El instinto depredador. Lógica predatoria y formas de la violencia

July 23, 2017 | Autor: Ariel Gómez Ponce | Categoría: Cultural Semiotics, Ecosemiotics, Television series, Predators
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Descripción

LA INVESTIGACIÓN EN POSGRADO DIÁLOGOS EN TORNO A LOS PROCESOS DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES, HUMANIDADES Y ARTES. II JORNADAS DE ESTUDIANTES Y TESISTAS

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Autoridades de la Universidad Nacional de Córdoba Rector: Dr. Francisco Tamarit Vice-rectora: Dra. Silvia Barei Directora del CEA: Alicia M. Servetto

Compilación: Fernando Peplo Erika Decándido Juan Reynares Katherine Salamanca Agudelo Facundo Boccardi Paula Morales Marcos Luna Matilde Ambort

Diagramación: Víctor H. Guzmán Cuidado de estilo: Mariú Biain

ISBN: 978-987-1751-26-6

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EL INSTINTO DEPREDADOR. LÓGICA PREDATORIA Y FORMAS DE LA VIOLENCIA

Ariel Gómez Ponce Doctorado en Semiótica [email protected]

A lo largo de la historia, la pregunta por lo humano y sus límites ha llevado a las ciencias a cuestionarse si podemos pensarnos como parte del mundo animal y qué lógicas nos acercan y diferencian de otros seres vivos. Una posible respuesta a estos cuestionamientos se ha buscado en la consideración del hombre como un depredador, noción que pertenece al campo de la Ecología y está asociada a determinados comportamientos humanos desde los comienzos culturales que la Biología, la Etología y la Antropología han intentado fundamentar (Fromm, 1970). No obstante, más allá de los planteos científicos, podemos reconocer esta idea del depredador como motivo recurrente en el imaginario cultural a través de diversas representaciones que plasman con este devenir-animal modos agonísticos del comportamiento humano, lo que ha permitido que ciertas formas de violencia se asocien a un “mundo salvaje”. Este trabajo expone los primeros avances teóricos en torno a la discusión teórica acerca de la tensión hombre / animal a partir de la categoría de depredación. A la luz de la Semiótica de la Cultura y de la Ecosemiótica, la pregunta por el devenirdepredador puede plantearse desde un nuevo sistema de relaciones teóricas que, al considerar prácticas culturales y formas de comportamiento, explicaría cómo el hombre se representa a sí mismo en sus configuraciones animalizadas y cómo los sujetos-otros se producen y transforman discursivamente. El espacio teórico en el cual nos ubicamos supone un campo incipiente que se encuentra abocado al diseño de un cruce de la Semiótica clásica y las Ciencias Naturales. La Ecosemiótica se encuentra en un proceso de formación teórica que viene desarrollándose a partir -74-

de la propuesta de Winfried Nöth (2013): un pensamiento complejo que tiene como punto de partida la constitución biológica, cuyo objetivo es el estudio de las relaciones semióticas entre la Cultura y la Naturaleza: las formas de comunicarnos con el mundo natural, el contexto de valoración de este espacio y el carácter sígnico de la relación de los seres en el medio ambiente. Según Kalevi Kull (1998), la Ecosemiótica es parte de la Semiótica de la Cultura ya que la forma según la cual el hombre

interpreta

la

naturaleza

está

siempre

atravesada

por

modelos

sociohistóricos, es decir, un proceso de culturización del espacio natural y de los elementos e individuos que habitan en él. Mediante una perspectiva ecosemiótica, resulta posible conectar y traducir diferentes tipos de sistemas semióticos en la relación mundo natural / mundo cultural. Por esta razón, este marco teórico se vuelve eficaz a la hora de estudiar en los textos de la Cultura un modo de entender el mundo que oscila en el “campo semántico bipolar” del dominio Cultura/Naturaleza (Lotman, 1996). En esta lógica, Thomas Sebeok ha entendido que la semiosis es la “capacidad de una especie para producir y comprender tipos específicos de modelos que se requieren para procesar y codificar a su manera input perceptual” (Sebeok y Danesi, 2000: 5)1. Es esta existencia de la semiosis la que les permite a los individuos modelizar el entorno en el que habitan de diferentes formas dado que todos los seres vivos serían capaces de generar modelos de mundo. Sebeok (2001) afirmará que coexisten una producción sígnica zoosemiótica (lo no-verbal: cuerpo, emociones y comportamientos) que comparten todos los organismos, y otra antroposemiótica (verbal) que sólo posee el hombre, quien es capaz de servirse de ambos modos, simultáneamente o por turnos. Así, acceder al ambiente y modelarlo, interrelacionarse con otros organismos (humanos o no) e ideologizar la Naturaleza puede lograrse entonces a través de una expresividad no-verbal, corporal o

1

La traducción es nuestra. -75-

etológica, dado que la primera forma de conocer el mundo es netamente biológica y la realizamos a través del organismo y, en segundo lugar, a través del lenguaje2. Estos postulados nos permiten entender al comportamiento de las especie como productor de semiosis ya que es el resultado de una interacción con los restantes seres y con el mismo entorno natural. Desde la Semiótica de la Cultura, Iuri Lotman (1999) ha entendido que las formas de comportamiento más básicas son conductas convencionales que se repiten en todas las especies y sostienen la conservación

de

experiencias

adecuadas

para

la

supervivencia.

Así,

comportamientos como la reproducción y la alimentación conllevan un “éxito” cuya incorporación a la memoria colectiva de los individuos del grupo garantiza su permanencia en el mundo. Son, según Lotman, comportamientos programados (una Animalidad) que se rigen por la ley de la iteración y cuyo carácter es ritualizado: un sistema complejo de poses y gestos que, en los animales superiores, se corresponde con la memoria biológica. El hombre, aunque poseedor de un comportamiento imprevisible (que rompe lo cíclico y tiende a la creación de gestos nuevos), es un ser asimétrico y de doble naturaleza que se debate entre ambos modos. No obstante, dado que su comportamiento es “políglota”, el hombre no estaría totalmente sometido a este proceder programado, ya que podría suprimirlo o hacerlo más o menos dinámico. En nuestra investigación, sostenemos que el hombre se ha servido de este basamento no-verbal (sistema complejo de poses o comportamiento programada, para Lotman) para la construcción de personajes que metaforizan los bordes de lo humano/animal: sujetos liminares que responden a un modo de apropiación del mundo natural a través del cual pueden pensarse formas de la violencia humana en clave animal. El comportamiento animal es apropiado (traducido, traspuesto) en prácticas que el hombre representa en diversas textualidades. El depredador, en Thomas Sebeok viene a discutir la noción de modelización primaria propuesta por la Escuela de Tartu, principalmente por su teórico central, Iuri Lotman. A diferencia de la propuesta lotmaniana, Sebeok entenderá que la primera forma de acceder al mundo no es mediante los lenguajes naturales (inglés, español, ruso, etc.), sino a través de lo biológico. En segundo lugar, nos encontraríamos con las lenguas y, luego, con las formas de arte. Cfr. Sebeok, 2001, Signs, anintroduction.

2

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este sentido, semiotiza aspectos de la etología de los seres rapaces para vincularlos a fenómenos culturales donde la violencia se entiende como formas de la animalidad. Desde su comprensión biológica y ecológica hacia un funcionamiento cultural, el depredador como categoría cultural daría cuenta de un proceso de sofisticación (un modelo metafórico de culturización de lo natural, diría Nöth, 2013): nos referimos a una operación cultural en la que se recurre a la metáfora como tropo para referir a modos de relación con el Otro, según circunstancias sociales e históricas. De este modo, se apropian complejamente comportamientos propios del proceder predatorio (artimañas, agrupamientos, mímesis, camuflajes, etc.) a través de una trasposición que realiza la cultura de estas formas etológicas: un sistema comportamental que puede ser determinado bajo el funcionamiento de un programa, aquello que Albert Scheflen (1982) ha entendido como la estructura de las conductas significantes que se presenta a la manera de un perfil que diseña un mapa de relaciones entre los sujetos, su contexto y su propia constitución. Con el fin de sondear algunas proyecciones de este panorama teórico que hemos planteado en torno a la figura del predador y su programa de comportamiento, abordaremos algunos aspectos relativos a un caso perteneciente a nuestro corpus de trabajo. Perteneciente a la cadena Showtime, Dexter es una serie de televisión norteamericana que comenzó a emitirse en el año 2006 y ha finalizado recientemente con su temporada octava. En este seriado, Dexter Morgan es un forense analista de patrones de sangre de la Policía Metropolitana de Miami que, además, es un asesino serial organizado que da caza a otros asesinos. Personaje un tanto particular, Dexter aprende (gracia a las enseñanzas de su padre adoptivo y también policía) un código de supervivencia que le permitirá funcionar como un “limpiador” social, canalizar sus deseos asesinos y, mientras tanto, no ser descubierto. Dicho código contiene dos directivas fundamentales: no ser atrapado y sólo aniquilar a otros asesinos (nunca a inocentes). Jared DeFire (2010) nos indica que, desde la categorización que los estudios criminológicos, Dexter se -77-

consideraría un depredador letal: un tipo particular de asesino que, como un depredador natural, actúa de forma eficiente y organizada. Esta tipología de asesinos, se caracteriza por poseer un comportamiento análogo a los depredadores; son deliberados y sus crímenes presentan un modo ritualizado (el acto predatorio: búsqueda, acercamiento, captura y consumo). Entender a Dexter como un predador nos lleva a la discusión de la frontera de lo humano: el protagonista, que se considera a sí mismo un monstruo o un animal, es un personaje ambivalente que no termina de definir cuáles son sus límites (qué proceder le permite o no considerarse como parte de la humanidad). Hemos podido observar en otras investigaciones

(Gómez

Ponce,

2013b)

que

Dexter

Morgan,

mediante

comportamientos y mecanismos análogos a los practicados por los animales rapaces, pone en discusión hasta qué punto la figura del asesino puede entenderse dentro de los límites de lo humano y no de lo animal. Sin embargo, lo que nos interesa aquí es un aspecto particular de esta serie: la concepción instintiva en el acto asesino. Noción que cobró fuerza a mediados del siglo XX, el instinto vino a servir como alternativa para resolver un amplio número de comportamientos (humanos y animales) cuyas causas no podían determinarse con exactitud. Serán la sociobiología y la etología los espacios que explorarán los aspectos vinculados a aquellos comportamientos que se han entendido como innatos en las especies animales. En el imaginario científico y cotidiano ha permanecido la idea de que un automatismo y una espontaneidad son rasgos que caracterizarían a formas de comportamiento que se han pensado como una “fuerza misteriosa” o, en términos de las ciencias naturales, como actos instintivos. En el mundo natural, Erich Fromm (1970) nos indica que existe una amplia gama de comportamientos que se han entendido en esta lógica: delimitación, belicosidad, juego, curiosidad, caza, sociabilidad, temor, limpieza, reproducción, etc., suponen esquemas y patrones comunes en el actuar de las especies. Sin embargo, estas afirmaciones sostenidas por las ciencias naturales han derivado en una “lógica instintiva” un tanto compleja a la hora de pensarla en el hombre. La etología -78-

(Lorenz, 2005) planteó que, cuando el hombre tuvo la posibilidad de comenzar a transmitir el conocimiento y realizar avances tecnológicos, los cambios fueron tan rápidos y radicales que la capacidad de acomodar los instintos “falló”. De este modo, en las ciencias se ha construido la idea de una humanidad cuyo funcionamiento es el resultado de la combinación de impulsos innatos fijados por la biología que se oponen a la capacidad reflexiva, producto de las circunstancias socio-culturales. En esta propuesta, numerosos estudios han afirmado la presencia del instinto depredador que moviliza a los animales rapaces a perseguir, capturar y alimentarse de sus presas. En Dexter, la idea de un impulso innato es clara: un Pasajero Oscuro, una suerte de desdoblamiento, de voz interna que lo impulsa a realizar los asesinatos. Una vez cometido el crimen, la voz se silencia y queda satisfecha. Pero, por momentos, el personaje se desdobla y transita por espacios temporales dominados por el Oscuro Pasajero. Si en los asesinos “tradicionales” existe una motivación explícita, en Dexter los actos criminales parecen realizarse simplemente para satisfacción del Pasajero Oscuro. La serie expresa que este Yo interior surge a partir de hechos traumáticos de su infancia (presenciar el asesinato de su madre) y comienza a tomar fuerza a lo largo de su adolescencia. En los momentos de mayor crisis e inestabilidad, el Pasajero Oscuro “toma las riendas” y actúa por cuenta propia. En numerosas ocasiones a lo largo de la serie, Dexter se cuestiona a sí mismo sobre los fundamentos de esta voz interna:

Dexter: I'm Dexter and I'm not sure what I am (…) I just know there's something dark in me… and I hide it. I certainly don't talk about it, but it's there… always… this Dark Passenger. And when he's driving, I feel… alive, half sick with the thrill of complete wrongness. I don't fight him, I don't want to. He's all I've got… (An Inconveniente Lie, 3.2)

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No obstante, como mecanismo inhibidor de esta voz interna, existe en Dexter un régimen moral que limita su accionar y le permite mantener control de su comportamiento: el Código de Harry, una forma metódica de canalizar e inhibir los impulsos asesinos que, además, le permite ir un paso delante de sus potenciales captores, borrando los rastros de sus crímenes o sorteando posibles obstáculos. Desde la adolescencia, es aplicada por Harry, padre adoptivo de Dexter (y de ahí el nombre del código) y funciona como dispositivo de control tanto en el personaje como en la sociedad misma, ya que determina como selección primera a otros asesinos que no pueden ser capturados y que se escapan de los límites de la ley: así, Dexter no sólo permanecería dentro de lo moralmente aceptado sino que, además, funciona como un “limpiador” social. Para leer esta tensión entre un instinto depredatorio y un código inhibitorio del mismo, hemos debido recurrir a ciertas ideas planteadas por Michel Foucault (1981, 2008), quien señala que, en el siglo XX, el psicoanálisis construye (naturaliza) una idea de instinto que deja de lado todos los aspectos sociales: deja de ser un “dato natural” para convertirse en una elaboración compleja de los mecanismos de control social. En este sentido, Dexter presenta un manejo particular de los instintos y, por extensión, del entendimiento del criminal, dado que, en esta lógica, el delincuente “está ligado a su delito por todo un haz de hilos complejos (instintos, impulsos, tendencias, carácter)” (2008:292). Los comportamientos importan dado que se propone observarlos, vigilarlos y registrarlos: un análisis clínico del delincuente donde se consideran las “circunstancias atenuantes”. Foucault piensa, de esta forma, al instinto como una de las razones que ha propuesto el sistema penal para la generación de acciones delictivas. Así, casos como Dexter nos llevan a pensar en la constitución de un instinto criminal que mueve al sujeto: un comportamiento particular potenciado por entidades que entran en tensión con las propias convicciones del sujeto, es decir, la determinación de su padre y del sistema legal mismo.

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Sin embargo, hay en esta serie algo particular: los instintos asesinos (predatorios) del protagonista son reutilizados, estimulados y controlados para la caza de otros criminales como él. El personaje se vuelve, de este modo, un instrumento del sistema. Es un claro ejemplo de la reutilización del criminal, dado que Dexter se pone a disposición bajo un principio de corrección cuya función es su transformación en, podríamos decir, una extensión del dispositivo de control. Como le indica su padre en la adolescencia,

we can do something... to channel it. Use it for good (…) there are people out there who do really bad things. Terrible people. And the police can't catch them all (...) You can't help what happened to you but you can make the best of it (Pilot, 1.1).

Se presenta entonces una particular configuración de relaciones cuando el acto predatorio es “conducido” por los mecanismos de poder, dado que es operado mediante una política de instintos: allí donde la justicia no puede llegar, llega el asesino serial que acecha por las noches. La serie plantea, de este modo, un tipo de ambigüedad que lleva a pensar al principio moral como construcción política y, por lo tanto, variable. Como consecuencia de este proceso, los comportamientos predatorios de Dexter se organizan bajo una misma lógica que los sostiene como efecto de una naturalidad (una animalidad, podemos pensar), producto de una naturalización de conductas que se entienden ya no como la consecuencia de un sistema biológico sino, muy por el contrario, de una operación cultural, social y, principalmente, política. Es esta perspectiva la que nos permite comprender el instinto en Dexter a partir de prácticas que lo determinan como “sistema de sometimientos instintivos”: culturalmente, pensados como peligro que buscan vías de escape y que el hombre no puede o no quiere reconocer. De allí que autores como Nicolás Rosa sostengan que, si efectivamente existe un instinto en el ser humano, “el hombre en tanto -81-

sujeto de la especie lucha tenazmente en contra de ese programa, trata de modificarlo, de sustituirlo, de sublimarlo, pero no sabemos si lo consigue, lo oculta detrás de la máscara de educación” (2006: 207). Así, en Dexter, se conjugan dos polos opuestos que determinan su accionar como proceder que tensiona lo humano / animal: por un lado el Pasajero Oscuro como instinto que lo lleva a la caza de otros asesinos y, por otro lado, el Código de Harry que limita el objetivo de la cacería y, además de acercar al protagonista a su lado humano, colabora con una causa social. Esta tensión en el personaje recupera las posibilidades de alternanciasimultaneidad entre Naturaleza y Cultura. Es posible leer aquí una tensión sostenida, producto de la colisión entre formas de producir semiosis diferenciadas: una de base biológica, corporal, predatoria; y otra social, abstracta y racional (el código, tanto el impuesto por Harry como el sostenido por el sistema legal en su completitud). Este primer acercamiento al programa depredatorio nos permite dar cuenta de la existencia de ciertos rasgos que permiten comprender el funcionamiento de figuras que discuten los límites humano/animal. En textos como Dexter, nos encontramos con la relectura de aquello que Iuri Lotman (2000) llamó “primitivos semióticos” (lo que culturalmente se ha pensado como instintivo, por ejemplo) que le permiten al ser humano volver creativo aquello que es programado. Los textos de la cultura (y más aún los artísticos) “complican” la tensión con el mundo natural y, de este modo, sigue vigente la afirmación que sostiene Lotman en la cual la distinción hombre animal solo sería “distinción” en una lectura relativamente abstracta. El desarrollo teórico abordado, por su parte, nos permite afirmar que existen formas que determinan un “entre” en el binomio Naturaleza / Cultura (Barei, 2013): mecanismos de frontera que traducen lo cultural y lo biológico (etológico). Hombre y animal, en esta lógica, no podrían separarse de forma categórica dado que “con determinados aspectos de su ser el hombre pertenece a la cultura; con otros, en cambio, se liga al mundo extracultural” (Lotman, 1999:44). En cruce teórico entre Ecosemiótica y Semiótica de la Cultura contribuye a una teoría que permite -82-

indagar sobre textos que se constituyen en un “sistema de desplazamientos” según modos de percibir el mundo y de trasponer aquello que es ajeno al espacio semiótico: lo extrasemiótico, el mundo natural. Comprender este sistema de modelización primaria definido por Sebeok (pensamos, particularmente, en el comportamiento de las especies) permite entender cómo los humanos codifican impresiones sensoriales del mundo a través de la creación de formas comunicacionales. Parecería que mediante los mecanismos corporales, cognitivos y físicos es posible una comunicación que responde a otra matriz: un modo que permite, “trasmitir una información tal, que no puede ser transmitida de otro modo” (Lotman, 1996:126), ya que partimos de la existencia de dominios referenciales que exceden a la capacidad lingüística y expresiva del hombre y deben encontrar una vía de emergencia en otras formas comunicacionales. Siguiendo esta lógica, en el ser humano sería posible entonces el establecimiento de tres tipos de mundos: el mundo biológico, el propio del sujeto y el de la cultura, este último donde finalmente el hombre intenta resolver su relación con los otros dos.

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