando, transcurridos más de 20 años de democracia, esta, al igual que la sociedad que la padece han dejado ya de ser niños para entrar a una etapa de madurez y correlativa autodeterminación, sin que exista ningún cambio significativo que atienda a la precitada madurez perviviendo los rígidos mecanismos, que siguen tratando a esta democracia y sociedad como si de pequeños infantes se tratase, habiendo desaparecido hace tantos años los miedos prevenidos de una excesivamente efervescente etapa política inicial de democracia. “La alegría ya viene” rezaba el popular slogan publicitario de la coalición de partidos políticos de centro-izquierda conocida como Concertación de Partidos por la Democracia que se alzara democráticamente en el poder en 1990. Eran tiempos de esperanza en la ciudadanía, que soñaba con grandes cambios, así como la obtención de verdad y justicia por tantos años denegada. Todo ello se veía reflejado en cada manifestación o evento público masivo, como aquel inolvidable 30 de Marzo de 1990, en el cual el cantautor cubano Silvio Rodríguez volviera tras 17 años de ausencia, repletando con más de 80.000 almas el Estadio Nacional que (junto a muchos más) habían alimentado su esperanza y resistencia de la música del cubano, la que clandestinamente circulaba por el país. Aquella noche en palabras del propio Silvio,

de aprobación ridículamente altos que precisan de un consenso prácticamente unánime de las cámaras), pero débil en su carácter mismo, en cuanto a no posibilitar un espíritu verdaderamente democrático de participación ciudadana.

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pareció revivir Víctor Jara8 -a quien dedicara el concierto- como queriendo decirnos que aquel himno compuesto por Jara en los tiempos de Salvador Allende, “Vamos por ancho camino” volvía a ser una realidad. Dando muestras de sabia continencia, la trilogía especialmente preparada para la ocasión, conformada por La Resurrección, Santiago de Chile y Venga la esperanza, parecía intentar apaciguar un poco ese ánimo desmedido que se respiraba, dando cautela y llamando a la paciencia a la vez que a la esperanza. Y es que la historia le daría la razón al cubano -principalmente en lo de la cautela-, pues “la alegría ya viene” paso a ser el recordatorio de un slogan cuya promesa nunca se llego a cumplir, al menos en los términos que una gran mayoría de chilenos esperaban se cumpliera. Los cambios no fueron muchos a decir verdad, salvo la reclusión de los militares en sus cuarteles, la restitución de la libertad personal y del derecho de reunión, pero ahí seguía vigorosamente existiendo y expandiéndose el modelo económico social legado por la dictadura que, como se dice, siguió su marcha de crecimiento macroeconómico pero de nula redistribución de las riquezas a nivel social, micro-económicamente hablando. Básicamente, los ricos, sector ínfimo de la población, seguirían siendo igual de ricos (e inclusive mucho más) y el resto –la baja clase media que reniega de llamarse así misma pobre por una cuestión de dignidad mal entendida y algo de arribismo- seguiría profundizando su condición. La ambición de muchos de cambiar sustancialmente la realidad cifrando las esperanzas en la vía política quedo así truncada y permaneció en tal estado de parálisis, en gran medida por la existencia de una clase política poco representativa de la sociedad, y, en cambio más preocupada de resguardar el proyecto social legado por la dictadura. Tal inmovilidad también debe mucho al clima de miedo, de temor reverencial respecto de aquella presencia y permanencia silenciosa, aunque siempre en guardia, de los perpetradores del mal en el pasado: los mismos políticos y personeros de las fuerzas armadas de ayer seguían ostentando cargos de poder, dispuestos a tomar nuevas medidas frente a cualquier incidencia contraria al proyecto marchante, por más mínima que esta pudiese ser9. Los primeros años de la transición en tal sentido se recordarán

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Véase contratapa del triple disco “Silvio Rodríguez en Chile”, donde aparecen estas palabras escritas en Ciudad de México, México, en 1991. 9 Basta recordar para ello los tristemente célebres “Ejercicios de enlace” y “el boinazo”, protagonizados por ejército que frente a un mínimo asedio por parte de la justicia en la investigación de causas de Derechos Humanos y causas de índole tributarias por abusos financieros cometidos por Pinochet, recordaban que el ejército seguía al mando del otrora dictador. Véase para mayor información

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por la sempiterna presencia del dictador Pinochet cómodamente al mando del ejército chileno, como una sombra siempre amenazante sobre quien se atreviese a no respetar las rígidas reglas del juego democrático heredado de la dictadura. Por otra parte, habiendo sido este modelo transicional prácticamente una concesión de parte de quienes estuvieron en el poder, ellos, los grandes grupos económicos y políticos favorecidos por el cambio de política económica propiciado por la dictadura, ante la necesidad de quedar libres de cualquier acusación, mantuvieron siempre su influencia sobre las autoridades definiendo una política de forzada reconciliación, perdón y olvido. Tal política queda evidentemente manifiesta en la prácticamente nula actividad del poder judicial chileno, en la persecución de la responsabilidad penal de los responsables del terrorismo de estado acometido en tiempos de dictadura, malhechores que valiéndose de la artimaña de la prescripción extintiva de la responsabilidad penal, que opera con el transcurso del tiempo desde la perpetración del crimen, han obligado a que los organismos encargados de la defensa de los Derechos Humanos hayan tenido que arribar a formulas tales como la creación de un tipo penal nuevo, el secuestro permanente para el caso de los detenidos desaparecidos (ilícito que esta siempre en ejecución en tanto no se halle el cuerpo y que evita de esta manera que comienza a correr el plazo de la prescripción). Obviamente, aquellos detenidos desaparecidos transcurridos más de 30 años de sus desapariciones están muertos, hundidos sus cuerpos bien adentro el océano pacífico, enterrados tal vez en un lejano lugar del desierto de Atacama, etc., pero frente a un Poder Judicial legalista y cobarde y unos Poderes Ejecutivos y Legislativos todavía más cobardes, incapaces de llegar al consenso deseable de aprobar una ley que declarase la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad que suponen estas desapariciones, han llevado a idear esta salida alternativa que es realmente un esperpento jurídico necesario para cobijar la esperanza de las víctimas en encontrar algo de retribución de parte del Estado que les despojo de sus seres queridos, interés que en nada pugna con la necesidad de una sociedad que quiere ser capaz de perdonar y dar vuelta la página, pero sin llegar a un estado indeseado de amnesia. La intencionalidad de una forzada reconciliación, perdón y olvido queda también de manifiesto en las escasas políticas públicas desarrolladas para cobijar en la memoria el pasado atroz del cual habría que aprender.

“Democracia en Chile: lecciones para la gobernabilidad” de Edgardo Boeninger, Capítulo VII, letra C, Los momentos de mayor turbulencia, PP. 408 ss.

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La poca intencionalidad de hacer un trabajo de construir la memoria histórica por parte de las autoridades queda explicitada en las escasas medidas relativamente serias para preservar tal memoria del país, y de manifiesto también queda con el deplorable trato que recibieron algunas de estas medidas por parte de sus propios autores, que con mezquindad y ebrios de poder, les trataron como burdas y desesperadas manipulaciones políticas cuyo objetivo, lejos del abogar por el bien común como correspondería, tan solo se encaminaban en periodo de elecciones a reencantar a los antiguos votantes que un día creyeron en el slogan de la Concertación de “la alegría ya viene”. Me refiero particularmente a la creación del Museo de la Memoria, importante medida en la creación del “nosotros”, reconocimiento de que el mal no estuvo allá, sino aquí, garantía de que lo sucedido se recordará y mucho más que eso, garante del “nunca más” de estas situaciones10.

Desafortunadamente, este importante proyecto acabo

banalizándose por la vergonzosa estrategia política de inaugurarlo apresuradamente en vísperas de la segunda vuelta electoral de las elecciones presidenciales de 2010, cuestión que no rindió los dividendos políticos deseados por el bloque concertacionista, frente a un electorado hostigado por promesas de cambio incumplidas, que optó por la ilusoria alternancia que ha venido a acentuar más si se caben las estructuras, de la mano de un gobierno de derecha, formado por los otrora golpistas, en su totalidad formados en las enseñanzas de Milton Friedman, como atestigua el hecho de que casi por completo el gabinete ministerial se haya configurado con personas formadas en la Universidad Católica de Chile, particularmente en las Facultades de Ingeniería Comercial y de Economía de dicha casa de estudios, que han sido reconocidamente los enclaves latinoamericanos más evidentes de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago.11 Es este a grandes rasgos el escenario político y existencial donde el sujeto chileno ha debido hacerse camino Se trata de un panorama en el que, dentro de los rasgos de opacidad que configuran el carácter del sujeto, prima con luces propias el descreimiento12 existencial, producto de la nula recepción de las quejas y alegatos planteados por el sujeto a la autoridad, así como la nula representatividad de aquellos llamados a representarles en la denominada cosa pública. Ello, como no podía ser de 10

SONTAG, SUSAN, “Ante el dolor de los demás”, Alfaguara editores, PP. 101 y ss. KLEIN, NAOMI, Op. Cit., PP. 94 12 Véase entrevista practicada en el año 2002 por Cristián Warnken al popular músico y poeta chileno Mauricio Redolés, para el programa de entrevistas “Una belleza nueva”. Enlace disponible en: http://www.unabellezanueva.org/mauricio-redoles/ 11

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forma distinta, ha desembocado en un paulatino desinterés de participar en las decisiones públicas, negándose los miembros de las generaciones que tal como quién escribe, fueron aquellos niños nacidos bajo la opacidad de la dictadura, que bajo el aura que la calidad de infantes prodiga, se repletaron de ilusión en el porvenir democrático, creciendo en este ambiente cruzado de fuerte esperanza, temor y statu quo inquebrantable, sin presenciar mayores cambios. Como consecuencia de este ambiente, pasamos a ser estos sujetos descreídos a los que me refería, dejando de lado la participación en la arena pública dominada por una clase política ajena a sus electores. Peligrosamente, este sujeto se ha dejado devorar en las fauces de un sistema que ha propiciado el olvido absoluto del pasado como se atestigua, a modo de ejemplo, en la política educacional chilena respecto de la historia nacional, que se ha negado dentro de la institucionalidad educativa a contemplar en sus planes de estudio el periodo negro siguiente al 11 de Septiembre de 1973, como si tal simplemente no hubiera existido. Nuevamente en mi esfuerzo por no transformar este análisis en un panfleto político me quiero poner en las botas de quienes idearon esto, aquellos que habrán pensado que al obrar de esta manera, evitarían nuevas polarizaciones de la sociedad. Pero así como hago este sincero esfuerzo, brota en mi casi instantáneamente la percepción del cuantioso tiempo transcurrido, teniendo ya esta sociedad la madurez suficiente como para mirarse al espejo, y poder enfrentar y aprender de su pasado. Por fortuna, allí donde los esfuerzos de la institucionalidad política han sido pobres, por no decir nulos; donde los testimonios de las víctimas y familiares de los detenidos desaparecidos en el plano relativo a la reparación de estas y su petición de justicia han sido sistemáticamente desatendidos o tratados en un plano privado y restrictivo sin darle espacio real en la configuración del espacio público, silenciando sus discursos o bien relegándolos a las perdidas fojas de expedientes judiciales que archivados se pierden de los tribunales y peor aun de la memoria impidiéndose la configuración en base a sus recuerdos del “nosotros”13, tales vacios discursivos y enunciativos han tenido que ser llenados, más allá de lo que debería de corresponder por el arte. La música14, las letras15 y el cine en tal sentido han sido importantes bastiones en la tarea de recordar.

De su labor obviamente no se puede exigir que supla las tareas

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THIEBAUT, CARLOS, Op. Cit. (2) Escúchese para mayor ahondamiento obra musical de agrupaciones como Los Tres, Los Prisioneros, Los Bunkers, Mauricio Redolés, entre otras. 14

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que otros estamentos no han cumplido, particularmente el de la clase política y el del poder judicial, pero se puede exigir si en un grado mayor y tengo la intuición se trata inclusive de hasta una autoexigencia que pesa sobre el artista, una mayor responsabilidad para con la sociedad, “al fin y al cabo, un artista no ejerce su profesión para contar algo a alguien. Quiere más bien demostrar a los hombres que quiere servirles”.16 Quisiera de esta manera adentrarme en el rol que el Cine ha asumido en Chile respecto de hacerse cargo de las experiencias del daño en esta labor de nombrar el mal. En muchos casos la aproximación hecha por los cineastas ha sido la de dar voz a las víctimas desde una perspectiva abiertamente política, mediante documentales que, siendo muy interesantes e ilustrativos de la historia reciente del país, lastimosamente, por las reglas del mercado, se pierden en carteleras de pequeñas salas de exhibición especializadas ni tan siquiera chilenas, sino que extranjeras, encontrándome por esta circunstancia no en pocas ocasiones realmente sorprendido para bien y para mal: para bien, del conocimiento del devenir chileno que normalmente tienen los extranjeros; para mal, cuando advierto que tal conocimiento contrasta con el que los mismos chilenos tenemos respecto de los recientes episodios de nuestra historia, pues muchas veces me doy cuenta que en el exterior saben más de ella que nosotros mismos, los llamados más que nadie a saberla. En otros pocos, pero afortunadamente, significativos casos, la aproximación fílmica ha bordado una exitosa aproximación. Así como en el pasado la “nueva canción chilena”17, de la mano de figuras inmortales como una Violeta Parra o un Víctor Jara, tuvo a través de ellos la virtud ecléctica de hacer de la cultura popular, la alta cultura, y la incipiente inquietud social de los sesentas, un solo receptáculo formado en la inmediatez de la música, siendo un propulsor importante de la reflexión crítica de las conciencias en Chile, en otro arte, en este caso el cine, que hermanado con la música van en la característica de la inmediatez18 (con el agregado de la captura de la atención por un periodo considerable y continuado de tiempo), el realizador de cine chileno Andrés Wood, ha hecho lo propio con producciones que han sabido armonizar el tener

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Véase para mayor ahondamiento la obra literaria de autores tales como Ariel Dorfman ó Antonio Skarmeta. 16 TARKOVSKI, ANDREI, “Esculpir en el Tiempo”, Ediciones Rialp, S.A., Madrid. Sobre la responsabilidad del artista, PP 208. 17 Véase para mayor ahondamiento Osvaldo “Gitano” Rodríguez, Cantores que reflexionan, Lar ediciones, Madrid, 1984. 18 TARKOVSKI, ANDREI, Op. Cit., PP. 204

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discursos sumamente reflexivos, derivados de la visión personal y comprometida de su creador, con la capacidad de ser productos culturales sumamente populares y masivos Su película Machuca es la amalgama de aquella armonía tan difícil de conseguir de producto cultural de calidad y compromiso y a la vez masividad descrita. De esa manera logra la elogiable virtud de la cual ha carecido el más típico cine de dictadura, de corte eminentemente documental, que ha sido instalar en el terreno público el debate sobre el nombramiento del mal del pasado,

asumiendo de su particular forma la

responsabilidad de formar en su nombramiento el espacio público, colaborando en la creación de “el nosotros” mediante esta narración que, paradójicamente, siendo una historia ficticia, termina siendo una narración tan cierta de lo que fue el pasado y de lo que también se ha construido en el presente. El nombramiento del mal realizado en Machuca –y este es otro punto que le hace aun más elogiable- resulta interesante por su composición, no tratándose al mal como un mero producto de ideologías políticas contrastantes que llevaron al cisma y de esta manera evitando dar a la historia narrada un puro cariz de drama político, en cuyo hipotético caso, de haber quedado reducida a ello, hubiese llevado a un reduccionismo del filme, transformándole en una película política ideologizada más, como tantas otras que pasan a ser “en general productos para el exilio, y una vez superadas las dictaduras es escaso el público que desea verlas”19. Mas en cambio, “Machuca consiguió superar la resistencia de la gente a verse a sí misma, de manera arriesgada, y con una excelente estrategia narrativa”20

pues, hizo a un país entero, distanciado ya del momento

histórico, verse frente al espejo, cuyo reflejo no ha variado mucho de aquel juego de imágenes que parten con la evocadora escena inicial del film en que Gonzalo Infante, el joven protagonista de la película, de ascendencia social acomodada y una suerte de alter-ego de Wood, quien en su niñez también estudio en un colegio privado similar, se ve a sí mismo vistiéndose con el impecable uniforme. Aquella primera escena hace una notable elipse con una de las escenas finales de la misma película, en la que el mismo Gonzalo, ahora testigo presencial de la carnicería montada por los militares contra los pobres pobladores de la toma de terreno en la cual su amigo Pedro Machuca vivía, grita angustiado al militar que le ha agarrado “yo no soy de aquí”. Es este un nuevo acto de mirarse a sí mismo, a lo cual conjuntamente plantea su exigencia al otro: “míreme”, 19 20

RUFINELLI, JORGE “América Latina en 130 películas”, Uqbar editores, PP. 255 RUFINELLI, JORGE, Op. Cit., PP. 255

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haciendo notar su distinto color de piel, vestimentas y ascendencia social que, con la mala educación social inevitablemente recibida, fruto de una sociedad profundamente clasista, hacen doblegar a la perdida inocencia infantil que no sabía o al menos repudiaba

las

diferenciaciones,

haciéndole

consciente

forzadamente

de

las

infranqueables diferencias sociales existentes en un país asfixiantemente clasista. En tal sentido, el final resulta intensamente auténtico a la vez que desolador pues nos abofetea con la realidad, un nombramiento del mal que continúa perpetuándose, por la imposibilidad de que, tanto las estructuras sociales como el aprendizaje cultural, puedan realmente ignorar las diferencias de origen social. En tal tenor, otro dialogo que se me antoja decisivo es el de aquella verdad incómoda que pronuncia el acomodado –pero conciente- padre de Gonzalo, Patricio Infante: “para Chile lo mejor es el socialismo, pero para nosotros no”, dicho a su familia en el contexto de una conversación en que evalúa, dentro de las posibilidades que su acomodada situación social le permiten, la oportunidad de partir junto a ellos a vivir a Italia, donde “ganaría en dólares” y tendrían el buen vivir al que estaban acostumbrados. Es así como Machuca se aleja de ser rotulada como otro drama político más de un momento específico, para pasar a ser una muestra del imperecedero drama social, sembrando en los espectadores, a través de esta tierna historia de niños la inquietud y el espacio para la reflexión colectiva de lo que un día fue, pudo haber sido, y no fue, así como de lo que siempre ha sido y sigue siendo –y seguramente seguirá siendo-. Así, ese espacio público que se define en su actividad de nombrar el mal no hace más que reiterarse cuando el mal nombrado varios años después sigue reflejándose en el espejo de una sociedad que se mira, pero que no ha cambiado en este aspecto de fondo. Servido de esta manera el final de Machuca, despidiéndose a lo lejos Gonzalo de la población de Pedro, sin volver a pisarla de nuevo, termina la utopía de los años setenta que significo la vía democrática al socialismo (de verdad) de Salvador Allende Gossens. De allí en adelante nace otro Chile, cuyo estado de crisis es tratado con macabros electroshocks sociales por la Junta Militar de Gobierno. Se ponen todos los esfuerzos en cambiarle la cara a la economía asumiendo un modelo social y económico marcadamente neoliberal, que agudizará el cisma social de clases y que a partir de los ochentas lucirá todo su esplendor. Wood Producciones, la productora del realizador de Machuca, casi queriendo continuar con la narración que dejo abierta el final del precitado film despidiendo la P á g i n a | 12

utopía de los setentas, esta vez, de la mano del director Boris Quercia, se da a la tarea de desarrollar una ambiciosa serie de televisión que tiene el sencillo objeto de narrar a través de la vida (el drama) de una familia común de clase media chilena, lo que la década de los ochenta supuso para Chile. Precisamente Los Ochenta es el nombre de la serie, que gracias al enorme éxito que ha cosechado, siendo el programa televisivo de los últimos años que mejor ha sabido

formar la difícil amalgama de calidad y

masividad en Chile, lleva ya 3 temporadas al aire, narrando el devenir de la familia Herrera

en

aquella

convulsionada

época

de

enormes

cambios

sociales.

Inteligentemente el primer episodio “Un penal a colores” parte con dos sucesos sociales bien particulares que suponen el adiós definitivo a un modelo social que por la fuerza fue destrozado, cuya consecuencia lógica devino en el triunfo del neoliberalismo de la mano de la servil dictadura: la llegada a las masas del televisor a colores y el nacimiento del “crédito” (endeudamiento) para comprar en las instituciones financieras y comerciales en Chile 21. Estos son ejemplos que, junto a otros importantes fenómenos sociales como la privatización de la educación superior (que antiguamente era gratuita en tiempos de Allende), la seguridad social que pasa también a manos privadas con el nacimiento de las AFP y las Isapres, el cierre de numerosas empresas fiscales, sobre todo manufactureras, el exclusivo fomento a la exportación de materia prima determinante de la dependencia absoluta de las riquezas naturales, el brutal desempleo e inflación económica, unidos todos estos factores a la coyuntura política propia del régimen autoritario que gobernaba (Estado Policial en lugar de Estado de Derecho, de fuerte represión política por parte de los aparatos de inteligencia del gobierno, y restricción de derechos propios de un Estado de Sitio) y a las catástrofes naturales como el terremoto de 1985 en el centro de Chile, han sido toda inmensidad de vicisitudes el sostén de experiencias que han debido sortear los Herrera en su diario vivir. Tales experiencias obviamente van conformando el existencialismo de cada componente de la familia, destacando sobretodo en la última temporada, que ha sido la que mayor audiencia ha tenido, la militancia política de Claudia, la hija mayor de los Herrera, quien desde el comienzo de la serie manifiesta su oposición a la dictadura, la cual se va rigidizando con el correr de los episodios, hasta un punto en que la serie, que en principio, perpetuado el miedo de darle nombre propio al mal, correlativamente 21

GALEANO, EDUARDO, “Memoria del fuego (III): El siglo del viento”, Siglo XXI de España Editores. 2002. Santiago de Chile 1983: diez años después de la reconquista de Chile, pp. 320,

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se resguardaba bastante de tener un contenido político directo, manteniendo una posición políticamente correcta que “ni chicha ni limoná”22 era, por la imposición de los estándares habituales de una televisión controlada precisamente por aquellos que evitan a toda costa el nombramiento del mal, pasa inevitablemente a tomar posiciones y más que eso, a no tener pudores al nombrar de manera directa al mal, sobretodo en sus últimos episodios, particularmente el capítulo final de la tercera temporada, “familia” (que obtuvo la mayor audiencia de la temporada) en que Claudia tras sobrevivir junto a su novio perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez a la persecución sanguinaria de los servicios de inteligencia del gobierno, la Central Nacional de Inteligencia (CNI), se ve obligada a abandonar su hogar para salir al exilio. La cuidada estética de la serie, así como la verosimilitud casi documental de los eventos en los cuales se apoya ha permitido de manera importante crear en el imaginario social una memoria histórica en la que lastimosamente no han intervenido todos los actores sociales llamado a construirla, particularmente el mundo político. Y si de Machuca podíamos destacar la virtud de que el nombramiento del mal abarcaba cotas mayores a la misma tragedia política, descubriendo el inagotable tormento social chileno y latinoamericano (creo que oigo resonar aquella “Sinfonía circular para países pobres, en seis movimientos sucesivos” de Eduardo Galeano23), tal cualidad podemos también destacar en Los Ochenta, teniendo también esta producción la habilidad de nombrar el mal en un espectro mayor al netamente político, pues ha evidenciado las mismas deficiencias sociales, que solo se han acrecentado en aquella década, por la configuración que adoptó Chile de la mano de la dictadura.

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“Ni chicha ni limoná” canción de Víctor Jara alusiva precisamente a quienes se mantienen en la indecisión sin tomar partido por un bando o por otro. En palabras del propio Víctor Jara, en la introducción a cantar la precitada canción, en la versión perteneciente a su disco Habla y Canta, señala: “Para justo las personas que están allí que ni siquiera están. Ni siquiera están. Porque no están ni allí ni acá, nosotros les decimos que no son ni chica ni limoná” 23 GALEANO, EDUARDO, Op. Cit. (2) “Para que sean los brazos obreros cada vez más obedientes y baratos, los países pobres necesitan legiones de verdugos, torturadores, inquisidores, carceleros y soplones. Para alimentar y armar a esas legiones, los países pobres necesitan préstamos de los países ricos. Para pagar los intereses de esos préstamos, los países pobres necesitan más préstamos. Para pagar los intereses de los préstamos sumados a los préstamos, los países pobres necesitan aumentar las exportaciones. Para aumentar las exportaciones, productos malditos, precios condenados a caída perpetua, los países pobres necesitan bajar los costos de producción. Para bajar los costos de producción, los países pobres necesitan brazos obreros cada vez más obedientes y baratos. Para que sean los brazos obreros cada vez más obedientes y baratos, los países necesitan legiones de verdugos, torturadores, inquisidores…”

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El desempleo de Juan Herrera y la angustia que ello provoca en una familia de clase media baja son así la nota dominante de la primera temporada. También un eje central será la dificultad casi infranqueable de Claudia para poder estudiar medicina, pese a ser una excelente estudiante, pero carente de los recursos para poder pagar los estudios de una educación superior que se transformo en el privilegio de unos pocos que la pudiesen pagar. Súmese además la imposibilidad de Martín de cumplir su sueño de ser piloto de la fuerza aérea por no tener los requisitos físicos exigidos para permanecer en la institución, a causa de una golpiza sufrida a manos de unos cobardes matones cuicos24 que parecían ser los mismos niños ricos que golpeaban y se mofaban de Pedro Machuca en Machuca, a la vez que Martín parecía por su parte ser el nuevo “Peter”. Los pudientes matones con unos años más, frutos de la acentuada deformación cultural y social consistente en sembrar las diferencias socioeconómicas, sin contrapeso alguno, creciditos de tamaño pero no de juicio, daban rienda suelta a sus impulsos condenando el cruce de Martín con la ex novia de uno de ellos, también socialmente acomodada. Las tres situaciones reseñadas constituyen reflejos de las consecuencias nefastas que, directa o indirectamente han devenido del modelo estructural socio-económico adoptado. Así como sucedió en con el exponencial aumento de interés de la situación de Claudia y su vinculación política, el giro en el devenir de su hermano Martín ha sido también una muestra fuerte del mayor compromiso que asumió la serie en su nombramiento del mal, pues también en la última temporada, súbitamente Martín "deja de ser el niño que quería volar, pone los pies en la tierra y asume un punto de vista: es como reencontrarse. La letra y música de Los Prisioneros lo inspiran a que se produzca este cambio en él"25. Los primeros síntomas del posterior rasgo de opacidad, tan típico del sujeto chileno como es el descreimiento tienen ya su germen en este tiempo. También me parece especialmente reseñable –y este ha sido también un rasgo notable que ha provocado una importante identificación del televidente con la serie, además de la ya mencionada cuidada y nostálgica estética que le reviste- el tratamiento de aquel silencioso miedo que se respiraba en la sociedad de aquel entonces frente a la presencia omnipresente de la dictadura, miedo que se grafica muy bien en la persona de Juan Herrera, padre de familia, que, teniendo un silenciado pensamiento opositor, evita 24

Vocablo coloquial chileno para referir de manera despectiva a las personas de origen socio-económico alto, similar al vocablo “pijo” en España. 25 Dichos del Tomás Verdejo, actor que encarna a Martín en «Los 80: Las primeras imágenes de la tercera temporada de la serie», Sección de “Entretención”, Diario “La Tercera” de día 31-07-2010. Enlace en: http://latercera.com/contenido/725_280663_9.shtml

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a toda costa exponer sus ideas e implantar el debate sobre la contingencia política en la mesa del hogar, pues antes que todo es un padre de familia y como tal, ve con pavor el involucramiento de sus hijos (particularmente de Claudia) en la política ante el miedo de perderlos, que pasa ser una profecía que se termina cumpliendo en la última temporada, justificando así plenamente el por qué de su temor. Me pongo a pensar en el actuar de tantos padres de aquella época, particularmente del mío, quién mantuvo en la crianza de sus hijos, de manera muy similar a Juan Herrera, guardado el discurso político, evitando implantarle como un tema de debate, a causa del precitado miedo que lo inundaba todo en el ambiente, que se exacerbo

en mi padre por su personal

experiencia de la contemplación del sufrimiento de sus hermanos que de la tortura y el exilio fueron víctimas. El mal para casi cualquier chileno estaba, directa o indirectamente, a la vuelta de la esquina. Los Ochenta, gracias al enorme éxito cosechado, seguirá este año teniendo vida, estando en proceso la elaboración de una nueva temporada que comenzará abarcando la segunda mitad de la década de los ochenta. Muy probablemente esta volverá a tener un rotundo éxito que posibilite una última temporada que ponga fin al periplo de los Herrera por la década de los ochenta, posiblemente coincidiendo el final de la serie con el regreso de la democracia en Chile. Siguiendo idéntica intuición premonitoria, osaré decir que no imagino llegue a existir una serie que de manera similar se dedique a la década siguiente, los noventa. ¿Para qué?, si los verdaderos cambios que modificaron la sociedad ocurrieron realmente desde los setenta y tuvieron su punto álgido en los ochenta. Sí, verdad es que en los noventa regreso la democracia. Sí, fue en los noventa el chileno volvió a ser ciudadano con derecho a voto. Sí, también en los noventa, Chile saco a los milicos de las calles de regreso a sus cuarteles para regresar a ser un “Estado de Derecho”, pero, ¿A qué costo? ¿Somos lo que somos porque así quisimos ser o somos lo que somos porque fue así que nos dejaron ser? Fue en los ochenta en que, para bien o para mal, se fijaron las estructuras que perpetúan a la sociedad chilena como la que es hoy. Curiosamente el slogan de la serie Los Ochenta es “más que una moda” y bien podría aplicarse tal rótulo al producto de aquellos años, puesto que el sistema socio-económico y político implantado ha resultado ser un estándar de vida, una estructura invariable, mucho más extensa que la instantaneidad propia de la moda. Visto así el devenir chileno, dan escalofríos y se agudiza el descreimiento al leer algunas de las palabras que en su hora última pronunciara un emotivo Salvador Allende: P á g i n a | 16

“(…) Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser sesgada definitivamente. Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos… Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor (...)” Que lejos estamos de la premonición optimista manifestada en las últimas palabras de Allende. Superado el momento gris, dudo que se haya construido una sociedad mejor. Al menos veo que la conciencia digna, no ha podido ser sesgada definitivamente, y si ha germinado esta en unas cuantas cabezas que se han visto y han pretendido hacernos ver, a la sociedad chilena toda, frente al espejo y ver así lo que realmente somos. “Solo a la humanidad redimida le incumbe enteramente su pasado”26 escribió Walter Benjamin, pero es tan difícil lograrlo, a pequeña escala, la humanidad chilena, no se ve aun capaz de hacerse cargo de su pasado y salvo por los esfuerzos señalados, mejor le ha resultado olvidar, desprendiéndose paulatinamente de una moral fuerte que garantice un nunca más convincente. Los esfuerzos de construir una memoria histórica a través de las producciones analizadas han tenido la virtud de llegar al gran público, a la masa y ciertamente, su aporte en tal sentido, es muy valorable en la construcción de la moral de un pueblo que, como se aprecia, aun no supera el trauma que supone un periodo extenso de terror como el vivido. Pero nuevamente no deja de dar urticaria y resulta inevitable cerrar estas líneas sin pensar apesadumbrado en el hecho de que, a nivel de gobierno, a nivel de política pública, no haya existido un discurso más potente tendiente a preservar en la memoria el pasado, tendiente a nombrar el mal con todas sus letras, sin miedo a herir susceptibilidades. Y más allá de eso, extremadamente desalentador es lo que subyace en el fondo del mal de la dictadura: el verdadero mal, el de la inacabable lucha de clases, el de la sobrevivencia de los desposeídos pisoteados por los poderosos, cual solo amenaza

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BENJAMIN, WALTER, “Obras, Libro I, Vol. 2”, Sobre el concepto de historia, PP 306, párrafo III.

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con perpetuarse, agudizarse e inclusive en dejar de cuestionarse y admitirse sin más como una estructura impenetrable frente al olvido. Quisiera terminar graficando la desolación que siento volviendo a algunos trozos de Machuca: “Aprenderán a respetarse aunque sea lo único que aprendan en este colegio” son las palabras airadas que profiere el padre McEnroe a los alumnos después de una nueva trifulca entre Pedro Machuca y sus encumbrados compañeros de clase, riña en que el sustrato, como no podía ser de otra manera, es el diferente origen social. Tales palabras del cura quedan tras el golpe militar sepultadas bajo el pesado pie de la realidad, sin que pueda cumplirse su anhelo más urgente de enseñanza. En otro pasaje ya mencionado antes, ante la inminencia del peligro, ante la necesidad de sobrevivir, la actitud de Gonzalo será la más verosímil: “Míreme, yo no soy de aquí, soy del otro lado del río”. Lo aprendido se olvida ante la necesidad. Olvidada queda su temeridad de responder convencido: “a veces no”, frase que enfáticamente pronunciare a los dichos de Silvana de que “ni los curaos ni los niños mienten”, posterior al sermón que el borracho (curao) padre de Pedro, Ismael Machuca les había dado haciendo este un paralelo entre el futuro de Gonzalo y Pedro: para Gonzalo, pasarían los años, iría a la universidad, entraría después a trabajar en la empresa del papito, y años después seria dueño de la empresa del papito. Pedro por su parte, al momento de comenzar Gonzalo la Universidad, trabajaría limpiando baños, y seguiría en eso por el resto de su vida, sin mejorar sus condiciones de vida y con los años su amigo Gonzalo ni se recordaría de su nombre. Quizás en lo último se equivocase; quizás le Gonzalo recordaría a Pedro, pero queda con el final la impresión de que Silvana no se equivocaría del todo: los curaos no mienten y en la vida de a diario, su profecía se cumple recurrentemente y de peor manera, sin que un Pedro y un Gonzalo lleguen si quiera a conocerse y mucho menos compartir un espacio. Es difícil cambiar el mundo, los niños lo intentaron, pero el mundo era y es una carga muy pesada para ellos (y para cualquiera), y pasa uno a adaptarse a él y sus estructuras más que suceda la relación a la inversa. Pero al menos un primer paso se ha dado, nos hemos mirado y reconocemos lo que fuimos y somos. Resta la etapa siguiente, la más dura, atrevernos a ser distintos. Tengamos fe en las palabras finales de Allende: “de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Quizás algún día se vuelvan realidad, aun cuando no tenemos la formula para ello, una cosa es clara: depende de nosotros.

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BIBLIOGRAFÍA BENJAMIN, WALTER, “Obras, Libro I, Vol. 2”, Sobre el concepto de historia, Abada editores, 2008. BOBBIO, NORBERTO, “El futuro de la democracia”, Fondo de Cultura Económica, México, 1984. BOENINGER, EDGARDO, “Democracia en Chile: lecciones para la gobernabilidad”, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1997. GALEANO, EDUARDO, “Las Venas Abiertas de América Latina”, Siglo XXI de España editores, 1996. Op. Cit.(1) GALEANO, EDUARDO, “Memorias del fuego (III): El siglo del viento”, Siglo XXI de España Editores.2002. Op Cit. (2) KLEIN, NAOMI, “La Doctrina de Shock, el auge del capitalismo del desastre”, Paidos, 2007. RODRÍGUEZ, OSVALDO “Cantores que reflexionan”, Lar ediciones, Madrid, 1984. RUFINELLI, JORGE “América Latina en 130 películas”, Uqbar editores, Chile, 2010. P á g i n a | 19

SONTAG, SUSAN, “Ante el dolor de los demás”, Alfaguara editores, 2003. TARKOVSKI, ANDREI, “Esculpir en el Tiempo”, Novena Edición, Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 2008. THIEBAUT, CARLOS, “La experiencia histórica del daño y el retorno del sujeto”. Material de clases. 2010. Op. Cit. (1) THIEBAUT, CARLOS, “Nombrar el mal”. Publicado en: “Nombrar el mal. Sobre la articulación pública de la moralidad”, en M. Herrera, y P. de Greiff, (comps.), Razones de la justicia. Homenaje a Th. McCarthy, México, U.N.A.M, 2005. Op. Cit. (2) FILMOGRAFÍA MACHUCA. Dirección: Andrés Wood. Guión: Roberto Brodsky, Mamoun Hassan y Andrés Wood. Reparto: Matías Quer (Gonzalo), Ariel Mateluna (Pedro Machuca), Manuela Martelli (Silvana), Ernesto Malbrán (Padre McEnroe), Francisco Reyes (Patricio Infante). Wood Producciones (Chile), Tornasol Films (España), Mamoun Hassan (Reino Unido), Paraíso (Francia). 121 minutos. Año 2004. Disponible en Biblioteca de Humanidades. Comunicación y Documentación. Universidad Carlos III de Madrid. LOS OCHENTA. Dirección: Boris Quercia. Guión: Rodrigo Cuevas, Alejandro Goic, Alberto Gesswein, Boris Quercia, Yusef Rumie. Reparto: Daniel Muñoz (Juan Herrera), Tamara Acosta (Ana), Loreto Aravena (Claudia), Tomás Verdejo (Martín). Wood Producciones. 3 temporadas de 10 capítulos cada una. Duración aproximada por episodio: 70 minutos. Año 2008 a 2010. Capítulos disponibles en: http://serielos80.blogspot.com/

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