EL INTERÉS NACIONAL EN LUCAS ALAMÁN Y LOS ORÍGENES DE UNA POLÍTICA EXTERIOR DE PRINCIPIOS

June 8, 2017 | Autor: Víctor Kerber | Categoría: Mexico History, Mexico's foreign policy
Share Embed


Descripción

EL INTERÉS NACIONAL EN LUCAS ALAMÁN Y LOS ORÍGENES DE UNA POLÍTICA EXTERIOR DE PRINCIPIOS

Víctor Kerber Palma Diplomático e historiador

A mi padre

2

“La búsqueda de un futuro siempre termina con la reconquista de un pasado”. Octavio Paz “Si mi trabajo diese por resultado hacer que la generación venidera sea más cauta que la presente, podré lisonjearme de haber producido el mayor bien que puede resultar del estudio de la historia, pero si los males hubieren de ir tan adelante que la actual nación mejicana, víctima de la ambición extranjera y del desorden interior, desaparezca para dar lugar á otros pueblos, á otros usos y costumbres que hagan olvidar hasta la lengua castellana en estos países, mi obra todavía podrá ser útil para las naciones americanas”. Lucas Alamán [1849]

3

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I DEFINICIÓN DE UNA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADO 1. MÉXICO NACIÓ INTERVENIDO 2. LUCAS ALMÁN Y EL INTERÉS NACIONAL 2.1 Primeros escarceos diplomáticos 2.2 Las intrigas de Poinsett 2.3 Intereses británicos en México 2.4 España: afanes de reconquista 2.5 Injerencias de Bolívar 3. LA LEY ALAMÁN DE 1830 3.1 La Comisión de Límites 3.2 Reacciones frente a la Ley Alamán 3.3 Gómez Farías y el asunto texano

CAPÍTULO II AMBICIONES DE LAS GRANDES POTENCIAS EN MÉXICO 1. EL AMBIENTE DE INTERVENCIONISMO 1.1 Texas y el Destino Manifiesto 1.2 Intervención a causa de unos pasteles 1.3 Deuda y reclamaciones

4

2. LA DIPLOMACIA CONTRA EL EXPANSIONISMO 2.1 Los debates al inicio de los cuarenta 2.2 Iniciativa alamanista para contener la expansión estadounidense 2.3 Balance a veinte años de independencia 2.4 Enunciación de una política exterior de principios 2.5 Diplomacia en tiempos de guerra 2.6 El triste deber de Mister Trist

CAPÍTULO III EL SÍNDROME DEL INTERVENCIONISMO 1. RECUENTOS DE LO SUCEDIDO 1.1 Opinión pública en la posguerra 1.2 Contexto mundial en 1848 2. POLARIZACIÓN PARTIDISTA 2.1 La mira en Tehuantepec 2.2 Muerte de Alamán y su secuela 2.3 Venta de La Mesilla 2.4 México como protectorado 2.5 MacLane-Ocampo o Mon-Almonte 3. RACIONALIDAD DE LA DIPLOMACIA CONSERVADORA 3.1 Paradojas del intervencionismo 3.2 Intervención por invitación

5

3.3 Encrucijadas del archiduque 3.4 Diplomacia maximiliana 4. SE INVIERTE LA TRAMA 4.1 Romero, promotor del intervencionismo 4.2 Plagio final del alamanismo

6

Introducción La interpretación de la historia que prevalece en las escuelas de México por lo general exhibe a los conservadores decimonónicos, a cuya cabeza estuvo Lucas Alamán, como agentes del mal que el devenir condujo a la derrota. Los conservadores se nos presentan como traidores que querían hacernos retornar al “oscurantismo” de la Colonia, además de pretender la desnacionalización y entrega de la soberanía a intereses extranjeros. Gastón García Cantú es un ejemplo. Según él, “los conservadores se hicieron, por una meditada elección, extranjeros en su patria [y] borraron hasta la menor huella de la tradición diplomática de México”. 1 La obra que se presenta cuestiona semejante argumento. Afirmo, por el contrario, que algunas de las posiciones más aguerridas en defensa de la integridad territorial, cultura, tradiciones y minorías indígenas, fueron causas por las que lucharon los conservadores mexicanos. En consonancia con la obra filosófica de Walter Benjamin de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo,2 me interesa rescatar la visión de Alamán y el bando conservador en torno a la preservación de la soberanía y defensa del interés nacional. Y es porque los conservadores tenían una noción bastante clara de las vulnerabilidades de México. Fueron ellos, no los liberales, los que vieron en Estados Unidos a un peligro crónico, de ahí que se alistaran a preparar cuadros de diplomáticos para la defensa del país con gente como Luis G. Cuevas, Bernardo Couto, Manuel Eduardo de Gorostiza, e incluso Juan Nepomuceno Almonte, José María Gutiérrez de Estrada y José Manuel Hidalgo. Estoy convencido de que hemos cometido con el bando conservador del Siglo XIX una injusticia que merece revisarse. Aquellos a quienes se nos enseñó a odiar como antipatriotas, mojigatos y cerrados de mente, en realidad fueron personajes lúcidos y acérrimos defensores de la soberanía frente al acoso de las grandes potencias; esto casi no se justiprecia en la historiografía. Dice Benjamin: “Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra”3; a esa cita me gustaría acudir. 1

Gastón García Cantú, Idea de México; la derecha, v.5, México, FCE, Conaculta, 1991, p.82. Walter Benjamin, Obra de filosofía de la historia, Tr. De Jesús Aguirre, Madrid, Taurus, 1973. 3 Benjamin, Obra. 2

7

Las preguntas que responderé son las siguientes: ¿Cómo concebía Alamán el interés nacional después de la independencia? ¿Qué características imprimió en la corriente diplomática que encabezó, toda vez que en varias ocasiones él y sus allegados ocuparon la cartera de Relaciones Exteriores? ¿Qué contribuciones hicieron los conservadores al cuerpo doctrinal de la diplomacia mexicana, toda vez que no admito que fueron extranjeros en su patria por una meditada elección como dice García Cantú? ¿Cuál es el origen del anti intervencionismo como principio del quehacer internacional de México? La obra comprende tres capítulos. En el primero se expone el concepto de interés nacional en Lucas Alamán y la definición gradual de una política exterior de estado al consumarse la independencia. En el segundo veremos cómo la diplomacia mexicana se movió en un ambiente de intervencionismo que culminó con la pérdida de territorios frente a Estados Unidos; el capítulo concluye en 1848, año fatal para la memoria colectiva de los mexicanos. En el capítulo final se distingue el trauma colectivo que agudizó en los conservadores las suspicacias y radicalizó sus posturas; dicho trauma se designa aquí como “síndrome del intervencionismo”. A manera de hipóobra, sostengo que para Lucas Alamán, cabeza del conservadurismo mexicano en el Siglo XIX, la preservación íntegra de la soberanía cultural y territorial heredada de España debía estar en el interés nacional del México independiente. Por otra parte, al identificarse a Estados Unidos como una amenaza real contra la soberanía, Alamán estableció una corriente diplomática profesional cuya misión era defender la integridad e identidad de la joven nación. Ante el trauma colectivo derivado de la pérdida de territorios frente a Estados Unidos en la guerra de 1847, las posiciones conservadoras se recrudecieron hasta el extremo de buscar en un caudillo desprestigiado (Santa Anna) y un monarca extranjero (Luis Napoleón) a los aliados necesarios contra el intervencionismo estadounidense. Fueron las manifestaciones de un síndrome que trascendió hasta un siglo después. Los orígenes de una política exterior de principios, por consiguiente, se encuentran en la definición y defensa del interés nacional que llevó a cabo el bando conservador en consonancia con la línea diplomática trazada por Lucas Alamán, no por Benito Juárez con su famoso apotegma de julio de 1867. 8

Esta obra pretende reivindicar el nacionalismo conservador por lo menos en dos facetas: La primera es la defensa de los valores y tradiciones hispánicas enraizadas en México, y que Alamán consideraba como parte de la identidad mexicana, por eso había que preservarlos o conservarlos. En consonancia con Edmund Burke, para Alamán la historia sigue un curso natural; los desviacionistas de ese curso natural eran aquellos que asumían la independencia de México con intenciones de erradicar la presencia española y evaporar trescientos años de coloniaje; o peor aún, aquellos que pensaban en la integración a los valores y tradiciones anglosajonas. La segunda reivindicación que pretendo y que mayormente ocupará mi atención, es la cara anti intervencionista del conservadurismo mexicano que dio origen al principio de no intervención consagrado en el Artículo 89 Párrafo X de la Constitución Mexicana en vigor. Intento así acceder a una realidad que suelen negar los apologistas de la hermenéutica maniquea. Hay mucho escrito acerca de las supuestas proezas de nuestra política exterior y de nuestra difícil relación con el vecino anglosajón. La bibliografía es abundante en torno a la guerra de 1847 y su secuela, mas no hay fuentes suficientes que interpreten este parteaguas de nuestra historia como un trauma del devenir, trauma que acentuó los sentimientos anti intervencionistas. Sin la descripción de esta circunstancia no sería explicable la contradicción en la que cayó el bando conservador tras la derrota militar en Calpulalpan en 1860, y que lo llevó a buscar apoyo entre las monarquías europeas. El conservadurismo mexicano no se entiende sin su contraparte, el liberalismo, tema que sí se ha abordado en la historiografía hasta la saciedad. Un panegirista del liberalismo mexicano ha llegado al extremo de sostener que “antes de la llegada de Hernán Cortés a costas veracruzanas ya había una cultura liberal, que convertida en culto generoso, luchaba contra toda clase de esclavitud”.4 Con mayor crédito, don Jesús Reyes Heroles sostenía que existe una continuidad, un hilo conductor entre el liberalismo reformista del siglo XIX y el nacionalismo revolucionario del siglo XX. “El liberalismo no es únicamente un 4

Hernando Castillo Guerra, Diálogos en el Panteón Liberal de México, v.1, Nuevo Léon, UANL, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1999, p.28. 9

largo trecho de nuestra historia –escribió-, sino que constituye la base misma de nuestra actual estructura institucional y el antecedente que explica, en buena medida, el constitucionalismo social de 1917”.5 La historiografía de los años posrevolucionarios está colmada de interpretaciones poco ecuánimes sobre el legado de Lucas Alamán y los conservadores. Abundan más bien los denuestos como las obras de García Cantú o los murales del Palacio Nacional pintados por Diego Rivera. Excepción distinguible es la de José Vasconcelos, quien en 1934 publicó un libro titulado Bolivarismo y monroísmo en el que confiesa: Lo que me parece probado, pero poco sabido es que el primer intento de asestar un golpe a la doctrina del monroísmo, se debe a Lucas Alamán, el mexicano… [suspensivos en el original] ¿Qué es eso?, va a exclamar un noventa por ciento de mis lectores y tiene razón. Yo mismo mexicano de la clase letrada, vine a saber quién era en verdad Alamán sólo en la madurez de mi reflexión independiente. Anteriormente, Alamán era para mí, como para la mayoría de mis compatriotas, un reaccionario casi traidor y enemigo del pueblo…6

Autores como Arturo Arnáiz y Freg, Moisés González Navarro, José Valadés y Alfonso Noriega fueron en su momento quijotes a contracorriente. Por fortuna, investigaciones más recientes han ubicado la causa conservadora en una posición más equilibrada; buena parte de mi análisis tiene como antecedente los estudios de Reynaldo Sordo Cedeño, Jean G. Pascal, Érika Pani, Humberto Morales Moreno, Salvador Méndez Reyes y Lourdes Quintanillla, entre otros. Sobra decir que los escritos de Lucas Alamán y sus contemporáneos serán en la obra referencias obligadas. El principio de no intervención en los asuntos internos de otros estados fue enunciado en la llamada Doctrina Carranza de 1918, y suele interpretarse como una exégesis del famoso apotegma juarista sobre el respeto al derecho

5

Jesús Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, México, FCE, 1982, v.1, p.xiii. Una obra opuesta a la de de don Jesús sustentaría que las posturas estatizantes, centralizantes y proteccionistas que caracterizaron a los regímenes posrevolucionarios en realidad iban más en consonancia con el conservadurismo decimonónico que con el liberalismo, y que más bien es el neoliberalismo contemporáneo el que concurre con las posturas de los liberales mexicanos defensores del libre mercado y el adelgazamiento del Estado; amén de que en ambos la solución para ascender en la escala del desarrollo era la integración con Estados Unidos. 6 José Vasconcelos, Bolivarismo y monroísmo. Temas iberoamericanos, Biblioteca América 3; Santiago de Chile, Ercilla, 1937, p.10. 10

ajeno entre las naciones.7 Como he dicho, no sólo sostengo que la auténtica precursora de ese y otros principios fue la corriente diplomática de Lucas Alamán, sino que el anti intervencionismo es reflejo de un sentimiento colectivo de inseguridad a consecuencia del trauma que dejó la guerra de 1847. El intervencionismo es un acto violatorio de la soberanía de un país, sea por la vía armada o por otros mecanismos de coerción. Es importante distinguirlo de la injerencia; este último es un acto de intromisión a través de declaraciones por parte de agentes al servicio de un estado extranjero, o por medios ilícitos como el espionaje. Muchas veces un acto injerencista deriva en una intervención o una guerra, a menos que las pericias diplomáticas funcionen con oportunidad. En esta obra se utilizan los dos conceptos según el caso. Algunos observadores creen que el gran trauma existencial de México fue la Conquista. Octavio Paz hace al respecto una disquisición acerca de nuestro origen mestizo en El Laberinto de la soledad, y asume que al ser hijos de una Madre mítica que fue violada, o sea, “chingada”, los mexicanos llevamos a cuestas esa cicatriz.8 Agustín Basave, sin embargo, culpa a Joel Poinsett de ser él quien diseminó ese mito: Se le ha enseñado [al mexicano], erróneamente, que los conquistadores españoles –totalmente ajenos a él- sólo vinieron a violar a su madre india y a robar sus tesoros. Una prédica ininterrumpida de la leyenda negra, fomentada por los norteamericanos –Poinsett y su gran intriga- y esparcida por un crecido número de resentidos maestros normalistas, han terminado por intoxicar a la niñez mexicana y por producir la inseguridad del mexicano.9

Cuesta

trabajo

creer

que

Poinsett,

en

su

calidad

de

Ministro

plenipotenciario de Estados Unidos en México, deliberadamente se propusiera afectar la psiquis de una nación por varias generaciones como sugiere Basave. Lo que sí es probable es que su injerencia en la política mexicana haya 7

Dice Juan de Dios Gutiérrez Baylón:”En su enamoramiento cultural por el principio de no intervención, los mexicanos han llegado a extremos impredecibles, tales como el de autoconvencerse de que dicho principio consolidado en el derecho internacional general contemporáneo fuese una aportación propia y casi exclusiva de México a las bases del orden jurídico internacional […], encontrando las bases de dicho teorema en las proclamas formuladas por el presidente Juárez tras la restauración decimonónica de la República, seguidas por las posiciones carrancistas en el paroxismo del constitucionalismo revolucionario mexicano”. “La No Intervención” en Emilio O. Rabasa, coord., Los siete principios básicos de la política exterior de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2005, p.81. 8 Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, FCE, 1973. 9 Agustín Basave Fernández del Valle, Vocación y estilo de México. Fundamentos de la mexicanidad, México, Limusa, 1989, p.208. 11

derivado en la derrota y pérdida de los territorios del norte de México en 1847, dando pie a un trauma colectivo.10 Utilizaré la noción de síndrome para referirme precisamente a ese trauma existencial. Fue a consecuencia del síndrome del intervencionismo que las inseguridades se acentuaron y se agudizó el instinto de supervivencia nacional. Fue ese síndrome el que conmocionó a la corriente alamanista hasta el grado de que su partido se volcó hacia una diplomacia fallida que culminó en el Cerro de las Campanas.

Marco Teórico Para la elaboración de este trabajo resulta interesante la postura de Hayden White al romper en Metahistoria 11 con el supuesto de que la investigación histórica debe seguir una aproximación convencional basada en una búsqueda de acontecimientos sujetos a escrutinio, o bien, en argumentos explicativos estrictamente historiográficos, o bien, siguiendo una línea de escritura específica. White considera, por otra parte, que existe una confluencia entre los relatos históricos y los de ficción, a tal extremo que prácticamente se vuelve imposible distinguirlos en cuanto a su explicación y comprensión. En esto último coinciden pensadores como Jacques Derrida y Paul Ricoeur. Derrida se refiere al ámbito de la indecidibilidad, una especie de limbo que se reproduce a distintos niveles, siendo la historia uno de ellos. Y es que uno como lector ingresa a una dimensión indecidible cuando se abordan ciertos episodios históricos. El Siglo XIX mexicano está colmado de indecidibles, es decir, de narrativas que oscilan entre la realidad y la ficción, desde el Grito de Dolores hasta Juárez forjado en mármol y coronado con laureles en su hemiciclo. Los diez tomos de México a través de los siglos son indecidibles; las estampitas de 10

Para Edmundo O’Gorman el trauma gira en torno a la identidad mexicana. Ante nosotros ha crecido una nación poderosa sin entender por qué; mientras tanto, nos sumergimos en disputas acerca de qué tantas libertades conceder o qué tanto conservar de nuestro pasado. La nacionalidad fue real sólo con la fusión de liberales y conservadores en el Porfiriato; la Revolución, sin embargo, significó una reanudación del antagonismo. Edmundo O’Gorman, México, el trauma de su historia. Ducti amor patriae, México, Conaculta, 1999., passim. 11 Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992. 12

los héroes que venden en las papelerías lo son, e incluso lo ha sido la exposición La Patria en construcción conmemorativa del Bicentenario de la Independencia en el Palacio Nacional. Así como hay indecidibles, también abundan las teologizaciones en la trama general de nuestra historia patria. Nuestros héroes son inmaculados y capaces de enfrentar a los demonios y salir victoriosos gracias a que los bendice el espíritu de la libertad. Me dispongo entonces a deconstruir una trama que nos ha situado por generaciones en terrenos indecidibles; el propio Derrida afirmaba que “ninguna verdad trascendente y presente fuera del campo de la escritura puede gobernar teológicamente la totalidad del campo”.12 Aclaro que al hablar de deconstrucción a la manera derridiana estaré hablando de una estrategia, más que de un método. La estrategia consiste en intervenir de manera deliberada en ese campo indecidible que es la historia de la diplomacia mexicana. Mi “intervención”, o más apropiadamente mi interinvención para usar el término de Fernando García Masip13, se enfoca a la deconstrucción del origen de la política de principios que ha nutrido nuestras posturas internacionales. Paul Ricoeur en su ensayo La memoria, la historia, el olvido, sostiene que en su búsqueda de legibilidad el historiador “incrementa el ser” de la representación, es decir, le añade visibilidad, con lo que crea una imagen que se aleja de su referente histórico.14 Nuestro dilema, dice Ricoeur en otra de sus obras, está en el manejo del tiempo, ese recordar en el tiempo se llama historia, aunque advierte: mientras el novelista recuerda el tiempo y lo inventa, el historiador descubre los acontecimientos que ya han sido inventados.15 Este trabajo, en consecuencia, se abordará con una narrativa ajena a los patrones convencionales. No quiero caer en la descripción frígida porque me niego a admitir que Alamán y los conservadores decimonónicos fueran seres estáticos, casados con ideas siniestras e inamovibles como se les ha hecho 12

Jacques Derrida, Márgenes de la filosofía, Tr. Carmen González Marín, Madrid, Cátedra, 2008, p.41. 13 El psicólogo social Fernando García Masip considera el término inter-invención como más cercano al concepto original de Derrida. Fernando García Masip, El comcepto de comunicación a partir de la obra de Jacques Derrida, México, Universidad Iberoamericana, 2008, pp.37-46. 14 Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, FCE, 2004, pp. 307-370 15 Paul Ricoeur, Tiempo y narración, v.2., México, Siglo Veintiuno, 1998., pp.290-300. 13

ver, sino al contrario, eran sujetos de su tiempo a los que imagino fraguando día con día las estrategias para enfrentar los retos internos y ambiciones del exterior. A decir de Benjamin: “El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia.”16

16

Benjamin, Obra. 14

CAPÍTULO I DEFINICIÓN DE UNA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADO “¡Alamán! ¡Si algún día México empezara a existir, qué alto pondría tu nombre!” José Vasconcelos

Las cuatro décadas que van de 1808 a 1848 son importantes desde el punto de vista global; en junio de 1815 fue derrotado Napoleón Bonaparte y terminó así la etapa de inestabilidad y guerra que se inició con la Revolución Francesa. Para evitar otra situación como tal y establecer un equilibrio, el príncipe austriaco Clemens von Metternich convocó a un Congreso que reunió en Viena a representantes de las potencias europeas. Es en ese contexto que México se independizó; las ideas de libertad tanto como las de conservación se propagaron entre los mexicanos, amén de que los gobernantes tuvieron que ir definiendo sus políticas a partir de situaciones que ocurrían en otras latitudes Otro acontecimiento significativo fue la revolución industrial que inició a finales del siglo XVIII en Inglaterra, aunque su verdadero despegue sólo ocurrió cuando se vio la necesidad de elevar la producción para satisfacer la demanda de alimentos y textiles después de las guerras napoleónicas. La Gran Bretaña se colocó a la cabeza del capitalismo industrial y eso impresionó a un sector de la élite criolla mexicana que la tomó como modelo de monarquía vanguardista La política exterior británica se enfocó sobre todo a abrir rutas de consumo de sus manufacturas, por lo que las ex colonias españolas recién independizadas representaban mercados apreciables. Los textiles británicos se abrieron paso en los mercados mundiales como se puede ver en la tabla a continuación; si en 1820 América Latina importó 56 mil yardas de textiles británicos, veinte años después la cifra casi se quintuplicó, convirtiéndose en una de las regiones de mayor celeridad en el consumo.

15

____________________________________________________________________________ Importaciones de textiles británicos [miles de yardas] ____________________________________________________________________________ 1820

1840

1860

Europa 128 200 201 Estados Unidos 24 32 227 América Latina 56 279 527 África 10 75 358 India 11 145 825 China 3 30 324 ____________________________________________________________________________ Fuente: Louis Bergeron, François Furet y Reinhart Koselleck, La época de las revoluciones europeas, 1780-1848, Historia Universal Siglo Veintiuno 26, México, Siglo XXI, 1988, p.177.

Un tercer acontecimiento que impactó sobre las conciencias criollas de México fue la independencia de Estados Unidos. Los más liberales vieron en la confederación de las trece colonias al modelo político deseable. El sistema republicano y federal garantizaba el perfecto equilibrio, y la proclama de John Adams de avocar a los Estados Unidos hacia un comercio libre, sin privilegios ni monopolios, se veía como el auténtico ideal de librecambio enunciado por Adam Smith.17

1. MÉXICO NACIÓ INTERVENIDO El miedo al intervencionismo extranjero dio lugar en México a un síndrome cuya génesis pudiera estar en el ocaso de la era colonial. No hay que olvidar que la metrópoli española fue ocupada por Napoleón entre 1808 y 1814, y que la respuesta de un amplio sector del criollismo ante el ultraje fue consonante con el de los patriotas alzados en Aranjuez, Madrid y Oviedo, o ¿acaso el cura Hidalgo no llamó a la insurrección bajo la consigna de ¡Viva el Rey! ¡Muera el mal gobierno!? Y es que Fernando VII representaba tanto para

17

C. Bradley Thompson, John Adams and the Spirit of Liberty, Kansas, University Press of Kansas, 1998, pp.48-55. 16

los españoles como para sus herederos en América el depositario de la soberanía violentada por los franceses. Miguel Hidalgo encendió un movimiento que su sucesor, el cura Morelos, definió mejor en sus Sentimientos de la Nación. El primer punto era resolutivo: “Que la América es libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía…”. El vigésimo rezaba: “Que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo…”.18 En esos párrafos se encontraba ya el origen de una actitud anti intervencionista y autodeterminativa que a la postre se convirtió en la base de una postura internacional. Para ciertos criollos ilustrados como fray Servando y Carlos María de Bustamante, la independencia significaba la recuperación de la soberanía perdida con la Conquista y la Colonia. El Imperio Azteca para ellos había constituido un orden y una realidad que Hernán Cortés quebrantó a sangre y fuego; la Nueva España fue un interregno, un paréntesis histórico que debía terminar. Y si la soberanía de Moctezuma había sido agredida por un régimen extranjero, la independencia no era más que la refundación de la Patria. En escrito fechado hacia 1820, Fray Servando llamaba a pedir auxilio de Estados Unidos para consumar esa refundación.19 Otra visión era la de Lucas Alamán, quien combatió la falta de respeto hacia la herencia española de México y se opuso a la idea de que la independencia constituía un rompimiento necesario con esa herencia. Hernán Cortés había sido el fundador de una nación nueva sin importar si sus medios fueron violentos o no. Sus acciones al fin y al cabo condujeron hacia una obra progresista e imborrable; la Colonia significó un esplendor en la arquitectura, las letras, las artes, el comercio, la producción minera y las ciencias. Habían pasado tres siglos de estabilidad que forjaron una nación: la nación mexicana, basada en los principios hispánicos de autoridad, religión y propiedad. No cuestionaba la independencia sino la negación que otros hacían del pasado inmediato con argumentos que pretendían erradicarlo.

18

“Sentimientos de la Nación, de José María Morelos”, Álvaro Matute, Lecturas Universitarias 12, Antología, México en el Siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, UNAM, 1981, pp.224-225. 19 Servando Teresa de Mier, “¿Puede ser libre la Nueva España?”, en Obras completas, v.4, México, UNAM, 1988, p.101. 17

Alamán no sólo fue escritor prolífico sino la fuerza conductora de varios gobiernos; fue también promotor de las industrias y custodio del patrimonio cultural. México había heredado de España un territorio vasto e indivisible; al percibir las ambiciones de Estados Unidos concibió una estrategia de desarrollo y colonización para México cuya vertiente diplomática ocupa la atención de esta obra. No exagero al afirmar que su concepto de orden internacional era tan profundo como el de Metternich; el propio José María Tornel lo describía como una “aventajado discípulo” del artífice del equilibrio de poderes en Europa.20 Alamán consideró importante la unión de los países hispanoamericanos, incluso con un enfoque más pragmático que el del propio Simón Bolívar, ya que maquinó la construcción de un frente que actuaría como disuasivo del expansionismo estadounidense. Aglutinó y dio consistencia a un modo particular de hacer diplomacia, si por tal hemos de entender el arte de negociar a favor del interés nacional. La tragedia de 1848 fue un golpe que obligó a nuestro

personaje

a

acentuar

su

conservadurismo,

visto

como

una

consecuencia y no como una negación del nacionalismo mexicano en ciernes. Para comprender mejor la dimensión de su talento y su perspectiva como estadista, conviene ubicar el momento histórico.

2. LUCAS ALMÁN Y EL INTERÉS NACIONAL Don Lucas ha despertado lo mismo admiración que encono. Algunos lo han visto como un conservador recalcitrante, fundador del partido que repatrió a Santa Anna, invitó a Maximiliano y se alió con Napoleón III; me sumo, no obstante, a la corriente que lo ve como un hombre de progreso y clarividencia. José C. Valadés, Charles Hale, Moisés González Navarro, Andrés Lira y María del Carmen Velázquez han resaltado diversos aspectos de su obra como historiador, político y economista. Lourdes Quintanilla se ha ocupado de su perfil nacionalista, y autores como Quinton Lamar, Salvador Méndez Reyes,

20

José María Tornel y Mendívil, Breve reseña histórica de los acontecimientos más notables de la nación mexicana desde el año de 1821 hasta nuestros días, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, INEHRM, 1985, p.26. 18

Carl

Donathan

y

Jeanne

Pascal

Gargiulo

han

examinado

su

rol

internacionalista. Reitero aquí que para Alamán la preservación de la soberanía cultural y territorial heredada de España debía hallarse en el centro del interés nacional del México independiente. Una vez identificado Estados Unidos como una amenaza real contra la soberanía, Alamán encabezó una corriente diplomática profesional cuya misión era defender la integridad e identidad de la joven nación frente al acoso de su vecino; a esta corriente se sumarían varios otros diplomáticos y militares como el general Manuel Mier y Terán. Principios clásicos de la doctrina internacionalista de México como la no intervención, autodeterminación, igualdad y reciprocidad, por consiguiente, tienen su verdadero origen en la diplomacia alamanista de defensa de la soberanía.

2.1 Primeros escarceos diplomáticos Durante la revolución de independencia las actividades diplomáticas y de espionaje entre insurgentes y realistas fueron intensas. A los caudillos de la independencia les importaba dar a conocer la justicia de su movimiento ante el mundo y obtener provisiones y armamentos. Una misión fue la de Francisco Antonio de Peredo, quien en 1813 llevó a los Estados Unidos el encargo de Ignacio López Rayón de negociar apoyos, aunque todo indica que no lo logró debido a la “gran falta de conocimientos de las formas usuales, y también de la naturaleza del gobierno de los Estados Unidos”, según dice Alamán.21 Otra misión fue la de Juan Pablo Anaya, quien se dirigió a Estados Unidos en compañía de un agente norteamericano de apellido Humbert que había venido a observar la situación en México.22 Anaya se vio envuelto en la guerra de 1812 entre Estados Unidos y Gran Bretaña; a su regreso aseguró que vendrían miles de voluntarios y que para muestra lo acompañaba un médico llamado John Robinson, eso acrecentó las esperanzas de los

21

Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, v.3, México, Editorial Jus, 1942, p.320. 22 Alamán menciona que la visita de Humbert “habia excitado tan grandes esperanzas”, que Carlos María de Bustamante preparó una misiva dirigida al “nuncio católico” de Estados Unidos solicitándole apoyo para los católicos de Nueva España. Ibidem, v.4, p.122. 19

insurgentes y por ende se dispuso que José Manuel de Herrera encabezara junto con Peredo y Cornelio Ortiz de Zárate otra misión destinada a contratar voluntarios yanquis en Nueva Orleans.23 Lo más que logró fue reclutar a un coronel francés, un oficial portugués y algunos aventureros.24 Mención aparte merece la expedición del español Francisco Xavier Mina, versión decimonónica del Ché Guevara, quien se internó en México junto con Fray Servando y Ortiz de Zárate en abril de 1816 a la cabeza de una legión multinacional de soñadores con la causa de la libertad. Mina constituyó un dolor de cabeza para los realistas por su habilidad para internarse y levantar el clamor de la gente. Su lance terminó el cuatro de agosto de 1817 con su fusilamiento; de Mina, Alamán expresó: “Su expedición fue un relámpago que iluminó por poco tiempo el horizonte mejicano […]; habría sido acaso el que hubiese hecho la independencia de Méjico”.25 Con la muerte de los primeros caudillos de la independencia y la restauración de Fernando VII en el trono de España, se creía que el peligro de la subversión insurgente había pasado. En 1820, sin embargo, las tropas al mando del coronel Riego –que en España se alistaban para aplastar a los secesionistas hispanoamericanos- se sublevaron contra el rey y lo obligaron a reimplantar la Constitución de Cádiz. Su vigencia fue de unos meses hasta que el vizconde francés Chateaubriand decidió reprimir a los liberales españoles; el acontecimiento quedó perpetrado en los frescos de Francisco de Goya. Los vaivenes en Madrid desconcertaban a la élite novohispana; al percibir los realistas novohispanos que los peligros externos eran mayores que los internos, efectivamente optaron por una salida realista, es decir, se sumaron a la causa de la independencia. El virreinato se transformó en Imperio y don Agustín de Iturbide en Agustín I de México. Al proclamarse el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, don Lucas estaba en España donde fungía como diputado ante las Cortes. Junto con Mariano Michelena había presentado ya un plan para otorgar relativa independencia a los países hispanoamericanos; si bien era templado, dicho 23

Llevaba asimismo la encomienda de internar a Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural de Morelos, en una escuela de Nueva Orleans para que aprendiera la lengua inglesa. Cf. Ibidem, pp.257-258. 24 Ibidem, p.318. 25 Ibidem, p.402. 20

plan no fue aprobado por las Cortes debido a su contenido liberal. En su Historia de México Alamán habría de confesar que la iniciativa había sido producto del “fuego de la juventud y de una imaginación viva”26 En marzo de 1823 el guanajuatense volvió a pisar suelo mexicano y llegó a la Ciudad de México casi a la par del ejército que derrocó a Iturbide.27 El treinta y uno de ese mes se designó un gobierno provisional encabezado por los generales Bravo, Victoria y Negrete; a don Lucas se le nombró Secretario de Estado y del despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, y con esa investidura comenzó a desarrollar lo que en esta obra se considera como una auténtica escuela diplomática tendiente a fortalecer la soberanía y el prestigio del país en el concierto internacional. Pero volvamos a Iturbide. Al primer monarca de México le tocó la nada fácil tarea de organizar un gobierno con caníbales de la política, y en condiciones de bancarrota y de asedio por parte de las grandes potencias de la época. Su gobierno abarcó desde el Oregón actual hasta el Istmo de Panamá; eso espantaba tanto a los miembros del concierto europeo como a la unión estadounidense, e incluso a Simón Bolívar quien habría de manipular de manera oculta una conspiración contra el monarca mexicano a través del Ministro de Colombia en México, Miguel Santa María; ya me referiré al suceso más adelante. Fue en esos años que comenzó el endeudamiento externo del país y el éxodo de capitales con la huída de muchos españoles. Para restituir las fuentes de riqueza Iturbide recurrió a préstamos forzosos y a la elevación de impuestos, lo cual le hizo caer en la impopularidad. Tampoco gozaba de crédito externo porque las grandes potencias no reconocían aún al Estado mexicano, y el reconocimiento era indispensable para legitimar la existencia misma de México como nación independiente. Las nubes del intervencionismo se ciñeron sobre México prácticamente desde su independencia. En el centro de todo se hallaba el empecinamiento de España por reconquistar los territorios perdidos. Metternich y sus aliados se 26

Ibidem, v.3, p.38. Para semblanzas biográficas de Alamán véanse, José C. Valadés, Alamán, estadista e historiador, México, UNAM, 1977. Moisés González Navarro, El pensamiento político de Lucas Alamán, México, El Colegio de México, 1952. 27

21

negaron a otorgar el reconocimiento hasta en tanto la metrópoli española no lo hiciera. Tampoco el Vaticano reconoció al gobierno católico de Iturbide porque León XII, influido por España, llamó a través de una encíclica a “desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones” en la América hispana.28 Fuera del Perú, Chile y la Gran Colombia de Bolívar, nadie más otorgó el reconocimiento oficial al régimen iturbidista. Agobiado por las presiones y traicionado por gente en la que depositó su confianza, Iturbide dejó el poder el veinte de marzo de 1823 y se dirigió al destierro en Londres. Volvió en julio del año siguiente con la intención de servir a México, pero fue descubierto por Felipe de la Garza, su ex amigo, y éste ordenó su fusilamiento sin concederle mayor gracia en pleno centro de Padilla, Tamaulipas.

2.2 Las intrigas de Poinsett El ambiente pro estadounidense entre los liberales mexicanos le permitió a Joel Poinsett, comisionado por el presidente James Monroe como observador de la situación en México al asumir Iturbide la corona, realizar su labor con holgura. Uno de sus biógrafos –José Fuentes Mares- lo describe como un hombre cuyo rostro reflejaba concentración, inteligencia analítica y talento para la acción;29 añade que fue un idealista, mas “no un irrealista al modo de los pícnicos tropicaloides que luego encontró hacia el Sur”.30 Llama la atención de Fuentes Mares su poco, casi nulo, interés por las mujeres, para luego advertir que su personalidad atractiva le formó un séquito de “amigos entusiastas, férvidos admiradores”, entre los que destacaban Lorenzo de Zavala, Miguel Ramos Arizpe, Juan de Dios Cañedo y Valentín Gómez Farías. 31 Tornel lo describe como un “genio artero” con modales corteses, fino trato y gracia para expresarse en español.

28

Luis Medina Ascencio, México y el Vaticano. La Santa Sede y la emancipación mexicana, México, Jus, 1965, p.73. 29 José Fuentes Mares, Poinsett. Historia de una gran intriga, México, Editorial Jus, 1975, p.17. 30 Ibidem, p.18 31 Ibidem, p.22. Alamán se refiere al grupo como “individuos llenos de ambición y de menos respetables conexiones”, Alamán, Historia, p.517. Véase también Victoriano Salado Álvarez, Poinsett y algunos de sus discípulos, México, Editorial Jus, 1968. 22

Así fue –continúa- haciéndose cabida poco a poco, hasta lograr atraerse a algunos mexicanos que eran depositarios de los secretos de estado, y que poniendo en juego sus malas pasiones, tanto le sirvieron cuando juzgó que era 32 llegado el momento de desarrollar sus planes maquiavélicos.

Producto de sus intrigas fue la creación de la Logia de York, o de los yorquinos, como alternativa a la Logia Escocesa, así llamada por su inclinación a favor de Inglaterra. Como republicano procuró con éxito debilitar las bases del Imperio Mexicano; su estrategia, sin embargo, estaba sobre todo enfocada a neutralizar la influencia del Ministro inglés Henry Ward. Poinsett habría de jugar así un papel decisivo en el gradual intervencionismo estadounidense que desembocó en la guerra de 1847. Los yorquinos asumían el federalismo como un credo, y no percibían en aquel famoso discurso del presidente James Monroe de diciembre de 1823 – sintetizado en el lema “América para los americanos”- ningún asomo de riesgo, al contrario, suponían que la proclama constituía un valladar contra el intervencionismo europeo.33 Su embeleso los llevó a adoptar la Constitución estadounidense como prototipo,34 y hasta el nombre oficial de México pasó a Estados Unidos Mexicanos en la Constitución de 1824 en un Congreso Constituyente presidido por Zavala. En realidad el artífice de la Doctrina Monroe fue el Secretario de Estado John Quincy Adams, representante de una corriente panamericanista en la política exterior de su país que favorecía la negociación y se oponía al uso de la fuerza en las relaciones internacionales. Eso no significaba, como veremos en el siguiente capítulo, que Adams no creyera en el Destino Manifiesto para Estados Unidos, es decir, la idea generalizada de que el pueblo 32

Tornel, pp.38-39. A continuación, extractos del discurso de Monroe: En las guerras de las potencias europeas, que tienen por objeto asuntos que sólo a ellas incumben, jamás hemos tomado participación, ni es compatible con nuestra política hacerlo […]. Necesariamente estamos interesados de una manera más directa en los acontecimientos de este hemisferio […]. La sinceridad y las relaciones amistosas que existen entre los Estados Unidos y aquellas potencias, nos obligan a declarar que consideraríamos un peligro para nuestra paz y seguridad cualquiera tentativa de parte de ellas que tuviera por objeto extender su sistema a alguna porción de este hemisferio… Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquiera porción de ambos continentes americanos sin poner en peligro nuestra paz y felicidad […]. Es, por lo tanto, imposible que consideremos con indiferencia tal intervención, sea cual fuere la forma bajo la cual se presente. Cfr. Carlos Pereyra, El mito de Monroe, Buenos Aires, Editorial Jorge Álvarez, 1969, pp.85-86. 34 Para Alamán, La Constitución de 1824 no era más que “un injerto monstruoso de la de los Estados Unidos sobre la de Cádiz de 1812”. Alamán, Historia, v.5, p.718. 33

23

estadounidense estaba destinado por Dios a hegemonizar en las Américas.35 Entre las instrucciones que le giró a Poinsett estaba, por ende, la de sondear la disposición mexicana de vender el territorio de Texas. Alamán desconfiaba del candor diplomático de los vecinos ya que contaba con información de su antecesor en el Ministerio de Relaciones Exteriores, José Manuel de Herrera, a quien ya mencioné como cabeza de una misión a Estados Unidos para gestionar apoyos a la causa independentista. Herrera aprendió en su viaje a interpretar las pretensiones estadounidenses y con tal prevención redactó sus instrucciones a José María Zozaya, el primer enviado extraordinario y Ministro plenipotenciario de México en aquel país. En las instrucciones que recibió Zozaya se evidencia la preocupación del Gobierno mexicano al recomendar la observancia de "las miras que pueden tener [los gobernantes estadounidenses] en cuanto a extensión de los límites de la Luisiana y Floridas; si están o no conformes con los últimos tratados celebrados en España [se refería a los tratados limítrofes Adams-Onís de 1819]; y si meditan o tal vez se han verificado, algunos nuevos establecimientos que de cualquier suerte pueden perjudicar al Imperio." 36 Zozaya no tardó en percibir el desprecio hacia México y el Imperio de Iturbide. En la soledad decembrina de 1822 escribió: La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales sino como inferiores; su envanecimiento se extiende en mi juicio a creer que su Capital lo será de todas las Américas; aman entrañablemente a nuestro dinero, no a nosotros, ni son capaces de entrar en convenio de alianza o comercio sino por su propia conveniencia, desconociendo la recíproca. Con el tiempo han de ser nuestros enemigos jurados, y con tal previsión los debemos tratar desde hoy, que se nos venden amigos, de cuyo modo debemos conducirnos oficial y privadamente [...] En las sesiones del Congreso General y en las sesiones de los estados particulares, no se habla de otra cosa que de arreglo de ejército y milicias y esto no tiene sin duda otro objeto que el de miras ambiciosas sobre la Provincia de Texas.37

Poinsett, activo desde los albores del régimen iturbidista pero investido como Ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en marzo de 1825, se 35

Reginald Horsman, La raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, México, FCE, 1985. 36 Citado en La diplomacia mexicana. Prólogo de Federico Gamboa, México, SRE, Artística, 1910, v.1, p.85. 37 Ibidem, p.103. 24

presentó ante Alamán con instrucciones de negociar un tratado de amistad y comercio con trato preferencial para su país; frenar los intentos mexicanos de independizar a Cuba, y sondear la disposición de México de vender el territorio texano. Pero se topó con la horma de su zapato. Alamán no sólo rechazó cada uno de los planteamientos sino que además expuso el desacuerdo de México con la práctica de la extraterritorialidad, es decir, el supuesto derecho de las potencias a proteger a sus ciudadanos en el extranjero como si fueran inmunes a las leyes locales.38 La codicia que don Lucas percibió en los estadounidenses lo llevó a simpatizar con la realización de la unión anfictiónica de Bolívar a manera de contrapeso, y con pretensiones más asequibles que las del Libertador. Alamán buscaba concretar con los países hispanoamericanos una unión económica, es decir, una zona de libre comercio que abarcara hasta Argentina. Para tal fin, concluyó con Colombia un tratado que constituiría un modelo de respeto a las soberanías y al principio de reciprocidad: el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre México y Colombia. Méndez Reyes relata que el tratado fue ratificado por el Congreso mexicano el día último de 1823, tras habérsele realizado enmiendas para impedir posibles intervencionismos en contra de enemigos políticos internos en ambos países;39 esto último porque existían precedentes de intromisión por parte de Simón Bolívar en los asuntos internos de México. De manera simultánea, y no por casualidad, James Monroe emitía su famosa doctrina. El tratado contenía dos cláusulas dignas de mención: Una en la que se sentaba el compromiso de acercarse a los demás países de Hispanoamérica con el fin de invitarlos a conformar un pacto multilateral de unión, liga o confederación. Y otra en la que se proponía el establecimiento de una Asamblea General de plenipotenciarios de todos esos países que concretara la unión de manera “sólida y estable”, además de servir como foro de debate para

38

Jeanne Gabrielle Pascal Gargiulo, Lucas Alamán, Mexican conservatism, and the United States: A history of attitudes and policy, 1823-1853, Obra doctoral, Fordham University, 1992, pp.158-176. Según Donathan, Poinsett expresó las intenciones de su gobierno “con aparente candor”. Carl Dale Donathan, Lucas Alamán and Mexican foreign affairs, 1821-1833, s.l., Duke University, Department of History, Tesis de doctorado, 1967, p.126. 39 Salvador Méndez Reyes, El hispanoamericanismo de Lucas Alamán (1823-1855), Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades, UNAM, 1996, pp.128-132. 25

dirimir conflictos y peligros comunes, y como “juez árbitro y conciliador en sus disputas y desavenencias”.40 Al año siguiente, en su calidad de jefe de Estado del recién independizado Perú, Bolívar lanzó la convocatoria a una Asamblea de países americanos a celebrarse en Panamá; pese a que su invitación fue dirigida a los hispanoamericanos, dejaba abierta la posibilidad de agregar a Estados Unidos. El Canciller de Colombia (recuérdese que Panamá formaba parte de Colombia), Pedro Gual, fiel a Bolívar, instruyó entonces a su ministro en Estados Unidos para que invitase al gobierno norteamericano a sumarse a eso que Gual desplegaba como iniciativa de “Colombia y sus aliados”.41 El veintitrés de febrero del 25, Alamán respondió a la circular bolivariana con entusiasmo, decía que el Presidente Victoria veía con buenos ojos el proyecto dado que estaba “fundado en los mismos principios y animado por los mismos deseos” de su gobierno.42 Cuando se enteró de las gestiones que hacía el Ministro colombiano en Estados Unidos, decidió apoyarlas siempre y cuando los estadounidenses participaran únicamente como observadores de la alianza hispanoamericana y no como miembros de pleno derecho. El Congreso de Panamá habría de ser la piedra angular de un ideal que Bolívar veía con perspectiva cesarista y Alamán con perspectiva de realismo político con la creación de un bloque disuasivo contra las pretensiones de reconquista de España y la Santa Alianza, por eso admitió la participación restringida de Estados Unidos e incluso la de Brasil. Don Lucas fraguó atraer la sede del Congreso a territorio mexicano, en Tacubaya, pero acabó en fiasco debido a la confluencia de acciones adversas tanto de Poinsett, como del Primer Ministro británico Canning y hasta del propio Bolívar.

2.3 Intereses británicos en México Poinsett despreció a Alamán tanto como despreciaba al Ministro británico Ward, a quien el Canciller mexicano atrajo para conseguir que su 40

El texto original del Tratado puede consultarse en el Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada (en lo sucesivo listado como AHDGE), Col-1 [7]. También aparece en La diplomacia mexicana, v.1, pp.234-249. 41 Ref. Méndez Reyes, p.177. 42 Ibidem, pp.179-180. 26

nación jugara un papel más activo en la colonización e industrialización de México En informe al Secretario de Estado, Poinsett reveló sus sospechas de que Alamán “está completamente entregado a Inglaterra y sin disposición a consumar relaciones amistosas con los E.U.” porque consideraba al norteamericano más como enemigo que como amigo.43 La apreciación era correcta. Don Lucas coincidía con George Canning en que la Gran Bretaña podía actuar no sólo como equilibrador frente a Estados Unidos y la alianza europea encabezada por Metternich, sino también como disuasivo frente a las pretensiones españolas de reconquista. “Contemplando a España, así como la conocieron nuestros antepasados –se jactaba Canning-, yo decidí que si Francia tenía a España, ésta no podría tener las Indias. Yo llamé al Nuevo Mundo a existir para rectificar el balance en el Viejo”.44 México buscaba asimismo que los británicos proveyeran los fondos indispensables para activar la economía mexicana, para lo cual era necesario que Londres reconociera al Estado mexicano, hecho que se logró el treinta de diciembre de 1824 gracias a las pericias de Mariano Michelena y el ecuatoriano Vicente Rocafuerte, quienes además obtuvieron capital fresco de la banca inglesa. A través de un agente llamado Francisco Migoni, se negociaron créditos con dos casas mercantiles que después se convertirían en bancos: B.A. Goldschmidt, y Barclay, Richardson y Cía.45 Entre los ofrecimientos de Michelena a Canning, siempre por instrucciones de Alamán, se hallaba la realización de un tratado comercial que otorgaría a los ingleses un trato favorable más no equivalente al que ya se tenía con las naciones hispanoamericanas. Eso interesó al Primer Ministro inglés quien despachó a México a James Morier y Henry G. Ward; el tratado se concluyó con una cláusula secreta que, según explica Alamán en su Historia de México, reservaba la facultad de concederle ventajas también a España en caso de que reconociera la independencia.46

43

J.R. Poinsett a Henry Clay, 1º de agosto de 1825, en Carlos Bosch García, Documentos de la relación de México con los Estados Unidos, v.1, México, UNAM, 1983, p.91. 44 Citado en Silvestre Villegas Revueltas, Deuda y diplomacia. La relación México-Gran Bretaña, 1824-1884, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2005, p.21. 45 Ibidem, pp.29-38. 46 Alamán, Historia, v.5, p.513. 27

Don Lucas era fiel a su ideal de crear un bloque económico hispanoamericano que eventualmente incluyera a España, aunque no lo creyó así el Ministro colombiano Miguel Santa María quien notificó a su gobierno que el tratado le concedía ventajas a Gran Bretaña que no se le habían concedido a Colombia.47 Tampoco en Washington se vio con buenos ojos el tratado anglomexicano. En septiembre del 25, El Secretario de Estado Henry Clay instruyó a Poinsett los siguiente: Es deplorable la prevalencia de la influencia británica en México a la que usted se refiere. […] En caso necesario, deberá usted protestar cualquier parcialidad o preferencia expresada hacia otra nación extranjera o hacia sus súbditos, que sea desventajosa para los Estados Unidos y sus ciudadanos.48

A Canning le disgustó la forma como se manejaba el asunto del tratado, en especial que el Gobierno mexicano revelara a la prensa los pormenores del mismo sin siquiera haber sido ratificado por el Parlamento inglés. Tampoco comprendió la insistencia de otorgar trato preferencial a las naciones hispanoamericanas siendo que Colombia, con la cual también se negociaba un tratado comercial, no contemplaba otorgarle a México un trato semejante. En comunicado a Morier y Ward fechado el catorce de octubre de 1825, Canning expresó su descontento con Alamán: Toda la conducta de M. Alamán en este asunto demuestra que, en una forma u otra, ha recibido una impresión muy exagerada sobre la importancia atribuida por el gobierno británico a un tratado comercial con México y parece haber aceptado como una proposición completamente obvia que los nuevos Estados tienen derecho a ser admitidos, en el rango de naciones independientes, no sólo a los derechos y privilegios de comunidades y gobiernos establecidos, sino a algo más. Respecto a ambos puntos, M. Alamán está completamente equivocado.49

Para entonces, don Lucas había presentado ya su renuncia al Presidente Guadalupe Victoria. A decir de Tornel, la situación le era tan desfavorable que “no podía, aunque se esforzara para vencer sus ideas y sus inclinaciones, sufrir

47

Méndez Reyes, pp.134-139. De H. Clay a Poinsett, Washington, 24 de septiembre de 1825, en Bosch,p108. 49 De Canning a Morier y Ward, Londres, 14 de octubre de 1825, en C.K.Webster, Britain and the Independence of Latin America, 1812-1830. Select Documents from the Foreign Office Archives, v.1, Londres, The Iberoamerican Institute of Great Britian, Oxford University Press, 1938, p.496-497. 48

28

por largo tiempo esa especie de martirio a que parecía condenado”.50 El nuevo Canciller mexicano, Sebastián Camacho, viajó a Londres al año siguiente con el propósito específico de obtener la ratificación del tratado. Las negociaciones con Inglaterra sirvieron para percatarse de varios hechos: Primero, que la Gran Colombia de Bolívar no era tan leal al espíritu de hermandad que propagaba el Libertador; segundo, que la Gran Bretaña no consideraba a las naciones hispanoamericanas en términos de igualdad, como se desprende del comunicado de Canning; y tercero, que las intrigas de Poinsett y Zavala para deshacerse de Alamán surtieron efecto.51 Suma de todo fue el fracaso del Congreso de Tacubaya que sin Bolívar ni Alamán no podía tener buenos augurios. De nueva cuenta Tornel relata el fracaso de Tacubaya: Las representaciones mencionadas, que no lo eran de todas las naciones americanas, aguardaron largo tiempo que sus respectivos gobiernos ratificaran los tratados celebrados en Panamá, y como tal caso nunca llegó, se marcharon los más, sin que haya podido averiguarse si tomaron por sí solos esta resolución, o si recibieron órdenes para el efecto. El gobierno de México no pudo recabar de la Cámara de Diputados, a pesar de los esfuerzos del Sr. Espinosa de los Monteros [Ministro encargado del Despacho en ausencia de Sebastián Camacho], que aprobara las negociaciones…52

Sin Alamán el Ministro estadounidense prosiguió con su plan de concluir un Tratado de Amistad, Navegación y Comercio. El diez de julio del 26 se firmó el susodicho tratado con Sebastián Camacho y el Ministro de Hacienda, José Ignacio Esteva, por el lado mexicano, y Joel Poinsett por parte de Estados Unidos. La cláusula pro hispanoamericana de Alamán quedó suprimida. Un observador yanqui juzgó después el tesón del estadista mexicano como propio de un hombre “con sesos negros” (black brains); 53 otro consideró que el pensamiento de Alamán era “satánico”.54

50

Tornel, p.26. El Presidente Victoria se convenció de que la Doctrina Monroe era más conveniente para impedir la reconquista de España, que la alianza exclusivamente hispanoamericana promovida por su Ministro de Relaciones Exteriores. Pascal Gargiulo, p.172. 52 Tornel, pp.49-50. 53 Citado en Valadés, p.205. 54 Ibidem. No se mencionan los autores de tales expresiones. 51

29

A través del grupo yorquino Poinsett se metió de lleno en los asuntos internos de México. 55 Fungía como gurú de los federalistas contrarios al centralismo de la Logia escocesa a la que pertenecía Alamán; desarrolló tal antipatía hacia la idea alamanista de continuidad con el legado de España, que se le atribuye a él la incitación de pasiones contra los conquistadores y su obra,56 y prosiguió con la pretensión de adquirir Texas por instrucciones del ahora Presidente John Quincy Adams. No es improbable que también hubiera tenido injerencia en los sucesos posteriores a las elecciones de 1828, cuando Vicente Guerrero asestó un golpe de Estado al presidente electo Manuel Gómez Pedraza azuzado por un muy íntimo amigo de Poinsett, Lorenzo de Zavala. Desde su exilio en Nueva Orleans Gómez Pedraza escribiría: “Yo podría referir los pormenores de las correrías del señor Zavala, pero el decoro detiene mi pluma”, ¿a qué se refería?57 Las presiones aumentaron sobre Guerrero para declarar non grato al Ministro estadounidense, por lo que tuvo que mandarle una muy sentida, cortés y cantinflesca misiva a don Joel solicitándole que abandonara el país. La Navidad de 1829 Poinsett la pasó en camino a su repatriación; Zavala lamentó que no se apreciaran los “modales finos y agradables” de Mister Poinsett.58 Luis G. Cuevas, en Porvenir de México, habría de escribir muchos años después: "Puede decirse que Poinsett hizo más servicios a la Unión americana que todos sus generales juntos en la guerra de invasión".59 A finales de 1829 el Vicepresidente Anastasio Bustamante declaró a Guerrero moralmente incapacitado para gobernar, y a través de un golpe le puso fin a su gobierno. Bustamante colocó de nuevo como Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores a don Lucas, con lo cual dio inicio a lo que 55

En palabras de Fuentes Mares: “Pertrechado con las mejores armas personales, e inmerso en un medio favorable a todas luces, pudo Poinsett iniciar su incursión en nuestra política doméstica”. Fuentes Mares, p.119. 56 Agustín Basave Fernández del Valle, Supra 8. 57 Citado en Laura Solares Robles, La obra política de Manuel Gómez Pedraza, 1813-1851, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Instituto Matías Romero-Acervo Histórico Diplomático de la SRE, 1999, p.221. 58 Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México, SRA, CEHAM, 1981, p.158. 59 Luis Gonzaga Cuevas, Porvenir de México, v.2, México, Conaculta, pp.329-330. 30

algunos designaron como la “Administración Alamán” debido al poder político de don Lucas en la regencia del Estado.

2.4 España: afanes de reconquista Pese a los esfuerzos de México por obtener el reconocimiento de España, Fernando VII siguió empeñado en recuperar su ex colonia, por lo que en julio del 29 mandó al Brigadier Isidro Barradas a intentar la reconquista. Al parecer Barradas creía que su misión era equivalente a la de Cortés y que los mexicanos lo recibirían como Moctezuma. Si Cortés inició la conquista en Veracruz, Barradas eligió Tampico, y si Cortés quemó sus naves para evitar la desbandada, él las devolvió a Cuba. A su llegada los tampiqueños lo recibieron a carcajadas y gritos de ¡Mueran los gachupines! Conviene referirse a dos oficiales que le hicieron frente a Barradas. Antonio López de Santa Anna: protagónico, dispendioso, Zavala opinaba de él que "se deja arrastrar por el deseo irresistible de adquirir gloria";60 y Manuel Mier y Terán, reputado como hombre íntegro a quien el Ministro inglés Henry Ward describió como reservado, caballeroso y ocupado en sus afanes científicos y matemáticos. “Su división –continuaba Ward- se distinguió siempre por su disciplina y se dice que poseía el arte de inspirar en sus seguidores el más cálido apego a su persona. [...] Todavía es joven, y su talento, tarde o temprano, lo llevará a distinguirse".61 Ambos militares, de personalidades distintas, tuvieron a su cargo la defensa de la soberanía vulnerada. Mientras Santa Anna proponía batirse en lucha frontal, casi suicida, Mier se rehusaba a un derramamiento innecesario de sangre. Pero entercado, Santa Anna embistió dispuesto a ganarse la gloria; para entonces las secuelas de un huracán había ya diezmado al ejército de Barradas y éste capituló el veinte de septiembre de 1829, no sin reconocer las dotes humanitarias del general Mier quien se había desplazado desde Texas donde estaba comisionado.62 60

Zavala, p.210. Henry G. Ward, México en 1827, México, SEP, FCE, 1995, p. 62 Sobre la expedición de Barradas, véanse Manuel María Escobar, “Campaña de Tampico de Tamaulipas, año de 1829. Dedicada a la memoria de los generales Antonio López de SantaAnna y Manuel de Mier y Terán. Apuntes para servir a la historia, escritos y dados a luz por el antiguo general del ejército mexicano Manuel María Escobar”, en Historia Mexicana, Centro de 61

31

También la diplomacia se accionó frente a la tentativa de reconquista española. Es de destacar la movilización por Europa de don Manuel Eduardo de Gorostiza, cuyo desempeño diplomático en el Siglo XIX merecería un mayor reconocimiento. Por instrucciones de la Cancillería mexicana, Gorostiza buscó que las potencias europeas intercedieran ante Madrid para que éste reconociera la voluntad de autodeterminación de México, según se desprende de un extenso Memorandum fechado el veintiocho de enero de 1830: Juzga S.E. [el Presidente Bustamante] como muy importante, el que V.S. trate de sondear si el Gobierno de S.M.B. está dispuesto a interponer su mediación con el de Madrid para que éste reconozca la independencia de México en los términos que la Inglaterra reconoció la de los Estados U. del Norte, y si será conveniente que se solicite igual mediación por parte de la Francia.63

El rey Fernando creía que el descalabro en Tampico se debía sobre todo a “la imbecilidad de Barradas”64, y resolvió preparar otra invasión desde la isla de Cuba con más hombres armados a cuyo frente estaría el General Bellido. Gorostiza solicitó entonces el apoyo de Inglaterra al sustituto de Canning, Lord Aberdeen, pero éste lo denegó; la misma indiferencia mostró Francia. Cuenta Carlos Bosch que Gorostiza se quejó “amargamente” de que nadie en Europa se prestó a coaccionar a España.65 Asimismo le escandalizó que Argentina, Colombia, Guatemala y Chile se dispusieran a ceder frente a España en vez de hacer frente común con México;66 Gorostiza recomendó entonces un insólito: que se invadiera Cuba “siempre que fuera esto compatible con nuestra seguridad”.67 Ocurrió en seguida un imprevisto: el rey Fernando enfermó y desde su lecho empezó a considerar por fin que la reconquista de las ex colonias en Estudios Históricos, México, El Colegio de México, v.9, n.1 (julio-septiembre de 1959), pp.4496; en adelante citada como HM seguido de las referencias. Enrique de Olavarría y Ferrari, Episodios históricos mexicanos, v.3, México, Instituto Cultural Helénico, FCE, 1987, pp.499610. 63 Lucas Alamán. El reconocimiento de nuestra independencia por España y la unión de los países hispano-americanos, Introducción de Antonio de la Peña y Reyes, México, Archivo Histórico Diplomático Mexicano No. 7, SRE, 1924, p.42. 64 Informado así por Manuel E. de Gorostiza a Lucas Alamán, Londres, 21 de enero de 1830, en Ibidem, p.52. 65 Carlos Bosch García, Problemas diplomáticos del México independiente, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 1986, p.149. 66 Ibidem, pp.157-158. 67 Manuel E. de Gorostiza al Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores, Londres, 22 de octubre de 1829, en Lucas Alamán. El reconocimiento, p.46. 32

América era inútil, al menos así se lo hizo saber el conde de Puño en Rostro, amigo de Fernando VII, a Gorostiza en París a comienzos de 1832. Predominó el suspenso hasta la muerte del rey en septiembre del 33; con el ascenso de Isabel II las posibilidades de reconocer las independencias americanas crecieron. Al ex ministro de Colombia en México –nacido en Veracruz-, Miguel Santa María, se lo designó plenipotenciario de México para las negociaciones del caso, y por parte de España lo fue José María Calatrava; ambos firmaron el Tratado de Paz y Amistad entre la República de México y su Majestad Católica el 29 de diciembre de 1836.68

2.5 Injerencias de Bolívar De Simón Bolívar existe una extensa bibliografía apologética. Algunos detractores, sin embargo, han sostenido que era un individuo ambicioso que ansiaba coronarse emperador a la manera de Napoleón, y que expulsó a los explotadores coloniales para tomar su lugar. El ecuatoriano Rocafuerte, en comunicado Reservadísimo a la Cancillería Mexicana de septiembre de 1828, asentía que “Bolívar aspira a coronarse, y que puede entrar en los cálculos de su hipócrita ambición el plan de vender los intereses republicanos de la América”.69 La apreciación del Encargado de Negocios de México en Colombia, José Torrens, era elocuente; decía no comprender como era posible que muchos hombres ilustrados admiraran a Bolívar, porque “revisando lo que he oído de él no encuentro nada que merezca admiración”. 70 Comentaba su carácter “incansable” para intrigar y la constancia “en sus aspiraciones al poder absoluto”.71 Remataba diciendo que “Bolívar desearía un trastorno en México para probar que las instituciones republicanas no sólo no convienen a

68

Texto completo del tratado en Ibidem, pp.305-307. También, El tratado de paz con España (Santa María-Calatrava), Prólogo de Antonio de Peña y Reyes, Archivo Histórico Diplomático No. 22, México, Porrúa, 1971. 69 Rocafuerte al Secretario de Relaciones Exteriores de México, Londres, 18 de septiembre de 1828, en Gabaldón Márquez, Edgar, comp., Bolívar en la Cancillería Mexicana, Prólogo de Leopoldo Zea, Archivo Histórico Diplomático, cuarta época, n. 16, pp.92-93. 70 José Anastasio Torrens al Secretario de Relaciones Exteriores de México, Bogotá, 3 de julio de 1828, en Ibídem, p.65. 71 Ibidem 33

Colombia sino a ningún Estado americano, a lo menos de los que pertenecieron a España.”72 No es este el modelo de prócer al que Neruda y Asturias equipararon con Cristo; “Su ardor fue el de nuestra redención”, dijo de él José Martí. El Bolívar que se reveló en algunos episodios del México independiente, quizá era aquel sujeto de temperamento bilionervioso que describe un autor venezolano como característico de su psicopatología.73 Y es que a pesar de que colmó a Iturbide de honores como militar y como emperador, al parecer se las arregló para desestabilizarlo, y asimismo contribuyó al naufragio del Congreso de Tacubaya concebido por Alamán. El diez de octubre de 1821 Bolívar le dirigió a Iturbide una misiva en la que le expresaba su admiración por encender “la llama sagrada de la libertad” en México, y por “el heroísmo de un hombre grande”. Designó a Miguel Santa María como embajador e hizo votos por que México y Colombia “se presenten al mundo asidas de mano y aun más en el corazón”.74 Un año después, Santa María fue considerado persona non grata tras de hallársele envuelto en una conspiración en contra del Imperio, “un asunto en que ciertamente no debiera haberse mezclado”, rezaba el oficio del Canciller Mexicano De Herrera.75 De las injerencias de Santa María en los asuntos internos del país, existe la evidencia de un plan en el que participó junto con Carlos María de Bustamante, José Joaquín de Herrera y Fray Servando, entre otros.76 Dicho plan llevaba el kilométrico título de Plan o indicaciones para Reintegrar a la Nación a sus Naturales e Imprescriptibles Derechos y Verdadera Libertad, de todo lo cual se halla, con escándalo de los pueblos Cultos, violentamente despojada por don Agustín de Iturbide, siendo esta medida de tan extrema

72

Ibidem, p.68 Diego Carbonell, Psicopatología de Bolívar, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1965, p.409. 74 Bolívar felicita a Agustín de Iturbide, Rosario de Cúcuta, 10 de octubre de 1821, en Rafael Helidoro Valle, comp., Bolívar en México, 1799-1832, Archivo Histórico Diplomático Mexicano No 2, segunda serie, México, SRE, 1946, p.29. 75 José Manuel de Herrera al señor don Pedro Gual, 28 de septiembre de 1822, en Ibidem, pp.44-45. 76 Fray Servando y Miguel Santa María mantenían vínculos desde que coincidieron en Filadelfia preparando la expedición de Javier Mina; fue a través de Santa María y Pedro Gual que Mina tuvo acceso a Bolívar en Haití. Christopher Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, México, Ediciones Era, Conaculta, INAH, 2004, p.492. 73

34

necesidad que sin ella es imposible el que la América del Septentrión pueda disfrutar en lo venidero de una Paz sólida y permanente.77 Está fuera del alcance de esta obra saber si las acciones del Ministro colombiano obedecían a una orden expresa del Libertador o si actuaba por cuenta propia, 78 en ambos casos era manifiesta su falta de respeto a la autodeterminación. Es de suponer que su negativa a asistir a la entronización de Iturbide, así como su negativa a reconocerlo como emperador, debieron ser acciones concertadas con el gobierno al que representaba y no maniobras de presunta congruencia con su militancia republicana. Pero hay un aspecto desestimado cuando se habla del caso: es muy probable que a Santa María lo afectara un conflicto de intereses entre su ser de mexicano por nacimiento, natural de Veracruz, y su ser colombiano por adopción; tal vez creía tener facultades para opinar sobre los asuntos políticos de México incluso a costa de arriesgar las posturas del Estado que representaba. El Gobierno colombiano debió cesarlo, pero en cambio defendió su “conducta circunspecta”.79 Camino al destierro, Santa María se encontró con Santa Anna en Veracruz y cometió la osadía de sumarse a la insurrección santannista para derrocar a Iturbide. Al triunfo del levantamiento, volvió a la Ciudad de México donde fue motivo de halagos pese a que su conducta había sido inapropiada para un diplomático, se le restituyó en su representación ante el gobierno de la república y al poco tiempo ya negociaba un tratado bilateral con Lucas Alamán; en 1836 incluso representó a México en las negociaciones del tratado mediante el cual España reconocía la soberanía mexicana. Carlos María de Bustamante lamentó su muerte acaecida el once de julio del 37: “persona apreciabilísima por su patriotismo y gran saber”, escribió en su Cuadro Histórico.80 77

Ibidem, p.634-635.AHDGE, Exp: 5-9-8113 [Fols: 1-121]. Bolívar de hecho se disculpó con Iturbide a través de su Secretario por las injerencias de Santa María: “S.E. ha oído con sumo dolor que el Embiado [sic] de Colombia el Sr. Santamaría ha sido complicado [sic] en los papeles públicos en negocios ajenos de su misión y aun mas ajenos del espíritu de justicia que rije [sic] al Gobierno de Colombia. S.E. ocupado únicamente de la guerra, no tiene conocimiento alguno de este negocio…”. Rafael Helidoro Valle, p.47. 79 Véase la Memoria que presentó el Ministro colombiano de Relaciones Exteriores el 17 de abril de 1823, en Anales diplomáticos y consulares de Colombia, v.3, Bogotá, Imprenta Nacional, 1914, pp.9-10. Comentado también por Méndez Reyes, pp.66-68. 80 Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana de 1810, v.7, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, Instituto Cultural Helénico, FCE, 1985, p.26. 78

35

3. LA LEY ALAMÁN DE 1830 El expansionismo estadounidense prosiguió en los años veinte. El general Nicolás Bravo, en aquel momento exiliado en Nueva York, advertía sobre las ambiciones del gobierno de Andrew Jackson a través de un artículo firmado como Un Mexicano en el que se decía: “Los políticos y periodistas de estos Estados Unidos del Norte se ocupan actualmente en la cuestión del desmembramiento de nuestra república”.81 El comandante en Nacogdoches, poblado fronterizo, también emitía mensajes de alerta sobre la entrada frecuente de ilegales estadounidenses que “no tenían otras miras que las de su presidente, que consistían en tomar Texas según los rumores que por allí corrían”.82 Desde noviembre de 1827 se había despachado a Texas la llamada Comisión de Límites para allegarse información y poner orden entre las comunidades asentadas. A su frente se designó al general Manuel Mier y Terán, hombre cercano a Alamán desde que ambos formaron parte del gabinete de Victoria. Al retomar la cartera de Relaciones Exteriores y con base en los informes de la referida comisión, amén de otros despachos, don Lucas envió al Congreso, en calidad de urgente, una iniciativa de Ley que entró en vigor el seis de abril de 1830; dicha ley la denomino aquí como Ley Alamán.83 En el preámbulo de su iniciativa don Lucas afirmaba que los Estados Unidos se habían apoderado de manera constante y silenciosa de los territorios colindantes. Tras un diagnóstico sobre cómo se introducen a través de colonias que crecen y luego exigen derechos infundados, advertía que la defensa de Texas era capital para el interés nacional: “Aquí se trata de atacar intereses

81

Nueva York, artículo formado por Un Mexicano (presuntamente Nicolás Bravo) el 28 de septiembre de 1829, en Bosch, Documentos, v.1, p.28 82 El comandante general de oriente, José de las Piedras, al secretario de la Guerra el 8 de diciembre de 1829, en ibidem, p.457. También Tocqueville lo advirtió: “Se puede prever que si México no se apresura a detener este movimiento, Texas no tardará en escapar de su manos”, en Alexis de Tocqueville, La democracia en América, Introducción de Enrique González Pedrero, México, FCE, 2001, p.701, Supra 19. 83 Lucas Alamán, Documentos diversos (inéditos y muy raros), comp.de Rafael Aguayo Spencer, v.2, México, Editorial Jus, 1945, pp.523-543. 36

primordiales ligados íntimamente al interés de la nación”, decía. 84 En este apartado me ocupo de la estrategia alamanista para defender la soberanía frente a la expansión estadounidense.

3.1 La Comisión de Límites Mier y Terán integró un equipo compuesto por un médico, un ingeniero, un mineralogista, un botánico y el dibujante José María Sánchez, por lo que aquella parecía más una misión científica que una expedición para establecer los límites del territorio mexicano. El primero de marzo de 1828 llegaron a Béjar, capital de Texas. Según Sánchez, el comercio ahí era bastante raquítico y la situación de los soldados mexicanos lamentable, ya que se alimentaban de animales cazados y además tenían que hacerles frente a los indios nómadas.85 Continúa Sánchez: “Los americanos del norte se han posesionado de casi toda la parte oriental de Texas". El gobierno de Coahuila, con capital en Saltillo, “es el que menos conocimiento tiene, no sólo de lo que pasa, pero ni aun del territorio”,86 y tan no conocía la región el gobierno coahuilense que hasta se habían hecho concesiones sobre concesiones previas. Sánchez remataba: "¡Qué lindos padres de la Patria! ¡Pobre República!...”.87 El veintisiete de abril los comisionados entraron a Villa Austin, dominios de Stephen Austin, quien entre otras cosas buscaba obtener el reconocimiento de Texas como estado independiente dentro de la federación. Sánchez describe Villa Austin como un lugar avasallado por anglosajones esclavistas, viciosos y holgazanes: Su población es de cerca de doscientas personas, entre las cuales sólo se cuentan diez mexicanos, pues los demás son americanos del norte, y uno u otro extranjero europeo. Dos miserables tienditas surten a los habitantes de la colonia [...], pues es gente a mi entender viciosa y holgazana. Cultivan algunos en la misma villa sus porcioncitas de terreno en que siembran maíz; pero son tareas que regularmente se confían a los negros esclavos, a quienes dan un trato 84

Ibidem, p.526. “De México a Nacogdoches. Diario del teniente José María Sánchez”, en Crónica de Texas. Diario de la Comisión de Límites. Selección y prólogo de Mauricio Molina, México, Gobierno del Estado de Tamaulipas, Instituto Tamaulipeco de Cultura, Gobierno del Estado de Nuevo León, Instituto de la Cultura de Nuevo León, Programa Cultural de las Fronteras, INAH, 1988, p.43. 86 Ibidem, p.44. 87 Ibidem. 85

37

bastante duro. Fuera de la Villa y en un terreno inmenso que forma la colonia, están esparcidas las familias que ha recibido el empresario don Esteban Austin, que en el día ascienden a más de dos mil personas. La fina política de este empresario que se le conoce en todas sus operaciones, tiene, por decir así, adormecidas a las autoridades, mientras él trabaja con asiduidad en su beneficio; y a mi entender de esta colonia ha de salir la chispa que forme el incendio que nos ha de dejar sin Texas...88

Por medio de un comunicado fechado el treinta de junio de 1828,89 Mier y Terán ofreció un panorama desolador sobre el futuro de Texas. Reiteraba la descripción de Sánchez sobre la población mayoritariamente extranjera y que no cumplía con los requisitos mínimos de adhesión al país. Manifestaba que con el menor pretexto Estados Unidos invadiría el territorio texano, y que sería difícil presentar resistencia dado que los soldados mexicanos se hallaban desperdigados, sin caballos y sin medios para entrar en combate. Aconsejaba Mier y Terán reformar las leyes migratorias de México, fortalecer las milicias en la frontera, constituir cárceles que reflejaran la autoridad jurisdiccional mexicana, colonizar Texas con mexicanos y europeos, y establecer aduanas. Además anotó: De tal estado de cosas se ha originado una antipatía entre mexicanos y extranjeros que no es el menor de los combustibles que encuentro [...] si no se toman las providencias con tiempo, Texas hundirá a la Federación [...] Los extranjeros murmuran sobre la desorganización política [...] A más de los norteamericanos establecidos en tiempos del Gobierno Español, que son pocos, hay dos clases de pobladores: los unos son los fugitivos de la república vecina [...] ladrones y facinerosos; éstos se sitúan entre Nacogdoches y el río Sabinas, prontos a pasar y a repasar este río [...] La otra clase es la de los jornaleros pobres, que no han tenido cuatro o cinco mil pesos para comprar un sitio de tierra en el norte y por el deseo de ser propietarios, han venido a Texas; de éstos se compone la colonia de Austin; son por lo común laboriosos y honrados y aprecian al país.90

Tales eran las condiciones de Texas a mediados de 1828; un año después, sin embargo, cuando Mier y Terán tuvo que abandonarlo para hacerle frente al reconquistador Barradas, las condiciones fueron peores. Imaginemos por un momento la zozobra del país con la intervención de Barradas en

88

Ibidem, pp.55-56. Manuel Mier y Terán a Guadalupe Victoria, 30 de junio de 1828. Citado en Luis Chávez Orozco, “Apéndice. Orígenes de la cuestión tejana”, en Crónica de Tejas, pp.171-200. AHDGE, Exp: L-E-1076 [Fols.: 174-187]. 90 Ibidem 89

38

Tampico, centenares de anglosajones invadiendo Texas, y Poinsett ejerciendo presión para que el Gobierno mexicano accediese a vender el territorio. Poinsett de hecho negaba que existiese plan alguno en Washington para apoderarse de Texas por la fuerza. En nota al Canciller José María Bocanegra, predecesor inmediato de Alamán, fechada el treinta de julio de 1829, negaba los supuestos rumores de que se estuvieran almacenando provisiones, reuniendo tropas o preparando milicias en la frontera texana.91 En su informe al Secretario de Estado comentaba que, El carácter y conducta de este gobierno [el de Guerrero] en su interacción con las naciones extranjeras es absolutamente ridículo, y lo único que merece es nuestra compasión. Creen ellos que México es el país más favorecido de la tierra y que sus grandes ventajas naturales han de provocar la envidia del mundo entero, en especial de su vecino, el pueblo de Estados Unidos. Como toda la gente ignorante, creen que las acciones más simples y directas obedecen a visiones misteriosas, calculadas para perjudicar los intereses de México.92

Y en efecto, en México se siguió sospechando de las intenciones del vecino, por ello se determinó que la comisión de Mier y Terán se elevara al nivel de expedición militar en defensa de la soberanía. El problema fue que no se le dotó de soldados, ni armamento, ni dinero; Mier y Terán estaba prácticamente desarmado, de manera que decidió enviar a México al teniente coronel Constantino Tarnava a que informara sobre la situación y pidiera auxilios; en ese momento se produjo la deposición de Guerrero por Anastasio Bustamante. Bustamante conocía de primera mano la situación texana ya que había sido comandante de las Provincias Internas (Coahuila, Texas y Tamaulipas) algunos años atrás, y hasta tuvo que sofocar una rebelión encabezada por Hayden Edwards en Nacogdoches en 1826.93 Refrendó entonces la orden de respaldar a Mier y Terán, por lo que solicitó apoyo a los gobiernos de las entidades federales que sí lo dieron, pero fue más del tipo moral que material. Fue en ese contexto que se promulgó la Ley Alamán, diseñada para entorpecer los designios del Destino Manifiesto ejecutados por Joel Poinsett. 91

J.R. Poinsett a José María de Bocanegra, 31 de julio de 1829, en Bosch, Documentos, pp.411-412. 92 J.R. Poinsett a Martin Van Buren, 2 de agosto de 1829, en Ibidem, p.413. 93 Josefina Zoraida Vázquez, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores, v.1, México, Senado de la República, 1990, pp.61-62. 39

En oficio a Gorostiza, quien permanecía en la Legación mexicana ante la Gran Bretaña, don Lucas calificó el manejo diplomático de Poinsett de “criminal y tortuoso”, y juzgó que su permanencia en México “nos ha sido más funesta que la invasión de un ejército”.94 El oficio no tiene pierde, he aquí más: […] el principio que dirige las miras de aquel gobierno –continúa Alamán- está reducido en último análisis a impedir por todos los medios que estén a su alcance el adelanto y prosperidad de esta nación y para conseguirlo conservarla en un estado continuo de desorden, creando en ella un partido [se refiere al yorquino] mediante el cual pudiese intervenir en sus asuntos más importantes y adquirir una influencia política que la tuviese en una verdadera tutela; y cuando todos estos pasos no fuesen bastantes, conservarse las afecciones en las colonias que se han introducido en el territorio limítrofe, e instigarlas a movimientos que al fin ocasionen un rompimiento entre ambos países para reclamar después como compensación de la guerra la ocupación de Texas, objeto constante de sus miras ambiciosas, o bien conservarla en su poder después de invadida.95

3.2 Reacciones frente a la Ley Alamán Gracias a los informes de Mier y Terán y a la clarividencia de Alamán, se promulgó la Ley Alamán que ponía en manos del estado el control de la colonización texana y prohibía la entrada de nuevos colonos norteamericanos; establecía asimismo una milicia con batallones que llevaban nombres en náhuatl para reafirmar su origen mexicano, y otorgaba tierras y sustento a las familias mexicanas que desearan establecerse en Texas. Pese a que se insistió en reforzar a la guarnición militar de Texas con hombres procedentes de los estados contiguos, como hemos visto, faltó cooperación por parte de los gobiernos locales. Austin a su vez montó en cólera contra del Artículo 11 que prohibía la colonización con extranjeros provenientes de los territorios “que colinden con sus naciones", en alusión a Estados Unidos. Pidió explicaciones a Mier y Terán y le sugirió que ese artículo tuviera aplicación discrecional para su colonia. Mier y Terán trató de apaciguar la ira del colono permitiendo que se les expidieran pasaportes sólo a aquellos inmigrantes destinados a su colonia y la de De Witt. Quizá el general actuó complaciente porque le convenía mantener 94

De Alamán a Gorostiza, México, 27 de febrero de 1830, en AHDGE, Exp: I-I-261 (I), [Fols.: 10-13]. 95 Ibidem 40

a Austin de su lado para evitar levantamientos, o tal vez confiaba en que así ganaría tiempo mientras llegaban los refuerzos de la federación que sí llegaron, pero muy exiguos. En agosto de 1830 Mier y Terán le remitió a Alamán una serie de reflexiones en torno a la Ley, quizá para demostrarle a Austin su voluntad de intercesión. El Artículo 10 prohibía la introducción de más esclavos al territorio, pero advertía el general sobre su inoperancia si acaso se introducían esclavos con identificaciones falsas. Asimismo señalaba que el Artículo 11 podía servirle de pretexto a Washington para apoderarse de Texas con el argumento de proteger la seguridad nacional en contra, por ejemplo, del probable establecimiento de colonias inglesas.96 Mientras tanto llegó a México el sucesor de Poinsett, Anthony Butler, con la encomienda de su amigo Andrew Jackson de procurar la abrogación de la Ley Alamán y de concluir la cesión de Texas mediante un tratado. Butler no sólo reflejaba el interés de Estados Unidos sino también el suyo propio, ya que su negocio era la especulación de tierras texanas. Justin H. Smith, historiador de la época, describe a Butler como un dipsómano cuyo único interés era lucrar con la anexión de Texas a Estados Unidos, además de ser matón, bravucón e ignorante de las formas diplomáticas.97 Los modales de Butler contrastaban con la elegancia de don Lucas y el refinamiento de Poinsett; en comunicado a su gobierno fechado en marzo de 1830, afirmaba: “me jacto de ser capaz de dejar sentadas todas las cuestiones asignadas a mi cargo en un lapso de seis meses, y a entera satisfacción del Presidente”.98 En vista de su apremio Alamán acomodó los procedimientos a modo, adoptando tácticas de tortuguismo. A mediados de abril el estadounidense informaba haber sostenido múltiples conversaciones “impregnadas de buena voluntad” con el Canciller mexicano, y aseguraba: “tengo impresiones claras de que manejaré a esta gente mejor que lo que fue capaz de hacer Mr. Poinsett”.99

96

Celia Gutiérrez Ibarra, Manuel Mier y Terán. Reflexiones a la ley del 6 de abril de 1830, México, Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, INAH, 1991. 97 Justin Harvey Smith, The war with Mexico, Gloucester, Mass., Peter Smith, 1963, v.1, p.62. 98 Butler a Van Buren, México, 9 de marzo de 1830, en Bosch, Documentos, v.2, p.193. 99 Butler al presidente Jackson, México, 15 de abril de 1830, en Ibidem, pp.212-213. 41

En mayo, Alamán dio señales de querer reanudar las negociaciones de los tratados de comercio y amistad, y de límites entre los dos países, pero luego dejó transcurrir los meses sin avances. En agosto la impaciencia de Butler iba en aumento, decía estar él solo redactando el contenido de los tratados ya que Alamán se disculpaba por estar muy ocupado, y reclamaba al Departamento de Estado su falta de instrucciones pese a que había mandado sendos comunicados: “Tranquilizará mi ansiedad si sé que los han recibido”, decía.100 En noviembre, informaba jovial que al fin el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Estados Unidos estaba concluido y que sólo faltaba la aprobación del Congreso mexicano. Tres meses después Alamán le devolvió el documento con algunas observaciones, lo cual provocó la ira de Butler quien reprochó las modificaciones de última hora y expresó: “no consentiré ninguna alteración que materialmente pueda afectar las provisiones del Tratado”. 101 Don Lucas le dijo que se había limitado a acomodar los términos al modo de pensar de los mexicanos. Transcurrió más tiempo. El veinticinco de mayo Butler le escribió a Jackson exculpándose de ser un diplomático novato en un país para él desconocido, y de estar compelido a emprender tareas en una cultura extraña y sin dominio de la lengua; “si se me hubiese permitido seguir los dictados de mi propio juicio –decía- no hubiera podido permanecer aquí un solo día”. 102 Culpaba a Poinsett de generar un ambiente adverso a los Estados Unidos y le parecía inoportuno tratar el asunto de Texas. Butler, no obstante, le prometió a su presidente que en el momento apropiado presentaría ante el gobierno de Bustamante la oferta de comprar Texas, aunque advertía: “tengo algunas razones recientes para dudar de la sinceridad y buena voluntad de este Gobierno”.103 Acusaba a los británicos de inducir a que los mexicanos se creyesen más importantes de lo que eran, y acusaba a Alamán de ser agente a sueldo de los británicos.104

100

Butler a Van Buren, México, 26 de agosto de 1830, en Ibidem, p.224. Butler a Alamán, México, 14 de febrero de 1831, en Ibidem, pp.247-250. 102 Butler al general Jackson, 25 de mayo de 1831, en Ibidem, pp.258-261. 103 Ibidem. 104 Ibidem. 101

42

En diciembre de 1831 Butler se dio por vencido al saber que el Congreso mexicano había pospuesto de nuevo las discusiones en torno al tratado. En nota a Alamán le expresó su pesar y en consecuencia dio por terminada su misión ante México; más para sorpresa del propio Butler el Congreso aprobó el tratado en su última sesión y el tono del Ministro estadounidense cambió, de nuevo le escribió a Jackson: No tengo lenguaje para describir las vejaciones, mortificaciones y perplejidad que he sufrido debido a la ignorancia, conducta vacilante y prejuicios no liberales (illiberal) desplegados por el presente Congreso Mexicano ante al cual este asunto ha pendido por más de nueve meses; -y no estoy seguro que hubiera quedado concluido en doce meses más, de no ser por la postura resuelta que asumí y que le comuniqué al Secretario de Relaciones Exteriores en nota privada.105

Procedió entonces a ocuparse de lo que más le importaba: la cesión de Texas. En julio del 32 sostuvo un par de conversaciones con Alamán. Informó optimista que “Mr. Alamán recibió y consideró la propuesta [de modificar la frontera] de manera muy favorable”.106 Pero al caer el gobierno de Bustamante tras una insurrección de Santa Anna, Alamán perdió poder; Butler lamentó no seguir negociando con él ya que, decía, “hubiera sido mucho más favorable para mí si la cuestión hubiese quedado para ser ajustada entre Mr. Alamán y yo, ambos nos entendemos bien”.107 No es creíble que don Lucas estuviera de pronto dispuesto a conceder en el asunto de Texas. Quizá simuló ante Butler para ganar tiempo hasta que la federación se convenciera del peligro que corría la república, o hasta que hubiera muestras de apoyo por parte de los hispanoamericanos. Y es que desde marzo del 31 había despachado en misión especial a América del Sur a Manuel Díez de Bonilla y Juan de Dios Cañedo para sensibilizar a los conosureños sobre los riesgos que acechaban a México y al continente.108 En la memoria ministerial que leyó a un mes de haber asumido su cargo como Canciller, don Lucas retomó la causa del hispanoamericanismo: “Las [relaciones] que deben considerarse como primeras y más importantes –decía-, 105

Butler al general Jackson, México, 23 de diciembre de 1931, en Ibidem, pp.274-276. Butler a Livingston, México, 16 de julio de 1832, en Ibidem, pp.293-294. 107 Butler a Livingston, México, 12 de agosto de 1832, en Ibidem, p.299. 108 Véase Francisco Cuevas Cancino, El pacto de familia. Historia de un episodio de la diplomacia mexicana en pro de la anfictionía, México, Archivo Histórico Diplomático Mexicano 14, segunda serie, SRE, 1962. 106

43

son las que nos unen con las nuevas repúblicas de nuestro continente”.109 Definía su estrategia como un pacto de familia en el que convenía obrar “bajo un plan uniforme para adelantar simultáneamente nuestros intereses comunes”.110 El objetivo era generar unidad contra el expansionismo estadounidense y contra el intervencionismo europeo. En América del Sur, sin embargo, se vivían momentos de inestabilidad a raíz del asesinato del general Sucre y la muerte de Bolívar el diecisiete de diciembre de 1830. Los plenipotenciarios mexicanos sortearon diversas vicisitudes que entorpecieron sus misiones, y para colmo la inestabilidad se apoderó de México a consecuencia de los sucesos que relataré a continuación. Don Lucas fue hasta 1832 la cabeza visible de una política de defensa del interés nacional mexicano contra el intervencionismo extranjero, que halló eco en diplomáticos como Manuel Eduardo de Gorostiza, Manuel Díez de Bonilla, Juan de Dios Cañedo y Tadeo Ortiz, este último coautor del anteproyecto de la Ley Alamán. 111 Es pertinente decir que fue una política de Estado, no de partido, en la que concurrieron liberales y conservadores, y que constituye la génesis real de una política exterior de principios en México. El general Mier y Terán tuvo la tarea de defender la soberanía mexicana en Texas bajo circunstancias difíciles. Irónicamente entre sus colaboradores más leales se hallaba el coronel John Davis Bradburn, nacido en Virginia, quien llegó con Mina en 1816 y se naturalizó mexicano. 112 La firmeza con que Bradburn aplicaba la Ley Alamán levantó ámpulas en Texas y pronto ocurrió un primer levantamiento de colonos ilegales en consonancia con la insurrección de Santa Anna contra Bustamente. A mediados de 1832 los alzados desafiaron a Terán y Bradburn. Los destacamentos mexicanos acabaron por declararse impotentes; Austin se 109

Lucas Alamán, Documentos diversos, v.1, p.167. Ibidem. 111 Tadeo Ortiz había sido informante de Morelos y Rayón desde Europa y Estados Unidos, y en un inicio promotor del panamericanismo de Monroe. Después se volvió defensor del proyecto alamanista y propagandista de la colonización de Texas por europeos. Murió a bordo de un barco que lo conducía a Texas en 1833. Wilbert H. Timmons, Tadeo Ortiz. Mexican Colonizer and Reformer, El Paso, Texas, Texas Western Press, 1974, pp.63-72. Ernesto de la Torre Villar, Labor diplomática de Tadeo Ortiz, México, SRE, 1974. 112 Véase Margaret Swett Henson, Juan Davis Bradburn. A Reappraisal of the Mexican Commander of Anahuac, College Station Texas, A&M University Press, 1982. 110

44

sumó a los reclamos a pesar de que nadie había sido más beneficiado que él por la generosidad de Mier y Terán; éste no se contuvo y le echó en cara su ingratitud: Tantos favores que debe Vd. al Gobierno mexicano y tantas consideraciones a sus agentes no han producido en Vd. más que una facilidad para formar sus juicios erróneos y quejas injustas, con que excitará discordias y motines entre los colonos [...] El pago de derechos sobre comercio, obliga a los colonos de Texas lo mismo que a los mexicanos de todas partes [...] Dice Vd. que los pueblos de Texas tienen justas quejas. Esto será nuevo y sólo Vd. sabrá cuáles son: sírvase Vd. decirlas, porque nadie sabe qué violación se ha hecho de las leyes que gozan los pueblos de Texas, ni aún de los privilegios con que están distinguidos en la República Mexicana. Quiere Vd. que el Gobierno adopte una política más liberal. Se servirá Vd. decir que libertad apetece a más de aquella con que es tratado; pero vea Vd. antes por toda la costa oriental del continente americano, desde la bahía Hudson hasta el Cabo de Hornos en qué nación, en qué puertos no se pagan derechos por comercio, ni deja de encontrarse una aduana? [...] Lo que indudablemente se debe exigir es sumisión a las leyes; si nosotros las hemos quebrantado dirija Vd. sus quejas y razones al Gobierno, pero no autorice Vd. con su opinión, insolencia.113

En Ciudad de México, mientras tanto, los yorquinos, comandados por Gómez Farías, circularon versiones de que la Ley Alamán era inoperante, que lejos de asegurar el orden y la adhesión de Texas alejaba más a esa provincia de la federación, y que la verdadera intención era vender Texas a la Gran Bretaña. Aprovecharon el momento para sublevarse a principios de 1832, e invitaron al general Santa Anna a acaudillar el movimiento. Zavala turisteaba por los Estados Unidos donde se reencontró con Poinsett; producto de ese viaje fue su panegírico titulado Viaje a Estados Unidos del Norte de América.114 En abril de 1833 Santa Anna fue proclamado Presidente, pero como su sueño era solamente el de ser héroe y no gobernante, dejó el poder en manos de su vicepresidente, Valentín Gómez Farías, mientras él se recluía en Manga del Clavo. Don Valentín, perteneciente a la corriente más extrema del liberalismo y también miembro del harén de Poinsett,115 de inmediato puso en

113

Mier y Terán a Austin, 27 de enero de 1832, citado en Vicente Filisola, Memorias para la historia de la Guerra de Tejas, vol. 1, México, Editora Nacional, 1852, facsímil, pp.185-189. Ohland Morton,Terán and Texas. A Chapter in Texas-Mexican Relations, Austin, The Texas State Historical Association, 1948, pp.151-152. 114 Lorenzo de Zavala, Viaje a Estados Unidos del Norte de América, México, Bibliófilos Mexicanos, 1963. 115 Victoriano Salado Álvarez, Poinsett y algunos de sus discípulos, México, Jus, 1968. 45

marcha una serie de reformas con la asesoría en José María Luis Mora, a quien Enrique Krauze equipara con la talla intelectual de Alamán.116 Mier y Terán, a su vez, hacía lo imposible por preservar la lealtad de sus tropas al gobierno, pero dos de sus jefes se unieron a la expedición del coronel yorquino José Antonio Mexía quien llegó de Matamoros –otra coincidencia- a deponerlo a él y a Bradburn. Emprendió después hacia Tampico y el día quince mayo arengó a sus tropas contra Santa Anna, a quien acusaba de ser un instrumento de intereses extranjeros.117 A Mora le escribió una carta triste el veintiocho de mayo; el dos de julio también le escribió a don Lucas expresándole su desesperación ante la discordia política; ¿cómo podía México defender Texas –le preguntaba- si ni siquiera era capaz de mantener la paz interna?118 Debió ser fuerte su estado depresivo; el día tres se dirigió al sitio donde fue fusilado Iturbide en Padilla, Tamaulipas, apuntó su espada contra el pecho y atravesó su corazón a la manera de los guerreros samuráis de Japón. Su muerte la deploraron tanto Mora como Alamán; incluso Butler lo describió como “el más capaz de los comandantes militares del lado del Gobierno”.119 Don Lucas se recluyó en Celaya, Guanajuato, dedicado a escribir su versión de la independencia de México y a un negocio de hilados; volvería a ocupar un cargo público en las postrimerías de su vida como veremos después. Bradburn dejó testimonio de su misión en el Memorial sobre los sucesos de Anáhuac antes de morir en Matamoros en 1842.120 Para la historiografía texana fue un anglosajón traidor;121 la historiografía mexicana aun no le reconoce su papel en la defensa de la soberanía mexicana a juzgar por la escasa bibliografía que hay sobre su vida.

3.3 Gómez Farías y el asunto texano

116

Enrique Krauze, Siglo de caudillos, México, Tusquets, 2009, pp.144-159. Morton, p.169. 118 Morton, pp.171-179. AHDGE, Exp. L-E-1056 [Fols.: 184-185]. 119 Butler a Livingston, México, 16 de julio de 1832, en Bosch, Documentos, v.2, p.294. 120 Henson, pp.129-144. 121 Ibidem, pp124-128. 117

46

Los colonos texanos se habían sumado a la causa de Santa Anna que defendía el general Mexía y éste, una vez que desarticuló la política de control de Mier y Terán en Texas, abandonó el territorio en manos de los colonos. Austin vio entonces la oportunidad de encabezar el movimiento texano, por lo que redactó un manifiesto en el que denunciaba la "tiranía militar de Bustamante" expresada en las supuestas arbitrariedades del comandante Mier y Terán y en los "abusos" de Bradburn. Aseguraba además nunca haberse "desviado de su deber como ciudadanos mejicanos".122 En enero de 1833 Austin se reunió con los líderes de otros asentamientos. En la llamada Convención de San Felipe propuso exigirle al Gobierno mexicano la anulación del Artículo 11 de la Ley Alamán, la eliminación de aranceles, la expedición de títulos de propiedad a los pobladores, y la separación de Texas de Coahuila. Los convocados aprovecharon para redactar asimismo una Constitución a iniciativa de Sam Houston, amigo del presidente Jackson al igual que Butler. Houston era ya un rival obvio para Austin en el liderazgo texano; mientras éste seguía pensando que la lucha era porque Texas fuera un estado independiente dentro de la federación mexicana, aquél tenía en la mira convertirlo en Estado totalmente independiente de México. Austin quiso ganar tiempo y partió solo hacia la Capital mexicana confiado en que convencería a Santa Anna y Gómez Farías de independizar Texas. Gómez Farías se hallaba en aquel momento ocupado en la implementación del programa político de su grupo y al parecer no hizo caso de la presencia de Austin. En poco tiempo implantó reformas que limitaban los poderes del ejército y la Iglesia, amén de cancelar la Universidad Pontificia. También confiscó las misiones en la Alta y Baja California, puntas de lanza de la identidad mexicana en aquellas tierras, y con ello debilitó la posición de México frente al expansionismo estadounidense en esos márgenes. Hay quienes exaltan las reformas gomezfariseas como precursoras de las reformas juaristas; a su autor lo enaltecen como el hombre que “sembró la semilla que habría de fructificar en la plena soberanía y autonomía de

122

Citado en Josefina Z. Vázquez, México y el mundo, v.1, pp.79-80. También, Gregg Cantrell, Stephen F. Austin, empresario of Texas, New Haven y Londres, Yale University Press, p.259. 47

México”.123 Pero se trata de una falacia. Al afectar los cimientos de la unidad y defensa del país –representados por la Iglesia y el ejército- en tiempos en los que la integridad territorial de México estaba en peligro, lo que consiguió Gómez Farías fue lo contrario a lo que enaltece el autor antes citado.124 Don Valentín actuó en contra del interés nacional del momento, y sólo consiguió con sus reformas socavar más la soberanía y autonomía del país en lugar de fortalecerlas. No es posible imaginar la magnitud del daño porque los mexicanos hemos vivido insertos en la versión liberal de la historia, sin embargo, la conmoción debió ser equivalente a un hipotético asalto al poder en el México contemporáneo por parte de un grupo de ultraizquierda. La opinión de Alamán fue: "Todo cuanto el déspota oriental más absoluto, en estado de demencia, pudiera imaginar más arbitrario e injusto, es lo que forma la colección de decretos de aquel cuerpo legislativo".125 Quizá don Valentín pretendía entregarle a Santa Anna hechos consumados, incluso irreversibles. También Austin tendría prisa por obtener respuesta a sus peticiones para legitimar su liderazgo en Texas, pues varias veces se dirigió a Gómez Farías y éste no le daba respuesta. En el colmo de su desesperación, cometió una torpeza: el dos de octubre escribió al Ayuntamiento de Béjar, hoy San Antonio, instándolo a organizar un gobierno independiente porque "la suerte de Texas depende de sí mismo y no de este Gobierno".126 En noviembre el Congreso por fin derogó el Artículo 11 de la Ley Alamán. Austin entonces se despidió con promesas de lealtad a la patria y partió el diez de diciembre, pero para colmo de su mala suerte el Ayuntamiento de Béjar le había remitido la carta arriba mencionada a Gómez Farías (váyase a saber con qué intenciones), y éste ordenó el arresto del colono cuando iba en camino a casa. 123

Enrique Álvarez del Castillo, “Las leyes del 33”, en Memoria de las mesas redondas sobre las ideas de Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora, México, Instituto José María Luis Mora, 1982, pp.9-10. 124 Hale advierte extrañado: “Los mexicanos se pusieron a la tarea de readoptar un sistema de floja organización territorial en el preciso momento en que los estaba amenazando una potencia extranjera”, Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora (18211853), México, Siglo Veintiuno, 1972, p.213. 125 Alamán, Historia de Méjico, v.5, p.791. 126 Canterll, pp.271-273 48

Un año se pasó en las cárceles mexicanas, tiempo que aprovechó para escribir su Exposición al público sobre los asuntos de Texas en el que abundaba en recomendaciones para hacer que Texas prosperara como estado sin segregarse de México.127 Sus verdaderas intenciones, según don Pablo Herrera Carrillo, consistían en “escapar de las garras del gobierno mexicano y no para restaurar la tranquilidad en Texas”.128 En abril del 34, en medio de una convulsión popular contra las reformas de Gómez Farías, reapareció Santa Anna quien ordenó el despido de su vicepresidente, la suspensión de las cámaras, y la revocación de los decretos liberales. Don Valentín huyó a Nueva Orleans donde lo esperaban Zavala y Mexía. Allá se reunió de nuevo con la médula de la logia yorquina; el tres de septiembre de 1835 estos tres caballeros firmaron un pacto secreto a través del cual se comprometían a luchar por la separación de Texas en defensa del federalismo.129 En México, mientras tanto, el nuevo Congreso se integró por partidarios del centralismo –don Lucas entre ellos- que se dieron a la tarea de remplazar la Constitución federal de 1824. 130 El propio Congreso declaró a Santa Anna “Benemérito de la Patria en grado Heroico” por haber derrotado a Barradas y éste, desde Manga del Clavo, se mantuvo vigilante por si osare un extraño enemigo profanar con sus plantas el suelo mexicano, una “parodia de Washington” dice Krauze.131 Antes de dejar el poder, Gómez Farías envió a Texas al coronel Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural de Morelos, quien dominaba el inglés.132 127

Esteban F. Austin, Exposición al público sobre los asuntos de Texas, con un estudio de Pablo Herrera Carrillo, México, Editorial Academia Literaria, 1959. 128 Ibidem, p.14. 129 Me parece que el argumento de tres autoras de un libro que se esmera en defender a Gómez Farías en este episodio, peca de ingenuidad, pues aducen que el pacto contemplaba la separación de Texas únicamente como una medida temporal. Lillian Briseño Senosiáin, Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre, Valentín Gómez Farías y su lucha por el federalismo, 1822-1858, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Gobierno del Estado de Jalisco, 1991, pp.127-129. 130 Un excelente análisis de las discusiones en ese Congreso en Reynaldo Sordo Cedeño, El Congreso en la primera república centralista, México, El Colegio de México, ITAM, 1993. También David Pantoja Morán, El supremo poder conservador. El diseño institucional en las primeras constituciones mexicanas, Zamora, Michoacán, México, El Colegio de Michoacán, 2005. 131 Krauze, op.cit., pp.133. 132 Recuérdese que Morelos había encomendado a su hijo con Manuel de Herrera cuando éste realizó su misión a Estados Unidos en tiempos de la insurgencia. Una de las imputaciones a Morelos por el Santo Oficio fue haber mandado a su hijo “a formarse como hereje y libertino” a 49

Debía asegurarles a los colonos texanos que el gobierno estudiaba una solución favorable a sus intereses e informar sobre la situación. Almonte partió no sin temores, ya que se aquel conjunto de colonos estaba formado por aventureros diestros en el manejo de las armas; sin embargo, lo recibieron tan de buena gana que hasta le causaron una impresión favorable.133 En su Informe secreto, Almonte propuso que se subdividiera Texas en cuatro departamentos, que se reconocieran más ayuntamientos, y que se permitiera

el

establecimiento

de

jueces

anglosajones

para

ciertos

procedimientos judiciales; es más, hasta propuso el inglés como segunda lengua para asegurar la comprensión de las leyes. Reiteró el consejo de Mier y Terán de procurar el asentamiento de indios mexicanos en tierras federales para contrarrestar las migraciones de anglos tras la modificación de la Ley Alamán, y reiteraba la intolerancia contra la posesión de esclavos. El Informe es abundante en precauciones, aunque también en confianza. Almonte no creía posible que aquellos colonos concibieran la posibilidad de canjear los privilegios de México por el dominación estadounidense: “Cuando uno considera las inmensas ventajas que necesariamente deben resultar a las Colonias de pertenecer a México –señala-, apenas puede concebir que haya quien piense, entre aquellos habitantes, en unirse al Gobierno del Norte”.134 Cuando Austin regresó a Texas encontró el panorama muy cambiado. Los nuevos líderes del movimiento independentista eran más belicosos, y los recién llegados superaban a los texanos de origen en proporción de diez a uno, o sea, aquella era una verdadera invasión de ilegales anglos.135 En Estados Unidos la propaganda para luchar por Texas no se disimulaba, de manera que la apreciación de algunos historiadores en el sentido de que los exiliados

los Estados Unidos, aunque en realidad su intención era procurarle educación y protección. Almonte regresó convencido de que el liberalismo era deseable, sin embargo, conforme se adentró en el conocimiento norteamericano, también modificó su pensamiento. Véase César Campos Farfán, General Juan N. Almonte, insurgente, liberal y conservador. Ensayo biográfico, México, Ediciones Casa Natral de Morelos, 2001. 133 Sus observaciones quedaron contenidas en un Informe secreto, en Celia Gutiérrez Ibarra, Cómo México perdió Texas, Colección Fuentes, México, INAH, 1987. AHDGE, Exp. L-E-1057 (I) [Fols.: 92-95] 134 Ibidem, Apéndice, p.8. 135 Cantrell, pp.298-299. 50

mexicanos en Nueva Orleans “no se daban cuenta que la causa de los texanos era la independencia”, no es creíble.136 Las evidencias demuestran que los signatarios del pacto de Nueva Orleans (Zavala, Gómez Farías y Mexía) no sólo se daban cuenta de que Jackson incitaba al separatismo en Texas, sino que ellos mismos favorecían la inscripción de México en la órbita de valores y principios estadounidenses. “De consiguiente –habría de escribir Zavala- la influencia de los Estados Unidos sobre México, será con el tiempo un poder de opinión, de enseñanza de magisterio, tanto más fuerte cuanto que será puramente moral fundado en sus doctrinas y lecciones”.137 * Butler en México siguió por un tiempo alimentando la idea de que lograría la cesión de Texas, e incluso la reparación de daños causados a los ciudadanos estadounidenses afectados por las revueltas. Decía tener amistad con el Secretario de Relaciones Exteriores del gobierno centralista, José María Gutiérrez de Estrada, y que con él se facilitaría un arreglo en torno a Texas.138 A principios del 35 se detectó la movilización de tropas norteamericanas al mando del general Gaines a Nacogdoches, lo cual en efecto provocó que Gutiérrez buscara la reanudación de las negociaciones sobre límites fronterizos. En junio, Butler arribó a Nueva York; aseguraba tener en sus manos una copia del tratado en el que México admitía la cesión de Texas. Desde luego, mentía. Fue cesado en diciembre y en su lugar se designó a Powathan Ellis. Para septiembre la agitación en Texas era ya evidente. El Louisiana Advertiser de Nueva Orleans informaba: “Ha comenzado la lucha tan esperada entre los colonos de aquel país [Texas] y los soldados de Santa Anna.”139 En noviembre, Santa Anna se colocó al frente de tres mil hombres y partió a Texas en una campaña impregnada de desaciertos, que culminó en la derrota de San 136

V.g, Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer, México frente a Estados Unidos, un ensayo histórico, 1776-1993, México, FCE, 1982, p.47. 137 Zavala, Viaje, p.227. 138 Butler a Forsyth, México, 25 de enero de 1835, en Bosch, Documentos, v.2, pp.381-382, 139 Louisiana Advertiser de Nueva Orleans, 8 de septiembre de 1835, en Ibidem, p.427. 51

Jacinto y posterior captura de Santa Anna por Sam Houston. En el Anexo I de esta obra está contenida la reseña de esa campaña con el fin de concentrarme en las acciones diplomáticas, que son propiamente nuestro sujeto de estudio. En el Capítulo II veremos que México despertó ambiciones entre las grandes potencias de la época, y de cómo los diplomáticos mexicanos enfrentaron las embestidas intervencionistas. Aunque Lucas Alamán dejó de ser figura de primera línea, siguió influyendo en las políticas del gobierno centralista y los principios que sentó siguieron presentes en la política exterior mexicana.

52

CAPÍTULO II AMBICIONES DE LAS GRANDES POTENCIAS EN MÉXICO “A esos invasores afortunados estábales reservado el oro de California y a los mexicanos el infortunio.”. General Santa Anna

Las acciones de las grandes potencias militares y económicas de la época, sobre todo Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos, deben ubicarse en el contexto del momento. Desde la derrota de Napoleón no se produjo ninguna guerra multinacional en el continente europeo, indicador de que estaban surtiendo efecto las fórmulas de equilibrio de poderes establecidas por Metternich, Castlereagh, Nesselrode y Talleyrand en el Congreso de Viena de 1815, coinciden en ello autores como Albrecht, Kissinger y Nicolson, entre otros.140 No hubo guerras multinacionales, mas sí competencia por alcanzar a la Gran Bretaña en su revolución industrial y eso incluía a los estados septentrionales de la Unión americana. Los británicos parecían no tener rival en lo comercial, importaban fuertes cantidades de algodón que procesaban y exportaban en forma de textiles; la industrialización se aceleró hacia la segunda mitad de los años treinta gracias a las innovaciones en telares y técnicas de fabricación, y a la creciente demanda en América Latina. Por su tamaño y ubicación estratégica en la región, México despertó un interés especial.

1. EL AMBIENTE DE INTERVENCIONISMO Los pormenores de cómo Santa Anna manejó el asunto de Texas [ver ANEXO I] cundieron por el orbe dejando la imagen de un México endeble y 140

René Albrecht-Carrié, A diplomatic history of Europe since the Congress of Vienna, Lóndres, Methuen & Co., 1958. Henry A. Kissinger, Un mundo restaurado. La política del conservadurismo en una época revolucionaria, México, FCE, 1964. Harold Nicolson, El Congreso de Viena, 1812-1822. Un estudio sobre la unidad de los aliados, Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, 1947. 53

gobernado por gente incapaz de defender la soberanía. La vulnerabilidad del país no pasó desapercibida para las grandes potencias; las invocaciones de intervencionismo emergieron de todas partes como se verá a continuación. De facto se suspendieron las relaciones con Estados Unidos a consecuencia de que los respectivos ministros se retiraron de sus misiones, mas para comprender esto se vuelve necesario describir algunos sucesos. Anthony Butler, a quien he descrito ya como rudo y poco afecto a las formas diplomáticas en el capítulo anterior,141 escribió en febrero de 1835 al Secretario de Estado, John Forsyth, asegurándole que Texas ya casi estaba en sus manos: “Yo me comprometo ante usted y –téngalo en cuenta- le doy mi promesa de que su administración no terminará sin ver el objeto [o sea, Texas] en su poder”.142 Aunque Jackson había declarado que su gobierno era neutral ante los sucesos en Texas, la realidad era que azuzaba la movilización en favor de los texanos con el propósito de anexar eventualmente ese territorio a los Estados Unidos. En diciembre, Butler fue cesado. Sus despropósitos ya no eran soportables para el Gobierno mexicano y su talante no convencía más a Forsyth.143 Llegó a sostener que tenía el tratado de sesión territorial en las manos y que por conducto del confesor de la hermana de Santa Anna sabía el nombre del individuo que representaría a México en la negociación final, y que el ambiente era propicio incluso para adquirir Nuevo México y las Californias.144 De acuerdo con Zea Pardo, Butler siguió dando de qué hablar hasta que por fin se retiró a principios del 36. En su lugar fue nombrado Powathan Ellis, quien arribó con la encomienda de presionar en el asunto de las reclamaciones ante los supuestos daños causados a ciudadanos estadounidenses en los cambios de gobierno en México. Al respecto, Gutiérrez de Estrada defendió una posición poco reconocible en los libros de historia de la diplomacia mexicana. Sostenía que era inaceptable la reparación de daños a los extranjeros dado que implicaba inequidad para los mexicanos que también se habían visto afectados por los 141

Supra 82, Cap. I. Butler a Frosyth, 26 de febrero de 1835, en Carlos Bosch García, Documentos de la relación de México con los Estados Unidos, v.2, México, UNAM, 1983, p.386-387. 143 Irene Zea Prado, Gestión diplomática de Anthony Butler en México, 1829-1836, México, Archivo Histórico Diplomático 14, Cuarta Época, SRE, 1982, pp.179-180. 144 Butler a Forsyth, Washington, 17 de junio de 1835, en Bosch, Documentos, v.2, pp.398-405. 142

54

disturbios; con este principio se adelantó por lo menos treinta años a la famosa Doctrina Calvo.145 En respuesta, Ellis dimitió a su cargo. Un acto provocador por parte del gobierno estadounidense fue la movilización ordenada por Jackson de las tropas del general Edmund P. Gaines a Nacogdoches, Texas, supuestamente para evitar que los indios, texanos y mexicanos violaran el territorio de Estados Unidos. En otras palabras, so pretexto de evitar la violación de su territorio el ejército estadounidense violó el territorio mexicano. Fungía como Ministro de México en aquel país don Manuel Eduardo de Gorostiza, afín a la escuela de acción de Lucas Alamán. Ante las protestas de Gorostiza por la transgresión de la soberanía mexicana, Jackson mantuvo silencio. En octubre de 1836, al fin el Departamento de Estado respondió: arguyó que la violación de la frontera estaba fundada “en el gran principio de propia conservación”, y que si la acción exigía la ocupación de algunos puestos en el lado mexicano se hacía sobre “el deber de propia defensa”, y que además no necesitaba justificación alguna, “basta la necesidad que obliga a ello”.146 Gorostiza respondió que las causas no llevaban otro fundamento que “el maligno deseo de hacerle mal a México”, y que por consiguiente daba por concluida su misión.147 En derecho internacional existe, en efecto, lo que se conoce como derecho de autodefensa, aplicable sobre la evocación del principio de autopreservación nacional. La paradoja, como señala Hans Kelsen,148 es que sobre la justificación de defender la soberanía se incurre en la violación de otra soberanía. Los gobiernos estadounidenses de hecho se estrenaron evocando el principio mencionado con México, y como se sabe lo han aplicado en otras 145

La Doctrina Calvo se atribuye al jurista e internacionalista argentino Carlos Calvo quien en 1868 estableció que: 1) Los estados soberanos tienen derecho a estar libres de cualquier forma de interferencia por parte de otros estados; 2) Los extranjeros tienen los mismos derechos que los nacionales, y en caso de litigios o reclamaciones tienen la obligación de agotar los recursos legales disponibles ante los tribunales locales antes de solicitar la protección o intervención diplomática de sus países de origen. Véase Francesco Tamburini, “Historia y destino de la ‘Doctrina Calvo’: ¿Actualidad u obsolescencia del pensamiento de Carlos Calvo?”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos Sección Historia del Derecho Internacional, n.24, Valparaíso, Chile, 2002. http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=s0716-54552002002400005&script=sci_arttext 146 Don Manuel Eduardo de Gorostiza y la cuestión de Texas, México, Porrúa, 1971, pp.103108. 147 Ibidem, pp.108-115. 148 Hans Kelsen, Principles of International Law, Nueva York, Rinehart, 1959, pp.58-60. 55

ocasiones a lo largo de la historia. Gorostiza tenía razón: no existía amenaza alguna por parte de México contra la seguridad nacional estadounidense. Antes de partir, Gorostiza filtró su correspondencia con el Departamento de Estado a dos editores locales, y dejó evidencias de que mantuvo abierta la voluntad de entendimiento. Jackson quedó exhibido y no perdonó la afrenta; hasta exigió que el Gobierno mexicano sancionara a su Ministro y que de inmediato se le ofrecieran disculpas,149 pero el canciller Gutiérrez de Estrada no sólo rehusó la petición de disculpas sino que aprobó la conducta de Gorostiza.150

1.1 Texas y el Destino Manifiesto Podemos imaginar la rabia de Andrew Jackson cuando se publicó la correspondencia de Gorostiza, sumado al hecho de que México no se disculpó como él exigía. Debió molestarle la poca efectividad de las presiones ejercidas a través de las reclamaciones, y para colmo Santa Anna, ya seguro en su hacienda de Manga del Clavo, se olvidó de lo prometido en Washington. La contienda electoral impidió tal vez a Jackson emprender una aventura bélica de mayor envergadura contra México. John Quincy Adams, en su momento instigador de Poinsett para que negociara la compra de Texas, se convirtió entonces en uno de los críticos más acérrimos de la política expansionista de Jackson y de su sucesor, Martin Van Buren. Advirtió que en Texas se instrumentaba una infamia contra una nación que buscaba preservar su soberanía sobre principios de reciprocidad y buena fe, y que inclusive había generado admiradores de las instituciones estadounidenses. Paradojas de la historia: el autor intelectual de la Doctrina Monroe sería el principal opositor al intervencionismo estadounidense en México, pues creía que el espíritu original de la citada doctrina se había tergiversado. Es probable que el Adams de 1836 se mostrara aún interesado en la adquisición del 149

Bosch, op.cit., p.272. El 6 de diciembre de 1836, Gorostiza rindió cuentas sobre su la labor diplomática en la Ciudad de México. “Por desgracia –señaló- ni la razón que nos asistía, ni los argumentos con que la esforcé, ni mis protestas, ni mi paciencia, tuvieron valor alguno a los ojos del gabinete de Washington”. Don Manuel Eduardo, op.cit., p.185. Véase también AHDGE, Exp.: L-E-1078 [Fols.: 55-56]. 150

56

territorio texano, pero se oponía a los métodos expansionistas, de ahí su defensa de la causa mexicana. Llegó a ser visto en México como un aliado y hasta se pensó que sus habilidades políticas e influencias serían suficientes para anular las tendencias anexionistas.151 Con frecuencia en México se asume que ciertas posturas en Estados Unidos obedecen a expresiones de amistad y empatía con la cultura mexicana. Se pierde de vista que las tradiciones culturales son divergentes, y que no siempre lo que se percibe como empatía obedece a una real afinidad con nuestras visiones. Si los estadounidenses son herederos de la Reforma protestante, señalaba Octavio Paz, nosotros lo somos de la Contrarreforma; me parece importante comprenderlo para comprender la rivalidad ideológica en la que se inscribía Adams. Recuérdese que la Declaración de Independencia que conformó la unión estadounidense se produjo en un contexto de guerra, la guerra de los Siete Años entre Gran Bretaña y Francia (1756-1763). La clase adinerada de las trece colonias había aprovechado ese ambiente de rivalidad para expandirse a través de incursiones filibusteras sobre los territorios franceses de Great Meadows. Al vencer la Gran Bretaña, despojó a Francia de algunas posesiones pero el expansionismo de los colonos americanos no cesó hasta que Londres promulgó una serie de proclamas reales tendientes a reafirmar su dominio y a frenar la colonización y especulación inmobiliaria en América,152 el hecho a la postre detonó las protestas que desembocaron en la Declaración de 1776. El antecedente refleja que el impulso expansionista subyace en el nacimiento y desarrollo de la nación estadounidense. El mismo no se explica sin el protestantismo calvinista que supedita el éxito y la victoria a la tutela de Dios, como sostuvo Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.153 No resulta extraño pues que se pensara que las políticas de expansión territorial eran bendecidas por Dios, pero aun en eso los grupos políticos no eran homogéneos: unos favorecían el uso de la fuerza y otros la negociación para adquirir posesiones; unos buscaban la riqueza con mano de 151

Frank A. Knapp, Jr., “John Quincy Adams, ¿defensor de México?, en Historia Mexicana, v.7., n.1, jul.-sept. de 1957, México, El Colegio de México, p.118. 152 La Ley de Ingresos de 1764 conocida como Ley del Azúcar; la Ley del Timbre de 1765, y la famosa Ley del Té de 1770. Susan Previant Lee y Peter Passell, A New Economic View of American History, Nueva York, Norton, 1979, pp.31-39. 153 Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, México, Fontamara, 1994. 57

obra esclava y otros la libertad del individuo; unos querían reforzar a las élites y otros la democracia. El imperio estadounidense ha sido entonces producto de una vocación de negocios por parte de sus dirigentes, quienes piensan que todo es susceptible de adquisición. Lo advirtió Zavala en su memoria de viaje a Estados Unidos a principios de los años treinta: “En ningún país del mundo se trata más constantemente de negocios mercantiles y modo de hacer dinero. Entre muy pocas gentes se habla de cuestiones abstractas, o de materias en que no se verse algún interés material”.154 Tal vez hubiera diferencia en las formas, en el fondo se perseguía un destino común, un Destino Manifiesto avalado por Dios.155 Otra diferencia con lo nuestro tiene qué ver con el concepto de propiedad. Para la tradición anglosajona –basada en las teorías de John Lockelos territorios poco poblados son susceptibles de compra-venta si el fin es hacerlos productivos. En su Ensayo sobre el gobierno civil (1630), Locke ya retrataba lo que sería el manual de acción de las políticas trazadas en Washington hacia México, al decir que si una propiedad se abandona podía ser posesión de otro, aunque para ello fuese necesario recurrir a la guerra.156 Tal era el caso de Texas. La visión chocaba con la concepción hispanoamericana, y más en concreto con la mexicana. Carlos María de Bustamante la reflejó en un ensayo publicado en 1847: “De ninguna suerte puede admitirse el ejemplo de la separación de México del dominio de España para justificar el de Texas de México”, decía, estas eran sus razones: México no recibió donaciones y tierras de España. Los españoles conquistaron a los primeros habitantes, poblaron el territorio y lo tuvieron sujeto durante 300 años, sacando todo el producto posible de él, sin dar a los habitantes ni garantías, ni derechos, ni representaciones, ni ilustración de ningún género. Los hijos de estos mismos españoles y de los indios, dueños legítimos del territorio, fueron los que levantaron la voz proclamando la independencia, pelearon por 154

Zavala, Viaje, op.cit., p.114. El concepto se atribuye a John O'Sullivan en 1845, aunque no apareció como doctrina sino hasta 1885 en el célebre artículo de John Fisk, "Manifest Destiny" aparecido en el Harper's Magazine cuyo antecedente directo era un libro de circulación restringida entre las élites norteamericanas denominado The Book of Destiny. Este libro se anticipaba por lo menos cien años a la publicación de Mi lucha de Hitler, con conceptos análogos de penetración al oeste y espacio vital. Poinsett lo introdujo entre sus cófrades los yorquinos según cuenta Reginald Horsman, La raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, México, FCE, 1985, passim. 156 John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, México, FCE, 1941, pp.23-24 155

58

ella sin auxilio ni intervención de naciones extrañas, y después de una lucha encarnizada de once años, consiguieron su intento. Cuando la independencia se consumó, había, sin duda, más de siete millones de habitantes. En las naciones, lo mismo que en las familias, la emancipación es un hecho natural, y puede decirse que aun forzoso y necesario para la formación de las sociedades humanas […]. Lo mismo sucede con las naciones. Los Estados Unidos de América, después de cierto tiempo, se separaron de la madre patria y han formado por esa ley eterna de las sociedades otras tantas naciones más o menos fuertes, mal o bien organizadas, pero cuya existencia se ha reconocido de hecho por el resto del mundo. Nada, pues, hubiera tenido de extraño ni de violento, que Texas en su debido tiempo hubiese hecho otro tanto; pero en los pocos años que llevaba formado ese Estado no podía contar con una población propia, nacido en su suelo, tejana, por así decirlo; no tenía tampoco ni población ni los elementos necesarios para hacerse independiente; ni México, aun cuando hubiese variado la forma de gobierno, le había inferido agravios de ninguna especie, a no ser que se llamen agravios dar tierras sin recibir ninguna retribución por ellas.157

En otras palabras, México –con todo y Texas- tenía propietarios legítimos, es decir, los hijos de los españoles e indios que después apelaron al también legítimo derecho de independizarse. El propio Bustamante admite que hubiera sido igualmente legítima la independencia de Texas si estuviera poblada in extenso por los herederos de ese territorio y si hubiera por parte de ellos algún reclamo justificado, pero no lo había y antes bien a los pobladores se les trataba con especial consideración. “México, pues, tuvo el sentimiento de ver retribuida su generosidad con un acto de ingratitud”,158 decía el autor. Bustamante describió con perspicacia la cautela con la que procedían los vecinos, el perfil de sus designios y el tesón con el que se conducían para apropiarse de Texas. Fingían derechos y propalaban la justicia de sus demandas en las ventajas y el interés público. Tal razonamiento lo llevó a argumentar que bajo ningún motivo podía México desprenderse de Texas, ni aun cediéndolo en venta. En otra sección de su historia sobre la invasión de los estadounidenses, considera “desconsolante” la poca habilidad de los mexicanos ante las burlas de sus enemigos y sentencia: “Desengañémonos, la energía y la justicia hacen triunfar a las naciones, y aquí hemos carecido de ambas”.159 157

Carlos María de Bustamante, El nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea, historia de invasión de los angloamericanos en México, México, Conaculta, 2005, pp.34-35. . 158 Ibidem. 159 Ibidem, p.293. 59

Las condiciones estaban dadas para que de un momento a otro la guerra resolviera lo que la diplomacia y el entendimiento no podían. Los textos mexicanos suelen referirse a la expansión de Estados Unidos a costa de México como una acción intervencionista provista de premeditación, alevosía y ventaja; la realidad es que en algunos sectores sociales de México se carecía de los antídotos a esas agravantes, a saber: previsión y cautela. La relevancia del grupo comandado por Alamán y Gorostiza es que sí comprendía los designios del vecino y por ende activó una corriente diplomática previsora y precautoria, sustento básico de esta obra.

1.2 Intervención a causa de unos pasteles Aquello que para Bustamante era claro acerca de las intenciones de Washington, no era tanto para un buen número de mexicanos. En un momento en que el país requería de unidad y defensa de la soberanía territorial, los federalistas agitaban y los centralistas vivían obsesionados por recuperar Texas. Ante tal desunión Jackson le asestó un último revés al Gobierno mexicano antes de irse; el siete de marzo del 37 le otorgó el reconocimiento a la República de Texas mientras se enardecía el anti mexicanismo frente los presuntos atropellos contra ciudadanos estadounidenses que amenazaban con la guerra si no se les indemnizaba. A su vez, el Gobierno británico también empezó a presionar para que México pagara un adeudo contraído en los años veinte. No era fácil enfrentar el problema porque el déficit fiscal era mayúsculo y las recaudaciones mínimas. Además, el Congreso no ayudaba al empeñarse en utilizar los escasos recursos para sofocar las insurrecciones federalistas y organizar otra expedición a Texas. A diferencia de Francia, hasta mediados de los años treinta el Gobierno británico se mantuvo al margen de los negocios privados de sus súbditos, eran ellos los únicos responsables de sus ganancias o pérdidas. Sin embargo, cuando percibieron que los problemas administrativos en México empezaban a dañar los intereses económicos de los inversionistas británicos y a impactar

60

sobre las finanzas públicas, la Foreign Office pasó de la inacción a la protección como veremos después.160 Las reclamaciones francesas databan de 1828 tras el saqueo de La Acordada incitado por Zavala. Pesaban desde entonces amenazas de bloqueo a México, aunque la gota que derramó el vaso se dio cuando el representante francés, Antoine Louis Deffaudis, prestó oídos a un pastelero y emitió un reclamo según el cual los extranjeros en México eran sujetos de odio, persecución e insultos como los judíos en la época medieval; amenazó por ende con que Francia aplicaría la justicia. Cuevas respondió que la comparación con los judíos en el Medievo también era un insulto, y deploró el uso de la fuerza para resolver los litigios internacionales, antecedente del principio de solución negociada de los conflictos. De nada valió. El dieciséis de abril de 1838 una escuadra francesa se apostó en Veracruz y lo bombardeó. Al frente de las operaciones militares en Veracruz se encontraba el general Rincón, pero cuando apareció sin anunciarse Antonio López de Santa Anna, quien tenía ante sí la oportunidad de sacarse la espina clavada en San Jacinto, Rincón se hizo a un lado. Y es que a ocho meses del bloqueo francés el generalísimo había decidido abandonar su retiro. “Como por encanto mis querellas quedaron olvidadas”,161 escribió, aunque faltó poco para que volvieran a darle un sanjacintazo después de un sorpresivo asalto francés al puerto en la madrugada del cinco de diciembre. De nuevo se hallaba dormido el general y de nuevo escapó. Culpó a su subordinado, el general Arista, de ser el responsable del ataque francés, pero como el propósito de los franceses no era el de apoderarse de Veracruz sino atrapar a Santa Anna para mandarlo a París, al no lograrlo optaron por la retirada sin dejar de disparar y uno de los disparos alcanzó al general en una pierna, hecho que él capitalizó como prueba irrefutable de su heroicidad. En sus Memorias expresa: “¡Ay, las ilusiones, cuánto poder tienen! Regocijado contemplaba la ventaja obtenida sobre un enemigo altivo, que creyó no mediríamos nuestras armas con las suyas, y el entusiasmo me enloqueció”.162

160

Silvestre Villegas Revueltas, Deuda y diplomacia. La relación México-Gran Bretaña, 18241884, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2005, pp.45-49. 161 Santa Anna, op.cit., p.39. 162 Ibidem., p.42. 61

El bloqueo francés siguió hasta que los mosquitos y la tifoidea empezaron a hacer estragos entre las tropas del almirante Bazoche, igual que cuando Barradas tomó Tampico diez años atrás. Entonces sí decidieron pactar. El contralmirante Charles Baudin negoció con Gorostiza las indemnizaciones y aceptó someter a arbitraje internacional la compensación a México por los daños al castillo de San Juan de Ulúa; el fallo lo emitió la Reina Victoria de Inglaterra después de cinco años con resultados adversos a México, parecía clara la pérdida de prestigio en el orden internacional. Para merecer respeto se creía que las naciones tenían que industrializarse y garantizar acceso a los mercados mundiales, de ahí que la intervención francesa del 38 tuviera como objetivo no proteger a un pastelero sino asegurarles mercados a los productos franceses como advierte Walter Bernecker.163 La guerra de los pasteles tampoco fue un episodio aislado si se tiene en cuenta que al mismo tiempo la corona francesa envió una flota a Argentina a romper el aislamiento de la dictadura de Rosas, hecho que se realizó con apoyo de Inglaterra, la cual se apropió de las Islas Malvinas;164 y es que pese de las rivalidades también había colaboración cuando confluían los intereses de las potencias. Cabría preguntarse por qué ante esas acciones los estadounidenses no reaccionaron en consonancia con la Doctrina Monroe. Quizá se debió a que lejos de ser un peligro, las presiones europeas sobre México resultaban convenientes para debilitarlo; sin embargo, pudo haber otra razón, y es que dado que la diplomacia estadounidense ya trabajaba para legitimar la anexión de Texas tenía que garantizar el respaldo británico, por tal motivo en esos mismos años se le ofreció a Londres reducir aranceles y mejorar los términos de intercambio con su colonia canadiense.165

1.3 Deuda y reclamaciones 163

Walter L. Bernecker, Neocolonialismo europeo e intervencionismo militar. Un caso francomexicano: la Guerra de los Pasteles, IX Congreso Internacional de Historia de América, AHILA, Sevilla, 1992. 164 Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1998, p.130. 165 David M. Pletchev, La diplomacia de la anexión. Texas, Oregón y la Guerra de 1847, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1999, pp.56-63. Ephraim Douglas Adams, British interests and activities in Texas, 1838-1846, Baltimore, Md., John Hopkins, 1910, p.19. 62

El primer reconocimiento de México como estado independiente por parte de una gran potencia lo concedió Gran Bretaña en abril de 1825, pero pocos son los estudiosos que han analizado ese papel en el devenir político de México.166 Si Poinsett tuvo éxito en la alienación de un sector del ala liberal mexicana a través de la Logia Yorquina, no fue menos importante la injerencia de Henry Ward a través de la Logia Escocesa que agrupaba a los partidarios del centralismo. Hay que tener en cuenta, además, que para Alamán y su grupo Inglaterra era modelo de nación próspera, industriosa y con un sistema de gobierno funcional centrado en torno a una monarquía poderosa. Conviene no olvidar tampoco que muchos mexicanos no abandonaron la opción monárquica, incluso después de Iturbide, toda vez que monarquías también lo eran Francia, Austria, Bélgica, Holanda, la Rusia zarista y varios reinos más. Como se verá más adelante, la vuelta a una monarquía se sustentaba sobre todo en la idea de que el sistema republicano era contra natura en el devenir histórico aun desde los tiempos prehispánicos, y en eso que algunos filósofos y antropólogos de la actualidad denominan como imaginario colectivo.167 Puesto que el Imperio británico era visto como la primera potencia naval y comercial, se pensaba que podía contener al expansionismo estadounidense. En enero de 1827 el Foreign Office removió a Ward y designó a Richard Pakenham, quien arribó a México con un crédito concedido por dos bancos y con la orden expresa de hacerles ver a los mexicanos que “Inglaterra es su aliada natural [y que] nosotros no tenemos objetivos políticos que pudieran enemistarnos, ni abrigamos ventajas que no sean puramente recíprocas; ni

166

Érika Lara Ríos, Minería y diplomacia. El reconocimiento de la independencia de México por parte de Gran Bretaña, 1808-1827, Obra de Maestría, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, passim. Véase también John E. Dougherty, “México, manzana de discordia entre Gran Bretaña y Estados Unidos”, en Historia Mexicana, v.19, n.2, octubrediciembre de 1969, pp.159-188. 167 Cornelius Castoriadis ha insistido en la imposibilidad de ofrecer una definición precisa del imaginario colectivo sobre todo por tratarse de un concepto definitorio, no definitivo, de las identidades; equivaldría a querer atrapar el puño con la mano como dicen los chinos. Véase Emmánuel Lizcano, “Imaginario colectivo y análisis metafórico”, Ponencia en el Primer Congreso Internacional de Estudios sobre Imaginario y Horizontes Culturales, Cuernavaca, Mórelos, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, del 6 al 9 de mayo de 2003. http://www.unavarra.es/puresoc/pdfs/c_salaconfe/SC-Lizcano-2.pdf 63

puede sospecharse del gobierno inglés un deseo de establecer alguna influencia en México que perjudique sus intereses o su independencia".168 Después de una década los británicos en efecto habían aprendido a contener sus ansiedades sin amagos de intervención, lo cual era bien apreciado en México. Pakenham, no obstante, reiteradamente tuvo que enfrentar el espinoso asunto de las reclamaciones que hacían los súbditos británicos. Su actitud al presentar el tema con las autoridades mexicanas contrastaba con la de Deffaudis, quien a decir del propio Pakenham en informe remitido a su gobierno, presentaba sus reclamaciones con altanería y amenazas, "preparados a recurrir a la fuerza para obtener satisfacción".169 Los británicos fueron por cierto los primeros europeos en firmar un tratado de Amistad, Comercio y Navegación con México sobre bases de reciprocidad en 1826, producto de las negociaciones de otro diplomático del bando alamanista: Sebastián Camacho. Tan distinguido era Pakenham que se le invitaba a ocupar el asiento a la derecha del Presidente durante los festejos, y su larga estancia (del 27 al 43) explica la fuerte influencia que llegó a tener; México además era un importante proveedor de plata y mercado para los textiles, muchos de los cuales se contrabandeaba a través de Belice.170 Pakenham, a diferencia de Ward, trató de actuar con sigilo y cumplió al dedillo las instrucciones de abstenerse "completamente de profesar o inculcar sentimientos hostiles hacia Estados Unidos”, aunque se le aconsejaba “no perder la oportunidad de recordar al Gobierno mexicano que no debe ser objeto de ciega e indiscriminada confianza".171 Cuando la Deuda de Londres, como se conocía al empréstito de los bancos Goldschmidt y Barclay, entró en comunión con el asunto de las reclamaciones británicas, los británicos decidieron elevar el tono, como ya se señaló. Pakenham le advirtió entonces al Canciller Cuevas que

168

Villegas Revueltas, op.cit. AHDGE, Exp.: 3-1-3565 [Fols.: 1-11]. Ibidem. 170 Véase John Mayo, “Imperialismo de libre comercio e imperio informal en la costa oeste de México durante la época de Santa Anna”, en Historia Mexicana, v.40., n.4, abr.-jun., 1991, México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, pp.673-696. 171 Josefina Zoraida Vázquez, comp., La Gran Bretaña frente al México amenazado, 18351848, México, SRE, AHDGE, 2002, p.18. Josefina Zoraida Vázquez, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores. México, Gran Bretaña y otros países, 1821-1848, v.2, México, Senado de la República, 1990, p.120. Villegas, op.cit., pp.41-42. 169

64

En Inglaterra se ha despertado un profundo sentimiento de indignación por la manera en que los estados sudamericanos siguen reteniendo el pago de los intereses sobre sus deudas y este sentimiento podrá compeler, en el futuro cercano, al gobierno británico a tomar cartas en el asunto.172

Cuevas ofreció considerar cada demanda a través de un arbitraje. Posteriormente, su sucesor, nada menos que Gorostiza, optó por retomar la política de Gutiérrez de Estrada sobre la nula responsabilidad del Gobierno mexicano por las pérdidas en las revueltas, así como la inequidad al indemnizar a los extranjeros por encima de los nacionales; eso enfureció a los británicos quienes esperaban un trato especial y protestaron ante la presunta violación del tratado comercial, como explican Vázquez y Villegas en su respectivos libros dedicados al tema. Un actor más se sumó a la ola de reclamaciones en la voz del plenipotenciario español Ángel Calderón de la Barca, a cuya esposa, Frances Erskine Inglis, de origen escocés, le debemos una descripción viva del México de aquellos años.173 Don Ángel arribó en 1839 con la encomienda por parte de la Corona española de dar por finalizada la etapa de recelos frente a los intentos de reconquista, pero se encontró asimismo con un conjunto de reclamaciones españolas más complejas que las de otras naciones dado que muchos de los supuestos ciudadanos españoles provenían de la época virreinal y ya eran considerados como mexicanos bajo los preceptos de los Tratados de Córdoba. El representante hispano procedió entonces a “reclamar con moderación” e intuyó que el asunto llevaría tiempo, lo cual era muy cierto.174 El punto más álgido de la situación aquí descrita se produjo cuando los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y España resolvieron al unísono valerse de la intervención armada para presionar a México algunos años después. Los estadounidenses, por su parte, prosiguieron con sus amagos belicistas, y la sombra del intervencionismo extranjero cobró dimensiones más aterradoras al inicio de la década de los cuarenta. 172

Citado en Michael P. Costeloe, Deuda externa de México. Bonos y tenedores de bonos, 1824-1888, México, FCE, 2007, p.202. 173 Madame Calderón de la Barca, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, México, Porrúa, 1981. 174 Para una análisis detallado del caso español, véase Antonia Pi-Suñer Llorens, Diplomacia y política en torno a un problema financiero, 1821-1890, México, El Colegio de México, UNAM, 2006, pp.62-66. 65

2. LA DIPLOMACIA CONTRA EL EXPANSIONISMO Dio inicio la década de los cuarenta con pronunciamientos, reyertas entre los grupos políticos, y una multiplicidad de programas y proclamas. Era un caos. Todos querían mandar y ninguno obedecer. México ingresó entonces a uno de los momentos más confusos de su existencia como nación. En 1840, como advierte Josefina Z. Vázquez, era ya evidente la total asimetría entre México y Estados Unidos, explicable porque, dice ella en tono por demás fatídico, “mientras la fundación de Estados Unidos fue bendecida por toda clase de ventajas, el contexto desfavoreció la de su vecino del sur”.175

2.1 Los debates al inicio de los cuarenta La debilidad interna y las amenazas del vecino del norte hicieron que el gobierno de Anastasio Bustamante fincara sus esperanzas en el apoyo de Gran Bretaña para defender la soberanía mexicana. Hacia 1835 Pakenham informó a su gobierno que el Ministro de Guerra mexicano, Juan N. Almonte, le había preguntado si el gobierno británico aceptaría "entrar en una alianza para la preservación de la integridad del territorio mexicano". 176 El diplomático reportó que aunque no dio aliento a esa posibilidad, el Estado mexicano no la descartaba. Poco a poco Pakenham fue cambiando su foco de interés hacia la figura de Antonio López de Santa Anna. Santa Anna causaba en propios y extraños una fascinación que aún hoy despierta la imaginación de escritores y cineastas.177 Madame Calderón de la Barca describió así al caudillo en ocasión de su primer encuentro con él:

175

Josefina Zoraida Vázquez, Reseña del libro Ecos de la guerra entre México y Estados Unidos de Krystyna M. Libura y Luis Gerardo Morales Moreno, en Historia Mexicana, v.56, n.3, ene-mar 2007, pp.1086-1087. 176 Vázquez, La Gran Bretaña, op.cit., 19 de noviembre de 1835. Vázquez, México y el mundo, op.cit., 135. 177 v.g. Enrique Serna, El seductor de la patria, México, Joaquín Mortiz, 1999. O bien, la realización en cine de Felipe Cazals, Su Alteza Serenísima, con fotografía de Ángel Goded, México, 2000. 66

Muy señor, de buen ver, vestido con sencillez, con una sombra de melancolía en el semblante, con una sola pierna, con algo peculiar del inválido, y, para nosotros, la persona más interesante de todo el grupo. De color cetrino, hermosos ojos negros de suave y penetrante mirada, e interesante la expresión de su rostro. No conociendo la historia de su pasado, se podría decir que es un filósofo que vive en digno retraimiento, que es un hombre que, después de haber vivido en el mundo, ha encontrado que todo en él es vanidad e ingratitud.178

Tal era el hombre que en 1839 retornó a los índices de popularidad al sofocar por cuenta propia una rebelión del federalista proestadounidense Antonio Mejía en Zempoala, estado de Puebla. En la Ciudad de México de nuevo explotó la apoteosis para el ahora ungido como héroe de Zempoala. No había penurias ni sinsabores ni malos recuerdos, todo se le perdonaría. En su alocución ante el Congreso el treinta de junio de 1839, Santa Anna, henchido de orgullo, proclamó: Llamado por voluntad de la Nación a regir sus destinos en la época más lamentable de nuestra historia, he obrado con la firmeza que inspira una causa tan noble con la actividad que el deber exige, con la energía que es la compañera inseparable de la justicia, con la clemencia que es el mejor apoyo de los gobiernos, con la moderación propia de mi carácter y con el desprendimiento de que tantos testimonios he dado en mi vida pública. La recompensa está en mi corazón: esta es la satisfacción de haber correspondido hasta donde mis fuerzas alcanzaron, al favor y confianza de una nación grande, magnánima y generosa.179

Ante la ovación, se atrevió entonces a sugerir que se considerase si habría llegado “el momento inevitable” de reformar las instituciones centralistas de 1836 para virar hacia un régimen dictatorial.180 El Congreso se volvió un pandemonio. Santa Anna revelaría en privado, según Yáñez, que durante su cautiverio texano meditó acerca del futuro de México y que le notificó nada menos que a Joel Poinsett que el pueblo mexicano no estaba preparado para ser libre porque no sabe ni sabría lo que es serlo; la ignorancia nacional y la influencia del clero imponían el despotismo como la forma de gobierno adecuada, pero el despotismo tendría que ser prudente y virtuoso.181

178

Madame Calderón, op.cit., p.26. Antonio López de Santa Anna, al cerrarse las Sesiones, 30 de junio de 1839, en México a través de los informes presidenciales, La política exterior, México, SRE, Secretaría de la Presidencia, 1976, p.38. 180 Ibidem. 181 Agustín Yáñez, Santa Anna: espectro de una sociedad. México, FCE, 1993, p.180. 179

67

En ese mal momento, los texanos enviaron a Bernardo E. Bee a gestionar el reconocimiento de México a su independencia; pero Bee fracasó y se retiró, no sin expresar, muy polite, su agradecimiento a Alamán y Gorostiza por las atenciones que le dispensaron. Es preciso advertir que ambos estaban convencidos ya de que lo mejor era finiquitar el asunto de Texas en los términos menos onerosos, sin embargo, el Congreso se opuso.182 Simultáneamente, otros agentes texanos llegaron hasta las cortes británica y francesa para obtener sus reconocimientos.183 Francia lo otorgó al momento. El primer ministro inglés Palmerston, en cambio, prefirió dar tiempo a que México reconquistara su territorio, o mejor aún, que su gobierno se convenciera de que lo conveniente era reconocer la independencia de Texas a fin de evitar que con el menor pretexto los Estados Unidos lo anexaran. Empezó a dominar asimismo la idea de que esa provincia podía convertirse en eso que los británicos llaman buffer zone, es decir, un amortiguador del expansionismo norteamericano. El catorce de octubre de 1840, otro agente texano, exgobernador de Carolina del Sur, James Hamilton, se presentó ante Palmerson y le ofreció un paquete bastante convincente de comercio preferencial, abastecimiento de algodón, y adquisición de una parte de la deuda mexicana si Gran Bretaña presionaba para que México reconociera la independencia de Texas.184 Al mes siguiente Londres extendió su reconocimiento a la República de Texas y firmó tres tratados. Eso exasperó al presidente Bustamante quien optó por prepararse para una guerra, desoyendo las recomendaciones de Pakenham, Alamán y Gorostiza. Y es que los gomezfariseos (partidarios de Gómez Farías) lo azuzaban con la consigna de traidor a la patria si entregaba Texas sin luchar. En Londres, el ministro mexicano Tomás Murphy expresó que si después de cinco años era ilusoria la reincorporación de Texas a la federación, su reconocimiento era lo más realista incluso para regularizar el comercio que ya se daba a través de Matamoros. Mientras tanto, Gutiérrez de Estrada encabezaba una misión diplomática en Europa para buscar apoyos a la causa 182

Jeanne Gabrielle Pascal Garguilo, Lucas Alamán. Mexican conservatism and the United States. A history of attitudes and policy, 1823-1853, Obra de doctorado, University of Fordham, 1992, pp.285-286. 183 Adams, op.cit., pp.36-60. Vázquez, México y el mundo, op.cit., pp.111. 184 Vázquez. Ibidem, p.112. 68

mexicana. Alamán le escribió: "Perdidos somos sin remedio si la Europa no viene pronto en nuestro auxilio. Usted ha ido tocando a todas las puertas, pero hasta ahora en vano".185 No creo que hubiera mala fe ni sentimientos antipatrióticos en Gutiérrez de Estrada, quien ante la impotencia de ver que México se desgajaba emitió a su regreso una carta dirigida a Bustamante misma que la historiografía recoge como prueba “harto elocuente”186 sobre los propósitos de los conservadores mexicanos. Se manifiesta a favor de borrar “la fea nota de inmoralidad, de incapacidad y de ignorancia” en la que se tenía a los mexicanos en el orbe; convoca a la conciliación de los dos proyectos nacionales antagónicos para recomponer la máquina social, y sugiere de manera casi imperceptible una restauración a la manera de los Borbones en Francia “sin la imprudente exageración del principio monárquico”.187 Dos meses después, Gutiérrez de Estrada publicó un extenso panfleto que escandalizó a la sociedad. Expresaba su desilusión ante los nada fructíferos experimentos republicanos de México, y se pronunciaba más claramente por un régimen monárquico. "Todo en México es monárquico", aseguraba, desde los tiempos prehispánicos pasando por el Virreinato lo era, por lo que prácticamente era imposible adaptar las instituciones republicanas de Estados Unidos a la realidad mexicana. Y siguiendo con esa argumentación, el autor sostenía que una monarquía constitucional en la persona de un príncipe extranjero podía garantizar más libertad y paz que una república.188 Es fácil reprobar las soluciones drásticas con criterios ex post. Me parece incorrecto asumir que los argumentos de Gutiérrez de Estrada fueran arrebatos tendientes a recuperar privilegios del pasado, o meros delirios por entregar la soberanía de la nación a otros Estados. Por un lado, la opción monárquica seguía vigente a mediados del siglo XIX como se ha dicho, y por otro, empezaba a dominar la creencia de que únicamente comprometiendo a una potencia extranjera en los designios de México se podía contener a los

185

Citado en José C. Valadés, Alamán: Estadista e historiador, México, UNAM, 1977, p.432. AHDGE, Exp.: L-E-366. 186 “José María Gutiérrez de Estrada: La monarquía como posibilidad”, en Matute, op.cit., p.274. 187 Ibidem., p.279. 188 Justo Sierra, José María Gutiérrez Estrada y Mariano Otero, 1840-1850. Documentos de la época, México, SRA, CEHAM, 1981, pp.60-107. 69

Estados Unidos. Pura realpolitik, para emplear el término clásico de la teoría internacional. Tanto la propuesta dictatorial como la monárquica actuaron como gasolina al fuego en la opinión pública mexicana. Don Antonio se fue a esconder en Manga del Clavo mientras que don José María tuvo que exiliarse, no sin antes verse sujeto a un proceso de inhabilitación como “enemigo capital de la nación”.189 Madame Calderón anotó: "se cree que [el panfleto monárquico] habrá de causar en México más sensación que la que produjo en Inglaterra el descubrimiento del Complot de la Pólvora"190; también asienta que Gutiérrez de Estrada "ha procedido a impulsos de una cabal convicción y por motivos del más puro patriotismo".191

2.2 Iniciativa alamanista para contener la expansión estadounidense Anastasio Bustamante era quizá el hombre más abatido sobre la tierra a finales del año cuarenta, sometido al asedio de los grupos políticos y bajo la sombra de la intervención. En ese marco, Juan de Dios Cañedo, de la escuela diplomática de Lucas Alamán y sustituto de Gorostiza al frente de las relaciones

exteriores

de

México,

propuso

ante

una

Asamblea

de

Plenipotenciarios de las naciones hispanoamericanas que dicho órgano "arregle su derecho internacional, adquiriendo por su unión la fuerza defensiva de que pudieran carecer si [las naciones hispanoamericanas] permaneciesen aisladas".192 Cañedo había comenzado su carrera política al lado de Gómez Farías y Zavala defendiendo las posiciones de éstos, pero su biógrafo, Jaime Olveda, elude referirse al acogimiento de Cañedo del proyecto diplomático anti intervencionista que Alamán instituyó como sine qua non del interés nacional. De hecho, junto con Manuel Díez de Bonilla, Cañedo había formado parte en 1831 de una misión especial auspiciada por Alamán cuyo fin era explorar la 189

Luis G. Solana, Acuerdo de la Exma. Junta Departamental, con la esposición de los motivos en que se funda para solicitar que D.J. María Gutiérrez Estrada sea escluido de la opinión y ejercicio de los empleos públicos, Zacatecas, A. Villagrana, 1840. 190 Madame Calderón, op.cit., pp.201-202. 191 Ibidem. 192 Jaime Olveda, José María Muriá y Agustín Vaca, Aporte diplomático de Jalisco: Cañedo, Corona y Vadillo, México, SRE, 1988, pp.33-35. 70

voluntad de las naciones hispanoamericanas para suscribir un pacto mediante el cual se concretaría una alianza hispanoamericana contra el expansionismo estadounidense. Alamán creía –al igual que Bolívar- en la unidad regional como fórmula para hacerle frente a Estados Unidos, tal como lo demuestra Salvador Méndez Reyes en su libro acerca del hispanoamericanismo alamanista.193 El esfuerzo fracasó debido a que las respuestas al llamado se prolongaron demasiado, o a que hubo rechazos expresos como en el caso de Venezuela cuyo gobierno arguyó que "el proyecto en cuestión vendría a ser ahora innecesario, inútil y aún perjudicial", puesto que comprometería a los hispanoamericanos en guerras inútiles;194 este es tal vez el origen de una histórica rivalidad geopolítica entre Venezuela y México.195 A mediados de 1841 Bustamante empezó a coquetear con la idea santannista de otorgarle facultades dictatoriales al presidente. "No se ofenda vuestra moderación –le explicaba al Congreso-, cuando emito estos conceptos [...] bastaría al efecto recordar uno de los asuntos que han ocupado vuestra atención más vivamente, a saber, el que se refiere a los auxilios decretados para conservar la integridad del territorio de la República en el Departamento de Texas". 196 O sea que por razones de seguridad nacional Bustamante proponía el reforzamiento del poder presidencial; la recuperación de Texas se había vuelto en él una obsesión que lo apartó de Alamán, Gorostiza y hasta de Cañedo, partidarios ellos del reconocimiento de la independencia de Texas como la mejor solución al problema. Ante la diferencia de criterios con Cañedo, Bustamante los sustituyó por Sebastián Camacho. Las arengas expansionistas en Estados Unidos adquirieron tonos cada vez más estridentes. El asunto de las reclamaciones se publicitó como un agravio, y se enardecía al público con exageraciones acerca de los supuestos males que México le causaba a los texanos; éstos, se decía, se hallaban

193

Salvador Sánchez Méndez, El hispanoamericanismo de Lucas Alamán, (1823-1853), México, UAEM, 1996. 194 Ibidem., p.257. Vázquez, México y el mundo, op.cit., pp.104-109. 195 Ver al respecto Mireya Sosa de León, La crisis diplomática entre Venezuela y México. Visión histórica, 1920-1938, Caracas, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 2006. 196 México a través de sus informes, p.41. 71

deseosos de trabajar en libertad, pero los mexicanos se empeñaban en someterlos a un régimen tiránico. El alimento diario de la prensa era el extremismo, producto a su vez de la desesperación, y la política de la desesperación –como señalan Lipset y Raab- “ha sido en los Estados Unidos, característicamente la política de la reacción, antes que la de un progreso amenazado". 197 Nos podríamos preguntar, ¿desesperación ante qué o por qué? Y la respuesta más probable es que ante la obcecación mexicana de no aceptar la independencia de Texas como un hecho consumado, el gobierno en Washington perdía la calma. Mientras tanto aumentaron las caravanas de colonos en los parajes de Texas, Oregón y California. Lo que empezó como un fenómeno espontáneo se convirtió en negocio lucrativo para los agiotistas, además de obedecer al Destino Manifiesto. Para la lógica de esta doctrina, los mexicanos eran incapaces de administrar las vastas extensiones de Texas y California dado que eran racialmente híbridos y por lo tanto corrompidos e incapaces de gobernarse a sí mismos;198 requerían de la tutela de una nación superior.199 Ese raciocinio condujo a una transformación del mensaje original de la Doctrina Monroe: mientras en Washington empezaba a pensarse como imperio tutelar, en México fue creciendo el temor hacia una intervención con fines expansionistas y las posiciones del grupo comandado por Lucas Alamán en defensa de la soberanía cobraban mayor relevancia.

2.3 Balance a veinte años de independencia A Bustamante debió sorprenderle la noticia del reconocimiento británico a Texas. Sus políticas al parecer se volvieron tan desconcertantes que Santa Anna determinó ponerle fin a ese gobierno y ejecutó un golpe de Estado el tres de octubre de 1841; otra vez entró el jarocho en la capital en medio de un desfile cesarista. Ante el Congreso, ya en el año de 1842, Santa Anna declaró: 197

Seymour Martin Lipset y Earl Raab, La política de la sinrazón. El extremismo de derecha en los Estados Unidos, 1790-1977, México, FCE, 1981, p.19. 198 Horsman, op.cit., p.288. 199 Lipset y Raab, op.cit., pp.52-92. Josefina Zoraida Vázquez, Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47, México, Ateneo, 1977, pp.27-41. 72

[…] yo anuncio con absoluta seguridad, que la multiplicación de Estados independientes y soberanos, es la precursora indefectible de nuestra ruina. Los acontecimientos están indicando sobradamente los riesgos de la Patria, y que su independencia y nacionalidad se ven amenazadas. El coloso ha colocado un pie en Texas; y solamente un gobierno fuerte, enérgico e indivisible, es el que puede detener sus avances y progresos. ¿Y en tales circunstancias, cambiaremos la fuerza por la debilidad, la unidad por la división, y la unión por la discordia? ¿Adoptaremos un sistema de contradicción en momentos tan difíciles, exponiéndonos a que deliberen tantas voluntades sin acuerdo y a que manden tantas cabezas en oposición? Yo no adulo al pueblo, porque mi deber es instruirlo; y después de veinte años, si estas mis amonestaciones no fueran atendidas, se recordará, aunque sin fruto, mi vaticinio, de que la República Mexicana desaparecerá de la lista de las naciones, si no se separa avisadamente de los terribles escollos que le presentan la inexperiencia de unos y la desordenada ambición de otros, que se deleitan en la reproducción de cuerpos soberanos con la esperanza de convertirlos en esclavos de su dirección y de sus caprichos.200

Duro el dictamen que por lo demás casi nadie objetó. Uno a uno se sumaron los generales y Santa Anna hizo y deshizo a la manera de un dictador: impuso préstamos forzosos al clero; incautó los fondos de las misiones californianas –única presencia efectiva de México en la Alta California- así como la plata en poder de las iglesias; estableció un tribunal mercantil; decretó sobre los términos de la instrucción pública; concedió permiso para la construcción del primer ferrocarril en la república, y construyó obras que invariablemente llevaban su nombre. En Washington también hubo cambios: llegó a la presidencia John Tyler tras la muerte inesperada del presidente William H. Harrison, a un mes de su toma de posesión. Pero como Tyler no gozaba de popularidad, quiso ganársela a través de proclamas a favor del expansionismo y llamados a la guerra. Coincidía con que en México también Santa Anna llamaba a la guerra, procurando con ello borrar la mancha de los tratados de Velasco. “Mi primera atención –decía- se convierte y fija en el territorio de Texas, que se ha usurpado, a fin de no hacer posibles otras usurpaciones. La lucha empeñada es vital para la República; y si ella ha de conservar el nombre honroso de que disfruta en el mundo civilizado, es preciso que, empleando su energía y apurando sus recursos, combata sin intermisión y a costa de toda clase de sacrificios, hasta que triunfen sus armas y sus derechos”.201

200 201

México a través de sus informes, op.cit., p.42. México a través de sus informes, op.cit., p.43 73

Tal era la situación, que en octubre de 1842 el comodoro Thomas A. Jones entendió que se había iniciado la guerra y sin más se trasladó de Lima a California y tomó el puerto de Monterey. Al percatarse de su equivocación pidió disculpas y se retiró, aunque prevalece la duda de si actuó por cuenta propia o malinterpretó alguna señal o de plano tuvo que ver lo que su biógrafo, Gene A. Smith, menciona como un “estado mental trastornado”.202 Pese a todo, las relaciones diplomáticas se reanudaron: Santa Anna designó como Ministro ante Estados Unidos a Juan N. Almonte, quien gozaba de su confianza desde aquella desventura que los llevó a ambos a Washington. Tyler designó a Waddy Thompson Jr., un convencido de que más temprano que tarde México cedería Texas y California; comparado con Texas, pensaba, California tiene más valor porque “es el más rico, es el más hermoso y saludable país del mundo”.203 Su misión era pues ofrecer por última vez la compra de esos territorios. Thompson recomendaba para tal fin: “El verdadero curso de nuestra política con ellos consiste en exhibir nuestra espada -- pero sin desenvainarla…”.204 Mariano Otero efectuó un balance de la situación prevaleciente en el país en el año 42, a través de su Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana.205 Admitía que México atravesaba por una crisis, y que aunque parecía ser el país más rico del mundo, explicaba que “es necesario no confundir los elementos de la riqueza con la riqueza misma, y nada más triste que nuestra situación bajo este último aspecto”.206 La agricultura e industria no habían progresado por la quiebra de capitales, la escasez de población, los malos caminos, la poca difusión de la ilustración, la decadencia de la minería y el predominio del comercio extranjero. Para Otero México había permanecido en una especie de letargo a consecuencia de haber comenzado con una monarquía y a las prerrogativas que recibió el clero. En América del Norte se veía venir el choque de dos trenes, “avanzando el uno en la carrera de la civilización y lleno de fuerza y de 202

Gene A. Smith, Thomas ap Catesby Jones, Commodore of Manifest Destiny, Annapolis, M.D., Naval Institute Press, 2000, p.103. 203 W. Thompson a D. Webster, 29 de abril de 1842, en Bosch García, op.cit., v.3, p.461. 204 Ibidem, p.464. 205 Mariano Otero, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana, Biblioteca Jalisciense, Universidad de Guadalajara, México, Guadalajara, Jal., 1979. 206 Ibidem, p.46. 74

vida, mientras que el otro, no menos rico en el porvenir, está hoy agobiado por enormes males”.207 México, alertaba, se hallaba en peligro de ser invadido “por esa formidable raza de los Estados Unidos que lo ve con envidia”.208 Sugería en suma asegurar la integridad territorial y recuperar Texas a través de la unidad nacional. Estados Unidos seguía fascinando a los liberales mexicanos. Algunos comenzaron a decepcionarse del federalismo aunque seguían creyendo que las instituciones estadounidenses tenían algo de aprovechable. Otero descubrió quizá las virtudes de la democracia estadounidense a través de la lectura de Tocqueville, quien como producto de su personal embeleso por Estados Unidos había publicado un libro acerca del tema. A diferencia del Tocqueville, sin embargo, quien creía que Estados Unidos tenía el derecho de extender su frontera hasta el Pacífico por ser éste el país del futuro, Otero se pronunció por impedirlo. Con habilidad retórica volteó la historia acusando a los gobiernos conservadores de haber cometido "el imperdonable error de traer a nuestros límites esa raza, colocándola en una de las partes más fértiles del territorio, y sin tomar precaución alguna [...]";209 de manera que el expansionismo estadounidense sobre México era para Otero una consecuencia de las políticas conservadoras. Otros observadores se preguntaban también por qué los Estados Unidos había prosperado y México no. Para Carlos María de Bustamante la obra humana contravenía a la obra divina: “Parece que la Providencia bienhechora se ha empeñado en brindarnos con toda clase de bienes, así como nosotros en esquivarla, y causar á nuestros conciudadanos toda clase de males.” 210 Le parecía irónico que con el mismo oro y plata extraídos de nuestros suelos se corrompiera a los mexicanos,211 y sentenciaba a la Constitución de 1824 como la causante de todas nuestras desgracias.

207

Ibidem, p.124. Ibidem, p.125. 209 Ibidem. 210 Carlos María de Bustamante, El gabinete mexicano durante el segundo período de la administración del exmo. señor presidente d. Anastasio Bustamante: hasta la entrega del mando al exmo. señor presidente interino d. Antonio López de Santa-Anna, y continuación del Cuadro histórico de la revolución mexicana, México, J.M. Lara, 1842, p.1. 211 Ibidem, p.168. 208

75

Si buscamos el origen de las nuestras [desgracias], no hay duda que lo hallaremos en una constitución dictada con premura […], modelada sobre la de un pueblo vecino, cuyas costumbres son tan diversas de las nuestras como pudieran serlo las de los espartanos respecto de los atenienses y romanos.212

José María Tornel ofrecía explicaciones de tipo racial; atribuía la degradación racial del pueblo mexicano al mestizaje y al sistema de castas: “En todos los países en que ecsiste [sic] una raza dominante y una raza dominada, la mala voluntad entre ellas, que á veces traspasa los límites del odio, es una especie de necesidad moral, que nunca deja de ser lamentable”. 213 De los estadounidenses anotaba: Al observar el destino providencial de la raza anglo-sajona en América, se nota que en la emancipación de trece de las colonias americanas que constituyeron después otros tantos Estados y una nación independiente, mas que los agravios políticos alegados como motivos para insurreccionarse contra la metrópoli, hubo un impulso enérgico de espansion [sic].214

La situación del país también fue motivo de observancia por parte de diplomáticos y viajeros del extranjero.215 Para Ángel Calderón de la Barca, por ejemplo, la sociedad mexicana era como un virreinato pero sin jefe. “Como en toda la América española independiente –reportó a Madrid- lo que predomina es el desorden, y los que mandan y hacen desde el momento palpable su autoridad, son los militares”.216 Daba cuenta de una insinuación de Almonte en el sentido de invitar a soldados carlistas “a formar una barrera contra la irrupción futura de los texanos”217 y lamentaba que a Gutiérrez de Estrada se le vilipendiara tras publicar su panfleto monarquista:

212

Ibidem, p.195. José María Tornel y Mendívil, Breve reseña histórica de los acontecimientos más notables de la Nación Mexicana, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos, 1985, p.160. 214 Ibidem., p.136. 215 La vida en México en 1842 quedó retratada por diversos extranjeros incluso en obra plástica. Tal es el caso de Daniel T. Egerton, un pintor inglés cuya misteriosa muerte en Tacubaya inspiró una novela a Mario Moya Palencia. Otro caso fue el del náufrago japonés Zensuke Inoue y la tripulación del Eiju Maru, quienes legaron una descripción sobre la vida cotidiana de los mexicanos en Mazatlán y Baja California en el libro Kaigai Ibun [海外異聞]. Véase Yoshikazu Sano, Vida en México de trece náufragos japoneses, 1842, México, Artes Gráficas Panorama, 1998. 216 Calderón al Primer Secretario, 22 de enero de 1840, en Relaciones diplomáticas hispanomexicanas(1839-1898). Documentos procedentes del Archivo de la Embajada de España en México, Serie I, México, El Colegio de México, 1949-1966, pp.26-27. En adelante RDHM. 217 Ibidem, p.28 213

76

Con todo –sostenía el diplomático no sin perspicacia-, tendrá el escrito a que aludo [el de Gutiérrez de Estrada], como todas las cosas, sus consecuencias más o menos inmediatas, servirá de bandera para la oposición y de pretexto para exageradas exigencias y pronunciamientos, y si los graves negocios que agitan a la Europa permite a alguno de sus soberanos dirigir con detenimiento sus miradas a estas distantes regiones, no faltará quien proyecte ser elegido monarca. Los mexicanos, lo repito a vuestra excelencia porque así lo creo, se concertarán para llamarle; los anglo-americanos se opondrán a su venida; sólo un convenio entre las principales potencias de Europa y su asociación al efecto, haría posible la realización del plan de Gutiérrez Estrada; único que puede impedir el destrozo de todas las llamadas repúblicas hispano-americanas.218

Calderón fue removido a petición de México por presunto espionaje. Lo sustituyó Pedro Pascual de Oliver, quien advirtió que era imposible que con el republicanismo mexicano –una "planta éxotica" 219 - pudiera arraigar alguna forma de gobierno, y aunque aseguraba que muchos mexicanos anhelaban un príncipe extranjero, de preferencia español, nadie se atrevía a proponerlo por temor de seguir la suerte de Gutiérrez de Estrada; “sólo el señor Gutiérrez Estrada tuvo el valor necesario para proclamar esta verdad en México”, señaló.220 Oliver era incluso más explícito que Calderón acerca de los supuestos hábitos monarquistas del pueblo mexicano, y sobre la posibilidad y necesidad de volver al Plan de Iguala, “cuya eventualidad –subrayaba- tendré el honor de hablar a vuestra excelencia en despacho separado”.221 Queda en el misterio el contenido del despacho ya que al parecer desapareció de los archivos, como también desaparecieron las instrucciones que recibió de parte del conde de Almodóvar. Existe sí un documento alusivo a esas instrucciones que reza: Así que, conservo con el debido secreto la instrucción que el señor conde de Almodóvar tuvo a bien comunicarme en su despacho cifrado de 31 de marzo del año último no sin esperanza de que algún día pueda tener aplicación práctica, para lo cual procura hacer respetable y querido nuestro nombre entre los mexicanos.222

Oliver presenció la ola xenofóbica que desembocó en el decreto del once de marzo de 1842 según el cual se limitaban las acciones de los extranjeros a través de una Ley de Extranjerías. En adelante, los extranjeros no podrían 218

Calderón al Primer Secretario, 16 de noviembre de 1840, RDHM I, pp.167-168 Oliver a González, 20 de abril de 1842, en RDHM II, p.37. 220 Oliver al Secretario de Estado, 20 de enero de 1843, RDHM II, p.218. 221 Oliver al Primer Secretario, 18 de diciembre de 1842, RDHM II, p.176. 222 Oliver al Primer Secretario de Estado, 24 de enero de 1844, RDHM III, p.15. 219

77

adquirir más de dos fincas rústicas y contiguas en un solo departamento, con lo cual se pretendía evitar que se formaran colonias incontrolables como en Texas. Además, no podrían alegar derechos de extranjería y los problemas tendrían que resolverse por vía de las leyes mexicanas; estarían facultados a adquirir propiedades a sólo cinco leguas de las costas, y a optar por la nacionalidad si comprobaban su residencia "y que se han conducido bien".223 Se trata de la primera ley precautoria en contra de las injerencias extranjeras en el país. Tocó al nuevo secretario de Relaciones Exteriores, José María Bocanegra, reputado como caballeroso y prudente, enfrentar la ola de protestas de los ministros extranjeros que consideraban a la susodicha ley como una afrenta. El argumento de Bocanegra siempre fue que el Gobierno mexicano actuaba en ejercicio de su soberanía, 224 lo cual la doctrina diplomática mexicana recoge como un complemento del anti-intervencionismo de la escuela alamanista, es decir, que la susodicha ley atendía a la facultad de toda nación de autodeterminarse en defensa de su soberanía. Lo que no fue posible contener fue la ola de asentamientos ilegales en Nuevo México y California. El Ministro Thompson seguía confiado en que Santa Anna le cedería esos territorios a Estados Unidos como pago por las reclamaciones acumuladas. En nota del veintinueve de abril de 1842, le decía al Secretario de Estado Webster: "Me doy por satisfecho en términos generales de que sea todo lo que obtengamos por las reclamaciones de nuestros comerciantes contra este país".225 Por un lado Thompson hablaba de la amistad y tolerancia entre las dos naciones, y por el otro Bocanegra desconfiaba del gobierno en Washington por su empeño en sostener su supuesto apego al derecho internacional: “la historia hará mención de él [de Washington] colocándolo en su verdadera línea y posición”, escribió en sus Memorias.”226 En 1843 México parecía escenario de opereta en la que los actores eran sobre todo militares, como los generales Valencia y Paredes luchando por protagonismos, en tanto que los estadounidenses se preparaban para anexar 223

Moisés González Navarro, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-1970, v.1, México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, 1993, pp.217218. 224 Ibidem, p.219. 225 Bosch García, op.cit., p.463. 226 José Ma. Bocanegra, Memorias para la historia de México independiente, 1822-1846, México, v.3, Instituto Cultural Helénico, INEHRM, FCE, 1986, pp.58-59. 78

el Oregón y Texas. La anexión del Oregón no fue aprobada por el Senado por temor a una guerra con Gran Bretaña; el Presidente John Tyler intentó anexar Texas mediante un tratado con el gobierno de Houston, pero el Senado tampoco lo ratificó. ¿Por qué el Senado bloqueó la anexión? La respuesta está en la lucha entre esclavistas y abolicionistas; Texas favorecería a los primeros, el Oregón a los segundos. Los ingleses apostaban al tiempo. Insistían en convencer a México de otorgar su reconocimiento a la independencia de Texas, pero la respuesta de Bocanegra fue indeclinable, en función de las instrucciones que recibía de Santa Anna. Éste lo removió, colocó al federalista Manuel Crescencio Rejón al frente de la Cancillería y se dirigió a la Junta de Notables para solicitar los pocos fondos públicos que había para reconquistar Texas. "Sépase –decíaque México es grande y capaz de todo; que sabe el camino que ha conducido a los grandes pueblos a la cumbre de su poder, y que se coloca, intrépido, en ese camino porque comprende su elevado destino y está resuelto a cumplirlo en toda su extensión"227. En el cénit del poder, el generalísimo celebró su segundo matrimonio el tres de octubre con Dolores Tolsá, a quien le doblaba la edad y a escasos cuarenta días de la muerte de su primera esposa, Inés de la Paz. Podía interpretarse como un sino: muerta la de la Paz seguiría con Dolores. Ya que estaba de luto pero también de lunamielero, el Presidente decidió tomarse unos días en Manga del Clavo dejando al frente a Valentín Canalizo, hombre leal a su persona. El desplante provocó descontento en la opinión pública. El general Paredes halló la oportunidad de capitalizarlo a su favor y se levantó en armas en Jalisco, de manera que el recién casado tuvo que abandonar Manga del Calvo para sofocar aquella asonada. La Junta le reclamó que no hubiera solicitado el debido permiso y por ese atrevimiento Canalizo la quiso disolver; la Suprema Corte de Justicia se rehusó entonces a jurarle obediencia a Canalizo y preparó su destitución y designó al boticario José Joaquín de Herrera, considerado por muchos como el hombre más íntegro, capaz, sencillo y honesto de nuestra historia,228 para ocuparse de la Presidencia. 227 228

Citado en Yáñez, op.cit., p194. v.g., Alfonso Trueba, Presidente sin mancha, México, Jus, 1959, passim. 79

A Paredes tanto como a Santa Anna aquella decisión les cayó mal puesto que el primero quería ser presidente y el segundo quería preservar la presidencia, la cual ahora sí parecía importarle. Una turba enardecida, sin embargo, desenterró su pierna amputada y destruyó los retratos y estatuas del ahora conceptuado como pecador y tirano. Para que no lo atraparan recurrió a su viejo truco de disfrazarse de andrajoso, aunque esta vez dos indígenas lo identificaron por su pata de palo y lo entregaron; fue a parar a Perote donde le formaron juicio por traición en espera de ser fusilado.229 Otra vez, empero, lo bendijo la suerte: un terremoto en la Ciudad de México el siete de abril de 1845 postergó su ejecución y se optó por desterrarlo a Cuba.

2.4 Enunciación de una política exterior de principios Tyler volvió a presentar su propuesta de anexión de Texas ante el Congreso estadounidense bajo una fórmula distinta, ya no como un asunto de relaciones exteriores sino de seguridad nacional. La resolución fue aprobada el veintisiete de febrero de 1845 y Tyler firmó el decreto de anexión el primero de marzo. Los británicos hicieron todavía un último intento por que el nuevo gobierno de José Joaquín de Herrera reconociera la independencia texana puesto que sabían que de lo contrario la guerra sería inevitable, y aun más, les preocupaba que Estados Unidos se convirtiera en potencia con acceso a dos grandes mares.230 De Herrera lo entendía; su Canciller, don Luis G. Cuevas, de nuevo en el puesto, también lo entendía, pero el asunto ya no era de realismo político sino del orden legal. Y es que las Siete Leyes que seguían vigentes prohibían al Ejecutivo enajenar territorio, esto porque al momento de su promulgación se pensaba que Santa Anna le había ofrecido a Jackson el territorio texano desde aquellas conversaciones de ambos en Washington. Además, se había dispuesto que cualquier acto de anexión por parte de Estados Unidos se consideraría como una agresión contra México, por eso el Ministro Almonte decidió solicitar su pasaporte y marcharse cargado de antipatía contra los

229 230

Yáñez, op.cit., pp.199-203. Vázquez, México y el mundo, op.cit., v.1, pp.122-123. 80

estadounidenses; lo mismo hizo el recién llegado Ministro Wilson Shannon, sustituto de Thompson; otra vez las relaciones quedaron rotas. La historia de las relaciones exteriores de México atribuye a la llamada Doctrina Carranza de 1916 la enunciación de los principios de nuestra política exterior contemporánea. Sin embargo, es justo reconocer que fue Herrera el primero que expuso la esencia de esos principios, algunos de ellos productos de la visión alamanista de defensa de la soberanía, autodeterminación y reciprocidad en los tratos con otras naciones. Herrera agregó la “benevolencia” en la actuación internacional y la equidad. En su presentación ante el Congreso, restablecido el primero de enero de 1845, se pronunció así por la vocación pacifista de México: Las relaciones exteriores serán lo que deben ser entre naciones soberanas que respetan sus mutuos derechos [...] Sin preferencias ni preocupaciones tratará a todos con igualdad recíproca, y mi Gobierno procurará que todos sus actos estén marcados por la equidad y la más franca benevolencia, sin olvidar jamás lo que se debe a la independencia y derechos del pueblo mexicano.231

Herrera hizo todo por evitar la confrontación. Propuso ante el Congreso asumir como principio la ruta de la negociación (otro aporte a la política de principios), y elaboró a mediados de mayo una serie de condiciones para negociar con los texanos. El documento iba a ser transmitido a través de un agente británico, pero se retuvo porque el abogado y congresista Manuel de la Peña y Peña quiso revisarlo. Pero se tardó. El veintiuno de junio el Congreso texano rechazó la propuesta mexicana y determinó la anexión a Estados Unidos; aquel fracaso selló la suerte del que Josefina Z. Vázquez describe como

el

"mejor

Gobierno

que

había

regido

a

México

desde

la

Independencia".232 En Estados Unidos, el demócrata y pro esclavista James Knox Polk ganó las elecciones al ofrecer la anexión del Oregón, Texas y California. Conformó un gabinete con puros expansionistas con James Buchanan como Secretario de Estado quien envió al agente especial Robert Stockton a Texas al parecer

231 232

México a través de los informes, op.cit., pp.44-45. Vázquez, México y el mundo, op.cit., v.1, p.123. 81

para ponerse de acuerdo con los texanos sobre cómo provocar una guerra con México.233 Y mientras tanto las flotas norteamericanas empezaron a desplazarse hacia las costas de México, listas a ocupar San Francisco, Monterey (California), Mazatlán, Tampico y Veracruz. El general Zachary Taylor al frente de un destacamento del ejército acudió a ocupar posiciones en el río Nueces, en territorio texano, supuestamente para apoyar a los texanos ante una probable invasión de México. Si alguna esperanza les quedaba a los mexicanos, ésta era que Inglaterra entrara en guerra con Estados Unidos por el asunto del Oregón y que se aliara con México, pero Lord Aberdeen estaba renuente a embarcarse en una guerra sin el apoyo de Francia, y a los franceses tampoco les importaba comprometerse en una empresa bélica con Estados Unidos ya que enfrentaban una escasez de alimentos que traería consigo hambres y revueltas campesinas como preludio del ambiente revolucionario que estallaría más adelante.234 El primero de agosto, el Ministro mexicano en Londres, Tomás Murphy, informó que Aberdeen consideraba la anexión de Texas como un fait accompli y que temía la ocupación norteamericana de California, pero que se limitaría a advertirle a México que se abstuviera de declarar la guerra para que los Estados Unidos no tuvieran derecho a ocupar ninguna parte de su territorio. La independencia texana, después de todo, “ni para la Francia ni para la Inglaterra era al fin asunto de tanto interés que les haga intervenir en contra de un hecho consumado”.235. México estaba solo otra vez. Herrera recibía presiones lo mismo de gente como Paredes, quien se pronunciaba por declarar la guerra, que de congresistas como De la Peña quien insistía en agotar las fórmulas de negociación. El dieciséis de septiembre de 1845, a fin de ofrecer una oportunidad a la vía negociada, Cuevas dimitió a favor de De la Peña en Relaciones Exteriores, por lo que éste quedó encargado de instrumentar una nueva estrategia diplomática. 233

Pletcher, op.cit., pp.358-359. Véase Eric Hobsbawm, La era de la revolución, 1789-1848, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1997, 133-137 235 Thomas Murphy al ministro de Relaciones Exteriores, 1º de agosto de 1845, en Vázquez, La Gran Bretaña, pp.93-94. 234

82

En ese contexto Washington emitió señales a través del agente William Parrot, de larga residencia en México, para "restaurar relaciones amistosas" entre las dos repúblicas. 236 De la Peña aceptaba recibir a un comisionado plenipotenciario mas no a un agente como Parrot, “para arreglar de un modo pacífico, razonable y decoroso la contienda presente". 237 Como el ahora Canciller era propenso al purismo legal, cada palabra de su comunicado debió ser estudiada: arreglar significaba que nada se daría por consumado en tanto existieran las condiciones de conflicto (status belli). De la Peña demandó además que para negociar se debía de retirar la fuerza naval de Veracruz.238 Los puntos de vista no podían ser más distantes. Para Polk y Buchanan lo de Texas era caso cerrado; sin embargo, accedieron a enviar a John Slidell sólo si se le recibía como Ministro plenipotenciario. Slidell debía contrarrestar cualquier influencia de potencias extranjeras; debía transmitirle al pueblo mexicano que Estados Unidos procuraba su prosperidad, y debía ser portador de una última oportunidad para que México negociara, mas no el asunto de Texas sino el pago a los ciudadanos estadounidenses por las reclamaciones. Se sugería que México pagara con el territorio entre los ríos Nueces y Bravo, que no formaba parte de Texas sino de Coahuila. Slidell tenía también que evitar que México cediera la Alta California a Gran Bretaña o Francia: La posesión de la bahía y puerto de San Francisco es de gran importancia para Estdos Unidos. [...] California es apenas nominalmente dependiente de México [...]. Bajo estas circunstancias es deseo del presidente que usted ponga sus mejores esfuerzos para obtener una cesión de esa provincia de México a los Estados Unidos. [...] El dinero no sería problema, comparado con el valor de la adquisición. [...] Si se vislumbran prospectos de éxito, el presidente no dudaría en dar, además del pago de las justas reclamaciones de nuestros ciudadanos en México, veinticinco millones de dólares por la cesión. [...] La gente con la que será usted enviado es proverbialmente celosa, y se siente irritada contra los Estados Unidos por los eventos recientes y por las intrigas de las potencias extranjeras. […]. No necesito prevenirlo de no herir su vanidad nacional. Es probable que tenga que soportar sus injustos reproches con ecuanimidad. Sería difícil alcanzar un punto de honor entre los Estados Unidos y una potencia tan débil y degradada como es México.239 236

J. Buchanan a W. Parrot, 28 de marzo de 1845, en Carlos Bosch García, Documentos de la relación de México con los Estados Unidos, v.4, México, UNAM, 1985, pp.475. 237 M. de la Peña y Peña al cónsul Black, 15 de octubre de 1854, Ibidem, p.599. 238 Ibidem. 239 J. Buchanan a John Slidell, 10 de noviembre de 1845, Ibidem, pp.609-621. AHDGE, Exp.: LE-1072 [Fols.: 1-163]. 83

Imposible no indignarse a posteriori al leer estos extractos de una extensa misiva. El gobierno de Herrera apenas estudiaba las condiciones de Washington cuando apareció Paredes con el propósito de sentarse en la silla presidencial a la fuerza, tras desobedecer las órdenes del Secretario de Guerra Pedro María Anaya de marchar hacia la frontera a respaldar al general Mariano Arista. Este golpe, más que un desacato, incluso más que latrocinio, constituyó un acto de lesa traición que Paredes justificó con el argumento de que el gobierno de Herrera estaba cediendo frente a Estados Unidos y en contra del interés nacional. De la Peña ya no pudo recibir a Slidell, quien se retiró a Jalapa en espera de una mejor definición de parte del gobierno golpista. Paredes tenía reputación de valiente y recto, cualidades que Guillermo Prieto considera como "justamente adquiridas" en sus Memorias.240 Sin embargo, su inopia era tan vasta como su ambición. Franklin D. Robertson, su biógrafo, cuenta que su esposa, Josefa Cortés, muy católica, le advertía que los liberales eran representantes de Satanás quien años atrás llegó a México encarnado en Joel Poinsett (¡caray!, yo mismo estaría tentado a concederle la razón: VK). 241 La defensa de la Patria era pues una lucha entre el bien y el mal, representado éste por el protestantismo estadounidense. Aunque Paredes se identificaba con el conservadurismo y coqueteaba con la monarquía, sus visiones eran distintas de las de Alamán y Cuevas.242 Paredes procedió con su programa bélico. Se negó a recibir a Slidell y le ordenó a Arista que les cerrara el paso a los estadounidenses, quienes para marzo de 1846 habían tomado ya posiciones sobre el Río Bravo. El ocho de mayo se produjeron las primeras escaramuzas en la zona de Palo Alto, y el tiro cruzado se convirtió en batalla: la Batalla de Resaca de la Palma en la que Taylor venció y Arista se replegó a Matamoros. Polk se dirigió al Congreso de

240

Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, México, Editorial Patria, 1969, p.377. Franklin Delbert Robertson, The Military and Political Career of Mariano Paredes y Arrillaga, 1797-1849, Obra doctoral, Austin, Universidad de Texas, 1955. También Prieto en Ibidem., pp.377-378. 242 Véase Humberto Morales Moreno y William Fowler, coords., El conservadurismo mexicano en el siglo XIX, Puebla, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1999. Rafael Rojas, “Las propuestas ‘conservadoras’ En la historia de México”, en Erika Pani, coord., Conservadurismo y derechas en la historia de México, v.1, México, FCE, Conaculta, 2009. 241

84

su país y acusó: "El gobierno mexicano [...] ha invadido nuestro territorio [sic] y sangre americana ha sido derramada en territorio americano".243 Ese día, el once de mayo de 1847, Polk lo definió en su Diario como “un día de gran ansiedad para mí”.244 Héctor Díaz Zermeño cuenta en su libro, La culminación de las traiciones de Santa Anna, que cierto día de febrero de 1846 se presentó ante Polk un español naturalizado estadounidense, Alejandro Atocha, quien se decía portador de un mensaje de Santa Anna desde su exilio en el que sugería a Estados Unidos facilitarle el regreso a México ya que aseguraba tener la fórmula

para

indemnización.

acabar 245

con

el

conflicto

mediante

un

tratado

y

una

Aunque Santa Anna no hace referencias a Atocha, Polk en su

Diario se refiere a su modo obsequioso y admite haber enviado a un agente secreto a entrevistarse con Santa Anna.246 Después de los incidentes en Palo Alto y Resaca de la Palma, Polk relata que creía innecesario prolongar aquella guerra sobre todo tras la retirada del general Arista de Matamoros. Polk y Taylor aprovecharon las debilidades de los mexicanos para avanzar hacia Monterrey, aunque dejaron que el tiempo corriera para que los canales diplomáticos funcionaran. Fue en esas circunstancias que Polk mandó al almirante Alex Slidell Mackenzie, a conferenciar con Santa Anna el seis de julio. Al término de sus pláticas, Mackenzie informó que Santa Anna había aceptado establecer un gobierno dispuesto a negociar la paz; el contenido de ese mensaje lo refiere Polk como “altamente confidencial”, y señala que “si se hiciera público, el juicio del mundo [nos] condenaría, y que ningún gobierno volvería a confiar en nosotros”.247 La indignidad de Santa Anna no tuvo límites. En aquella entrevista ofreció información detallada de los lugares que el ejército estadounidense debía atacar, los hombres que serían suficientes, las ciudades que sugería tomar, la mejor época del año para invadir, y todo lo que pudiera crear un

243

Paul H. Bergeron, The Presidency of James K. Polk, Kansas, Universidad de Kansas, 1987, pp.76-77. 244 The Diary of James K. Polk during his Presidency, 1845 to 1849, v.1, Nueva York, Kraus Reprint & Co., 1970, p.391. 245 Héctor Díaz Zermeño, La culminación de las traiciones de Santa Anna, México, Nueva Imagen. 2000, p.112. 246 The Diary of James K. Polk, op.cit., pp.222-225. 247 Polk, op.cit., v.3, p.289-290. 85

ambiente propicio para entrar él en acción.248 Parecía guión de película. Santa Anna le recomendó a Mackenzie que guardara la entrevista con la mayor secrecía a fin de que los mexicanos no se formaran "una opinión dudosa de su patriotismo" y que malinterpretaran "sus benévolas intenciones".249 Se había recurrido a Santa Anna porque Paredes era reacio a negociar; las razones de éste obedecían a su peculiar enfoque del bien contra el mal. En su presentación ante el Congreso el trece de julio del 46, advirtió: El Gobierno no ha querido oír proposición alguna de paz; [porque…] Esta lucha no es una de esas guerras que el orgullo enciende todos los días; es sólo un fenómeno de un hecho todavía más importante y trascendental, cuyas causas están en la naturaleza misma de las cosas, y cuyas consecuencias es difícil calcular en toda su extensión.250

Su análisis era racial, parecido al de Tornel, quien por cierto ocupaba el Ministerio de Guerra y Marina: “La raza del norte –proseguía Paredes- se desarrolla en nuestro continente con una celeridad y esfuerzo de que hasta ahora no hay ejemplo en ninguna edad, y en su crecimiento amenaza extenderse sobre nuestro territorio, y extinguir en él nuestra raza, estableciendo el predominio de la suya".251 Carlos María de Bustamante asegura que Paredes respaldaba la opción monárquica que recobró fuerza a raíz de que El Tiempo, periódico conservador, reabrió la discusión. 252 Slidell creía que más bien el presidente golpista pretendía instaurar un gobierno despótico.253 Robertson en cambio niega que Paredes fuera pro monárquico.254 El nuevo Ministro español, Salvador Bermúdez de Castro, halló en éste el ambiente propicio para filtrar la idea de que un príncipe español podía ser la figura real que se buscaba en México. Bermúdez notificó a su gobierno que el 248

Díaz Zermeño, op.cit., pp.113-114. En su reseña de este libro, Josefina Zoraida Vázquez juzga al autor de superficial, de ofrecer pruebas “desafortunadas” y de publicar un libro “lleno de descuidos”. Me parece que desafortunada es también la propia reseña de esta historiadora que en ocasiones pontifica sobre la presunción de ser ella la máxima conocedora de esta etapa de la historia. Vázquez desconoce, por ejemplo, que Alex Slidell Mackenzie era hermano y no primo de John Slidell como ella dice, ya que utilizaba el apellido materno para fines hereditarios. En Historia Mexicana, v.51, n.1, jul.-sept. de 2001, pp.194-198. 249 Alejandro Sobarzo, Deber y conciencia. Nicolás Trist, el negociador norteamericano en la Guerra del 47, México, FCE, 1996, pp.198-199. 250 México a través de los informes, op.cit., pp.50-51. 251 Ibidem. 252 Bustamante, El nuevo Bernal, op.cit., pp.176. 253 J. Slidell a J. Buchanan, Jalapa, 6 de febrero de1846, en Bosch, Documentos, op.cit., pp.666-667. 254 Robertson, op.cit., p.212. 86

momento era oportuno para establecer en México una monarquía con un príncipe de la casa real de España; señalaba en un Memorándum fechado el 17 de febrero que presuntamente los elementos más importantes de la sociedad mexicana esperaban la intervención de Madrid para rescatar al país del caos y desorden político.255 Este orden aceleró en Washington la decisión de activar una alternativa. El dieciséis de agosto el vapor inglés Arab se abrió paso entre las fragatas de guerra norteamericanas y depositó en Veracruz a Santa Anna, quien fue recibido nada menos que por los hijos de Valentín Gómez Farías: Fermín y Benito, al grito de ¡Federación y Santa Anna! 256 Éste acudió a refugiarse en su nueva hacienda de El Encero a esperar el momento de actuar. Entretanto, otras fuerzas se movían en la capital. También al grito de ¡Federación y Santa Anna! el general Mariano Salas le asestó un golpe de mando a Paredes; demasiada coincidencia con los Gómez Farías, lo cual hace suponer que don Antonio y don Valentín se mantenían en contacto.

2.5 Diplomacia en tiempos de guerra El catorce de septiembre de 1846, Santa Anna consumó su enésima entrada triunfal a la ciudad de México, lo acompañaba Gómez Farías con una lámina de la Constitución de 1824 como claro indicador de que se restablecería el sistema federal. En lugar de asumir la presidencia, empero, Santas Anna optó por dirigirse a San Luis Potosí a hacerle frente al ejército invasor, quizá seguro de que ese talante le acarrearía más popularidad. “Yo preferí –escribió-, y prefiero aún, cien derrotas antes que consentir en la ignominia de la República. He aquí por qué marché inmediatamente á San Luis Potosí”.257 Se tomó su tiempo, al igual que Taylor se tomaba el suyo para apresurar las negociaciones de paz. De manera muy extraña ambos generales avanzaban con pasos de tortuga hacia la confrontación.

255

Miguel Soto, La conspiración monárquica en México, 1845-1846, México, Colección Historia, Offset, 1988, p.50. 256 Díaz Zermeño, pp.113-114. 257 Antonio López de Santa Anna, Documentos inéditos y muy raros para la Historia de México. Las guerras de México con Tejas y los Estados Unidos, México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, México, 1910, p.187. 87

En el camino Santa Anna se enteró de las tomas de Monterrey y Saltillo por el ejército intervencionista. Ya en San Luis dejó que Taylor tomara posiciones y hasta dio la insólita orden de evacuar Tampico, arrojando al río Pánuco todo el material de guerra: cañones, barriles de pólvora, cajas de rifles y equipo. Con el pretexto de evitar que el enemigo se apropiara del armamento. En vísperas de la Navidad recibió la noticia de que el Congreso lo había designado de nueva cuenta Presidente de México junto con Gómez Farías en la Vicepresidencia, o sea que la mancuerna de 1833 otra vez se hizo del poder y otra vez, como entonces, don Valentín se apresuró a hacer de las suyas mediante la confiscación de las riquezas de la Iglesia arguyendo que serían para financiar la guerra. Ante los hechos un grupo de niños bien de la sociedad mexicana –de esos que cantaban alabanzas en los coros de las iglesias- conocidos como los polkos,258 decidió empuñar las armas mas no para hacerle frente a los yanquis sino para defender los bienes del clero. Uno de esos polkos, Guillermo Prieto, lamentó años después "la vergüenza y humillación con que debe cubrirnos a los que arrojamos ese baldón sobre nuestra historia en los días de más angustia para la Patria".259 Era tal el trastorno por las reformas gomezfariseas que el propio presidente Polk tuvo que mandar a un emisario católico de nombre Moses Y. Beach a entrevistarse con los arzobispos Irizarri y Posada-yGarduño a fin de explicarles lo inexplicable: que el gobierno de Gómez Farías en realidad actuaba a favor de la Iglesia, y que a pesar de que sus medidas la afectaban en el fondo se buscaba proteger los bienes y el derecho de culto.260 Don Antonio decidió por fin terminar su asueto en San Luis para entrar en acción; se perfiló entonces hacia un punto intermedio entre Saltillo y San Luis conocido como La Angostura. No era ese un sitio adecuado para una batalla debido a la orografía, pero además porque el frío era intenso y el ejército mexicano estaba compuesto por hombres descalzos, hambrientos y sucios, lo más parecido a un ejército de zombies. Ya los esperaba Taylor.

258

Nada qué ver con James K. Polk. Los polkos derivaban su nombre de una danza de moda y que aquellos jóvenes practicaban con más frecuencia y destreza que el uso de las armas. 259 Prieto, op.cit., p.394. 260 J. Buchanan a Moses Y. Beach, 21 de noviembre de 1846, en Bosch, De las reclamaciones, op.cit., p.703. 88

Aquel ejército de zombies se abalanzó sobre el enemigo, pero ocurrió otro insólito: Santa Anna ordenó ¡la retirada! justo cuando las evidencias eran de victoria sobre los estadounidenses; su argumento fue que había que volver a la capital a apaciguar a los polkos. En sus Memorias dice: “nadie en mi campo dudaba que la victoria quedaría completa al día siguiente […]; más, ¡oh, inestabiliad de las cosas humanas! Repentinamente el contento convertíase en pena y desesperación ¡Revolución en la capital! ".261 Bajo cualquier raciocinio parecería crucial para el destino de una nación anteponer el aniquilamiento primero de un enemigo extranjero que el sometimiento de un grupo de rebeldes, mas no para Santa Anna. A Polk debió entusiasmarle saber que Santa Anna había vuelto a la capital con la investidura de Presidente, ya que por fin habría alguien con quien sentarse a negociar, mandó para el caso a Nicholas Trist, hombre cercano al Secretario de Estado James Buchanan. Al propio tiempo le ordenó a Taylor que no avanzara más, sobre todo porque el general estaba cobrado tanta popularidad que hasta se le candidateaba para la Presidencia y eso no le convenía a Polk. El asunto de los polkos y la bulla en México por las políticas de Gómez Farías, empero, no dejaron tiempo para que don Antonio se ocupara de negociar el fin de la intervención militar. De nuevo se erigió en el fiel de la balanza; decidió que lo adecuado era abrazar ahora la causa de los moderados: decretó la supresión de la Vicepresidencia y obtuvo el apoyo del clero para continuar la guerra. Enseguida enfiló hacia El Encero, cerca de Jalapa, donde estableció su cuartel general, y eludió de paso cualquier compromiso final con los yanquis. Como Presidente provisional quedó el general Pedro María Anaya, del grupo moderado, a quien se le prohibió negociar cualquier tratado de paz. Para entonces el gobierno estadounidense había decidido abrir otros dos frentes de guerra, uno a cargo del general Winfield Scott en Veracruz, y otro que avanzaría hacia California y Nuevo México a cargo del general Stephen Kearny. Las tomas de San Francisco y Santa Fe resultaron sencillas pese a la resistencia de sus pobladores; la toma del puerto jarocho en el Golfo fue más difícil puesto que la guarnición local y los pobladores lucharon por casi una 261

López de Santa Anna, Mi historia, op.cit., p.52. 89

semana sin respiro. Scott acabó bombardeando las casas, sólo así obligó a la capitulación; Santa Anna se refirió

a la gesta como la “deshonra de

Veracruz”.262 A partir de entonces la guía básica de Scott para dirigirse a la ciudad México eran las Cartas de Relación de Hernán Cortés,263 pero antes se tuvo que librar otra batalla en las colinas de Cerro Gordo. Contra todos los consejos de los ingenieros tácticos mexicanos, Santa Anna eligió ese sitio y se empeñó en dejar abierto uno de los flancos, justo el flanco que utilizó el general Twiggs para colarse y derrotar a los mexicanos. El desastre de Cerro Gordo el dieciocho de abril del 47 dejó abierto el camino hacia la capital; imposible dejar de preguntarse si aquel no sería parte del acuerdo con el agente confidencial Mackenzie en La Habana. Santa Anna se dio por abatido y corrió a refugiarse a El Encero. La noticia de lo ocurrido en Cerro Gordo hizo que las sospechas sobre su actuación se generalizaran, aunque todavía parecía increíble que el General-Presidente hubiera traicionado al país. El propio Ministro español, Bermúdez de Castro, informó a su gobierno: El plan de campaña es de los más a propósito para infundir sospechas, pues tras permanecer cinco meses en San Luis [Santa Anna] se adelanta al encuentro de la división americana cuando el enemigo concentraba sus fuerzas en Tampico y en la isla de los Lobos, para apoderarse de Tuxpan y Veracruz, dirigiéndose en seguida sobre México. En el momento de necesitar defensa la capital, se alejaban las tropas: cuando los invasores iban a operar en el sur, el ejército mexicano emprendía la marcha al norte […].264

Scott pasó por Jalapa, avanzó a Puebla y se instaló en esa ciudad sin contratiempos hacia finales de abril de 1847. Era momento de darle otra oportunidad a la diplomacia, ya que como se sabe el verdadero propósito del gobierno estadounidense consistía en forzar a México a ceder su jurisdicción sobre los territorios ya ocupados, no en anexar al país con sus siete millones de bronceados. Trist alcanzó a Scott en Puebla con la encomienda de hacerle llegar al gobierno mexicano una nota confidencial con un borrador del tratado 262

López de Santa Anna, Memorias, op.cit., p.53. Lieut.-General Scott, LL.D., Memoirs, v.2, Freeport, Nueva York, Books for Libraries Press, 1970, pp.452-453. 264 Bermúdez de Castro al Primer Secretario del Despacho de Estado, en RDHM, v.4, 29 de abril de 1847, pp.89-90. 263

90

de paz anexo. Para el general esta resultó ser una maniobra desagradable, puesto que no se le revelaban las intenciones de fondo.265 La nota fue entregada al Ministerio de Relaciones Exteriores a través del Ministro británico Bankhead, y aunque en el Congreso mexicano esta vez sí existía un deseo generalizado de negociar la paz, ningún diputado quería pasar a la historia como traidor y por eso ninguno tomaba la iniciativa de pronunciarse a favor de negociar sobre la propuesta de Trist. Los puros bloquearon el ofrecimiento estadounidense arguyendo que “hemos opinado siempre, porque no se oiga ninguna proposición de paz, mientras el enemigo no evacue nuestro territorio y suspenda el bloqueo de nuestro puertos”.266 Se decían resueltos a seguir la guerra hasta el fin, aunque seguir la guerra hasta el fin significaba para ellos la absorción total de México por parte de Estados Unidos y no lo que suele

creerse

en

el

sentido

de

que

eran

patriotas

contrarios

al

intervencionismo. Trist mismo advirtió esta condición cuando informó al secretario Buchanan en octubre del 47: La querella se mantendrá entre los dos partidos, y será tan intensa como si uno de ellos [el de los puros] se encontrara movido por la más temeraria animosidad en contra nuestra, cuando en realidad la lucha no tiene otro fin que incorporarse a nosotros, y en el caso de que esto no fuera posible, por lo menos obligarnos a proporcionarles el apoyo y ayuda necesarios para mantener un orden de cosas respaldado por un gobierno fundado en principios republicanos.267 [subrayado mío]

La plataforma anexionista que revelaba Trist en cita anterior la formaban, además de Gómez Farías, José María Lafragua, Manuel Crecencio García Rejón y los gobernadores Miguel Lerdo de Tejada y Manuel González Gamio de Veracruz y Zacatecas respectivamente, todos ellos inmortalizados como héroes en calles y monumentos de México. La doble cara de esta caterva enfadaba al propio Nicholas Trist, quien gradualmente fue sintiendo más respeto por el ala moderada del bando conservador, gente que a su parecer

265

Scott, op.cit., p.571. Lilian Briseño Senosiáin, Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre, Valentín Gómez Farías y su lucha por el federalismo, 1822-1858, México, Instituto Mora, Gobierno del Estado de Jalisco, pp.397-398. 267 N. Trist a J. Buchanan, 25 de octubre de 1847, en Bosch, Documentos, op.cit., p.801. 266

91

poseía talentos mayores además de virtudes más patrióticas como se advierte en el libro de Sobarzo.268 Aborrecible, sin embargo, le parecía Santa Anna, sobre todo después de la reunión efectuada en Puebla en los primeros días de junio de 1847 en la que participaron Trist, Scott, el Ministro Bankhead y un secretario de la propia Legación inglesa de nombre Edward Thronton. Acordaron hacer contacto con Santa Anna para que contribuyera a desbloquear el tratado propuesto por Washington. Santa Anna pidió tiempo… y la suma de diez mil pesos para lubricar el proceso, aparte de un millón de comisión para él. Scott y Trist accedieron. Scott escribió: “Nosotros sólo nos beneficiamos por esa corrupción para lograr un fin [la paz] altamente ventajoso tanto para los Estados Unidos como para México”.269 A su vez, Trist le comunicó al Departamento de Estado: “Considero muy fuertes las posibilidades de una paz inmediata. […] Santa Anna dice, secretamente, que permitirá al ejército americano aproximarse [a la ciudad de México], hasta el Peñón, y entonces tratará la paz”.270 Los soldados estadounidenses seguramente no comprendían por qué no entraban en combate pues la inactividad en Puebla los aburría; también es probable que la comida mexicana hiciera estragos, por lo que se pidieron refuerzos a Estados Unidos. El siete de agosto por fin se alistaron para dejar la ciudad y encaminarse a México; no es difícil pensar que muchos ya tuvieran novia y hasta amigos entre los teporochos poblanos.271 La orden era avanzar, pero a paso de tortuga, como si aquella fuera más que una invasión una expedición turística. Trist seguía los pasos de Humboldt, y Scott proseguía con su lectura de las Cartas de Cortés a Felipe II. En efecto, el día dieciséis de agosto por la tarde, en un lugar conocido como el Peñón, se había montado ya una escenografía digna de Fellini. Ahí estaban los generales Valencia y Salas al frente de sus tropas; se hallaban también diversos batallones de polkos, nerviosos pero dispuestos a sacarse la espina desde la rebelión contra Gómez Farías, y no faltaba la chusma, dispuesta siempre a echarse encima de las pertenencias de los muertos. Ah, y 268

Sobarzo, pp.276-277. Scott, op.cit., p.456. 270 N. Trist a J. Buchanan, 27 de julio de 1847, Bosch, Documentos, op.cit., p.742. 271 Véase George W. Smith y Charles Judah, Chronicles of the Gringos. The U.S. Army in the Mexican War, 1856-1848, Accounts of Eyewitnesses & Combatants, Albuquerque, Nuevo México, The University of New Mexico Press, 1968. Passim. 269

92

en sitio seguro se acomodaban mirones, fritangueros e invitados especiales a presenciar aquella batalla. De pronto, el redoble de tambores seguido por una corneta llamó la atención del público y emergió de la penumbra Su Alteza Serenísima, el general Santa Anna, con su capa al vuelo y la espada desenvainada, montado sobre un corcel blanco que hacía reparos. Todo el mundo lo ovacionó.272 Pasaron las horas y los yanquis no aparecieron, y es porque Scott decidió dar marcha atrás con el plan de entrar a la ciudad de México por Chalco, tal vez porque le parecía inmoral conducir a sus soldados a una batalla prearreglada. Ante ello, Valencia y Salas partieron por su cuenta a hacerles frente a los estadounidenses en el rancho de Padierna. Mediante una acción envolvente Scott sorprendió a las tropas mexicanas; en eso apareció Santa Anna mas no para ayudar a sus compañeros de armas sino para disfrutar verlos abatidos por los soldados estadounidenses; pasó entonces a ser no solamente el villano de El Alamo, sino también el villano de Padierna. Gabriel Valencia tuvo que huir bajo amenaza de fusilamiento por insubordinación mientras el ex-Presidente Salas cayó prisionero. A mediados del propio mes de agosto la ciudad de México se hallaba rodeada por tropas estadounidenses. El Congreso convino en mover la capital a Querétaro y nombró a cuatro comisionados para entrar en pláticas con el enemigo, ellos eran: José Joaquín de Herrera, Bernardo Couto, Miguel Atristain e Ignacio Mora y Villamil, todos del partido moderado. Su propuesta pecaba de ingenua bajo las condiciones de ocupación militar de buena parte del terriotrio, pues ofrecían ceder por fin el territorio de Texas pero con el río Nueces como frontera, no el Bravo, eso a cambio de que se cancelaran las reclamaciones estadounidenses. México no cedería ni California ni Nuevo México, como tampoco concedería el derecho de tránsito por Tehuantepec; se exigía además el retiro inmediato de las tropas invasoras más una indemnización. Trist se manifestó dispuesto a renunciar a Tehuantepec y Baja California, mas no a Nuevo México y la Alta California.

272

Recreación a partir de la descripción de Manuel Payno, Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, Facsímil de la edición mexicana de 1848, México, Fundación Miguel Alemán, A.C., 1997, pp.213-222. 93

El seis de septiembre del 47 la comisión mexicana presentó otra propuesta en la que se cedía sólo una parte de la Alta California, no toda. Trist la rechazó y se produjo un impasse que obligó a las partes a dar por terminadas las negociaciones y a reanudar el status belli. El ejército de Scott avanzó y encaró a los mexicanos en los linderos del Convento de Churubusco, una batalla no programada. Había dos generales al frente: Pedro María Anaya y Manuel Rincón. También dos regimientos de polkos, más resueltos, que compartían filas con viejos combatientes de los años de independencia además del batallón irlandés de San Patricio encabezado por John Riley.273 Gorostiza prácticamente voló desde Europa para colocarse al frente de otro batallón en el que figuraba su secretario particular, José Manuel Hidalgo y Esnaurrizar, quien a partir de esa experiencia radicalizó su antiyanquismo hasta el punto de ser él, junto con Almonte y Gutiérrez de Estrada, uno de los oferentes del trono a Maximiliano. Para estos patriotas no hay calles ni escuelas con su nombre. Aunque no es propósito de esta obra narrar los detalles de las batallas, esta sí lo merece. Fue una batalla cruenta. Había gente, había decisión, pero no parque. El colmo: Santa Anna les había mandado parque inapropiado para las armas que empuñaban.274 Murieron en combate el coronel Eleuterio Méndez y su hijo, quien acabó batiéndose a pedradas. De repente el convento de Churubusco quedó en silencio, un silencio conventual. Un capitán del ejército estadounidense saltó los muros y arribó al patio central donde se encontraban los dos generales mexicanos al frente de sus tropas en posición de firmes y con los fusiles en el suelo. Al entrar el general Twiggs se produjo uno de los momentos más emotivos cuando le preguntó a Anaya por el parque y éste le respondió: “General, si hubiera parque no estaría usted aquí”. La guerra de hecho estaba perdida, Santa Anna también. Tras de retirarse al Palacio Nacional decidió evacuar sus tropas a Querétaro. Permanecieron sólo los regimientos de Molino del Rey y Chapultepec, sede éste del Colegio Militar. Y sobre ellos se fue el ejército invasor; el ocho de septiembre cayó el fuerte de Molino del Rey y en veinte minutos murieron 273

Repudiados en la historia de Estados Unidos como traidores, el comando irlandés encabezado por John Riley en cambio es reverenciado en México como ejemplo de solidaridad internacional con la causa mexicana. Véase, Patricia Cox, Batallón de San Patricio, México, Populibros “La Prensa”, passim. 274 Testigo de hechos fue José María Roa Bárcenas, Batalla de Churubusco el 20 de agosto de 1847, México, DDF, Conciencia Cívica Nacional, pp.65-96. 94

todos, entre otros, el general Antonio León y los coroneles Lucas Balderas y Gregorio Gelati. Scott decidió entonces atacar el Castillo de Chapultepec a cuyo resguardo se hallaba el legendario general Nicolás Bravo y un conjunto de cadetes muy jóvenes. En la primera ráfaga de granadas murieron los seis adolescentes que el romanticismo ha inmortalizado como los niños héroes. Los cantos épicos, sin embargo, no recogen la muerte heroica del coronel Felipe Santiago Xicoténcatl ni las acciones de otros niños héroes que sobrevivieron, como Ignacio Comonfort y Miguel Miramón. El dieciséis de septiembre de 1847, día en que se conmemoraba el nacimiento de la soberanía nacional, el pabellón de las barras y las estrellas ondeaba sobre la astabandera del Palacio Nacional; resulta imposible no empatizar con la deshonra que el propio Santa Anna desplegó en estos términos: Sin necesidad de investigaciones profundas, y sin tener que apelar á los secretos de la política extranjera, el hombre pensador medita, lleno de espanto, que este pueblo infortunado queda proscripto del catálogo de las naciones y que la generación que vio nacer la Independencia, que luchó por conseguirla, esa misma asistirá á sus funerales.275

2.6 El triste deber de Mister Trist Antes de abandonar la ciudad de México, el mandatario discapacitado renunció a la presidencia aunque no a la comandancia del ejército. El Congreso designó como Presidente al jurista Manuel de la Peña y Peña, emblema de la alternativa negociadora sobre los destinos del país. De mirada penetrante con un rostro que descargaba energía, De la Peña ordenó a través de su secretario de Relaciones Exteriores, Luis de la Rosa, el inmediato cese de las hostilidades y la destitución de Santa Anna al frente del ejército. “¡Cuánto egoísmo, cuánta defección!”, clamó en sus Memorias.276 Se quejó también de la acusación de traidor a la Patria que levantó en su contra el diputado Ramón Gamboa. Y es que el diputado Gamboa había propuesto la realización de un juicio político contra Santa Anna. Los motivos sobraban, puesto que toda su 275 276

López de Santa Anna, Documentos, op.cit., pp.194-195. López de Santa Anna, Memorias, op.cit., p.66. 95

actuación había sido sospechosa: las entrevistas con Jackson y Mackenzie; el paso libre de La Habana a Veracruz; la súbita entrega a la causa federalista; el tiempo transcurrido en San Luis sin avanzar contra Taylor; la desocupación de Tampico; la retirada de La Angostura; la derrota de Cerro Gordo, y el abandono tanto de Puebla como de Padierna, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. En la campaña no hubo más que desastres.277 Don Antonio sintió más el estigma de traidor que la destitución, y fiel a su modo de descargar culpas volcó sobre sus subordinados todas las responsabilidades antes de partir hacia un nuevo exilio en Colombia. Años después habría de retornar como Presidente ¡otra vez! Durante la ocupación de la ciudad de México que duró aproximadamente seis meses se generó un movimiento anexionista que hacía eco de otro movimiento análogo en Washington que al grito de ¡Todo México! pretendía engullir por entero al país invadido.278 Lo sorprendente es que el movimiento en México era instigado por varios liberales puros, empeñados en que la guerra continuara hasta el fin y opuestos a cualquier tratado con Estados Unidos para ver convertido a México en protectorado de Estados Unidos, esto dice Pedro Santoni al respecto: No cabe duda que algunos puros –quizá convencidos de la futilidad de proseguir la guerra y temerosos de que México perdiera su autonomía, lo que conllevaría “su absorción parcial y sucesiva que iría acabando hasta con las razas”promovieron la implantación de un protectorado norteamericano para conservar el ejercicio de sus derechos civiles y políticos, y dar a México una organización social adaptada al siglo diecinueve.279

Por su parte, Trist los describió en estos términos: “Se reducen a manifestar aquello a lo que se oponen, lo que no harían, lo que nunca consentirán. No consentirán en la extinción de su nacionalidad, pero nada dicen de su amalgamación; no consentirán en la desmembración de su país y tampoco en la conquista, pero nada dicen de su incorporación”.280

277

Díaz Zermeño, op.cit., 120-167. Véase la impugnación del Diputado Ramón Gamboa al Informe del general Santa Anna sobre la guerra en López de Santa Anna, Documentos inéditos, op.cit., pp.201-335. 278 Sobarzo, op.cit., pp.213-215. 279 Pedro Santoni, Los federalistas radicales y la guerra del 47, Obra doctoral, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 1987, pp.408-409. 280 Sobarzo, op.cit., pp.220-221 96

Pese a todo, De la Rosa designó a Bernardo Couto, Miguel Atristain y don Luis G. Cuevas, todos ellos del bando moderado, para que entraran en contacto con Trist y procedieran a ponerle fin a este capítulo de la historia. Tuvieron ellos que cargar con la tarea de rescatar lo posible y concluir un tratado de paz en condiciones de parte vencida. Durante las negociaciones Trist empezó a aborrecer ya no nada más a los puros y a Santa Anna, sino también a su propio gobierno puesto que la guerra le parecía injusta al igual que a Ulyses Grant y al antes mencionado John Quincy Adams. En carta a su esposa Trist reveló: Si aquellos mexicanos hubieran podido ver dentro de mi corazón en ese momento, se hubieran dado cuenta de que la vergüenza que yo sentía como norteamericano era mucho más fuerte que la de ellos como mexicanos. Aunque yo no lo podía decir ahí, era algo de lo que cualquier norteamericano debía avergonzarse. Yo estaba avergonzado de ello… cordial e intensamente avergonzado de ellos. […] Si mi conducta en tales momentos hubiera sido gobernada por mi conciencia como hombre y mi sentido de justicia como norteamericano en lo individual, hubiera cedido en todos los casos. […] Mi objetivo de principio a fin no era lograr todo lo que pidiera; por el contrario, era hacer el tratado lo menos oneroso posible para México hasta donde fuera compatible con su aceptación en Washington. En esto fui guiado por dos consideraciones: una, la inequidad de la guerra, pues era un abuso de poder por nuestra parte; la otra fue que mientras más oneroso fuera el tratado para México, mayor sería la oposición al mismo en el Congreso mexicano por el partido que se había jactado de su habilidad para frustrar cualquier instrumento de paz.281

En diciembre Trist resolvió desobedecer a su Presidente quien había ordenado su remoción como negociador; permaneció en México por su cuenta y riesgo dedicado al esfuerzo de paz. Su decisión provocó disgustos en Polk y Buchanan, aunque cabe preguntarse acerca de las motivaciones que tenía para insubordinarse. Por un lado estaba la misión diplomática en defensa del interés de su país, pero por otro se fue generando en él una relación de empatía con la causa de los mexicanos; todo indica que Trist acabó comprendiendo el difícil papel de sus contrapartes al tenerse que resignar con la pérdida de su territorio, quizá por eso mismo fue tendiéndoles consideraciones.282 281

Ibidem., pp.232-234 Además de Alejandro Sobarzo sobre la actuación de Trist, véase Robert W. Drexler, Guilty of making peace. A biography of Nicholas P. Trist, Lanham, Maryland, University Press of America, 1991. 282

97

México tuvo que conformarse con preservar la integridad de la Baja California y la totalidad de los estados de Sonora, Chihuahua y Tamaulipas, además de ciertas garantías para los mexicanos que permanecerían en los territorios cedidos. En un local cercano a la Villa de Guadalupe, cuatro personas se sentaron en torno a una mesa la tarde del dos de febrero de 1848. Couto se dirigió a Trist le dijo: “Este debe ser un momento orgulloso para usted, pero es menos orgulloso que humillante para nosotros”.283 El norteamericano respondió:

“Estamos

haciendo

la

paz;

que

ése

sea

nuestro

único

pensamiento”.284 En su exposición de motivos explicativos sobre las negociaciones de los Tratados de Guadalupe Hidalgo, Couto admitió que eran producto de una “gran desgracia”, sin embargo, no dejó de reconocer en Trist a un caballero impecable: “Dicha ha sido para ambos países que el Gobierno americano hubiese fijado su elección en persona tan digna, en amigo tan leal y sincero de la paz: de él no quedan en México sino recuerdos gratos y honrosos”. 285 Nicholas Trist fue destituido del servicio exterior estadounidense y vivió hasta el fin de sus días en Alexandria, Estado de Virginia.

* Con la pérdida de la mitad de su territorio, la otrora nación orgullosa de su independencia en 1821 estaba conmocionada en 1848. El desastre militar, secuela de una década de desvaríos, provocó en los mexicanos miedo a perder más soberanía e incluso a desaparecer como nación, miedo que creció hasta conformar un trauma psicosocial que aquí designo como síndrome del intervencionismo. Al describir la transformación psicológica de una nación en la posguerra, el psicoanalista italiano Gastón Bouthoul afirma que la brusca caída del espíritu belicista provoca sentimientos distintos en vencedores y vencidos. Un país

283

Citado en Sobarzo, op.cit., p.232. Ibidem 285 José Rojas Garcidueñas, Don José Bernardo Couto. Jurista, diplomático y escritor, México, Cuadernos de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias 24, Universidad Veracruzana, 1964, p.94 284

98

cuya soberanía ha sido violentada responde de manera similar a una mujer que ha sido agredida sexualmente al robustecer su inseguridad y frustración.286 Bouthoul subraya el mecanismo de desplazamiento de la agresividad hacia reacciones depresivas o paranoides en respuesta a la frustración, y señala que en esas condiciones las multitudes pueden ser conducidas hacia la agresividad o el misticismo. Se refiere además a la posibilidad de que la guerra provoque realidades psíquicas inconscientes, como el deseo de destruir al Estado, símbolo del mal padre, y/o de preservar la tierra, la historia o la patria que remiten inconscientemente a la madre.287 En el capítulo siguiente me propongo resumir el Zeitgeist de los años posteriores a 1848. La confrontación ideológica oscilaba entre el desánimo y el optimismo por insertar a México en un futuro más decoroso. El lustro que va de 1848 a 1853 fue de libre expresión y debate en los medios de opinión.288 Mientras una nueva generación de liberales mestizos era presa de “la necesidad imperiosa de crear un padre”, según Krauze,289 los discípulos de Alamán, atrincherados en el Partido Conservador, se empeñaban en salvaguardar a la madre, hasta que Santa Anna acabó con el festín de libre expresión al promulgar la ley de imprenta del veinticinco de abril de 1853. Tras la muerte de Alamán, acaecida el dos de junio del 53, los legatarios de su doctrina diplomática habrían de caer en situaciones paradójicas, como la invitación a Napoleón III a que interviniera en México para impedir el intervencionismo estadounidense.

286

Citado en Franco Fornari, Psicoanálisis de la guerra, México, Siglo XXI, 1972, p.58. Ibidem., pp.59-60 y 108. 288 Jesús Velasco Márquez, La guerra del 47 y la opinión pública [1845-1848], Sep-Setentas 196, México, SEP, 1975. Ana Rosa Suárez Argüello, "Una punzante visión de los Estados Unidos [la prensa mexicana después del 47]", en Roberto Blancarte, comp., Cultura e identidad nacional, México, Concaulta, FCE, pp.73-106. 289 Krauze, p.190. 287

99

CAPÍTULO III EL SÍNDROME DEL INTERVENCIONISMO Nosotros somos conservadores porque no queremos que siga adelante el despojo que hicísteis: despojásteis a la patria de su nacionalidad, de sus virtudes, de sus riquezas, de su valor, de su fuerza, de sus esperanzas […] nosotros queremos devolvérselo todo; por eso somos y nos llamamos conservadores. Partido Conservador [1850] El destino de nuestro pobre México es caer en manos de los yanquis, y los juaristas tendrán siempre encima esa mancha. Miguel Miramón

1. RECUENTOS DE LO SUCEDIDO La victoria estadounidense fortaleció a Estados Unidos y debilitó a México, circunstancia que se volvió cada vez más clara a partir de 1848, año clave, parteaguas mundial si se considera la doble revolución que acontecía en Europa: la industrial y tecnológica, otorgándole un nuevo impulso al capitalismo; y una oleada de revoluciones liberales y socialistas contra el conservadurismo aristocratizante implantado por Metternich y los congresistas de Viena tres décadas atrás. Los mexicanos no quedaron al margen de las influencias de esos procesos. El ambiente de crisis en el 48 provocó una disposición al autoanálisis y a la búsqueda de remedios para aliviar los males del país; aumentaron el volumen y las intensidades de los testimonios políticos en la prensa identificada con las corrientes de pensamiento en boga: El Siglo XIX con la corriente moderada; El Monitor Republicano constituyó el órgano de los liberales puros, y El Universal –sucesor de El Tiempo- aglutinó al núcleo del conservadurismo. Abundaron las interpretaciones sobre lo sucedido y asimismo las descargas de culpas. Cada bando buscó legitimarse como el salvaguardia de la soberanía. El trauma estructural o transhistórico, para usar términos comunes a

100

Dominick LaCapra y Edmundo O’Gorman, 290 ha impactado incluso hasta nuestros días, ello constituye un síndrome que se refleja en varios preceptos constitucionales y así también en el nacionalismo antiyanqui.

1.1 Opinión pública en la posguerra En los años inmediatos a la guerra, en México reinaba la calma propia del desconcierto y la frustración. Hubo algunos levantamientos, desórdenes sociales, bandidaje y ataques de indios procedentes del norte. Las incursiones filibusteras, reclamaciones y demandas de pago por adeudos con las potencias extranjeras no cesaron, y pese a todo el presidente Herrera logró terminar su período de cuatro años hasta el último minuto. Hombres como Alamán, Otero, Díez de Bonilla, Zarco, y Ocampo utilizaron las páginas editoriales de los diarios para defender sus puntos de vista. 291 Casi todos coincidían en que las ambiciones de Estados Unidos constituían una preocupación para la integridad soberana de México; los liberales, sin embargo, siguieron admirando al país que también impresionó a Alexis de Tocqueville, cuya obra, La democracia en América, fue publicada por entregas en El Monitor en 1855. Los Estados Unidos vencieron, pero desde la visión liberal ello se debía al atraso de la sociedad mexicana y al apego a instituciones caducas como la Iglesia o al sistema de propiedad comunal indígena que les parecía tradicional, no moderno. Si los Estados Unidos amenazaban la soberanía se debía a que los mexicanos no eran como ellos; para convertirse en nación poderosa se debían igualar las técnicas e idiosincrasia estadounidenses. Dice Charles Hale:

290

Dominick LaCapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Buenos Aires, FCE, 2006. Edmundo O’Gorman, México, el trauma de su historia. Ducti amor patriae, México, Conaculta, 1999. O’Gorman se refiere a la infranqueable dicotomía liberal-conservadora que ha moldeado la identidad mexicana. 291 Jesús Velasco Márquez, La guerra del 47 y la opinión pública [1845-1848], Sep-Setentas 196, México, SEP, 1975. Ana Rosa Suárez Argüello, “Un mirador a Estados Unidos. La prensa de la Ciudad de México después de la invasión”, en Ana Rosa Suárez Argüello, coord., Estados Unidos desde América Latina, México, CIDE, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1995, pp.93-117.

101

En el pensamiento liberal revitalizado que apareció entre 1848 y 1853 la estimación de la sociedad norteamericana siguió careciendo de sentido crítico. De hecho, las virtudes de los Estados Unidos se reconocieron entonces con mayor agudeza. La guerra había demostrado el poderío de una sociedad democrática.292

El bando liberal no dejó de considerar al vecino como un posible aliado contra las fuerzas conservadoras, y como fuente de capitales y tecnología para la modernización del país, aunque también es verdad que detrás de la admiración había decepción. En un escrito colectivo firmado por Manuel Payno, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, se decía: "Para explicar, pues, en pocas palabras el verdadero origen de la guerra, bastaría decir que la ha ocasionado la ambición insaciable de los Estados Unidos, favorecida por nuestra debilidad".293 Payno y los demás autores de los Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos contrastaban la franqueza y buena fe de los mexicanos con la “mano pérfida”294 de los vecinos. Sin reconocimiento explícito a la visión alamanista, coincidían con ella en advertir que el poder, no el entendimiento, había conducido a los estadounidenses a invadir México. A manera de consuelo, remataban: “La historia imparcial calificará algún día para siempre la conducta observada por esa república [Estados Unidos] contra todas las leyes divinas y humanas”.295 Mariano Otero también evocó algunos puntos de la doctrina internacional de Alamán en su exhorto del dieciséis de septiembre de 1847. El enemigo, movido por la “rapiña”, señalaba, orilló a México a negociar un tratado oprobioso. En el lapso de una generación los mexicanos acabarían como extranjeros en su propia tierra, y apelaba a una política de principios, como antes lo había sugerido don Lucas: “¡Cuánto cierto es –decía-, que fuera de los principios, todo es desorden y anarquía!”.296

292

Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853), México, Siglo Veintiuno, 1972, p.214. 293 Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, México, Fundación Miguel Alemán, Facsímil de la edición de 1848, 1997, p.2. 294 Ibidem, p.26. 295 Ibidem, p.28. 296 Mariano Otero, Exposición que hace el ciudadano Mariano Otero Diputado por Xalisco, al Congreso Nacional, al Supremo Gobierno de Estado, sobre la guerra que sostiene la República contra los Estados Unidos del Norte, Toluca 1847, México, Vargas Rea, 1944, p.49. 102

Tanto él como Melchor Ocampo se habían opuesto a negociar los términos de paz que ofrecía Trist por considerarlos funestos al país. Un tratado de paz con Estados Unidos implicaba no sólo la pérdida de la independencia sino el retorno al estado colonial, “o la adopción de cualquiera otra manera de ponernos bajo la protección de un poder más fuerte”, decía Otero; 297 las concurrencias con Alamán eran evidentes. Hubo quienes creyeron necesario encontrar a un hombre superior que sacara a México de su postración. Ocampo, en carta a Otero, también de septiembre del 47, opinó que “bastaría un hombre nuevo bien escogido” para levantar al país.298 Por otro lado, en carta a Gutiérrez de Estrada en julio de 1848, Juan de la Granja, diputado conservador por Jalisco opositor a los Tratados de Guadalupe Hidalgo igual que Otero y Ocampo, también se refería al prohombre que hiciera el milagro y sugería que en Europa estaba la salvación: En este país, amigo mío, todo hay menos el don de gobierno, que Dios ha sido servido negar a los mexicanos, quienes positivamente siempre que se les presentan dos caminos, el uno bueno y el otro malo, puede usted estar seguro de que han de elegir el último. […] En fin, ni de ésta ni de ninguna generación futura puede esperarse que sea feliz ese país. Un hombre no más puede hacer este milagro, uno que pueda mandar sin tantas trabas, ni tanta confusión de leyes. […] Esta nación necesita amparo y protección de Europa para que no se la traguen los Estados Unidos, y el sistema de gobierno es una cosa secundaria.299

Miguel Lerdo de Tejada, quien había formado parte de la asamblea municipal de la Ciudad de México durante la ocupación estadounidense y apoyado la continuación de la guerra hasta la total anexión de México, publicó en el Monitor una serie de artículos bajo el título de Consideraciones sobre la situación política y social de la República Mexicana en el año de 1847.300 Atribuía la derrota a los intereses contrapuestos de las clases sociales; afirmaba como Otero que en México no había ni podría haber espíritu nacional,

297

Ibidem, p.52. Melchor Ocampo, Obras completas, v.3, México, Michoacán, México, Comité Editorial del Gobierno de Michoacán, selección, prólogo y notas de Raúl Arreola Cortés, p.209. 299 Juan de la Granja, Epistolario, con estudio biográfico preliminar por Luis Castillo0 Ledón y notas de Nereo Rodríguez Barragán, México, 1937, p.330. 300 Carmen Blázquez, Miguel Lerdo de Tejada: un liberal veracruzano en la política nacional, México, El Colegio de México, 1978, pp.26-36. 298

103

y sostenía que lo mejor era aceptar por algunos años la protección de Estados Unidos. Desde ángulos distintos los conservadores también reflexionaron sobre el futuro de México. Alamán escribió su Disertaciones sobre la Historia de la República Mexicana en tres volúmenes publicados entre 1844 a 1849, y sus cinco volúmenes de Historia de México entre 1849 a 1852. Luis G. Cuevas hizo lo propio en Porvenir de México, publicado en cinco libros entre 1851 y 1857. Con la historia como arma, los conservadores refutaron los argumentos liberales. Luis G. Cuevas evocaba el pacto original que le dio vida al México independiente: el Plan de las Tres Garantías de Agustín de Iturbide. Lamentaba que se hubiese abandonado “un plan en que se concentraron todos los medios y todas las lecciones que convenían al país para librarse de los males que le amenazaban”.301 De haberse respetado el pacto, México seguiría “figurando como nación independiente, y en rango más elevado y con mejores esperanzas que las que había mantenido por tantos años la Nueva España.”302 Al bando conservador en general le enfurecía el candor liberal, pues percibía la sombra del intervencionismo estadounidense siempre cerca; sus soluciones eran análogas a lo que en las Relaciones Internacionales contemporáneas se conoce como realismo político. Para contener a Estados Unidos había que unificar a la nación en torno a un poder central; proteger su sistema productivo, no abrirlo al laissez-faire, y buscar un aliado externo como disuasivo frente a cualquier intento de intervención. En la parte final de su Historia de México, Alamán exhortaba a ejecutar reformas urgentes. “Examinemos en la historia de nuestros errores las causas que nos han hecho cometerlos”.303 Los países, decía, enfrentan disyuntivas que van desde la conservación de lo mejor de sí mismos a “perecer por observar instituciones que no les convienen”.304 Y concluía: Cierto es que se ha perdido mucho, que algunas de estas pérdidas son irreparables, como la del territorio; pero todo lo demás admite remedio y la economía y la prudencia son las que deben aplicarlo, pudiendo todavía presentarse un porvenir risueño para los mexicanos.305 301

Luis G. Cuevas, Porvenir de México, v.2, México, Conaculta, p.526. Ibidem. 303 Alamán, Historia, v.5, p.857. 304 Ibidem, p.871. 305 Ibidem, p.876. 302

104

En clara definición de lo que sería el programa político del Partido Conservador, el llamado de Alamán era a preservar la federación sin caer en el provincialismo; a asumir que era la religión la que mantenía contento al pueblo; a devolverle al ejército el orgullo perdido, y en suma, a abandonar el espíritu de derrotismo. Los males para Alamán eran más bien creación de los mexicanos por su empeño en imitar lo extranjero. Persistía el temor hacia Estados Unidos, alimentado a través de El Universal donde también se revivía el sueño alamanista de una alianza hispanoamericana. La lógica conservadora, si bien era un arma efectiva para abatir las obra de sus opositores, también sirvió para que los liberales replicaran en el debate. Ante la insistencia de encontrar no a otro Hidalgo sino a otro Iturbide, se cayó primero en la trampa de suponer que Santa Anna era lo más cercano al líder que se buscaba, y más adelante se cometió el yerro de buscar en Europa al monarca salvador. El síndrome del intervencionismo dio lugar a ese y otros desvaríos, así como a la metamorfosis de las distintas posiciones políticas: los liberales se volvieron jacobinos; los moderados se neutralizaron, y los conservadores viraron hacia la reacción. El resultado fue la guerra civil, consecuencia de las mutuas sospechas de actuación en favor del intervencionismo extranjero, lo cual condujo, irónicamente, al intervencionismo extranjero. Cabe decir, por último, que la conmoción de la derrota tampoco dejó margen de movilidad a los moderados encabezados por José Joaquín de Herrera. En su toma de posesión como presidente por segunda ocasión, este raro personaje de la historia de México (raro por su honestidad) no sembró falsas expectativas: “espero –dijo- que la Administración conseguirá mantener salva la dignidad de la República y conservar la mejor armonía con todas las naciones”.306

1.2 Contexto mundial en 1848

306

José Joaquín de Herrera al jurar como propietario, 2 de junio de 1848, México a través de los informes presidenciales, México Secretaría de la Presidencia, 1976, p.63. 105

1848 implicó un corte histórico a nivel mundial. Fue definitivo para marcar el rumbo imperial de Estados Unidos con el acceso al Océano Pacífico, su nueva frontera de expansión; lo dotó además de recursos naturales como el oro de California, el petróleo de Texas y las tierras fértiles de las llanuras entre esos estados. El sur esclavista se fortaleció y la brecha con el norte, que abogaba por la abolición y libre empresa, se profundizó. En Europa las revueltas populares del 48 señalaron el fin de la política basada en los derechos patriarcales de las monarquías. Los defensores del orden tradicional tuvieron que adaptarse a las técnicas propagandísticas de las clases medias radicalizadas y fundirse en lo que se dio en llamar la opinión pública. 307 Metternich y Talleyrand fueron desplazadas por otros talentos políticos como Otto von Bismarck y Luis Napoleón Bonaparte, fundadores de un nuevo orden europeo. 1848 fue también clave para el avance de la intelligentzia europea. John Stuart Mill publicó sus Principios de economía política, y Marx y Engels el Manifiesto Comunista a través del cual profetizaban la sociedad sin clases. Es interesante la percepción de esos padres del socialismo científico sobre la situación en México al término de la guerra con Estados Unidos. En La Gaceta Alemana de Bruselas, del veintitrés de enero del 48, Engels publicó: Hemos presenciado también con la debida satisfacción, la derrota de México por los Estados Unidos. También esto representa un avance. Pues cuando un país embrollado hasta allí en sus propios negocios, perpetuamente desgarrado por guerras civiles y sin salida alguna para su desarrollo, un país cuya perspectiva mejor hubiera sido la sumisión industrial a Inglaterra; cuando este país se ve arrastrado forzosamente al progreso histórico, no tenemos más remedio que considerarlo como un paso dado hacia adelante. En interés de su propio desarrollo, convenía que México cayese bajo la tutela de los Estados Unidos.308

Engels no podía sustraerse de percibir al progreso como un drama que arrojaba vencedores y víctimas. Se refería en su texto a la tutela de una nación poderosa sobre una débil. Lo decía claro: la perspectiva mejor para México “hubiera sido la sumisión industrial a Inglaterra” para disuadir a Estados Unidos 307

El término “opinión pública” no es preciso. Jürgen Habermas refiere que la opinión pública obedeció a la necesidad de publicitación de la sociedad burguesa europea del capitalismo temprano en su búsqueda de legitimación, hasta convertir a los medios y noticias en mercancías a su servicio. Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Barcelona, Editorial Gustavo Gili, 1994, passim. 308 Domingo P. de Toledo y J., México en la obra de Marx y Engels, México, FCE, 1939, p.28. 106

de intervenir, pero como no fue así, los mexicanos debían admitir que Estados Unidos, al invadirlos, los sacaría del desorden y los aproximaría al progreso. Parte del debate entre liberales y conservadores en México fue en torno al óptimo tutelaje después del 48. La disyuntiva era: o norteamericanizar al país para encaminarlo al progreso, o buscar en Europa al prohombre que implantara el orden e hiciera frente al desafío norteamericano. Mal momento para buscarlo ya que la situación europea se había vuelto aterradora tanto para los partidarios del capital como del linaje. Poco a poco llegaron a México las noticias sobre los levantamientos en Europa y sobre el fantasma del comunismo que se menciona en el Manifiesto de Marx y Engels. Al respecto, dice González Navarro: “La revolución comunista francesa de 1848 agravó la amargura de la clase dominante mexicana. A la derrota por Estados Unidos se añadió ese nuevo peligro, lejano en Europa, pero presente en su versión mexicana: la guerra de castas”.309 En efecto, la guerra de castas, que desde mediados de 1847 se libraba en Yucatán, era percibida como un proceso análogo al de Europa dado que los indígenas mayas parecían dispuestos a acabar con el principio de propiedad. Don Lucas vio en esa guerra y en las invasiones apaches a los poblados del norte, no luchas de pueblos oprimidos contra sus explotadores sino actos de intervencionismo estadounidense.310 Y quizá no estaba equivocado, puesto que el expansionismo de los vecinos no terminó con los Tratados de Guadalupe Hidalgo. De hecho, Polk sometió el caso de Yucatán ante el Congreso de su país en atención a una carta del gobernador de Yucatán, Santiago Méndez, ofreciendo la “dominación y soberanía” de Estados Unidos sobre su Estado a cambio de ayuda. La propuesta tal cual no fue aprobada,311 pero Polk continuó con su pretensión de arrebatarle a México otro pedazo más, ahora con la mira puesta en Baja California, Sonora, parte de Chihuahua y una franja del Istmo de Tehuantepec. A partir de 1848 arrancó un nuevo ciclo en el capitalismo industrial y comercial. Aumentaron las exportaciones de artículos fabricados en las 309

Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México, 1848-1853, México, El Colegio de México, 1977, pp.28-29. 310 Moisés González Navarro, Raza y tierra. La guerra de castas y el henequén, México, El Colegio de México, 1979, pp.104-105. 311 Nelson Reed, La guerra de castas de Yucatán, México, Ediciones Era, 1971, pp.91-93. 107

colonias de Asia, a la vez que las oportunidades de empleo crecieron en las metrópolis. El auge económico fue importante para los gobiernos sacudidos por las revueltas ya que hizo naufragar las esperanzas de algunos revolucionarios. Aunque sobrevino una depresión en 1857, ésta fue breve dentro del proceso que Hobsbawm denomina la “edad de oro del crecimiento capitalista”,312 el cual alcanzó su cima entre 1871 y 1873.

2. POLARIZACIÓN PARTIDISTA El bando moderado de Herrera gobernó bajo fuego cruzado de liberales, conservadores y santannistas. Gómez Farías los tenía como aliados secretos de monárquicos e imperialistas; El Universal los acusaba de “agregacionistas” por haber permitido la agregación de territorios extra a Estados Unidos durante las negociaciones con Trist, y La Palanca, órgano santannista, los tenía como “traidores a todas las causas”.313 A sí mismos, los moderados se consideraban equilibrados en medio de las posturas radicales que habían llevado al país a su “destrucción y aniquilamiento”.314 Pero cualquier intención, por noble que fuera, se volvía improductiva sin fondos públicos y con las presiones de los acreedores internacionales. En el colmo de los absurdos, una parte del dinero recibido como indemnización de guerra se destinó a restituirle al clero los daños causados en el pasado, y otra fue para comprarle al ejército estadounidense, el otrora enemigo, armas para defender la soberanía de los acosos del propio otrora enemigo. Aunque Herrera se sentía complacido en 1851 de que las relaciones con Estados Unidos se desarrollasen sobre bases de igualdad, “como convenía a la dignidad de México”,315 lo cierto es que en Washington ya se fraguaban los siguientes pasos del Destino Manifiesto; uno de ellos consistía en unir los océanos Atlántico y Pacífico a través del Istmo de Tehuantepec, proyecto que 312

Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Barcelona, Crítica, Grijalbo Mandadori, 1998. Will Fowler, “El pensamiento político de los moderados, 1838-1850: el proyecto de Mariano Otero”, en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo, coords., Construcción de la legitimidad política en México en el siglo XIX, México, El Colegio de Michoacán, UAM, UNAM, El Colegio de México, 1999, pp.275-300. 314 Ibidem, p.278. 315 José Joaquín de Herrera, al abrirse las Sesiones Ordinarias, 1º de enero de 1851, en México a través de los informes, p.65. 313

108

el Gobierno mexicano asumió con cautela aunque firmó un tratado al respecto y el estruendo partidista estalló.

2.1 La mira en Tehuantepec El tema de Tehuantepec ya había surgido en 1842 cuando Santa Anna otorgó una concesión al empresario mexicano José de Garay para la construcción de un ferrocarril en el Istmo, pero De Garay traspasó sus derechos en 1846 a la empresa británica Manning & Mackintosh. Ésta, ya vencida la concesión, la vendió a la empresa estadounidense Hargous Brothers que se asoció con Garay para formar The Tehuantepec Railroad Company. Los Hargous pretendían hacer valer sus derechos sin considerar el vencimiento de la concesión y presionaron por garantías en el marco de un tratado. El Tratado de Tehuantepec se negoció en secreto entre el Ministro estadounidense de la posguerra, Robert Letcher, y el Secretario de Relaciones Exteriores José María Lacunza. Letcher en realidad atendía al interés de su amigo, Louis S, uno de los hermanos Hargous, mientras que Lacunza procuraba que el tratado fuera acorde con el interés nacional de México. El documento final se firmó el veintidós de junio de 1850 con tal cantidad de candados que se volvía infecundo. Peter Hargous, hermano de Louis, se quejó ante el Secretario de Estado Daniel Webster de que el tratado era ambiguo y no amparaba “el capital que ya hemos invertido”. 316 Webster devolvió entonces el tratado a Lechter con la exigencia de demandarle a México el derecho de intervención militar para proteger el tránsito y las operaciones de los conciudadanos estadounidenses. La aceptación de tal propuesta, dice Ana Rosa Suárez Argüello, hubiera convertido a Tehuantepec en un protectorado económico de Estados Unidos.317 Propios y extraños en los partidos quisieron aprovechar el caso para legitimarse como defensores de la soberanía y lanzaron críticas como una cuestión de lesa traición. Lechter amenazó con no pagar la cantidad final por indemnización de guerra, pero Lacunza se mantuvo firme sin darle entrada a la 316

Citado en Ana Rosa Suárez Argüello, La batalla por Tehuantepec: el peso de los intereses privados en la relación México-Estados Unidos, 1848-1854, México, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático, SRE, 2003, p.78. 317 Ibidem, p.80. 109

propuesta de enmendar el tratado. En octubre, Lechter notificó a su gobierno que le parecía fútil seguir insistiendo en el asunto: “Dudo que la alteración en su forma actual se lleve a cabo”, escribió.318 En enero de 1851 las elecciones presidenciales favorecieron a Mariano Arista. El estigma de pertenecer al partido que negoció las condiciones de los Tratados de Guadalupe Hidalgo, que ni puros ni conservadores terminaban de asimilar, sumado a las sospechas de pretender una cesión del Istmo de Tehuantepec a los Estados Unidos, pesaron sobre la figura de Arista. A los cuatro meses de tomar posesión su Secretario de Relaciones Exteriores, Mariano Yáñez, salió del gabinete, lo sustituyó Mariano Macedo quien ocupó la cartera sólo cinco meses cuando el Presidente reestructuró su gabinete. Su tercer Canciller en menos de un año fue Octaviano Muñoz Ledo, pero sólo duró unas horas para cederle el puesto a Fernando Ramírez, magistrado de la Suprema Corte, quien se abocó a resolver en lo posible el problema de la deuda externa y terminar con el problema de Tehuantepec. De nueva cuenta las querellas dominaron en el ámbito político. Ramírez fue acusado de anteponer el pago de créditos a los extranjeros a los intereses de la nación. En medio de suspicacias la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, compuesta por Alamán, Couto y Cuevas, entre otros, dictaminó la nulidad de las negociaciones secretas que se realizaban en torno al Tratado de Tehuantepec y los ataques contra Arista se recrudecieron al hacerse públicas en Estados Unidos dichas negociaciones. Si con Estados Unidos los problemas eran múltiples, también lo eran en la frontera sur al no definirse los límites precisos entre México y Guatemala. Desde años atrás los gobernadores de Chiapas se quejaban de invasiones a la región del Soconusco mediante técnicas filibusteras como en Texas,319 y en ese marco de paranoia intervencionista incluso Inglaterra podía representar un peligro si acaso pretendía extender sus dominios desde Belice. Los moderados constituían un centro neutralizado que no podía gobernar más en un ambiente de creciente polarización; los informes de Arista 318

Lechter a Daniel Webster, Secretario de Estado, 22 de octubre de 1850, en Bosch, Documentos, v.5, t.2, pp.68-72. 319 V.g., AHDGE, Exp. 6-17-72. El problema del filibusterismo guatemalteco en el Soconusco continuó hasta finales del siglo según consta en Correspondencia oficial con motivo de invasiones de Guatemala en territorio mexicano con los antecedentes y el arreglo final, México, Imp. Y Lit. de F. Díaz de León Sucs., 1895, Passim. 110

al Congreso corroboraban la gravedad de la situación como se desprende de éste del quince de octubre de 1852: La cuestión del deficiente se presenta todos los días más y más apremiante, porque viniendo de épocas muy anteriores, crece necesariamente con el tiempo, y crece en proporciones colosales. Este deficiente es incompatible con el orden, con la justicia, con la equidad, y no permite establecer ninguna especie de administración regular; porque viviendo el Gobierno con el día, bajo el yugo opresor de necesidades apremiantes, y muchas veces, como en el presente, imprevistas, se ve forzado a consumir sus recursos futuros, con pérdidas y sacrificios que ensanchan ese abismo espantoso del deficiente, que amenaza la existencia de la Nación.320

Desde julio de ese año comenzaron las alzadas contra el gobierno de Arista; en Guadalajara se sublevó el coronel José María Blancarte con apoyo del conservadurismo local. El cinco de enero del 53 renunció Arista y huyó de noche hecho rosca para ir acorde con la fecha. En los medios empezó a hablarse del retorno indispensable de Santa Anna; según parece, México no tenía en su teatro político un actor de más cartel.

2.2 Muerte de Alamán y su secuela Desde todos los ángulos se pensaba que México era asediado, arrinconado y sujeto a expoliaciones. Don Lucas viró más hacia la búsqueda de soluciones en Europa. Al Ministro francés, André Levasseur, le habría expresado que México veía en Francia al modelo que se deseaba: “[…] en Francia, sobre todo, fundamos nuestras esperanzas pues sabemos lo que ha hecho y aún puede hacer por nosotros”.321 Según Levasseur, después de hacer consideraciones sobre el peligro que representaba Estados Unidos, Alamán insistía en que los mexicanos estaban […] convencidos de que si el emperador Napoleón quiere salvarnos, puede hacerlo; puede garantizar nuestra independencia y contribuir al desarrollo de nuestra potencia que se convertiría en contrapeso de la de Estados Unidos. Habría entonces un equilibrio americano como lo hay uno europeo, y algo ganará con ello la tranquilidad del mundo.322 320

México a través de los informes, pp.72-74 Citado en Lilia Díaz, “Los embajadores de Francia en el periodo de la intervención”, Historia Mexicana, v.38, n.1, jul.-sept. 1988, p.8. 322 Ibidem, p.43. 321

111

En las páginas de los periódicos conservadores Alamán fue definiendo el programa de su grupo político. En 1846 aparecieron en El Tiempo artículos diversos atribuidos a él. Se pronunciaba por una monarquía representativa capaz de proteger tanto los territorios cercanos como distantes, y afirmaba: “Deseamos que haya un gobierno estable que, inspirando confianza a la Europa nos proporcione alianzas en el exterior para luchar con los Estados Unidos, si se obstinan en destruir nuestra nacionalidad.”323 En enero de 1850 El Universal publicó los fundamentos del credo conservador que sirven de epígrafe a este capítulo.324 Luis G. Cuevas en Porvenir criticó que México se hubiera empeñado en ser grande sin conservar lo que tenía, queriendo “imitar ciegamente a otras naciones civilizadas”.325 Atribuía la situación a la envidia dominante en todos los partidos,326 y sentenciaba que los gobiernos sin fuerza quedaban reducidos a meros agentes o empleados de quienes les pagaban, “y en las cuestiones de interés nacional o en los grandes peligros, ni se escucha su voz”.327 De haberse tenido un ejército como el trigarante y un general como Iturbide, insistía Cuevas, se habría mantenido la unión “que es la fuerza de las naciones”328 y hasta se habrían evitado las invasiones extranjeras. Lo ideal era un Iturbide con poderes absolutos, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Dónde localizar un líder capaz de hacer que México se enfilara hacia un porvenir de paz y progreso? Alamán debió interpretar el sentir generalizado como algo respetable y le escribió a Santa Anna para instruirle acerca de las condiciones sobre las que se demandaría su retorno, así como el curso que tomaría su gobierno. “Nuestro enviados –le decía- […] no van a pedirle a usted nada, ni alegar nada; van únicamente a manifestar a usted cuáles son los principios que profesamos los conservadores y que sigue por un impulso general toda la gente de bien”.329 Pretendía don Lucas actuar como rienda del general y desde 323

Citado en González Navarro, El pensamiento, pp.124-125. Ibidem, pp.127-128, y Valadés, pp.471-472. 325 Cuevas, v.1, p.50. 326 Ibidem, p.176. 327 Ibidem, p.181. 328 Ibidem, p.279. 329 Lucas Alamán. Carta a Santa Anna, 23 de marzo de 1853, en Álvaro Matute, México en el siglo XIX. Antología de fuentes e interpretaciones históricas, Lecturas Universitarias 12, México: UNAM, 1981, pp.284-286. 324

112

la cartera de Relaciones Exteriores –que ya era más suya que su propio nombre- ejecutó sendos decretos. En menos de dos meses fundó el Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio como eje del progreso deseado con un plan de inmigración asiática y europea; creó la Procuraduría de la Nación; estableció un presupuesto; marcó pautas para evitar el libertinaje de prensa; centralizó el control de los estados sin suprimir la federación; impuso la pena máxima a bandidos y salteadores; colocó al Ayuntamiento en la base de las instituciones administrativas;

profesionalizó

el

ejército;

restringió

la

burocratización;

indemnizó a los héroes del 47; formó un Consejo de Estado con los conservadores más prominentes, y disolvió la corrupta Guardia Nacional. El dos de junio del 53 una pulmonía arrancó la vida de quien Niceto de Zamacois, cronista de la época, reconoce como “el hombre más distinguido que en talento, ciencia, saber y buen juicio ha producido Méjico”.330 Y qué mejor para Santa Anna, pues ya sin rienda se desbocó. Probaría esta vez las delicias de la monarquía sin corona. Exigió para sí el apelativo de Alteza Serenísima y echó mano de los fondos públicos. En agosto renunció su Ministro de Hacienda, don Antonio Haro, arrepentido quizá de haber abogado por el retorno de Santa Anna; también murieron Anastasio Bustamante y José María Tornel, su Ministro de Guerra. Santa Anna creía personificar a la nación mexicana como Luis Napoleón sentía que él era Francia. De hecho, había semejanzas: ambos eran megalómanos, ambiguos, y tenían a Bonaparte como su prototipo. Tal vez faltó quien escribiera un equivalente al 18 Brumario de Antonio López de Santa Anna. El “pequeño Napoleón” (Fuentes Mares dixit)331 se abandonó al boato imperial con toda clase de extravagancias. Se dedicó a imponer decretos hasta en las minucias. La descripción de Zamacois refleja el ambiente que rodeaba a Su Alteza Serenísima: Por desgracia, en vez de la sencillez, se decretaron trajes ridículos, mantos suntuosos, sombreros de forma rara, con inmensos plumajes, con los cuales 330

Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, escrita en vista de todo lo que de irrecusable han dado a luz los más caracterizados historiadores, v.13, Barcelona, J.F. Parres, 1876-1882, pp.670. 331 José Fuentes Mares, Santa Anna. Aurora y ocaso de un comediante, México, Editorial Jus, 1967, p.263. 113

debían presentarse en notables fiestas los caballeros de la expresada orden [la Orden de Guadalupe]. Lo que hubiera producido un buen resultado si la sencillez no se hubiera desterrado, dio, por el contrario, el ridículo y la caricatura. [...] Santa Anna quedó altamente satisfecho de su obra.332

No conforme, Santa Anna quiso asegurarse ingresos fiscales mediante impuestos por el número de ventanas, mascotas y carros de cada casa. Hizo que todo un país evolucionara del surrealismo al cubismo mucho antes de que Picasso iniciara su época azul. Fue también precursor de Stalin en la creación de un cuerpo de espionaje que perseguía lo mismo a emisores de opiniones escritas que a meros lenguaraces. Varios opositores acabaron en la cárcel como Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez y Ponciano Arriaga; otros fueron desterrados como Melchor Ocampo y Benito Juárez. Para asegurar la paz y el culto a su persona, Santa Anna abrió a concurso la creación de un Himno Nacional que fuera su himno. Ganó el poema épico de Francisco

González

Bocanegra:

conservador,

criollo

potosino,

poeta

neoclásico, hijo de padres iturbidistas y como todos los conservadores mexicanos profundamente afectado por el síndrome del intervencionismo. Produjo en consecuencia un himno bélico. La frustración de aquella sociedad por su condición después de la guerra se compensaba con un canto que llamaba a los mexicanos a aprestad el acero y el bridón, por si osare un extraño enemigo profanar con sus plantas el suelo patrio. Según el psicoanalista Franco Fornari, después de una guerra el derrotado suele crear instituciones sociales que actúan como elementos terapéuticos de defensa contra angustias depresivas y persecutorias; Fornari define ese proceso como “mecanismo de elaboración paranoica del duelo”.333 .

2.3 Venta de La Mesilla No hizo falta otra intervención para que Estados Unidos se hiciera de más territorio mexicano. El presidente Franklin Pierce encomendó al empresario ferrocarrilero James Gadsden que ofreciera dinero a cambio de una franja de territorio al sur del Río Gila, Nuevo México, conocida como La Mesilla, 332 333

Zamacois, p.701. Fornari, pp.1-27. 114

a fin de facilitar la construcción de un ferrocarril al Pacífico. Pero el mayor obstáculo era el Canciller de México Manuel Díez de Bonilla, formado en la escuela diplomática de Lucas Alamán y furibundo anti yanqui. Díez cifraba su estrategia en la búsqueda de aliados entre los monarcas europeos, cosa difícil ante la proximidad de la guerra de Crimea (1854-56).334 Mientras Gadsden hacía sus gestiones ocurrió la incursión filibustera de William Walker quien se apoderó de Hermosillo, Sonora, y pretendió fundar una república independiente.335 Díez de Bonilla reclamó los daños ocasionados por Walker, pero Gadsden lo ignoró y se dirigió a Santa Anna a quien le dio a escoger entre quince millones de pesos por La Mesilla o 50 millones por Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León, Chihuahua, Sonora y la península de Baja California, además de derechos de tránsito por Tehuantepec, derechos de navegación por el río Colorado y el Golfo de California, y la anulación del Artículo 11 de los Tratados de Guadalupe Hidalgo; 336 Washington además cancelaría las reclamaciones y frenaría el filibusterismo. Fue así como Santa Anna vendió otro cachito de patria: entregó La Mesilla y renunció al Artículo 11 a cambio de que se garantizara la integridad del resto del país. Quiso demostrar que lo hacía por el honor y seguridad nacional, no por dinero, y aceptó únicamente diez millones de pesos. El treinta de diciembre del 53 se firmó el tratado para ceder La Mesilla, mismo que tardó en ser aprobado por el Senado estadounidense al no incluirse el derecho de tránsito por Tehuantepec. Voces de dentro y fuera del país instaron a Santa Anna a que denunciara el tratado por ser contrario a los intereses de México, como se 334

El dos de marzo de 1855, Díez dirigió una misiva al Ministro francés, Vizconde de Gabriac, en la que le advertía, con clarividencia, del peligro que podían representar para la paz mundial tanto Rusia como Estados Unidos, “idénticos por instintos y por miras”. De los segundos dice que propagan sus principios con un sentido “destructor”, y pide que se someta a la consideración de Napoleón III “si sería asequible y conveniente a los intereses de la Francia establecer una alianza o un acuerdo mutuo más íntimo y estrecho entre ella y este país [México], para contrarrestar y hacer frente a planes que tanto importa a ambas naciones frustrar”, en “Fantasma y conjuro”, Nota confidencial y secreta del encargado del despacho de Relaciones Exteriores de México al ministro de Francia en México, Historia Mexicana, v.6, n.2, oct.-dic de1956, pp.247-255. 335 Charles H. Brown, Agents of Manifest Destiny. The lives and times of the filibusters, Carolina del Norte, The University of North Carolina Press, pp.174-193. 336 El artículo comprometía al gobierno de Estados Unidos a controlar a las tribus indígenas en su territorio e impedir su paso a México. No es claro si es que le resultaba onerosa la carga al gobierno estadounidense, o es que más bien las incursiones de los indios en territorio mexicano perfilaban avances hacia otros fines de manera que el artículo les estorbaba.

115

aprecia en un acopio de documentos realizado por Rosalba Mayorga.337 El propio Díez de Bonilla se opuso, sin embargo, Santa Anna se impuso. Tiempo después el cartógrafo Antonio García Cubas desplegó ante el Presidente un mapa de México que incluía las porciones perdidas; hasta entonces se dio cuenta el general de lo que se había perdido. Los estadounidenses adelantaron un pago por siete millones de pesos, el cual quedó bajo custodia del Secretario de Hacienda, Francisco de Paula Arrangoiz. Santa Anna, sin embargo, despidió a Arrangoiz acusándolo de haberse apropiado de setenta mil pesos; indignado, el destituido Secretario filtró a los medios que era el Presidente quien había dispuesto de tal cantidad e hizo públicas las negociaciones secretas del tratado. Los días de Su Alteza Serenísima estaban contados; el primero de marzo de 1854 el general Juan Álvarez proclamó el Plan de Ayutla secundado por Ignacio Comonfort. A la rebelión de Ayutla se sumaron cada vez más habitantes hartos de la dictadura santannista. En la madrugada del nueve de julio de 1855 Santa Anna abandonó la capital; al conocerse la noticia la turba arrasó con los vestigios de su presencia: la casa de don Luis G. Cuevas fue saqueada, la imprenta de El Universal destruida, y los conservadores cargaron con la culpa de aquel intento de aplicar orden para progresar y preservar la integridad soberana. Pese a que el Partido Conservador quiso desembarazarse de Santa Anna por medio de un manifiesto, lo cierto es que tras la muerte de don Lucas se perdió el rumbo: ya no se convocaba a congresos; se enviaba como jefes provinciales a individuos déspotas como Francisco Márquez; no se reorganizaron las milicias; se expulsó a extranjeros productivos; cundió la corrupción, y se expulsó de las filas conservadoras a gente honesta como el tampiqueño José Palomar.338 A excepción de Miguel Lerdo,339 ningún otro liberal colaboró con Santa Anna, de ahí que la crítica liberal al bando conservador fuese más severa. Gadsden se negó a reconocer al gobierno provisional y en cambio acudió a 337

Rosalba Mayorga Caro, El Tratado de la Mesilla. Catálogo de documentos del Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1848-1856), Colección Carlos Bosch García, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, Instituto Mora, Conacyt, 1995, passim. 338 Zamacois, p.438. 339 Probablemente debido a la relación familiar entre los Lerdo y Santa Anna en Veracruz. Blázquez, pp.57-70. 116

otorgarle el reconocimiento al general Álvarez el diez de octubre de 1855, amén de ofrecerle su intercesión para que el pago pendiente por La Mesilla se le diera a él para adquirir armas en Estados Unidos. Álvarez entonces encomendó a Comonfort la misión de ir a Washington a cobrar el dinero. En su viaje a Estados Unidos Comonfort se percató de que sólo había disposición a otorgar préstamos a cambio de más territorios; el pago por La Mesilla siguió pendiente, pues se argüía que el enviado de Álvarez no tenía representatividad oficial. El Ministro mexicano en Washington era el general Almonte, quien tuvo cuidado de bloquear toda posibilidad de que el monto llegara a las arcas de los rebeldes de Ayutla, y lo logró, a pesar a que él mismo era sujeto de desdenes en Washington, lo cual recrudeció su anti yanquismo. Se podría avanzar la hipóobra de que la lucha civil de los años sucesivos comenzó en Washington con Almonte y Comonfort. El filibusterismo en el norte del país no cesó. Casos como los de Zerman y Dennison, aventureros que aprovecharon el caos tras la huída de Santa Anna para instalar en Baja California una aduana pirata; o como el de Henry A. Crabb, quien ingresó a Sonora, o como los bandoleros J.H. Callahan y W.R. Henry quienes trasgredieron la frontera, fueron motivo de protestas ante el Departamento de Estado sin que éste aceptara responsabilidades.340 El hijo de Morelos, que en su juventud admiró las instituciones de Estados Unidos, se convirtió a partir de ahí en otro convencido de que para salvar a México la alternativa se hallaba en Europa. El expansionismo inspirado en el Destino Manifiesto continuó con los presidentes Franklin Pierce y James Buchanan. 341 En 1853 Pierce envió al Comodoro Mathew Perry a Japón, y también clavó su mirada en las posesiones españolas de Filipinas, Guam, Puerto Rico y Cuba. Buchanan se interesó en Nicaragua. No es posible creer que la incursión de William Walker en esa nación en 1858, con pretensiones idénticas a las que años atrás probó en Sonora, fueran hechos solitarios. La siguiente declaración de Buchanan es reveladora:

340

Tomado de Brown, Supra 45. Robert Kagan, Dangerous nation. America’s place in the World from its earliest days to the dawn of the twentieth century, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2006, pp.234-245. 341

117

Está más allá de cuestionamiento el destino de nuestra raza a extenderse sobre el Continente de Norteamérica [sic], y esto en un día no muy lejano, si los eventos permiten que siga su curso natural. La corriente de emigrantes fluirá hacia el sur y nada podrá detener su progreso. Si se le permite ir ahí pacíficamente, Centroamérica pronto tendrá una población norteamericana que significará bendiciones y beneficios tanto para los nativos, como para sus gobiernos.342

2.4 México como protectorado En octubre de 1856 llegó a México John Forsyth Jr., hijo del ex Secretario del mismo nombre, en reemplazo de Gadsden. Llegó con ínfulas semejantes a las de Butler treinta años atrás; el siguiente párrafo es ejemplo de sus maquinaciones: ¿Quieren Sonora? Sangre americana vertida cerca de la frontera justificará el tomarla a manera de represalia al momento que México se niegue a pagar las consecuencias. ¿Quieren otro territorio? Denme poder para presentar un ultimatum que por concepto de atracos y daños personales debe México a nuestro pueblo […] y una flota que apoye la demanda y posibilítenme a exigir un tratado de cesión por una suma de dinero […] ¿Quieren el tránsito por Tehuantepec? Díganle a México: la naturaleza ha colocado en tus dominios el camino más corto entre dos océanos, tan necesarios para el comercio mundial. Tú no lo abres ni permites que otros lo hagan para satisfacer las necesidades de la humanidad. […] Entréganos lo que te pedimos a cambio de los beneficios que nos proponemos concederte, o sencillamente nosotros lo tomaremos.343

Forsyth traía instrucciones de proseguir con los pendientes de su predecesor, pero él sugería más, sugería establecer un protectorado económico según consta en documentos diplomáticos recabados por William Manning. 344 Más que territorios había que conquistar mercados, construir infraestructura y adueñarse de los recursos y riquezas de México, eso era más rentable que la anexión. A posteriori, no puede menos que considerarse su proyecto como visionario, casi un esbozo de lo que la providencia –aquel

342

Citado en Vázquez, México y el mundo, v.1, pp.170-171. También Alberto María Carreño, La diplomacia extraordinaria entre México y Estados Unidos, 1789-1947, v.1, México, Editorial Jus, 1951, p.173. 343 Forsyth a Cass, 15 de abril de 1858, en Vázquez, México y el mundo, p.173. También José Fuentes Mares, Biografía de una nación. De Cortés a López Portillo, Ciudad de México, Océano, 1982, p.171. 344 William Ray Manning, Diplomatic correspondence of the United States, Inter American Affairs, 1831-1860, v.9, Washington, Carnegie Endowment for International Peace, 1932, pp.855-856. 118

fantasma que correteaba a Santa Anna- le tenía deparado a los mexicanos un siglo y medio después. El control económico sobre el país vecino, según Forsyth, se podía ejercer a través de simpatizantes dispuestos a norteamericanizar a México y para ello encontró al hombre ideal: Miguel Lerdo de Tejada, Canciller y al mismo tiempo Ministro de Hacienda del gobierno de Comonfort. Lerdo era considerado un All American según Carmen Blázquez;345 fue para Forsyth lo que Zavala a Poinsett al ser considerado “una fortuna para los Estados Unidos”346 su arribo a tan elevados cargos Forsyth vio a los liberales como los mejores instrumentos de sus designios. La Iglesia católica le parecía una aberración, un obstáculo para el progreso y tutela de México que recomendaba formalizar cuanto antes a través de tratados. Con el arribo posterior de Sebastián Lerdo de Tejada, hermano de Miguel, a la Cancillería, pensó que obtendría, además de un tratado de libre comercio, la compra de más territorios y derechos a perpetuidad a través de Tehuantepec, sin embargo Comonfort lo frenó con estas palabras: “Cada presidente, Sr. Forsyth, tiene su sistema. El sistema de Don Antonio [Santa Anna] era vender a su país; el mío es conservarlo”.347 Sobran las evidencias de que el Ministro estadounidense tuvo injerencia en la política mexicana no siempre con éxito, sea porque su propio gobierno le imponía condiciones irrealizables o porque las condiciones internas en México no le permitían avanzar. En 1857 el bando liberal proclamó una nueva Constitución y las Leyes de Reforma, que si bien coincidían con la esencia de su pensamiento, no le servían sin los tratados que avalaran un protectorado. Volteó entonces hacia los conservadores. El veintidós de marzo le notificó a don Luis G. Cuevas, Canciller del gobierno conservador de Félix Zuloaga, que había recibido instrucciones del Departamento de Estado de negociar un tratado. Le sugería premura: “no hay tiempo que perder”, le decía.348 Y le proponía alterar la frontera a cambio de dinero; finiquitar el asunto de las reclamaciones, y asegurar el derecho de paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec. Insinuaba que su ofrecimiento 345

Blázquez, pp.96-101. Manning, p.863. 347 Citado en Carreño, p.144. 348 Ibidem, pp.149-151. 346

119

obedecía a las leyes de Dios: “El Grande Autor de estas leyes obra por reglas de su sabiduría, las más de las veces inescrutables a los ojos humanos; pero que deben acatarse siempre reverentemente.”349 En nota breve, Cuevas rechazó los ofrecimientos de Forsyth: “el infrascrito no duda de los sentimientos benévolos de S.E. el Sr. Forsyth así como tampoco de la conveniencia de que México conserve el territorio que hoy tiene”.350 Ante el rechazo, el Ministro estadounidense advirtió que si bien el Gobierno mexicano es el único competente para decidir lo que le conviene, lo hace “sin atender a las consecuencias que pueda producir su decisión”.351 La amenaza estaba implícita. La respuesta de Cuevas bien merece un espacio: Los designios de la Providencia, son en efecto, inescrutables, y por grandes que sean las probabilidades que ofrece para descorrer el velo del provenir el engrandecimiento de unas naciones y las desgracias de otras, no es posible saber lo que serán los Estados Unidos y qué será México dentro de 50 años. Una cosa hay cierta, sin embargo, y ésta es que ni uno ni otro pueblo podrán tener una felicidad duradera, ni conservar sus instituciones ni su independencia, si no se dirigen en sus mutuas relaciones y en todo lo que toca a su régimen interior, por los principios de equidad y de justicia. Y en cuanto a México, S.E. el Sr. Forsyth permitirá al infrascrito que le asegure con toda la buena fe que ciertamente tiene, que al paso que desea que la Unión americana conserve la prosperidad que hoy disfruta, desearía también que el engrandecimiento a que pueda llegar se conciliase con el respeto que merece la integridad territorial de esta República y el buen nombre de un pueblo que busca su grandeza dentro de sí mismo.352

Equidad, justicia, tolerancia, buena fe, reciprocidad, no intervención y autodeterminación. La exégesis de Cuevas de la doctrina alamanista de relaciones internacionales (razón de esta obra) es portentosa. A partir de ahí las relaciones entre Cuevas y Forsyth se volvieron agrias. El veintiuno de junio del 58 el Ministro estadounidense rompió con el gobierno de Zuloaga, aunque permaneció en su casa de Tacubaya donde vivió con Miguel Lerdo. En nota al Departamento de Estado del primero de julio informó que Lerdo se estaría colocando a la cabeza de un nuevo movimiento político organizado por él, lo cual no era cierto.353

349

Citado en Ibidem, pp.156. Citado en Ibidem, p.162. 351 Citado en Ibidem, p.163. 352 Citado en Ibidem, p.168. 353 Ibidem, pp.171-172. 350

120

El presidente Buchanan se frustró con la obstinación de los mexicanos, como se desprende de sendos discursos ante el Congreso. Recalcaba que las condiciones de guerra civil en México amenazaban la seguridad de su país, y que las supuestas violaciones mexicanas a los tratados de Guadalupe-Hidalgo, así

como

las

vejaciones

a

ciudadanos

norteamericanos,

ameritaban

escarmiento. Pidió facultades para apropiarse por la fuerza de una porción territorial de México, “para tenerlo en rehenes hasta recibir reparación a nuestro daños”; pero el Congreso no se las concedió.354 Viró de nuevo hacia los liberales encabezados por Benito Juárez tras la renuncia de Comonfort, quien huyó a Nueva York tras ejecutar un fallido autogolpe

de

Estado

tendiente

a

calmar

las

animosidades

de

los

conservadores que se habían rebelado en Tacubaya en enero del 58. Las condiciones estaban dadas para otra etapa cruenta del Siglo XIX. Omitiré relatar pormenores de la guerra civil; basta decir que en primera instancia los conservadores se pusieron a la ofensiva con el general Miguel Miramón al frente, hasta que Washington intervino en auxilio del gobierno juarista. A principios de 1860 Miramón, presidente de México, dirigió sus fuerzas hacia Veracruz, sede del gobierno del presidente Juárez, con siete mil hombres y dos buques adquiridos en La Habana; los buques, no obstante, fueron aprehendidos por embarcaciones de la marina estadounidense y ese fue el principio de la derrota conservadora. Según Richard McCormack, “todos [sic] los historiadores reconocen las deuda que contrajo el presidente Benito Juárez para con el ejército de los Estados Unidos”.355

2.5 MacLane-Ocampo o Mon-Almonte Los dos bandos necesitaban allegarse fondos y armas, esa necesidad abrió nuevos canales de injerencia por parte de las potencias. A medida que la guerra civil se prolongaba y los recursos se agotaban, hemos visto que Forsyth jugó sus cartas: primero presionó a Comonfort, pero como no cedió, viró hacia el bando conservador y otorgó el reconocimiento a Zuloaga, al que tampoco 354

Buchanan ante el Congreso de Estados Unidos, 6 de diciembre de 1858, en ibidem, p.176. Richard Blaine McCormack, “Juárez y la armada norteamericana”, en Benito Juárez en la revista Historia Mexicana, México, El Colegio de México, 2006, p.183. 355

121

convenció porque se topó con Luis G. Cuevas ungido como Canciller del gobierno conservador. A Cuevas le habló del Gran Autor que se conduce de acuerdo con principios incomprensibles para los humanos, pero que deben ser acatados. Da la impresión de que con ese señuelo él esperaba que los conservadores cayeran en la trampa de interpretar el Destino Manifiesto como un mandato de Dios.356 La respuesta de Cuevas fue un modelo de gallardía alamanista. Forsyth rompió con los conservadores cuando su amigo Miguel Lerdo le transmitió la posibilidad de modificar la frontera y ceder Tehuantepec a cambio del reconocimiento a Juárez. Entonces Buchanan lo llamó a consultas y despachó al agente William Churchwell para que sondeara la autenticidad de la oferta. A la par, el gobierno juarista envió a Washington a José María Mata, yerno de Ocampo, para que asegurase el reconocimiento y un pago adelantado. Churchwell sostuvo varias conversaciones con Ocampo, de las que no hay minutas aunque el agente yanqui sí notificó que había buena disposición de Juárez a conceder. “Una fase nueva en la nacionalidad mexicana es ahora una positiva necesidad –expresó- y esa fase, si no somos absolutamente sordos a los dictados del sentido común, debe ser nuestra creación y nuestra creación de gran momento…”.357 Y agregó: Las presentes condiciones de México presentan la mejor y tal vez la última oportunidad que jamás pueda ofrecerse a los Estados Unidos para firmar con esta República un tratado que les asegurará no solamente la soberanía sobre un país que recientes informes y las noticias más autorizadas respecto de su suelo y recursos minerales aseguran son más valiosos que los de la Alta California, sino también el derecho de vía perpetuo desde El Paso a Guaymas en el Golfo de California y desde un punto del Río Grande hasta un punto en el mismo Golfo, junto con una vasta cesión de territorio a compañías existentes en los Estados Unidos que puedan obtener la autorización del Gobierno para construir un ferrocarril a través de los Estados de Sonora y de Chihuahua, etc.; y también el mismo derecho de vía a perpetuidad a través del Istmo de Tehuantepec. México no puede dejar de admitir que desprendido el territorio de la Bja California del resto de la tierra firme, dada su remota localización, debe por derecho pertenecer a la misma familia de Estados de que la Alta California es un miembro, y que de otra manera siempre carecerá de valor para él. Esta 356

En despacho de John Forsyth a James Buchanan, México, 4 de abril de 1857, el Ministro estadounidense asienta: “Soy, por supuesto, un creyente en lo que la nomenclatura política de nuestros días entiende por ‘Destino Manifiesto’”, en Manning, p.908. 357 Manning, pp.1024-1028. 122

adquisición nos aseguraría una extensión considerable en el Pacífico y en el Golfo, que indudablemente nos será necesaria dentro de algunos años en vista del rápido desenvolvimiento de nuestro tráfico con Australia, China, Japón, las Islas Sandwich, etc... .358

A finales de marzo de 1859 desembarcó en Veracruz el señor Robert MacLane, sustituto de Forsyth, con la misión, bajo una “modalidad algo inusual y enigmática”, dice Fred Rippy,359 de otorgarle el reconocimiento a Juárez y proceder a la negociación de un tratado que marcaría eso que Churchwell denominó “fase nueva en la nacionalidad mexicana”. Entre Ocampo y MacLane se negoció un tratado que pudo haber llevado a don Benito y su partido a pasar a la historia como traidores a México. Ocampo, quien en 1847 pugnó por enfrentar a los invasores con una guerra de guerrillas, acordó con MacLane un tratado que contemplaba la cesión del derecho de tránsito por Tehuantepec, ciertos puntos fronterizos, puertos en ambos océanos, y el permiso para que los norteamericanos emplearan la fuerza en territorio mexicano para proteger sus privilegios; todo a cambio de tres millones de pesos, cifra que coincidía con el monto no devengado aún por La Mesilla.360 Según Josefina Z. Vázquez la propuesta era arriesgada aunque, según ella, “no ponía en peligro a la nación”.361 Otros analistas la consideran como una acción diplomática calculada, producto de la mente portentosa de don Benito. Patricia Galeana dice que si bien Juárez sentía simpatía por Estados Unidos, “estaba consciente de que había que contener su ambición desmedida”;362 y Agustín Cue Cánovas la justifica en función de la “imperiosa necesidad” de Juárez de “salvar la integridad territorial y la independencia de la nación mexicana”.363 Lo cierto es que fue un faux pas; en aquel tiempo, por otra 358

Ibidem, p.1030. J. Fred Rippy, The United States and Mexico, Nueva York, F.S. Crofts & Co., 1931, p.219. 360 Véase el contenido en Ernesto de la Torre Villar, Moisés González Navarro y Stanley Ross, v.2, Historia documental de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1964, pp.306-310. 361 Josefina Zoraida Vázquez, “Juárez: nacionalismo e historia oficial”, en Josefina Zoraida Vázquez, coord., Juárez, historia y mito, México, El Colegio de México, 2010, p.34. 362 Patricia Galeana, El Tratado McLane-Ocampo. La comunicación interoceánica y el libre comercio, México, CISAN, Porrúa, UNAM, 2006, p.166. 363 Agustín Cue Cánovas, El tratado McLane-Ocampo. Juárez, los Estados Unidos y Europa, México, Centenario, 1959, pp.4-5. En el colmo de las idolatrías Solana y Gutiérrez sostiene que el tratado fue un “compromiso impuesto” [sic] cuyo trámite iniciaron los conservadores, pero que aun así dicho compromiso “significa el más alto triunfo de la diplomacia juarista”. Solana y Gutiérrez, p.314. 359

123

parte, don Benito dependía mucho de los consejos de Ocampo y Lerdo, el propio Churchwell lo advirtió: El Presidente Juárez […] es un jurisconsulto prudente y honesto, pero un político tímido y desconfiado. Tiene voz en el Gabinete y es escuchado con respeto, mas carece absolutamente de influencia sobre sus Ministros, bajo cuyo más absoluto control se encuentra tal vez sin darse cuenta.364

Por fortuna las condiciones políticas en Estados Unidos salvaron a México. En Washington, Mata presenció los debates en la Casa de Representantes: al considerar que el tránsito por Tehuantepec y otros puntos de México beneficiarían más al sur en caso de guerra, los abolicionistas, que conformaban la mayoría, se pronunciaron en contra del tratado y el Tratado MacLane-Ocampo se encapsuló. The Times de Nueva York opinó: “El partido llamado liberal de México hizo en el Tratado MacLane-Ocampo concesiones vergonzosas a los esclavistas del Sur, intimidado o comprado por los hombres de la esclavitud”.365 Ocampo

quiso

defenderse

después

con

el

argumento

de

que

los

conservadores, a quienes calificaba de “cobardes e impotentes traidores”, también habían inducido la separación de Guatemala y Texas, así como la negociación de los tratados de Guadalupe Hidalgo y La Mesilla.366 Mucho más experimentados en el arte de la diplomacia y con generales más avezados en el arte de la guerra, los conservadores movieron sus piezas tan pronto como supieron de las conjuras liberales con los representantes estadounidenses. Al asumir el general Miramón la presidencia de México, comisionó a Almonte para que junto con José Manuel Hidalgo, secretario de la Legación mexicana en París, actuara como plenipotenciario ante las cortes europeas y sondeara las simpatías hacia su causa. Almonte llegó a París cuando prevalecía un ambiente hostil a México por el asunto de la deuda, como lo señaló en un comunicado: “A los ojos de Europa

364

Citado en José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, México, Libro Mex Editores, 1961, p.12. 365 Citado en Enrique Krauze, Siglo de Caudillos, México, Tusquets, 2004, p.238. 366 Ocampo, v.2, p.216 y ss. A Fuentes Mares le sorprende tal aseveración: “francamente ignoramos –dice- qué responsabilidad pudo caber a los conservadores por la segregación de Guatemala y Texas”, en Fuentes Mares, Juárez, p.149. 124

nuestra sociedad está ya en descomposición”. 367 El ministro británico en México, Otway, recomendaba forzar a las partes a pagar mediante una intervención: “Una Intervención Extranjera o incluso una Conquista serían más fáciles de acometer”, decía, 368 además de que consideraba que la corona británica tenía un buen pretexto para intervenir dado que la mitad de la deuda mexicana era con bancos británicos. También el Ministro francés, De Gabriac, creía que la intervención era deseable para establecer una monarquía.369 Almonte consiguió que el Ministro de Relaciones Exteriores de España, Alejandro Mon, suscribiera un tratado que la propaganda historicista ha dramatizado como un acto de lesa traición.370 En realidad a través del mismo el plenipotenciario mexicano sólo se comprometía a reanudar el pago de créditos, reconocía las obligaciones del Gobierno mexicano en la persecución de los asesinos de unos españoles el año anterior, y asumía la responsabilidad de indemnizar a las familias de las víctimas. Era todo.371 El propósito de fondo consistía en reanudar relaciones con España y transmitirles señales a Francia e Inglaterra de que había sentido del honor en el gobierno de Miramón. El Tratado Mon-Almonte fue firmado el veintiséis de septiembre de 1859 en París. No hay mención alguna a una posible cooperación militar, sin embargo los juaristas lo asumieron como acto de humillación además de “una alianza, una promesa de ayuda material, el prólogo de una intervención”, según Justo Sierra.372 Sí en cambio debió tener un impacto psicológico al hacerle sentir al bando conservador el respaldo de una potencia europea; cabe aclarar que no puede verse como un tratado equivalente al MacLane-Ocampo, ya que éste sí comprometía la soberanía territorial con una potencia extranjera mientras que aquél no. El Mon-Almonte era un atenuante contra el síndrome

367

J.N. Almonte al Ministro de Relaciones Exteriores, París, 28 de septiembre de 1859, en El Tratado Mon-Almonte, colección de documentos precedida de una introducción por Antonio de la Peña y Reyes, Archivo Histórico Diplomático Mexicano 13, México, Publicaciones de la SRE, 1925, p.125 368 Citado en Carl H. Bock, Prelude to tragedy. The negotiation and breakdown of the Tripartite Convention of London, October 31, 1861, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1966, p.49. 369 Ibidem, p.29. 370 v.g. De la Peña y Reyes, loc.cit.; Agustín Cue Cánovas, El tratado Mon-Almonte. Miramón, el Partido Conservador y la Intervención Europea, México, Ediciones Los Insurgentes, 1960. 371 Véase el contenido en De la Torre Villar, et.al., pp.310-312. 372 Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, Edición anotada por Arturo Arnáiz y Freg, México, UNAM, 1972, p.189. 125

del intervencionismo, en tanto que el MacLane-Ocampo colocaba a México al nivel de un protectorado. El apoyo español al gobierno de Miramón en todo caso se expresó con la facilitación en Cuba de dos barcos artillados: el Marqués de la Habana y el General Miramón. Ambos enfilaron hacia Veracruz mientras el ejército conservador se instalaba en los alrededores del puerto para cercar y aniquilar al enemigo; entonces sí actuó don Benito, declarando que su gobierno consideraba a aquellas como naves piratas y solicitándole a MacLane que telegrafiara a su gobierno para que la Armada estadounidense corriera a apresarlas. Próximas a arribar a Veracruz, la corbeta Saratoga se apoderó de las dos naves comandadas por Tomás Marín y las remolcó a Nueva Orleans. Por prudencia, Marín no atacó al buque estadounidense con lo cual impidió el estallido de una nueva guerra internacional; el hecho, no obstante, resultó fatal para Miramón quien no tuvo más remedio que replegarse. Sobrevino la debacle, los conservadores perdieron la guerra y Juárez venció; al parecer se hacía realidad el clamor de Ocampo por un hombre “bien escogido”, comenzó también la divinización del indio que llegó a presidente.

3. RACIONALIDAD DE LA DIPLOMACIA CONSERVADORA La derrota en Calpulalpan el veintidós de diciembre de 1860 a manos del general González Ortega, fue desastrosa para el bando conservador; Juárez entró triunfante a la capital el once de enero. Los odios se exacerbaron. Los generales conservadores se vengaron en la persona de Ocampo a quien fusilaron en Tepeji del Río; por su parte, Santos Degollado, personaje quijotesco que cayó de la gracia de don Benito por proponer un proceso electoral para confirmarlo en la presidencia, murió cuando salió a combatir molinos de viento y encontró bayonetas en Monte de las Cruces. Los vencedores también cometieron excesos, sobre todo contra la Iglesia y las propiedades de sus enemigos. Aquella orgía de triunfo muy probablemente fue percibida en Europa como amenazante para el orden; en

126

Estados Unidos, a medida que se recrudecía la rivalidad entre unionistas y confederados, el interés por México se desvaneció. El partido conservador aprovechó para reagruparse y convino en que más que nunca era necesario el apoyo europeo para evitar que el país fuese anexado al vecino del norte, como lo deseaba Miguel Lerdo, quien para fortuna de México murió poco después de la captura de la capital. José Manuel Hidalgo, aquel que fuera secretario de Gorostiza y combatiente en la batalla de Churubusco, se convenció de que el único remedio para evitar la anexión era la intervención europea. Cito a Hidalgo: Semejante deshonra, semejante infortunio [la anexión a Estados Unidos] lo veo a poca distancia de nosotros; y para impedirlo no hallo otro remedio que la intervención europea. Que éste sea duro, que humillará en cierto modo nuestro orgullo nacional, todo es verdad; pero yo pregunto a los que no opinen como yo por esas causas, ¿qué es peor, esperar tranquilos a que nos absorban los Estados Unidos, o pedir francamente la intervención europea?373 Con el mismo derecho y libertad que un liberal exaltado opine por la anexación [sic] de México a los Estados Unidos, opino yo que debemos pedir auxilios a la Europa para impedir esa anexación. La traición, o el error si se quiere, estará de parte de los que contribuyan a que se trastorne el equilibrio político y a que desaparezca hasta el catolicismo de aquellas partes.374

En junio del 61 comenzó la guerra de secesión en Estados Unidos, la oportunidad era dorada para que los conservadores intentaran la reconquista del poder. Hidalgo y Almonte arreciaron su ofensiva diplomática en las cortes de España, Francia e Inglaterra, y contra la voluntad del general Miramón. Habían convenido en que después de todo sí valía la pena intentar la opción monárquica de Gutiérrez de Estrada.375 Hay que aclarar aquí ciertas cuestiones que ayudan a comprender esa determinación, ya que es fácil juzgarla con la vesania de un García Cantú.376 En cuarenta años de vida independiente México no conoció nada más que 373

José María Hidalgo, “Algunas indicaciones acerca de la intervención europea en México”, en Matute, pp.502-503. 374 Ibidem, p.505. 375 Concepción Lombardo de Miramón recordaba una comida con la esposa de Almonte. Doña Dolores la inquirió sobre su postura en torno a un gobierno monárquico en México con un príncipe extranjero, a lo que doña Concha respondió que le parecería muy mal, “¡Porque no querría que ningún extranjero mandara en mi país!”. Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, Preliminar de Felipe Teixidor, Biblioteca Porrúa 74, México, Porrúa, 1989, pp.398399. 376 Gastón García Cantú, El pensamiento de la reacción mexicana: la derecha, Lecturas Universitarias 40, 3.v., México, UNAM, 1997. 127

caos y desorden; propios y extraños coincidían en que el país era ingobernable, y en que la mejor época, la de mayor esplendor, había sido cuando el país se condujo desde España a través de un virrey. Por otra parte, el desafío liberal en 1861 era percibido como una amenaza a la integridad territorial y por consiguiente contrario al interés nacional que defendió Lucas Alamán. Era pues comprensible que los conservadores pensaran en recuperar la tranquilidad perdida; era lógico que pensaran así mismo en recurrir a Europa como el único apoyo para lograrlo y para contrapesar la amenaza de Estados Unidos, sobre todo después de la experiencia del 47. Los conservadores mexicanos se dispusieron a buscar en Europa al líder ideal para conducir a México a la salvación. Si se quería estabilidad y progreso había que volver al régimen imperial, si se quería preservar la unidad del país había que buscar el respaldo de Europa. Fue así como el síndrome del intervencionismo los condujo a promover otra intervención. Encontraron a Napoleón III cuando éste quería incursionar en América Latina con el sueño de unificar a las razas latinas, además de ejercer control sobre los mercados.

3.1 Paradojas del intervencionismo El sueño latinoamericano de Napoleón III comenzó con una vieja idea que tenía de construir un canal interoceánico a través de Nicaragua. Leyó quizá a Tocqueville, quien presagió que los norteamericanos estaban llamados a ser “la primera potencia marítima del globo”,377 y lo debió perturbar la sentencia de que en otros tiempos Francia pudo haber creado en el Nuevo Mundo una gran nación francesa al lado de los ingleses.378 Las opiniones de Levasseur después de su presunta entrevista con Alamán, y de Hippolyte Dommartin, autor del libro Les Etats Unis et le Mexique, debieron impactar en Napoleón III. Abogaba Dommartin por que Francia

377

Alexis de Tocquevillle, La democracia en América, Introducción de Enrique González Pedrero, México, FCE, 2001, p.378. 378 Ibidem, p.379. Sobre la visión geopolítica de Napoleón III véase, Roger Lawrence Williams, The world of Napoleon III, 1851-1870, Nueva York, Colhier, 1962. 128

poblara los territorios de Chihuahua y Sonora para auxiliar a México.379 Otro personaje influyente pudo ser François Guizot, el teórico del equilibrio, quien inspiró la idea de que ante el peligro del Destino Manifiesto Francia también tenía un destino: el de contrapesar a Estados Unidos. Por otra parte, el Marqués de Radepont, quien en 1847 se trasladó a México y presenció la guerra, era un convencido de que los estadounidenses jamás saciarían su apetito de tierras ajenas. Radepont redactó un documento titulado Designio para la regeneración mexicana en el que hacía un llamado a Europa a valorar el papel de las Américas,380 y sentenciaba que la solución para México era establecer una monarquía con respaldo francés. En el verano de 1860, mientras el ejército conservador perdía la guerra, Napoleón III colocó al frente de la Legación francesa en México a Pierre Dubois de Saligny, un diplomático experimentado, el clásico genio de las relaciones públicas que sabe escurrir ideas y presentarse en la hora y lugar adecuados para captar la atención de la opinión pública.381 Frente al triunfo de Juárez Saligny se mostró cauto y condicionó el reconocimiento de su gobierno al compromiso de pagar los adeudos con Francia. El Secretario de Relaciones del gobierno juarista, Francisco Zarco, prometió pagarlo todo y consiguió que el once de marzo de 1861 Francia reconociese al gobierno de don Benito. Antes, en febrero, el gobierno de Gran Bretaña hizo lo propio a través de su representante, Sir Charles Wyke. Wyke tenía instrucciones de no participar en actos injerencistas, aunque estaba convencido de que México era un “país putrefacto” (wretched country) y que la mejor manera de resolver los problemas era mediante una intervención y el establecimiento de una monarquía.382 Abraham Lincoln despachó a Thomas Corwin como su Ministro en México; la labor de éste estaba enfocada no tanto a apoyar al gobierno de Juárez sino a garantizar la neutralidad de México en la guerra de su país y a 379

Hippolyte du Pasquier de Dommartin, Les États-Unis et le Mexique: l´intérêt européen dans l´Amérique du Nord, par M. H. du Pasquier de Dommartin concessionnaire de vastes terrains dans les provinces mexicaines de Chihuahua et de Sonora pour l´établissement de colonies européennes, París, Libraire de Guillaumin,1852. 380 Alfred Jackson Hanna y Kathryn Abbey Hanna, Napoleón III y México, México, FCE, 1973, pp.19-26. 381 José N. Iturriaga de la Fuente, Anecdotario de forasteros en México, siglos XVI-XX, México, Conaculta, 2001, pp.188-193. 382 Bock, pp.69-78. 129

neutralizar las acciones del representante confederado John T. Pickett, según explica Bock.383 Conviene aclararlo porque es algo exagerada la prerrogativa que conceden los esposos Hanna a Lincoln y su Secretario de Estado, William Seward, como artífices de una diplomacia que llevó al triunfo final de la República en México.384 A mediados del 61 los ministros de Francia y Gran Bretaña coincidían en que la bancarrota de México era inevitable. El gobierno juarista por otra parte había expulsado del país al representante de España, Pedro Sorela, por sus nexos con el gobierno de Miramón, lo que tal vez fue un error puesto que se provocó un mayor distanciamiento con Madrid, además de que la corte española se inclinó aún más a favor de las peticiones de Hidalgo y Almonte. Fuentes Mares dice que Juárez irritaba a España con el objetivo, “excelente en grado superlativo”, de provocar una guerra con la ex metrópoli para finiquitar ciertos problemas domésticos y asegurar de una vez por todas el futuro de la revolución reformista.385 No veo el sustento de semejante aserción, incluso creo que deja peor parado al benemérito ya que jugarse la seguridad del país en las condiciones de debilidad en las que se encontraba su gobierno era una política riesgosa y torpe. La estrategia diplomática de Juárez la trazó Manuel María Zamacona, su tercer Canciller en menos de un año. En junio, Zamacona quiso tranquilizar a Francia e Inglaterra atribuyéndoles a los conservadores el rumor de una inminente suspensión de pagos por concepto de deuda externa. El diecisiete de julio, sin embargo, anunció la suspensión de pagos por dos años, el decreto equivalía a encender un cerillo en un almacén de explosivos. Saligny exigió la revocación del decreto en un plazo de 24 horas, y Wyke –más considerado- concedió 48. Por la tarde del veinticinco de julio los dos Ministros arriaron banderas y rompieron relaciones con el gobierno de Juárez. Hidalgo en París aprovechó la coyuntura para transmitirle a Napoleón III el deseo de su partido de colaborar al derrocamiento de Juárez y la instauración de un gobierno más responsable de sus obligaciones internacionales, inclusive más afín a la civilización europea. 383

Ibidem, pp.115-121. Hanna, pp.11-12. 385 Fuentes Mares, Biografía, p.184. 384

130

Tres meses después los señores Russel, Flahault e Istúriz, enviados de Inglaterra, Francia y España respectivamente, se reunieron en Londres para pactar el envío a México de fuerzas conjuntas que obligaran a México a saldar sus deudas. Los ingleses insistían en invitar a Estados Unidos, pero al gobierno de Lincoln le era difícil distraer fuerzas para otro propósito que no fuera la guerra contra los confederados. La Convención de Londres proponía un bloqueo al litoral mexicano para presionar a que México revocara su resolución de moratoria sobre la base de […] no buscar para sí, al emplear las medidas coercitivas previstas por la presente convención, ninguna adquisición de territorio ni ninguna ventaja particular, y a no ejercer en los asuntos interiores de México ninguna influencia que pueda afectar el derecho de la nación mexicana, de elegir y constituir libremente la forma de su gobierno.386

En otras palabras, se concebía aquel como un acto de presión, no de intervención, y respetuoso de la autodeterminación, principio que defendía el grupo político heredero del pensamiento alamanista. Matías Romero, representante juarista en Washington, entretanto, pugnaba por que se aplicara la Doctrina Monroe.387 Resulta difícil comprender este conjunto de paradojas: Hidalgo, Almonte y Gutiérrez de Estrada concebían la suya como una lucha patriótica contra la entrega del país a Washington, aunque para asegurar la autodeterminación de México hubiera que recurrir a la intervención europea; y a su vez, don Matías buscaba que interviniera Washington para evitar la intervención europea. Desde la perspectiva conservadora, mientras ellos buscaban aliados los liberales buscaban vasallaje. Los signatarios en Londres solamente pretendían el pago de los adeudos, aunque Francia sí persiguiera intereses extra. En aquel momento a los ingleses les importaban más los beneficios de las guerras del opio en China, y el restablecimiento del orden imperial en India tras el motín de cipayos de 1857. Los españoles preferían consolidarse en Filipinas y el

386

Bock, Appendix J, pp.511-512. Thomas D. Schoonover, ed., Mexican Lobby. Matías Romero in Washington, 1861-1867, Lexington, Kentucky, University Press of Kentucky, 1986, p.13.María de la Luz Topete, Labor diplomática de Matías Romero en Washington, 1861-1867, Colección del Archivo Histórico Diplomático 8, México, SRE, 1976, p.77. 387

131

Caribe en vez de lanzarse a reconquistas inútiles; eran ellos los más aferrados en que la misión en México no se apartara de sus objetivos. El ocho de diciembre una escuadra española de 26 buques y seis mil hombres llegó a Veracruz, venía comandada por el almirante Ruvalcaba y el general Manuel Gasset y Mercader, quien tras su arribo proclamó que España no pretendía la reconquista sino únicamente satisfacción “por los insultos proferidos” y por el incumplimiento de los tratados.388 El general Juan Prim, principal negociador, reiteraría que el propósito era “contribuir a la paz y desarrollo de un pueblo digno de felicidad y de ventura”.389 Don Benito colocó a Manuel Doblado al frente de las negociaciones en el solitario poblado veracruzano de La Soledad. Saligny, fiel a su causa, trataba de complicar cada paso. Wyke, con las tropas inglesas impacientes por regresar, quedó a merced de sus aliados; y Prim, empeñado en mostrarse magnánimo, cedía y aun mostraba empatías con la parte mexicana, razón por la cual su figura empezó a ser mitificada por los liberales aunque se moviera por motivos más terrenales como lo analiza Antonia Pi-Suñer Llorens.390 Doblado, reputado como hombre flexible (doblado al fin), se anotó un tanto cuando al filo de abril comunicó que el Gobierno juarista ya no necesitaba el auxilio que con “benevolencia” habían ofrecido las naciones amigas al pueblo mexicano, y expresaba su gratitud.391 De manera que aquellos ejércitos que habían venido a amedrentar para que se reanudaran los pagos por la deuda, terminaron con las manos vacías y con un adiós agradecido por su intervención, que no era intervención. Marx calificó aquella como “una de las más monstruosas empresas jamás registradas en los anales de la historia internacional”.392 ¿Por qué no consideró monstruosa la intervención de 1847, mas sí la tripartita? Quizá la condena a la intervención de 1861 no obedecía a razones humanitarias o de comprensión a la causa de Juárez, sino a la más pura lógica del materialismo 388

Bock, p.275. Proclama del general Prim a los soldados, Veracruz, 9 de enero de 1862, en Manuel Ortuño Martínez, Prim y la intervención tripartita en México (Testimonios y documentos), s.l., Ministerio de Defensa, 2009, p.185. 390 Antonia Pi-Suñer Llorens, “Mito y realidad en la relación entre Juárez y Prim”, en Josefina Zoraida Vázquez, Juárez, pp.89-112. 391 General Doblado a gobernantes de los Estados, México, 12 de abril de 1862, en Ortuño, pp.400-402. 392 Toledo, p.38. 389

132

dialéctico. El entreguismo liberal a Estados Unidos seguía la dirección correcta en la utopía marxiana, no así las acciones de los imperios europeos. Napoleón III se guiaba por una lógica distinta, la lógica del poder. Para él, Almonte, Hidalgo y Gutiérrez de Estrada serían instrumentos para el robustecimiento de Francia. Y no es que la tríada mexicana fuera ingenua; quizá se guiaba por la ley del mal menor, es decir, suponían que su posición, aunque incómoda, sería pasajera; lo primero era derrocar a Juárez, ya después se sacudirían la tutela francesa. Al monarca elegido para México se le demandaría obrar como mexicano al servicio de los mexicanos, no como europeo al servicio de los europeos. El nueve de abril, tras la retirada de británicos y españoles, los representantes franceses notificaron que no estaban satisfechos con las resoluciones y que de inmediato comenzarían las hostilidades. El arribo a Veracruz del general Lorençez junto con Almonte era señal de que algo se había fraguado. A Saligny debió desconcertarle la instrucción de Napoleón III de no apoyar a ningún partido,393 y es que al parecer el propósito de monarca era el de intermediar entre liberales y conservadores y establecer un gobierno leal y agradecido, al mejor estilo de Santa Anna. Saligny y Lorençez eran de la idea de avanzar hacia la capital sin dar tiempo a que Juárez organizara su defensa, pero el almirante Jurien de la Gravière temía que se avivara la xenofobia entre los mexicanos, sugería en cambio lanzar una campaña propagandística para convencer a los mexicanos de que Francia buscaba su bienestar. Lorençez se impuso. El veintiséis de abril escribió a su gobierno que era tal la superioridad de raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos sobre los mexicanos, que prácticamente “era amo de México”.394 La misión de Almonte era formar un gobierno de notables; no debió pasar mucho antes de que percibiera el menosprecio de los oficiales franceses por su aspecto de “indio de raza y costumbres”, como lo describiera el ex

393

Hanna, p.47. Moisés González Navarro, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-1970, v.1, México, El Colegio de México, 1993, p.445. AHDGE, Exp.: 42-30-18. 394

133

Ministro español Bermúdez de Castro.395 Lorençez lo menospreciaba como un general que jamás participó en una campaña, lo cual era inexacto porque Almonte sí había peleado al lado de su padre en las batallas de independencia y acompañó a Santa Anna en la campaña de Texas. También los liberales sufrieron decepciones ante el desinterés de Lincoln por la intervención francesa en México. A Lincoln al parecer le importaba más que juaristas y franceses contribuyeran a bloquear el comercio de los confederados. Matías Romero escribió: “Ahora nos encontramos [ante] la alternativa bien dura de sacrificar nuestro territorio y nuestra nacionalidad [con Estados Unidos] o nuestra libertad y nuestra independencia ante los despóticos tronos de Europa”.396 Se produjeron entonces los sucesos del cinco de mayo de 1862 (Anexo II), mismos que ocupan un lugar notable entre las efemérides de México. Los estadounidenses de origen mexicano celebran esa fecha como el verdadero día de la independencia nacional, lo cual no es casual si se tiene en cuenta la convicción preponderante en Estados Unidos de que gracias a ellos fue que se consiguió librar a México del coloniaje francés. Si antes de la batalla de Puebla cupo la posibilidad de que Napoleón III ordenara el retiro de sus tropas, la afrenta debió enfadarlo tanto que se empeñó en avanzar. Sustituyó a Lorençez por Elie Forey, quien con un ejército de 50 mil hombres se apoderó de Puebla al cabo de un año. Comenzó entonces el peregrinaje de Juárez por el norte del país; el único apoyo que recibió fue del Ministro peruano Nicolás Corpancho, un bolivariano que trató sin éxito de levantar un ejército latinoamericano que resistiera a los franceses.397

3.2 Intervención por invitación

395

Salvador Bermúdez de Castro al Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, México, 28 de enero de 1846,en Relaciones diplomáticas hispano-mexicanas (1839-1898), v.4, México, El Colegio de México, 1968, p.153. 396 Citado en Hanna, p.55. 397 Las posturas de Corpancho evocan más el anti intervencionismo de Alamán que la anfictionía de Bolívar; baste esta cita suya para probarlo: “Si se acepta el principio de que se interviene en un pueblo americano para civilizarlo y constituirlo, y que la fuente de sus mandatarios ha de ser un general extranjero, mañana, por la misma razón, se intervendrá en el Ecuador, Guatemala, Bolivia y el Perú.” Citado en Mario Federico Real de Azúa, “La misión diplomática del peruano Manuel Corpancho”, en Historia Mexicana, v.28, n.1, jul.-sept. de 1978, p.72. 134

El triunfo mexicano del cinco de mayo debió disgustar a Lincoln y Seward en vez de complacerles, pues significaba que México podía en efecto derrotar a una gran potencia y colocar en apuros al Destino Manifiesto. De otro modo, ¿cómo explicar que en noviembre del 62 Lincoln decretara un embargo de armas contra los beligerantes mexicanos, aunque sí se las vendía a Francia? Matías Romero le escribió entonces a Doblado para decirle: “Creo que la conducta de este Gobierno me autoriza para suspender mis relaciones con él y aun pedir mis pasaportes”.398 Si las políticas de Lincoln contribuyeron a que los liberales se hicieran menos pro yanquis y más juaristas, tampoco hay que creer que los conservadores estaban contentos con las petulancias francesas y no pocos hasta celebraron la victoria en Puebla, entre ellos los Miramón. 399 En ese marco, Santa Anna le escribió a Gutiérrez de Estrada para señalarle que el “pastel” del cinco de mayo él ya lo había augurado, y que esperaba el apoyo de Napoleón III para ser él el segundo al mando de México: “Piense usted con qué ansiedad espero la resolución imperial”, le decía.400 Pero los monárquicos tenían en la mira al archiduque Maximiliano de Habsburgo. Richard Metternich, hijo del arquitecto del Congreso de Viena, no simpatizaba del todo con la idea de Gutiérrez de Estrada en torno a la candidatura del hermano del emperador de Austria para la corona de México, y se lo manifestó al conde Rechberg, Canciller de Austria. Si bien la propuesta mexicana era atractiva, creía que su realización por el momento no tenía importancia práctica.401 Hidalgo, por su parte, aprovechaba su amistad con la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, para hablarle sobre la alianza que podía establecerse entre los imperios de Francia y México. Napoleón III se fue 398

De Romero al Ministro de Relaciones, 19 de enero de 1863, en Correspondencia de la Legación Mexicana en Washington durante la intervención extranjera, 1860-1868. Colección Documentos para formar la historia de la intervención, v.3, México, Imprenta del Gobierno, 1871, p.125. 399 Narra doña Concha que en otro encuentro con Lola Almonte ésta le contó que el ejército de Zaragoza había rechazado a los franceses en Puebla, a lo que doña Concha respondió sin ocultar su gozo: “¿De veras?”. En seguida rompió en llanto, “porque hubiera querido que mi marido hubiese ganado esa batalla”, le dijo. Lombardo de Miramón, p.419. 400 De Antonio López de Santa Anna a José María Gutiérrez de Estrada, Saint Thomas, 29 de junio de 1862, en Versión francesa de México. Informes diplomáticos (1862-1864), v.3, Prólogo de Lilia Díaz, México, El Colegio de México, 1965, pp.158-159. 401 Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y Carlota, México, FCE, 2004, p.74 y 80. 135

convenciendo de que el archiduque Maximiliano era el mejor candidato para México, más le incomodaba tener de aliados a los conservadores mexicanos. Su Ministro de Relaciones, Edouard Thouvenel, le propuso entonces que Almonte era el idóneo para formar un gobierno de notables con liberales y conservadores mientras se seleccionaba un monarca para México. Rechberg le informó al archiduque sobre las pretensiones mexicanas en su palacio de Miramar en octubre del 61. Maximiliano era un católico al parecer con buena disposición hacia las causas emprendedoras, amén de que su esposa, Carlota María Amalia, era ambiciosa e influía en él. Es muy probable que hubiera leído a Humboldt y que tuviera alguna idea acerca de las riquezas de México hasta el grado de formarse una ilusión,402 y quizá incluso se imaginó levantando a un país como el zar ruso Pedro el Grande, en una tierra que durante tres siglos fue la perla del imperio español. Cuando se le notificó a Gutiérrez de Estrada que el archiduque vería con buenos ojos el ofrecimiento del trono de México, el mexicano debió pensar que el tiempo le daba la razón y que por fin se podría conjurar un proyecto al que consagró veinte años, y aun es probable que Hidalgo sintiera que se debía a sus influencias en el Palacio de las Tullerías. Napoleón III quiso ganar el apoyo inglés al proyecto, pero el Primer Ministro Palmerston consideró que colocaría a Inglaterra en una posición incómoda frente a Lincoln y que no valía la pena arriesgar tropas si se tenían proyectos más ambiciosos en otras latitudes. Napoleón también consultó a Leopoldo de Bélgica, suegro de Maximiliano, pero lejos de mostrar entusiasmo el rey belga se preocupó por los tintes del proyecto y le advirtió a su yerno sobre los riesgos de embarcarse en una locura. El embajador español en París, Alejandro Mon, debió sorprenderse al saber que los mexicanos se inclinaban por un Habsburgo y no un Borbón, aunque le confió a Hidalgo que en España no había más que “mamarrachos”.403 El único conservador mexicano que favorecía la alianza con España, aunque con una estructura republicana, era el general Miramón quien arribó a Europa para encontrarse con que los planes de los monárquicos mexicanos 402

“Un iluso con buenas intenciones”, dice Pani. Érika Pani, “Maximiliano de Habsburgo”, en Mílada Bazant, coord., Ni héores ni villanos. Retrato e imagen de personajes mexicanos del siglo XIX, México, El Colegio Mexiquense, Miguel Ángel Porrúa, 2005, p.168. 403 González Navarro, Los extranjeros, v.1, p.472. 136

estaban muy adelantados. Frente a eso, Miramón hizo del conocimiento de la opinión europea que el Partido Conservador no era un partido monárquico, es más, aseguraba que en México no existía ningún partido monárquico”404 . Entre los conservadores mexicanos había diferencias, como también las empezó a haber entre ellos y sus aliados. Maximiliano no confiaba mucho en los generales mexicanos y pidió a su hermano Francisco José que lo proveyera de una fuerza militar hasta reestructurar al ejército mexicano. El asunto de la Iglesia lo trató en Miramar con el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida, quien vivía en el Vaticano. El monarca empero era un liberal que veía con buenos ojos la desamortización de los bienes eclesiásticos decretada por Juárez. El agente confederado, John Slidell, muy conocido en México, dialogó con Napoleón III el veintiséis de julio de 1862 y le propuso una alianza contra los unionistas. Él y Maximiliano pensaban que la victoria confederada beneficiaría al interés nacional de México con la partición de Estados Unidos, pero las victorias de Lincoln en Gettysburg y Vicksburg los hicieron dudar. Drouyin de Lhuyis, sucesor de Thouvenel, instruyó a su Ministro en Washington que indagara la opinión de Seward sobre una eventual monarquía en México. Francia podría considerar el no reconocimiento al gobierno sureño si Lincoln reconocía al imperio de Maximiliano, pero Seward explicó que Washington practicaba la no intervención y por consiguiente no garantizó el reconocimiento al futuro gobierno de Maximiliano, aunque aclaró que tampoco le había otorgado facultades al Ministro Corwin para mantener “relaciones activas” con el gobierno de Juárez.405 Cuando Forey llegó a Veracruz en septiembre del 62, tenía el deber de recuperar el honor mancillado en Puebla. Acusó a Almonte de pretender utilizar su título de jefe supremo de la nación para dar un golpe de mando y lo destituyó; se ganó así la enemistad de todo el cuerpo de generales mexicanos que simulaban colaborar con él pero no lo hacían. Los juaristas a su vez concentraron todas sus fuerzas bajo los mandos de González Ortega y Comonfort –quien había regresado para redimirse- en la defensa de Puebla. El diecinueve de mayo cayó la ciudad de Puebla en manos 404 405

José Fuentes Mares, Miramón, el Hombre, México, Joaquín Mortiz, 1975, p.109. Corti, p.93. Hanna, p.106. 137

del general Bazaine, fueron apresados doce mil hombres, entre ellos Comonfort, González Ortega, Mariano Escobedo y Porfirio Díaz. Total, un desastre. Cuando la noticia llegó a París, Napoleón III se llenó de júbilo; el mérito de la victoria se le atribuyó a Bazaine, no a Forey, y la estrella del primero comenzó a ascender. El siete de junio de 1863 Bazaine entró en Ciudad de México a la cabeza de una avanzada, el cuerpo principal del ejército llegó después con Forey, Almonte y Saligny al frente. Se procedió en seguida a la reorganización de un Estado centralizado, y se instaló una Regencia compuesta por Almonte, Salas y el arzobispo Labastida; se pretendía así emitir el mensaje de que el nuevo gobierno sería moderado y plural. Los más de 200 notables convocados aprobaron la forma monárquica de gobierno y decidieron ofrecer la corona imperial de México a Fernando Maximiliano de Habsburgo; se le requería al archiduque que renunciara a sus facultades y derechos en Austria a cambio de iniciar una sucesión dinástica en su nueva nación: México. Es importante el dato dado que prevalece el cliché de que Maximiliano fue un monarca extranjero que usurpó el poder en México, lo cual es inexacto. Érika Pani analiza los pormenores del ofrecimiento en su libro Para mexicanizar el Segundo Imperio.406 Juárez no era el arquetipo de líder que recomendaba el racista Gobineau; se aseguró no obstante de que el Congreso le otorgara poderes extraordinarios para permanecer a la cabeza del ejecutivo durante la intervención francesa. Si acaso fue ese el origen de la “presidencia imperial” –término acuñado por Krauze- paradójicamente se les estaría concediendo la razón histórica a Alamán y Gutiérrez de Estrada, pues se admitiría que en efecto hay en el imaginario mexicano una alta disposición hacia el sistema monárquico aunque se disfrace de republicano. Don Benito comenzó su égida la misma tarde en que fue investido como Presidente absoluto. Consideró a los franceses como intervencionistas, interruptores del conjunto de libertades que Voltaire y Rousseau habían entregado al mundo; eran por lo mismo traidores a su destino, como traidores eran quienes los invitaron a México. Juárez volteó la trama histórica al 406

Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México, El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2001. 138

presentar la suya como una auténtica lucha por la independencia nacional contra los invasores extranjeros; ahora eran los liberales los defensores de la soberanía y los únicos con porvenir, ya que miraban y caminaban hacia adelante, hacia la libertad, en cambio los conservadores miraban y caminaban hacia atrás, como los cangrejos. Desde entonces en México ser conservador equivale a ser retrógrado, anticuado, enemigo de la modernidad y hasta desnacionalizado. Se perdió el sentido alamanista del conservador como custodio de las tradiciones y valores mexicanos, 407 así como el de defensor de la identidad frente al acoso de poderes extranjeros. Han existido conservadores reaccionarios, pero también progresistas; por otro lado, no todos fueron clericales ya que también los había quienes defendían al estado laico. Miramón es un ejemplo del militante que la historiografía se ha tardado en aquilatar. Su lucha era por conservar el honor de México, por cambiarlo sin necesidad de una monarquía e incluso contra la importación de un gobernante extranjero. Se oponía asimismo al clericalismo en el grupo conservador, y hasta coincidía con las posturas del juarismo; decidió mantenerse leal a su partido y acabó por admitir la causa de la monarquía. Su esposa describe en sus Memorias el conflicto que le causó la renuncia a sus posturas pese a que sostuvo sus principios nacionalistas.408 De manera que situar los orígenes de la conciencia nacionalista exclusivamente en el liberalismo y en detrimento de su adversario ideológico, tal vez sea políticamente correcto, aunque es falaz. Según O’Gorman, fue en el Porfiriato donde se produjo la sínobra de ambas corrientes ideológicas; […] no había otra opción –dice O’Gorman-, o para decirlo de otra manera, la paradoja sólo existe para quien no hubiere advertido que el programa liberal coincide con las proposiciones básicas del programa conservador. Digamos, entonces, que el surgimiento y la consolidación del régimen porfirista no es sino el suceso político y social más visible de dicha coincidencia; es, teóricamente, su entelequia e históricamente, su lógico desenlace.409

407

Lourdes Quintanilla dice que de hecho Alamán era un “ferviente admirador” del romanticismo político inglés. Lourdes Quintanilla, El nacionalismo de Lucas Alamán, Guanajuato, México, Gobierno del Estado de Guanajuato, 1991, p.12 y ss. 408 Lombardo de Miramón, p.467 y ss. 409 Edmundo O’Gorman, México. El trauma de su historia. Ducit amor patriae, México, Conaculta, 1977, p.83 139

3.3 Encrucijadas del archiduque Los regentes encabezados por Almonte trabajaron para instaurar un régimen monárquico, preferentemente sin franceses. Pasaron por alto el mandato napoleónico de convocar a plebiscito nacional –algo difícil en un país tres veces más grande que Francia- e invitaron a Maximiliano a aceptar la corona. A Gutiérrez de Estrada lo designaron presidente de una comisión que formalizaría la invitación al archiduque en su palacio de Miramar. Napoleón III sustituyó a Forey por Bazaine para que contuviera los ímpetus de la Regencia, pero ésta lo saltaba. Dado que las intenciones de Napoleón eran de hegemonizar, en seguida notificó al archiduque que su proclamación era apenas el sentir de la Ciudad de México, no de todo el país; 410 la estrategia de Napoleón para frustrar la ruta autónoma de los regentes mexicanos era presentarlos como anti democráticos. Todo indica, sin embargo, que Maximiliano estaba entusiasmado con la idea de convertirse en emperador de México aún sin la condición democrática, mas no quería perder el apoyo francés en un momento en el que la Unión estadounidense derrotaba a los confederados. Tuvo que llamarlo su hermano Francisco José para señalarle que la comisión mexicana debía presentar evidencias de que contaba con la representatividad nacional. El archiduque se comprometió entonces a condicionar su aceptación de la corona sólo después de que “la totalidad de la nación” hubiese manifestado su voluntad.411 Hay indicios de que el emperador austriaco albergaba dudas acerca de la expedición a México; tampoco el rey de Bélgica, padre de Carlota, tenía grandes esperanzas, aunque apoyó la empresa. La corona británica en cambio sí manifestó su desdén, incluso se valió de sir Charles Wyke, el ex Ministro en México, para tratar de disuadir a Napoleón de que continuara con el proyecto monárquico. Napoleón III admitió haberse metido “en un mal asunto” como veremos en seguida.412 Fue en esa coyuntura que Miramón se internó en México con el objetivo de influir en los notables; al parecer con el intento de ubicarse entre los 410

Telegrama del emperador Napoleón al archiduque Fernando Max, 8 de agosto de 1863, en Corti, p.170. 411 Corti, p.171. 412 Ibidem, pp.212-215. 140

“intolerables franceses” y los intolerantes juaristas, y advertía sobre las pretensiones

francesas

de

convertir

la

intervención

en

un

acto

de

dominación.413 Se produjeron vaivenes en el criterio de Miramón, a ratos era monárquico y a ratos republicano; y es que no fue un semidiós sino un hombre de pasiones, “un héroe desgraciado” dice de él Fuentes Mares.414 Durante una etapa de confinamiento en su domicilio tuvo tiempo para reflexionar sobre su causa. Se interesó por la figura de Bismarck; le apasionó el proyecto nacional de Alamán y hasta revaloró a Santa Anna, un hombre cargado de energía que le permitía encontrar siempre los medios para levantarse después de las caídas. Según su esposa, tuvo oportunidades de unírsele a Juárez durante la guerra civil a través de Doblado, pero le parecía indigno sumarse al bando que combatía.415 Entre Almonte y Miramón se produjo un distanciamiento cuando ambos coincidieron en París, sin embargo, Miramón tomó la decisión de ofrecerle su espada a quien encabezaba la Regencia, quiso ayudar a su partido a escapar de la trampa francesa. Almonte, por su parte, practicaba el tortuguismo con los franceses, se sentía tan constreñido que en carta a Maximiliano fechada el doce de julio de 1863 le rogaba que pronto aceptase la corona.416 El trece de octubre una comisión mexicana encabezada por Gutiérrez de Estrada se presentó en Miramar a ofrecer de manera formal la corona del Imperio Mexicano al archiduque. La integraban criollos como Hidalgo, Arrangoiz y el propio Gutiérrez, y mexicanos naturalizados como Tomás Murphy y Adrián Woll, este último belga que participó en la expedición de Javier Mina. Se pretendía así demostrarle a Maximiliano que México era un país de gente blanca en el que había extranjeros naturalizados. Según Hidalgo, en vez de impresionarse Maximiliano manifestó que hubiera preferido tener entre los presentes a representantes de las etnias indígenas;417 es de suponer que el archiduque ya habría estado influenciado por sus lecturas de Humboldt y los alemanes Eduard Mühlenpfordt y Carl

413

Fuentes Mares, Miramón, p.127. Ibidem, p.153. 415 Lombardo de Miramón, pp.471-472. 416 Carta de Almonte al archiduque Fernando Max, México, 12 de julio de 1863, en Corti, p.173. 417 Sofía Verea de Bernal, recop., Un hombre de mundo escribe sus impresiones. Cartas de José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, México, Porrúa, 1960, p.52. 414

141

Sartorius, 418 éste último autor de una obra acerca de México en la que promovía la migración alemana y describía las cualidades de la mayoría indígena, aspecto éste que debió cautivar al archiduque.419 Era evidente que aquel grupo no representaba a los indígenas. Maximiliano además empezó a creer que había un sino divino que lo elegía a él para devolverle a los mexicanos la grandeza del imperio azteca, no un retorno al virreinato. Se dio así otro factor de desencuentro con los conservadores mexicanos; el monarca se fue involucrando en la causa indigenista a la vez que se convencía de que debía redimir a Moctezuma y su raza. Él, un Habsburgo, estaba llamado a reparar el daño infringido a México y a restituir la justicia de sus antepasados: Carlos I de España y Felipe II. La dialéctica en la historia tiene sus retruécanos. La disposición favorable de Maximiliano hacia los indígenas era correspondida por éstos, quienes al parecer veían en el arribo del Habsburgo el regreso anhelado del numen Quetzalcóatl, aquel sabio de barbas y tez blanca que los indígenas mitificaron. Paula Kolonitz, una dama de compañía de Carlota, describe esa asociación de voluntades de la siguiente manera: La leyenda de Quetzalcóatl y tantas otras han permanecido en ellos [los indígenas mexicanos] a pesar de su aparente catolicismo, y había dispuesto sus ánimos a favor de emperador en el cual veían al hombre sabio que había cruzado los mares para traerles felicidad y el esplendor y sacarlos de su miserable condición, por esto lo saludaban con la más íntima alegría.420

También la comisión veía en Maximiliano a un redentor. En su discurso, Gutiérrez de Estrada dijo: “Sin Vuestra Alteza Imperial, ineficaz y efímero sería […] cuanto se intentase para levantar a nuestro país del abismo en que yace”.421 Se esperaba que el archiduque restituyera las instituciones virreinales para afianzar la prosperidad e independencia y así reforzar al país para hacerle frente al expansionismo estadounidense. 418

Eduard Mühlenpfordt, Ensayo de una fiel descripción de la República de México, referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística, México, Banco de México, 1993. José Enrique Covarrubias, Visión extranjera de México, 1840-1867, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1998. 419 Carl Christian Sartorius, México hacia 1850, México, Conaculta, 1990. 420 Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, Lecturas mexicanas 41, FCE, SEP, 1984, p.81.También Erika Pani, “La visión imperial”, en Manuel Ferrer Muñoz, La imagen del México decimonónico de los visitantes extranjeros: ¿un estado-nación o un mosaico plurinacional?, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2002, p.289. 421 De la Torre Villar, et.al., p.321. 142

Maximiliano impuso como condiciones que toda la nación mexicana expresara libremente su voluntad y ratificara el voto de la Regencia; y que se otorgaran garantías a Francia para defender al imperio frente a los peligros que lo amenazaban. Quería, en pocas palabras, dar por superada la etapa colonial a la que los comisionados deseaban volver; fincar su legitimidad en el voto universal que la regencia consideraba innecesario, y asegurar la permanencia del ejército francés que los militares conservadores deseaban quitarse pronto de encima. Fue aquel un “equívoco diálogo de atravesadas intenciones”, a decir de O’Gorman.422 En encuentros privados con los comisionados, todos ellos fogueados en el arte de la diplomacia, la labia mexicana se impuso y el futuro emperador salió resuelto a emprender el proyecto con un corazón más mexicano que los chilaquiles. Hasta Francisco José se percataba del riesgo de caer en la órbita exclusiva de Francia. Después de la ceremonia de ofrecimiento de la corona telegrafió a su hermano para advertirle: “No puedes, de ningún modo, depender sólo de Francia”.423 El nueve de octubre Maximiliano notificó a Napoleón III su resolución, el tono de la misiva era imperativo: exigía garantías para poder gobernar: “il faut que j’exige”,424 le decía. Napoleón debió percatarse de la habilidad de los mexicanos para maniobrar, amén de que no debió gustarle el tono altanero de Maximiliano. En la entrevista con Wyke mencionada antes, el emperador le confió que pensaba liquidar el asunto: “Comprendo que me he metido en un mal asunto, pero la cuestión tiene que ser liquidada”.425 Su dilema era retirar las tropas francesas de México y dejar solo a Maximiliano con su ejército de conservadores, o retirar la candidatura del archiduque y endosar el problema a otros. Surgió la opción del príncipe de Joinville, español de linaje Borbón a quien se atribuían conocimientos de México sólo por haber participado en la intervención de 1838, la de los pasteles. La esencia de la conversación entre Napoleón y Wyke llegó a oídos de Maximiliano a través de Eugenia. Debió caerle mal saber que había un rival 422

Edmundo O’Gorman, “Significado del triunfo de la República”, en Matute, p.536. Carta de Gutiérrez de Estrada al barón de De Pont, 22 de septiembre de 1863, en Corti, p.195. 424 Corti, p.196. 425 Supra 121. 423

143

español para el trono de México. Uno de los señalamientos de Wyke fue importante al advertir que no debía confundirse a los ultraconservadores mexicanos identificados con la Iglesia católica y sus fórmulas de regreso al ancién régime, con los conservadores moderados, más dispuestos a aceptar la Constitución del 57 y las reformas juaristas siempre y cuando se garantizara la integridad soberana del país. En México, Bazaine y los generales Leonardo Márquez y Tomás Mejía fueron arrebatándoles terreno a los juaristas. Con tal de cumplir los deseos de Maximiliano, se dieron a la tarea de recabar firmas en cada poblado que ocupaban; no eran manifestaciones libres del voto universal pero funcionaba. La situación interna de México presentaba un cuadro bastante irregular dado que tan luego como las tropas imperiales salían de un lugar, llegaban los guerrilleros juaristas y volvían a ocuparlo. Aquel embrollo se fue haciendo cada vez más insoportable para los franceses. Una carta del rey Leopoldo a Maximiliano del veintiuno de diciembre de 1863 fue quizá decisiva; le advertía sobre el error de considerar a hombres y cosas en México à l’Européenne, y que convenía dejar de lado el empeño en un plebiscito del pueblo mexicano.426 Recomendaba además no enemistarse con la Iglesia ya que el partido católico [sic] era su único sostén. Finalmente don Leopoldo sugería negociar con Napoleón no tanto el apoyo militar sino el financiero, más indispensable para la suerte del Imperio.427 A fin de convencer al gobierno austriaco sobre la conveniencia de apoyar a Maximiliano, el rey belga despachó a Klint von Roodenbeck, ex diplomático en México, para que dialogara con Rechberg; la entrevista tuvo lugar en Viena el veintiocho de diciembre de 1863. Klint describió la situación en México en tono positivo: las campañas de Bazaine eran exitosas y en vista del analfabetismo no podía esperarse que los mexicanos comprendiesen la democracia a la europea; aseguraba que si Europa no sacaba provecho, los norteamericanos lo harían.428

426

Carta del rey Leopoldo de Bélgica al archiduque Fernando Max, Laeken, 21 de diciembre de 1863, en Corti, p.221. 427 Ibidem, p.222. 428 Corti, pp.222-226. 144

Norteamérica –decía Klint, no sin clarividencia- podía entonces extenderse de repente más de lo conveniente, no reconocer ya ninguna frontera para su espíritu de conquista y, en un futuro cercano o lejano, producir un fatal efecto sobre Europa y sus instituciones.429

3.4 Diplomacia maximiliana A principios de 1864, muerto Comonfort en combate, los generales Doblado y Ortega le insinuaron al presidente Juárez que lo mejor era negociar con los adversarios, pero éste se rehusó. Pese a que varios jefes del gobierno juarista repudiaron la obstinación de don Benito y su permanencia en la presidencia, otros se mantuvieron fieles, como Porfirio Díaz, quien se convirtió en maestro de la guerrilla desde su escondite en Oaxaca.430 Bazaine encomendó el combate antiguerrillero al general Carlos Douay, un sanguinario veterano de Crimea quien se encargó de que la población fuera restándole su apoyo a Maximiliano incluso antes de que éste pisara suelo mexicano. Concha Lombardo dejó testimonio del enojo que le provocaban los castigos, “sin juicio y sin pruebas”, a los supuestos guerrilleros mexicanos;431 Francisco de Arrangoiz escribió: “Muchas páginas necesitaría para referir las vejaciones, las tropelías y los crímenes cometidos por las contraguerrillas.”432 Mientras huía a pedir auxilio en Estados Unidos, Juárez abrió un frente diplomático con Jesús Terán a quien despachó a Europa con la encomienda de convencer a los europeos de la justicia de su causa, y a Maximiliano de que no aceptara la corona.433 Terán inició su misión en España donde habló con Prim, quien intercedió a través del Ministro austriaco en Madrid para que el archiduque lo recibiera. Quizá Maximiliano pensó que Terán era portador del apoyo de Juárez, pero no fue así, y como el archiduque asumía que el voto mayoritario de los mexicanos le favorecía, rechazó el consejo de Terán. Las gestiones de Prim y las acciones de Terán no pasaron desapercibidas para los conservadores mexicanos, quienes probablemente sospecharon que 429

Citado en ibídem, p.223. Salvador Quevedo y Zubieta, El caudillo: continuación de Porfirio Díaz, ensayo de psicología histórica, septiembre 1865 - noviembre 1876, México, Librería de la Vda. De C. Bouret, 1909. 431 Lombardo de Miramón, p.460 432 Francisco de Paula de Arrangoiz, México desde 1808 hasta 1867, Prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, p.584. 433 La misión confidencial de don Jesús Terán en Europa, 1863-1866, Prólogo de Gabriel Saldivar, México, SRE, 1943, passim. 430

145

el archiduque sí habría pactado con el emisario juarista. Ello explica en parte por qué reapareció en Veracruz Santa Anna, alentado por Gutiérrez de Estrada y financiado por los sacerdotes Miranda y Labastida;434 se pensaba que él podía equilibrar un presunto bandazo del monarca “liberal”. El caudillo publicó un manifiesto en el que atribuía su retorno al “sagrado deber” de patriota435 y no informó de su arribo a Bazaine sino a Almonte; pero más tardó en desembarcar que en ser expulsado del país por el propio Bazaine. Desde su exilio en St. Thomas vigiló el desarrollo de los acontecimientos mientras rumiaba su amargura; también criticó la ingenuidad de los conservadores al haber creído que Francia era aliada cuando sus propósitos eran de conquista.436 Para Bazaine, México era ya un país pacificado y listo para convertirse en potencia. No escatimaba elogios para la obra de Francia; a Maximiliano le correspondería completar el Designio, y para ello Napoleón III conferenció con él el día cinco de marzo. Acordaron la permanencia en México de ocho mil soldados de la legión extranjera con un sueldo de mil francos cada uno, más una indemnización millonaria a todos los “expedicionarios”. Así mismo, el Imperio Mexicano se comprometería a satisfacer las reclamaciones de los ciudadanos franceses afectados antes y después de la intervención.437 Maximiliano también contrajo un préstamo atado para gastos de coronación e instalación. Da la impresión, después de conocer los términos que enumera Arrangoiz,438 de que el archiduque aceptó la parte financiera a ojos cerrados, pues aquel no parecía un tratado entre países aliados sino más bien la imposición de un vencedor a un vencido. El propio Arrangoiz culpa a Maximiliano de obrar contra el programa de su partido, el Conservador, y de tomar “resoluciones contrarias a la opinión del país, en las cuestiones más graves y trascendentales.”439 Así informó Terán a Juárez sobre el suceso: “Este tratado confirma la opinión que he dado a usted sobre el Archiduque, a saber, que es lo que

434

Agustín Yáñez, Santa Anna: espectro de una sociedad. México, FCE, 1993, pp.266-268. Ibidem, p.271. 436 Ibidem, p.274-278. 437 Véase el contenido en De la Torre Villar, et.al., pp.322-325. 438 Arrangoiz, pp.580-581. 439 Ibidem, p.582. 435

146

llamamos una calabaza”.440 Maximiliano, pese a todo, rehusó la explotación francesa de las minas en Sonora, proyecto que el estadounidense William M. Gwin le había propuesto a Napoleón y que coincidía con el de Dommartin citado anteriormente. Ya Gutiérrez de Estrada le había advertido al archiduque sobre las tácticas expansionistas de Estados Unidos, de manera que podría suponerse que él también comenzó a contagiarse del síndrome del intervencionismo. En un comunicado a Gutiérrez, Maximiliano sentenció: “Ellos [los estadounidenses] han sido siempre y siempre serán adversarios jurados de México, sea cual fuere su forma de gobierno”.441 El diez de abril del 64, en Miramar, Gutiérrez de nuevo pronunció un discurso que en resumidas cuentas ofrecía un imperio por la gracia de Dios. Maximiliano de Habsburgo aceptó convertirse en Maximiliano I por “elección” del pueblo mexicano y el día dieciocho embarcó en la fragata Novara rumbo a México, se levantó así el telón de un drama que comenzaba. Los pormenores de la travesía, el arribo a Veracruz, el tránsito de los carruajes a través de la geografía mexicana, las recepciones en Puebla y Ciudad de México, y en suma, la vida imperial en un lapso de tres años, ha sido motivo de ucronías que no contemplo en esta obra. De la información disponible, empero, no puede inferirse pretensión alguna por parte Maximiliano contra la soberanía mexicana, al contrario, todo indica que el monarca estaba convencido de que su misión era construir una utopía; de México habría de emerger una sociedad nueva, ejemplar, una en la que los indígenas recibirían justicia después de siglos de explotación y donde la amalgama de razas y tendencias políticas cristalizaría en un nuevo pacto social. Según el conde Corti, todo en él era optimismo: “Pocos hombres – escribió- han estado nunca animados de tan buena voluntad para hacer lo mejor como el joven emperador durante su viaje al lejano país que quería gobernar”.442 Él, un Habsburgo, tenía que restañar la grandeza del Imperio de Moctezuma, aquel cuyo penacho seguramente contempló en Viena. Carlota estaba tan entusiasmada que le había escrito a su abuela: “la cosa es difícil, 440

La misión confidencial, p.18. Citado en Hanna, p.145. 442 Corti, p.269. 441

147

mas no imposible, sobre todo para Max. Para cualquier otro habría sido una locura intentarlo”.443 Por fin, el doce de mayo, la Novara llegó a Veracruz. Si admitimos la genial figuración de los sueños maximiliánicos que hacen Fernando del Paso y otros autores,444 el monarca creía en “América para los americanos”, queriendo decir, no para los norteamericanos como el monroísmo, ni para los criollos como quizá supuso Alamán, ni para la estirpe latina al modo de Napoleón III; tampoco era el sueño de Bolívar. Al parecer creía que con una nación de americanos auténticos, es decir, de benitosjuarez poblando el continente, se romperían las determinantes raciales y él emergería como un reivindicador, por eso estaba convencido de que se entendería con Juárez. Su política fue tan híbrida que a los franceses les debió parecer demasiado nacionalista; a los conservadores, demasiado liberal e indigenista, y a los liberales demasiado intervencionista. Aunque hizo lo posible por verse mexicano, tal vez para ganarse a don Benito, lo cierto es que para éste el emperador fue siempre un extranjero usurpador. La obsesión llevó a Maximiliano a cometer errores, como rehusarse a formar un ejército para no transmitirle a Juárez un mensaje belicoso, o el deshacerse de sus mejores generales: a Márquez lo mandó a Estambul, y a Miramón –tan devoto de Bismarck- lo mandó a Prusia. Al llegar el año de 1865, el mexicanísimo Maximiliano contaba sólo con las fuerzas francesas para defender su imperio. Escribió a su amigo De Pont que “si pudiera trasladarme ahora a Miramar y viniese de nuevo la comisión mexicana, después de todas las experiencias que he hecho, no titubearía, no pondría ninguna condición, sino que aceptaría con un vivo y alegre ‘sí’”. Pero aclaraba: “Como Cuauhtemoctzin, tampoco yo yazgo en rosas, hay algunas espinas”.445 A otro de sus amigos, el conde Hadik, también le escribió: “La vida en México vale la pena de luchar. Por lo menos en este continente el trabajo produce algo que no conocía en Europa: el agradecimiento”446. 443

Carlota a María Amelia, Miramar, 31 de enero de 1864, en Konrad Ratz, Correspondencia inédita entre Maximiliano y Carlota, México, FCE, 2003, p.31. 444 Fernando del Paso, Noticias del imperio, México, Diana, 1987. Daniel Meyran, dir., Maximilien et le Mexique, 1864-1867: histoire et littérature de l’Empire aux Nouvelles de l’Empire, Prólogo de Fernando del Paso, Perpinan, Francia, Université de Perpignan, 1992. 445 Citado en Corti, p.370. 446 Citado en ibidem, p.403. 148

Cómo golpean estas palabras cuando se leen ex post facto. Desde la instrucción básica a los niños en México se les enseña a venerar a Juárez y a profesar odio por Maximiliano; éste es caricaturizado como un intruso, tan retrógrada como los conservadores que lo trajeron a gobernar en un país que por fortuna contó con un patriota luminoso, el Benemérito de las Américas, Benito Juárez. Qué lejos se encuentran estas apreciaciones de la verdadera disposición del emperador austro-mexicano, y qué lejos están de la gratitud. El lado romántico en él era más fuerte que la realidad de su momento; su discurso lo prueba: Mi corazón, mi alma, mi trabajo, todos mis leales esfuerzos son para ustedes y para nuestra querida patria. Ningún poder en el mundo podrá desviarme del cumplimiento de mi misión; toda mi sangre es ahora mexicana y si Dios permitiese que nuevos peligros amenazasen a nuestra querida patria, me veréis luchar en vuestras líneas por vuestra independencia e integridad. Puedo morir, pero caeré al pie de nuestra gloriosa bandera, porque ningún poder humano podría obligarme a abandonar el puesto a que me ha llamado vuestra confianza.447

A medida que los unionistas se definían como los vencedores en la guerra de Estados Unidos, Napoleón III apresuró sus deseos de abandonar México. Su objetivo se fue centrando en contener a Prusia, más amenazante para la seguridad de Francia. Pero si los franceses se retiraban, abandonarían a su suerte al gobierno imperial; Maximiliano debía entonces activar una diplomacia que lo fortaleciera para enfrentar el peligro norteamericano. Acogió de esa forma los anhelos integracionistas en América y comenzó a verse a sí mismo como un Quetzalcóatl renacido que conduciría a las naciones indígenas hacia el progreso; no debió ser casual que eligiera como su Canciller a Fernando Ramírez, antropólogo e indigenista. Creía poder restituir las latitudes que había ocupado el imperio de su antecesor, Iturbide, y hasta pensaba en reivindicar a Iturbide al designar a sus descendientes como herederos del trono. Obvia decir que no se trataba de planes siniestros, aunque sí idílicos.448

447

Citado en ibidem, p.371. Ref. en Arrangoiz, pp.759-760. Véase Arnold Blumberg, The Diplomacy of the Mexican Empire, 1863-1867, Malabar, Florida, Robert E. Krieger Publishing Co., 1987, passim. 448

149

Hubo más. El Habsburgo pensó en unir su imperio mediante lazos consanguíneos con el emperador de Brasil, y propuso para el caso que su hermano Ludwig Víctor se casara con la hija de Pedro II, mas no logró concretar nada en parte debido a las preferencias sexuales de Ludwig Víctor. El único que respondió más favorablemente al llamado integracionista de Maximiliano fue el dictador guatemalteco Rafael Carrera, aunque condicionó su apoyo a cambio del Soconusco.449 Otra idea consistió en convertir a Yucatán en centro gravitacional de una unión centroamericana. Quizá también en ese caso se impuso el mesianismo, aunque quizá también hubo otro trasfondo: el temor a que se reanudara el expansionismo estadounidense a costa de México. Maximiliano tendría que estar preparado para ceder territorios y evitar otra guerra; en su visión, el imperio mexicano sería la “potencia central del nuevo continente”, dejando el dominio del Norte a Estados Unidos y el Sur al imperio brasileño.450 Obvia decir que la geopolítica del emperador ya no empataba con aquello que los herederos del alamanismo concebían como el interés nacional, o sea, la defensa de la integridad territorial e incluso la recuperación de los territorios perdidos en el 48. ¿Un imperio de indios gobernado desde Yucatán? Más que absurdo debió parecerles ridículo sobre todo a la luz de la guerra de castas. Pese a todo, el seis de noviembre Maximiliano mandó a Carlota a Yucatán a que investigara las condiciones para realizar el sueño de una triple América. La receptividad a la idea entre los centroamericanos fue mayoritariamente negativa. La prensa salvadoreña protestó contra la supuesta invasión de Napoleón III a través de su “servidumbre disfrazada”,451 y la situación se llevó al extremo de una guerra entre Guatemala y El Salvador. El presidente de Honduras, José María Medina, recibió del enviado plenipotenciario de Maximiliano, conde Ollivier Resseguiér, el ofrecimiento de un título de nobleza a cambio de la anexión al imperio mexicano, pero lo rechazó.452 Nicaragua y Costa Rica se aprestaron a convocar a una resistencia colectiva contra la penetración francesa, después se sumaron Colombia y Perú. Fue en ese contexto que el Congreso colombiano declaró a Juárez 449

Ref. en Hanna, pp.160-161. Corti, pp.299-300. Corti, p.382. Vid. AHDGE, Exp.: L-E-1312 [Fols.: 1-402]. 451 De Cabarrús a Drouyn de Lhuys, 26 de abril de 1863, en Hanna, p.163. 452 De Rousseau a Seward, 16 de noviembre de 1866, en Hanna, p.163 450

150

“Benemérito de las Américas”, y que Corpancho, ofreció la creación de un ejército. Solamente el dictador ecuatoriano Gabriel García Moreno saludó a Maximiliano como el libertador de México y América del Sur.453 En vista del fracaso, Resseguiér regresó a Viena desde donde criticó la buenaventura del imperio. Coincidía con Terán, quien conversó con De Pont para que convenciera a su amigo Maximiliano de retirarse, ya que se estaba quedando sin el apoyo de la Iglesia, los conservadores, Napoleón III, sus allegados, y por supuesto los liberales.454 De Pont comunicó sus impresiones a Maximiliano en octubre, señaló que Terán le había parecido sensato y recomendó una salida: que el emperador declarase que había venido a traer la felicidad a los mexicanos y que no deseaba sacrificarlos en aras de su trono455.

4. SE INVIERTE LA TRAMA Con Juárez aferrado a la presidencia y Maximiliano empeñado en sacar adelante su imperio, la nación oscilaba entre dos obstinados. Esos dos enemigos en realidad tenían más en común de lo que se suele ver ya que ambos eran liberales, y de algún modo los dos representaban extravagancias para la sociedad mexicana. Más que un enfrentamiento entre dos regímenes, aquel puede verse como un enfrentamiento de dos solitarios sumidos en su propia terquedad, ya ninguno parecía dispuesto a claudicar porque creía que su causa era la verdadera causa de México. El largo proceso de búsqueda de un destino nacional que comenzó con el emperador Iturbide, continuó con los diversos ensayos de pintoresquismo autoritario de Santa Anna y culminó con Maximiliano, parecería concederle cierta razón a quienes, en concordancia con Lucas Alamán, han sostenido que la propensión monarquizante es inmanente al carácter nacional del mexicano. Si se conociera “la verídica y concienzuda historia del señor Alamán”, dice Arrangoiz,456 no se cometerían tantos errores. En 1867 se colocó el basamento de un sistema híbrido: de estructura republicana pero monárquico en la práctica. Dicho sistema se fue 453

Hanna, pp.164-165. Corti, pp.382-383. 455 Ibidem 456 Arrangoiz, p.9. 454

151

perfeccionando a lo largo de la siguiente centuria. El propio Juárez vislumbró su triunfo como el triunfo final de un emperador al presentarse como sucesor de Cuauhtémoc.457 Prácticamente toda la historia de México desde la caída de Tenochtitlán hasta el triunfo de la República, empezó a concebirse como un acto de piratería, de intervención en el curso natural del devenir mexicano que fue interrumpido por Hernán Cortés en nombre de un Habsburgo, al menos eso fue para los autores de México a través de los siglos (Rivapalacio, Vigil, etc.). De manera que para la historiografía hegemónica México empezó a ser México sólo con Juárez, y hasta parecía que las actitudes nacionales frente al extranjero, reflejadas en principios y políticas, hubieran sido sínobra del liberalismo juarista al que considero más como usurpador que como un generador de esa realidad.

4.1 Romero, promotor del intervencionismo Don Matías Romero suplió a Mata en Washington y por medio del cabildeo consiguió atraer para la causa liberal el favor de un sector de la opinión pública estadounidense. En abril de 1864, el congresista Henry Davis, a instancia de Romero, presentó una resolución que invocaba a la Doctrina Monroe y exigía la restauración del gobierno republicano en México. 458 La resolución fue aprobada por mayoría, pero se bloqueó en el Senado al considerarse que generaría conflicto con el gobierno francés. Romero pidió entonces al senador por California, James McDougall, que presentara en el Senado una resolución para exir la inmediata retirada de las tropas francesas destacadas en México.459 A cambio, Romero gestionó que 200 familias de colonos yanquis se asentaran en Baja California con el propósito de cultivar terrenos baldíos; el acuerdo al parecer se pactó entre la

457

Brian Hamnett, "Juárez: la verdadera significación de la presidencia controvertida", en Josefina Z. Vázquez, Juárez, p.22. 458 Shoonover, p.42. Topete, p.75. Bernstein se esfuerza por eximir a Romero de implicaciones con la Doctrina Monroe; lo cierto es que don Matías la invocaba como parte de su misión en esta etapa de su vida. Vid. Harry Bernstein, Matías Romero, 1837-1898, México, FCE, 1973, passim. 459 Shoonover, pp.43-47. 152

Compañía Colonizadora de Baja California, en la que McDougall tenía acciones, y el gobierno juarista representado por José María Iglesias.460 La iniciativa en el Senado no prosperó, en parte porque se temía que Napoleón III entrara a la guerra civil como aliado de los confederados. Pero hubo otras iniciativas que poco se conocen ya que dejarían mal parados a nuestros héroes, sobre todo a don Matías. La más importante implicó al periodista Francis Blair y a sus hijos, el general Francis Blair Jr., y Montgomery Blair, miembro del gabinete de Lincoln. El viejo Blair le había propuesto antes a Romero la cesión de la isla de Cozumel para poblarla con negros libertos al término de la guerra.461 En enero de 1865, Montgomery retomó el tema, sugiriendo que ante la inminencia de su derrota el presidente confederado Jefferson Davis podría encontrar una salida honrosa utilizando el remanente de sus fuerzas para lograr expulsión de los franceses de México y la devolución del poder a don Benito; a cambio, el gobierno juarista cedería algunos territorios a los Estados Unidos y otorgaría títulos de propiedad a los confederados para que contribuyeran a la prosperidad de México.462 Romero le informó a don Benito y éste, aunque parezca insólito, aceptó la expedición de soldados confederados con la condición de que llevaran sus propias armas y pertrechos. El día doce el viejo Blair se entrevistó con Davis en Richmond; le planteó que la expedición a México debía anteponerse a las diferencias entre ellos porque se trataba de una guerra de razas, si Napoleón III se imponía lograría “estructurar para la raza latina en todas nuestras regiones del Golfo la sede de una potencia bajo los auspicios de Francia”.463 Blair invitó a Davis a convertirse en caudillo de una iniciativa que favorecería la expansión de la raza anglosajona. No sólo se salvaría al terminar la guerra sino que se convertiría en prócer al librar a México de una potencia extranjera; además, contribuiría a “moldear” el norte de México a la forma y principios de Estados Unidos de manera que se añadiría “una nueva

460

González Navarro, Los extranjeros, pp.503-504. Ibidem, pp.17-18. 462 Ibidem, pp.51-52. Más detalle en Hanna, pp.179-188. 463 Hanna, supra 172. 461

153

constelación del Sur a su benévolo cielo”.464 Pero Davis no estuvo dispuesto a rendirse y el plan del viejo Blair se vino abajo. Otro plan se atribuye al general Lew Wallace quien pretendió convencer al gobierno de Texas de abandonar la lucha contra la Unión para enfilar sus fuerzas hacia la anexión de territorios al sur del Bravo; el general Tomás Mejía, al parecer, desde su cuartel en Tampico, frustró ese plan.

465

Ambas

conspiraciones, cuya autoría intelectual se atribuía al general Ulises Grant. se publicaron en Ciudad de México en el periódico francés L’ Ere Nouvelle. Se señalaba que las injerencias norteamericanas no serían peligro de no ser porque en el país “hay guerrillas en todas partes y la desconfianza se extiende por todo el imperio y paraliza sus esfuerzos”.466 El nueve de abril el general confederado Robert Lee capituló ante Grant, con lo que la guerra de Estados Unidos se dio por concluida. La noticia generó preocupación en México y en Francia, así como sorpresa causó el asesinato de Lincoln acaecido pocos días después. Se creía que una vez terminada la guerra miles de soldados yanquis se unirían a Juárez para combatir al imperio mexicano; Romero entonces abrió oficinas de reclutamiento en Washington y Nueva York bajo los auspicios de Grant.467 Oficiales, soldados y civiles del ejército derrotado en efecto cruzaron el Río Bravo. Algunos se alistaron en el ejército de Juárez y otros enfilaron a Ciudad de México a ofrecerle sus servicios a Maximiliano; el almirante confederado Matthew Maury, por ejemplo, propuso hacer de México una nueva “Virginia” y el emperador sin más lo nombró jefe del programa de colonización del imperio. Varios otros refugiados como Magrunder y los ex gobernadores de Missouri y Tennessee, Sterling Price e Isham Harris, respectivamente, recibieron tierras. Henry Allen, ex gobernador de Louisiana, fundó en México el periódico Mexican Times a través del cual quiso sembrar conciencia sobre las ambiciones de la Doctrina Monroe a la que calificó de “patraña inflada”.468 Su periódico sostuvo debates con el órgano francés L’ Ere Nouvelle, contrario a la 464

Ibidem Ibidem, p.185. 466 Citado en Ibidem 467 Ibidem, p.203. 468 Ibídem, p.197. 465

154

política migratoria de Maury por considerarla una invasión velada. La oleada de refugiados confederados provocó que la opinión pública mexicana viera en ellos a simples filibusteros, el síndrome del intervencionismo estaba presente. El Quai d’Orsay presionó luego para que Washington frenara la ola migratoria de sureños a México. El clero también advirtió sobre el peligro de que más protestantes confederados se infiltraran, y aun Maximiliano acabó por desconfiar de Maury hasta que lo destituyó. Esto le comunicó Maximiliano de manera confidencial al Ministro francés en México, Alphonse Dano, sobre los inmigrantes anglosajones: “Serán fieles una temporada, pero debo pensar en el porvenir, ¿qué sucederá cuando un grupo compacto anglo-sajón se haya establecido en la frontera? ¿Se enriquecerán y acatarán nuestras leyes o querrán la independencia?”469. Los juaristas seguían en lo suyo. Las bandas de guerrilleros juaristas se convirtieron en ejércitos que alguien estaba armando; el temor de que algún incidente fronterizo provocara la intervención estadounidense obligó a Bazaine a replegar sus tropas a Monterrey, lo que aprovechó el general Mariano Escobedo para mejorar su posición. Tomás Mejía en Tamaulipas se limitaba en lo posible a frenar a las guerrillas, aunque prácticamente todo el ejército imperial pasaba un mal rato. Romero sostuvo una conversación con el presidente Johnson el veinticuatro de abril del 65 en la que le expresó que tanto el gobierno como el pueblo de México estarían “encantados” (delighted) con que se aplicase la Doctrina Monroe. Unos días después, Grant le dijo que aunque estaba cansado de la guerra, “su mejor deseo es luchar en México contra los franceses, y que la Doctrina Monroe tiene que defenderse a cualquier precio”. Para el efecto, Grant mandó al general Philip Sheridan a posicionarse sobre el Río Bravo, quizá para provocar algún incidente con los franceses, pero con el retiro francés a Monterrey Sheridan tuvo mejores condiciones para aprovisionar a Escobedo.470 En otras palabras, don Matías Romero, aquel cuyo nombre distingue al Instituto en el que se forman los miembros del Servicio Exterior Mexicano, en 469

De Dano a Drouyn de Lhuys, 11 de junio de 1865, en Ibidem, p.192. Schoonover, pp.54-60. También Matías Romero, Textos escogidos, México, Conaculta, 1992, pp.71-75. Armando Fuentes Aguirre, La otra historia de México. Juárez y Maximiliano, la roca y el ensueño, México, Diana, pp.370-372. 470

155

estricto sentido favorecía la incursión de tropas estadounidenses en territorio mexicano. Deseaba también que Grant estuviera personalmente el mando del ejército intervencionista, pero ante a la negativa de éste se dedicó a buscar otra opción. Por fin encontró al general John Schofield quien estaba dispuesto a aceptar sólo si el presidente Johnson estaba de acuerdo. Bajo tal escenario se vuelve pertinente preguntase si Romero no se dejaba mover por los mismos impulsos que los conservadores cuando éstos acudieron a pedir el apoyo de Napoleón III. ¿Acaso hay diferencias entre su labor diplomática y la que realizaron Hidalgo y Gutiérrez de Estrada en Europa? Armando Fuentes Aguirre hace la siguiente observación: […] la historia oficial de México se escribió con pluma mojada en tinta norteamericana. La versión de nuestra historia es la que ha convenido a los intereses de quienes triunfaron en el gran debate entre liberales y conservadores. Triunfaron aquéllos con el apoyo de Estados Unidos, y por eso el relato historiográfico salido de los vencedores es antiespañol y proyanqui.471

El veintisiete de julio de 1865 Schofield discutió el plan con Johnson mientras Romero se entrevistaba con Seward. Don Matías apeló a la Doctrina Monroe y al deber moral de Estados Unidos hacia las repúblicas del continente, ofreció concederles tierras a los “combatientes”; juró a Seward que el grueso de la población mexicana respaldaba a Juárez, no a Maximiliano, y le aseguró que las heridas por la pérdida de los territorios en el pasado (el síndrome que nos ocupa en esta obra) estaban subsanadas y que en México se vería con buenos ojos la incursión de soldados yanquis. Seward tal vez no entendía por qué a los invasores estadounidenses se les habría de recibir mejor que a los franceses y se opuso al proyecto. Llamó a Schofield y le ofreció una misión que consistía en viajar a París a sentarse con el mismísimo Napoleón III a negociar la salida de las tropas francesas de México. Romero debió comprender que aquella era una maniobra de Seward porque informó. “Desgraciadamente el general Schofield desconoce el verdadero espíritu de Seward y está entusiasmado con la idea de ir a Francia en misión especial”.472

471 472

Fuentes Aguirre, p.190. De Romero a Lerdo de Tejada, 4 de agosto de 1865, citado en Hanna, p.207. 156

A Seward los esposos Hanna lo preconizan como un visionario que se daba cuenta de que la aventura de Napoleón III estaba condenada al fracaso, y que mediante una diplomacia calculada se propuso apoyar a Juárez aplicando el principio de no intervención para no restarle al mexicano la gloria que merecía. 473 Pero en realidad no le interesaba el destino de don Benito, le importaba más bien no entrar en conflicto con Francia y por eso se rehusó a que un comando del ejército de su país acudiera en auxilio de los republicanos mexicanos. “Seward no era amigo de nuestra causa”, escribió Romero.474 A finales de 1865 Napoleón III ya reconocía haber cometido errores con respecto a México: Primero, no previó que hubiera resistencia guerrillera. Segundo, consideraba que después de todo Maximiliano no había sido el candidato idóneo para la empresa. Y tercero, había apostado a que el sur de Estados Unidos se escindiría del norte y que Maximiliano tendría como vecino no a una poderosa nación, sino a una debilitada confederación. Me atrevo a agregar que tampoco estimó la persistencia de Juárez, a quien varios de sus opositores en Francia comenzaron a enaltecer. Seward comprendió los acontecimientos y hasta entonces rompió su letargo; entendió que el ascenso de Prusia como potencia obligaría a Napoleón III a concentrarse en Europa y empezó a demandar el retiro de las tropas napoleónicas en México. 475 Aunque fue visionario al configurar un proyecto pan-Pacífico en el que México apenas si aparecía, 476 y aunque sí existen pronunciamientos a favor del régimen republicano en México, no creo que sean elementos suficientes para sostener que fue él el mayor determinante del triunfo juarista, mérito que en todo caso merecería Grant.

4.2 Plagio final del alamanismo El quince de enero de 1866 Napoleón III escribió a Maximiliano: “Escribo a Vuestra Majestad no sin un penoso sentimiento, pues estoy obligado a dar a 473

Hanna, p.201. Schoonover, p.100. 475 Seward al ministro francés, Marqués de Montholón, 12 de febrero de 1866, en De la Torre Villar, et.al., pp.333-334. 476 Ernest N. Paolino, The Foundations of the American Empire. William Henry Seward and U.S. Foreign Policy, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1973, passim. 474

157

conocer a usted la decisión que he tenido que tomar en vista de todas las dificultades que me crea la cuestión mexicana”.477 La decisión referida consistía en “fijar definitivamente un término a la ocupación francesa”.478 Maximiliano atribuyó a las influencias de Hidalgo ese cambio de parecer y lo reemplazó por Almonte; el combatiente de Churubusco vivió desde entonces como cualquier parisino, desde ahí vio el derrumbe del edificio que él mismo ayudó a construir. También Francisco José abandonó a su hermano, quien en un arrebato nacionalista le había exigido la devolución las pertenencias del emperador Moctezuma,479 supongo que el penacho y los códices aztecas que se hallaban en la biblioteca del palacio real. Todo indica que la mexicanidad se había vuelto ya una especie de fiebre en Maximiliano, y no menos en Carlota. Resuelto el asunto de la retirada francesa, el Quai d’Orsay quiso asegurar el reconocimiento del imperio de Maximiliano en Washington. Los diplomáticos franceses plantearon el asunto ante Seward, pero éste invariablemente tenía un pretexto: “En América –decía- tenemos la costumbre de no ocuparnos nunca de dos asuntos a la vez. Por el momento sólo pensamos en restablecer la Unión y mantener la neutralidad frente a nuestros vecinos”.480 De Lhuys procuró que el Ministro estadounidense en París convenciera a su gobierno, e incluso trasladó al marqués de Montholon, hasta entonces Ministro en México, a Washington, para cabildear. A mediados de 1865 Maximiliano empezó a desestimar la labor de Montholon y consideró que lo mejor

era

cabildear

en

los

medios.

En

vista

de

la

“tendencia

predominantemente materialista” de los estadounidenses, escribió, “podría operarse un cambio total en la opinión de las masas, demostrándoles que sus intereses estaban identificados con los del Imperio mexicano”481 . Designó a Charles Loosey, cónsul de Austria en Nueva York, para que cabildeara a favor del reconocimiento en la opinión estadounidense. Para efectos de cabildeo Loosey creó dos empresas: una dedicada a promover al establecimiento de colonias industriosas en México, y otra como 477

Carta de napoleón III al emperador Moctezuma, París, 15 de enero de 1865, en Corti, p.409. Ibidem. 479 Ibidem, p.417. 480 De Geofrey a Drouyn de Lhuys, 27 de febrero de 1865, citado en Hanna, p.212. 481 Citado en Hanna, p.218. 478

158

banca remisora de capitales para los colonos. Entre los accionistas de una de las empresas aparecía Clarence Seward, sobrino del Secretario de Estado; quizá Loosey creyó que si el sobrino participaba en la empresa, el tío la secundaría. Cuando el proyecto llegó a don Matías éste publicó que la compañía era un engaño y se quejó con Grant, quien a su vez se quejó con Seward, quien llamó a su sobrino para quitarle toda esperanza de recibir su consentimiento, así que el proyecto de Loosey quedó abortado. A principios del 66, Napoleón III anunció en Francia que se preparaba ya el regreso de tropas. Maximiliano, sin embargo, se mostraba optimista. En sus cartas a Gutiérrez de Estrada le hablaba de los progresos que había hecho su gobierno y hasta lo invitó a dar fe de los mismos.482 En su respuesta Gutiérrez no sólo se rehusó a abandonar su vida en Italia sino que hasta reclamó la ingratitud del monarca hacia la Iglesia, la no abrogación de las reformas juaristas, y su política indigenista; le sugería también llamar a Santa Anna para conformar un ejército. 483 Maximiliano criticó en Gutiérrez, por irónico que parezca, su europeización, aunque compartía su punto de vista sobre la necesidad de formar un ejército más no con Santa Anna, a quien juzgaba de “polichinela político”.484 En mayo llegó Almonte a París, en un momento en que el conflicto franco-prusiano era inminente, sobre todo tras el fracaso de la cumbre entre Bismarck y Napoleón en Biarritz. La opinión parisina era contraria a tener tropas en México, circulaban noticias acerca de la crueldad de los militares franceses con los prisioneros juaristas y noticias que presagiaban un conflicto entre Francia y Estados Unidos. Almonte portaba un mensaje de Maximiliano en el que pedía la permanencia del ejército francés hasta que los mexicanos contaran con un ejército propio. Instaba a la negociación de un nuevo tratado franco-mexicano que recogiera los principios alamanistas de equidad y reciprocidad, y solicitaba más préstamos para el imperio. Almonte debía advertirle a Napoleón que “Su Majestad el emperador Maximiliano nunca abandonará su gran obra, sino que,

482

Corti, p.422 y 514. Ibidem, p.422. 484 Ibidem, p.425. 483

159

fiel a los deberes que se ha impuesto a favor de México, permanecerá como buen mexicano en el imperio y compartirá la suerte del mismo”; Todo indica que Maximiliano no cejaba en su afán de conformar un ejército ni perdía la esperanza de obtener el reconocimiento de Washington. Esa ilusión se la alimentaba Resseguier, quien aseguraba que el presidente Johnson había pasado la Doctrina Monroe a un segundo plano y que la popularidad de Seward se desvanecía porque era considerado como “el yanqui más carente de escrúpulos y traidor”485. Resseguier propuso la contratación de otro agente que cabildeara, un tal Graham quien debía contrarrestar a Romero y mantener a raya a Montholon, en quien Resseguier no confiaba: . El marqués de Montholon –escribió- continúa su dañosa y equívoca política, sigue profetizando la guerra como inevitable y parece haber hecho todo el daño que se puede hacer. Y aunque no se cansa de jactarse de ser el más adicto agente de Vuestra Majestad, demuestra tanta imprevisión, malicia y realiza tantos enredos profesionales que asombra a todo el mundo.486

Al tiempo que cumplía las órdenes de evacuación, las guerrillas juaristas intensificaban sus acciones y ocupaban las posiciones dejadas por los franceses. Bazaine y Dano percibieron el derrumbe inminente del imperio. En noviembre, Montholon telegrafió a Dano para avisarle que los señores L.D. Campbell y William Sherman se habían embarcado ya para hablar con Juárez y con instrucciones de “ayudar al establecimiento de un gobierno republicano”.487 Posteriormente Dano a su Ministerio: “La situación se vuelve tan intolerable que hay que salir de ella a toda costa”.488 Los informes de Dano notificaban acerca de contactos entre él y Campbell y Sherman, aunque no da pormenores; debemos suponer que se pactó la salida definitiva de Maximiliano y las tropas europeas. Pero para sorpresa de todos el monarca austro-mexicano decidió permanecer en México: “El emperador Maximiliano parece decidido a perpetuar la crisis en que ha sumido [sic] a México”, escribió el Ministro francés.489 Y prosigue diciendo que “en vista

485

Ibidem. p.438. Citado en Ibidem. 487 De Montholon, embajador de Francia en Estados Unidos, a Alphonse Dano, en Versión francesa, v.4, p.414. 488 De Alphonse Dano, 28 de noviembre de 1866, en Versión francesa, v.4, pp.431. 489 De Alphonse Dano, 10 de diciembre de 1866, en Ibídem, p.442. 486

160

del cambio que se ha operado, [Sherman y Campbell] han tenido que renunciar a ejecutar sus proyectos”.490 En efecto, dotado de bríos renovados Maximiliano mandó traer de Prusia a Miramón y a Márquez de Turquía; poco antes había enviado a Carlota a gestionar en persona lo que al parecer no podía arreglar Almonte en París. El nueve de septiembre, tras una fracasada conversación con Napoleón III y Eugenia, Carlota le escribió a su esposo una carta llena de expresiones tan motivadoras como ilusorias: Considero la cesación de la directa tutela [de Francia] como una gran suerte, tan grande que puede compensar la falta de ayuda material y de dinero. […] Sé de buena fuente que también los Estados Unidos te reconocerán en cuanto vean que eres el soberano independiente de México, pues la doctrina Monroe no se opone a los imperios. Tan pronto como el partido liberal de México vea que tú te quedas en el país se someterá a ti en bloque y entonces cesará todo motivo para que los Estados Unidos y Europa desconfíen de una monarquía fundada en la voluntad del pueblo. […] eres tú el defensor de la independencia y de la autonomía de todos los mexicanos, pues sólo tú reúnes en tu mano los tres colores de los partidos de que está formado el pueblo…491

En otra misiva fecha el mismo día, Carlota aconsejaba: “Carlos V mostró el camino. Tú lo has seguido. No lo lamentes. Dios está detrás de ti”.492 El dieciséis de septiembre, entre los muros del palacio de Miramar, Carlota celebró el día nacional de México, y para cerciorarse de que Dios estaría con ellos emprendió su última peregrinación a Roma para ver a Pío Nono. Ya no era una mujer cuerda. El día veintisiete conferenció con el Papa y éste le enumeró todos los pecados de Maximiliano. Él nada podía hacer. Al enterarse el emperador de la locura de Carlota debió sentirse perdido.493 Perdió también la tutela del heredero al trono, el nieto de Iturbide, pues su madre pidió la devolución del principito y partió a Estados Unidos.494 En septiembre recibió de nuevo correspondencia de Gutiérrez de Estrada quien aconsejaba apoyarse en el Partido Conservador, pero Maximiliano no encontraba en México conservadores, es decir, auténticos seguidores de la 490

Ibidem, p.446. Carlota a Maximiliano, Miramar, 9 de septiembre de 1866, Ratz, pp.326-328. Corti, pp.498499. 492 Carlota a Maximiliano, Miramar, 9 de septiembre de 1866, Ratz, p.326. Corti, p.495. 493 La escena la describe su médico personal. Samuel Basch, Recuerdos de México. Memorias del médico cirujano del Emperador Maximiliano (1866 a 1867), México, Editora Nacional, 1953, pp.36-38 494 Ibídem, p.41-42. 491

161

corriente neoclásica a la manera de Europa; “Aquí sólo hay reaccionarios y liberales –reviró Maximiliano- ni unos ni otros comprenden lo que es una monarquía, sólo la nueva generación lo comprenderá”.495 Maximiliano era tal vez la fusión de un romántico que creía en la creación de un mundo nuevo, con un neoclásico que amaba la heráldica. Su discurso durante la celebración del dieciséis de septiembre, el mismo día en que Carlota se envolvía en la bandera mexicana en Miramar, es un ejemplo de esta dualidad. Proclamó que un Habsburgo jamás abandonaría su puesto y sentenció: “Hasta la última gota de mi sangre es ahora mexicana; si en los decretos divinos estuviere determinado que amenacen nuevos peligros a nuestra amada patria, me veréis combatir en vuestras filas por su independencia y su integridad”.496 A pesar del contenido romántico de esas palabras, la versión igualmente romántica de la historiografía hegemónica en México, la de México a través de los siglos, aquella con la que se ha alimentado el patriotismo de varias generaciones de mexicanos a la vez que se mutila su conciencia crítica, estigmatiza a Maximiliano como usurpador obtuso y despreciable, equiparable quizá con Hernán Cortés, otro extranjero a quien se atribuye la destrucción de la grandeza indígena. Me parece cierto lo que dice Fuentes Aguirre: Una mentira he de señalar en principio: la historia oficial describió a Juárez como el más progresista liberal y a Maximiliano como un conservador ultrarreaccionario. Ésa es muy grande falsedad. Maximiliano era más liberal aún que Juárez. Se había nutrido en las ideas modernas de Europa; era un intelectual, un hombre culto que conocía las últimas corrientes del pensamiento político de su tiempo. […] Decir que Juárez representaba al progreso y Maximiliano a la reacción oscurantista del pasado, es otra de las invenciones de la historia burocrática. Maxilimiano era más progresista que Juárez. Tenía una visión más amplia del mundo y del curso de la Historia que la que el oaxaqueño podía tener. Si los liberales mexicanos hubiesen buscado realmente la implantación del ideal liberal en nuestro país, no sólo habrían aceptado el trono de Maximiliano: lo habrían apoyado. Los liberales, sin embargo, eran instrumento de una fuerza que nada tenía que ver con las ideologías: esa fuerza era la de Estados Unidos, que puso todos los medios a su alcance para destruir al Imperio que veía como indebida intromisión de Europa en aquella “América para los americanos” (o para los

495 496

Corti, p.513. Basch, p.205. 162

norteamericanos, como en verdad debe leerse el postulado de la Doctrina Monroe).497

No es propósito de esta obra relatar los pormenores que llevaron a la catástrofe del imperio maximilianista. El drama de la primavera de 1867 ha sido narrado por vencedores lo mismo que por vencidos. Después de combates y de un sitio contra la ciudad de Querétaro, las tropas imperiales no resistieron y cuando se hallaban próximas a evacuar en la madrugada del dieciséis de mayo, los comandos de Escobedo entraron al convento de La Cruz, refugio del emperador, y tomaron por asalto a casi todos los jefes imperiales. La escena aquella mañana del diecinueve de junio de 1867 debió ser terrible. El fusilamiento de Maximiliano dividió a la opinión pública, ¿fue justicia o venganza? Juárez ha sido exaltado por no doblegarse y por su lucha contra el intervencionismo. Su apotegma, “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, se presume como reflejo del nacionalismo anti intervencionista y piedra angular de la política exterior mexicana. Sin embargo, la sindéresis juarista no proviene del liberalismo sino del conservadurismo centrado en la figura de Lucas Alamán; si hemos de obrar con objetividad, fue el grupo político alamanista el verdadero intérprete del interés nacional entendido como una lucha contra el intervencionismo extranjero y como una búsqueda de respeto al derecho a autodeterminarse.

497

Fuentes Aguirre, pp.143-144. 163

ANEXO I CAMPAÑA MILITAR DE SANTA ANNA EN TEXAS En noviembre de 1835 Santa Anna se colocó al frente de tres mil hombres y entre vítores salió de la Ciudad de México hacia San Luis Potosí. En el camino fue sumando efectivos con rancheros a quienes reclutaba por la fuerza. Cruzó el semidesierto y arribó a Saltillo donde pasó el Año Nuevo. A finales de febrero llegó a Béjar donde lo esperaba el coronel Juan N. Almonte, quien había sido designado por Gómez Farías como emisario en Texas. Partieron juntos a El Álamo, una misión a medio construir en la que se apertrecharon cerca de 180 filibusteros texanos. La batalla de El Álamo duró diez días con el asalto final el seis de marzo del 36. Los anglosajones acribillados

han

merecido

la

inmortalidad

por

parte

de

la

idolatría

estadounidense, a los mexicanos que murieron defendiendo su soberanía, apenas se les recuerda.498 En otro punto de Texas llamado Washington-on-the-Brazos, mientras El Álamo era sitiado, un grupo allegado a Sam Houston celebraba el cumpleaños de este Tío Sam el día dos de marzo. Como parte del festejo se declaró la independencia bajo la justificación de que “Nuestro país [sic] ha sido invadido… [y] un numeroso ejército de mercenarios avanza para hacernos una guerra de exterminio”.499 [¡Salud!] Al cumpleañero se le invistió como jefe del ejército texano; David Burnett, quien había sido enviado por los sitiados de El Álamo en busca de 498

Carlos Sánchez Navarro, un soldado que acompañó a Almonte, escribió una elegía dedicada a los mexicanos caídos en El Álamo: Los cuerpos que aquí yacen, se animaron con almas que a los cielos se subieron a gozar de la gloria que ganaron con las proezas que en el mundo hicieron; el humano tributo aquí pagaron; al pagarlo la muerte no temieron, pues muerte por la patria recibida más que muerte es un paso a mejor vida. Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada de Relaciones Exteriores (AHDGE), Exp.: L-E-1229. 499 “Declaración de Independencia de Texas”, en Álvaro Matute, México en el siglo XIX. Antología de fuentes e interpretaciones históricas, Lecturas Universitarias 12, México, UNAM, p.403. 164

ayuda, aprovechó para quedarse al festejo y terminó convertido en Presidente de la nueva república, y para darle un aire de melting pot, al mexicano Lorenzo de Zavala se le designó Vicepresidente. Zavala había llegado procedente de Nueva York donde visitó a su amigo Poinsett y se dedicaba a la venta de terrenos en Texas, un negocio al que consideraba “no solamente inocente sino benéfico al país”.500 El quince de abril Santa Anna llegó a Harrisburg, capital del recién independizado gobierno texano, pero ya se había terminado la fiesta y Houston había huido a Galveston. Envanecido, el General mexicano decidió seguirlo hasta la confluencia del río San Jacinto y el arroyo del Búfalo, ahí ordenó descanso. Cuenta el propio Santa Anna en sus Memorias: “A las dos de la tarde del día 21 de abril de 1826 me había dormido a la sombra de un encino".501 En efecto, se durmió él y se durmió toda la tropa malcomida, desvelada y fatigada. El despertar fue cruel. Houston aprovechó las condiciones para lanzarse sobre el campamento y aprehender a Santa Anna. No hubo batalla sino masacre; murieron 400 mexicanos y sólo tres texanos.502 En menos de 60 minutos de sueño profundo, México perdió Texas. El Comandante en Jefe del Ejército y Presidente de México accedió a firmar el catorce de mayo los Tratados de Velasco mediante los cuales se comprometía a no retomar las armas contra el pueblo texano, a cesar las hostilidades, y a evacuar el territorio que ya no le pertenecería a México. Además, se indemnizaría a todo aquel cuya propiedad fuese dañada durante el retiro de las tropas, y se devolverían los esclavos bajo custodia de las tropas mexicanas a sus propietarios.503 En apartado secreto se comprometía además a comenzar las gestiones para reconocer la independencia de Texas, a fijar las fronteras y a concertar un pacto de amistad. 500

“Mis enemigos de México comentaron este paso, no solamente inocente sino benéfico al país, de una manera odiosa, diciendo que yo había vendido la parte de Texas a los Estados Unidos, y que me había enriquecido con aquella venta”. Lorenzo de Zavala, Viaje a Estados Unidos del Norte de América, México, Bibliófilos Mexicanos, 1963, pp.103-104. 501 Antonio López de Santa Anna, Mi historia militar y política, 1810-1874. Memorias, México, Lindero Ediciones-MVS Editorial, p.36. 502 Rafael F. Muñoz, Santa Anna. El dictador resplandeciente, México, FCE, Cultura SEP, 1984, pp.137. 503 Se ignora si Santa Anna devolvió a Emily, una fogosa negrita de la plantación Morgan, aparentemente espía de Houston, de quien el general se apropió en Harrisburg. http://www.suite101.com/content/the-yellow-rose-of-texas-a63809 165

Fue hasta que Houston asumió la Presidencia de Texas que Santa Anna quedó libre. Según Santa Anna, Houston le pidió de favor que antes de retornar a México pasara por los Estados Unidos a entrevistarse con Andrew Jackson, y dice que accedió sólo porque el Presidente estadounidense ardía en deseos de conocerlo, y que a pesar del invierno (noviembre de 1836) aceptó ese pedido, siempre y cuando lo acompañara Almonte quien fungiría como intérprete.504 Se refiere también al cúmulo de atenciones recibidas y a un ofrecimiento de indemnización por seis millones de pesos si México reconocía la independencia de Texas, mismo que él, como patriota respetuoso de las instituciones, cedería al Congreso de México. Podemos suponer que en la cumbre Santa Anna-Jackson se habló de gallos, ya que ambos personajes eran fanáticos de los gallos, e inclusive existen testimonios de que Thomas Adams, miembro de una prominente familia estadounidense, estableció la firma conocida como Chiclets Adams tras obtener de Santa Anna información sobre la planta del chicle (del náhuatl chictli) que crece en el sureste mexicano;505 sin embargo, al parecer no hay fuente que verifique lo que ahí se dijo. Almonte mismo no dejó relación de los hechos aunque se patentiza en él a partir de esa experiencia un creciente antiyanquismo que lo llevaría después a cambiarse al bando conservador.506 Después de casi un año de cautiverio Santa Anna desembarcó en Veracruz el 21 de febrero de 1837 en una corbeta que Jackson puso a su disposición. La situación en México era agitada. El gobierno central acababa de promulgar un conjunto de leyes (las llamadas Siete Leyes) que en la práctica abolían todos los decretos federalistas y liberales de Gómez Farías, dando pie a levantamientos que empujaron al país cada vez más hacia la anarquía. Don Antonio optó por esconderse en su hacienda de Manga del Clavo. A dos días de su arribo el Congreso lo destituyó como Presidente y designó por segunda ocasión a Anastasio Bustamante, con Luis Gonzaga Cuevas, de la escuela diplomática alamanista, como Ministro de Relaciones Exteriores.

504

Santa Anna, op.cit., p.37. Carlos Fuentes, Los cinco soles de México. Memoria de un milenio, México, Editorial Seix Barral, 2000, p.171. 506 César Campos Farfán, General Juan N. Almonte, insurgente, liberal y conservador. Ensayo biográfico, México, Ediciones Casa Natral de Morelos, 2001. 505

166

ANEXO II BATALLA DEL CINCO DE MAYO Charles de Lorençez, el general francés a cuyo mando estaban las tropas invasoras en 1862, alcanzó la cima de la vanidad cuando el 28 de abril venció a seis mil soldados del general Ignacio Zaragoza en las cumbres de Acultzingo con un ejército de mil 500 zuavos. Sus servicios de inteligencia lo mantenían informado acerca de la personalidad del general enemigo, descrito como un hombre “sin gran educación, de una inteligencia común, pero honesto, y no se ha dado a conocer jamás por actos de crueldad”. Dubois de Saligny recibió información similar: Zaragoza era un hombre de 35 años, valeroso, inteligente, modesto, reposado y con gran fuerza de voluntad. Años después, Manuel Payno realizó una semblanza más completa: Zaragoza, quien se hizo general sobre los campos de batalla ya que antes se dedicaba al comercio en la ciudad de Monterrey sin conocer la ciudad de México (había nacido en Texas). Lo animaba la más profunda fe en Jesucristo, y a Jesucristo se encomendó cuando las tropas de Lorençez se acercaron a la Puebla en la mañana del 5 de mayo. Con la ciudad a la vista, Almonte aconsejó a Lorençez que lo mejor era el asalto sorpresivo escalando los muros del Convento del Carmen; sin embargo el francés resolvió atacar de frente sobre los fuertes de Loreto y Guadalupe, se dio incluso el lujo de rechazar a diez mil soldados que le ofreció Leonardo Márquez. La embestida comenzó a las 9:00 A.M., y para el atardecer el ejército que se consideraba el mejor adiestrado del mundo había sido derrotado por el que se suponía el peor del mundo. Tras la derrota, Saligny describió a su compatriota como un imbécil; la petulancia de aquel hombre había hundido a su patria en pocas horas en la burla y el descrédito mundial. Según Zaragoza, su propósito era causar algunos estragos en el enemigo antes de que entrara a la capital para dar tiempo a que se preparase la defensa del país, pero la victoria fue una sorpresa hasta para el general

167

mexicano, quien escribió que la victoria “fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella pareciéndome que era un sueño”. Salió por la noche a revisar el campo de batalla y a conversar con los soldados. Entre los más fieros combatientes mexicanos destacaron los indígenas zacapoaxtlas, comandados por un joven coronel de extracción mixteca llamado Porfirio Díaz. Habían hecho paté foigrois con los soldados veteranos de las guerras de Crimea e Italia, y aquella victoria –la única de los mexicanos en una guerra internacional-- significó mucho para las efemérides nacionales. Algunos psicólogos sociales que han abordado el fenómeno de la guerra consideran que generalmente el triunfo de los “conjuntos David” sobre los “conjuntos Goliat” afianza los sentimientos de cohesión en aquéllos, y los libera de angustias y depresiones colectivas. Contienen asimismo un profundo significado religioso puesto que la celebración de la derrota sobre el más fuerte suele alcanzar niveles de mística nacional.507 Lorençez pagó cara su soberbia y la de los suyos. Por la mañana del día 6, su imagen estaba “completamente trastornada […] presa de un visible terror” compartido por la mayoría de sus tropas que abiertamente se negaron a repetir el ataque. Al mejor estilo de Santa Anna, arremetió contra terceros, en este caso Almonte y Saligny: “Estoy seguro que no será posible hacer nada en México con Almonte y M.S. [Monsieur de Saligny]”, notificó a su Ministro de Guerra, y ya podemos imaginar el semblante de Luis Napoleón al recibir la noticia. Según José Manuel Hidalgo, el emperador, meditabundo y sombrío, suspendió fiestas y cacerías. Su primera reacción fue enviar otros 25 mil soldados a México. A Hidalgo debemos la descripción de la corte francesa tras la derrota. Todo era tristeza. Napoleón III se quitaba y ponía el anillo de bodas como queriendo repudiar a su mujer por haberlo enfrascado en esa aventura y Eugenia, nerviosa pero dominada, le pidió a Hidalgo que se fuera a vivir con ellos algunos días. En todo París trascendió que los aguerridos zuavos, vencedores de Crimea y Lombardía, habían retrocedido frente a los indios mexicanos. Almonte llegó el 4 de marzo a México junto con Lorençez y sus tropas. Un buen número de oficiales empezaron a pasarse del lado de Almonte en 507

Fornari. 168

números cada vez mayores: Leonardo Márquez, Tomás Mejía, Félix Zuloaga, Miguel Negrete y Manuel Robles Pezuela, entre otros.

169

BIBLIOGRAFÍA Aguilar Rivera, José Antonio [2000]. El manto liberal. Los poderes de emergencia en México, 1821-1876. México. UNAM. Alamán, Lucas [1942]. Historia de México. 5v. México. Editorial Jus. Almonte, Juan N. [1835]. Noticia estadística sobre Tejas. s.e. Aramoni, Aniceto [1965]. Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo [México, tierra de hombres]. México. B. Costa-Amic. Archivo del General Paredes [1989]. La situación política, militar y económica de la República Mexicana al iniciarse su guerra con los Estados Unidos. Ed. Facsimilar. México. UNAM. Clásicos de la Economía Mexicana. Basave Fernández del Valle, Agustín [1989]. Vocación y estilo de México. Fundamentos de la mexicanidad. México. Limusa. Batalla de Churubusco el 20 de agosto de 1847 [1983]. México. DDF. Bergeron, Louis, Francois Furet y Reinhart Koselleck [1976, 1988]. La época de las revoluciones europeas, 1780-1848. Vol. 28, Historia Universal Siglo XXI 26. México. Siglo XXI. Bernniger, Dieter George [1974]. La inmigración en México, 1821-1857. Tr. Roberto Gómez Ciriza. Sep/Setentas 144. México. SEP. Blasio, José Luis [1956]. Maximiliano íntimo, el emperador Maximiliano y su corte; memoria de un secretario particular. México. Editora Nacional. Blázquez, Carmen. Miguel Lerdo de Tejada [1978]. Un liberal veracruzano en la política nacional. México. El Colegio de México. Bosch García, Carlos [1974]. Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos, 1819-1848. Archivo Histórico Diplomático 3; México: SRE. _____ [1983]. El menester político de Poinsett. Instituto de Investigaciones Históricas 13. México. UNAM. _____ [1986]. Problemas diplomáticos del México independiente. México. UNAM. Brading, David [1973, 1980]. Los orígenes del nacionalismo mexicano. Tr. Soledad Loaeza Grave. México. Era.

170

Baum, Dale [1977]. “Retórica y realidad en el México decimonónico; ensayo de interpretación de su historia política”. Historia Mexicana. Vol. 27, No. 1, julio-septiembre. Bulnes, Francisco [1904]. El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio. París. Vda. De C. Bouret. Bustamante, Carlos María de [1997]. El nuevo Bernal. Memorias de la guerra México-Estados Unidos. México. FCE. Calderón de la Barca, Madame [1981]. La vida en México durante una residencia de dos años en ese país. Tr. Felipe Teixidor. México. Porrúa. Cardoso, Ciro, coord. [1988]. México en el siglo XIX, 1821-1910. Historia económica y de la estructura social. México. Nueva Imagen. Castillo Guerra, Hernando [1999]. Diálogos en el Panteón Liberal de México. 2 vols. Nuevo Léon. UANL, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Corti, Egon Caesar Conte [1944, 2003]. Maximiliano y Carlota. Tr. Vicente Caridad. México. FCE. Cristi, Renato [1993]. Le libéralisme conservateur; trois essais sur Schmitt, Hayek et Hegel. Paris. Kimé. Cue Cánovas, Agustín [1970]. Juárez, los EE.UU. y Europa. El tratado Mc Lane-Ocampo. México. Grijalbo. Cuevas, Luis Gonzaga [1992]. El porvenir de México. México. CONACULTA. Díaz Díaz, Fernando [1972]. Caudillos y caciques. Antonio López de Santa Anna y Juan Álvarez. México. El Colegio de México. Díaz R., Fernando [1970]. La vida heroica del general Tomás Mejía. México. Editorial Jus. Díaz Zermeño, Héctor [2000]. La culminación de las traiciones de Santa Anna. México. Imagen. Espejo de discordias: la sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán [1984]. México. Cien de México, SEP. Estrada, Genaro [1928]. Don Juan Prim y su labor diplomática en México. México. Archivo Histórico Diplomático 25, SRE. Ferrer Muñoz, Manuel, coord. [2002]. La imagen del México decimonónico de los visitantes extranjeros: ¿un Estado-Nación o un mosaico plurinacional? México. UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas.

171

_____ [1995]. La formación de un Estado nacional en México. El Imperio y la República Federal: 1821-1835. México. UNAM. Filisola, Vicente [1952]. Memorias para la historia de la Guerra de Tejas. 2.v. México. Editora Nacional. Facsímil. Fornari, Franco [1972]. Psicoanálisis de la guerra. Tr. Leoncio Lara y Rosa Ma. Álvarez de Lara. México. Siglo XXI. Fuentes Aguirre, Armando [2006]. La otra historia de México. Juárez y Maximiliano, la roca y el ensueño. México. Diana. Fuentes Mares, José [1983]. Biografía de una nación. De Cortés a López Portillo. México. Océano. _____ [1975]. Miramón, el hombre. México. Joaquín Mortiz, Contrapuntos. García Cantú, Gastón [1991]. Idea de México; la derecha. V.5; México. FCE, Conaculta,. _____ [1971, 1980]. Las invasiones norteamericanas en México. México. Era. _____ [1965]. El pensamiento de la reacción mexicana: historia documental, 1810-1962. México. Empresas Editoriales. García, Genaro y Carlos Pereyra, comps. [1905-1907]. Correspondencia secreta de los principales intervencionistas mexicanos. 3v; México. Librería de la Vda. De Ch. Bouret. González y González, Luis [1989]. Todo es historia. México. Cal y arena. González Navarro, Moisés [1977]. Anatomía del poder en México, 1848-1853. México. El Colegio de México. _____ [1993]. Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-1970. 3v. México. El Colegio de México. _____ [1952]. El pensamiento político de Lucas Alamán. México. El Colegio de México. González Pedrero, Enrique [1993, 2003]. País de un solo hombre: el México de Santa Anna. 2v. México. FCE. González Pineda, Francisco [1959, 1985]. El mexicano, su dinámica psicosocial. México. Editorial Pax. Gurza Lavalle, Gerardo [2001]. Una vecindad efímera: Los Estados Confederados de América y su política exterior hacia México 1861-1865. Instituto Mora. Conacyt, SEP.

172

Hale, Charles A. [1968, 1977]. El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853. México. Siglo XXI. _____ [1990]. "La guerra con Estados Unidos y la crisis del pensamiento mexicano", Secuencia. V.16, enero-mayo. Hanna, Alfred Jackson y Kathryn Abby Hanna [1973]. Napoleón III y México. Tr. Ernestina de Champourcin. México. FCE. Herrera Canales, Inés [1977]. El comercio exterior de México, 1821-1875. México. El Colegio de México. Hobsbawm, Eric [1975, 1998]. La era del capital, 1848-1875. Tr. A. García Fluixá y Carlo A. Caranci. Barcelona. Crítica, Grijalbo Mandadori. Horsman, Reginald [1985]. La raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano. Tr. Juan José Utrilla. México. FCE. Islas García, Luis [1957]. Miramón. Caballero del infortunio. 2 ed. México. Editorial Jus. Iturbide, Agustín de [2001]. Manifiesto al mundo o sean apuntes para la historia. México. Fideicomiso Teixidor. Iturriaga, José E. [1988]. México en el Congreso de Estados Unidos. México. SRE, FCE. Jáuregui, Luis y José Antonio Serrano Ortega, coords. [1998]. Historia y nación. Política y diplomacia en el siglo XIX mexicano. V.2. México. El Colegio de México. Kissinger, Henry [1994]. Diplomacy. Nueva York: Simon & Schuster, 1994. Kolonitz, Paula [1984]. Un viaje a México en 1864. Lecturas mexicanas 41. México: FCE. Krauze, Enrique [1994]. Siglo de caudillos. Biografía política de México, 18101910. Barcelona. Tusquets. Labastida, Horacio [1988]. Documentos para independiente, 1823-1877. México. Porrúa.

la

historia

del

México

Lipset, Seymour Martin y Earl Raab [1981]. La política de la sinrazón. El extremismo de derecha en los Estados Unidos, 1790-1977. México. FCE. Lombardo de Miramón, Concepción [1997]. Memorias de una primera dama. México. Grijalbo.

173

López y Rivas, Gilberto [1976]. La guerra del 47 y la resistencia popular a la ocupación. México. Nuestro Tiempo. Matute, Alvaro [1993]. México en el siglo XIX. Antología de fuentes e interpretaciones históricas. México. UNAM. México a través de los informes presidenciales [1976]. México. Secretaría de la Presidencia. Mier, Servando Teresa de [1977]. Biografía, discursos y cartas. Edición conmemorativa. Monterrey. UANL. Molina, Mauricio, selecc. [1988]. Crónica de Tejas. Diario de viaje de la Comisión de Límites. México. Gobierno de Tamaulipas. Moyano Pahissa, Angela [1985]. México y Estados Unidos: orígenes de una relación 1819-1861. México. SEP. _____ [1991]. La pérdida de Tejas. México. Planeta. Muñoz, Laura [2001]. Geopolítica, seguridad nacional y política exterior: México y el Caribe en el siglo XIX. México. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Muñoz, Rafael F [1984]. Santa Anna. El dictador resplandeciente. México. FCE, Cultura SEP. Noriega, Alfonso [1972]. El pensamiento conservador y el conservadurismo mexicano. 2v. México. UNAM. O'Gorman, Edmundo, Prólogo [1945]. Fray Servando Teresa de Mier. México. UNAM. _____ [1977]. México, el trauma de su historia. México. UNAM. Ortega y Medina, Juan A. [1989]. Destino Manifiesto: sus razones históricas y su raíz teológica. México. Conaculta, Alianza Editorial. Ortíz de Ayala, Tadeo [1996]. México considerado como nación independiente y libre, o sea algunas indicaciones sobre los deberes más esenciales de los mexicanos. México. Conaculta. Olvida, Jaime [1990]. Cartas a Gómez Farías. México. INAH. Pani, Erika [2001]. Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas. México. El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Paso, Fernando del [1991]. Noticias del imperio. 2 ed. México. Diana.

174

Pascal Gargiulo, Jean Gabrielle [1992]. Lucas Alamán, Mexican conservatism and the United States; a history of attitudes and policy, 1823-1853. Nueva York. Fordham University. Obra doctoral. Paz, Octavio [1987]. México en la obra de Octavio Paz. V.1. México. FCE. Quevedo y Zubieta, Salvador [1909]. El caudillo: continuación de Porfirio Díaz, ensayo de psicología histórica, septiembre 1865-noviembre 1876. México. Librería de la Vda. De C. Bouret. Reyes Heróles, Jesús [1982]. El liberalismo en México. 3v. México. FCE. _____ [1985]. El liberalismo mexicano en pocas páginas, caracterización y vigencia. México. FCE, Cultura SEP. _____ [1967]. Mariano Otero. Obras. 2v. México. Porrúa. Riding, Alan [2001]. Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos. México. Joaquín Mórtiz, Planeta. Rivera y Cambas, Manuel [1988]. Historia de la intervención europea y norteamericana en México y del Imperio de Maximiliano de Habsburgo. 3v. México. INEHRM. Rives, George Lockhart [1913]. The United States and Mexico, 1821-1848. 2v. Nueva York. Charles Scribner's Sons. Roeder, Ralph [1984]. Juárez y su México. México. FCE. Rojas Garcidueñas, José [1964]. Don Bernardo Couto. Jurista, diplomático y escritor. México. Universidad Veracruzana, Cuadernos de Filosofía, Letras y Ciencias 24. Ruiz, Ramón Eduardo, ed. [1963]. The Mexican War. Was it Manifest Destiny? Nueva York. Holt, Rinehart and Winston. Salado Álvarez, Victoriano [1968]. Poinsett y algunos de sus discípulos. México. Jus. Saldivar, Gabriel [1974]. La misión confidencial de Jesús Terán en Europa. México. SRE. Sánchez Andrés, Agustín, Rosario Rodríguez Díaz, Fernando Alanís Enciso y Enrique Camacho Navarro, coords. [2004]. Artífices y operadores de la diplomacia mexicana, siglos XIX y XX. México, Porrúa, UMSNH, CSL, CCyDEL, UNAM. Sano, Yoshikazu [1998]. Vida en México de trece naúfragos japoneses, 1842. México. Artes Gráficas Panorama. Sartorius, Carl Christian [1990]. México hacia 1850. México. Conaculta. 175

Schlesinger, Jr., Arthur M. [1945]. The age of Jackson. Boston. Little, Brown and Co. Schroeder, Paul W. [1986]. “The 19th-Century International System: Changes in the Structure”, World Politics. V. 39, n. 1, octubre. Sierra, Justo, José María Gutiérrez Estrada y Mariano Otero. 1840-1850 [1981]. Documentos de la época. México. SRA, CEHAM. Sobarzo, Alejandro [1990, 1996]. Deber y conciencia. Nicolás Trist, el negociador norteamericano en la Guerra del 47. México. FCE. Solana y Gutiérrez, Mateo [1968]. Psicología de Juárez. El complejo y el mito: el alma mágica. México. Costa-Amic. Solares Robles, Laura [1999]. La obra política de Manuel Gómez Pedraza, 1813-1851. México. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Instituto Matías Romero-Acervo Histórico Diplomático de la SRE. Sordo Cedeño, Reynaldo [1993]. El Congreso en la primera república centralista. México. El Colegio de México, ITAM. Suárez Argüello, Ana Rosa y Marcela Terrazas Basante, coord. [1997]. Política y negocios. Ensayos sobre la relación entre México y los Estados en el siglo XIX. México. UNAM, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora. Tocqueville, Alexis de [1957]. La democracia en América. Tr. Luis R. Cuellar. México. FCE. Toledo y J., Domingo P. de [1939]. México en la obra de Marx y Engels. México. FCE. Tórres, Luis Reed [1989]. El general Tomás Mejía frente a la Doctrina Monroe. México. Porrúa. Trejo, Evelia [2001]. Los límites de un discurso: Lorenzo de Zavala, su "Ensayo histórico" y la cuestión religiosa en México. México. UNAM, INAH, FCE.

Valadés, José C [1987]. Alamán: Estadista e historiador. México. UNAM. Vázquez, Josefina Zoraida, et.al. [1976]. Historia general de México. 4v. México. El Colegio de México. _____ [1977]. Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47. México. Ateneo. _____ y Lorenzo Meyer [1982]. México frente a Estados Unidos, un ensayo histórico, 1776-1993. México. FCE. 176

_____. et.al. [1990]. México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores. V. 1-2. México. Senado de la República. Velasco Márquez, Jesús [1975]. La guerra del 47 y la opinión pública, 18451848. México. SEP, Sep/ Setentas 196. Villegas Revueltas, Silvestre [1997]. El liberalismo moderado en México, 18521864. México. UNAM. Ward, Henry.G. [1985, 1995]. México en 1827. Tr. Ricardo Haas. México. SEP, FCE. Webster, C.K. Britain and the Independence of Latin America, 1812-1830. Select Documents from the Foreign Office Archives, v.1, Londres, The Iberoamerican Institute of Great Britian, Oxford University Press, 1938, Yáñez, Agustín [1993]. Santa Anna: espectro de una sociedad. México. FCE. Zavala, Lorenzo de [1981. Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830. 2 v. México. SRA, CEHAM.

177

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.