El lugar de la filosofía

September 14, 2017 | Autor: Hector Ghiretti | Categoría: Philosophy, Universities, Theoretical Thinking
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Martes, 9 de diciembre de 2014

El lugar de la filosofía Por Héctor Ghiretti - Profesor de Filosofía Política y Social En ocasiones es posible experimentar una epifanía, si no en términos propios de revelación, sí en la visibilización de un problema central de nuestra época. Es lo que me sucedió hace poco con varias noticias en torno de la presencia y la función del conocimiento filosófico. Hubo un tiempo en que la filosofía fue la suma del conocimiento. Además definía todo un programa: filósofo no solamente era el que sabía sino el que amaba saber. Con el tiempo, las ramas del conocimiento científico fueron independizándose, haciéndose autónomas, y se desgajaron del tronco común de la filosofía. Esta quedó limitada al conocimiento de la(s) totalidad(es), de las causas primeras y últimas, del principio y fin de las cosas. Esta condición actual ha dejado a la filosofía en una situación difícil, en la que no resulta claro su valor o utilidad. “La filosofía es aquello con lo cual o sin lo cual el mundo sería exactamente igual”, me decía una vez, un poco en chiste pero bastante en serio, un empresario culto, hombre de mundo y bon vivant. Lo cierto es que no podemos renunciar a las preguntas y las respuestas de la filosofía. Por otra parte, como advirtiera Augusto del Noce, vivimos una época filosófica como nunca antes en la historia. La filosofía se ha hecho historia y la historia, filosofía. Nuestras sociedades, nuestra civilización, transpiran filosofía, aunque las más de las veces permanezca inadvertida. Lo cual no implica afirmar que las condiciones para una existencia filosófica hayan mejorado ni que la promesa de la filosofía (al menos de aquella que dio origen a la tradición del pensamiento filosófico) se haya cumplido. ¿Dónde está la filosofía? La pregunta resurgió con la reciente decisión de la Dirección General de Escuelas de sustituir en la grilla curricular de algunas modalidades de bachillerato la asignatura “Filosofía” por algo denominado “Formación para la vida y el trabajo”, mientras que “Historia de la Ciencia” es reemplazada por “Construcción social del conocimiento”. Mucho se podría decir sobre el empeño por sustituir las venerables disciplinas del saber por formas supuestamente más adecuadas para abordar el estudio de la realidad. Lo cierto es que detrás de estas nuevas denominaciones científicas usualmente se oculta un esnobismo intelectual, el afán por dar el último grito de la moda en materia de novedades epistemológicas. El cambio podrá ser muy cool, pero lo único que hace es aumentar la confusión. El episodio, no obstante, sirve para retornar a otro de los problemas originarios de la filosofía: ¿cuál es la edad propiamente filosófica, cuándo es adecuado iniciarse en la reflexión y la discusión filosófica? Platón explicaba que no era conveniente enseñar las artes de la dialéctica (la filosofía) a los jóvenes, porque desconocían su valor y se acostumbraban a jugar con ellas, descuidando el fundamental compromiso con la verdad y convirtiéndose en unos sofistas. Platón advertía que el conocimiento siempre es poder. Por su parte Romano Guardini, en una pequeña obra sobre las edades del hombre en relación con la filosofía, afirmaba que como mucho en la juventud pueden sentarse las bases para la práctica de la filosofía. Estas observaciones tienen sentido en la medida en que se asuma algún grado de comprensión de los contenidos y las prácticas del saber filosófico. Pero, ¿qué sucede cuando nuestros estudiantes de secundaria tienen dificultades

para leer, comprender y escribir textos básicos o realizar las operaciones fundamentales de matemáticas? ¿Serán capaces de aprender razonamiento lógico y argumentación, comprender y emplear conceptos abstractos, interpretar y analizar críticamente textos filosóficos? Nuestros problemas parecen situarse en un plano mucho más elemental, del mismo modo que los reclamos de muchos profesionales y docentes de la filosofía ante los cambios realizados por las autoridades educativas no tienen tanto que ver con la pertinencia o la necesidad del conocimiento filosófico en el nivel secundario como con la defensa de puestos de trabajo, presentes o futuros. No obstante, teniendo en cuenta las penosas y confusas asignaturas con las que se pretende sustituir a la filosofía no puedo menos que apoyar a los profesores y licenciados de filosofía, muchos de ellos mis propios alumnos. Mejor ellos que nadie. ¿Y si fuese cierto que el lugar de la filosofía está en la organización que ha mostrado el mayor dinamismo en las últimas décadas: la empresa? Es lo que sostiene una nota aparecida recientemente en “La Nación”, para ilusión de incautos estudiantes de filosofía (y esperanza de sus atribulados padres) que sueñan con conjugar sabiduría y fortuna personal. Según la nota, existiría una tendencia internacional de las grandes empresas a contratar filósofos. La verdad es que, como ha descubierto el filósofo Francisco O’Reilly, tales notas aparecen con determinada regularidad en el periódico citado, de modo que más que una noticia con fundamento hay que tomarla por lo que se conoce como “publinota”. En un lugar como la empresa, en el que los fines están tan claros, la presencia de un filósofo puede ser algo perturbadora. La política, por su parte, sigue siendo un ambiente impropio de filósofos. Es lo que se deriva de las palabras del golden boy de la política europea y actual ministro de Economía de Francia, Emmanuel Macron, de formación universitaria en filosofía, antes de dedicarse a las finanzas y pasar por la banca Rothschild. “Adoré la filosofía, pero probé rápidamente el deseo de acción, de estar en contacto con lo cotidiano”, afirmó en “Libération” hace unos meses, lo que viene a decir que la práctica filosófica resulta incompatible con las responsabilidades de gobierno. El gobernante filósofo de Platón tendrá que esperar. Finalmente, ¿podremos encontrar a la filosofía en las universidades? Dado su actual carácter burocráticoideológico-profesionalizante, no parece el lugar más adecuado. El problema no es exclusivo de las universidades públicas. Recuerdo el diálogo con la autoridad de una universidad privada argentina de orientación humanística. Cuando le pregunté por la posibilidad de crear en su seno un instituto de filosofía, me respondió sin rodeos ni contemplaciones: “Mire usted, no queremos saber nada con los filósofos. Son gente rara, complicada, que siempre anda creando problemas”. No pude estar más de acuerdo con él, aunque no dejara de chocarme que quien lo decía era nada menos que un reconocido investigador en filosofía práctica. Habiéndose perdido para siempre los entornos originarios de la filosofía -la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles, las universidades medievales y las que mantuvieron su tradición a lo largo de los siglos- parece que ningún lugar en los que subsiste es del todo adecuado.

Fuera del espacio propio, de contemplación de la verdad y discusión sobre ella, la filosofía es una presencia incómoda y a su vez no puede encontrar su sitio. Su lugar es ninguno y lo son todos. Es probable que la práctica y el desarrollo de la filosofía en los tiempos que corren sólo sea concebible en condiciones de inadecuación, incomprensión y hasta hostilidad. Quizá nunca fue de otro modo, y lo que estamos viendo es que cada vez más el oficio y la misión del filósofo se debate entre tensiones imposibles de resolver: mantener una fuerte vinculación con la realidad pero sin dejarse absorber por ella, y conseguir que esa realidad acepte el valor de la filosofía, aun cuando le enrostre verdades desagradables.

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