EL IMPACTO DE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA EN LAS HACIENDAS ESCLAVISTAS DE LA PROVINCIA DE CARTAGENA

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Descripción

Huellas

El impacto de las guerras de Independencia en las haciendas esclavistas de la provincia de Cartagena Por

Roger Pita Pico*

En este artículo de corte histórico se analizan las consecuencias de las guerras independentistas en los esclavos de la zona rural, para ello es necesario un estudio de las haciendas, pues de su actividad económica dependió, por muchos años, la mano de obra esclavizada en la Provincia de Cartagena dedicada a la agricultura y a la ganadería, principalmente. A manera de introducción La mejor forma de analizar los efectos de las guerras de Independencia en la población esclava diseminada en el área rural es a través del estudio de las haciendas. La capacidad económica y la magnitud de estas empresas agrícolas y ganaderas facilitaron por muchas décadas la adquisición y concentración de una buena cantidad de esclavos como mano de obra activa. Como bien afirma el historiador Hermes Tovar Pinzón, las guerras de Independencia se decidieron fundamentalmente en los campos y no en las ciudades pues era allá donde estaba concentrada la principal producción económica y donde habitaba buena parte de la población. Por eso, las haciendas fueron importantes escenarios del conflicto sirviendo como fuente * Politólogo con opción en Historia, Universidad de los Andes.

de provisión para las tropas y como base de operaciones. Todo esto terminó en últimas perturbando el normal abastecimiento y la comercialización de productos1. Muchos esclavos trabajadores de esas propiedades resultaron afectados por los fragores de la guerra, en especial por las medidas de reclutamiento forzoso2 y las órdenes de embargo. En otras circunstancias, eran ellos mismos quienes se valían del ambiente de zozobra y tensión para tomar deliberadamente una actitud hostil o de rebeldía. En sus avanzadas, patriotas y realistas no titubearon en aprovechar al máximo las haciendas dominadas y eso, desde luego, incluía los esclavos allí existentes. Para entrar en el análisis, se examinará lo sucedido en Cartagena por albergar el territorio de esta provincia un buen número de haciendas con mano de obra esclava y por ocurrir allí cruciales sucesos de la lucha

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vivida por esos años. Otro motivo por el cual no fue caprichosa la escogencia de esta área como objeto de estudio fue por la disponibilidad de fuentes documentales. Pero esto no significa que las haciendas de otras provincias o las pequeñas y medianas propiedades no hayan sido también espacios donde transcurrieron importantes episodios de esta época de convulsión política y militar.

El marco histórico La antigua provincia de Cartagena corresponde en términos generales al territorio ocupado hoy por los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba. Sobresalieron en ese marco espacial dos epicentros: la ciudad que lleva el mismo nombre y que se constituyó en puerto estratégico, y la villa de Mompós, erigida como eje de distribución de mercancías hacia el interior de la Nueva Granada. Ambas localidades experimentaron un inusitado auge comercial y demográfico en el periodo colonial. Este territorio albergaba una numerosa cantidad de esclavos, unos ubicados como servidores domésticos

en casa de los potentados de Mompós y Cartagena, en tanto que otros fueron llevados a laborar en las haciendas y trapiches que prosperaron a lo largo del siglo XVII. Aún al promediar la siguiente centuria, en los alrededores de la población de Mahates se calculó un total de 18 propiedades con 857 esclavos, con un promedio de 47 piezas por unidad productiva3. Allí el 85% de estos trabajadores estaban incorporados a las labores de haciendas de caña mientras que el resto se redistribuía en haciendas de ganado y labranzas4. La presencia esclava en estas latitudes obedecía al hecho de que la fuerza laboral indígena había sido tempranamente menguada y sustituida de manera gradual por los negros, todo esto gracias a las facilidades de abastecimiento del comercio esclavista a través del puerto de Cartagena. Sin embargo, ya desde las postreras décadas del siglo el régimen esclavista había entrado en franca decadencia debido más que todo a la fuerza del mestizaje que garantizó sobrada oferta de mano de obra libre, la cual de por sí, ahorraba a los empresarios la inversión destinada tradicionalmente a la adquisición de esclavos como trabajadores. XVIII,

Trapiche. Tomado de: Rugendas, Johann Moritz. Viagem pitoresca átraves do Brasil. Sao Paulo, Universidad de Sao Paulo, 1989, 4ª Div., Pl. 27.

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De gran incidencia fue también el fenómeno del cimarronismo, muy común por estas tierras, lo cual además aceleró la caída del número de esclavos en el período en estudio. El otro factor que explica este declive fue la introducción a partir de 1789 de aguardientes españoles que arruinaron muchos trapiches productores de la materia prima para la fabricación de esta bebida a nivel interno5. En materia demográfica, la comunidad esclava se redujo sustancialmente en las áreas rurales debido a las altas tasas de mortalidad y a la baja fertilidad ocasionada por el mayor número de hombres6. Resulta pertinente aquí revisar algunos datos disponibles sobre las estadísticas de este grupo poblacional. En el padrón levantado en la provincia hacia el año de 1686, se contabilizó un total de 5.700 de estos individuos7. Para el censo general efectuado en 1778, esa cifra se había elevado a 9.622 esclavos, lo cual representaba un 8% dentro del conjunto de la población. No obstante, para 1825 se marcó un descenso brusco ya que solo se registraron 4.866, es decir, en media centuria su número había mermado prácticamente a la mitad8.

El período de la Reconquista española Durante la época de Independencia, la zona experimentó un marcado retroceso económico debido a ser uno de los principales escenarios de batalla que abarcó desde el espacio urbano hasta el ámbito rural de las haciendas esclavistas. No hay que perder de vista el hecho de que el puerto de Cartagena era uno de los sitios más estratégicos en estos tiempos de conflicto ya que por allí podían ingresar hombres, víveres y pertrechos. Sobre el impacto de la guerra, basta solo con recordar el dilatado y cruel sitio impuesto en 1815 por el comandante español Pablo Morillo a la ciudad, operación que arrojó cuantiosas pérdidas humanas y materiales. En su estrategia de bloqueo, tanto el Estado Mayor del Ejército de Reconquista como el resto de escuadrones utilizaron las haciendas de San Antonio de Coco, Guayepo, Barragán, Café, Mamonal, Cospique, Palenquillo y Buenavista de Cortés como espacios para acampar, instalar cuarteles y buscar provisiones. Gracias al clima favorable y a la vista que le ofrecía sobre el territorio circundante, durante casi tres meses Morillo estableció el cuartel general en la hacienda de Torrecilla, ubicada a dos kilómetros de Turbaco y a veinte de la ciudad amurallada. Algunas de estas haciendas pertenecían a reconocidos líderes del gobierno republicano,

como era el caso de la hacienda Guayepo de propiedad del exgobernador José María García de Toledo, quien fue uno de los líderes fusilados por los españoles el 24 de febrero de 18169. En su balance, las mismas autoridades de Reconquista reconocieron que, aunque el principal capital de las haciendas seguían siendo los esclavos, de todas maneras el estado de destrucción era evidente10. El virrey Francisco de Montalvo dio cuenta en 1816 del estado generalizado de ruina. Según anotó este mandatario, la irrisoria salida de frutas del puerto constataba “el vergonzoso atraso de todos los ramos de agricultura e industria de este Reino”, todo como resultado de la revolución11. Como era también previsible, las rentas permanecían prácticamente vacías. La decadencia del ramo de la minería aurífera era palpable en Mompós. A través de una carta enviada en agosto de 1818 por los oficiales Reales de esta ciudad, se hizo un balance de la desolada situación. La mina de Zaragoza había sido abandonada durante la Revolución y por orden superior pasó a ser parte de la provincia de Antioquia. La producción en Cáceres, Ayapel, montañas de Guamocó y quebradas de Norosí, era muy reducida y a cargo de mazamorreros informales. Los fraudes de los comerciantes del preciado metal eran constantes y, según el concepto de los funcionarios españoles, esta situación se debía a la franquicia establecida tiempo atrás por el gobierno insurgente. A la fecha, contados casi tres años del arribo de las tropas españolas de Reconquista a Mompós, no se había presentado un solo gramo para fundir ni se había recaudado un solo peso por concepto de quintos. Nada comparado con lo registrado antes de la guerra cuando en el quinquenio comprendido entre 1804 y 1809 se había recogido un total de 101.465 castellanos. En febrero de 1819, el gobierno virreinal implementó medidas de fomento y control a las minas pero pronto los patriotas recuperaron definitivamente el poder dejando nuevamente en la incertidumbre este sector de la economía regional12. En estos tiempos de tensión en que los españoles recobraron el poder, las haciendas se constituyeron en la principal despensa de las tropas en combate. Un día después del desembarco del Ejército Expedicionario del Rey en las costas de la ciudad de Cartagena, en momentos en que urgía la consecución de carnes para abastecer las tropas, se presentó un negro nombrado 6

Ignacio de Maza ofreciéndose en compañía de otros baquianos a acorralar los ganados de la hacienda La Bayunca y a conducirlos hasta el cuartel general. Efectivamente, los semovientes fueron trasladados y sirvieron no solo para la subsistencia del mismo ejército sino también para el auxilio de los pocos habitantes que aún subsistían en la plaza. En compensación a los servicios prestados, el general en jefe don Pablo Morillo prometió a Ignacio la libertad “en rendición a la obediencia y reconocimiento de Nuestro Rey y Señor Don Fernando Séptimo”.

La antigua provincia de Cartagena corresponde en términos generales al territorio ocupado hoy por los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba.

El negro continuó por más de un año empleado en esas labores de vaquería, incluyendo no solo la recolección de reses en distintos puntos sino también transportándolas y cuidándolas durante el tiempo del sitio y después de ocupada la plaza. Convencido de haber ganado con creces su justo derecho, el esclavo se acercó a demandar el cumplimiento de la libertad ofrecida, la cual se oficializó mediante documento firmado por el propio virrey Francisco de Montalvo el 16 de septiembre de 1816. Esta decisión fue dada a conocer al amo del beneficiado, don Cosme Damián Zapata, sobre quien recayó orden de embargo por haber prestado apoyo a los “rebeldes” en los hospitales de la plaza13. En el fragor de la guerra, muchas haciendas fueron embargadas o abandonadas por sus dueños comprometidos en las contiendas. En otras circunstancias, se optó por quemarlas para que no fueran usurpadas por la contraparte, tal como ocurrió con algunos hacendados patriotas que huyeron a los montes ante la llegada de Morillo y su ejército14. Bastante notable por estos años fue el incremento de las rochelas15 que, en la práctica, eran caseríos en los que confluían negros, blancos pobres, indios y mestizos. Aunque este fenómeno de poblamiento espontáneo e irregular venía fraguándose desde el siglo XVIII, tomó mucho más impulso con ocasión del periodo de Independencia16. La caótica situación reinante fue en algunas ocasiones aprovechada por estos negros cimarrones y prófugos que ocuparon arbitrariamente propiedades rurales. Tal fue el caso en el que resultó damnificado Luis de Rieux, quien abandonó sus haciendas para incorporarse al ejército republicano17. En 1815 su padre pretendió recobrarlas ya que estaban en manos de sus esclavos. Otras informaciones documentales dan cuenta de que los negros de la hacienda del líder patriota Manuel Rodríguez Torices se habían fugado, lo mismo que los de la hacienda Santa Cruz de propiedad de Juan Fran7

Soldado patriota de Riohacha. Tomado de: Revista del Ejército, Bogotá, Vol. IX, No. 36, septiembre de 1969.

cisco Céspedes. Igual actitud asumieron en ese mismo año los servidores del hacendado Manuel José Cabal18.

Al desaparecer el Imperio colonial español de estas tierras, se hizo aún más crónica la decadencia económica en la medida en que la ciudad de Cartagena había dejado de ser el floreciente epicentro comercial, militar y administrativo de primera categoría.

Esta creciente irrupción de cimarrones y arrochelados condujo al gobernador militar y político de la provincia don Gabriel de Torres y Velasco a organizar varias campañas militares con el fin de aprehender a estos huidizos y alborotadores. A comienzos de 1816, se programaron expediciones a los territorios aledaños a la ciudad de Cartagena con el propósito de capturar cualquier esclavo que anduviera libre y sin dueño. Una de esas diligencias fue encomendada a un tal Benito de Jesús para que, con el apoyo de tres esclavos, inspeccionara las localidades de Turbaco, San Estanislao, Mahates, Sabanalarga y Arroyo Grande19. En el mes de agosto, Torres y Velasco recibió noticias de que los esclavos de la hacienda Matute de propiedad de doña Josefa Maure se resistían a obedecer a su señora. Ante esta irregularidad, se ordenó intimarlos a reafirmar la debida lealtad a su ama y se mandó desalojar a los libres que ocupaban ilegalmente la heredad, quienes al parecer habían sido los que persuadieron a los negros a sublevarse20. Con ocasión también de la entrada del ejército de Reconquista a la plaza de Cartagena, doña Andrea Canabal, viuda residente temporalmente en esta ciudad, impartió instrucciones al mayordomo de su hacienda San Pablo, ubicada en jurisdicción de María La Baja, para que auxiliara las tropas del Rey con todos los animales y esclavos allí existentes. Este mandato lo hizo en virtud a su avanzada edad que le imposibilitaba atender personalmente sus tierras. Una vez cumplido el objetivo de la campaña que se selló con la recuperación de la plaza, la viuda exigió la devolución de los animales y demás activos que no hubiesen sido utilizados, con el fin de reincorporarlos a las faenas habituales de producción, en especial, para la temporada de siembra y molienda de caña que ya se avecinaba. Estas pertenencias eran prácticamente el único modo que tenía para subsistir y para reponerse de los quebrantos económicos padecidos en la época de guerra. De no lograrse esta reactivación en sus negocios, ella misma vaticinó que se vería abocada a una inminente ruina. Gracias al informe expuesto por el mayordomo José María Carrillo, se pudo conocer el destino dado a algunos de los esclavos de la hacienda que habían sido entregados al servicio de las tropas realistas entre el 27 de agosto y el 31 de diciembre del año 1815. Vein-

ticinco pasaron a manos del intendente del ejército don Juan Francisco Ibarra mientras que al capitán de la hacienda de Santa Rosa, por orden del comandante don Melchor Hidalgo, le fueron cedidas seis esclavas y un pequeño. El sargento de justicia de Mahates, por disposición del general Pablo Morillo, recibió siete negras llevadas a Cartagena en tanto que tres esclavos fueron trasladados al cuartel general ubicado en esta ciudad y siete chicos más fueron asignados a dicho Hidalgo. Los reportes indican que en estos cuatro meses también se extrajeron de aquel latifundio los siguientes animales, víveres y elementos de trabajo: 29 mulas, 5 caballos, 1 yegua, 15 bueyes, 14 reses, 2 burros, 12 chivos, 1 cerdo, 139 gallinas, 2 gallos, 46 botijas de arroz, 121 fanegas de maíz, 62 botijas de miel para preparar aguardiente, 200 plátanos y 1 canoa con sus remos. En atención a la petición de doña Andrea, el Pacificador Morillo dictó un decreto en el que conminó a todas las autoridades civiles y militares de la provincia para que, una vez ella comprobara su legítima condición de propietaria, le fueran reintegrados los esclavos y demás pertenencias que ya no fueran imprescindibles para el servicio del ejército, compensándola en los casos en que fuera conveniente. En especial, ella invocó la ayuda oficial para obligar a los pocos esclavos que aún permanecían en su hacienda a cumplir con sus deberes pues, a raíz de tantas incertidumbres, ellos se rehusaban sistemáticamente a trabajar, solían declararse libres e irrespetaban continuamente a su ama. El subteniente, encargado de la orden, confirmó este estado de insubordinación: “[…] infinito trabajo me ha costado reducirlos algo a su de8

Escena ribereña del Magdalena. Tomado de: Acuarelas de Mark, Bogotá, Banco de la República, 1963, p. 235.

ber por el ejemplar que toman de los de otras haciendas y la comunicación con los libres de los pueblos inmediatos”21. El propio alcalde de Mahates don Felipe González debió acudir personalmente a la hacienda con el ánimo de contener los desórdenes generados. Por estas reiteradas expresiones de rebeldía, aquella propiedad mostraba notables signos de decadencia. Pasados seis meses de diligencias y pesquisas y, después de tantas insistencias por parte de la peticionaria, al final apenas se pudo recoger una piragua, una silla de montar y un zambo de nombre Clemente que se hallaba en la estancia contigua de Santa Rosa. Otro de los hacendados que brindaron un decidido apoyo a las entrantes fuerzas pacificadoras fue don Toribio Villar y Tatis, quien alojó en su hacienda Palenquillo a la columna de vanguardia del ejército español, ofreciéndoles el servicio de sus esclavos, ganado, bestias y otros auxilios. Esta y otras colaboraciones suministradas por este hacendado, fueron puestas a consideración del gobierno virreinal para que se analizara la posibilidad de compensarlo restituyéndolo en su cargo como administrador de Correos de Cartagena22. En junio de 1817, en atención a una carta transmitida al consulado de Cartagena por varios hacendados en la que exigían la inmediata desarticulación de las rochelas que tanto los tenían agobiados, el gobernador expidió una circular dirigida a los capitanes aguerra “[…] para que aprehendiesen los desertores, vagos,

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criminales de toda especie y esclavos que anden por ahí”23. A principios de 1819 ya eran más que evidentes las secuelas de la guerra. En una misiva que el gobernador Torres y Velasco hizo llegar al virrey, se plasmó un ligero bosquejo de la decadencia palpable en las dos actividades económicas más relevantes de ese entorno territorial: La agricultura en este territorio nunca ha hecho rápidos progresos, según estoy informado, por falta de fondos en los agricultores y el crecido gravamen de sus posesiones; pero jamás se ha visto tan abatida como ahora. Destruidas las haciendas con las pasadas novedades, sin haber en ellas brazos, herramientas, ni los demás útiles necesarios para la cultura, apenas se dedican sus propietarios a la siembra de caña y saca de mieles. Eso, con sumo trabajo y con el fin de introducirlas en la fábrica de aguardientes, para subvenir con sus productos, muy escasamente a la subsistencia de sus familias, cuando no experimentan, como ahora, notable demora en su recibo y pago, a causa del corto expendio del licor, quedando siempre en descubierto las obligaciones a que están afectas las fincas, de que resulta que, estrechados por sus acreedores, tienen que cederlas en su favor o enajenarlas con un visible quebranto24.

Según el testimonio, el comercio habitual de productos y mercancías nunca se había visto en un estado tan deplorable, agravado con las frecuentes introduc-

ciones clandestinas. De continuar la situación de crisis en estos ramos, Torres y Velasco advirtió que muy pronto no habría ni con qué suplir las necesidades básicas del gobierno ni habría cómo sacar del ahogo al Real erario.

En tiempos de la República Desde agosto de 1819, después del triunfo obtenido en el puente de Boyacá, los patriotas comenzaron a lograr avances definitivos en el dominio de amplias zonas de la Nueva Granada.

pós, el segundo poblado urbano de importancia en la provincia, se vio asimismo sumido en un prolongado estancamiento demográfico y económico. La dinámica comercial, que por décadas había caracterizado a este territorio, era ya cuestión del pasado. La producción de los trapiches, en otrora abundante, ahora registraba un pobre balance. Según el oficial patriota Pedro Gual, en 1820 era tan deplorable la situación de las fábricas de aguardiente que era imposible restablecer este monopolio como estaba anteriormente25.

De gran magnitud e impacto fue el cerco padecido por Cartagena tras un largo asedio de año y medio al final del cual las fuerzas patriotas recobraron definitivamente esta plaza. Con no poco rigor se sintieron en esta provincia los efectos de la guerra que se prolongó hasta octubre de 1821 cuando se dio este desalojo definitivo de las fuerzas realistas.

A finales de 1821, pocas semanas después de haber logrado el control el ejército americano sobre la plaza, el gobernador y comandante interino Luis Francisco de Rieux se lamentó ante el general Santander de las innumerables dificultades para dirigir aquella provincia que prácticamente se hallaba paralizada en lo económico, con un comercio muy disminuido, una industria aniquilada y sin capitales disponibles26.

Al desaparecer el Imperio colonial español de estas tierras, se hizo aún más crónica la decadencia económica en la medida en que la ciudad de Cartagena había dejado de ser el floreciente epicentro comercial, militar y administrativo de primera categoría. Mom-

En los años siguientes no se vio ninguna mejoría. El comercio deficitario bajo el dominio de los extranjeros, la fuga de capitales, la corrupción en la Aduana, la escalada del contrabando, los bajos precios de los bienes de consumo y la concentración de recursos para la



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Habitación de negros. Tomado de: Rugendas, Johann Moritz. Viagem pitoresca átraves do Brasil. Sao Paulo, Universidad de Sao Paulo, 1989, 4ª Div., Pl. 5

defensa militar en desmedro de otros renglones de la economía, eran factores que ensombrecían aún más el panorama económico regional27. Desde luego, estas transformaciones económicas y políticas repercutieron de manera directa e indirecta en las haciendas, especialmente las que eran objeto de embargo. La meta era darle un destino apropiado a los activos decomisados a fin de no causar mayores cargas al erario público que estaba exhausto de tanto gasto militar. Una de las primeras declaratorias del recién posesionado presidente Simón Bolívar, expedida el 11 de agosto de ese año, mandaba restituir las pertenencias incautadas por los españoles, disponiéndose además que, aquellas personas que ya hubieran pagado por su adquisición, perderían la inversión realizada. Como máximo órgano en este ramo se creó la Comisión de Secuestros, compuesta por cinco miembros nombrados directamente por Bolívar28. Pero, en vista del deterioro sufrido por algunos caudales y con miras a “conciliar el bien público con la utilidad de los particulares”, se hizo una concesión al abrirse la posibilidad de levantar las órdenes de confiscación si los propietarios se mostraban dispuestos a ofrecer al gobierno el valor de los bienes comprometidos29. Con esta medida, publicada en la Gaceta de Santafé de Bogotá, se pretendía contar con recursos frescos que podían ser muy útiles para solventar los gravosos costos de una prolongada guerra, mitigar el considerable menoscabo económico a que eran sometidos estos haberes, y adicionalmente, cumplir con el propósito de minar el poderío económico del enemigo español. Como un nuevo intento por evitar el desgaste que podrían padecer los bienes decomisados, el vicepresidente Francisco de Paula Santander promulgó por esa misma época otro decreto en el que se ordenaba proceder a la mayor brevedad a su venta y remate30. En virtud entonces de lo difícil que resultaba la comercialización de las haciendas embargadas y que, teniéndolas en depósito representaban un enorme costo para el erario, Santander ordenó el 16 de noviembre que todas las propiedades que no tuvieran reclamaciones fueran puestas lo más pronto posible en arrendamiento mediante pública almoneda, otorgándoselas al mejor postor durante un lapso de tres años. En aquellas circunstancias en las que no aparecieran ofertas, se decidió que serían adjudicadas a sujetos adinerados con precio de arrendamiento del 11



Listado de los esclavos de la hacienda de Loba confiscados en 1820 por orden del gobierno republicano. AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 268, f. 744r.

Hacia mediados del siglo XIX, las haciendas de la Provincia de Cartagena aún no lograban recuperarse de la crisis económica debido a la persistente decadencia de sus mercados principales: Mompós y Cartagena. 3% del valor total de la propiedad. Los arrendatarios quedaban no solo obligados a cuidar esas heredades junto con sus enseres sino también a mantenerlas en producción, o de lo contrario, les serían de inmediato despojadas31. A medida que las fuerzas republicanas recuperaban territorios antiguamente dominados por los realistas, asimismo se impartían instrucciones para el establecimiento de Juntas de Secuestros. Así se hizo a principios de agosto de 1820 cuando se recuperó el puerto de Santa Marta, nombrándose como gobernador al coronel Mariano Montilla. De inmediato, el vicepresidente Santander le hizo saber que la organización del ramo

de secuestros era de vital importancia porque sus productos contribuirían en gran forma a la subsistencia de la división a su cargo. Tan pronto como se pudo, le fueron enviados al nuevo gobernante los reglamentos que regían la materia y se le recomendó instalar juntas en aquellos lugares en que fueran convenientes32. Justamente por esos días, Bolívar dispuso que para la restitución de los bienes arrebatados por el gobierno español, debía hacerse con los aún existentes y tal como se hallaran en poder del comprador o poseedor, incluyéndose la devolución de los multiplicos y mejoras. Se puede deducir de esto que los esclavos nacidos por estos días debían reintegrarse también33. La ley del 1° de octubre de 1821 reiteró las medidas de secuestro de todos los bienes existentes en la República que pertenecieran a los súbditos del Rey de España34. Siguiendo lo acordado en el Congreso de Angostura y como un mecanismo para recompensar a los militares patriotas, Bolívar determinó en 1823 asignarles algunos caudales de aquellos que habían sido secuestrados al enemigo35. En septiembre de 1820, fueron embargados los bienes de la Marquesa de Torre Hoyos por traidora a la causa de la libertad y por haber migrado con los españoles a la plaza de Cartagena. Entre sus propiedades se contaban tres haciendas, dos de ellas ubicadas en el sitio de Barranco de Loba y la otra cerca de Mompós. Las pertenencias allí decomisadas aparecen referenciadas en el siguiente cuadro:

Cuadro 1 Esclavos confiscados de las haciendas de la Marquesa de Torre Hoyos en 1820 en la provincia de Mompós Esclavos confiscados

Otros bienes confiscados

Carrera Larga

12

60 vacas, 118 yeguas

Palomar

64

1 casa, 2 burros

Pelado

73

353 vacas, 76 yeguas, 34 caballos, 8 cabras

Hacienda

Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 271, pp. 460r-468v.

Los negros Rafael, León, Cipriano y Celestino de la hacienda Palomar se hallaban sirviendo en el ejército patriota. Entre tanto, en la hacienda del Pelado las autoridades del Tribunal de Secuestros dejaron encargado temporalmente al capitán esclavo Juan Baptista Mier “por su buena conducta y afecto a la causa republicana”. De esta misma heredad se extrajo un total de 43 reses para el abasto de las tropas por mandato expreso del gobierno político de Mompós. A medida que el coronel Mariano Montilla avanzaba en el control territorial de la provincia, asimismo daba a conocer la orden de secuestrar los bienes de todos los españoles y americanos que, por su desafección a la causa republicana, hubiesen emigrado. En el mes de noviembre se encomendó a Pablo León la expresa misión de ir hasta la confiscada hacienda de Loba, ubicada en cercanías de Mompós, con el fin de asegurar e inventariar los bienes pasados a manos del Estado republicano. Allí se ubicaron 259 reses que quedaron al cuidado del capitán de esa propiedad mientras que un grupo de 20 esclavos fue traído hasta la villa36. Hacia 1821 cuando ya era inminente el triunfo patriota en Cartagena y, en aras de la regularización de la guerra y para efectos de la entrega pacífica de la plaza, se firmaron el 30 de septiembre de ese año unas capitulaciones entre el derrotado gobernador español de esa provincia y el comandante en jefe del ejército republicano, el coronel Mariano Montilla. En el artículo 2º de ese tratado se convino la devolución de los bienes y haciendas a todos aquellos vecinos migrados sobre quienes había recaído medida de embargo tras el asedio y sitio de la plaza de Cartagena que durante catorce meses ejerció Montilla. Quienes quisieran hacer valer este beneficio, debían cumplir con el requisito de solemnizar el juramento de fidelidad al gobierno republicano. Para evitar posteriores confusiones, se hicieron dos aclaraciones. La primera, consistía en que los activos se devolverían en el estado en que se hallaran y sin derecho a exigir el reintegro de lo consumido. En la segunda, se advirtió que no gozarían del beneficio de esta garantía aquellos que salieron antes del sitio de la plaza ni mucho menos los fugitivos que se escondieron en ella, cuyos bienes quedaban supeditados a las leyes ordinarias expedidas por la República en relación con esta materia37. Desde luego, este acuerdo suscitó una avalancha de solicitantes que ansiaban su estricto cumplimiento (Ver Cuadro 2). La orden impartida por las autorida12

Cuadro 2 Solicitudes de restitución de bienes secuestrados a propietarios de la provincia de Cartagena, 1821-1822 Solicitante

Bienes solicitados

Manuela Gómez de Humarán

Turbaco

Haciendas de Cincerín, Torrecilla y Matute, 12 esclavos

Pbro. José Sebastián Recuero

Turbaco

Hacienda Mamonal, un trapiche y 21 esclavos

Lázaro de Herrera Paniza

Turbaco

Hacienda San José de Miraflores y esclavos

Narcisa Poveano

Mompós

5 casas, varios muebles y 2 esclavos

Juan García de la Vega Rosa, María Josefa y María Francisca Vecino Antonio Lareu (español)

Petrona Balseiro



Lugar de origen

Santa Rosa Corozal Tolú

San Onofre

Haciendas Santa Rosa y Santa Catalina, casas y esclavos Hacienda y esclavos Hacienda San José de Macayecos, un trapiche, 34 caballerías de tierra y esclavos Hacienda de Rincón Grande, vacas, caballerías de tierra, plataneras, cocotales, sementeras y esclavos

José Antonio Noriega (español)

Turbaco

Haciendas de Tejadillo y Bolívar, barquetas, animales y esclavos

José María García Toledo

Turbaco

Hacienda de Barragán y Café, animales y esclavos

Petronila Barreto

Corozal

Una casa, 40 reses y una esclava pequeña

Fuente: AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 271, ff. 681r-685v, 694r; tomo 274, ff. 277r-358v.

des era dar curso a estas inquietudes si llenaban todos los requisitos establecidos. Muchas de esas restituciones incluían a negros esclavos aunque su paradero era algunas veces incierto, tal como lo denunciaron los hacendados José Antonio Noriega y José María García Toledo, quienes advirtieron que sus servidores andaban dispersos. En noviembre de ese año, la dama Manuela Gómez de Humaran, en nombre de su esposo realista Santiago González, clamó por la devolución de sus haciendas de Cincerín, Torrecilla y Matute “para emprender desde luego su cultivo y reanimación”. Adicionalmente, exigió la restitución de 12 esclavos trabajadores de esas propiedades, los cuales habían sido llevados al servicio de artillería.

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En una primera reacción, el Tribunal de Secuestros de Cartagena conminó al corregidor del Partido de Turbaco para que adelantara la respectiva devolución. Pero a esta determinación se interpuso el comandante general José Prudencio Padilla orientando a la peticionaria en el sentido de que era el Juzgado Privativo de Marina y no aquel Tribunal el que debía efectuar la respectiva restitución. En atención a la misma capitulación, el presbítero José Sebastián Recuero solicitó el reintegro de la hacienda Mamonal junto con los esclavos que allí laboraban. En consecuencia, se pidió al corregidor de Turbaco para que iniciara los trámites pertinentes con miras a entregarle a su dueño la hacienda, el trapiche y los 21 esclavos38.

En Mompós se escucharon por esos meses algunas quejas sobre la conducta inapropiada de algunos funcionarios encargados del ramo de secuestros. Vicente Vargas, fiscal del Tribunal de Secuestros de esta villa, se vio en la necesidad de dejar constancia por escrito de las críticas que verbalmente había expresado en más de una ocasión a los integrantes de dicha junta sobre el caos administrativo reinante. Dentro de la sarta de irregularidades se destacaban las siguientes: desconocimiento del Estado y destino de los caudales, dudas sobre el manejo de intereses, existencia de cuentas sin liquidar, usurpación y ocultación de bienes. Varias haciendas y otras cuantas propiedades se hallaban en absoluto deterioro. Adicionalmente, los señalamientos cobijaron de manera grave al depositario tras considerarse inaudito que no llevara cuenta mensual de más de 70 casas secuestradas. El tribunal no sesionaba a diario, como era debido, sino se dedicaba más bien a sus asuntos particulares, razón esta que ayudaba a explicar por qué la mayoría de procesos padecían demoras cuando la directriz estatal era procurar agilizarlos. Con este escrito, Vargas quería librarse ante sus superiores de cualquier responsabilidad personal y alertó al tribunal para que adoptara las acciones más eficaces que condujeran a remediar tantas anomalías39. A las anteriores críticas se unió el gobernador y comandante Jacinto Lara, quien no vaciló en solicitar al vicepresidente Santander aplicar las sanciones de rigor. Aún en marzo del año siguiente, el comandante Mariano Montilla dio fe de la existencia de venales manejos en la provincia de Cartagena40.

Reflexiones finales Al intentar establecer un parangón con lo ocurrido en la provincia de Popayán, los historiadores Gustavo Bell y Germán Colmenares coinciden en concluir que fueron más contundentes las consecuencias negativas de la guerra sobre Cartagena, al afirmar que aquí no solo flaquearon los controles tradicionales sobre la población esclava sino que la trata entraría en una etapa de crisis definitiva con la llegada de la República y la eliminación de los privilegios comerciales ligados en torno a la actividad portuaria. Ya se ha visto cómo el continuo accionar de las rochelas empeoró y desestabilizó aún más la situación41. Hacia mediados del siglo XIX, las haciendas de la provincia de Cartagena aún no lograban recuperarse de la crisis económica debido a la persistente decadencia

de sus mercados principales: Mompós y Cartagena. Fue evidente la disminución en las ventas de ganado y otros productos. Ahora solo producían para su autoabastecimiento y buscaron como fórmula de supervivencia el aumento del número de arrendatarios. Se abrió paso entonces a una hacienda con rasgos feudales y con base en la mano de obra mestiza “servilizada”42. En la vecina provincia de Santa Marta, donde había sido más evidente la resistencia del régimen colonial, también hay indicios que constatan los estragos del conflicto. En su informe de gobierno, el virrey Montalvo informó cómo los vecinos de Ciénaga, localidad reconocida por ser despensa vital para la región, se habían visto precisados a empuñar las armas durante todo el año 1817, y relató asimismo cómo otros cuantos no tuvieron más opción que abandonar sus caseríos y estancias ante la abrupta ocupación de los enemigos insurgentes43. Notas 1 Tovar Pinzón, H. (1994). “La lenta ruptura con el pasado colonial”. En: Historia económica de Colombia, 4ª edición, Bogotá: Tercer Mundo Editores, pp. 92-94. 2 Pita Pico, R. (2012). El reclutamiento de negros esclavos durante las guerras de Independencia de Colombia 1810-1825. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, pp. 93-115. 3 Jaramillo Uribe, J. (1989). Ensayos de Historia Social. Bogotá: Tercer Mundo-Ediciones y Uniandes, tomo I, p. 25. 4 Tovar Pinzón, H. (1980). Grandes empresas agrícolas y ganaderas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, p. 44. 5

Colmenares, G. (1989). Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, tomo II, p. 243.

6 Meisel Roca, A. “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la provincia de Cartagena 1533-1851”. En: Revista Desarrollo y Sociedad, Universidad de los Andes, Bogotá, 1980, No. 4, p. 243. 7 Arrázola, R. (1970). Palenque, primer pueblo libre de América. Cartagena: Ediciones Hernández, pp. 90-91. 8 Meisel Roca, A. “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la provincia de Cartagena 1533-1851”. En: Revista Desarrollo y Sociedad, Universidad de los Andes, Bogotá, 1980, No. 4, p. 261. 9 Segovia Salas, R. (2013). 105 días. El sitio de Pablo Morillo a Cartagena de Indias. Bogotá: El Áncora Editores, pp. 172-184. 10 Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, No. 5, En la Imprenta del Gobierno por D. Ramón León del Pozo, Cartagena: septiembre 7 de 1816, p. 35.

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11 Colmenares, G. (1989). Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, tomo III, p. 272. 12 Colombia, Archivo General de la Nación (AGN), Sección Archivo Anexo, Fondo Minas, tomo 3, ff. 402-417. 13 Colombia,AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Esclavos, tomo 3, ff. 187r-189v. 14 Sourdís de De la Vega, A. (1988). Cartagena de Indias durante la Primera República 1810-1815. Bogotá: Banco de la República, p. 130. 15 Sobre el desarrollo y complejidad de estas formas de poblamiento espontáneo y multiétnico en tiempos coloniales, puede consultarse el trabajo de Herrera Ángel, M. (2002). Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales Neogranadinos. Siglo XVIII. Bogotá: Icanh-Academia Colombiana de Historia, pp. 203-248. Véase además: Ruiz Rivera, J. (2005). Cartagena de Indias y su provincia. Una mirada a los siglos XVII y XVIII. Bogotá: El Áncora Editores, pp. 352-389. 16 Bell Lemus, G. “Deserciones, fugas, cimarronajes, rochelas y uniones libres: el problema del control social en la provincia de Cartagena al final del dominio español 1816-1820”. En: Cartagena de Indias: de la Colonia a la República. Fundación Simón y Lola Guberek, Santa Fe de Bogotá, 1991, p. 78.

27 Bell Lemus, Gustavo. “El impacto económico de la Independencia en Cartagena 1821-1830”, En: Cartagena de Indias,”, pp. 105-114. 28 Colombia, AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Secuestros, tomo 8, ff. 104r, 551r. 29 Colombia, AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 323, f. 372r. 30 Colombia, AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Secuestros, tomo 9, ff. 589r-590r. 31 Colombia, AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 212, ff. 1r-2r. 32 Cortázar, Roberto (comp.). (1956). En: Cartas y mensajes del General Francisco de Paula Santander, Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Vol. 2, p. 238. 33 Cortázar, R. (comp.). (1969). En Correspondencia dirigida al General Santander. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Vol. III, p. 292. 34 Colombia, AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 240, ff. 845r-v. 35 Caracas. Venezuela. Imprenta Nacional. (1961). Decretos del Libertador 1813-1825, tomo I, p. 275. 36 Colombia, AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, tomo 268, ff. 743r-744r.

17 Helg, A. “Raíces de la invisibilidad del afrocaribe en la imagen de la nación colombiana: Independencia y sociedad, 1800-1821”. En: Museo, memoria y nación, Ministerio de Cultura, Bogotá, 2000, p. 239.

37 Ibíd., tomo 274, f. 290r.

18 Ibíd., pp. 89-90.

40 Cortázar, R.(comp.). (1969). En Correspondencia dirigida al General Santander. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Vol. VIII, p. 115.

19 Ibíd., p. 90. 20 Ibíd., pp. 91-92. 21 Colombia. Archivo General de la Nación (AGN), Sección Archivo Anexo, Fondo Solicitudes, tomo 5, f. 89v. 22 Romero Jaramillo, D. “El fantasma de la revolución haitiana. Esclavitud y libertad en Cartagena de Indias 1812-1815”. En: Historia Caribe, Barranquilla: Universidad del Atlántico, 2003, Vol. III, No. 8, p. 32. 23 Bell Lemus, G. “Deserciones, fugas, cimarronajes”, p. 91. 24 Lee López, A. Fray (comp.). (1989). Los Ejércitos del Rey, 1819. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, tomo II, p. 18. 25 Cortázar, R. (comp.). (1969). En Correspondencia dirigida al General Santander. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Vol. VI, p. 230. 26 Ibíd., Vol. XI, p. 159.

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38 Ibíd.,tomo 271, ff. 681r-694r. 39 Ibíd. tomo 214, ff. 849r-861r.

41 Bell Lemus, G. “El impacto económico”, pp. 94-95, 105-130; Colmenares, G. “El tránsito a sociedades campesinas de dos sociedades esclavistas en la Nueva Granada. Cartagena y Popayán, 1780-1850”. En: Revista Huellas, Universidad del Norte, Barranquilla, 1990, No. 29, pp. 8-24. 42 Meisel Roca, A. “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la provincia de Cartagena 1533-1851”. En: Revista Desarrollo y Sociedad, Universidad de los Andes, Bogotá, 1980, No. 4, pp. 275276 43 Colmenares, G. (1989). Relaciones e Informes de los Gobernantes de la Nueva Granada. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, tomo III, p. 213.

Bibliografía Arrázola, R. (1970). Palenque, primer pueblo libre de América, Cartagena: Ediciones Hernández.

y sociedad, 1800-1821”. En: Museo, memoria y nación. Bogotá: Ministerio de Cultura.

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