El Libro del Apocalipsis, el Fin del Mundo y Jehová (extracto del ensayo Satanás, ¿lo conoció Jehová?

July 22, 2017 | Autor: Amaury Pichardo | Categoría: Cristianismo
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Descripción




El Libro del Apocalipsis, el Fin del Mundo y Jehová
(extracto del ensayo Satanás, ¿lo conoció Jehová?

























Amaury Pichardo Fernández

Como vemos, los "siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer", es una referencia clara a Roma, alusión que de manera absoluta se torna diáfana "para la mente que tenga sabiduría", cuando el autor indica que se refiere a "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra." La única ciudad que se asentaba sobre siete montes y que reinaba sobre los reyes de la tierra a finales del siglo I e.c., era Roma, la capital del imperio que dominaba una gran parte del mundo conocido, y cuya destrucción es anunciada con gran alboroto en la visión de la testa generadora de este relato: "Ha caído, ha caído la gran Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación (14:8, RV), "y viendo el humo de su incendio, dieron voces diciendo: ¿qué ciudad era semejante a esta gran ciudad? (18:18, RV).

Así que sin ninguna vacilación podemos decir que el divino escritor de la aterradora obra seleccionada tardíamente al canon cristiano (en el siglo IV e.c. el historiador de la iglesia católica Eusebio de Cesárea, lo contaba entre los libros espurios), esperaba el fin del mundo en su tiempo inherente, pues para rematar, solo preste atención a lo que sale de su propio estilo:

"La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben de suceder pronto" (1:1);

"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca" (1:3);
"He aquí, yo vengo pronto" (3:11);

"Porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie" (6:17);

"Y el señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que han de suceder pronto" (22:7);

"¡He aquí, vengo pronto!" (22:7);

"No selles las palabras de las profecías de este libro, porque el tiempo está cerca" (22:10);

"He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra" (22:12). Este verso, de paso, entierra la hipótesis paulina de que la salvación cristiana es por la fe en la muerte y resurrección de Jesucristo.

El poeta apocalíptico no quiere el mínimo residuo de duda, y en el penúltimo verso asegura que "El que da testimonio de estas cosas dice: 'Ciertamente vengo en breve'." (22:20). (Todas las citas son de la RV 1960).

En el capítulo 18, verso 21, el complicado autor del Apocalipsis declara: "Así serás tú echada abajo, Babilonia, la gran ciudad, y nunca más te volverán a ver". Si es Roma la ciudad de referencia, la profecía falló porque la capital de Italia sigue viva, y, por los avances del mundo moderno, mucho mejor que antes. Pero si es Babilonia, el problema es peor, pues cuando ya sólo grupos itinerantes eran sus habitantes, ella cobra nueva vida en el último libro de la colección de escritos llamada Nuevo Testamento.

De modo que si Revelaciones es el anuncio del fin del mundo, no albergamos incertidumbre de que su oráculo falló, pues 2 mil años es tiempo más que suficiente para su realización. Y en este desacierto cayó también Jesús y el grueso de los autores cristianos. Veamos una importante relación de citas, cuya inclusión aquí está más que justificada por la espesa bruma que sobre el tema cierne el interés avieso de los centros de dirección de la religión que tan noblemente profesan tantos millones de personas en el mundo. Centros de dirección que teniendo como objeto su beneficio propio, han convertido la milenaria religión cristiana en la corporación Jesucristo Inc.:

"Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: 'Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado'." (Mateo, 4:17);

"Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera" (Juan, 12:31);

"Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabareis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre'. " (Mateo, 10:23);

"De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mateo, 16:28);

Jesús también les dijo:
—Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán hasta que vean el reino de Dios llegar con poder" (Marcos, 9:1).
"De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca" (Mateo, 24:34);

"El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio" (Marcos, 1:15);

"El sumo sacerdote le dijo: 'En el nombre del Dios viviente te ordeno que digas la verdad. Dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios'. Jesús contestó: 'Tú lo has dicho. Y yo les digo también que ustedes van a ver al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo'." (Mateo, 26:63-64, DHH). Jesús asegura al jefe de la justicia judía que él mismo verá la venida del Hijo del Hombre, o sea, que el sumo sacerdote estaría vivo. Y como cosa curiosa, el Hijo de Dios parece diferenciarse del Hijo del Hombre.

Juan el bautista dice a los que vienen a ser bautizados por él: "¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Lucas, 3:7);

"Pero esto sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros" (Lucas, 10:11);

El milagro de Pentecostés en el capítulo 2 del libro Hechos de los Apóstoles, no es más que una señal en su tiempo del fin de los tiempos: "Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen" (versos 3 y 4); "Estos no están ebrios como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 'Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños. Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán" (versos 15-18). Para Pedro, que es quien hace la defensa, él estaba ya viviendo los últimos tiempos.

"Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen" (I Corintios, 7:29);

"Y fue puesto en las escrituras para los que vivimos en estos últimos tiempos" (I Corintios, 10:11, DHH);

"Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados" (I Corintios, 15:52). Pablo esperaba estar vivo cuando se tocara la trompeta del fin del mundo.

"Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el señor" (I Tesalonicenses, 4:15-17). "Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios" (I Tesalonicenses, 5:6).La probabilidad del canto del gallo para ser más claro es realmente nula. Pablo estaba convencido como profeta apocalíptico, de que él vería el fin del mundo de un momento a otro. Vemos también que el esperado rapto de un cándido segmento del orbe cristiano, no rebasa los límites estrechos de la ilusión pueril, ya que lo que fuera a suceder tendría lugar dos mil años atrás.

"Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado" (Hebreos, 9:26);

Santiago, capítulo 5:"Habéis acumulado tesoro para los días postreros" (Verso 3); "La venida del Señor se acerca" (Verso 8). Se acerca, ¡hace dos mil años!

"Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración" (I Pedro, 4:7);

(Exceptuando I Corintios, 10:11, y Mateo, 26:63-64, todas las citas son de la RV 1960).

¡Hermanos cristianos, desengañaos, el fin del mundo del Apocalipsis jamás vendrá!

Este libro, del que los cristianos gustan tanto, no fue siempre tan apreciado. "El obispo Dionisio de Alejandría (fallecido en 264-265 e.c.), discípulo de Orígenes, y apodado 'el Grande', negó categóricamente que Juan fuese el autor del Apocalipsis. El obispo Dionisio señala que ya los primitivos cristianos han 'negado y rechazado' la 'Revelación de Juan'. 'Pusieron reparos a todos y cada uno de los capítulos, y declararon que la obra carecía de sentido y unicidad, y que el título era falso. Afirmaron en concreto que no procedía de Juan (el apóstol), y que no eran desde luego, revelaciones, pues aparecían rodeadas de multitud de cosas. El autor de esta obra no fue ninguno de los apóstoles, ningún santo y ningún miembro de la iglesia, sino Cerinto, que quería dar un nombre creíble para su falsificación y también para la secta de su mismo nombre'." (Historia Criminal del Cristianismo, –Karlheinz Deschner).

De todo esto está lleno el Nuevo Testamento, de escritos fraudulentos e impostores haciendo de profetas. Y Al objeto de ponerse a resguardo de estos fallidos augures, Jehová sentencia en Deuteronomio, capítulo 18, verso 22: "Si lo que el profeta ha dicho en nombre del señor no se cumple, es señal de que el Señor no lo dijo, sino que el profeta habló movido solo por su orgullo." Si esto es Palabra de Dios, ¿no sería lícito usar esta sentencia como rasero divino en las propias profecías del Santo de Israel? Veamos.

En II Samuel, capítulo 7, verso 16, el Dios judío hace una promesa a David que no pudo ser más fallida porque no había más posibilidad de serlo: "Tu dinastía y tu reino estarán para siempre seguros bajo mi protección, y también tu trono quedará establecido para siempre." Si damos por cierta la existencia de la monarquía unida, esta promesa comenzó a hacerse añicos a la muerte de su hijo Salomón, tras la cual esta monarquía se dividió en dos: el reino de Israel, en el norte, donde ya no había descendientes de David en el trono, y el reino de Judah, en el sur. Señalemos solo de pasada que de acuerdo a los hallazgos arqueológicos modernos en el área, y según Finkelstein y Silberman, en el tiempo en que supuestamente existieron David y Salomón no hubo ni monarquía unida ni el imperio que relata la Biblia, y si estos reyes existieron, no pasaron de ser dos caciques locales sin ninguna importancia en la política regional. No hay referencia histórica ni muestra arqueológica alguna de su grandeza.

La dinastía davídica se mantuvo en Judah hasta el 586 a.e.c., cuando el último rey descendiente de David, Sedequías, cobardemente escapó abriendo "un boquete en las murallas de la ciudad" (II Reyes, capítulo 25, verso 4, DHH), pero con tan mala suerte que fue capturado, y Nabucodonosor "mandó que le sacaran los ojos y que lo encadenaran para llevarlo a Babilonia" (II Reyes, capítulo 25, verso 7, DHH). Después de Sedequías jamás ha habido un rey de la estirpe de David en el trono de Judah, ni tampoco Judah, pues este país desapareció para siempre bajo el peso del rodillo militar de las implacables huestes de Nabucodonosor. Y aquí, mi amigo Rafael Saint-Amand diría apropiadamente la frase del gran poeta César Vallejo: ¡Que jamás de jamases, tu jamás!

De seguro Jehová y los profetas no hubiesen errado, de haber obtemperado a Eclesiastés, capítulo 8, versos 6 y 7: "Pero el gran problema del hombre es que nunca sabe lo que va a suceder, ni hay nadie que se lo pueda advertir." ¡Frase lapidaria!


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