El impacto de la revolución rusa en España, 1917-1922

June 29, 2017 | Autor: Juan Aviles Farre | Categoría: Communism
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Descripción

1 El impacto de la revolución rusa en España, 1917-1922. Juan Avilés Farré. Publicado en Tusell, Avilés y Pardo, La política exterior de España en el siglo XX , 2000 La política exterior de una nación no se reduce exclusivamente a aquella que se realiza a través de las instituciones estatales. Para comprender en su plenitud el tejido de las relaciones políticas internacionales es necesario prestar también atención a otros aspectos. En primer lugar, es obvio que todo agente de la política interna de un país puede establecer relaciones con otros Estados o agentes externos, por lo que cabe estudiar, por ejemplo, la política exterior de un determinado partido. En segundo lugar, apenas es necesario recordar el papel político que han jugado y juegan organizaciones internacionales de carácter no gubernamental, desde la Iglesia Católica hasta la Internacional Comunista. Y por último conviene destacar la importancia política de un factor más sutil: el de la percepción de la realidad internacional por la opinión pública. Un ejemplo destacado del interés que tienen estos aspectos menos convencionales de la política internacional es el de las repercusiones exteriores de la revolución bolchevique, ya que ésta no tenía una vocación puramente rusa sino mundial 1. Para Lenin y sus camaradas, el experimento social que iniciaron en 1917 representaba el primer acto de una revolución internacional, cuyos siguientes episodios estimaban inminentes, hasta el punto de dudar de la viabilidad de una Rusia socialista que quedara aislada en un entorno capitalista. Y a su vez millones de hombres y mujeres de todo el mundo vieron en lo ocurrido en Rusia una demostración de que, para bien o para mal, el colectivismo pleno no era un sueño utópico, sino una alternativa real que, fuera o no a consolidarse a largo plazo, había tomado ya cuerpo en un extenso país; país del que por otra parte poco se sabía. Por su parte los revolucionarios rusos no tardaron en crear el instrumento institucional destinado a propagar su ejemplo por todo el mundo: en marzo de 1919 se fundó en Moscú, con asistencia de tan sólo un puñado de extranjeros, la Internacional Comunista 2. España no quedó al margen de la oleada de entusiasmo por Rusia que se extendió por los medios obreros e intelectuales de toda Europa y durante unos años, especialmente de 1919 a 1921, la experiencia rusa fue aquí ampliamente debatida 3. En términos generales el debate español reprodujo el que tenía lugar en otros países y debe subrayarse que la información sobre Rusia llegó a España fundamentalmente a través de intermediarios extranjeros. A raíz de la toma del poder por los bolcheviques se rompieron las relaciones diplomáticas entre ambos países, que no se reanudaron hasta 1936. Y

2 durante los años en que Lenin gobernó Rusia, la prensa española careció de corresponsales en aquél país, con las excepciones de Sofía Casanova, que de 1915 a 1918 envió desde Petrogrado crónicas a ABC (luego recopiladas en libros), y de Ricardo Baeza y Julio Álvarez del Vayo, que publicaron en El Sol varios artículos acerca de su breve visita a la entonces hambrienta Ucrania en el verano de 1922. Por lo demás, la prensa española hubo de nutrirse de las noticias que proporcionaban agencias y corresponsales de otros países, mientras que los españoles mejor informados eran los que leían directamente periódicos británicos y franceses. Hubo también una pequeña bonanza editorial de libros sobre Rusia, entre los que tuvieron una acogida especialmente favorable los escritos por aquellos escasos viajeros que habían podido visitar el misterioso país de los soviets. Además de los de Sofía Casanova, se publicaron en aquellos años dos libros de autores españoles que describían la nueva Rusia basándose en impresiones directas, el del socialista Fernando de los Ríos, que tuvo un gran eco a fines de 1921, y el del anarcosindicalista Angel Pestaña, que apareció menos oportunamente en 1925, cuando el entusiasmo por la experiencia soviética había ya declinado 4. Entre los de autores extranjeros los que más interés despertaron fueron los breves libros, bastante favorables al bolchevismo, de dos británicos, el hasta entonces desconocido Arthur Ransome y el archifamoso H. G. Wells 5. El ejemplo ruso contribuyó a que se difundiera en los medios conservadores y liberales españoles la convicción de que para prevenir el contagio revolucionario eran necesarias medidas de reforma social, pero también provocó un difuso temor que serviría de caldo de cultivo para las tendencias autoritarias, lo mismo que ocurrió en otros países. En algunos medios de la izquierda no obrerista surgió una vaga simpatía hacia el experimento soviético, que quizá no fuera recomendable repetir tal cual en España, pero al menos representaba algo nuevo frente a la tradición, que se estimaba caduca, del liberalismo decimonónico. Ello fue también un fenómeno común en Europa, pero lo que ocurrió en medios obreros españoles resultó en cambio singular. Hubo un momento de entusiasmo en que socialistas y anarcosindicalistas se sintieron atraídos por el modelo soviético, pero se trató de un fenómeno pasajero y el comunismo contó inicialmente en España con fuerzas muy exiguas, muy inferiores a las que adquirió en Francia, Italia o Alemania. Subsistió en cambio una fuerte corriente revolucionaria anarquista, mientras que el grueso del socialismo español, aunque rechazó su incorporación a la Internacional Comunista, no optó por la vía de la democracia parlamentaria con la misma decisión que sus correligionarios de otros países europeos. En España se mantuvieron vivas tradiciones revolucionarias que no se incorporaron a la disciplina de Moscú y que pocos años después iban a jugar un gran papel en la guerra civil.

3 Conservadores y liberales ante el fantasma del bolchevismo. La revolución rusa de marzo de 1917 fue acogida con benevolencia por la mayor parte de la opinión pública española. Ésta se hallaba entonces dividida por la actitud ante la guerra europea, pero ni los aliadófilos ni los germanófilos lamentaron la caída del zar, que para los primeros significaba el fin de la anomalía que suponía la presencia de un régimen absolutista en el bando de las democracias 6, mientras que para los segundos representaba la fundada esperanza de que se iba a debilitar la voluntad rusa de continuar la guerra contra Alemania 7 La Rusia zarista no tenía buena prensa en España e incluso las primeras crónicas de Sofía Casanova tras la revolución mostraron, a pesar de sus convicciones monárquicas, una gran simpatía hacia el pueblo ruso que acababa de liberarse de un régimen opresivo 8. Aunque la mayoría de los comentaristas liberales y conservadores no tardaron en inquietarse por el rumbo que tomaba la revolución, se mantuvo la diferencia de enfoque entre aliadófilos y germanófilos, por lo que en noviembre de 1917 la toma del poder por los bolcheviques fue acogida con desolación por aquéllos y con cierta satisfacción por éstos, ya que anunciaba la próxima retirada rusa de la guerra europea 9. Por lo demás, las informaciones que llegaron de Rusia durante los primeros meses del régimen bolchevique fueron escasas, confusas y contradictorias, y en la prensa española el tema quedó relegado a un segundo plano hasta que, un año después, concluyó la guerra europea. A pesar de ello no tardó en imponerse una imagen dominante, la de un país que había caído en un sanguinario desorden bajo la tiranía demagógica de sus nuevos amos. Era esto lo que mostraban la gran prensa británica y francesa, las crónicas de Sofía Casanova y los primeros libros sobre el tema que comenzaron a traducirse. El título de uno de ellos puede servir como resumen de un diagnóstico generalizado: Rusia era víctima de la locura roja 10 . La intervención aliada en la guerra civil rusa, bastante limitada por otra parte, tuvo pocos partidarios en España 11, pues disgustaba a unos por ser aliada y a otros por su carácter contrarrevolucionario. Sofía Casanova sólo confiaba en uno de los elementos que se enfrentaban al régimen bolchevique: el ejército de la recién independizada y católica Polonia, que esperaba fuera a cerrar el paso hacia Europa a las tropas rojas, como antaño sus antepasados habían contribuido a cerrárselo a los turcos 12. Desde el punto de vista de las derechas españolas el Ejército Rojo, al que no era fácil imaginar cruzando los Pirineos, no resultaba tan amenazador como el estímulo que el ejemplo ruso daba a los revolucionarios locales, fundamentalmente a los anarcosindicalistas. Para El Debate el bolchevismo suponía un problema universal, porque

4 en definitiva no era más que una exacerbación del sindicalismo, cuyo auge resultaba preocupante tanto en Andalucía como en Cataluña 13. Los liberales tendían en cambio a ser más optimistas, porque consideraban al bolchevismo como un fenómeno específico de la primitiva sociedad rusa, como escribió Madariaga, o incluso perteneciente a la fauna asiática, en pintoresca expresión de Ortega, y por tanto irrepetible en los países de Europa occidental, cuya sólida estructura social impedía que una minoría audaz pudiera apoderase de ellos con la facilidad con que había ocurrido en Rusia 14. En todo caso, la opinión más común era que la mejor vacuna contra el bolchevismo era la reforma social. El catedrático y diputado Tomás Elorrieta, bien informado de los acontecimientos rusos, sostuvo en 1919 que el contagio bolchevique tendría como agentes propagadores a los sindicalistas, a pesar de las diferencias entre el marxismo de los bolcheviques rusos y el anarquismo de éstos, pero que lo más grave era que el medio social español resultaba receptivo, debido a la miseria de la mayor parte de los campesinos y a las malas condiciones en que vivían los trabajadores urbanos 15. Con menos conocimientos y más arbitrismo el editor Rafael Calleja sostuvo poco después una tesis parecida, argumentando que Rusia era un espejo saludable para uso de pobres y ricos, en el que aquéllos se desengañarían de demagogias y éstos podrían comprobar el peligro que supondría no abordar la reforma social 16. Y el ex ministro liberal Rafael Gasset argumentó en otro libro que el ideal igualitario bolchevique, aunque fuera inviable, podía inspirar un fe ciega en muchos proletarios, a quienes sólo se podría desviar de la senda revolucionaria si se elevaba el nivel de vida de las clases humildes, es decir de la inmensa mayoría de los españoles 17

5 El fantasma bolchevique comenzó a resultar menos amenazador a raíz de los acontecimientos que se sucedieron entre 1920 y 1922: la derrota del Ejército Rojo en Polonia, que le arrebató su aura de invencibilidad 18, los inicios de la Nueva Economía Política, que supuso un regreso parcial al capitalismo 19, y una terrible hambruna en diversas regiones rusas, que mostró la incapacidad del régimen soviético, vencedor ya en la guerra civil, para satisfacer las necesidades más elementales de los ciudadanos 20. Cabía pues concluir que la revolución rusa había fracasado, tesis que sostuvo con particular rigor intelectual Ramiro de Maeztu. En su opinión la ideología materialista de los comunistas rusos había sido incapaz de estimular en las masas la abnegación necesaria para que un sistema socialista pudiera funcionar y con ello se venía abajo todo el sueño socialista del siglo XIX, al quedar demostrado que la socialización de los medios de producción no era viable, si no era sobre la base de que se elevara la cualidad moral de los hombres 21. A la altura de 1923, cuando el general Primo de Rivera dio su golpe de Estado, la posibilidad de que la revolución soviética se extendiera hacia Occidente parecía por el momento descartada, mientras que en España la amenaza revolucionaria que había atemorizado a las gentes de orden entre 1917 y 1921 carecía ya de actualidad 22. Pero el recuerdo de los temores pasados es también un factor político no desdeñable y por tanto no debe descartarse la contribución del fantasma bolchevique a la amplia aceptación que inicialmente tuvo la dictadura de Primo de Rivera 23. Las terribles noticias que llegaban de Rusia contribuyeron además a que un sector de las derechas españolas diera crédito a un mito que iba a tener larga duración, aunque no tuviera en España las mismas trágicas repercusiones que en otros países, el mito del complot judaico. El hecho de que bastantes dirigentes bolcheviques fueran de origen judío dio lugar a que en medios de la derecha rusa, tradicionalmente antisemitas, se sostuviera que la revolución bolchevique había sido promovida por el judaísmo internacional, tesis absurda que sin embargo tuvo bastante eco en toda Europa. En España la asumió, entre otros, Álvaro Alcalá Galiano, quien explicó con toda seriedad en ABC que la alta banca judaica había provocado chispazos de comunismo rojo en casi todos los países 24

El vago filocomunismo de algunos radicales. El impacto del bolchevismo se hizo notar sobre todo en las organizaciones obreras, pero hubo también otro sector de la opinión pública española que se sintió atraído por el radicalismo del nuevo foco revolucionario que brillaba en la lejana Rusia. Integraban ese sector algunos intelectuales, periodistas y políticos de izquierda que no se inspiraba en Marx ni en Bakunin sino que, fieles al recuerdo de la gran revolución francesa y en

6 especial a la tradición jacobina, aspiraban a derrocar el régimen monárquico para establecer una república radical. Intensamente aliadófilos en su mayoría, se sintieron defraudados por el resultado de la guerra mundial, que no condujo a un cambio suficientemente revolucionario, y llegaron a la conclusión de que los principios decimonónicos de la democracia liberal habían perdido validez. Pensaban que el siglo XX requería fórmulas nuevas y por un tiempo algunos de ellos transpusieron su ideal de la Francia republicana a la Rusia soviética. Gabriel Alomar, Marcelino Domingo, Eduardo Layret, el ultrarradical Ángel Samblancat y el más moderado Luis de Zulueta fueron, cada uno a su modo, exponentes de esta orientación, en la que también cabría incluir al destacado periodista e intelectual Luis Araquistain, a pesar de que éste militaba en el PSOE. Su actitud se puede encuadrar dentro de la amplia corriente de insatisfacción que, tras la hecatombe de la guerra mundial, llevó a muchos intelectuales a cuestionar los valores liberales encarnados por las potencias vencedoras. La anarquía en que Rusia se estaba hundiendo en el verano de 1917, en vísperas del triunfo bolchevique, inquietó a la mayoría de los aliadófilos españoles, pero algunos presintieron que anunciaba el nacimiento de algo nuevo. Entre ellos se hallaba Luis Zulueta, quien por entonces escribió que si a la humanidad le quedaban fuerzas para engendrar una nueva fe, esa fe vendría de Rusia 25. Sin embargo pocos radicales españoles estuvieron inicialmente dispuestos a perdonar a los bolcheviques su intención de que Rusia se retirara de la guerra contra la odiada Alemania del kaiser, de la que muchos sospechaban que estaban a sueldo. Al poco de haber tomado el poder, un periódico tan característico de la extrema izquierda republicana como era El Diluvio les describió pintorescamente como ministros honorarios del sátrapa de casco puntiagudo (léase Guillermo II) 26. Araquistain también lamentó que Rusia se retirara de la guerra liberadora contra Alemania, pero no tardó en concebir la esperanza de que el resultado final de esa guerra fuera el triunfo en toda Europa de una revolución como la rusa 27. Luego, cuando se vio que la retirada rusa no llevaba al triunfo alemán y sobre todo tras la victoria aliada, los radicales perdonaron su pecado original a los bolcheviques. Tampoco les reprocharon la disolución de la Asamblea Constituyente, en enero de 1918, que puso fin a la posibilidad de que la revolución condujera a una democracia basada en el sufragio universal. En aquellos días fue Zulueta quien más abiertamente manifestó su íntima contradicción. )Quién de nosotros - se preguntaba -, hombres liberales, amigos de la evolución ordenada y jurídica, tendrá nada de común con el bolchevismo? Y sin embargo, lejos de maldecir a los bolcheviques, les bendecía 28. Ante las noticias acerca del desorden sangriento que se vivía en Rusia, este sector de la opinión española reaccionó con incredulidad e irritación. En julio de 1918 Marcelino

7 Domingo reprochó a los españoles de espíritu liberal su silencio ante las calumnias que se lanzaban contra la revolución rusa, que sin duda había causado un grave daño al esfuerzo bélico contra Alemania, pero que bajo Lenin estaba en manos firmes, con una orientación quizá equivocada, pero con un nobilísimo ideal 29. Gabriel Alomar también salió en defensa de los bolcheviques, con los argumentos de que en el terreno de los principios siempre tenían razón los maximalistas y de que en una revolución el recurso a la dictadura era inevitable, como se había comprobado en Francia 30. Zulueta, por el contrario, sostuvo a comienzos de 1919 que, ante la incertidumbre acerca de lo que realmente estaba ocurriendo en Rusia, lo razonable era no hacer valoraciones infundadas sino limitarse a desear que se pusiera fin a las atrocidades bolcheviques, pero que la revolución rusa pudiera continuar su marcha y contribuyera a la transformación del orden económico y social imperante en el mundo, que era insostenible 31. En un tono muy distinto Samblancat había ensalzado poco antes a los bolcheviques, dignos herederos de los jacobinos, que habían fusilado al zar, exterminado a los oficiales del ejército imperial y hecho frente a todos los enemigos de la revolución, salvando así, en su opinión, la libertad del pueblo 32. En estas muestras de admiración hacia el bolchevismo, o al menos en bastantes de ellas, se traslucía un espíritu vitalista (no muy lejano del que encarnó el fascismo) para el que lo nuevo, lo joven, lo violento incluso, eran valores estimables por sí mismos frente a la gris mediocridad de las ideas e instituciones que habían alcanzado la edad madura. Había incluso un cierto elitismo intelectual en la adopción de posiciones opuestas a las predominantes en todo Occidente. Ello es bien visible en la afirmación de Alomar de que sólo las aristarquías del espíritu eran capaces de entrever, más allá del muro de leyendas sangrientas que la rodeaba, la heroica ascensión de la nueva Rusia, que proseguía su bárbara adolescencia de pueblo libre 33. El núcleo del republicanismo español que más se identificó con el bolchevismo fue el Partido Republicano Catalán, al que pertenecían Domingo, Alomar y Layret. Incluso llegó a plantearse la posibilidad, en verdad remota, de que surgiese un partido comunista de Cataluña en el que confluyeran gentes procedentes de las filas republicanas y de las sindicalistas. La idea de algunos republicanos era aprovechar el entusiasmo despertado por la revolución rusa para arrancar a los sindicalistas de su tradicional rechazo hacia la política y obtener así una base obrera de la que carecían. El primero en lanzar públicamente el proyecto fue el diputado republicano y abogado defensor de militantes cenetistas Eduardo Layret, quien sostuvo que la iniciativa de fundar un partido comunista en Cataluña debían tomarla sindicalistas como Pestaña y Seguí 34. Esto lo dijo poco antes de que, en el verano de 1920, el citado Pestaña visitara Rusia como delegado de la CNT y se desengañara allí acerca de la compatibilidad de los ideales anarcosindicalistas con los comunistas. Lo curioso es que Marcelino Domingo también quiso ir a Rusia aquel verano,

8 no pudo hacerlo (posiblemente porque los dirigentes soviéticos le consideraban un pequeño burgués oportunista y no autorizaron su viaje) y sin embargo dio luego una conferencia en la que afirmó haber visitado el país de los soviets, del que ofreció una imagen idílica, para concluir que en cada país debería hacerse un poco de revolución rusa 35 . En la asamblea que el Partido Republicano Catalán celebró a finales de septiembre de 1920, a la que Seguí acudió como espectador, se presentó una proposición, suscrita entre otros por Layret, Domingo y Alomar, para que aquél se incorporara a la III Internacional, proposición que se acordó someter a consulta de las organizaciones del partido 36. Pero la incorporación nunca se produjo. Alomar explicó que las drásticas ventiuna condiciones exigidas por la III Internacional para la adhesión, que se conocieron poco después de la citada asamblea, y el informe de los delegados socialistas españoles que visitaron Rusia a fines de aquel año habían modificado profundamente la cuestión 37. Layret, uno de los principales impulsores del proyecto, fue asesinado por entonces, mientras que Domingo experimentó un rápido y profundo cambio de opinión, pues en abril de 1921 declaró que en las nuevas circunstancias una política revolucionaria sería contraproducente 38. Por aquellos días concluía también, en sentido mayoritariamente negativo, el largo debate interno del PSOE acerca de su incorporación a la III Internacional.

Las prolongadas dudas de los socialistas. Durante la guerra mundial el PSOE se distinguió por un apoyo a la causa aliada probablemente mayor que el de cualquier otro partido socialista de un país neutral y desde esa perspectiva valoró inicialmente los acontecimientos rusos. El Socialista saludó con alegría la revolución de marzo 39, no ocultó en noviembre su preocupación de que la toma del poder por los bolcheviques pudiera llevar a la deserción de Rusia 40, y mantuvo luego un silencio de meses, debido a la contradicción entre su aliadofilia y su evidente deseo de no criticar al primer Estado socialista del mundo. Bajo esa fachada de silencio se ocultaba una creciente admiración de bastantes socialistas españoles hacia el bolchevismo, que a partir del verano de 1918 tuvo ocasión de manifestarse en las páginas de un nuevo semanario, Nuestra Palabra, editado por algunos militantes descontentos con la dirección del partido. Lo que hacen los bolchevikis, escribió uno de ellos, es simplemente implantar el programa socialista desde el gobierno 41. Al igual que otros elementos de la izquierda española, los socialistas no prolongaron su aliadofilia más allá del armisticio, porque desaparecido el peligro de una

9 Europa dominada por el imperialismo alemán no había ya motivos para mostrar benevolencia hacia las potencias capitalistas vencedoras 42. Con ello desapareció su principal motivo de hostilidad hacia el bolchevismo. Una primera decisión respecto a éste hubo de tomarla Julián Besteiro, delegado del PSOE en la conferencia que la Internacional Socialista celebró en Berna de febrero de 1919, cuando el sueco Hjalmar Branting presentó una resolución que implícitamente condenaba a los bolcheviques, al afirmar que el avance hacia el socialismo sólo era posible por métodos democráticos. Esta proposición recibió el apoyo de la mayor parte de las delegaciones presentes, pero Besteiro apoyó una proposición minoritaria que ponía en guardia contra toda crítica hacia la República soviética, con el argumento de que se carecía de base suficiente para juzgarla 43. Esta mera negativa a condenarlos métodos bolcheviques comprometía poco, pero el PSOE se enfrentó muy poco después a un dilema mucho más grave, cuando en marzo se fundó en Moscú la III Internacional o Internacional Comunista. Al congreso fundacional de la misma no asistió ningún delegado español, ni casi ningún extranjero en realidad, pero lo más significativo fue que la invitación radiada por los bolcheviques sólo se dirigió a los elementos de izquierda del Partido Socialista Español. Era el primer anuncio de que la adhesión a la nueva Internacional implicaría la escisión del partido. El camino hacia ésta sería largo y laborioso, pues exigiría dos años de discusiones y tres congresos extraordinarios. El primer paso lo dio la Agrupación Socialista Madrileña el 29 de julio de 1919, cuando acordó proponer a la comisión ejecutiva del partido la celebración de un plebiscito en todas las agrupaciones, para acordar la inmediata adhesión a la III Internacional 44. Pablo Iglesias, dirigente indiscutible del PSOE, con la salud ya muy quebrantada a sus casi setenta años, no entró en el fondo de la propuesta, pero observó que un plebiscito podía dividir el partido y que era mejor debatir la cuestión en un congreso extraordinario. Marcó así la linea que iban a seguir los dirigentes socialistas: buscar el consenso mediante el debate y evitar a toda costa la escisión. Quienes eran reticentes a incorporarse a la nueva Internacional mantendrían una actitud discreta, mientras que los partidarios de ésta se lanzaron de lleno a la apología del nuevo régimen soviético. En el segundo aniversario de la toma del poder por los bolcheviques, El Socialista dio el tono que iba mantener casi dos años, con un lírico editorial que saludaba a la Rusia revolucionaria como el pueblo mártir al que pertenecía el porvenir 45. Toda crítica al bolchevismo, incluso la proveniente de los socialistas rusos u occidentales, quedó proscrita en la prensa socialista española. Cuando N. Tasin, un menchevique ruso refugiado en España, remitió al semanario socialista La Internacional un artículo en el que hacia notar que en Rusia habían sido encarcelados miles de proletarios, se trataba como enemigos del pueblo a los socialistas que protestaban y los funcionarios bolcheviques decidían por el

10 pueblo, el semanario lo publicó precedido de una nota que lo descalificaba 46. Fue sólo en las páginas de un diario liberal, El Sol, donde Tasin pudo desarrollar con mayor eficacia su crítica socialista del bolchevismo, que le ganó el odio de los admiradores españoles de Lenin, quienes en una ocasión llegaron a agredirle físicamente 47. En el congreso extraordinario que el PSOE celebró en diciembre de 1919 no se discutieron los méritos del régimen bolchevique ni la necesidad de la dictadura del proletariado, que un partidario de permanecer en la II Internacional como Besteiro calificó de condición indispensable para el triunfo del socialismo. Lo fundamental para buena parte de los delegados era preservar la unidad del partido y ello se logró mediante una ambigua fórmula que posponía la decisión sobre la afiliación internacional; pero ese compromiso fue aprobado por escaso margen, pues eran bastantes los que deseaban una incorporación inmediata a la III Internacional 48. Esto último fue lo que acordaron, en su inmediato congreso, las Juventudes Socialistas 49. Entre tanto los dirigentes soviéticos habían mostrado muy poco interés por España. A pesar de los rumores sobre la presencia en España de agentes de Moscú, lo cierto es que el primer enviado de la III Internacional sólo llegó a finales de 1919 y lo hizo de forma un tanto casual, de regreso de una misión en México. Se trataba del ruso Mijail Borodin, que permaneció un par de semanas en Madrid, donde contactó con algunos socialistas y dejó tras de sí a un joven acompañante que se hacía pasar por mejicano y se hacía llamar Ramírez, pero en realidad era el ciudadano estadounidense Francis Phillips 50. Las gestiones de ese último contribuyeron a que el 15 de abril de 1920 las Juventudes Socialistas fundaran el Partido Comunista Español, que inicialmente contaría tan sólo con mil o dos mil militantes, en su gran mayoría jóvenes 51. Los partidarios de la III Internacional en el seno del PSOE quedaron al margen del mismo, porque prefirieron dar de nuevo la batalla en un segundo congreso extraordinario, que tuvo lugar en junio de aquel año. En esta ocasión ni siquiera se debatió si el partido debía incorporarse a la III Internacional, sino que esto se dio por sentado y el debate se centró en si la incorporación había de ser o no condicional. Y de nuevo se llegó a una fórmula de compromiso que enmascaraba una maniobra dilatoria y fue aprobada por la mayoría de los delegados: la incorporación sería inmediata, pero sometida a ciertas condiciones que aseguraran la autonomía del partido 52. Se abrió así un compás de espera que habría de durar hasta que dos delegados, Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos, cumplieran la difícil misión que les encomendó el congreso: negociar en Moscú la adhesión condicionada. Entre tanto el congreso de la organización sindical socialista, la UGT, que contaba con una afiliación mucho más numerosa que el PSOE, rechazó por amplísima mayoría su incorporación a la III Internacional, que en cambio había aprobado meses atrás su rival anarcosindicalista, la

11 CNT 53. Las dificultades para obtener el necesario permiso soviético retrasaron la llegada de Anguiano y Ríos a Rusia hasta octubre de 1920. Para entonces su misión era imposible, pues las condiciones de ingreso acordadas por su partido eran incompatibles con aquellas que, en número de ventiuna, acababa de adoptar la III Internacional. El resultado principal de aquel viaje fue que Fernando de los Ríos obtuvo una información directa sobre la situación rusa, que le permitió realizar una sólida crítica del régimen bolchevique desde una perspectiva marxista. Por su parte Anguiano, que había sido uno de los principales partidarios de la incorporación de su partido a la III Internacional, regresó de Rusia un tanto decepcionado y vacilante respecto al rumbo a seguir 54. Ambos presentaron sin embargo informes contrapuestos acerca de la decisión que se debía adoptar, el de Anguiano favorable a la III Internacional y el de Ríos contrario. El comité nacional del PSOE no pudo llegar a un acuerdo y la cuestión quedó para un tercer congreso extraordinario 55, que se celebró en abril de 1921 y en cuyo resultado influiría decisivamente el penoso efecto causado por las draconianas condiciones que había adoptado la III Internacional. Araquistain, hasta entonces simpatizante del bolchevismo, había escrito al conocerlas que su centralismo absorbente llevaría a la dictadura de los dirigentes comunistas rusos sobre todos los pueblos adheridos a la III Internacional 56. Y el mismo Anguiano se había mostrado crítico hacia la dictadura de Moscú sobre ésta 57. Fue también Anguiano quien observó en privado que en Rusia se vivía como en un presidio y Ríos tuvo la habilidad de citar esa observación para concluir el extenso y demoledor informe sobre la situación rusa con la que abrió el debate del tercer congreso extraordinario del PSOE. Fue el congreso de la escisión. Tras haberse aprobado, por 8.808 votos contra 6.025, la incorporación del PSOE a la llamada Internacional de Viena (que representaba un intento de tercera vía, pero terminaría por fusionarse con la Internacional Socialista en marzo de 1923), los disidentes se escindieron para fundar el Partido Comunista Obrero 58. La nueva comisión ejecutiva del PSOE elegida en aquel congreso, con Iglesias en la presidencia y Besteiro en la vicepresidencia, no quiso sin embargo que se la considerara opuesta a la revolución rusa y declaró en un manifiesto que los partidos concertados en la Internacional de Viena eran aquellos que, absolutamente identificados con la significación histórica de aquella, encontraban en su marcha hacia Rusia el obstáculo insuperable de de las ventiuna condiciones 59. En la opción del PSOE jugó sin duda un papel la decepción ante el rumbo extremadamente autoritario que había tomado el régimen soviético, pero lo que más influyó fue el rechazo a unas condiciones que implicaban la expulsión del ala moderada del partido y la pérdida de la autonomía de la que éste había gozado en la Internacional Socialista.

12 A partir de entonces El Socialista se mostró algo más critico hacia la Rusia soviética. Informó por ejemplo a sus lectores que allí no había libertad sindical 60, y actuó como caja de resonancia para el libro que Fernando de los Ríos publicó en octubre de 1921, Mi viaje a la Rusia sovietista, cuya aparición anunció a toda plana en primera página 61 . Entre los numerosos comentarios que este libro suscitó, vale la pena mencionar el de un militante socialista, Julián Zugazagoitia, quien se declaraba admirador de la revolución rusa pero enemigo de la política comunista por ser contraria a los derechos del hombre, y explicó lo doloroso que le había resultado encontrar en el sugestivo libro de Ríos tantas sorpresas desagradables respecto a la realidad rusa 62.

Los anarquistas, del espejismo al desencanto. Algunos de los primeros entusiastas que la dictadura bolchevique tuvo en España fueron ciertos anarquistas y sindicalistas que en ella vieron el primer paso hacia la destrucción del Estado. Era una interpretación que el mismo Lenin había sostenido cuando en vísperas de tomar el poder escribió Estado y revolución 63, y la fase inicial del régimen bolchevique, cuando de hecho los obreros mandaban en las fábricas, los soldados en el ejército y los campesinos en las aldeas, respondió a una concepción semianarquista de la dictadura del proletariado, que pronto se abandonaría en favor de una rígida dictadura de partido. Pero en tanto es comprensible que los anarquistas españoles malinterpretaran el significado de un movimiento revolucionario acerca del cual llegaba una información confusa y que les resultaba en admirable por su radicalismo. A fines de 1917 los anarquistas que en Barcelona publicaban Tierra y Libertad pensaban que los bolcheviques se inspiraban no sólo en Marx sino en Bakunin, y sostenían que en toda revolución se debía seguir su ejemplo, pues era necesario un periodo de severa dictadura para destruir el viejo orden y aplastar a los contrarrevolucionarios, abriendo así el camino al triunfo de la anarquía 64. Algunos sindicalistas, como Ángel Pestaña, por entonces director de Solidaridad Obrera, se mostraron más prudentes, argumentando que no había datos suficientes para valorar el bolchevismo 65, pero en general la prensa libertaria fue inicialmente mucho más favorable al nuevo régimen soviético que la socialista. La Federación de Grupos Anarquistas de Cataluña proclamó que los revolucionarios rusos estaban realizando una obra imperecedera, triunfara o no por completo 66. Y es que probablemente muchos anarquistas admiraban a los bolcheviques por su labor destructiva, al margen de que fueran o no a construir una sociedad acorde con sus ideales. Algunos además creían lo que deseaban creer, como un colaborador de Solidaridad Obrera que en mayo de 1918 sostuvo que quienes más influencia tenían en los

13 soviets eran los anarquistas 67. En realidad para entonces los bolcheviques habían perdido ya la paciencia con sus antiguos aliados y en abril la Cheka había asaltado numerosos centros anarquistas en Moscú 68. De esto apenas se tuvo noticia en España. Por el contrario el ejemplo ruso sirvió de inspiración a los militantes anarquistas que impulsaron la gran oleada de agitación social que se produjo en España entre 1918 y 1920, cuyos focos principales estuvieron en las fábricas barcelonesas y en los campos andaluces. Aquellos años serían recordados en Andalucía como el trienio bolchevista, porque los campesinos quedaron fascinados ante la noticia de que sus hermanos rusos habían efectuado el reparto de la tierra (que en realidad no respondía al programa a largo plazo de los bolcheviques, partidarios de su nacionalización), noticia ampliamente destacada por la prensa anarquista que leían con avidez. El notario Juan Díaz del Moral, autor de un clásico estudio sobre el tema, cuenta que Rusia surgía por entonces en todas sus conversaciones con campesinos y, en el congreso que en mayo de 1919 celebraron en Castro del Río las organizaciones campesinas cordobesas, se acordó no pedir tierras al Estado, sino apoderarse de ellas como habían hecho los bolcheviques 69. Años más tarde Manuel Buenacasa, desengañado ya del mito soviético, recreaba la atmósfera de entonces al preguntarse: )Quién en España, siendo anarquista, desdeñó el motejarse a sí mismo bolchevique? 70. La verdad es que algunos mantuvieron la cabeza algo más fría, entre ellos el carismático dirigente de la CNT Salvador Seguí, quien en octubre de 1919 se atrevió a expresar sus dudas de que los trabajadores españoles, e incluso los rusos, estuvieran ya preparados para asumir la dirección de la nueva sociedad revolucionaria 71. Pero fue la actitud evocada por Buenacasa la que predominó en el congreso nacional que la CNT celebró en Madrid en diciembre de aquel año. La proposición que por aclamación se adoptó en el mismo no careció sin embargo de ambigüedad, pues al tiempo que se declaraba firme defensora de los principios de Bakunin la CNT se adhirió provisionalmente a la III Internacional, en espera de que se celebrara el congreso que había de sentar las bases de la verdadera Internacional de los trabajadores 72. Como resultado de ese acuerdo un delegado de la CNT, Ángel Pestaña, asistió al II Congreso de la Internacional Comunista, que se celebró en Moscú en el verano de 1920. Ello le permitió tomar parte en las reuniones en las que se acordó la creación de la que sería conocida como Internacional Sindical Roja y, aunque comprendió que el principio de independencia respecto a los partidos políticos que defendía la CNT resultaba incompatible con las tesis dominantes en Moscú, suscribió el manifiesto fundacional de la misma 73. La prensa española no tardó en hacerse eco de su disconformidad con la III Internacional y su decepción ante la realidad del régimen soviético 74, pero él prefirió

14 guardar un largo silencio, aparentemente por no dar argumentos a los enemigos de la revolución. Fue sólo en 1925 cuando se decidió a publicar su muy crítico libro Setenta días en Rusia: lo que yo vi. De regreso, Pestaña fue detenido en Milán y deportado a España, donde fue encarcelado nada más desembarcar. Por entonces había comenzado en Barcelona una cruenta represión, en la que las tácticas de acción violenta empleadas por los cenetistas se utilizaron contra ellos, fomentando o tolerando las autoridades numerosos homicidios. La CNT entró en una etapa de declive, en la que la rápida desaparición de dirigentes, por encarcelamiento o muerte, permitió llegar a la cima de la organización a jóvenes militantes seducidos por el ejemplo bolchevique, entre los que destacaron Andrés Nin y Joaquín Maurín. Su orientación era opuesta a la de algunos anarquistas españoles, que habían llegado ya en 1920 a una conclusión enteramente desfavorable respecto al modelo soviético. Uno de ellos escribió que sólo el instinto de imitación, que el hombre había heredado del mono, podía explicar que los anarquistas hubieran llegado a llamarse bolcheviques y pedir la dictadura del proletariado 75. En el I Congreso de la Internacional Sindical Roja, que se celebró en Moscú en el verano de 1921, estuvieron representadas las dos sensibilidades respecto a Rusia que por entonces coexistían en los medios anarquistas y sindicalistas españoles. Los cuatro delegados que fueron elegidos en un pleno clandestino del comité nacional de la CNT, entre los que se hallaban Nin y Maurín, eran favorables al bolchevismo, pero el delegado de la Federación de Grupos Anarquistas de Barcelona que se les agregó, el joven francés Gastón Leval, resultó mucho más crítico. Así es que en Moscú, mientras los delegados de la CNT intentaban con escaso éxito que el congreso de la Internacional Sindical Roja, dominado por delegados comunistas, admitiera los principios del sindicalismo revolucionario 76, Leval empleó fundamentalmente su tiempo en relacionarse con los anarquistas perseguidos por las autoridades soviéticas y en mediar para que fueran liberados los que se encontraban encarcelados. En dicha mediación colaboró también destacadamente uno de los delegados de la CNT, Hilario Arlandis, militante del Partido Comunista Español, que a raíz de ello tuvo un fuerte choque verbal con Trotski 77. Nin no pudo regresar a España, pues se le buscaba como implicado en el asesinato del presidente del gobierno Eduardo Dato, ordenado por dirigentes de la CNT 78, y optó por establecerse finalmente en Rusia, donde también halló refugio, por mediación suya 79, uno de los magnicidas, Ramón Casanellas. Los restantes delegados se encontraron a su regreso a España una acogida muy hostil por parte del sector de la CNT que deseaba romper con Moscú, uno de cuyos órganos de expresión era el semanario anarquista madrileño Nueva Senda, que comenzó a publicarse en Madrid a mediados de 1921 80. Las condiciones de semiclandestinidad en que había de actuar la perseguida CNT hacían sin

15 embargo difícil tomar una resolución. No fue hasta junio de 1922 cuando, en una situación menos represiva, pudo una conferencia nacional de la CNT, reunida en Zaragoza, discutir el problema de su afiliación a la Internacional Sindical Roja, que Pestaña propuso suspender y Arlandis defendió. Seguí apoyó a Pestaña, argumentando que de los dirigentes rusos les separaba un abismo tanto en el plano ideológico como en el táctico, y con el voto en contra de tan sólo dos delegados la conferencia acordó en principio retirarse de la Internacional Sindical Roja, aunque remitió la decisión definitiva a un referendum que habrían de celebrar los sindicatos miembros 81. Dicho referendum no llegaría a celebrarse. A todos los efectos la CNT rompió con su orientación filobolchevique en aquella conferencia de junio de 1922, poco más de un año después de que lo hubiera hecho el PSOE.

Epílogo. A partir de 1921 el entusiasmo español por la Rusia soviética entró en una fase de declive. El proceso al que los dirigentes del Partido Socialista Revolucionario se enfrentaron en Moscú en el verano de 1922 fue severamente criticado en las páginas de El Socialista, mientras que la prensa libertaria española se hizo eco de críticas al régimen soviético tan severas como las de la famosa anarquista de origen ruso Emma Goldman. Al margen de que el temor a la revolución hubiera contribuido más o menos al ascenso al poder de Primo de Rivera, lo cierto es que éste no encontró apenas oposición por parte de las organizaciones obreras. Por el contrario los socialistas adoptaron hacia su régimen una posición casi benevolente, mientras que la CNT dejó prácticamente de existir y los anarquistas se refugiaron en el debate teórico, no sin que alguno de ellos observara que bajo la dictadura militar era posible en España la publicación de prensa libertaria, que no consentía en cambio la dictadura comunista en Rusia. En cuanto al Partido Comunista de España, había alcanzado un arraigo mínimo y en los años de la dictadura apenas pudo hacer notar su existencia. Cabría pues concluir que el impacto de la revolución rusa en España fue reducido, limitándose a un entusiasmo pasajero que se enfrió a partir de 1921. Pero lo que en este ensayo se ha expuesto representa tan sólo la primera parte de una historia que fue muy compleja. Puede argumentarse que la fase más importante de la misma se dio en los años treinta, cuando la admiración por la Rusia soviética renació en las filas de la izquierda española, muy especialmente en las del PSOE, y constituyó un factor no desdeñable en el proceso de radicalización de este partido, que le llevó desde el apoyo a la República de 1931 hasta el ensueño de una revolución soviética a la española, con Largo Caballero en el papel de

16 Lenin. Puesto que a su vez el espectro ruso contribuyó al creciente autoritarismo de la derecha española, la conclusión final es que el impacto de la revolución rusa constituye un precedente sin el cual no se pueden comprender los orígenes de la guerra civil española.

Notas.

1. Entre las obras recientes que, desde distintos puntos de vista, ofrecen una interpretación de conjunto de la revolución rusa cabe citar las de Richard PIPES (1990): The Russian revolution, Nueva York, Knopf. 946 págs., y Russia under the Bolshevik regime, 1919-1924 (1994), Londres, Harper Collins, 587 págs.; Orlando FIGES (1996): A people=s tragedy: the Russian revolution, 1891-1924, Londres, J. Cape; y ACTON, E., CHERNAIEV, V.I. y ROSENBERG, W.G., eds. (1997): Critical Companion to the Russian Revolution, 19141921. Londres, Arnold. 782 págs. 2. Acerca de ésta pueden consultarse las recientes síntesis de K. McDERMOTT y J. AGNEW (1996): The Comintern: a history of international communism from Lenin to Stalin, Londres, MacMillan, 304 págs.; y Piere BROUE (1997): Histoire de l'Internationale Communiste, 1919-1943, París, Fayard, 1120 págs. 3. El autor de este ensayo ha desarrollado más ampliamente el tema en La fe que vino de Rusia (1999), Madrid, Biblioteca Nueva. Otros estudios sobre el tema son los de Xavier PANIAGUA (1980): ALas repercusiones de la revolución rusa en el movimiento libertario español@, Anales del Centro de Alzira de la UNED, 1. Carlos FORCADELL (1988): ALa recepción de la revolución rusa en España (1917-1921), en CARANTOÑA, A. y PUENTE, G., eds.: La revolución rusa 70 años después, Universidad de León; y David RUIZ (1988): AEscépticos y creyentes ante la revolución: los primeros viajeros españoles al país de los soviets@, ibidem. 4. Sofía CASANOVA: De la revolución rusa en 1917 (1917), Madrid, Renacimiento, 298 págs, y La revolución bolchevista: diario de un testigo (1920), Madrid, Biblioteca Nueva (reeditada en Castalia, Madrid 1989, 248 págs.); Fernando de los RIOS (1921): Mi viaje a la Rusia sovietista, Madrid, Caro Reggio (reeditado en Alianza Editorial, Madrid 1970, 256 págs.); Angel PESTAÑA (1925): Setenta días en Rusia: lo que yo vi, Barcelona, Cosmos, 226 págs.

17 5.. Arthur RANSOME (1920): Seis semanas en Rusia en 1919, Valencia, Ed. Levantina, 233 págs; H. G. WELLS (1920): Rusia en las tinieblas, Madrid, Calpe, 144 págs. 6.7. El Liberal, 18, 22 y 28/3/1917; La Publicidad, 17, 19 y 28/3/1917; España, 22/3/1917. 7.. La Acción, 16 y 17/3/1917. 8.. CASANOVA, S. (1917), págs. 32, 37-38, 43 y 54-55. 9.. Por aquellos días una caricatura germanófila presentó al oso ruso pidiendo a un benévolo soldado alemán que le quitara la cadena (La Acción, 25/11/1917), mientras que en una caricatura aliadófila un soldado alemán y un bolchevique se repartían la piel del oso (La Publicidad, 16/12/1917). 10. Serge de CHESSIN (1919): La locura roja: aspectos y escenas de la revolución rusa (1917-1918), Barcelona, Seix y Barral, 326 págs.. 11.. El más destacado fue Antonio Rovira y Virgili: véase por ejemplo La Publicidad, 5/1/1919. 12.. ABC, 25/7/1919. 13.. El Debate, 17/1 y 1/3/1919. 14.. Salvador de Madariaga, La Publicidad, 12/1/1919; José ORTEGA Y GASSET (1983): Obras completas, X, Madrid, Alianza Editorial, págs. 591-596, 608-610 y 673-675. 15.. Tomás ELORRIETA (1919): El mvimiento bolchevista, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 61 págs. 16. Rafael CALLEJA (1920): Rusia, espejo saludable para uso de pobres y ricos, Madrid, Calleja, 514 págs. 17.. Rafael GASSET Y CHINCHILLA (1920): La humanidad insumisa; la revolución rusa; el problema social en España, Madrid, El Imparcial, 255 págs. 18.. Entre quienes destacaron la importancia del éxito polaco se halló Rovira y Virgili (La Publicidad, 22/8/1920).

18 19.. Ello hizo suponer a algunos que Rusia se encaminaba hacia la economía capitalista y la libertad política, tesis que cónsul español en Bucarest sostuvo por entonces en un folleto: Javier MERUENDANO (1923): La situación económica de Rusia y las perspectivas de sus mercados, Madrid, Ministerio de Estado, 65 págs. 20.. Para el colaborador de ABC Álvaro Alcalá Galiano, la hambruna fue la prueba más palpable del fracaso comunista (ABC, 3/8/1921). 21.. Ramiro de Maeztu, El Sol, 19/4 y 8/12/1921. 22.. Acerca de las fuerzas revolucionarias españolas de aquel periodo se dispone de un excelente estudio, que presta gran atención al impacto del ejemplo ruso, el de Gerald H. MEAKER (1978): La izquierda revolucionaria en España, 1914-1923, Barcelona, Ariel, 657 págs. 23.. La importancia del pánico rojo en la génesis de la dictadura ha sido destacada por Shlomo Ben-Ami (1984): La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), Madrid, Planeta, págs. 18-22 y 33-35. 24.. ABC, 3/8/1921. 25.. El Liberal, 3/8/1917. 26.. El Diluvio, 21/11/1917. 27.. El Liberal, 29/11/1917 y 26/1/1918. 28.. El Liberal, 26/1/1918. 29.. La Lucha, 1/7/1918. 30.. Solidaridad Obrera, 5/10/1918. 31.. El Liberal, 25/1/1919. 32.. El Diluvio, 23/11/1918. 33.. La Internacional, 25/12/1919.

19 34.. La Internacional, 16/4/1920. 35.. La Voz, 19/8/1920. 36.. El Diluvio, 26, 28 y 29/9/1920. 37.. El País, 6/2/1921. 38.. El Diluvio, 9/4/1921. 39.. El Socialista, 17, 18 y 20/3/1917. 40.. El Socialista, 10/11/1917. 41.. Nuestra Palabra, 23/11/1918, citada en MEAKER, G. (1978), pág. 157. 42.. El Socialista, 20/11/1918 y 17/1/1919. 43.. Informe de Besteiro, El Socialista, 8 y 10/12/1919. 44.. El Socialista, 3/8/1919. 45.. El Socialista, 8/11/1919. 46.. La Internacional, 1/11/1919. 47.. El Sol, 27 y 29/6/1920. Entre los varios libros que este exiliado ruso publicó en España el más interesante es: N. TASIN (1919): La revolución rusa, Madrid, Biblioteca Nueva, 389 págs. 48.. El Socialista, 10 a 13/12/1919. 49.. Nuestra Palabra, 18/12/1919. 50. Sobre la identidad de Ramírez véase BROUE, P. (1997), pág. 1065. 51.. Una copia de los informes de Ramírez a la III Internacional, que se conservan en Moscú, puede consultarse en la Fundación Pablo Iglesias de Madrid. El primer estudio de los mismos

20 ha sido publicado por Luis ARRANZ (1997): "Los primeros pasos de la Internacional Comunista en España", en TUSELL y otros: La política exterior de España en el siglo XX, págs. 39-51 52.. El Socialista, 22, 23, 24 y 25/6/1920. 53.. Sobre este congreso de UGT véase MEAKER, G. (1978), págs. 356-361. 54.. Eduardo Torralba Beci (1921): Las nuevas sendas del comunismo, Madrid, Biblioteca Nueva, pág. 15. 55.. El Socialista, 17, 18 y 19/1/1921. 56.. El Socialista, 15 y 20/10/1920. 57.. Ello le fue reprochado por Ramón Merino Gracia, secretario del Partido Comunista Español, en carta a Lenin, 21/10/1920, de la que se conserva una copia en el Archivo Histórico del Partido Comunista de España, Madrid, y en un artículo de El Comunista, 5/3/1921. 58.. El Socialista, 11, 12, 13 y 14/4/1921. 59.. El Socialista, 15/4/1921. 60.. El Socialista, 8/7/1921. 61.. El Socialista, 4/10/1921. 62.. El Socialista, 17/2/1922. 63. En España se publicaron dos traducciones de este libro, hacia 1920: El Estado y la revolución proletaria, Madrid, Biblioteca Nueva, y La revolución y el Estado, Valencia, Editorial Cervantes. 64. Tierra y Libertad, 28/11 y 26/12/1917. 65. Solidaridad Obrera, 12/11, 26/11 y 5/12/1917 y 11/1/1918.

21 66. Solidaridad Obrera, 18/12/1917. 67. Solidaridad Obrera, 11/5/1918. 68. Véase el estudio de Paul AVRICH (1974): Los anarquistas rusos, Madrid, Alianza Editorial, 334 págs. 69. Joaquín DIAZ DEL MORAL (1967): Historia de las agitaciones campesinas andaluzas: Córdoba, Madrid, Alianza Editorial, págs. 275-384 y nota 78 en pág. 468. 70. Manuel BUENACASA (1977): El movimiento obrero español, 1886-1926, Madrid, Júcar, pág. 151. 71. SEGUI, Salvador (1976): Artículos madrileños, edición de A. Elorza, Madrid, Edicusa, págs. 47-60. 72. CONFEDERACION NACIONAL DEL TRABAJO (1932): Memoria del Congreso celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, los días 10 al 18 de diciembre de 1919, Barcelona, tipografía Cosmos, págs. 340-374. 73. Angel PESTAÑA (1922): Memoria que al Comité de la CNT presenta de su gestión en el II Congreso de la III Internacional el delegado...-, Madrid, Biblioteca Nueva Senda, 87 págs. 74. El Socialista, 19/8/1920, El Liberal, 29/8/1920, El Comunista, 4/9/1920. 75. Francisco JORDAN (1920): La dictadura del proletariado, Madrid, Espartaco, 30 págs. 76. Véase el informe de la delegación de la CNT en Lucha Social, 3/6, 24/6 y 15/7/1922. 77. International Institute of Social History, Amsterdam: Mémoires de G. Leval, págs. 78128. Un extracto de estas memorias inéditas ha sido publicado por Xavier PANIAGUA (1974): "La visió de Gaston Leval de la Rússia soviètica el 1921", Recerques, 3, págs. 199224. 78. Véase el testimonio de Maurín en Víctor ALBA (1975): El marxisme a Catalunya, 19191939, IV: Joaquim Maurín, Barcelona, Pòrtic, págs. 81-86. 79. Esto se afirma en el artículo "Una infamia policiaca", Lucha Social, 26/11/1921.

22 80. Nueva Senda, 10/11/1921. 81. Vida Nueva, 15/6/1922; Lucha Social, 24/6/1922.

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