El impacto colonial fenicio arcaico en el Hinterland de Andalucía mediterránea (siglos VIII-VI a.C.). El mundo indígena y las transformaciones del Hierro Antiguo

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EDUARDO GARCÍA ALFONSO

EL IMPACTO COLONIAL FENICIO ARCAICO EN EL HINTERLAND DE ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA (SIGLOS VIII-VI A.C.) EL MUNDO INDÍGENA Y LAS TRANSFORMACIONES DEL HIERRO ANTIGUO

TESIS DOCTORAL Dirección: Dra. María Eugenia Aubet Semmler Departament d'Humanitats Universitat Pompeu Fabra, Barcelona Dra. Encarnación Serrano Ramos Área de Arqueología Universidad de Málaga

ÁREA DE ARQUEOLOGÍA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNIVERSIDAD DE MÁLAGA 2000

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VXORI ET FILIIS CARISSIMIS MEMORIAE PATRI

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“Y por cierto que, al instalarse en la región mencionada, esos fenicios que llegaron con Cadmo introdujeron en Grecia muy diversos conocimientos entre los que hay que destacar el alfabeto...” HERÓDOTO, Historia, V, 57-58

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ÍNDICE Agradecimientos.................................................................................................... 9 INTRODUCCIÓN ...................................................................................................13

PRIMERA PARTE. LOS PLANTEAMIENTOS ...................................................... 23 1.

El concepto de hinterland y su aplicación al mundo fenicio ...............................25

2.

Los fenicios en Occidente y el cambio cultural .................................................37

3.

La Andalucía mediterránea y su traspaís. Territorio y recursos en el marco del sistema de explotación colonial fenicio arcaico..............................43

4.

Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones ............................................................................................79

5.

Bronce Final/Hierro Antiguo. Terminología, cronología y periodización ..............................................................................................127

SEGUNDA PARTE. LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS ...................................... 143 6.

La depresión de Vera..................................................................................147

7.

El golfo de Almería y su hinterland ...............................................................197

8.

El poniente almeriense................................................................................229

9.

El litoral granadino .....................................................................................239

10.

La costa oriental malagueña........................................................................247

11.

La bahía de Málaga y su hinterland. El valle del Guadalhorce..........................285

12.

La costa occidental malagueña ....................................................................327

13.

El entorno de la bahía de Algeciras ..............................................................341

14.

La altiplanicie de Guadix-Baza .....................................................................363

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15.

La vega de Granada y sus piedemontes........................................................437

16.

La depresión de Antequera .........................................................................519

17.

El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón..............................529

18.

La depresión de Ronda ...............................................................................589

TERCERA PARTE. LA CULTURA MATERIAL DEL MUNDO INDÍGENA ..........................................................................................................617 19.

La cerámica. Planteamientos generales ........................................................619

20.

La cerámica a mano ...................................................................................627

21.

Las producciones fenicias a torno y su aceptación por el mundo indígena ....................................................................................................717

22.

Objetos de metal. Importaciones y metalurgia autóctona ...............................777

23.

Los patrones de asentamiento .....................................................................823

CUARTA PARTE. LA ANDALUCIA MEDITERRANEA Y SU HINTERLAND EN LOS SIGLOS VIII-VI. UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS ..................................................................................................................... 831 24.

Bases teóricas para la construcción del proceso histórico ...............................833

25.

El Bronce Final como sociedad de rango .......................................................837

26.

El Hierro Antiguo I-II. El cambio cultural en el mundo autóctono ....................855

27.

El Hierro Antiguo III. La transición al mundo ibérico ......................................871

CONCLUSIONES ............................................................................................... 879

Bibliografía..................................................................................................... . . 8 8 7

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AGRADECIMIENTOS Aunque corresponde a una sola persona la firma de una tesis doctoral, es evidente que detrás siempre hay el concurso de otras que, de diversas maneras, han contribuido a aligerar la carga del autor. En mi caso, sin la colaboración que he recibido hubiera sido imposible llevar la tarea a buen término. Aunque se merecen mucho más, quiero dedicarles unas líneas para agradecerles sinceramente su ayuda y su aliento. Como organismos públicos cabe citar a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Museo Arqueológico Nacional, Ayuntamiento de Adra, Ayuntamiento de Dalías, Ayuntamiento de El Ejido, Ayuntamiento de Salobreña y Ayuntamiento de Galera, que me han proporcionado diferentes documentos e información. Determinados colegas han solucionado algunos problemas, casos de D. Ramón Buxó Capdevila (Museu d'Arqueologia de Catalunya, Barcelona), D. Miguel Angel Fernández (Museo de Almería), Dª. Carmen Martín Gómez (Museo Arqueológico de Sevilla), D. Gabriel Martínez Fernández (Universidad de Granada), D. Manuel Ramos Lizana (Museo Arqueológico y Etnográfico de Granada), D. Lorenzo Sánchez Quirante (Museo Municipal de Baza), Dª. Pepa Gasull (Universitat Autònoma de Barcelona), D. Gabriel Martínez Fernandez (Universidad de Granada), Dª. María Belén Deamos y D. Manuel Pellicer Catalán (Universidad de Sevilla). Capitulo aparte merece el Ayuntamiento de Teba, en la persona de sus sucesivos alcaldes D. José Moronta Carrasco y D. Salvador Peralta Sevillano, así como los concejales D. Manuel Pinta Galán y D. Antonio García González. Las ayudas económicas y materiales de esta Corporación Municipal han posibilitado la realización por nuestra parte de una serie de intervenciones arqueológicas en el valle del Guadalteba centradas en el mundo protohistórico: los Castillejos, Castellón de Gobantes y Huertas de Peñarrubia. Las campañas realizadas en estos enclaves constituyen la principal aportación empírica que hemos realizado de primera mano al mundo indígena del Hierro Antiguo en la alta Andalucía e integran una parte importante de la presente tesis a nivel de información. No podemos olvidarnos de las personas que han participado en los trabajos en el valle del Guadalteba durante estos años en las tareas de campo y laboratorio: Dª. María Elena Roncal Los Arcos, D. Antonio Morgado Rodríguez y D. Virgilio

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Martínez Enamorado. Ellos, además de magníficos y reconocidos investigadores en sus respectivos campos, son esa clase de amigos que se hacen una vez en la vida, personas con las que siempre se puede contar. Su amor y pasión por la arqueología, pero sobre todo un profundo conocimiento y una visión global de las cuestiones que hoy están de actualidad en la disciplina, ha sido una magnífica ayuda para mí. Además, cuando ha cundido el desánimo ante una labor larga y tediosa como es la culminación de una tesis, ellos siempre han estado ahí, con su contagioso entusiasmo para seguir adelante. Es reconfortante sentirse arropado por amigos así y una garantía de que futuros proyectos van a salir adelante. También la dirección de la tesis merece un capítulo aparte, pero por partida doble, ya que hay dos personalidades en la misma que se han complementado de manera extraordinaria: la Dra. Dª. Encarnación Serrano Ramos de la Universidad de Málaga y la Dra. Dª. María Eugenia Aubet Semmler de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. A la Dra. Serrano la conozco desde hace casi quince años, cuando comencé el 4º curso de la licenciatura de Geografía e Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga, dentro de la especialidad de Mundo Antiguo. Por aquel entonces, yo contaba con 21 años y mi idea del pasado no iba más allá de la evocación idealista del mundo perdido, propia de una juventud que, en aquellos momentos, venía de un Bachillerato con una fuerte impronta humanística, aderezada por novelas, comics, películas y series de televisión de corte histórico. La Dra. Serrano me proporcionó otra panorámica de la Antigüedad, mucho más acorde con el rigor y el conocimiento científico. He tenido el privilegio de ser su alumno y de disfrutar aprendiendo muchísimo de su magisterio sobre el mundo griego y romano. Pese a mi vocación personal de dedicarme a la investigación de la presencia fenicia en el Mediterráneo y sus repercusiones en la Península Ibérica, por ella siempre conocida y alentada, la sólida formación en Arqueología Clásica que recibí en aquellos años de estudiante constituye un bagaje de conocimientos que me ha resultado muy útil. Quiero destacar especialmente su legado metodológico: la importancia que tiene el registro material y su sistematización en la construcción del conocimiento arqueológico. En aquella auténtica escuela de arqueología que fueron las campañas de Singilia Barba, aprendí de su mano como se deben hacer las cosas en una excavación y cómo debe funcionar un equipo en el campo. Siendo ya licenciado, bajo su dirección disfrute de una Beca de Formación del Personal Docente e Investigador de la Junta de Andalucía y realicé mi Memoria de Licenciatura. Pero, sobre todo, la Dra. Serrano siempre me ha orientando en el mejor sentido: el de la experiencia.

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En cuanto a su contribución directa a la presente tesis doctoral, primero debo pedirle disculpas por la tardanza en presentarla. Desde que se entregó el proyecto de tesis han pasado diez años, ¡ya está bien! Cierto es que en esta década se han hecho multitud de cosas, pero la tesis era una prioridad que no he sabido cumplir antes. Deseo agradecerle su gran afecto, su constante ánimo, su dedicación, su interés y su diligencia a la hora de solucionar los problemas que han surgido, así como sus indicaciones de cara al enfoque de un tema que ella fue la primera en percibir que tenía futuro. La presencia en la dirección de esta tesis de la Dra. María Eugenia Aubet es también mérito de Encarnación Serrano, quien juzgó necesario la colaboración en el trabajo de una de las mayores especialistas reconocidas a nivel mundial sobre la colonización fenicia. A la Dra. Aubet la conocí siendo ya licenciado, en un curso sobre fenicios aquí en Málaga en abril de 1991. He decir que, desde ese momento, me acogió en su equipo del Cerro del Villar como si llevará toda la vida en él, iniciando una colaboración muy estrecha. Sobre la trayectoria científica de la Dra. Aubet nada puedo decir que no sea conocido por el lector, pero además de ser una excelente investigadora es una persona cuya sencillez y buena disposición resulta proverbial. En mis visitas a Barcelona, frecuentes en los últimos tiempos, he disfrutado de su hospitalidad y la de sus colaboradores más cercanos, que son amigos: Ana Delgado, Mercedes Párraga, Ricard Marlasca, Pedro Báscones y María del Carmen Domínguez. He aprendido muchísimo de María Eugenia en largas conversaciones sobre la problemática de la presente tesis, además de sobre otras muchas cuestiones relativas a la expansión fenicia y al mundo de la metrópoli y su entorno sirio-palestino. Hablar con ella es viajar por todo el Mediterráneo, sin moverse del asiento, tanto por su particular visión del pasado como por su exhaustivo conocimiento de las cuestiones. Trabajar con la Dra. Aubet ha supuesto la ocasión de consolidar mi vocación oriental. Quiero agradecerle su aprecio, sus palabras de aliento, su interés en la lectura del manuscrito, sus orientaciones y su ayuda en las cuestiones más arduas: cronología, cultura material y proceso histórico. En definitiva, darle las gracias por dedicarme un tiempo del que siempre anda escasa. Para mí ha sido un auténtico privilegio. Para terminar, mi familia ha colaborado en todo lo que ha estado en su mano para que esta empresa pudiera llegar a buen término. En especial, señalar a mi hermano Roberto y mi cuñada Carmen María, que nos acompañaron a mí y a mi mujer en varios viajes por las tierras de Almería y del oriente granadino, que no

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siempre resultaron cómodos, pero sí interesantes. Igualmente, pusieron a mi disposición los medios informáticos de su despacho profesional A mi madre Carmen y mi suegra Remedios, que nunca han dejado de animarme. A mi tío Pepe y mi cuñado Cristóbal, personas amantes de la Historia, que han seguido con interés el desarrollo del trabajo. Mi mujer, Margarita, y mis hijas, Marta y Claudia, han sido las principales “damnificadas" de la realización de la presente tesis: las ausencias, los fines de semana y periodos vacacionales sin salir de casa, la incomparecencia en muchos eventos familiares, las cuestiones domésticas que se iban posponiendo hasta el final de la tesis... Públicamente quiero testimoniarles mi gratitud. Sin su paciencia y cariño este trabajo no estaría hecho. Ellas saben lo que la arqueología significa para mí, por lo que nunca he oído palabras de queja o de reproche. Gracias por el tiempo que, quizás injustamente, os robé: sin vosotras no lo hubiera conseguido. Por último, recordar a mi padre, prematuramente fallecido cuando este proyecto estaba en sus comienzos. A su memoria se dedica esta tesis doctoral. Málaga, 10 de noviembre de 2000

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INTRODUCCIÓN

En los últimos treinta años los estudios fenicios han conocido un auge espectacular. Afortunadamente, en la actualidad hemos superado aquella visión sesgada, derivada del historicismo, que veía a fenicios y cartagineses como un simple apéndice de las civilizaciones del Próximo Oriente, de la colonización griega o de la expansión militar romana. Ya no se trata de los rivales con los que se encontraban los "grandes protagonistas" de la Antigüedad y que eran tratados con idéntico desprecio tanto por los autores clásicos como por algunos de sus epígonos del siglo XX. Esta revalorización de los fenicios hubiera sido imposible dentro de la tradición filológica, el mérito corresponde a la arqueología. Italia, cuna del clasicismo, pero poseedora de una desarrollada escuela de estudios orientales, fue la primera en reivindicar la importancia que tuvieron los fenicios en eso que se denomina civilización mediterránea. La potenciación de las excavaciones en Tharros y Motya, entre otros lugares, impulsaron de modo notable el protagonismo italiano en un campo de investigación que se mostraba prometedor a comienzos de los años 60. Muy pronto, esta situación adquirió carácter institucional al fundarse dentro del Consiglio Nazionale delle Ricerche el Istituto per la Civiltà Fenicia e Punica, editor de la primera revista del mundo dedicada de manera exclusiva a estas cuestiones: la Rivista di Studi Fenici, cuyo primer número apareció en 1973. Tampoco el mundo académico se quedó al margen del interés que suscitaba la nueva disciplina, surgiendo diferentes Cátedras de Arqueología Fenicia y Púnica en las principales universidades italianas. De este modo, es comprensible que desde el país transalpino se impulsase la celebración del I Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici (Roma, 1979) y que, con una periodicidad cuatrienal, ha venido realizándose hasta hoy en diversos lugares, pero con un protagonismo italiano evidente. En cambio, España, que fue pionera en la investigación del mundo fenicio, no supo aprovechar plenamente las posibilidades que ofrecía el nuevo campo de estudio. Los descubrimientos de la costa malagueña y granadina, así como los hallazgos de carácter tartéssico de Andalucía occidental y Extremadura, pasaron desapercibidos excepto para un reducido grupo de especialistas. No hubo ninguna potenciación de la arqueología fenicia a nivel oficial. La tradicional división universitaria entre Prehistoria y Arqueología contribuyó mucho a esta situación, ya que dichos estudios aparecían como una "tierra de nadie". Todavía hoy, salvo casos aislados, la arqueología fenicia y púnica en nuestro país no deja de ser un mero apéndice en los programas que se ofrecen a los futuros licenciados: epílogo de la Prehistoria y prólogo de la Arqueología Clásica. Esta escasa valoración alcanza su grado máximo en los libros de texto destinados al Bachillerato, magníficos termómetros de la cultura de un país. En 13

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El impacto colonial fenicio arcaico… ellos, fenicios y cartagineses se resuelven en un breve párrafo, reproduciendo los tópicos de la historiografía más rancia. Estas circunstancias nos indican que el camino es todavía largo, pero parece que estamos empezando a andar. En la última década las aportaciones más novedosas sobre el mundo fenicio se han originado en España: la investigación de campo es ingente, el caudal bibliográfico va en aumento, el patrimonio material llena poco a poco las salas de los museos, las reuniones científicas y cursos sobre el tema se hacen frecuentes... Esto nos hace ser optimistas sobre el futuro, por lo que cada vez vemos con mayor claridad la necesidad de que la arqueología fenicio-púnica se constituya en el ámbito académico español como una disciplina propia, con un desarrollo autónomo respecto a campos afines como son los estudios bíblicos, asiriológicos o clásicos. Todo ello sin menoscabo de la colaboración con los especialistas que trabajan en éstos. Desde los años 60 Málaga ha estado siempre en vanguardia de la arqueología fenicia a nivel de todo el Mediterráneo, aunque con una investigación mayoritariamente capitalizada por equipos de procedencia foránea. Este carácter pionero ha motivado que nuestra provincia siempre haya sido un excelente observatorio, anunciando, incluso con años de antelación, el devenir de estos estudios a nivel global. Los síntomas de "crisis" y el agotamiento de las diferentes metodologías de trabajo se han detectado aquí antes que en otros lugares. Igualmente, la apertura de nuevas líneas de investigación se ha puesto en práctica primero en Málaga y después en otras zonas. Recordar sólo las excavaciones del Instituto Arqueológico Alemán en las desembocaduras de los ríos Vélez y Algarrobo a lo largo de los años 60 y 70, que pusieron las bases para la cronología de la expansión fenicia en Occidente y la tipología cerámica que aún hoy manejamos. En el mismo sentido, las recientes campañas de María Eugenia Aubet en el Cerro del Villar se han convertido en modelo a seguir para los próximos años, ya que han conseguido abordar el estudio integral de una colonia fenicia arcaica. Sin descuidar lo puramente empírico, se ha insistido en aspectos como urbanismo, evolución del paleoambiente y relaciones con las comunidades indígenas. Los trabajos en el Villar han supuesto la apertura de una nueva etapa en la arqueología fenicia, cuyas repercusiones se verán ampliamente en un futuro inmediato. La presente tesis doctoral no es más que un apéndice de este amplio proyecto. Igualmente, la necesidad de una divulgación adecuada de la riqueza patrimonial que alberga la colonización fenicia se ha dejado sentir antes en Málaga que en otros lugares. Sin entrar ahora en la compleja problemática del Museo Provincial, el mundo científico y las instituciones han reflexionado sobre la insuficiencia del mismo para mostrar un legado ingente. De este modo, se han puesto las bases para la futura apertura de dos espacios expositivos monográficos: el mismo Cerro del Villar y Playa Fenicia, éste en el área del Vélez. Estos ámbitos museísticos pueden ser no sólo unos magníficos 14

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instrumentos para asentar los estudios fenicios en nuestra ciudad, sino también contribuir a que Málaga sea un destino de turismo cultural, al combinarse con los valores que ofrecerán en breve el Teatro Romano y el Museo Picasso.

FIG. 1. Situación del área estudiada Por tanto, no es una casualidad que esta tesis doctoral se presente en el Área de Arqueología de la Universidad de Málaga. Incorporado el mundo fenicio a sus líneas de investigación prioritarias en estos momentos, la colaboración con el equipo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona que dirige la Dra. Aubet está empezando a dar sus primeros frutos. Personalmente, considero un gran honor que esta tesis sea la primera que surge de dicha cooperación. En sentido estricto, el presente trabajo no se centra en el mundo fenicio, sino que pretende abordar un aspecto directamente vinculado a la colonización del periodo arcaico: las comunidades indígenas en el ámbito geográfico concreto de la Andalucía mediterránea y su hinterland. (FIGS. 1-2). En una fase ya superada de la investigación, la arqueología se centró exclusivamente en el 15

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El impacto colonial fenicio arcaico… estudio de las colonias fenicias. Desde quince años para acá la valoración de las comunidades indígenas ha ido aumentando de tal manera que, actualmente, no podríamos entender la expansión fenicia sin abordar el papel jugado por los grupos autóctonos en las diferentes áreas de asentamiento colonial. Estamos ante la otra cara de la moneda. La presencia fenicia actuó como un elemento esencial en las transformaciones sociales, tecnológicas, económicas y culturales que se van a producir a lo largo del Hierro Antiguo. Mayor jerarquización social, nueva organización del trabajo, aumento de la producción y establecimiento de una nueva ideología determinarán el periodo de los siglos VIII-VI a.C. El nacimiento del mundo ibérico tendrá lugar como consecuencia de estos cambios. Desde principios del siglo V, el modelo aristocrático basado en el oppidum y en una intensa atomización política del territorio no sería comprensible sin la etapa anterior. No entendemos los cambios en el mundo indígena como un "progreso", en la línea idealista propuesta por el historicismo. Estas transformaciones responden a la lógica colonial introducida por los fenicios y a la reproducción del poder de las élites locales. Que el proceso fuera en esencia pacífico no significa que no existiese coerción. El fortalecimiento de los liderazgos autóctonos debió asentarse sobre una relación privilegiada con los colonizadores, pero también sobre una mayor presión sobre las propias comunidades nativas y el medio físico, en aras de satisfacer las nuevas necesidades económicas.

FIG. 2. Delimitación del territorio estudiado

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Un planteamiento tan amplio como el arriba expuesto debe asentarse en una serie de objetivos de menor alcance que, abordados separadamente, son el soporte argumental de la presente tesis. Entre éstos señalaremos: 1. PROPONER LA DENOMINACIÓN HIERRO ANTIGUO para el lapso cronológico de los siglos VIII-VI a.C. para el mundo autóctono de la alta Andalucía, que sería complementaria a periodo fenicio arcaico en el ámbito colonial. Tradicionalmente, en nuestra área de estudio estos momentos se han venido designando como Bronce Final o Bronce Reciente, aunque últimamente se viene observando una tendencia a introducir la "coletilla" inicios del Hierro. La falta de precisión del léxico supone un problema que ha llevado a algunos investigadores a señalar el comienzo del mundo ibérico en el siglo VIII. Desde hace algún tiempo estamos asistiendo en el valle del Guadalquivir a la progresiva, aunque lenta, sustitución del viejo término Orientalizante por el de Edad del Hierro, sin ningún tipo de problema pese a la escasez de este metal en esos momentos. Por ello, proponemos designar como Hierro Antiguo al periodo de los siglos VIII-VI en el área de las cordilleras Béticas. De este modo conseguimos resolver dos cuestiones: diferenciar estos momentos de la posterior fase ibérica -Hierro Pleno o Reciente- y evitar el término tartéssico, propuesto por algunos autores, que no creemos sea muy acertado para la Andalucía mediterránea y su traspaís. 2. DESTACAR LA IMPORTANCIA DEL BRONCE FINAL. Aunque el discurso de la tesis se centra en los siglos VIII-VI, es imposible entender el mundo indígena la alta Andalucía sin arrancar de la época anterior, previa a la instalación de los colonizadores. Es evidente que las comunidades autóctonas del Hierro Antiguo hunden sus raíces en el Bronce Final, configurándose esta etapa a consecuencia de la crisis del mundo argárico y la consiguiente reorganización del territorio. A lo largo del Bronce Final se irá gestando una nueva cultura material diferente a la propia del Bronce Pleno, una articulación del territorio distinta a la argárica y una nueva estructuración social y de poder en el seno de estos grupos. Cuando llegan los fenicios se encuentran unas comunidades perfectamente organizadas e integradas en unas redes de intercambio relativamente amplias, aunque con niveles de estratificación social, de desarrollo tecnológico y de capacidad de extracción de recursos muy inferior a las civilizaciones del Mediterráneo oriental. 3. ELABORAR UNA PROPUESTA DE PERIODIZACIÓN. Es evidente que las circunstancias en que se produjo la interacción entre fenicios e indígenas fueron cambiando a lo largo de la época arcaica. Por tanto, se hace necesario evaluar los diferentes momentos susceptibles de ser identificados en el registro empírico. También en este ensayo de 17

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El impacto colonial fenicio arcaico… periodización se incluye el Bronce Final, dado que las comunidades autóctonas contaban con una trayectoria propia. 4. RECOPILACIÓN DE LOS DATOS EMPÍRICOS DISPONIBLES. Cuando abordamos el tema de la presente tesis doctoral, tropezamos con la dificultad de reunir y valorar la gran cantidad de información arqueográfica dispersa en multitud de publicaciones, algunas de escasa difusión. En contraste con lo que sucede en Andalucía occidental, la región de las cordilleras Béticas no dispone de ningún estudio de conjunto actualizado para el Hierro Antiguo, por lo que el panorama bibliográfico resulta bastante heterogéneo. Por otro lado, existe multitud de material sin publicar. A parte del mismo hemos podido acceder gracias a la colaboración de diferentes museos, pero el grueso de esta información inédita sigue en manos de sus descubridores. Por todo ello, hemos considerado necesario elaborar un corpus con los datos arqueológicos más relevantes, ordenado por áreas geográficas naturales. Consideramos que esta sistematización, pese a sus carencias, puede ser una herramienta interesante de cara a futuros estudios de síntesis, como en su día fue la efectuada por F. Molina González (1977; 1978), aunque debería ir ampliándose a medida que vayan apareciendo nuevos resultados o las memorias de excavación todavía inéditas. 5. ELABORAR UNA PROPUESTA DE TIPOLOGÍA CERÁMICA. Este objetivo es una consecuencia del anterior. Durante la ordenación del material arqueológico quedó manifiesta la ausencia total de criterio uniforme por parte de los diferentes autores a la hora de abordar la cerámica. Recipientes que respondían de forma evidente al mismo patrón tipométrico eran designados de maneras diferentes. Se planteó así la necesidad de efectuar una tipología cerámica que unificase los criterios de clasificación y que fuera válida para toda la alta Andalucía, a pesar de las peculiaridades locales. De este modo podría resultar posible estudiar los hallazgos de la zona sin tener que recurrir constantemente al repertorio del valle del Guadalquivir, salvo en casos puntuales. Al mismo tiempo era necesario abordar la evolución de cada una de las categorías individualizadas, de manera que también pudiéramos empezar a proponer cronologías, dispersión y uso de los diferentes vasos. Este trabajo se ha abordado en cerámica a mano y a torno. Para la primera era esencial remontarse a los momentos del Bronce Final, única manera de percibir su evolución. La cerámica a torno de origen fenicio se ha abordado desde el punto de vista del mundo indígena: formas que se implantan, dónde, cuándo y cómo evolucionan. Hemos intentado penetrar en los mecanismos que impulsaron la adopción del torno y el cambio tecnológico que ello supuso, con las repercusiones que tuvo en el repertorio tradicional a mano. 18

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6. GENERAR UN MARCO DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA. Los aspectos empíricos antes reseñados sirven de apoyo a una propuesta de modelo explicativo para la evolución del mundo indígena durante el Hierro Antiguo, tanto a consecuencia de la colonización fenicia como debido a su propia dinámica interna, heredera en gran parte del Bronce Final. Con ello queremos imbricar a las comunidades autóctonas de la alta Andalucía en el proceso general del sur peninsular, del que hasta ahora han estado prácticamente ausentes, dado el peso del bajo Guadalquivir y del mundo fenicio costero. Las conexiones que se producen entre estos tres ámbitos convierte a la alta Andalucía en un área de carácter periférico, tanto de Tartessos como de las colonias fenicias de la costa mediterránea, constituyéndose como una esfera de interacción. Desde el punto de vista exterior aparece como un territorio para captación de recursos, pero su propia dinámica interna jugará un papel importante de cara a la consolidación de determinados poderes locales. La articulación del propósito global y de los objetivos parciales de la tesis configuran la división en partes de la misma, desarrollándose cada una en varios capítulos que presentan una unidad en cuanto a su contenido. Hemos considerado necesaria la existencia de cuatro bloques temáticos bien definidos: PRIMERA PARTE. LOS PLANTEAMIENTOS. Se abordan aquí una serie de consideraciones previas, que sitúan el tema de la tesis en sus coordenadas cronoculturales y de investigación: conceptos de hinterland y cambio cultural, marco físico y paleoambiental, evolución de las investigaciones, problemas de terminología y periodización. Se pretende con ello aclarar una serie de cuestiones y conceptos esenciales que van a ir apareciendo a lo largo del trabajo, de manera que no haya que efectuar frecuentes disgresiones. SEGUNDA PARTE. LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS. Contiene la recopilación de datos arqueológicos por ámbitos geográficos naturales, tanto en la costa como en las tierras interiores, presentando una perspectiva de la evolución del territorio. Aunque estas informaciones se refieren fundamentalmente al mundo indígena, en algunos casos ha sido necesario reseñar determinados aspectos de los asentamientos fenicios, ya que la imbricación entre los dos ámbitos resulta tan intensa en que no resulta posible una separación. Se ha procurado acompañar el texto con abundante información gráfica, necesariamente sintética, que permita visualizar tanto el entorno físico y la localización concreta de los yacimientos en el territorio, como los principales hitos de cultura material proporcionados por la investigación. La extensión de los capítulos no resulta homogénea, dadas las diferencias de conocimiento empírico existentes entre las distintas áreas de la alta Andalucía; mientras que en unas 19

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El impacto colonial fenicio arcaico… disponemos de excavaciones modernas y publicadas, en otras sólo contamos con unos pocos hallazgos de superficie y/o datos aislados. TERCERA PARTE. LA CULTURA MATERIAL DEL MUNDO INDÍGENA. Reúne de modo sistemático el repertorio artefactual del Hierro Antiguo en la alta Andalucía, con las inevitables referencias al Bronce Final. Contiene la tipología elaborada ex-profeso para la presente tesis doctoral, con su interpretación, valoración y conexión con el proceso histórico. Lo hemos dividido en cuatro apartados, que corresponden a otros tantos capítulos, de extensión desigual: cerámica a mano, cerámica a torno, metalurgia y patrón de asentamiento. Esta compartimentación resulta un tanto convencional, pero pensamos que es lo más práctico y sencillo. CUARTA PARTE. LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA Y SU HINTERLAND EN LOS SIGLOS VIII-VII. UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS. El último apartado viene a exponer de una forma amplia nuestro modelo de interpretación para las transformaciones del mundo indígena de la alta Andalucía durante el Hierro Antiguo. Bases esenciales del discurso son la trayectoria del Bronce Final, la incidencia fenicia, la jerarquización social, la intensificación económica, el carácter de esfera de interacción de este territorio y la crisis que da lugar a los cambios del siglo VI-V. Las bases teóricas sobre las que se asienta nuestra propuesta pretenden un alejamiento de las explicaciones historicistas, insistiendo en aspectos tales como la complejidad de los fenómenos coloniales y la entrada de factores como la dinámica no lineal que introducen un elemento de imprevisibilidad en el desarrollo del proceso, a causa del carácter acumulativo de las transformaciones. Aunque la inspiración teórica de la tesis se pone de manifiesto desde las primeras páginas de la misma, el bloque IV supone entrar de lleno en la cuestión. No pretendemos hacer teoría arqueológica en el sentido que actualmente se entiende, pero es evidente que cualquier trabajo, incluso un breve artículo, tiene una metodología y un planteamiento de los problemas que responde a una línea de pensamiento científico. Queremos señalar expresamente que la presente tesis doctoral se ha elaborado con un cierto eclecticismo teórico, pero no podemos negar que predomina un enfoque derivado fundamentalmente de la arqueología que se hace en el mundo anglosajón. La introducción de conceptos derivados de la antropología en el cambio social y cultural, la Teoría General de Sistemas, los modelos centroperiferia-margen y las relaciones basadas en el intercambio desigual han sido las inspiraciones principales de nuestro trabajo. No obstante, hemos intentado desprendernos de ciertos excesos funcionalistas que otros autores, desde una línea de pensamiento más "comprometida", nos han achacado en anteriores publicaciones donde anticipábamos algunos elementos de nuestra propuesta. A 20

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este respecto, no renunciamos a nuestra manifiesta formación empirista. Tenemos un respeto profundo hacia el registro arqueológico; por ello hemos intentado plantear la reflexión teórica sobre los datos y no al revés. Ahora corresponde al tribunal evaluar si lo hemos conseguido.

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PRIMERA PARTE

LOS PLANTEAMIENTOS

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1 EL CONCEPTO DE HINTERLAND Y SU APLICACIÓN AL MUNDO FENICIO En los últimos quince años se ha generalizado el uso del término hinterland referido a la colonización fenicia en el Mediterráneo. Como todo neologismo incorporado al vocabulario arqueológico de una forma un tanto indiscriminada ha provocado cierta confusión. Sin una reflexión previa es fácil que la idea de hinterland referida al marco del primer milenio a.C. pueda ser entendida de forma anacrónica, en términos de geopolítica del colonialismo europeo de las Edades Moderna y Contemporánea. Por tanto, se hace necesario un breve repaso del origen y evolución del concepto, así como de las circunstancias que han motivado su plena aceptación para describir la estrategia fenicia de expansión mediterránea. 1.

EL HINTERLAND EN EL IMPERIALISMO EUROPEO

El Hinterland -en alemán "tierra interior"- tiene varias acepciones, alguna de ellas creación de la moderna geografía. En el sentido que a nosotros nos interesa, una definición sencilla sería el territorio vecino a una franja costera; hinterland se opone a litoral. Como concepto económico equivale al área de influencia de un puerto, ya sea marítimo o fluvial. La idea de traspaís susceptible de explotación está presente en la estrategia colonial europea desde finales del siglo XVI y principios del XVII. La presencia de los primeros tratantes de esclavos en las costas de Guinea y la instalación de los comerciantes de especias y té en el Sureste asiático señalarían el nacimiento de la idea de hinterland como territorio suministrador de recursos, aunque no controlado directamente. Dotado de contenido jurídico, el hinterland nace en la Conferencia de Berlín (1884-1885), que sancionó el reparto europeo de África. En dicha reunión, las potencias coloniales acordaron que cualquier nación que estableciera posiciones en la franja costera de dicho continente tenía derecho a reivindicar las tierras interiores colindantes con aquélla. Pero dos son las condiciones para hacer efectiva la soberanía sobre el hinterland: la ocupación efectiva del espacio costero y la comunicación inmediata de la misma a los países firmantes del acuerdo. Así, no será la exploración ni la instalación de unas precarias bases en el litoral lo que da derecho a anexionarse el traspaís interior -aunque éste fuera el primer paso-, sino la capacidad real de control sobre el mismo y sobre la población indígena. De este modo, en Berlín se produjo un cambio con respecto a las estrategias de explotación colonial 25

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

anteriores: el hinterland dejó de ser un "territorio económico", donde varios agentes externos rivales competían en la extracción de riqueza, para convertirse en un "territorio político", con derechos en exclusiva. El problema del hinterland es que se sabe donde empieza -la costa-, pero no donde termina (Wesseling, 1999: 161-162). 2.

EL HINTERLAND COMO MECANISMO ECONÓMICO FENICIO

La introducción del concepto de hinterland en la investigación sobre la expansión fenicia se debe a M.E. Aubet (1986a: 28). Su valoración ha evolucionado en el pensamiento de esta autora a medida que ha ido elaborando nuevos planteamientos sobre la estrategia colonial, inferidos tanto de las investigaciones en el Levante peninsular como en el interior de la provincia de Málaga (Aubet, 1994: 114 y 300-302). Siguiendo a Aubet, el hinterland es el soporte principal de la economía fenicia, tanto en la metrópoli, fundamentalmente desde una óptica tiria, como en Occidente. La capacidad de conexión entre diferentes redes comerciales es la clave para explica el elevado grado de prosperidad económica de las ciudades de la costa libanesa. Tiro apenas cuenta con territorio político, lo que implica la necesidad de disponer de un territorio económico bastante amplio, donde la diversificación en la captación de recursos permita, por un lado, el suministro de subsistencias y, por otro, el acceso a determinadas mercancías susceptibles de ser transformadas y/o comercializadas, de acuerdo con la demanda de los potenciales clientes. El hinterland se entendería en varios sentidos complementarios: 1.

Geográfico. Tiene un sentido territorial, pero elástico, no tiene límites fijos y éstos pueden ser susceptibles de variar a lo largo del tiempo.

2.

Económico. El territorio suministra una serie de recursos para la subsistencia y para el intercambio. Por tanto, la colonia depende en gran medida de él, no pudiendo ser autónoma.

3.

Social. La presencia fenicia provocará una serie de interacciones en el territorio que van a repercutir en las comunidades indígenas siempre en el sentido de reforzar la jerarquización.

4.

Político. Las ventajas de las que gozan los fenicios en el ámbito del hinterland se entienden dentro del contexto de un pacto con las autoridades locales, independientemente de su grado de complejidad interna. Ello hace que, en la mayoría de las ocasiones, no sea necesario el dominio territorial para obtener los recursos que se demandan. 26

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Capítulo 1

El concepto de hinterland y su aplicación al mundo fenicio

La relación entre la colonia fenicia y el hinterland es complementaria, pero también dialéctica. No se trata de un territorio político, a diferencia de la chora de las ciudades griegas de la Magna Grecia y Sicilia, sino de un ámbito económico y social. Ahí estaría la clave del gran éxito de los fenicios en su expansión mediterránea durante los siglos VIII-VII a.C., a pesar de la relativa modestia de los contingentes demográficos que movilizaron, en contraste con la colonización griega en el mediodía de Italia. Una diferencia fundamental entre ambos modelos estriba en el papel que juegan los indígenas en la estrategia colonial: mientras que la mayoría de las fundaciones griegas provocaron una situación de enfrentamiento crónico con los bárbaros que merodeaban en los límites de las chorai, la clase dirigente fenicia logró establecer una suerte de "entente cordial" con las élites indígenas, con una convergencia de intereses, lo cual no quiere decir que no hubiera momentos de cierta tensión. Por ello, como dice Aubet (1994: 300), la colonización fenicia "se nutría de las distintas relaciones de cada sentamiento con su entorno respectivo". Por tanto, para la supervivencia de la colonia sería mucho más importante una buena interacción con el hinterland que el auxilio de la metrópoli. De ahí que el estudio de la presencia fenicia arcaica en Occidente sin tener en cuenta el contexto autóctono en que se implanta es abordar la cuestión de forma parcial. 3.

EL HINTERLAND COMO ESTRUCTURA FLEXIBLE

En el marco de la expansión fenicia, varias son las áreas de captación de recursos que funcionan como Hinterländer, pero no existe un modelo único. Si algo caracteriza a las actividades fenicias es su versatilidad, su capacidad de adaptación a diferentes situaciones. Por tanto, la relación con el hinterland no es unívoca, sino que prácticamente cada colonia establece sus mecanismos específicos de relación con el entorno inmediato y lejano. Así, no podemos hablar de un sólo modelo occidental, sino de varios. Más que a situaciones impuestas por la geografía, la diferencia se establece en el modus operandi, en cómo se canalizan los recursos hacia el "punto focal" del hinterland. Las circunstancias aquí pueden variar sensiblemente, de manera que haya que utilizar formas de relación muy diferentes en entornos cercanos. En ello influyen factores diversos, tales como la naturaleza de los recursos a captar, su disponibilidad y canales de distribución, la mayor o menor distancia, los poderes locales con los que hay que tratar y sus demandas... La economía de la misma TIRO descansa sobre varios Hinterländer, que M. Liverani (1995: 547-549) denomina "franjas comerciales", bien reflejadas en los célebres oráculos de Ezequiel (27, 4-25). M.E. Aubet (1994: 114-117) va un poco más allá y no duda en atribuir a cada uno de estos territorios, progresivamente más alejados, un carácter de Hinterländen tirios, auténticas esferas de intereses directos (FIG. 3). La fecha de eclosión de esta red de captación de recursos debe situarse a finales del siglo VII y principios del siglo VI a.C., data de la "profecía" de Ezequiel. De todos modos, pensamos es 27

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

evidente que una red comercial como la señalada no se improvisa, ya que desde las expediciones comerciales mixtas entre Hiram I y Salomón en el siglo X hay un gran interés por el comercio a larga distancia. La labor de canalizar una serie de recursos hacia Tiro fue costosa en principio y, sobre todo, discontinua, debido especialmente a las diferencias surgidas con Israel a la muerte de Ahab y la presión de los arameos desde Damasco. Sería la expansión asiria la que crearía un nuevo marco que facilitó el desarrollo de la red económica tiria en Oriente, encontrándose al tiempo consolidada su presencia en Occidente. Como señala Aubet (1994: 88) el pago del tributo a Asiria mantenía a Tiro a salvo de un poder exterior del que, en última instancia, dependía su pujante comercio en Oriente. Los reyes de Assur garantizaban un trato privilegiado a Tiro y una seguridad en la circulación determinados recursos esenciales para la ciudad, aunque cobraban cara su contribución a la prosperidad de la metrópoli fenicia. La clase dirigente de Tiro se salió con la suya: otros poseían el dominio territorial del hinterland, mientras que ella obtenía importantes beneficios en la explotación de los recursos de éste. Evidentemente, tuvo que haber una coincidencia de intereses entre la aristocracia tiria y la monarquía asiria. La fundación eubea de PITECUSA, en Ischia, resulta un ejemplo significativo de creación de un hinterland interior desde una pequeña isla cercana a tierra firme. Pitecusa (Pithekoussai) es la primera colonia griega en el Mediterráneo occidental, por lo que tiene una serie de características que la convierten en un enclave muy especial. En contraste con los asentamientos griegos posteriores del sur de Italia y Sicilia, no se trata de una fundación encaminada a la búsqueda de tierras fértiles, ya que Ischia es una isla rocosa y volcánica de 46 km2. Igualmente, Pitecusa albergó una importante comunidad fenicia en su seno, que debió convivir sin ningún problema con los eubeos, ya que la cooperación beneficiaba a ambas partes (Aubet, 1994: 214; Ridgway, 1994). La vida de Pitecusa fue breve: la colonia fue fundada hacia los años 770760 a.C., abandonándose poco después del 700. La decadencia del asentamiento isleño cabe atribuirla a diferentes causas naturales, como un terremoto y una erupción volcánica (Estrabón, V, 4, 9), pero, especialmente, hay que señalar la fundación de CUMAS (Kyme) hacia el 725 a.C. en tierra firme. El lugar elegido se encontraba frente al litoral de Ischia y contaba con un promontorio delimitado por una playa fácilmente abordable y por la zona pantanosa del Volturno.

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FRANJA I PRODUCTOS AGRÍCOLAS Judá e Israel: trigo, miel, aceite, resina Damasco: vino FRANJA II PRODUCTOS GANADEROS Damasco: lana Arab y Qedar: cabras y ovejas Bet Togarma: caballos y mulas FRANJA III PRODUCTOS ARTESANALES (Y ESCLAVOS) Yawan, Tubal, Meshed: esclavos, útiles de bronce Dedán II: sillas de montar Edom: telas purpuradas y bordadas Edén, Harran, azur: tejidos, cordajes FRANJA IV PRODUCTOS EXÓTICOS, METALES Tarshish: plata, hierro, estaño, plomo Sheba y Rama: aromas, oro, piedras preciosas *Dedán I y las numerosas islas: marfil, ébano *Edom: corales, turquesas, rubíes *Intrusiones de la franja exterior en los terminales de las rutas marinas

FIG. 3. Los diversos hinterländer de Tiro (según Liverani, 1995).

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

La instalación de los eubeos en Cumas se hizo mediante la destrucción de un asentamiento indígena anterior, situado sobre el promontorio, pero todo indica que la fundación de la colonia en el continente se efectuó con el consentimiento de los grupos dirigentes de los dos principales núcleos indígenas inmediatos, Capua y Pontecagnano (Coldstream, 1994: 56; d'Agostino, 1996: 536). Con estos sectores sociales emergentes la élite de Cumas mantendrá una relación auténticamente privilegiada. A pesar de que Cumas marca un cambio en la estrategia de la colonización griega en el sur de Italia, no parece que la nueva ciudad tuviese durante los primeros tiempos de su existencia una intención clara de dominio territorial, más bien debió seguir desempeñando el mismo papel que antes había correspondido a Pitecusa. Un aspecto interesante es señalar que la convivencia entre eubeos y fenicios no tuvo porque interrumpirse a causa del traslado a tierra firme, como ha señalado hace poco G.E. Markoe (1996: 24-25). Por tanto, a lo largo de los siglos VIII-VII a.C. el binomio Pitecusa/Cumas logró captar los recursos un amplio hinterland. Sus intereses abarcaban desde los cotos mineros de la isla de Elba y las Colline Metallifere de Etruria hasta las subsistencias obtenidas en las llanuras campanas del Volturno y el Sele. El testimonio material de las interacciones que se produjeron entre los colonos y las élites indígenas queda evidenciada por los materiales de lujo claramente importados que aparecen diversos lugares: Populonia, Vetulonia, Falerii, Praeneste, Pontecagnano y Capua, por citar sólo unos cuantos. Ridway (1997: 170-172) ha señalado que las élites emergentes que se observan en la zona meridional de Etruria a fines del período villanoviano deben bastante a sus contactos con Pitecusa/Cumas. Además de los objetos exóticos de su comercio, los extranjeros les proporcionaban determinados servicios, especialmente la presencia de especialistas, entre ellos los diferentes artesanos fenicios que convivían con los eubeos. La compensación que pedían los colonos era el acceso a los recursos que necesitaban (FIG. 4).

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FIG. 4. El hinterland de Pitecusa-Cumas.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

El caso de CERDEÑA resulta muy ilustrativo respecto al funcionamiento de un hinterland plenamente colonial, caracterizado ahora por el dominio territorial. Entre las rasgos distintivos de la presencia fenicia en esta isla respecto a otras áreas del Mediterráneo, cabe señalar una estrategia que busca un control efectivo del territorio limítrofe con los asentamientos coloniales a costa del mundo indígena nurágico. Es un proceso que se inicia en época arcaica pero que culminará cuando Cerdeña se incorpore a la órbita de Cartago (Aubet, 1994: 208-213; Stiglitz, 1997: 11-12). La intención de dominar territorialmente el hinterland se explica por su riqueza minera y sus posibilidades agrícolas. Durante el período fenicio arcaico sólo en Sulcis se documenta un claro dominio de las tierras circundantes. La colonia se funda a mediados del siglo VIII en la isla de Sant'Antioco, a 2 km. de la costa sudoeste de Cerdeña. Durante el siglo VII, los fenicios comienzan a levantar una serie de fortificaciones en tierra firme, para controlar una región rica en plata y con tierras cultivables en el valle del río Palmas. Entre los bastiones que se construyen en estos momentos cabe señalar Pani Loriga, Monte Crobu, Porto Pino y, sobre todo, Monte Sirai. M.E. Aubet señala que a pesar de este despliegue, las relaciones entre fenicios e indígenas eran pacíficas, en lo que coincide con C. Tronchetti (1995: 720). Este último autor señala que la primera instalación de los fenicios en Cerdeña se hará en aquellos lugares donde la presencia nurágica está menos organizada, de modo que fue más fácil ocupar una determinada porción de territorio (FIG. 5).

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FIG. 5. El hinterland de Sulcis

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

En el Extremo Occidente la estrategia del hinterland es bastante evidente en la articulación de la presencia fenicia. CÁDIZ viene a reproducir el modelo de Tiro: zonas complementarias, amplias y alejadas geográficamente, de las que se obtienen recursos diversificados, con un predominio de los metales. Así, los diversos Hinterländer gaditanos alcanzan una extensión considerable: depresión del Guadalquivir, Sierra Morena, Extremadura, sur de Portugal y costa atlántica de Marruecos, aunque tienen una importancia muy desigual. Evidentemente, Cádiz no controla políticamente estos territorios debido a varios factores: debilidad demográfica la propia colonia, existencia de diferentes estructuras organizativas indígenas y considerable distancia entre la ciudad y sus áreas de captación de recursos. No obstante, como veíamos en el caso de Tiro, para garantizar la subsistencia y la prosperidad económica gaditana no era necesaria la existencia de un territorio político, lo que evitaba el enfrentamiento con los autóctonos. La posición estratégica de Cádiz, actuando como bisagra entre diferentes áreas ricas en metales y recursos agropecuarios y pesqueros, fue la clave para asegurar el éxito de la empresa. Es lo que M.E. Aubet ha denominado "modelo mercantil de Gadir" (1987: 290; 1994: 300-302) (FIG. 6).

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FIG. 6. Los hinterländer gaditanos

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Los asentamientos fenicios de la COSTA MEDITERRÁNEA ANDALUZA presentan un modelo de hinterland totalmente diferente, que intentaremos ir desgranando en la presente tesis doctoral. Salvo en Villaricos, no existen filones metalíferos susceptibles de una explotación a gran escala, por lo que la realidad de esta zona se muestra bastante más compleja de lo que se ha venido proponiendo hasta hace poco tiempo: escalas de navegación, explotación agropecuaria de las vegas de los principales ríos, intercambios comerciales, etc. Sin duda, en todo ello, la población indígena jugó un importantísimo papel (Aubet, 1994: 302).

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2 LOS FENICIOS EN OCCIDENTE Y EL CAMBIO CULTURAL La adopción por parte de la arqueología de determinado léxico derivado de otras ciencias conlleva una serie de riesgos. Muchas veces se trata de un fenómeno de mímesis. Prescindiendo de las modas que periódicamente nos inundan y en relación con la crisis de los viejos modelos explicativos historicistas, se hace necesaria la renovación de nuestro vocabulario en conexión con las diferentes aportaciones que tratan de buscar vías de investigación alternativas. El objetivo es encontrar soluciones a determinados problemas, cuya raíz puede estar en la falta de datos empíricos o en un mal planteamiento de las cuestiones. 1.

EL DEBATE DE LA ACULTURACIÓN

El concepto de aculturación se utilizó por primera vez en un artículo ya clásico de R. Redfield, R. Linton y M.J. Herskovits (1936), aunque fue trabajado de manera sistemática por el último de los autores citados en un libro aparecido dos años más tarde (Herskovits, 1938). Estos antropólogos norteamericanos incidían en el dominio de una cultura sobra otra, resaltando los efectos de desintegración social que provoca el contacto entre sociedades con diferentes niveles de desarrollo tecnológico. Desde la Segunda Guerra Mundial, los estudios se centraron mayoritariamente en los procesos que acontecían en el seno de determinadas culturas ágrafas tras su contacto con los europeos, en el contexto de la expansión imperialista del siglo XIX. La visión particularista de la aculturación reveló la riqueza y variabilidad del fenómeno, pero dificultó una cierta elaboración teórica a nivel general. La aplicación de estas categorías de estudio a los procesos históricos que tuvieron lugar en el Mediterráneo antiguo fue un proceso lento y tardío, aunque ya en 1953 M. Pallotino llamaba la atención sobre lo incorrecto que resultaba efectuar juicios de valor sobre las manifestaciones artísticas "periféricas" tomando como referencia su mayor o menor relación con los cánones del clasicismo griego. Un paso decisivo fue el largo y denso artículo de S. Gruzinski y A. Rouveret (1976) referido a la aculturación de los pueblos de Italia meridional por la presencia griega y en el México colonial español. La labor de estos investigadores franceses fue decisiva, ya que además de detallar los diferentes procesos que se desencadenan en el seno de las sociedades "colonizadas", 37

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

realizaron una serie de formulaciones teóricas sobre la aculturación y el cambio social, que continúan plenamente vigentes. Aunque los autores citados no llegan a formalizar una sistematización abstracta del fenómeno que tenga un valor holístico, sus agudas reflexiones pueden ser aplicadas a cualquier proceso colonial, lo que convierten a Gruzinski y Rouveret en una referencia de obligada consulta. Tras este hito fundamental varias fueron las reuniones donde se hizo de la aculturación el eje central de los temas tratados, tales como las celebradas en Amsterdam1 (1980) y Cortona2 (1981). La investigación española sobre la colonización fenicia no permaneció ajena a estas cuestiones, ya que el fenómeno tartéssico "orientalizante" empezó a entenderse a partir de mediados de los años 70 como el resultado de un proceso de aculturación. En este sentido, fue M.E. Aubet (1977-78: 99) la primera que utilizó el término, aplicándolo a la influencia fenicia observable en los sectores dirigentes de la sociedad del Suroeste peninsular durante los siglos VII y VI a.C. Más tarde, otros autores han continuado el estudio del fenómeno, centrándose en la Protohistoria peninsular, e intentando efectuar un desarrollo teórico del mismo, pero apenas han ido más allá de lo planteado por Gruzinski y Rouveret en su momento (Alvar, 1990; González Wagner, 1986; 1993a; 1993b; 1995). Desde la antropología, cuna del concepto, la aculturación como descripción de procesos necesariamente complejos no ha estado exenta de polémica desde un principio. El propio Herskovits realizó una autocrítica de sus planteamientos al señalar que si se obvian las especificidades de determinados procesos -a veces imposibles de señalar debido a su sutileza y a la falta de información- no estaremos más que reflejando generalidades3. 2.

EL CAMBIO SOCIAL

La insistencia en el desequilibrio tecnológico como elemento desencadenante de la aculturación, propia de ciertos representantes de la escuela anglosajona clásica, constituyó un reduccionismo que olvidaba los fenómenos acontecidos dentro de las propias sociedades indígenas, sin mediación de los europeos. Apareció entonces un nuevo concepto, que incluía el de aculturación, pero insistiendo más en las consecuencias del contacto que en el hecho en sí de éste: el cambio social. Este término era incluso anterior al de aculturación, ya que fue acuñado originalmente por B. Malinowski, referido también a las modificaciones introducidas por la política colonial en las sociedades indígenas de África y Oceanía, pero fue desarrollado a finales de los

1 Interaction and acculturation in the Mediterranean: Proceedings of the Second International Congress of Mediterranean Pre- and Protohistory, Amsterdam, 1980-1982. 2

Forme di contatto e processi di transformazione nelle società antiche, Pisa-Roma, 1983.

3

Cfr. Baré, 1996.

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Capítulo 2

Los fenicios en occidente y el cambio cultural

años 30 y durante la década de los 40 dentro de la corriente funcionalista (Mair, 1998: 251-270). El cambio social planteaba las razones que modificaban la estructura interna de los grupos humanos de "pequeña escala", ya fueran de carácter exógeno o endógeno. Mientras que los discípulos más radicales de Malinowski insistían en la prioridad absoluta de los primeros, otros de sus seguidores eran partidarios de una posición más flexible -la misma L. Mair-, aunque señalando que el principal elemento interno del cambio social no era otro que la innovación técnica, que permitía la utilización de un determinado "avance" al máximo de sus posibilidades. A este respecto, el estudio del nacimiento del capitalismo a lo largo de los siglos XVI-XVII y de la consecuente Revolución Industrial fue decisivo de cara a demostrar la existencia de transformaciones endógenas. La explicación que ofrecían los funcionalistas del cambio social resultaba también insuficiente. Aún estando de acuerdo en la idea básica de que la aplicación de mejor tecnología siempre conlleva el aumento de la escala y, con ella, la mayor disponibilidad de recursos, no explicaban los mecanismos de acaparación por parte de un sector de la comunidad, así como su reparto desigual. Llegados a este punto, no podemos confundir aculturación con cambio social, aunque son conceptos íntimamente unidos, pero en absoluto sinónimos. El primero siempre implica la intervención de elementos exteriores, mientras que el segundo no. En este sentido, la aculturación supone cambio social en todo momento, pero no necesariamente viceversa. Pueden darse situaciones variadas: cambio social con aculturación cuando el factor exógeno es el desencadenante del fenómeno, cambio social sin aculturación cuando nos encontramos con procesos eminentemente endógenos. 3.

EL CAMBIO CULTURAL COMO EXPLICACIÓN

La búsqueda de interpretaciones que ofrezcan una visión amplia de fenómenos complejos ha sido uno de los factores que más ha contribuido a superar el pensamiento historicista. La Nueva Arqueología dio un primer paso en este sentido al abrir una vía de colaboración con la antropología, dada la tradicional cercanía existente entre ambas disciplinas en el mundo anglosajón. A pesar de sus buenas intenciones, esta propuesta tropezó con las propias limitaciones del léxico antropológico hasta finales de los años 60, muy condicionado por la etapa del colonialismo. De esta manera, esta vía resultó un freno a la construcción de un modelo teórico propio para la arqueología. A lo largo de los años 70, los antropólogos comenzaron a cuestionarse seriamente el problema de la aculturación, por lo que se produjo la sistematización de conceptos que, aunque usados con anterioridad de manera un tanto arbitraria, van a ser utilizados de forma precisa para poder explicar procesos concretos. Son los casos de difusión, asimilación, sincretismo, hibridismo, disyunción, entre otros. Todos ellos adolecían también de 39

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

reduccionismo, al ser su aplicación muy parcial, de manera que para explicaciones generales era necesario acudir de nuevo al viejo término de aculturación. R. Bastide (1971: 44-45) apuntó la idea del cambio cultural, entendiéndola como una fase previa a la asimilación de un grupo subordinado por parte de otro dominante. No obstante, habrá que esperar a S. Gruzinski y A. Rouveret para que la desarrollen ampliamente en su importante trabajo sobre el sur de Italia y México (1976: 182-194). Estos dos autores elaboraron su propuesta con un sentido muy amplio de cultura, en la línea clásica formulada por Tylor hace ya más de un siglo. El cambio cultural se muestra mucho más acorde con unos planteamientos complejos que el concepto de aculturación para explicar los procesos de transformación que se dan en sociedades separadas que entran en contacto a partir de un momento dado, independientemente de su grado de diferenciación. No obstante, cuanto mayor es este último, las modificaciones son más fácilmente perceptibles en el registro material, lo que resulta esencial para abordar cualquier proceso desde un enfoque arqueológico. El cambio cultural es una herramienta especialmente útil de cara al estudio del grupo humano con menor nivel de complejidad en lo que respecta a su aparato tecnológico y político-administrativo. Siguiendo a Gruzinski y Rouveret, un estudio de cambio cultural debe ser capaz de analizar por separado una serie de transformaciones que se dan en el seno de la sociedad colonizada, tales como los aspectos demográfico, parental, ecológico, socio-económico, lingüístico y mental. Los autores son plenamente conscientes de que no todos los campos de análisis resultan equivalentes en cuanto al volumen de información susceptible de ser recopilada, ya que algunos son extremadamente difíciles de evaluar en situaciones donde no hay documentación escrita. A pesar de ello, si somos capaces valorar incluso de forma parcial algunos de los aspectos referidos ya estaremos en condiciones de ofrecer una explicación del cambio cultural. Evidentemente, el resultado final dependerá de la cantidad y calidad de los datos a procesar. En este sentido, Gruzinski y Rouveret nos proponen, aún sin hacer referencia expresa, una metodología de trabajo cercana a la Teoría General de Sistemas. Se entiende la "cultura" como enculturación, en el sentido antropológico, con una serie de variables que pueden ser analizadas por separado. Sin embargo, todavía en aquellos momentos no se encontraba suficientemente planteado el concepto de interacción. Al no desarrollar éste último, no se incide en un aspecto esencial: el efecto acumulativo de las transformaciones en la propia dinámica del cambio. La consecuencia de ello sería doble: por un lado, modificaciones intencionadas en alguno de los subsistemas tienen repercusiones no deseadas en otros; por otro, una vez ha dejado de actuar el elemento foráneo impulsor o acelerador del cambio, ya no es posible la vuelta atrás. La necesidad de una apreciación global de todos 40

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estos fenómenos, aun sin abandonar el concepto de aculturación, fue puesta de manifiesto por N. Wachtel (1978: 154). Desde un punto de vista arqueológico, la propuesta de Gruzinski y Rouveret resulta plenamente válida, pero adolece de algunas deficiencias. Estas derivan de la naturaleza de la información que manejamos, que nos obliga a dar prioridad a unos elementos sobre otros. Un estudio de cambio cultural desde la arqueología deberá valorar con especial detalle las modificaciones del repertorio artefactual, por lo que entraremos en el ámbito de la tecnología. Igualmente, el cambio socio-económico puede ser valorado en función de diferentes parámetros: jerarquización, articulación de asentamientos, relaciones entre grupos sociales, captación de recursos o circulación de mercancías, por poner sólo algunos ejemplos. Relacionado con estos últimos, la valoración del cambio ecológico resulta fundamental, ya que debe explicarse como consecuencia de la presión sobre el medio, sin olvidar posibles causas naturales. No menos interés tiene el cambio mental, testimoniado por la introducción de nuevos elementos de tipo religioso, funerario e iconográfico, así como la adopción de sistemas de escritura, que no presuponen necesariamente una transformación lingüística general. Desde otro punto de vista, valorar el alcance cambio cultural implica analizar qué elementos alóctonos son asumidos por la población local y cuáles se rechazan. En el caso de la expansión fenicia, un proceso colonial que no implica dominación política, esto resulta esencial, ya que nos indica qué capacidad de maniobra poseen los autóctonos respecto a los colonizadores, cuáles son los intereses de la élite foránea y en qué sentido actúan para conseguir sus fines. Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, el cambio cultural sería una metodología para el estudio de fenómenos concretos, que tienen lugar a lo largo de un tiempo necesariamente corto y en un territorio no muy amplio de características homogéneas. Por tanto, los procesos coloniales a escala regional serían uno de los ámbitos idóneos para ser explicados mediante cambio cultural. Ahora bien, las diferentes secuencias de cambio cultural nunca son recurrentes, por lo que hay que evitar los modelos holísticos demasiado abstractos, siendo necesario atender a los particularismos locales en cada una de las áreas occidentales donde se produjo la instalación de los fenicios. En este punto, la atención no debe centrarse sólo en las diferencias existentes entre los diversos contingentes indígenas, sino también los motivos que atraen a los colonizadores en cada caso. Ello queda claro al comparar lo que ocurre en Cartago, Cerdeña, Ibiza, Levante peninsular, Andalucía mediterránea y arco atlántico andaluz.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

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3 LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA Y SU TRASPAÍS. TERRITORIO Y RECURSOS EN EL MARCO DEL SISTEMA DE EXPLOTACIÓN COLONIAL FENICIO ARCAICO La Andalucía mediterránea, ocupada por las diferentes alineaciones de las cordilleras Béticas, constituye una región fisiográfica perfectamente diferenciada de la depresión del Guadalquivir, eje básico del sur peninsular. La montaña domina el paisaje de la región, lo que explica la denominación alta Andalucía, en oposición a la amplia llanura campiñesa, de horizontes abiertos. La interrelación entre mar y montaña, bien descrita por F. Braudel (1988: 15-16 y 19) para todo el Mediterráneo es un factor esencial en la vida de la región. La presencia de una cadena montañosa de más de 2000 m. a escasa distancia del mar dificulta sobremanera el aprovechamiento agropecuario y la circulación interior, que se circunscriben a espacios muy concretos (FIG. 7). Climáticamente nos encontrarnos en un ámbito típicamente mediterráneo caracterizado por la intensa sequía estival. No obstante, las diferencias de altitud y el grado de exposición a los vientos húmedos determinan variaciones importantes en cuanto al régimen de precipitaciones en distancias bastante cortas, lo que tiene una notable influencia en las posibilidades agropecuarias y la extensión de la cobertera forestal. El rosario de altiplanicies que forman el Surco Intrabético constituye la verdadera espina dorsal de la alta Andalucía, de manera que las relaciones resultan mucho más fáciles en sentido este-oeste que en dirección norte-sur. Igualmente, en el litoral, el mar ha sido el camino más fácil hasta principios del siglo XX debido a las condiciones que impone la orografía. Ecológicamente la Andalucía mediterránea es un medio muy frágil, debido a unas condiciones naturales que favorecen la degradación: fuertes pendientes, predominio de los suelos calizos, irregularidad de las precipitaciones. La presión antrópica ha favorecido siempre esta tendencia, mediante ciclos de deforestación-erosión. La obtención de nuevos recursos requiere cada vez tecnologías más agresivas, de manera que el paisaje que contemplamos hoy es producto de la trayectoria histórica. Todos los indicios señalan que los fenicios y el complejo sistema de relaciones que establecieron con las comunidades autóctonas ocasionaron la primera intensificación de un proceso que se había iniciado con anterioridad. Así, entendemos el medio físico no sólo como un escenario o una fuente de recursos, sino también como una estructura dinámica. 43

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

LOS CAMBIOS EN LA LÍNEA DE COSTA

Desde los inicios de las excavaciones arqueológicas en Toscanos en 1964 se venía especulando con la posibilidad de que la costa mediterránea andaluza hubiese sufrido una fuerte transformación a lo largo de los últimos 3000 años, ya que era impensable que los fenicios hubieran fundado un asentamiento costero al que no pudiesen llegar las embarcaciones (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: 145). Más tarde, un conocido trabajo de M. Pellicer, L. Menanteau y P. Rouillard (1973) volvía a insistir sobre la necesidad de tener presente la probable línea costera antigua de cara a localizar nuevos asentamientos fenicios. Pero, pese a estas hipótesis, no existía la certeza científica de cambios drásticos en la línea costera en los momentos postholocénicos, a no ser el "lento" proceso de avance de las flechas deltaicas de los principales ríos de la zona. La pujanza de la colonización fenicia en el litoral comprendido entre la desembocadura del Almanzora y el estrecho de Gibraltar debió llevar aparejada la existencia de numerosos fondeaderos naturales en la Antigüedad. Una costa rectilínea como la actual es difícilmente abordable por naves de la época, máxime al carecer de refugios que garanticen la arribada y protección de las embarcaciones, sin riesgo de dejarlas a merced de los vientos y corrientes. La necesaria existencia antaño de otro paisaje de costa movió al Instituto Arqueológico Alemán a poner en marcha el proyecto Investigaciones geológicas y arqueológicas sobre los cambios de la línea costera en el litoral de la Andalucía mediterránea y su importancia para los asentamientos arqueológicos, especialmente fenicios, del sur de España, por parte de O. Arteaga y H. Schubart, en colaboración con los geólogos H.D. Schulz y G. Hoffmann, de la Universidad de Bremen. Este ambicioso trabajo se inició en 1982 en los valles de los ríos Vélez y Algarrobo, dando resultados de gran interés en el sentido que se esperaba (Schulz, Jordt y Weber, 1988). Así, en 1985, se decidió ampliar la exploración al resto de los ríos andaluces mediterráneos (Arteaga et alii, 1988; Hoffmann, 1988; Schubart, 1991) e, incluso, a principios de los años 90, el proyecto se ha dirigido hacia el litoral del golfo de Cádiz y antiguo lago Ligustino (Arteaga, Schulz y Roos, 1995). En 1986 M.E. Aubet comienza sus trabajos sobre el Cerro del Villar. Este proyecto concede gran importancia a los aspectos paleogeográficos del asentamiento fenicio, para lo que se incorpora inicialmente N. Carulla, de Barcelona, y posteriormente J. Mateu y P. Carmona, de la Universidad de Valencia (Aubet y Carulla, 1989; Aubet, 1993a). Los resultados finales de estos trabajos se han publicado recientemente (Aubet, 1999a: fig. 3; 1999b: 29-32; Carmona, 1999).

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FIG. 7. Mapa físico de Andalucía mediterránea y su hinterland.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

FIG. 8. La antigua ensenada del río Vélez (según Schulz, Jordt y Weber, 1988)

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Tanto el proyecto alemán como el español han resultado complementarios, ya que, mientras el primero ha ofrecido un panorama de un litoral de casi 450 km. de desarrollo, el segundo, al concentrarse en un único lugar, ha permitido obtener conclusiones más en profundidad. Los estudios geológicos y paleogeográficos han demostrado fehacientemente que la costa mediterránea andaluza era muy distinta en los siglos VIII-VI a.C. -y con anterioridad- a lo que vemos actualmente. Se trataba de un litoral mucho más articulado, cuyos elementos estructurales eran las sierras costeras, acantiladas sobre el mar, y las profundas ensenadas o deltas vivos. Las investigaciones alemanas concluyen que la mayoría de los cursos fluviales desembocaban formando estrechas y profundas bahías, que penetraban varios kilómetros tierra adentro. Son los casos del Guadarranque, Guadiaro, Vélez, Seco y Verde de Almuñécar, Guadalfeo, Adra y Almanzora (Arteaga et alii, 1987). Dichas ensenadas eran, en realidad valles estructurales inundados por el mar en la trasgresión que siguió al fin de la glaciación Würm (FIG. 8). Un caso especial es la desembocadura del río Antas, constituida por una amplia albufera litoral. La investigación de M.E. Aubet en la desembocadura del Guadalhorce ha atravesado dos fases diferenciadas. Durante un primer momento se pensó que el río formaba un gran estuario. En la bocana de este gran entrante, próximo a su orilla meridional, se encontraba un islote de unas 5 has. de superficie, que se elevaba hasta una cota máxima de 5'45 m. sobre el nivel del mar. En esta pequeña isla, origen del Cerro del Villar, los fenicios fundaron un pujante asentamiento (Aubet y Carulla, 1989: 427-428). Sin embargo, la continuidad de la investigación en el yacimiento y su entorno modificaron estas premisas a comienzos de los años 90, permitiendo una aproximación más exacta. Así, se ha podido confirmar que el supuesto estuario del Guadalhorce era en realidad un delta. El río se dividía en varios brazos entre islotes y marismas. La isla del Villar era una barra fluvial entre dos paleocauces, con una extensión mayor de lo que se había estimado hasta entonces, alcanzando las 8 has. Por tanto, el islote del Villar no tiene un origen estructural, a diferencia de otros conocidos en el Mediterráneo andaluz, tal como el peñón de Salobreña. Se trata de una formación de arenas y limos, vinculada a la hidrodinámica del delta (FIG. 9).

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FIG. 9. Evolución del delta del Guadalhorce (según Aubet et alii, 1999).

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Cuestión de gran interés es la fecha de colmatación de todos estos estuarios, deltas y lagunas litorales, que está íntimamente relacionada con la evolución del medio ambiente (FIG. 10). El avance de la línea de costa y su alejamiento de los antiguos centros portuarios es un fenómeno relativamente reciente. La deforestación llevada a cabo en época fenicia arcaica, que continuaba otras iniciadas en el Calcolítico y el Bronce supuso una primera alteración de la dinámica hidrográfica. La degradación del bosque climáceo siguió en época romana, especialmente en la actual provincia de Almería, siendo bien conocidas las labores mineras que ocanaron un importante quebranto a las masas forestales de la sierra de Gádor (Cara y Rodríguez López, 1990: 86). Todo parece indicar que la tala del bosque se detuvo momentáneamente en el Medievo, existiendo incluso una recuperación de las masas forestales en toda la alta Andalucía. De este modo, hasta el siglo XVI el proceso de colmatación de las desembocaduras de los ríos había avanzado a un ritmo muy lento. El proceso de deforestación se agudiza después del año 1500, con la conquista y repoblación cristiana del Reino de Granada y sus métodos agrícolas totalmente inadecuados para una zona montañosa. Los perfiles de turba documentados en las desembocaduras del Guadiaro, Guadalhorce, Verde de Almuñécar, Antas y Almanzora, que señalan una etapa de estabilidad en los encharcamientos, fase deltaica o estuárica, seguida de un violento e ingente aporte de sedimentos muy recientes, con escasa materia orgánica (Arteaga y Hoffmann, 1989).

FIG. 10. Las antiguas desembocaduras de los ríos andaluces mediterráneos. 49

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

LAS VEGAS LITORALES

Junto al piedemonte meridional de las cordilleras Béticas se sitúa el espacio costero. La llanura litoral se caracteriza por su angostura y su discontinuidad, ya que se encuentra compartimentada en una serie de valles fluviales, separados entre sí por áreas montañosas que llegan hasta el mar formando acantilados. Cada valle resulta autosuficiente, organizado en torno a su río principal y a la vega irrigada por éste, que viene a constituir un núcleo de atracción demográfica frente a la montaña circundante. Sólo en el sector almeriense, al alejarse las sierras del frente marítimo, se dan planicies amplias como los Campos de Dalías y Níjar, pero que resultan de poco interés agrario por su aridez. El patrón de asentamiento fenicio en la costa mediterránea andaluza busca siempre ocupar una posición privilegiada en estas vegas, junto a las desembocaduras de los ríos. Esto permite aprovechar las posibilidades portuarias del litoral antiguo, así como disponer de tierras susceptibles de aprovechamiento agrario, facilidad de contacto con la población indígena y posibilidades de acceder al interior. Los ríos que riegan estas vegas son todos de escasa longitud, debido a la cercanía de sus fuentes al mar. El más largo es el Guadalhorce, con 154 km., seguido del Almanzora, con 123 km. Los restantes son bastante más cortos, no alcanzando los 80 km. de curso: Guadarranque, Guadiaro, Guadalmedina, Vélez, Guadalfeo, Adra, Andarax, Aguas y Antas. Son cursos de agua que se caracterizan por su torrencialidad, ya que deben salvar grandes desniveles en poco recorrido, lo que aumenta su potencial erosivo, a pesar de su reducido e irregular caudal, que está sujeto a grandes variaciones estacionales. A pesar de que sus posibilidades de navegación son muy escasas, estos ríos constituyen vías de penetración hacia el hinterland, por lo que su importancia estratégica es grande. Se ha señalado que las vegas que hoy presentan los ríos mediterráneos andaluces en su curso bajo se han formado con posterioridad al periodo fenicio arcaico, como consecuencia de la colmatación de las desembocaduras (Carrilero, 1993: 173-174). Esta idea parte de los trabajos de investigación geoarqueológica sobre la antigua línea de costa, pero responden a una lectura reduccionista e interesada de las conclusiones de los mismos. Los espacios inmediatos a las desembocaduras de los principales ríos están precedidos por amplias superficies de vega fluvial situadas tierra adentro, cuya extensión es variable según los casos. Por ejemplo, en el Guadalhorce la curva de nivel 100 m. se encuentra a más de 30 km. del mar. Así, resulta posible que las vegas fueran algo más reducidas en los siglos VIII-VI a.C., pero no cabe dudar de su existencia. Las vegas litorales de la Andalucía mediterránea permiten un aprovechamiento agropecuario muy diversificado debido a la suavidad del 50

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clima, a la fertilidad de sus suelos y la relativa abundancia de recursos hidráulicos, tanto superficiales como subterráneos. Sin embargo, la siempre cercana presencia de la montaña limita la extensión de la superficie cultivable. A esta circunstancia, debemos añadir durante la Protohistoria la presencia de espacios pantanosos e insalubres en las desembocaduras que debían ser focos de paludismo, como ocurre en muchas zonas del Mediterráneo (Gras, 1999: 129-132). Así, la prodigalidad de las vegas litorales de la Andalucía mediterránea es sólo aparente, ya que no pueden tampoco sostener a una población numerosa explotando únicamente la llanura de aluvión. Para aumentar el espacio cultivable y favorecer una intensificación agrícola debió acometerse muy pronto el abancalamiento de las laderas, técnica que aparece bien documentada en el área sirio-palestina durante la Edad del Bronce (Borowski, 1987: 15-18). 3.

LA MONTAÑA

Desde el estrecho de Gibraltar hasta el cabo de la Nao, paralelas al litoral suroriental de la península Ibérica y a lo largo de más de 600 km., se encuentran las cordilleras Béticas, que constituyen el brazo septentrional del arco Bético-Rifeño-Balear. Respecto a otros sistemas montañosos de la cuenca mediterránea, las Cordilleras Béticas tienen dos características que le otorgan una personalidad específica: a) Su topografía no constituye una alineación continua y bien definida, sino que las diversas sierras o macizos se disponen de forma más o menos desordenada, dejando entre sí zonas más deprimidas, que concentran la población y señalan la existencia de rutas naturales de comunicación (García Alfonso, 1993: 112-115). El resultado es un relieve laberíntico, que favorece la fragmentación del territorio. b) La intensidad de la sequía veraniega es tal que las Béticas constituyen la única cordillera del Mediterráneo, junto con el Atlas Sahariano argelino y las zonas orientales del Alto Atlas marroquí, donde no existen modos de vida auténticamente montañeses. La falta de agua durante una parte del año obliga a los grupos humanos que utilizan la montaña como parte primordial de su estrategia económica a depender de los valles en los momentos de mayor déficit hídrico. La complejidad topográfica y geológica de las cordilleras Béticas ha sido causa de la existencia de diferentes nomenclaturas a la hora de explicar el conjunto. Hay que distinguir las denominadas "unidades internas" de las "unidades externas", separadas por el conjunto de depresiones constituido por el Surco Intrabético (Ocaña y García Manrique, 1990: 13-14). Ambos sectores son muy diferentes por la época de formación y su roquedo, que determina el manto vegetal y las disponibilidades de recursos forestales y minerales (FIG. 11).

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FIG. 11.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Mapa geológico de la alta Andalucía (fuente: Atlas Nacional de España, 1992, Instituto Geográfico Nacional).

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Las UNIDADES INTERNAS de las Béticas constituyen un dominio de alta montaña mediterránea. Se sitúan en la zona más meridional, paralelas e inmediatas a la costa, desde las sierras meridionales de Murcia hasta el río Guadiaro. Los materiales son de sedimentación muy antigua, de época paleozoica, por lo que están generalmente metamorfizados y contienen frecuentes depósitos minerales, en especial en la provincia de Almería y este de Granada. La estructura de la zona interna adopta la forma de grandes mantos de corrimiento que fueron deslizándose unos sobre otros mediante empujes en sentido sur-norte. La elevación de los mantos tuvo lugar durante el Mioceno, a consecuencia de las presiones alpinas. Desde el punto de vista geológico se distinguen tres mantos, individualizados por su datación y materiales: NevadoFilábride, Alpujárride y Maláguide, que toman su nombre de la zona donde aparecen con mayor claridad. Las rocas que encontramos en estos mantos son variadas, a causa de las diferentes presiones y temperaturas a que han estado sometidas: esquistos, filitas, grauwacas, cuarcitas y formaciones carbonatadas, éstas últimas con dolomías y mármoles. Poco después de finalizar la orogénesis alpina, en el Mioceno Superior, se produjeron algunas efusiones volcánicas, que afectaron al área del cabo de Gata. Topográficamente las unidades internas de las Béticas se muestran un paisaje de formas suaves, debido a la naturaleza de sus materiales, aún cuando alcancen gran altitud y los ríos hayan excavado profundamente sus vertientes, creando fuertes desniveles. Las mayores elevaciones se encuentran en el macizo de Sierra Nevada, donde una docena de cumbres superan los 3.000 m. En la zona oriental encontramos alturas por encima de 2.000 m. en la sierra de Baza, Filabres y Gádor. Al oeste de Sierra Nevada las alturas van disminuyendo progresivamente con las sierras de Tejeda, Almijara y el amplio conjunto de la Serranía de Ronda. La alineación septentrional de las cordilleras Béticas está constituida por las llamadas UNIDADES EXTERNAS, que constituyen el flanco meridional del valle del Guadalquivir. Aquí nos encontramos con un ámbito de baja y media montaña. Los materiales son mucho más recientes que en las unidades internas, concretamente de cronología mesozoica, por lo que es el dominio del roquedo calizo, con formas vigorosas y escarpadas. La línea de contacto entre la zona bética externa e interna ha sido cubierta en su mayor parte por los procesos sedimentarios postorogénicos, que han colmatado las depresiones del Surco Intrabético. El dominio estructural de las Béticas externas se divide en dos grandes complejos: prebético y subbético, diferenciados por la potencia de la sedimentación, al efectuarse el primero en un mar poco profundo. Al prebético corresponden las sierras situadas en la zona oriental de la provincia de Jaén y noreste de Granada, que rondan los 2.000 m., tales como la Sagra, Segura y Cazorla. El subbético tiene mayor desarrollo, pero su altitud es menor. Aparece en la provincia de Almería, con la sierra de María, para continuar con un potente núcleo central en Granada y Málaga -sierras de Parapanda, Gorda, Camorolos y El Torcal-, que finaliza en Grazalema. 53

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Si actualmente las cordilleras Béticas son un espacio refractario a las actividades humanas, salvo un limitado aprovechamiento de carácter turístico, forestal y extractivo, en una economía preindustrial constituían un territorio a tener en cuenta a la hora de obtener recursos. No hace falta remontarse hasta la Protohistoria para valorar el papel jugado por la montaña en un sistema de vida tradicional. El despoblamiento de las sierras andaluzas es un fenómeno reciente, que tuvo lugar a lo largo de los años 50 y 60, por lo que todavía resultan perceptibles bastantes vestigios de un paisaje antaño muy humanizado. El mayor problema de cara a establecer cómo fue el aprovechamiento de la montaña durante la Protohistoria es la falta de datos arqueográficos, ya que las investigaciones se han centrado en áreas mucho más accesibles, como es la costa o las altiplanicies interiores. Desde luego, un modelo de aprovechamiento típico de los siglos XVIII y XIX, que es el mejor conocido (Pareja Delgado, 1995: 8-47), no podemos trasladarlo sin más al Hierro Antiguo, pero está claro que la montaña siempre ha sido un ámbito destinado a proporcionar determinadas materias primas. Madera y metal debieron ser los principales productos de la montaña demandados por los fenicios, ya que eran imprescindibles en sus actividades económicas y subsistenciales. Su obtención debía movilizar contingentes numerosos hacia las fuentes de estos recursos, como ocurría con las expediciones que se organizaban en la metrópoli para obtener cedros de la cordillera del Líbano, bien reflejadas en el relato de Unamón1. También la obtención de piedra para construcción debía proceder de las áreas serranas inmediatas a los asentamientos, por lo que sería necesario abrir canteras. Esto lo vemos claramente reflejado en el Cerro del Villar, situado en un ámbito geológico cuaternario, donde no hay piedra para edilicia, de manera que tuvo que ser extraída de las calizas de la inmediata sierra de Mijas. 4.

LAS ALTIPLANICIES INTERIORES

Las dos alineaciones que constituyen las Cordilleras Béticas están separadas por un conjunto de altiplanicies que se extienden desde Ronda hasta el murciano valle del Guadalentín. Estas hoyas forman una cadena prácticamente ininterrumpida a lo largo de más de 400 km., que recibe el nombre de Surco Intrabético, vía natural de comunicación entre Andalucía y el Levante peninsular. La altura y anchura del Surco va aumentando conforme avanzamos hacia el este, lo que también tiene repercusiones importantes en el clima, la vegetación y los usos del suelo. Cada una de estas depresiones intramontañosas tiene un carácter más o menos cerrado, que se corresponde con una determinada cuenca fluvial, bien perteneciente a la vertiente mediterránea o tributaria del Guadalquivir. Las altiplanicies intramontañosas situadas en la zona occidental alcanzan una altitud media entre 500 y 700 m., por lo que disfrutan de un clima más 1

Cfr. M.E. Aubet (1994: 307).

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suave y húmedo. La primera que encontramos es la pequeña depresión de Ronda, que constituye la cabecera del Guadiaro. La amplitud de los espacios llanos aumenta conforme avanzamos hacia el este. Así, las depresiones de Antequera y Granada cuentan con gran porcentaje de suelos con topografía favorable. Sin embargo, aquí aparece una nueva dificultad para la explotación agraria de estas tierras: el encharcamiento. Las redes fluviales del Guadalhorce y del Genil no han conseguido hasta un momento relativamente reciente drenar la totalidad de sus teóricas cuencas altas y eso con la ayuda de proyectos de canalización y desecación. Por tanto, el feraz paisaje que hoy vemos en estas vegas es fundamentalmente obra humana. Durante la Protohistoria el carácter lagunar y pantanoso de gran parte de estas altiplanicies es evidente a la vista de las cartas geológicas y de las analíticas paleoambientales2, al igual que se deduce de ciertos testimonios históricos. El carácter de zona de encharcamiento es más intenso en la llanura antequerana, por su mayor horizontalidad y sustrato impermeable: lagunas de Fuente Piedra y la Herrera, complejo endorreico de Campillos. Por ello, encontramos aquí un poblamiento ligado a los piedemontes, donde se desarrollan amplios glacis, susceptibles de un intenso aprovechamiento agrícola. El espacio llano más extenso de la alta Andalucía lo constituye la cuenca del Guadiana Menor, formada por las hoyas de Guadix, Baza y Huéscar, en el noreste de la provincia de Granada. Se trata de una altiplanicie situada a 1000 m. de altitud, perfectamente delimitada por un conjunto de elevaciones montañosas, que configuran un auténtico anfiteatro. La cuenca de Guadix-Baza es una antigua formación lacustre, que hace menos de dos millones de años fue capturada por un afluente del Guadalquivir, vertiéndose sus aguas por el pasillo de Pozo Alcón, lo que dio lugar al actual Guadiana Menor. La excavación de profundas cárcavas por el progresivo encajonamiento de la red fluvial ha dado lugar a uno de los paisajes de bad-lands más espectaculares del mundo. Las amplias llanadas abiertas de Guadix, Baza y Huéscar se han destinado al secano y a la ganadería, mientras que los fondos de los valles fluviales han constituido pequeñas vegas de regadío, por su mayor disponibilidad de agua y su menor exposición a las intensas heladas invernales. 5.

LAS VARIEDADES CLIMÁTICAS

La alta Andalucía se enmarca plenamente en el contexto del clima mediterráneo (Ocaña y García Manrique, 1990: 22-26). No obstante, la compartimentación provocada por el relieve genera una diversidad de situaciones en cuanto al régimen térmico y al reparto de las precipitaciones3 (FIG. 12).

2

Estudios de este tipo sólo se han acometido en la vega de Granada.

3

Datos del Atlas Nacional de España, sección II, grupo 9: Climatología, Madrid, Instituto Geográfico Nacional, 1992.

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FIG. 12.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Mapa pluviométrico de la alta Andalucía (fuente: Atlas Nacional de España, 1992, Instituto Geográfico Nacional).

La franja costera de Málaga y Granada presenta un clima mediterráneo subtropical, caracterizado por la suavidad de los inviernos, cuando las medias no bajan de 11º. Al mismo tiempo, los veranos resultan más frescos que en el interior, con una media de agosto comprendida entre los 22'5º y los 26º. Esta moderación se explica por el carácter de pantalla que ejercen las cordilleras Béticas frente a los vientos de componente norte y al efecto regulador del mar. A lo largo del litoral almeriense, con prolongaciones hacia Murcia y Alicante, encontramos una variedad subdesértica de clima mediterráneo. El rasgo principal es el fuerte déficit hídrico, por debajo de los 300 mm. anuales de precipitación. Todo el interior de la alta Andalucía tiene un clima mediterráneo con fuerte tendencia a la continentalización, debido al aislamiento del mar provocado por las cordilleras Béticas. Las altiplanicies presentan unos inviernos fríos, con una media de enero de 6º en Granada, con importante riesgo de heladas. Los veranos son sofocantes, con unas temperaturas similares a las del valle del Guadalquivir en las horas de máxima insolación. En los núcleos orográficos más destacados encontramos un clima mediterráneo de montaña, caracterizado por el descenso de las temperaturas y una mayor humedad respecto a las zonas circundantes. La innivación invernal es importante, especialmente en Sierra Nevada, Baza-Filabres, Cazorla-Segura y área de Ronda. 56

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Respecto a las precipitaciones, la alta Andalucía presenta unas características típicamente mediterráneas: sequía estival absoluta, irregularidad interanual y fuerte torrencialidad. El caprichoso régimen pluviométrico de la zona constituye un grave riesgo para las cosechas de secano. Por ejemplo, en Málaga pueden recogerse de media cerca de 900 mm. de precipitación en años muy lluviosos, mientras que en periodos secos apenas si se llega a 300 mm. anuales. Las lluvias descienden a medida que nos alejamos del estrecho de Gibraltar, vía de entrada de las perturbaciones atlánticas. Así, el máximo pluviométrico se encuentra las sierras de Grazalema y Ronda, donde en determinados enclaves pueden recogerse unos 2.000 mm. de precipitación anual, cifra propia de la Iberia húmeda. El polo de aridez se encuentra en Almería, a sólo 300 km. del Estrecho. El cabo de Gata registra una media de 135 mm., siendo el lugar más seco de Europa (Capel, 1981: 143-147). Esta peculiar distribución de las lluvias convierten a las llanuras más extensas de toda la costa sur mediterránea -Campos de Dalías y Níjar- en difícilmente aprovechables un sistema agrícola de pequeña escala. Las altiplanicies también presentan una aridez acusada, debido a su aislamiento de la influencia marítima, que se hace especialmente intensa en la cuenca de Guadix-Baza (FIG. 13).

FIG. 13. Mapa climático de la alta Andalucía (fuente: Atlas Nacional de España, 1992, Instituto Geográfico Nacional).

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

RECURSOS MINERALES

Las cordilleras Béticas constituyen la segunda zona de minería metálica del sur de la Península Ibérica, después de Sierra Morena. Las peculiares condiciones geológicas de los mantos que formas las unidades internas convierte a algunos macizos en verdaderos metalotectos. Mientras, las serranías externas carbonatadas son muy pobres en recursos mineros, aunque se dan algunos depósitos, especialmente de hierro, ligados a fenómenos de sedimentación y lixiviación. En cuanto a la variedad y abundancia de yacimientos minerales podemos distinguir claramente dos zonas en las unidades internas de las Béticas: un sector oriental que va desde Sierra Nevada hasta Cartagena, que es con diferencia el más rico, y un sector occidental, entre el valle de Lecrín y el Guadiaro, más pobre y con concentraciones de mineral mucho más escasas (FIG. 14).

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FIG. 14. Mapa de recursos minerales de la alta Andalucía (Fuente: hojas del Mapa Metalogenético de España, e. 1:200.000).

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Un elemento a tener muy en cuenta a la hora de abordar el estudio de los recursos metálicos de Andalucía mediterránea y su traspaís entre los siglos VIII y VI a.C. es que apenas disponemos de datos de tipo arqueometalúrgico. El Mapa Metalogenético de España e. 1:200.000, editado por el Instituto Geológico y Minero, resulta la primera vía de aproximación al tema. Es un trabajo de gran interés por la cartografía de numerosos yacimientos de metal o sus indicios, además de ciertas informaciones relativas a los mismos. Sin embargo, el mapa esta concebido como una catalogación de aquellos depósitos mineralógicos que resultan explotables con cierto grado de rentabilidad en una economía industrial, por lo carece de utilidad para aproximaciones de detalle en época protohistórica. Los primeros trabajos de extracción en época calcolítica se centraron lógicamente en aquellos filones más superficiales y de fácil laboreo, evitando la realización de galerías con la consiguiente inversión de esfuerzo y tiempo. Circunstancia excepcional sería la malaquita extraída en El Malagón mediante pequeños cortes (Arribas et alii, 1989: 74). Es muy probable que esta misma circunstancia se diera en época protohistórica, aunque no podemos descartar ya la práctica de una minería subterránea, como ocurre en una explotación de oligisto en la Peña de los Enamorados de Antequera, atribuida al Ibérico Antiguo (Fernández Rodríguez, L.E. et alii, 1995: 295). Como han venido demostrando los últimos trabajos arqueometalúrgicos acometidos en la Andalucía mediterránea, muchos de los afloramientos de mineral que fueron aprovechados en la Prehistoria Reciente no figuran en los mapas metalogenéticos. El trabajo de prospección efectuado en la depresión de Vera a fines de los años 80 dirigido por G. Delibes de Castro y M. Fernández-Miranda ha permitido localizar catorce mineralizaciones de cobre de diferentes características (Montero Ruiz, 1994: 69-107), frente a las dos que detectaba el Mapa Metalogenético de España (FIGS. 15-16). Igualmente, el Proyecto de Investigación Arqueometalúrgica de la Provincia de Málaga, puesto en marcha en los inicios de la década de los años 90, ha señalado ventiocho afloramientos cupríferos superficiales en la región esquistosa de los Montes de Málaga (Fernández Rodríguez et alii, L.E., 1995: 289, mapa II), contrastando con los exiguos recursos que mostraban los mapas geológicos (FIGS. 17-18). a)

Oro y plata

La única noticia escrita relativa al oro en la Andalucía mediterránea durante el primer milenio a.C. procede de Avieno (Ora Maritima, 420). Al describir la costa entre el Estrecho y Malaca, se cita un río Crysos, que se ha querido identificar con el Guadiaro. Si bien no existen evidencias auríferas en el río principal, se conocen pláceres de oro nativo en su afluente Genal, concretamente en el término municipal de Genalguacil, aunque no existen evidencias de que hayan sido aprovechados en alguna ocasión4. Es posible que la noticia de Avieno parta de algún tipo de explotación muy artesanal, tipo bateo. 4

Mapa Metalogenético de España, hoja 87 (Algeciras), Madrid, 1975, nº. 3.

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FIG. 15.

Recursos cupríferos de la depresión de Vera recogidos en el Mapa Metalogenético de España.

FIG. 16.

Depresión de Vera. Yacimientos de cobre señalados por Montero Ruiz (1994).

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

FIG. 17.

Recursos cupríferos de los Montes de Málaga según el Mapa Metalogenético de España.

FIG. 18.

Depósitos de cobre de los Montes de Málaga detectados en prospección arqueometalúrgica (a partir de Fernández Rodríguez, L.E. et alii, 1993, 1995). 62

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De mucho mayor interés económico son las tres zonas auríferas conocidas en la provincia de Granada: Granada capital, Caniles y Ugíjar. El origen de estos pláceres auríferos es el mismo: los ríos que nacen en los macizos del manto Nevado-Filábride (Sierra Nevada y la sierra de Baza-Filabres) arrancan el oro de los yacimientos primarios situados en las zonas altas, aún muy mal conocidos. Desde allí son transportados por la corriente fluvial y depositados en las zonas bajas circundantes, cuando los ríos pierden la mayor parte de su fuerza torrencial. El Genil y sus afluentes Darro, Monachil y Dílar contienen arenas auríferas que han sido explotadas como mínimo desde época romana5, aunque no es descartable un aprovechamiento anterior. Los situados en el Genil son los de mayor interés, Cañada Valderas y Hoyo de la Campana, en las inmediaciones de la misma Granada. Este último lugar es un conglomerado aurífero, donde se conocen estructuras hidráulicas romanas para la explotación del plácer mediante la conocida técnica de ruina montium. En la margen izquierda del río Golopón, afluente del Guadiana Menor, dentro del término municipal de Caniles, existe otro conglomerado aurífero de cierta importancia. Aquí también encontramos obras romanas de envergadura para la extracción del oro nativo (Sánchez-Palencia, 1989: 44-45). Los pláceres de Ugíjar, en la Alpujarra, apenas han sido estudiados. Por su parte, la plata aparece generalmente asociada al plomo como galena argentífera, siendo abundante en la sierra de Gádor. Como metal nativo la encontramos en el excepcional yacimiento de Herrerías, junto a Villaricos. Más al oeste sólo se documenta de manera dispersa en la malagueña sierra de Mijas. b)

Hierro

Este metal es el más abundante en el área mediterránea andaluza, tanto por la dispersión de los yacimientos como por la riqueza de los mismos. Los depósitos más importantes son de magnetita, pero las posibilidades de beneficio que presentan los afloramientos conocidos con la tecnología protohistórica eran escasas. Las grandes minas que han funcionado en la zona desde principios del siglo XIX eran de impensable explotación en momentos anteriores a la Revolución Industrial. Hace tiempo se ha planteado la posibilidad de que el beneficio de hierro en época protohistórica y romana se efectuase mediante el aprovechamiento de vetas de arcilla ferruginosa, el almagre. Estos depósitos suelen contener hasta un 40% de metal y su explotación es muy simple y apenas tiene necesidad de minería subterránea. Dada la naturaleza geológica de las cordilleras Béticas, los yacimientos de almagre abundan en el sur peninsular y sólo unos pocos aparecen cartografiados en los mapas metalogenéticos: los más ricos o aquellos que han sido explotados en época histórica reciente para obtener colorante.

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Mapa Metalogenético de España, hoja 83 (Málaga-Granada), Madrid, 1975, nº. 7 y 23-25.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Un rápido repaso a las fuentes de hierro primario en el área de Andalucía mediterránea resulta de interés al existir afloramientos de almagre en las cercanías de éstos. La zona más rica comprende la provincia de Almería y el este de Granada, especialmente en los bordes del manto nevado-filábride. En las sierras de los Filabres y Baza encontramos numerosos yacimientos, destacando los de Bacares y Gérgal. Sierra Nevada dispone de algunos de los mayores depósitos de hierro de la península Ibérica, con la importante mina de Alquife, pero de explotación inviable con la tecnología antigua6, además de innecesaria por la abundancia de criaderos de hierro superficiales en la zona. Depósitos de cierta entidad aparecen cartografiados en la Alpujarra. El manto alpujárride también contiene importantes y abundantes criaderos de hierro, más numerosos en la provincia de Almería y disminuyendo progresivamente hacia el oeste. Cotos importantes son los de las sierras de Almagro, Cabrera y Alhamilla, además del complejo de Herrerías. En las sierras de Tejeda y Almijara aparecen algunos depósitos, explotados en época histórica, pero no tienen ni mucho menos el carácter de grandes reservas que algunos autores les han atribuido en relación con la producción hierro en Toscanos (López Castro, 1995: 38), como ha señalado Aubet (1994: 269). Así, la fuente de mineral para este asentamiento fenicio había que buscarla en el almagre no cartografiado o en criaderos hoy agotados. La zona más occidental del alpujárride vuelve a contener yacimientos de hierro, entre los que destacan los grandes depósitos de magnetita de sierra Blanca, en Marbella, pero cuyo beneficio fue extraordinariamente difícil, incluso en la época de desarrollo de la siderurgia malagueña. Las altiplanicies interiores son pobres en recursos mineros. Cuando aparecen, están vinculados a los metalotectos de las sierras circundantes o son de origen sedimentario. En estos últimos casos aparecen menas de hierro en forma de almagre. Ausentes por completo de las hoyas de Huéscar, Baza y Guadix, sí los tenemos en la vega de Granada -Colomera-. No faltan en las márgenes de la depresión de Antequera: Mollina, Cerro Gordo de Teba, Peñarrubia y Peña de los Enamorados. En este último lugar, el Proyecto de Arqueometalúrgia de la Provincia de Málaga hasta 1993 ha localizado una mina de oligisto, ya mencionada. Según los autores de dicha investigación, fue explotada en época protohistórica, seguramente coindiciendo con el periodo fenicio arcaico (Fernández Rodríguez, L.E. et alii, 1995: 295), aunque, hasta que no se efectúe un estudio más detallado, no podemos hacer una valoración más detalla de esta cuestión. Un fenómeno similar se da en los bordes septentrionales de la depresión de Ronda, con la presencia de importantes criaderos de almagre sedimentario 6 El gran yacimiento de Alquife se encuentra cubierto por un estrato aluvial estéril de casi 100 m. de potencia, que es necesario retirar para acceder a la mena. Su puesta en explotación no se efectuó hasta finales del siglo XIX. Cfr. Pastor Mendívil, M. (1948), "Estudio geológico y minero del yacimiento de Alquife-Marquesado", Boletín del Instituto Geológico y Minero de España, 51.

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explotados hasta hace pocas décadas: sierra de las Salinas y Montecorto. La importancia de los mismos se acentúa por su proximidad a Acinipo y al núcleo de Ronda. c)

Cobre

El cobre juega un importante papel en la producción fenicia de objetos de lujo, al ser materia prima fundamental de la industria del bronce. Como en todo el Mediterráneo, el gran problema que plantea la fabricación de esta aleación en la alta Andalucía es la inexistencia de fuentes de estaño en el territorio. Este metal debió importarse de las zonas productoras desde los momentos iniciales del Bronce Final, cuando los objetos de cobre arsenicado quedan obsoletos. Se sale de los propósitos de este capítulo el tema de las vías a través de las que el estaño llegó al Sureste, pero no quiero dejar de señalar el papel que debieron jugar los circuitos comerciales atlánticos que utilizaban el Estrecho. Tenida en cuenta la importancia del estaño importado, la abundancia de yacimientos de cobre es un importante factor a la hora de poner en marcha una producción broncínea de cierta entidad. Los criaderos cupríferos de la alta Andalucía no destacan precisamente por su entidad en cuanto a la cantidad de mena a extraer. Suelen ser afloramientos de escaso tamaño, pero están muy dispersos por el territorio y son de fácil laboreo. Esta circunstancia permitió la rápida sustitución de una veta por otra cuando la primera daba síntomas de agotamiento o cuando su explotación conllevaba una inversión considerable de esfuerzo. Igualmente, la dispersión de los criaderos impidió el monopolio de la materia prima por parte de determinadas comarcas o asentamientos. Las prospecciones arqueometalúrgicas emprendidas hasta ahora han confirmado la presencia de numerosos depósitos no cartografiados en los mapas metalogenéticos por su pequeña potencia o su carácter de indicio. Por su fácil extracción y su abundancia, la mena cuprífera más empleada fue la malaquita. Almería es la zona donde se han localizado mayor cantidad de afloramientos, incluso prescindiendo de los grandes complejos de Gádor, Almagrera y Herrerías, que poseen evidentemente los yacimientos mayores de todo el Sureste. Además de la inherente riqueza del subsuelo almeriense, los proyectos de arqueometalurgia están mucho más avanzados en esta provincia, debido al interés que los investigadores han mostrado tradicionalmente respecto a los complejos culturales de Los Millares y El Argar. Tras los grandes cotos antes nombrados, una posición importante en la minería del cobre es ocupada por los macizos alpujárrides del levante almeriense: sierras de Alhamilla, Cabrera y Almagro, todas ellas con huellas de intensa explotación cuprífera desde época calcolítica. Se han planteado la posibilidad de que la expansión argárica hacia las tierras altas de Granada estuviera motivada, entre otras causas, por la necesidad de nuevas fuentes de cobre fácilmente explotable. Aunque otorgar a 65

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

la demanda de metal un papel de primer orden en el avance argárico hacia el interior no parece muy verosímil dada la abundancia de vetas cupríferas en su área de origen, no podemos olvidar que tanto los márgenes de la cuenca del Guadiana Menor como Sierra Nevada tienen abundantes afloramientos y de tamaño considerable. La presencia de fáciles suministros de cobre actuaría como un aliciente más para la instalación de contingentes argáricos en estas zonas. Igualmente, pequeños depósitos con indicios de explotación a lo largo de toda la Prehistoria Reciente se están empezando a conocer ahora en los macizos paleozoicos malagueños: sierras de Aguas, Alpujata y Montes de Málaga. 7.

PALEOAMBIENTE HOLOCÉNICO EN EL MARCO GENERAL MEDITERRÁNEO

Hasta hace muy poco tiempo era frecuente en la arqueología española enmarcar el escenario donde se desenvuelven los complejos culturales del pasado dentro de las coordenadas ambientales de nuestros días, como si éstas fueran un conjunto de mecanismos atemporales. La conciencia ecológica que impregna el pensamiento actual y el desarrollo de las técnicas de investigación paleoambiental han convertido a la evolución del paisaje en un elemento fundamental a la hora de trazar un cuadro completo de cualquier momento del pasado. En Andalucía el interés por este campo sólo ha empezado a desarrollarse en los últimos años, por lo que la información aprovechable es todavía muy limitada. Esta dificultad es aún mayor para el periodo que nos ocupa, ya que para épocas anteriores se ha prestado mayor atención a este campo. Resulta evidente que la evolución climática de la alta Andalucía durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria no puede aislarse del contexto del Mediterráneo occidental. Los cambios acaecidos en el Holoceno consituyen un aspecto estudiado desde hace ya bastante tiempo en las áreas septentrionales y centrales de Europa, por lo que la periodización establecida para estas regiones ha querido extenderse al sur del continente de forma un tanto automática, con la problemática que ello conlleva. En la Europa meridional los datos resultan mucho más escasos y la mayoría no alcanzan el primer milenio a.C. A pesar de la poca información disponible, ya estamos en condiciones de señalar que en el Mediterráneo se sucedieron diversos ciclos húmedos y áridos desde el final del Pleistoceno hasta el cambio de Era. a)

Dificultades de investigación

Conocida la escasez de análisis polínicos y faunísticos que ha venido caracterizado a la arqueología española hasta hace pocos años, ofrecer una reconstrucción climática del pasado resulta arriesgada, a no ser que presentemos poco más que generalizaciones. Sin estudio de los biotopos fosilizados en un determinado registro arqueológico resulta imposible captar las cíclicas fluctuaciones ombro-térmicas sucedidas a nivel local o regional y que 66

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Capítulo 3

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pudieron ocasionar periódicas crisis de subsistencia. Realmente, no se sostiene pensar que en los siglos VIII-VI a.C. el clima de la alta Andalucía era distinto al actual. En cambio, sí pudieron existir algunas diferencias de peso en lugares y áreas concretas, especialmente por la presencia de una mayor cobertura forestal, ya que la pérdida del arbolado en las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería se ha producido en situaciones históricas muy posteriores, bien conocidas en algunos casos. Para los siglos VIII-VI a.C. en sentido estricto sólo contamos con los análisis polínicos efectuados en el Cerro del Villar y los estudios faunísticos del Cerro del Real y Acinipo. Si queremos trazar un cuadro amplio, debemos utilizar los estudios sobre el paleoambiente de las épocas calcolítica y argárica, muy en boga en los últimos años. Estos últimos, aunque quedan distanciados en el tiempo del periodo Bronce Final/Hierro Inicial, nos sirven como referencias básicas y punto de partida para la evolución ecológica de la alta Andalucía a lo largo de la Prehistoria Reciente hasta comienzo del mundo ibérico. El mayor problema que plantean estos trabajos es su dispersión, ya que para una extensión territorial de casi 30.000 km2., un total de diez series de datos paleoambientales resulta un balance muy escaso. Sin embargo, una ventaja con que cuenta la distribución espacial de las analíticas es que abarca todo el espectro biogeográfico de las Béticas centro-occidentales: línea de costa de clima mediterráneo subtropical en el Cerro del Villar, litoral semidesértico en Gatas, altiplanicies más occidentales y húmedas en Acinipo y cuenca de GuadixBaza con Castellón Alto y Cerro del Real. b)

Las tendencias climáticas contrastadas

El estudio paleoclimático más detallado para el Holoceno en el Mediterráneo occidental es el de Châteauneuf-les-Martigues, en Provenza, que sólo llega hasta mediados del tercer milenio. Este trabajo confirma las oscilaciones ombro-térmicas que se produjeron entre los años 5800/5000 a.C. y los inicios de la Edad del Bronce, así como la correlación existente entre fases de temperaturas cálidas con aumento de las precipitaciones y épocas frías con disminución de las mismas. Que la tendencia general no se encaminaba inexorablemente hacia una mayor aridez queda demostrado porque este palinograma finaliza con una época ligeramente más húmeda que las precedentes (Renault-Miskovky, 1972). Sin embargo, se detecta una nueva fase árida entre fines del tercer milenio y principios del segundo, que parece contó con amplia distribución geográfica en todo el Mediterráneo, de acuerdo con los trabajos en los sedimentos lacustres del mar Muerto (Levy, 1981). En conexión con estas circunstancias hay que citar los análisis polínicos efectuados por Solé Sibarís en el Levante peninsular7, que muestran dos periodos de máxima pluviometría en torno a los años 4000 y 1000 a.C. Esto 7

No he encontrado otra referencia de los mismos que una noticia de A. Arribas (1964), "Ecología de Los Millares", VIII Congreso Nacional de Arqueología (Sevilla-Málaga, 1963), pp. 327-330.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

viene a coincidir con los periodos de mayor humedad del Sáhara postholocénico (Butzer, 1971: 581-585) entre 5100 y 2200 a.C. y 1600-500 a.C. Este último ciclo de óptimo pluviométrico resulta de especial interés para la etapa que abarca la presente tesis doctoral, ya que es coetáneo a la expansión fenicia. De todos modos, los ciclos de menor o mayor cantidad de precipitaciones no coinciden plenamente en las fechas de inicio y final: así, en Cerdeña se detecta un periodo de lluvias más abundantes y temperaturas algo más frías a partir del año 900 a.C., abarcando los momentos finales del Bronce y el comienzo del Hierro (Webster, 1996: 42), datos que coinciden con los procedentes de la vecina Córcega (Fedele, 1980: 50). No es difícil admitir que las oscilaciones umbro-térmicas tendían a reproducirse a nivel general en la latitud del Mediterráneo, pero se hacen necesarios estudios a escala local, todavía poco desarrollados en el caso andaluz, para poder entender mejor la evolución del medio ambiente y la incidencia del factor antrópico en el mismo. Con las necesarias reservas, todo parece indicar que los fenicios llegaron a las costas andaluzas en un ciclo atmosférico húmedo, donde el bosque climáceo o adehesado era pujante, aunque ello no quita que el desbroce de parte de estos espacios forestales para diversos usos hubiera dado lugar a avances degradatorios en las series de vegetación, tales como pino de Alepo y matorral. c)

El bosque mediterráneo y sus series de degradación

La vegetación potencial de la mayor parte de la Iberia seca es el bosque mediterráneo de quercíneas (FIG. 19). La especie dominante es la encina “carrasca” (quercus rotundifolia), caracterizada por su adaptabilidad ecológica. Es un árbol indiferente a la naturaleza del suelo, resiste bien la sequía así como las heladas invernales no excesivamente fuertes, por lo que llega hasta los 2000 m. en las laderas más soleadas. El encinar se caracteriza por su riqueza ecológica, ya que desarrolla un sotobosque a base de arbustos como acebuche, quejigo y coscoja, que proporciona una excelente protección al suelo. Probablemente desde el Neolítico, las comunidades humanas del sur de la Península comenzaron a aclarar el encinar, dando lugar a la aparición de las primeras dehesas. Ésta no puede considerarse vegetación climácea, pues supone una intervención antrópica, tanto para su creación como para su mantenimiento. La dehesa constituye la primera formación serial de sustitución del encinar natural, aunque tiene una gran estabilidad ecológica, que sólo se altera si hay una actuación humana muy agresiva. La dehesa es el paisaje propio de comunidades ganaderas, donde la agricultura ocupa un lugar secundario en las subsistencias. Los rebaños se alimentan de la dehesa, tanto del fruto del árbol dominante.

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FIG. 19. Vegetación potencial de la Andalucía mediterránea y su traspaís durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

La tala masiva de la dehesa para su cultivo o por necesidades apremiantes de combustible ocasiona una rápida degradación del suelo, especialmente cuando la topografía abrupta se combina con el pastoreo abusivo. Una vez cesada la actividad humana en una antigua dehesa destruida, comienza la lenta recuperación natural de la masa forestal, pero ahora dentro de la etapa del pinar, no existiendo posibilidad de vuelta a la situación anterior, a no ser que el encinar sea restaurado intencionadamente. Según las condiciones climáticas y edáficas se desarrollarán distintas especies de pináceas: pinus halepensis, nigra, pinea, pinaster. Actualmente, el pino carrasco -pinus halepensis- es la variedad de pino más extendida en la alta Andalucía. Originalmente debió ocupar una extensión muy reducida, dado su carácter heliófilo, pues sus plántulas no pueden desarrollarse donde otros árboles más frondosos impidan el paso de los rayos solares. A principios del Holoceno, el halepensis debía estar confinado a las áreas más secas y pedregosas, donde no se desarrolló el encinar. Su presencia allí donde las condiciones naturales permitirían el desarrollo del bosque mediterráneo esclerófilo es claro signo de degradación (Ferreras y Arozena, 1995: 182). Polen de pino carrasco aparece en las analíticas paleoambientales de Fuente Amarga, Castellón Alto y Cerro del Villar, indicándonos la tala del bosque climáceo ya desde el Calcolítico. La desaparición del bosque de halepensis supone la proliferación de las diversas series de matorral mediterráneo: garriga o espartizal, dependiendo de las precipitaciones. Esta situación es síntoma evidente de degradación del suelo, debido a la intensificación de los procesos erosivos. El encinar está ausente en las zonas con un índice pluviométrico inferior a 300 mm. anuales, por lo que no aparece en el área más árida del Sureste peninsular, donde la vegetación climácea actual está formada por las series de matorral mediterráneo que en otras zonas entenderíamos como señal de degradación. Todo indica que desde la Antigüedad existía ya una estepa natural en la altiplanicie de Guadix-Baza y en el litoral almeriense-murciano, aunque los estudios antracológicos indican que el paisaje no el absoluto desarbolado que vemos hoy. Una lectura atenta de las fuentes clásicas referidas a la Península nos muestran como los corógrafos de la Antigüedad habían captado la existencia de varios ecosistemas en el cuadrante suroriental de la misma. Se contrapone el "Spartarion Pedion", amplia llanura "sin agua... y desprovista de vegetación", con la "región selvosa sita tras la comarca de Karchedón y la zona cercana a Malaka", donde en la cordillera próxima a la costa existen "densos bosques" y "corpulentos árboles" (Estrabón, III, 4, 10). Plinio ofrece también una interesante descripción de los espartizales del Sureste, señalando su gran extensión y su carácter desértico (Naturalis Historia, XXXVII, 203). A pesar de estos antecedentes, la deforestación intensiva de la Andalucía mediterránea ha sido un proceso reciente, a causa de una mayor presión sobre 70

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los recursos bien estudiada en Málaga (Gómez Moreno, M.L., 1989: 248-249 y 336-337) y Almería (García Latorre y García Latorre, 1996; Sánchez Picón, 1996). Tras la conquista cristiana, los repobladores implantan a lo largo de los siglos XVI y XVII el modelo agrario propio de la meseta y del valle del Guadalquivir, basado en el secano. Es un sistema poco adecuado para una zona con fuertes pendientes, ya que exige la roturación masiva del bosque, lo que provoca el consiguiente efecto erosivo y la pérdida de tierra fértil, apareciendo muy pronto la roca dura del sustrato. En los siglos XVIII y XIX una incipiente industrialización basada en la minería metálica de la región va a demandar ingentes cantidades de combustible, lo que ocasionó el carboneo de importantes masas boscosas. 8.

EL PROCESO DE DEFORESTACIÓN EN LA PREHISTORIA RECIENTE

Partiendo del fin del Pleistoceno, la primera serie palinológica existente en la alta Andalucía es un clásico del estudio del paleoambiente en España: el sondeo de la turbera de Padul, muy cerca de Granada. Situada en la cabecera del valle de Lecrín, en el piedemonte occidental de Sierra Nevada, se trata de una antigua laguna desecada en el siglo XVIII para su puesta en cultivo (Florschütz, Menéndez y Wijmstra, 1971). De acuerdo con el palinograma de Padul, hacia el año 7000 a.C., cuando las condiciones climáticas se habían suavizado en toda Europa, la zona registró un clima húmedo, con una presencia de polen arbóreo del 65% respecto a otras formaciones. Fundamentalmente, se trataba de un bosque mixto de robles y pinos. En torno al 5000 se aprecia cierta disminución de la cobertura forestal, descendiendo hasta un 50% de pólenes arbóreos, que se incrementa ligeramente entre el 4000 y el 3500, coincidiendo con el Neolítico Pleno. Finalmente, la serie palinológica concluye alrededor del año 3000 a.C., observándose de nuevo una disminución de la cobertera forestal hasta niveles de un 50% del total. Resulta de interés señalar como en Padul la presencia de especies termófilas como la encina resulta testimonial, lo que indica que el bosque mediterráneo esclerófilo estaba en sus comienzos en los inicios del tercer milenio a.C. Las condiciones ombro-térmicas para un ecosistema tan complejo aún no se habían generalizado. Los momentos centrales del segundo milenio constituyen un lapso de tiempo mucho mejor conocido debido al interés que han mostrado los prehistoriadores por el medio ambiente en que se desenvolvió la cultura argárica. Las especies documentadas señalan un ombroclima bastante más seco que en el Neolítico, aridificación que se habría iniciado durante el Cobre. Aparece ya el bosque mediterráneo en el litoral del levante almeriense, donde hoy es inexistente, conjugado con taxones esteparios. La encina se documenta en El Argar, Lugarico Viejo y Fuente Álamo, acompañada en este último lugar de pinus halepensis, mientras que el esparto aparece también en El Argar, Campos y Almizaraque. Las especies animales que se han conseguido identificar en las tierras bajas de Almería señalan para mediados del segundo milenio un 71

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

medio más húmedo que el actual. Encontramos ciervos y corzos, lo que habla de una cobertera forestal en entornos hoy completamente degradados. No obstante, L.G. Straus (1981) ha estudiado la capacidad de adaptación del ciervo a diferentes biotopos y ha concluido que la actual circunscripción de este gran herbívoro a las áreas de bosque más cerradas se debe en gran medida a la presión humana. Su presencia en formaciones forestales mediterráneas aclaradas no sería de extrañar en momentos del segundo y primer milenio a.C. La extensa altiplanicie de Guadix-Baza resulta una zona de gran interés desde el punto vista paleoambiental para mediados del segundo milenio a.C. Los estudios antracológicos y palinológicos acometidos en los años 70 y 80 en lugares como Cuesta del Negro y Laborcillas, junto al río Fardes, revelaron un paisaje más húmedo que en la actualidad, pero en el que no faltan las características de la mediterraneidad y ciertas conexiones con el ecosistema que hoy contemplamos. A raíz de los taxones identificados, F. Molina (1983: 9192) propone tres tipos de vegetación según la zona: el fondo del valle del Fardes aparecería ocupado por un bosque galería de álamos y sauces, en las pendientes que flanquean este curso fluvial encontraríamos un bosque mixto de encina, pino carrasco, olmo y aliso; finalmente, las áreas llanas que dominan la encajonada red hidrográfica serían zonas abiertas debido a la tala para cultivar. El último trabajo paleoambiental publicado sobre la cuenca de GuadixBaza ha tenido como escenario el yacimiento del Castellón Alto, situado junto al río Galera (Rodríguez Ariza y Ruiz Sánchez, 1995; Vernet, 1997: 166-169)8. La ocupación del lugar se inicia en un momento avanzado del Argar, llegando hasta momentos del Bronce Tardío. Las excavaciones han conseguido identificar tres fases constructivas, aunque la última sólo se detecta en una parte del yacimiento. La fasificación de la vida del poblado es esencial para entender la evolución ambiental del entorno, ya que las analíticas antracológicas y polínicas se han efectuado de acuerdo con los tres momentos de Castellón Alto. El estudio antracológico ha sido revelador de cara a los tipos y porcentajes de maderas que se utilizaron, lo que indica la calidad del suministro y su mayor o menor dependencia respecto a fuentes de aprovisionamiento distantes. Se han podido identificar dieciseis taxones, de los que doce aparecen en cantidad apreciable, aunque muy variable de una especie a otra. En las tres fases de Castellón Alto el pino carrasco es el árbol más representado, lo que nos indica la presencia de un bosque mediterráneo, ya que esta conífera se adapta bien a las condiciones climáticas y edáficas de la zona. La escasa presencia de la encina en las fases I y II -menos del 10% de carbones- y su ausencia en la tercera fase del poblado no es convenientemente explicada por las autoras del estudio, pero bien podría estar relacionada con su reducido uso en construcción como con su menor representación ecológica. La progesiva degradación del bosque se observa en la última etapa de vida del 8

Las analíticas de Castellón Alto se enmarcan dentro del proyecto Acción antrópica sobre el medio natural en el sureste de Andalucía durante la Prehistoria Reciente y época romana, dirigido por M. Rodríguez Ariza y V. Ruiz Sánchez.

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poblado, cuando el porcentaje de pino carrasco disminuye a un 30% del total de carbones, tras haber superado el 50% en el momento anterior. Igualmente hay un aumento significativo de los carbones de ripisilva (álamo, fresno y sauce). Estos resultados han sido interpretados en el sentido de que, ante la progresiva deforestación del entorno del Castellón Alto, sus habitantes intensificaron el aprovechamiento del bosque galería del río Galera para obtener combustible. Igualmente, la decadencia de la vegetación natural y el consiguiente aumento de la erosión en la última fase del poblado se ve confirmada por la aparición de especies adaptadas a una mayor salinidad de los suelos. Ante las escasas posibilidades para uso contructivo del degradado bosque inmediato a Castellón Alto, hubo que recurrir a la importación de pino salgareño -pinus nigra- para vigas en la fase II, mientras que en las fases I y III se utilizaron para este cometido retama y taray, que se desarrollan bien en las condiciones de la zona inmediata al yacimiento. El uso del pino salgareño señala unas construcciones de mejor calidad y perdurabilidad, mientras que las otras especies sólo permiten unos habitáculos caracterizados por su provisionalidad, lo que deberá interpretarse en términos de evolución socioeconómica del poblado. Los troncos de pinus nigra debieron llegar de las cercanas sierras de Orce, la Sagra, la Montilla y Seca, situadas en un radio mínimo de 12 km. De enorme interés resulta el análisis polínico de Castellón Alto, ya que nos ofrece un cuadro más exacto del paisaje a mediados del segundo milenio en este sector de la cuenca del Guadiana Menor. En el diagrama aparece un 77% de polen de herbáceas y sólo un 12% de árboles, siendo éste un argumento de peso para inclinarnos por un paisaje bastante deforestado y puesto en cultivo al menos en los alrededores del poblado. La vegetación forestal quedaría relegada a las zonas marginales de mayor pendiente, estando formada básicamente por pino carrasco y rodales de encinar. Rodríguez Ariza y Ruiz Sánchez piensan que en ningún momento se trataría de bosque denso, ya que la presencia de matorral de leguminosas y romeros, e incluso de taxones claramente esteparios como el esparto nos indican una formación muy aclarada. Lógicamente, en este paisaje jugaron un papel esencial las condiciones edáficas de la zona, con un importante componente yesífero y salino. En definitiva, la definición bioclimática del entorno de Castellón Alto en la segunda mitad del segundo milenio a.C. señalan una humedad mayor que la actual, con un mínimo de 350 mm. de precipitación anual que podía llegar a un máximo de 600 mm. Si tenemos en cuenta que en nuestros días Galera no registra más de 350 mm. de lluvia al año, es evidente que se ha producido una disminución considerable de las precipitaciones. 9.

EL PALEOAMBIENTE DE LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA DURANTE EL HIERRO ANTIGUO

Para aproximarnos al medio ambiente durante el primer milenio a.C. contamos aún con menos información. Por su carácter de trabajos recientes los 73

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

estudios efectuados en el Cerro del Villar y Acinipo son los de mayor interés. Evidentemente, los datos que proporcionan sólo son válidos para el bajo Guadalhorce y depresión de Ronda, respectivamente. Para el sector de GuadixBaza disponemos del estudio faunístico del Cerro del Real (Boessneck, 1969), ya un tanto antiguo. Para la depresión de Vera algunos resultados preliminares para el lapso cronológico de los siglos IX-III a.C. han sido avanzados recientemente por J.L. López Castro9, señalando la presencia de un bosque mediterráneo un tanto aclarado entre los siglos IX-III a.C. en un área hoy totalmente deforestada. Destaca la presencia de quercus, pinus y tamarix. También se detecta la existencia de olivo-acebuche, aunque no sabemos si es silvestre o cultivado. a)

La transformación del paisaje: el bajo Guadalhorce

El paisaje vegetal en los alrededores del Cerro del Villar durante el periodo de actividad de la colonia fenicia estaba constituido por la formación climácea de la zona, hoy prácticamente eliminada por la acción antrópica. El árbol predominante era el pino carrasco. Parece ser que hasta mediados del siglo VII este bosque alcanzaba gran extensión, aunque en formación aclarada y combinada con madroño, enebro y acebuche. Los análisis polínicos revelan la presencia de abundante matorral mediterráneo en las áreas secas cercanas al delta, mientras que las zonas de marisma estaban ocupadas por taxones higrófilos. Tampoco faltaba el bosque de ribera, a base de álamos y tamarindos (Aubet, 1990a: 245; Català, 1999). Una de las principales aportaciones de los análisis paleoambientales efectuados en el Cerro del Villar estriba en que nos revelan la evolución de la vegetación a causa de la actividad humana (FIG. 20). Así, se confirma como durante los momentos finales del siglo VII y principios del VI se produce un importante retroceso del bosque de halepensis, al tiempo que se observa un aumento proporcional del matorral. Esta situación se interpreta como resultado de la deforestación acometida por iniciativa de los fenicios en el bajo Guadalhorce, tanto por su mano como por las poblaciones indígenas del valle. Las causas de esta tala masiva se explicaría a causa de la roturación para cultivar y por las necesidades de madera como materia prima para las diversas actividades llevadas a cabo en la colonia, entre las que destaca la producción de cerámica, que demanda ingentes cantidades de combustible. La expansión de los cultivos se ve confirmada por los estudios carpológicos, además de la aparición en estos momentos de pólenes de ruderales -malas hierbas-, junto a las gramíneas silvestres. Vemos igualmente la interacción entre las zonas secas y el sector pantanoso del delta, que se manifiesta en los análisis polínicos con la disminución progresiva de las higrófilas. La deforestación de una parte importante de la cuenca baja del Guadalhorce debió tener consecuencias 9

Un resumen del estudio actualmente en curso fue ofrecido por el citado autor en su conferencia "Fenicios e iberos en la Depresión de Vera: recursos y territorio", en el marco del II Seminario Internacional sobre Temas Fenicios: Fenicios y Territorio (Guardarmar del Segura, Abril de 1999).

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inmediatas en el aumento de los índices de erosión, hasta ese momento atenuados por el bosque, con lo que comenzó la lenta colmatación del área deltaica con el cegamiento progresivo de los diferentes brazos del río y la consiguiente regresión del biotopo marismeño, proceso que en la actualidad está en fase terminal al haberse desecado artificialmente las antiguas lagunas y cauces muertos. Las consecuencias de este cambio ecológico en la desembocadura son bien conocidas (Aubet, 1990a: 245-246; 1994: 276). Finalmente, el abandono del asentamiento del Villar coincide con una cierta recuperación del bosque de pino. En cambio, las zonas deltaicas que se habían desecado ya no volvieron a inundarse, aún con el cese de la deforestación, ya que los pólenes de especies higrófilas se mantienen sin variación respecto al momento anterior.

FIG. 20.

Resultados de paleoambiente en el Cerro del Villar (según Aubet et alii, 1999).

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Los análisis faunísticos del Cerro del Villar (Aubet, 1990a: 248, fig. 9; Montero, 1999) completan un ecosistema de costa mediterránea modificado por el hombre. En él distinguimos también especies propias de áreas bien drenadas y de zonas encharcadas. Los animales salvajes ocupan un papel muy secundario, actuando como complemento de la dieta la caza de ciervos en los bosques próximos y de aves en los pantanos del delta. Los habitantes del Villar dependían para el suministro de proteínas fundamentalmente de la pesca y del ganado doméstico. Ciñéndonos a éste último hay una preponderancia de bóvidos, seguidos de cerdos, especies ambas que no toleran la falta de agua y que se desarrollarían bien en las inmediaciones encharcadas de la colonia. Menor importancia numérica tienen los ovicápridos, que necesitan pastar en tierra firme (FIG. 20). Sin valor alimenticio, pero esencial como indicador medioambiental es significativa la presencia de batracios (Aubet, 1993a: 348), que no resisten el exceso de salinidad, lo que indica que los paleocauces del delta disfrutaban de un buen suministro de agua dulce que impedía que las aguas del mar remontaran los lechos fluviales. Esta circunstancia sólo se explica por la existencia en estos momentos de un Guadalhorce más caudaloso y regular. En definitiva, el paleoambiente de los siglos VII-VI a.C. en el bajo Guadalhorce señala un clima idéntico al actual en cuanto al diagrama ombrotérmico. La diferencia estriba en la presencia de una cobertera forestal que permitió una mejor circulación hídrica y un limitado aporte de sedimentos a los cursos fluviales de la hoya de Málaga. Parece insuficiente que el bosque de halepensis que revelan los análisis polínicos del Cerro de Villar fuera capaz de regular las escorrentías de un modo tan decisivo para influir en el régimen del río. No hay que olvidar que la cuenca del Guadalhorce tiene una extensión de 3.157 km2. y en ella se dan muy diferentes situaciones ecológicas, especialmente en altitud y suelos. Así, a nivel de hipótesis no comprobada, intuimos que el bosque esclerófilo mediterráneo, verdadero responsable de la regulación natural de la red hidrográfica se encontraba más al interior y especialmente en las áreas de montaña. Así, la rápida evolución del río hacia un régimen espasmódico como el que aparece en las sucesivas avenidas que marcan el final de la colonia del Cerro del Villar sólo puede explicarse porque la tala fue general en toda la cuenca durante un período de tiempo relativamente corto. b)

La conservación del ecosistema: Acinipo

Acinipo, debido a la investigación de que viene siendo objeto desde 1982, se ha convertido en los últimos años en un lugar de obligada referencia para el estudio de los siglos VIII-VI a.C. en el sur peninsular. Su situación en el extremo occidental de las cordilleras Béticas, cerca del máximo pluviométrico de Grazalema, otorga al yacimiento un gran interés para el paleoambiente. En Acinipo se han efectuado sendos estudios antracológico y faunístico, que han

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permitido aproximarnos al entorno y a su explotación durante dos fases del asentamiento: el Bronce Antiguo y el Bronce Final-Hierro Antiguo. Según los investigadores del yacimiento, la serie antracológica documentada en Acinipo (Rodríguez Ariza, Aguayo de Hoyos y Moreno Jiménez, 1992) muestra claramente que el proceso de deforestación de acelera a partir del siglo VII a.C. Durante el Bronce se constata como el bosque mediterráneo climáceo cubría una amplia extensión de la depresión de Ronda. Encinas, alcornoques y quejigos alternaban con ripisilva de sauces y álamos. En el Hierro Antiguo parte de este bosque mixto se degrada, especialmente en aquellas zonas cercanas a los ríos, donde se encuentran los suelos más profundos. La vegetación natural se ve entonces sustituida en parte por cultivos: cereales, vid y olivo. Otro factor que debió favorecer la tala del bosque fue la necesidad de combustible, ya que parece que la depresión de Ronda se convierte en este período en un foco importante de la metalurgia del bronce, pese a la escasez aparente de fuentes de mineral (Amo, 1983: 81). Sin embargo, las condiciones de humedad de la comarca favorecían el desarrollo de la masa forestal, por lo que el proceso de tala desembocó en un adehesamiento del encinar. La conservación de parte del bosque autóctono permitió, por un lado, el sustento de una importante cabaña ganadera, tal y como se ve en el análisis faunístico, y, por otro, evitó la intensificación de la erosión en toda la cuenca alta del Guadiaro. El estudio de la fauna recuperada en Acinipo (Riquelme, 1989-90) presenta el problema de que las muestras han sido recogidas exclusivamente en el interior de las viviendas, por lo que responden a una selección doméstica intencionada. Igualmente, por el mismo contexto de hallazgo, los fragmentos oseos son de pequeño tamaño: aquellos que escaparon de la limpieza periódica a la que eran sometidas las cabañas. Por estos motivos, los resultados del único análisis faunístico de Acinipo publicado por ahora no ofrece resultados definitivos, ya que los animales que realmente existieron en el conjunto del poblado pudieron ser más de los que encontramos en las viviendas y, sobre todo, en diferentes proporciones. Pese a las circunstancias anteriormente descritas, el análisis de la fauna confirma la existencia de una importante cobertera forestal en los alrededores del asentamiento, que creemos extensible a toda la Serranía. En cuanto al número de restos, los más abundantes corresponden a ovicápridos. En el Bronce Antiguo su proporción asciende al 39'26% del total, mientras que el Bronce Final-Hierro Antiguo sube hasta el 61'37%. Pero a juicio del autor del estudio faunístico, parece que fueron los bóvidos, por su mayor proporción cárnica, la base de la alimentación del poblado, con un 13% de muestras en el Bronce Antiguo y 12'6% en el Bronce Final-Hierro. La segunda posición en el aporte de proteínas lo ocuparían los suidos. Los animales salvajes apenas están presentes en el registro faunístico de Acinipo. El más abundante es el ciervo, que sólo aparece en el Bronce Antiguo 77

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

con 6'98% de las muestras. Las necesidades cárnicas de los habitantes de Acinipo estaban perfectamente cubiertas con el ganado que se alimentaba en los bosques próximos. La escasez de especies no domésticas es indicio de una economía eminentemente pastoril. La buena conservación del bosque mediterráneo debió albergar abundancia de ciervo, corzo y jabalí. Sólo el primero se ha documentado, y aún escasamente, lo que señala que no eran objeto de una actividad venatoria importante. En comunidades fundamentalmente agrícolas estos animales son objeto de una caza intensiva, ya que se les persigue como alimañas dañinas para las cosechas, además de para consumir su carne. Por tanto, debemos ser sumamente prudentes a la hora de señalar una roturación intensiva en la depresión de Ronda a partir del siglo VII a.C. como parte de una estrategia económica impulsada por los fenicios a causa de la demanda de alimentos de los asentamiento coloniales del litoral, que han defendido algunos autores (Carrilero, 1992: 135-136). Es evidente que se produjeron roturaciones, pero sólo el estudio de la lluvia polínica en Acinipo durante esos momentos nos proporcionará datos firmes sobre la evolución del bosque.

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4 PROBLEMAS, ESCUELAS Y ENFOQUES. LA EVOLUCIÓN DE LAS INVESTIGACIONES

Cuando al arqueólogo se le plantea un trabajo donde es necesario manejar un gran número de variables debe mirar hacia atrás. Para no perder la perspectiva histórica, sin la cual no podríamos entender muchos de los factores que están construyendo la realidad actual de nuestra ciencia, es necesario situarse en una línea continua con respecto a aquellos que nos han precedido. De ahí la necesidad de trazar la evolución de las cuestiones y el planteamiento de los problemas, así como las sucesivas soluciones que se han ido planteando a lo largo del tiempo a la "cuestión indígena" en la Andalucía mediterránea y su traspaís entre los siglos VIII y VI a. C. En realidad, la formulación de los problemas que centran la presente tesis doctoral es muy reciente. El brillo de Tartessos en el bajo Guadalquivir deslumbró a los investigadores hasta la década de los 80 y no dejó ver la existencia de unas comunidades indígenas en "la otra Andalucía". A ello tampoco contribuyeron las fuentes literarias, que propiciaron la concepción de un Imperio Tartéssico. La supuesta sujección de las cordilleras Béticas a un centro político situado en Andalucía occidental terminó anulando la personalidad de estas gentes, sujetos pasivos de cuantas invasiones se lanzaron sobre la Península en los escritos de historiadores y arqueólogos. Incluso, cuando la arqueología estratigráfica comenzó a trabajar en la zona el objetivo era confirmar estas premisas. Afortunadamente hoy ya hemos superado esta etapa de la investigación. A ello han contribuido tanto la elaboración de un nuevo concepto de Tartessos muy alejado del viejo "imperialismo", como un mayor conocimiento de la Protohistoria de la alta Andalucía, donde el registro empírico nos señala una variedad de situaciones culturales hasta hace poco insospechada. La colonización fenicia arcaica se revela entonces como un elemento de dinamismo fundamental para entender la evolución similar, pero con desfases, que se produce en todo el sur peninsular. Para entender la génesis y concepción de los elementos que integran este mundo autóctono de la Andalucía mediterránea no podemos perder de vista la evolución general de la arqueología en España y Andalucía en los últimos cien años. A este respecto pensamos que resulta innecesario reseñar la problemática de la tradición historiográfica anterior a finales del XIX.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 1.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

LOS COMIENZOS: LUIS SIRET

La llegada a Cuevas de Almanzora en 1877 y 1880 de los hermanos Enrique y Luis Siret supuso un auténtico revulsivo en la incipiente arqueología de la península Ibérica, especialmente en lo relativo a la Prehistoria del Sureste. No es aquí el lugar para detallar de forma pormenorizada los trabajos de los Siret, en especial de Luis, labor que han hecho meritoriamente otros investigadores (Ripoll, 1985; Pellicer, 1986a; Blance, 1986; Goberna, 1986; Chapman, 1991, 42-52). Pero, dado que ellos fueron los que iniciaron las investigaciones sobre el mundo indígena de la Edad del Hierro en la alta Andalucía, resulta inexcusable presentar una panorámica de su pensamiento respecto a la presencia de los fenicios en las costas de Andalucía y su repercusión en las poblaciones autóctonas. Entre 1881 y 1887 los Siret excavaron una sería de tumbas de incineración en el litoral de Murcia -Parazuelos- y en la almeriense depresión de Vera: Curénima, Barranco Hondo y Caldero de Mojácar, de las que se publicaron algunas ilustraciones (Siret y Siret, 1890: láms. 6 y 12). En 1890 iniciaron la excavación de la gran necrópolis púnica de Villaricos (Siret, 1908), cuyos hallazgos no fueron sistematizados hasta mucho más tarde (Astruc, 1951). A principios de siglo, Luis Siret, ya en solitario, estudió otro conjunto de incineraciones en el bajo Almanzora: Almizaraque, Herrerías, Caporchanes, Las Alparatas y Cabezo Colorado. Siret consideró estos enterramientos, junto con los anteriormente citados, como pertenecientes a la Edad del Hierro, aunque hoy su cronología del Bronce Final parece firme. A partir de éstos y otros descubrimientos -en especial Los Millares-, Luis Siret construyó una serie de hipótesis para sistematizar la evolución del Sureste peninsular desde el segundo milenio a.C. hasta la conquista cartaginesa, según un modelo difusionista muy influido por los trabajos que contemporáneamente se realizaban en el Mediterráneo oriental (Goberna, 1986: 32-33; Pellicer, 1986a: 16-17). Para Siret la fundación de Los Millares es fruto de la presencia fenicia en la última etapa del Neolítico, que él no diferencia del Calcolítico. Lo que motivó la llegada de los orientales fue la explotación del estaño, el cobre y el plomo argentífero. Si Los Millares es considerado por Siret como un puerto comercial fenicio, El Argar es un yacimiento celto-ibero, una reacción autóctona frente a los colonizadores. Siret divide la colonización fenicia en dos periodos: prehistórico -anterior a la fundación de Cádiz- e histórico -a partir del siglo XII a.C.-, aceptando plenamente la fecha literaria para el asentamiento de los fenicios en la bahía gaditana (Siret, 1907: 69). Durante la primera fase los fenicios dominaron toda la España meridional y su presencia es detectable a partir de una serie de materiales "exóticos", testimonio del comercio pacífico con los autóctonos. Entre estos objetos considera Siret a los ídolos almerienses, cuya decoración 80

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones relaciona con los pulpos estilizados de la cerámica micénica. El inicio de la etapa histórica estaría señalado por la invasión celta de la Península en el siglo XII a. C. (Siret, 1908: 416), que supuso la concentración de los fenicios en Cádiz, fundándose ahora esta ciudad. Siret compara la migración celta con movimientos similares de pueblos en el Mediterráneo oriental, que causaron la ruina de Micenas. En una oposición Europa/Asia, tópico de la historiografía burguesa decimonónica, "los celtas, enemigos de los fenicios, fueron los primeros campeones de la resistencia del Occidente" (Siret, 1906: 417). Estos celtas serían los protagonistas de la cultura de El Argar y los introductores del bronce. Su fusión con la población autóctona anterior dio lugar al pueblo "celtíbero". El momento de transición Bronce-Hierro se situaría hacia el año 800 a.C., cuando una nueva invasión celta, esta vez de origen hallstáttico, acabase con la cultura argárica. Las destrucciones acaecidas explican la escasez de objetos de este periodo: algunas hachas de talón y escasas sepulturas con incineraciones (Siret, 1908: 416). La Edad del Hierro es, para el arqueólogo belga, una época "de paz y bienestar". Lo atribuye a la inexistencia de ciudades fortificadas y a la ausencia de armas en los enterramientos. Todos los vestigios se sitúan en lomas bajas, debido a que "los instintos guerreros de la nación (celtíbera) se habían dormido", reanudándose las relaciones con los fenicios y preparando el terreno para una nueva colonización (Siret, 1908: 430-432). Siret atribuye la llegada de los cartagineses a la Península a la petición de ayuda contra los indígenas efectuada por Cádiz. Los púnicos venían frecuentando la desembocadura del Almanzora antes del siglo VI "con su cerámica, sus cuentas y otras baratijas para traficar con los celtíberos, entonces pacíficos". El arqueólogo belga distingue entonces dos momentos de penetración púnica, diferenciados en las tumbas de Villaricos y Herrerías: uno en el siglo VII a. C., exclusivamente comercial, y otro posterior "a mano armada y conquistadora", durante el cual la "codicia" de los fenicio-cartagineses les hizo apoderarse del distrito minero del Sureste (Siret, 1908: 435-437). Pese al dominio ejercido por los púnicos, Siret les atribuye escasa influencia en las poblaciones indígenas. Refiriéndose a las tumbas de la Loma de Boliche, en Herrerías, escribe Siret (1908: 436): "lo que sobre todo nos interesa poner de manifiesto, es que la influencia fenicia se reducía a la introducción de unos cuantos artículos de comercio insignificantes, y que la gran mayoría de los productos de industria y arte, las costumbres, en una palabra, la civilización y la raza enterradas en las sepulturas de la Edad del Hierro eran celtibéricas genuinas". Las ideas de Siret fueron objeto de polémica muy pronto. La mayoría de sus contemporáneos le acusaron de dar demasiada importancia a los fenicios (Paris, 1907), mientras U. Kahrsted (1914) escribió: "Siret ha sometido el mundo a los fenicios". En realidad, el ingeniero belga utilizaba indiscriminadamente el calificativo "fenicios" para referirse a todos los orientales 81

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

que, según la concepción de la época, habían llegado a las costas peninsulares desde el Neolítico, ya que entendía que todos estos grupos procedían de la región sirio-palestina. 2.

LA APORTACIÓN DE BOSCH GIMPERA

Cuando Siret ya había producido la mayor parte de su obra, una figura plenamente vinculada al mundo académico como P. Bosch Gimpera se ocupó de la problemática de la colonización fenicia en las costas andaluzas y de los habitantes del Sureste peninsular en la primera mitad del primer milenio a.C. El profesor catalán contó con mayor información material que Siret, ya que los trabajos del belga en Almería impulsaron a otros investigadores entre 1910 y 1930 a efectuar excavaciones en Cádiz e Ibiza, que estuvieron centradas en las necrópolis de época púnica de ambos enclaves. En cuanto a la presencia fenicia, Bosch insistió en sus aspectos cronológicos. Rechazó las altas fechas propuestas por Siret y, primeramente, las rebajó al siglo VIII a.C., cuando se fundan Gadir, Malaka, Sexi y Abdera. Bosch fue el primero en señalar la falta de veracidad de las fuentes clásicas en la fecha literaria de la fundación de Cádiz, debido a que su redacción fue muy tardía respecto a los acontecimientos narrados. Subraya, con gran intuición, la gran dificultad de una presencia fenicia en Occidente a fines del segundo milenio, a causa de la crisis provocada en la región sirio-palestina por los Pueblos del Mar. Para Bosch, pese a la implantación fenicia en el litoral andaluz hacia el año 800, la verdadera colonización se producirá de manos de Cartago hacia finales del siglo VI, tras la batalla de Alalia (Bosch, 1928). Paralelamente, Bosch trató el tema de la transición del Argar al mundo ibérico en el Sureste. En un primer trabajo, atribuyó las necrópolis de incineración que Siret había descubierto en el bajo Almanzora a los influjos de los Campos de Urnas, procedentes del Valle del Ebro y Cataluña, mundo bien conocido por él (Bosch, 1935: 23-24). En un artículo muy posterior, insistió en los aspectos cronológicos. Sitúa el fin de El Argar hacia los años 1100-1000 a.C., fecha que defiende para el abandono de Fuente Álamo; mientras, los materiales ibéricos más antiguos se moverían en una banda entre los siglos VIII. En el hiatus consecuente coloca Bosch las tumbas de incineración antes referidas, asignándoles una datación de los siglos VII-VI. El lapso anterior al 700 a.C. se cubre forzosamente con los escasos hallazgos de bronces de tipología atlántica de Arroyo Molinos -Jaén- y Campotéjar -Granada-, dados a conocer por Siret. Para Bosch (1954: 50 y 81) estos depósitos metálicos serían testimonio de la "invasión celta", en lo que sigue al arqueólogo belga. 3.

LA ARQUEOLOGÍA "FILOLÓGICA".

A partir de los años 20 y hasta mucho después de la Guerra Civil, la arqueología española de la colonización fenicia se vio inmersa, junto con el resto de la Protohistoria, en una corriente de raíz filológica. Esta tendencia se 82

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones basó en otorgar plena validez a las fuentes escritas y elaborar hipótesis a partir de éstas. Este tipo de reconstrucciones historicistas tuvieron que rellenar las lagunas existentes en los diferentes autores clásicos con supuestos de difícil comprobación material, cuando no erróneos, como la investigación posterior ha demostrado. La "arqueología filológica", parafraseando un capítulo de un conocido libro (Bianchi-Bandinelli, 1992: 59-81), dio entrada a gran cantidad de tópicos y lugares comunes sobre los pueblos peninsulares en el primer milenio a. C. La aportación más válida de esta corriente, y de ahí su interés, radica en el estudio, edición e interpretación de las fuentes escritas referidas a la Antigüedad hispana. a)

La visión maniquea de Adolf Schulten

El representante por antonomasia de este movimiento fue el alemán Adolf Schulten, responsable de la publicación de las Fontes Hispaniae Antiquae. Schulten es autor de una obra fundamental en la historia de la arqueología española, Tartessos, publicada inicialmente en 1922 y reeditada en 1945 totalmente refundida, habiéndose realizado varias reimpresiones de la misma. El Tartessos de Schulten ha sido estudiado monográficamente por G. Cruz (1987) y de modo más sintético por J.L. López Castro (1992: 18-19), situando las coordenadas ideológicas de su autor dentro de la tradición de la Altertumswissenschaft alemana más conservadora, con sus connotaciones de eurocentrismo, racismo y determinismo. Schulten resume la historia mediterránea desde la Edad del Bronce hasta la expansión romana en el enfrentamiento greco-fenicio, esto es, en el binomio arios-semitas, en el que los últimos llevan la peor parte. Los calificativos de "pillos", "bárbaros", "codiciosos" y "astutos" (Schulten, 1945: 66, 123 y 134) son aplicados a fenicios y cartagineses indistintamente. Los púnicos se convirtieron en los "siniestros sucesores de los tirios" y "fueron aún peores que éstos" en la pluma y la mente de Schulten (1945: 93 y 123). Dejando de lado el aparato historiográfico del profesor de Erlangen relativo al origen de Tartessos como resultado de la migración de pueblos egeos, primero los cretenses (Schulten, 1924: 89) y luego, en una interpretación más elaborada, los tirsenos (Schulten, 1945: 31-59), hay que destacar el escaso papel que asigna a los pueblos indígenas del sur peninsular, a los que designa globalmente como turdetanos, turtos o túrdulos (Schulten, 1945: 204-205 y 209). Estos nombres designarían a los súbditos de los tirsenos, que constituyen el grupo dominante en Tartessos, siendo los autóctonos de condición servil. Schulten señala para Tartessos los límites que aparecen en Avieno (Ora Maritima, 223 y 462): desde el Guadiana hasta el cabo de la Nao o el río Júcar, por lo que incluiría toda Andalucía y el sur de Levante. En Andalucía oriental la población autóctona son los mastienos o massienos, que fueron relegados a las tierras interiores por la llegada de los libiofenicios, gentes de origen africano traídas por los cartagineses y establecidas en la

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

costa. La emigración mastiena dio lugar en sus zonas de asentamiento a los bastetanos (Schulten, 1945: 206-207). b)

Los “resúmenes” de García y Bellido

En la labor de síntesis fue magistral Antonio García y Bellido, que reunió en dos trabajos toda la información disponible sobre la colonización fenicia y púnica en España hasta los inicios de los años 50. Primeramente publicó Fenicios y cartagineses en Occidente (1942) y más tarde sendos capítulos de la Historia de España dirigida por Menéndez Pidal (1952a; 1952b). En realidad, la segunda entrega vino a ser una reedición de la primera, ya que su autor apenas introdujo modificaciones. Como han señalado acertadamente J.M. Blázquez (1975a: 36-37) y J.L. López Castro (1992: 21-22), en ambas obras deja traslucir García y Bellido su formación alemana en su concepto de colonización semita, que juzga menos importante que la griega. Sigue totalmente a Schulten en la alta consideración que le merecen las noticias literarias y en su filohelenismo, aunque no es tan radical como su maestro, en especial en el uso de los calificativos. García y Bellido únicamente considera a Gadir como colonia fenicia y como auténtica ciudad. Siguiendo a Pomponio Mela (II, 94), piensa que Abdera, Sexi y Malaka no "alcanzaron nunca un desarrollo digno de nota" y "parece que no pasaron, ni en la época cartaginesa ni en la romana, de ser simples factorías de pescadores y de fabricantes de conservas saladas" (García y Bellido, 1952b: 417). Con semejante panorama en la costa mediterránea, no es de extrañar que, en los planteamientos de García y Bellido, los indígenas del interior montañoso tengan un tratamiento absolutamente marginal. La alta Andalucía forma parte del "Imperio" de Tartessos, que abarca hasta el Levante, siguiendo totalmente a Avieno. Esta expansión desde el bajo Guadalquivir debió efectuarse en el reinado de Argantonio, dominando el territorio de los mastienos (García y Bellido, 1952a: 287). c)

El planteamiento etnográfico de Maluquer

En la misma Historia de España de Menéndez Pidal, J. Maluquer de Motes elaboró la síntesis sobre los pueblos ibéricos (Maluquer, 1954). Aunque este trabajo, mucho más historiográfico que arqueológico, continúa la línea de García y Bellido, Maluquer introduce una serie de elementos nuevos que podríamos calificar de etnográficos y antropológicos. De todas maneras, señala una cierta separación de la "arqueología filológica", ya que es plenamente consciente de la dificultad de interpretar correctamente los datos que proporcionan los textos, en especial cuando se trata de delimitar con precisión los ámbitos territoriales de cada grupo ibérico. Maluquer se centra en la época que media entre la "caída" de Tartessos y la conquista romana, pero sus conclusiones son interesantes de cara al periodo anterior. 84

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones Para Maluquer, los pueblos meridionales son producto de la confluencia de cuatro elementos que se superponen: el substrato tartéssico, la presencia púnica, las aportaciones líbicas y la influencia indoeuropea. Considera que esta última destacó como muy positiva, por encima de las demás, pero no hay que olvidar que a finales de los 40 e inicios de los 50 la arqueología y la historia antigua españolas vivían la eclosión del celtismo. Como viene siendo habitual, Maluquer señala la gravitación de Andalucía oriental hacia Tartessos, aceptando que los mastienos eran los habitantes "antiguos" del litoral entre Alicante y Gibraltar, siguiendo a Avieno. Con gran perspicacia plantea el problema de la aparición en fuentes más tardías de otros pueblos en el área de los mastienos, como los bastetanos, los deitanos y los contestanos, pero no apunta soluciones (Maluquer, 1954: 310-312). Maluquer piensa que los libiofenicios de esta región son producto de repoblaciones efectuadas por los cartagineses en los antiguos enclaves fenicios, que, al enriquecerse con el comercio de salazones, necesitaron el aporte de nuevos continengentes humanos, los cuales llegaron desde el norte de África, siguiendo las directrices políticas de Cartago. Los libiofenicios serían entonces una población "exótica" que ocupaba las ciudades y puntos costeros, mientras que los indígenas dominaban los "núcleos rurales". Quiere explicar así que Malaka, Sexi y Abdera fueran las ciudades "libiofenicias por excelencia", ya que "acuñaron monedas con caracteres libicopúnicos" (Maluquer, 1954: 312-313). Aquí, inexplicablemente, se equivoca, ya que estas ciudades nunca utilizaron en su numerario el alfabeto denominado libiofenicio, sino el púnico y el neopúnico. Este desliz puede atribuirse a su fijación en hacer coincidir a los mastienos con la cita más antigua de los libiofenicios (Avieno, 421). 4.-

LOS AÑOS 40-50: CELTISTAS Y ARGARISTAS.

A partir de la década de los 40, paralelamente a la corriente filológica, surgió un grupo de investigadores que, aisladamente, inician una valoración arqueológica del primer milenio a.C., poniendo especial énfasis en la Andalucía mediterránea y el Sureste. Estos autores no entran a valorar las noticias proporcionadas por las fuentes, basando sus hipótesis en datos empíricos. Estos últimos serán todavía escasos, fragmentarios y con cronologías poco fiables, de ahí la escasa contrastación de los paradigmas propuestos, lo que hace que esten sujetos a constantes controversias. Dentro de esta tendencia se ofrecen dos soluciones para explicar el hiatus entre el fin del Argar y el inicio de la cultura ibérica: 1.- Importancia de los elementos "europeos". 2.- Perduración del mundo argárico.

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El impacto colonial fenicio arcaico… a)

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Las tesis invasionistas

El pistoletazo de salida para la primera corriente lo dio J. Martínez SantaOlalla. En el II Congreso Arqueológico del Sudeste Español, celebrado en 1946, presentó dos fragmentos de cerámica de Salobreña y otros dos del murciano cerro de Santa Catalina, decorados con técnicas de boquique, excisión y reticulado. Santa-Olalla afirmó que estos materiales documentaban el asentamiento en esta zona de pueblos europeos de la Cultura de los Túmulos en los albores del primer milenio a. C. Esta "conquista" unificó culturalmente la Península en un "Bronce Atlántico", entendida como la última fase de la Edad del Bronce. Las sepulturas de incineración que Siret excavó en el Bajo Almanzora serían la prueba de la posterior invasión de los pueblos de los Campos de Urnas, iniciándose entonces la Edad del Hierro (Martínez SantaOlalla, 1947). Para M. Almagro Basch también las incineraciones del litoral almeriense y murciano son muestras de las "gentes invasoras" de los Campos de Urnas, de raigambre celta. Su llegada destruyó la cultura del Argar, cuyos enterramientos de inhumación se mezclan con los de incineración de los recién llegados. Estos invasores procederían de la costa catalana y del bajo Aragón, supuesto establecido por la costumbre de aprovechar para sus sepelios los viejos monumentos megalíticos y la decoración lineal que presentan los ajuares, común a Cataluña y al Sureste. La ruta de migración discurrió a través del Levante, donde -a juicio de Almagro- hay paralelos de las urnas "tipo Almanzora". En cuanto a la fecha de esta invasión se propone el periodo Hallstatt D, es decir, con posterioridad al año 700 a.C., aunque señala que ciertos elementos "atlánticos" más antiguos, como la espada de Tabernas, pueden señalarnos penetraciones anteriores. Estas gentes célticas serían el sustrato indígena del que surgiría en el siglo VI la cultura ibérica, debido a las potentes influencias de la colonización cartaginesa (Almagro Basch, 1952a: 204-206). b)

Los partidarios de la continuidad

La crítica a esta tendencia "europeísta" surgió muy pronto, en base a su punto débil más evidente: la falta de datos arqueológicos fiables que indicasen una masiva penetración celtica en la Alta Andalucía y el Sureste. Los detractores de las tesis invasionistas propusieron la continuidad del fenómeno cultural argárico, aunque muy decadente, hasta avanzado el primer milenio. Sobre este substrato tardoargárico se produciría a partir del siglo VI a.C. el poderoso influjo de las colonizaciones mediterráneas, dando lugar a la cultura ibérica. La presencia indoeuropea en la región no se niega, pero su papel queda absolutamente minimizado. El argumento ex-nihilo actuaba en favor de estos planteamientos, dada la oscuridad que rodeaba a los últimos tiempos del Argar. Partidarios de esta tendencia fueron E. Cuadrado y E. Mac White. Este último fue especialmente severo con Martínez Santa-Olalla, negando la 86

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones existencia de una facies atlántica en el Sureste, ante la escasez de material. Igualmente disiente de la presencia de influencias hallstátticas y de gentes de los Campos de Urnas, fenómenos que -a su juicio- ni siquiera se presentan en el Levante peninsular (Mac White, 1951). 5.

EL "DESCUBRIMIENTO" DE LOS FENICIOS

El año 1962 fue venturoso para la investigación de la colonización fenicia en el Mediterráneo occidental. Igualmente, constituyó el punto de partida para analizar arqueológicamente el periodo que iba desde el fin del Argar "clásico" hasta los inicios del mundo ibérico. En estos hechos jugó un papel esencial la labor de M. Pellicer. a)

Los primeros trabajos en Granada

El descubrimiento casual y la inmediata excavación de la necrópolis del Cerro de San Cristóbal o Laurita en Almuñécar, durante los meses de abril y julio del citado año, dio un vuelco a las ideas sostenidas hasta ese momento respecto a la antigüedad de la presencia fenicio-púnica en la Península, ya que se constató la existencia de una fase anterior al siglo VI (Pellicer, 1963). Poco después, el mismo Pellicer, acompañado de W. Schüle, inicia las excavaciones del Cerro del Real, junto a la localidad de Galera, con el objeto de documentar la transición del Bronce al Hierro en las altiplanicies nororientales granadinas. En el Cerro del Real se realizaron dos campañas sucesivas en 1962 y 1963, que revelaron una superposición estratigráfica de 9 m., desde la Edad del Bronce hasta la época islámica. El corte IX fue el de mayor interés, ya que en los estratos 10-4 se pudo constatar la existencia de una importante fase "Preibérica", de más de 2 m. de potencia. Cronológicamente es posterior al fin del Argar y su cultura material es muy diferente de la época anterior. Estos resultados vinieron a definir arqueológicamente un Bronce III, continuación de las etapas Bronce I y II del Sureste, netamente argáricas. Progresivamente, a partir de los estratos 7 y 6 del Real, se adoptan las cerámicas a torno, señalando el paso hacia las fases "Protoibérica" e "Ibérica Inicial" (Pellicer y Schüle, 1962; 1966; Schüle, 1969). Entre los productos a torno aparecieron importaciones fenicias, tales como cerámicas polícromas, grises, platos de engobe rojo y ánforas. Lamentablemente, estos materiales no fueron valorados como tales en aquellos momentos, debido al desconocimiento general que había respecto al repertorio cerámico fenicio arcaico en el sur peninsular. Pese a ello, la repercusión que tuvo la excavación del Cerro del Real fue importante, pues la documentación de una ruptura con El Argar, en un ambiente exclusivo de cerámicas a mano, restaba validez a las hipótesis que proponían una continuidad del sustrato argárico hasta la llegada de los colonizadores orientales.

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El impacto colonial fenicio arcaico… b)

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Los años 60 y 70 en el litoral sur mediterráneo

Pese al carácter pionero que tuvieron las investigaciones en la provincia de Granada, los trabajos llevados a cabo en la costa oriental malagueña por el Instituto Arqueológico Alemán, con la participación puntual de algunos investigadores españoles, fueron los de mayor interés. A partir de 1964 se iniciaron las excavaciones de los yacimientos fenicios y púnicos de la desembocadura del río de Vélez: Toscanos, Cerro de Alarcón, Jardín y Cerro del Mar. Posteriormente, en 1967, estas actuaciones se ampliaron al curso bajo del río de Algarrobo, distante sólo 5 km. al este del anterior, donde se documentaron los enclaves de Morro de Mezquitilla, Trayamar y Chorreras. Estos trabajos continuaron casi ininterrumpidamente hasta mediados de la década de los 80, revelando que las vegas bajas de estos pequeños ríos fueron una de las zonas de más denso poblamiento fenicio del Mediterráneo. Con ello, Málaga se convirtió en obligado punto de referencia de cualquier estudio sobre la presencia fenicia en Occidente1. Las gratas sorpresas que proporcionaron las excavaciones del Vélez y Algarrobo movieron a otros investigadores a valorar otros lugares del litoral mediterráneo andaluz. Pionero en esta labor fue A. Arribas, que en 1966 y 1967 realizó sendas campañas en el Cerro del Villar (Arribas y Arteaga, 1975). Otros trabajos en esta línea fueron los realizados en la necrópolis de Frigiliana (Arribas y Wilkins, 1969) y en el Cerro del Prado (Rouillard, 1978). Al mismo tiempo, los intentos de documentación de las fases más antiguas de las colonias fenicias conocidas por las fuentes terminaron en un fracaso, al no alcanzarse los niveles fundacionales de las mismas. Así, M. Fernández Miranda y L. Caballero (1975) excavaron en Adra y B.S.J. Isserlin (1975) hizo lo propio en Málaga. Pese a no responder a las expectativas creadas, estos trabajos permitieron obtener las primeras estratigrafías parciales de estas ciudades. c)

Resultados, metodología y problemas

Las investigaciones arqueológicas sobre la colonización fenicia en Andalucía tuvieron una inmediata repercusión en la concepción de nuestra Protohistoria, especialmente en lo relativo al fenómeno tartéssico y a los orígenes del mundo ibérico. A diferencia de lo ocurrido antes de 1962, cuando se valoraba mucho más la incidencia griega, ahora estos dos complejos culturales peninsulares pasan a entenderse casi exclusivamente como resultado de la acción de los fenicios. La metodología utilizada en estos trabajos fue plenamente empirista, lo que permitió disponer de estratigrafías muy completas, con una datación 1

La bibliografía sobre las excavaciones alemanas en las desembocaduras de los ríos Vélez y Algarrobo es amplísima (cfr. Pérez, 1986: 319-321).

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones bastante fiable. Se elaboró una secuencia a partir de los platos de engobe rojo aparecidos en los enclaves fenicios de la costa malagueña, que se confrontaron con los fragmentos griegos bien fechados procedentes de los mismos estratos y con la secuencia de Tiro (Bikai, 1978). El autor de la seriación de la cerámica fenicia en el Extremo Occidente fue H. Schubart (1976), cuya clasificación ha demostrado su validez hasta los momentos actuales y ha sido el soporte cronológico de la colonización en la península Ibérica. Problema esencial fue el terminológico, centrado en definir la nueva realidad revelada por la arqueología, al constatarse la presencia fenicia desde el siglo VIII a.C. En este aspecto la confusión fue tremenda, ya que cada autor adoptó el adjetivo que creyó conveniente. A raíz de la excavación de la necrópolis Laurita, Pellicer utilizó directamente el término "púnico", matizándolo después como "púnico primitivo" (Pellicer, 1964: 393). Por su parte, los miembros del Instituto Arqueológico Alemán empezaron adoptando el calificativo altpunisch, traducido al castellano como "paleopúnico" (Niemeyer, Pellicer y Schubart, 1963). Únicamente, M. Tarradell (1967; 1968) calificó de "fenicios" a los colonizadores de la costa andaluza. En 1972 los arqueólogos alemanes adoptaron la denominación westphönizisch o "fenicio occidental" (Schubart, Niemeyer y Maass-Lindemann, 1972: 11). A pesar del enorme avance efectuado en ambas décadas, no se produjo un debate profundo sobre la colonización fenicia como fenómeno histórico. Esto se debió, como dice J. L. López Castro (1992: 27), "a las limitaciones de la arqueología española de los años 60 y 70, ajena a las innovaciones teóricas y metodológicas que estaba experimentando la arqueología occidental en aquellos años". Las síntesis por entonces publicadas fueron compendios históricos con adición de hallazgos arqueológicos que reproducían los viejos tópicos (Blanco, 1967; Bosch, 1975: 724-750), resúmenes sistemáticos de los trabajos en curso con las estratigrafías documentadas (García y Bellido, Schubart y Niemeyer, 1971; Schubart, 1975a; López Monteagudo, 1977) o colecciones de piezas museables (Blázquez, 1968; 1975b). El empirismo, llevado a su grado más radical, planteó un modelo de colonización en el que se hipervaloró la importancia de los asentamientos de la costa mediterránea andaluza en detrimento de Cádiz. Según esta idea, Toscanos y Almuñécar serían las auténticas colonias fenicias de la península Ibérica, mientras que Gadir sólo fue una simple factoría comercial. Este supuesto aparece implícitamente sostenido por Warning-Treumann (1978) y ha tenido sus repercusiones hasta los años 80 (Bunnens, 1986; Gasull, 1986). Aubet (1987: 255) ha resumido este hecho como "la fascinación que ejerce la arqueología fenicia de las provincias de Málaga y Granada". 6.

LA ARQUEOLOGÍA "INDÍGENA" EN LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA Y SU TRASPAÍS

Consecuencia directa del hallazgo del tesoro del Carambolo en 1958 y de los trabajos llevados a cabo sobre la presencia fenicia en la costa mediterránea 89

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

fue la mayor atención que comenzó a prestarse en los años 60 y 70 a la Protohistoria de Andalucía occidental, especialmente referida al fenómeno tartéssico. Las provincias de Córdoba, Sevilla y Huelva conocieron en estos momentos una importante actividad arqueológica, iniciándose ahora las investigaciones en muchos de sus lugares emblemáticos: Colina de los Quemados, Setefilla, Cerro Macareno y La Joya. La focalización de los estudios en el valle del Guadalquivir motivó que durante esos mismos años las investigaciones en la alta Andalucía referidas a las poblaciones autóctonas coetáneas a Tartessos y la colonización fenicia arcaica fueran muy escasas. Por lo general, las labores emprendidas en la zona tenían otros objetivos científicos y sólo colateralmente se ocupaban de los siglos VIII-VI a.C. Los trabajos llevados a cabo por el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada estuvieron centrados en el estudio del Calcolítico, Bronce Antiguo y Pleno. Evidentemente, para llegar a los niveles que eran de interés para los arqueólogos de la "escuela granadina" era necesario excavar y desmantelar los estratos superiores de los yacimientos, que correspondían al Bronce Tardío, Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro, los cuales fueron objeto de un estudio rápido, parcial e incompleto. a)

Las tierras granadinas

Tras las campañas de 1962 y 1963 en el Cerro del Real, habrá que esperar a 1968 para que se realizasen excavaciones con niveles del Bronce Final-Hierro Antiguo en otro lugar de la alta Andalucía. En ese año, un nutrido equipo, al frente del cual se encontraba A. Arribas, inició una serie de trabajos en el Cerro de la Encina de Monachil, todavía hoy sólo parcialmente publicados. La primera fase detectada correspondía a un poblado argárico fortificado, reocupado en el siglo XII a.C. por gentes entre cuya cultura material aparecen algunos fragmentos de cerámica de boquique y excisa. Tras un abandono del poblado, el lugar se puebla de nuevo en la primera mitad del siglo X, con la construcción de cabañas con paredes de barro y ramaje y un repertorio material típico del Bronce Final. El estrato I sería el más interesante de cara a la implantación de las cerámicas a torno, apareciendo las primeras importaciones fenicias en la segunda mitad del siglo VIII, según sus excavadores. Por desgracia, al estar casi en superficie, este nivel ha resultado destruido en gran parte por la erosión. Por su parte, en 1971 la Cuesta del Negro de Purullena fue excavada por F. Molina González y E. Pareja López (1975). Tras una fase argárica que finaliza en el siglo XIV a. C., el lugar es ocupado en el siglo XII por una población que contaba con cerámica de Cogotas I. Esto convierte al yacimiento en un lugar clave para el estudio de este fenómeno cultural en el Sureste. Según sus excavadores, se ve claramente su carácter intrusivo respecto al medio que lo rodea, donde las poblaciones “autóctonas” continúan dentro de la tradición del 90

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones Argar Tardío. Paradójicamente, Cuesta del Negro se convirtió en la única estación de la cultura de Cogotas I estudiada exhaustivamente en aquellos años, lo que no ha dejado de generar controversias hasta hoy. No obstante, uno de los hechos más significativos de las excavaciones de Cuesta del Negro pasó prácticamente desapercibido en su momento: la aparición de varios vasos a torno en un claro contexto de fines del segundo milenio. Cerro de los Infantes es el solar de la ciudad iberorromana de Ilurco. Yacimiento conocido y sometido a expolio desde antiguo, fue objeto también en 1971 de una campaña de excavaciones por parte de M. Sotomayor y A. Mendoza. Debido a la dilatada secuencia del lugar, esta excavación también proporcionó materiales calcolíticos y argáricos, sobre los que se superpone un poblado del Bronce Final e inicios del Hierro, que enlaza con los comienzos del oppidum ibérico (Molina González, 1978: 167-168). b)

Indígenas junto a fenicios. Las campañas de Gran Aymerich en el bajo Vélez

Trabajos que levantaron grandes expectativas debido a su proximidad a los enclaves fenicios del bajo Vélez fueron los realizados en Cerca Niebla, lugar situado a 2'5 km. al norte de Toscanos, aunque los resultados finales fueron decepcionantes. En 1971 y 1972 un equipo mayoritariamente francés, dirigido por J.M.J. Gran Aymerich, realizó aquí dos campañas de excavaciones (Gran, 1973; Gran, Gran y Saadé, 1975), que documentaron la existencia de materiales que iban desde un Neolítico Final hasta época tardorromana, con algunas intrusiones medievales y modernas. El denominado "nivel III" corresponde a un horizonte protohistórico, pero bastante arrasado. Por esta causa, la información que puede extraerse de los trabajos de Gran respecto al poblado del Hierro Antiguo que existió en muy escasa. La remoción del terreno para abancalamientos desde finales del siglo XIX, la construcción en el lugar de una escuela en 1958 y distintas obras de nivelación en 1970 impidieron la obtención de una estratigrafía precisa. En pocas palabras, la excavación sólo proporcionó un conjunto de materiales cerámicos descontextualizados y, por lo general, poco significativos, con una cronología muy amplia, que podría ir desde el siglo VIII al V a.C. También en aquellos años este equipo prestó una cierta atención al casco urbano de Vélez-Málaga, donde realizó algunos sondeos. Únicamente los efectuados en la alcazaba permitieron documentar una ocupación de este cerro durante el Bronce Final (Gran, 1981). c)

Almería: las campañas en el Peñón de la Reina

Lugar que aportó una información muy valiosa sobre el impacto fenicio arcaico en las poblaciones autóctonas del Bronce Final del Sureste fue el Peñón de la Reina, situado en la localidad almeriense de Alboloduy, en el valle del río 91

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Nacimiento, vía tradicional hacia la hoya de Guadix. Aquí se realizaron tres campañas dirigidas por C. Martínez y M. C. Botella en los años 1976, 1977 y 1978 (Martínez y Botella, 1980). Estas actuaciones fueron motivadas inicialmente por la aparición de diferentes materiales de interés, destacando una empuñadura de espada o puñal de bronce y varios fragmentos cerámicos de facies tartéssica -retícula bruñida y soporte de carrete-. El horizonte III del Peñón de la Reina, correspondiente al Hierro Antiguo, es el más interesante del yacimiento y el mejor documentado. Se constató la presencia de cerámicas fenicias, básicamente ánforas, que conviven con materiales a mano. C. Martínez y M. C. Botella distinguieron tres fases, de las que intentaron sacar implicaciones históricas. Así, la fase IIIa -segunda mitad del siglo VIII- estaría señalada por las cerámicas "paleopúnicas" de carácter intrusivo, interrogándose sobre la posibilidad de que estos materiales respondan a un momento precolonial o sean indicios de la presencia en el área almeriense de colonias más antiguas que las de Málaga y Granada. El momento IIIb -transición entre los siglos VIII y VII- es señalado por un doble influjo: por un lado, el "paleopúnico" y, por otro, el tartéssico. Este último se caracterizaría por la presencia de cerámicas con decoración bruñida y soportes de carrete a mano, elementos que, para los responsables de la excavación, señalan una posible pertenencia del poblado al hinterland de Tartessos en ese momento. En cambio, la fase IIIc -siglo VII a.C.- supone una mayor dependencia del Peñón de la Reina respecto a los colonizadores fenicios: el argumento para sostener esta idea es la desaparición de los "elementos tartéssicos" y el aumento de las cerámicas a torno fenicias (Martínez y Botella, 1980: 314-315). Compleja es la problemática que plantean las afirmaciones de los autores citados, especialmente en lo relativo a la contextualización histórica general. Su pensamiento es netamente difusionista, ya que conciben las diferentes fases del poblado como un juego de influencias foráneas. Si bien la existencia de asentamientos fenicios desde mediados del siglo VIII a.C. en la zona del golfo de Almería parece razonablemente verosímil como explicación a la presencia de materiales a torno coloniales en la fase IIIa del Peñón de la Reina, se comete un error cronológico al apuntar que estas cerámicas de importación en Alboloduy pudieran corresponder a un momento precolonial ¡en la segunda mitad del siglo VIII!, fecha dada por ellos mismos (Martínez y Botella, 1980: 314). Se utilizan los conceptos sin demasiado rigor, sin pararse a pensar lo que el término precolonización implica, aunque a este respecto se trata de un defecto constante de la arqueología española del momento, poco preocupada por la articulación terminológica, máxime cuando todavía no se había definido claramente el fenómeno precolonial y se carecía de una sistematización de sus distintas interpretaciones. La visión que se nos ofrece de la fase IIIb del yacimiento como un momento de "paralelismo inequívoco con las culturas del Bronce Final de la Baja Andalucía", con expresa mención de Tartessos (Martínez y Botella, 1980: 92

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones 314), no se asienta sobre bases sólidas. La aparición de materiales a mano de filiación tartéssica, tales como los soportes de carrete y las cerámicas con retícula bruñida, mueven a sus excavadores a pensar que el Peñón de la Reina pudo pertenecer al hinterland de Tartessos. Sin embargo, estudiando la memoria de excavaciones se comprueba que la proporción de estos elementos es escasísima. El total es de diez fragmentos: ocho de carretes y dos de retícula bruñida. Este lote de material que sólo hacen el 0'69% de una suma de 1433 piezas de este horizonte, constituidos básicamente por los típicos materiales a mano del Bronce Final del Sureste y, en mucha menor medida, tornos fenicios. La cuestión estriba en que no parece posible una dependencia, ni siquiera cultural, de Alboloduy respecto a Andalucía occidental por la presencia testimonial de algunos fragmentos cerámicos, que pudieron llegar aquí de diversas maneras o ser producidos localmente, caso de los soportes de carrete. 7.

LA INTERACCIÓN COLONIZADORES/INDÍGENAS. LOS PRIMEROS MODELOS DE "IMPORTACIÓN"

La realidad arqueológica de una colonización fenicia anterior al siglo VI en el sur de la península Ibérica atrajo desde mediados de los años 70 la atención de diferentes estudiosos extranjeros. Éstos, por lo general, no estaban vinculados a las actividades de campo ni al ámbito académico de nuestro país. Esto les concedía una considerable independencia de los lugares comunes y de las explicaciones simplistas que proporcionaba la arqueología española. Los trabajos de estos investigadores pretendían construir un entramado coherente de las implicaciones ecológicas, sociales y económicas de la colonización, introduciéndose por primera vez los conceptos de reconstrucción paisajística, explotación de grupos humanos, división del trabajo y relaciones con los indígenas. Surgen así los primeros modelos teóricos que entendían el fenómeno colonial de modo globalizador, siempre en función de los datos empíricos disponibles. Paradójicamente, estas elaboraciones teóricas pasaron desapercibidas en su momento y no fueron conocidas en España hasta entrados los años 80. a)

La propuesta de Whittaker

El primero en iniciar esta serie de trabajos fue el británico C.H. Whittaker, que, rechazando la tradicional tesis comercial, insistió en la búsqueda y explotación agropecuaria de nuevas tierras como causa esencial de la presencia fenicia en Occidente. Igualmente, este investigador plantea la necesidad de superar el empirismo dominante, al afirmar que los artefactos, en especial la cerámica, no pueden ser la única guía para el estudio de las relaciones entre fenicios e indígenas, sino que hay que buscar esencialmente respuestas sociales y políticas (Whittaker, 1974: 74). Whittaker señala la existencia de un fase precolonial, protagonizada por "aventureros" fenicios y cananeos en los inicios del primer milenio a.C., durante

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

la cual se reconocerían los recursos de diferentes territorios: Sicilia, Túnez, Cerdeña, sur de España y Marruecos atlántico (Whittaker, 1974: 50 y 69). En el siglo VIII, comenzaría la fundación de pequeños asentamientos en puntos costeros. Morro de Mezquitilla y Toscanos serían los asentamientos típicos de este momento, que acogerían a un numeroso contingente indígena. Ésto lo atribuye Whittaker a la gran cantidad de cerámica a mano -68%- y a los restos faunísticos de "cerdo" en Toscanos -70%-, animal fundamental en la dieta indígena y que sería tabú para los fenicios2 (Whittaker, 1974: 70-71). A principios del siglo VII a. C. se produjo una nueva ola de contingentes fenicios hacia Occidente, provocada por la intensificación de la presión asiria. En opinión de Whittaker, los recién llegados se encaminarían ahora hacia las regiones más fértiles, tales como el valle del Guadalquivir y el Campidano sardo. La presencia de estos grupos foráneos en la baja Andalucía como colonos agrícolas queda testimoniada -para el investigador británico- en lugares como Carmona, Osuna y El Carambolo, debido a los hallazgos fenicios procedentes de esos lugares, tales como los marfiles, los bronces, los vasos de alabastro y la cerámica de engobe rojo. Según Whittaker, estos asentamientos estarían habitados por población constituida a base de matrimonios mixtos: varón fenicio y mujer indígena, siendo los primeros culturalmente dominantes. Se establecería así una división del trabajo entre los fenicios como élite y los autóctonos como clase social inferior, dicotomía que terminaría generando conflictividad. Whittaker plantea una dualidad colonial según los territorios. Donde no hubo ocupación agrícola de la tierra, como Sicilia y Túnez, los fenicios mantuvieron relaciones fluidas con los indígenas. En cambio, donde se asentaron colonos con fines agrícolas, casos Cerdeña y la península Ibérica, se produjeron situaciones de tensión. Esto último desembocó en las rebeliones de la población sarda y en la "expulsión" -como afirma Whittaker- de los fenicios de la España meridional a fines del siglo VI (Whittaker, 1974: 75-76). La crítica que puede hacerse al modelo propuesto por Whittaker deriva de los vacíos y contracciones que presenta, además de no recoger con exactitud la realidad arqueológica. En primer lugar, resulta demasiado reduccionista el atribuir la presencia fenicia únicamente a la búsqueda de tierras de cultivo, sin tener en cuenta la conjunción de otros factores. No entra a explicar cómo los fenicios alcanzaron las posiciones privilegiadas que les atribuye. Tampoco aclara si los asentamientos rurales que -para él- atestiguan la colonización agrícola son fundaciones fenicias o poblados indígenas preexistentes. Por último, no interpreta las diferentes situaciones de los núcleos fenicios del valle del Guadalquivir y de la costa malagueña ante la supuesta amenaza de los pobladores autóctonos. Sin embargo, a nuestro juicio la mayor contradicción en que incurre Whittaker es hablar de una población mixta que es expulsada por uno de los elementos que integraban este mestizaje, máxime 2

Whittaker no fue suficientemente riguroso en la lectura de los datos arqueológicos, ya que confundió cerdo con vacuno, por lo que esta cifra no debe ser considerada.

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones cuando la continuidad del poblamiento fenicio es un hecho hasta su integración en el mundo romano, según revelan tanto las fuentes literarias como los trabajos arqueológicos. Tal hostilidad es difícil de imaginar en poblaciones mezcladas y aculturadas como las que dibuja Whittaker para el sur de Iberia. b)

El modelo de Susan Frankenstein

En años posteriores se desarrollaron otras propuestas para explicar la presencia fenicia en la Península, aunque no apenas prestaron atención a la problemática generada por la cuestión indígena. La norteamericana B. WarningTreumann (1978) realizó un estudio sobre el paisaje generado por la colonización, centrado en el área mediterránea andaluza. Por su parte, el soviético Y.B. Tsirkin (1979) trazó un esquema de las actividades económicas de las colonias fenicias, basándose en los datos empíricos de los yacimientos de la costa malagueña y en las fuentes literarias. Habrá que esperar hasta 1980 para que aparezca otro modelo que tenga en cuenta el papel jugado por las gentes autóctonas. Se trata del propuesto por la suráfricana S. Frankenstein (1980; 1997: 31-64), cuyo eje es considerar la presencia fenicia en el Extremo Occidente como el resultado de la demanda asiria de materias primas. En el siglo VIII a.C. los fenicios, que habían establecido en la costa meridional de la península Ibérica diferentes asentamientos que actuaban como puntos de comercio, captaron los recursos metalíferos que transitaban por los circuitos mercantiles atlánticos, canalizándolos hacia su metrópoli. Durante el siglo VII estos enclaves fenicios de Andalucía se convirtieron en centros industriales para obtener metales de los indígenas, pagándolos con artículos de lujo. El acceso a los cotos mineros estaba controlado por la población autóctona, mientras que la tecnología de producción metalúrgica y el comercio exterior eran monopolio exclusivo de los fenicios. Frankenstein admite la presencia de asentamientos fenicios que no poseían infraestructura industrial, sino que se orientaban hacia la obtención de recursos alimenticios, incorporando a grupos indígenas a estas tareas productivas. A fines del siglo VII a. C. la saturación de plata en el mercado asirio provocó la contracción de la demanda; al mismo tiempo, surgieron nuevas fuentes de aprovisionamiento de metal en el hinterland centroeuropeo y danubiano, cercanos a Etruria y Grecia, respectivamente. Por ello, los asentamientos fenicios de España ya no eran necesarios para el sistema económico de Oriente, por lo que fueron abandonados. Así, para Frankenstein, la presencia fenicia en la Península Ibérica fue "transitoria", durando unos 200 años. Evidentemente, esto no se corresponde con la realidad arqueológica.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 8.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

APORTACIÓN ESPAÑOLA Y EMPIRISMO. LAS PERIODIZACIONES.

Mientras fuera de nuestro país se elaboraban los primeros modelos teóricos sobre la colonización fenicia y se comenzaban a hacer valoraciones sobre el papel de los indígenas, los arqueólogos españoles comenzaban a ordenar sistemáticamente los cuantiosos datos proporcionados por las excavaciones y a analizarlos de forma global, atendiendo casi exclusivamente a criterios tipológicos. Resultado de esta labor fue la aparición de las primeras periodizaciones del lapso temporal situado entre el fin del Bronce Pleno y el comienzo del mundo ibérico, con el fenómeno tartéssico y la colonización fenicia como ejes centrales (FIG. 20). Paradójicamente donde primero surgió el interés por la periodización de estas fases del segundo y primer milenios fue entre los investigadores que trabajaban en Andalucía oriental y Levante meridional, precisamente la zona donde menos excavaciones científicas se habían realizado, apareciendo las primeras elaboraciones a mediados de los 70. En cambio, el valle del Guadalquivir, que poseía más yacimientos con series estratigráficas conocidas, no contó con un primer ensayo de periodización global hasta fines de la década (Pellicer, 1979-80). a)

Las elaboraciones de Oswaldo Arteaga

O. Arteaga fue el primero en proponer una serie de periodizaciones que se fueron sistematizando a medida que avanzaban sus trabajos en Los Saladares, junto a Orihuela. Se trata de construcciones plenamente historicistas, muy en boga con el pensamiento dominante en aquel momento en el mundo académico. No obstante, un autor tan prolífico y de tan larga trayectoria como Arteaga ha ido modificando sus planteamientos teóricos progresivamente a lo largo de los últimos veinte años hasta llegar últimamente a un materialismo histórico bastante radical. En un primer artículo sobre el origen del mundo ibérico en el Sureste (Arteaga, 1978) el lapso comprendido entre el fin del Argar y el siglo V a.C. se divide en cuatro periodos. 1. BRONCE TARDÍO.

Caracterizado por las superviviencias argáricas y la presencia de gentes de Cogotas I, de origen meseteño.

2. BRONCE FINAL.

Anterior a la colonización fenicia "directa". La presión que se ejerce desde Tartessos elimina las relaciones con Cogotas.

3. HORIZONTE PREIBÉRICO. Viene señalado por la presencia fenicia, que debe situarse a partir del siglo VIII o incluso con antelación en el área de la baja Andalucía. Arteaga, con planteamiento netamente 96

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones difusionista, concibe la colonización fenicia como la culminación de "la vieja tradición que tenían los territorios meridionales de la Península, en la costumbre de verse conectados con los procesos acaecidos en el Mediterráneo Oriental" (Arteaga, 1978: 38). El principal foco fenicio del Occidente se encontraría en la costa mediterránea andaluza, olvidando el papel de Cádiz. Con la ocupación de dicho litoral, los colonizadores pretenden entrar en contacto con diversas áreas indígenas sin la mediación de Tartessos. Para Arteaga, el origen de la cultura ibérica se encontraría en tres factores que se dan con pujanza en los momentos centrales del siglo VII a. C.: integración fenicia, desenvolvimientos tartéssicos y demás ambientes indígenas de Andalucía y Sureste, que deben entroncar con el monopolio que los fenicios ejercen sobre la producción de hierro (Arteaga, 1978: 42-43). 4. HORIZONTE IBÉRICO ANTIGUO. Se situaría en la segunda mitad del siglo VI a.C. Corresponde al periodo de actividad de los griegos focenses, concentrada especialmente en el litoral de Alicante y Murcia, con penetraciones hacia la cuenca alta del Guadalquivir, a través del Almanzora, Guadalimar y comarcas de Mula-Caravaca. En dos trabajos posteriores (Arteaga, 1981; 1982) pormenorizó esta periodización con una mayor base arqueológica y centrándose en lo que denominó "culturas protoibéricas3 de la Alta Andalucía, Sureste y Levante meridional", para diferenciarlas de la cultura orientalizante tartéssica, de lo púnico costero y del mundo ibérico septentrional. Dicha compartimentación es la principal aportación de Arteaga, al separar la evolución del mundo indígena de la alta Andalucía-Sureste respecto al valle del Guadalquivir, Meseta suroriental y Levante septentrional, donde funcionan complejos socio-culturales diferentes, aunque interrelacionados. Sin abordar todavía el tema de la periodización, es necesario reseñar la serie de mecanismos que, para Arteaga, configuran el momento postargárico y la últerior formación de las culturas protoibéricas. La desaparición de las estructuras que habían caracterizado al Argar se encuadra en un marco de crisis generalizada en el Próximo Oriente, el Egeo y Europa, con el fin de las culturas hitita, micénica, Aunjetitz y Wessex, lo que da lugar a una "época 3

Término que fue empleado por primera vez por W. Schüle (1969a: 24).

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

oscura" que identifica en el Sureste con el Bronce Tardío (Arteaga, 1982: 136138). La aparición de los complejos preibéricos -siglo VIII- de la Alta Andalucía, Sureste y Levante meridional se explica por la "toma de contacto con la cultura superior fenicia", mientras que lo protoibérico -siglo VII- representará la instalación de "nuevas formas de vida en sociedad" (Arteaga, 1982: 149). En este proceso, la metalurgia del hierro debió representar un papel importante. Los objetos del nuevo metal, monopolizado por los fenicios, circulaban siguiendo las tradicionales vías de comercio, lo que hizo que las culturas protoibéricas se fuesen propagando rápidamente4. La nueva periodización de Arteaga (1982: 155-160) hace coincidir fases arqueológicas, con la clásica división tripartita, con la evolución del proceso colonial fenicio: 1. BRONCE TARDÍO (1400/1350-1150/1100). Con los subperiodos I, II y III, que se corresponden con argárico tardío, postargárico y el inicio de la época oscura. 2. BRONCE FINAL (1100/1050-730/725). Comprende tres momentos: Antiguo, Pleno y Reciente. El primero constituye el final de la "época oscura". El Bronce Final Pleno coincide con el llamado horizonte precolonial (1000/900-850/825), polarizado hacia el golfo de Cádiz, donde los fenicios habrían fundado una factoría mientras realizaban una serie de expediciones de tanteo en la costa meridional. Este momento supone una fase de "fuerte comercio entre fenicios e indígenas". El Bronce Final Reciente se correlaciona con el horizonte preibérico, cuando se detectan los "primeros influjos fenicios del Hierro", con la contradicción que esto supone respecto al momento anterior del Bronce Final Pleno, con su intensa actividad mercantil fenicia –según Arteaga-. 3. HIERRO ANTIGUO (730/725-625/580). Se subdivide en I, II y III, que corresponden simétricamente a los horizontes Protoibérico Inicial, Medio y Tardío. Este periodo representa "la etapa probatoria de que los fenicios se habían quedado a vivir definitivamente en la Península Ibérica", suponiendo el comienzo de los "verdaderos cambios de la cultura indígena". El Protoibérico Inicial es calificado de "formativo", mientras que la transición entre Hierro Antiguo III y Hierro Segundo I, hacia los años 625/580 a. C., correspondería a una fase 4

Los términos preibérico y protoibérico como definiciones culturales y cronológicas para los inicios de la Edad del Hierro en el Sureste sólo han conseguido afianzarse en los trabajos efectuados por miembros de la Universidad de Granada, donde Arteaga leyó su tesis doctoral en 1980.

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones "paleoibérica", intercalada entre los horizontes Protoibérico Tardío e Ibérico Antiguo. En estos momentos finales del Hierro Antiguo se produce el hundimiento de la "hegemonía fenicia y tartesia en Occidente" y la aparición de las culturas ibéricas antiguas. 4. HIERRO SEGUNDO (625/580-200/180). Se divide también en I, II y III, coincidentes con los periodos Ibérico Antiguo, Medio y Tardío, éste último enlazando ya con la romanización. b)

El Bronce Tardío y Final del Sureste. La sistematización de Fernando Molina

Por su parte, F. Molina González desarrolló en su tesis doctoral (1977) una completa periodización del lapso que media entre el fin del Argar y el inicio del mundo ibérico en el Sureste peninsular, de la que se publicó un amplio resumen (Molina González, 1978). Este trabajo tuvo gran éxito al generalizar el empleo de los calificativos "Bronce Tardío" y "Bronce Final" para la región de las cordilleras Béticas de una manera mucho más sistemática que Arteaga. F. Molina entiende la delimitación del Sureste en su sentido más amplio, como un territorio comprendido entre el Mediterráneo y el flanco suroriental de la Meseta, englobando a las actuales provincias de Málaga, Granada, Almería, Jaén, Albacete, Murcia y Alicante. Para establecer su periodización F. Molina utilizó la información proporcionada por los trabajos de Siret, las diferentes actuaciones que se habían llevado a cabo en Castellones de Céal, Cástulo, El Macalón, Los Saladares, Toscanos y Morro de Mezquitilla, pero sobre todo las excavaciones realizadas en la provincia de Granada: Cerro del Real, Cerro de la Encina y Cuesta del Negro. Tras el Bronce Pleno del Sureste, se iniciaría una fase denominada por Molina “BRONCE TARDíO”, personalizada en la última fase de la cultura argárica: "Argar Tardío" o "Argar C", esto último en consonancia con la periodización establecida por B. Blance (1964; 1971) y H. Schubart (1974). Este periodo finalizaría hacia el 1100 a.C., por lo que queda claro que El Argar no perdura hasta la Edad del Hierro. Tipológicamente dicho este momento se caracterizaría por el continuismo respecto a las formas cerámicas argáricas, aunque desaparecen algunas de las más características -copas-, y por la presencia de los primeros elementos de Cogotas I (Molina González, 1978: 201206). El "Bronce Final" es un periodo de ruptura con la época anterior, debido a la introducción de nuevos elementos étnicos y materiales en el Sureste, de origen centroeuropeo, atlántico, mediterráneo y meseteño. Esta facies cultural se dividiría en tres periodos:

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

1. BRONCE FINAL I (1100-850 a.C.). El repertorio cerámico consiste en fuentes carenadas, ollas de cocina ovoides y urnas cinerarias con fondo plano. No hay que olvidar la presencia de cerámica de Cogotas I, decorada con técnica de boquique, incisiones y campos puntillados. La metalurgia experimenta ahora un significativo avance técnico, con la aparición del verdadero bronce, dejando de utilizarse las aleaciones de cobre y arsénico típicas del Argar; sin embargo, la cantidad de objetos metálicos que conocemos de esta época es muy inferior a los momentos anteriores. Para Molina, la mayor parte de los hallazgos deben ser importaciones, siendo muy pobre la metalurgia local del Sureste. Los tipos consisten en agujas de cabeza enrollada, fíbulas de codo, hachas con apéndices laterales y espadas de hoja pistiliforme (Molina González, 1978: 212-217). 2. BRONCE FINAL II (850-750 a. C.). Desaparecen ahora las cerámicas de Cogotas I y aparecen nuevos tipos relacionados con el bajo Guadalquivir. Como novedad importante destaca la cerámica pintada "tipo Real" -individualizada en este yacimiento granadino, decorada con motivos bícromos en rojo y amarillo sobre el fondo marrón oscuro o negro del vaso, que podría paralelizarse con los productos "tipo Carambolo". Otros materiales nuevos serían las cerámicas con decoración bruñida, los vasos con incrustaciones de bronce y los soportes de carrete. En cuanto a la metalistería, los tipos más representativos serían las espadas de lengua de carpa -Tabernas, Marmolejo y Baeza- y las de tipo Sa Idda -Dalías y Alboloduy- (Molina González, 1978: 217-222). 3. BRONCE FINAL III (750-600 a. C.). Se inicia con el asentamiento de los primeros colonos fenicios en la costa mediterránea y finaliza con el desplazamiento total de las cerámicas a mano por los productos a torno hacia finales del siglo VII a.C. En estos momentos tiene lugar la transformación paulatina de las estructuras sociales, económicas y tecnológicas de la región, dando lugar después del año 600 al periodo paleoibérico (Molina González, 1978: 222-224). A la luz de los trabajos arqueológicos realizados después de su sistematización, F. Molina González (1983: 110-112) creyó conveniente efectuar algunos reajustes en la misma. Estos retoques afectaron sólo al Bronce Final, con la modificación en las denominaciones de los periodos y algunas correcciones cronológicas. El contenido de cada fase se mantiene sustancialmente idéntico a la propuesta anterior: - Bronce Final Temprano (1100-900). - Bronce Final Pleno (900-800). - Bronce Final Reciente (800-700).

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones c)

La propuesta de Pellicer para Andalucía oriental

A la periodización de F. Molina sobre el Bronce Tardío y Final en el Sureste respondió M. Pellicer con su sistematización del Bronce "Reciente" en la baja Andalucía (Pellicer, 1982), que se vió completada luego con un amplio artículo dedicado a las provincias orientales de la región (Pellicer, 1986b). A su juicio, la nomenclatura Bronce Tardío y Final supone una "reduplicación confusa e innecesaria". Para ello, alega que si toda la investigación acepta la existencia de un Bronce Antiguo y Pleno, la sucesión "lógica" es un Bronce Reciente. Por el contrario, si se utiliza la expresión "Bronce Final" la coherencia exige que se hable para los momentos anteriores de un Bronce Inicial y de un Bronce Medio (Pellicer, 1986b: 433-434; 1989: 155-156; 1992: 104-105). Para Andalucía oriental Pellicer (1986b: 449-454) individualizó las siguientes etapas: - BRONCE RECIENTE I (siglo XII-mediados del X). Se caracteriza por la débil pervivencia del substrato argárico y el "renacimiento del arcaísmo calcolítico local". Se abandonan los grandes poblados del Bronce Pleno situados en lugares de fácil defensa y se ocupan ahora emplazamientos en cotas más bajas, pero controlando puntos estratégicos. Hay también un cambio de los patrones urbanísticos: de las poderosas fortificaciones y conjuntos de casas bien articulados que veíamos en el Argar, se pasa a pobres conjuntos de cabañas distribuidas irregularmente. En cuanto al repertorio cerámico, señala Pellicer la desaparición progresiva de las formas argáricas y su sustitución por nuevos tipos. Así van desapareciendo las copas y las carenas bajas, encontrándose ahora grandes recipientes de fondo plano y cerámicas de Cogotas I. La metalurgia es escasa. - BRONCE RECIENTE II (mediados del siglo X-mediados del VIII). Es calificado de momento "precolonial" o "protocolonial". Supone una evolución de la fase anterior, aunque mediatizada por una fuerte corriente tartéssica que llega desde el bajo Guadalquivir5. Aparecerían ahora nuevos poblados y el modelo de vivienda se "perfecciona". La cerámica consiste en cuencos de carena altas, retícula bruñida y vasos pintados. Pellicer señala que esta cerámica pintada "tipo Real" es dos siglos o siglo y medio anterior a la que aparece en el bajo Guadalquivir, por lo que señala para este producto un origen en la alta Andalucía. La cerámica de Cogotas I sólo aparece de forma esporádica y con un notable arcaísmo. Se introduce la panoplia metálica atlántica. A finales del periodo, concretamente en la primera mitad del siglo VIII, se 5

En este planteamiento Pellicer no se diferencia de F. Molina, aunque discrepa en la cronología ante la necesidad de llenar la fase del Bronce Tardío que ha suprimido.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

producen los primeros contactos con los fenicios. Consecuencias de estas relaciones son la aparición de los enterramientos de cremación en urna -depresión de Vera-, el uso de las fíbulas de codo y el conocimiento de las espadas tipo Sa Idda. - BRONCE RECIENTE III (mediados del siglo VIII-principios del VI). Esta etapa entronca ya con el Orientalizante. Se estabilizan los poblados y reaparece la casa rectangular6. Continúa la cerámica fina a mano, de tradición tartéssica, pero desaparece la retícula bruñida y también las decoraciones Cogotas I. Los productos a torno tienen cada vez una presencia más masiva, siendo pronto fabricados localmente. La metalurgia comienza a utilizar el hierro, pero se sigue utilizando todavía más el bronce. Los enterramientos continúan la costumbre incineradora, enlazando con las necrópolis de la época ibérica. d) Martín Almagro-Gorbea Por último, M. Almagro-Gorbea (1986: 343) propuso una nueva periodización para el Bronce Final y la Edad del Hierro en el Sureste que no es tan pormenorizada como las anteriores. Cada fase viene señalada por la llegada de distintos influjos foráneos: 1. POSTARGAR O BRONCE TARDÍO (1350-1200 a. C.). 2. BRONCE FINAL DEL SURESTE (1200-900). Con elementos de Cogotas I y del Bronce Final Atlántico. 3. TARTÉSSICO PROTOORIENTALIZANTE (900-740). En cuyas postrimerías aparecen las influencias de los Campos de Urnas. 4. TARTÉSSICO ORIENTALIZANTE (740-570). Su inicio viene marcado por el influjo fenicio y su final por el greco-focense. Tras este último periodo se iniciaría el Ibérico Antiguo, que finalizaría a principios del siglo V a. C. con un horizonte de importaciones áticas que darían paso al Ibérico Pleno.

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Según Pellicer, olvidada desde el hundimiento del Argar.

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SALIR Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones

O. ARTEAGA (1978)

O. ARTEAGA (1982)

F. MOLINA GONZÁLEZ (1978)

F. MOLINA GONZÁLEZ (1983)

M. PELLICER (1982)

M. ALMAGO GORBEA (1986)

E. GARCÍA ALFONSO (2000)

1400 a.C.

1400 a.C.

1300

POSTARGAR BRONCE TARDÍO BRONCE TARDÍO

BRONCE TARDÍO

BRONCE TARDÍO

BRONCE TARDÍO

1300 SUBARGÁRICO

BRONCE TARDÍO 1200

1200

1100

1100 BRONCE RECIENTE I

BRONCE FINAL DEL SURESTE

Antiguo

BRONCE FINAL 900

BRONCE FINAL

BRONCE FINAL TEMPRANO

1000

900

Pleno

Reciente Horizonte Preibérico

HORIZONTE PREHIBÉRICO

HIERRO ANTIGUO

700

1000

BRONCE FINAL I

BRONCE FINAL PLENO 800

BRONCE FINAL ANTIGUO

BRONCE RECIENTE II TARTÉSSICO PROTOORIENTALIZANTE

BRONCE FINAL PLENO 800

BRONCE FINAL II BRONCE FINAL RECIENTE

Protoibérico inicial

HIERRO ANTIGUO I 700 Protoibérico Medio

BRONCE FINAL III

BRONCE RECIENTE III Orientalizante

TARTÉSSICO ORIENTALIZANTE

HIERRO ANTIGUO II

Protoibérico Tardío 600

ÉPOCA IBÉRICA

600

HIERRO ANTIGUO III HORIZONTE IBÉRICO ANTIGUO

HIERRO SEGUNDO Ibérico Antiguo

ÉPOCA IBÉRICA

ÉPOCA IBÉRICA

IBÉRICO ANTIGUO ÉPOCA IBÉRICA 500 a.C.

500 a.C.

FIG. 21. Periodizaciones propuestas para el Bronce Final-Hierro Antiguo en la Andalucía mediterránea y su traspaís.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 9.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

NUEVAS CONCEPCIONES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS. LOS AÑOS 80-90

A partir del bienio 1979-1980 se produce una auténtica eclosión de los estudios referidos a la Protohistoria meridional, materializada no sólo en la proliferación de actuaciones arqueológicas de diversa índole y alcance, sino también a los intentos de renovación de la disciplina a nivel teórico y metodológico. En los últimos veinte años, estas circunstancias han variado sustancialmente el concepto de colonización fenicia que se tenía en las décadas de los 60 y 70, abriendo vías de conocimiento insospechadas con anterioridad. a)

La irrupción de la teoría

Los años 80 supusieron la adopción por parte de la arqueología española de nuevas tendencias teóricas, que implicaban una separación del tradicional enfoque historico-cultural. Al mismo tiempo se comenzaron a poner en marcha nuevas técnicas de excavación y de análisis: palinología, carpología, paleozoología, antracología y sedimentología. La incorporación estos nuevos campos científicos tuvo una mayor intensidad en Prehistoria y Protohistoria que en el resto de las especialidades arqueológicas, pero esto no quiere decir que la vieja tradición normativista dejase de estar vigente. Muchas veces, la renovación teórica sólo se practicó en su vertiente epistemológica, sin construir verdaderas alternativas al historicismo. Esto ha contribuido a crear una enorme confusión sobre los "ismos" que hoy proliferan en la literatura arqueológica, impulsando la aparición de diversos trabajos explicativos y de sistematización (Martínez Navarrete, 1989; Fernández Martínez, 1991: 225-269; Hernando Gonzálo, 1992). La introducción la arqueología teórica tuvo lugar en España a principios de los años 70 de la mano del Departamento de Antropología y Etnología Americanas de la Universidad Complutense de Madrid, que comenzó a publicar traducciones de algunos trabajos fundamentales de la Nueva Arqueología y de sus críticos, especialmente autores norteamericanos (Rivera Dorado, 1972). No obstante, sus repercusiones no se hicieron notar hasta fines de los 70 e inicios de los 80, cuando se aparecen en castellano las obras de R. C. Dunell (1977), C. Renfrew (1979), G. Clark (1980) y D. Clarke (1984). Se iniciarían ahora en Teruel -a partir de 1984- los "Coloquios de Arqueología Espacial", que se constituyeron en el principal escaparate del funcionalismo en España, y así como las investigaciones de algunos arqueólogos procesuales británicos en el Sureste. La línea de pensamiento con mayores repercusiones en la construcción de diferentes modelos para explicar la colonización fenicia en Occidente y sus repercusiones sobre los pueblos indígenas de la Península ha sido el materialismo. En España su influencia comienza a vislumbrarse en el Franquismo Tardío, tanto como forma de expresión política como de crítica al sector más conservador de la arqueología académica. La explicación del 104

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones proceso colonial fenicio desde la óptica del pensamiento de base materialista se ha abordado desde dos corrientes: el materialismo histórico y el materialismo cultural. Dado el escaso éxito en España de otras teorías tales como las arqueologías estructuralista, simbólica, interpretativa o radical, el debate se ha centrado entre normativistas, funcionalistas-procesuales y materialistas. En este sentido, los últimos años han supuesto la plena incorporación de las gentes autóctonas del sur peninsular a los procesos de cambio motivados de por la interacción colonial, pasadas varias décadas donde todo el protagonismo había sido otorgado a elementos foráneos -fenicios, griegos y cartagineses-, siguiendo una tendencia etnocentrista (González Wagner, 1986: 129-132). En la construcción de la sinopsis que conllevan las relaciones entre colonizadores e indígenas se han barajado diversos modelos teóricos, no siempre reconocidos de modo explícito por sus autores. De todas maneras, los estudios han estado dirigido mayoritariamente hacia la problemática tartéssica, quizás debido a la mayor espectacularidad del registro empírico del bajo Guadalquivir y Huelva entre los siglos VIII y VI a. C. Por el contrario, las investigaciones sobre los desarrollos autóctonos en la alta Andalucía han sido escasos y parciales, siempre buscando las relaciones de la región con Tartessos. En esto se deja sentir el peso de la tradición normativista. b)

Las fuentes de información

El tema de las publicaciones en estos últimos años merece capítulo aparte. Han aparecido recopilaciones de trabajos que constituyen puestas al día de inexcusable consulta sobre la colonización fenicia y Tartessos. Entre estos títulos, el trabajo pionero fue Phönizier im Westen (1982), editado por H.G. Niemeyer. El volumen de actas del Homenaje a Luis Siret (1986), cuyo secretario fue O. Arteaga, reúne en sus dos últimas partes una serie de artículos de síntesis sobre el Bronce Final y la Protohistoria. Obra básica son los dos volúmenes Los fenicios en la Península Ibérica (1986), dirigidos por M.E. Aubet y G. del Olmo. Esta obra recoge una serie de trabajos sobre los principales enclaves fenicios y púnicos de España, además de aportaciones relativas a diferentes aspectos: planteamientos generales sobre la colonización fenicia, cerámica, lingüística, epigrafía, numismática, artesanado y -de especial interés para la presente tesis doctoral- varios artículos sobre la interacción cultural entre colonizadores e indígenas en diversas zonas del litoral peninsular y Baleares. De menor provecho para nuestra tesis, aunque referencia obligada, es el libro Tartessos. Arqueología protohistórica del bajo Guadalquivir (1989), coordinado por M.E. Aubet. Al tiempo, la nueva organización institucional de la arqueología en Andalucía, consecuencia de la organización del Estado de las Autonomías, actuó como un revulsivo de cara al aumento del número de intervenciones, especialmente en aquellos lugares con fuerte riesgo de destrucción. Pero, paradójicamente, el incremento del número de excavaciones en la región ha repercutido de manera negativa en su conocimiento. Así, existen muy pocas 105

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

monografías que recojan de forma exhaustiva los trabajos de excavación más interesantes, si exceptuamos el caso de Huelva. Por tanto, para tener acceso a información relativa a los yacimientos fenicios arcaicos e indígenas de los siglos VIII-VI a.C. sobre los que se ha trabajado estos años debemos acudir fundamentalmente a artículos muy parciales y dispersos. La fuente esencial para conocer las últimas investigaciones, por lo menos a nivel empírico, son los Anuarios Arqueológicos de Andalucía, que aparecen como intento de difusión totalmente insuficiente. Más que de memorias de excavación, se trata de avances o de informes preliminares, cuya calidad es muy desigual. Algunos contienen una apreciable cantidad de información textual y gráfica, ofreciendo una visión bastante completa de la campaña realizada, pero otros aportan muy poco. No obstante, esta situación está siendo corregida en los últimos tiempos, ya que la Consejería de Cultura ha emprendido la publicación de algunas monografías que vienen a llenar un hueco en la bibliografía arqueológica y que ya son puntos de referencia fundamentales en los estudios recientes sobre la Protohistoria meridional: Carmona (Belén et alii, 1997), Castellones de Céal (Chapa et alii, 1998) y Cerro del Villar (Aubet et alii, 1999). Esperemos que en un futuro no lejano vean la luz también otros trabajos relativos a proyectos de investigación importantes ya concluidos hace tiempo, pero de los que poca información ha trascendido. 10.

LA ARQUEOLOGÍA FENICIA EN LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA DURANTE LOS ÚLTIMOS AÑOS.

Puede parecer que la costa mediterránea andaluza, pionera en la investigación arqueológica de la colonización fenicia en las décadas de 60 y 70, hubiera perdido en los 80 y 90 parte de su protagonismo ante la espectacularidad de los hallazgos del área gaditana, especialmente Doña Blanca. Nada más lejos de la realidad. Mientras que Cádiz y su entorno tuvieron que efectuar un aggiornamento a marchas forzadas debido al retraso de la investigación, el litoral sur mediterráneo ya había pasado la fase de exclusivo empirismo a finales de los 70, iniciando la arqueología fenicia de la zona otros derroteros. Algunas actuaciones de principios de los 80 vinieron a completar trabajos anteriores. Entre estas destacan las efectuadas en la parte superior del teatro romano de Málaga entre 1980 y 1983, que detectaron niveles de la segunda mitad del siglo VI a.C. (Gran, 1986). En la costa oriental malagueña, miembros del Instituto Arqueológico Alemán obtuvieron en Morro de Mezquitilla fechas de C-14 que situaban provisionalmente la fundación del asentamiento fenicio a finales del siglo IX a.C. (Schubart, 1983a), aunque luego fueron rebajadas a mediados de la centuria siguiente (Schubart, 1985; 1986: 78). En Toscanos se localizaron restos de posibles instalaciones portuarias en el paraje denominado El Manganeto, junto a la antigua península sobre la que se asentó la colonia (Arteaga, 1988; Arteaga y Schulz, 1997). En Almuñécar, la creación en 1979 del 106

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones Instituto de Estudios Fenicios, de carácter municipal y dirigido por F. Molina Fajardo, capitalizó la investigación arqueológica sobre la antigua Sexi. El resultado más interesante fue el descubrimiento de una nueva necrópolis con tumbas arcaicas en Puente de Noy, que contenía enterramientos del siglo VII a.C. Además, algunas excavaciones en solares del casco urbano almuñequero confirmaron la existencia del asentamiento fenicio en el siglo VIII (Molina Fajardo, 1986). El bienio 1985-1986 supone una auténtica revolución en la arqueología fenicia del litoral sur mediterráneo, en especial en el aspecto metodológico y en los objetivos que guiaban los trabajos. Este cambio vino motivado por el inicio de dos ambiciosos proyectos de investigación, impulsados por una concepción de la arqueología más en línea con lo que se estaba haciendo en otros países europeos desde hacía tiempo. Se tenderá ahora hacia la formación de equipos numerosos, con participación de especialistas en diversos campos. Predomina el espíritu interdisciplinar, en menoscabo de las actuaciones más o menos en solitario, como había sido lo más habitual hasta entonces. La colaboración más estrecha con el arqueólogo vendrá de la mano del geólogo, del palinólogo y del zoólogo. El primer proyecto en arrancar partió del Instituto Arqueológico Alemán, dirigido por H. Schubart y O. Arteaga, con la colaboración de H. G. Schulz y G. Hoffmann, del Departamento de Geología de las Universidades de Kiel y Bremen. Esta investigación, financiada por la Fundación Wolkswagen, tenía como objetivo el estudio de la evolución de la línea costera postholocénica en el Mediterráneo andaluz, como ya hemos comentado anteriormente. En el aspecto arqueográfico, quizás lo más novedoso de este proyecto haya sido la documentación de las actividades fenicias en la desembocadura del Guadiaro, con la localización en el paraje de Montilla, de un poblado indígena del Bronce Final-Hierro Antiguo con una gran presencia de cerámicas fenicias (Schubart, 1989). En 1986 se pone en marcha el proyecto Cerro del Villar (Guadalhorce, Málaga). El asentamiento fenicio y su interacción con el hinterland, dirigido por M.E. Aubet y financiado por la Junta de Andalucía. Como objetivo fundamental de esta investigación figuraba el estudio integral de este enclave fenicio arcaico, tanto desde una dinámica puramente interna, como desde la perspectiva de relaciones con las comunidades autóctonas vecinas. Estos trabajos han supuesto la revalorización definitiva del yacimiento, que se creía destruido por las extracciones ilegales de arena a lo largo de la década de los 70 y que hoy presenta un extraordinario potencial de difusión patrimonial (Aubet et alii, 1999). La investigación territorial en la cuenca del Guadalhorce ha revelado la existencia de pequeños asentamientos en San Julián y Campamento Benítez, que gravitan en torno al núcleo central del islote del Villar. Estos establecimientos actuarían como cabezas de playa en tierra firme y serían 107

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

intermediarios respecto a pequeños poblados autóctonos próximos, como el deficientemente conocido de la Loma del Aeropuerto, canalizando hacia la colonia principal los recursos del entorno inmediato. Igualmente, dichos enclaves fenicios en el "continente" servirían de punto de partida para establecer relaciones a mayor distancia con los grandes poblados indígenas del interior, como Cártama y Álora (Aubet, 1993a: 478-479), además de los situados en el área del Guadalteba, en la ruta hacia la campiña bética, como Castellón de Gobantes y Los Castillejos de Teba (García Alfonso, Morgado y Roncal, 1994), cuya investigación se ha iniciado en 1993. Con posterioridad a la puesta en marcha de estos dos grandes proyectos, el panorama relativo a la arqueología fenicia en el litoral mediterráneo andaluz se completó en estos años con diversas intervenciones de pequeña envergadura: Convento de San Agustín de Málaga (Recio, 1990a), Cabecico de Parra de Almizaraque (López Castro, San Martín y Escoriza, 1987-88) y Cerro de Montecristo (Suárez et alii, 1989; López Castro et alii, 1991). 11.

EL ESTUDIO DEL HINTERLAND INDÍGENA

Ya hemos visto como tradicionalmente el estudio de las comunidades indígenas de los siglos VIII-VI en la alta Andalucía se ha visto postergado por la investigación, en contraste con la atención que se ha prestado a la presencia fenicia arcaica y al mundo tartéssico del valle del Guadalquivir. Los años 80 y 90 suponen un cambio de tendencia. a)

Los trabajos en la vega de Granada

Durante el bienio 1979-80 se realizaron dos excavaciones que, de haber tenido continuidad, hubieran significado el espaldarazo definitivo al Hierro Antiguo en la cuenca alta del Genil, hasta ese momento sólo planteada a nivel de material de superficie (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979): Cerro de la Mora y Cerro de los Infantes. El primero de estos lugares se encuentra en el término municipal de Moraleda de Zafayona, en la zona occidental de la vega de Granada. Aquí se llevó a cabo un primer sondeo en 1979, seguido de nuevas campañas en 1981 y 1982, que revelaron una potente secuencia estratigráfica, de más de 8 m. de potencia, que abarcaba desde época argárica hasta momentos altoimperiales (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: 299-311; Pachón et alii, 1981; Carrasco, Pastor y Pachón, 1981). Los resultados confirmaron la rápida penetración de los productos fenicios a torno desde los establecimientos de la costa, fechada en Moraleda en la segunda mitad del siglo VIII a. C. En 1983 las investigaciones se desplazaron al Cerro de la Miel, separado del Cerro de la Mora por una suave vaguada, por lo que realmente estamos ante elun mismo complejo arqueológico. Aquí se realizaron un total de doce sondeos, siendo el más interesante el corte 4, en el que aparecieron varios 108

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones hallazgos metálicos en excelente estado de conservación, destacando una fíbula de codo y una espada de lengua de carpa. Tanto la cerámica, la tipología de las piezas de metal como varias analíticas de C-14 proporcionan una fecha de la primera mitad del siglo X a.C. para todo el conjunto, no descartando sus excavadores la posibilidad de elevar la cronología hasta el último tercio del siglo XI a. C. (Carrasco et alii, 1987). En 1980 un amplio equipo7 de la Universidad y del Museo Arqueológico de Granada retomaba las excavaciones en uno de los principales yacimientos de la vega granadina: el Cerro de los Infantes, ya investigado en 1971 y 1976 por A. Mendoza y M. Sotomayor. En esta tercera campaña de excavaciones -y última, por el momento- se procedió a la apertura de dos cortes: el 23 y el 24, con una secuencia estratigráfica de 4 m. de potencia, con un total de nueve fases desde el Cobre hasta el periodo andalusí de las Taifas. Pese a la escasa superficie excavada, la campaña de 1980 en el Cerro de los Infantes es una de las más interesantes de cara a un planteamiento general respecto al mundo autóctono de los siglos VIII-VI. La principal novedad fue la aparición en el corte 23 de un horno, destinado posiblemente a la fabricación de ánforas. Este hallazgo se asocia a las postrimerías de la fase protoibérica del yacimiento Cerro de los Infantes 5-, por lo que su datación se situaría a fines del siglo VII o inicios del VI (Mendoza et alii, 1981; Molina et alii, 1983). Las investigaciones en los cerros de la Mora y de los Infantes estimularon la prospección y excavación de nuevos yacimientos con niveles de los siglos VIII-VI a. C. en el ámbito de la depresión de Granada. Tales fueron las breves campañas que se realizaron en el Cerro del Centinela de Iznalloz en 1983 (Jabaloy et alii, 1983) y en la Cuesta de los Chinos de Gabia en 1984 (Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985). También se publicaron entonces materiales de superficie del yacimiento de Los Baños de La Malá, conocido desde 1977 (Fresneda y Rodríguez Ariza, 1980; 1982), y se prospectaron lugares como el Cerro del Moro y El Manzanil en Loja y Cerro del Castellón de Huétor Tájar (Pachón, Carrasco y Gamiz, 1983). A partir de mediados de los años 80, con la nueva normativa que en materia de arqueología emanaba de la Consejería de Cultura, se pone punto final a esta época de proliferación de las investigaciones de campo en la cuenca alta del Genil, ya que se tendía -como es sabido- a primar los proyectos sistemáticos en detrimento de las actuaciones aisladas. Esta paralización de la actividad excavadora sirvió para abrir un periodo de reflexión, que dió como resultado la elaboración de diferentes síntesis sobre la problemática de las gentes autóctonas en el interior de la provincia granadina desde el fin del Argar hasta la romanización (Molina González, 1983: 107-131; Pachón, Carrasco y Gamiz, 1983: 325-334; Aguayo y Salvatierra, 1987). Dada la avalancha de datos empíricos que se había venido produciendo desde 1979 en la vega de 7

Formado por P. Aguayo, O. Arteaga, A. Mendoza, F. Molina, M. Roca y L. Sáez.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Granada, estos trabajos ofrecen una visión de conjunto muy de agradecer. Sin embargo se enfrentan a dos dificultades que les impiden dar explicaciones completas. Por un lado, al ser construcciones de base normativista, no plantean alternativas al historicismo. Por otro, existe una gran diferencia entre el registro empírico conocido en la cuenca alta del Genil -estudiado en estos años- y en la del Guadiana Menor -reducido a intervenciones parciales y antiguas-, ello impide una visión equilibrada de la situación de las altiplanicies centrales del Surco Intrabético, extrapolándose consideraciones aplicables a la vega de Granada al área de Guadix-Baza. Así, únicamente son meras recopilaciones de los datos de campo más relevantes, ordenados de una manera comprensible, reduciendo el cambio cultural a cambio material. b)

Las tierras interiores malagueñas

En la provincia de Málaga el interés por las poblaciones autóctonas coetáneas al periodo fenicio arcaico es un fenómeno muy reciente, en claro contraste con la tradición que tiene el estudio de los asentamientos coloniales costeros. En esta situación tuvo mucho que ver el agotamiento del normativismo desde finales de los años 70, que hizo que incluso los propios yacimientos fenicios sufrieran un cierto desinterés, al creer que ya se les había extraído toda la información "útil". En realidad, lo que no daba más de sí eran los planteamientos de un modelo de investigación en crisis total. Realmente, existiendo un cierto declive de la arqueología fenicia en Málaga durante los primeros años 80, el mundo indígena ni se planteaba. De todas formas el enorme vacío que constituía el primer milenio a.C. debía ser llenado en las síntesis que se realizaban sobre la arqueología de la provincia y que se publicaron en obras de carácter general a mediados de los 80. El Bronce Final y los inicios de la Edad del Hierro fueron resumidos brevemente, recogiendo lo poco que entonces se conocía (Ferrer Palma, 1984: 416-418; Ferrer Palma y Marques, 1986: 255-256; Rodríguez Oliva, 1984: 421437). Un intento de abrir una línea de investigación centrada en estos momentos, que no llegó a fructificar, fueron algunos trabajos de L. Baena (1977; 1978; 1979a; 1979b) y J. Fernández Ruiz (1978; 1980; 1986), autores que luego centraron su labor científica en otros periodos. No obstante, sí se le prestó mayor atención a las acuñaciones de la ceca púnica de Malaka, que enlazaban ya con la romanización (Mora, 1981; 1983; 1989) A partir de 1986, la puesta en marcha del Proyecto Guadalhorce puso de manifiesto la necesidad de llenar el importante hueco ocupado por las poblaciones autóctonas del hinterland que coexistieron con la colonización fenicia arcaica. El auge que va a conocer el estudio del mundo indígena de los siglos VIII-VI a.C. se materializará, en primer lugar, en la mayor atención que se le va a prestar a los niveles del Bronce Final de yacimientos -normalmente con dilatada secuencia- ya excavados desde mediados de la década de los 80, que 110

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones se publican precisamente en estos momentos. Son los casos del Llano de la Virgen de Coín (Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1989-90; 1991-92) y Aratispi, junto a Villanueva de Cauche (Perdiguero, 1991-92). Hecho similar ocurre con algunas prospecciones, como las acometidas en el valle del río Turón en 1987 y 1988 con carácter diacrónico, donde se destaca ahora el poblamiento de los siglos VIII-VII a. C. (Martín Córdoba et alii, 1991-92). Este trabajo aporta enclaves de indudable interés -algunos ya conocidos con anterioridad-, caso del Cerrajón y Raja del Boquerón, entre otros. Igualmente busca una alternativa al normativismo imperante hasta entonces en la arqueología malagueña, al trazar el esquema de poblamiento de la zona de Ardales de acuerdo con un modelo materialista histórico, aunque entendido en su vertiente más teórica y generalista, por lo que algunas de las conclusiones obtenidas tienen un alto grado de incertidumbre respecto al registro empírico de que se dispone, al ser éste únicamente superficial. Siguiendo con el capítulo de las prospecciones cabe destacar la labor de A. Recio desde la Diputación Provincial. La redacción de las Normas Subsidiarias de Planeamiento de diferentes municipios vino obligando desde finales de los 80 a la realización de cartas arqueológicas. Estas actividades y la intención del citado autor de realizar su tesis doctoral sobre el mundo ibérico en la provincia de Málaga llevaron en 1991 a la puesta en marcha de un proyecto sistemático centrado en esta facies cultural en la cuenca del Guadalhorce (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993a). En base exclusivamente a la recogida de material superficial, sin ninguna constatación estratigráfica, estos trabajos de campo proporcionan los argumentos para abordar algunas propuestas sobre el poblamiento en las tierras interiores de Málaga durante el primer milenio a.C. (Recio, 1990a; 1990b) o relativas a la circulación de los productos cerámicos de "ascendencia fenicio-púnica" desde la costa hacia el hinterland (Recio, 1993a). Se trata de elaboraciones que podemos calificar de novedosas en el sentido de que aportan información sobre un mundo antes totalmente desconocido, pero en su vertiente interpretativa son propuestas plenamente historicistas. Debido a lo limitado de la metodología, apenas pueden ofrecer algo más que la dispersión de algunos materiales por el interior provincial y unas ideas muy generales sobre la dinámica de los núcleos indígenas, basadas en los viejos tópicos de la aculturación. Las cronologías son muy especulativas, al carecer de estratigrafías que le sirvan de apoyo. Para A. Recio el poblamiento indígena del interior de la provincia gira en torno a la ruta terrestre que menciona Avieno (Ora Maritima, 178-182) entre Malaka y Tartessos, que podía recorrerse en cinco días. El interés que esta vía de comunicación natural por el valle de Guadalhorce debió tener para los fenicios instalados en la bahía de Málaga ya había sido resaltada por otros investigadores (Aubet, 1987: 168). Compartimos la idea de que esta ruta actuó como uno de los ejes fundamentales en la articulación de los núcleos indígenas, pero pensamos que algunas afirmaciones de A. Recio deben ser matizadas. En primer lugar la denominación "via semita" que le da al citado camino (Recio, 1990b: 9; 1991-92: 90; 1993a: 355) es

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

totalmente incorrecta, ya que en ningún momento el texto de Avieno8 utiliza el vocablo latino "semita" en alusión a los fenicios como pueblo semítico, sino como "senda", "camino" o incluso "atajo"9. Por otro lado, A. Recio (1991-92: 90) sostiene que esta ruta "introdujo por tierra buena parte de las corrientes orientalizantes en Tartessos", afirmación que elude el contexto general del sur peninsular entre los siglos VIII-VI a.C., olvidándose del área atlántica y de Cádiz fenicia. Otro trabajo a comentar es el de J. Suárez Padilla (1992). Se trata de una recopilación de yacimientos que abarca desde aproximadamente el año 1200 hasta el siglo VI a.C. Este artículo recoge lugares donde contrasta la gran variedad de información disponible, desde un breve resumen de las secuencias conocidas en Acinipo y Ronda, hasta enclaves donde sólo se documentan escasos fragmentos cerámicos de superficie. La aportación resulta de interés de cara a la actualización del mapa arqueológico de Málaga para los horizontes culturales del Bronce Final e inicios del Hierro. Sin embargo, creemos necesario efectuar una serie de puntualizaciones a la misma. Con una metodología plenamente normativista, no se tienen en cuenta las diferentes calidades de información procedentes de los diversos yacimientos tratados, equiparándolos en categorías absolutas a la hora de agruparlos por áreas geográficas no siempre homogéneas. En el capítulo de la periodización, la terminología induce a confusión al querer correlacionar las diferentes fases en que se divide el Bronce "Tardío-Final" de F. Molina y el Bronce "Reciente" de M. Pellicer. Como solución de compromiso se aporta otra sistematización para las tierras malagueñas: se individualizan así un Bronce Reciente sin torno y un Bronce Reciente con torno, este último equiparado al Hierro I u Orientalizante Antiguo. Estos horizontes nos parecen prácticamente vacíos de contenido al utilizar la ausencia o la presencia de un único elemento tecnológico -el torno- para individualizar fases culturales. Al mismo tiempo, su autor plantea una serie de sugerencias de interpretación: El BRONCE RECIENTE SIN TORNO sería una importante cultura local en las tierras malagueñas, que arrancaría de momentos anteriores. Se 8

"et rusus inde si petat quisquam pede

Tartessiorum litus, exuperet viam vix luce quarta. Si quis ad nostrum mare Malac(a)eque portum semitam tetenderit, in quinque soles est iter." Ed. de A. Schulten (1955, 2ª ed.), Fontes Hispaniae Antiquae, fasc. I: Avieno. Ora Marítima (Periplo massaliota del siglo VI a.C.), junto con otros testimonios anteriores al año 500 a. de J.C., Barcelona, p. 72. 9

Semita -ae- es una palabra propia de los autores del bajo latín, caso de Avieno. Como "camino" la traduce J. Rius y Serra, en la versión castellana de la Ora Maritima editada por Schulten (p. 157). Evidentemente este vocablo no tiene nada que ver con los pueblos semitas. Esta última denominación fue empleada por primera en 1781 por Johann G. Eichhorn para referirse a las lenguas del Próximo Oriente, en alusión a los "descendientes" de Sem (Génesis, 10, 21-31), cfr. S.J. Joüon (1991), A Grammar of Biblical Hebrew, vol. I, Roma, pp. 2-3.

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones observan una serie de influencias exteriores, tartéssicas en la zona occidental -Acinipo y Ronda- y del Sureste en el área oriental Capellanía-. Esta circunstancia se interpreta en el sentido de una cierta dependencia de estos grandes focos, lo que, según J. Suárez, explicaría la orientación de los asentamientos hacia las vías de distribución que llevan a esos núcleos exteriores y no hacia la costa. El BRONCE RECIENTE CON TORNO estaría señalado por la presencia fenicia. Supone una reorientación de las estructuras económicas hacia la producción agrícola a gran escala para el suministro a las colonias. Se intensifican los contactos con el bajo Guadalquivir, a través de la vía del Guadalhorce. Se detecta un aumento demográfico, que según el autor citado, podría ser consecuencia de una "repoblación" desde Andalucía occidental, lo cual explicaría la presencia de materiales claramente tartéssicos que aparecen en el área occidental de la provincia. Finalmente, en el año 1993 se efectuaron dos intervenciones a cargo de quien suscribe en el valle del río Guadalteba, cuyo objetivo explícito era detectar niveles de los siglos VIII-VI a.C. en una serie de yacimientos previamente seleccionados por su interés y posición estratégica. En los Castillejos de Teba, pesa a la escasa superficie excavada, se documentaron construcciones y materiales claramente estratificados de los siglos VIII-VI (García Alfonso, 1993-94; García Alfonso et alii, 1997a). En el cercano Castellón de Gobantes se constató la presencia de ocupación desde, al menos, la segunda mitad del siglo VIII a.C., aunque solamente en una formación de ladera que correspondía un hábitat desmantelado por las construcciones romanas posteriores (García Alfonso et alii, 1997b). Al año siguiente tuvimos la oportunidad de efectuar una documentación de estructuras y recogida selectiva de materiales en Huertas de Peñarrubia, pequeño asentamiento de tipo agrícola puesto al descubierto por la bajada del embalse de Guadalteba (García Alfonso, 1999a). c)

El proyecto de P. Aguayo en la depresión de Ronda

El proyecto sistemático que ha tenido mayores repercusiones en el conocimiento del mundo indígena de las cordilleras Béticas ha sido el llevado a cabo por la Universidad de Granada en la depresión de Ronda, a cargo de P. Aguayo. Estas investigaciones, desarrolladas entre 1985 y 1991, tenían como objetivo general el estudio de la Prehistoria Reciente de las cuencas altas del Guadiaro y Guadalete, de acuerdo con las premisas del materialismo histórico (Aguayo et alii, 1993). Las excavaciones realizadas en Acinipo, Silla del Moro y Ronda constituyen la aportación más importante realizada por el proyecto de Aguayo, aunque todavía se hayan insuficientemente publicadas.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

En Acinipo se efectuaron tres campañas en 1985, 1986 y 1988. Las intervenciones se centraron en la excavación en extensión de diversas estructuras localizadas años antes en la zona oriental de la mesa. Aquí se individualizaron tres niveles de construcciones superpuestas: casas romanas de época altoimperial, viviendas de planta rectangular datadas en el siglo VII a.C. y cabañas circulares que conviven con otras cuadrangulares, ambas del siglo VIII a.C. En los niveles de los siglos VIII-VII se recuperaron los característicos materiales a mano del Bronce Final junto con fragmentos de Cogotas I. A torno no faltaban los platos de engobe rojo de borde estrecho, los pithoi polícromos, las ánforas R-1 y la cerámica gris. Entre los objetos de metal destaca la presencia de fíbulas de doble resorte y puntas de flecha en anzuelo (Aguayo et alii, 1986; 1987; 1991; 1992a; Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1989). Las campañas efectuadas en Acinipo señalaron un hiatus poblacional en la mesa a partir del siglo VI a.C. Para buscar la continuidad de hábitat en los alrededores, se realizó en 1990 una excavación en la Silla del Moro, lugar situado a 2 km. al sur. En este nuevo yacimiento, el equipo de Aguayo documentó parte del recinto amurallado de un asentamiento de los siglos VI-V a.C., que ha sido calificado como oppidum (Aguayo et alii, 1992b). La importancia de la Silla del Moro radica en que puede contribuir a explicar la transición desde el horizonte de los siglos VIII-VI a. C. al mundo ibérico en la zona de las Béticas occidentales, que parece implicar el abandono de los lugares ocupados con anterioridad y el traslado de los hábitats a emplazamientos con más posibilidades defensivas. Por último, dentro del proyecto de P. Aguayo hay que destacar, por lo que respecta a la presente tesis doctoral, los sondeos que se han venido realizando a lo largo de la segunda mitad de la década de los 80 en el casco antiguo de la misma ciudad de Ronda, dentro de la modalidad de urgencia. Estas intervenciones han conseguido documentar toda la secuencia cultural del solar rondeño, desde el Bronce Pleno hasta la actualidad. Como suele suceder en las actuaciones de arqueología urbana, los niveles se han presentado muy alterados, aunque en algunos solares se han podido individualizar estratos con materiales asignables a los siglos VIII-VII a.C. 12.

LA TRADICIÓN NORMATIVISTA

La ingente actividad arqueológica desplegada en Andalucía durante los años 80 y primeros 90 movió a numerosos investigadores que partían del historicismo a intentar ofrecer síntesis para situar la presencia fenicia en la península Ibérica dentro de unas nuevas coordenadas, teniendo en cuenta las relaciones con los indígenas. Desde mediados de los 80 resultaba difícil sustraerse a la renovación teórica que iba penetrando lentamente en la arqueología española. Muchos autores se plantean una renovación de la metodología, si no en el fondo, sí en la forma. De este modo, se adoptan algunos términos propios de distintas corrientes de pensamiento arqueológico, a veces con implicaciones políticas, y se maneja bibliografía hasta entonces 114

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones prácticamente ignorada. Así, desde una formación y un pensamiento inicialmente instalado en la arqueología normativista, algunos autores iniciaron una evolución hacia posturas criticas con el historicismo y fueron adoptando progresivamente posiciones dentro de las diferentes corrientes teóricas, para buscar explicaciones a los fenómenos y no sólo ofrecer descripciones de los mismos. Las relaciones entre fenicios e indígenas se abordan mediante los conceptos de aculturación e irradición, bajo los cuales subyace el difusionismo como motor de los cambios, aunque muchos autores se apartan de los viejos axiomas. En estas elaboraciones se intuye una idea de "progreso" que no compartimos, consistente en aceptar como intrínsecamente "buenas" las modificaciones que se introducen en las sociedades autóctonas a consecuencia de la interacción. Un caso parecido en el Mediterráneo central serían las propuestas de la escuela italiana, donde se defiende una "irradición semita" que trae una serie de valores de un Oriente más evolucionado (Bondì, 1983), que también llegaron a la península Ibérica (Bisi, 1983). Por otro lado, no cabe duda que la aparición de ciertos materiales, siempre aislados -léase cerámicas micénicas de Montoro y otras que se quieren relacionar con aquéllas- ha proporcionado argumentos a aquellos autores que reivindican unos contactos intensos del sur peninsular con el Mediterráneo oriental a fines del segundo milenio, tales como M. Bendala (1986) y A. Tavares (1993). a)

A medias entre historicismo y materialismo: la nueva propuesta de Arteaga

A partir de la segunda mitad de los años 80 Arteaga comienza a despegarse del normativismo, iniciando una evolución hacia el materialismo histórico. Algunos tímidos pasos en este sentido se observan en un trabajo que firma conjuntamente con H. Schubart en el Homenaje a Luis Siret (Schubart y Arteaga, 1986a). Un nuevo artículo en solitario de 1987 señala ya claramente esta tendencia, recurriendo a conceptos como "proceso dialéctico", "relaciones de producción", "superestructura" para explicar el proceso colonial y las relaciones fenicio-indígenas (Arteaga, 1987: 206). Sin embargo, Arteaga no logra desprenderse de viejos tópicos y de planteamientos difusionistas. Se habla de los distintos papeles "culturizantes" que jugaron los pueblos colonizadores, calificando el de los fenicios como "relevante", mientras que los griegos "aportaron importantes bagajes de civilización", al tiempo que se afirma que las gentes indígenas eran "recipendiarias" a los estímulos que les llegaban desde el Mediterráneo. Por tanto, la génesis del iberismo se ve exclusivamente como un proceso derivado de la presencia colonial fenicia sobre el sustrato anterior, al tiempo que las poblaciones indígenas del Sureste "quedaron impregnadas de la nueva savia que suponían los estímulos derivados del contacto con los griegos" (Arteaga, 1987: 205). Estamos ante una propuesta claramente historicista. 115

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Arteaga plantea tres circuitos culturales en la España meridional entre los siglos VIII y VI a.C.: colonias fenicias, orientalizante tartéssico y culturas protoibéricas. Estas últimas se centran en el área de la alta Andalucía y Sureste. Su evolución se inicia a partir de las "viejas tradiciones postargáricas", a las que se unen los estímulos culturales fenicios desde la costa y orientalizantes desde la baja Andalucía. Estos elementos fueron reelaborados por el mundo autóctono, de manera que se alcanzaron "altas cotas de civilización que se movieron en la génesis del iberismo meridional". Esta facies ibérica se extenderá desde Andalucía hasta el cabo de la Nao, habiéndose desgajado de Tartessos, mientras que existe otra cultura ibérica septentrional que llega por la costa mediterránea hasta el río Hérault, idea ya expuesta por el autor tiempo atrás. Igual ocurre con la importancia que le atribuye a la metalurgia del hierro y la periodización que asigna al intervalo de los siglo VIII y VII, como preibérico y protoibérico respectivamente (Arteaga, 1987: 205-207). Mientras que en lo relativo al mundo autóctono a nivel interno no se advierte gran novedad en las opiniones del autor, más interesantes resultan las aportaciones respecto a las colonias fenicias. En este aspecto, el modelo que propone presta atención a tres elementos: la función de los núcleos fenicios, la periodización del proceso colonial y -novedad- el papel jugado por los autóctonos en éste. Arteaga señala la existencia de unas navegaciones indígenas desde la segunda mitad del siglo VII, lo que -a su juicio- explicaría la "semejanza" entre necrópolis como Cortijo de las Sombras, Rachgoun y el asentamiento de Mersa Madakh, en la costa occidental de Argelia. Defiende un componente mixto, colonial y autóctono en la expansión de lo que denomina "koiné cultural fenicia occidental", aunque pudiera ser que estas relaciones marítimas respondieran a intereses de los mismos nativos (Arteaga, 1987: 224-226). b)

Schubart y Arteaga: el hierro como instrumento de dominación

En 1990 H. Schubart y O. Arteaga elaboraron un trabajo de síntesis sobre la presencia fenicia y púnica en la península Ibérica, publicado en una Historia General de España. Respecto al mundo colonial, básicamente mantienen las premisas de otro trabajo anterior ya citado (Schubart y Arteaga, 1986a), pero ahora conceden mayor protagonismo a la cuestión indígena, obviada en su primer artículo. Ciñéndonos al periodo fenicio arcaico, defienden que los asentamientos de esta época son "factorias comerciales", en contraste con la época púnica cuando se convertirán en auténticas "polis". Durante los siglos VIII-VII a.C. los establecimientos fenicios están determinados por el intercambio con los autóctonos, no existiendo ningún interés por ocupar el hinterland. Sin embargo estas ideas entran en contradicción al proponer que las colonias "se apoyaban 116

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones en una sólida base económica, que era la agricultura y la ganadería". Es cierto que ambas fuentes de riqueza no son en absoluto excluyentes, pero es evidente que Schubart y Arteaga no consideran la variabilidad de espacios disponibles por cada asentamiento fenicio peninsular, así como las adaptaciones de los colonizadores a los recursos de éstos10. En su definición de la colonización como eminentemente comercial, Schubart y Arteaga colocan a la metalurgia del hierro como el instrumento que permite a los fenicios mantener una posición privilegiada en los intercambios con los autóctonos. Para obtener los metales peninsulares, especialmente el bronce. Los fenicios ofrecerían a los indígenas armas y objetos de hierro. Así explican hallazgos como los bronces de la ría de Huelva como metal en desuso, que los comerciantes fenicios comprarían relativamente "baratos" a cambio de hierro. Transacciones similares estarían detrás de los numerosos depósitos de bronces que conocemos en el sur y oeste peninsular (Schubart y Arteaga, 1990: 451-454 y 558-463). Estas afirmaciones chocan de frente con el registro arqueológico. En primer lugar apenas conocemos armas y objetos de hierro procedentes del ámbito indígena de la España meridional durante el horizonte de los siglos VIII-VI a.C. Por otro lado, la inmensa mayoría de los depósitos de bronces a que se refieren parecen ser anteriores a la presencia fenicia. c)

La síntesis de Diego Ruiz Mata

En la misma Historia General de España anteriormente referida, D. Ruiz Mata elaboró el capítulo correspondiente a Tartessos. Prescindiendo de las ideas historicistas expuestas en este trabajo sobre el periodo “orientalizante”, que el autor entiende como un proceso de aculturación "a tenor de los intereses mutuos de indígenas y fenicios" (Ruiz Mata, 1990: 406), nos centraremos brevemente en lo que él llama "expansión de la cultura tartéssica", de mayor interés para esta tesis doctoral. La aparición de objetos de filiación tartéssica en zonas limítrofes con su ámbito específico la atribuye al dinamismo productivo y comercial de esta cultura. Se buscan nuevas posibilidades económicas: mineras para Cástulo y cuenca del Guadiana; mercados en Extremadura, alto Guadalquivir, Andalucía oriental y Levante. Ruiz Mata sigue para las provincias de Granada y Almería el conocido trabajo de F. Molina (1978) sobre el Bronce Tardío y Final del Sureste, donde poblados como Cerro de la Encina, Cerro del Real, Cerro de los Infantes y Peñón de la Reina testimonian los influjos tartéssicos desde el siglo VIII "con gran riqueza de materiales" (Ruiz Mata, 1990: 424-426), a los que se otorga un alto grado de protagonismo, cuando están en franca minoría respecto al registro arqueológico habitual en esta zona de las Béticas. 10 Es evidente que colonias como Gadir o Toscanos, por ejemplo, tenían fundamentos económicos muy diferentes en función del territorio en el que se asentaban. Por lo tanto, a mi juicio, es un error establecer una base general única que determine las actividades y el aprovechamiento de los recursos de los diferentes asentamientos fenicios arcaicos.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 13.

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

LAS ALTERNATIVAS MATERIALISTAS.

La explicación del proceso colonial fenicio desde la óptica del pensamiento de raíz marxista no es unidireccional. Como ya hemos adelantado, en nuestro país se ha abordado desde dos corrientes: el materialismo histórico tendencia mayoritaria-, y el materialismo cultural -bastante menos difundido-. a)

El grupo de Jaén

El equipo que dirige A. Ruiz Rodríguez, cuya propuesta programática significó una pequeña revolución en la arqueología española (Ruiz Rodríguez, Molinos y Hornos, 1986), ha centrado sus intereses científicos en el estudio del Calcolítico, la argarización y el mundo ibérico, en el marco del alto Guadalquivir. Para el periodo que nos interesa el trabajo fundamental es el dedicado al mundo ibérico (Ruiz Rodríguez y Molinos, 1993). Aunque el libro arranca desde el siglo VI a.C. en adelante, ofrece una breve pero interesante visión materialista de las dos centurias anteriores, centradas en la transformación de las sociedades indígenas del sur peninsular. Para A. Ruiz y M. Molinos los aspectos arqueográficos del iberismo vienen determinados por la consolidación de la producción de cerámicas a torno, que fechan hacia 600/580 a.C. en Andalucía. Esta primera fase la denominan "Ibérico I" y prescinden de calificaciones como protoibérico (Ruiz Rodríguez y Molinos, 1993: 97). Ambos autores no elaboran un modelo de interacción fenicios/indígenas, pero sí trazan ciertas líneas que nos revelan su concepción de los vínculos establecidos entre ambas comunidades. Tomando como referencia -no exenta de eclecticismo- ciertas propuestas que sobre la organización colonial fenicia hacen M.E. Aubet y O. Arteaga y recurriendo -quizás, en demasiadas ocasionesa los mecanismos de implantación griega en Sicilia y el sur de Italia, se plantea una relación entre colonizadores y autóctonos de carácter fundamentalmente comercial. El tráfico mercantil desde los asentamientos fenicios costeros hacia los núcleos autóctonos del interior se articula en dos niveles: una circulación de prestigio dirigida a las élites nativas, con marfiles, bronces, escarabeos y cerámicas de engobe rojo, se completa con un comercio de productos estandarizados que tienen por destinatarios a la gran masa de población indígena. Entre este último grupo de materiales, se citan expresamente las masivas producciones de copas Cástulo, kantharoi de San Valentín y kylikes Pintor de Viena 116 (Ruiz Rodríguez y Molinos, 1993: 237-239). Estos dos circuitos son organizados por el colonizador, pero la aristocracia autóctona los utiliza para reforzar su poder social, al controlar el acceso al segundo nivel dentro de sus propias comunidades. Esta propuesta de considerar al comercio como explicación de las transformaciones acontecidas en el sur peninsular desde el siglo VII a. C. parece una construcción muy simplista que contrasta 118

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones con la complejidad de pensamiento de los autores en otros aspectos y que, además, recuerda las viejas ideas de la arqueología histórico-cultural, que tanto critican A. Ruiz Y M. Molinos en su libro. Los dos niveles de circulación propuestos por ambos autores nos parecen más propios de la época ibérica, en un modelo de intercambio muy diversificado, pero se nos hace más difícil de aceptar durante el siglo VII, cuando nos encontramos con formas de comercio aristocrático en las que sólo se introducen en el interior ciertos productos muy concretos. Precisamente cuando los bienes de prestigio antes citados dejan de aparecer en el registro arqueológico a partir de fines del siglo VI, es cuando se documentan los materiales fabricados en serie arriba mencionados. Es evidente, entonces, que los dos niveles de circulación no pueden ser coetáneos, como lo dan a entender A. Ruiz y M. Molinos, ya que no efectúan ninguna matización cronológica. Sólo en época posterior al periodo fenicio arcaico sería aceptable el segundo circuito, pero entonces atribuirle un "amplio efecto cultural que conduce a la transformación de la sociedad" indígena del sur peninsular (Ruiz Rodríguez y Molinos, 1993: 238) no tendría sentido, pues dicho cambio ya se había producido con anterioridad. b)

López Castro: La colonización fenicia como reproducción de Oriente

Dentro de la línea materialista dialéctica han destacado en los últimos tiempos las aportaciones de J.L. López Castro, caracterizadas por una línea muy crítica. En su libro Hispania Poena (1995), el autor presenta un panorama general de la presencia fenicia en el sur peninsular e Ibiza desde sus inicios hasta su integración en el mundo romano, con planteamientos de gran interés. Refiriéndose al periodo arcaico, el autor rechaza el concepto de precolonización propugnado por la arqueología historico-cultural y lo entiende como exploración, inmediatamente previa en muy pocos años a la instalación de asentamientos fenicios permanentes en el siglo VIII a.C. Por otro lado, admite la existencia en el segundo milenio a.C. de "navegaciones y contactos" calificados ambiguamente como "extrapeninsulares" (López Castro, 1995: 2325), cuyo significado no aclara. López Castro piensa que la formación social -en terminología materialista histórica- fenicia occidental fue una reproducción de las condiciones existentes en Oriente, de manera que los contingentes demográficos que fueron trasladados a la Península debieron ser amplios, a fin de desarrollar una completa gama de actividades productivas. Señala que la fundación de una colonia era entendido por los fenicios como el nacimiento de una "nueva ciudad", citando los casos de Limassol y Cartago (López Castro, 1995: 29)

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

Muy interesante son las interacciones entre fenicios e indígenas que se dibujan en el modelo de López Castro, que pueden resumirse en dos facetas: por un lado, la incorporación de miembros de las comunidades nativas a los asentamientos coloniales y, por otro, la posición desfavorable de los autóctonos en las formas de intercambio. El autor señala que la relación directa con los colonizadores sólo afecta a los núcleos indígenas próximos a la línea costera Loma del Aeropuerto, Cerca Niebla o la misma Almuñécar- o situados en los valles inferiores de los ríos cuyas desembocaduras están ocupadas por los fenicios, caso del Guadalhorce -Llano de la Virgen- y del Vélez -Vélez-Málaga y ¿Alcolea?- (López Castro, 1995: 46). En este sentido, creo que el planteamiento es incompleto, al no tener en cuenta los vínculos, al menos comerciales, que se establecen entre los asentamientos fenicios costeros y los grandes poblados del Surco Intrabético, como Cerro de la Mora, Cerro de los Infantes y Acinipo. Es curioso que se haya obviado un registro arqueológico mucho más completo y conocido en el interior, en beneficio de unos conjuntos materiales exiguos. La integración de algunos indígenas en las comunidades coloniales se efectuaría por dos vías: matrimonios mixtos entre varones fenicios y mujeres nativas y el empleo de individuos autóctonos como fuerza de trabajo sometida (López Castro, 1995: 41-45). Capitales para entender la línea materialista histórica que sigue López Castro son las formas de intercambio que se generan en el sur peninsular a raíz de la implantación fenicia. Sigue la idea de intercambio desigual propuesta por M.E. Aubet, pero explicada de forma muy similar a como el propio Marx había planteado las relaciones entre sociedades "agrícolas" donde sólo se generan valores de uso y "pueblos comerciales" que producen valores de cambio (López Castro, 1995: 18 y 288, nt. 28). Los fenicios supieron captar para sus intereses las redes de circulación que venían funcionando en el sur y oeste de la península Ibérica desde la Edad del Bronce, aceptando los mecanismos de reciprocidad existentes en el Extremo Occidente, que ya habían sido expuestos por Aubet (1987: 248-253). El intercambio de regalos entre las grupos dirigentes será el medio por el cual los fenicios accedan a las riquezas mineras de sur peninsular. Los colonizadores entregan a los grupos dirigentes autóctonos objetos de lujo y exóticos, bien conocidos en el registro arqueológico, a cambio reciben plata. Ésta actúa en Occidente únicamente como un valor de uso, por lo que el intercambio es, en apariencia, equilibrado; sin embargo en el Mediterráneo oriental la plata puede funcionar como valor de cambio, que puede ser atesorado e intercambiado por cualquier producto y ahí es donde los fenicios obtienen cuantiosos beneficios (López Castro, 1995: 4853)11.

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La idea de la plata como valor de cambio en Oriente no es nueva, ya que su circulación dentro de un comercio premonetal se viene estudiando con fundamento desde mediados de los años 60 (cfr. Aubet, 1987: 116-119 y 124).

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones Un elemento que me ha llamado la atención es la diferencia que se establece entre J.L. López Castro y M. Carrilero a la hora de señalar el nivel de complejidad social de las comunidades indígenas antes del siglo VIII a. C. El primero señala la existencia de grupos dirigentes autóctonos sur peninsular con anterioridad a la presencia fenicia (López Castro, 1995: 46 y 48-52), con quienes han de entenderse los recién llegados, mientras que el segundo lo niega explícitamente (Carrilero, 1993: 166-167). Es significativo que dos autores que siguen la misma línea de pensamiento y tienen a su disposición idénticos materiales arqueológicos lleguen a conclusiones opuestas. c)

El materialismo cultural de González Wagner y Alvar

Una de las aportaciones más originales y novedosas que se han efectuado en los últimos años en lo relativo a las relaciones fenicio-indígenas ha sido el modelo de colonización agrícola que plantean C. González Wagner y J. Alvar Ezquerra. Su propuesta está muy influida por el materialismo cultural de M. Harris, ya que toman diversos conceptos de la antropología económica para explicar diferentes mecanismos que intervienen en la presencia colonial en el Extremo Occidente, fundamentalmente en lo relativo a la presión asiria como instrumento del desequilibrio en las zonas interiores de Fenicia. En realidad, ambos investigadores no hacen sino desarrollar más ampliamente los modelos que en los años 70 habían defendido Whittaker y Frankenstein (vid. supra). González Wagner y Alvar centran su estudio en el sur de la península Ibérica, aunque recurren a otras zonas del Mediterráneo centrooccidental donde piensan se dan también circunstancias similares, como Ibiza, el norte de África y Cerdeña. Los dos autores han expuesto sus planteamientos en diversos trabajos, tanto en colaboración (Alvar y González Wagner, 1988; 1989) como por separado. Siendo el núcleo de sus ideas básicamente idéntico, trataremos el modelo que proponen de forma conjunta. González Wagner (1983; 1986; 1990) ha publicado diferentes trabajos, que señalan cada vez una mayor abstracción en su concepción de las transformaciones aculturadoras y de los contactos entre sociedades con diferentes sistemas tecno-económicos y de mentalidad. También son de interés las aportaciones sobre el modo de producción doméstico y la organización aldeana que propone para Tartessos (González Wagner, 1993a; 1995). No hace mucho nos ha ofrecido una síntesis parcial del modelo colonial que comparte con Alvar, muy de agradecer por su brevedad y concisión, que nos aclara sus a veces confusas deducciones en trabajos más extensos y nos muestra -sin interferencias- las argumentaciones en que se basa. Este artículo (González Wagner, 1993b) es muy interesante de cara a plantear una discusión de sus propuestas en términos arqueológicos. Por su parte, J. Alvar ha tratado más específicamente el tema de la navegación en las costas peninsulares a lo largo del segundo y primer milenio

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

a.C. (Alvar, 1980a; 1980b; 1986; 1988), pero tampoco ha sido ajeno a la cuestión del cambio cultural (Alvar, 1987; 1990). El modelo de González Wagner y Alvar arranca de una inferencia indirecta extraída del registro empírico posterior al siglo V a.C. Se plantean cómo se puede explicar el fuerte componente "hispano-fenicio" que revela la cultura turdetana del interior de Andalucía, que perdura incluso en época romana. A ello añaden las noticias literarias que señalan a la mayor parte de las ciudades de Turdetania como habitadas por fenicios12 (González Wagner, 1993b: 81, 84 y 94). A juicio de los autores citados, para entender estas perduraciones hay que pensar en una implantación fenicia en tierra adentro mucho más intensa de lo que permite un simple comercio con las élites indígenas: una auténtica colonización demográfica del valle del Guadalquivir con fines agrícolas, donde las comunidades fenicias coexistirían con los contingentes tartéssicos. Aceptando las altas fechas proporcionadas por las fuentes escritas, González Wagner y Alvar defienden la existencia de un periodo precolonial, con exploración y contactos, hacia el año 1100 a.C., momento en que se fundaría Cádiz como un karum oriental integrado en el templo de Melqart. Será en el siglo VIII cuando se produzca una primera oleada de colonizadores, ya con la intención de asentarse en la Península. Las causas de esta presencia habría que buscarlas en la grave situación ecológica de Fenicia a comienzos del primer milenio. Aquí aparece con fuerza la inspiración materialista cultural, pero en un sentido determinista que ya fue criticado por Kohl para el pensamiento de Harris (Kohl, 1981: 90). Alvar y González Wagner señalan una cadena de factores que impulsaron a la migración. La explotación maderera de la cordillera del Líbano desde el tercer milenio terminó provocando una progresiva deforestación cuyos resultados se hicieron patentes hacia el siglo X a.C., terminando por afectar negativamente al régimen de precipitaciones y desencadenando procesos de erosión, que incidieron en el descenso de la producción agrícola. A este desastre ecológico no fueron ajenas la ganadería de ovicápridos y la presión de pueblos vecinos sobre Fenicia, como hebreos, arameos y filisteos. Las diferentes ciudades fenicias debieron buscar entonces nuevas fuentes de aprovisionamiento de materias primas para cubrir sus necesidades vitales mediante el comercio y recurrir a la ocupación de tierras alejadas de la conflictiva área sirio-palestina. En este contexto se explicarían la fundación de los asentamientos de la costa mediterránea andaluza. La crítica fundamental que puede hacerse a esta propuesta primera "oleada" radica en que no resiste una contrastación con la situación del Levante mediterráneo hacia el año 1000 a.C., así como en la marginación de los factores económicos que habían estado funcionando en las ciudades de la costa libanesa desde el Bronce Antiguo cananeo. 12

Estrabón, III, 2, 13.

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones El cambio climático hacia la desertización en el Próximo Oriente asiático comienza a generalizarse hacia el 2000 a.C., con una intensificación importante a partir de 1200. Pero, sin embargo, Fenicia parece haber sido una de las zonas menos afectadas por estas alteraciones (Aubet, 1987: 57). El déficit agrícola que soportaron Tiro y otras ciudades es un hecho, pero sus causas no hay que buscarlas en modificaciones del ecosistema, sino en factores puramente geográficos. De un lado, la exigüedad de la llanura costera situada en el piedemonte del Líbano, que, aunque bien explotada, era insuficiente para alimentar a una población en constante crecimiento. De otro, las zonas más propicias para la agricultura cercanas a Tiro, como eran el valle de la Beqaa y la llanura de Asdralón se encontraban antes de su ocupación por arameos y hebreos, respectivamente, bajo control de gentes cananeas, pero no sometidas al estado tirio. Por ello, los fenicios situados al sur de Beirut se vieron obligados a recurrir siempre a los intercambios o a las negociaciones políticas para suministrarse recursos alimenticios desde dichas regiones. Durante el siglo VII a. C., a consecuencia de la presión asiria, González Wagner y Alvar señalan otra oleada colonizadora hacia Occidente. Sin embargo, esta vez los recién llegados no van a proceder de las ciudades costeras, sino del interior de Fenicia. Se trata de poblaciones campesinas que habrían sido expulsadas de sus tierras por los asirios (González Wagner, 1993c: 87). Pero, ¿qué puede entenderse por la Fenicia interior?, quizás el valle del la Beqaa, ocupado desde mucho tiempo atrás por los arameos, o las agrestes montañas de la cordillera del Líbano, del Antilíbano y del Hermón, muy hostiles a la agricultura. Siguiendo con el modelo propuesto, muchos grupos que se trasladan a Occidente lo hacen en naves cartaginesas, ya que la ciudad norteafricana no estaba en condiciones de acoger a todos los inmigrantes (González Wagner, 1993c: 91). Esta afirmación es totalmente gratuita y sin ningún fundamento. Una parte de esta segunda oleada de colonizadores se establece en las colonias de la Andalucía mediterránea, mientras que otra -y aquí está la clave del modelo propuesto- inician la penetración hacia el interior, hacia las zonas ricas en potencial agrícola del valle del Guadalquivir. Coexistirían así dos modos de producción agraria en la colonización fenicia del sur peninsular: una agricultura comercial en las fértiles vegas penibéticas y otra de autoabastecimiento que practican las comunidades semitas del interior. Éstas, en estrecha convivencia con los indígenas, son las responsables de la intensa aculturación de Andalucía occidental, mientras que los asentamientos costeros mediterráneos, como Toscanos y Almuñécar, apenas si tienen contactos con la población nativa tartéssica. Para sostener tales asertos, González Wagner y Alvar toman como fundamento dos necrópolis que -según piensan- no tienen paralelos en la Península, pero sí en otros lugares del Mediterráneo: Cruz del Negro y Cortijo de las Sombras. Estas corresponderían a comunidades fenicias del "interior", lo 123

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

que explicaría -a su juicio- que su ritual de enterramiento y ajuares difieran de lo que conocemos en las propias necrópolis fenicias peninsulares de la costa. Los materiales que se aducen para señalar tal excepcionalidad son las urnas tipo Cruz del Negro y las lucernas de un solo mechero, que paralelizan con Rachgoun, Motya y Cartago (González Wagner, 1993c: 89-90). El modelo que venimos comentando falla en su vertiente arqueológica. En el valle del Guadalquivir no parece que haya una aculturación intensa ni profunda, ya que tecnológicamente la cerámica a mano mantiene su preponderancia hasta muy entrado el siglo VI. Por otro lado, Cruz del Negro parece ser la típica necrópolis tartéssica, lo que cada vez se va confirmando más, con materiales muy difundidos a nivel general en toda la baja Andalucía, aunque tampoco son desconocidos en otras áreas próximas. La correcta valoración de la necrópolis de Frigiliana hay que buscarla no en unas gentes procedentes del interior de Fenicia, sino en el propio mundo indígena de la Andalucía mediterránea en un momento ya muy avanzado del Hierro Antiguo. 14.

LOS MODELOS DE MARÍA EUGENIA AUBET

En 1987 la publicación por parte de M.E. Aubet de la primera edición su libro Tiro y las colonias fenicias de Occidente supuso la construcción de un nuevo modelo explicativo para la expansión fenicia en el Mediterráneo, completado luego en la segunda edición de la obra (Aubet, 1994). Posiblemente, la elaboración de Aubet es la más completa de las ofrecidas hasta hoy y su virtud principal reside en estar asentada firmemente sobre la evidencia arqueológica. La presencia fenicia estaría plenamente conectada con los acontecimientos del Próximo Oriente. Esta idea ya había sido desarrollada por Whittaker y Frankenstein, aunque con planteamientos diferentes, unívocos en los autores anglosajones y multifuncionales en la investigadora española. Al mismo tiempo, Aubet rechaza las posiciones idealistas de la escuela italiana, presentando el establecimiento de los fenicios en la Península Ibérica en los términos de una verdadera economía de explotación colonial: "intercambio desigual", "deforestación" y "agotamiento de los recursos del territorio a largo plazo" (Aubet, 1987: 248, 253 y 261). a)

Bases de la propuesta

En la construcción de su modelo, M.E. Aubet arranca de diversos trabajos anteriores, en especial de autores anglosajones de los años 70 y de S.F. Bondì, a quienes, por otra parte, no deja de criticar en ciertos aspectos. Básico en sus planteamientos sería el libro de P.D. Curtin, Cross-cultural trade in World History (Cambridge, 1984). En esta obra se desarrollan varias formas similares de organización mercantil a lo largo de la historia, definidas como "diáspora comercial" (Curtin, 1984: 2-3; Aubet, 1987: 287-288; 1994: 299300), tales como la colonización fenicia, la Liga Hanseática y los 124

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Capítulo 4 Problemas, escuelas y enfoques. La evolución de las investigaciones establecimientos ingleses y holandeses en Asia durante la Edad Moderna. Este modelo consistiría en "una red de comunidades especializadas, socialmente interdependientes, pero espacialmente dispersas, iniciadas por minorías culturales que, con el tiempo, tienden a constituir una especie de monopolio sobre la sociedad indígena". En esta idea basa Aubet los supuestos de explotación, al existir entre fenicios e indígenas un equilibrio "necesariamente asimétrico", que beneficia a los primeros y a una pequeña porción encumbrada de los segundos. Igualmente, una red comercial de este tipo está en estrecha dependencia de la metrópoli y desaparece -al menos en su forma originalcuando a ésta deja de interesarle el comercio con la región donde se halla implantada. Así podría explicarse la vinculación de las colonias del Extremo Occidente con Tiro en el periodo fenicio arcaico. Aspectos de gran interés, tales como la situación de Fenicia en la Edad del Hierro, la importancia del factor asirio, los elementos del comercio a larga distancia y la supuesta precolonización, son tratados por la investigadora catalana desde un punto de vista muy crítico con la investigación anterior. Se trata de una verdadera puesta al día de cuestiones en las que la arqueología española prácticamente no había entrado, a no ser para reproducir los viejos lugares comunes. De cara a la presente tesis doctoral, lo que más nos interesa es la construcción que Aubet realiza de tres situaciones diferentes de la colonización fenicia arcaica en el Mediterráneo centro-occidental: un modelo aristocrático -Cartago-, un modelo mercantil -Gadir- y un modelo agrario -los enclaves de la costa mediterránea andaluza y de Cerdeña-. Todos ellos tienen un elemento en común: su vinculación con la estrategia de Tiro, pero se diferencian netamente en su estrategia socio-económica y en las distintas relaciones que se establecen con los indígenas en cada caso. b)

Las colonias de explotación agrícola

Para la presente tesis doctoral el modelo que más nos interesa de los tres que propone Aubet es el referido a las colonias de explotación agrícola. Es más, esta tesis se concibe como una ampliación y profundización de dicho modelo en la Andalucía mediterránea, concretamente en el aspecto referido a las relaciones de los fenicios con el mundo indígena. La gran concentración de asentamientos de época fenicia arcaica en el sector litoral comprendido entre la bahía de Algeciras y la desembocadura del Almanzora, una de las más importantes del Mediterráneo, la explica Aubet a partir de la ocupación de este territorio para explotar íntegramente los recursos que ofrecía: agricultura intensiva, ganadería, pesca y metales para uso local. No conviene olvidar, por otro lado, el componente estratégico, debido al carácter de refugio que tienen los puertos de la Andalucía mediterránea en la ruta hacia Gadir, ni las posibilidades de intercambio comercial con los indígenas a través de los valles. Se trataría de una economía muy diversificada, pero a pequeña escala. El lugar principal lo ocuparía la actividad agropecuaria, en gran parte responsable de la degradación de la cobertera forestal. La sociedad que se 125

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

genera en las colonias fenicias de la Andalucía Mediterránea es diferente a la de Gadir, al ser también distintas sus dinámicas económicas. Frente a la "burguesía" mercantil gaditana, las necrópolis de Trayamar y Cerro de San Cristóbal deben corresponder a una oligarquía de terratenientes, pero que no descuidan las actividades comerciales (Aubet, 1987: 290-291; 1994: 268-270 y 281-288). c)

Relaciones fenicio-indígenas en la Andalucía mediterránea

Capítulo esencial de la propuesta de Aubet es precisar la relación que se establece entre fenicios y poblaciones autóctonas, habida cuenta que los primeros ocupaban la franja costera con tal densidad que su presencia podría calificarse, en determinadas circunstancias, de auténtica "invasión". El estudio de las interrelaciones entre ambas comunidades ha sido una constante en la labor investigadora de M.E. Aubet, si seguimos su trayectoria científica de los últimos años. En la primera edición de Tiro y las colonias fenicias de Occidente, Aubet sostiene que el poblamiento indígena en el litoral mediterráneo andaluz era muy escaso en el momento de llegada de los orientales. La población aborigen estaría "diseminada en pequeños caseríos al borde de los valles y laderas de las montañas", poniéndose como ejemplos los asentamientos de Cerca Niebla y Vélez-Málaga. Parece que los fenicios se instalaron de forma pacífica, al menos en un primer momento. Dos son las formas de relación entre colonizadores y autóctonos: su utilización como mano de obra para la agricultura y su consideración de clientes en la actividad comercial. El tráfico mercantil que parte de las asentamientos fenicios costeros introduce artículos de importación en los poblados indígenas del interior, principalmente aceite y vino, en un comercio que nunca sobrepasó el ámbito local (Aubet, 1987: 267-269). Estas ideas fueron modificadas en la segunda edición del citado libro, siguiendo los resultados de los trabajos arqueológicos en Málaga y Granada, que indican una población indígena del hinterland de la costa mediterránea más numerosa de lo que se pensaba. Los núcleos autóctonos están situados en lugares estratégicos, controlando las principales vías de comunicación entre el litoral y el interior, casos de Acinipo, Aratispi, Mesa de Fornes, Cerro de la Mora y Vélez-Málaga, entre otros. No faltan tampoco los poblados indígenas en primera línea de costa, como Montilla, Salobreña y la misma Almuñécar. Por contra, considera ahora una menor implantación fenicia en la zona, ya que "la escasa dimensión de los asentamientos coloniales de Andalucía Oriental y el pequeño tamaño de sus necrópolis sugieren que la población fenicia en esta zona debió ser bastante reducida". Es evidente que, con la evidencia de una mayor densidad del poblamiento autóctono, Aubet se ha visto obligada a matizar el papel de estas gentes, proponiendo mecanismos de interacción similares a los del valle del Guadalquivir, con el fortalecimiento del poder de ciertas élites y una mayor jerarquización social (Aubet, 1994: 278-280). 126

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5 BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO. TERMINOLOGÍA, CRONOLOGÍA Y PERIODIZACIÓN Una cuestión bastante ardua con la que nos encontramos a la hora de aproximarnos a las comunidades indígenas que habitaron la Andalucía mediterránea y su traspaís entre los siglos VIII-VI a.C. es su denominación. No es un asunto menor, pues dependiendo de la nomenclatura elegida puede variar sustancialmente la percepción que haga el lector de nuestro trabajo. La principal dificultad con la que tropezamos es el silencio o la ambigüedad de las fuentes literarias, pues las denominaciones mastienos, bastetanos y bástulos son bastante imprecisas, además de tardías. Respecto a la denominación Tartessos, preferimos reservar dicho término para el área del valle medio/bajo del Guadalquivir y el arco costero atlántico andaluz. En el ámbito de las cordilleras Béticas se desarrollaron unas estructuras socio-económicas diferentes a las que vemos en las campiñas, sin menoscabo de una mayor proximidad a lo tartéssico en la cultura material del área occidental de la provincia de Málaga. 1.

LOS TEXTOS ANTIGUOS Y SU INTERPRETACIÓN

Desde las primeras noticias literarias hasta la consolidación del dominio romano, los autores antiguos sitúan en la alta Andalucía un conjunto de grupos humanos diferenciados por criterios que nunca han llegado a aclararse: ¿etnia? ¿lengua? ¿estructura política?... El panorama que dibujan los textos resulta tremendamente confuso, además de contradictorio. Los autores griegos anteriores a la época helenística tenían un conocimiento bastante impreciso del Extremo Occidente, en el que se mezclaban mitos, relatos de maravillas y, sin duda, informaciones orales trasmitidas por navegantes que habían efectuado singladuras por dichas aguas. Cuando la literatura griega de periplos inicia su andadura a fines del siglo VI a.C. se trata de un saber libresco, donde se combina fantasía, erudición y conocimientos tópicos asumidos por la élite culta, para quien estos autores escriben. Es evidente que a un navío que viajase hacia Occidente cualquiera de los numerosos periplos que existieron no le hubiese servido más que para distraer a la tripulación con su recitado. Los autores que escribieron en época imperial romana disfrutaban de una información mucho más rica y fidedigna sobre la península Ibérica, pero cronológicamente están más alejados de los hechos que reflejan. En lo fundamental, obras de tipo geográfico como las de Estrabón, Mela y Plinio reflejan una situación que 127

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

corresponde a la época de su redacción, aderezadas con datos tomados de autoridades literarias griegas, tales como Homero, Heródoto, Polibio y algunos retóricos tardohelenísticos que visitaron Hispania en el siglo I a.C., especialmente Posidonio y Artemidoro. Por tanto, desde una postura crítica, hay que decir que de las fuentes clásicas y orientales -éstas de ámbito bíblico- poca información realmente relevante podemos extraer sobre las poblaciones indígenas que habitaron la Andalucía mediterránea y su hinterland entre los siglos VIII y VI. A pesar de ello, la investigación española ha dedicado bastante esfuerzo a escudriñar en los textos algún dato, alguna noticia de estos momentos. Así, hasta los años 50, lo que se sabía de Tartessos no era más una sucesión de citas literarias, que cada investigador interpretaba de acuerdo con su criterio personal. Ciertamente, cuando no se cuenta con un corpus de datos arqueológicos, hay que empezar por algo, por lo que la recopilación y sistematización de los textos es imprescindible. Sin embargo, es necesario situar estas obras en sus coordenadas históricas y culturales, para comprender mejor el ambiente de erudición no contrastada en el que fueron escritas. Llegados a este punto, no queremos romper radicalmente con una tradición historiográfica muy arraigada en nuestro país, de modo que creemos necesario efectuar un repaso de los diferentes fuentes que se refieren a las gentes que habitaron la alta Andalucía durante el Bronce Final y el Hierro Antiguo. a)

Los mastienos

Los mastienos son los primeros en ser citados en el territorio comprendido entre el río Chrysus -¿Guadiaro?- y un lugar impreciso del litoral de Murcia o Alicante, que se ha querido situar en las desembocaduras del Segura o del Vinalopó. Pese a toda la problemática que plantea (Hoz, 1989: 4243; González Ponce, 1995: 131-135), no queda otro remedio que comenzar por Avieno, quien cita a los mastienos –massieni- en tres ocasiones (Ora Maritima, 422, 450 y 452). La crítica actual coincide en otorgar un mayor valor a las citas de Hecateo conservadas en Esteban de Bizancio. Su segura antigüedad en torno al año 500 a.C. no permite demasiadas interpretaciones históricas al ser fragmentos inconexos, donde los mastienos y las ciudades que les son atribuidas -Mastia1, Sýalis2, Sixos3, Mainóbora/Maenuba4 y Molybdana51

La interpretación tradicional ha considerado a Mastia como la antecesora de Carthago Nova (Schulten, 1945: 206; 1955: 129; Almagro Basch, 1952b: 247; García y Bellido, 1952a: 286; Abad, 1992: 162-163; Mangas y Plácido, 1994: 122-123). 2

Esta ciudad se ha querido identificar con Suel, situada en Fuengirola (Schulten, 1945: 120 y 206; Pastor, Carrasco y Pachón, 1992: 120; Rodríguez Oliva, 1981: 51). 3

Esta ciudad se identifica con Sexi (Schulten, 1955: 187; Pastor, 1983: 208-209; Pastor, Carrasco y Pachón, 1992: 120). 4

Schulten fue el primero en proponer la ubicación de Mainóbora/Maenuba en el Cerro del Mar (1945: 86). Rodríguez Oliva (1984: 443) propone un primer emplazamiento en este lugar y un traslado posterior a la zona de Toscanos, donde no faltan restos de época romana.

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización aparecen en listados geográficos. Hacia el año 420 a.C. Herodoro de Heraclea, autor muy de segunda fila que se basa probablemente en Hecateo, cita a los mastienos como uno más de los pueblos del lejano Occidente, juntamente con los tartesios6. Ya en el siglo IV, Teopompo señala que Massia se encontraba sometida a los tartesios7, situación que vemos también reflejada en el Segundo Tratado Romano-Cartaginés del año 348 a.C. Este acuerdo es recogido por Polibio (III, 24, 4) donde se establece que el límite de intereses entre ambas potencias será Mastia Tarséion, circunstancia interpretada de las más diversas maneras. La última cita de los mastienos se debe también Polibio (III, 33, 9), que los menciona como mercenarios de Aníbal. Un tema que ha sido propuesto desde hace tiempo por diferentes autores es la posible relación de los mastienos con el Mediterráneo oriental, pero con argumentos bastante inconsistentes. Así, se ha querido identificar a los mastienos con Mešek, lugar que aparece en diferentes pasajes de la Biblia8 y en el Libro de los Jubileos (cap. IX)9. Se ha propuesto una fecha muy alta para el citado apócrifo, cuya redacción algunos autores han querido llevar a la época salomónica (García y Bellido, 1952d: 342, nt. 47). Según esta idea, el redactor hebreo del Libro de los Jubileos habría plasmado por escrito un planisferio fenicio de tipo geográfico-comercial que podría datarse en el siglo X. La mayoría de los especialistas bíblicos coinciden en rechazar una cronología tan antigua, proponiendo una fecha amplia entre los siglos II a.C. y I d.C. (Haag, Born y Ausejo, 1987: col. 124). Respecto a la inspiración en una supuesta fuente fenicia, pienso que ésta puede ser rechazada, pues el Libro de los Jubileos refleja una geografía "teológica", claramente deudora de las imagines mundi elaboradas en los templos del Próximo Oriente. Respecto a la Biblia canónica, el libro de Ezequiel es el que proporciona noticias más interesantes: Mešek proporciona cobre y esclavos a Tiro (Ezequiel, 27, 13) y es un territorio gobernado por Gog (Ezequiel, 38, 2; 39, 1), nombre que se ha interpretado de diversas maneras. Cuando se vincula con una región geográfica siempre es Asia Menor10, de modo que algunos investigadores no han dudado 5

Molybdana -o Molybdine- no ha sido localizada, pero todos los autores consultados coinciden en situarla en la costa de Almería o Murcia. Este topónimo griego alude claramente al plomo -µóλυβδος-, de manera que se la ha buscado en el entorno de las áreas mineras: sierras de Gádor, Almagrera, Cartagena y La Unión. García y Bellido (1942: 77; 1952c: 530-531) apunta la posibilidad de que Baria y Molybdana fuesen la misma ciudad. 6

Cfr. F.H.A., II, p. 37.

7

Cfr. F.H.A., II, p. 52.

8

Génesis, 10, 2; I Crónicas, 1, 5; Salmos, 120, 5; Ezequiel, 27, 13; 32, 26; 38, 2; 39, 1.

9

"Y para Mešek viene como sexta parte toda la orilla más allá de la tercera lengua -la península Itálica-, la que alcanza hasta el oriente de Gadir". 10 Gog es una figura literaria que en la Biblia no representa a un personaje real, sino al prototipo de príncipe enemigo, poderoso y temible. Como comandante en jefe del ejército de Satanás aparece en el Apocalipsis (20, 8), tomado claramente de Ezequiel. Los exégetas del Antiguo Testamento han barajado diferentes identificaciones concretas para este Gog: el rey de Lidia Giges -en acadio Gugu-, una corrupción de la palabra sumeria gug (= oscuridad) o la región de Gag, que aparece en las cartas de El Amarna con el sentido genérico de "norte lejano", esto es Anatolia y Armenia. Simbólicamente, Gog puede aludir a las

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

en identificar a Mešek con los muški que aparecen en los textos asirios, más conocidos como frigios, que aparecen en Heródoto como moskoi (Luckenbill, 1927: 42-43; Liverani, 1995: 591). Los autores que han defendido que Mešek se encuentra en Occidente discrepan en su carácter y situación concreta. Para García y Bellido (1952d: 324) este nombre designa una región geográfica que podría tratarse del Sureste peninsular, cuya capital Mastia o Massia dio lugar a la forma hebrea del Libro de los Jubileos11. A.A. Tavares habla de los mesek como pueblo que habitaría en el Suroeste, a poniente de Cádiz, lo que se contradice con el propio texto del apócrifo. Este investigador incluso va más lejos al vincular a estos mesek con los meshwesh, uno de los contingentes de los Pueblos del Mar en los textos egipcios del Imperio Nuevo (Tavares, 1993: 20-21). Pienso que no es necesario insistir sobre la carencia de fundamento de estas propuestas. Es evidente que se encuentran en la órbita de la tradición difusionista, que pretende conectar la península Ibérica con el Mediterráneo oriental desde momentos muy antiguos, explicando los cambios mediante la llegada de nuevas poblaciones. Encuentran su justificación en noticias literarias sacadas de contexto, que son interpretadas con el pobre argumento de la asonancia de nombres. Por supuesto, su confrontación con el registro arqueológico es nula. A. Iniesta resulta bastante más prudente que los autores antes citados respecto a la relación entre el Mešek bíblico y la península Ibérica, que considera posible, pero sin ir más allá. Propone que los mastienos fueron los protagonistas de la cultura del Bronce Final y del periodo orientalizante en la alta Andalucía y el Sureste. A partir de finales del siglo V a.C. diversos factores contribuyen a la disgregación de este pueblo entre los núcleos costeros y los interiores. La costa fue compartida entre la población autóctona -mastienos- y los colonos fenicios -libiofenicios-, mientras que el área de Guadix y Baza mantuvo un componente indígena más marcado, que configuró una cultura ibérica muy definida -bastetanos-. Dicho autor sostiene la identidad étnica de mastienos y bastetanos, de acuerdo con la historiografía ¡cartaginesa!12 (Iniesta, 1989: 321-322). Pocos son investigadores que han ofrecido hipótesis sobre los mastienos partiendo de la arqueología. Desde la perspectiva del materialismo histórico, A. Ruiz Rodríguez y M. Molinos (1992: 243-244) sostienen que los mastienos correrías escitas, que en los siglos VIII-VII se hicieron sentir en Siria-Palestina (Haag, Born y Ausejo, 1987: cols. 768 y 1221-1222). García y Bellido la transcibe como "Meschech". La edición autorizada castellana más difundida de la Biblia, elaborada por E. Nácar y A. Colunga (Madrid, 1944) muestra una cierta vacilación en la grafía de este nombre: Mosoc, Mesec, Mesej. En la Vulgata aparece como Mosoch. 11

Sería de enorme interés conocer la fuente a la que se refiere este investigador, dado que prácticamente toda la literatura púnica se ha perdido. 12

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización constituían una estructura política, que englobaría a otros grupos menores, que estos autores denominan tribus. A su vez, los mastienos estarían amenazados por la expansión de una unidad estatal: Tartessos. Como prueba de esto, aducen la existencia de una línea de frontera salpicadas de torres entre la vega y la campiña del Guadalquivir en el área de la provincia de Jaén que tendría el objetivo de contener la colonización tartéssica hacia el este, que utilizaba con eje el propio curso del río. De este modo, proponen que, ante la presión exterior, la población indígena de la campiña bética -¿etmaneos?, ¿mastienos?delimita su propio "territorio político" como reacción ante esta ofensiva. b)

Los libiofenicios

Estas gentes aparecen citadas en la costa mediterránea andaluza contemporáneamente a los mastienos en un principio y más adelante junto con bastetanos y bástulos. Parece claro que los libiofenicios son población colonial, aunque en cierto grado pudieran estar mezclados con los indígenas. Si seguimos la hipótesis tradicional, la Ora Maritima sería la fuente más antigua que los cita. Avieno (v. 421) sitúa a los libiofenicios -Libyphoenices-, a quienes califica de feroces13, lindando con el río Chrysus14, al igual que los mastienos. Otra referencia parece proceder de Éforo (Escimno, 197). Finalmente, la que debe ser la noticia más tardía sobre las "ciudades de los libiofenicios" aparece en el primer parágrafo del Periplo de Hannón15, fuente donde se vinculan claramente a la colonización cartaginesa del litoral africano. Estas tres referencias son los únicos testimonios de la existencia de estos libiofenicios como tales. A partir del siglo II d.C., diversos textos griegos, todos ya muy de segunda mano, mencionan a unos blastofenicios (Apiano, Iberiké, 56) y a unos bástulo-púnicos (Ptolomeo, II, 4, 6), que se han querido relacionar con los anteriores. La datación tardía de estas fuentes y la elaboración de denominaciones compuestas tan del gusto de los autores del momento resulta muy sospechosa de cara a atribuir una cronología alta a la fuente original. La noticia de Apiano tiene un cierto interés al señalar que los blastofenicios habían sido trasladados desde África por Aníbal, lo que ha dado pie a todo tipo de interpretaciones por parte de la investigación moderna que ahora sería demasiado largo detallar. El interés específico por los libiofenicios partió, en principio, del campo de la numismática. J. Zobel (1866) fue el primero que utilizó esta denominación 13

En el fasc. I de las F.H.A. se emplea el término castellano "feroces" (Schulten, 1955: 162), al igual que en la traducción de F.J. González Ponce (1995: 171). En la más reciente edición de la Ora Maritima se prefiere la traducción "altivos" (Mangas y Plácido, 1994: 114). 14

Identificado por todos los autores consultados con el Guadiaro.

15

La datación de este relato ha sido objeto de controversias. Aunque la mayoría de los autores que lo han estudiado se lo sitúan en el siglo V a.C., F. López Pardo (1991: 62) ha señalado como más probable la segunda mitad del siglo VI a.C. García Moreno y Gómez Espelosín (1996: 109) atribuyen su redacción a un autor griego plenamente inmerso en la tradición de literatura de viajes a regiones remotas, inclinándose por una cronología de mediados del periodo helenístico.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

para referirse a una serie de cecas monetales del sur peninsular que utilizaban un alfabeto por entonces desconocido, pero en el que se observaban similitudes con el fenicio y supuestamente con el líbico, que M. Rodríguez de Berlanga (1877) prefirio llamar "tartesias"16 . En estas "conexiones" africanas insistió el berberólogo F. Zyhlarz (1933), quien señaló que estas monedas eran la prueba manifiesta de la presencia en el sur de la península Ibérica de gentes que hablaban líbico y que había adaptado la escritura fenicia cursiva a su propio idioma. La idea de una procedencia africana de al menos una parte de los colonizadores fenicios, aparentemente "confirmada" por los hallazgos monetales, fue acogida con interés por diferentes estudiosos de la Antigüedad, máxime cuando parecía corroborar el pasaje de Apiano antes referido (Schulten, 1945: 206). En la cuestión de los libiofenicios, Maluquer apuntó la posibilidad de que estas gentes correspondieran a repoblaciones efectuadas con gentes africanas, dirigidas desde Cartago. A este respecto señala como uno de los principales objetivos del viaje de Hannón, recogido en su célebre relato, era la fundación de ciudades, para lo que embarcó 30.000 colonos entre hombres y mujeres en 60 naves (Periplo de Hannón, 1). Según Maluquer, estos libiofenicios ocuparon las ciudades, mientras que la población indígena mastiena dominaba las zonas rurales (Maluquer, 1954: 312-313). c)

Los bastetanos

Aunque hacen su aparición en los textos en momentos ya tardíos, su importancia es grande, pues son los protagonistas del gran desarrollo del Ibérico Pleno en la alta Andalucía. Sin embargo, los testimonios literarios sobre estas gentes no dejan de ser confusos y contradictorios. Estrabón los sitúa primeramente en la costa atlántica, entre Calpe y Gades (III, 1, 7; III, 2, 1). Mientras, en otras citas de dicho geógrafo (III, 4, 1; III, 4, 4; III, 4, 12) ocupaban el territorio que se extiende desde Gibraltar hasta Cartagena, habitando también la región de Orospeda -sierras de Cazorla, Segura y Alcaraz. Por otro lado, el mismo Estrabón llama Bastetania a la región centro-occidental de las cordilleras Béticas (III, 3, 7; III, 4, 2), al igual que Plinio (III, 19). Ptolomeo (II, 4, 6) diferencia en esta zona dos grupos: los bástulos al oeste y los bastetanos al este. Cierta crítica histórica moderna ha interpretado estas informaciones como testimonio de una migración de los bastetanos desde el Suroeste hacia la alta Andalucía (Pastor, Carrasco y Pachón, 1992: 123). Más interesante nos parece la opinión de A. Ruiz Rodríguez (1992: 115-116) en las que la aparición de nuevos "pueblos" en las fuentes literarias -bastetanos, oretanos- es reflejo de la consolidación de diferentes grupos aristocráticos que Estas cecas "libiofenicias" estaban repartidas entre la actual provincia de Cádiz -Asido, Bailo, Iptuci, Lascuta, Oba- y la zona extremeña de Sierra Morena -Arsa, Tuririicina-, además de alguna otra de controvertida localización -Vesci-. Se distinguen por utilizar unos caracteres relacionados con los neopúnicos, aunque su naturaleza no está todavía claramente definida. La cronología concreta de estas acuñaciones también resulta difícil de establecer, señalándose un periodo entre finales del siglo II a.C. y mediados del siguiente (Villaronga, 1987: 164-166; Solá, 1980). 16

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización han impuesto su hegemonía sobre determinados territorios, apoyándose en sus clientelas. 2.

PROPUESTAS PARA ENTENDER EL PROCESO HISTÓRICO

En el estado actual de la investigación protohistórica en la Andalucía mediterránea, parece que la enésima relectura de los textos literarios antiguos, reducidos a lacónicos y oscuros pasajes, poco más puede dar de sí. Sinceramente, pienso que las posibilidades de entender la dinámica histórica desde un punto de vista basado exclusivamente en la historiografía quedaron agotadas hace tiempo. Ahora bien, una combinación inteligente de determinadas fuentes analizadas a la luz de los testimonios arqueológicos sí puede plantear alternativas y abrir nuevas vías de interpretación. Es cierto que hay que buscar una complementariedad, pero priorizando absolutamente la información empírica, a pesar de las carencias que tiene, que no son pocas. Claro está que plantear la interpretación de un proceso histórico con argumentos arqueológicos no es tampoco nada sencillo. a)

El argumento tecnológico: el Bronce Final

Hasta comienzos de la década de los 90 resultaba habitual incluir en los momentos finales de la Edad del Bronce, ya fueran denominados Bronce Final o Bronce Reciente, el estudio de las comunidades indígenas que habitaron el sur peninsular durante los siglos VIII-VI a.C., incluyendo en esta consideración también el ámbito considerado como propiamente tartéssico. En contraste, los contingentes fenicios contemporáneos asentados en el litoral andaluz se incluían sin titubeos en la Edad del Hierro. Esta aparente contradicción no era tal en el pensamiento difusionista imperante por entonces: mientras que los colonizadores conocían y utilizaban el hierro, los autóctonos únicamente disponían de bronce. En este celo por resaltar el mayor desarrollo de los orientales sobre la población local, algunos autores concluyeron que el hierro era un secreto bien guardado por los fenicios, lo que aseguraba su superioridad (Schubart y Arteaga, 1986: 508-509). En última instancia, la aparente inexistencia de útiles de hierro en el ámbito indígena fue lo que motivó la suposición de que estas gentes se encontraban todavía en la Edad del Bronce, de acuerdo con un criterio exclusivamente tecnológico. De hecho, esta observación no resultaba correcta, pues los objetos realizados en este metal sí que existían en el ámbito indígena, aunque no eran lo suficientemente abundantes como para llamar la atención de los investigadores ante la presencia masiva de piezas de bronce. Esta circunstancia se debía a que los contextos bien excavados por entonces eran funerarios, donde los bienes de lujo ocupaban el lugar preeminente, mientras que el hierro era un metal que carecía de carácter suntuario en esta época17. No ocurrió así en momentos no muy anteriores, donde el hierro, debido a su rareza, forma parte de piezas de lujo. Durante el Bronce Tardío, este nuevo metal empieza a trabajarse en diferentes lugares del Próximo Oriente -Mitanni, Kizzuwatna, Siria-, pero mientras los talleres palatinos del bronce siguieron 17

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

De este modo, se acuñó una expresión que se acomodaba muy bien a los planteamientos de la arqueología empirista radical: "la Edad del Hierro sin hierro". Se ajustaba así la secuencia del sur peninsular al resto del Mediterráneo y se solucionaba de un plumazo el problema de la escasez de este metal, pero cuando se hablaba de este periodo se continuaba utilizando la denominación Bronce Final. b)

El Orientalizante

Ante la escasez de hallazgos de hierro durante los siglos VIII-VI a.C., pero con la evidencia de que la sociedad del sur peninsular había cambiado en estos momentos con respecto a la época precedente, una solución de compromiso fue el llamado periodo "Orientalizante". Aunque fue A. Blanco (1956) el primero en utilizar el término en España, su discusión corresponde a García y Bellido (1960: 62) en relación con los jarros de bronce, planteándolo como un "horizonte artístico" en consonancia con sus homólogos griego e itálico. Sin embargo, a partir de la década de los 70 se empezó a emplear de una manera indiscriminada. Por extensión, se denominó Orientalizante al periodo en que se daban los objetos antes señalados (Almagro-Gorbea, M., 1977) y otros materiales que nada tenían de "orientales". Se diferenciaba así este periodo posterior al Bronce Final, pero sin asumir el término Edad del Hierro, que resultaba incómodo para el empirismo. La alternativa del Orientalizante solucionaba aparentemente un problema, pero creaba otro quizás mayor- que todavía colea en el estudio de la Protohistoria hispana. c)

¿Por qué no utilizar Hierro Antiguo?

La arqueología actual ha asumido que la utilización de ciertas denominaciones es más que nada un convencionalismo para que todos nos podamos entender. Calcolítico, Bronce Pleno o Hierro Antiguo son conceptos que actualmente van mucho más allá de su primitiva acepción, no son casillas que hay que llenar en una sucesión. Se trata de expresiones que, con economía léxica, encierran realidades históricas amplias. Creo que ya estamos en condiciones de superar aquella fase neoevolucionista de la postguerra europea y norteamericana en la que predominaba la explicación de carácter tecnológico, que proponía "estadios de civilización" (Trigger, 1992: 273-274). Por tanto, pienso que el término Bronce Final es el más adecuado para designar el periodo que media entre la desaparición definitiva del mundo argárico y la llegada de los fenicios a las costas andaluzas, que significa el comienzo de una nueva etapa. Igualmente, la utilización de Hierro Antiguo sería consecuencia de lo anterior. No implica un sentido exclusivamente tecnológico, funcionando a pleno rendimiento hasta el siglo XII a.C., los objetos de hierro sólo eran piezas raras y suntuarias (Liverani, 1995: 502). Así, este metal entra a formar parte del ajuar funerario de Tutankamón en 19 piezas, entre las que figuran un magnífico puñal con empuñadura y vaina de oro, pomo de cristal de roca y hoja de hierro -nº. 256k- (Reeves, 1991: 177). Igualmente, en la Península también encontramos hierro en un contexto de plena Edad del Bronce en el tesoro de Villena (Ruiz-Gálvez, 1998: 276-277).

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización sino que quiere reflejar un proceso histórico, consistente en la consolidación de determinadas élites sociales, ya existentes con anterioridad, que desembocarán en las aristocracias ibéricas. Este Hierro Antiguo se vería continuado, en una concatenación lógica, por un Hierro Pleno. Esta "segunda fase" coincidiría en el tiempo con el desarrollo de lo Ibérico, tanto a nivel material como de explicación histórica. Dada la tradición que tiene este último término en la arqueología española parecería un absurdo por mi parte poner alguna objeción a su uso. Además, lo que consagra un término es su aceptación y la comodidad que supone su empleo, siempre y cuando no provoque excesivos problemas metodológicos o/y conceptuales. Cuando hablamos de Hierro Antiguo y de época ibérica nos referimos a dos horizontes cronoculturales concretos, sucesivos, entrelazados, quizás no bien delimitados, pero creo que la mayoría de los investigadores no se sentirán incómodos utilizándolos. Para nosotros, Hierro Antiguo es un término referido al mundo indígena, mientras que para las colonias fenicias peninsulares entre los siglos VIII-VI a.C. preferimos utilizar otra denominación ya plenamente aceptada: periodo fenicio arcaico. Por tanto, en sentido cronológico ambos conceptos se solapan durante un lapso de tiempo considerablemente amplio, pero en el ámbito cultural responden a realidades netamente diferentes. Con ello queremos marcar una relación dialéctica entre ambas estructuras sociales: estatal en el caso colonial, no estatal pero jerarquizada en las comunidades indígenas. Si siguiéramos un estricto criterio normativista, la utilización de término Hierro Antiguo en los siglos VIII-VII no estaría plenamente justificada. Cierto es que el hierro se utiliza en esta etapa, pero su presencia es aún escasa. Hierro Antiguo no tiene un sentido tecnológico, sino histórico. Entendemos la expresión en un sentido amplio, como el conjunto de cambios que se operan en los grupos humanos autóctonos del sur peninsular, producto tanto de la incidencia colonial como de su propia evolución endógena. En esto, tampoco somos originales ya que son varios los autores lo han utilizado desde hace tiempo (Ros, 1989; González Prats, 1992: 145-150; Belén y Chapa, 1997: 73). Por contra, la utilización de términos como Preibérico y Protoibérico para definir las horquillas cronológicas de los siglos VIII y VII, ya comentados (vid. supra cap. 4,8), es consecuencia de la arqueología normativista, cuyo único objetivo es la seriación de materiales. Los primeros recipientes fabricados a torno tienen poco que ver con la morfología de las cerámicas ibéricas, a no ser un cierto "aire de familia", pero que les viene proporcionado por su común ascendencia en determinadas formas fenicias. Por ello rechazamos el uso de los referidos términos porque no tienen más valor que el cronológico en determinadas publicaciones. En la misma línea algunos trabajos recientes, centrados en el ámbito malagueño, han denominado al lapso cronológico de los siglos VIII-VI como "periodo formativo de las comunidades ibéricas", seguidas de un "periodo de transición" en el siglo V (Recio, 1990b; 1993-94: 92-97;

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

1996: 62-67). Estamos ante otra propuesta de carácter etnicista y difusionista, aunque se reviste de un lenguaje materialista histórico. Lo ibérico es, desde luego, algo mucho más amplio que una serie de tipos cerámicos: es una estructura de poder que arranca desde momentos anteriores, pero no adquiere su configuración total como sistema aristocrático hasta el siglo V. Los mecanismos que vienen a regir el funcionamiento de este entramado, mediante la representación de las aristocracias, relaciones políticas intergrupales y sometimiento de los sectores productivos a las necesidades de la clase dirigente, han sido bien estudiados desde la óptica del materialismo histórico por A. Ruiz Rodríguez y sus colaboradores (Ruiz Rodríguez, Molinos y Hornos, 1986; Ruiz Rodríguez y Molinos, 1992, 181-282; Ruiz Rodríguez, 1992, 114-116; 1999: 99-104). Por ello, en este punto finaliza nuestro trabajo. Nos interesa centrarnos en las bases que hicieron posible la instalación definitiva de esta aristocracia en la cúspide de la pirámide social, pero no cómo ejerció los mecanismos de coerción para la reproducción del sistema en beneficio propio. Eso ya lo han hecho los investigadores citados. Por tanto, creo que está aclarado por mi parte el uso de las expresiones Bronce Final y Hierro Antiguo referidas siempre a la Andalucía mediterránea y su traspaís. Como tales, estoy seguro de que se pueden poner diferentes objeciones, pero creo que resultan operativas a la hora de describir y explicar los procesos históricos que nos ocupan. Al menos, a mi me han servido. Quiero entenderlas en el sentido más amplio posible: con el objetivo de señalar dos horizontes cronológicos, materiales y organizativos de las estructuras sociales, tanto a nivel interno como de interacción. La gran ventaja en este sentido que presentan es su continuidad, no hay ruptura: la colonización fenicia no fue un proceso que viniera a alterar la tranquilidad de los indígenas, en una nueva versión del mito del "buen salvaje". Los mecanismos de desigualdad en el acceso a los recursos estaban ya funcionando en el mundo autóctono con anterioridad al siglo VIII. Los testimonios materiales de los que se infiere esta situación ya van siendo patentes, aunque todavía son escasos en la alta Andalucía, pero creo que se están empezando a interpretarse correctamente y no en un contexto exclusivo de relaciones comerciales. Ciertamente, el fenómeno sólo lo podemos percibir de una manera clara si contemplamos todo el sur peninsular en su conjunto. Este proceso es el Bronce Final. La presencia fenicia sólo aceleró los cambios. Al focalizar sus relaciones con el mundo autóctono a través de los líderes locales, la clase dominante colonial afianzó a éstos en su posición de privilegio. Se estableció entonces una cierta "comunidad de intereses", ya que ambos grupos de poder se necesitaban mutuamente: la élite indígena para consolidar su estatus y los dirigentes coloniales fenicios para asegurar los asentamientos y canalizar hacia ellos determinados recursos. Esta intensificación en todos los órdenes es lo que denominamos Hierro Antiguo.

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización 3.

LA REVOLUCIÓN PERMANENTE: LA CRONOLOGÍA

Planteadas las cuestiones de relativas a la terminología, antes de abordar una periodización necesariamente larga en el tiempo, es necesario entrar a discutir algunas cuestiones relativas a la cronología. Sin dataciones absolutas más o menos fiables, el entramado de la tipología no sirve de mucho a la hora de explicar el proceso histórico. Con ello entramos en un asunto que se ha tornado espinoso y problemático en los últimos años, con la publicación de determinadas fechas de C-14 calibrado que algunos autores han querido interpretar, quizás un tanto precipitadamente, como una modificación al alza del comienzo de la presencia fenicia en las costas del mediodía peninsular. Desde esta perspectiva, son varios los investigadores que, desde el ámbito de la Prehistoria Reciente, se han manifestado abiertamente a favor de situar la llegada de los fenicios en el siglo IX (Castro, Lull y Micó, 1996: 193-195; RuizGálvez, 1998: 291-292), otros suben esta fecha hasta los siglos X-IX (López Amador et alii, 1996: 106-109). Desde que se iniciaron las excavaciones científicas en el litoral andaluz, se ha ido construyendo un sistema cronológico que, con el paso de los años, se ha intentado afinar cada vez más. Para el mundo autóctono, tanto en el valle del Guadalquivir como en la Andalucía mediterránea, las fechas no pasan de ser provisionales y -lo que es peor- los hitos de calendario de que disponemos dependen totalmente de las dataciones efectuadas en el ámbito de las colonias fenicias. De este modo, cualquier reajuste que afecte a éstas tiene -o debería tener- inmediatas repercusiones en el ámbito indígena. La cronología del mundo fenicio está basada en tres fundamentos no exentos de problemas: los niveles de destrucción históricos en Oriente, los objetos egipcios con inscripciones y la cerámica griega. Por un lado, todos resultan exógenos al propio ámbito fenicio peninsular, por lo que en última instancia están sometidos a las posibles correcciones en sus lugares de origen. Por otro, no resultan de idéntica aplicación en las diferentes áreas donde se documenta presencia colonial, ya que los hallazgos susceptibles de proporcionar márgenes cronológicos fiables no aparecen en todas partes. El resultado es que la datación de la expansión fenicia es un complejo sistema de fechas cruzadas. Últimamente se han querido subsanar estas carencias con la utilización de la cronología radiocarbónica, al menos en el Extremo Occidente, pero los resultados -todavía provisionales- no han hecho sino complicar aún más un panorama que se movía en unos márgenes de incertidumbre considerables. Los estratos correspondientes a las diferentes devastaciones que conocemos por las fuentes literarias pueden ser rastreados en los núcleos metropolitanos de la costa libanesa, pero con desigual éxito, y a partir de ellos elaborar una datación muy provisional ante y post quem. Históricamente, estamos bien informados de las campañas militares que las grandes potencias del Cercano Oriente llevaron a cabo sobre las ciudades fenicias. Los textos relatan sucesivos asedios de Tiro por Salmanasar V (724-720 a.C.), Senaquerib 137

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

(701), Assarhadón (671-667), Assurbanipal (663) y Nabucodonosor II (585573). Estos cercos debieron tener importantes repercusiones en la ciudad, aunque sólo fuera a nivel de reforzamiento de las defensas, pero en este caso no disponemos de documentación material18. En Tell Abu Hawam algunas destrucciones sucesivas se han puesto en relación con episodios históricos, como el nivel de incendio que pone fin al estrato III de este asentamiento, que se ha relacionado con la campaña palestina del faraón Sheshonq I -980 a.C.-, circunstancia que no parece estar tan clara. M.D. Herrera y J. Balensi (1985: 36-37) son partidarias de rebajar la datación de este nivel III de Tell Abu Hawan entre el siglo X y mediados del VIII, por lo que la campaña de Sheshonq I debió afectar a otro estrato anterior o sencillamente no tuvo ninguna consecuencia en la bahía de Haifa. En el mismo sentido se manifiesta M.E. Aubet (1994: 68-69), quien observa la correlación existente entre el estrato III de Tell Abu Hawan y los coetáneos de Tiro. Por tanto, la estructura cronológica del Levante asiático y del Mediterráneo oriental parece que va a experimentar algunas modificaciones en los próximos años. Desde esta perspectiva, el libro de P. James (1993) ha puesto sobre aviso. A pesar de que algunos de sus excesos son evidentes, esta obra nos ha hecho reflexionar sobre algunas cuestiones claves. Se observa que en los sistemas de datación basados en los sucesivos reinados de los faraones egipcios hay evidentes problemas, por lo que es partidario de rebajar la fecha de finalización del Imperio Nuevo en unos 250 años. De este modo, el final de la dinastía XX quedaría fijado hacia 825, mientras que la data tradicional se sitúa en 1075 (James, 1993: 247-250). La consecuencia de aceptar esta propuesta tendría inmediatas consecuencias en la cronología asignada a la presencia fenicia en la península Ibérica. De acuerdo con James, la dinastía XXII habría empezado en torno al 800 a.C. y no en el 950. Por tanto, deberíamos rebajar las fechas asignadas a los vasos de alabastro aparecidos en Almuñécar con nombres de los faraones libios. No cabe duda que proponer alteraciones sustanciales de la cronología tomando sólo como referencia las dataciones radiométricas obtenidas en Occidente es una postura reduccionista, al no tener en cuenta lo que pasa en el Mediterráneo oriental. Durante años se ha acusado a la investigación española de ignorar Oriente, de construir explicaciones para la colonización fenicia basadas exclusivamente en los asentamientos peninsulares. Volvemos a repetir la historia. Con esto no pretendo oponerme a que las dataciones tradicionalmente admitidas se revisen, sino alertar sobre una demasiado holística: señalar que los fenicios llegan a Occidente en el siglo IX -tesis Parece que, de todos los asedios que sufrió Tiro, sólo el último tuvo consecuencias graves para la ciudad en lo referido a destrucciones. El sondeo de Bikai reveló que la cimentación de las potentes estructuras de época romana habían alterado los niveles correspondientes al Hierro Medio II (725-550 a.C.) y al Hierro Reciente (550-330), al menos en el área excavada, por lo que no disponemos -de momento- de ninguna información arqueológica sobre los posibles efectos de los diferentes sitios (Aubet, 1994: 45 y 60-61). 18

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización moderada-, supone revisar los mecanismos de expansión en el resto del Mediterráneo, fundamentalmente Chipre, el Egeo, Cartago y el área del Tirreno. Eso sin olvidarnos de la metrópoli y de las causas que impulsaron la expansión colonial. También hemos visto como en Oriente las dataciones basadas en el ciclo sotíaco se están revisando, ¡pero a la baja!. Ahí está la paradoja y nuestra perplejidad. Es evidente que aceptar unas nuevas cronologías en Occidente implica la necesidad de un nuevo modelo explicativo para la colonización fenicia diferente del que ahora tenemos. Eso no lo vamos a hacer nosotros y es tarea que corresponde a especialistas con bastante más experiencia. Como hemos visto, las propuestas sobre la revisión de la cronología al alza han partido de campos ajenos a los estudios fenicios, pero ¿qué se dice en este ámbito? La obtención una cronología radiométrica del 810 ± 30 cal. a.C. en Morro de Mezquitilla apuntó una fecha de finales del siglo IX para la fundación del poblado (Schubart y Arteaga, 1986: 514). Sin embargo, poco después, se optó por una datación en torno al año 750 a.C. o ligeramente anterior para el establecimiento de los fenicios en Morro, basándose en los platos de engobe rojo y sus correlaciones con los estratos de Tiro (Schubart, 1986: 69 y 78). Maass-Lindemann intentó confirmar esa datación antigua mediante el estudio de los fragmentos de Fine Ware –cerámica de Samaría-, pero éstos sólo alcanzan en Morro, como muy pronto, un momento de mediados del siglo VIII a.C. No obstante, dicha investigadora señala que la aparición de esta cerámica de lujo típicamente oriental confirma que Morro de Mezquitilla fue fundado por la primera oleada de expansión fenicia en Occidente (Maass-Lindemann, 1994: 291). M.E. Aubet (1994: 263) se muestra partidaria de asignar a Morro una cronología entre mediados y la segunda mitad del siglo VIII, aunque mantiene una solución de compromiso señalando que diferentes tipos cerámicos arcaicos de la colonia -netamente occidentales- permiten intuir que existe un horizonte fenicio más antiguo que el aquí detectado. No es el momento aquí para discutir en profundidad la fecha de fundación del Morro de Mezquitilla, pero plenamente conscientes de que dicha cuestión resulta un hito fundamental en la cronología del mundo indígena de la Andalucía mediterránea y su hinterland. Por tanto, la conclusión que sacamos de todo este debate es que los investigadores dedicados al mundo fenicio no son, al menos por el momento, partidarios de elevar las cronologías que se vienen admitiendo. Para nosotros esto resulta un auténtico alivio, pues el sistema de datación que proponemos para el mundo indígena de la Andalucía mediterránea y su hinterland se ajusta a los hitos temporales comúnmente aceptados para el periodo fenicio arcaico. 4.

NUESTRA PROPUESTA: RITMOS SOCIALES, RITMOS MATERIALES

La periodización que proponemos aquí tiene un enfoque múltiple. No sólo la entendemos como un ensamblaje cronológico, sino también como la articulación de todos los datos disponibles: seriación de objetos, analíticas 139

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El impacto colonial fenicio arcaico…

1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

paleoambientales, organización interna de los poblados, explotación de recursos y evolución del paisaje antrópico y natural. La periodización pretende ser el resumen del proceso histórico, lo que explica que la duración de determinadas etapas sea muy diferente. Hemos distinguido las siguientes fases (vid. FIG. 21): SUBARGÁRICO/BRONCE TARDÍO (Fin del Bronce Pleno-siglo XII). La fase subargárica supone la desaparición de las estructuras sociales propias del Bronce Pleno y la crisis de los modos de representación de sus élites, suponiendo el inicio de una situación nueva. Esto conlleva una pérdida de vigencia del aparato simbólico argárico, de ahí que no se documenten en el registro arqueológico los elementos que caracterizan el momento anterior. Esto no quiere decir que necesariamente se haya producido una desaparición de las diferencias sociales, pero es seguro que estamos ante una transformación de los modos de representarlas. El mantenimiento de ciertas relaciones a distancia se manifiesta en la presencia de algunas cerámicas a torno -de origen mediterráneo- y tipo Cogotas I -de procedencia meseteña- en contextos claramente autóctonos. No obstante, la capacidad de alteración de las estructuras sociales que tienen estas relaciones es nula, sin duda por su carácter esporádico. El término subargárico lo empleamos como reflejo de lo que está sucediendo en el resto del Mediterráneo en estos momentos, donde se ha producido el colapso de las estructuras sociales fuertemente jerarquizadas que habían caracterizado el mundo del Bronce Pleno y la concatenación posterior de etapas que presentan ciertos vínculos con la época anterior, pero que ya anuncian claramente una situación nueva: submicénico, subapenínico... Evidentemente el término subargárico sólo podemos emplearlo con propiedad en aquellas áreas donde se observa la existencia de estos grupos de élite argáricos. Es evidente el caso de la depresión de Vera y de la altiplanicie de Guadix-Baza, prolongándose en menor medida hacia la vega de Granada. Para el resto del territorio preferimos emplear el tradicional concepto de Bronce Tardío. Con ello queremos destacar la continuidad/ruptura con la etapa anterior, al tiempo que señalar la falta de documentación respecto a unos grupos de élite tan marcados como en las zonas propiamente "argáricas". BRONCE FINAL ANTIGUO (siglos XI-X). Desaparecen los vestigios del Bronce Pleno del registro material y comienzan a verse los primeros indicios de constitución de una situación nueva, con la aparición de nuevos modos de representación de la jerarquía social. Estas inferencias pueden extraerse a partir de la articulación del espacio territorial en torno a ciertos poblados y lugares de enterramiento de posibles linajes. Igualmente, continúan las relaciones a distancia, muy tímidas, pero se observa una basculación hacia el Atlántico, testimoniada por algunas importaciones. BRONCE FINAL PLENO (siglo IX-primera mitad del siglo VIII). No tiene solución de continuidad con la anterior, reforzándose los mecanismos de acceso desigual a los recursos -sociedad de rango-. La articulación del espacio se observa muy claramente en torno a grandes poblados surgidos en estos 140

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Capítulo 5 Bronce final-hierro antiguo. Terminología, cronología y periodización momentos. Disponen de fácil defensa y buen dominio visual de un territorio susceptible de explotación, que suele estar configurado por un valle fluvial. Comienzan a aparecer los primeros indicios de existencia de aldeas agrícolas. Se intensifican las relaciones con el mundo atlántico, con la presencia de espadas de lengua de carpa y depósitos de metal. HIERRO ANTIGUO I (segunda mitad del siglo VIII). Se produce el contacto permanente con los fenicios, aunque la estructura social todavía no se verá alterada. Esta etapa la identificamos principalmente por la aparición de las primeras importaciones a torno en los contextos indígenas, pero no es una fase puramente arqueográfica. El contacto no traumático con los colonizadores pone las bases de lo que será el periodo siguiente. Consideramos este momento como Hierro porque ahora estamos en el punto de partida de los procesos que se desarrollan en la fase posterior, suponiendo una inflexión en las estructuras socio-económicas del mundo autóctono. HIERRO ANTIGUO II (siglo VII-principios del siglo VI). Ahora será cuando se acelere el cambio social en el mundo indígena. La presencia fenicia y la interacción con las élites tartéssicas van a favorecer el proceso de jerarquización, dando lugar a estructuras algo más jerarquizadas que el rango. Sin duda, las relaciones parentales actuaron de vehículo de esta mayor diferenciación social, pero también debieron comenzar a formarse clientelas en torno a los líderes. Es una época de intensificación en todos los órdenes: social, tecnológico y económico. El primero consiste en la concentración del poder y la consolidación de las desigualdades; el segundo en la implantación del torno, el inicio de la metalurgia del hierro y la introducción de nuevos métodos de trabajo; finalmente, el tercero desembocaría en la explotación del medio al máximo de sus posibilidades, con su reflejo en la estructura productiva y en la articulación del espacio. Todo ello fue acompañado de un crecimiento demográfico notable, como se observa en la mayor capacidad de ocupación del territorio. HIERRO ANTIGUO III (mediados del siglo VI). Se llega a los límites máximos del sistema con la tecnología disponible, por lo que tiene lugar una reestructuración que potencia aún más la concentración de riqueza en ciertos sectores de la clase dominante autóctona. La evolución de las élites hacia una aristocracia guerrera tiene como resultado una mayor coerción sobre los productores y una situación de conflicto casi permanente con otros grupos. Es un modelo polinuclear, muy atomizado, que dará paso al Ibérico Antiguo. Estos cambios en el poder indígena plantean unas nuevas relaciones con los sectores dirigentes de las colonias fenicias, no siempre convergentes, lo que pone fin al periodo arcaico. Los cambios en la cultura material también son observables en el registro arqueológico, aunque esta etapa, como suele suceder con todos los momentos de cambio intenso, resulta mal conocida a nivel empírico.

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1ª PARTE: LOS PLANTEAMIENTOS

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SEGUNDA PARTE

LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

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SALIR 3ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 22. Mapa general con las zonas de estudio.

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SALIR 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 23. Sectores ampliados con el Mapa Topográfico de Espñaa del Servicio Geográfico del Ejército, e. 1:50.000.

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6 LA DEPRESIÓN DE VERA

En el litoral del levante almeriense, limítrofe con la región de Murcia, la depresión de Vera aparece como una unidad geográfica perfectamente definida en torno a las desembocaduras de los ríos Almanzora, Antas y Aguas. Se trata de una llanura litoral amplia, enmarcada por una serie de sierras de escasa altura: Almagrera, Pinos, Almagro, Bédar y Cabrera. Las tierras bajas ofrecen posibilidades agrarias en las inmediaciones de los cursos fluviales, mientras que los macizos montañosos son ricos en filones de hierro, plata y cobre (FIGS. 2425). Entre Mojácar y Villaricos encontramos actualmente una costa rectilínea y baja. Esta banda de arena se ha constituido en época muy reciente, ya que los estudios paleogeográficos han confirmado que en el siglo VIII la desembocadura del Almanzora se encontraba unos 3 km. tierra adentro. Desde este punto se abría un estuario que alcanzaba los 1.500 m. en su bocana. En época fenicia arcaica la organización del poblamiento se encuentra claramente en función de esta vía navegable. Villaricos se emplazó en la entrada de la ensenada, conectando con el mar libre, mientras que Herrerías y su área minera constituía el puerto interior. Entre ambos enclaves, las márgenes de la bahía se encontraban densamente ocupadas (FIG. 26). A estas excelentes condiciones marítimas hay que añadir la facilidad de comunicación con el interior. Remontando el valle del Almanzora se accede a la altiplanicie de Guadix-Baza, por lo que la conexión entre Villaricos y el alto Guadalquivir es obvia. 1.

SUBARGÁRICO Y BRONCE FINAL ANTIGUO

La depresión de Vera es el territorio de la provincia de Almería que ha proporcionado por el momento una mayor cantidad de información sobre el Bronce Final. No obstante, la calidad del registro deja bastante que desear, pues prácticamente todos los datos anteriores al siglo VIII proceden de los trabajos de los Siret. a)

La crisis del Argar y su reflejo empírico

Tras la desintegración del Argar, el equipamiento material de sus grupos de élite y su ritual funerario desaparece del registro arqueológico sin dejar rastro. La explicación tradicional ha interpretado esta circunstancia como una "vuelta atrás" hacia una sociedad más igualitaria. El colapso del mundo argárico supuso la desaparición de aquellos grupos que habían ejercido un poder 147

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS centralizado en la depresión de Vera, sectores sociales que demandaban la metalurgia de aparato. Desconocemos si los grupos dirigentes del Argar fueron suplantados por otros inmediatamente, pero sí fue así, los mecanismos de representación de estos últimos fueron diferentes a los de sus predecesores.

FIG. 24. La depresión de Vera: el medio físico. No es objetivo de esta tesis doctoral discutir la fecha final del complejo cultural argárico, pero el problema nos afecta a la hora de colocar en una secuencia cronológica los testimonios materiales del periodo Subargárico y del Bronce Final Antiguo que conocemos en la depresión de Vera. Además, siendo el bajo Almanzora el área nuclear del Argar, sus cronologías van a condicionar, lo queramos o no, el momento de comienzo de la última etapa de la Edad del Bronce en el resto de la alta Andalucía. Si atendemos a las nuevas dataciones 148

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Capítulo 6

La depresión de Vera

de C-14 calibrado que se están ofreciendo para la desaparición del mundo argárico, éste fenómeno tiene lugar hacia el año 1550 cal. A.N.E. (Castro, Lull y Micó, 1996: 120). De acuerdo con los planteamientos tradicionales, el fin del Argar se establecería en una horquilla situada entre 1100 (Molina González, 1978: 200-202)1 y 1300 (Lull, 1983: 264). Por tanto, esta auténtica "edad oscura" que media hasta la llegada de los fenicios duraría siete, cinco o tres siglos, dependiendo de los autores consultados. Como ha señalado P. James (1993: 301-302) estas Dark Ages son muchas veces producto del manejo de la cronología por parte de los arqueólogos, por lo que debemos extremar la prudencia. De ahí la necesidad de establecer un periodo Subargárico, que actúe de comodín entre el final del Bronce Pleno y el inicio del Bronce Final, especialmente en la depresión de Vera.

FIG. 25. Panorama de la depresión de Vera desde Mojácar. Pasando por encima de las causas para explicar el fin del mundo argárico, totalmente fuera del alcance de nuestro trabajo, resulta evidente el cambio de articulación territorial que sufre la depresión de Vera tras el Bronce Pleno. Algunos de los poblados principales de la zona se abandonan, casos de El Argar, Lugarico Viejo y Campos. Los enclaves que continúan ocupados muestran importantes síntomas de descenso de actividad, de manera que ésta queda reducida a escasos vestigios materiales: Gatas, Fuente Álamo y El Oficio. Creo que si bien puede hablarse de una cierta crisis demográfica en el bajo Almanzora, es posible que se trate también de un cambio en los patrones de 1

Para F. Molina González el desarrollo del Argar hasta el año 1100 a.C. correspondería a su fase Argar C, Argar Tardío o Bronce Tardío.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS asentamiento. Estamos en uno de los territorios más prospectados e investigados de la península Ibérica, pero los poblados del Bronce Final no aparecen. A nivel de hipótesis, quisiera apuntar que el fin de El Argar vino a suponer un nuevo modo de plantear las relaciones sociales.

FIG. 26. El antiguo esturario del Almanzora (según Hoffman, 1988). 150

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Capítulo 6

La depresión de Vera

Durante el Bronce Antiguo y Pleno la población de la depresión de Vera estuvo muy concentrada en determinados enclaves. El agrupamiento supone un control más eficaz por parte de la élite, tanto sobre los productores agrarios como de los artesanos especialistas2. En cambio, en el Bronce Final no parecen existir grandes poblados en la comarca. Esto lo vemos claramente reflejado en aquellos asentamientos que continúan habitados. La presencia de numerosas necrópolis de incineración repartidas desigualmente por el territorio bien pudiera reflejar la existencia de poblaciones dispersas, con pocos efectivos. Los asentamientos correspondientes a estas gentes no han sido hallados, pero no deben encontrarse muy lejos de las necrópolis. A juzgar por éstas, debe tratarse de enclaves de escasa envergadura que, al encontrarse mayoritariamente en los terrenos sedimentarios de la llanura, resultan de difícil localización. A este respecto queremos destacar que los lugares que se mantienen habitados desde la etapa argárica tienen una serie de características tales como fácil defensa, presencia de agua y accesibilidad a fuentes de metal, aunque no haya muchos testimonios de su utilización. Su ubicación preferida son los piedemontes de las sierras que bordean la depresión (FIG. 27). Los asentamientos que se abandonan tras el colapso argárico son aquellos que ocupan lomas bajas. ¿Estamos ante una posible crisis climática que convierte a la llanura en un medio menos favorable? o ¿se trata de una cuestión de seguridad? Lo que es seguro es que los asentamientos en cerros se terminarán despoblando antes hacia el cambio de milenio, pero es precisamente en ese momento cuando aparecen las necrópolis de incineración: ¿son otras gentes los protagonistas del cambio, con un planteamiento diferente? b)

La espada de Herrerías y las relaciones a larga distancia

Varios son los elementos materiales que permiten inferir que el área de la depresión de Vera estuvo implicada de alguna manera en un circuito de relaciones a larga distancia durante el periodo Subargárico y el Bronce Final. Esta circulación de determinados bienes fue de carácter marítimo, pues, si observamos los mapas de dispersión de estos objetos, vemos como las posibles rutas naturales terrestres aparecen vacías. La magnífica rada del Almanzora y el cercano golfo de Almería, bien pudieron ser la puerta de entrada a todos esos objetos de carácter foráneo que se encuentran en contextos del Bronce Final del hinterland almeriense. No obstante, tampoco debemos magnificar estas relaciones con el exterior. La escasa integración de Los Millares y el Argar en una red de intercambio más amplia ha sido estudiada por R. Chapman (1991: 337-339), quien sostiene que elementos como el marfil, los huevos de avestruz o las cuentas de fayenza no tienen valor como indicios de intercambio regular ya que están espaciados en un periodo de varios siglos. Ciertamente, durante el Bronce Final observamos la misma tendencia: aparentemente las comunidades 2

No necesariamente dedicados en exclusiva a las tareas metalúrgicas (Montero, 1994: 295-296).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS del Sureste no tienen necesidad de establecer relaciones a larga distancia. Los objetos como espadas o vasos a torno llegan, pero siempre en escaso número.

Fig. 27. La depresión de Vera en el periodo Subargárico y Bronce Final Antiguo.

La espada de Herrerías es el hallazgo metálico más antiguo (Siret, 1913: lám. XV; Molina González, 1978: 216; Coffyn, 1985: 386, nº. 29) (FIG. 28). Sobre las circunstancias de su aparición no se conoce nada, pero debió aparecer entre 1907 y 1912. Igualmente su paradero actual es desconocido. Está incompleta y fragmentada en cuatro trozos, comprendiendo la empuñadura y parte de la hoja. La reconstrucción ideal que ofrece A. Coffyn (1985: lám. VI, nº. 1) otorga a la pieza una hipotética longitud de 48 cm. La 152

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Capítulo 6

La depresión de Vera

empuñadura es de lengüeta con cuatro perforaciones, la guarda se ensancha en forma de delta invertida, para enlazar con la hoja sin solución de continuidad; la hoja es ligeramente pistiliforme, con ensanchamiento central, flanqueado por dos estrías para configurar dos filos. Formalmente, la espada de Herrerías corresponde al tipo evolucionado de Ballintober3, de indudable filiación atlántica y fechado hacia 1100 a.C., aunque bien pudiera llegar hasta mediados del siglo XI (Coffyn, 1985: 122). Frente al tipo antiguo de Ballintober, el evolucionado supone la expansión hacia el sur de estas espadas, con hallazgos dispersos los valles del Charente y Ródano. Por tanto, la espada de Herrerías es el hallazgo más meridional de su clase y el único que se conoce en el ámbito de la península Ibérica, por lo que no deja de ser una pieza aislada. Posiblemente, la espada de Herrerías es el testimonio más antiguo de los circuitos de metal que empiezan a conectar el Atlántico y el Mediterráneo a finales del siglo XII o comienzos del XI, aunque todavía muy tímidamente. No sabemos si la espada de Herrerías fue traída por gentes de procedencia atlántica, por navegantes mediterráneos que regresaban de las costas occidentales de Europa o bien fue un objeto de prestigio introducido en una red de intercambio regional. Otra posibilidad muy factible es que la pieza haya llegado al Sudeste desde las bocas del Ródano. De todos modos, su aparición en una zona minera como Herrerías resulta bastante elocuente y pensamos que no es casual. Siret realizó en su tiempo un análisis de la composición metálica de la espada, concluyendo que el porcentaje total de cobre ascendía a un 89'39% mientras que el de estaño era del 7'87%, siendo el 1'96% restante antimonio, el cual, como elemento traza tiene un gran interés. c)

El Oficio y sus materiales

El Cabezo del Oficio se sitúa en el sector septentrional de la depresión de Vera, entre las sierras de Almagrera y de los Pinos. El Oficio constituye un escarpado cerro de 229 m. de alto, que domina el valle de la rambla de Canalejas, tributaria del Almanzora, señalando la ruta natural hacia el cercano corredor del Guadalentín, perteneciente ya a la cuenca del Segura. El lugar se encuentra en el término municipal de Cuevas de Almanzora, a 12 km. al noreste del núcleo urbano (vid. FIG. 56). El Oficio fue excavado por los hermanos Siret, quienes documentaron un poblado argárico. Tiempo después del abandono de este asentamiento, parece que hubo algún tipo de ocupación del Bronce Final, necesariamente durante un periodo de tiempo no muy largo (FIG. 29). Testimonio la misma son una serie de fragmentos de Cogotas I (Siret y Siret, 1890: lám. 62, 76-82; Molina González, 1978: 195). Su valoración debe hacerse con todas las reservas, ya que no sabemos cuál era su contexto preciso. Los arqueólogos belgas les

3

Toma su nombre de esta localidad del norte de Irlanda, condado de Roscommon. Otros autores incluyen la espada de Herrerías en el tipo Rosnoën (Almagro-Gorbea, M., 1972: 76).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS prestaron una atención especial porque su vistosa decoración contrastaba con la monotonía de la cerámica argárica presente en el poblado.

FIG. 28 Espada de Herrerías (según Coffyn, 1985)

FIG.29 El Oficio: materiales del Bronce Tardío y Final (a partir de Siret y Siret, 1980). a-d) Cerámica con decoración de Cogotas I e) Puñal de tipo Vénat

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Capítulo 6

La depresión de Vera

En El Oficio también apareció un puñal de bronce asociado a la cerámica tipo Cogotas I (Siret y Siret, 1890: lám. 62, nº. 2). La pieza, de 16 cm. de largo, presenta empuñadura en lengüeta simple con dos perforaciones para remaches y hoja triangular sin nervadura aparente. Este puñal fue vinculado hace tiempo con el mundo atlántico, concretamente con tipo portugués de Porto de Mos (Molina González, 1978: 195; Almagro-Gorbea, M., 1986: 417). Recientemente estas piezas han sido revisadas por S. Fernandez García (1997: fig. 2, 115, nº 1), quien propone su inclusión en la línea Vénat. La autora citada señala también algún rasgo que puede considerarse propio de los ejemplares más antiguos de la serie, como es la presencia de unos hombros rectos muy marcados a la altura de la guarda. Dentro de la línea Vénat los ejemplares más antiguos de la península Ibérica serían, por este orden, el puñal hallado en Lapa do Fumo -junto a Lisboa- y el procedente de El Oficio, ambos muy similares. El elemento morfológico antes aludido es considerado por dicha investigadora de origen mediterráneo oriental, aduciendo como prototipo dos piezas aparecidas en la necrópolis de Baghouz, en el codo del Éufrates, fechadas entre los siglos XIV-XIII a.C., que considera como paralelos inmediatos del puñal de Lapa do Fumo (Fernández García, 1997: 107 y 112). Por nuestra parte estamos de acuerdo con que el rasgo morfológico antes señalado es propio de las piezas más antiguas de la serie, pero desearíamos puntualizar algún aspecto. Sin rechazar un lejano origen en el Levante asiático para los prototipos originales, queremos señalar alguna pieza más cercana en el espacio y en el tiempo a Lapa do Fumo y El Oficio, concretamente de Sicilia. Concretamente me refiero al puñal aparecido en la tumba 44 de la necrópolis de Monte Dessueri, que estaba acompañado por dos fíbulas de arco de la fase Pantalica I, fechadas entre 1250 y 1000 a.C. (Bernabò, 1957: 151-154, fig. 32). A priori, esta data nos parece bastante factible para el puñal de El Oficio, ya que no plantea problemas de correlación con la cerámica de Cogotas I con las que se asocia. d)

Fuente Álamo

También dado a conocer por Siret, en este lugar se vienen efectuando excavaciones con cierta regularidad desde mediados de la década de los 70 por parte del Instituto Arqueológico Alemán. Fuente Álamo es especialmente conocido por sus niveles argáricos, pero también existe una ocupación inmediatamente posterior de gran interés, que aquí se puede calificar con toda propiedad como subargárica (Schubart y Arteaga, 1978; 1980; 1986b; Schubart, Arteaga y Pingel, 1986; Pingel et alii, 1998). Fuente Álamo se sitúa en la zona meridional de la sierra de Almagro, ya dentro del área montañosa. Se trata de un cabezo esquistoso de unos 250 m.s.n.m., ubicado en un entorno muy erosionado. Al pie del cerro brota la fuente que da nombre al poblado y que asegura el suministro permanente de agua, una de las preocupaciones básicas de los antiguos habitantes. Fuente Álamo tiene una vocación eminentemente serrana, en función de los afloramientos de cobre que se encuentran en el entorno. No obstante, su comunicación con las inmediatas 155

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS tierras bajas queda garantizada por la rambla de Joaquinín, tributaria del Almanzora (vid. FIG. 47). El final de la etapa argárica en el lugar se cifra hacia 1400-1350 a.C., según fecha radiocarbónica sin calibrar, iniciándose ahora la fase Fuente Álamo V. No se observan destrucciones importantes, sino más bien una trasformación lenta con respecto a la época anterior. El poblado continúa habitado, pero se produce la amortización de numerosas estructuras del Bronce Pleno y el abandono del rito funerario argárico. En cambio, la cisterna construida en el momento anterior sigue en uso, efectuándose incluso reparaciones en la misma. La cerámica de Fuente Álamo V presenta las formas habituales del momento Subargárico/Bronce Tardío (FIG. 30). Encontramos vasos de casquete esférico, vasos carenados, entre éstos alguno con mamelones colgantes, y ollas/orzas de paredes rectas –tipo 5,4-. No faltan tampoco algunos materiales con decoración de Cogotas I, aunque con una variedad bastante menor a la que vemos en lugares como Cuesta del Negro, en la altiplanicie de GuadixBaza. En este sentido, Fuente Álamo se encuentra mucho más próximo al inmediato poblado de Gatas. La fecha final del horizonte subargárico de Fuente Álamo se sitúa en el intervalo 1200-1100 a.C., data de C-14 sin calibrar. No obstante, la aparición en superficie de un soporte de carrete propio del Bronce Final (Gasull, 1982: fig. 8, nº. 44) hace plausible una frecuentación del poblado hasta el siglo IX, seguramente en función de los recursos mineros de la sierra de Almagro. Esta posible perduración del enclave hasta esos momentos no tiene por ahora constatación estratigráfica. e)

Gatas

Aunque el lugar de Gatas fue también dado a conocer por Siret, su investigación en los últimos años lo ha vuelto a poner de actualidad, con unos resultados de gran interés, especialmente para el estudio del periodo argárico (Chapman et alii, 1993; Castro et alii, 1999b). Recientemente ha visto la luz una amplia memoria, que recoge detalladamente una parte sustancial de los trabajos realizados en el poblado. Esta aportación resulta un instrumento de primera magnitud en lo que respecta tanto a la secuencia arqueográfica como las transformaciones ecológicas que se produjeron en el entorno del asentamiento a lo largo de la Prehistoria Reciente (Castro et alii, 1999a). Aún es pronto para efectuar una valoración en profundidad de los resultados del “Proyecto Gatas”, pero pensamos que nos encontramos ante un conjunto de datos que en el futuro deberán ser muy tenidos en cuenta para explicar la crisis del mundo argárico y el origen de la nueva organización social y territorial del Bronce Final, al menos en esta zona de la provincia de Almería.

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 30. Fuente Álamo. Materiales del Subargárico/Bronce Tardío.

Gatas es un pequeño cerro al pie de la vertiente septentrional de la sierra Cabrera, mirando hacia las tierras bajas de la depresión de Vera, drenadas en este sector por el río Aguas. El yacimiento se sitúa dentro del término municipal de Turre, a 6 km. de la costa (FIG. 31). Gatas ocupa un entorno favorable de cara a una explotación diversificada de los recursos naturales: tierras de cultivo en la planicie, pastoreo en las laderas y extracción de mineral en la sierra. Prescindiendo de los niveles del Bronce Antiguo y Pleno, Gatas nos interesa por su ocupación postargárica, desarrollada entre los siglos XV y X A.N.E., de acuerdo con las cronologías radiométricas calibradas propuestas por el equipo investigador del yacimiento. La primera fase postargárica es Gatas V (1500-1300 cal. A.N.E.). Se observa el abandono de las prácticas funerarias propias del Argar, mientras que la cultura material se encuentra ya dentro de los parámetros propios del momento Subarárico/Bronce Tardío. Encontramos ya los vasos carenados con mamelones colgantes –nuestro tipo 3,2-, elemento característico de esta etapa. Al tiempo aparecen también cerámicas con decoración de Cogotas I (Castro et alii, 1999a: 216-234, fig. 140; 1999b: 11-13) (FIG. 32).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 31. Localización de enclaves del Bronce Final en la desembocadura del río Aguas.

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 32. Gatas. Cerámica de la fase V (según Castro et alii, 1999b).

FIG. 33. Gatas. Cerámica de la fase VI (según Castro et alii, 1999b). 159

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La fase Gatas VI (1300-900 cal. A.N.E.) supone la decadencia del poblado hasta su abandono definitivo. Al parecer este periodo coincide con una cierta crisis climática, que derivó hacia un descenso de las precipitaciones y de las temperaturas. A este respecto parece existir una menor presión antrópica sobre el medio natural del valle del Aguas, quizás producto de un descenso de los efectivos demográficos en la zona. Aunque Gatas VI apenas ha proporcionado restos arquitectónicos, sí existen vestigios de una construcción de planta circular compartimentada en la ladera sur. La cerámica de este horizonte refleja un ambiente propio del Bronce Final Antiguo, aunque se muestra bastante conservadora. Aparecen algunas formas que ya indican una cronología más avanzada que en Gatas V, tales como los vasos de carena baja –nuestro tipo 3,3- (Castro et alii, 1999a: 234-250, fig. 154) (FIG. 33). Muy significativa es la presencia de cerámicas a torno, de las que poco se sabe por el momento, con formas muy similares a las conocidas en la Cuesta del Negro (vid. infra, cap. 14,1) y Llanete de los Moros de Montoro (Castro et alii, 1999b: 13). 2.

EL BRONCE FINAL PLENO: LOS SEPULCROS DE INCINERACIÓN "ALMERIENSES"

Los sepulcros de incineración resultan el testimonio principal del Bronce Final en la depresión de Vera. Sólo tres de estas pequeñas necrópolis Curénima, Caldero de Mojácar y Barranco Hondo- fueron investigadas con cierto detalle por los hermanos Siret entre 1881 y 1887. Realmente no existió verdadera excavación de ninguna de ellas, pues estaban saqueadas de antiguo. Únicamente pudieron documentar e inventariar los materiales que aún quedaban en su interior, muchas veces bastante revueltos. En otros casos, localizaron materiales similares a los tres lugares citados, que asociaron a tumbas de este tipo. Los Siret fecharon estos enterramientos, tras algunas vacilaciones, en la Edad del Hierro. Su área de dispersión abarcaba el territorio costero situado entre Mojácar y la localidad murciana de Mazarrón, pero en los últimos tiempos se ha prolongado hacia el norte hasta la cuenca del Vinalopó, con los túmulos de Les Moreres, en la Peña Negra de Crevillente (González Prats, 1983a: 134; 1983b). Estos enterramientos siguen planteando numerosos problemas de investigación, incluso tan básicos como su propia cronología, que oscila dos o tres siglos según los autores. Los hallazgos de Crevillente han resultado ser una aportación de enorme importancia. Una atenta lectura de éstos y su comparación con los de la depresión de Vera puede aportar soluciones definitivas. La mayoría de las necrópolis de incineración de la depresión de Vera se encuentran en las proximidades del litoral, pero pocas veces junto a la antigua línea de costa. Se ubican en pequeños cerretes alejados entre 4-10 km. del mar, cerca de los ríos Aguas, Antas y Almanzora (FIG. 34). Constan de una o dos tumbas, delimitadas por losas verticales, cuya planta adopta forma circular, 160

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Capítulo 6

La depresión de Vera

rectangular u ovalada. Los huesos, quemados en la gran mayoría de las ocasiones, suelen estar contenidos en urnas de forma ovoide, fondo plano, cuello exvasado y borde ligeramente saliente -tipo 5,2-. Cuando están decorados, estos recipientes presentan motivos incisos geométricos muy sencillos en el cuello o en la parte superior del galbo. Entre los temas destacan triángulos y bandas horizontales en zig-zag, en ocasiones rellenos de trazos rectos, que van acompañados de puntillados lineales. Los ajuares son pobres: brazaletes de bronce estannífero abiertos en sus extremos y cuentas de collar de piedra y bronce. A los ocho enclaves conocidos en la depresión de Vera, hay que añadir por su proximidad las necrópolis de Parazuelos y Llano de los Ceperos, ya en la vecina región de Murcia, que por sus características son idénticas a las anteriores. Además, el interés de este último lugar aumenta por la pequeña intervención científica efectuada en el mismo (Ramallo, 1981) y la ubicación en sus cercanías del poblado contemporáneo. a)

Río Aguas

El tramo inferior del río Aguas es el área de la depresión de Vera que reúne la mayor concentración de necrópolis del Bronce Final. En una superficie de algo más de 8 km2. se localizan cuatro enclaves: Caldero de Mojácar, Las Alparatas, Cuartillas y Cañada de Flores. Los enterramientos que conocemos se emplazaron en la margen izquierda del Aguas, ya sea en pequeñas elevaciones aisladas o en laderas orientadas al sur, hacia el río, que nunca se encuentra lejos de las necrópolis. El CALDERO DE MOJÁCAR (Siret y Siret, 1890: 82-83, lám. 12, 1; Molina González, 1978: 190-191) se sitúa en el paraje denominado Llanos de Bezacón. Ocupa un pequeño cerrete que alcanza los 30 m. de altura, que destaca ligeramente de la llanura circundante (vid. FIG. 31). Sobre este altozano se construyó una sepultura circular4 en fosa, con un diámetro de 1,40 m. La delimitación de la tumba estaba marcada por pequeñas losas de piedra verticales, no todas conservadas in situ, según puede deducirse del plano que publicaron los Siret. El suelo estaba formado por varias lajas colocadas horizontalmente. Al parecer, la estructura careció de cubierta, cerrándose simplemente con tierra (FIG. 35). La tumba contenía diversos restos oseos, algunos incinerados y otros no, pero no puede deducirse de éstos el número de enterramientos que albergó. A pesar de ello, no hay duda de que se depositaron varios cadáveres.

4

En el texto de los Siret se dice que la tumba de Caldero de Mojácar era poligonal (1890: 82), mientras que en el plano que proporcionan se observa claramente una planta circular.

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FIG. 34.

Necrópolis de incineración del Bronce final Pleno en la depresión de Vera.

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FIG. 35. La tumba de Caldero de Mojácar (a partir de Siret y Siret, 1980).

Respecto a la cerámica, Caldero de Mojácar proporcionó los restos de unos diez grandes vasos, que se utilizaron como urnas para contener las incineraciones, de manera que la cifra total de sepelios puede estimarse alrededor de este número. Todos los recipientes estaban rotos e incompletos, pero han servido para establecer un tipo cerámico bien definido que vemos en estas necrópolis -nuestro tipo 5,2- (FIG. 36,b). Se caracterizan por su tamaño considerable y su modelado en pasta oscura de textura arenosa, con fondo plano, cuerpo ovoide y cuello alto y exvasado. Un número no precisado de las urnas aparecidas en Caldero de Mojácar, pero quizás no más de una o dos, presentaba decoración lineal y geométrica incisa en la zona del cuello. Todas estas urnas disponían de un gran vaso con carena media que servía de tapadera. En Caldero de Mojácar los Siret documentaron diez ejemplares, uno de ellos también decorado de manera similar a la urna antes descrita, con la que seguramente hacía conjunto. Algunos de estos cuencos presentaban pequeñas perforaciones en el área de la carena. Además, para completar el contenido en cerámica de la tumba, hay que resaltar que también proporcionó un pequeño vasito de carena baja muy acusada, también horadada con perforaciones. 163

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FIG. 36. Cerámica de Caldero de Mojácar (a partir de Siret y Siret, 1980).

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Los elementos metálicos de Caldero de Mojácar consistían en cuatro brazaletes de bronce de sección intermedia entre ovalada y rectangular. A este conjunto hay que añadir otra pieza de sección similar, que Siret consideró un anillo al no tener los extremos abiertos, pero que parece debe ser incluida en el grupo anterior. Estas piezas estaban acompañadas por 16 pequeñas cuentas de collar de bronce en forma de alambre torcido y dos espirales del mismo material, muy deterioradas. Finalmente, hay que señalar la presencia de 12 cuentas de collar de piedra. La más interesante es de cornalina blanca opaca, pero está pintada de rosa. El resto son de caliza blanca o amarillenta, Las mejor trabajadas presentan sección de dos troncos de cono unidos por la base (FIG. 37). El CERRO DE CUARTILLAS es una escarpada elevación de 104 m. que domina el lecho del Aguas, a 2 km. de su desembocadura, dentro del término de Mojácar (Siret y Siret, 1890: 21, fig. IV, nº. 24; Molina González, 1978: 191) (FIGS. 31 y 38). Aquí existe un poblado de la "Cultura de Almería", al que se superpone algún tipo de ocupación del Bronce Final de poca magnitud, como demuestran dos hallazgos que realizaron los Siret. El primero es un fragmento de urna decorada de manera similar al anterior de Las Alparatas y a otro de Los Caporchanes. De Cuartillas también procede un collar de cuentas de piedra, cornalina y bronce, que Siret envió a la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 (Bosch, 1929: 168). LAS ALPARATAS se encuentra junto a la pedanía del mismo nombre, a caballo entre los términos de Mojácar y Turre (Siret 1908: 430; Molina González, 1978: 191). Ocupa una loma de unos 20 m. de altura, (FIG. 31 y 39). En este lugar Siret localizó un fragmento de una urna cineraria decorada (1908: fig. 32, nº. 10), muy similar a sendos ejemplares de Cuartillas y Los Caporchanes. El hallazgo de Las Alparatas conserva sólo la inflexión del cuello y la parte superior del galbo, decorado con motivos geométricos y lineales (FIG. 40) La localización de la necrópolis de CAÑADA DE FLORES ha venido siendo problemática. Siret, sin mucha precisión, la sitúa en el término municipal de Vera. F. Molina González hace lo propio al no poder ubicarla en un emplazamiento concreto. Por nuestra parte, pensamos que hemos dado con la situación exacta de este lugar5. Se encontraría en el término de Mojácar, aunque muy cerca de las lindes con Vera y Garrucha, ya en tierras inmediatas a la costa. El lugar es una vaguada que comunica los ámbitos de las desembocaduras de los ríos Aguas y Antas (vid. FIG. 31). El único testimonio que tenemos de la existencia aquí de un enterramiento del Bronce Final es un brazalete de bronce, con los extremos abiertos y rematados en sendas bolas

5

El topónimo Cañada de Flores aparece con las coordenadas U.T.M. 603.500-4.115.300 en la hoja 1.015-III (Garrucha) del Mapa Topográfico Nacional de España, e. 1:25.000, del Instituto Geográfico Nacional, 1ª ed. (Madrid, 1985).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS bicónicas, de las que sólo se conserva una6, además de un pequeño anillo del mismo material (Siret, 1893: fig. 297-298; Molina González, 1978: 192).

FIG. 37. Ajuar de Caldero de Mojácar (a partir de Siret y Siret, 1980).

6

M. Almagro Basch (1952: 205, fig. 176) publicó erróneamente esta pieza como procedente de la tumba 10 de Pozos del Marchantillo -Tabernas-.

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FIG. 38. El Cerro de Cuartillas desde el oeste.

FIG. 39. Panorámica de Las Alparatas y su entorno. 167

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FIG. 40.

b)

Fragmento de urna decorada hallada en Las Alparatas (según Siret, 1908).

Río Antas

En el entorno de la antigua albufera del Antas se distribuyó otro conjunto de necrópolis del Bronce Final. Aquí, los enclaves están bastante más dispersos por un territorio más amplio, por lo que la vinculación con el río es menor. Los CAPORCHANES se sitúa entre Palomares y Puerto Rey, en el término municipal de Vera. El lugar es una suave ladera orientada al sur, que culmina en un pequeño cabezo de 29 m. de altura (Molina González, 1978: 193). El área se sitúa a 1 km. de la margen izquierda del río Antas, que discurre al sur, y a unos 1.600 m. de la desembocadura actual, pero a comienzos del primer milenio a.C. el lugar estaba prácticamente en la orilla de la antigua albufera del Antas. En su conocida memoria Villaricos y Herrerías, Siret (1908: fig. 32, nº. 79) publico un corto número de fragmentos procedentes de esta necrópolis, sin restituir las formas presumibles de los recipientes originales. No obstante, está bastante claro que se trata de tres urnas, todas ellas decoradas con los motivos habituales (FIG. 41). En el catálogo de la Exposición Internacional de Barcelona figuran algunos fragmentos cerámicos que proceden de la "tumba 2 de Los Caporchanes", entre los que hay dos que corresponde a cuencos de carena media que serían tapaderas de urnas (Bosch, 1929: 168). De este dato se deduce que Los Caporchanes pudo tener, al menos, dos sepulcros.

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FIG. 41. Cerámicas decoradas de Los Caporchanes (según Siret, 1908).

CURÉNIMA se emplaza en el piedemonte oriental de la sierra de Bédar, en una suave ladera, a 120-140 m. de altitud, dentro del término municipal de Antas7 (Siret y Siret, 1889: 81-82; Molina González, 1978: 192) (FIGS. 42-43). La distancia a la actual línea de costa es de 10 km., lo que convierte a Curénima, dentro del grupo de la depresión de Vera, en la necrópolis situada más al interior, aunque estaría mucho más próxima a la antigua línea litoral de la albufera del Antas. Curénima fue otro de los lugares en el que los hermanos Siret pudieron hacer una documentación relativamente detallada de su contenido. La tumba consistía en una fosa rectangular con los vértices ovalados, que medía 2,5 m. de largo por 2 m. de ancho. El sepulcro estaba delimitado por pequeñas piedras, muchas de ellas perdidas o desplazadas de su sitio. Esta pequeña cámara carecía de suelo y techumbre artificiales (FIG. 44). La excavación de su interior reveló la existencia de osamentas muy deterioradas, algunas con señales de la acción del fuego.

7

Las coordenadas U.T.M. son 595.000-4.117.300 según la hoja 1.014 (Vera) el Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, 1ª ed. (Madrid, 1993). Aquí el lugar aparece como Curénima, más acorde con la ortografía castellana. Por ello preferimos usar dicha grafía en lugar de Qurénima, utilizada originalmente por Siret en francés y que ha sido seguida por toda la investigación española.

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FIG. 42. Localización de Curénima.

FIG. 43. Vista actual del pago de Curénima.

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FIG. 44. Planta de la tumba de Curénima (a partir de Siret y Siret, 1890).

FIG. 45. Cerámica de Curénima (a partir de Siret y Siret, 1890). 171

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FIG. 46. Ajuar de Curénima (a partir de Siret y Siret, 1890). 172

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FIG. 47.

La depresión de Vera

Enclaves del Bronce Final-Hierro Antiguo en el entorno de Cuevas de Almanzora y Vera. 173

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los Siret recogieron una gran cantidad de material cerámico. En la publicación de 1889 se dice que al menos aparecieron seis urnas y tres tapaderas -vasos de carena media-, todo ello sin decoración y muy fragmentado (FIG. 45). El ajuar metálico estaba formado por ocho brazaletes de bronce. Además, aparecieron varios anillos del mismo material, espirales y una aguja8. Muy notables resultan ser las cuentas de collar: catorce son de caliza blanca o amarillenta; otras catorce cuentas son de bronce, simples alambres torcidos y con los extremos abiertos. La pieza señera del grupo de cuentas es una de cornalina, que mide 17 mm. de diámetro por 9 mm. de altura; está trabajada con gran esmero, en forma de dos troncos de cono unidos (FIG. 46). BARRANCO HONDO se sitúa a 3 km. al norte de Antas, dentro de su término, a medio camino entre esta población y la cercana Cuevas de Almanzora (Siret y Siret, 1890: 83-84, lám. 12, nº. 2; Molina González, 1978: 192). La tumba debió encontrarse en un pequeño promontorio de 180-190 m. de altitud, muy cerca de la rambla del Cajete, que desagua en el río Antas, área hoy totalmente transformada (vid. FIG. 47). Aquí los Siret pudieron excavar una fosa ovalada, revestida de piedras, cuyas dimensiones eran 1,30 m. de longitud por 1 m. de anchura (FIG. 48). La tumba había sido expoliada no mucho antes de la llegada de los arqueólogos y, entre la tierra removida de su interior, se pudieron localizar algunos restos de osamentas en parte incineradas y diversos materiales. Aparecieron varios fragmentos de urnas y de tapaderas, algunas con perforaciones, aunque no se pudo precisar el número de ejemplares. Como elementos de ajuar se citan un brazalete de bronce de sección rectangular, dos cuentas de collar de caliza y otras dos de bronce (FIGS. 49-50).

FIG. 48. Planta de la tumba de Barranco Hondo (a partir de Siret y Siret, 1890) 8

Esta pieza apareció fuera de la tumba.

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La depresión de Vera

FIG. 49. Cerámica de Barranco Hondo (a partir de Siret y Siret, 1890)

FIG. 50. Ajuar de Barranco Hondo (a partir de Siret y Siret, 1890)

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Río Almanzora

El principal curso de agua que atraviesa la depresión de Vera también reúne un pequeño grupo de necrópolis del Bronce Final. La distribución de estos lugares resulta significativa en sí mismo: justo donde el río deja el profundo encajonamiento por el que salva la sierra de Almagro y se abre a la llanura. En el paraje de CAMPOS, enfrente de Cuevas de Almanzora, pero en la orilla opuesta del río, debió emplazarse una pequeña necrópolis del Bronce Final (Siret y Siret, 1890: 76-77; Molina González, 1978: 194). Este lugar es una meseta a modo de espolón que domina el lecho del río desde sus 110 m. de altitud máxima (FIGS. 47 y 51). Campos es uno de los principales poblados del Cobre de la depresión de Vera, donde además ha habido investigación arqueológica en los últimos tiempos, aunque estas campañas no han aportado ningún dato sobre el periodo que nos interesa. Los indicios que señalan la existencia de enterramientos del Bronce Final en Campos fueron recogidos por los Siret (1890: lám. 10, nº. 18-27 y 29). En concreto se trata de un conjunto de brazaletes de bronce, la mayoría fragmentarios, pero tres completos, uno con hueso adherido. Otro elemento que puede relacionarse con este horizonte funerario es una cuenta de collar de cornalina (FIG. 52). La información oral obtenida por los Siret de un agricultor de Cuevas de Almanzora confirmó que años antes se había saqueado en el lugar una tumba, con varios sepelios y delimitada por losas de piedra.

FIG. 51. Campos desde el lecho del Almanzora. 176

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 52. Ajuar de Campos (a partir de Siret y Siret, 1890) El CABEZO COLORADO está situado a 3 km. al noroeste de Vera, en el límite de este término municipal con los de Cuevas de Almanzora y Antas. Su cumbre alcanza los 222 m. de altitud y constituye un eslabón más de las pequeñas elevaciones que delimitan por el sur la vega baja del Almanzora, separando ésta de la cuenca del río Antas (vid. FIG. 47). Tenemos muy escasa información sobre este lugar, que debió ser estudiado por L. Siret entre 1888 y 1905. La única noticia que poseemos sobre el mismo es el dibujo de cuatro vasos cerámicos, publicados en la memoria Villaricos y Herrerías (Siret, 1908: fig. 32, nº. 3-6). Todos los vasos estaban incompletos, pero, de acuerdo con su costumbre habitual, Siret ofrece su reconstrucción aproximada. Tres de estos recipientes son grandes urnas cinerarias, dos de ellas decoradas con los motivos geométricos habituales, mientras que otro es un vaso carenado con sencilla ornamentación (FIG. 53). CORTIJO DEL SEVILLANO. Los Siret dan también la noticia de que a poca distancia al norte de la necrópolis de Barranco Hondo, que pertenece al ámbito del río Antas (vide supra) localizaron otras dos tumbas del Bronce Final (Siret y Siret, 1890: 84). A pesar de lo impreciso de la información, el lugar debe situarse entre los inmediatos cortijos del Sevillano y del Tomate, ya dentro la cuenca del Almanzora, en la línea de altozanos que delimita por el sur la vega de éste (vid. FIG. 46). La planta de estos sepulcros era circular, alcanzando los 0,60 m. de diámetro. Contenían diversos restos óseos incinerados y fragmentos de urnas y tapaderas, pero ningún elemento de ajuar. 177

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Problemática de estos enterramientos

Estas tumbas se han visto envueltas en una gran polémica sobre su origen desde las primeras síntesis sobre la Prehistoria de la península Ibérica. Para Bosch Gimpera (1935: 23-24) eran testimonio de la presencia de las gentes de los Campos de Urnas en el Sureste, por lo que se situarían en los siglos VII-VI a.C. La misma opinión fue sostenida después por Almagro Basch (1952a: 204-206). F. Molina (1978: 190-194) rechazó estas dataciones tan bajas, subiéndolas hasta los siglos X-IX a.C. o incluso un poco antes, al tiempo que atribuía estos sepulcros a las comunidades autóctonas de la zona. Pellicer (1986b: 444-449), basándose en las incineraciones fenicias de Trayamar y Cerro de San Cristóbal, pensó en que el origen de estas necrópolis almerienses estaba en la influencia colonial sobre el mundo indígena, rebajando su cronología a los siglos VIII-VII.

FIG. 53. Cerámica de la necrópolis de Cabezo Colorado (según Siret, 1908) 178

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Capítulo 6

La depresión de Vera

En los últimos tiempos, la mayoría de los autores únicamente están de acuerdo en una datación anterior a finales del siglo VIII, ya que en lo demás hay opiniones muy variadas. El descubrimiento de la necrópolis alicantina de Les Moreres de Crevillente ha vuelto a poner de actualidad el tema de las relaciones del Sureste con el mundo de los Campos de Urnas, especialmente a través del Bajo Aragón (González Prats, 1983a: 134; 1983b). Algunos investigadores han querido ver testimonios de las relaciones con el Mediterráneo central en estas sepulturas. En algún caso, se han comparado los motivos de la cerámica depositada como ajuar en las necrópolis de la depresión de Vera con el ámbito protovillanoviano (Ros, 1987: 91-92 y 100). En otro, se insiste en las relaciones entre la Península y las islas de Cerdeña y Sicilia a través del enterramiento de inhumación de Roça do Casal do Meio (Setúbal), al que considera como el sepulcro de gentes de dicha procedencia que arribaron a la desembocadura del Tajo (Belén, Escacena y Bozzino, 1991: 237-240). Finalmente, M.M. Ayala (1986: 310-311) ha señalado que la costumbre de enterramientos sucesivos que se documentan en estos sepulcros almerienses podría relacionarse con el modo de depositar los cadáveres en época argárica. Aparte del debate propiamente arqueográfico que han suscitado las necrópolis de incineración almerienses, una cuestión que tiene una gran importancia, pero en la que poco se ha entrado, es el significado y función que tienen estos lugares. En primer lugar es necesario plantearse la cuestión de los asentamientos. Hasta el momento no se han localizado. No podemos olvidar que los lugares de El Oficio, Fuente Álamo y Gatas están abandonados en el momento cronológico que se asigna a estas necrópolis. Por otro lado, es necesario insistir en la coincidencia de que todas las necrópolis se sitúan en lugares destacados: cerros prominentes -Cuartillas y Cabezo Colorado-, cerretes aislados -Caldero de Mojácar- o lomas -Las Alparatas y Curénima-. Estamos ante hitos del paisaje, que actúan como señales en un espacio geográfico caracterizado por una horizontalidad que sólo se ve alterada por la presencia de estas elevaciones. Finalmente, no parece cuestión menor el carácter de tumbas colectivas que tienen la mayoría de las necrópolis documentadas, por lo que hay que pensar en una relación de tipo parental entre las personas cuyas cenizas se depositaron aquí. Ante la ausencia de poblados, las necrópolis actúan como elementos esenciales en el territorio, estableciendo una serie de señales en el paisaje cuyo sentido último se nos escapa. Su carácter colectivo y parental puede ser indicio de una cierta organización gentilicia en la depresión, en la que diferentes linajes ejerzan una posición preeminente, lo que les da derecho a ser enterrados en estos lugares altos, con una evidente significación de prestigio. Por tanto, estaríamos ante un argumento más para señalar un cierto grado de jerarquización social en las comunidades del Sureste en los momentos previos a la presencia fenicia. A este respecto, la función de la necrópolis de Les Moreres de Crevillente sería distinta, al estar asociada al inmediato poblado de la Peña Negra. 179

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 4.

EL ESTUARIO DEL ALMANZORA: LA DUALIDAD VILLARICOSHERRERÍAS

El puerto natural constituido por la antigua desembocadura del Almanzora fue durante la Protohistoria la principal referencia geográfica de la depresión de Vera. Esta circunstancia explica la importancia demográfica de la zona, tanto indígena como fenicia. El estuario servía de enlace entre las principales fuentes de recursos del territorio: tierras de cultivo en las márgenes, explotación minera en Herrerías y aguas marinas libres en Villaricos. a)

Villaricos, una colonia fenicia arcaica

La moderna población de Villaricos, perteneciente al término municipal de Cuevas de Almanzora, se sitúa en la margen izquierda de la desembocadura del río homónimo, ocupando el piedemonte meridional de la sierra de Almagrera. El origen de este asentamiento hay que buscarlo en una instalación fenicia arcaica, todavía escasamente documentada, que se convirtió a partir de los siglos VI-V en una pujante ciudad muy vinculada con Cartago, Baria, cuya prosperidad continuó en época romana. La vida económica del lugar se basó en la extracción de plata en las inmediatas minas de Herrerías y Almagrera, aunque debió existir también una importante actividad agropecuaria en la llanura inmediata. Las excavaciones de Villaricos las inician los hermanos Siret entre 1890 y principios de siglo, alternándose trabajos en la necrópolis y el asentamiento, aunque la primera recibió bastante más atención (Siret, 1908; 1913). En la postguerra, M. Astruc (1951) estudió una parte de los materiales exhumados por los Siret, proponiendo una primera sistematización de la necrópolis. En los últimos años han intervenido en el lugar M.J. Almagro Gorbea (1984) y J.L. López Castro. La sospecha de que Villaricos es una fundación de época fenicia arcaica se debe a H. Schubart y O. Arteaga (1986: 517), que señalaron la existencia de una serie de materiales de esa cronología en el hinterland inmediato. Afortunadamente, en la última década este vacío se ha empezado a llenar con nuevos datos empíricos de gran interés, pero seguimos a la espera de que nuevas excavaciones aporten una panorama más diáfano a los siglos VIII-VI, tanto en la antigua Baria y su entorno inmediato, como en el resto de la depresión de Vera. Para la presente tesis doctoral, el interés que tiene Villaricos como asentamiento fenicio arcaico es su capacidad de articular el territorio de la depresión de Vera en un esquema colonial similar al que se ha propuesto para los valles de los ríos malagueños Vélez y Guadalhorce: una colonia principal, una serie de asentamientos subsidiarios de la misma y presencia de grupos indígenas en el entorno (FIG. 54). La determinación de la primitiva línea de costa ha permitido descubrir algunos de los asentamientos dependientes de Villaricos durante los siglos VII-VI y momentos posteriores, todos con buenas posibilidades náuticas (FIG. 55-56).

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 54. La depresión de Vera en los siglos VIII-VI a.C. La ocupación del CABECICO DE PARRA por los fenicios desde el siglo VII a.C. confirma la presencia de los colonizadores en el estuario del Almanzora en pleno periodo arcaico. Este lugar se sitúa a poca distancia de Herrerías, muy cerca de la confluencia del Almanzora y la rambla de Canalejas. Seguramente, estamos ante un lugar de embarcadero entre la colonia fenicia y las inmediatas minas de Herrerías. Otros lugares similares son CORTIJO VELASCO y EL MARQUÉS, en la orilla opuesta del estuario. (López Castro, San Martín y Escoriza, 1987-88). Más al interior, se cita la presencia de materiales de estos momentos en PAGO DE SAN ANTÓN, junto a Vera (FIG. 57) (Schubart, 1982). 181

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FIG. 55. Lugares arqueológicos de los siglos VIII-VI en la desembocadura del Almanzora. 182

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 56. El poblamiento en el entorno de Villaricos.

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FIG. 57. Plato de engobe rojo de Pago de San Antón.

b)

El coto minero de Herrerías

El pequeño macizo de Herrerías constituye uno de los lugares más importantes para la historia de la minería almeriense, lo que explica su poblamiento prácticamente ininterrumpido desde el Calcolítico hasta la actualidad. Está situado junto a la orilla izquierda del Almanzora, a 3 km. de la desembocadura actual9. Herrerías es una verdadera rareza geológica, debido a su abundante concentración de metales en un ámbito tan pequeño. El macizo tiene una extensión de poco más de 1 km2. y alcanza una cota máxima de sólo 68 m.s.n.m. La topografía es muy sencilla: dos alineaciones de cerretes o "cabecicos" se disponen en sentido norte-sur, separadas por una vaguada. Herrerías alberga plata, cobre, plomo, hierro y zinc, pero sólo los dos primeros fueron explotados en la Protohistoria. La plata aparece en estado nativo. El valle central de Herrerías oculta en el subsuelo una falla que dislocó los filones argentíferos y los situó a profundidades diferentes. Al oeste -área de Cerro Virtud- se encuentra el criadero más superficial, mientras que al este la plata se encuentra debajo de un potente estrato arcilloso. Esto explica que en época antigua y medieval sólo se explotara la zona occidental del coto. El sector oriental no comenzó a beneficiarse hasta 1870, perdurando la explotación de hierro hasta mediados del siglo XX. Actualmente no existe ninguna actividad extractiva en el entorno.

9

La pedanía de Herrerías pertenece al término municipal de Cuevas de Almanzora. Las coordenadas U.T.M. son 606.900-4.126.150, según la hoja 1.015 (Garrucha) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército (1ª ed., Madrid, 1988).

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Capítulo 6

La depresión de Vera

Todo parece indicar que en Herrerías existía un importante contingente demográfico indígena cuando los fenicios llegan a la desembocadura del Almanzora. No obstante, conocemos muy poco de estas gentes y no parece que esta situación vaya a cambiar mucho en el futuro. Necesariamente hay que ser pesimistas sobre las posibilidades de poder iniciar algún día investigaciones más profundas en este sentido, dado el avanzado estado de alteración de toda el área de Herrerías: cortas a cielo abierto, pozos, escoriales, escombreras y viales. El resultato es un paisaja muy degradado (FIG. 58). Sólo podemos ofrecer una cierta sistematización de las informaciones publicadas por Siret y otros autores, así como las procedentes de hallazgos aislados (FIG. 59). c)

El Bronce Final en Herrerías

Prescindiendo de la espada de tipo Ballintober comentada más arriba, las noticias sobre el Bronce Final en Herrerías se refieren a la existencia de algún nivel de hábitat y diferentes enterramientos. El inmediato tell de Almizaraque parece que contiene un estrato de habitación del Bronce Final, escasamente conocido (Molina González, 1978: 193-194). Por su parte, Siret (1908: 53, fig. 32, nº. 1-2) recuperó en el lugar dos urnas ovoides con cuello y fuentes carenadas utilizadas como tapaderas, junto con huesos incinerados (FIG. 60). La existencia de un horizonte funerario de estos momentos en Almizaraque se confirma en el tholos de La Encantada I. Además de los ajuares correspondientes al Calcolítico, también se documentó un anillo con aleación ternaria de cobre, estaño y plomo, lo que aconseja su inclusión en una fase posterior. La data del Bronce Final para este enterramiento secundario se confirma también por las fechas radiocarbónicas de algunos huesos, que ofrecen una cronología c. 1000 cal. A.N.E. (Castro, Lull y Micó, 1996: 192). En el sector norte de Herrerías L. Siret descubrió uno de los principales enterramientos del Bronce Final de la depresión de Vera. Desgraciadamente, las descripciones del mismo son muy escuetas y tampoco conocemos ningún material gráfico. Sin duda, el lugar está hoy destruido o colmatado de tal manera que su localización exacta es tarea muy difícil. Se trataba de una tumba de pozo totalmente subterránea, que poseía una cámara funeraria lateral. En la misma se depositaron las inhumaciones de diez mujeres y algunos niños. Como todo ajuar, una mujer llevaba un brazalete de bronce con los extremos abiertos en el tobillo, apareciendo también algunos anillos de bronce y cuentas de collar de vidrio y cuarzo dispersas (Siret, 1908: 429). Es evidente que los materiales son similares al resto de las necrópolis del Bronce Final de la zona, pero el rito y la construcción de la sepultura resultan excepcionales.

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FIG. 58. Estado actual del paraje de Herrerías.

FIG. 59. Localización de hallazgos arqueológicos en Herrerías (a partir de Siret, 1908) 186

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Capítulo 6

La depresión de Vera

FIG. 60. Urna y tapadera de Almizaraque (según Siret, 1908). d)

La necrópolis de Boliche

La necrópolis de Boliche se conoce solamente a raíz de los trabajos de Luis Siret y Pedro Flores. La vecindad de Boliche al domicilio de Siret en Herrerías y su dedicación a otros lugares del bajo Almanzora motivaron que a esta necrópolis sólo se le prestase una atención puntual. Las breves informaciones que proporciona Siret, las notas que redactó su capataz y los materiales que se conservan en el Museo Arqueológico Nacional son las únicas fuentes para el conocimiento de este enclave (Osuna y Remesal, 1981: 377398). La necrópolis debió descubrirse casualmente en un momento no muy anterior a 1900, siendo expoliada intensamente por los vecinos de Herrerías. Siret no encontró ninguna tumba intacta, algunas estaban vacías y la mayoría se encontraban revueltas, quedando en el lugar los restos óseos, los fragmentos cerámicos considerados sin valor y aquellos pequeños objetos que, precisamente por su tamaño, pasaron inadvertidos a la rapiña10. La actuación de Siret en Boliche debió realizarse hacia 1904, continuando esporádicamente hasta 1908. A partir de ese año, Pedro Flores debió redactar los diarios de la necrópolis, si bien ya habían aparecido algunas noticias sobre la misma en la memoria Villaricos y Herrerías... (Siret, 1908: 422 y 432-434). 10

Debido a esta circunstancia, pienso que no tiene ningún sentido comparar la presencia/ausencia de urnas cinerarias en determinadas tumbas de Boliche con el caso de La Joya como hacen Osuna y Remesal (1981: 401).

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FIG. 61. Loma de Boliche: planta del sector B de la necrópolis (a partir de los diarios de Siret, fuente: Osuna y Remesal, 1981).

FIG. 62. Loma de Boliche: estratigrafía del grupo de sepulturas 37-41 (a partir de los diarios de Siret, fuente: Osuna y Remesal, 1981). 188

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Capítulo 6

La depresión de Vera

Estas informaciones y los materiales conservado permitieron a M. Osuna y J. Remesal (1981) hacer una relectura de la necrópolis, que continúa siendo válida en líneas generales, pese a los casi 20 años que han transcurrido desde su publicación. No obstante, queremos aportar una revisión de la cronología y de la interpretación de la necrópolis en relación con el ámbito más amplio del bajo Almanzora. La Loma de Boliche se sitúa en la zona oriental de Herrerías. Debido al intenso laboreo minero y agrícola a que ha estado sometida toda esta zona, se ha borrado cualquier vestigio antiguo, al menos en superficie. Los diarios de Pedro Flores recogen un total de cincuenta y una tumbas, aunque es posible que hubiese un número mayor. Las notas incluyen una pequeña descripción de cada una de ellas, de los restos humanos hallados y un escueto inventario del material arqueológico aparecido. No faltan fragmentos cerámicos que proceden de la superficie de la Loma que bien podrían haber formado parte de algunas tumbas destruidas. A esto habría que añadir una fíbula de doble resorte recogida por Siret (1908: fig. 15, nº. 9), que apareció dentro de una urna a escasa distancia de la concentración de tumbas de Boliche. Aunque es totalmente imposible reconstruir una planimetría de la necrópolis, los enterramientos se distribuían en tres grupos, que es posible tengan un sentido secuencial en la utilización del terreno. El que denominamos "grupo A" parece que se situó en la zona alta de la Loma, comprendiendo un total de 36 tumbas: de la nº. 1 a la 36. El "grupo B" se encontraba en la ladera y está formado por 13 sepulturas: de la nº. 37 a la 49. Es el conjunto mejor conocido, ya que conservamos el croquis y el esquema estratigráfico de Siret (FIG. 61-62). Finalmente, al pie de la loma y a unos 140 m. del grupo A se encontraron dos tumbas, que forman el grupo C, designadas por Flores otra vez como nº. 1 y 2. Las sepulturas de Boliche son muy simples. Se trata de hoyos excavados en la tierra, bien de planta circular, con diecinueve enterramientos, o cuadrangular, con treinta. Son siempre de pequeñas dimensiones: las tumbas circulares suelen tener un diámetro medio entre 50 y 70 cm.11; las cuadrangulares son de mayor tamaño, oscilando entre 80-120 cm. de longitud y 60-80 cm. de anchura12. La excavación del hueco para las tumbas se efectuó en un substrato arenoso o en una tierra limosa más compacta. El primero demanda un mínimo refuerzo de las paredes para evitar que éstas se vengan abajo, lo que explica que en muchos casos fueran reforzadas con piedras o con barro.

11

Algunas alcanzan 1 m. de diámetro -nº. 4- y otras no miden más de 25 cm., caso de la nº. 51, pero estas excepciones son raras. 12

No obstante, hay algunas sepulturas que se salen de estas medidas, como las nº. 12 (130 por 80 cm.) o la nº. 50 (160 por 45 cm.).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Boliche es una necrópolis de incineración, con la deposición de los huesos quemados en urnas o directamente sobre el suelo natural. En determinados enterramientos aparecieron restos de leña calcinada mezclada con los huesos13, pero no hay certeza sobre la situación exacta de los ustrina. El ritual funerario llevaba aparejado la entrega al fuego de diferentes ofrendas de alimento, tales como higos14 y aves15, guardados en cestos de esparto16. Respecto al ajuar que acompañaba a los difuntos es, por lo general, bastante pobre. Casi la mitad de los enterramientos conocidos sólo han proporcionado huesos quemados17. Ignoramos si esta circunstancia se ha producido a causa de los saqueos o a que originalmente no se depositó ningún objeto. A pesar de ello, la similar circunstancia que observamos en la necrópolis del Cortijo de las Sombras de Frigiliana (vid. infra, cap. 11), nos hace pensar que la ausencia de ajuar en numerosas sepulturas de Boliche responde a condicionantes de tipo cultural y social de los individuos aquí enterrados (FIG. 63). Los engobes rojos de la Loma de Boliche son exclusivamente platos, que proporcionan la fecha más antigua del enclave. Desgraciadamente, sólo una pieza procede de una tumba, siendo los demás hallazgos superficiales. El plato aparecido en la tumba 10 presenta engobe únicamente en el interior; corresponde al tipo de borde estrecho, con una anchura de labio de 1,8 cm. Muy similar es uno de los platos aparecidos en superficie, con una anchura de borde aún menor que el anterior, sólo 1,5 cm. (Osuna y Remesal, 1981: figs. 8 y 15, b). Por su morfología estos dos platos de Boliche no coinciden exactamente con ninguno de los fechados en los momentos más antiguos de Morro de Mezquitilla. Entroncan mejor con alguna pieza del siglo VIII del Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata, 1986: fig. 2, nº. 2), por lo que deben tener una datación c. 750, que sería la fecha más antigua de presencia fenicia en el bajo Almanzora (López Castro, 1991: 81). Más reciente debe ser otro plato sin contexto, de borde ligeramente más ancho (Osuna y Remesal, 1981: fig. 15, c). No obstante, en este punto, no está de más ser prudentes respecto a las cronologías basadas en la anchura de los bordes platos fenicios de engobe rojo, como elemento aislado y para un pequeño lote de material. La cerámica pintada contabiliza tres ejemplares completos: la copa de la tumba nº. 1 y las urnas de las tumbas nº. 4 y 27, que presentan decoración lineal a base de bandas y filetes horizontales (Osuna y Remesal, 1981: figs. 4-5 y 11). Todos ellos se fechan en los siglos VI-IV, por lo que constituyen el grupo más tardío de la necrópolis. Se pone así de manifiesto que en Boliche existe un grupo de tumbas de época púnica. 13

Tumbas nº. 3, 4, 5, 11, 32, 42, 43 y 47.

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Tumba nº. 3.

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Tumba nº. 19.

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Tumbas nº. 3 y 21.

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Tumbas nº. 6, 13, 15, 16, 18, 20, 22, 23, 24, 29, 31, 33, 34, 37, 38, 42, 44, 45, 46, 49 y 50.

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Capítulo 6

La depresión de Vera

Respecto a la cerámica a mano, poco es lo que se puede decir, dado que es un material escaso en Boliche. De acuerdo con Flores y Siret sólo se localiza en dos tumbas, la nº. 7 y la 11. La primera es la más interesante, aquí encontramos un pequeño recipiente de cuerpo bitroncocónico, pie indicado y borde apuntado (Osuna y Remesal, 1981, fig. 7). Tipológicamente, puede ser asimilable a una olla, pero no viene a coincidir concretamente con ninguna de las variantes conocidas. Algunas ollitas parecidas las encontramos en el horizonte I de la Peña Negra de Crevillente con una fecha ante quem del 700 a.C. (González Prats, 1983a: 98). De todas las tumbas de la Loma de Boliche nos queremos detener en la nº. 40, por ser la que ha proporcionado un ajuar más completo y definido. Por el dibujo de Siret, sabemos que esta sepultura se excavó directamente sobre el suelo natural de grava y más tarde se superpuso sobre ella la tumba nº. 41 (vid. FIG. 62). Este detalle tiene su importancia de cara a señalar un momento relativamente antiguo para este enterramiento. Nos encontramos en la ladera de la loma, por lo que tuvo que transcurrir un cierto periodo de tiempo para que una capa de derrubios de un mínimo de 50 cm. de potencia, procedente de un sector más elevado, cubriera de esta sepultura y permitiese excavar una nueva tumba -la nº. 41- sin alterar la que había debajo. El ajuar nos indica una fecha de los siglos VII-VI18 (vid. FIG. 63). La cerámica consistía en un plato gris y una lucerna de doble mechero (Siret, 1908: fig. 34) Gran interés tiene un pequeño medallón de plata con motivos astrales: un disco solar al que se superpone un creciente lunar19 (Siret, 1908: fig. 37, nº. 1; Perea, 1991: 161). Con buen criterio, Siret paralelizó esta joya con otra de oro aparecida en la necrópolis de Douïmès, en Cartago. Hoy podemos compararla con algunas piezas más: tres de Tharros (Quattrocchi, 1974: fig. 6, nº. 149-151) y una de Cádiz (Perea, 1986: lám. 10, a), todas ellas de oro y de mejor arte que la que nos ocupa. El ajuar de la tumba nº. 40 contenía, además, tres aros de plata, con un diámetro en torno a los 4 cm. Probablemente se trataba de pendientes o de algún tipo de adorno. Pedro Flores recoge también la presencia de un objeto de hierro, que no identifica y del que no hay reproducción, seguramente porque estaba totalmente desfigurado a consecuencia de haber sido arrojado al fuego: podría tratarse de un cuchillo afalcatado, de un fragmento de espada o alguna herramienta de minería, todo ello a nivel de hipótesis. A pesar de las limitaciones de información que tenemos, la necrópolis de la Loma de Boliche revela una amalgama de elementos fenicios y autóctonos. Por tanto, parece que corresponde al lugar de enterramiento de grupos indígenas vinculados a la actividad minera en Herrerías, pero muy conectados con el mundo colonial de la fase arcaica de Villaricos. La necrópolis más próxima a Boliche en lo que respecta a ritual y ajuares es la de Frigiliana, 18

Esta data ya fue propuesta por Siret en su día (1908: 434).

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Mide 1,8 cm. de longitud por 1,5 cm. de altura. Esta importante pieza no fue entregada al Museo Arqueológico Nacional por su descubridor, ignorándose el paradero actual de la misma.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS aunque el enclave malagueño muestra mayor riqueza en su mobiliario fúnebre y más esmero en el depósito de los sepelios. Si confrontamos Boliche con lo que conocemos en otras necrópolis puramente fenicias de Occidente, son más las diferencias que las semejanzas. Pero para comparar no nos sirve cualquiera: Boliche no tiene enterramientos ricos, las personas que fueron enterradas aquí parece que ocuparon una posición social modesta, salvo quizás el propietario de la tumba nº. 40. Por tanto, no tiene sentido valorar Boliche en relación a Trayamar o Cerro de San Cristóbal, evidentemente destinadas a la clase dirigente colonial. Pienso que, para este propósito, el lugar más adecuado es el sector arcaico excavado en 1985-1986 en la necrópolis del Puig des Molins, en Ibiza. Me refiero al tristemente famoso solar de Can Partit. En este área de la necrópolis ebusitana se localizaron ventisiete incineraciones que se fechan desde el último cuarto del siglo VII hasta mediados del siguiente (Gómez Bellard et alii, 1990: 89-122). Las sepulturas de Can Partit, indudablemente fenicias, deben corresponder al nivel social en que se encuadraría el grueso de los colonos que arribaron a Occidente. No existe arquitectura monumental ni inversión importante de tiempo y energía en cavar profundos pozos, sino que encontramos simples fosas o agujeros en la tierra. En este sentido, hay una confluencia entre Can Partit y Boliche, pero en Ibiza la mayoría de las sepulturas muestran un cierto acondicionamiento en la existencia de un rebaje en el fondo a modo de canalillo y una cubierta de piedras que sella el enterramiento, elementos que no aparecen en Herrerías y que resultan esenciales de cara a la disposición del cadáver en el ritual funerario. Igualmente, la señalización exterior de las tumbas se efectúa en Ibiza mediante cipos prismáticos, mientras que en la Loma de Boliche no hay nada similar. Como depósito para los huesos incinerados, en Can Partit se utiliza con profusión la urna tipo Cruz del Negro, mientras que en Boliche los restos humanos están directamente sobre el suelo. Por último, en Can Partit la cerámica juega un papel fundamental en el ajuar, a base de formas típicamente fenicias: platos, ampollas y trípodes; en cambio, el metal resulta bastante escaso y casi siempre se trata de piezas de joyería. Es todo lo contrario a lo que vemos en Boliche, donde apenas existe ajuar, pero la mayor parte de las tumbas contienen piezas metálicas, como ocurre en Frigiliana. Esta presencia de objetos metálicos y la ausencia de cerámica también la vemos en todos los enterramientos del Bronce Final de la alta Andalucía, desde Fonelas hasta las incineraciones de la depresión de Vera.

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La depresión de Vera

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SUPERFICIE

FIG. 63. Materiales de la necrópolis de Boliche ordenados por tumbas (a partir de Siret, 1908; Osuna y Remesal, 1981).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS En este mismo sentido, la tumba nº. 40 de Boliche alberga una serie de elementos mucho más vinculados al mundo autóctono que a los enterramientos fenicios. La aparición en esta sepultura de un artefacto de hierro, aunque ignoremos su naturaleza concreta, es ya de por sí interesante, pues este metal no se documenta en los ajuares de las tumbas fenicias de la Península20. Así, hay que citar la tumba de la finca Torrubia de Cástulo, que contenía una abundante panoplia de armas de hierro, en muy mal estado de conservación (Blanco, 1963). Igualmente, en las tumbas 7 y 9 de La Joya encontramos sendos cuchillos en el mismo metal (Garrido, 1970: 68). Por otro lado, el medallón aparecido en la tumba nº. 40 de la Loma de Boliche es el único de su género que conocemos en plata, mientras que sus paralelos en las necrópolis fenicias son de oro. La utilización de un metal de menor valor puede deberse a que es una pieza de segunda categoría, como confirma, además, su acabado menos refinado que los paralelos antes citados. Idéntica circunstancia observamos en otra pieza de la necrópolis de Medellín, aunque con una iconografía egiptizante similar a la pieza aparecida en Trayamar 4 (Almagro Gorbea, M., 1991: fig. 6). M. Osuna y J. Remesal consideran que la Loma de Boliche es una necrópolis de "ciclo corto", situando la utilización del lugar entre los siglos VIIVI. Otros autores piensan que Boliche comienza a finales del siglo VI a.C. y se prolonga durante la época púnica (Jiménez Flores, 1996: 32, nt. 46). Por nuestra parte, pensamos que, a la vista de los materiales, la Loma de Boliche debió ser utilizada a lo largo de un periodo de tiempo bastante largo. Parece que el lugar comenzó a emplearse como necrópolis en la segunda mitad del siglo VIII a.C., por lo que respaldamos la idea de J.L. López Castro (1991: 81). El plato de borde estrecho de la tumba nº. 10 puede fecharse bien en estos momentos y, desde luego, no es pieza de larga amortización. El uso funerario de la Loma de Boliche continúa durante los siglos VII-VI, momento al que podemos asignar la tumba nº. 40. Finalmente, las incineraciones más tardías corresponden a los siglos V-IV. Debido al fragmentario estado de conservación de la necrópolis resulta imposible precisar más. 5.

EL ALTO ALMANZORA

A pesar de la importancia que tradicionalmente se ha venido atribuyendo esta ruta natural, nos encontramos ante un importante vacío de investigación durante los inicios del primer milenio a.C. Sólo en el entorno de la localidad de Tíjola, en el alto Almanzora, encontramos algunos indicios de poblamiento durante el Bronce Final-Hierro Antiguo. Concretamente se vienen citando lugares como LA CERRÁ y LA MUELA DEL AJO (Molina González, 1978: 196; Pellicer y Acosta, 1974: 158-159 y 161-163), muy mal conocidos (FIG. 64). El primero se sitúa en la vertiente septentrional de la sierra de los Filabres, con 20

En Trayamar 4 apareció un clavo de hierro que sus excavadores atribuyen bien al material de relleno de la cámara o bien a que formó parte de la techumbre de madera de la misma. En todo caso está claro que no formó parte del ajuar (Schubart y Niemeyer, 1976: 228).

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Capítulo 6

La depresión de Vera

presencia sólo de cerámicas a mano -vasos carenados-. Mientras, la Muela del Ajo, a escasa distancia del anterior, domina el cauce del río Almanzora. En este lugar encontramos tanto escaso material a mano como una mayor abundancia de torno, especialmente algunos bordes de ánforas R-1 de tipo 10,3, seguramente llegados desde Villaricos, lo que arroja una datación del siglo VI. En este sentido, la fundación del poblado de la Muela del Ajo puede interpretarse como resultado de la estrategia indígena, propia del Hierro Antiguo III, de controlar una importante vía de comunicación como es el valle de Almanzora. El lugar continuó habitado en época ibérica y romana, siendo el solar de la ciudad de Tagili.

FIG. 64. Poblados del Bronce Final-Hierro Antiguo en el Alto Almanzora.

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7 EL GOLFO DE ALMERÍA Y SU HINTERLAND Actualmente el golfo de Almería ofrece escaso abrigo a la navegación, debido a su amplia comunicación con mar abierto y a la configuración reciente de una costa rectilínea. En cambio, en el pasado las condiciones de esta rada eran excelentes, debido a que los cursos fluviales formaban profundos entrantes marinos, cuyas condiciones de puertos naturales fueron aprovechadas hasta la Alta Edad Media. La presencia de estos refugios debió tener un gran interés en la ruta marítima fenicia que discurre paralela al litoral del Sureste peninsular, debido a que estaba muy próxima a un punto especialmente peligroso: el cabo de Gata, donde abundan acantilados y bajíos (FIGS. 65-66). Realmente, sabemos muy poco a ciencia cierta como era la configuración del litoral del golfo de Almería en época protohistórica, ya que el proyecto alemán sobre paleogeografía de la costa andaluza ha mostrado un menor interés por esta zona. Los trabajos realizados en el área del río Andarax han aportado el descubrimiento de algunos asentamientos de época fenicia arcaica (Arteaga y Hoffmann, 1989: 194), de los que ninguna información ha trascendido. La configuración del estuario del Andarax en época romana puede inferirse de una noticia de Pomponio Mela (II, 94), que situa la ciudad de Urci1 en el fondo del golfo de su nombre, mientras otros núcleos urbanos de esta costa dan a mar abierto. Más tarde, en los siglos VIII y IX, la ciudad de Bayyana/Pechina, hoy a 12 km. de la costa, era el puerto principal de alAndalus. El proceso de colmatación del estuario debió iniciarse con intensidad en época islámica. La creciente demanda de madera generada por las atarazanas que el califa Abd al-Rahman III instaló en Almería provocó la progresiva deforestación de la cuenca del Andarax. La tala debió ser tan intensa que ya a finales del siglo X los astilleros almerienses debían surtirse de pinos en el Rif y en los Ports de Beseit (Lombard, 1972: 122-126, mapa 1). Por tanto, a partir de estos momentos, pero aún con mayor intensidad desde el siglo XVI, los procesos erosivos favorecen el desarrollo del actual paisaje de bad-lands (FIG. 67) y el avance de la flecha deltaica del Andarax.

1

La exacta ubicación de esta ciudad aún no está definitivamente resuelta, pero parece seguro que se encontraba en el entorno de Pechina (Lázaro, 1988: 120-121; Tapia, 1992: 188-194).

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FIG. 65. El entorno del golfo de Almería: el medio físico.

1.

EL GOLFO DE ALMERÍA EN LA ESTRATEGIA FENICIA

Muchos investigadores que se han ocupado de la colonización fenicia coinciden en preguntarse por qué no aparecen vestigios de la misma en el golfo de Almería, siendo un enclave marítimo importante, teniendo riqueza minera abundante y facilidad de accesos hacia el hinterland. Ciertamente, el bajo Andarax es un lugar muy propicio para instalaciones de época arcaica, que deben buscarse siguiendo la antigua línea de costa, como ha hecho el Instituto Arqueológico Alemán. Estamos seguros de que una labor intensiva de prospección en el tramo final del valle, tendrá resultados interesantes en este sentido. Los numerosos altozanos o lomas que flanquean las márgenes del río 198

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Capítulo 7

El Golfo de Almería y su hinterland

en los términos municipales de Benahadux, Pechina, Viator y Huércal de Almería resultan prometedores, pese al proceso de desmantelamiento que están sufriendo. Todo este entorno ofrece ciertas posibilidades agrícolas al tener un aporte hídrico asegurado, que contrasta con las descarnadas vertientes.

FIG. 66. La costa del cabo de Gata.

Tampoco hay que olvidar la riqueza minera de la zona, además de fácilmente explotable por la superficialidad de los criaderos. Es posible que la abundancia de metal impulsase a los fenicios a establecer algún asentamiento permanente en estas aguas, como habían hecho en Villaricos y Adra. Dos son las áreas mineras de interés en este periodo que circundan el golfo de Almería: las sierras de Gádor y Alhamilla, con recursos de cobre, hierro y plomo argentífero. Tampoco debemos olvidarnos de la posibilidades de extracción salinera en cabo de Gata. Finalmente, el golfo de Almería es el comienzo de una ruta natural que conduce a las tierras altas de Guadix, a través del valle del Andarax y su afluente el río Nacimiento. Precisamente, controlando el paso sobre este curso fluvial se encuentra el poblado indígena de los siglos VIII-VII a.C. mejor conocido en la provincia de Almería: el Peñón de la Reina.

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FIG. 67. Paisaje de bad-lands al pie de sierra Alhamilla.

2.

EL POBLAMIENTO DEL BRONCE FINAL EN EL BAJO ANDARAX

Frente a la gran cantidad de información que tenemos relativa al mundo argárico en la depresión de Vera, la cuenca del Andarax se presenta como un gran vacío (Martínez Padilla, 1986). Ciertamente, conocemos algunos poblados de la Edad del Bronce en el ámbito inmediato al golfo de Almería, pero no pueden compararse a los documentados en el bajo Almanzora, lo cual resulta sorprendente dada la proximidad entre dichos ámbitos geográficos. La explicación de esta circunstancia puede ser doble. Por un lado, puede tratarse de un vacío de investigación, ya que la arqueología de la zona ha estado tradicionalmente dedicada a la Edad del Cobre y al fenómeno Millares. Por otro, no parece descabellado pensar que el valle del Andarax fuese una zona algo marginal en el desarrollo del mundo argárico, polarizado entre el bajo Almanzora y la cuenca de Guadix-Baza. Durante el Bronce Final el panorama aún se hace más oscuro, ya que son muy pocos los puntos cercanos al golfo de Almería en los que podemos encontrar vestigios de estos momentos, todos bastante pobres y descontextualizados. Se trata de alguna pieza producto de un descubrimiento casual o bien materiales cerámicos recogidos en prospecciones superficiales (FIG. 68). 200

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Capítulo 7

El Golfo de Almería y su hinterland

FIG. 68. El poblamiento del bajo Andarax en el Bronce Final-Hierro Antiguo. a)

La espada de Tabernas

El hallazgo de estos momentos que ofrece una datación con ciertas garantías de fiabilidad es la espada de Tabernas, hoy conservada en el British Museum. Su estado de conservación es bastante aceptable, aunque está rota en el remate de la punta. La pieza mide 64 cm. de longitud (Coffyn, 1985: 386, nº. 60, lám. XII, nº. 5) (FIG. 69).

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FIG. 69.

Espada de Tabernas y paralelos. a) Hallazgo de Tabernas (según Harrison, 1974-75). b) Espada de Alhama de Aragón (según Harrison, 1974-75). c) Espada del bajo Loira (según Briard, 1965).

Producto de un descubrimiento casual, la espada de Tabernas sería un tipo intermedio entre los horizontes pistiliformes y lengua de carpa, reuniendo rasgos morfológicos de ambos, por lo que su fecha sería anterior a mediados del siglo IX. Diversos autores (Almagro Basch, 1940: 103; Harrison, 1974-75: fig. 1 nº. 3; Molina González, 1978: 221; Fernández Castro, 1988: 333) han 202

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Capítulo 7

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clasificado esta pieza como de lengua de carpa2, pero otros han optado por incluirla dentro del horizonte anterior. Entre los partidarios de ello destaca A. Coffyn (1985: 39), quien incluso identifica un tipo de espada que denomina Alhama de Aragón-Tabernas. Estas dos piezas son los únicos ejemplares de tipo Saint-Nazaire que se han documentado hoy por hoy en la península Ibérica (Coffyn, 1985: 35). La hoja de la espada de Tabernas tiene sus filos muy desgastados, pero estos muestran un ensanchamiento en la parte media de la misma, indicando un claro perfil pistiliforme, pero rematado con una punta aguzada al estilo lengua de carpa. Al tiempo, las doce estrías que muestra la hoja son desconocidas en las piezas de lengua de carpa en número tan elevado. Además de su escasez en el citado tipo, siempre aparecen iniciando el nervio central -una a cada lado- y a lo sumo otra más junto a las anteriores. Esta presencia abundante de estrías ha sido atribuida a los hallazgos pistiliformes de Bretaña, con los hallazgos más antiguos en el bajo Loira: Bassin de Penhoët, Saint-Nazaire y Montoir (Briard, 1965: fig. 63, nº. 4-6). Este rasgo aparece también en ejemplares peninsulares, además de Tabernas, tales como las espadas de El Bierzo (Leite de Vasconcelos, 1934: lám. 1), Veguellina de Órbigo (Delibes y Mañanes, 1979: fig. 1) y dos de Évora (Schubart, 1975b: lám. 53, nº. 467-468). Igualmente, el remate de las estrías mediante líneas de puntos en la guarda que aparece en la espada almeriense lo encontramos también la mencionada de Alhama de Aragón, de hoja marcadamente pistiliforme y considerada una importación bretona (Harrison, 1974-75: fig. 1, nº. 2). La empuñadura de la espada de Tabernas tampoco coincide con el tipo habitual de lengua de carpa: su lengüeta calada husiforme contrasta con la rectangular mayoritaria en Huelva y que también encontramos en las piezas de Cerro de la Mora o Almargen. Este mango husiforme es también propio del horizonte pistiliforme y aparece en piezas de la región de Nantes y en la espada de Alhama de Aragón. Sin embargo, el pomo en forma de cola de pez de Tabernas está más próximo al horizonte lengua de carpa. Los ricassi escasamente marcados que presenta la espada de Tabernas resultan indicio de antigüedad. Algunas piezas pistiliformes del bajo Loira ya esbozan levemente estas escotaduras, poco perceptibles en la espada de SaintNazaire, pero ya evidentes en la de Montoir (Briard, 1965: 187-190). Lo habitual en las espadas pistiliformes es que la hoja enlace sin solución de continuidad con la guarda, por lo que estas armas citadas del sur de Armórica ya nos están indicando una tendencia que se desarrollará plenamente en el tipo lengua de carpa. Por sus características formales, la espada de Tabernas se sitúa en la esfera de influencia de las producciones bretonas. Harrison (1974-75: 229 y 2

M.C. Fernández Castro, en una primera publicación, destaca la particularidad de esta espada dentro del conjunto de lengua de carpa (1988: 333), para más tarde situarla dentro del grupo pistiliforme (1997: fig. 22, nº. 28).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 231-232) defiende su carácter de importación desde Armórica. M. Almagro Gorbea (1986: 358) considera a esta pieza almeriense como de factura local, ya que el porcentaje de cobre de sus remaches alcanza un 99'5%, al tiempo que la cantidad de estaño es mínima. Ciertamente los broncistas armoricanos no solían escatimar en la utilización de estaño, que era abundante en esa región, mientras que escaseaba en el Sureste peninsular. A la opinión de Almagro se puede alegar que los clavos de la empuñadura de Tabernas pueden no ser los originales, sino productos de una reparación posterior efectuada ya en el área almeriense. Si bien la metalurgia del Sureste durante el Bronce Final no alcanzaba el nivel de la atlántica, sí que estaba capacitada perfectamente para efectuar este tipo de trabajos. En este sentido, resulta clave el análisis metalográfico de la hoja de Tabernas, que no encuentra correspondencia con los remaches: 93% de cobre y 5'87% de estaño (Craddock, 1977). A. Coffyn defiende la fabricación de la espada de Tabernas en la península Ibérica, basándose en sus porcentajes metálicos. Los hipotéticos talleres estarían en la fachada atlántica, desde Galicia al Alentejo (Coffyn, 1985: 202). Lo que no tiene mucho sentido es que Coffyn defienda para la espada de Alhama de Aragón un carácter de importación desde el oeste francés, mientras que el hallazgo de Tabernas, su paralelo hispano más cercano, sea una producción peninsular3. Por nuestra parte, pensamos que lo más prudente es valorar la espada de Tabernas como una importación, seguramente fabricada en el bajo Loira o en Bretaña. Sobre lo que poco podemos decir es cómo llegó a Almería, pero seguramente lo hizo por vía marítima. En cuanto a la cronología, la espada de Tabernas debe corresponder al momento tardío del horizonte pistiliforme, alrededor del año 900 (Coffyn, 1985: 202 y 267). Por tanto, sería anterior a la plenitud de los modelos en lengua de carpa, aunque conviviría con los primeros ejemplares de esta tipología. Por su parte, F. Molina González (1978: 221), al considerarla incluida en el horizonte lengua de carpa, asigna a la espada de Tabernas una datación más baja dentro de su Bronce Final II, entre 850 y 750 a.C. b)

Los poblados

Muy vinculado al entorno montañoso de la sierra Alhamilla se encuentra el poblado del CERRO DEL RAYO, situado en la vertiente suroccidental del macizo, junto al balneario homónimo, dentro del término municipal de Pechina. El lugar es un cerrete cónico, bastante erosionado, que alcanza los 506 m.s.n.m. La situación del yacimiento a una cierta altitud le permite actuar como un magnífico otero sobre el curso bajo del Andarax y su antigua ensenada (FIGS. 70-71). La existencia de este poblado se explica por los afloramientos de cobre de la sierra. Como no se ha realizado todavía ninguna prospección arqueometalúrgica en el entorno, realmente no sabemos exactamente dónde se encontraban los filones susceptibles de explotación, aunque las 3

En este sentido, resulta significativo que no se dispongan de análisis metalográficos de la espada zaragozana. Por ello, esta opinión se sostiene únicamente por razones tipológicas.

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mineralizaciones cúpricas superficiales abundan en todo el entorno. No faltan tampoco concentraciones importantes de hierro, que pudieron tener algún interés para los fenicios, aunque nada sabemos al respecto. Además, no podemos olvidar la importancia que tienen los manantiales de los Baños de Sierra Alhamilla, que brotan a tan sólo a 300 m. al noreste del poblado y que aseguran el suministro de agua en todo momento4. En superficie F. Molina González (1978: 189-190) señala la presencia de algunas cerámicas propias del Bronce Tardío y fragmentos decorados con boquique, que se superponen a un nivel argárico. Más volcado hacia las tierras bajas con posibilidades agrícolas se encuentra el CERRO DEL FUERTE. Se sitúa en los contrafuertes occidentales de la sierra Alhamilla, dominando la confluencia del Andarax con la rambla de Tabernas, dentro del término municipal de Rioja. Es un altozano arcilloso muy erosionado, que supera ligeramente los 200 m. de altitud (vid. FIG. 70). A nivel de materiales es poco lo conocido, producto de recogidas superficiales. Solo aparecen cerámicas a mano, entre las que destacan algunos vasos carenados y ollas/orzas de paredes rectas (FIG. 72) (Pérez Casas y Paoletti, 1977: figs. 1718), que indican una ocupación de un momentos posterior al Cerro del Rayo, centrado en el Bronce Final Antiguo y Pleno. Aguas arriba del río Andarax, en la ruta natural que conduce hacia la Alpujarra almeriense, una prospección realizada en 1986 permitió detectar la presencia de algunos pequeños poblados con materiales del Bronce Final, pero que no perduran durante el Hierro Antiguo. Se trata de pequeños altozanos, muy vinculados al curso del río y que vienen a situarse en el inicio de algunos barrancos que sirven de vía de penetración hacia Sierra Nevada y la sierra de Gádor. Son lugares muy mal conocidos, donde apenas se ha recogido cortos lotes de materiales que, por el momento, apenas permiten constatar poco más que su mera existencia: CERRO DE LOS MOLINICOS, CORTIJO DEL LLANO y CORTIJO BERJÓN (vid. FIG. 68) (Cara y Rodríguez López, 1987: 60). c)

El mundo funerario

Respecto al mundo funerario del Bronce Final prefenicio es muy poco lo que conocemos en los alrededores del golfo de Almería. La tónica general no se aparta de lo habitual en las áreas vecinas de la depresión de Vera y la cuenca del Guadiana Menor: reutilización de sepulcros megalíticos y alguna tumbas similares a las del bajo Almanzora, con los mismos ajuares (vid. FIG. 68).

4 La primera noticia literaria sobre el aprovechamiento de los manantiales de los Baños de Sierra Alhamilla data del siglo XIV y es recogida por al-Himyari (Lévi-Provençal, 1938, 38, nº. 38, trad. 49). La información de este autor árabe se basa en testimonios muy anteriores y lo que es más interesante, relaciona estos nacimientos de agua con la explotaciones mineras de los alrededores.

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FIG. 70. Poblados del entorno de sierra Alhamilla.

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FIG. 71. Cerro del Rayo.

FIG. 72.

Vasos carenados del Cerro del Fuerte (según Pérez Casas y Paoletti, 1977). 207

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En la misma necrópolis de LOS MILLARES se documenta algún vestigio de utilización durante el Bronce Final. La tumba nº. 33, de controvertida localización, contiene un enterramiento atribuible a este periodo. Esta sepultura es descrita por los Leisner (1943: 53-54) como una cámara circular de 1,5 m. de diámetro, desprovista de corredor. La construcción consistía en un recinto de lajas y mampostería, englobado dentro de un túmulo, que alcanzaba un diámetro de unos 3 m. El nivel superior de la tumba contenía varios brazaletes de bronce, lo que confirma su utilización durante esta etapa, como vemos en Fonelas (vid. infra cap. 14,1) (Molina González, 1978: 188-189). Muy cerca de Los Millares, Siret localizó un enterramiento del Bronce Final dentro de otro sepulcro megalítico anterior en el denominado BARRANCO DEL VIADUCTO, ya dentro del término de Gádor (Molina González, 1978: 189). Una prospección acometida en el entorno de Millares a mediados de los años 80 determinó la existencia de más enterramientos secundarios de estas mismas caracteristicas, aunque son lugares apenas conocidos. Entre ellos se señalan PAGO DEL MOJÓN y LOMA DE HUÉCHAR en el término de Alhama de Almería y LLANO DE JALBOS en Gádor (Cara y Carrilero, 1987: 64). Pensamos que esta concentración de enterramientos del Bronce Final en un radio inferior 3 km. en torno a Los Millares no es casual. Si el aprovechamiento de los antiguos dolmenes para realizar nuevos sepelios en esta etapa tenía como objetivo la obtención de prestigio mediante la vinculación con unos antepasados míticos, que mejor lugar para ello que los alrededores de la principal necrópolis de tholoi de la zona. Otro lugar funerario con vestigios del Bronce Final, pero aún peor conocido, es la tumba nº. 10 de la necrópolis de POZOS DEL MARCHANTILLO, en Tabernas. La noticia parte de L. Siret, quien envió a la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 tres brazaletes de bronce (Bosch, 1929: 168-169; Molina González, 1978: 190). También en el tholos nº. 11 de la necrópolis calcolítica del BARRANQUETE se ha señalado la posible existencia de un enterramiento secundario del Bronce Final. Dicha hipótesis se basa en una datación de C-14 en torno al año 800 cal. A.N.E. En otro sepulcro no precisado de la misma necrópolis apareció un anillo compuesto con una aleación ternaria que contenía un 12% de estaño, lo cual aconseja una datación en esta última fase, por lo que podría proceder de un sepelio intrusivo (Castro, Lull y Micó, 1996: 192).

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Capítulo 7 3.

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EL PEÑÓN DE LA REINA

El Peñón de la Reina se sitúa junto del casco urbano de Alboloduy5, siendo el único poblado del Hierro Antiguo que ha sido excavado en la provincia de Almería. Se trata de un elevado risco amesetado, que se levanta sobre la orilla izquierda del río Nacimiento, alcanzando una altura máxima de 588 m. El Peñón está formado por calizas y dolomías, que provocan el estrangulamiento del valle en este punto, lo que le otorga un valor estratégico de primer orden. Las condiciones naturales defensivas naturales del Peñón son inmejorables, debido a sus escarpadas vertientes. El acusado desnivel de las laderas contrasta con la amplia explanada que encontramos en la parte más elevada, donde se encuentra el poblado (FIGS. 73-74). La posición estratégica del Peñón de la Reina reúne evidentes ventajas en un momento en que el control de las vías naturales es esencial. El río Nacimiento, principal afluente del Andarax, tiene su cabecera en el Pasillo de Fiñana, que enlaza sin solución de continuidad con la altiplanicie del Marquesado de Zenete y la inmediata Hoya de Guadix. Precisamente, el Peñón actúa en cierto modo como la llave de esta ruta hacia el hinterland del golfo de Almería. Otro aspecto a resaltar en el emplazamiento del Peñón de la Reina es el subsistencial. El aprovechamiento agrícola es factible en la vega del Nacimiento, al tener el aporte hídrico asegurado, así como el pastoreo en las vertientes. En cambio, no hay testimonio de actividad metalúrgica en el lugar, aunque no faltan los objetos de bronce. Esta circunstancia encuentra su correspondencia con la ausencia de depósitos importantes de mineral en el entorno inmediato al poblado, lo cual no deja de ser llamativo en un territorio como Almería. El coto minero más cercano es el Cerro del Mencal, que permite beneficiar hierro y se halla a 3 km. del Peñón, a través de un difícil sendero de montaña. Los filones de cobre más próximos son los de la sierra de Gádor, a una distancia mínima de 10-12 km. De todos modos no es descartable un aprovechamiento de pequeñas vetas superficiales en las inmediaciones del poblado, siempre a nivel muy doméstico, aunque carecemos de confirmación arqueológica. El conocimiento del Peñón de la Reina como enclave arqueológico tuvo lugar a comienzos de los años 70. D. Manuel Matarín, maestro en Alboloduy, había recogido en el lugar numerosos fragmentos de cerámica y una empuñadura de espada, hallazgos que fueron conocidos por C. Martínez y M.C. Botella. Se realizaron dos campañas de excavación en 1976 y 1978, que no tuvieron continuidad posteriormente. Todo el corpus de datos obtenido vio la luz en una completa monografía (Martínez Padilla y Botella, 1980), base de la síntesis que aquí presentamos.

5

Sus coordenadas U.T.M. son 533.800-4.099.350, según la hoja 1029 (Gérgal) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1993.

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FIG. 73. Situación del Peñón de la Reina en el valle del río Nacimiento.

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Capítulo 7

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FIG. 74. El Peñón de la Reina desde el sur.

a)

Las fases del poblado

La excavación del Peñón de la Reina identificó una secuencia formada por tres fases, que abarcan desde el Neolítico Final hasta el Hierro Antiguo. El lugar no estuvo habitado ininterrumpidamente, sino que existen dos momentos de largo abandono. El HORIZONTE I corresponde al primer asentamiento humano en la meseta superior, fechado en el Neolítico Final. Es una fase mal conocida, que sólo ha podido ser identificada en escasas zonas del yacimiento. Tras un hiatus coincidente con la Edad del Cobre, el Peñón de la Reina es reocupado en el Bronce Antiguo (HORIZONTE II). Los restos materiales de estos momentos resultan mucho más abundantes, aunque presentan problemas de interpretación al no aparecer los elementos "clásicos" que definen el mundo argárico. C. Martínez y M. Botella atribuyen esta circunstancia a que nos encontramos ante un poblamiento de características muy locales, que entroncan con la Cultura de Almería. La importancia que tuvo este horizonte II del poblado queda evidenciada por elementos constructivos como la fortificación y una gran cisterna. Sin embargo, no se han encontrado viviendas asignables esta fase II, probablemente porque fueron levantadas con materiales muy deleznables y perecederos, además de que no faltan indicios de su reaprovechamiento para las cabañas del último periodo de ocupación del lugar. La fase II del Peñón de la Reina debió terminar antes del Bronce Pleno, atribuyéndole sus excavadores una fecha centrada en el 1600 a.C. No se han encontrado huellas de incendio o destrucción intencionada. 211

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El HORIZONTE III del Peñón de la Reina corresponde al Hierro Antiguo. Tras un largo hiatus, en la segunda mitad del siglo VIII se establecen nuevos contingentes humanos en la meseta superior del risco. La nueva fase no fue muy larga, ya que el abandono definitivo del lugar debió producirse, como muy tarde, hacia el año 650 a.C. Desde el comienzo de esta etapa está presente la cerámica a torno, aunque con unos porcentajes siempre bajos, lo que indica una economía autosufiente y poco abierta hacia el exterior. b)

Las estructuras del horizonte III

La fase III del Peñón de la Reina supone como novedad respecto a los momentos anteriores la conservación de las estructuras domésticas. La distribución irregular de las viviendas en la meseta superior del Peñón impide hablar de un urbanismo mínimamente organizado. Se conocen un total de veinte cabañas ovaladas y tres casas de planta rectangular y compartimentación interna. La planimetría del poblado se completa con el reaprovechamiento de la muralla del horizonte II, pero no hubo una preocupación por efectuar reparaciones en la misma, confiados los habitantes en la escabrosidad del risco (FIG. 75). En las campañas de 1976 y 1978 se excavaron cuatro de las viviendas ovaladas, en concreto las situadas a una cota más baja, debido a que eran las únicas que conservaban un cierto relleno estratigráfico. Lamentablemente, el resto de las estructuras estaban muy en superficie, por lo que aparecían tan erosionadas que sólo se pudo individualizar su planta. La presencia de tres viviendas cuadrangulares resulta de enorme interés, aunque se ha perdido toda la información de índole cronológica y económico-social debido a su avanzado estado de destrucción. La distribución de las viviendas en el espacio interior del poblado no es homogénea, existiendo una adaptación total a la topografía. La zona más densamente ocupada es la septentrional, la más suave y ubicada en la parte baja de la meseta superior, por lo que está resguardada del viento, que aquí sopla con fuerza. En el área que constituye la cúspide del Peñón no se ha documentado ninguna vivienda.

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FIG. 75.

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Planta del horizonte III del Peñón de la Reina (según Martínez y Botella, 1980). 213

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Las cabañas de planta ovalada son de dimensiones medias, alcanzando su eje mayor una longitud de entre 7 y 8 m., no llegando en ningún caso a los 10 m. Su anchura oscila entre 4 y 5 m. (FIGS. 76-79). Estas viviendas son más pequeñas que las conocidas en el Cerro del Real (vid. infra, cap. 14,4), mientras que sus medidas están próximas a las del Cerro de los Cabezuelos de Úbeda, ya fuera de nuestro ámbito de estudio. La construcción de las cabañas del Peñón de la Reina es muy simple y precaria. Algunas apoyaban directamente sobre la roca desnuda y otras sobre tierra. En la excavación de las casas 1, 3 y 4 se pudieron observar estratos de nivelación para corregir las irregularidades del terreno. Los zócalos están formados por una doble fila de piedras, constituyendo una el paramento exterior y otra el interior. El espacio que queda entre ambos se rellena con piedras más pequeñas y barro. En todas las viviendas sólo se han conservado una o, como mucho, dos hiladas de piedras superpuestas, aunque los zócalos debieron ser algo más altos como muestran los derrumbes. Los muros estuvieron construidos con adobe tramado con cañas, como muestran numerosos fragmentos con la impronta de éstas. En cuanto a las techumbres apenas tenemos información. La documentación en la cabaña nº. 4 de dos agujeros de poste en su eje longitudinal, uno en el centro de la estructura y otro en el extremo oeste, puede ser indicio de una cubierta a doble vertiente. Otro agujero de poste se pudo detectar en la cabaña nº. 3. En el interior de esta misma estructura se han encontrado los restos de un banco adosado al muro exterior, está construido con barro apisonado y parcialmente cubierto con piedras planas.

FIG. 76.

Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 1 (según Martínez y Botella, 1980). 214

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FIG. 77. Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 2 (según Martínez y Botella, 1980).

c)

Materiales cerámicos del horizonte III

La CERÁMICA A MANO del Peñón de la Reina proporciona una información de primer orden. Al tratarse del único poblado indígena de los siglos VIII-VII excavado en toda la provincia de Almería, no contamos con otros lugares cercanos para poder comparar. No obstante y salvo algunas excepciones, el material es el habitual en el Sureste. Por lo general, el material a mano se caracteriza por su factura poco cuidada, salvo contadas excepciones. Se trata de unos recipientes mayoritariamente de uso cotidiano, que únicamente reciben un alisamiento muy somero de sus superficies, por lo que predomina el aspecto tosco. Sólo determinadas piezas presentan siempre un tratamiento cuidado, como son los vasos carenados. 215

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Las formas más abundantes son los perfiles en "S" -forma 4- y las pequeñas ollas/orzas de fondo plano -forma 5-. Entre ambos alcanzan un porcentaje del 50% entre el total de material documentado en el horizonte III, tanto en los niveles de los diferentes cortes como en tres de las cuatro cabañas excavadas6. Son recipientes de utilización doméstica, muy frágiles por la escasa depuración de la pasta, que utiliza desgrasantes muy gruesos, a lo que hay que añadir su mediocre factura y cocción irregular. Estamos por tanto ante unos utensilios rápidamente reemplazables, lo que nos indica una producción no especializada, efectuada seguramente en el ámbito familiar para las necesidades inmediatas (FIG. 80).

FIG. 78. Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 3 (según Martínez y Botella, 1980). 6

La excepción es la vivienda nº. 4. Aquí la primera forma representada es el vaso de perfil en "S" (21'30% del material total de la cabaña), seguido de cuencos-fuentes carenadas (19'28%). La orza-olla se ve relegada al tercer lugar, con un 17'26% del material.

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FIG. 79. Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 4 (según Martínez y Botella, 1980). Otra de las formas de cerámica a mano más abundantes en el Peñón de la Reina son los vasos carenados -forma 3-, aunque muy por debajo en cuanto a cantidad comparados con los anteriores, aunque de calidad bastante mejor. La arcilla se presenta mucho más depurada, la cocción es uniforme y las superficies son cuidadas, a veces con bruñido. Los recipientes carenados de Alboloduy no se apartan de la tónica habitual en la alta Andalucía para estos momentos y los que han conservado el fondo presentan ónfalos. Predominan, con mucho las carenas altas y medias, escaseando las bajas, lo que nos indica una datación ciertamente avanzada para estos materiales en el contexto del Bronce Final-Hierro Antiguo (FIG. 81). Más escasos se muestran los soportes de carrete, con un total de seis ejemplares en el poblado, mayoritariamente en las viviendas (FIG. 82). Entre los recipientes a mano de mayor interés del Peñón de la Reina cabe señalar los grandes vasos para almacenaje. Se han documentado cuatro 217

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS piezas: dos en el estrato 14 y dos en el nivel superficial. Todas estaban incompletas, pero sus descubridores pudieron restituir tres en la publicación (FIGS. 83-85) (Martínez y Botella, 1980: figs. 87-88 y 121-122). Lo que más llama la atención es su gran tamaño, bastante mayor que el resto del utillaje cerámico del poblado: 58 cm. de altura, 105 cm. y 116 cm. respectivamente. Estos vasos presentan boca abierta ligeramente exvasada, sin hombro marcado, galbo ovoide y fondo plano. Morfolófgicamente corresponderían a nuestro tipo 5,1 –olla/orza-, pero no conocemos otros similares en el área estudiada en lo que respecta a sus dimensiones. Dos ejemplares ostentan mamelones, que son más bien elementos decorativos. Es una cerámica de elaboración descuidada, con las paredes a veces irregulares, únicamente alisadas.

FIG. 80. Peñón de la Reina, horizonte III. Cerámica a mano: vasos hemiesféricos y de paredes reentrantes (según Martínez y Botella, 1980). Los materiales a mano decorados no resultan muy abundantes en el Peñón de la Reina, pero adquieren una gran importancia por su carácter de piezas de cierto lujo dentro de un ajuar doméstico bastante sencillo. Podemos diferenciar dos grupos: la cerámica con decoración bruñida y la esgrafiada, esta última con una sola pieza.

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FIG. 81. Peñón de la Reina, horizonte III. Cerámica a mano: vasos carenados (según Martínez y Botella, 1980). 219

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FIG. 82. Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 3. Soportes a mano (según Martínez y Botella, 1980).

La primera está presente en el estrato 14, con un total de 10 fragmentos; el resto se reparten entre los hallazgos de superficie -3- y las cabañas -4- (Martínez y Botella, 1980: figs. 98, 128-129, 148, 190, nº. 5). Las piezas con decoración bruñida asignables a forma concreta son todas cuencos carenados. La presencia de alguna retícula bruñida en el Peñón de la Reina pensamos que es interesante, pero sustentar en ella una relación entre Alboloduy y Andalucía occidental, como hacen los excavadores del Peñón de la Reina, dentro de la mentalidad del fósil-director (Martinez Padilla y Botella, 1980: 314) nos parece muy arriesgado. En la cabaña nº. 2 apareció un recipiente con decoración esgrafiada, que, afortunadamente pudo recuperarse casi completo. Se trata de un vaso con el borde reentrante -forma 2-, de 33 cm. de diámetro máximo (Martínez y Botella, 1980: figs. 166-167). De color anaranjado oscuro, presenta toda su superficie exterior decorada con motivos geométricos realizados mediante finas incisiones. El galbo está dividido claramente en cuatro sectores con decoración diferente, que se separan mediante franjas verticales, también ornamentadas. Cada campo presenta dos bandas, una inferior de reticulado ajedrezado y otra superior con una composición en friso obtenido con combinaciones muy sencillas de triángulos. A pesar de la simplicidad de los motivos empleados, el efecto es de gran barroquismo, con un patente horror vacui (FIG. 86). Frente a la opinión de sus descubridores, que relacionaron esta pieza con las producciones tipo Carambolo (Martínez y Botella, 1980: 301), nosotros la vinculamos mejor al grupo de las cerámicas esgrafiadas del Bronce Final-Hierro Antiguo de la alta Andalucía. Los motivos están presentes en las cerámicas pintadas tipo Cerro del Real y en Peña Negra, con la técnica de la incisión fina combinada con pintura. 220

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FIG. 83. Peñón de la Reina, horizonte III. Gran vaso de almacenaje a mano, estrato 14 (según Martínez y Botella, 1980). 221

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FIG. 84. Peñón de la Reina, horizonte III. Gran vaso de almacenaje a mano, estrato 14 (según Martínez y Botella, 1980). 222

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FIG. 85. Peñón de la Reina, horizonte III. Gran vaso de almacenaje a mano, hallado en superficie (según Martínez y Botella, 1980). 223

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FIG. 86. Peñón de la Reina, horizonte III. Casa 2. Cerámica a mano: vaso de paredes reentrantes con decoración esgrafiada (según Martínez y Botella, 1980). 224

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Capítulo 7

El Golfo de Almería y su hinterland

La presencia de CERÁMICAS A TORNO fenicias en el Peñón de la Reina tiene un carácter claramente intrusivo, ya que en ninguna de las unidades arqueológicas excavadas supera el 12% del material7. Dentro de las producciones a torno las formas más abundantes son, con mucho, las ánforas R-1, seguidas de los pithoi. Aparecen en mucha menor medida algunos recipientes grises. Desgraciadamente, el material anfórico del Peñón de la Reina se encuentra muy fragmentado, por lo que poco puede decirse en cuanto a la cronología que de estos recipientes. Sólo algunos bordes permiten una cierta aproximación, con todas las reservas. En general, observamos que predominan los labios levantados sobre los engrosados, lo que interpretamos como síntoma de una datación alta dentro del Hierro Antiguo, al menos anterior a mediados del siglo VII (FIG. 87). Los pithoi del Peñón de la Reina presentan dos formas diferentes: la primera corresponde al tipo habitual en las colonias fenicias (FIG. 88, a-b). La segunda resulta bastante peculiar, pues se trata de un recipiente pintado a bandas con galbo muy esbelto de forma ovoide-troncocónica y cuello muy corto8 (FIG. 88, c-e).

FIG. 87. Peñón de la Reina, horizonte III. Cerámica a torno: bordes de ánforas R-1 (según Martínez y Botella, 1980). 7

Los porcentajes de cerámica a torno en el Peñón de la Reina son los siguientes. Estrato 13: 4,96%; estrato 14: 1,7%; estrato 15: 9,58%; estrato 16: 11,66%; cabaña 1: 4,56%; cabaña 2: 8,78%; cabaña 3: 3,28%; cabaña 4: 4,70%. 8

Los autores de la excavación consideran esta forma como "ánfora".

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 88. Peñón de la Reina, horizonte III. Cerámica a torno: pithoi (según Martínez y Botella, 1980). 226

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Capítulo 7 d)

El Golfo de Almería y su hinterland

Hallazgos de metal en el Peñón de la Reina

El material metálico documentado en el horizonte III del Peñón de la Reina no ha sido muy numeroso (FIG. 89). Entre las piezas más habituales destacan los punzones de cobre. Se conocen también tres fíbulas de doble resorte, una completa procedente de la cabaña nº. 2 y otras dos fragmentarias, aparecidas en las viviendas 3 y 4, respectivamente. No faltan algunos pequeños aros de bronce -casa 3-. Entre los hallazgos metálicos con contexto arqueológico cabe señalar un probable pasarriendas o elemento de arnés procedente de la cabaña nº. 3. Es un anillo ovalado de bronce, dividido en dos partes por un travesaño, siendo una ligeramente mayor que la otra. El aro dispone de un pequeño apéndice recto. La pieza tiene una longitud total de 12 cm. (Martínez y Botella, 1980: fig. 190, nº. 1).

FIG. 89. Peñón de la Reina. Hallazgos metálicos del horizonte III (según Martínez y Botella, 1980).

De todas las piezas de metal conocidas en el Peñón de la Reina, la más sobresaliente es la conocida EMPUÑADURA DE ESPADA o puñal de bronce (Martínez y Botella, 1980: 171-173, fig. 127). Con casi toda probabilidad, el arma corresponde al horizonte lengua de carpa, englobándose en la serie tardía 227

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS de estas producciones, dentro del tipo que hemos denominado "Ronda" (vid. infra, caps. 18,3 y 21,2). Fue encontrada de manera casual por D. Manuel Matarín, por lo que desconocemos su contexto exacto. Sin embargo, tanto su tipología como las circunstancias del hallazgo en un lugar con cerámica fenicia son indicios claros de su adscripción al horizonte III del poblado. A falta de la hoja, la pieza mide en lo conservado 13 cm. de altura, alcanzando un grosor máximo de 1,7 cm. La empuñadura es de lengüeta maciza, con dos remaches para las cachas, conservados ambos. Su forma es cruciforme, rematándose el pomo con un pequeño botón. La parte más interesante es la guarda, que presenta las escotaduras con acusada tendencia semicircular.

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8 EL PONIENTE ALMERIENSE

Desde los acantilados de Aguadulce hasta el límite con la provincia de Granada se extiende la franja costera denominada Poniente almeriense. Se trata una amplia llanura litoral, determinada por el árido campo de Dalías y la desembocadura del río Adra. La planicie pedregosa, de difícil puesta en cultivo, queda cerrada al norte por la imponente barrera de la sierra de Gádor, que supera los 2.000 m. de altitud. (FIG. 90-91). Solamente en su extremo oriental, el río Adra permite la comunicación con el interior, hacia la Alpujarra. El litoral del campo de Dalías se presenta como una rectilínea banda arenosa, muy expuesta a los temporales. Al escasear los fondeaderos, se entiende la importancia que siempre ha tenido Adra. Los estudios paleogeográficos realizados por el Instituto Arqueológico Alemán han confirmado que la desembocadura del río homónimo formaba una bahía que penetraba 1 km. tierra adentro, aguas arriba del Cerro de Montecristo, solar de la colonia fenicia de Abdera (FIG. 92). 1.

LA COLONIA FENICIA DE ABDERA. LA FASE I

Prescindiendo de la etapa del anticuarismo, la polémica sobre el origen de Abdera no se había cerrado todavía en la primera mitad de este siglo. L. Siret (1910) señala el carácter de fundación fenicia que tenía la ciudad, idea que incluso corrobora un antipúnico declarado como A. Schülten (1945: 69). Por su parte, A. García y Bellido (1952b: 423) coloca Abdera entre las colonias púnicas del sur de la Península, pero lo hace con escasa convicción, señalando que el topónimo puede esconder una pequeña colonia griega en origen, que luego pasó a manos de los cartagineses. En este mismo sentido se pronuncia R. Etienne (1970). Realmente, atribuir a Adra un origen griego o fenicio basándose únicamente en el topónimo es un ejercicio arriesgado. Como ha estudiado últimamente J. Sanmartín (1994: 231), el análisis lexemático de Abdera tropieza con graves dificultades en el ámbito feno-púnico: el elemento /cAbd/ (= siervo) resulta insólito en la formación de topónimos. Ante la falta de coherencia del nombre y la presencia de otras "Abderas" en Tracia y en el Magreb, Sanmartín se inclina por una procedencia de un adstrato egeo, norteafricano o paleomediterráneo, lo cual también se convierte en ocasiones en un comodín. Por tanto, es posible que este caso, como en otros de la costa mediterránea andaluza, nos encontremos con un topónimo indígena convenientemente adaptado a la lengua fenicia.

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FIG. 90. El Poniente almeriense: medio natural y poblamiento del Bronce FinalHierro Antiguo. En 1970 y 1971 M. Fernández-Miranda y L. Caballero llevan a cabo dos campañas de excavación en el Cerro de Montecristo. Estos trabajos proporcionaron importantes datos referidos a la fase romana del enclave, alcanzando como fecha más alta niveles de la segunda mitad del siglo IV a.C.1

1

M. Fernández-Miranda y L. Caballero (1975: 261-262) señalan que Abdera debió ser fundada a finales del siglo V a.C., de acuerdo con las cerámicas griegas procedentes del Cerro de Montecristo recogidas por G. Trías (1967-68: 447-448).

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Capítulo 8

El Poniente almeriense

(Fernández-Miranda y Caballero, 1975: 261-262). Poco después, una recogida superficial de materiales por parte del Instituto Arqueológico Alemán identificó algunos fragmentos de platos fenicios de engobe rojo en el lugar, lo cual era un indicio de la existencia de poblamiento, al menos, desde el siglo VII (Schubart, 1982: 87; Schubart y Arteaga, 1986: 517). En 1983 ingresó en el Museo de Almería un vaso de alabastro similar a los conocidos en Almuñécar, procedente del Cerro de Montecristo o de sus alrededores (García Alfonso, 1998a). Es pieza que pone de manifiesto la existencia de un pujante poblamiento fenicio arcaico en la desembocadura del río de Adra, ya que este tipo de recipientes se asocian a necrópolis de cierta entidad. La confirmación empírica de la existencia de niveles de los siglos VIII-VII en Abdera llegó en 1986, cuando se realizó una excavación de urgencia que individualizó tres etapas en el periodo fenicio arcaico (Carrilero et alii, 1988; Suárez et alii, 1989; López Castro et alii, 1991).

FIG. 91. La llanura del Campo de Dalías y la Sierra de Gádor. La FASE I se data en la segunda mitad del siglo VIII a.C. Parece que Abdera se fundó en un lugar sin ocupación previa, encontrándose las estructuras más antiguas en el vértice suroriental del Cerro de Montecristo, muy cerca de la orilla de la antigua desembocadura del río Adra. Las construcciones más antiguas conocidas son dos hornos domésticos de pequeñas dimensiones, muy similares a los documentados en Chorreras. En opinión de M.J. López Medina (1996: 48) estos hornos podrían servir para cocer pan. Esta posibilidad es bastante plausible, pero los autores de la intervención de 1986 no se inclinan 231

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS por ninguna finalidad concreta, únicamente parece claro que su destino no era la producción metalúrgica ni cerámica. Uno de los hornos apareció construido directamente sobre los depósitos de arena marina. Esta instalación rápida del mismo, casi provisional, es indicio de la necesidad de cubrir rápidamente una necesidad perentoria por parte de los recién llegados, caso del sustento diario. Desgraciadamente se ha perdido una información preciosa, pues este horno fue destruido por desaprensivos antes de su definitiva documentación arqueológica. El segundo horno evidencia un mayor cuidado y, por tanto, una situación de menor precariedad. El material de esta fase I del Cerro de Montecristo se caracteriza por la presencia de cerámicas a mano y a torno en una proporción similar. Entre las primeras, las formas son las habituales: vasos carenados, de casquete esférico y de paredes reentrantes, ollas/orzas y soportes de carrete. Las producciones a torno son las habituales: platos de borde estrecho con engobe rojo, ánforas R-1 y cuencos carenados grises (FIG. 93). La FASE II del Cerro de Montecristo no ha permitido documentar estructuras in situ sino sólo derrumbes, ya que la zona investigada dio aquí con un área exterior al sector habitado, con fuerte buzamiento de la estratigrafía. El material a mano va disminuyendo respecto al fabricado a torno y no presenta ninguna novedad reseñable respecto a la etapa anterior. En cambio, la variedad de cerámicas fenicias se hace bastante mayor. Finalmente, la FASE III, fechada a mediados del siglo VI, supone la desaparición de las cerámicas a mano.

FIG. 92. El Cerro de Montecristo, vista actual. 232

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Capítulo 8

FIG. 93.

El Poniente almeriense

Cerro de Montecristo/Abdera: cerámica de la fase I (según López Castro et alii, 1991). 233

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El papel jugado por el asentamiento fenicio de Abdera en el contexto de la colonización fenicia del litoral sur mediterráneo aún no ha sido abordado en profundidad. Esta circunstancia puede explicarse por la parquedad de datos que tenemos sobre el periodo arcaico en Adra y porque en el estudio del hinterland de la colonia todavía nos movemos a nivel de hipótesis poco contrastadas. La posible explotación del abundante plomo de la inmediata sierra de Gádor debe ser contrastada con estudios arqueometalúrgicos. Igualmente hay que señalar el mineral de hierro de la sierra de Cintas, a 15 km. de Adra. A este respecto, en la fase II del Cerro de Montecristo aparecieron escorias de este metal, así como una tobera dedicada a labores de fundición (Suárez et alii, 1989: 148). La cuestión relativa al papel que los indígenas jugaron en la economía y sociedad de Abdera ha sido tratada de manera muy genérica, sin salirse del marco global aplicable al resto de los asentamientos fenicios arcaicos de la costa mediterránea andaluza (López Castro et alii, 1991: 987-989). Debió existir un cierto suministro agrícola de la colonia desde el territorio inmediato. Así, se han documentado dos asentamientos subsidiarios a poca distancia del Cerro de Montecristo: La Encantada y Cerro Azano, que se ocupan al parecer en el siglo V a.C., por lo que quedarían fuera del periodo arcaico (Cara y Rodríguez López, 1992a: 56). 2.

EL POBLAMIENTO INDÍGENA

Nuestro conocimiento sobre la población indígena del Bronce Final-Hierro Antiguo en el Poniente almeriense es bastante escaso. Aunque se han efectuado diferentes trabajos de prospección y excavación en la comarca, éstos apenas han proporcionado datos relativos a estos momentos (vid. FIG. 90). a)

Vestigios del Bronce Final

Aunque la labor de prospección superficial en el campo de Dalías se ve muy dificultada por la expansión de los cultivos bajo plástico, parece que la ocupación de la planicie resulta bastante escasa en el Bronce Final. Por ahora, sólo se han localizado dos asentamientos de estos momentos, con materiales poco definidos, pero sin presencia de torno. Se trata de la LOMA DEL VIENTO -término de El Ejido- y otro en las afueras de LA MOJONERA2 (Cara y Rodríguez López, 1992b: 144). Se trata de dos pequeños poblados en llano, sin ningún tipo de defensa natural o artificial, que fueron ocupados durante poco tiempo. Están situados en la parte central de la llanura pliocénica, junto a las pocas áreas cultivables de la misma. A caballo entre la cuenca alta del río Adra y el valle del Andarax, encontramos el asentamiento de LAS LOMAS, dentro del término de Láujar. El lugar domina una importante cruce de rutas naturales: hacia la costa por el valle del Adra, hacia el golfo de Almería siguiendo el curso del Andarax y, finalmente, el acceso a la vertiente meridional del puerto de la Ragua, que 2

Ambos enclaves se encuentran actualmente totalmente alterados por la expansión de los invernaderos.

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Capítulo 8

El Poniente almeriense

permite atravesar Sierra Nevada hacia la hoya de Guadix. Las Lomas sólo se conoce a nivel de material de superficie, destacando la presencia de vasos carenados. No se registra la presencia de cerámicas a torno, por lo que el lugar parece que fue abandonado antes de acabar el Bronce Final (Cara y Rodríguez López, 1992b: 142). b)

El Cerrón de Dalías

Este lugar es un cabezo amesetado de 448 m. de altitud, forma parte de la alineación montañosa que cierra la llanura del Campo de Dalías al norte de El Ejido3 (FIGS. 94-95). La situación del Cerrón resulta privilegiada de cara a convertirse en centro principal de su entorno, a su fácil defensa hay que añadir el control que ejerce sobre único paso existente entre la pequeña pero fértil vega interior de Dalías y los espacios abiertos del Campo, ruta que sigue el curso de la rambla de Almacete. Esta función estratégica explica la existencia del pequeño asentamiento subsidiario de El Cerroncillo, situado en la margen opuesta del citado curso de agua. El conjunto Cerrón-Cerroncillo tiene un magnífico dominio visual. Desde aquí se controla la llanura costera hasta el litoral, así como la pequeña vega interior de Dalías; por otro lado, desde algunas elevaciones inmediatas situadas al oeste -cerro Garrido- se domina la desembocadura del río Adra, que se encuentra a 15 km. Nuestro conocimiento sobre el Cerrón es tremendamente precario, reducido a unos pocos materiales de superficie. Tras una primera fase datada en los últimos momentos del Calcolítico, el lugar volvió a ser habitado durante el Bronce Final, perdurando hasta el siglo II a.C. La importancia del lugar ha motivado que algunos autores hayan querido identificar el Cerrón de Dalías con la ciudad de Odysseia, mencionada por Estrabón (III, 2, 13) (Cara y Rodríguez López, 1990: 85). Prescindiendo de estas atribuciones, está claro que el Cerrón parece jugar un papel importante en la centralización de los grupos indígenas del campo de Dalías y en la estrategia colonial de Abdera. La prudente distancia entre ambos permitiría cierta libertad de movimientos para los colonos fenicios, pero también un cierto control de sus actividades por parte del poder autóctono. El Cerrón aparece más volcado hacia las actividades agropecuarias en la vega de Dalías y en la llanura árida, así como a las explotaciones mineras de la sierra de Gádor, especialmente de plomo, cuyas láminas abundan en el enclave. Así, la salida al mar del Cerrón no es otra que Adra, cuya rada es bastante más favorable que la de Guardias Viejas, encontrándose ambas prácticamente equidistantes del poblado. En el siglo VI a.C. se ocupó también el inmediato Cerroncillo, de eminente carácter estratégico, hecho que cabe atribuir al objetivo de lograr un mayor control de la vía de comunicación de la rambla de Almacete (Cara, 1986: 113-115). 3

El lugar pertenece al término municipal de Dalías. Sus coordenadas U.T.M. son 512.4004.072.000 según la hoja 1.057 (Adra), del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1ª ed., 1993.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 94. Localización del Cerrón de Dalías. 236

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Capítulo 8

El Poniente almeriense

FIG. 95. Panorama del Cerrón de Dalías desde el sur. A nivel de hipótesis y a la espera de que se realicen investigaciones más profundas, quisiéramos plantear que la ocupación de este último lugar durante el Hierro Antiguo III responde a los importantes cambios que se producen en la sociedad indígena en estos momentos y que desembocarán en el mundo ibérico. Estamos claramente ante una estrategia defensiva-agresiva, con un mayor control de las rutas naturales de comunicación, puesta en marcha por la élite indígena. Este hecho coincide algo más tarde con la instalación en la llanura inmediata del núcleo de Ciavieja, que algunos autores han vinculado un proceso de dominio territorial y aprovechamiento agrario, cuyos protagonistas serían colonos libiofenicios vinculados a la ciudad de Abdera (Carrilero y López Castro, 1994). c)

La espada de Dalías

Uno de los testimonios más fehacientes de la presencia de población indígena en el Poniente almeriense durante el Bronce Final-Hierro Antiguo es un hallazgo aislado: la conocida espada de Dalías, que apareció en el denominado Cortijo de la Ciá (Gómez Moreno, 1957; Molina González, 1977: 549). Este topónimo parece haberse perdido en la actualidad4. A nivel de hipótesis, es posible que se relacione con en el enclave arqueológico de Ciavieja, 4

A este respecto nos han informado en los catastros rústicos de los ayuntamientos de Dalías y El

Ejido.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS actualmente en el término de El Ejido, pero hasta los años 80 incluido en Dalías. No obstante, las excavaciones aquí realizadas no han revelado poblamiento correspondiente al Bronce Final-Hierro Antiguo. La parte conservada, que mide 24 cm. de largo, muestra la empuñadura y la parte superior de la hoja. El puño es de lengüeta rectangular maciza, aunque presenta un ligero engrosamiento, con un reborde que recorre todo su perímetro, a excepción de la parte inferior; en su centro se han practicado tres agujeros para remaches. El pomo tiene forma de cruceta. La guarda ostenta la característica forma de aletas, con dos agujeros cada una. La confluencia entre empuñadura y hoja se efectúa mediante ricassi semicirculares y muy pronunciados, que llevan un pequeño reborde. La hoja, bastante deteriorada, presenta nervadura central de considerable grosor (FIG. 96). La espada de Dalías corresponde claramente a la clase de armas que venimos denominando tipo Ronda, que fechamos en los siglos VIII-VII a.C. Desde luego, es un ejemplar de mejor acabado que la pieza aparecida en el cercano poblado del Peñón de la Reina, revelando un trabajo más esmerado por parte del broncista que la fabricó, además de algunas diferencias morfológicas.

FIG. 96. Espada de Dalías (según Gómez Moreno, 1957).

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9 EL LITORAL GRANADINO

La provincia de Granada se asoma al Mediterráneo por una franja costera de 80 km. de longitud. La proximidad al mar de las sierras más meridionales de las Béticas convierte a este litoral en una gran vertiente en solana, que suele terminar en pronunciados acantilados, como los de cerro Gordo, punta de la Mona, cabo Sacratif y Castell de Ferro. Sólo algunos ríos como el Guadalfeo y el Verde han formado vegas litorales. En el hinterland nos encontramos con un territorio bastante abrupto, alcanzándose alturas superiores a 1.500 m. a escasa distancia del mar: sierras de Almijara, Lújar y Contraviesa. Esta barrera montañosa sólo es el primer obstáculo para acceder a un interior donde se alza el macizo de Sierra Nevada y las fragosas comarcas de Las Alpujarras y Las Albuñuelas, que se interponen en el camino hacia la vega de Granada. Por lo tanto, las comunicaciones con la cuenca del Genil resultan difíciles y discurren únicamente a través de los valles del Guadalfeo y del Verde (FIG. 97). El potencial agrario de los suelos de la costa granadina es bastante limitado en un sistema de cultivo tradicional1, salvo en las vegas de Almuñécar y Salobreña-Motril, que eran bastante más reducidas en la Antigüedad. Sólo con una fuerte inversión de tiempo y energía se puede aumentar la superficie cultivable mediante abancalamiento de las laderas, práctica muy empleada por los fenicios en su país de origen. Sin embargo, dada la aparentemente baja densidad de población de la costa granadina entre los siglos VIII-VI a.C., sería suficiente con el laboreo de las tierras más fáciles y la obtención de los abundantes recursos marinos para asegurar las subsistencias. No parece que el aterrazamiento masivo fuera una necesidad imperiosa durante el periodo fenicio arcaico2.

1

En el siglo XIV Ibn al-Jatib se hace eco de la habitual escasez de trigo en Almuñécar, que se suele importar del Magreb (Miyar al-ijtiyar, 121; texto árabe, trad. castellana y estudio de M.K. Chabana, Rabat, 1977). 2

Por lo que sabemos a nivel de arqueología del paisaje, el proceso de abancalamiento es un fenómeno que comienza de forma intensiva en época romana, cuando aparecen algunos asentamientos con una vinculación claramente agraria, encaramados en los primeros repechos del piedemonte. Son los casos de la Loma de Ceres en Molvizar, La Taiba, Los Matagallares y Cortijo del Pontiví en Salobreña. Estos lugares son indicativos del comienzo del cultivo del saltus, al menos en sus partes más bajas. En época islámica comenzará la escalada hacia las áreas situadas a media ladera, con un poblamiento tipo qarya (Malpica, 1983: 380; 1996: 72-73, 81 y 120).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 97. La costa granadina: medio físico y poblamiento del Bronce Final-Hierro Antiguo. 1.

EL NÚCLEO DE SALOBREÑA Y LA ANTIGUA ENSENADA DEL GUADALFEO

Las investigaciones paleogeográficas efectuadas por el Instituto Arqueológico Alemán dentro del Proyecto Costa, así como las inferencias que pueden extraerse de diferentes textos y documentos, permiten confirmar que la llanura deltaica del Guadalfeo no empezó a formarse hasta un momento muy avanzado de la Edad Media. En su lugar se abría un amplio golfo entre el promontorio de Salobreñ3 y los acantilados del cabo Sacratif. Esta configuración del litoral tiene una serie de consecuencias muy interesantes, ya que Salobreña aparecía como una península proyectada sobre el mar, con fondeaderos a levante -Rosquillero- y a poniente -La Caleta-. El peñón de Salobreña era un pequeño islote separado unos 500 m. de tierra firme (FIG. 97). El proceso de colmatación de este golfo fue bastante más lento que el experimentado por el delta del Guadalhorce o el estuario del Almanzora, circunstancia a la que no fue ajena la menor actividad fenicia y romana en la cuenca del Guadalfeo. Los estudios efectuados inciden en un protagonismo absoluto de la sedimentación fluvial, mientras que el papel de la acción marina fue muy secundario. La colmatación parece que se inició sobre el flanco 3

Utilizaremos esta denominación para referirnos a la escarpado cerro calizo que sirve de solar al núcleo urbano de Salobreña. Reservaremos el término peñón de Salobreña para la prominencia rocosa que se sitúa al sur de la anterior, en la primera línea de costa actual.

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Capítulo 9

El litoral granadino

occidental de la ensenada, al norte de Salobreña, ya que este piedemonte se ocupa en época púnica y romana. Hasta el siglo XVI debió mantenerse una próspera vida marítima en la bahía del Guadalfeo, a juzgar por algunos testimonios literarios, llegando el mar hasta el pie del promontorio de Salobreña y manteniendose el peñón inmediato todavía como un islote4. Sin duda, la configuración actual de la línea costera se aceleró a partir de comienzos del siglo XVII. Hacia 1750 los cambios son evidentes, ya que en varios documentos se observa como el peñón de Salobreña ha quedado unido a tierra firme y el Guadalfeo ha creado un delta en abanico (Arteaga, 1990; Malpica, 1996: 9294). En la Antigüedad, el promontorio de Salobreña se proyectaba sobre el agua a modo de península, con una longitud máxima de unos 800 m., mientras que su anchura oscilaba entre 700 y 400 m. Esta formación caliza alcanza una altitud máxima de 104 m., construyéndose en su punto culminante la fortaleza musulmana. Desde aquí el dominio visual es bastante amplio: toda la antigua ensenada del Guadalfeo y el tramo de litoral hasta Almuñécar. La topografía del promontorio configura un perfil claramente disimétrico. En la parte superior existe una estrecha pero alargada meseta; la vertiente occidental cae verticalmente en un acantilado cortado a pico, mientras que la oriental desciende de forma muy suave hasta el nivel del mar. Todo el risco constituye un pequeño acuífero kárstico, que garantiza la provisión de agua dulce. De este modo, la posición estratégica sobre el litoral del promontorio de Salobreña, su facilidad de defensa, así como las condiciones de habitabilidad y aprovisionamiento de agua explican la continuidad del poblamiento en el lugar (FIG. 98). Pese a la inexistencia de excavaciones arqueológicas en el casco urbano de Salobreña, disponemos de algunas informaciones sobre el poblamiento pre y protohistórico del lugar, que proceden de hallazgos aislados. Tras una primera ocupación correspondiente al Calcolítico, la aparición de cistas de tipología argárica en el paseo de las Flores, junto a las murallas del castillo, señalan una consolidación de la presencia humana en el promontorio (Arteaga, 1990: 68; Malpica, 1996: 109). La ocupación de altozanos junto al mar parece que es una constante en el litoral granadino durante el Bronce Pleno, como vemos también en el cercano Cerro Velilla (Molina Fajardo, 1983a). Esto podría significar una prioridad de las conexiones marítimas. Actualmente estamos en mejores condiciones de valorar la fase del Bronce Final en Salobreña que hace algunos años, gracias a los materiales que se han reunido en su Museo Histórico Municipal (Arteaga, 1990: 69-71). El interés que tiene el asentamiento de esta época es doble. Por un lado, nos 4 "Salobreña es una villa muy fuerte [...]; está a la orilla del mar Mediterráneo, puesta sobre una peña muy alta: adelante tiene una isleta y á poniente della una pequeña playa abrigada de levante", cfr. L. del Mármol Carvajal (1600), Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, Ed. facsímil, Málaga, 1991, p. 114.

241

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS encontramos ante un lugar habitado por una comunidad indígena en que será ocupado por los fenicios, aunque todavía no sabemos en qué momento del periodo arcaico ni cómo tuvo lugar dicha instalación. Por otro, la situación totalmente abocada al mar del poblado resulta muy significativa, ya que podríamos encontrarnos ante unas gentes autóctonas que tuviesen cierta tradición náutica, lo que explicaría la frecuentación del islote del Peñón desde época muy temprana. La situación es bastante similar a la que vemos en la vecina Almuñécar prefenicia. En esta tesitura pensamos que podríamos empezar a vislumbrar aspectos todavía oscuros como son los indicios de presencia indígena peninsular en lugares de la costa norteafricana como Rachgoun, conectada con los fenicios. Si los grupos autóctonos de la costa sur mediterránea practicaban la navegación, aunque fuera a pequeña escala, la presencia colonial pudo actuar como un elemento potenciador de esta actividad. Los materiales de estos momentos proceden de diferentes puntos del promontorio y de los alrededores del mismo (FIG. 99), tanto de recogidas superficiales como de perforaciones geológicas. Ya clásicos son los fragmentos con boquique y decoración excisa hallados por J. Martínez Santa-Olalla en los años 40, a los que se hay que añadir nuevas aportaciones Cogotas localizadas por O. Arteaga. Estas cerámicas serían un indicio para indicar una cierta ocupación del lugar en los momentos subargáricos/Bronce Tardío y Bronce Final Antiguo. De la ladera oeste del castillo encontramos cerámicas a mano del Bronce Final Pleno-Hierro Antiguo, documentándose vasos carenados y ollas/orzas muy fragmentarias. Entre la cerámica a torno cabe señalar la presencia de ánforas R-1, trípodes y vasos en pasta gris tanto en las laderas bajas del promontorio como en La Caleta y El Portichuelo, al oeste del casco urbano. La continuidad del hábitat conecta con el periodo púnico y la época romana, momento en que la ciudad de Selambina aparece en las fuentes literarias (Plinio, III, 8). También en el antiguo islote del peñón de Salobreña se constata la existencia de actividad antrópica durante el Bronce Final-Hierro Antiguo, según se ha documentado en una intervención de urgencia efectuada en 1992 (Arteaga et alii, 1992; 1995). El paraje presenta hoy un entorno natural muy alterado por la desaforada urbanización de este tramo del litoral, así como una importante degradación de sus niveles arqueológicos por la actividad de los clandestinos. Tras una serie de frecuentaciones del lugar en el Neolítico y el Bronce Pleno, sin duda en función de los recursos marinos, encontramos una serie de cerámicas a mano propias del mundo indígena de la Andalucía mediterránea. La presencia fenicia queda atestiguada por la aparición de materiales a torno: cerámicas grises, fragmentos polícromos y ánforas R-1. Todo este conjunto, aunque no excesivamente abundante, resulta significativo de cara a la transformación del peñón en un lugar de culto en época tardopúnica y romano republicana. En efecto, la construcción en la zona más elevada del islote de un templo en los siglos II-I a.C. dedicado a una divinidad 242

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Capítulo 9

El litoral granadino

de carácter marino pudo ser la última fase de un santuario que venía de un momento muy anterior.

FIG. 98. Panorámica del promontorio y peñón de Salobreña en los años 70.

FIG. 99. Hallazgos fenicios e indígenas en el entorno de Salobreña. 243

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 2.

ALMUÑÉCAR, UN ASENTAMIENTO INDÍGENA DEL BRONCE FINAL

El promontorio esquistoso sobre el que se encuentra el casco histórico de Almuñécar, de 40 m. de altitud, constituía en la Antigüedad una península enmarcada por las ensenadas formadas por las desembocaduras de los ríos Verde y Seco (Arteaga et alii, 1987: 120, fig. 4). Con mucho, destacaba el fondeadero de río Verde, que penetraba 2 km. tierra adentro y alcanzaba una anchura de unos 800 m. Este brazo de mar era un magnífico puerto natural, con unas excelentes condiciones de abrigo al estar protegido de los vientos de levante por el cerro Velilla y de poniente por la propia colina de Almuñécar. Sin lugar a dudas la ensenada del río Verde era la rada más importante de toda la costa granadina, por lo que el lugar era una escala obligada en la ruta de Occidente. Estas condiciones portuarias explican el enorme interés de los fenicios de establecerse en Almuñécar, aún a pesar de que el promontorio estaba ocupado en el siglo VIII por gentes indígenas. Por su parte, la ensenada del río Seco era bastante más pequeña y expuesta a los vientos, por lo que su importancia como fondeadero era bastante más secundaria. A esta buena disposición para las comunicaciones marítimas, Almuñécar une su fértil vega fluvial, que alcanzaría en la Protohistoria un desarrollo de unos 6 km. en el curso bajo del río Verde, hasta la altura del actual Jete. Este mismo valle fluvial constituye la ruta natural que permite acceder al hinterland y llegar a la vega de Granada. Un conocido texto de Estrabón nos informa sobre las circunstancias que rodearon la fundación de Sexi por los fenicios: antes de su llegada a Gadir, los tirios "desembarcaron en un lugar dentro de las Columnas, donde hoy está la ciudad de los Exitanos. Pero como aquí ofrecieran un sacrificio a los dioses y las víctimas no fueran propicias se volvieron" (Geografía, III, 5, 5). F. Molina Fajardo (1986: 195) interpreta este relato como el intento de los fenicios de establecerse en el promontorio de Almuñécar, siendo expulsados por los indígenas allí asentados. El citado investigador plantea una fecha del siglo XII a.C. para estos acontecimientos, a fin de conectarlo con la cronología literaria de la fundación de Cádiz, aunque matiza que la fundación de la Sexi fenicia debe situarse en los inicios del siglo VIII, ya en un momento muy posterior a aquel fracaso. La ocupación indígena de Almuñécar en un momento del Bronce Final se ha detectado claramente en la CUEVA DE LOS SIETE PALACIOS, sede del actual Museo Arqueológico Municipal. No obstante, también aparece cerámica a mano autóctona en otros lugares del casco antiguo de la ciudad, pero mezclada ya con materiales fenicios (FIG. 100). La citada "Cueva" es un edificio de época altoimperial romana situado cerca de la cota máxima del promontorio. Las excavaciones realizadas en el interior de esta estructura, a pesar del reducido tamaño de la intervención, 244

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Capítulo 9

El litoral granadino

revelaron la existencia de una interesante estratigrafía prerromana, aunque en parte desmantelada. El primer nivel de ocupación -estrato III- contiene cerámicas a mano indígenas, aunque con un pequeño porcentaje de material fenicio que no supera el 2%. El lote se fecharía en la primera mitad mitad del siglo VIII, con formas como vasos de casquete esférico, vasos carenados y ollas/orzas, a los que hay que añadir algún fragmento con esgrafiado (FIG. 101). La proporción de materiales a torno iba en aumento en los niveles superiores hasta alcanzar más de un 50% del total (Molina Fajardo, 1983b; Martín Ruiz, 1995: 84). A los pies del promontorio, en el flanco septentrional del mismo, también aparece cerámica indígena a mano, aunque fechada en un momento más avanzado que la Cueva de los Siete Palacios y con presencia abundante de torno. El material ha aparecido en diferentes excavaciones acometidas a lo largo de los años 80: Plaza de la Constitución (Molina Fajardo, 1983c: fig. 12, nº. 120-121; fig. 13) y Palacete del Corregidor (Molina Fajardo y Huertas, 1986: figs. 4, nº. 2; 7, nº. 5). Las formas son ollas/orzas y vasos de casquete esférico, que se pueden fechar, a tenor de la estratigrafía general, en momentos del siglo VII. Ahora bien, si el promontorio de Almuñécar estaba ocupado por los indígenas en los momentos iniciales del siglo VIII, ¿cómo consiguieron los colonizadores establecerse en él? Realmente no podemos dar una respuesta, pero es muy posible que nos encontremos ante la estrategia de crear un barrio fenicio anexo a un asentamiento indígena, dadas las magníficas condiciones portuarias de Almuñécar en una costa ciertamente complicada para la navegación por la masiva presencia de acantilados. En favor de esta hipótesis de una instalación extranjera junto a un poblado autóctono, otro indicio puede ser el propio topónimo Sexi, que no es fenicio y carece de justificación desde una perspectiva semita. Para J. Sanmartín (1994: 237-238) estamos ante una denominación paleomediterránea o importada del norte de África. Nosotros pensamos que puede tratarse de una denominación indígena. La instalación de un contingente fenicio en esta Sexi ocasionó que la colonia fuese conocida con el topónimo prexistente. Esto, con todas las reservas, podría ser uno de los motivos que explicarían las vacilaciones en la transmisión gráfica del mismo, al corresponder a un sustrato que nada tenía que ver con las lenguas del grupo semítico noroccidental: Sks, Ex, Seks, Síxos.

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FIG. 100.

Almuñécar: presencia de cerámica a mano indígena en el casco urbano.

FIG. 101.

Materiales a mano de la Cueva de los Siete Palacios (según Molina Fajardo, 1983b). 246

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10 LA COSTA ORIENTAL MALAGUEÑA

Desde la bahía de Málaga hasta el límite con la provincia de Granada se extiende un tramo de litoral rectilíneo de unos 60 km. de longitud, la denominada costa oriental malagueña. Se trata de una continua banda arenosa, sólo animada por la presencia de las flechas deltaicas de algunos ríos de escaso caudal, pero gran importancia a la hora de fijar el poblamiento antiguo. Únicamente el área de Nerja se eleva con los abruptos acantilados que forma la sierra de Almijara al hundirse en el Mediterráneo. A espaldas de este litoral se encuentra una comarca de acusada personalidad geográfica e histórica: la Axarquía, perfectamente delimitada por el mar y la línea de cumbres que se elevan al norte, a poca distancia del mar. Son las sierras de Tejeda, Almijara, Alhama y los Camorolos, con alturas por encima de 1.500 m., que se convierten en 2.068 m. en el pico Maroma. La Axarquía puede definirse como una ladera de fuerte pendiente que desciende desde la montaña hacia el litoral, centralizada en torno al valle del río de Vélez. El resto de la red hidrográfica se reduce a pequeños torrentes: Algarrobo, Torrox, Higuerón y Chíllar. Estos cursos de agua han formado en sus tramos inferiores vegas de reducida superficie, pero susceptibles de un intenso aprovechamiento agrario, que contrastan con la escarpada topografía del resto del territorio (FIG. 102). Aunque la costa oriental malagueña ha sido desde los años 60 un marco privilegiado para el estudio de la colonización fenicia arcaica en Occidente, aún estamos muy lejos de poder valorar con precisión el papel que los fenicios pudieron desempeñar en la transformación de la sociedad indígena, fundamentalmente porque poseemos muy pocos datos sobre esta última en la zona. Durante los siglos VIII-VI a.C. las propias colonias fenicias permiten inferir algunos aspectos relacionados con los pobladores autóctonos y la vinculación que tenían con los colonizadores, aunque tampoco van mucho más allá de las comparaciones del registro cerámico. A este respecto, la costa oriental malagueña ha tenido un destacado protagonismo en la elaboración de propuestas de interacción entre ambas comunidades, pero estas reconstrucciones históricas se han basado en una ilusión de conocimiento del territorio que es totalmente falsa: ¿Cómo explicar la exagerada importancia que se le ha dado a un lugar como Cerca Niebla? ¿Cómo pudo la investigación cometer errores de bulto respecto a enclaves como Peña de Hierro? Sólo la ilusión creada por una relativa abundancia de datos respecto a los asentamientos fenicios de la zona, pero que en absoluto era traspasable al mundo indígena, explica esta circunstancia (FIG. 103). 247

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FIG. 102. La costa oriental malagueña: medio natural. 1.

LA FASE DEL BRONCE FINAL DE CAPELLANÍA

El Cerro de Capellanía, aportación arqueográfica de los últimos años, constituye un lugar de gran interés, tanto por su secuencia estratigráfica como por su situación en el alto Vélez, área aún muy escasamente conocida en lo que respecta al horizonte Bronce Final-Hierro Antiguo. a)

Topografía e investigaciones

Capellanía es un cerro situado en la margen derecha del río Guaro, curso alto del río de Vélez, que alcanza 254 m.s.n.m. En este punto el valle fluvial se estrecha bruscamente, permitiendo el control de la ruta natural que sube desde la costa hacia el puerto de Los Alazores, que facilita la comunicación con la vega de Granada a la altura de Loja. En cambio, la ruta de Zafarraya, que recorre el río Alcaucín, queda un tanto apartada del poblado. Administrativamente, Capellanía pertenece al término municipal de Periana y en la actualidad la mayor parte del cerro está sometida a inundaciones periódicas por las aguas del embalse de La Viñuela (FIG. 104)

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

FIG. 103. Enclaves del Bronce Final y Hierro Antiguo en la costa oriental malagueña.

El lugar se dio a conocer a raíz de una prospección de urgencia realizada a principios de la década de los 80 en la futura área que iba a ser anegada por el embalse de La Viñuela. En 1986 y 1987 se realizaron dos campañas de urgencia de cierta entidad en las que participó un nutrido grupo de investigadores. Estas excavaciones, centradas en la zona más elevada del cerro y en las laderas norte y sur, dieron como resultado la documentación de una amplia secuencia que abarca desde el Calcolítico hasta la época romana, aunque con un significativo hiatus en el Hierro Antiguo y periodo ibérico (Recio et alii, 1987). Posteriormente, el yacimiento ha sido incluido en el proyecto de arqueometalurgia del Bético de Málaga (Fernández Rodríguez et alii, 1993: 343344), aunque la mayor aportación sobre el mismo ha sido una tesis doctoral monográfica (Martín Córdoba, 1994) y la publicación de los niveles del Bronce Final, que constituyen las fases VII-VIII del asentamiento (Martín Córdoba, 1993-94). 249

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FIG. 104. Localización de Capellanía.

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

Este horizonte del Bronce Final se detecta tanto al pie del cerro -cortes 6 y 7- como en su cúspide -corte 2-. Este último es el de mayor interés. b)

La fase VII de Capellanía

La primera etapa posterior al Bronce Pleno corresponde a la denominada fase constructiva VII del corte 2. En el sector norte del mismo se identificó perfectamente una muralla, que aún no ha sido suficientemente publicada, por lo que nos limitaremos a una reseña de la misma. Esta línea de fortificación, de trazado recto, viene a defender el flanco más vulnerable del poblado, situado en su ladera norte. A su vez, delimita la plataforma superior del cerro, actuando como parapeto y conteniendo la estratigrafía. Esta fortificación tiene una anchura 1'7 m. y sabemos que se encontraba sobre otras construcciones defensivas de la época del Cobre. Por la limitada planimetría que ha visto la luz, ya podemos adelantar que fue levantada con piedras de tamaño medianopequeño, colocadas a modo de mampostería irregular (FIG. 105). Lo que todavía no sabemos es si la muralla circundaba toda la parte alta del cerro y si el área documentada al pie -cortes 6 y 7- estaba defendida por algún tipo de estructura. Al interior de la muralla se han documentado algunas cabañas, que ofrecen una construcción mucho más deleznable que aquélla. Sobre zócalos de piedra de escasa altura y grosor, se levantaban paredes de barro con entramado de ramaje y cañizo. Pese a su pobreza de materiales, estas viviendas disponían de pavimento artificial, con arcilla apisonada y guijarros planos. No conocemos el tipo de planta, ya que en la publicación no se hace ninguna referencia a la misma. Los materiales cerámicos asociados a esta fase VII del corte 2 (Martín Córdoba, 1993-94, fig. 5). permiten dar una cronología antigua dentro del Bronce Final e, incluso, algunas formas remiten al Bronce Tardío del Sureste. Destacan por su número los vasos de casquete esférico, los de paredes reentrantes, las ollas/orzas y los vasos carenados (FIG. 106). Entre estos últimos hay alguna pieza de carena alta muy pronunciada (FIG. 106, c) que resulta similar a otras de la provincia de Granada con decoración de Cogotas I (Molina González, 1978: tab. tip. nº. 1). También es bastante abundante en esta fase de Capellanía la industria lítica (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 4), destacando las láminas para dientes de hoz. Martín Córdoba (1993-94: 6-7) sitúa esta fase en los momentos finales del segundo milenio. c)

Bronce Final Pleno. La fase VIII

La fase VIII del corte 2 de Capellanía corresponde ya a un momento avanzado del Bronce Final, aunque es claramente anterior a la presencia fenicia (Martín Córdoba, 1993-94: 7-8). Por nuestra parte consideramos que corresponde al Bronce Final Pleno.

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FIG. 105. Capellanía. Evolución de las construcciones del corte 2 (según Martín Córdoba, 1993-94). 252

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

En esta etapa se pudo localizar parte de un horno, concretamente el praefurnium levantado con dos muretes de adobe, situados bajo potentes estructuras romanas (vid. FIG. 105). Este horno estuvo dedicado a actividades metalúrgicas, como se infiere de la presencia de abundantes escorias de metal y un fragmento de molde. Los materiales aparecidos testimonian claramente que nos encontramos en el siglo IX (FIG. 107). Las formas cerámicas más habituales son los vasos de casquete esférico y carenados. No faltan tampoco las ollas/ollas con el cuello marcado y cuerpo ovoide, así como los soportes de carrete con anillo central de refuerzo. La cerámica es mayoritariamente lisa, apareciendo una pieza con decoración esgrafiada, con los motivos habituales: triángulos y escaleriformes (FIG. 107, g). Entre el material metálico cabe señalar la presencia de una punta de flecha de doble aleta, en bronce. Los autores de la excavación resaltan la drástica disminución de la industria lítica.

FIG. 106. Materiales cerámicos de la fase VII de Capellanía (según Martín Córdoba, 1993-94).

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FIG. 107. Materiales de la fase VII de Capellanía (según Martín Córdoba, 1993-94). 254

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Capítulo 10 d)

La costa oriental malagueña

Los alrededores de Capellanía: Los Romanes

Si Capellanía se abandonó antes de la llegada de los fenicios al bajo Vélez, sí existen noticias de la existencia de materiales a torno mezclados con cerámicas a mano en un lugar bastante cercano: la aldea de Los Romanes (Perdiguero López, 1984-85: 115, nt. 115; Suárez Padilla, 1992: 210; Aubet, 1995b: 145). Esta pedanía, perteneciente al término municipal de Viñuela, domina el interfluvio que separa los valles de los ríos Benamargosa y Guaro, a poco más de 3 km. al sur de Capellanía. Los Romanes, a 400 m. de altitud, actúa como una magnífica atalaya de toda la alta Axarquía. La escasez de material, sendos fragmentos de un plato gris a torno y de una cazuela carenada a mano impiden hacer cualquier otra valoración. 2.

EL VALLE DEL ALGARROBO

El Algarrobo es uno de los pequeños ríos que nacen en la sierra de Almijara. Después de un corto y rápido descenso desagua en el Mediterráneo, tras un curso de no más de 20 km. en los que salva 1.500 m. de desnivel. Durante la Protohistoria, la desembocadura de este río tendría un aspecto muy diferente al que vemos en la actualidad: donde ahora encontramos una costa prácticamente rectilínea y un amplio lecho pedregoso, existía entonces una ensenada marítima limitada al este por el promontorio de Las Ballenas -sobre el que se asentó Chorreras- y al oeste por el cerro de la Era, a cuyo pie se encuentra hoy La Caleta de Vélez. No parece que esta reducida bahía penetrase profundamente hacia el interior -quizás poco más de 1 km.-, pero ofrecía un buen fondeadero. a)

Materiales indígenas del Morro de Mezquitilla

Por lo que sabemos, esta pequeña ensenada del Algarrobo fue uno de los primeros lugares de la Península donde los fenicios fundaron un asentamiento permanente. En la orilla oriental de dicha bahía, existe un pequeño altozano, de perfil suave, en aquellos momentos con playa a sus pies: el Morro de Mezquitilla. Hoy esta colina alcanza una altura de 30 m.s.n.m., pero en el siglo VIII su cota máxima sería entre 3 y 4 m. más baja, debido a que el terreno se ha ido elevando por los sucesivos aportes antrópicos (FIG. 108). Los investigadores alemanes que han trabajado en la costa oriental malagueña siempre han defendido la mayor antigüedad del Morro de Mezquitilla respecto a otras fundaciones fenicias del Extremo Occidente. No queda sino recordar la propuesta del año 800 que hicieron en su momento (Schubart y Arteaga, 1986: 514), rebajada luego al año 750 a.C. o poco antes (Schubart, 1986: 78). M.E. Aubet (1994: 263) se muestra partidaria de considerar la presencia fenicia en Morro coetánea a otros lugares como Doña Blanca, Sulcis y Cartago. Por tanto, mediados del siglo VIII puede ser una fecha prudente para la instalación de los fenicios en la desembocadura del Algarrobo.

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FIG. 108 Enclaves de los siglos VIII-VI a.C. en la desembocadura del Algarrobo. La colina del Morro de Mezquitilla estuvo habitada en un momento muy anterior a la presencia semita. Concretamente desde mediados del III milenio hasta principios del siguiente hubo aquí un poblado calcolítico, que constituye la denominada fase A del lugar. Hasta la llegada de los fenicios existió un hiatus de más de 1000 años. La etapa fenicia arcaica -fase B-, que H. Schubart (1986: 79) prolonga hasta el siglo V, es el momento de mayor auge de la colonia. A principios del siglo VII debió absorber la población de Chorreras cuando este asentamiento se abandonó. Poco después, a mediados de esta centuria, se construyeron las magníficas tumbas de Trayamar, en la margen opuesta de la ensenada del Algarrobo (Schubart y Niemeyer, 1976). Sin duda, el afianzamiento de la colonia del Morro le permitió superar las circunstancias que motivaron el abandono de Toscanos hacia el 550, prosiguiendo su desarrollo aparentemente sin sobresaltos. Finalmente, la época púnica -fase C- enlaza con el momento romano republicano. Para la presente tesis doctoral nos interesa especialmente de Morro de Mezquitilla las fases B1 y B2 que corresponden a los siglos VIII-VII a.C. En estos momentos es cuando se encuentra la mayor cantidad de cerámica a mano. Una parte de estos hallazgos debe ser atribuida, sin lugar a dudas, a alfareros indígenas. Otro lote, morfológica y técnicamente muy diferente, es de origen fenicio. 256

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

Dentro del grupo de origen autóctono, la forma más corriente es el vaso carenado, con algún ejemplar con agujeros de suspensión realizados sobre la línea de carenación. No faltan tampoco las ollas/orzas, decoradas con impresiones digitales, ni los soportes de carrete (FIG. 109). Dentro de este grupo de cerámicas indígenas merece la pena deternerse un momento en algunos RECIPIENTES DECORADOS. Paradójicamente, es un asentamiento fenicio como Morro de Mezquitilla uno de los lugares de la alta Andalucía donde han aparecido mayor cantidad de cerámicas indígenas decoradas (Schubart, 1979a: fig. e-g; 1983b: fig. 14, a-f). En realidad, sólo son unos pocos hallazgos -no superan la decena- pero su escasez los hace aún más valiosos. Si efectuamos un seguimiento de la distribución de estos materiales está bastante claro que son producciones ajenas al mundo fenicio, ya que entre los establecimientos coloniales solo las constatamos en Morro. A este respecto, es muy posible que la mayor antigüedad de este asentamiento respecto a otros conocidos sea una de las causas de la aparición aquí de este repertorio cerámico tan específico. Cuatro son las técnicas decorativas representadas: esgrafiado, pintura, incisión y excisión. El ESGRAFIADO es la más abundante, con piezas de calidades bastante dispares. Adscribible a un momento antiguo y con un tratamiento más descuidado cabe señalar un borde que perteneció a un vaso abierto, cuya forma concreta es indeterminable. Presenta al interior un friso de finas rayas y un triángulo relleno de trazos oblicuos (FIG. 110, a). Motivos similares, aunque no idénticos, los encontramos en el cercano poblado de Capellanía durante el siglo IX (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 8 nº. 4) o en la fase Peña Negra I, de los siglos IX-VIII (González Prats, 1983a: figs. 16-17 y 19), entre otros lugares. Bastante mayor interés tiene un cuenco hemiesférico de borde engrosado al interior, que presenta su pared exterior decorada con un esquema cruciforme, también fechable en el siglo VIII. Del umbo inferior parten -en lo conservadotres franjas cuya orla esta formada por una hilera de dientes de lobo, mientras que la zona interna se rellena con una retícula (FIG. 110, d). Esquema muy similar, aunque on motivos interiores diferentes, encontramos en piezas pintadas procedentes de la necrópolis de Los Patos -Cástulo- (Molina González, 1978: 218, tabla tipológica, nº. 44) y Peña Negra I (González Prats y García Menárguez, 1998: fig. 4), ambos claramente pertenecientes a un horizonte del Bronce Final Pleno. Para terminar con la técnica del esgrafiado encontramos dos fragmentos que corresponden a la misma pieza, seguramente un soporte de carrete, que muestra una compleja decoración (FIG. 110, g). Su hallazgo en los estratos B III/IV del Morro es decisivo en cuanto a una cronología del siglo VII a.C. Junto al borde y/o pie aparece una serie de triángulos invertidos o rectos, enmarcados por orlas dobles (Schubart, 1979a: 202, fig. 15, f-g). En estos triángulos alternan unos rellenos con ajedrezados romboidales y otros neutros. Este hallazgo de Morro, tanto por técnica decorativa como por los motivos que presenta, nos recuerda bastante al vaso de paredes reentrantes decorado aparecido en la cabaña 2 del Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 257

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 1980, figs. 165-168) (vid. supra FIG. 86). La datación que se le ha dado a la pieza almeriense, dentro del horizonte III-c del poblado de Alboloduy -siglo VIIcoincide también con el soporte de Morro. Sin duda, este tipo de piezas, dada su rareza, debían tener asignadas unas funciones bastante específicas en el mundo indígena.

FIG. 109 Morro de Mezquitilla. Cerámicas a mano lisas: formas indígenas (según Schubart, 1985). Las CERÁMICAS PINTADAS a mano aparecieron en los niveles más antiguos de la colonia. Se trata de dos fragmentos hallados en la campaña de 1982. El primero corresponde a un cuenco con carena media, decorado al interior y al exterior con motivos geométricos: en la primera zona presenta líneas horizontales que se convierten en triángulos invertidos en su parte interior, la segunda presenta tres frisos superpuestos con filetes horizontales, aspas y trazos oblicuos respectivamente (FIG. 110, b-c). La otra pieza es un fragmento amorfo, que corresponde al galbo de un vaso de cuerpo ovoide; presenta una primera zona prácticamente pérdida y una segunda donde alternan triángulos rectos e inversos rellenos de retícula. La filiación de estos dos fragmentos resulta compleja. Algunos autores han señalado su pertenencia al estilo Carambolo (Martín Ruiz, 1995-96: 79), pero un examen atento de los motivos y su composición nos revela que nos encontramos ante un producto diferente al típico del bajo Guadalquivir. Por tanto, creemos que estos dos fragmentos corresponden a lo que venimos denominando "cerámica pintada de Andalucía oriental", estilo del que tenemos pocos ejemplos, pero que se distribuye por las provincias de Málaga, Granada y Jaén. 258

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

FIG. 110 Morro de Mezquitilla. Cerámicas a mano indígenas decoradas (según Schubart, 1985). En CERÁMICA INCISA tenemos un fragmento de cuenco, decorado en su fondo con un círculo incompleto, orlado de triángulos. Podría representar un motivo soliforme, pero nada más podemos decir de él (FIG. 110, e). Finalmente, encontramos en Morro de Mezquitilla un fragmento de borde con DECORACIÓN EXCISA, con un motivo de retícula (FIG. 110, f). Esta pieza ha sido fechada, en función del estrato donde apareció, alrededor del año 700 a.C. o algo después, aunque su descubridor no ha emitido una opinión sobre la filiación concreta de la misma (Schubart, 1979a: 203). La baja datación del fragmento hace que nos resistamos a encuadrarlo dentro del horizonte Cogotas I, como hace algún autor (Martín Ruiz, 1995-96: 79). De acuerdo con la cronología que se ha otorgado a la pieza, las cerámicas de Cogotas I ya habían desaparecido (Fernández-Posee, 1998: 99-100). Esta cerámica excisa también aparece en otros lugares del Sureste y del Levante peninsular en momentos coetáneos a Morro de Mezquitilla o un poco antes, tales como Peña Negra I (González Prats, 1983a: 112-113). b)

Chorreras y el dominio del territorio inmediato

Hacia el año 750 a.C. se funda el poblado de Chorreras, situado a poco más de 800 m. al este del Morro de Mezquitilla, sobre la zona alta del promontorio de Las Ballenas. Las relaciones y jerarquía territorial entre Morro y Chorreras no están claras. Lo más probable es que ambos tengan una función 259

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS complementaria, dada la escasa distancia que los separa. Chorreras ocupa una posición más favorable para el dominio visual del mar y del hinterland terrestre inmediato a la desembocadura del Algarrobo, con unas mejores posibilidades defensivas; sin embargo, sus condiciones portuarias resultan bastante más desfavorables (Aubet, 1974; Aubet, Maass-Lindemann y Schubart, 1979). A nivel de hipótesis, nos parece que Morro de Mezquitilla debió ser, en principio, un simple embarcadero. La precariedad de medios con que cuentan los primeros colonos quedaría reflejada -en nuestra opinión- en la abundancia de cerámicas indígenas y de vasos fenicios hechos a mano en la fase B1. Era necesario recurrir a este utillaje cerámico para determinadas actividades cotidianas ante la necesidad de reservar las piezas a torno, que serían escasas en estos momentos, para funciones muy específicas, tales como la comida, ceremonias religiosos, almacenaje y el intercambio con los dirigentes indígenas. Igualmente, testimonio de esta "provisionalidad" de la fase B1 son las propias construcciones de este momento: se trata de sencillos muros de adobe levantados sobre el suelo nivelado -el horizonte A/B1-. Chorreras, en cambio, desde el principio manifiesta una arquitectura de mayor calidad, con fosas de cimentación, zócalos de piedra, calles y viviendas más amplias. Al tiempo, Chorreras alcanza durante su único nivel de ocupación una extensión de 3 has., mayor que la del Morro -2 has-. Además, la única necrópolis que se conoce durante el siglo VIII a.C. en la zona del Algarrobo es la de Lagos, que se ha vinculado con Chorreras (Aubet et alii, 1991: 10; Aubet, 1995a: 22-24). Igualmente, la cerámica indígena es bastante escasa en Chorreras, aunque sí aparece la fenicia a mano, pero en una proporción bastante inferior a la del Morro de Mezquitilla. La razón de la escasa presencia del material indígena en Chorreras quizás haya que buscarla en la cronología algo más avanzada del poblado. Fundado ya en un momento de afianzamiento de la colonización, no era necesario acudir al utillaje indígena con tanta profusión como lo había demandado la fase B1 de Morro. Es posible que cuando los colonizadores se asentaron en Chorreras ya existiese algún alfar fenicio en producción en la ensenada del Algarrobo. La puesta en funcionamiento de este taller ya en plena segunda mitad del siglo VIII se infiere también de la desaparición de la cerámica fenicia a mano en la fase B2 de Morro. Por todas estas circunstancias, planteamos que durante el periodo en que estuvo ocupado, entre los años 750 y 700, Chorreras fue el centro rector de la desembocadura del Algarrobo, siendo su puerto el Morro de Mezquitilla. Pensamos que es bastante plausible que el abandono de Chorreras esté conectado, de un modo o de otro, con la fundación de Toscanos hacia los años 730-720. Dado el escaso número de población fenicia, no tiene sentido mantener diferentes asentamientos en un área territorial relativamente reducida, con la consiguiente dispersión de los colonizadores, lo que aumenta su vulnerabilidad en caso de hostilidades con los indígenas. Chorreras no se abandonó al poco de iniciarse la vida de Toscanos, pero la fundación de la 260

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

nueva colonia debió suponer el inicio de su decadencia. Asegurado el éxito de la implantación fenicia, no tenía mucho sentido seguir instalados en una posición defensiva, pero con malas condiciones portuarias. c)

La articulación del bajo Algarrobo en los siglos VII-VI

El abandono de Chorreras hacia el año 700 convierte a Morro de Mezquitilla en el centro rector de la ensenada del Algarrobo, con un territorio articulado mediante una serie de enclaves. Testimonio de su pujanza sería la instalación en Trayamar de la conocida necrópolis de carácter aristocrático (Schubart y Niemeyer, 1976) y el surgimiento de varios núcleos satélites dedicados al parecer a actividades agropecuarias, pero de los que se posee muy poca información: Los Pinares, La Pancha-1, La Pancha-2, Cuesta de las Palmas y La Coronada (vid. FIG. 108). El enclave de LOS PINARES se encuentra hoy totalmente destruido. Se situaba en las lomas que bordean la margen derecha del río Algarrobo, a escasos 600 m. al norte de Trayamar. En 1987 se acometió en este lugar una pequeña intervención de urgencia, dirigida por A. Moreno Aragüez, de la que poco ha trascendido. La única información publicada sobre esta excavación se debe a E. Martín Córdoba y A. Recio (1991: 142-144). Las construcciones aparecidas eran de planta cuadrangular y compartimentada, levantada con zócalos de piedra. En algunas zonas se conservaban restos de pavimentos formados por una capa de cerámica sobre la que hay un suelo de arcilla rojiza. La cerámica se fecha en la segunda mitad del siglo VII a.C., con predominio de ánforas. No hay noticia de materiales a mano. Otros lugares se detectaron con motivo de una prospección del término municipal de Algarrobo (Cabello, Recio y Martín Córdoba, 1992), aún menos conocidos. Todos se hallan a corta distancia unos de otros, muy cerca de la línea de costa de la antigua ensenada y ocupando lomas o laderas suaves. Entre los que parecen tener algún tipo de actividad durante el periodo fenicio arcaico señalaremos CUESTA DE LAS PALMAS, LA PANCHA-1 y LA CORONADA. Entre los pocos fragmentos cerámicos que han proporcionado estos lugares se detecta la presencia de ánforas. Estos asentamientos han sido considerados como indígenas por algunos autores (Martín Córdoba y Recio, 1991: 144; Aubet, 1995b: 145), mientras que otros no se han inclinado por una determinada opción (López Castro, 1995: 54, fig. 14). La naturaleza de estos pequeños enclaves se establece más en función de su papel dentro del patrón territorial de la colonización propuesto por cada autor que de una constatación arqueográfica. Por nuestra parte, pensamos que bastante plausible que se dedicaran a las actividades agropecuarias en las tierras circundantes al río Algarrobo, tanto en la vega fluvial como en las lomas paleozoicas adyacentes. La dependencia de estos núcleos respecto a Morro es evidente, dada su vecindad, su pequeño tamaño y su ubicación claramente subsidiaria del asentamiento central. En el modelo de colonización de la costa 261

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS mediterránea andaluza propuesto por Aubet (1994: 278) estos pequeños asentamientos periféricos a las colonias están ocupados por mano de obra indígena integrada de alguna manera en el sistema colonial. No obstante, es muy posible la incorporación de determinados contingentes fenicios a los mismos, aunque ignoramos en cualquier caso cómo era la relación jurídica existente entre éstas personas de origen oriental y la clase dominante que residía en el núcleo principal. De acuerdo con la fecha relativamente avanzada de los mismos -siglos VII y VI- la presencia casi exclusiva de cerámicas a torno en ellos, máxime en las inmediaciones de una colonia fenicia, no resulta nada sorprendente. Por ello, este argumento material no puede utilizado para defender una presencia masiva de población fenicia en estos lugares. 3.

LA DESEMBOCADURA DEL RÍO DE VÉLEZ

Actualmente, a tan sólo 1 km. de la localidad malagueña de Torre del Mar encontramos la flecha deltaica del río de Veléz, perfectamente individualizada en un tramo de costa bastante rectilíneo. Los aportes del principal curso de agua de la Axarquía han terminado colmatando una antigua ría flandriense, que permitía llegar en embarcaciones hasta la actual VélezMálaga (Schubart, 1991: fig. 3) (vid. FIG. 8). En época protohistórica, la bocana de esta ensenada alcanzaba unos 300 m. de anchura entre los Cerros del Mar al este y del Peñón al oeste. Por tanto, las condiciones de puerto natural de este antiguo estuario eran extraordinarias. Al tiempo, el curso bajo del río de Vélez constituye el comienzo de una ruta natural que, atravesando el puerto del Boquete de Zafarraya, llega hasta la vega de Granada (FIG. 111). a)

Toscanos

La abordabilidad desde el mar, las posibilidades agropecuarias del entorno y la facilidad de penetración hacia el interior fueron las razones principales que impulsaron a los fenicios a establecerse al pie del Cerro del Peñón hacia los años 730-720 a.C. El lugar elegido por sus condiciones portuarias y defensivas no podía ser más adecuado: una pequeña península en la bocana de la ensenada del Vélez, donde hoy se ubica el Cortijo de los Toscanos. La situación un tanto marginal del lugar evitaría la suspicacia de las poblaciones indígenas del entorno. Cuando se funda Toscanos, los fenicios no eran unos recién llegados a la zona. Varias décadas antes -tal vez tres o cuatroya se habían establecido en el cercano Morro de Mezquitilla. Que tuviera que pasar un periodo considerable -más de una generación- para fundar un asentamiento con una posición portuaria bastante más favorable que el anterior prueba que el proceso colonial no fue improvisado y que los acuerdos con los poderes autóctonos llevaban su tiempo.

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Capítulo 10

La costa oriental malagueña

FIG. 111 Poblamiento de los siglos IX-VI a.C. en el bajo Vélez.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Las sucesivas campañas de excavaciones han permitido diferenciar un total de cinco etapas en Toscanos, que abarcaría desde los años 730-720 Toscanos I- hasta la primera mitad del siglo VI -Toscanos V-, momento en que la colonia es abandonada. Cada uno de estos periodos es posible que pueda explicarse no sólo a nivel de dinámica interna del propio asentamiento fenicio sino también desde el punto de vista de las relaciones con el entorno indígena. Sin embargo, en este segundo aspecto poco es lo que se puede decir. Las diferentes fases han sido bien sistematizadas y resumidas por M.E. Aubet (1994: 271-273), basándose en los trabajos efectuados por el Instituto Arqueológico Alemán. Hay que señalar que en el momento en que los fenicios se asientan en Toscanos la antigua península estaba deshabitada, si bien en momentos muy anteriores -Neolítico Final/Cobre Antiguo- existió aquí una ocupación humana, la denominada fase Pre-I. Los estratos que contienen los materiales de esta etapa plenamente prehistórica fueron documentados en el corte 18a de la campaña de 1971 y asientan directamente sobre la roca (Schubart y MaassLindemann, 1984: 66 y 145-146). La presencia de cerámicas a mano diferentes de las prehistóricas, mezcladas con los materiales a torno de Toscanos, fue señalada desde los primeros trabajos en el lugar, insistiendo los investigadores alemanes en su importancia. Nota de interés es su bajo porcentaje respecto al total de los hallazgos. Así, en 1964 aparecieron un total de 265 fragmentos, frente a unos 10.000 a torno, lo que supone sólo el 2,7% (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: 128) (vid. FIG. 385). Las cifras son similares en el resto de las intervenciones, así, por ejemplo, en la campaña de 1971 la cerámica a mano alcanzó el 4,9% del total del material recuperado (Schubart y MaassLindemann, 1984: 69). El estrato I de 1964 es el que proporcionó mayor cantidad de fragmentos a mano: 84 piezas, que van disminuyendo progresivamente hasta llegar a los niveles IV b-ef, donde no se superan los 10 ejemplares. La distribución de la cerámica a mano no es uniforme en toda la colonia desde el punto de vista espacial. Así, en la campaña de 1971 se publicó su recuento por zonas, observándose áreas donde alcanza el 8% frente a otras donde no supera el 2%. Entre las primeras destaca la llamada casa I (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: 69), no exenta de problemas estratigráficos. Dicha estructura debe ser anterior a la construcción del gran almacén central -edificio C-, aunque no hay una seguridad absoluta al respecto como se deduce de la memoria de la campaña. Es posible que fuera levantada a finales de la fase Toscanos II, correspondiente a los últimos años del siglo VIII, o bien muy a comienzos de Toscanos III, a principios de la centuria siguiente. Una contradicción aparente de estos recuentos por zonas del material a mano es que la estructura más antigua investigada en las excavaciones de 1971 complejo constructivo H-, datada sin problemas en la fase Toscanos II, ha 264

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proporcionado menos material a mano (3'9%) que el edificio C, más tardío. Este problema podría acharcarse a los desmontes efectuados por los propios fenicios para nivelar el terreno a fin de levantar nuevas construcciones, labores que revolvieron todos los estratos inferiores proximos a la casa H (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: 63). Los recipientes a mano documentadas en Toscanos se pueden dividir en dos grandes grupos: formas indígenas y formas fenicias. Las primeras constituyen el contingente mayoritario, con diferencia. Los autores de las excavaciones de Toscanos designan los diferentes vasos con una nomenclatura propia, pero nosotros preferimos utilizar la que hemos propuesto para el mundo indígena de la Andalucía mediterránea y su hinterland (vid. infra cap. 20). Aparecen vasos de casquete esférico, de paredes reentrantes, de perfil en "S", vasos carenados y ollas/orzas. La cerámica del grupo indígena de Toscanos se caracteriza por su color rojo-marrón, a veces con tendencia a ser muy oscuro. Las cocciones son variadas en cuanto a intensidad, pero siempre de tipo reductor. Predomina el producto tosco, con desgrasante pequeño o mediano, a base de arena o mica. Algunos fragmentos presentan alisamiento exterior, pero sólo los vasos carenados tienen superficie bruñida. Predominan con mucho los recipientes sin decoración. Cuando los vasos llevan algún tipo de adorno, éste se reduce a impresiones digitales o de uñas, como vemos en únicamente en las ollas/orzas (FIG. 112). También se han documentado algunos recipientes que son claras imitaciones a mano de los platos fenicios de borde estrecho (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1964: lám. 19, nº. 844 y 1299). Respecto a la cerámica fenicia a mano, en Toscanos resulta bastante escasa. Sólo se han documentado algunos fragmentos de tazones con asa simple. Esta menor presencia, en contraste con el cercano Morro de Mezquitilla (vid. infra), podría explicarse por la fecha más tardía de fundación de Toscanos. No es descabellado pensar que la nueva colonia podría fácilmente abastecerse desde el anterior asentamiento, ya plenamente consolidado. Es decir, Toscanos se funda en un momento en que la presencia fenicia se ha afianzado en la zona y no en un territorio donde los colonos deban surtirse en una parte considerable de utillaje indígena o producir ellos mismos con técnicas sencillas la mayoría de los objetos que necesitaban, caso de la cerámica cotidiana. b)

Cerro de la Alcazaba de Vélez-Málaga

A tan sólo 5 km. al norte de la actual desembocadura del río de Vélez, tierra adentro, se encuentra la capital de La Axarquía: la ciudad de VélezMálaga. Este núcleo urbano parece ser de origen islámico -Madina Ballis-, existiendo noticias de su existencia desde época emiral (Martínez Enamorado, 1999: 1025-1026 y 1043-1044). En el estado actual de nuestros conocimientos, no parece que la Vélez-Málaga musulmana se asentase sobre un núcleo anterior, pues la población de época romana se encontraba más volcada hacia la línea de costa. En este periodo, las fuentes literarias antiguas citan en estos 265

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FIG. 112 Cerámicas a mano de Toscanos (según Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969). 266

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FIG. 113 Panorama actual del Cerro de la Alcazaba de Vélez Málaga.

FIG. 114 Topografía y sondeos en el Cerro de la Alcazaba de Vélez

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS parajes la ciudad de Mainoba, que se ha venido identificando tradicionalmente con el Cerro del Mar (Rodríguez Oliva, 1984: 443). Vélez-Málaga desarrolla su casco urbano al pie del Cerro de la Alcazaba, sobre el que se levanta una fortaleza musulmana, en su mayor parte de fábrica nazarí. Este altozano albergó un poblado del Bronce Final. El Cerro de la Alcazaba de Vélez-Málaga es una colina esquistosa, que alcanza una altitud máxima de 137 m.s.n.m., y que delimita la vega del río Vélez por el este. La cima constituye una meseta oblonga, con un desarrollo norte-sur de unos 200 m. de longitud, que se encuentra rodeada de laderas con fuerte pendiente por todos sus lados excepto por el noreste, que constituye su acceso más fácil. En la actualidad, el lugar se encuentra bastante transformado por la fortaleza islámica y por diferentes obras de las últimas décadas (FIGS. 113-114). Desde la cima se domina perfectamente la desembocadura del Vélez y, por supuesto, Toscanos, así como toda la vega fluvial. En la Protohistoria, no cabe imaginar un lugar más estratégico en el entorno cercano. A su control visual hay que añadir su condición de puerto interior, ya que la parte meridional del altozano se encontraba a escasa distancia de la orilla del antiguo estuario del Vélez, donde terminaría la navegación. Frente a esta posición privilegiada, la colonia fenicia de Toscanos se encontraba en una situación bastante más vulnerable. En el Cerro de la Alcazaba de Vélez-Málaga se ha efectuado, que sepamos, una sola excavación. En el año 1973 J.M.J. Gran Aymerich, acometió la realización de un pequeño sondeo en el lugar. Esta actuación en la Alcazaba se enmarcó dentro de un programa más amplio que incluía investigaciones en otros lugares del casco histórico de la ciudad (Gran, 1981: 354-357 y 359-360). La reciente creación de un Servicio Municipal de Arqueología en Vélez-Málaga será un buen impulso para la investigación en la zona y aumentará de modo significativo nuestro conocimiento sobre el poblado indígena que se situó en este cerro. El sondeo realizado por Gran se situó en el área suroccidental de la fortaleza islámica. Sus dimensiones fueron 4 por 4 m., aunque ignoramos la profundidad máxima que se alcanzó. La excavación permitió individualizar un total de ocho niveles, algunos divididos en subniveles (Gran, 1981: fig. 37). Realmente, la utilidad de esta excavación de cara al poblamiento del Bronce Final-Hierro Antiguo del bajo Vélez resulta bastante escasa, ya que prácticamente se trató de una recogida de materiales, sin que estos fueran estudiados en profundidad, salvo una pequeña parte. En el nivel 8 se observa claramente una serie de cerámicas correspondientes a la Edad del Cobre, al Bronce Antiguo-Pleno y al Bronce Final (Gran, 1981: fig. 38). En esta última fase encontramos dos vasos con carena baja y superficie bruñida, que pueden fecharse -a priori y con todas las reservas- en un momento antiguo del Bronce Final (FIG. 115). Otras formas como los vasos de casquete esférico, los vasos de paredes reentrantes y las ollas/orzas de borde engrosado pueden corresponder a cualquiera de los tres periodos antes mencionados. Por tanto, 268

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está claro que el estrato 8 documentado por Gran Aymerich en la Alcazaba de Vélez-Malaga es un nivel revuelto, cuyo único valor reside en constatar la presencia de un grupo indígena del Bronce Final en este cerro. El sondeo efectuado por Gran no proporcionó cerámicas a torno de carácter fenicio, al menos en lo que respecta a los materiales estudiados, que realmente fueron un porcentaje bastante pequeño (Gran, 1981: 359). Esto no quiere decir que el poblado se abandonase antes de la llegada de los colonizadores, ya que las conclusiones que podemos sacar de esta intervención son totalmente provisionales. Varios son los autores que señalan la presencia de materiales a torno fenicios en la Alcazaba de Vélez-Málaga (Suárez Padilla, 1992: 210; Recio, 1993a: 135-136, nt. 24; Martín Córdoba, 1993-94: 13), que indicarían la pervivencia del poblado en un momento coetánea a la colonización. Entre estas cerámicas se citan fragmentos polícromos en rojonegro y un posible pithos con asa de triple sección. De acuerdo con estas premisas, M.E. Aubet (1987: 269; 1994: 279-280; 1995: 145) ha resaltado la importancia que tiene el Cerro de la Alcazaba como poblado indígena y núcleo rector de la zona. c)

El territorio del bajo Vélez

Ya desde la excavación de 1964 en Toscanos se señaló en la relación entre la colonia fenicia y el entorno indígena inmediato (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: 139-140). Las excavaciones de Gran Aymerich en CERCA NIEBLA fueron acogidas por la comunidad científica como un primer paso para el conocimiento de la explotación agropecuaria del bajo Vélez durante el Hierro Antiguo. Cerca Niebla se ubica a 2 km. al norte de Toscanos y a tan sólo 700 m. de la orilla derecha del río Vélez. Ocupa el pie de una de las colinas pizarrosas que bordean la vega fluvial por el este. En Cerca Niebla se documentaron materiales que abarcaban desde el Neolítico Final hasta época medieval y moderna. Debido a lo transformado del terreno, cualquier intento de establecer una estratigrafía coherente tropieza con enorme dificultades. No obstante, los investigadores que trabajaron aquí consideraron que el denominado "nivel III" corresponde a un momento protohistórico, paralelo a la actividad de la inmediata colonia fenicia de Toscanos (Gran, Gran y Saadé, 1975: 162-180, figs. 24 y 27). Los materiales que se han incluido en esta fase no resultan muy significativos en cuanto a su cronología ni en lo que respecta a su clasificación tipológica. Junto con engobes rojos muy poco definidos, aparecen determinados fragmentos -todos amorfoscon decoración polícroma enrejada a base de rojo y negro, seguramente correspondientes a pithoi (FIG. 116); los autores de las excavaciones en Cerca Niebla señalan su paralelismo con el "estilo Bc" de la cerámica polícroma de Toscanos (Gran, Gran y Saadé, 1975: 177). Fecha indudablemente más tardía

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FIG. 115. Cerámicas del Bronce Final de la Alcazaba de Vélez-Málaga (según Gran, 1981).

FIG. 116. Cerámica de Cerca Niebla (según Gran, Gran y Saadé, 1975).

FIG. 117. Cerámica de los Algarrobeños (según Recio y Martín Córdoba, 199394).

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tiene un lebrillo, que se dataría en los siglos VI-V. Estas cerámicas a torno conviven con numerosos fragmentos a mano, también escasamente definidos. Ciñéndonos en exclusiva a lo que sabemos por los datos empíricos, es difícil pensar que la dedicación fundamental de Cerca Niebla fuese la producción agro-pecuaria, ya que durante los siglos VIII-VI a.C. junto al lugar no existía vega fluvial. El poblado se encontraba en la orilla de la ensenada del río de Vélez. La única actividad agrícola que podría efectuarse en el entorno sería el cultivo en terrazas así como un pastoreo extensivo en las lomas pizarrosas que se elevan inmediatamente al oeste. No es que descartemos la actividad agraria en Cerca Niebla, pero su desarrollo aquí requeriría una considerable inversión de energía para unos rendimientos limitados. Además en otros enclaves cercanos situados en la orilla opuesta del estuario las posibilidades para la explotación agraria son mucho más óptimas. Sobre el carácter indígena o fenicio de Cerca Niebla, no creemos que se cuente con argumentos consistentes para decidirnos en uno u otro sentido, salvo los derivados del modelo general de la colonización propuesto para la Andalucía mediterránea y que ya han sido elaborados por otros autores (Aubet, 1994: 269-271 y 278-281; López Castro, 1995: 33-46). Desde luego, la cerámica aparecida en Cerca Niebla no aclara qué población habitaba aquí, como ocurre en otros lugares similares. Finalmente, tampoco la cronología del poblado del Hierro Antiguo puede ser establecida de modo fehaciente, especialmente para sus inicios. Una fecha del siglo VII podría presentarse como una opción prudente. De momento no conocemos nada más antiguo ni por supuesto prefenicio. Hasta que no se demuestre lo contrario, tenemos que admitir que la fundación de la fase III de Cerca Niebla está vinculada con la presencia colonial. La perduración del asentamiento hasta un momento avanzado del siglo VI o incluso hasta la centuria siguiente parece algo más segura. Otro pequeño asentamiento del Hierro Antiguo en el entorno de la antigua ensenada del río de Vélez es LOS ALGARROBEÑOS. Este enclave arqueológico fue descubierto a principios de la década de los 90 por A. Recio y E. Martín Córdoba (1993-94), cuando su estado de deterioro era ya bastante avanzado; actualmente está prácticamente destruido. El lugar se encuentra en la periferia suroccidental de Vélez-Málaga, muy cerca del casco urbano. Los Algarrobeños se situó muy cerca de la orilla oriental del estuario del Vélez, justo en la ribera más apta para el desarrollo de actividades agropecuarias. La cerámica documentada en Los Algarrobeños procede exclusivamente de recogidas superficiales, en las que se señala la ausencia de fragmentos a mano. Entre el material documentado se observa el predominio de ánforas: bordes de sección triangular, asas de orejetas y amorfos. Realmente, pocas son las formas anfóricas que han podido identificarse con seguridad. Además de algunas R-1, se localizan una serie de bordes correspondientes a Maña-Pascual A-4, con una datación entre fines del siglo VII y el siglo V. También aparecen algunos pithoi 271

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS polícromos (FIG. 117). Finalmente, hay que resaltar la presencia en el lugar de algunos trozos de adobe quemados o pasados de cocción, que A. Recio y E. Martín Córdoba interpretan como posibles indicios de un alfar. Los materiales de Los Algarrobeños indican una fecha baja dentro del periodo fenicio arcaico: muy a finales del siglo VII y la centuria siguiente. El abandono del lugar puede situarse en el siglo V a.C. A este respecto, quisiéramos llamar la atención sobre la aparente sincronía existente entre el despoblamiento de Los Algarrobeños y Cerca Niebla. Con seguridad, ambos tienen lugar -como mínimo- varias décadas después del abandono de Toscanos. ¿Seguían en sus actividades como si nada hubiera ocurrido? Todo parece indicar que sí. ¿Les afectó el cese de la presencia fenicia en la colonia principal de la zona? Parece que no. Esto confirmaría que la organización territorial que se habían generado los fenicios desde Toscanos se había afianzado de tal manera que, a partir de cierto momento, tuvo una dinámica propia, en la que sin duda estaba implicado el poder indígena. Por otro lado, el abandono de estos pequeños asentamientos en el siglo V lo observamos también en las tierras interiores de la provincia de Málaga, la pregunta subsiguiente es: ¿hay conexión entre ambos procesos costahinterland? Nosotros pensamos que sí. 4.

EL CORTIJO DE LAS SOMBRAS: UNA NECRÓPOLIS INDÍGENA DEL HIERRO ANTIGUO III

El Cortijo de las Sombras es una de las necrópolis más importantes y controvertidas de la Protohistoria del sur peninsular. A pesar de que no fue objeto de una excavación científica, conocemos gran número de detalles de la misma, que posibilitan una reconstrucción bastante fiable. La relevancia ha alcanzado en la literatura científica se debe a la controversia que ha generado su naturaleza concreta fenicia o autóctona, en un debate ya clásico en la arqueología española. La proximidad del Cortijo de las Sombras a las necrópolis de Almuñécar, Lagos, Trayamar y Jardín nos permite efectuar interesantísimas comparaciones de índole material, ritual y cronológica. Pero lo que convierte a Frigiliana en un enclave arqueológico de excepcional interés es su cronología tardía dentro del Hierro Antiguo. Esta datación viene a llenar el hueco existente entre los enterramientos tartéssicos de Andalucía occidental y las primeras necrópolis propiamente ibéricas. El Cortijo de las Sombras se encuentra en el término municipal de Frigiliana, en el extremo más oriental de la Axarquía. El lugar constituye un pequeño altozano, de 240 m.s.n.m., situado a unos 4 km. de la costa. El lugar se vincula al valle del río Higuerón, que, junto con el Chillar, forma la pequeña pero feraz vega de Nerja (FIG. 118). La cúspide del cerro está constituida por una pequeña explanada, donde se levantó antaño una era y hoy está ocupada por una vivienda, cuya construcción motivó el descubrimiento de la necrópolis. Las fotografías publicadas por A. Arribas, de finales de los años 60, muestran 272

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un pago apenas provisto de vegetación. Hoy el lugar esta ocupado por un aclarado bosque de pinos y eucaliptos, además de por otras construcciones. a)

La extracción de las tumbas

El primer hallazgo arqueológico conocido en el Cortijo de las Sombras acaeció en fecha no precisada anterior a 1964. Un vecino de Frigiliana excavó una tumba -la nº. 12- y entregó su ajuar al Ayuntamiento. La proliferación de los descubrimientos no se produjo hasta 1966, cuando el Sr. John Wilkins comenzó edificar su vivienda en la parte superior del cerro. Al iniciarse los movimientos de tierra apareció una tumba. El propietario de la finca, percatándose de la importancia del hallazgo, encomendó a los obreros que procediesen con cautela a fin de recuperar las piezas completas, caso de que se descubriesen más. Así, la remoción de la zona alta del cerro, reveló la existencia de un total de 15 sepulturas seguras y algunas más probables. En 1968 A. Arribas, enterado de los hallazgos, se desplazó a Frigiliana con el objeto de recabar información. Esto permitió realizar una amplia publicación (Arribas y Wilkins, 1969), que constituye la principal fuente para el estudio de la necrópolis. A pesar de las aparentemente fiables informaciones del Sr. Wilkins, no debemos olvidar que la extracción de las tumbas se efectuó sin ningún control, por lo que la reconstrucción de las mismas es aproximada. Igualmente, la distribución de los enterramientos en la cima del cerro resulta un tanto extraña al existir un considerable vacío en el área ocupada por la edificación del chalet, que contrasta con el reparto aparentemente irregular de los enterramientos. Por tanto, se impone la prudencia, pues nuestro conocimiento de la necrópolis es indirecto y no tan exhaustivo como pudiera parecer. La publicación de 1969 no es la memoria completa de una excavación sistemática, sino la recopilación de datos fundamentalmente orales sobre diferentes hallazgos, muchas veces separados en el tiempo por periodos de varios meses. Es necesario aclarar que Arribas nunca realizó excavaciones en el Cortijo de las Sombras. Únicamente en abril de 1968 procedió a la limpieza parcial de la tumba nº. 5, para documentar su revestimiento de piedra y la parte inferior de la urna que contenía, aunque la sepultura había sido ya extraída casi enteramente en noviembre del año anterior, según nos refiere él mismo. Por ello, sorprende que algunos autores afirmen que A. Arribas realizó la excavación de la necrópolis, lo cual es rigurosamente incierto. b)

El ritual de Frigiliana

El rito funerario utilizado en la necrópolis del Cortijo de las Sombras es la incineración. Los enterramientos se distribuyen irregularmente en la cima del cerro, no existiendo noticias de aparición de tumbas en las laderas, aunque es una hipótesis no descartable (FIG. 119). Las sepulturas son muy simples y todas están situadas a escasa profundidad, entre 0,20 m. y 0,50 m. La mayoría eran pequeños agujeros circulares excavados en el conglomerado del lugar, en los que se depositaban las urnas. Estos hoyos eran de pequeñas dimensiones, 273

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FIG. 118. Situación de la necrópolis del Cortijo de las Sombras.

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FIG. 119. Cortijo de las Sombras: distribución de las tumbas (según Arribas y Wilkins, 1969).

FIG. 120. Cortijo de las Sombras: alzado de la tumba 5 (según Arribas y Wilkins, 1969). 275

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS poco más que lo necesario para introducir las urnas. En algún caso, como la tumba nº. 3 y posiblemente la nº. 8, el enterramiento ocupaba una pequeña oquedad natural. La tumba 5 constituye la excepción, ya que presentaba una construcción algo más esmerada, que pudo ser documentada parcialmente por Arribas. El hoyo excavado tenía un diámetro bastante mayor que los demás, en torno a 1,5 m. Sus paredes se encontraban revestidas de piedras de tamaño mediano unos 20 cm. de largo-, como si se quisiera evitar el derrumbe de las mismas. Sobre la urna, la tapadera de ésta y la losa de cubrición de ambas se situó una acumulación de piedras a modo de túmulo (FIG. 120). Sin embargo, pese a este tratamiento ciertamente destacado, su ajuar es similar a los otros enterramientos. En las oquedades se colocaban las urnas bien tapadas, llenando los hoyos de tierra, operación en la que se puso un especial cuidado, ya que la mayoría de los vasos cinerarios intactos no contenían nada de tierra. Las urnas son en su mayoría recipientes tipo pithos, que presentan decoración polícroma en negro y rojo vinoso, con motivos horizontales a base de bandas anchas y filetes. Otras urnas responden a modelos de vasos Cruz del Negro -tumbas 6 y 12-, mientras que también se documentan urnas globulares -tumbas 2 y 4-. Las tapaderas eran variadas. En algunos casos se trata de piezas realizadas exprofeso para un determinado recipiente, casos de las sepulturas nº. 2, 5 y 14 y, posiblemente también en la 4. En otras ocasiones la tapadera es un sencillo plato carenado -tumba 6- o de borde ancho y receptáculo central -nº. 7. Finalmente, en algún caso, el vaso cinerario se tapó simplemente con una losa de piedra de tamaño considerable, como en la tumba nº. 13. Algunos enterramientos situaron la losa de piedra encima de la tapadera de cerámica nº. 5 y 6-. Depositada urna y tapa se cubría con tierra toda la sepultura, no pareciendo que existiese alguna señal o hito exterior que señalase la situación de cada tumba, o al menos no tenemos noticia. La cremación de los cadáveres pudo efectuarse fuera de la necrópolis, pues no se han hallado ustrina, aunque debido al modo en que se ha obtenido la información sobre el Cortijo de las Sombras no puede descartarse la existencia de quemaderos en el lugar. Tan sólo conocemos la existencia de pequeños hoyos, no mayores de 25 cm. de diámetro, conteniendo restos de pequeñas hogueras con cenizas y madera carbonizada. Se sitúan a escasa profundidad. Parece que puede descartarse su función como ustrina; más bien pueden ser pequeños depósitos funerarios, en opinión de Arribas, señalando el paralelismo con Rachgoun. Tampoco puede descartarse que se trate de algún tipo de fuegos de carácter ritual, cuyo sentido se nos escapa. Una vez incinerados los cadáveres, los huesos y las cenizas se depositaban en las urnas, llenando en ocasiones más de la mitad de la capacidad total de los recipientes. No sabemos si había una selección de restos. Han aparecido pocos dientes, lo que Arribas atribuye al modo en que fueron 276

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Capítulo 10

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extraídas las urnas por sus eventuales descubridores. De la tumba 13 procede una mandíbula infantil, que es la única que conocemos en la necrópolis. Los ajuares se colocaban dentro de los vasos cinerarios. En algunos casos, ha aparecido alguna pieza fuera, pero es probable que se hubiera salido de la urna. Seguramente esto ocurrió al romperse alguna y desparramarse su contenido. Los ajuares son muy poco variados y existen escasas diferencias entre ellos, aunque el de la tumba 13, correspondiente al citado enterramiento infantil, es algo más rico que los demás. c)

Objetos de ajuar

Los ajuares funerarios de la necrópolis de Frigiliana son casi exclusivamente metálicos, con objetos de bronce, cobre y hierro. La cerámica está ausente de los ajuares, siendo su función exclusivamente la de contenedor de los restos humanos y de las piezas metálicas que los acompañan. La presencia de fusayolas y cuentas de collar es escasa (FIG. 121). Las fíbulas de doble resorte son los objetos más abundantes, con un total de ocho ejemplares completos y otros tantos incompletos. De acuerdo con la clasificación elaborada por M.M. Ruiz Delgado para las fíbulas de doble resorte del sur peninsular, todas las piezas corresponden al tipo IA1a excepto una que pertenece al IA2a -con placa- y que procede de la tumba 8 (Ruiz Delgado, 1986: 496-497). Hay que reseñar también la presencia de una fíbula de tipo Acebuchal, que no puede adscribirse a ningún enterramiento concreto (Ruiz Delgado, 1989a: 151, fig. 15, nº. 1). Otros elementos de metal son los anillos -uno de plata-, los brazaletes uno del área 11 rematado en manos- y los broches de cinturón –hallados en la tumba 8 y en el área 11- resultan similares a los aparecidos en el bajo Guadalquivir. Tampoco faltan las pinzas, como vemos en la necrópolis almeriense de Boliche. Finalmente, hay que destacar en cuanto a objetos de metal la presencia en la tumba 8 de diferentes elementos de panoplia de hierro, aunque bastante fragmentarios: punta de jabalina, punta o enmangue de cuchillo y vaina. Igualmente en la tumba 13 aparece la posible empuñadura de un cuchillo, puñal o espada. Un objeto del Cerrillo de las Sombras que ha merecido una atención especial es el escarabeo de la tumba 13, que conserva el anillo de entalle, de plata (Arribas y Wilkins, 1969: fig. 8, nº. 7). La pieza presenta en su parte inferior una inscripción jeroglífica egipcia, con los signos realizados con descuido. El texto señala únicamente el nombre de Amón-Re, según formulario no muy extendido, pero que se documenta en diferentes lugares de Palestina (Gamer-Wallert, 1975: 69-70).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS d)

La cronología del Cortijo de las Sombras

Basándose en el estudio de la cerámica, Arribas y Wilkins (1969: 215216) situaron la fecha de la necrópolis de Frigiliana en los siglos VII-VI a.C. Esta propuesta cronológica ha sido aceptada por la mayoría de los autores (Tejera, 1979: 45; Rodríguez Oliva, 1984: 431; Belén y Pereira, 1985: 319; Rubio y Sierra, 1993: 120; Torres, 1999: 102), si bien últimamente se observa una cierta tendencia a rebajarla a los siglos VI-V (Martín Ruiz, 1995: 98; Alvar, 1999: 430). La datación de sus primeros editores es perfectamente comprensible dado el nivel de conocimiento que existía en aquellos momentos de finales de la década de los 60 respecto a la colonización fenicia y al mundo autóctono coetáneo. Actualmente estamos en mejores condiciones de efectuar una valoración bastante más concreta de la cronología del Cortijo de las Sombras. Desde luego, podemos desechar que la necrópolis esté en uso durante el siglo VII, pues los objetos que ofrecen una cronología fiable, con un margen estrecho de tiempo, no se pueden llevar antes del año 600. La fecha claramente avanzada de la necrópolis se ve reflejada en los hallazgos cerámicos. Mayoritariamente los recipientes que se utilizaron como urnas cinerarias en Frigiliana son pithoi, cuyas formas no se encuentran dentro de los perfiles habituales que conocemos en el siglo VII. Responden mejor a prototipos claramente evolucionados de aquellos, más tardíos (FIG. 122). Las urnas tipo pithoi del Cortijo de las Sombras encuentran un paralelo casi idéntico en un ejemplar de la Cova del Cavall de Liria -Valencia- (Fletcher et alii, 197678, fig. 3, nº. 8) y son muy similares a otra pieza ibicenca de Sa Caleta, situada entre finales del siglo VII y primer cuarto del VI (Ramón, 1999, fig. 6, i-10). Mientras, recipientes muy similares a la pieza tipo Cruz del Negro de la tumba 12 los encontramos en algunos lugares de la alta Andalucía -Toscanos, Albaicín, Galera- en el siglo VI (García Alfonso, 1998b: 123-125). La tapadera de la tumba 6 es un típico vaso carenado indígena, aunque está hecha a torno; su perfil es muy similar a los recipientes aparecidos en las sepulturas más antiguas de Castellones de Céal, tanto a mano como a torno, que se fechan en el tránsito del siglo VII al VI (Chapa et alii, 1998: 78-81, fig. 33, nº. 1). El plato de borde ancho que sirvió de tapadera en la tumba 7 de Frigiliana así como los aparecidos en la extensión del área 16 son bastante similares a los documentados en las sepulturas 67, 57 y 86 de Jardín, bien datadas en los siglos VI-V (Schubart y Maass-Lindemann, 1979: fig. 3, c-e). Motivos esteliforme de la urna de la tumba 3 de Frigiliana encuentra su paralelo más cercano en algunas jarras de Jardín, concretamente procedentes de las tumbas 88 y 101 (Schubart, 1979b: figs. 4, a; 5, a). Por otro lado, el escarabeo de la tumba 5 es una manufactura egipcia de principios del siglo VI (Gamer-Wallert, 1975: 70). Finalmente, la presencia de fíbulas de doble resorte en la mayoría de los enterramientos es un indicio esencial a la hora de señalar su deposición antes de finales del siglo VI, data más tardía admitida para la pervivencia de estas piezas (Ruiz Delgado, 1986: 511). 278

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Todo indica que el periodo de utilización de la necrópolis no fue muy largo, debido a la existencia de un número relativamente pequeño de enterramientos, a la escasa densidad de ocupación del espacio y la homogeneidad de los contenedores cerámicos, donde no se observan desfases cronológicos apreciables. Toda la necrópolis resulta bastante homogénea en cuanto a rito, tipología de las sepulturas, deposición de los sepelios y objetos de ajuar, indicándonos que el lugar fue utilizado como cementerio durante un periodo de no más de una generación. e)

El carácter indígena de Frigiliana: ¿el fin de la polémica?

A pesar de que la cronología concreta del Cerrillo de las Sombras ha estado sometida a un cierto debate, la mayor controversia que ha generado la necrópolis se ha centrado en su clasificación como fenicia1 o como indígena2. Poco es lo que nosotros podemos aportar a la cuestión, dado el volumen de lo publicado al respecto, por lo que no vamos a insistir en las comparaciones con necrópolis como Cruz del Negro o Rachgoun, magníficamente tratadas por diferentes autores. Preferimos insistir en algunos elementos que vemos en Frigiliana que sólo han entrado un tanto marginalmente en la citada discusión, pero que pensamos tienen un cierto interés. Desde luego, nos parece bastante más convincente la idea de considerar que el Cortijo de las Sombras es un lugar de enterramiento vinculado a una pequeña comunidad autóctona, que, aunque dotada de un considerable bagaje material fenicio, conserva una serie de rasgos particulares en su ritual funerario propio. Esto no resulta nada sorprendente dada su localización geográfica en la costa oriental malagueña y su cronología del Hierro Antiguo III. La falta de ajuar cerámico en Frigiliana es una circunstancia que contrasta con las necrópolis clasificadas indudablemente como fenicias, donde las piezas cerámicas de calidad ocupan un papel esencial, tanto en los sepelios de los sectores dirigentes como en aquellos correspondientes a grupos menos pudientes. En los primeros encontramos recipientes de lujo como los platos, jarros de boca de seta, de boca trilobulada y lucernas de engobe rojo. Estas circunstancias se observan bien en lugares como Trayamar y Cerro de San Cristóbal. Por otro lado, en la fase arcaica de Puig des Molins tenemos un sector con enterramientos bastante más simples que estas sepulturas andaluzas -Can Partit-, que corresponde a uno de los primeros grupos de colonos que se establecieron en Ibiza (Gómez Bellard et alii, 1990: 163-164). Las diferencias con las necrópolis aristocráticas de la costa malagueña y granadina son muy importantes, testimoniando que en la isla nos encontramos con un contingente

1

Entre este grupo, cabe señalar a A. Arribas y J. Wilkins (1969), C. González Wagner (1993c: 8788) R. Rubio y R.M. Sierra (1993) y J. Alvar (1999: 430). 2

Entre los defensores de una adscripción indígena para Frigiliana cabe señalar a M.E. Aubet (1981a: 154), H.G. Niemeyer (1986: fig. 8), J.M. Martín Ruiz, J.A. Martín Ruiz y J.A. Esquivel (1996).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS humano con menor poder económico y con un tipo de enterramiento bastante menos ritualizado que el anterior. En el mismo sentido, Can Partit presenta también grandes diferencias respecto a lo que vemos en Frigiliana: en la construcción de la mayoría de las tumbas -fosas hipogeicas rectangulares frente a simples hoyos-, señalización de los enterramientos -presencia de cipos en Ibiza- y tipología de los ajuares -abundancia de cerámica en Can Partit-. Cierto es que en esta fase arcaica del Puig de Molins no faltan sencillos hoyos circulares donde se depositaron incineraciones, concretamente los nº. V-VII (Gómez Bellard et alii, 1990: fig. 80), pero esta forma de sepelio -la más sencilla que aparece en Ibiza- tiene poco que ver con Frigiliana. En Can Partit las cenizas y los restos óseos se depositaron directamente sobre el suelo natural, sin ningún tipo de contenedor, mientras que en Cortijo de las Sombras siempre están dentro de una urna cineraria. Netamente, Can Partit y Frigiliana responden a realidades diferentes. Un lugar que ha pasado desapercibido en la controversia sobre la adscripción del Cortijo de las Sombras, paradójicamente muy cercano territorial y cronológicamente, es la necrópolis de Jardín. Desde luego, ningún autor ha dudado hasta ahora del carácter fenicio de este último lugar del bajo Vélez, fechado durante su primera fase de utilización en el siglo VI. Jardín nos ofrece un ambiente totalmente diferente a Frigiliana: predomina con mucho la inhumación, las tumbas se construyen con arquitectura de sillares y los ajuares funerarios son abundantes, con un papel esencial para la cerámica y una menor presencia de elementos metálicos. Jardín es bastante similar a la necrópolis de Puente de Noy (Molina Fajardo, Ruiz Fernández y Huertas, 1982; Molina Fajardo y Huertas, 1985) y a la recientemente descubrierta en la calle Campos Elíseos de Málaga (Martín Ruiz, J.A. y Pérez-Malumbres, 1999), ya que todas pertenecen sin duda alguna a un ambiente fenicio datado desde el siglo VI-V en adelante. Frigiliana es completamente diferente a estas necrópolis coloniales. Ello es un argumento más para considerar que el Cortijo de las Sombras es el lugar de enterramiento de una comunidad indígena, que utiliza ciertos elementos fenicios que están en circulación en la zona. Una circunstancia que pensamos no ha sido suficientemente valorada por la investigación es la presencia de armas en algunos enterramientos de Frigiliana, aunque bastante mal conservados, al estar fabricados en hierro. Concretamente, la tumba 8 contiene una panoplia bastante completa: punta de jabalina, cuchillo o espada y vaina. También aparecen los restos de una espada, puñal o cuchillo en la sepultura nº. 13 (Arribas y Wilkins, 1969: 228 y 234). La extrema rareza de las armas en las necrópolis andaluzas del Hierro Antiguo convierte a Frigiliana en un caso a tener en cuenta, aunque no único, ya que piezas similares se constatan en algunos lugares de Los Alcores, pero con mucha menor frecuencia (Sánchez Andreu, 1994: 267, cuadro III). La presencia de estos elementos de panoplia es un rasgo típicamente autóctono, absolutamente ajeno a los rituales fenicios. Pensamos que deben tomarse como una anticipación del panorama típico del mundo funerario ibérico de los siglos 280

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La costa oriental malagueña

V-IV a.C. La data tardía de Frigiliana nos permite vislumbrar ya indicios de que la sociedad indígena está cambiando respecto a las circunstancias del Hierro Antiguo II. Desde luego, la necrópolis muestra con claridad que no estamos ante comunidades que se limitan a adoptar pasivamente una serie de pautas rituales propias de los fenicios: toman de ellos o que necesitan y/o resulta de interés para mantener su propia estructura de grupo. Las conexiones del Cortijo de las Sombras con las necrópolis del Bronce Final prefenicio de la alta Andalucía son evidentes: incineración, uso de urnas, ausencia de cerámica en el mobiliario funerario y ajuar formado fundamentalmente por objetos metálicos. Por tanto, la "influencia" fenicia en Frigiliana, tan resaltada por algunos autores, sería bastante relativa. Los elementos coloniales que aparecen son medios materiales para llevar a cabo los sepelios y algún objeto mágico con reputación de poderoso, caso del escarabeo de la tumba 13. Al tiempo, la naturaleza profunda del ritual se ha transformado poco respecto a épocas anteriores.

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FIG. 121. Cortijo de las Sombras: ordenación por tumbas de las urnas cinerarias y otros materiales cerámicos (a partir de Arribas y Wilkins, 1969).

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FIG. 122. Cortijo de las Sombras: ordenación por tumbas de los ajuares funerarios (a partir de Arribas y Wilkins, 1969).

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11 LA BAHÍA DE MÁLAGA Y SU HINTERLAND. EL VALLE DEL GUADALHORCE

La hoya de Málaga es un espacio bien definido por límites montañosos que le confieren un carácter cerrado, centrado en torno al curso bajo del río Guadalhorce, que va a desaguar en la bahía malagueña (FIGS. 123-124). En la periferia del territorio se levantan una serie de alineaciones pertenecientes a diferentes unidades fisiográficas. Incluida en la cadena que bordea el litoral malagueño cabe señalar la sierra de Mijas y los Montes de Málaga; el flanco oriental de la Serranía de Ronda está presente con las sierras de las Nieves, Tolox, Prieta y Alcaparaín; mientras, el límite norte lo forma la denominada "cordillera Antequerana" con las sierras de Huma y El Torcal. Estos obstáculos orográficos, todos ellos por encima de los 1.000 m., constriñen la circulación a contados pasos, que comunican el litoral mediterráneo con el Surco Intrabético. El denominado puerto de Málaga se encuentra en la cabecera del arroyo de las Cañas y da acceso a los valles del Turón y del Guadalteba, por lo que es la vía principal hacia el Guadalquivir; mientras, el paso del Valle de Abdalajís salva el extremo occidental del Torcal, facilitando la comunicación con la depresión de Antequera. Otros pasos son la Boca del Asno, La Fresneda, la Fuenfría y las Pedrizas, situados en la cordillera Antequerana. El camino más corto hacia Ronda implica atravesar el difícil collado del Viento, con 1.190 m. de altitud. El valle bajo del Guadalhorce comienza en el impresionante desfiladero de los Gaitanes. Antes de llegar al mar, este curso fluvial se ve engrosado por los ríos Grande y Fahala, procedentes de los macizos carbonatados de las Nieves y de Mijas. De la región esquistosa de los Montes de Málaga afluye el Campanillas, cerca ya de la desembocadura. Por sus características de pendiente, irregularidad y elevado riesgo de devastadoras crecidas, podemos calificar al Guadalhorce como un gran torrente (FIGS. 125). A partir de los años 90 se han empezado a acometer prospecciones superficiales en torno al cauce del Guadalhorce, que han identificado numerosos lugares con ciertos vestigios de ocupación humana entre los siglos VIII-VI a.C. No obstante, en la mayoría de estos enclaves los elementos materiales suelen ser sumamente escasos y en ocasiones de difícil filiación cronocultural. Esta proliferación de puntos en los mapas de dispersión ha tenido una serie de efectos no deseados, especialmente la existencia de una falsa sensación de conocimiento, que contrasta con la situación real. Mucho es lo que se está destruyendo actualmente por los abancalamientos incontrolados, la proliferación de urbanizaciones, la expansión del suelo industrial y 285

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS encauzamientos de la red fluvial, especialmente en lugares tan emblemáticos como Cártama o el entorno de la desembocadura del río. Somos conscientes de la gran importancia que tiene el conocimiento arqueográfico del hinterland del bajo Guadalhorce para aproximarnos con garantías al mundo indígena del Hierro Antiguo, pero el tiempo se está agotando. Afortunadamente, no tenemos ninguna duda de que muchas de las respuestas se encuentran en la propia colonia fenicia del Cerro del Villar. Elementos materiales ya van apareciendo en las excavaciones y están sistematizándose desde hace algún tiempo1.

FIG. 123. La bahía de Málaga y el valle bajo del Guadalhorce: medio físico.

1

A este respecto, y por poner sólo un ejemplo, la cerámica a mano aparecida en las sucesivas campañas realizadas en la colonia, tanto la de tipología fenicia como indígena, está siendo estudiada en estos momentos por A. Delgado y M. Párraga.

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Capítulo 11 1.

La bahía de Málaga y su hinterland

EL HORIZONTE DEL BRONCE FINAL

La etapa del Bronce Final está empezando a ser conocida en el bajo Guadalhorce en los últimos años, gracias a excavaciones diversas como el Llano de la Virgen de Coín y el Castillejo de Almogía. Por desgracia, estos lugares con información empírica fiable se encuentran situados tierra adentro, alejados del ámbito deltaico del Guadalhorce. De ahí que enclaves escasamente estudiados como la Loma del Aeropuerto, pero situados a escasa distancia de la colonia fenicia del Villar, adquieran un interés inusitado para la investigación (FIG. 126).

FIG. 124. Panorámica de la vega del Guadalhorce en Cártama.

FIG. 125. El río Guadalhorce en el Cerro del Villar. Aspecto del brazo meridional antes del encauzamiento (año 1998). 287

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FIG. 126. Poblamiento del valle del Guadalhorce y sus piedemontes en el Bronce Final.

a)

Llano de la Virgen

Este poblado se encuentra en la margen izquierda del río Pereilas, afluente del río Grande. Es una amplia loma amesetada, con alcanza una cota en torno a los 310 m., situada entre la fértil vega de Coín y el área cuprífera de la sierra de Alpujata. En este lugar se han efectuado cuatro campañas sistemáticas entre 1981 y 1985, además de una excavación de urgencia en 1987, trabajos acometidos por el Área de Prehistoria de la Universidad de Málaga. La secuencia está formada por siete estratos, que abarcan desde el

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

Cobre Final hasta el Bronce Final –nivel I- (Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1989-90; 1991-92). El estrato I del Llano de la Virgen, que alcanza una potencia máxima de 1'10 m., es el de mayor interés para la presente tesis doctoral. En el corte 2 este nivel se halla contenido por un muro de 1 m. de ancho, con sus frentes constituidos por piedras de tamaño considerable y el interior relleno de barro y cascajo. Esta estructura se encuentra al exterior de otra muralla, correspondiente al Bronce Antiguo/Pleno. El equipo que trabajó en el lugar adscribe la primera construcción citada al estrato I, aunque con ciertas reservas. De confirmarse dicha hipótesis en futuras excavaciones, nos encontraríamos con la reparación y reutilización en el Bronce Tardío/Final de una línea de fortificación anterior, circunstancia observable en otros poblados de la alta Andalucía. Los materiales cerámicos proporcionados por el estrato I del Llano de la Virgen son todos a mano y en la actualidad son objeto de estudio en profundidad por J. Suárez Padilla, por lo que de momento sólo disponemos de una información muy preliminar (Suárez Padilla, 1992: 208; Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1991-92: 5-9). Los recipientes que se han publicado se encuadran bien en una fase antigua del Bronce Final. Entre las formas más significativas encontramos los vasos con carena alta o media y superficies bruñidas (FIG. 127). Morfométricamente, las primeras son bastante similares a las que hemos localizado nosotros en el lugar denominado Hoz de Peñarrubia (vid. infra, cap. 18,1). b)

El Castillejo de Almogía

Asentamiento que tuvo una ocupación humana bastante discontinua es el Castillejo de Almogía, cuya ocupación del Bronce Final ha sido dada a conocer recientemente. La principal actividad de este lugar debió ser la explotación de los afloramientos de cobre que aparecen en el territorio inmediato. Así, a 3 km. del yacimiento se encuentran las minas del Lagar de los Huescas, con vestigios de explotación antigua de malaquita, utilizando una técnica basada en el fuego. El Castillejo de Almogía constituye un espolón dolomítico que domina un pronunciado meandro del curso alto del Campanillas, desde sus 437 m.s.n.m. En este punto el río discurre muy encajonado entre las lomas pizarrosas de los Montes de Málaga, abriendo un profundo barranco, que rodea al yacimiento por todos sus flancos, excepto por el este (FIG. 128). En 1993 un amplio equipo realizó un sondeo estratigráfico en la meseta superior del cerro (Rodríguez Vinceiro et alii, 1997). La primera habitación del lugar corresponde a un Cobre Final, con presencia de campaniforme tardío. Abandonado el lugar durante el Bronce Antiguo y Pleno, habrá que esperar hasta el Bronce Final para una reocupación del mismo. Esta segunda fase de 289

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FIG. 127. Llano de la Virgen, estrato I: cerámicas del Bronce Final (según Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marqués, 1989-90). 290

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FIG. 128. Enclaves del Bronce Final/Hierro Antiguo en el área de Almogía.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS ocupación de El Castillejo se ha detectado en el estrato II, un nivel erosivo en el que se mezclan elementos de diversas fases culturales. Dicho nivel resulta rico en testimonios de la actividad metalúrgica que se realizó en el enclave, tales como malaquita en bruto, escorias de cobre, gotas de metal fundido y parte de un crisol, todo ello de cronología difícil de establecer. La cerámica asignable al Bronce Final es muy escasa, con un fragmento de cuenco de carena media y otro amorfo con decoración esgrafiada. Los autores de la intervención incluyen en este periodo una punta de flecha triangular de aletas en cobre, hallada en superficie (FIG. 129). Ni la excavación ni la prospección han detectado la presencia de cerámicas a torno, por lo que el lugar estaba deshabitado ya en el siglo VIII. Por tanto, poco podemos decir, salvo señalar una utilización de poca entidad durante un Bronce Final difícil de clasificar, aunque posiblemente centrado en los siglos X-IX2. El cerro no volverá a ser reocupado hasta época romana bajoimperial, también como habitat ocasional. Ante lo discontinuo de la secuencia, planteamos la hipótesis de que El Castillejo de Almogía resulta uno de esos lugares que sólo tienen una ocupación esporádica durante los momentos en que se necesita extraer cobre de vetas superficiales. Esta labor sería efectuada por parte de comunidades o incluso de sectores sociales que únicamente disponen de tecnología rudimentaria. Eso podría explicar su presencia en el enclave en los momentos en que hay una mayor demanda de ese metal a nivel local sin fuentes de suministro alternativas -Calcolítico y Bronce Final- o bien cuando existen dificultades en los conductos de suministro habituales -época tardorromana-. Los sucesivos abandonos de El Castillejo de Almogía coinciden sintomáticamente con aquellos momentos en que las necesidades de cobre están ampliamente cubiertas por determinadas redes comerciales a larga distancia que se surten de cotos mineros muy productivos. Entonces los pequeños depósitos cupríferos del área malagueña se abandonan. c)

El hallazgo de Jorox

Conjunto de excepcional interés por su escasez en la provincia de Málaga es el pequeño conjunto de orfebrería de la cueva de Jorox (Maluquer, 1970: 88; Schubart, 1975b: 96; Ferrer Palma, 1984: 417). Este lugar se encuentra en la cabecera del río Grande, al pie de la sierra Prieta, dentro del término de Alozaina. Conocido desde finales de los años 60, el hallazgo, producto de la casualidad, se conserva actualmente en el Museo de Málaga (FIG. 130). No sabemos nada del objeto del que formaban parte estas piezas. Igualmente, ignoramos el contexto arqueológico del hallazgo, pudiendo tratarse de una ocultación, un depósito funerario o una acumulación de despojos metalúrgicos para su reutilización. El conjunto consta de tres pequeñas piezas de oro muy similares en forma de embudo o trompetilla. Miden aproximadamente 1,5 cm. de longitud en el vástago cilíndrico y 3 cm. de diámetro máximo en la zona 2

La punta de flecha encajaría bien en el Bronce Final II de F. Molina González.

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abocinada. En el extremo de los tubos que hacen las veces de troncos, en dos de los objetos encontramos un pequeño agujero, seguramente para suspensión, indicando este detalle que formaban parte de un objeto de mayor tamaño, como ocurre en los diferentes paralelos conocidos. El borde de la abertura principal va decorado con una gráfila de puntillos circulares repujados. En una de las piezas esta zona presenta una redecilla formada por delgadas láminas de oro, mientras que en las otras no tiene ningún aditamento (FIG. 131).

FIG. 129. Castillejo de Almogía: materiales del Bronce Final (según Rodríguez Vinceiro et alii, 1997). En su momento, Maluquer atribuyó a este hallazgo un origen argárico, que fue rebajado por Schubart a los inicios del primer milenio a.C., data compartida por J.E. Ferrer Palma. Es evidente que el hallazgo de Jorox encuentra acomodo cronológico en el lapso cronológico Subargárico/Bronce Final, a tenor de los objetos similares que aparecen en el mediodía peninsular. Así, conos de este tipo forman parte del Tesoro del Cabezo Redondo –Villena(Soler García, 1965: 42) y otros ejemplares proceden de El Castañuelo, en Aracena (Schubart, 1975b: 96). Sin embargo, será el hallazgo de uno de estos objetos en el estrato V/sur de la Cuesta del Negro (Molina González y Pareja, 1975: fig. 68, nº. 277), bien fechado en el Bronce Final, la confirmación estratigráfica de la cronología asignada al hallazgo de Jorox. También en otro lugar de la provincia de Granada, en Tocón, en plena vega del Genil 293

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS aparecieron dos conos de plata similares a los de Jorox, lo que prueba que se trataba de objetos un tanto habituales en el área del Sureste peninsular. Recientemente se han publicado otro hallazgo procedente de la Cueva de les Pixarelles (Tavertet, Barcelona), que cuenta con un contexto datado por C-14 a finales del segundo milenio e inicios del primero (Rovira, 1996). 2.

EL HORIZONTE COLONIAL. EL HIERRO ANTIGUO EN EL DELTA DEL GUADALHORCE Y SU ENTORNO

La historia de la investigación del Cerro del Villar es uno de los mejores ejemplos de como los apriorismos en arqueología suelen carecer de fundamento. Hace quince años, este paraje de la desembocadura del Guadalhorce no era más que un lugar secundario en el mapa de la presencia fenicia en Occidente, un asentamiento más de los muchos que existían en la costa meridional de la Península. Hoy nos encontramos ante uno de los lugares más emblemáticos de la arqueología fenicia en todo el Mediterráneo. La Zona Arqueológica que alberga se ha convertido en Bien de Interés Cultural3 y está en ciernes de convertirse en un futuro más o menos inmediato en Parque o Conjunto Arqueológico como instrumento para salvaguardar sus extraordinarios valores patrimoniales y los de su entorno. El Cerro del Villar y Malaka

a)

La presencia de una pujante colonia fenicia arcaica en el islote del Villar desde al menos los momentos finales del siglo VIII debió afectar muy profundamente a las poblaciones autóctonas del entorno. En la bahía de Málaga la instalación de los recién llegados debió efectuarse de un modo muy diferente a Cádiz o a Almuñécar, por poner dos núcleos cuyos orígenes se han ido esclareciendo en los últimos años. En el Villar estamos ante una isla deltaica, en un ámbito que los estudios paleogeográficos han definido como de aguazales y marismas. Ya hemos visto anteriormente como la cuenca baja del Guadalhorce no estaba ni mucho menos deshabitada en el Bronce Final, aunque no disponemos de evidencias arqueológicas para precisar qué tipo de poblamiento se asentaba en el siglo VIII a.C. en la línea de contacto entre los antiguos humedales de la desembocadura y las áreas de tierra firme que lo rodeaban. Igualmente, la presencia en la zona de otra colonia fenicia en lo que hoy es la actual Málaga debe entenderse en el marco de una relación intensa con las comunidades autóctonas. Hasta hace muy poco tiempo, la mayoría de los investigadores señalaban una fecha de principios del siglo VI a.C. para la fundación de Malaka como asentamiento permanente (Aubet, 1992a: 78; Gran, 1986: 136 y 144-145; 1991b: 160-161; Recio, 1990a: 159; Martín Ruiz, J.A., 1995: 66). Sin embargo, esta cronología que ha permanecido inamovible a lo largo de los treinta últimos años puede experimentar algunos cambios en un 3

Decreto 108/1998, de 12 de Mayo, Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, nº. 64, de 9 de Junio de 1998, pp. 6910-6912.

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FIG. 130. Entorno de Jorox: la cabecera del río Grande.

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FIG. 131. Hallazgo de orfebrería de la cueva de Jorox (dibujos según Schubart, 1975b). 296

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Capítulo 11

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futuro próximo, cuando se publiquen los resultados de la intervención de urgencia efectuada en el Palacio de Buenavista, sede del futuro Museo Picasso, sito en pleno centro histórico, actuación de la que muy poco ha trascendido por el momento. Según los autores de la excavación, aquí se han podido identificar niveles que revelan el pujante desarrollo urbano de Málaga en los inicios del siglo VI a.C., con estructuras que asientan sobre niveles fenicios anteriores4. Aun es pronto para extraer conclusiones al respecto, pero de confirmarse unas dataciones altas para la fundación de Malaka estaremos obligados a modificar nuestra percepción de la estrategia fenicia en las desembocaduras del Guadalhorce y Guadalmedina, que pudiera ser bastante más compleja de lo que se ha supuesto hasta ahora. El caso es que, con la llegada de los fenicios, el valle inferior del Guadalhorce se convierte en un auténtico hinterland, cuyo punto focal sería la propia bahía de Málaga (García Alfonso, 1999c) (FIG. 132). En el área inmediata al delta del Guadalhorce diversas prospecciones e indicios han señalado la existencia de varios asentamientos humanos entre los siglos VIII y VI. Alguno, caso de Loma del Aeropuerto, pudiera ser anterior a la presencia fenicia, aunque la mayoría parece surgir después. Su evolución no es unilineal: algunos se abandonan después del siglo VI, mientras que otros permanecen habitados hasta el Ibérico Tardío. Una característica común a todos ellos es que ocupan la línea de contacto entre el delta y la tierra firme o bien se sitúan en la primera línea de altozanos que limita por el norte el valle del Guadalhorce. Los primeros debían tener una función centrada en la producción agro-pecuaria de las áreas llanas, mientras que en los segundos la finalidad estratégica y de aprovechamiento de los pequeños filones cupríferos del Bético de Málaga es evidente (FIGS. 133-134). b)

La Loma del Aeropuerto

Este lugar es el más citado en la bibliografía en referencia a los contactos del Cerro del Villar con las comunidades indígenas del entorno. A pesar de ello, las expectativas creadas sobre este enclave han sido un poco magnificadas respecto a lo que el registro arqueológico ha proporcionado. El enclave, en la actualidad prácticamente destruido, se ubicaba entre la vía férrea MálagaFuengirola y el aeropuerto de Málaga. La Loma era una suave ondulación del terreno que alcanzaba una cota de 10 m.s.n.m., formada por limos consolidados y arenas. Durante el siglo VIII a.C. el lugar estaba en el límite mismo del delta del Guadalhorce, seguramente comunicado con el mar abierto y con el mismo río a través áreas de lagunas y ciénagas, tal y como se deduce de los trabajos de paleogeografía, mientras que hoy vemos un entorno totalmente transformado por la acción antrópica.

4

Agradecemos esta información a J. Suárez y a J. Mayorga.

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FIG. 132. Poblamiento del bajo Guadalhorce durante el Hierro Antiguo. La única actuación arqueológica realizada en la Loma del Aeropuerto tuvo lugar en 1986. Fue una corta campaña de urgencia dirigida por J.M. Muñoz Gambero, con motivo de la construcción de una serie de naves industriales, de la que se publicaron diferentes noticias (Aubet, 1992a: 73-74 y 78; Suárez Padilla, 1992: 210; Recio Ruiz, 1993a: 132). En los últimos tiempos se ha realizado un estudio más amplio sobre la citada excavación de 1986 (Martín Ruiz, 1999). La excavación llevada a cabo en la Loma del Aeropuerto no ha conseguido aclarar aspectos relativos a la cronología de fundación y a la entidad del asentamiento, debido a la considerable alteración de la estratigrafía y la ausencia de indicadores cronológicos firmes. Seguimos sin saber en qué momento se produce la instalación en este lugar de contingentes humanos y tampoco tenemos datos para caracterizar a estas gentes como autóctonos o como fenicios. Desde luego, no hay por el momento ningún dato plenamente objetivo que avale la existencia del poblado en un momento anterior a la instalación de los colonizadores en el Cerro del Villar. Las cerámicas a mano recuperadas en la excavación de 1986 son escasas: un vaso de perfil en "S" con la superficie bruñida, una olla/orza con decoración incisa, un posible soporte de 298

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FIG. 133. La desembocadura del Guadalhorce en la actualidad y localización de los enclaves arqueológicos. 299

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FIG. 134. Reconstrucción paleogeográfica de la desembocadura del Guadalhorce y poblamiento en los siglos VIII-VI (a partir de Aubet et alii, 1999). 300

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carrete y un fragmento amorfo. Se trata de materiales que tienen una datación amplia, que puede ser llevada incluso al siglo IX, pero su escasez nos obliga ser prudentes. La cerámica a torno constituye el grupo más numeroso, con diferencia. Encontramos algún fragmento de plato de engobe rojo, pero muy pequeño y poco significativo, así como ánforas R-1 y pithoi. Entre las producciones a torno, el tipo más abundante es la cerámica gris, con un predominio de la forma 20 de A. Caro, aunque también aparece la 6. No faltan los lebrillos pintados. Todos estos materiales ofrecen una cronología amplia entre los siglos VIII-VI (FIG. 135). La ocupación del asentamiento continuo en los siglos posteriores, enlazando sin solución de continuidad con la época romana. Por tanto, la cuestión del carácter de la Loma del Aeropuerto sigue totalmente abierta: podemos estar ante un poblado indígena o ante un asentamiento fenicio. Lo sí parece claro es la estrecha vinculación de este núcleo con las actividades desarrolladas en la colonia del Cerro del Villar.

FIG. 135. Loma del Aeropuerto: materiales cerámicos (según Martín Ruiz, 1999).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS c)

Las márgenes del delta

Un caso evidente de la intención fenicia de implantarse de algún modo en tierra firme sería la ubicación de la necrópolis del Villar. Seguramente por imperativos religiosos, este lugar debía situarse fuera del islote ocupado por la zona habitada, pero con un dominio visual del mismo desde el asentamiento. La constatación de la necrópolis en el desaparecido CORTIJO DE MONTAÑEZ (vid. FIGS. 133-134), lugar situado donde hoy se encuentra el polígono industrial Villa Rosa, es un indicio más del progresivo afianzamiento de la colonia y de la intención fenicia de permanecer aquí. Los materiales que han llegado a nosotros revelan que el Cortijo de Montañez estaba siendo utilizado como lugar de enterramiento fenicio en pleno siglo VII (Aubet, Maass-Lindemann y Martín Ruiz, 1995). No parece que ésta fuese la principal necrópolis de la colonia, ni tampoco la más antigua, sino una más de los diferentes lugares de enterramiento que debieron existir en los islotes inmediatos al asentamiento (Aubet et alii, 1999: 17). Así, las necesidades de sacralización de estos espacios funerarios fenicios debieron constituir también un argumento para afianzar un avance territorial. A un momento algo más tardío corresponde el asentamiento del CAMPAMENTO BENÍTEZ, que debió surgir varias décadas después de que los fenicios se instalasen en el Villar. Aquí han aparecido sobre todo fragmentos de ánforas R-1 de los siglos VII-VI (Aubet, 1992b: 74). Seguramente, Campamento Benítez y Loma del Aeropuerto actuaban como auténticas "cabezas de playa" respecto al Cerro del Villar. Por aquí debieron pasar todas las relaciones entre el hinterland y la colonia fenicia, la cual sólo era accesible mediante embarcaciones. Que el Villar actuaba como un lugar de mercado para los habitantes de todo el entorno lo ha señalado Aubet en un reciente trabajo (1997). Esta progresiva implantación fenicia más allá del islote del Villar supone un cambio cualitativo en la colonización, cuya culminación tiene lugar a mediados del siglo VI, cuando se abandona definitivamente la isla. En ese momento estamos ante una idea de territorialidad muy diferente a los inicios del periodo arcaico. Los fenicios no eran unos recién llegados, se habían convertido en un elemento más de la zona, especialmente a nivel económico y político. Posiblemente se habían fusionado con la población local a través de varias generaciones de matrimonios mixtos, que, sin duda, debieron producirse como un intercambio más, dentro de unas relaciones que sólo podemos llegar a intuir. Los datos que poseemos sobre otros asentamientos de los alrededores del delta son mucho más parcos. Casi todos ellos han sido aportados por las prospecciones de A. Recio (1996: fig. 1). Estos enclaves resultan muy mal conocidos, sólo a nivel de unos escasos fragmentos cerámicos de superficie, en general poco significativos. Hemos visitado algunos de estos lugares -Cerro Asperones, Cerro Conde, Cerro Cabello y Cortijo Cotrina- y en ellos sólo aparecen contados testimonios cerámicos de estos momentos. En este sentido, 302

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nos parecen muy arriesgadas las atribuciones que hace el autor citado, tales como "torre" o "pequeño recinto fortificado". En todos los casos se trata de asentamientos muy arrasados y en rápido proceso de degradación, que no permiten hacer una valoración más allá de constatar su existencia. Por tanto, hay que ser extraordinariamente prudentes a la hora de extraer consideraciones de carácter histórico sobre el poblamiento de esta zona basándose en datos tan escasamente contrastados. En el fondo del valle se localizan varios de estos poblados, que podían constituir pequeñas aldeas agrícolas: CORTIJO COTRINA, ZAPATA, EL TARAJAL y EL ATABAL5 (vid. FIGS. 133-134). El lugar de Zapata parece ser el de mayor interés. Se localiza en el término municipal de Alhaurín de la Torre, sobre en un antiguo meandro del Guadalhorce, hoy abandonado. A. Recio le otorga una cronología de los siglos VIII-VI. Afectado el enclave por el encauzamiento del río, la excavación de urgencia efectuada en el lugar sólo ha proporcionado materiales que remontan, como muy antiguo, al siglo V a.C., aunque no puede descartarse la presencia de niveles anteriores6.

FIG. 136. Cerro Asperones.

5 Este último lugar ha sido prospectado por nosotros en 1996. Se sitúa en las márgenes de la C3310 (Málaga-Almogía), entre la Residencia Militar Castañón de Mena y la barriada del Atabal, al pie del poblado ibérico del Cerro de la Tortuga. Actualmente ha sido prácticamente arrasado por el desdoblamiento de la carretera. 6

Estos trabajos han sido realizados por A. Garrido Luque, no existiendo todavía ninguna publicación de los mismos.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los primeros oteros que delimitan el fondo del valle del Guadalhorce por el norte constituyen unas magníficas atalayas sobre el mismo. Aquí se citan tres emplazamientos de carácter estratégico: CERRO CABELLO (FIG. 137), CERRO ASPERONES y CERRO CONDE. Todos están situados en sitúan en altozanos amesetados con buena defensa natural. El primero se encuentra muy cerca del poblado ibérico del Cerro de la Tortuga, señalando A. Recio (1996: 60) la posibilidad de una ocupación en momentos del siglo VIII. Cerro Asperones (vid. FIGS.133-134 y 136) y Cerro Conde (vid. FIG. 132) se emplazan en la vía natural del río Campanillas. A. Recio (1996: 64) sitúa el poblamiento de ambos en el siglo VI. 3.

EL POBLADO DE LA PLAZA DE SAN PABLO (MÁLAGA)

La excavación arqueológica de la Plaza de San Pablo ha sido probablemente la novedad más importante de los últimos años en lo que respecta al poblamiento indígena del Hierro Antiguo en el arco de la bahía de Málaga. El gran interés que tiene esta intervención radica en la elevada cronología del material cerámico y la variedad tipológica del mismo. Lamentablemente, dada la escasa superficie excavada, muy pocas son las conclusiones que se pueden establecer respecto a los aspectos relativos al microespacio. Los niveles del Hierro Antiguo de San Pablo se localizaron con motivo de una intervención de arqueología urbana en diciembre de 1996. La excavación fue realizada por un amplio equipo (Fernández Rodríguez et alii, 1997) junto a la iglesia epónima, en el corazón del malagueño barrio de la Trinidad. El lugar se encuentra tan sólo a unos 100 m. de la margen derecha del río Guadalmedina, muy cerca de la antigua desembocadura del mismo (FIG. 137). a)

Las estructuras

La intervención consistió en la apertura de un corte único de 100 m2., que permitió documentar una serie de niveles arqueológicos que arrancaban desde el siglo VIII a.C. y llegaban hasta la actualidad. Centrándonos en esta fase (unidad estratigráfica nº. 7), se pudieron individualizar seis estructuras excavadas en el substrato arcilloso, que quedaron visibles como manchas oscuras en el terreno. Cinco de éstas tenían una clara más o menos circular y se han identificado como pertenecientes a silos, de entre 0,5 m y 2,5 m. de diámetro. La última estructura, de mayores dimensiones de el resto, presentaba planta oval, aunque sólo ha podido ser documentada de forma muy parcial. Resulta bastante plausible que se trate de un fondo de cabaña, parcialmente excavado en el subsuelo, cuya longitud máxima pueda estimarse en 5 ó 6 m. No han aparecido restos de zócalo de piedra, por lo que los excavadores de San Pablo piensan que la estructura pudiera estar construida exclusivamente con barro y adobes, sustentados con un entramado interior vegetal. La excavación de este fondo de cabaña no ha proporcionado ninguna información sobre su disposición interior. Del relleno, de coloración cenicienta, destaca la abundancia 304

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FIG. 137. Enclaves de los siglos VIII-VI en el casco urbano de Málaga y su periferia inmediata. 305

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS de pequeños carbones, fauna y elementos cerámicos (Fernández Rodríguez et alii, 1997: fig. 2). b)

Los materiales y su cronología

La cerámica documentada en esta cabaña de San Pablo asciende a 1640 fragmentos, de los cuales el material a mano supone el 85,5%, mientras que a torno el porcentaje se cifra en un 14,5%. Los autores de la intervención no han ofrecido un estudio pormenorizado de la cerámica aparecida, limitándose a enumerar los tipos de recipientes7 y a ofrecer una relación de lugares de Andalucía donde aparecen otros similares (Fernández Rodríguez et alii, 1997: 231-238, figs. 5-8). El interés que tiene este conjunto de materiales radica en que nos permite disponer de un primer corpus cerámico procedente de un poblado indígena costero. Los MATERIALES A MANO (FIG. 138) se pueden dividir entre cerámicas de factura tosca y aquellas que presentan algún tipo de tratamiento superficial, ya sea bruñido o alisado. Las primeras son las más abundantes, caracterizándose por sus superficies rugosas o, como mucho, con un simple escobillado. Hay un predominio casi total de las orzas/ollas de uso culinario, bien lisas o con decoración de impresiones digitales en la zona del hombro. Aunque los ejemplares han aparecido bastante fragmentados, parece que éstas tenían fondo plano y cuerpo ovoide o globular, como resulta habitual en todo el sur peninsular en estos momentos. Algunos fragmentos revelan que determinadas piezas poseían mamelones. La morfología cuello-labio determina la existencia de tres variantes: borde exvasado, borde recto y borde entrante. Entre, las cerámicas bruñidas cabe señalar los vasos de casquete esférico y los carenados. No faltan tampoco los soportes, del tipo de carrete con anillo de refuerzo central. A pesar de su escasez, no faltan los fragmentos de cerámica a mano decorada. Aparte de las impresiones digitales -ya comentadas-, encontramos algunas incisiones y esgrafiados, con los motivos lineales y geométricos habituales, como frisos de triángulos y ajedrezados. La CERÁMICA A TORNO de San Pablo (FIG. 139) recoge un repertorio de formas bastante más amplio del que constatamos en los poblados situados en el interior. Cabe señalar la presencia de producciones grises, platos de engobe rojo de borde estrecho, ánforas R-1, pithoi polícromos, lucernas y ollas sin tratamiento, además de una jarrita.

7 Los criterios de clasificación utilizados por los excavadores de San Pablo no están nada claros. Recipientes idénticos son denominados indistintamente como "cuenco" y "olla de paredes rectas". Al tiempo, una forma tan extendida en todo el sur peninsular en estos momentos como el vaso carenado es descrito como "cazuela de hombro marcado" (Fernández Rodríguez et alii, 1997, 231).

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FIG. 138. Plaza de San Pablo, unidad estratigráfica 7: materiales a mano (según Fernández Rodríguez et alii, 1997). 307

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FIG. 139. Plaza de San Pablo, unidad estratigráfica 7: cerámica a torno (según Fernández Rodríguez et alii, 1997). Las actividades que se desarrollaron en la cabaña denotan escasa especialización, ya que en el mismo espacio se efectuaron labores de preparación de alimentos y tareas metalúrgicas. Las primeras resultan claras por la presencia abrumadora de cerámica de cocina y por la abundancia de restos faunísticos. Entre estos se observa una gran variedad: ovicápridos, suidos y bóvidos, además de los moluscos costeros, tales como ostrea edulis y las diferentes variedades de murex. La existencia una actividad metalúrgica de ámbito doméstico en esta cabaña queda manifiesta por la presencia de un fragmento de crisol, una tobera de horno con doble conducto y restos de malaquita en bruto, esta última seguramente procedente de los cercanos criaderos cupríferos del Bético de Málaga. Los autores de la intervención en San Pablo datan el fondo de cabaña y los diferentes silos entre el último cuarto del siglo VIII y comienzos de la centuria siguiente (Fernández Rodríguez et alii, 1997: 244). Esta cronología parece bastante aceptable. Dos platos de engobe rojo presentan una anchura de labio inferior a 2 cm., por lo que a priori tendrían una cronología del siglo VIII. Data algo más baja, de la primera mitad de la centuria siguiente, tendría el fragmento de jarrita, similar a otro aparecido en el almacén C de Toscanos (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: fig. 13, nº. 445). Finalmente, la presencia

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mayoritaria de cerámica a mano y su variedad tipológica resulta también un argumento para señalar una datación en el Hierro Antiguo I. 4.

EL FONDO DEL VALLE

Desde su salida del desfiladero de los Gaitanes hasta llegar al mar, el Guadalhorce riega una fértil vega que contrasta con las abruptas y áridas pendientes del entorno. Dominando el curso del río se levantan una serie de altozanos que constituyen los lugares preferidos para la instalación humana: Cártama y Álora, cuya altura les pone a salvo de las eventuales inundaciones que asolan el valle en periodos de fuertes lluvias. Estos emplazamientos proporcionan fácil defensa y buena visibilidad, además de dominar los principales vados sobre el Guadalhorce, constituyendose así en puntos de paso obligado. a)

Cártama

Cártama, la antigua Cartima, es la última población que atraviesa el Guadalhorce antes de llegar a su delta. La localidad se asienta en el flanco septentrional de la sierra de su nombre, elevada sobre la vega aluvial, siendo un magnífico otero que llega hasta la costa. Por otra parte, es muy posible que en la Antigüedad el Guadalhorce fuese navegable para pequeñas embarcaciones hasta este punto (Spaar, 1983: 164 y 167). Lo primero que llama la atención al acercarse a Cártama es el topónimo antiguo, Cartima, transmitido por la epigrafía latina (C.I.L. II, 1949-1962 y 5488). El origen fenicio de este topónimo fue defendido en su día por J.M. Solá (1960: 499), debido a la presencia del lexema qrt (= ciudad). En la inscripción cuneiforme conocida como "Prisma de Asarhaddón" aparece una ciudad cercana a Sidón, vocalizada en neoasirio como Qar-ti-im-me (Borger, 1956: 48, col. III, 3), seguramente transcripción de un topónimo fenicio: qrtm (Harris, 1936: 144). Lipinski interpreta este nombre como "ville-sur-mer", estableciendo un paralelismo toponímico entre esta ciudad oriental y la Cártama malagueña, defendiendo un origen fenicio para dicho núcleo urbano. Para Lipinski, Cártama pudo corresponder a un traslado de población, siendo el Cerro del Villar la original qrtm "Ciudad del Mar". Según el citado autor, cuando el asentamiento de la desembocadura del Guadalhorce fue abandonado y sus habitantes se trasladaron 15 kilómetros tierra adentro, al lugar de la actual Cártama, se desplazó también el topónimo qrtm para el nuevo asentamiento (Lipinski, 1986: 86). La hipótesis del profesor de Lovaina no se sostiene. La etimología exacta de qrtm es dudosa, pero en ningún caso contiene ningún elemento lexemático referido al mar. Con el argumento de la escasez de datos, Lipinski obvia la existencia de un potente núcleo fenicio en la misma ciudad de Málaga, cuya indudable contrastación arqueológica viene a coincidir con la decadencia del Cerro del Villar. Así, de haberse producido el traslado del supuesto topónimo que propone, Málaga se hubiese denominado ¡Cártama!. Precisamente por las

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS objeciones que presenta, Cártama ha sido descolgado recientemente del elenco de topónimos hispanos de origen fenicio (Sanmartín, 1994: 238). El casco urbano de Cártama es bastante desconocido a nivel arqueográfico, a pesar que las primeras excavaciones datan del siglo XVIII. Los hallazgos casuales que se han producido en la localidad y las excavaciones efectuadas por P. Rodríguez Oliva junto al Ayuntamiento son testimonio de la pujanza alcanzada por la ciudad en época romana, que hunde sus raíces en momentos anteriores (Rodríguez Oliva, 1984: 456; Corrales, 1998). Respecto al Hierro Antiguo, diferentes prospecciones han documentado en los alrededores de Cártama algunos pequeños enclaves de estos momentos (Recio Ruiz, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993) (FIG. 140 y vid. 132). El lugar denominado "Parcela Cártama" está junto al casco urbano de la población, en la ladera norte del CERRO DEL CASTILLO, que alcanza los 221 m. de altitud (FIG. 141). Aquí se conocen fragmentos de pithoi con decoración polícroma y un asa de ánfora tipo R-1, cuyo perfil puede corresponder a un modelo del siglo VI (FIG. 142, a-b). Este material cerámico debe proceder de las zonas altas del cerro, donde se constata la presencia de material del Ibérico Pleno en superficie, no siendo descartable la existencia de niveles anteriores. El Cerro del Castillo de Cártama podría corresponder al núcleo prerromano de la ciudad, trasladándose la población romana al pie del mismo, según un fenómeno que vemos en otros lugares de la provincia de Málaga, caso de Singilia Barba (Atencia, 1988: 42-44). El APEADERO DE LOS REMEDIOS se encuentra en el km. 178 de la línea férrea Córdoba-Málaga, junto a la margen izquierda del Guadalhorce. Entre los materiales de este lugar destaca un fragmento de lebrillo pintado -forma 17-, que se sitúa sin duda en el siglo VI (FIG. 142, c). Por su situación en llano y en buenas tierras para la producción agrícola, es posible que se trate de un asentamiento dedicado a las actividades primarias. Algo más lejos de Cártama, a lo largo del río Fahala, se encuentran otros pequeños asentamientos que deben adscribirse a los siglos VII-V a.C. y que tienen una dedicación claramente agrícola. Son los denominados LOMA FAHALA (Recio, 1995a: 514) y Rebollo (Recio, 1995b: 506). Este último ha ofrecido algunos materiales de cierto interés, aunque con una cronología más baja que el primero. REBOLLO se sitúa dentro del término municipal de Alhaurín el Grande, aunque muy cerca del límite con Cártama. Es un pequeño asentamiento en ladera, situado en la orilla izquierda del Fahala. En el lugar no se ha detectado cerámica a mano, lo cual es indicio de fecha avanzada. El grueso de los hallazgos está constituido por fragmentos de ánforas tipo R-1, pithoi polícromos y lebrillos pintados. Estos materiales, aunque sólo contamos con una breve relación de los mismos, nos indican a priori una fecha del siglo VI en sentido amplio, que A. Recio rebaja hasta el siglo V. 310

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También junto a la margen izquierda del río Fahala, pero aguas abajo, cerca ya de su confluencia con el Guadalhorce se encuentra la villa romana de MANGUARRA Y SAN JOSÉ. Este lugar, perteneciente al término de Cártama, fue excavado por un equipo de la Universidad de Málaga en los años 70, a lo largo de tres campañas. Aquí apareció un vaso derivado claramente de la forma Cruz del Negro, que debe corresponder a la serie más tardía de estas producciones (Serrano y Luque, 1980: 317-319, fig. 39). La pieza apareció debajo del denominado “recinto S” de la villa, en un estrato rojizo que constituye la tierra que constituye la tierra virgen sobre la que asientan las construcciones romanas y que aparece en toda la excavación. Por tanto, se trata de un nivel anterior a las estructuras de la villa. La pieza (FIG. 143) estaba completa, aunque fragmentada, midiendo 27,7 cm. de altura. Presenta boca ligeramente exvasada y cuerpo ovoide con decoración pintada a bandas muy perdida. El vaso fue utilizado como urna cineraria, conteniendo únicamente huesos calcinados, sin ningún tipo de ajuar en el interior ni en el exterior. Junto a esta pieza apareció otra similar, identificable por sus fragmentos pero difícilmente reconstruible, también con restos óseos. El recipiente completo fue identificado con buen criterio por sus descubridores como perteneciente a una urna “ibero-púnica”, diferenciándola netamente de las cerámicas romanas documentadas en la excavación. Por su parte, M. Belén y J. Pereira (1985) incluyeron este vaso de Manguarra entre los ejemplares tardíos de su forma II.2.B.b.1, comparándolo con la forma 64 de Ibiza, que perdura hasta los siglos III-II a.C. en dicha isla. Cuerpo ovoide similar al de Manguarra vemos en una pieza lamentablemente incompleta de la tumba 51 de Jardín, fechada en el siglo VI (Maass-Lindemann y Schubart, 1995: fig. 14, nº. 148). La reciente aparición en el Cerro del Arquitón de Carratraca (vid. infra) de una necrópolis de los siglos VI-V a.C. con urnas muy similares a la de Manguarra y San José parece confirmar que nos encontramos ante una versión tardía de vaso Cruz del Negro, que debe fecharse en los momentos finales del Hierro Antiguo y/o Ibérico Antiguo. Por el contexto y circunstancias del hallazgo, interpretamos el vaso de Manguarra y San José como testimonio de la existencia aquí de una pequeña necrópolis de estos momentos. En el nivel donde fue documentada, claramente anterior a la construcción de la villa romana, debieron excavarse hoyos donde depositar esta pieza y su compañera, según costumbre bien conocida en Cortijo de las Sombras y Boliche, al tiempo que la ausencia de ajuar coincide con lo habitual en la zona.

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FIG. 140. Vestigios de poblamiento del Hierro Antiguo en el entorno de Cártama. 312

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FIG. 141. El Cerro del Castillo de Cártama.

La zona de Álora: los caminos hacia el interior

b)

Álora se encuentra en la parte más septentrional de la cuenca baja del Guadalhorce, donde el valle se hace cada vez más estrecho. Aquí predomina la ocupación de lugares estratégicos, de fácil defensa, ubicados sobre el curso del río o en los puntos de paso obligado, que suben hacia los principales puertos de montaña. El CERRO DE LAS TORRES se encuentra junto al casco urbano de Álora. Con una altura sobre el nivel del mar de 251 m., su cima constituye una amplia explanada que alcanza 1,3 has. de superficie. El emplazamiento, que cae a pico sobre la margen derecha del Guadalhorce, reúne unas excelentes condiciones defensivas y de visibilidad, al igual que disfruta de una magnífica posición en el control de la ruta natural del Guadalhorce8, como prueba la existencia en su cumbre de una importante fortaleza islámica (FIGS. 144).

8

Sus coordenadas U.T.M. son 348.000-4.076.500, según la hoja 1.052 (Álora) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

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FIG. 142. Materiales cerámicos del entorno de Cártama (según Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993a). a-b) Cerro del Castillo. c)

Apeadero de los Remedios. 314

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FIG. 143. Manguarra y San José. Plano de la villa romana y urna cineraria protohistórica del “recinto S” (según Serrano y Luque, 1980). 315

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS A lo largo de los años 80 y principios de los 90 se detectaron en el Cerro de las Torres diferentes materiales relacionados con el horizonte fenicio arcaico, que resultaban de interés de cara al poblamiento del Hierro Antiguo. En la prospección realizada por nosotros en el año 1993 apareció un fragmento de plato de engobe rojo de gran diámetro, con una anchura de borde de 4,3 cm., al que cabría atribuir una datación de la segunda mitad del siglo VII a.C. De la centuria siguiente es un fragmento de lebrillo pintado –forma 17-, con decoración de estrechos filetes horizontales al exterior y líneas en sentido radial en el borde (García Alfonso, 1999c: fig. 27-28) (FIG. 145, a-b). El Cerro de las Torres ha sido prospectado por nosotros con bastante intensidad sin que hayan aparecido fragmentos de cerámica a mano, aunque no debemos olvidar los importantes desmontes producidos en el lugar en época ibérica, romana y medieval. Por el momento, todo indica que la primera ocupación del cerro debió producirse en los siglos VII-VI a.C., quizás para aprovechar sus valores estratégicos. No será hasta el momento Ibérico Pleno cuando tengamos la constatación de un poblamiento intenso en el lugar9, correspondiente a la localidad que las inscripciones latinas denominan Iluro (García Alfonso y Martínez Enamorado, 1993). También en otro lugar del término municipal de Álora encontramos algún vestigio aislado de estos momentos. Nos referimos al PEÑÓN DE LA ALMONA, situado muy cerca de la salida del desfiladero de los Gaitanes, a poca distancia de la orilla izquierda del Guadalhorce. El emplazamiento ocupa la empinada ladera meridional situada al pie del risco calizo epónimo, a 400 m. de altitud10, con un marcado carácter defensivo. Aquí han aparecido materiales que abarcan desde el Cobre hasta la Edad Media. Referidos al Hierro Antiguo contamos con fragmento de ánfora R-1 de borde triangular, que debe situarse a finales del siglo VII o en la centuaria siguiente (FIG. 145, c). La continuidad de ocupación del enclave se confirma por un fragmento de ánfora Maña-Pascual A-4, fechado en los siglos V-IV a.C., que, de alguna manera, viene a confirmar el interés que tiene este lugar, pese al difícil acceso al mismo.

9

La cerámica ibérica de los siglos IV-III a.C. abunda en el Cerro de las Torres, conservándose también algunos vasos de interés bastante completos en manos de vecinos de Álora. Testimonio de la pujanza del poblado ibérico del Cerro de las Torres es la existencia al pie del mismo, junto al Guadalhorce, de un alfar que tuvo una diversificada producción cerámica a lo largo de los siglos III y I a.C. (Recio Ruiz, 1982-83). 10

Sus coordenadas U.T.M. son 343.850-4.086.300, según la hoja 1.038 (Ardales) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

FIG. 144. Localización del Cerro de las Torres.

317

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 145. Materiales del Hierro Antiguo de Álora. a-b) Cerro de las Torres. c)

Peñón de la Almona. 318

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

FIG. 146. Aratispi y su entorno.

319

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FIG. 147. Aratispi, estratos I/II y II: cerámicas a mano (según Perdiguero, 1991-92).

FIG. 148. Aratispi, estratos II y IIIc: cerámicas a torno (según Perdiguero, 1991-92 y 1993-94). 320

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

El acceso más fácil desde el valle del Guadalhorce hacia la depresión de Antequera parte del mismo pie del Cerro de las Torres. Esta ruta remonta el arroyo de las Piedras, separándose progresivamente del río principal, para llegar al Valle de Abdalajís, que se abre entre las sierras de Huma y Chimenea. En la falda suroriental de la primera de éstas se encuentra EL NACIMIENTO, con una amplia secuencia que abarca desde el Bronce Final hasta el Medievo (vid. FIG. 149). A mano aparecen vasos de casquete esférico, carenados, ollas/orzas y soportes de carrete, aunque su tipología no resulta decisiva en cuanto a su datación. La cerámica a torno consiste en ánforas R-1 y fragmentos grises, que debe fecharse en los siglos VII-VI (vid. FIG. 150, a-c). Parece que en el lugar existen estructuras asimilables a cabañas de planta circular (Martín Ruiz, Martín Ruiz, Sánchez Bandera, 1995-96: 249; 1999a: 157; Recio, 1996: 63). La ruta natural desde el bajo Guadalhorce hacia los valles del Turón y Guadalteba la constituye el curso del arroyo de las Cañas, que se abre entre las sierras de Alcaparaín y Aguas. Este pequeño curso fluvial se origina en la zona de Carratraca y afluye al Guadalhorce aguas debajo de Álora. El interés de esta vía de comunicación es notable, pues permite conectar la bahía de Málaga con la campiña sevillana. Una primera fase de prospección superficial del arroyo de las Cañas ha sido acometida en 1995 (Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1999b). Respecto al Hierro Antiguo el resultado principal de esta actuación ha sido el hallazgo de una pequeña necrópolis de incineración en el CERRO DEL ARQUITÓN, dentro del término de Carratraca (vid. FIG. 132). El enclave estaba en avanzado estado de destrucción por la actividad de una cantera de áridos, pero se ha podido excavar en parte. Aquí se observa la coexistencia de dos tipos de enterramientos: incineraciones dentro de urnas claramente derivadas de prototipos Cruz del Negro y depósitos cinerarios directamente sobre el suelo, dentro de fosas. Los ajuares son muy pobres, consistiendo en algunos fragmentos de cerámica, cuentas de collar y escasos elementos metálicos. Los autores de la intervención señalan para la necrópolis una cronología de los siglos VI-V a.C. (Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1999b: 83). Aunque los datos publicados sobre Cerro del Arquitón son todavía escasos, la inclusión de una de las urnas halladas en el lugar en una reciente exposición sobre historia de la cerámica11 nos ha llevado a relacionar claramente esta pieza con la aparecida en el recinto S de Manguarra y San José (vid. supra y FIG. 143). Pensamos que tipológicamente nos encontramos ante una evolución local y tardía de los vasos tipo Cruz del Negro, propia del valle del Guadalhorce, que enlazará sin solución de continuidad con las producciones propiamente ibéricas.

11

La cerámica en el Guadalteba. Usos, formas y costumbres a través de la historia, Consorcio Guadalteba (Cuevas del Becerro-Ardales-Teba, octubre y noviembre de 2000).

321

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 6.

LA DEPRESIÓN COLMENAR-PERIANA

El flysch de Colmenar-Periana es un amplio corredor interior situado a 500 m. de altitud media, que pone en contacto el valle del Guadalhorce con el alto Vélez. Su situación entre la cordillera Antequerana y los Montes de Málaga le confieren un cierto aislamiento respecto a la costa, aunque resulta accesible por sus extremos y por los valles de los ríos que atraviesan la región del Bético, el Campanillas y el Guadalmedina, que llevan hasta la bahía de Málaga. La depresión Colmenar-Periana ha sido siempre un núcleo importante de concentración demográfica por varias razones. No poco importante es la presencia de puertos de montaña que facilitan el acceso hacia la vega de Antequera: Boca del Asno, Fuenfría, Pedrizas y Fresneda, que se concentran linealmente a lo largo de sólo 7 km. en el sector central de la cordillera Antequerana. Los recursos agro-pecuarios tampoco escasean en el flysch, ya que las pendientes suaves de su paisaje alomado y la abundancia de agua permiten un notable rendimiento. Finalmente, un recurso no desdeñable son los afloramientos superficiales de cobre en los Montes de Málaga. a)

Aratispi

El cerro de Cauche el Viejo, donde se ubicó la ibérica y romana Aratispi, está situado en la ruta que lleva desde las zonas bajas del flysch hacia los puertos que flanquean la cordillera Antequerana. El lugar ocupa una posición privilegiada en la vertiente meridional de estos pasos naturales, al pie de las sierras de las Cabras. Aratispi se emplaza sobre una elevación amesetada de fácil defensa que alcanza 635 m.s.n.m. El asentamiento está en la margen derecha del río de Cauche, afluente del Campanillas, dentro del término municipal de Antequera12 (FIGS. 146). Su posición estratégica sobre la ruta que lleva a los referidos collados convirtieron al cerro de Cauche el Viejo en el principal núcleo habitado del flysch de Colmenar desde la Edad del Cobre. Esta posición de preeminencia se mantendría hasta la época romana (Rodríguez Oliva, 1984: 451; Perdiguero López, 1995: 15-26 y 71-72). En Aratispi M. Perdiguero realizó dos campañas de excavación en 1986 y 1987. En la segunda se procedió a la apertura de un sondeo (corte G-7) en la zona del declive meridional del cerro, dentro de la zona intramuros a la fortificación del siglo I a.C. En este punto se pudo comprobar como los materiales del Hierro Antiguo –considerado como Bronce Final por el autor de la excavación- asentaban directamente sobre los estratos del Cobre, constatándose la existencia de un hiatus durante la Edad del Bronce. No se individualizó claramente ningún nivel con cerámicas exclusivamente a mano, que señalasen una ocupación del cerro durante el Bronce Final, ya que el estrato III/II se presenta claramente removido, pese a que no aparece torno. El nivel II resulta homogéneo, con mano y torno. 12

Las coordenadas U.T.M. del enclave son 371.800-4.089.250, según la hoja 1.039 (Colmenar) según el Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

322

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

La CERÁMICA A MANO (FIG. 147) documentada en Aratispi está vinculada con el repertorio artefactual de la Baja Andalucía, como ya viene siendo habitual en el norte de la provincia de Málaga (Perdiguero López, 199192: 34-42). Recipientes de gran interés, que señalan claramente un horizonte de los siglos VIII-VI a.C. en Aratispi, son los vasos de borde engrosado al interior –tipos 1,2 y 1,3-y los vasos carenados, pero cuyo conservadurismo formal nos impide precisar más la cronología concreta de los mismos. También hay algún fragmento amorfo con decoración incisa. Finalmente, no faltan las típicas ollas/orzas de cocina, con cuello indicado y algún cuenco de borde reentrante. La CERÁMICA A TORNO (FIG. 148) resulta escasa, aunque su presencia resulta un indicador cronológico importante (Perdiguero López, 199192: 42-43) cabe señalar un asa de ánfora R-1 y algunos fragmentos de pithoi polícromos amorfos. La datación de este momento del estrato II de Aratispi es compleja, debido a la inexistencia de indicadores cronológicos fiables. En principio no podemos descartar que exista ocupación durante el Bronce Final Pleno, aunque no haya sido identificada de manera fehaciente. La escasez de material a torno es un indicador de que nos encontramos en un momento temprano del Hierro Antiguo, quizás entre finales del siglo VIII y principios del VII. Esta etapa tiene su continuidad en lo que M. Perdiguero (1993-94: 115 y 165) denomina "fase iberopúnica", que se fecharía en el siglo VI a.C. Este momento corresponde al Hierro Antiguo III, que significa la consolidación plena del asentamiento, para enlazar con la etapa ibérica. La constatación de este fase del siglo VI en Aratispi se confirma en el corte F-8 de 1986, concretamente en los estratos IIb-c. Esta cuadrícula se encuentra también en la zona meridional del cerro, muy cerca del anterior G-7. Entre las cerámicas, mayoritariamente a torno, señalaremos la importante presencia de lebrillos -forma 17-, acompañadas de bordes de ánforas R-1 claramente tardías (Perdiguero López, 1993-94: figs. 4, nº. 1-3; 8; 13, nº. 6 y 8; 15, nº. 3). La zona occidental del flysch

b)

En el término de Almogía tenemos un poblado cuya investigación puede ser prometedora de cara al futuro, aunque todavía resulta muy poco conocido: el CERRO DEL CABRERO. Se sitúa en el flanco sur del flysch de Colmenar, ocupando una posición inmediata a la región esquistosa de los Montes de Málaga13 (vid. FIG. 128). El enclave se vincula a la vía de comunicación constituida por el río Campanillas, aunque está alejado unos 4 km. al oeste de dicho curso fluvial, que en este tramo discurre profundamente encajonado en las pizarras. La ruta natural del Campanillas no utiliza el valle excavado por dicho río, ya que éste resulta un angosto y sinuoso barranco. El tránsito resulta 13

Sus coordenadas U.T.M. son 359.500-4.081.300 según la hoja 1.038 (Ardales) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

323

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS bastante más fácil por las lomas pizarrosas que flanquean el cauce en ambas márgenes. El Cerro del Cabrero adopta la forma de espolón, con un espacio asemetado en su parte superior, que alcanza una cota máxima de 611 m.s.n.m. El lugar presenta unas excelentes condiciones defensivas y buena visibilidad, sobre todo hacia el norte -puertos de la cordillera Antequerana-. Esto, unido al control que ejerce sobre la ruta hacia la costa, lo convierte en un enclave eminentemente estratégico, aunque no debemos olvidar las posibilidades de explotación agro-pecuaria del entorno, también dotado -como es sabido- de cierto potencial minero. El Cerro del Cabrero fue dado a conocer con motivo de una prospección superficial del término de Almogía (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1986-87: 87), aunque ha sido referenciado también por otros autores (Suárez Padilla, 1992, 208; Aubet, 1995b: 142). Lo más significativo del Cerro del Cabrero son los restos de una fortificación dotada de bastiones cuadrangulares, visible parcialmente en superficie. Algunos autores han defendido para esta construcción una cronología "orientalizante" (Rodríguez Vinceiro et alii, 1996: 198) o más concreta del siglo VII (Recio, 1993-94: 91). A pesar de que no existe ningún dato estratigráfico para avalar esta data, no sería extraño que el poblado se fortificase durante estos momentos. En superficie, el Cerro del Cabrero ha proporcionado algunos materiales cerámicos de cronología amplia, que abarcan desde la Edad del Cobre hasta el Bronce Final Pleno-Hierro Antiguo. Respecto a esta última fase hay que destacar la importante presencia de cerámica a mano, siendo el torno menos numeroso. Se han publicado algunos fragmentos de estos últimos, tal como un galbo de pithos polícromo (vid. FIG. 150, d) (Recio, 1993a: 130, fig. 3, nº. 11), aunque también hay referencias de la aparición de ánforas R-1 (Recio, 1990a: 87). Finalmente, el flysch de Colmenar-Periana enlaza al oeste con el Valle de Abdalajís. Aquí aparecen algunos lugares con escasos fragmentos cerámicos atribuibles a los siglos VII-VI: LA HOYA o La Joya14 y el Cortijo de Fuente Abad (FIG. 149). El primero se encuentra en el extremo suroccidental del término de Antequera y de él procede -entre otros materiales- un borde de lebrillo pintado del siglo VI (FIG. 150, e) (Recio, 1993a: fig. 4, nº. 19). La datación en una fecha avanzada es indicio de la ocupación de unas tierras más marginales en los momentos del Hierro Antiguo III. El CORTIJO DE FUENTE ABAD se encuentra en el límite entre los términos de Antequera y Valle de Abdalajís. Es un lugar de poca entidad y se encuentra bastante arrasado (Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1995-96: 249-250; 1999a: 157).

14

Con la primera grafía aparece en el Mapa Provincial de Málaga, e.1:200.000, del Instituto Geográfico Nacional, Madrid, 1991. Encontramos la segunda en la hoja 1.038 (Ardales) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

324

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Capítulo 11

La bahía de Málaga y su hinterland

FIG. 149. Poblamiento en el entorno del Valle de Abdalajís.

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FIG. 150. Materiales cerámicos del área occidental del flysch de Colmenar. a-c) El Nacimiento (según Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1999b; Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993a d) Cerro del Cabrero (según Recio, 1993a) e) La Hoya (según Recio, 1993a) 326

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12 LA COSTA OCCIDENTAL MALAGUEÑA El arco montañoso que se extiende entre las desembocaduras de los ríos Guadalhorce y Guadiaro delimita una estrecha pero larga franja litoral de 90 km. de longitud, que constituye la antesala del estrecho de Gibraltar. La bahía de Málaga marca una inflexión en el trazado de la costa mediterránea andaluza, que progresivamente se desvía hacia el sudoeste. El quiebro de la orilla norte del mar de Alborán encuentra su gemelo en el óvalo que forma la región de la Yebala marroquí. Este arco montañoso bético-rifeño, con alturas que rondan los 1.500 m. a poca distancia del mar, condiciona de modo importante el régimen de vientos y corrientes dominantes en la embocadura del Estrecho. La costa occidental malagueña es una estrecha llanura de piedemonte, comprimida entre el mar y la montaña, donde el paisaje dominante son suaves lomas que llegan hasta la misma orilla del Mediterráneo, formando acantilados o playas. De cuando en cuando las zonas deprimidas que dejan entre sí estas elevaciones se ven recorridas por pequeños ríos que nacen en las sierras cercanas: Fuengirola, Real, Verde, Guadaiza, Guadalmina y Guadalmansa, todos ellos muy cortos y torrenciales, aunque bien alimentados por las lluvias invernales. El límite septentrional de la costa occidental malagueña queda bien señalado por la línea de cumbres vinculada al flanco sur de la Serranía de Ronda. Las sierras Bermeja, Blanca, Alpujata y Mijas presentan unas pendientes muy acusadas, debido a la naturaleza del roquedo y a la proximidad del nivel de base, existiendo escasos puertos que lleven al interior. Estas montañas han sido históricamente espacios refractarios a la ocupación humana, que se ha situado en los valles costeros, junto a las desembocaduras de los ríos. La mayor riqueza de estas montañas es la madera y sus pequeños depósitos superficiales de metal, principalmente hierro, cobre y algo de plata (FIGS. 151). 1.

LA COSTA OCCIDENTAL MALAGUEÑA EN LA ESTRATEGIA FENICIA

Tradicionalmente, la costa occidental malagueña ha sido un ámbito vacío en lo que respecta al poblamiento fenicio arcaico. Fundamentalmente se aludía a la ausencia de investigación, ya que se suponía que debían existir escalas intermedias para la navegación entre la desembocadura del Guadalhorce y la bahía de Algeciras, ámbitos en los que se constataba poblamiento colonial (Schubart, 1982: 77). A este respecto, no debemos olvidar que la franja litoral situada entre Torremolinos y Estepona registra una de las presiones urbanísticas más intensas de España. Ciertamente, sabemos que se ha perdido 327

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS bastante, con destrucciones muchas veces deliberadas. Sólo la entrada en vigor de la actual normativa en materia de patrimonio histórico ha permitido poner un poco de orden en este triste panorama, aunque con desigual éxito. A lo largo de los años 90 diferentes trabajos arqueológicos de urgencia han aportado novedosas informaciones relativas a los siglos VIII-VI a.C. en la zona, pero por el momento sólo han sido publicadas de modo muy parcial.

FIG. 151.

La costa occidental malagueña: el medio natural.

El principal interés de los colonizadores en este tramo de litoral era la conexión marítima entre las desembocaduras del Guadalhorce y Guadiaro. Aquí el patrón de asentamiento habitual de los colonizadores no existe: no encontramos ríos importantes con vegas cultivables amplias y buenas radas en sus desembocaduras; al tiempo, el interior es escasamente accesible por la presencia de una cadena montañosa, que tampoco es muy rica en yacimientos de metal susceptibles de explotación con la tecnología de la época. Sin embargo, los fenicios sí tuvieron interés en establecerse en determinados lugares estratégicos, con una función portuaria evidente: las desembocaduras de los ríos Fuengirola y Real. En el primero parece que se produce una instalación colonial en el siglo VI (Hiraldo y Riñones, 1991; Hiraldo, Recio y Riñones, 1992; Martín Ruiz, 1995: 63), mientras que el segundo incluso es anterior (vid. infra). Nada indica que estemos ante grandes asentamientos, sino más bien se trata de pequeños enclaves de apoyo a la navegación. No sabemos cómo era la composición demográfica de estos lugares, pero en el río Real 328

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Capítulo 12

La costa occidental malagueña

observamos una presencia indígena en el hinterland inmediato (vid. infra). Más clara se presenta la naturaleza indígena de pequeños poblados situados a alguna distancia de la línea de costa y a cierta altura, pero que no dejan de estar en el ámbito del litoral, aunque sin vinculación directa con actividades de tipo marítimo (FIG. 152).

FIG. 152.

2.

Poblamiento del Bronce Final-Hierro Antiguo en la costa occidental malagueña.

EL CERRO DE LA ERA

Si comenzamos nuestro recorrido por la costa occidental malagueña desde Torremolinos, el primer lugar arqueológico del Bronce Final-Hierro Antiguo que encontramos es el Cerro de la Era. La intervención, dentro de la modalidad de urgencia, vino motivada por la construcción de viviendas en 1998. La publicación consiguiente es todavía muy preliminar y con escaso material gráfico, por lo que no estamos en condiciones de efectuar una valoración profunda del enclave (Suárez Padilla y Cisneros, 1999).

329

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS a)

Topografía y circunstancias de investigación

El Cerro de la Era se sitúa dentro entre los núcleos de BenalmádenaCosta y Arroyo de la Miel, dentro del término municipal de Benalmádena. Pese a que el entorno está totalmente urbanizado, todavía se puede distinguir una pequeña colina de esquistos que alcanza una altura de 52 m.s.n.m. y una extensión cercana a 1 ha. El poblado se encuentra a unos 600 m. del litoral actual, aunque es posible que el mar estuviese algo más cerca, al formar la desembocadura del arroyo de la Miel una pequeña ensenada en lo que hoy es cinta arenosa y paseo marítimo, que bien podría llegar hasta el pie meridional del cerro1. De todas maneras, dada la reducida extensión que tendría esta rada, sus condiciones portuarias serían escasas y sólo para embarcaciones sencillas (FIGS. 153). Por su situación, el Cerro de la Era tiene un limitado dominio sobre el litoral, que alcanza una pequeña franja de 3 km. entre las puntas Negra y del Saltillo. En este sentido, contrasta con otras elevaciones cercanas que permiten un mayor control visual de la costa, como los cerros del Aljibe y de Torrequebrada, situados en un radio inferior a 1 km. Ambos ofrecen un panorama que se extiende desde la bahía de Málaga hasta la punta de Calaburras, a lo largo de más de 30 km. Sólo el Cerro del Aljibe2 fue ocupado en época protohistórica, pero en un momento ya avanzado del siglo V a.C. La elección del Cerro de la Era demuestra que los objetivos de las gentes asentadas en él no eran la defensa ni tampoco el control del cabotaje, sino tener un acceso fácil a los recursos marinos, agrarios y mineros del entorno. El Cerro de la Era se poblaría en momentos prefenicios, que sus excavadores sitúan grosso modo en la primera mitad del siglo VIII y estuvo habitado hasta el periodo Ibérico Pleno, abandonándose en el siglo IV a.C. En un momento indeterminado de los siglos XVIII o XIX se instaló en la meseta superior una era, que le dio el nombre y que tuvo la virtud de conservar los niveles arqueológicos subyacentes. b)

Fases I y II del Cerro de la Era

La primera fase del poblado de Cerro de la Era, que abarcaría la primera mitad del siglo VIII, es muy mal conocida y sólo se define por la cerámica. Los hallazgos cerámicos son todos a mano, con fragmentos alisados y bruñidos. Predominan formas como vasos de casquete esférico y carenados, algunos con la inflexión muy marcada. No faltan ollas/orzas y recipientes de perfil en "S", alguno con asas. Estos últimos son de tamaño considerable, lo que indica su función de almacenaje. Las actividades subsistenciales del poblado se basaban 1

Sus coordenadas U.T.M. son 362.850-4.051.000 según la hoja 1.066 (Torremolinos) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid (1ª ed.), 1996. 2

También llamado por sus descubridores Cerro del Depósito de Agua (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 115).

330

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Capítulo 12

La costa occidental malagueña

en la recolección de moluscos bivalvos y la agricultura cerealista. Respecto al marisqueo, las especies más abundantes en estos momentos son mejillón rubio (perna picta), lapa (patella caerulea), corruco (acanthocardia tuberculata), peregrina (pectem maximus) y almejón de sangre (glycimeris insubrica). Al tiempo, la transformación del cereal in situ queda evidenciada por la aparición de molinos de piedra (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 101). En un momento posterior -fase II-, se levantó una cabaña circular, que debió alcanzar un diámetro de 5 m. La excavación pudo documentar parte de la planta de la misma, consistente en un zócalo de bloques irregulares de travertino, sobre el que se levantaría un muro de adobe. Este basamento pétreo presenta sucesivas capas de enlucido al interior, mientras que el pavimento era de arcilla endurecida. Los materiales que sellan la destrucción de esta vivienda se fechan a fines del siglo VIII y comienzos del VII (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 104). c)

La fase III del Cerro de la Era. La plenitud del Hierro Antiguo

La aportación más interesante realizada hasta hoy por el Cerro de la Era corresponde a su tercera fase, correspondiente a un momento de mediados del siglo VII, llegando hasta comienzos del siguiente. Ahora, en la explanada superior de la colina se levantó una construcción de plantar cuadrangular y compartimentada, posiblemente con estancias distribuidas en torno a un patio, siguiendo un modelo de vivienda fenicia bien conocido. Los investigadores que han trabajado en el lugar definen este edificio como una insula o caserío y lo comparan con la construcción descubierta en Abul (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 109). Por desgracia esta edificación no ha podido ser excavada en su totalidad. El espacio interior se separa del patio con un muro de bloques de travertino y encierra un área pavimentada con lajas de pizarra, sólo conservadas en parte. Sobre ellas se pudo documentar una zona de combustión, aunque no sabemos si se trata de un hogar o de un horno. En torno a este espacio se excavaron parcialmente dos estancias, delimitadas por muros de adobe. La más pequeña de estas habitaciones tenía un sencillo suelo de arcilla apisonada. En cambio, la mayor se dotó de un magnífico pavimento de conchas muy bien conservado. Este suelo tiene una superficie de unos 8 m2., aunque por su lado sur no ha llegado a delimitarse hasta su totalidad. El asiento de este pavimento consiste en una cimentación de lajas de pizarra, sobre la que se colocó una capa de arcilla mezclada con nódulos de yeso, que aún húmeda sirvió de cama a las conchas. Mayoritariamente se utilizaron caparazones de glycimeris insubrica, mezclados en mucha menor medida con corrucos. Los moluscos están bien ordenados, formados hileras sucesivas. En algunas parte se observan señales de reparaciones, que debían ser frecuentes, dada la fragilidad de este tipo de solerías. Los excavadores del Cerro de la Era localizaron evidencias de que existieron, al menos, tres pavimentos de conchas superpuestos (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 105-106). 331

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FIG. 153.

Situación del Cerro de la Era.

332

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Capítulo 12

La costa occidental malagueña

En esta habitación con suelo de conchas aparecieron una serie de materiales cerámicos bastante desmenuzados. En la estancia contigua, con pavimento de arcilla, los autores de la intervención señalan la presencia de un trípode y de un fragmento de gran pithos polícromo. Presenta una característica decoración pintada a base de bandas anchas rojas que alternan con franjas blancas más estrechas y filetes negros, que se combinan con esteliformes en el mismo color (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 108) (FIG. 154). d)

Los siglos VI-V: el control estratégico del territorio

A partir de la primera mitad del siglo VI se inicia la fase IV del poblado del Cerro de la Era, que se prolonga hasta momentos avanzados de la centuria siguiente. En esta etapa se producen una serie de cambios en el asentamiento y en sus alrededores. Por un lado, se abandonó la gran construcción del momento anterior, que queda amortizada y sobre ella se levantaron una serie de habitaciones de planta rectangular muy mal conocidas. Por otro, se observa una diversificación de las actividades productivas, ya que, junto a las habituales dedicaciones agrarias y marisqueras, aparecen testimonios de transformación metalúrgica in situ. Así, se documentó un martillo de minero, una cazoleta, restos de molinos y mineral del hierro en bruto. Los autores de la excavación consideran que en el poblado existió procesado de este metal, que era extraído de la vertiente meridional de la sierra de Mijas en cotos de pequeña extensión pero fáciles de beneficiar (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 113-114). Parece desde finales del siglo VI y a lo largo de toda la centuria siguiente hay una necesidad más apremiante de aumentar la disponibilidad de recursos que en las décadas anteriores, circunstancia que observamos también en toda la provincia de Málaga. De este modo interpretamos, con todas las reservas, la aparición de pequeños asentamientos tipo aldea, con una vocación decididamente agraria, como el situado junto al ARROYO DE CASABLANCA, a 3 km. al oeste del Cerro de la Era (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 112). Al tiempo, un síntoma inequívoco hacia una coyuntura de mayor inestabilidad es la necesidad de disponer de emplazamientos bien situados y con posibilidades defensivas, especialmente desde mediados del siglo V. De este modo entendemos la ocupación del inmediato y estratégico CERRO DEL ALJIBE, ya mencionado, deshabitado hasta esos momentos posiblemente porque era innecesario para la vida del poblado de la Era. La misma circunstancia se observa en el CERRO DE CAPELLANÍA, pequeño promontorio calizo de 193 m. de altura, que se encuentra a 4,5 km. al oeste de Cerro de la Era y a sólo 1 km. del mar (Rodríguez Oliva, 1982: 6; Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 113-116).

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FIG. 154. Cerro de la Era III: fragmento de pithos polícromo (a partir de Suárez Padilla y Cisneros, 1999).

3.

LA DESEMBOCADURA DEL RÍO REAL

A 3 km. al este de Marbella desagua en el Mediterráneo el pequeño río Real, cuya desembocadura debió constituir en la Protohistoria una pequeña ensenada. Los resultados de los trabajos realizados en los últimos tiempos han revelado que el río Real responde al emplazamiento de un típico asentamiento del periodo arcaico, aunque a pequeña escala. Existió un poblado fenicio en la margen derecha de la desembocadura, ocupando un pequeño promontorio Torre del Río Real-, donde hubo un asentamiento indígena anterior. No falta la necrópolis, posiblemente también fenicia, situada en la margen opuesta del río, testimoniada por el vaso tipo Cruz del Negro hallado en Los Monteros. Al mismo tiempo, encontramos un poblado indígena situado en un lugar alto y de fácil defensa -Cerro Torrón-, con un buen control visual de la desembocadura y, por tanto, de las actividades que los colonizadores desarrollaban en ella. Finalmente, algo más al oeste, en el cerro que hoy ocupa la Alcazaba de Marbella, una actuación arqueológica dirigida por S. Fernández López en 1998 ha documentado la presencia de algunos fragmentos de cerámica fenicia poco

334

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Capítulo 12

La costa occidental malagueña

definida mezclados con el material andalusí3. Por tanto no sería extraña la existencia de un asentamiento colonial o indígena aprovechando este altozano sobre el mar, en la desembocadura del arroyo de la Represa (FIG. 155).

FIG. 155. Vestigios arqueológicos de los siglos VIII-VI en el entorno del río Real.

a)

Cerro Torrón

Este lugar ha sido valorado como enclave arqueológico con motivo de las recientes prospecciones derivadas de la construcción de la autopista A-7 en el tramo Fuengirola-Marbella, aunque era conocido por los coleccionistas de la zona con anterioridad. El Cerro Torrón se encuentra a 2,5 km. de la costa, en el espacio periurbano de Marbella, a cuyo término municipal pertenece. Se trata de una elevación de marcado perfil cónico sita en la margen derecha del río Real, que culmina a 232 m.s.n.m. y desde la que se domina visualmente la desembocadura. Cerro Torrón tiene una secuencia amplia, que se inicia en momentos prerromanos y llegaría hasta época islámica, tras un hiatus en el periodo romano (Navarro Luengo et alii, 1998: 434-436; Martínez Enamorado, 1999: 993). Sobre la etapa más antigua sólo se han publicado escuetas noticias. Así, tenemos referencia de algunos materiales cerámicos fenicios en manos de particulares, que se remontarían al siglo VI (Suárez Padilla et alii, 3

Informe Delegación Provincial de Cultura.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 1996: 183). Por su parte, J.A. Martín Ruiz (1995-96: 102) recoge la existencia en el Cerro Torrón de estructuras murarias, considerándolo un asentamiento indígena. b)

El asentamiento de la Torre de Río Real

Este poblado se encuentra en la orilla derecha de la desembocadura del río Real, también dentro del término municipal de Marbella. Ocupa un pequeño altozano, hoy cortado por la carretera N-340, en cuya cúspide se levanta la torre almenara homónima, a una cota máxima de 22 m. Desde los pies de esta construcción militar desciende una suave ladera hasta la playa, que se vuelve más abrupta hacia el oeste, donde aparecen acantilados pliocénicos, hoy muy transformados por la presión urbanística. En este declive, sin ninguna preocupación de carácter defensivo, se situó en su día el yacimiento, del que hoy no queda sino una mínima porción conservada. Río Real ha sido un caso especialmente grave de atentado contra el patrimonio histórico. El poblado se descubrió en febrero de 1998, a raíz de los desmontes efectuados para la construcción de una urbanización. Estos movimientos de tierra fueron denunciados por la Asociación Cilniana4, cuyos integrantes recogieron algunos materiales cerámicos de los vertederos (Martín Ruiz y Pérez-Malumbres, 1995-96). Sin embargo, los promotores urbanísticos continuaron su actividad, con la connivencia de las autoridades municipales de Marbella. La intervención de la Delegación Provincial de Cultura fue muy tardía y sólo pudo salvar una mínima parte del asentamiento: una pequeña isleta circular de unos 15 m. de diámetro, en la que se realizó una excavación de urgencia en julio y agosto de 1998 (Sánchez Bandera, Cumpián y Soto, 1999). Los autores de la intervención de 1998 señalan que el poblado es una fundación fenicia del siglo VII -Fase I-, aunque existen "algunos útiles líticos, que parecen corresponder más bien a hallazgos aislados que evidencian cierta actividad en momentos anteriores" (Sánchez Bandera, Cumpián y Soto, 1999: 53). Esto resulta bastante arriesgado, ya que presuponer de manera mecánica una ocupación anterior por la presencia de industria lítica es olvidar el amplio uso que históricamente se ha hecho del sílex. En esta fase I del río Real se documentan una serie de cerámicas a mano con formas típicas del Bronce Final, lo cual tampoco es necesariamente indicativo de una presencia indígena anterior a la colonial. Estos materiales se mantienen en la fase II -siglo VI-, pero con un notable descenso. c)

El vaso tipo Cruz del Negro de los Monteros

La aparición del poblado de la Torre del Río Real nos ha ayudado a entender el significado de un hallazgo aislado que, hasta hace poco, era el único testimonio de presencia fenicia en la costa occidental malagueña. Se trata 4

Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico-Artístico de Marbella.

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Capítulo 12

La costa occidental malagueña

de un vaso tipo Cruz del Negro procedente de Los Monteros (Posac, 1983: 9, fig. 3; Solanes y Garcia León, 1983: 35; García Alfonso, 1998b), conservado hoy en Marbella en manos de un particular5. El vaso de Los Monteros resulta ser un hallazgo de gran interés, pues su carácter de pieza completa indica su procedencia casi segura de una necrópolis, que no puede ser otra que la del asentamiento de la Torre del Río Real, ya que el poblado de Cerro Torrón se encuentra bastante más alejado -unos 4 km.- del entorno en el que se encontró el recipiente que nos ocupa.

FIG. 156.

Los Monteros: vaso tipo Cruz del Negro.

Las informaciones recogidas señalan que la pieza en cuestión apareció en el año 1974 ó 1975 durante unos movimientos de tierra al oeste del complejo turístico "Los Monteros", entre la línea de costa y la carretera N-340, a unos 500 m. de la playa. Este paraje se conoce como Llanos de Palma -hoy totalmente urbanizado- y dista escasos 700 m. de la desembocadura del río Real. El substrato geológico del hallazgo es la gran formación dunar que se extiende por el litoral de Marbella entre el río Real y la punta Ladrones. Aunque éste es el único recipiente que se pudo recuperar, no descartamos que existiesen más, en lo que seguramente era una pequeña necrópolis, mejor fenicia que indígena, en la actualidad totalmente destruida.

5

Deseo testimoniar mi agradecimiento a D. Antonio Luna Aguilar, del M.I. Ayuntamiento de Marbella, quien efectuó las gestiones necesarias ante sus propietarios.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El vaso Cruz del Negro de Marbella mide 19,4 cm. de altura. Entre sus particularidades formales señalaremos el considerable achatamiento del cuerpo y el carácter muy abocinado de la boca, con labio muy estrecho. La gruesa capa de concreciones impide ver la decoración pintada en su totalidad. Sólo se distinguen nueve bandas horizontales muy estrechas en la parte central del galbo en color rojo oscuro, aunque no se descarta que una limpieza a fondo pueda revelar más decoración (FIG. 156). Sobre el contenido del vaso no se pudo recabar dato alguno. En la misma necrópolis de Cruz del Negro encontramos algunas urnas con galbo achatado muy similares al del vaso de Marbella, pero con el cuello cilíndrico (Aubet, 1976-78: fig. 1, nº. 1 y 3). Con boca de acusada tendencia exvasada, pero con cuerpo esférico u ovoide, también tenemos ejemplares en Cruz del Negro (Aubet, 1976-78: fig. 1, nº. 4; fig. 2, n º. 6 y 7; fig. 3, nº. 9 y 10) y en la cercana necrópolis carmonense del Campo de las Canteras (Belén, 1986: fig. 4, nº . 3 y 4). Con las necesarias reservas, atribuimos al vaso de Marbella una cronología del siglo VII a.C. 4.

EL EXTREMO OCCIDENTAL DE LA COSTA MALAGUEÑA

a)

Río Guadalmansa

A 20 km. al oeste de la desembocadura del río Real se encuentra la del río Guadalmansa, ya en el término municipal de Estepona. Aquí nos encontramos con un asentamiento de difícil atribución fenicia o indígena: El Torreón6. Este lugar es un suave cerro de 30 m.s.n.m., que domina la margen derecha del río Guadalmansa, a sólo 400 m. de la actual línea de costa. Aunque noticias anteriores del enclave, centradas en época romana, no faltan, la primera valoración como enclave fenicio-púnico fue realizada a principos de los 90, a consecuencia de una recogida de material de superficie. A priori la cronología más antigua que proporcionaban estos hallazgos señalaba una fecha de la segunda mitad del siglo VII (Bravo, 1991-92: 81). Poco después A. Recio (1993a: 132, fig. 1) consideró el enclave como "orientalizante". En 1996 J. Suárez Padilla y su equipo efectuó una excavación de urgencia en el poblado, cuyos resultados aún no se han publicado. La fecha de primera ocupación del asentamiento debe retrasarse al siglo VI a.C., pero no por los colonizadores fenicios, sino por gentes indígenas. Esta fecha del Hierro Antiguo III se confirmaría por la presencia de lebrillos pintados. Es posible que El Torreón estuviese fortificado, por lo que sería un pequeño oppidum de menos de 1 ha. de extensión, residencia de algún tipo de aristocracia local (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 111).

6

En algunas publicaciones se utiliza la denominación "Parque Antena", debido al complejo turístico que se encuentra junto al yacimiento.

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Capítulo 12 b)

La costa occidental malagueña

Arroyo Vaquero y Castillejo de Alcorrín

Finalmente, en el extremo más occidental de la costa malagueña encontramos dos pequeños asentamientos del Bronce Final, situados en primera línea de costa y abandonados antes de la llegada de los fenicios. ARROYO VAQUERO fue conocido a raíz de una intervención de urgencia con motivo de la construcción de una urbanización. Poco es lo que se puede decir de este lugar, de escasa entidad. Bajo las estructuras romanas aparece un nivel con industria lítica y cerámica a mano del Bronce Final, sin presencia de torno (Garrido Luque y Cisneros, 1990: 427). Los CASTILLEJOS DE ALCORRÍN es otro hito que confirma la ocupación de la costa por parte de las comunidades indígenas desde los momentos iniciales del Bronce Final. Se encuentra en el término municipal de Manilva, muy cerca del límite entre las provincias de Málaga y Cádiz. Se trata de un cerro amesetado que alcanza una superficie total de unas 15 has. y una altitud de 164 m. Se ubica en la línea de colinas que delimitan el valle bajo del Guadiaro por su flanco oriental y lo separan del litoral de Estepona-Manilva. Sin embargo, el lugar se vincula más a la costa que al citado río, ya que su situación a unos 2 km. del mar y su elevación le permiten un buen dominio visual de éste7 (FIG. 157). El lugar en 1989 fue excavado a raíz de la construcción en el lugar de un campo de golf, aunque los resultados de esta intervención sólo se conocen de manera muy sumaria por un informe preliminar (Villaseca y Garrido Luque, 1991). La prospección realizada permitió identificar, según los autores citados, un recinto amurallado que contornea toda la coronación del cerro, lo cual, dada la cronología unifásica del mismo en un Bronce Final Antiguo, resulta de un gran interés. Esta fortificación fue reconocida también en algunos cortes -D y E, que permitieron comprobar el uso de una técnica constructiva muy sencilla. La muralla alcanza una anchura de unos 3 m., mientras que su alzado conservado no alcanza 1 m., debido a la intensa erosión del lugar. No existen fosas de cimentación. Los paramentos están formados por piedras irregulares grandes, mientras que el interior de la estructura se rellena con barro y bloques pétreos más pequeños. No hay indicio de existencia de casetones, como es habitual en las fortificaciones anteriores al Hierro Antiguo. El flanco oriental, precisamente el orientado hacia la costa, presenta algún bastión defendiendo los espolones naturales que aquí presenta el cerro. Los materiales aparecidos en los Castillejos de Alcorrín corresponden a una fase antigua del Bronce Final, aunque no resultan muy significativos. Encontramos vasos de casquete esférico, algún vaso carenado y ollas/orzas.

7

Sus coordenadas U.T.M. son 297.000-4.024.750 según la hoja 1.071 (Jimena de la Frontera), del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1992.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Entre la cerámica decorada, muy escasa, cabe señalar la presencia de algunos fragmentos esgrafiados (FIG. 158).

FIG. 157.

Localización de los Castillejos de Alcorrín.

FIG. 158. Materiales cerámicos de los Castillejos de Alcorrín (según Villaseca y Garrido Luque, 1991).

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13 EL ENTORNO DE LA BAHÍA DE ALGECIRAS El Campo de Gibraltar es una de las unidades fisiográficas de mayor personalidad de toda la península Ibérica. Debido a su posición en el extremo más meridional del continente europeo, este territorio se encuentra tan sólo a 14 km. de África, separado por el brazo de mar que constituye el Estrecho. Otras razones de esta originalidad hay que buscarlas en factores tales como su excepcional emplazamiento entre el Atlántico y el Mediterráneo, la presencia del magnífico puerto natural constituido por la bahía de Algeciras y la húmeda climatología de la comarca. Aunque administrativamente el Campo de Gibraltar pertenece a la provincia de Cádiz, es un territorio mucho más volcado hacia el Mediterráneo que hacia el Atlántico. Este hecho se debe a la presencia de las últimas sierras béticas que van a caer con fuerte pendiente sobre la orilla del Estrecho, las cuales dificultan sobremanera las comunicaciones terrestres con el ámbito de la bahía gaditana y el bajo Guadalquivir. En contraposición, la bahía de Algeciras se convierte en un centro de atracción para el poblamiento, con caminos más fáciles hacia la costa malagueña por la misma llanura litoral y hacia el Surco Intrabético, a través del valle del Guadiaro (FIG. 159). La bahía de Algeciras es la referencia geográfica más importante de la zona. Se trata de una ensenada en forma de saco, con su bocana orientada al sur y defendida del mar abierto por el tómbolo del peñón de Gibraltar. A su carácter resguardado, hay que añadir su gran extensión, con una penetración tierra adentro de 10 km., lo cual resulta poco corriente en el Mediterráneo occidental. Además, hay que señalar que en la Antigüedad las desembocaduras de los ríos Palmones y Guadarranque, tributarios de la bahía, formaban ensenadas aún mas protegidas de los vientos dominantes. Todas estas facilidades naturales son aún más apreciadas por su situación en una ruta marítima difícil, pero de vital importancia, como es el estrecho de Gibraltar. La peligrosidad que entrañaba el paso por este punto (Aubet, 1994: 167-169) convertía a la bahía de Algeciras en el refugio más indicado, circunstancia muy valorada por los navegantes fenicios. En el fondo de la bahía fundaron el asentamiento del Cerro del Prado, al tiempo que sacralizaron la gruta de Gorham's Cave, en Gibraltar, para venerar aquí a una divinidad de carácter marino (Mancebo, 1995). Otro punto costero importante era la profunda ensenada formada por la desembocadura del Guadiaro, fondeadero situado un poco antes de la bahía algecireña y refugio óptimo en caso que los temporales impidiesen doblar la gibraltareña punta de Europa. Las buenas condiciones portuarias y las conexiones terrestres a través de los valles fluviales explican la distribución de la población en la zona durante el Bronce Final y el Hierro Antiguo (FIG. 160). 341

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 159.

Campo de Gibraltar: medio físico. 342

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Capítulo 13

FIG. 160.

El entorno de la bahía de Algeciras

Poblamiento del Campo de Gibraltar en el Bronce Final-Hierro Antiguo. 343

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 1.

LAS PINTURAS DE LAJA ALTA

El abrigo de Laja Alta se dio a conocer a finales de los años 70 (Barroso, 1980). Hasta entonces había pasado desapercibido, pese a que en la misma zona se conocían otros conjuntos rupestres que habían sido estudiados a principios del siglo XX (Breuil y Burkitt, 1929: 77-78, lám. 32). Todos estos pertenecen al arte esquemático y entre ellos cabe señalar lugares como Chinchilla, Risco del Tajo Gordo y Rancho Valdechuelo. Laja Alta se enclava tierra adentro, a unos 30 km. de la línea de costa. La zona es bastante fragosa, tanto por su intrincado relieve como por su abundante vegetación. Se sitúa en la cabecera de la garganta de Gamero, en la sierra de Jateadero. Este lugar corresponde a uno de los estrechos valles que parten desde la margen derecha del río Hozgarganta, afluente del Guadiaro, a unos 4 km. al oeste de Jimena de la Frontera, a cuyo término municipal pertenece1. Pese a lo escarpado del terreno, Laja Alta se ubica solamente a 300 m. de altitud. Aunque el lugar corresponde a un verdadero fondo de saco, el inmediato valle del Hozgarganta es una vía de comunicación natural entre el bajo Guadiaro y la campiña de Jerez, ya que por el puerto de Galiz -417 m.- se llega al valle del Majaceite, tributario del Guadalete (FIG. 161). El abrigo de Laja Alta es de origen eólico, habiéndose formado por un fenómeno de tafonización de la roca arenisca. Las dimensiones de la oquedad son 5,30 m. de largo, alcanzado una altura máxima de 2,92 m. y 2,30 m. de profundidad. Las pinturas ocupan la pared principal, en un espacio de 4,70 m. de largo por 2,10 m. de alto. Aunque C. Barroso, primer editor de las pinturas, señaló la presencia de ocho grupos de motivos2, en resumen los esenciales se reducen a tres: antropomorfos, ídolos y embarcaciones. Este autor designó las diferentes representaciones con un número que nosotros respetaremos para facilitar la descripción. Los antropomorfos y los ídolos corresponden claramente a representaciones de época calcolítica. Por tanto, las embarcaciones vienen a constituir claramente un conjunto aparte del resto. Además de la temática, su agrupamiento en la zona inferior del abrigo puede ser también un indicio de fecha diferente. Finalmente, su coloración también indica que se trata de un grupo realizado en un momento distinto a los primeros. C. Barroso, primer editor de las pinturas, señala que existen tres tonos rojos en Laja Alta, clasificados por su nivel de intensidad: todas las embarcaciones están realizadas en el tono rojizo más suave de los utilizados (Barroso, 1980: 39-41).

1

Sus coordenadas U.T.M. son 275.225-4.036.125, según la hoja 1071 (Jimena de la Frontera), del Mapa Militar de España, e. 1.50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1992. 2

Antropomorfos, zoomorfos, ídolos, esteliforme, barras, petroglifoide, varios y embarcaciones (Barroso, 1980, 24-25).

344

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Capítulo 13

FIG. 161.

El entorno de la bahía de Algeciras

Localización del abrigo de Laja Alta.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Estos elementos nos hacen considerar que los navíos de Laja Alta corresponden a una etapa diferente del resto de los motivos que aparecen en el abrigo (FIGS. 162-164). Centrándonos en las siete embarcaciones que vemos, las podemos dividir en los siguientes grupos: a) Naves de remos: núms. 20 y 30. b) Naves de vela: núms. 22 y 28. c) Naves de vela y remos: núms. 16, 15 y 27. El barco nº. 15 es el más complejo. Se observan una proa y popa perfectamente definidas, que configuran un navío de forma redondeada y pesada. Del casco parten cinco trazos, que figuran otros tantos remos. La proa adopta la forma de alto castillo, sobre el que hay una serie de elementos rectangulares que pueden ser interpretados de varias maneras: mascarón, prótomo o gallardetes al viento. La popa tiene forma de pronunciada curva, configurándose una quilla muy alta. En esta zona de la nave aparece el timón de espadilla, con un trazo sensiblemente más grueso que el resto de los remos. En cuando al aparejo, C. Barroso (1980: 35) piensa que el navío posee dos velas triangulares, una más alta en el centro y otra más pequeña a popa. Por nuestra parte pensamos que esta apreciación es errónea. Creemos que la embarcación va equipada con una única vela, la situada en el centro de la cubierta. Entendemos que sólo se representa el mástil encontrándose la verga y el gratil arriados. La figura triangular debe identificarse, por tanto, con una esquematización de las jarcias. Sin duda estamos ante un navío de verga abatible. Por tanto, el triángulo que vemos a popa puede ser un cobertizo o mejor una percha para ayudar a maniobrar el timón. No tiene mucho sentido describir pormenorizadamente el resto de las naves, ya que sería demasiado largo, por lo que remitimos a la publicación original (Barroso, 1980). En líneas generales se caracterizan por sus proas y popas levantadas y su arboladura -las que tienen- de mástil único. Junto a las representaciones de embarcaciones aparece un singular recinto rectangular, con una pequeña nave dentro, que se ha interpretado como un puerto o fondeadero. Asunto capital es tanto la cronología como la procedencia de las embarcaciones de Laja Alta. C. Barroso (1980: 40-42) señaló en su momento un carácter fenicio o tartéssico para las mismas. Más tarde, F. Jordá (1993: 120 y 124) se ha mostrado partidario de una datación calcolítica, en consonancia con el resto de representaciones que aparecen en el abrigo. Por nuestra parte, pienso que en Laja Alta estamos ante naves procedentes del Mediterráneo oriental, posiblemente fenicias. Creo que podemos descartar que se trate de barcos de tipo atlántico, ya que los que conocemos en diferentes 346

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Capítulo 13

El entorno de la bahía de Algeciras

representaciones no se ajustan al tipo de Laja Alta. Esta embarcaciones atlánticas son naves más pequeñas y presentan un aspecto diferente, con predominio de la propulsión exclusivamente a vela, como vemos en las cercanas pinturas de la cueva de las Palomas -Tarifa- (Topper y Topper, 1988: 163) y Laxa Auga dos Cebros -Pedornes, Pontevedra- (Alonso Romero, 1995), ambas fechadas a mediados del tercer milenio. El tipo de nave nos remite a algunos modelos conocidos en Oriente a partir del Bronce Final (FIG. 165), tales como las naves de Punt representadas en el templo de Hatshepsut en Deir el Bahari (Aubet, 1994: 155), el barco pintado de Hama y algunas terracotas de Amanthus -Chipre- (Guerrero, 1998: figs. 3, nº. 3; 4). Resulta significativo comparar algunas de las naves que aparecen en el relieve del templo de Medinet Habu relativo a la batalla contra los Pueblos del Mar -¿šardana?- sostenida por el faraón Ramsés III hacia el año 1175 a.C. Las naves de ambos contendientes son netamente diferentes: las embarcaciones egipcias disponen de velas y de remos, mientras que los invasores sólo se mueven a vela. Significativamente, en el momento del enfrentamiento armado los barcos egipcios se impulsan exclusivamente mediante boga, con las velas recogidas, para buscar una mayor maniobrabilidad (Sandars, 1985: 126-127). Creo que este detalle resulta bastante significativo, pues pone de manifiesto que en el Mediterráneo Oriental ya se había generalizado la doble propulsión a vela y a remo en el siglo XII, cuando en momentos anteriores era bastante rara. Anteriormente, vemos que predomina una navegación que pocas veces combina ambos sistemas. Así, los grandes mercantes de la época de la dinastía XVIII egipcia (siglos XVI-XIV a.C.) se mueven exclusivamente a vela: tumbas tebanas de los funcionarios Nebamón y Kenamón, con cargueros cananeos y las naves de Punt de Deir el Bahari. No obstante, en esta época vemos las primeras embarcaciones que se mueven a vela y a remo, caso de la tumba de Sennefer en Sheij Abd el-Kurna, pero se trata de navíos pequeños para la navegación fluvial por el Nilo y utilizados siempre para trayectos cortos, tales como la peregrinación ritual a Abydos. En el Egeo encontramos una situación similar. Las pinturas de Akrotiri Thera-, fechadas en el siglo XVI nos muestran la conocida flotilla, donde sólo una de la quincena de naves representadas dispone al tiempo de remos y de un mástil alto, que en ese momento lleva la vela arriada (Casson, 1975). Finalmente, bien conocidas son las representaciones de naves fenicias en el relieve asirio de Khorsabad que muestra la huida del rey Luli de Tiro ante el ataque de Senaquerib en el 701 a.C. (Aubet, 1994: fig. 14), donde encontramos una serie de naves movidas a remo y a vela, con sus proas y popas levantadas. Este conjunto resulta de un interés excepcional en el contexto del Extremo Occidente, ya que plantea una problemática amplísima. Es evidente que en la fecha de realización de las pinturas la navegación había alcanzado un desarrollo importante. Barcos de tamaño considerable, arboladura compleja y que combinan vela y remos nos remiten a travesías de larga distancia. Pero los interrogantes son muchos: ¿cuándo fueron realizadas estas pinturas? ¿de 347

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FIG. 162. Laja Alta: conjunto de las pinturas (según Barroso, 1980).

FIG. 164. Laja Alta: flotilla de embarcaciones (según Barroso, 1980).

FIG. 163. Laja Alta: detalle.

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FIG. 165. Representaciones de barcos en el Mediterráneo oriental.

El entorno de la bahía de Algeciras

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS dónde proceden estos navíos? ¿reflejan el interés de los pobladores indígenas del Campo de Gibraltar por la llegada de gentes foráneas? Resulta bastante difícil precisar estas cuestiones. M. Almagro Gorbea (1988: 398) se inclina por una datación precolonial, ya que la concentración de este tipo de representaciones náuticas en torno al estrecho de Gibraltar3 debe considerarse como síntoma de la importancia que fueron adquiriendo estas aguas en el tránsito del segundo al primer milenio a.C. Por nuestra parte pensamos que la serie de barcos de Laja Alta fue realizada en el mismo momento, por lo nos inclinamos por una cronología que enlace ya con el periodo fenicio arcaico. A nivel de hipótesis, queremos plantear que Laja Alta responde al contexto de las primeras navegaciones fenicias en aguas del Estrecho. En estos momentos, no sería extraño que la sociedad indígena, heredera de las tradiciones de la Edad del Cobre y del Bronce, represente un acontecimiento importante con el lenguaje iconográfico de la pintura esquemática. Posiblemente, en Laja Alta estemos ante una pequeña flotilla fenicia, compuesta de embarcaciones auxiliares, naves ligeras y un navío de carga que haría las veces de buque insignia, posiblemente el nº. 15. 2.

EL ASENTAMIENTO INDÍGENA DE MONTILLA Y LA PRESENCIA FENICIA

En la desembocadura del río Guadiaro se encuentra un importante poblado del Bronce Final-Hierro Antiguo: Montilla. A pesar de lo poco que sabemos del enclave, su interés resulta capital porque se trata de uno de los pocos asentamientos indígenas conocidos en el litoral y que, tras una fase prefenicia, experimenta la llegada masiva de elementos coloniales. La denominada Casa de Montilla ocupa una suave loma que forma parte de una pequeña cadena que delimita la vega del Guadiaro por el este, dentro del término municipal de San Roque4. El lugar se encuentra en la orilla derecha del río, a unos 800 m. del cauce actual, dominando la vega desde la cota 10-12 m.s.n.m. Sin embargo, los estudios paleogeográficos del Instituto Arqueológico Alemán han confirmado que en el siglo VIII a.C., la parte baja de la loma de Montilla era bañada por las aguas del profundo entrante marino que formaba la desembocadura del río. Actualmente, el mar se encuentra a algo más de 1 km. de distancia (FIG. 166).

3 Representaciones pictóricas de navíos se han documentado también en otros abrigos cercanos al Estrecho: Los Alisos, Huerta de las Pilas y Puerto del Viento/km. 12 (cfr. Dams y Dams, 1984; Almagro Gorbea, M. 1988: fig. 1). No obstante, se trata de hallazgos cuya interpretación aún resulta bastante más compleja que Laja Alta, por lo poco explícitos que resultan. 4

Sus coordenadas U.T.M. son 295.150-4.019.500 según la hoja 1.075 (San Roque) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 5ª ed., 1988.

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Capítulo 13

FIG. 166.

El entorno de la bahía de Algeciras

Situación de Montilla en la desembocadura del Guadiaro.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La excavación del poblado de Montilla vino motivada por el “Proyecto Costa” del Instituto Arqueológico, que ya hemos comentado en anteriores ocasiones. La única intervención efectuada hasta el momento en el lugar ha sido una breve campaña en 1986, dirigida por H. Schubart. En esta actuación se efectuaron tres cortes de pequeñas dimensiones, ya que el objetivo principal era confirmar la secuencia del asentamiento. Como complemento a la actuación arqueológico se efectuaron también varias perforaciones geológicas (Schubart, 1989). El CORTE 1 se planteó con unas dimensiones de 5 por 2 m. y alcanzó una profundidad máxima de algo más de 1 m. La secuencia constaba de tres niveles arqueológicos y un estrato natural sobre la roca madre calcárea del lugar. Prescindiendo del nivel 3, tierra superficial alterada por el arado, los estratos 2 y 1 mostraban importantes huellas de ocupación humana. Por debajo de éste horizonte, encontramos un nivel de erosión estéril (FIG. 167). En este corte no se ha documentado ningún tipo de estructura, aunque en el extremo suroeste se puede intuir parte de un muro. Únicamente apareció una vasija a mano casi completa, que se encontraba parcialmente enterrada en el estrato 1. La parte superior estaba muy deteriorada. Por los dibujos presentados por Schubart (1986: fig. 6) parece más lógico atribuir este vaso al estrato 2, teniendo, por tanto, un carácter intrusivo en el nivel 2. La atribución al nivel más reciente se ve reforzada porque esta vasija se hallaba protegida por piedras, que se asentaban sobre el paleosuelo producto de la colmatación del estrato 1. El CORTE 2 se sitúa a una cota más baja que el anterior. Sus dimensiones fueron 4 por 2 m., alcanzándose mayor profundidad que en el corte 1, en total 2,72 m. bajo la superficie actual del terreno. Los estratos 4 y 3 constituyen el relleno que cubrió el lugar tras el abandono del poblado. Por debajo de este paleosuelo aparecen los niveles que contienen las cerámicas de los siglos VIII-VII a.C. Son los niveles inferiores 1 y 2, que forman un conjunto muy homogéneo. De ellos, el estrato 1 únicamente ha proporcionado cerámicas a mano (FIG. 168). El CORTE 3 se abrió en una zona algo alejada de los anteriores, más cercano a la orilla del Guadiaro, en plena vega aluvial. Sus dimensiones fueron 5 por 2 m. La profundidad máxima alcanzada fue de 2 m. respecto a la superficie actual. La aparición de aguas freáticas resultó un problema añadido a la ya extrema humedad del suelo, debido a que la cota mínima del corte estaba sólo a 3,5 m.s.n.m. Su mayor interés radica en que permitió corroborar la topografía, al inclinarse los estratos hacia la antigua ensenada, cuya ribera se debía encontrar a unos 6 m. de distancia. Igualmente se pudo comprobar cómo esta zona había sufrido periódicas fases de inundación durante el tiempo de ocupación del poblado de Montilla.

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Capítulo 13

FIG. 167.

El entorno de la bahía de Algeciras

Estratigrafia y planta del corte 1 (según Schubart, 1989).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 168.

Estratigrafia del corte 2 y proporciones de materiales a mano y torno (según Schubart, 1989). 354

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Capítulo 13

El entorno de la bahía de Algeciras

Dado que en Montilla no se han detectado prácticamente estructuras constructivas, el único análisis empírico posible de la intervención de 1986 es el derivado de los MATERIALES CERÁMICOS y su distribución a lo largo de la estratigrafía, con las inferencias que se pueden extraer de ello5. No obstante, vista la escasa superficie excavada y lo habituales que resultan los recipientes documentados tampoco su estudio aporta muchas novedades. Quizás, lo que resulta de mayor interés es la valoración del corte 2, observando cómo evolucionan los porcentajes de cerámicas a mano y a torno (vid. FIG. 168). En el estrato 1 vemos como todo el material es a mano, lo que indica claramente una fase del Bronce Final Pleno. Las formas representadas son vasos de casquete esférico -tipo 1,1-, ollas/orzas y algún vaso de perfil en "S" (FIG. 169), que se mantienen en el estrato 2, sólo que ahora vemos un 10% de cerámica a torno. Los productos fenicios aumentarán hasta a un 90% en los niveles siguientes. A torno encontramos los vasos habituales: ánforas R1, pithoi, platos y trípodes, además de un ánfora de tipología oriental –Sagona 7-, que por ahora es el único ejemplar encontrado en un contexto indígena en el ámbito de la Andalucía mediterránea (FIGS. 170-171). Nota llamativa es la presencia de algunas ollas fenicias a mano, en todo similares a las que conocemos en la costa oriental malagueña (FIG. 171, a). Además hay que añadir la presencia de un nutrido conjunto de prismas para hornos, testimonios de una segura actividad alfarera en el lugar en los últimos momentos de ocupación, aunque no ha aparecido ningún otro vestigio de la misma, salvo quizás algunos fragmentos de tubos (FIG. 172). En el corte 3, los estratos 1 y 2 son claramente niveles de inundación, no sólo por su textura y composición, sino también por la gran fragmentación del material cerámico. Sobre el primer nivel hay dudas sobre si fue formado por una marea alta especialmente intensa o bien por una inundación del Guadiaro. En el segundo parece más clara una fuerte avenida del río. Schubart (1989, 208) piensa que en esta zona baja, prácticamente en la orilla de la antigua ensenada, debió existir algún tipo de embarcadero, que de vez en cuando quedaba anegado, pero sistemáticamente era reocupado tras la retirada de las aguas debido a sus buenas condiciones para fondear o varar las embarcaciones, ya que esto era una playa arenosa, tal y como se vio en las perforaciones geológicas. Desde luego, de la excavación se deduce que esta posible instalación portuaria no se encontraba en el lugar donde se practicó el corte 3, sino seguramente algo al norte del mismo.

5

H. Schubart proporciona en su publicación un exhaustivo catálogo de los materiales cerámicos aparecidos en la excavación de 1986 (1989: 210-226), que hemos seguido en todo momento.

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Capítulo 13

El entorno de la bahía de Algeciras

Todos los indicios que tenemos apuntan a que Montilla fue, en origen, un poblado indígena fundado a principios del siglo VIII a.C. El emplazamiento del mismo revela que no existía ninguna preocupación defensiva entre sus primeros habitantes. Lo que se busca es un lugar situado junto a un excelente puerto natural y con visibilidad sobre la desembocadura del río y el mar abierto próximo. Aquí se vuelve a plantear la cuestión que apuntábamos en Salobreña y Almuñécar, ¿es posible que estemos ante comunidades que cuentan con unas ciertas habilidades náuticas y utilizan el mar como fuente de recursos? En un momento difícil de precisar, pero seguramente desde mediados del siglo VIII, los fenicios mantienen unas intensas relaciones con las gentes de Montilla, como se deduce del progresivo aumento de los materiales a torno. H. Schubart (1989: 208-209) plantea que los colonizadores fundaron un asentamiento en la orilla occidental de la antigua ensenada, enfrente del poblado de Montilla. Los lugares más aptos para ubicar este hipotético establecimiento serían el cerro Redondo o de los Cano -Nuevo Guadiaro- o las alturas de Sotogrande. Al pie del primero de estos enclaves se encuentra la ciudad romana de Barbesula, que tiene un origen prerromano, como confirma la aparición de fragmentos cerámicos en superficie (Rodríguez Oliva, 1978: 225, lám. 5, nº. 1-3). Por su parte, del sector noroeste de Sotogrande proceden algunos hallazgos de época fenicia arcaica mal conocidos, tales como un jarro de boca de seta y una lucerna (Arteaga et alii, 1988: nt. 30). Esta supuesta colonia establecería inmediatamente relaciones con los contingentes indígenas de Montilla. En cuanto a las actividades económicas desarrolladas en Montilla, parece que la fabricación de cerámica jugó un papel importante. Algunos de los materiales arqueológicos documentados en la excavación de 1986 están relacionados con la producción alfarera (prismas, tubos). Igualmente, la ausencia de cerámicas finas fenicias, tales como platos y jarros de engobe rojo, y la masiva presencia de ánforas, refuerza la idea de que nos encontramos ante un lugar con vocación industrial. La hipótesis de trabajo que proponemos aquí es que Montilla debió jugar un papel complementario con la colonia fenicia que posiblemente se estableció en la margen opuesta del Guadiaro, integrándose con ella de alguna manera.

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FIG. 169: Montilla: cerámicas indígenas a mano (según Schubart, 1989).

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Capítulo 13

FIG. 170.

El entorno de la bahía de Algeciras

Montilla: ánforas y pithoi fenicios (según Schubart, 1989). 358

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 171. a) b-c) d-e) f)

Montilla: otras formas fenicias (según Schubart, 1989). Olla a mano Platos Trípode Vaso tipo Cruz del Negro? 359

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Capítulo 13

FIG. 172.

3.

El entorno de la bahía de Algeciras

Montilla: prismas para horno (según Schubart, 1989).

CASTELLAR DE LA FRONTERA

El núcleo histórico de Castellar de la Frontera se asienta sobre un escarpado cerro que domina desde sus 248 m. de altitud el valle medio del río Guadarranque. Este lugar está ocupado por una imponente fortaleza de época islámica, en cuyo interior se encuentra el casco urbano (vid. FIG. 160) Durante el mes de Julio de 1993 se efectuaron dos pequeños cortes dentro del recinto de Castellar, con el objetivo expreso de documentar niveles anteriores a la ocupación musulmana, que forzosamente debían existir en un emplazamiento tan estratégico como el que nos ocupa (Sotomayor y Sotomayor, 1993). El denominado corte 1 se situó junto a la muralla norte del castillo. Se alcanzó una profundidad de 4,64 m. -medidos desde el suelo actual-, a la que apareció la roca madre. En dicho corte se han podido documentar cinco niveles muy revueltos, todos de época nazarí. Únicamente el estrato V resulta de interés para la presente tesis doctoral. Éste tiene una potencia media de 60 cm. y se encuentra situado entre un pavimento enlosado nazarí y la roca. Entre los materiales islámicos, más de 1000 piezas, aparecieron 41 fragmentos de cerámica a mano del Bronce Final, de difícil clasificación tipológica. Este lote debe relacionarse con un abrigo rocoso, perfectamente visible en la parte 360

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS extramuros y sobre cuya visera apoya parcialmente la construcción defensiva musulmana. Posiblemente, en Castellar estamos ante un caso de un hábitat cavernícola o semirrupestre, propio de algunas zonas marginales de montaña media, que encontramos también en la cueva del Coquino -Loja- (vid. infra cap. 15,8). 4.

EL ÁREA DE TARIFA

El entorno de Tarifa presenta una serie de vestigios del Bronce FinalHierro Antiguo todavía escasamente conocidos, pero que resultan de gran interés dada la situación de estratégica de este territorio en la ruta del Estrecho. Los primeros indicios de presencia humana en la zona en los momentos inmediatamente posteriores al Bronce Pleno los hallamos en la necrópolis en cuevas artificiales de LOS ALGARBES. Este lugar, utilizado en un momento transicional Cobre-Bronce, se sitúa a 10 km. al oeste de Tarifa, muy cerca de la línea costera. Tras esta primera fase, los Algarbes posee una etapa fechada en el Bronce Tardío/Final, aunque el material corresponde a hallazgos de superficie. Esta etapa queda documentada por la aparición de fragmentos con decoración de Cogotas I, concretamente con la técnica del boquique (Mata, 1998: 76). La falta de contexto arqueológico para estas cerámicas es un grave problema para efectuar una interpretación de las mismas. A nivel de hipótesis, podría pensarse en la existencia de enterramientos secundarios del Bronce Tardío/Final en algunas tumbas anteriores, aunque el saqueo de gran parte de la necrópolis ha destruido las evidencias de los mismos. Podría ser que aquí estemos ante un fenómeno de reutilización de sepulcros, como vemos en el valle del Andarax (vid. supra cap. 7,2), en la altiplanicie de Guadix-Baza (vid. infra cap. 14,1) o también posiblemente en la necrópolis antequerana de Alcaide (vid. infra cap. 16,1). En cualquier caso, la frecuentación durante el Bronce Tardío/Final de un lugar de enterramiento anterior como es Los Algarbes nos indica una cierta sacralización del lugar: ¿culto a unos antepasados reales o míticos? La constancia arqueológica de que los primeros saqueos de la necrópolis se produjeron en época romana permite inferir que la veneración del paraje continúo hasta mucho después de la Edad del Cobre. Finalmente, las excavaciones realizadas en 1994 en el Castillo de Guzmán el Bueno, en el casco urbano de Tarifa, no han documentado presencia indígena del Bronce Final en este estratégico enclave, aunque sí existe una ocupación del Bronce Pleno. De momento, sólo se constata la instalación fenicia en el lugar a partir del siglo VI a.C., seguramente relacionada con la necrópolis de hipogeos que se conoce en la inmediata isla de las Palomas (Pérez Malumbres y Martín Ruiz, 1998).

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14 LA ALTIPLANICIE DE GUADIX-BAZA La altiplanicie de Guadix-Baza constituye una perfecta unidad geográfica, bien delimitada por alineaciones montañosas. La zona constituye una amplia cubeta interior, recorrida por el Guadiana Menor y sus afluentes, por lo que pertenece a la cuenca del Guadalquivir. Administrativamente ocupa el sector nororiental de la provincia de Granada, englobando unos cuarenta municipios, que suman una superficie de algo mayor de 4.500 km2. Además, por sus características físicas, climáticas y de aprovechamiento de recursos, algunas áreas limítrofes de Jaén participan en sus rasgos físicos, como es el pasillo de Pozo Alcón. La altiplanicie de Guadix-Baza se caracteriza por su gran altitud media, en torno a los 1.000 m., lo que la convierte en uno de los territorios más elevados de Europa. Se caracteriza por su perfil de cubeta, que va ascendiendo progresivamente hacia los piedemontes situados en la periferia. Los diferentes macizos que delimitan el altiplano alcanzan las mayores altitudes del mediodía peninsular. Las sierras calizas de Segura y la Sagra, con alturas por encima de 2.000 m. constituyen el límite norte, separando el noreste granadino del alto Guadalquivir; mientras, en el sur encontramos la gran bóveda esquistosa de Sierra Nevada, que con sus 3.000 m., actúa de imponente barrera hacia el Mediterráneo. La sierra de Baza individualiza dos ámbitos territoriales: la hoya de Guadix en torno al valle del Fardes y la hoya de Baza que ocupa las tierras septentrionales (FIG. 173). Debido a la disposición de estos obstáculos orográficos, la altiplanicie de Guadix-Baza es la ruta natural entre Andalucía y Levante, conectando también el valle del Guadalquivir con la costa almeriense. En el interior de la cuenca encontramos dos tipos de paisaje: los altiplanos y las vegas fluviales (FIGS. 174-175). Ambos son espacios diferentes en cuanto a los usos del suelo y la distribución de la población. Los altiplanos son amplias llanuras situadas por encima de los 900-1.000 m. de altitud, en ocasiones de una perfecta horizontalidad -Marquesado de Zenete-. Presentan suelos pobres y fuerte exposición a los rigores del invierno, por lo que sólo son aptos una agricultura de subsistencia o el pastoreo extensivo en dehesas. Las vegas son resultado del encajonamiento de los ríos, debido a un intenso proceso erosivo que ha generado un espectacular paisaje de bad-lands por el predominio de un sustrato yesoso. En los valles de los ríos Guadix, Fardes, Gor, Baza, Galera y Huéscar los suelos son más profundos y facilitan un mejor aprovechamiento agrícola, al disponer de agua permanentemente.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 173.

El medio físico de la altiplanicie de Guadix-Baza. 364

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 174.

Sierra de Baza y altiplano de piedemonte.

FIG. 175.

Barranco del río Gor.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Igualmente, como ocupan zonas más resguardadas y a menor altitud que los altiplanos circundantes, se atenúan los rigores climáticos. La disposición de la red fluvial nos señala la ocupación del territorio. Desde época argárica la población se concentró en los valles de los principales cursos de agua, probablemente impulsada por la progresiva desecación de todo el Sudeste y las necesidades de intensificación agraria, que sólo las vegas podían facilitar. Durante los últimos momentos del Bronce Final y en el Hierro Antiguo, el patrón de asentamiento se articula en torno a una serie de poblados que dominan un tramo de vega fluvial, siendo núcleos más pequeños que los que conocemos en la vega de Granada. Estos asentamientos se sitúan siempre en los escarpes que dominan los valles de los principales ríos, a una cierta altura sobre los mismos y con fácil acceso al altiplano próximo. Son lugares que cuentan con defensas naturales y a veces dotados de fortificaciones. En el fondo del valle, normalmente sobre pequeñas elevaciones o en las proximidades de las laderas, encontramos otros enclaves bastante más pequeños que los anteriores, sin ningún tipo de defensa, que corresponderían a "aldeas agrícolas" (FIGS. 176-177). 1.

LOS PRECEDENTES: ANTIGUO.

BRONCE

TARDÍO

Y

BRONCE

FINAL

El área de Guadix-Baza ha venido siendo desde los años 70 una zona privilegiada para el conocimiento de los últimos momentos de la Prehistoria Reciente, gracias a la atención que le ha prestado la Universidad de Granada. Cierto es que las investigaciones arqueológicas en este área han tenido como objetivo el estudio del Calcolítico y del mundo argárico, pero por simple concatenación secuencial, algunos de los trabajos emprendidos aportaron diferente información sobre el periodo Subargárico y el Bronce Final, que se ha añadido a los escasos datos existentes desde los tiempos de Siret. La cuestión del periodo Subargárico/Bronce Tardío se encuentra centrada en el poblado de la Cuesta del Negro, que resulta clave para dos problemas de gran interés: Cogotas I y las posibles relaciones mediterráneas del Extremo Occidente durante el segundo milenio a.C. Por el momento, pocas son las soluciones que podemos aportar, más que nada plantear una visión conectada con procesos que acontecen a escalas más amplias, tanto a nivel peninsular como foráneo. Si la etapa Subargárica en la cuenca del Guadiana Menor plantea muchos interrogantes y pocas respuestas, la primera fase del Bronce Final aún resulta peor conocida y sólo podemos explicarla hoy por hoy basándonos en escasos datos empíricos, siempre de carácter aislado. a)

La Cuesta del Negro

La Cuesta del Negro ocupa una situación estratégica en los escarpes que flanquean la orilla izquierda del Fardes, dentro del término municipal de Purullena. Concretamente ocupa un inclinado espolón que aparece delimitado 366

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 176. El poblamiento de la altiplanicie de Guadix-Baza durante el Bronce Final. 367

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 177. Distribución de la población de la altiplanicie de Guadix-Baza durante el Hierro Antiguo. 368

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 178. Entorno del poblado de la Cuesta del Negro. 369

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS por dos pequeñas cárcavas, alcanzando una altitud máxima de 1.010 m.s.n.m. Su ubicación a media ladera le permite un dominio visual de la vega, al tiempo que su comunicación con el altiplano circundante resulta bastante más sencilla que si se encontrase en el fondo del valle. El poblado controla el acceso al puerto de la Mora, la ruta más corta entre la hoya de Guadix y la vega de Granada, que discurre paralela al cauce del Fardes1 (FIG. 178). La fase argárica de la Cuesta del Negro finaliza en torno al siglo XIV a.C., cuando se produce el abandono del poblado. Tras un hiatus de unos 100 años, o quizás menos, se volverá a ocupar el lugar en el siglo XIII. Esta reinstalación aparece personalizada por las cerámicas del horizonte Cogotas I (FIG. 179). Tradicionalmente se ha supuesto una irrupción de grupos de origen meseteño, relacionados con la ganadería trashumante (Molina González, 1978: 169), planteamiento que se ha discutido últimamente (Fernández-Posse, 1998: 102). Junto con estos materiales de Cogotas, en el estrato VI/sur, el más reciente del poblado, encontramos una serie de cerámicas a torno que sólo recientemente se han comenzado a valorar. La cronología del nivel aparece señalada por tres dataciones de C-14 de 1230±50, 1210±35 y 1145±35 sin calibrar2; las dos primeras obtenidas de carbones del incendio que destruyó la vivienda, mientras que la última procede del trigo que se almacenaba en uno de los recipientes a torno (Castro, Lull y Micó, 1996: apéndice, nº. 647-648 y 650). F. Molina González (1978: 170) consideró en su momento que estas cronologías radiométricas resultaban demasiado altas para la última fase del asentamiento y las rebajó hasta el cambio de milenio. Sin embargo, pensamos que las fechas de C-14 sin calibrar ofrecidas para el estrato VI/sur de la Cuesta del Negro resultan totalmente coherentes. Al estar centradas en los siglos XIIIXII a.C. nos permiten conectar este horizonte prehistórico peninsular de importaciones a torno con las fechas que se vienen manejando en el Mediterráneo central. El contexto de estos materiales corresponde a una cabaña de planta cuadrada o rectangular, que no pudo documentarse en su totalidad en la excavación de 1971, al estar destruida una parte importante por la erosión. Las dimensiones de la cabaña están dentro de lo habitual en lo que conocemos en la alta Andalucía, aunque resulta difícil realizar una estimación al encontrarse desmantelada en gran parte. La vivienda dispone de un grueso pavimento de barro amarillo sobre el que se construyó un banco de adobe, de escasa altura, cuya función era delimitar una zona separada del resto, que se utilizó como almacén o despensa. Dentro de ese recinto aparecieron varias vasijas de gran tamaño, entre las que se encontraban los recipientes a torno que nos ocupan. En el interior de estos vasos había gran cantidad de trigo, que apareció quemado a consecuencia del incendio que ocasionó la destrucción de esta cabaña, tras el cual se abandonó definitivamente el poblado.

1

Las coordenadas U.T.M. de la Cuesta del Negro son 479.400-4.132.350 según la hoja 992 (Moreda) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1992. 2

Estas fechas calibradas se elevan respectivamente hasta los años 1454, 1444 y 1238 a.n.e.

370

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 179. Cerámicas de Cogotas I de Cuesta del Negro (según Gonazález y Pareja, 1975). 371

Molina

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 180. Cuesta del Negro, finales del segundo milenio: cerámica a torno y paralelos a-d) Cuesta del Negro (según Molina Gonazález y Pareja, 1975). e) Llanete de los Moros (según Martín de la Cruz y Baquedano, 1987).

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

Dos son las formas a torno que proporcionó esta estrato VI/sur: vaso contenedor y soporte (Molina Fernández y Pareja López, 1975: 52, fig. 102) (FIG. 180). El primero resulta muy interesante al haberse documentado la pieza bastante completa, que apareció aplastada contra el pavimento al hundirse la techumbre de la cabaña durante el incendio. Sorprende su gran tamaño, bastante mayor que el resto de los recipientes hechos a mano a los que se asocia. Alcanza una altura cercana a los 75 cm., mientras que su diámetro de boca mide 40 cm., que se convierten en 92 en la parte más ancha del galbo. Su perfil muestra un fondo plano que resulta pequeño en comparación con el resto del recipiente, cuerpo panzudo de sección britroncónica, cuello corto y boca amplia con el labio engrosado al exterior; el vaso dispone de dos asas sobre los hombros (FIG. 180, a). Además del ejemplar casi completo, aparecieron sendos fragmentos de otros dos vasos similares (FIG. 180, b-c). El soporte corresponde a una tipología de carrete, con el extremo engrosado al exterior. Su presencia podría explicarse debido al reducido pie del vaso contenedor anterior, por lo que ambas piezas harían conjunto (FIG. 180, d). Si observamos el contexto cerámico del estrato VI/sur de Cuesta del Negro veremos que los materiales a torno resultan claramente extraños al resto del utillaje de la cabaña donde aparecieron. Tipología, tamaño, pasta y acabado nos indican un origen totalmente diferente. Tanto el recipiente para almacenaje como el soporte encuentra sus paralelos más inmediatos en una serie de ejemplares a torno del Llanete de los Moros. En este enclave cordobés se han documentado las mismas formas, incluyendo un soporte completo (FIG. 180, e), además de un vaso globular no presente por ahora en Cuesta del Negro. También aquí son piezas asociadas al acopio de trigo y constituyen un unicum en un contexto de cerámicas a mano, que ofrece una fecha de C-14 sin calibrar en torno a fines del siglo XI y comienzos del X (Martín de la Cruz y Baquedano, 1987; Martín de la Cruz, 1994: 120, figs. 16-17 y 19). Este desfase cronológico existente entre Cuesta del Negro y Llanete de los Moros necesita ser explicado, ya que los análisis ceramológicos realizados sobre los materiales a torno de ambos poblados nos revela que existen bastantes posibilidades de que procedan del mismo taller (Martín de la Cruz, 1994: 120-121). b)

El campo megalítico del río Gor

El río Gor, principal tributario del Fardes, aporta las escorrentías de la vertiente occidental de la sierra de Baza. Este curso de agua discurre muy encajonado, formando un espectacular barranco de 200 m. de profundidad a lo largo de 25 km. En ambas márgenes de este cañón se extiende un extenso campo megalítico que ocupa unos 18 km. lineales, entre las localidades de Gor y Baños de Alicún, lo que le convierte en el mayor de la península Ibérica (García Sánchez y Spahni, 1959). Se contabilizan 238 sepulcros que aparecen concentrados en diferentes zonas, cada una de las cuales puede considerarse una necrópolis diferente. La cronología de este campo megalítico es muy amplia, fechándose la construcción de las primeras tumbas en el Neolítico Final, 373

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS correspondiendo la mayor parte al horizonte del Cobre. Finalmente, unos pocos megalitos fueron reutilizados para depositar enterramientos en durante la fase antigua del Bronce Final (vid. FIG. 181), aunque su conocimiento es muy deficiente. Su propia posición en los niveles más superficiales de las tumbas los hizo mucho más vulnerables a los saqueos que los sepelios situados en los estratos inferiores. La necrópolis de LA SABINA, situada en la margen izquierda del río Gor, es la que presenta mayor cantidad de restos atribuibles al Bronce Final. En los sepulcros de La Sabina 49, 58 y 62, los materiales que pueden situarse en un horizonte del Bronce Final son las cuentas de collar y algunos objetos metálicos (Molina González 1978: 177-178). Las cuentas de collar son muy numerosas, aunque su tipología no es definitiva respecto a su datación concreta, aunque son bastante similares a las recuperadas en Fonelas. La mayoría son de piedra, mientras que aparecen dos de bronce y una de vidrio azul, que posiblemente es la más tardía de la serie. Varios son los objetos de bronce que aparecieron en los niveles superiores de los sepulcros. El metal de estas piezas, con unos porcentajes de entre el 8 y el 10% de estaño, confirma que nos encontramos ante auténtico bronce y no de cobre arsenicado. Esta composición química y la tipología de las piezas señalaría una datación del Bronce Final. Entre estos materiales citaremos un fragmento de broche de cinturón -Sabina 49-, una punta de flecha con pedúnculo y aletas -Sabina 58- (García Sánchez y Spahni, 1959: lám. X, nº. 21) y un brazalete abierto de sección rectangular -Sabina 62(García Sánchez y Spahni, 1959: lám. X, nº. 22). En la margen derecha del río, el único testimonio de un enterramiento del Bronce Final lo encontramos en la zona de CUEVAS DEL CIEGO (vid. FIG. 181). Aquí, el sepulcro nº. 2 de los Leisner contenía un brazalete de bronce de sección ovalada, con los extremos abiertos (Molina González, 1978: 177). c)

El enterramiento de Fonelas

La necrópolis megalítica de Fonelas, también denominada del Tío Cogollero, es uno de los lugares más interesantes de toda la alta Andalucía para documentar los rituales de enterramiento del Bronce Final en dólmenes reutilizados. Constituye el único caso de este tipo que ha sido objeto de una excavación científica. La localidad de Fonelas se sitúa en el valle medio del Fardes, que configura una estrecha pero larga vega que pone en comunicación el área de Guadix con el Guadiana Menor. La necrópolis se sitúa en la margen izquierda del río, sobre las laderas que limitan la zona cultivable por el oeste. Es un área bastante amplia, que se extiende alrededor de 2 km., ya que llega hasta el denominado Cortijo del Conejo (FIG. 182).

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 181. Localización de enclaves del Bronce Final-Hierro Antiguo en el entorno del barranco del río Gor. 375

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FIG. 182. Situación de la necrópolis de Fonelas.

FIG. 183. Planta del sepulcro Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977).

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 184. Estratigrafía del dolmen Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977). La primera cita de la necrópolis megalítica de Fonelas se debe a Manuel de Góngora (1868: 94-97). Sin embargo, la primera exploración del enclave se debe a Luis Siret y Pedro Flores, aunque estos trabajos quedaron sin publicar, siendo recogidos parcialmente mucho más tarde por los Leisner (1943: 137-47, láms. 45-47). La única excavación que se ha llevado a cabo en este interesante campo dolménico fue acometida en 1974 por J.E. Ferrer Palma. En total, la necrópolis consta de quince dólmenes, que disponen todos de corredores bastante cortos. En el denominado sepulcro "Domingo 1" pudo identificarse un enterramiento secundario del Bronce Final (Ferrer Palma, 1977). Se trata de una tumba que presenta cámara trapezoidal, con dromos muy corto y obstruido en su acceso mediante un ortostato colocado intencionadamente en la entrada a la cámara. Esta circunstancia tiene gran interés de cara a la interpretación de cómo se utilizó el dolmen para realizar las inhumaciones más tardías (FIG. 183). La estratigrafía del interior de la cámara de Domingo 1 contiene los siguientes niveles arqueológicos (FIG. 184): SUELO DE LA CÁMARA FUNERARIA. El firme estaba formado por arenas, que en algunas zonas, sobre todo hacia la cabecera, estaba pavimentado con pequeñas losas. Embutidas en el suelo aparecieron dos pequeñas hachas de cobre, que deben atribuirse al primer nivel de enterramiento, situado inmediatamente por encima. 377

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS PRIMER NIVEL DE ENTERRAMIENTOS (EDAD DEL COBRE). Corresponde al estrato VIII. La tierra era oscura y suelta, muy rica en materia orgánica. Contenía un amasijo de huesos humanos, mezclados con restos óseos de animales, conchas y fragmentos de cerámica. El desorden era señal clara de que la cámara fue utilizada como osario colectivo, pues no apareció ningún indicio de ritual funerario. ESTRATO INTERMEDIO. Corresponde al nivel VII, alcanzando una potencia de 15 cm. Este depósito carece de restos humanos. ENTERRAMIENTOS DEL BRONCE FINAL. Corresponde a los niveles VI y V de la excavación, alcanzando una potencia media de 25 cm. A 1 m. de profundidad aparecieron restos de inhumaciones muy mal conservadas, que correspondían a dos o tres individuos. El deterioro de los restos era tal que fue imposible determinar la posición original de los sepelios (FIG. 185). Los enterramientos se depositaron abriendo el dolmen por la cubierta. Prueba de ello es la situación originaria de la losa de entrada y la ausencia de alteraciones en la estratigrafía del corredor. Depositados los cadáveres el ortostato de techumbre fue recolocado en su sitio. Esta operación quizás se realizó en varias ocasiones, pero no tenemos datos sobre la simultaneidad o asincronía de los enterramientos. El movimiento de la cubierta terminó provocando la rotura de los ortostatos verticales situados en el lateral derecho de la cámara. Esto obligó a realizar reparaciones en esta zona, lo que quedó bastante claro en la excavación de la cámara, pues los nuevos bloques apoyaban directamente sobre el nivel de enterramiento del Bronce Final. Con la fragmentación de la cubierta y los desperfectos en los ortostatos, la cámara dejó de estar más o menos aislada del exterior y se rellenó de tierra hasta la techumbre. NIVEL DE COLMATACIÓN. Resulta el de mayor espesor del sepulcro Domingo 1, con una potencia de 90 cm., alcanzando su cota máxima hasta la losa de cubierta de la cámara. Se trata de tierra muy suelta, producto del relleno de la cámara funeraria por materiales de arrastre. Evidentemente, se trata de un horizonte estéril, pero que contiene materiales cerámicos a mano, aunque de escaso valor cronológico. El nivel de enterramientos del Bronce Final de Domingo 1 no tiene cerámica asociada, lo que constituye un problema para su datación precisa dentro de un periodo de varios siglos. La no aparición de cerámica resulta una nota de gran interés de cara a establecer los ritos funerarios de estas comunidades. El caso de Fonelas no es único, ya que en las necrópolis contemporáneas del río Gor y de la provincia de Almería la cerámica no aparece -salvo las urnas cinerarias en el bajo Almanzora-. Hasta la excavación de Domingo 1 se pensaba que tal vez la cerámica de estos enterramientos había sido despreciada por sus primeros descubridores al estar muy fragmentada, pero ahora parece realmente no tenía ningún papel en el ritual. El ajuar que acompañaba a los cadáveres quedaba reducido al adorno personal. 378

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 185. Enterramiento del Bronce Final en Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977). 379

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Como vemos también en los ejemplos citados más arriba, en Fonelas aparecieron diversos elementos suntuarios, destacando el gran número de pulseras de bronce. Éstas se encontraban metidas en algunos cúbitos y radios, por lo que fueron colocadas en los brazos de los difuntos. Se agrupaban en tres lotes: uno de doce ejemplares, otro de diez y otro de dos, lo que hace un total de venticuatro piezas (FIG. 186). Dentro de la tipología de pulseras, J. Ferrer distingue dos grupos: 1. Grupo A: Es el más numeroso, con un total de 22 ejemplares de forma ovalada. Se caracterizan por tener los extremos planos y la sección rectangular, aunque las aristas se presentan biseladas en algunos casos (FIG. 186, a-d). Diferentes piezas presentan los extremos convergentes unidos, estando la pulsera cerrada, mientras que otras son abiertas. El grosor del hilo de este grupo varía entre 3 y 5 mm., mientras que su ancho oscila entre 6 y 7 mm. Los diámetros máximos interiores se encuentran 5,3 y 5,8 cm., los mínimos entre 4 y 4,5 cm. Algunas pulseras de este grupo presentan decoración incisa lineal, con motivos muy sencillos (FIG. 186, g-i) (Ferrer Palma, 1978). 2. Grupo B. Esta formado por 2 pulseras también de forma ovalada. Se caracterizan porque sus extremos se rematan en punta y su sección es ovalada, siendo ambos ejemplares abiertos. El menor grosor de estas piezas, que varía entre 1 mm. en los extremos y 4-6 mm. en el centro de cada una respectivamente, las hace mucho más quebradizas que las anteriores. El diámetro interior máximo de las dos alcanza los 5,5 cm., mientras que el menor es de 3,6 y 3,7 respectivamente (FIG. 186, e-f). Cada tipo de pulseras debió pertenecer a una inhumación diferente. Todas las del grupo A aparecieron juntas en dos lotes de 10 y 12 piezas emplazados en sendos cúbitos-radios, mientras que las del B también aparecieron juntas en otro brazo. Como la reconstrucción antropológica de los restos apenas si ha podido hacerse, carecemos de base sobre cualquier tipo de explicación para este diferente trato. Los otros hallazgos metálicos no pueden adjudicarse con seguridad a ninguna de las inhumaciones. Destacan 52 cuentas de collar de bronce, abiertas y cerradas (FIG. 187, nº. 4). Sus dimensiones son variadas, con diámetros de 7 mm. las mayores y 3 mm. las más pequeñas. La mayoría de estas cuentas están hechas con hilo torsionado, aunque no faltan algunas que son laminitas enrolladas. Otra pieza de interés es un botón de bronce en forma de cabeza de seta, que alcanza un diámetro máximo de 2,8 cm. y una altura de 0,9 cm (FIG. 187, nº. 2). Este tipo de botón aparece en el depósito de la Ría de Huelva y en el Cabezo de Araya. Sobre el resto de los elementos de bronce que fueron documentados en la excavaciones -zarcillo y remache de empuñadura (FIG. 187, nº. 1)- poco podemos decir.

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FIG. 186. Pulseras de bronce de Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977). 381

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FIG. 187. Cuentas de collar y elementos de bronce de Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977). 382

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Otros elementos suntuarios que ha proporcionado el nivel del Bronce Final de Domingo 1 son cinco cuentas de ópalo. Cuatro de éstas son cilíndricas, con perforación longitudinal, variando su altura y diámetro entre 7 y 5 mm. Otra tiene forma de tonelete y es la mayor tamaño de la serie, con una longitud de 13 mm. y una sección máxima de 7 mm. (FIG. 187, nº. 5-9). Muy similar a las de ópalo, resulta ser una cuenta cilíndrica de cerámica pintada de negro, aunque algo más pequeña que las demás. La datación del último nivel de enterramientos de Domingo 1 está sujeta a una gran controversia. Cuando se efectuaron los trabajos de Fonelas, su autor no tenía realmente muchos elementos de juicio para situar los hallazgos en un momento muy preciso. Ante ello, optó por una postura prudente y señaló una data amplia dentro del Bronce Final, situando la última utilización de la tumba entre los siglos XI y VIII a.C, aunque deja abierta la posibilidad de una fecha aún más antigua (Ferrer Palma, 1977: 198). Por su parte, F. Molina González (1978: 217) ha datado estos enterramientos en un momento pleno del Bronce Final. En un primer trabajo los adjudicó a su Bronce Final I, entre los años 1100 y 850, aunque en una publicación más reciente los ha situado en el siglo IX a.C., pero sin explicar los motivos de esta última cronología (Molina González, 1983: 112). Pocos son los elementos de Domingo I que pueden ofrecer una datación precisa. Desde luego las pulseras de bronce pueden tener una larga perduración, aunque últimamente se tiende a situarlas en momentos anteriores al siglo IX. La no aparición de este tipo de piezas en el túmulo de Les Moreres de Crevillente puede ser un indicio claro de que son anteriores a los siglos IXVIII. En el estrato superior de relleno apareció un fragmento de vaso de perfil en "S" que puede fecharse en el Bronce Final Pleno, ya que se encuentra próximo a algunas piezas de Cerro del Real de los siglos IX-VIII. Esta pieza sólo es un terminus ante quem, ya que su nivel es claramente posterior al enterramiento en cuestión, lo que apoyaría también una cronología de los sepelios en un momento más antiguo. 2.

LA HOYA DE GUADIX

La investigación de la Prehistoria Reciente y la Protohistoria de la hoya de Guadix ha avanzado notablemente en la década de los 90 gracias al Proyecto de Investigación "Poblamiento iberorromano en la Colonia Iulia Gemella Acci y zonas limítrofes" (González Román et alii, 1993). Esta labor científica ha incluido un programa de actuaciones de arqueología urbana en la propia Guadix, así como una serie de prospecciones de la cuenca del Fardes. La publicación de algunos resultados de este proyecto nos han permitido conocer determinados datos sobre la densidad demográfica de este sector de la cuenca del Guadiana Menor a lo largo del primer milenio a.C. Conocemos la dispersión de los asentamientos a nivel territorial, siendo también significativos los vacíos que han revelado los trabajos de campo. El mayor problema que 383

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS presenta el área del Fardes en lo que respecta al Bronce Final-Hierro Antiguo es que sólo conocemos dos secuencias con niveles de este momento: la del núcleo urbano de Guadix, donde no aparecen por el momento niveles de los siglos VIIVI, y la de Montealegre, que resulta de escasa entidad. De otros poblados de envergadura que aparecen a lo largo del curso del Fardes sólo tenemos información a nivel de superficie. a)

Guadix y su vega en el Bronce Final

El emplazamiento del actual Guadix ha acogido poblamiento desde el Bronce Pleno. La secuencia de ocupación es prácticamente ininterrumpida desde el momento argárico, pasando por una importante fase del Bronce Final, para llegar hasta niveles ibéricos, romanos -Colonia Iulia Gemella Acci-, medievales y modernos (González Román y Adroher, 1993). Precisamente, la etapa que aún está por definir es la correspondiente al Hierro Antiguo, aunque no faltan algunos testimonios aislados. El casco histórico de Guadix, bien definido por el trazado de las antiguas murallas musulmanas, se encuentra situado sobre una colina, hoy totalmente enmascarada por el caserío. Este cerro alcanza una altura máxima de 940 m.s.n.m. y constituye una elevación aislada en medio de la vega del río Guadix o Verde, levantándose en su cúspide la alcazaba nazarí. El lugar se encuentra en la margen izquierda del citado curso de agua que corre a unos 300 m. al norte de su pie septentrional. La cúspide del altozano se encuentra entre 40 y 50 m. por encima de las tierras circundantes, lo que permite el control visual de la vega y del cercano valle del Fardes. Al tiempo, se vislumbra desde aquí todo el piedemonte septentrional de Sierra Nevada y el Marquesado de Zenete, que constituye el camino hacia el golfo de Almería, además de las primeras pendientes del puerto de la Mora, en la ruta hacia la vega de Granada (FIGS. 188). En 1992 se realizó una campaña de excavaciones de urgencia en un solar situado en la accitana CALLE SAN MIGUEL, que aportó importantes novedades para conocer la ocupación del casco histórico de Guadix durante el Bronce Final (González Román et alii, 1995a). Este espacio se sitúa en la zona noroeste de la colina, en su parte más baja y cercana a la vega fluvial. El solar se encuentra junto a las murallas islámicas, por lo que tiene una compleja estratigrafía. Los datos sobre este poblado se vieron ampliados al año siguiente con otra intervención de urgencia, concretamente en la CALLE CONCEPCIÓN, situada más al este y muy cerca de la catedral (González Román et alii, 1997). La documentación de niveles del Bronce Final en este otro punto del casco urbano, casi opuesto al anterior, nos permite concluir que el asentamiento tenía unas dimensiones considerables. Toda el área noroccidental del cerro estaba ocupada en un espacio lineal de unos 200 m. como mínimo, mirando hacia el valle del río Guadix.

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FIG. 188. Poblamiento del Bronce Final en la Vega de Guadix.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Hasta hoy, la excavación de la calle San Miguel ha sido la que ha proporcionado los resultados más interesantes de cara al estudio del Bronce Final en Guadix. En este solar se pudieron documentar parcialmente dos superposiciones de cabañas, emplazadas sobre un antiguo hábitat argárico. La primera fase de este periodo fue atribuida por sus descubridores al Bronce Final I y consistía en una vivienda de planta ovalada, apenas visible en un pequeño espacio del denominado sector K. De la segunda etapa, encuadrada por los autores de la intervención en un Bronce Final II y IIIa, pudo excavarse una superficie mayor, tanto en el citado sector K -dos cabañas- como en el vecino sector D -una cabaña-, aunque en ningún caso se obtuvo la planta completa. Se trata de viviendas de planta cuadrangular o rectangular, construidas con muros rectos de piedra, a veces con algún pequeño banco de arcilla adosado a ellos. El pavimento de estas cabañas es de arcilla apisonada, que a su vez, sirve para nivelar el declive natural que presenta la colina de Guadix. Sobre estos suelos aparecen los hogares, de los que conocemos dos variedades: una consistente en un zocalillo de piedras pequeñas con una losa grande encima y otra formada también por una base de piedras sosteniendo una torta de arcilla quemada. Junto al hogar de la cabaña del sector D apareció un molino barquiforme de micaesquisto, evidentemente relacionado con las actividades de preparación de alimentos que aquí se efectuaron. Parece ser que entre la primera fase de la cabaña circular y la segunda de viviendas rectangulares existió un cierto hiatus, al menos en esta zona de la colina, ya que entre ambos estratos existe un paquete de limos y arcillas aluviales (FIG. 189). Los materiales cerámicos que aparecieron en la calle San Miguel son todos a mano y señalan claramente un horizonte del Bronce Final Pleno (FIG. 190). La forma predominante son los vasos carenados, indistintamente con carena alta, baja y media. Algunos recipientes con carena media destacan por la aparición de fragmentos decorados en el interior del labio con incisiones. Los motivos son muy sencillos, consistiendo en zig-zags que llevan rayados perpendiculares en su parte superior. Estas cerámicas han sido calificadas por los autores de la intervención de la calle San Miguel como "retícula bruñida" (González Román et alii, 1995: 339), pero creemos que no tienen nada que ver con estos productos típicos del bajo Guadalquivir y Huelva. Los motivos de Guadix están más cerca de los que vemos en lugares del Levante meridional como Peña Negra, donde los vemos tanto pintados como incisos, aunque los recipientes sobre los que se desarrollan sean diferentes (González Prats, 1983a: fig. 17). Los autores de la intervención sitúan las cabañas de la calle San Miguel a lo largo del siglo IX y primera mitad del siglo VIII, fecha que resulta bastante aceptable. Es más, señalan que el abandono de esta zona del cerro de Guadix debió producirse hacia mediados del siglo VIII (González Román et alii, 1995: 339 y 343). La no aparición de cerámicas a torno en esa fecha lo interpretamos como un síntoma del retraso que observamos en la llegada de estos productos

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FIG. 189. Guadix, calle San Miguel: estructuras del Bronce Final (según González Román et alii, 1995a). 387

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FIG. 190. Planta del sepulcro Domingo 1 (según Ferrer Palma, 1977).

FIG. 191. Hachas de la Hoya de Guadix. a) Guadix (según Molina González, 1978) b) Diezma (según Siret, 1913) 388

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a la altiplanicie de Guadix-Baza, en contraste con lo que ocurre en la vega de Granada, donde las importaciones fenicias están ya presentes desde el segundo cuarto del siglo VIII3. La intervención en la calle San Miguel, a pesar de su modesta extensión, ha permitido plantear una serie de premisas sobre el urbanismo del cerro de Guadix durante el Bronce Final. Se pudo observar como las cabañas documentadas, evidentemente sincrónicas, se encontraban a cotas diferentes, con un desnivel medio entre ellas de 20 cm., ascendiendo en el sentido de la pendiente. Esta circunstancia hace pensar en que nos encontremos ante un patrón de asentamiento en terrazas, aprovechando las laderas de la colina. Igualmente, tampoco debemos olvidar que la calle San Miguel ocupa el lecho de una antigua rambla tributaria del río Guadix. Este curso de agua proporcionó los materiales de construcción que se utilizaron en las cabañas: cascajo, cantos rodados y arcilla. La situación de estas cabañas prácticamente junto a su orilla, en el pie del cerro, plantea la hipótesis de que el asentamiento careciese, al menos en esta zona baja, de estructura defensiva alguna. A tenor de la documentación en Guadix de datos que confirman plenamente la ocupación del lugar durante el Bronce Final, hay que traer a colación un HACHA DE APÉNDICES de muy buena factura. Es pieza conocida de antiguo, ignorándose el lugar exacto de aparición, pero es seguro que fue en los alrededores inmediatos de Guadix, aunque no en el mismo casco urbano. Perteneció en su día a la colección Federico de Motos, conservándose hoy en el Museo de Prehistoria de Valencia (Siret, 1913: 361; Alcacer, 1972: 43-45, lám. 45, nº. Molina González, 1977: 435) (FIG. 191, a). Las fases del Bronce Final Reciente y del Hierro Antiguo no se han detectado en Guadix por el momento. Aunque todavía es poco lo excavado, hay que empezar a plantearse el abandono del emplazamiento a mediados del siglo VIII, no siendo reocupado quizás hasta un siglo VI avanzado. No será hasta ese momento cuando el registro material de la ciudad vuelva a hacerse explícito, ya en el período Ibérico Antiguo. Los niveles de abandono de las cabañas del Bronce Final Pleno de la calle San Miguel y de la calle Concepción se encuentra cubiertos por un estrato de arcilla aluvial (González Román et alii, 1995a: 339; 1997: 261). Esto es síntoma de que, al menos en esta parte baja de la colina, cesó toda actividad antrópica durante dos siglos y medio. La existencia en Guadix de niveles correspondientes al siglo VI queda confirmada por el hallazgo casual en 1992 de diferentes materiales de este momento junto al denominado Torreón del Ferro, baluarte nazarí situado a escasa distancia del solar de San Miguel. Entre la cerámica contamos con fragmentos grises ya ibéricos, destacando la presencia de cuencos de borde engrosado al interior (González Román et alii, 1995a: 343). También se conoce un borde de ánfora R-1 (González Román y Adroher, 1993: 17). 3

Cfr. con Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: 332-333) y Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: 191-192; Molina González et alii, 1983: 695).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Muy cerca de Guadix se citan otros dos enclaves del Bronce Final, CORTIJO DEL CURA y LA ERMITA. A pesar de lo mal que se conocen a nivel arqueográfico, ambas localizaciones permiten plantear una cierta articulación del territorio de la vega accitana. Se trata de dos asentamientos muy pequeños, claramente subsidiarios del poblado principal de Guadix y vinculados con las tierras agrícolas situadas a lo largo del río homónimo (vid. FIG. 198). Sólo han proporcionado escasas cerámicas a mano, entre las que destaca la presencia de algún vaso carenado (Raya de Cárdenas, 1987: 104). Finalmente, para terminar esta panorámica de la hoya de Guadix durante el Bronce Final hay que citar el HACHA DE DIEZMA (FIG. 191, b), localidad situada en el valle alto del Fardes, en la ruta que asciende hacia el puerto de la Mora. Esta circunstancia la hace interesante, a pesar de carecer de contexto, ya que su presencia en una vía de comunicación coincide con otros hallazgos similares como Arroyo Molinos4 y Campotéjar. Siret, propietario en su momento de la pieza, realizó un análisis de su composición que arrojó un 89,4% de cobre y 10,4% de estaño. Actualmente, el hacha se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (Siret, 1913: 345 y 351; Carriazo: 1963, 793, fig. 619; Molina González, 1977: 429; Coffyn, 1985, 399: nº. 8). b)

Montealegre, un pequeño asentamiento del Hierro Antiguo

El yacimiento de Montealegre se conoce desde 1991 (González Román, Adroher y López, 1993: 197, nº. 1). Está situado junto al río Gor, ocupando un estrecho espolón proyectado hacia la margen izquierda de dicho curso fluvial, dentro del término municipal de Gorafe5. El contexto físico de este asentamiento es el barranco que el citado curso de agua ha excavado en la altiplanicie, en un paisaje de bad-lands y cárcavas (vid. FIG. 181). En un medio edafológica y climáticamente difícil como es la cuenca del Guadiana Menor, el fondo de este valle se presenta más favorable a la ocupación humana que la llanura abierta: tierra cultivable suficiente para comunidades no muy numerosas, aporte hídrico asegurado y clima menos riguroso. El emplazamiento de Montealegre tiene ciertas posibilidades defensivas, pero no creemos que esta preocupación fuese importante en el propósito de las gentes que se instalaron aquí. La situación del poblado a una altura entre 30-40 m. por encima del lecho fluvial puede explicarse, por un lado, por el objetivo de dejar libre la mayor cantidad de tierra cultivable posible, siempre escasa en la zona, y, por otro, ponerse a salvo de eventuales crecidas. El deterioro de Montealegre es importante, debido a los abancalamientos para cultivar. En la vertiente oriental del espolón se localizaron diferentes estructuras constructivas en 1991 (Adroher, López y Barturen, 1993-94). La 4

Escribimos Arroyo Molinos separado según aparece en la cartografía oficial del Instituto Geográfico Nacional y del Servicio Geográfico del Ejército. 5

Sus coordenadas U.T.M. son 495.100-4.149.250 según la hoja 993 (Benalúa de Guadix) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1981.

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investigación de las mismas determinaron la existencia de dos periodos de ocupación del lugar: Montealegre I, correspondiente al Bronce Final-Hierro Antiguo, y Montealegre II, de época tardorromana. La actuación consistió en la limpieza de las estructuras visibles en superficie, sin efectuar excavación estratigráfica.

FIG. 192. Montealegre: cerámica a mano (según Adroher, López y Barturen, 1993-94). 391

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FIG. 193. Montealegre: ánforas y pithoi (según Adroher, López y Barturen, 1993-94). La estructura atribuible a la fase I consiste en un muro recto, que alcanza una longitud visible de 4,80 m. y una anchura media de 1 m. La técnica constructiva resulta sencilla, aunque cuidadosa. Los paramentos exteriores presentan piedras irregulares de tamaño grande, bien careadas, aunque carecen de cualquier labor de cantería, mientras que el interior de la estructura se rellena con piedras de menor tamaño. La construcción está asentada a hueso. Los materiales cerámicos documentados en la fase Montealegre I no resultan abundantes, además de encontrarse muy fragmentados. La proporción entre cerámicas a mano y a torno es favorable a las primeras, aunque no conocemos las cifras exactas. Esta circunstancia no resulta significativa al no disponer de la clasificación estratigráfica del material, ya que a la vista del mismo no puede establecerse más que una cronología genérica entre los siglos IX y VII a.C. Entre la cerámica a mano cabe señalar la presencia de pequeños vasos carenados y ollas/orzas de paredes rectas, alguna con el hombro ligeramente indicado y mamelones (FIG. 192). La cerámica a torno consiste en ánforas R-1 y pithoi polícromos, con una evidente función de almacenaje (FIG. 193). 392

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Las ánforas presentan mayoritariamente bordes estrangulados y salientes, que resultan bastante similares a los que vemos en el Cerro del Centinela -Iznalloz-, Cerro de los Infantes y Albaicín. En cambio, este tipo de labio resulta muy escaso en las colonias fenicias. Por tanto, pensamos que nos encontramos ante una circulación de productos cerámicos a torno plenamente indígenas, basada en recipientes que, dentro de una forma general derivada de prototipos fenicios, tienen algunas peculiaridades tipológicas propias (vid. infra cap. 21, 4). c)

Placa de hueso decorada del Cortijo Colorao (Gor)

Una pieza aislada aparecida en el entorno del barranco del río Gor es la placa del Cortijo Colorao, que ha permanecido inédita hasta hace poco tiempo (García Alfonso, 1999b: 179-181). El hallazgo tuvo lugar en 1978, durante las excavaciones de M.C. Botella en la necrópolis ibérica situada en este lugar, perteneciente al término municipal de Gor6. Se trata de un pequeño cerrete en plena altiplanicie, a unos 6 km. al este del barranco (vid. FIG. 177). Vista la cerámica que iba asociada a la placa de hueso, consistente en vasos ibéricos pintados y algunos fragmentos de figuras rojas, podemos concluir que la tumba donde apareció debe fecharse en el siglo IV a.C. La atribución a la placa de una cronología dos siglos más alta que el resto del ajuar no debe sorprender, ya que no es excepcional que en las necrópolis ibéricas se depositen objetos de lujo con una amortización bastante larga. En especial, se prefieren las producciones de los desaparecidos talleres orientalizantes. Precisamente por su antigüedad y su desuso, estas piezas tenían una función de prestigio y, quizás, se les atribuían ciertas propiedades mágicas. Ejemplos de lo dicho no faltan. Por citar el más próximo, señalar que la misma Dama de Galera, datada en el siglo VII a.C., fue hallada en una tumba del siglo V. Igualmente, el reciente hallazgo en la granadina calle Zacatín de una placa de marfil netamente orientalizante ha tenido lugar en un contexto del siglo IV (Rambla y Cisneros, 2000: 47). La placa del Cortijo Colorao es de hueso. Tiene forma rectangular, con el canto inferior acabado en cuña. Sus dimensiones son 12,4 cm. de longitud, 3 cm. de altura y 1,5 mm. de grosor. Es de color beige claro, brillante por la parte delantera, donde presenta la decoración. Su estado de conservación es bueno, aunque presenta algunas pequeñas pérdidas. Igualmente, se encuentra fragmentada en varios trozos, pero perfectamente pegados. Por su morfología es muy probable que esta placa constituyera la parte frontal de una pequeña caja. La rotura de la parte superior central puede deberse a que se emplazaba algún tipo de charnela o cierre metálico. En este sentido, no hay noticia de que en la excavación de 1978 apareciesen otros fragmentos similares o láminas de

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Estos trabajos nunca han sido publicados, aunque una parte de los materiales hallados ingresaron en el Museo Arqueológico de Granada, entre ellos la pieza referida. Nº. de inventario 11.783.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS hueso sin decorar, pero, como apenas conocemos nada de dicha intervención, tampoco podemos descartarlo. La decoración está realizada por el procedimiento de la incisión. El tema es netamente orientalizante: el disco solar con alas desplegadas horizontalmente, aunque un poco inclinadas hacia arriba, rodeado de tallos y capullos de loto cerrados (FIG. 194). La técnica es minuciosa, propia de los grabadores de marfil, especialmente en la concepción de las alas, que disponen de dos series de plumas y se rematan en un característico extremo apuntado, según un conocido esquema de origen egipcio. La placa del Cortijo Colorao cuenta con numerosos paralelos en la iconografía orientalizante (FIG. 195). La composición más parecida la encontramos grabada en una concha de unio sinuatus procedente de una tumba de Los Alcores de Carmona (Blanco, 1996: 85-86, fig. 65), cuya data se centra en el siglo VII a.C. (FIG. 195, a). Con fecha más tardía, en torno a fines del siglo VII y a lo largo del siglo VI, encontramos un disco solar alado muy cercano al de Gor en un peine de la necrópolis de Medellín. Se trata de una pieza de mejor arte con un evidente significado hathórico, ya que muestra una figura femenina identificable con esta divinidad egipcia (Almagro-Gorbea, 1991: 234, fig. 4) (FIG. 195, b). Discos alados similares, aunque con las alas hacia abajo, son bien conocidos en una serie de medallones fenicios, fechados mayoritariamente en el siglo VII, entre los que destacaremos el excepcional de la tumba nº. 4 de Trayamar (Schubart y Niemeyer, 1976, 217-222: lám. 54, a). Un disco solar alado, pero con cuatro alas en aspa, lo encontramos también los salmantinos Bronces del Berrueco y en la gaditana Diosa de Punta de Vaca, piezas todas salidas del mismo molde, cuya cronología se ha establecido en el siglo VI (Olmos, Tortosa e Iguácel, 1992: 70, nº. 3-4) (FIG. 195, c). Algunos de los elementos iconográficos que vemos en la placa del Cortijo Colorao los encontramos en diferentes marfiles orientalizantes. Alas muy similares, pero pertenecientes a dos serpientes uraeus, aparecen en un peine del Heraion de Samos que se halló en un contexto de los años 640-630 a.C. como muy tarde (Aubet, 1979: 55-57, nº. 1, lám. XII, a) (FIG. 195, d). Igualmente, vemos figuras humanas con el mismo tipo de alas en otro peine de la necrópolis de Dermech, en Cartago, con una data del siglo VII (Bisi, 1967-68: fig. 2, a.). También las tenemos en otro marfil procedente de Cruz del Negro, desgraciadamente fragmentado, con la misma fecha que la pieza anterior (Aubet Semmler, 1979: fig. 6, nº. 11). Los motivos florales más parecidos a los de Gor aparecen en algunas piezas de la tumba Bernardini de Praeneste, que pertenecen al orientalizante etrusco del siglo VII a.C. Se trata de placas que sólo llevan decoración vegetal alternante de flores abiertas y capullos cerrados de loto, que M.E. Aubet (1971: 98-102, láms. V-VIII) incluye dentro del grupo fenicio en su estudio de los marfiles de esta localidad del Lacio.

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La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 194. Placa de hueso del Cortijo Colorao, Gor.

FIG. 195. Paralelos de la placa del Cortijo Colorao. a) Concha de Carmona (según Blanco, 1996) b) Marfil de Medellín (según Almagro Gorbea, 1991). c) Bronce del Berrueco (según Olmos, Tortosa e Igualcel, 1992) d) Marfil del Heraion de Samos (según Aubet, 1979) 395

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS A tenor de los paralelos señalados, es presumible una fecha de los siglos VII-VI a.C. para la placa de Gor. Sin embargo, la pieza refleja una mano bastante menos diestra que aquellas que elaboraron los marfiles de los Alcores sevillanos, además de una realización bastante más local. Un arte más burdo y un material mucho más pobre es indicio inequívoco de la decadencia del arte eborario. La crisis del grabado en marfil parece que se inicia a finales del siglo VII a.C., cuando comienzan a aparecer una serie de escuelas locales en el bajo Guadalquivir, aunque no sabemos si extendieron su producción hacia la alta Andalucía, hasta su desaparición en el siglo VI. Además, es sintomático que en Grecia por esas mismas fechas el marfil sea sustituido por el hueso, señal de que este artesanado está en crisis en todo el Mediterráneo (Aubet, 1971: 18 y 22). Por ello, nos inclinaríamos por una cronología del siglo VI a.C. para el hallazgo del Cortijo Colorao. 3.

EL BAJO FARDES

En el último tramo del río Fardes, aguas abajo de Baños de Alicún y en un ámbito ya alejado de la vega de Guadix, el equipo de C. González Román localizó en el año 1992 un conjunto de yacimientos que revelan un importante cambio en el patrón de asentamiento durante el Hierro Antiguo III respecto al Bronce Final. En la etapa más antigua se ocupan las márgenes de los ríos, sin ninguna preocupación defensiva, mientras a partir de c. 600 aparecen los grandes poblados en lugares elevados. Esta zona se caracteriza por su intrincada topografía, por lo que los valles de los ríos Guadiana Menor, Guadahortuna y Fardes son las únicas vías de comunicación practicables, además de reunir la totalidad de la tierra cultivable. En estos lugares resguardados se encuentran una serie de pequeños asentamientos, tipo aldea, dedicados a la actividad agraria. Sobre los cerros tabulares que dominan las laderas de bad-lands que flanquean los valles fluviales se han localizado los poblados de mayor envergadura y con mayor secuencia temporal, con evidentes funciones de control territorial. Todos los enclaves se conocen únicamente a nivel de superficie. a)

Los pequeños asentamientos del Bronce Final

En la vega baja del Fardes se localizan dos núcleos tipo aldea agrícola del Bronce Final: BARRANCO DE LA HIGUERA y CORTIJO CABRERA (vid. FIG. 196) (González Román et alii, 19995b: 149). A tenor de lo que conocemos en otras zonas de la altiplanicie de Guadix-Baza podemos centrar su fecha de ocupación en los siglos IX-VIII. Estos lugares responden a un patrón de asentamiento un tanto disperso y sin aparente articulación jerárquica del espacio, que ya vamos conociendo en la cuenca del Guadiana Menor, pues lo encontramos en estas fases previas al Hierro Antiguo en el vecino valle del río Castril (vid. infra).

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La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 196. Localización de enclaves de los siglos IX-VI a.C. en el valle bajo del Fardes. 397

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS b)

Canto Tortoso

Canto Tortoso se ubica en el término municipal de Gorafe, aunque en un ámbito muy alejado de este núcleo urbano. Es un cerro que domina la confluencia de los ríos Guadiana Menor y Fardes. Se trata de una altozano de margas y gredas muy erosionadas que alcanza una altitud de 715 m.s.n.m. (vid. FIG. 196). En superficie se distinguen diversas estructuras constructivas. El poblado dispone de un recinto amurallado, cuyo trazado puede seguirse, defendiendo un espacio intramuros de 1,5 has. La fortificación se conserva bastante bien en el sector meridional. En su interior aparecen viviendas de planta rectangular prácticamente en superficie. El material resulta abundante, no documentándose fragmentos a mano. Las formas más abundantes son las ánforas tipo R-1 con el borde estrangulado, pithoi polícromos y platos grises (González Román et alii, 1995b: 149). La ocupación del lugar debió tener lugar a principios del siglo VI o, quizás en los últimos decenios del VII7. La homogeneidad del conjunto parece indicar que se trata de una ocupación unifásica que no duró más allá de una centuria, por lo que este yacimiento resulta de enorme interés. A nivel de hipótesis, pensamos que este lugar pudo ser habitado antes que cercano cerro del Forruchu, siendo abandonado en la segunda mitad del siglo VI a.C. y trasladándose la población al asentamiento vecino, ya que Canto Tortoso no reúne condiciones de espacio para albergar a una comunidad amplia. Vinculados a Canto Tortoso hay que señalar dos pequeños asentamientos agrícolas en la vega del Fardes: CORTIJO CABRERA y CORTIJO SAN ROQUE (vid. FIG. 196). Ambos fueron ocupados brevemente en el siglo VI a.C., aunque el primero tiene una fase del Bronce Final. c)

El Forruchu

Este poblado se encuentra sobre un cerro que domina la margen derecha del Fardes, dentro del término municipal de Villanueva de las Torres8. El lugar, que alcanza una altitud de 693 m.s.n.m., domina un punto donde el río citado realiza un giro en dirección al este para desembocar en el Guadiana Menor, que se encuentra a unos 4 km. de distancia. Este emplazamiento permite que El Forruchu domine visualmente este tramo del valle a lo largo de unos 10 km. (FIG. 196). El cerro, casi enteramente formado por gredas y margas, presenta unas vertientes muy escarpadas que le facilitan la defensa, potenciada además al estar ceñido el lugar por el lecho del Fardes al oeste y por su tributario, el barranco del Gitano, al este. La zona alta se configura como 7

La fase de la Edad del Hierro se superpone a una etapa calcolítica.

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Sus coordenadas U.T.M. son 494.400-4.158.700 según la hoja 971 (Cuevas del Campo) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1992.

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un estrecho espolón de unos 400 m. de longitud. La intensa erosión de la zona ha desmantelado una parte importante del cerro (FIG. 197).

FIG. 197. El Forruchu visto desde la vega del Fardes.

FIG. 198. Cerámicas recogidas en el Forruchu (según González Román et alii, 1995b).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Aunque no se aprecia ningún tramo de muralla en superficie, la presencia de gran cantidad de piedras alóctonas en el lugar, reutilizadas en bancales o concentradas en los bordes del espolón y las propias características del mismo hacen plausible la existencia de un recinto fortificado. Sobre la cronología de esta hipotética estructura nada podemos decir, aunque no sería extraña su presencia desde los momentos iniciales del poblado. A juzgar por el material de superficie, la ocupación del Forruchu se inicia a principios del siglo VI a.C. La ausencia de cerámica a mano señala que la primera instalación humana debió tener lugar un momento ya avanzado del Hierro Antiguo III. Encontramos ánforas de tipo R-1 con el borde estrangulado, similares a las que aparecen en lugares cercanos como Canto Tortoso y Montealegre, propias de una producción indígena del área granadina de finales del siglo VII y centuria siguiente. Entre las producciones grises encontramos los platos de borde engrosado al interior, platos de borde vuelto y vasos con carena muy alta y poco pronunciada, indicio de una fecha dentro del siglo VI (FIG. 198). El auge del asentamiento se produjo durante el Ibérico Antiguo y Pleno, cuando debió verse engrosado por los contingentes procedentes del inmediato Canto Tortoso. El Forruchu continuó habitado hasta la primera mitad del siglo I a.C. (González Román et alii, 1995b: 145-147). 4.

EL CERRO DEL REAL

El sector septentrional de la cuenca del Guadiana Menor se viene denominando tradicionalmente hoya de Baza, limítrofe ya con Murcia y Almería. Mientras que la vecina comarca accitana se dispone de un eje centralizador en el río Fardes, la hoya de Baza consiste en un conjunto de valles en abanico, que van a confluir en el Guadiana Menor, separados por amplias extensiones llanas de altiplanicie. Los diferentes valles han actuado como entidades un tanto aisladas, con su propia jerarquización durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria. Incluso, la integración territorial de época ibérica no varió de manera sensible esta articulación, como demuestra la ubicación de los principales núcleos de la zona: Tutugi sobre el río Galera y Basti sobre el río Baza. El Cerro del Real se sitúa junto a la localidad granadina de Galera, en las inmediaciones de su casco urbano9. Constituye un espolón entre dos cárcavas, que alcanza los 919 m.s.n.m. Realmente, más que de un auténtico cerro, se trata de un escarpe que domina la estrecha vega del río Galera desde su margen izquierda, justo en el punto donde éste confluye con el río de Huéscar (FIG. 199-200). Ambos cursos de agua discurren entre 60-70 m. por debajo del poblado, lo cual en una zona donde los valles constituyen profundos barrancos en el blando substrato yesoso, tiene considerables repercusiones en las estrategias de control del territorio. A pesar de que el Cerro del Real no llega a 9

Sus coordenadas U.T.M. son 540.000-4.177.600 según la hoja 950 (Huéscar) del Mapa Militar de España, e.1:50.000 del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1990.

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destacar llamativamente en el erosionado paisaje de bad-lands del entorno, tiene una magnífica visibilidad hacia el norte, en dirección a Huéscar y La Puebla de Don Fadrique, por donde la altiplanicie de Guadix-Baza se abre hacia las tierras altas murcianas. Significativamente, en la margen opuesta del río se encuentra la célebre necrópolis ibérica de Galera, existiendo un total dominio visual de la misma desde el asentamiento. El Cerro del Real cuenta con excelentes defensas naturales: por el norte cae casi a pico sobre el mismo lecho del río Galera mientras, por el este y el oeste, los llamados barrancos de la Desesperada o de la Encantada y de Santa Ana, respectivamente, delimitan perfectamente el asentamiento con empinadas pendientes. El punto de acceso más fácil se encuentra en el lado sur, por donde se comunica con la altiplanicie circundante. La zona más habitable del Cerro del Real ocupa una meseta oblonga inclinada ligeramente hacia el río, con una superficie aproximada de 6 has. a)

La investigación del Cerro del Real. Problemática

El Cerro del Real presenta una estratigrafía que supera los 9 m. de potencia. La ocupación del lugar se inicia a principios del primer milenio a.C., perdurando el poblamiento sin solución de continuidad hasta la época islámica. Durante el momento Ibérico Pleno, el Cerro del Real fue el solar de la ciudad bastetana de Tutugi, conocida especialmente por su necrópolis (Cabré y Motos, 1920). Más tarde, el núcleo ibérico se transformó en la Res Publica Tutugiensis (González, 1980-81). La presencia de estos niveles posteriores, especialmente las remociones producidas en época romana e islámica, constituye uno de los principales problemas con que se enfrenta la secuencia protohistórica del Cerro del Real. Las únicas intervenciones efectuadas hasta ahora en el Real tuvieron lugar en 1962 y 1963 por parte de M. Pellicer y W. Schüle, que fueron publicadas brevemente en sendos números de la serie Excavaciones Arqueológicas en España (Pellicer y Schüle, 1962; 1966). Estas campañas resultan aún hoy, después de casi 40 años, la principal fuente de información estratigráfica para el desarrollo del Hierro Antiguo en la altiplanicie de GuadixBaza. Evidentemente, las escuetas memorias antes referidas adolecen un notable arcaísmo en su tratamiento, tanto a nivel descriptivo como gráfico. Las dataciones ofrecidas para la cerámica del Real fueron efectuadas mayoritariamente antes de que se conociesen los materiales del periodo fenicio arcaico en la Península y sin saber prácticamente nada del Bronce Final del Sureste. Por tanto, las referencias basadas exclusivamente en el Real, especialmente para datar otros poblados de la alta Andalucía deben tomarse con muchísima prudencia. Esto no debe entenderse en ningún caso como crítica a Pellicer y Schüle; es más, gracias a la exhaustividad con que se recogen los hallazgos de cerámica por niveles artificiales y la documentación de las estructuras documentadas, resulta posible ofrecer una panorámica actualizada de la estratigrafía de Galera y una clasificación de los materiales más acorde con las premisas de la arqueología actual. 401

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FIG. 199. El Cerro del Real y su entorno.

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FIG. 200. Panorámica del Cerro del Real desde la necrópolis de Tútugi.

Reinterpretaciones de los datos del Cerro del Real no han faltado con posterioridad. La primera fue realizada por el mismo W. Schüle (1969a; 1969b), relacionando la cerámica aparecida en Galera con la documentada en Toscanos y efectuando diversas sugerencias cronológicas sobre la evolución del poblado. De gran interés resultó la sistematización de la cerámica aparecida en el corte IX que realizó J. Sánchez Meseguer (1969), que resulta bastante amplia y pormenorizada. Este autor realizó una reclasificación de la secuencia del citado corte, incluyendo materiales que no figuran en la memoria de 1966 firmada por Pellicer y Schüle. Finalmente, en su tesis doctoral y en el posterior resumen publicado, F. Molina González (1978: 172-177) efectuó una buena síntesis de los trabajos en el Cerro del Real. Este autor ofreció una nueva sistematización de la estratigrafía del yacimiento, distinguiendo cuatro fases en los niveles anteriores al Ibérico Pleno -fases Ia, Ib, IIa y IIb-, cuya principal virtud es su carácter estrictamente empírico. Las actuaciones en Galera tuvieron como objetivo investigar el tránsito del Bronce al Hierro en esta zona de la alta Andalucía (Pellicer y Schüle, 1962: 3). Por ello las dos campañas prescindieron de los niveles superiores y se centraron en los estratos más antiguos, por lo que se excavó en aquellas zonas del donde las fases recientes ocasionaban menores interferencias sobre los niveles protohistóricos. La complejidad de la estratigrafía, en especial por las intrusiones posteriores, determinó la excavación en gran parte. Por tanto, uno 403

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS de los mayores problemas que presentan las excavaciones del Cerro del Real es la correlación de los estratos individualizados en los diferentes cortes. Esta circunstancia puede ser fácilmente soslayable en aquellos colindantes o en los que se abrieron cerca unos de otros -I, IV, VIII y X-, pero se agudiza en aquellos que se efectuaron en zonas del poblado más alejadas de los anteriores -VII y IX- (FIG. 201). b)

La secuencia del Cerro del Real

En la actualidad no tiene sentido seguir interpretando la estratigrafía del Real como si estuviéramos en los años 60. Las cerámicas aparecidas en Galera encuentran sus equivalentes en otros poblados similares excavados en momentos posteriores, que aportan unas cronologías bastante fiables. Igualmente, estudios generales de materiales a nivel del sur peninsular permiten un mejor encuadre de los hallazgos efectuados en 1962 y 1963. Por ello, aquí queremos proponer una relectura de la secuencia del Real, siempre siguiendo estrictamente las informaciones de campo que dieron en su día Pellicer y Schüle y las apreciaciones de otros autores que han trabajado sobre el yacimiento. Resumiendo, diríamos que pretendemos fechar el Cerro del Real a partir de otros poblados y no viceversa, como se ha venido haciendo hasta ahora. Nuestra propuesta de secuencia la hemos dividido en dos periodos: Galera I para la fase del Bronce Final Pleno y Galera II para el Hierro Antiguo (FIG. 202). La fase Galera I (900-700 a.C.) corresponde a los estratos 6 y 5 de los cortes unificados I/IV/VIII/X, 9-6 del corte VII y 10-8 del corte IX de los trabajos Pellicer y Schüle. No aparece cerámica a torno. En este momentos que han podido estudiar una serie de interesantes construcciones. Pertenecientes a la fase Galera II (700-segunda mitad del siglo VI) señalaríamos los estratos 5-3 del corte VII y los estratos 7-4 del corte IX. Corresponde al momento de llegada de las cerámicas a torno, que sólo superarán porcentajes del 50% en los momentos finales de la fase. No conocemos estructuras fechables en esta etapa, debido a su posible destrucción por las construcciones posteriores. c)

Las construcciones de la fase Galera I: la gran cabaña oval

La primera ocupación constatada de modo fehaciente en el Cerro del Real debe situarse en los inicios del siglo IX, si prescindimos de una serie de materiales de tipología argárica muy dispersos y mal conocidos10. 10

El poblamiento argárico del Real fue detectado tiempo después de finalizadas las excavaciones de 1962 y 1963 (Schüle, 1969b: 24). Está claro que no existe en las zonas sondeadas, ya que se levantaron la totalidad de los niveles hasta roca.

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FIG. 201. Topografía del Cerro del Real y ubicación de los cortes efectuados por Pellicer y Schüle. 405

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FIG. 202. Cerro del Real. Estratigrafía del corte IX (según Pellicer y Schüle, 1966). Desde el primer momento el Cerro del Real muestra la existencia de cabañas de pequeñas dimensiones con paredes curvas de adobe y pavimentos de yeso, aunque no ha podido documentarse completa ninguna de las viviendas más antiguas. Estas estructuras se superponen unas sobre otras, indicando una rápida amortización de las mismas. Se constata también la presencia de hogares, como muestra la gran cantidad de ceniza y carbones aparecidos en zonas concretas, aunque no sabemos si éstos se encontraban en el interior o al exterior de las cabañas. 406

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De un momento algo avanzado de la fase Galera I, que podríamos situar con reservas a finales del siglo IX-primera mitad del VIII, data la gran cabaña aparecida en el estrato 5 de los cortes I/IV/VIII/X. Esta vivienda ha podido ser bien estudiada en su mitad meridional, ya que la parte norte se destruyó por la erosión antes de iniciarse. La entrada a la casa se encontraba en este sector septentrional, por lo que no ha podido ser estudiada. Igualmente, parte del sector conservado fue destruido por los cimientos intrusivos de un gran muro de época romana y se encuentra también alterado en diversas zonas por los silos del periodo andalusí. A pesar de estas considerables pérdidas, la documentación de esta estructura resulta de máximo interés (FIG. 203). La cabaña presenta planta oval, con un eje mayor de 11,5 m. y menor de casi 7 m. El muro exterior se construyó con una sola hilera de adobes conservados, que asentaba directamente sobre el suelo natural, sin ningún tipo de cimentación pétrea. El núcleo de adobes del muro alcanzaba una anchura de 35 cm. y se encontraba revocado por un enlucido de tapial gris por sus dos caras, que en algunos puntos medía 10 cm. de espesor. Por tanto, el grosor total de esta estructura alcanza una media superior a los 50 cm. Junto al revoque exterior aparecieron una serie de agujeros de poste, donde se colocó una empalizada de estacas de entre 5 y 8 cm. de diámetro, las cuales sirvieron para sujetar un entramado de mimbre y cañas. La cara exterior de esta estructura vegetal también iba revestida de tapial, cuyos restos aparecieron caídos. A unos 50 cm. apareció otra serie de agujeros de poste, más gruesos y con mayor separación entre sí que los anteriores. Por la posición de los agujeros se pudo determinar que esta segunda empalizada estaba inclinada hacia la casa, sirviendo de apoyo al alero del tejado. La excavación permitió, asimismo, conocer numerosos detalles del interior de la vivienda. El habitáculo carecía de compartimentación interna, realizándose en el interior actividades exclusivamente domésticas. En el sector suroccidental había un poyete de adobe adosado al muro exterior, con un revestimiento de estuco. Esta estructura se levantaba hasta una altura de 25 cm. sobre el pavimento y en su parte superior disponía de tres depresiones circulares de entre 20 y 30 cm. de diámetro y alcanzaban los 10 cm. de profundidad. Dichas oquedades servían, probablemente, para colocar los recipientes de fondo convexo, aunque ninguno apareció in situ. En el sector suroriental de la vivienda, adosado y perpendicular al muro exterior hay una estructura cuadrangular formada por adobe y tapial, que configura un pequeño compartimento de aproximadamente 1,5 m2. de superficie. No parece que esta construcción alcanzase mucha altura sobre el suelo y no sabemos si estaba cubierta. Se la ha querido relacionar con funciones de granero. En el eje central de vivienda se encontraban tres pilares de adobe y estuco cuadrangulares dispuestos longitudinalmente que soportaban la techumbre mediante postes bastante gruesos. Junto al pilar central, apareció el hogar de la vivienda, que alcanza 1 m. de diámetro. En esta zona de fuego, el pavimiento muestra intensas señales del foco calorífico, habiéndose también cocido la parte inferior del pilar citado. La disposición del hogar en el centro de la vivienda señala una techumbre más o menos cónica, con agujero central para la salida de humos. 407

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Abandonada esta gran vivienda oval, sobre ella se levantaron otras dos pequeñas cabañas, con características constructivas bastante más pobres (viviendas nº. 6 y 7, cortes I y IV). Aunque no conocemos la planta completa de ninguna, los muros de adobe señalan una planta también curva u elíptica. A nivel de hipótesis, la disminución del tamaño y la mayor simplicidad en la ejecución de las nuevas cabañas podría responder a un cierto replanteamiento del poblado en la segunda mitad del siglo VIII. A pesar de que sólo conocemos una extensión bastante exigua de estructuras en el Cerro del Real, todo parece indicar que el patrón de asentamiento en el poblado es el de cabañas aisladas y repartidas de forma irregular por la meseta superior. Nos encontraríamos pues con un urbanismo bastante similar al que vemos en el Peñón de la Reina de Alboloduy. La técnica constructiva de las cabañas señala una dependencia absoluta de los materiales de los alrededores: arcilla y yeso. La piedra prácticamente no se utilizó hasta la época ibérica, pues resulta bastante escasa en los alrededores del poblado, al enclavarse en un entorno de marcada geología sedimentaria. d)

Materiales cerámicos de la fase Galera I

La cerámica recuperada en la fase Galera I es toda a mano, señalando claramente un momento del Bronce Final Pleno. El material que apareció asociado a la gran vivienda oval presenta la ventaja de la homogeneidad de su contexto, permitiendo una cierta aproximación al ajuar doméstico de una cabaña de esta etapa en este sector de la alta Andalucía (FIG. 204). La cerámica aparecida en el interior de la gran vivienda oval puede dividirse en dos grupos: cuidada y tosca. Los productos que F. Molina González (1978: 174) denominó "cerámica pintada tipo Real" constituyen el grupo de mayor interés dentro de la cerámica cuidada. En la gran cabaña oval se constatan dos fragmentos, policromados en rojo y amarillo, de forma muy similar. Ambos son vasos con carena alta. Los motivos son los típicos de este estilo cerámico: líneas horizontales en el borde y en la carena, con algunos trazos horizontales entre ambos, mientras que el cuerpo presenta un zig-zag, rellenando algunos triángulos con líneas paralelas oblicuas (FIG. 204, nº. 13). Las cerámicas bruñidas constituyen el siguiente conjunto de interés. Constituyen el grupo más numeroso, destacando los vasos carenados -forma 3-, tanto con carena alta o media. Algunas piezas de este grupo muestran asas en forma de mamelones perforados colocados en la misma línea de carenación (FIG. 204, Nº. 8-9 Y 11). No faltan los vasos de perfil en "S" -forma 4-, algunos sólo bruñidos y los más escasos con este mismo tratamiento superficial y teñidos de almagra (FIG. 204, nº. 10).

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Los recipientes toscos aparecidos en la gran casa oval pertenecen claramente al grupo de las cerámica de cocina, ya que muestran señales de la acción directa del fuego. Encontramos fragmentos de ollas/orzas de cuerpo ovoide y cuello corto, algunas con mamelones -forma 5-. Otro recipiente que ha podido reconstruirse casi completo es exclusivo del Cerro del Real. Se trata de una olla de fondo plano, cuerpo ovoide y boca exvasada, con el borde decorado con pequeños trazos incisos transversales. El contacto entre cuello y cuerpo tiene un perfil en "S" y en él se colocan mamelones macizos como elementos de aprehensión (FIG. 204, nº. 12). e)

Cerámicas de la fase Galera II

En el Cerro del Real no encontramos importaciones de cerámica a torno claramente intrusivas en un contexto de materiales a mano. No han aparecido por el momento- cerámicas de engobe rojo tales como platos de borde estrecho o jarros piriformes, ni tampoco ánforas R-1 de tipología antigua, como vemos en los poblados del área malagueña y en la vega de Granada. La única excepción es un fragmento en pasta gris11, que, todo lo más, sólo indica una tímida e irregular circulación de estos productos en la altiplanicie de GuadixBaza a partir de la segunda mitad del siglo VIII. Será a lo largo del siglo VII cuando encontremos en el Real una mayor abundancia de materiales a torno, iniciándose hacia el año 700 a.C. la fase Galera II (FIG. 204). No obstante, la presencia masiva de estas cerámicas no tendrá lugar hasta un momento muy avanzado del siglo VII o incluso comienzos del VI. Esta circunstancia es otro elemento más que afianza nuestra hipótesis de que la adopción del torno no fue ni uniforme ni rápida en todo el ámbito del sur peninsular. A un lugar tan alejado de la costa como la cuenca del Guadiana Menor, parece que no llegó la primera serie de cerámicas fenicias de lujo antes aludida, bien conocida en determinados contextos indígenas de la segunda mitad del siglo VIII a.C. Parece que el conocimiento del torno en la altiplanicie de Guadix-Baza es producto de una difusión tardía, quizás a partir de alfares indígenas de zonas próximas como la vega de Granada o valle del Guadalentín, que mantienen una relación más directa con los asentamientos fenicios. El inicio de la fase Galera II viene marcado por la aparición de las cerámicas grises. En cambio, el señalar una cesura final clara para esta etapa se nos presenta bastante problemático, pues enlaza sin solución de continuidad con lo Ibérico. La desaparición de las cerámicas a mano no es un criterio válido, ya que debido a la revulsión de la estratigrafía por las construcciones posteriores, estas producciones se documentan hasta los niveles más superficiales. Argumento quizás más objetivo es dar por finalizado el Hierro

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Este fragmento, procedente del estrato 8 del corte IX, fue vinculado en su día al horizonte del bucchero nero (Pellicer y Schüle, 1966: 28-29)

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FIG. 203. Cerro del Real. Gran cabaña oval (según pellicer y Schüle, 1962).

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Antiguo en el Real cuando aparecen las primeras cerámicas inequívocamente ibéricas, lo cual nos llevaría a los inicios del siglo V y aún algo después. Aún a sabiendas de que esta cronología puede parecer muy tardía, no veo argumentos puramente arqueográficos para indicar un ambiente cultural ibérico-bastetano antes de las fechas referidas. La cerámica a mano de la fase Galera II continúa la pauta de los momentos anteriores. Desaparece cualquier motivo ornamental, salvo algún fragmento con digitaciones sobre el labio, y la aplicación de almagra. Los productos mejor elaborados son los pequeños cuencos de carena baja o media, con borde vertical o ligeramente exvasado, que presentan superficie negruzca y bruñida (FIG. 204, nº. 14) También hay vasos de casquete esférico. La cerámica tosca a mano sigue siendo de ámbito culinario. La cerámica a torno más antigua que se conoce en el Real pertenece al grupo de las grises, con dos fragmentos en el estrato 7 del corte IX. Del estrato 6 del corte IX proceden un fragmento de borde de plato carenado que resulta de gran interés para señalar una datación para la fase Galera II. La pieza corresponde a la forma 8 de A.M. Roos (1982: 62) y 17b de A. Caro (1989a: 141 y 146-148). Para este autor dicho fragmento tendría una cronología entre finales del siglo VIII y mediados de la centuria siguiente, por lo que sería el más antiguo de toda su forma 17b (Caro, 1989a: 152). Esto parece poco probable y dado que en otros lugares cercanos como Cerro de la Mora o Los Saladares habrá que esperar al segundo cuarto del siglo VII para documentar esta forma, parece más prudente atribuir al fragmento de Galera una datación similar (FIG. 204, nº. 15). Otro fragmento que resulta de gran interés es un plato de engobe rojo, que apareció en el estrato 4 del corte IX. Su borde tiene una anchura de 4 cm., lo que señala una cronología relativamente baja para la pieza, que situamos a finales del siglo VII (FIG. 204, nº. 17). Las cerámicas de almacenaje a torno no ofrecen ninguna novedad respecto a lo que conocemos en otras zonas del interior de la alta Andalucía, aunque llama la atención su relativa escasez (FIG. 204, nº. 16 y 18). El material más numerosos son los fragmentos amorfos de pithoi con decoración polícroma. Aparecen también ánforas R-1 de borde triangular, que corresponden al siglo VII, aunque no falta alguna de labio vertical. f)

Depósito de bronces del Cerro del Real

En esta fase Galera II debemos incluir la ocultación del lote de bronces aparecido en 1959 ó 1960 en la zona suroriental del Cerro del Real, producto de una excavación clandestina12. El conjunto esta formado por tres hachas: dos de talón y doble anilla y una de apéndices (FIG. 204, nº. 19-21) (Schüle, 1969b: 22, fig. 3; Molina González, 1977: 389; Pellicer, 1986: 442). La facturación de 12

El hallazgo se conserva en una colección particular de Huéscar.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS estas piezas se data claramente en un horizonte del Bronce Final Pleno, por lo que su atribución correspondería al momento Galera I. Sin embargo, los bronces aparecieron dentro de un vaso a torno pintado -no localizado- lo que indica mejor un depósito intencionado en la fase Galera II. Pellicer considera que este último detalle constituye una clara señal de que este tipo de hachas eran utilizadas todavía en el siglo VII. Por nuestra parte, tenemos serias dudas de que esto fuera así. Las claras señales de deterioro que presentan estas piezas revelan que, cuando fueron reunidas en su contenedor, éstas se encontraban ya en mal estado y, por tanto, en desuso. En ello contrastan con otros hallazgos del mismo tipo existentes en la zona de Guadix-Baza, que carecen de huellas de utilización. Es muy posible que las hachas de Galera estuviesen destinadas a su refundición: se trataba de piezas ya antiguas, que en el siglo VII fueron almacenadas en un vaso a torno en espera de su pase al horno. Dado que el lugar de aparición del depósito se encuentra dentro del mismo poblado creemos que no se trata de una ocultación. A nivel de hipótesis, planteamos la posibilidad de que este hallazgo sea indicio de la existencia en el Real de un taller metalúrgico en estos momentos. g)

La fase antigua de la necrópolis de Galera

La época ibérica del Cerro del Real encuentra su plasmación funeraria en la magnífica necrópolis situada justo enfrente, en la margen derecha del río Galera. Tenemos aquí un patrón de utilización del espacio bastante claro: el asentamiento de Tutugi ocupa una orilla del río, mientras que el espacio sacralizado destinado a los difuntos se sitúa en la ribera opuesta (vid. FIG. 199). Ante la existencia de un gran desfase cronológico entre la mayor antigüedad del asentamiento y el más reciente uso de la necrópolis, al menos a nivel empírico, se plantea una cuestión bastante difícil de resolver: ¿dónde se practicaron los enterramientos durante el Bronce Final y Hierro Antiguo? Los estudios de campo realizados por J. Cabré y F. de Motos (1920) y los que luego efectuó G. Trías (1967-68: 455-473) sobre algunos materiales griegos conservados en el Museo Arqueológico Nacional pusieron de manifiesto que las tumbas de la necrópolis de Galera tenían una datación centrada en los momentos finales del siglo V y toda la centuria siguiente. Sin embargo, la publicación de un skyphos de tipo corintio13 fechado a mediados o en la segunda mitad del siglo VI (Gil y Olmos, 1983) sugiere la posibilidad de que en Galera existan tumbas más antiguas de lo que se había venido pensando. No obstante, hay que ser prudentes a este respecto ya que la fecha de elaboración del vaso no tiene porque coincidir con su depósito en una tumba. Pese a ello, no sería extraño que debajo del nivel de túmulos del Ibérico Pleno, hoy en pésimo estado de conservación, existieran enterramientos de una fase anterior, como ocurre en otras necrópolis de la zona, caso de Castellones de Céal (vid. infra).

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Conservado en el Museo Arqueológico Nacional, nº. de inventario 79/70/1.

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FASE GALERA II

FASE GALERA I

FIG. 204. Materiales del Cerro del Real (a partir de Pellicer y Schüle; 1962 y 1966 Schüle, 1969b).

La altiplanicie de Guadix-Baza

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La existencia en el Museo Arqueológico de Granada de un vaso evolucionado del tipo Cruz del Negro procedente de la necrópolis de Galera constituye un indicio más seguro para plantear con seguridad la existencia de tumbas en el siglo VI (García Alfonso, 1999b: 182-183). Carecemos de datos sobre las circunstancias y fecha del hallazgo de esta pieza14. Únicamente se sabe que procede de la necrópolis y que fue depositada en el Museo granadino en el año 188015. La tipología es la de un vaso tipo Cruz de Negro, con una serie de particularidades que nos señalan su datación tardía dentro de esta forma. Tiene una altura de 30 cm. Su diámetro máximo en el galbo es de 24 cm., mientras que el de la boca alcanza los 8,7 cm. Su estado de conservación es muy bueno, estando completo sin roturas. La pasta es de color rojo ladrillo claro, recubierta de un engobe fino algo más oscuro. No se observa ningún tipo de decoración, aunque la excesiva limpieza a que fue sometido debió borrar cualquier huella de la misma, si es que la tuvo. En las zonas donde la superficie se ha desconchado se observa la cocción oxidante en el exterior y reductora en el núcleo. El vaso tiene un pie levemente indicado, con ómphalos. El galbo es de tendencia ovoide, descentrado en el eje de torneado, lo que denota una elaboración descuidada. El cuello tiene dos secciones separadas por una inflexión: la inferior es cilíndrica, mientras que la superior es troncocónica y se va estrechando hacia la boca. El borde es biselado, con leve engrosamiento al exterior y terminado de forma apuntada. El recipiente dispone de asas geminadas contrapuestas, que parten de los hombros del galbo y se acoplan al cuello a la altura de la inflexión de éste (FIG. 205). Formas similares al vaso de Galera se vienen fechando a finales del siglo VII y a lo largo del siguiente, tales como un ejemplar de Albaicín -Carmen de la Muralla- (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: 41-42, fig. 14, f.) y el vaso de la tumba 12 de Frigiliana (Arribas y Wilkins, 1969, fig. 8). h)

Organización territorial del valle del río Galera en el Bronce Final-Hierro Antiguo. La transición al mundo ibérico.

No parece existir duda alguna respecto a que el Cerro del Real constituyó el núcleo principal del valle del río Galera desde el Bronce Final hasta la época islámica. Desde este asentamiento central se organizó un territorio cuya extensión es dificil de precisar, pero que viene marcado por los valles de los ríos Galera y Huéscar, que confluyen en el poblado. Si tomamos el Cerro del Real por centro de un círculo de 10 km. de radio, vemos que éste incluye los cuatro nichos ecológicos que aparecen en la cuenca del Guadiana Menor: vega fluvial, bad-lands, altiplano y montaña. 14

Nº. de inventario 528.

15 J. Cabré y F. de Motos citan en su Memoria este vaso por su correcto nº. de inventario del Museo de Granada formando parte de una lista de materiales que se extrajeron de la necrópolis de Galera de forma incontrolada a mediados del siglo XIX (Cabré y Motos, 1920: 12, nt. 1). La pieza fue entregada al museo por la Comisión Provincial de Monumentos.

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FIG. 205. Necrópolis de Tútugi: vaso tipo Cruz del Negro. 415

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La fase argárica se caracteriza por la preferencia de lugares con buenas posibilidades defensivas: Cerro de la Virgen de Orce, Castellón de Enmedio, Fuente Amarga, Loma de la Balunca y Castellón Alto. Todos estos lugares fueron abandonados antes de iniciarse el Bronce Final, salvo CASTELLÓN DE ENMEDIO, que muestra algunos indicios de continuar ocupado en estos momentos. Este poblado emplaza en la margen izquierda del río Galera en un escarpado espolón, a 4 km. aguas abajo del Cerro del Real (vid. FIG. 199) (Fresneda et alii, 1992a: 55). A partir del siglo IX a.C. nos encontramos con un poblamiento muy diferente, sin ningún vínculo con la etapa anterior. A este respecto, resulta significativa la elección ex novo del Cerro del Real, en lugar de los escarpados y angostos cerros que sirvieron de solar a los poblados anteriores, debido a la confluencia aquí de las rutas de los río Galera y Huéscar. Por tanto, desde el siglo IX en adelante, el control de los puntos de paso obligados constituye un factor esencial a la hora de elegir el emplazamiento de los poblados, incluso de mayor importancia que las facilidades defensivas. La situación del Castellón de Enmedio en un punto más alejado de la confluencia de ambos valles y difícil topografía explican que su desarrollo como asentamiento del Bronce Final se viese truncado muy pronto. En este sentido, una línea de investigación que se abre en el valle del río Galera es profundizar en la relación existente entre ambos poblados, tratando de precisar cuándo se abandona el Castellón de Enmedio y si dicha cronología coincide con la primera ocupación del Real. De ser así, estaríamos en condiciones de reafirmar lo que venimos diciendo. También queda en el aire conocer cuáles eran las bases subsistenciales del Cerro del Real y qué tipo de organización espacial proyectó este poblado sobre las tierras del entorno. A pesar de que no conocemos por el momento ningún asentamiento agrícola en la zona durante los siglos VIII-VI, planteamos unas subsistencias de fuerte base ceralista y ganadera que expliquen el desarrollo posterior que tuvo el oppidum ibérico de Tutugi. Sin duda, la riqueza y ostentación de una clase dominante de marcado carácter aristocrático, como la que vemos en las tumbas de la necrópolis de Galera en los siglos V-IV a.C., debe tener sus raíces en la fase anterior del Hierro Antiguo. Para el periodo ibérico en el entorno del río Galera poseemos algunas informaciones de carácter empírico que refuerzan la hipótesis antes apuntada y que mantenemos otras áreas de la alta Andalucía. Todo apunta a que se produce una intensificación del control territorial por parte de los grupos dirigentes, que se traduce en una creciente inseguridad. En época ibérica se ocupan los enclaves de FUENTE AMARGA y CASTELLÓN DE ABAJO, ambos subsidiarios de Tutugi (vid. FIG. 199). Estos lugares se caracterizan por su emplazamiento estratégico y marcadamente defensivo, que se refuerza en Fuente Amarga por la existencia de un pequeño recinto fortificado con torres. Su función hay que buscarla en el control de las rutas naturales que dan acceso al poblado principal desde el oeste, que se abren hacia el río Guardal. La excavación de Fuente Amarga ha proporcionado una información de carácter arqueobotánico de primerísimo interés. Inmerso en un paisaje de badlands, el arroyo de Fuente Amarga ha excavado un pequeño valle, cuya disponibilidades de humedad permiten su cultivo en contraste con un entorno 416

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refractario a la actividad agrícola. De ahí el interés que posee este área para la inmediata ciudad de Tutugi: defensa, ruta natural y posibilidades de autoabastecimiento. Durante el Bronce Pleno se cultivaron en Fuente Amarga principalmente cebada vestida y trigo desnudo, seguidos muy de lejos por la cebada desnuda. En esta etapa también se conoció la vid -identificada por los análisis antracológicos-, pero resulta imposible saber si era cultivada o silvestre (Buxó, 1997: 226). Durante los siglos IV-III a.C. la producción agrícola queda dominada por el monocultivo de la cebada vestida, seguida muy por detrás del trigo desnudo y del haba. La vid que aparece en estos momentos es ya cultivada16. Por tanto, la época ibérica viene a coincidir con un momento de consolidación de la agricultura cerealista. En esta misma línea, pensamos que el cultivo de la vid en esta época tampoco es casual. La práctica habitual del symposion por parte de la aristocracia de Tutugi era ya conocida gracias a las cráteras de la vecina necrópolis (Sánchez, 1993), ahora resulta factible pensar que el vino utilizado en estas celebraciones rituales sea de procedencia local. 5.

LA DAMA DE GALERA

La necrópolis de Tutugi ha proporcionado una de las piezas de carácter oriental más importantes que se conocen en la península Ibérica: la estatuilla denominada "Dama de Galera". Este calificativo le fue aplicado por su atuendo y actitud similar a algunas célebres piezas de la escultura ibérica, aunque poco tiene que ver con éstas. La Dama sido publicada varias veces, dentro de diferentes corpora17, aunque su estudio sólo ha sido abordado de manera monográfica en un trabajo ya bastante antiguo (Riis, 1950). a)

Circunstancias del hallazgo

La Dama fue hallada casualmente en 1916, formando parte del ajuar funerario de la tumba nº. 20 de la necrópolis ibérica de Tutugi. Las circunstancias del descubrimiento y los inmediatos avatares por los que pasó la pieza nos resultan conocidos por la novelesca narración recogida en la Memoria que redactaron J.Cabré y F. de Motos sobre sus trabajos en Galera (1920: 1216). En el año señalado, la familia que habitaba el cortijo de San Gregorio, enclavado en plena necrópolis de Tutugi, comenzó a excavar en los montículos que existían en las proximidades de su casa. Producto del expolio, aparecieron diversas cerámicas y la figura femenina de alabastro, que formaban el ajuar funerario de la tumba designada más tarde por Cabré y Motos con el nº. 20. La estatuilla fue reconocida como objeto notable por los casuales descubridores; muchos vecinos de Galera e incluso de las localidades vecinas acudieron al cortijo para contemplarla18. 16

Cfr. Buxó, 1997: 95, cuadro. 4.2; 108, cuadro 4.5; 116. cuadro 4.7; 288, 7.8.

17

Véase J.M. Blázquez (1975b: 187-192), con toda la bibliografía anterior. Con posterioridad, otras breves referencias se pueden encontrar en S. Moscati (1988: 288), R. Olmos, T. Tortosa y P. Iguácel (1992: 72, nº. 1), G. Tore (1995: 469-470) y C. Aranegui (2000: 263, nº. 95). 18

La aparición de la Dama excitó la imaginación de muchas personas, que se lanzaron al saqueo de la necrópolis. La peculiar topografía del terreno hacía que los túmulos fuesen perfectamente reconocibles, lo cual facilitó la tarea de los incontrolados. La intervención de F. de Motos en un primer

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS A poco de aparecer la estatuilla, F. de Motos tuvo gran interés en adquirirla, acordándose la venta con sus descubridores, sin que ésta llegase a hacerse efectiva. En la primavera de 1917 apareció por Galera un personaje clave en toda esta historia, pero cuyo nombre desconocemos. Cabré y Motos (1920: 15-16) lo denominan en su Memoria "el restaurador belga", por lo que se deduce que éste tenía una relación estrecha con L. Siret. Esta persona adquirió la Dama y diferentes vasos griegos. Poco después la estatuilla pasó a formar parte de la colección conservada en Herrerías. En 1924 el mismo Siret en persona efectuó la entrega de la Dama de Galera al Museo Arqueológico Nacional19 (Leira González, 1985: 26). b)

Elementos formales

La Dama de Galera, como todas las piezas de la estatuaria orientalizante, es una obra de pequeño tamaño. Sus dimensiones son 17,8 cm. de altura, 10,6 cm. de ancho y 12,7 cm. de grosor. Está esculpida en alabastro yesoso –sulfato cálcico-, de color blanco-amarillento y de propiedades traslúcidas. Dicha piedra blanda permite un laboreo fácil y preciso; de este modo, la ductibilidad de la materia prima ha sido fundamental a la hora del trabajo del artista, tanto para el modelado como para el pulimento final. Su estado de conservación general es bueno, aunque muestra algunos desperfectos. La zona con más deterioro es la parte derecha, especialmente los rostros de la misma Dama y de la esfinge que ocupa este lado, al igual que el basamento de la escultura. La parte trasera también presenta algunas erosiones. En cuanto a pérdidas, en la zona del cuenco portado por la Dama faltan las asas. Es prácticamente seguro que el destino original de la Dama no era el servir de ajuar funerario. Probablemente fue imagen de culto durante un período de tiempo más o menos largo. No sabemos si su lugar de veneración fue el vecino Cerro del Real y si su culto fue público o particular. Amortizada la pieza, se enterró en el túmulo nº. 20 de Galera en la segunda mitad del siglo V a.C., atribuyéndole algún tipo de propiedades mágicas por su carácter de imagen divina. Por ello no es de extrañar que medien dos siglos entre la fecha de elaboración de la escultura y su depósito final en la citada tumba20. La Dama de Galera representa a una diosa portando un cuenco y sentada en un trono, flanqueado por dos esfinges (FIG. 206). Un pequeño plinto, con tres molduras salientes sirven de basamento a la figura. La divinidad cubre su cabeza con un tocado similar al nemes egipcio, recogido por la espalda y con sus flecos rematados en sendas borlas. Este tocado está horadado en su parte superior. El hueco se une con una cavidad que ocupa el interior de la cabeza y el cuello, además de la parte superior del tórax, hasta comunicar por momento, al que luego se sumó Juan Cabré, apenas logró evitar el expolio. Las excavaciones oficiales de 1918 sólo pudieron investigar unas pocas tumbas intactas. 19

Nº. de inventario 33.438.

20

El ajuar del túmulo contenía, además de la Dama, cuatro vasos ibéricos pintados de rojo con idéntico número de platos que hacían de tapadera, un kylix, dos anforiscos de pasta vítrea polícroma y una palmeta de bronce correspondiente al asa de un jarro perdido.

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Capítulo 14

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sendos agujeros en los senos. La Dama va vestida con túnica talar sencilla, con el tejido plisado en vertical y decorado en el cuello, mangas y partes central e inferior con una orla de círculos entre dos filetes, simulando un bordado. Los pies van descalzos. La Dama es una figura oronda, marcada especialmente por la esteatopigia visible en su parte posterior, rostro carnoso y grueso cuello. Este canon tan poco usual en el arte orientalizante se debe a las funciones rituales de la estatuilla, ya que la figura debía tener un cierto volumen para facilitar la tarea de vaciado de parte del interior de la misma. Las facciones muestran ojos almendrados, pupila indicada mediante leve perforación, grandes orejas y expresión severa. Elemento significativo de la Dama de Galera es su actitud de sostener un gran cuenco con las manos, al tiempo que lo apoya sobre sus muslos. El cuenco es circular y de fondo cóncavo, disponiendo de asas a ambos lados que se han perdido parcialmente. El borde es biselado y se decora al exterior con tres pequeños filetes salientes. La Dama presenta unos senos de pequeño tamaño, que contrastan con la voluminosidad del resto de la figura, dispuestos justo encima del cuenco. Ambos pechos, como se ha dicho, están horadados y comunicados con la cavidad interior de la estatuilla. Esta particularidad evidencia una costumbre ritual muy extendida en el Próximo Oriente: la Dama de Galera es una diosa manante, protectora de la fecundidad. Su mecanismo era muy simple. Los agujeros de los pechos se taparían con alguna sustancia fácilmente fundible, seguramente cera. Después se vertería por la oquedad de la cabeza algún líquido caliente, con toda probabilidad leche. El calor derretiría la cera en pocos instantes y el líquido del interior sería vertido en el cuenco, que actuaría de receptáculo. Todo un símbolo de la vida y del amamantamiento de la Humanidad por la diosa-madre. El trono de la Dama es sencillo, aunque consigue una impresión general de suntuosidad al adoptar sus brazos la forma de sendas esfinges, según un modelo habitual en el mobiliario sirio-palestino vinculado a la realeza. Se trata de un sencillo taburete sin respaldo, constituido por una tabla de asiento, cuatro patas y travesaño central, dotado de dos series de listones de refuerzo, cuatro en la parte superior y tres en la inferior. Las esfinges constituyen los reposabrazos del trono, principalmente sus alas, en las que se apoyan los codos de la diosa. Ambas son prácticamente gemelas, aunque la situada en la parte derecha se encuentra bastante más estropeada que su compañera. Las esfinges se encuentran echadas, con sus cuatro patas flexionadas hacia adelante. Llevan sobre sus cabezas la doble corona faraónica pšent y el cabello peinado a la moda egipcia. Sobre su pecho ostentan también un collar de tipo egiptizante. El rostro de ambas esfinges tiene idénticos rasgos que el de la Dama, sólo que trabajado en un canon bastante más estilizado. Las alas están apuntadas hacia arriba y presentan dos filas de plumas cada una. En las patas de las esfinges encontramos algunos detalles de su musculatura realizados por sencillas y precisas incisiones rectas y curvas, llenas de convencionalismo artístico. Finalmente, la cola de las esfinges reposa sobre los cuartos traseros del lomo.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS c)

Relaciones estilísticas

Algunos investigadores han relacionado la Dama de Galera con los talleres que decoraban las conchas de tridacnas (Blázquez, 1975b: 188-189). No compartimos esta opinión porque en las tridacnas no aparece ninguna composición similar a la Dama de Galera, sino elementos sueltos que pertenecen al común repertorio iconográfico orientalizante (vid. FIG. 206). Realmente, no conocemos ninguna escultura compuesta de manera similar a la Dama de Galera. Hoy por hoy, la importancia de esta pieza se acentúa porque es un unicum dentro de la estatuaria orientalizante, constituyendo ella misma un tipo iconográfico propio. Los elementos que encontramos en ella sí son abundantes por separado y su estudio individualizado nos facilita la tarea de acercarnos a las coordenadas espaciotemporales de la pieza, aunque no con la precisión que nos gustaría. Una actitud y una concepción muy similar a la Dama de Galera, aunque sin esfinges ni cuenco, la encontramos en una figurilla sedente de marfil procedente de Kamid el-Lod, en el valle libanés de la Beqaa, fechada a fines del segundo milenio (Barnett, 1982: 30, lám. 23,a). Posiblemente, la pieza representa una divinidad, concebida de una manera muy sencilla y un tanto ingenua. El taburete que le sirve de asiento es bastante parecido al que se observa en la parte posterior de la Dama. También existen puntos de contacto en el tratamiento del rostro, aunque con la figura libanesa muestra rasgos más exagerados y una incipiente sonrisa. El rostro de la diosa es lo más parecido al arte de las tridacnas que encontramos en la Dama de Galera. Su facciones carnosas se asemejan a las de algunas caras femeninas grabadas en la charnela de este tipo de conchas, como vemos en lugares como Nimrud (Riis, 1950: 115, lám. 17, nº. 2), Lindos (Boardman, 1986: fig. 18) y Vulci (Schlüter, 1990), todas del siglo VII. Piezas con rasgos muy similares son diferentes cabezas de pequeño tamaño. Algunas son de alabastro, como en Delfos y Nimrud (Riis, 1950: 115). Otras son de marfil, posiblemente de un taller del norte de Siria, como las halladas en Nimrud (Frankfort, 1982: lám. 365) y en Nínive (Barnett, 1982: 44, lám. 43, d). Una pieza que nos recuerda a la Dama de Galera por la concepción de algunos de sus elementos es un marfil también de taller norsirio hallado en Nimrud. El objeto en cuestión es un utensilio para guardar cosméticos. Está bellamente decorado con dos leones que tienen sus fauces abiertas sobre un cuenco adornado con sendas esfinges a ambos lados; las cabezas de éstas aparecen a modo de prótomo, mientras que su cuerpo está representado en relieve debajo del receptáculo (Barnett, 1982: 44, fig. 18).

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FIG. 206. La Dama de Galera y algunos paralelos.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Finalmente, el trono flanqueado por esfinges es un elemento conocido en Siria-Palestina desde mediados del segundo milenio (Gubel, 1987: 37-80). Parece que los reyes cananeos fueron los primeros en ocupar este tipo de solios21. La representación más antigua de este tipo de tronos con esfinges aparece en el sarcófago del rey Ahiram de Biblos, fechado en los siglos XIII-XII (Porada, 1973). De una fecha quizá ligeramente posterior, encontramos un trono como el anterior en una conocida placa de marfil de Megiddo, donde aparece una escena de triunfo en la que se le presenta a un monarca los prisioneros vencidos (Loud, 1939: nº. 2). Para los siglos VII-VI a.C. los ejemplos conocidos de trono con esfinges proceden de Occidente, siendo los más antiguos la propia Dama de Galera y la escultura de Pizzo Cannita, en Sicilia. Esta pieza es otra divinidad sedente, de mayor tamaño que la de Galera -80 cm. de alto- y esculpida en calcarenita, pero de un arte mucho más local (Moscati, 1988: 287). Las esfinges con nemes, doble corona egipcia, musculatura señalada y posición recostada corresponde a una derivación fenicia un modelo egipcio poco usual que conocemos a partir de la XIX dinastía, que cristaliza en los inicios del primer milenio (Scandone, 1995: 534-535). d) La Dama de Galera, una importación oriental Las conexiones de la Dama de Galera con los principales centros artísticos orientalizantes son evidentes. Algunos autores han planteado para la estatuilla un origen en un artesano chipriota que vivía en Siria o Egipto (Blázquez, 1975b: 192) o bien una procedencia egipcia (Corzo, 1991: 19). La idea de Blázquez no es nueva, ya que parte de lo expuesto por Riis (1950: 121). Se apoya en el argumento de las tridacnas, que no ofrece ninguna garantía por lo habitual de sus motivos. La hipótesis del origen egipcio no resulta convincente, ya que la Dama se aleja bastante de los cánones del arte faraónico. Claro está que una posibilidad no descartable es que hubiera sido hecha por un artesano fenicio o sirio -o incluso, chipriota- en Egipto. Sin embargo, la propia materia prima de la obra vuelve a ser un problema para una facturación de origen egipcio. En el valle del Nilo, los talleres que trabajaban el alabastro abandonaron la utilización del sulfato cálcico a fines del Imperio Antiguo, prefiriendo a partir de entonces la calcita –alabastro calcareo-. A este cambio contribuyó sin duda la escasez de canteras de alabastro yesoso en Egipto, aunque existían algunas en la zona del Fayum y área de los lagos Amargos, que fueron explotadas únicamente en tiempos de las primeras dinastías (Casanova, 1991: 59). Por nuestra parte pensamos que la concepción de la figura, el material y el tratamiento de vestimenta, facciones y rasgos anatómicos de las esfinges y de la propia diosa vincula la pieza con los talleres artísticos activos en las ciudades de Fenicia o del norte de Siria durante los siglos IX-VII, horquilla 21

La esfinge estaba ligada a la simbología de la monarquía fenicia. Por Ezequiel (28, 11-16) sabemos que el rey de Tiro se colocaba bajo su protección.

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

cronológica que le puede ser atribuida. A nivel de hipótesis, la escasez de obras similares a la Dama de Galera bien podría responder a una coyuntura muy determinada: la utilización del alabastro yesoso para realizar los programas decorativos de los grandes palacios neoasirios, material que cayó luego en desuso. Es ahora cuando se explotan las canteras de este material que abundan en el tramo sirio del Éufrates, especialmente entre Raqqa y Dayr alZawr (Besançon y Sanlaville, 1981: 11-13, mapas 1-2). No sería extraño que los artesanos dedicados a estos menesteres o bien los que habían quedado en sus ciudades de origen fabricasen pequeñas obras con un material que fue abundante durante un periodo relativamente corto, imitando las pequeñas piezas de eboraria. Esta circunstancia es un claro indicio a favor de un origen oriental para la Dama de Galera, ya sirio o ya fenicio. No obstante, hasta que no dispongamos de un estudio petrológico de la Dama de Galera no podremos saber a ciencia cierta el origen de la materia prima. Por tanto, la llegada a la Península de la estatuilla debe ser atribuida a los fenicios, posiblemente durante el periodo arcaico. Ahora bien, cuestión no menos importante es saber cómo y cuándo la estatuilla llegó hasta Galera, sobre lo que nada podemos decir. 6.

LOS VALLES DE LA HOYA DE BAZA

Prescindiendo del Cerro del Real y su entorno más inmediato, nuestro conocimiento arqueográfico de la hoya de Baza durante los siglos del Hierro Antiguo resulta bastante escaso. Diversas prospecciones de los últimos años han aportado algunos datos, todavía bastante parcos. Por lo que sabemos, parece existir un patrón de asentamiento desarrollado en función de la red fluvial tributaria del Guadiana Menor. Ya hemos visto el modelo propuesto para el río Galera, que pensamos se repite en los principales cursos de agua, tal y como indican los escasos indicios existentes a lo largo de los ríos Castril, Cúllar y Baza. Se aprovechan así las posibilidades agrícolas de las pequeñas vegas, combinándolas con un cierto dominio territorial desde los escarpes que delimitan los respectivos barrancos fluviales. En contraste, las extensiones de altiplanicie que separan los valles son espacios vacíos. a)

Río Castril

Entre 1989 y 1991 el río Castril fue prospectado de manera sistemática dentro del Proyecto Estudio del Poblamiento de la Prehistoria Reciente de la Depresión Huéscar-Baza. Resultado de esos trabajos ha sido la aportación de algunos asentamientos del Bronce Final-Hierro Antiguo (Fresneda et alii, 1992b; Soler Cervantes, 1995). Aunque estos lugares sólo se conocen a nivel de superficie, resultan de gran interés para trazar una primera aproximación a la dinámica demográfica de este valle. Los asentamientos conocidos son siempre de pequeño tamaño, a excepción de Las Cucharetas, situado en el tramo inferior del valle. Tienen siempre un emplazamiento en el fondo del barranco del río Castril, pero nunca se ubican en la misma vega, sino que se sitúan a cierta altura en las laderas. 423

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS En contraste con una mayor densidad ocupación del territorio durante el Cobre y el Bronce Antiguo-Pleno, observamos como todos los pequeños poblados fechados dichos periodos -siete en total- se abandonan con posterioridad (Fresneda et alii, 1992b: 115-116, fig. 1). Por tanto, como vemos en Galera, parece que en el río Castril también hay una crisis demográfica en la fase subargárica, que sólo da síntomas de recuperación en el Bronce Final, aunque de manera bastante tímida. El CORTIJO DE FLORA es el único asentamiento localizado que puede fecharse en un horizonte de los siglos XI-VIII. Ocupa un pequeño espolón sobre la orilla izquierda del río. Aquí se pudo observar un nivel de habitación, con estructuras murarias, cenizas, cerámica a mano y un molino. Durante el VII continúa la misma tónica que en momentos anteriores, con algún pequeño asentamiento unifásico, caso del CORTIJO DE LA CALERA, situado también en la margen izquierda. En vista de la ubicación y escasa entidad de estos lugares, su cometido debió estar centrado en tareas agro-pecuarias. Nada indica que estos dos enclaves se integrasen en una red jerárquica de ocupación del territorio. Por tanto, pensamos que en los momentos previos a c. 600 a.C. el valle del río Castril está habitado únicamente por una serie de grupos pequeños, autosuficientes y prácticamente autónomos (vid. FIG. 176). No será el siglo VI, ya en momentos del Hierro Antiguo III y enlazando con la época ibérica, cuando se produzca una auténtica colonización del valle del río Castril, con lo que debió ponerse en marcha un proceso de articulación espacial (vid. FIG. 177). El núcleo principal a partir de este momento y hasta la época romana parece ser LAS CUCHARETAS22 (Fresneda et alii, 1992b: 116; Soler Cervantes, 1995: 137), no sólo por su tamaño sino también por su ubicación y sus mejores condiciones defensivas. Ocupa un altozano en la margen derecha del río Castril, a sólo 2 km. aguas arriba de su confluencia con el Guadiana Menor, dentro del término municipal de Cortes de Baza. Vemos aquí una situación bastante similar a la del Cerro del Real, ya que Las Cucharetas controla al mismo tiempo las vegas de ambos ríos, constituyendo además la del Guadiana Menor una importante ruta natural de comunicación. Dada la especial topografía del valle del río Castril, el tramo bajo del mismo resulta el punto más óptimo para controlar este ámbito geográfico, ya que la cabecera del mismo es un fondo de saco completamente cerrado por la línea de cumbres de la sierra de Segura. Realmente es muy poco lo que conocemos de este asentamiento para el periodo que nos ocupa, salvo la aparición en superficie de algunas cerámicas polícromas que podrían fecharse en el siglo VI. En el Museo Histórico de Baza se conservan una serie de materiales claramente relacionados con un enterramiento del Hierro Antiguo II, que 22

También denominado Llano del Tablón.

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

parecen proceder de los alrededores de CORTES DE BAZA23. El lote, en muy buen estado de conservación, consiste en dos vasos a mano con carena media, fondo plano y paredes muy abiertas, además de una fíbula de doble resorte. Estos recipientes son bastante similares a los aparecidos en el nivel más antiguo de la cercana necrópolis de Los Castellones de Céal (vid. infra), por lo que pensamos que deben tener una cronología similar, centrada en el siglo VIIinicios del VI. Por tanto, esta hipotética necrópolis de Cortes de Baza correspondería también al momento de intensificación demográfica de la vega del Castril. Tampoco debemos olvidar la escasa distancia -poco más de 2 km.que separan Cortes de Baza del poblado de Las Cucharetas, en la margen opuesta del río. A nivel de hipótesis, pensamos que las necesidades de superficie cultivable a partir del siglo VI y durante la época ibérica van llevan a ocupar no sólo el espacio de la vega del Castril, sino también algunas zonas de cárcavas de sus arroyos tributarios. Indicios de este proceso no faltan. Así, en el sector más alto del valle, de un potencial agrícola mucho menor que el área cercana al Guadiana Menor, encontramos nuevos asentamientos como el CORTIJO DE LOS MALLORQUINES. Mientras, en el barranco de Valdiyedra, una zona bastante abrupta, aparece otro enclave en BANCALES DE BAJALISTA. Finalmente, en la cabecera del arroyo del Trillo se encuentra el CORTIJO DE FUENTES NUEVAS (Soler García, 1995: 140). Es un lugar bastante alejado del eje del río Castril y situado a 1.040 m. de altitud, aunque se trata de una zona con buenas disponibilidades hídricas gracias a una serie de manantiales kársticos. b)

El río Cúllar

En EL JAUFÍ, junto a Cúllar-Baza, se han localizado en prospección algunas cerámicas a mano que corresponderían a un Bronce Final poco definido. Este lugar es un espolón amesetado proyectado sobre la margen izquierda del río Cúllar (FIG. 207) y muestra huellas de ocupación en el Cobre, Bronce Antiguo-Pleno, Ibérico Pleno y época romana (Moreno Onorato, Ramos Millán y Martínez García, 1987: 21). La ocupación de este lugar a lo largo de diferentes fases culturales debe explicarse por sus facilidades defensivas y las posibilidades agrícolas de la vega del río Cúllar. A ello habría que añadir su condición de lugar de paso obligado en la ruta más corta que comunica los principales núcleos de demográficos de la hoya de Baza: los valles de los ríos Baza y Galera. El río Baza. El problema de los orígenes de Basti

c)

El flanco meridional de la hoya de Baza aparece delimitado por el arco montañoso constituido por la sierra homónima. Aquí nace el río Baza, afluente del Guadiana Menor, que en su zona alta recibe el nombre de Gallego. Este curso fluvial tiene un caudal más abundante que otros tributarios de la cuenca y 23

Comunicación personal de D. Lorenzo Sánchez Quirante, Director del citado Museo.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS discurre por una amplia llanura desarrollada especialmente en su margen izquierda. Estas circunstancias permiten al entorno de Baza un aprovechamiento agropecuario más intenso que las zonas circundantes, además de una buena comunicación hacia la costa mediterránea a través del alto Almanzora y hacia el Guadalquivir por el cercano pasillo de Pozo Alcón.

FIG. 207. Panorama de El Jaufí sobre la vega del río Cúllar. La localización del asentamiento de Basti en la zona central de esta planicie no es casual. Está indicando claramente los propósitos de captar los recursos del territorio y de articular una jerarquización de este espacio. El importante poblamiento que documenta en la zona a partir del siglo V a.C. está necesitado de una explicación sobre su origen, ya que no parece asumible que el pujante desarrollo de época ibérica no parta de unas bases firmes asentadas en momentos anteriores. Realmente, si prescindimos de la "arqueología del objeto", Basti sigue siendo una gran desconocida. Incluso hasta hace poco tiempo se discutía hasta la misma ubicación concreta del asentamiento (Aguayo y Salvatierra, 1987: 235). Hasta hoy, todos los trabajos de prospección realizados en la zona de Baza-Caniles coinciden en señalar que existe una gran crisis demográfica tras el colapso del mundo argárico. El valle de Valcabra es un buen ejemplo de esta situación. Esta rambla es tributaria del río Baza por su margen derecha y une el 426

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

corazón de la sierra con la altiplanicie. Durante el Bronce Antiguo y Pleno el número total de asentamientos asciende a catorce, que muestran una evidente orientación agrícola y minera, beneficiando los diversos cotos cupríferos existentes en el macizo de Baza. En contraste con este panorama, no se localiza ni un sólo enclave fechado en el primer milenio a.C., volviendo a existir cierto poblamiento en época romana y andalusí (Sánchez Quirante y Fernández Sanjuán, 1990: 49-50, fig. 1). Por tanto, parece que nos encontramos ante una fase de cierta atonía entre los siglos XIII y V a.C., pero tampoco faltan materiales que, aunque escasos, indican la presencia de grupos humanos en este territorio durante el Bronce Final-Hierro Antiguo. Dentro de este grupo de hallazgos (FIG. 208, a-b) habría que señalar en primer lugar las dos hachas de bronce, conocidas desde el siglo XIX24, procedentes de los alrededores de BAZA y CANILES. Una se conserva en el Museo Arqueológico Nacional25 (Siret, 1893: fig. 290; 1913: fig. 125, 1; Molina González, 1977: 427), mientras que otra se encuentra en paradero desconocido (Góngora, 1868: 110, fig. 138; Siret, 1913: fig. 125, 2). Ambas son del tipo de talón y dos anillas. La cronología de estas hachas, dada su carencia de contexto, debe ser necesariamente amplia. F. Molina González las sitúa en su Bronce Final I -entre 1100 y 850- (1978: 216); pero dada la larga pervivencia pensamos que puede admitirse una data que llegue hasta el siglo VIII. Por su parte, M. Almagro Gorbea cita la existencia en Baza de un depósito de bronces formado por dieciocho de hachas de talón, hallazgo hoy perdido que presenta paralelos en la zona aquitana de Ariège, lo que testimoniaría un origen atlántico (1986: 414 y 416). Otra pieza aislada es un soporte de carrete a mano procedente del CERRO DE LAS ÁNIMAS (Molina González, 1977: 411-412; Gasull, 1982: 77 y 91, nº. 48) (FIG. 208, c). Este lugar se emplaza en la margen izquierda del río Gallego, frente a la localidad de Caniles. Se trata de un espolón amesetado que domina la vega del citado curso fluvial. Las noticias que poseemos indican que en este lugar existe una fase argárica, a la que se superpone otra del Bronce Final, cuyo testimonio más destacado es el soporte antes señalado. La situación geográfica del lugar resulta bastante óptima, ya que ocupa el punto en que el río abandona ámbito serrano para abrir su vega. Sin embargo, no creemos que el Cerro de las Ánimas fuese el núcleo vertebrador de esta zona durante el Bronce Final, dado su pequeño tamaño y a la existencia de lugares con una primacia estratégica mucho más destacada, tales como la inmediata meseta sobre la que se asienta actualmente el pueblo de Caniles. 24

Del grupo de hallazgos metálicos del Bronce Final-Hierro Antiguo en la Hoya de Baza hay que descolgar definitivamente el depósito de Mazarra, en Cúllar-Baza, formado por cuatro hachas de bronce. Almagro Basch (1967: E.18) fechó estas piezas en los siglos VIII-VII a.C. Por su parte, F. Molina González (1977: 447-448) rechaza esa datación para el depósito granadino y señala su filiación argárica. 25

Nº. de inventario 10.115.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los hallazgos citados resultan un precedente bastante modesto para encuadrar la evolución de Basti. En este sentido, queremos traer aquí a colación la opinión expresada por M. Pastor, J. Carrasco y J.A. Pachón (1992: 123), quienes basándose en un pasaje de Estrabón (III, 2, 1) sostienen que los bastetanos procedían del litoral gaditano, extendiéndose luego hacia el este. En este supuesto, Basti sería una ciudad conquistada a los habitantes anteriores mastienos, que los recién llegados denominaron con su etnónimo. Esta idea nos parece excesivamente aventurada por carecer de cualquier apoyo material. Todavía hoy seguimos sin conocer una primera secuencia completa de Basti, que sería esencial de cara a las fases antiguas. Caso de que la primera ocupación de Cerro Cepero-Cerro Largo se datase definitivamente en el siglo V, cosa probada a tenor del material de superficie, sería necesario plantear una serie de hipótesis respecto a por qué una comunidad humana ciertamente numerosa y con un sistema social muy estratificado se instala en este lugar a partir de un momento concreto. En este caso, tendríamos que determinar si estamos ante un traslado desde otro lugar no localizado, un sinecismo de diferentes núcleos más pequeños dispersos por la llanura del río Baza o cualquier otro proceso de creación de un asentamiento humano de entidad. En cambio, si en Basti tuviéramos un enclave enraizado en la tradición anterior, pienso que su evolución no sería muy diferente de lo que hemos visto en el Cerro del Real.

FIG. 208. Hallazgos del Bronce Final en el área del río Baza. a) Hacha de Baza (según Siret, 1913) b) Hacha de Caniles (según Góngora, 1868) c) Soporte del Cerro de las Ánimas (según Gasull, 1982) 428

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Capítulo 14 7.

La altiplanicie de Guadix-Baza

LA VÍA HACIA EL GUADALQUIVIR: EL PASILLO DE POZO ALCÓN

El Guadiana Menor desciende desde la altiplanicie de Guadix-Baza hacia la depresión del Guadalquivir a través del denominado pasillo de Pozo Alcón. Dispuesto en sentido sureste-noroeste, se trata de un estrecho corredor de unos 30 km. de longitud, pero no mayor de 10 km. de anchura, que se abre en el flanco meridional del macizo de Cazorla-Segura. Aunque esta zona pertenece administrativamente a la provincia de Jaén, es una continuación natural de la hoya de Baza. Sus características físicas y climáticas, los usos del suelo y la distribución de los asentamientos configuran un paisaje más similar a las vecinas comarcas granadinas que a las tierras jiennenses situadas más al norte, ya pertenecientes al dominio de la campiña bética. El Guadiana Menor se ha encajonado profundamente en este tramo, creando un valle muy angosto entre laderas de bad-lands. a)

El depósito de Arroyo Molinos

Esta aldea se encuentra en la margen derecha del río Turrillas, dentro del término municipal de Hinojares (FIG. 209). Aquí, apareció en una fecha sin determinar uno de los principales depósitos de bronces del mediodía peninsular, que fue estudiado en su momento por L. Siret (1913: 358, fig. 131, nº. 1-3). El hallazgo terminó integrándose en la colección Gómez-Moreno, lo que facilitó su posterior paso al Museo Arqueológico de Granada, aunque sólo en parte26. El conjunto ha sido abordado por diferentes investigadores desde una perspectiva más moderna (Molina González, 1977: 490-491; Monteagudo, 1977: nº. 1144; Coffyn, 1985: 385 y 389, fig. 16; Almagro-Gorbea, 1986: 416). El conjunto de Arroyo Molinos consta de dos hachas de aletas envolventes, un hacha de anilla lateral única y dos brazaletes de extremos abiertos decorados con incisiones que configuran motivos geométricos muy sencillos (FIG. 210). Piezas similares a estas pulseras las encontramos en el sepulcro Domingo 1 de Fonelas. La cronología del depósito es complicada debido a la inexistencia de contexto arqueológico, pero todo indica que estamos ante un conjunto datado en un momento antiguo del Bronce Final. F. Molina González lo sitúa en la transición entre sus fases I y II del Bronce Final, aunque no descarta una posible fecha del siglo XI (1978: 216). Fecha aún más alta -siglo XII- defiende M. Almagro-Gorbea (1986: 416). Basándose en el depósito de Arroyo Molinos, este mismo autor ha señalado que los brazaletes de bordes abiertos tan frecuentes en los enterramientos del Bronce Final del Sureste fueron introducidos en estos momentos como producto de los influjos procedentes del área atlántica. El interés que tiene el hallazgo de Arroyo Molinos es su aparición en la ruta que lleva desde el valle del Guadalquivir hacia las tierras altas de Baza. Por tanto, una vez más nos encontramos con que estos depósitos de metal del Bronce Final aparecen en lugares de paso y en rutas de comunicación destacadas. 26

Nº. de inv. 4.810-4.811.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 209. Hallazgos del Bronce Final-Hierro Antiguo en el Pasillo de Pozo Alcón.

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

FIG. 210. Depósito de bronces de Arroyo Molinos (tomado de Coffyn, 1985). 431

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS b)

La fase I de los Castellones de Céal

El cerro de los Castellones de Céal27 se encuentra en la confluencia de los ríos Guadiana Menor y Turrillas. Aunque el lugar pertenece al término de Hinojares, se vincula por su proximidad a la pedanía de Céal, dependiente del municipio de Huesa28 (vid. FIG. 209). La topografía del enclave aparece configurada por el entalle de los dos ríos que lo circundan, que han excavado sendos barrancos. La parte más elevada de Los Castellones es una aguja caliza que alcanza 619 m.s.n.m. situada en la zona más oriental, en cuya base aparece una zona aterrazada de 1,2 has. de superficie. Aquí se asentó el poblado ibérico y muy posiblemente un asentamiento del Hierro Antiguo, del que se conocen escasos vestigios. Más abajo, en dirección oeste, encontramos una amplia meseta, que parece no fue ocupada por estructuras, habiéndose planteado la hipótesis de que se emplease como recinto para el ganado (Chapa et alii, 1998: 8). La necrópolis se sitúa en la cota más baja del conjunto, ocupando la zona inmediata al borde del barranco septentrional que mira al río Turrillas. El descubrimiento de Los Castellones de Céal como enclave arqueológico tuvo lugar a principios de los años 50, al construirse la actual carretera que atraviesa el enclave. Las excavaciones fueron acometidas en aquel entonces por C. Fernández-Chicarro y A. Blanco, realizándose entre 1955 y 1960 seis campañas en la necrópolis29. Correspondiente al Hierro Antiguo fueron excavadas en 1959 una serie de sepulturas de incineración (Blanco, 1960: 2729; Molina González, 1978: 178-180; Chapa et alii, 1998: 77-81). Antes de plantear la cuestión de los enterramientos de esta etapa, es necesario hacer algunas precisiones respecto al posible asentamiento al que corresponden. Pensamos que este lugar no puede ser otro que el mismo Cerro de los Castellones, en lo que estamos de acuerdo con M. Sánchez Ruiz. Este autor incluyó en su memoria de licenciatura algunos fragmentos cerámicos a mano recogidos en superficie, que pueden datarse en el Bronce Final-Hierro Antiguo (Sánchez Ruiz, 1984: 127-128, lám. 11-13). Centrándonos ya en la necrópolis, el primer estrato de utilización de la misma se encuentra a 4,25 m. de profundidad respecto al suelo actual, lo que indica el fuerte grado de erosión y el volumen de aportes provenientes de las 27

Utilizamos aquí el topónimo Céal con tilde, de acuerdo con las observaciones de M.T. Chapa et alii (1998: 5, nt. 1). 28

Las coordenadas U.T.M. de Los Castellones de Céal son 495.350-4.175.800 según la hoja 949 (Pozo Alcón) del Mapa Topográfico Nacional, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995. 29

En 1984 se inició el Proyecto General de Investigación El poblamiento ibérico del Guadiana Menor (Jaén), cuyo objetivos era ofrece una visión más integral de este amplio territorio (Chapa, Pereira y Madrigal, 1993). Se han efectuado nuevas excavaciones en la necrópolis de Los Castellones entre 1985 y 1991, extendiéndose ahora al poblado. Sin embargo, para el periodo que nos ocupa estos trabajos no han aportado resultados.

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

partes altas del cerro. Las tumbas asignables a la etapa más antigua son las nº. XXXII, XXXV, XXXVII y XXXIX, aunque esta última parece claro que corresponde a una fase algo posterior a las demás (FIG. 211). Estos sepulcros consistían en fosas de poco más de 1 m. de largo30, en el interior de las cuales se colocaban las piras funerarias. Algunas de las sepulturas presentaban sus paredes cubiertas de adobes. En dos casos el combustible se situó sobre un lecho de piedras -tumbas nº. XXXV y XXXVII- mientras que en otros dos la situación se invierte, apareciendo el empedrado sobre el enterramiento -nº. XXXII y XXXIX-. La orientación de las tumbas se dispone siempre en sentido este-oeste, lo cual pensamos no tiene ninguna implicación de carácter ritual, sino que se trata de una adaptación a la ladera del cerro, de manera que las fosas se cavaron siguiendo la curva de nivel. En tres tumbas -nº. XXXII, XXXV y XXXVII- se depositó un vaso carenado en cada una, utilizado como contenedor de las cenizas, acompañado por algunos escasos elementos de ajuar, bien dentro o fuera del recipiente. La tumba nº. XXXII contenía una fíbula de doble resorte del tipo IA1a de Ruiz Delgado (1986:, 496), nueve cuentas de collar de pasta vítrea y una taba, además aparecieron algunos fragmentos cerámicos a mano de otro vaso carenado muy perdido y diferentes piezas a torno amorfas. La sepultura nº. XXXV sólo contenía una fíbula de doble resorte IA1a. Finalmente, en la nº. XXXVII se documentaron dos fíbulas de doble resorte del tipo IA2a -con placa en el puente- de Ruiz Delgado (1986: 497). En la sepultura XXXIX se encontró una urna globular, de cuello estrecho con dos asas, bastante similar a la variante 1-A-I de J. Pereira (1988: 837-840), además de dos anillos de bronce. Estos elementos indican claramente que las tumbas XXXII, XXXV y XXXVII son un conjunto homogéneo, mientras que la XXXIX resulta diferente. En su momento, Blanco (1960: 27) atribuyó a este primer nivel de Castellones de Céal una datación entre los años 600 y 425 a.C. con ciertas reservas. F. Molina González (1978: 179-180) se inclinó por una datación del siglo VII para las tumbas que contenían vasos carenados a mano, ya que considera estas producciones como propias de su Bronce Final III. A mediados de los 90 se sugirió una datación del siglo VIII para este primer nivel de enterramientos de Castellones de Céal, fundamentándose en la existencia de fíbulas de doble resorte anteriores al año 700 en la vega de Granada y el valle del Guadalentín (Adroher, López y Barturen: 1996, 26). Últimamente, T. Chapa y su equipo -en especial J. Pereira- se han pronunciado por retomar la cronología ofrecida por Blanco, señalando una fecha de la primera mitad del siglo VI para estos vasos carenados (Chapa et alii, 1998: 173).

30

Sólo en dos casos se conocen las dimensiones exactas: la sepultura nº. XXXII mide 1,20 m. por 1 m. y la nº. XXXIX alcanza 1,20 m. por 0,70 m.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Por nuestra parte, pensamos que en Los Castellones de Céal se pueden distinguir claramente dos fases anteriores al Ibérico Pleno, con un hiatus entre ambas. La primera etapa estaría representada por las tumbas XXXII, XXXV y XXXVII, para las que proponemos una datación de la segunda mitad del siglo VII o principios del VI. Realmente carecemos de argumentos para decantarnos por una data u otra con total seguridad, a juzgar por el material hallado. Los vasos carenados aparecidos pertenecen a un perfil claramente evolucionado, donde el umbo se ha transformado en un fondo plano31. Así los encontramos hechos a torno y con decoración polícroma en el Cerro de los Infantes en niveles del siglo VII (Mendoza et alii, 1981: fig. 15, j-k); igualmente aparece otra pieza de este tipo en la tumba 6 de Frigiliana, realizada también a torno, con una cronología global del siglo VI para esta necrópolis malagueña (Arribas y Wilkins, 1969: fig. 13). La elaboración a mano de estas piezas bien pudiera ser un indicio de datación alta, pero dada la larga perduración de esta técnica durante el Hierro Antiguo y más en el territorio que nos ocupa, no parece prudente subir mucho la cronología.

FIG. 211. Necrópolis de Castellones de Céal: materiales de la fase I. 31

En la cerámica gris a torno esta forma sería la nº. 15 de A. Caro (1989, 128-130) fechándose en los siglos VII-VI, por lo que nada aporta a la discusión.

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Capítulo 14

La altiplanicie de Guadix-Baza

Tras una fase de inactividad, se produjo el depósito de la sepultura XXXIX en la segunda mitad del siglo VI. La urna tipo I-A-1 que apareció en ella encuentra claros paralelos en otras necrópolis próximas entre los años 550-500: Toya y Puente del Obispo (Chapa et alii, 1998: 81). Por tanto, este segundo momento lo consideramos situado dentro del Ibérico Antiguo. Después la necrópolis dejó de utilizarse, sin duda a causa del abandono del poblado situado en el mismo cerro. Sobre estas tumbas aparece un estrato de colmatación de más de 1 m. de potencia, indicando un claro abandono. Esto explica que, cuando se reinician los enterramientos en el periodo Ibérico Pleno, las remociones no afectasen al nivel arqueológico subyacente. No obstante, pese a lo dicho, pensamos que el olvido de la necrópolis no fue total. A nivel de hipótesis, sorprende la insistencia en volver a utilizar como necrópolis el mismo lugar, siendo el cerro bastante amplio. Pensamos que se debe a que este espacio no perdió su carácter sacro durante el tiempo en que estuvo en desuso. En este fenómeno debió jugar un papel importante la tumba XXXIX, que bien pudo servir para fijar el lugar entre los momentos finales del Hierro Antiguo y comienzo del Ibérico Pleno, en el tránsito entre dos o tres generaciones.

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15 LA VEGA DE GRANADA Y SUS PIEDEMONTES La unidad física conocida como depresión de Granada es una amplia cubeta perfectamente delimitada por alineaciones montañosas y jerarquizada hidrográficamente en torno al Genil. Es un territorio especialmente apto para la actividad agropecuaria, debido a su clima, abundancia de agua y tierra fértil, lo que explica la importante presencia humana que siempre ha sustentado. Igualmente, su posición intermedia en la ruta entre el bajo Guadalquivir y el Levante peninsular, así como los pasos que se abren hacia la costa mediterránea -Zafarraya, Frigiliana y Suspiro del Moro-, explican que siempre haya jugado un papel histórico destacado. Pese a su indiscutible unidad, la depresión granadina engloba áreas muy diversas desde un punto de vista geomorfológico y con diferentes posibilidades económicas. Lo que hoy conocemos como vega de Granada es el espacio longitudinal que bordea el río Genil; al norte y al sur de ésta aparecen las áreas de piedemonte, la tierra de Alhama y la comarca de Los Montes (FIG. 212) Desde el punto de vista demográfico, los enclaves más importantes de asentamiento humano en la Protohistoria fueron los altozanos que flanqueaban la planicie del Genil, en parte pantanosa, pero que permite un intenso aprovechamiento agrícola. Aquí, ocupando los lugares más estratégicos encontramos los grandes asentamientos de la depresión de Granada: Cerro de la Mora, Cerro de la Encina, Cerro de los Infantes y Colina del Albaicín. Dispersas por la llanura aparecen algunas aldeas agrícolas del Hierro Antiguo. Esta última categoría de asentamientos aún se conocen muy mal en la vega, pero debieron existir bastantes. En las áreas de piedemonte el clima se hace más extremado y los suelos más pobres, dificultando la actividad agrícola. Los escasos asentamientos conocidos en estas zonas tienen una vinculación a las rutas que conducen al exterior de la depresión, que remontan los diversos afluentes del Genil: Cacín y Cubillas. Las numerosas excavaciones y prospecciones que se han efectuado en la depresión de Granada convierte a ésta en uno de los focos privilegiados del mediodía peninsular para el estudio del Bronce Final,l Hierro Antiguo y orígenes del mundo ibérico. Pero, paradójicamente, el afán por llegar a la iberización se ha convertido en uno de los problemas metodológicos que planean sobre la investigación de la zona. Los siglos VIII-VI se han entendido como un proceso de transición -Preibérico/Protoibérico- en la terminología propia de los investigadores de la "escuela granadina"- no como una fase cultural con personalidad propia. Esta concepción es la causa que, ante todo, tengamos mayoritariamente secuencias estratigráficas y que la excavación en extensión se reduzca a unos pocos m2. en yacimientos como Cerro de los Infantes y Cerro de la Mora. Pero aún así la información empírica es de primera mano. 437

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FIG. 212. El medio físico de la depresión de Granada.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 213. La depresión de Granada en el Bronce Final.

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FIG. 214. Poblamiento del Hierro Antiguo en la depresión de Granada.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

La distribución de la población en la depresión de Granada durante el Bronce Final muestra una continuidad espacial respecto a la fase argárica en lo que atañe a los principales poblados. Lugares situados en altura como Cerro de la Mora, Cerro de los Infantes y Cerro de la Encina albergan importantes niveles del Bronce Antiguo y Pleno, que enlazan sin solución de continuidad con el Bronce Tardío y Final. Desde luego, las estrategias de control del territorio durante los momentos centrales del segundo milenio se centran en el acceso a los recursos cupríferos de Sierra Nevada -Cerro de la Encina- y en las posibilidades agrícolas de las riberas del Genil -Cerro de los Infantes y Cerro de la Mora- (FIG. 213). Estas premisas no variaron en los momentos que siguieron al colapso argárico. En cambio, sí observamos una verdadera reorganización espacial a partir de los siglos IX-VIII a.C., en función de nuevos factores, del control de determinadas vías de comunicación esenciales. Esto explica que ciertos lugares de carácter estratégico, como el Cerro de la Alcazaba de Loja, la Mesa de Fornes o el Albaicín, se ocupen en estos momentos, cuando en los periodos habían tenido interés alguno (FIG. 214). 1.

CERRO DE LA ENCINA

Por diversos motivos, el Cerro de la Encina de Monachil constituye uno de los lugares más emblemáticos de la arqueología de la provincia de Granada. Su proximidad a la capital motivó que fuese uno de los primeros enclaves de Andalucía en ser excavado con una metodología moderna, convirtiéndose en punto de referencia obligada para todas las intervenciones que documentaron niveles del Bronce en la Península a lo largo de los años 70 y 80. El Cerro de la Encina es una elevación oblonga de 887 m.s.n.m. que forma parte de las estribaciones occidentales de Sierra Nevada. El lugar se encuentra en la margen derecha del río Monachil, a 2 km. aguas abajo de la localidad homónima, a cuyo término municipal pertenece1. El contexto geográfico es un estrecho valle, abierto al llano aluvial del Genil. Esta ubicación le permite compaginar los recursos agropecuarios de la vega y mineros de la sierra (FIG. 215). La investigación sistemática del Cerro de la Encina se inicia en 1968, cuando se efectúa la primera campaña dirigida por A. Arribas, al frente de un amplio equipo. Confirmada en ese año la buena conservación del asentamiento de la meseta superior, se suceden nuevos trabajos entre 1969 y 1972, en ocasiones con dos campañas anuales. Los resultados obtenidos fueron realmente trascendentes para la Prehistoria Reciente de Andalucía oriental, aunque no se han correspondido con la escasa publicación de los mismos. De los dieciocho cortes efectuados en el yacimiento, sólo contamos con la memoria completa de uno de ellos, en concreto el nº. 3 (Arribas et alii, 1974), a lo que

1

Sus coordenadas U.T.M. son 451.500-4.110.500, según la hoja 1.026 (Padul) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1ª ed., 1995.

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FIG. 215. Enclaves del Bronce Final-Hierro Antiguo en el casco urbano de Granada y sus alrededores. 442

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

hay que añadir una serie de informaciones parciales dispersas en diferentes trabajos (Friesch, 1987; Molina González, 1978: 164-167; 1983: 101-106). a)

La secuencia

La estratigrafía del Cerro de la Encina se inicia en el Bronce Antiguo -fase I-, que da paso hacia el año 1600 a.C. a una etapa del Bronce Pleno argárico – fase IIa-. En estos momentos se levantó un imponente bastión en la zona oeste de la meseta superior del yacimiento. Avanzada esta fase IIa se procedió a adosar habitaciones rectangulares al exterior de la fortificación y poco después el poblado fue arrasado por un incendio. La fase IIb, ya subargárica, supone un franco declive del poblado. La cultura material de esta etapa muestra un predominio de elementos propios del Bronce Tardío del Sureste, mezclado con pervivencias del Argar (FIG. 216, Nº. 1-4). En un momento que se ha fijado en el siglo XII a.C. aparecen algunas cerámicas de tipo Cogotas I, abandonándose el poblado poco después. La última fase del poblado -Cerro de la Encina III- no se inició hasta pasados unos 200 años. Esta etapa comprende los estratos IV-I, alcanzando una potencia de 2 m. La reocupación debió tener lugar en la segunda mitad del siglo XI, pero por gentes que no tenían nada que ver con los antiguos habitantes, tanto por sus usos constructivos como por su cultura material. Ahora es una comunidad típica del Bronce Final. Los nuevos pobladores se instalaron en la zona occidental de la meseta superior, donde se encontraba el antiguo bastión, por aquellos momentos ya arruinado. No se consideró necesaria la finalidad defensiva de la vieja fortificación, por lo que se procedió al aplanamiento del terreno. Finalmente, el estrato I del Cerro de la Encina señala la crisis del poblado y su abandono a comienzos del Hierro Antiguo, aunque se mantendrá un poblamiento residual hasta la época Ibérica Plena. Este nivel es muy mal conocido, ya que ha sido desmantelado en gran parte por la erosión. Es bastante probable que la decadencia del lugar tenga bastante que ver con el nacimiento de un nuevo asentamiento en la cercana colina del Albaicín, situada sólo a 8 km. de distancia (vid. infra). b)

Las estructuras del Bronce Final

Las cabañas de esta etapa conocidas sólo de forma muy parcial. Fueron construidas con materiales muy deleznables, lo que ocasionaba su rápida degradación y la necesidad de levantar enseguida nuevas viviendas. Esta circunstancia convierte en una labor muy compleja la interpretación secuencial de estas estructuras.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS En los dos niveles más antiguos de la fase III del Cerro de la Encina estratos IV y III- se han detectado muros curvos, que indican la existencia de cabañas de planta oval, con unas dimensiones amplias, en torno a los 30 m2. En los dos estratos superiores -II y I- aparecen ya muros rectos. Estas construcciones son de adobe, apoyando en ocasiones sobre pequeños zócalos de piedra. La mayoría de los muros documentados presentaban un revestimiento de estuco amarillento. Este aditamento consistía en placas de forma posiblemente rectangular, decoradas con motivos geométricos lineales y angulares formados mediante acanaladuras. El estuco no se encontró in situ, sino caído en los derrumbes en un estado muy fragmentario. Las cabañas presentan suelos de tierra apisonada. En algunos pequeños sectores del interior de las mismas, no mayores de 1 m2., aparecieron fuertes pavimentos de arcilla cocida. Éstos han sido interpretados por algunos excavadores del poblado como hogares, con muchísimas reservas (Molina González, 1978: 166), aunque en la memoria publicada sobre el corte 3 se insiste en la ausencia de ceniza (Arribas et alii, 1974: 28). Algunos de estos paquetes de arcilla aparecen empedrados con guijarros planos, encontrándose en algunos pesas de telar. En cuanto a la techumbre apenas si se han encontrados restos. En el interior de algunas cabañas han aparecido agujeros de poste de gran diámetro, que se encontraban alineados. Esto podría ser señal de la existencia de una cubierta a doble vertiente, seguramente formada por elementos vegetales e impermeabilizada con barro. Al exterior de algún muro de cabaña también se han hallado agujeros de poste mucho más pequeños que los anteriores, que podrían indicar la presencia de un pequeño alero exterior de la techumbre. Por lo tanto, las cubiertas de Cerro de la Encina serían similares a las que conocemos en el Cerro del Real por la misma época. Incluso estos mismos agujeros de poste aparecen en los estratos más recientes del corte 3, junto a muros rectos, indicándonos que la adopción de la casa rectangular no supuso la desaparición de las techumbres tradicionales. c)

Materiales del Bronce Final Antiguo en Monachil

Los materiales arqueológicos experimentan ciertos cambios a lo largo de la fase III del Cerro de la Encina, distinguiéndose tres etapas: estratos IV-IIIb, estratos IIIa-IIa/b y estrato I. El inicio del Bronce Final en el Cerro de la Encina -estrato IV- han sido fechado tradicionalmente en el siglo X (Molina González, 1978: 165). No obstante, la presencia de algunas cerámicas de tipo Cogotas I en el citado nivel (FIG. 216, nº. 5-7) y su desaparición en el siguiente puede de ser indicio de una data de la segunda mitad del siglo XI para el comienzo de la fase III de Monachil, de acuerdo con la tendencia general a subir las cronologías de este horizonte meseteño (Castro, Lull y Micó, 1996: 166; Fernández-Posse, 1998: 97-98). En este sentido, las dataciones C-14 obtenidas en 1980 en el Llanete de los Moros son bastante significativas. Éstas señalan el final del horizonte Cogotas I en el valle medio del Guadalquivir hacia el 950±50 (Martín de la Cruz 444

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Capítulo 15

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y Montes, 1986: 494), por lo que habría una correspondencia con el estrato IV de Monachil. En la primera fase del Bronce Final del Cerro de la Encina la cerámica bruñida es el grupo más abundante entre las producciones cuidadas, con formas como los vasos con carenas altas y medias, poco marcadas y con borde saliente (FIG. 216, nº. 8-10). Los cerámicas toscas de este momento corresponden a las típicas orzas de cocina (FIG. 216, nº. 11). Finalmente, hay que señalar la presencia de recipientes para almacenaje, también con superficies poco cuidadas, tales como grandes ollas/orzas de cuerpo globular sin cuello, que presentan borde engrosado en forma de "T" y asas -tipo 5,3-, que aparecen también en el vecino Cerro de los Infantes (FIG. 216, nº. 13). Sin duda, a este horizonte del Bronce Final Antiguo debe atribuirse la conocida fíbula de Monachil que se conserva en el Museo Arqueológico de Granada, ya que por su elevado puente debe corresponder a un momento relativamente temprano en la evolución de estas piezas (FIG. 216, nº. 14). La procedencia de este hallazgo del Cerro de la Encina no está confirmada, pero dada la escasa extensión de terrenos favorables para el asentamiento humano en el término municipal de Monachil2, este origen resulta bastante plausible. d) La cerámica del Bronce Final Pleno y del Hierro Antiguo en Monachil Los estratos IIIa y IIa/b del Cerro de la Encina corresponden a la fase del Bronce Final Pleno, que situaríamos a lo largo del siglo IX y principios de la centuria siguiente. No hay el menor atisbo de cerámica Cogotas I, ya que habían desaparecido en un momento avanzado de la etapa anterior. Los productos más cuidados de esta fase son las cerámicas pintadas tipo Real, que se presentan bícromas y monócromas. Especialmente destaca una pieza procedente del estrato IIIa3: sobre la pared exterior de un cuenco de carena media se desarrollan una serie de motivos lineales en metopas (trazos verticales paralelos y líneas oblicuas simples o entrecruzadas) en tonos rojos y amarillos (FIG. 217, nº.3).

2

De los 90 km2. del término de Monachil, casi el 60% se encuentra por encima de los 1.500 m. altitud en Sierra Nevada. Sólo un 10% del municipio se sitúa por debajo de 1.000 m. 3

En la síntesis de 1978 F. Molina sitúa este vaso en el estrato IIIa (Molina González, 1978: 165), mientras que en la memoria publicada en la serie E.A.E., la misma pieza se encuentra en el estrato IIb (Arribas et alii, 1974: 88, fig. 66).

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BRONCE FINAL ANTIGUO Estratos IV-IIIb

SUBARGÁRICO BRONCE TARDÍO Estrato V

FIG. 216. Cerro de la Encina (II): cerámicas de las fases Subargárica y Bronce Final Antiguo (a partir de Molina González, 1978).

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HIERRO ANTIGUO I Estrato I

BRONCE FINAL PLENO Estratos IIIa-II

FIG. 217. Cerro de la Encina (II): cerámica del Bronce Final Pleno y Hierro Antiguo I (a partir de Molina González, 1978).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los vasos presentan carena media, haciéndose más marcada que los ejemplares antiguos, característica que ya se aprecia en la pieza anteriormente comentada (FIG. 217, nº. 2). No faltan tampoco los vasos de casquete esférico, algunos con el borde engrosado al exterior (FIG. 217, nº. 1). Como vasos de almacenaje encontramos ahora ollas-orzas de cuello marcado –tipo 5,2- (FIG. 217, nº. 9), que presentan mejor acabado superficial que en momentos precedentes, pero se mantienen vasos derivados de la etapa anterior como los grandes recipientes con el borde en "T" –tipo 5,3- (FIG. 217, nº. 7-8). En cuanto a la cerámica de cocina, prácticamente no se observan cambios apreciables (FIG. 217, nº. 6). También en estos momentos aparecen piezas como el soporte anular y de carrete (FIG. 217, nº. 4-5). Respecto al Hierro Antiguo, se detecta un abandono masivo del lugar a mediados del siglo VIII. Se mantienen las cerámicas a mano con las mismas formas que en la etapa anterior (FIG. 217, nº. 10 y 12-14), apareciendo ahora escasos materiales a torno, entre los que señalaremos la presencia algunos platos de engobe rojo y grises (FIG. 217, Nº. 11). 2.

EL CERRO DE LOS INFANTES

El Cerro de los Infantes se encuentra situado en el término municipal de Pinos Puente, a 15 km. de la capital granadina. El lugar es una elevación sobre la margen derecha del río Velillos o Frailes, tributario del Genil a través del Cubillas. El emplazamiento de este gran poblado ocupa justo el lugar donde el valle del Velillos se abre hacia la vega de Granada (FIG. 218). El cerro alcanza los 675 m. de altitud en la amplia meseta que configura su cúspide. La vertiente oriental es la más escarpada, cayendo sobre el lecho del río con un desnivel de más de 100 m.; las laderas septentrional y meridional son bastante más suaves (FIG. 219). El yacimiento es bien conocido desde el siglo XVI, al estar ubicada aquí la ciudad romana de Ilurco (Tovar, 1974: 136). A finales de los años 70, la recogida en superficie de un importante lote de cerámicas del Bronce FinalHierro Antiguo puso de manifiesto la importancia del lugar para este periodo (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: 314-324). Esta circunstancia llevó en 1980 a la realización de una campaña para documentar expresamente los niveles previos a la ocupación romana (Mendoza et alii, 1981; Molina González et alii, 1983), labor que no ha tenido continuidad posteriormente. El Cerro de los Infantes contiene una amplísima secuencia que abarca desde la Edad del Cobre hasta época islámica, con algunos breves hiatos. Durante los últimos momentos del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro parece que el área ocupada fue bastante extensa. La meseta superior sirvió como zona de hábitat, alcanzando una superficie de algo más de 3 has. Igualmente no faltan datos sobre la utilización de la ladera suroriental como zona de talleres, cerca del espacio cultivable de la vega. También se conocen 448

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indicios de ocupación de este periodo en el inmediato Cerro de las Agujetas, que se ubica en la margen derecha del Velillos. Finalmente, se ha anunciado la presencia de una posible necrópolis tumular al oeste del asentamiento (Pachón y Pastor, 1994) (vid. infra). a)

El corte 23. Secuencia estratigráfica

El corte 23 de 1980 fue el más interesante de cara a la secuencia del Bronce Final-Hierro Antiguo. Su amplitud, casi 140 m2., permitió una cierta visión en extensión de las estructuras constructivas, además de la obtención de datos en vertical (FIG. 220-221). Se sitúa en la zona suroriental del cerro, en la parte baja del mismo, donde existe una explanada a modo de meseta que se eleva unos 30 m. sobre la vega del Velillos. La ocupación de este sector del corte 23 se inició en el BRONCE FINAL PLENO (estratos I-IV). En los niveles correspondientes a esta fase se han documentado parcialmente algunas cabañas de planta oval, realizadas con zócalo de piedra de escasa entidad y paredes de tapial, que debieron cubrirse con techos de ramaje y barro. Los materiales de este momento señalan claramente una fecha del siglo IX y principios del siguiente (FIGS. 222-223). Los autores de la excavación de 1980 dividen los materiales de este momento entre importaciones y producciones locales (Mendoza et alii, 1981: 189; Molina González et alii, 1983: 692). Entre las primeras cabe señalar un vaso con decoración de retícula bruñida tipo "Huelva" (FIG. 222, e) y una fíbula de codo (FIG. 223, i), que también se quiere vincular al grupo onubense. Los productos cerámicos propios del ámbito del Sureste son, con mucho, los más numerosos. Destacan los vasos bruñidos con carena media, alta y baja, alguno pieza claramente de lujo al presentar la línea de carenación resaltada con botones de bronce (FIG. 222, cd). Tampoco faltan las orzas-ollas de cuerpo globular y cuello marcado –tipo 5,2-, seguramente con función de almacenaje, similares a las aparecidas en los estratos IIIa y IIa/b del Cerro de la Encina y en los sepulcros de incineración almerienses (FIG. 223, e). Entre la cerámica de cocina, cabe señalar las pequeñas ollas con mamelones (FIG. 223, g). Entre los materiales decorados, además de las piezas ya comentadas, están presentes algunos fragmentos con incisiones muy finas con los motivos lineales habituales (FIG. 222, a). Para terminar esta fase del Bronce Final Pleno hay que mencionar el hallazgo de una punta de flecha de nervio central y aletas (FIG. 223, j). Los niveles V y VI del corte 23 fueron definidos por los excavadores del Cerro de los Infantes como fase Preibérica, debido a la aparición de las primeras cerámicas a torno, que coexisten con las producciones a mano, todavía mayoritarias. Nosotros preferimos caracterizar este momento como HIERRO ANTIGUO I, atribuyéndole una datación de la segunda mitad del siglo VIII a.C., que quizás puede ser llevada al segundo cuarto de la centuria.

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FIG. 218. El Cerro de los Infantes y su entorno: vega del Genil y Cubillas.

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FIG. 219. Panorama del Cerro de los Infantes desde el sureste.

FIG. 220. Cerro de los Infantes: topografía y cortes de 1980 (a partir de Mendoza et alii, 1981). 451

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FIG. 221. Cerro de los Infantes. Perfiles estratigráficos del corte 23 (según Mendoza et alii, 1981).

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FIG. 222. Cerro de los Infantes, corte 23. Bronce Final Pleno, estratos I-IV: cerámicas decoradas (según Mendoza et alii, 1981). 453

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FIG. 223. Cerro de los Infantes, corte 23. Bronce Final Pleno, estratos I-IV: cerámicas lisas y hallazgos metálicos (según Mendoza et alii, 1981). 454

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Las cerámicas a mano presentan un repertorio muy continuista con la etapa anterior, reflejando un empobrecimiento en la variedad de formas. Los vasos carenados son los más abundantes entre los recipientes cuidados. Destacan los cuencos de pequeño tamaño -entre 10 y 12 cm. de diámetrocaracterizados por la delgadez de sus paredes, aunque no dejan de aparecer otros de dimensiones más amplias (FIG. 224, b-c). Una forma a mano que inicia su andadura en este fase y que se mantendrá hasta momentos posteriores es el cuenco de borde engrosado en cuarto bocel-tipo 1,3-(FIG. 224, a). No falta la cerámica tosca, con ollas/orzas de cocina de cuerpo ovoide –tipo 5,1-, que se decoran con impresiones digitales (FIG. 224, d). La cerámica a torno de estos momentos es claramente de importación, seguramente desde los asentamientos fenicios de la costa oriental malagueña. Los platos de engobe rojo recuperados en el nivel VI del Cerro de los Infantes presentan un borde estrecho entre 1,3 y 1,5 cm. (FIG. 224, g), lo que les vincula con la fase I del Morro de Mezquitilla. Su fecha corresponden a un momento antiguo dentro del periodo fenicio arcaico, como muy tarde la segunda mitad del siglo VIII o quizás algo antes. Esto, junto con los hallazgos de platos muy arcaicos en la fase II del Cerro de la Mora (vid. infra), es un testimonio clave para señalar que la penetración del material fenicio hacia el interior fue bastante rápida. Junto a los platos, la otra forma a torno importada en estos momentos es el ánfora R-1, con ejemplares de borde vertical (FIG. 224, h). Entre los hallazgos metálicos, señalar la presencia de una fíbula de doble resorte (FIG. 224, j). A partir del nivel VII del corte 23 la cerámica a torno experimenta un considerable aumento en detrimento de los productos modelados a mano. Comenzará aquí la fase Protoibérica del yacimiento que llegaría en este corte hasta la superficie, comprendiendo desde el nivel VII al XI. Corresponde pues al HIERRO ANTIGUO II del siglo VII. En estos momentos se producen transformaciones muy notables en el utillaje cerámico y en las estructuras constructivas. En la cerámica no sólo encontramos la preponderancia del torno, sino que la variedad de formas se multiplica de manera sorprendente. Finalmente, en la fase más reciente del corte se detecta un cambio en la funcionalidad del área investigada, con la instalación aquí de un horno de cerámica (vid. infra). Analizaremos, en primer lugar, los materiales a mano, ya en franca decadencia, que sólo aparecen en el estrato VII. El escaso número de hallazgos se corresponde con el cada vez menor repertorio de formas, que quedan reducidas básicamente a tres. En la cerámica de cocina se mantienen las ollasorzas, tanto las de cuello corto –tipo 5,1- como las de borde en "T" sin cuello – tipo 5,3-. Forma que se mantiene con escasos cambios son los vasos carenados de paredes finas, aunque se observa una mayor variedad en la inclinación de los perfiles que en el momento anterior y un mayor pronunciamiento de la carena. Finalmente, cabe señalar los vasos de cásquete esférico con el borde engrosado en cuarto bocel –tipo 1,3- (FIG. 225).

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FIG. 224. Cerro de los Infantes, corte 23. Materiales del Hierro Antiguo I, estratos V-VI (según Mendoza et alii, 1981). 456

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FIG. 225. Cerro de los Infantes, corte 23. Hierro Antiguo II, estrato VII: cerámicas a mano (según Mendoza et alii, 1981).

En la cerámica a torno, la variedad de formas es notable. Algunos tipos, resultan ya conocidos en la fase anterior del poblado, pero la mayoría aparecen en estos momentos. La cerámica gris alcanza un importante desarrollo. El recipiente más repetido es el cuenco, con paredes parabólicas y fondo plano, que corresponde básicamente a la forma 20 de A. Caro Bellido (1989a: 167-190). Presenta un cierto número de variantes atendiendo a la tipología de bordes sistematizada por este autor: 20A44, 20B55, 20C66 y 20I77 (FIG. 226). Los recipientes de almacenaje ocupan un destacadísimo lugar. Las ánforas que conocemos reflejan el tipo evolucionado de la R-1, con bordes triangulares y estrangulados (FIGS. 227, a-b; 228, a). Los pithoi polícromos son del tipo habitual en las colonias fenicias, aunque más toscos (FIG. 228, b). Algunos vasos contenedores presentan cuello estrecho, también con decoración pintada lineal. Por su forma, y aunque no conservamos ninguno completo, es bastante probable que pudieran corresponder a vasos tipo Cruz del Negro (FIG. 227, c; 228, f). Síntoma de la perduración de determinados gustos locales en la producción de cerámicas determinadas formas a torno lo encontramos en los recipientes que hemos denominado copas -forma 16-. Se trata de vasos con carena media, que combinan una forma tradicional con decoración pintada similar a los pithoi fenicios, a base de bandas y filetes estrechos en tonos 4

Forma 6 de A.M. Roos (1982: fig. 4).

5

Forma 2a de Roos (1982: fig. 3).

6

Forma 13 de Roos (1982: fig. 5).

7

Forma 2 de Roos (1982: fig. 3).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS negros, rojizos y grisáceos. Cuando se decora el interior del recipiente, la composición adopta un esquema circular, mientras que cuando se hace al exterior predomina lo lineal (FIG. 227, e-f). Este tipo de piezas se conocen en lugares como la Mesa de Setefilla (Aubet, 1989: fig. 22) y los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94: fig. 18), con una cronología de principios del siglo VI. Es posible que en el Cerro de los Infantes, al aparecer en el nivel VII, el más antiguo de la fase del Hierro Antiguo II, tengan una cronología más alta. En Castellones de Céal aparecen a mano en un momento coetáneo o algo posterior (vid. supra cap. 14,7). Estas piezas debieron tener un cierto éxito en los momentos posteriores a mediados del siglo VI, pues sus esquemas, especialmente en la decoración circular interior, son un magnífico precedente de los platos pintados del Ibérico Antiguo y Pleno.

FIG. 226. Cerro de los Infantes, corte 23. Hierro Antiguo II, estrato VII: cerámicas a torno grises (según Mendoza et alii, 1981). 458

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FIG. 227. Cerro de los Infantes, corte 23. Hierro Antiguo II, estrato VII: cerámicas a torno: ánforas, polícromas y engobe rojo (según Mendoza et alii, 1981). 459

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FIG. 228. Cerro de los Infantes, corte 23. Cerámicas del Hierro Antiguo II-III, estratos VIII-XI (según Mendoza et alii, 1981). 460

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Capítulo 15

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Los platos de engobe rojo tienden a hacerse más escasos que en el momento anterior, mostrando un considerable ensanchamiento del borde, que señala una data en el siglo VII (FIG. 227, g; 228, g). b)

El horno

La aparición de un horno de producción cerámica en el corte 23 es el capítulo más interesante de la campaña de 1980 en el Cerro de los Infantes. El primer problema que presenta el horno es su asignación estratigráfica a un nivel concreto. La construcción de la cámara de combustión hizo necesaria la excavación de un receptáculo en el terreno para embutir en el suelo parte de la misma, al ser semisubterránea. Dicha fosa cortó los niveles inmediatamente anteriores a la puesta en funcionamiento del horno, el IX y el X. Igualmente, rompió los zócalos de las viviendas preexistentes en el lugar. Los excavadores del horno afirman en la publicación que "era contemporáneo al nivel XI o bien no está alejado cronológicamente del mismo" (Contreras, Carrión y Jabaloy, 1983: 534). El horno corresponde a los momentos más recientes del corte, cuando esta antigua zona de asentamiento se había convertido en un área de talleres. Por tanto, una datación prudente que puede proponerse es la segunda mitad del siglo VII o incluso principios del siglo VI. La parte documentada del horno corresponde a la zona inferior de la cámara de combustión. No quedaba nada de la parrilla ni de la cubierta de la estructura. Es de planta circular, con abertura al exterior a modo de praefurnium. Su longitud máxima desde dicha abertura hasta la pared opuesta del fondo es de 3,60 m. y su diámetro máximo interior alcanza los 2,80 m. Las paredes se alzan sobre un zócalo de piedras, recubiertas con adobes en todo el perímetro de la cámara, con evidente función refractaria. En el centro de la estructura se encuentra un pilar de adobe de tendencia oblonga, cuyas medidas son 1,30 por 0,80 m. La misión de esta soporte es clara: sujetar la parrilla de cocción que se colocaría justo encima. Todos los elementos de adobe están cubiertos con un revoque de barro y cal (FIG. 229). El relleno de la cámara de combustión reveló dos estratos perfectamente diferenciados. La zona inferior contenía gran cantidad de cenizas entre las que aparecieron fragmentos de ánforas R-1 de borde estrangulado y triangular, con algunos fragmentos pasados de fuego. El nivel superior estaba formado por una masa de barro amarillento, mezclada con gran cantidad de adobes caídos, restos de la parrilla y de la cubierta, con algunos fragmentos de recipientes y prismas de arcilla cocida (FIG. 230). c)

El Cerro de los Infantes y su entorno

El Cerro de los Infantes constituyó uno de los centros principales de la vega de Granada durante los siglos VIII-VI a.C. Su territorio viene definido por el tramo bajo de los ríos Velillos y Cubillas hasta su confluencia con el Genil. 461

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Ambos cursos fluviales son las vías de comunicación que llevan hasta los pasos de montaña de las sierras septentrionales granadinas que dan acceso al valle del Guadalquivir. Los diferentes trabajos de prospección efectuados en el entorno del poblado principal han permitido comprobar la existencia de espacios con funcionalidades diferentes, en los que la investigación todavía ha insistido muy poco. El control de la ruta del Velillos explica la existencia de un recinto fortificado justo enfrente del Cerro de los Infantes, pero en la margen opuesta del río: el CERRO DE LAS AGUJETAS, con una función claramente estratégica. Se trata de un cerrete cónico, que alcanza una altitud de 750 m.s.n.m. (vid. FIG. 218). Aunque el lugar sólo se conoce a nivel de prospección superficial (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: 324-329), todos los indicios parecen señalar que el Cerro de las Agujetas albergó un recinto fortificado que en la actualidad está muy deteriorado por el laboreo agrícola. A su facilidad de defensa natural y a la presencia del recinto amurallado, hay que añadir la aparición de varias puntas de flecha en anzuelo -en número sin determinar-, siendo éste lugar el único de la provincia de Granada donde conocemos de manera fehaciente la existencia de este tipo de piezas. En los últimos tiempos, estos materiales se vinculan claramente con episodios bélicos en diferentes lugares de Sevilla Pancorvo- y Málaga -Castellón de Gobantes-. Las cerámicas aparecidas en el Cerro de las Agujetas nos indican claramente una datación comprendida entre el siglo VIII y la época romana. Centrándonos en el Hierro Antiguo, han aparecido escasos materiales a mano, lo cual ya indica un momento ciertamente avanzado. La cerámica más abundante son los platos de cerámica gris, que presentan identica tipología que en el Cerro de los Infantes -forma 20 de A. Caro-, a los que hay que añadir un soporte anular también gris -forma 2 de A. Caro-. También están presentes formas como ánforas R-1 evolucionadas y algún pithos polícromo de forma peculiar. Para terminar no podemos dejar de mencionar la posibilidad de existencia de una necrópolis del Hierro Antiguo en las proximidades del Cerro de los Infantes (Pachón y Pastor, 1994). El lugar se sitúa junto a la carretera N432 (Granada-Córdoba), al suroeste del poblado, comprendiendo dos montículos tumuliformes. Los resultados de una prospección geofísica confirmaron que se trata de dos estructuras artificiales que albergan en su interior cámaras construidas con materiales pétreos. Los autores de dicha investigación comparan estos túmulos con los conocidos en Los Alcores de Carmona y citan otras estructuras similares en las cercanías de la propia ciudad de Granada. En cuanto a su datación, son partidarios de una cronología de los siglos VII-VI, aunque no descartan una fecha de época ibérica. A pesar del interés que tendría un hallazgo de estas características, no se han realizado excavaciones arqueológicas en el lugar, por lo que esta posible necrópolis aún está por confirmar.

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FIG. 229. Cerro de los Infantes. Horno cerámico y estructuras adyacentes (según Mendoza et alii, 1981).

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FIG. 230. Materiales aparecidos en el interior del horno del Cerro de los Infantes (según Mendoza et alii, 1981). 464

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Capítulo 15 3.

La vega de Granada y sus piedemontes

LA COLINA DEL ALBAICÍN

El Albaicín constituye una de las estribaciones más occidentales de Sierra Nevada, formando parte del primer frente montañoso que se alza sobre la vega granadina. Esta colina, de 772 m. de altitud máxima, presenta forma oblonga, con fuertes desniveles en sus laderas meridional y occidental. Al sur, encajonado en un barranco de casi 80 m. de profundidad, corre el corre el río Darro, que confluye con el Genil a poca distancia. El Albaicín aparece hoy totalmente ocupado por el casco urbano de Granada, siendo el núcleo histórico de la ciudad (vid. FIG. 215 y 231). La situación del Albaicín no puede ser más estratégica y favorable para un asentamiento humano, como prueba su poblamiento ininterrumpido hasta la actualidad. En contraste, otros lugares cercanos -caso del Cerro de la Encina-, habitados desde mucho antes, se van despoblando a medida que este asentamiento se va afianzando desde la primera mitad del siglo VII a.C. Las escarpadas laderas de la colina proporcionan fácil defensa, mientras que su posición intermedia entre el llano y la montaña le otorgan una facilidad de acceso a los recursos de ambas zonas. Su altitud y el buen drenaje de las áreas bajas circundantes lo ponen a salvo de los efectos malsanos de las áreas pantanosas del centro de la vega. Finalmente, la ubicación del enclave, de cara a las vías terrestres resulta excelente. Ocupando un lugar central en el Surco Intrabético, el núcleo resulta una encrucijada de rutas: Levante-baja Andalucía en sentido este-oeste y alto Guadalquivir-costa mediterránea en sentido nortesur. Si la investigación de la Iliberris romana ha sido constante a lo largo de los cinco últimos siglos, el estudio del núcleo protohistórico es una empresa muy reciente. La aparición desde finales del siglo XIX de una serie de elementos materiales ibéricos sirvieron de referencia para señalar que los orígenes de Granada eran anteriores a la romanización, circunstancia nunca puesta en duda por el topónimo Iliberri, claramente prerromano, que aparece en sus series monetales. La investigación de las fases más antiguas del poblamiento de la colina del Albaicín se inició con las campañas de 1983-84 y 1985 en el denominado Carmen de la Muralla, a cargo de M. Sotomayor. Estos trabajos abrieron una nueva etapa en el conocimiento de la secuencia histórica de la ciudad, que motivaron la puesta en marcha del Proyecto de General de Investigación "La ciudad Iberorromana y Medieval de Granada" entre 1985 y 1993 (Moreno, Burgos y Casado, 1993). Finalizado éste, en 1994 se inició la andadura de un programa de arqueología urbana, que sólo estuvo en vigor dos años, pero que sirvió para aunar esfuerzos y establecer una serie de criterios comunes. Fruto de ambos planes son las numerosas intervenciones que se acometieron en esos años. Muchas de estas actuaciones permanecen aún inéditas, pero sabemos que han aportado una serie de importantes datos para los siglos VII y VI, además de la época ibérica. Por ello, todavía no estamos en condiciones de 465

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FIG. 231. Topografía del Albaicín y su entorno. 466

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Capítulo 15

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ofrecer una síntesis amplia de lo que se ha avanzado en el conocimiento del asentamiento protohistórico del Albaicín en los últimos años, cometido que deberá ser realizado en un futuro por los investigadores directamente implicados. a)

Carmen de la Muralla

La segunda campaña realizada en este lugar en 1985 alcanzó niveles pertenecientes al Hierro Antiguo (Roca, Moreno y Lizcano, 1988). Las labores se desarrollaron en un sector de la vertiente norte del Albaicín, intramuros de la Alcazaba Qadima, entre la muralla zirí del siglo XI y la calle del Aljibe de la Gitana (FIG. 232). Se trata de un solar que se extiende al oeste del Arco de las Pesas y adosado al interior de la fortificación a lo largo de una longitud de 150 m. por 15-20 m. de ancho. Evidentemente, no se excavó una superficie tan amplia, sino que se practicaron cortes selectivos, concentrándose el esfuerzo en el sector oriental del solar. El estudio de las estructuras y materiales documentados en esa campaña constituyó una primera sistematización de los niveles arqueológicos del Albaicín, convirtiéndose en la referencia obligada para todas las intervenciones que se han efectuado en el barrio con posterioridad. La secuencia del Carmen de la Muralla se inicia con un horizonte del Hierro Antiguo II-III, que se fechan en el siglo VII y primera mitad del siguiente. No existe, al menos en esta zona del Albaicín, una ocupación anterior, constante que se ha mantenido en todas las excavaciones llevadas a cabo más adelante. A estos primeros niveles se superponen las fases ibérica, romana, andalusí y cristiana de los siglos XVI y XVII.

FIG. 232. Excavación del Carmen de la Muralla. 467

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los niveles de los siglos VII-VI a.C. se detectaron claramente en los cortes 1 y 2/3. Se trata de una formación de ladera que corresponde al arrastre erosivo y a los vertidos desde la zona alta de la colina. La deposición de los niveles se caracteriza por su acusada inclinación, favorecida por la fuerte pendiente en este punto. No se han detectado estructuras atribuibles a este momento. Sorprende la cantidad de material cerámico aparecido en estos sedimentos, resultando homogéneo dentro del horizonte cronológico que nos ocupa. Los excavadores del Carmen de la Muralla diferenciaron las fases Protoibérica Antigua y Protoibérica Reciente. En el corte 1, la secuencia del Hierro Antiguo corresponde a los estratos I, II, III y IV (FIG. 233). El estrato I alcanza una potencia media 1,5 m. En aquellos momentos se pensó que era una capa formada por margas y limos consolidados, producto de la descomposición de la roca madre del cerro, correspondiente a la formación "Alhambra"8 (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: 35). Actualmente, a raíz de la intervención en la calle Espaldas San Nicolás, s/n. en 1996-1997, sede de la futura mezquita de Granada, se han efectuado una serie de correlaciones entre ambas intervenciones que han cambiado nuestra percepción de la secuencia. Parece bastante claro que este nivel I corresponde al talud exterior de la fortificación del siglo VII (vid. infra), situada a una cota algo más elevada -hacia el sur-, que resulta extraordinariamente similar a la citada formación geológica (Casado et alii, 1998: 142). Esta circunstancia obliga a considerar a partir de ahora los estratos II-IV del corte 1 del Carmen de la Muralla en función de los derrumbes de la estructura defensiva del Hierro Antiguo, no detectada en 1985. El nivel I de entonces se recogió en la publicación como prácticamente estéril, tal y como se ha visto después en el solar de la mezquita en el referido talud de la fortificación. El estrato II presenta una tierra de color marrón oscuro, con abundante material orgánico y restos de carbón. Alcanza una potencia media de 0,40 m. Aquí aparece gran cantidad de cerámica a torno, especialmente ánforas R-1 y pithoi, acompañadas por platos grises, fragmentos de vasos tipo Cruz del Negro y algún material a mano, como vasos de paredes reentrantes, vasos de casquete esférico y ollas/orzas, además de dos fíbulas doble resorte. No falta la cerámica a mano, aunque su números es bastante menor que el grupo anterior (FIGS. 234-235) El estrato III resulta perfectamente diferenciable del anterior debido a su color marrón claro y porque no presenta tanta abundancia de restos de carbón. Los materiales cerámicos son idénticos que en el nivel anterior, pero disminuye su número. 8

Esta formación se data en el Villafranquiense y la componen conglomerados y limos. Se extiende por las alturas que bordean el casco urbano de Granada por el este, incluyendo el Albaicín, la Sabika -solar de la Alhambra- y el Sacromonte.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 233. Carmen de la Muralla: estratigrafía del corte I (según Roca, Moreno y Lizcano, 1988). 469

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 234. Carmen de la Muralla: cerámica a mano (según Roca, Moreno y Lizcano, 1988). 470

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

Finalmente, el estrato IV es el que alcanza mayor potencia, casi 2 m. en algunos puntos. Está formado por tierra roja, con abundante grava. En la zona superior del nivel, se aprecia una nivelación del terreno, que rompe la inclinación del estrato. Sobre esta superficie plana aparecieron los restos de una estructura que ya corresponde a la época ibérica. Esto indica la amortización de la muralla del Hierro Antiguo en un momento de principios del siglo V. En cuanto a los materiales aparecidos por debajo de la citada construcción ibérica, se documentan cambios como la desaparición de la cerámica a mano y la disminución del número de ejemplares grises. En cambio detectamos un aumento de fragmentos bícromos, ánforas y aparecen ahora por primera vez los platos de engobe rojo, algunos con borde de considerable anchura, pero otros de borde estrecho, aunque no parecen de tipología antigua. Si bien el material recogido en 1985 es abundante y variado en su tipología, la adscripción del mismo en la publicación no se hizo por estratos, sino por fases, de modo que su sistematización para fechar los diferentes niveles individualizados es problemática. En la publicación del Carmen de la Muralla se observan varios deficiencias, que es necesario señalar para poder obtener el máximo partido de dicha secuencia. Se afirma que la fase Protoibérica Antigua corresponde al estrato II del corte 1 (Roca, Moreno y Lizcano, 1988, 41), mientras que poco antes se dice que los materiales del nivel III y los del anterior son idénticos (Roca, Moreno y Lizcano 1988: 35). Por ello, parece que el criterio para distinguir fases cronológicas es el estratigráfico, no el tipológico. Por otro lado no está claro donde desaparece la cerámica a mano: si en el estrato IV o en el III (Roca, Moreno y Lizcano 1988: 36 y 42). Por último, como pertenecientes a la fase Protoibérica Reciente se presentan una serie de materiales claramente fechados en el Ibérico Pleno (Roca, Moreno y Lizcano 1988: fig. 31). Está claro que en el Carmen de la Muralla nos encontramos ante niveles de derrumbe, lo que explica que la ordenación de los materiales no sea uniforme y existan lagunas que quizás se vayan completando en intervenciones futuras. Es evidente que nos encontramos ante un horizonte de los siglos VII-VI a.C., correspondiente a los estratos II y III, mientras que el nivel I debemos considerarlo como estructura constructiva. Finalmente, el nivel IV correspondería a un momento de la primera mitad o mediados del siglo VI, cronología en la que encajan bien los materiales que se presentan. b)

Otras intervenciones: Calle María la Miel y Placeta de San José

En la zona central y meridional del Albaicín contamos con dos excavaciones de poca entidad que han detectado niveles del Hierro Antiguo: la llevada a cabo en la calle María la Miel esquina a San Nicolas Nuevo, efectuada en 1985, y la que se realizó en 1993 en la Placeta de San José. La excavación en la CALLE MARÍA LA MIEL esquina a San Nicolás Nuevo permitió conocer la secuencia de uno de los sectores más elevados del Albaicín 471

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS (vid. FIG. 231). Lamentablemente, la existencia de construcciones y fosas de época romana e islámica permitió sólo una documentación muy parcial de los primeros niveles de ocupación, que fueron detectados en dos cortes de los tres abiertos. No obstante, sí quedó claro que estos estratos se correlacionaban con el horizonte de los siglos VII-VI estudiado en el Carmen de la Muralla, lo que supone un dato de interés para la extensión que alcanzó el poblado de estos momentos, ya que confirmó que la parta alta del cerro estaba habitada. Se pudieron documentar restos muy arrasados de estructuras que pudieron corresponder a viviendas en las que se utilizó el adobe, junto con algunos materiales cerámicos poco significativos (Lizcano, Moreno y Roca, 1987). La PLACETA DE SAN JOSÉ se emplaza en la ladera meridional del Albaicín, en una de las áreas de más fuerte pendiente, mirando hacia el curso del Darro y hacia la colina de la Alhambra (vid. FIG. 231). La pequeña excavación acometida en el solar nº. 2 de la citada plaza ha permitió documentar un total de siete fases de ocupación. De ellas, la única que nos interesa es la fase I, que se trata de un nivel de arrastre desde los sectores más elevados. El estrato asienta directamente sobre roca y contiene material cerámico fechado en el siglo VI a.C., destacando la presencia de una copa jónica B2. Sin embargo, la fase II sí contiene restos de estructuras in situ de carácter ibérico, fechadas en los siglos II-I a.C. (Burgos et alii, 1997). Por tanto, parece que el poblado del Hierro Antiguo no se extendía tan al sur, señalándose una etapa de expansión durante los momentos Ibérico Pleno e Ibérico Tardío, que van a enlazar con el momento romano republicano. c)

El solar de la futura mezquita de Granada: la fortificación del Hierro Antiguo

Esta intervención9, realizada entre 1996 y 1997, ha proporcionado unos resultados de primera mano para conocer parte de la topografía del asentamiento del Albaicín. El descubrimiento de un tramo considerable de la fortificación del Hierro Antiguo convierte a esta intervención, todavía conocida de manera muy preliminar, en la más importante de las realizadas hasta hoy en la colina para el periodo que nos ocupa (Casado et alii, 1998). La intervención en este solar vino motivada por el proyecto de construcción de la futura mezquita de Granada, en un espacio que alcanza unas dimensiones superiores a los 2.000 m2, situado en la zona oriental del Albaicín (vid. FIG. 231). La amplitud del área excavada permitió documentar dos tramos de la muralla del siglo VII a.C. en sectores diferentes: parte de los lienzos nororiental y suroriental, así como el espacio que había intramuros. En esta zona, el recinto adopta una planta convergente. El punto de confluencia de estas líneas de muralla debe encontrarse algo más al este, en torno a la calle San Agustín o la plaza Abad. 9

Calle Espaldas a San Nicolás, s/n.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

El tramo nororiental se encuentra en muy buenas condiciones de conservación, habiéndose investigado en un desarrollo longitudinal de unos 30 m. Mantiene el alzado en unos 4 m. de altura, mientras que su anchura oscila entre 5 y 7,5 m., lo que da idea de la envergadura de la construcción. La estructura apoya sobre las gravas rojas de la formación "Alhambra". Expresamente se señala que la muralla no se superpone sobre estructuras anteriores, aunque aparecen algunos escasos fragmentos cerámicos asignables al Bronce Final. No se excavó ninguna fosa de cimentación, sino que los artífices acarrearon sucesivas capas de arcilla compacta que sirvieron de asiento a la fortificación. La muralla presenta dos cuerpos construidos: un talud, que le sirvió de contrafuerte, y el lienzo propiamente dicho. Ambos se realizaron con mampostería, adobes y tapial, utilizándose como material de construcción cantos rodados, lastras y arcillas ocres y rojas del substrato geológico del cerro. Talud y lienzo debieron realizarse coetáneamente10 (Casado et alii, 1998: 141). En el sector sureste del solar de la mezquita se pudo documentar otro tramo de la fortificación, que alcanza aquí los 12 m. de longitud. Sus características constructivas son idénticas al sector, pero ahora la estructura se encuentra peor conservada, ya que en el período Ibérico Tardío y romano republicano se levantaron sobre ella una serie de construcciones. Los autores de la excavación interpretan esta circunstancia como una fase de crecimiento de Iliberri, que en los siglos III-II a.C. debió desbordar el recinto amurallado antiguo por esta zona. Los materiales cerámicos asociados a la muralla han sido datados la segunda mitad del siglo VII a.C., aunque no se ha publicado ninguna documentación gráfica de los mismos. Únicamente conocemos una relación: platos grises, platos de engobe rojo con el borde de anchura media, ánforas de hombro marcado -¿tipo R-1?- y vasos polícromos con filetes negros y bandas rojas -¿pithoi?-. Expresamente se señalan las similitudes existentes entre el material aparecido aquí y el documentado en el Carmen de la Muralla y en otros poblados de la vega de Granada, tales como Cerro de los Infantes y Cerro de la Mora. La cerámica a mano es prácticamente inexistente (Casado et alii, 1998: 141). Estas intervenciones nos dibujan en la actualidad un panorama bastante amplio de los orígenes de Iliberri. Parece que se confirma que el primer asentamiento permanente en el Albaicín tiene lugar en el siglo VII. No obstante, la existencia de poblamiento de los siglos X-IX al pie de la colina Convento de Santa Paula- (vid. infra) nos hace pensar que es posible que en un futuro pueda documentarse una cierta presencia de gentes del Bronce Final Pleno en el cerro, aunque se trate de ocupaciones esporádicas. La documentación de la primera fortificación en el Carmen de la Muralla –estrato Iy en el solar de la futura mezquita hace que se pueden estimar que el flanco norte de esta muralla del Hierro Antiguo alcanzó una longitud de al menos 400 m. No obstante, no conocemos las áreas intermedias de este lienzo 10

Los autores de la intervención en el solar de la mezquita señalan expresamente la gran similitud existente entre la formación "Alhambra" y el talud de la fortificación.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS septentrional ni tampoco su trazado en el sector occidental de la colina, que deberán ser líneas prioritarias de investigación en el futuro. Por lo que sabemos, parece lógico pensar que toda la meseta superior del Albaicín, unas 3 has., debió estar ocupada desde la segunda mitad del siglo VII, configurando un recinto amurallado ciertamente oblongo, como se deduce de la orientación de las estructuras defensivas halladas en el solar de la mezquita y de la propia topografía de la colina. No obstante, no deja de estar dentro de lo posible que el área habitada fuera algo mayor. Esta cerca quizás pudo verse desbordada ya en el siglo V, seguramente con la construcción de viviendas adosadas a la misma, como vemos en la estructura ibérica levantada sobre el estrato IV del corte 1 del Carmen de la Muralla. Esta circunstancia también se dio en los siglos III-II a.C., según se documenta en el sector sureste del solar de la mezquita. Desde luego, aunque todavía conocemos bastante poco del mismo, la entidad del núcleo del Albaicín durante los siglos VII-VI está fuera de toda duda. La solidez y envergadura de las murallas documentadas en el solar de la mezquita, así como la longitud perimetral de la misma, hace que ya desde sus orígenes estemos ante un poblado firmemente asentado. Ahora bien, ¿cómo se integró el poblado del Albaicín en la estructura territorial de la Vega de Granada? A nivel de hipótesis, consideramos que es muy posible que la decadencia y despoblamiento final del cercano Cerro de la Encina de Monachil esté relacionado con la aparición del nuevo asentamiento, que actuaría como catalizador territorial del sector ubicado en el piedemonte occidental de Sierra Nevada. Llegados a este punto, podemos hablar de una auténtica fundación de Granada en estos momentos de la segunda mitad del siglo VII, pero ¿era este asentamiento ya conocido entonces como Iliberri, "ciudad nueva"? El sentido de este topónimo es un auténtico "tótem" de los estudios sobre lingüística ibérica (Caro Baroja, 1976: 67; Tovar, 1974: 137-138), pero no está libre de controversias. 4.

EL ASENTAMIENTO DEL CONVENTO DE SANTA PAULA

No obstante la absoluta primacía del Albaicín como núcleo histórico de la ciudad de Granada, el asentamiento humano más antiguo que se conoce bajo el casco urbano de la ciudad no se encuentra sobre dicha colina, sino al pie de la misma. Se trata del poblado del Bronce Final Pleno localizado en 1993 bajo los cimientos del Convento de Santa Paula, situado entre la calle homónima y la Gran Vía de Colón (vid. FIGS. 215 y 231). La intervención de urgencia que se acometió en este convento vino motivada por la necesidad de efectuar algunas obras en el mismo. La excavación documentó un total de ocho fases arqueológicas, que comprendían desde el Bronce Final hasta el siglo actual. No se trata de una ocupación continúa, ya que una vez abandonado el asentamiento prehistórico -fases I y II- el lugar no volvió a ocuparse hasta época almohade (López López et alii, 1997).

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 235. Carmen de la Muralla: cerámica a mano (según Roca, Moreno y Lizcano, 1988). 475

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Realmente es poco lo que se ha documentado de este asentamiento, consistente en un pavimento de guijarros, que llevaba asociadas una serie de cerámicas a mano. Entre los materiales aparecidos cabe señalar la mayoritaria presencia de recipientes de cocina, de factura tosca, con formas como ollasorzas del tipo 5,1. Las cerámicas finas están constituidas únicamente por pequeños cuencos de carena media, con las superficies bruñidas (FIG. 236). Sus excavadores piensan que el poblado debe fecharse entre 900 y 800 a.C. (López López et alii, 1997: 251). Parece estar claro es que la ocupación del lugar no perduró mucho tiempo.

FIG. 236. Cerámicas a mano del Convento de Santa Paula (según López López et alii, 1997)

La situación del asentamiento del Convento de Santa Paula en la llanura, pero cerca del pie del Albaicín, resulta significativa de cara a vislumbrar la existencia de población en el entorno de la colina en momentos anteriores a su ocupación permanente en el siglo VII. Hay que señalar que en este sector del casco urbano de Granada se configura como una suave loma, delimitada por el Darro y el antiguo arroyo que descendía por la Cuesta de la Alhacaba. Esta loma desciende hacia el oeste y su parte más alta se encuentra en la confluencia entre la Gran Vía y la calle Cárcel Baja, anexa a la Catedral. Es muy 476

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

probable que el asentamiento del Bronce Final del Convento de Santa Paula se situase preferentemente en la zona más noroccidental de dicha elevación, mejor defendida de las periódicas inundaciones esta zona baja de Granada. No sabemos qué extensión tuvo este poblado, pero la aparición de algunas cerámicas a mano del Bronce Final en la cercana excavación excavación de la CALLE SAN JUAN DE DIOS, 49 -antiguo Café Zeluán- nos hace pensar que el sector ocupado alcanzara un desarrollo considerable. Este lugar se encuentra precisamente en el sector occidental y más bajo de la loma aludida. Los materiales del Bronce Final aquí aparecidos se presentan descontextualizados entre las tumbas que formaban parte de la gran necrópolis andalusí de la Puerta de Elvira, con indicios evidentes de rodamiento (Alemán y López López, 1997: 240; López López et alii: 1997, 252). Dado que el Convento de Santa Paula se encuentra tan sólo a unos 350 m. en línea recta del antiguo Café Zeluán es muy posible que los materiales señalados correspondan al mismo asentamiento, totalmente alterado en este sector por la instalación del cementerio islámico. 5. CUESTA DE LOS CHINOS El pago denominado Cuesta de los Chinos se emplaza a poco más de 500 m. al noroeste de la localidad de Gabia la Grande, dentro del municipio de Las Gabias11. Se trata de una de las primeras lomas que marcan por el sur el límite de la vega de Granada, que alcanza una altitud máxima de 695 m.s.n.m. y relativa de 40 m. sobre la llanura. No obstante, el enclave no tiene ningún caracter defensivo, ya que es muy accesible por cualquiera de sus flancos. Desde el punto de vista paleogeográfico, el asentamiento se encontraba en la margen izquierda del Dílar, que discurría al pie del mismo hasta que fue desviado a finales del siglo XIX. Hoy, el río corre a 1'5 km. al este del yacimiento (FIG. 237). La aparición en el lugar de indicios de la existencia de una necrópolis argárica motivó en 1984 la realización de una excavación (Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985). La intervención consistió en un pequeño corte estratigráfico de 5 m. por 4 m., practicado en la zona más baja y septentrional de la loma. Este sector se encuentra muy alterado por la construcción de una acequia. El sondeo permitió detectar una capa superficial de arado, tres estratos del Bronce Final-Hierro Antiguo, además de la tumba argárica antes citada. El nivel III correspondía al Bronce Final y asentaba directamente sobre la roca. El nivel II era estéril y consistía en una capa de nivelación artificial del terreno sobre la que se encontraba el estrato I, con materiales a mano y a torno A este respecto, resulta significativo que poco antes de que apareciesen las cerámicas

11

Las coordenadas U.T.M. son 439.900-4.111.100 según la hoja 1.026 (Padul) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1ª ed., 1994.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS a torno de tipo fenicio tuvieran lugar algunos cambios en la configuración del poblado -estrato II-, aunque ignoramos su naturaleza concreta. El nivel III permitió documentar los restos de dos agujeros de poste, rodeados de piedras. Posiblemente correspondían a una cabaña. El estrato, como se ha dicho, sólo contenía cerámica a mano. Las formas más significativas son los vasos de perfil en "S" y ollas/orzas del tipo 5,1, que presentan superficies alisadas. También apareció un vaso con carena media muy bruñido (FIG. 238). Estos materiales son propios del Bronce Final Pleno, fechados por sus descubridores en el siglo IX (Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985, 258-260). La cerámica del nivel I procede de una estructura de habitación, que apenas pudo documentarse. No parece que aparezcan cerámicas a mano o al menos nada se dice nada a este respecto en la publicación. Tres son las formas presentes de manera significativa, por el siguiente orden: pithoi polícromos, cuencos grises y ánforas R-1. Lamentablemente, debido a lo fragmentario del material no podemos efectuar ninguna apreciación de interés (FIG. 239). Los autores de la intervención en la Cuesta de los Chinos consideraron esta fase como Protoibérica, situándola entre los siglos VII-VI a.C. (Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985: 260-261). La existencia de un hiatus en el siglo VIII nos hace pensar que el poblado de la Cuesta de los Chinos fue "refundado" en el siglo VII. Ello coincidiría con las explanaciones del estrato II, necesarias para un patrón de viviendas diferente al del Bronce Final. La dedicación agro-pecuaria de la Cuesta de los Chinos es la más probable. Las circunstancias del entorno en que se enclava y la cultura material que ha proporcionado permiten inferir dicho supuesto. Por ello, pensamos que nos encontramos ante una aldea agrícola, vinculada a un poblado mayor. Es posible que éste sea el núcleo del Albaicín, a sólo 8 km. De distancia. No hay duda que la creación en el siglo VII de un gran poblado en el sector más oriental de la Vega de Granada llevó aparejados cambios en la distribución de la población en el territorio circundante. No tiene nada de extraño que al cabo cierto tiempo aparecieran diferentes asentamientos de pequeña entidad dedicados a las tareas agro-pecuarias y situados en las tierras bajas del entorno. De éstos sólo conocemos la Cuesta de Los Chinos, pero no cabe duda de que existieron bastantes más.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 237. Localización y entorno de la Cuesta de los Chinos.

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FIG. 238. Cuesta de los Chinos: materiales del Bronce Final Pleno (según Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985).

FIG. 239. Cuesta de los Chinos: cerámicas del Hierro Antiguo (según Fresneda, Rodríguez Ariza y Jabaloy, 1985). 480

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Capítulo 15 6.

La vega de Granada y sus piedemontes

BAÑOS DE LA MALÁ

El yacimiento de Los Baños se encuentra situado en el borde suroriental de la vega de Granada, junto al casco urbano de La Malá, a cuyo término municipal pertenece. Esta zona constituye un área de transición entre la vega del Genil y las tierras más pobres de Alhama y El Temple. En esta zona, el arroyo del Salado ha excavado un angosto valle en el blando sustrato yesoso de la zona. La zona arqueológica de Los Baños se sitúa en la margen izquierda del citado curso de agua, ocupando las laderas y el piedemonte oriental del cerro de la Atalaya, que alcanza los 883 m. de altitud. Aquí encontramos varias fuentes termales salinas, cuyo aprovechamiento es el motivo principal que explica la instalación de sucesivas comunidades humanas en el lugar desde el Calcolítico (FIG. 240). Los Baños se dieron a conocer como yacimiento arqueológico en 1977, estando sometido desde entonces a continuas destrucciones, especialmente en la zona situada a cotas más bajas, especialmente por la apertura de una carretera paralela al curso del arroyo Salado. El interés del lugar motivó una prospección detallada del mismo y una recogida selectiva de materiales. Este trabajo reveló la dinámica demográfica del lugar y estableció una primera aproximación a la secuencia del mismo, que hasta hoy resulta la única información que poseemos (Fresneda Padilla y Rodríguez, 1982). Despoblándose el asentamiento a finales de la Edad del Cobre, habrá que esperar a los siglos IX-VIII a.C. para que se produzca un nuevo asiento de población en Los Baños. La ocupación perdurará hasta comienzos de la Edad Media, momento en que la población se traslada al actual emplazamiento del pueblo de La Malá. El elenco cerámico recogido en superficie revela una tipología limitada de materiales para el Bronce Final-Hierro Antiguo (FIG. 241). A mano aparecen los recurrentes vasos carenados a media altura, acompañados de ollas/orzas muy sencillas, cuencos de casquete esférico y algún vaso de perfil en "S". Los materiales a torno parecen ser más abundantes, con una mayoritaria presencia de cerámica gris, siendo el plato -formas 19 y 20 de A. Caro- el recipiente más abundante. Contamos también con las ánforas R-1. Algunas de éstas ofrecen una tipología de labio vertical, por lo que pudieran tener una datación aún dentro del siglo VIII. Otras muestran un perfil de borde más tardío. Finalmente, encontramos un fragmento de asa geminada correspondiente a un posible vaso tipo Cruz del Negro y un trípode.

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FIG. 240. Situación de los Baños de Malá.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 241. Materiales del Bronce Final-Hierro Antiguo recogidos en los Baños de la Malá (según Fresneda y Rodríguez Ariza, 1982). 483

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS También aparecen algunos testimonios de industria lítica, que los autores de la prospección del lugar atribuyen a estos momentos del Bronce Final-Hierro Antiguo. 7.

EL CERRO DE LA MORA

El Cerro de la Mora es una de las zonas arqueológicas más importantes de la provincia de Granada, tanto por su larga secuencia estratigráfica como por los materiales que ha proporcionado. Forma unidad con el inmediato Cerro de la Miel, que se le adosa por el suroeste. a)

Localización y entorno: las vegas del Genil y Cacín

El Cerro de la Mora es un espolón que alcanza los 575 m.s.n.m., proyectado sobre la orilla derecha del Genil. En esta zona, el río abandona las formaciones yesosas de Brácana, por las que discurre encajado, abriéndose el valle en este punto hacia la vega de Huétor Tajar y Loja. Los materiales geológicos que forman el emplazamiento son arcillas del Keüper, areniscas y limos miocénicos. Toda la parte alta del cerro está formada por acumulación de niveles de ocupación humana. Así, constituye un auténtico tell en el que se han documentado 11 m. de potencia arqueológica, estimándose en unas 10 has. la superficie total del conjunto. A unos 2 km. aguas abajo, el Genil recibe su afluente el Cacín. Este último configura también un rico valle de regadío y constituye la principal ruta natural hacia la costa malagueña, tanto subiendo por su propio valle -puerto de Frigiliana- como por el de su tributario el río Alhama -Boquete de Zafarraya-. Desde el punto de vista administrativo, el Cerro de la Mora pertenece al término municipal de Moraleda de Zafayona, aunque se encuentra más próximo a la vecina localidad de Villanueva de Mesía. La topografía del lugar reúne buenas condiciones para el asentamiento humano, tanto por las potencialidades agropecuarias del entorno como por las posibilidades defensivas del cerro y su posición en la ruta del Surco Intrabético. El Genil rodea una parte considerable del emplazamiento mediante un pronunciado meandro que discurre al pie del cerro por los flancos este, norte y oeste sucesivamente. Estos farallones presentan una fuerte pendiente hacia el lecho del río, muy encajonado en este tramo. El desnivel entre éste y la cúspide del cerro alcanza casi 80 m. La zona más accesible es el lado sur12 (FIGS. 242- 243).

12

Las coordenadas U.T.M. del Cerro de la Mora son 412.850-4.118.500 según la hoja 1.008 (Montefrío) del Mapa Militar de España, e.1.50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1ª ed., 1995.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 242. Entorno del Cerro de la Mora: vegas del Genil y Cacín.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS

FIG. 243. Panorama del Cerro de la Mora desde el oeste.

FIG. 244. Las intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mora (a partir de Carrasco et alii, 1987b).

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 245. Cerro de la Miel: cerámicas del estrato A-6 (según Carrasco et alii, 1987a).

b)

Las intervenciones arqueológicas

El corpus de materiales reunidos por las campañas realizadas en el Cerro de la Mora y su ordenación por fases constituye una de las principales referencias para lel mundo indígena del Bronce Final-Hierro Antiguo en las tierras interiores de la alta Andalucía. El principal inconveniente que presentan los estudios efectuados en el lugar es el predominio absoluto de la verticalidad, por lo que no cabe duda que la excavación en extensión del enclave podría variar bastante nuestra visión del mismo, en el sentido de aportar información sobre aspectos urbanísticos y constructivos hoy apenas conocidos en la depresión de Granada. Aunque descubierto en los años 60, la valoración del Cerro de la Mora se inicia en 1978, cuando el lugar es prospectado de forma intensiva por J.A. Pachón, J. Carrasco y M. Pastor. Al año siguiente se acometió una primera campaña en la que se efectuaron tres cortes, que pusieron de manifiesto una estratigrafía que abarcaba desde el Bronce Final hasta epoca romana altoimperial, con una importante secuencia protohistórica (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: 299-311; Pastor et alii, 1981). En 1981 se reanudaron los trabajos con una excavación en la que se efectuó un solo corte –el nº. 4(Carrasco, Pastor y Pachón, 1982). Esta intervención permitió añadir a la estratigrafía dos nuevas fases más antiguas: Bronce Pleno de tipo argárico y 487

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Bronce Tardío. En 1983 se efectuó una cuarta campaña de excavaciones13, pero ahora los trabajos se centraron en el anejo Cerro de la Miel, apareciendo la conocida espada de lengua de carpa (Carrasco, Pachón y Pastor, 1985; Carrasco et alii, 1987). Finalmente, en 1985 se realizó la quinta campaña de excavaciones en Moraleda de Zafayona, que volvió a centrarse en el Cerro de la Mora. Esta intervención supuso un cierto cambio respecto a las anteriores, ya que, aunque los objetivos eran básicamente complementarios con aquéllas, se realizó una cierta exploración en horizontal, con resultados de envergadura como fue la aparición de varios hornos del Bronce Final, aunque sólo conocidos por un breve informe preliminar (Carrasco et alii, 1987b). Las excavaciones del Cerro de la Mora se han centrado en el sector oriental del mismo, junto al farallón rocoso que delimita el asentamiento por este flanco y que cae directamente sobre el cauce del Genil (FIG. 244). Realmente, pese a lo que pudiera parecer, se ha excavado muy poco en relación con la amplitud del enclave. Dadas las escasas dimensiones de los diversos cortes, las estructuras que conocemos se disponen en numerosas superposiciones, por lo que prácticamente no se conoce nada de la urbanística. En el corte 4 (1981) las plantas documentadas responden a viviendas o edificios de módulo cuadrangular y compartimentado. En el corte 3 (1979) se localizaron cinco pavimentos del Bronce Final e indicios claros de la existencia durante este momento de una posible cabaña oval. Durante la campaña de 1985 se localizaron restos de varios hornos superpuestos del Bronce Final, sin ningún material a torno. Estos hornos, dedicados a la producción cerámica, tuvieron, según sus descubridores, una capacidad de producción muy superior a la demanda del Cerro de la Mora, por lo que el lugar pudo servir como centro de distribución de productos alfareros para el entorno (Carrasco et alii, 1987b: 270). c)

La secuencia del Cerro de la Mora

Tras la etapa argárica y el Subargárico/Bronce Tardío, designadas por sus excavadores como fases I1 y I2 respectivamente, el BRONCE FINAL ANTIGUO lo encontramos de manera más clara en el vecino Cerro de la Miel, concretamente en los estratos A,6 y A,5 (FIG. 245). Si pasamos al Cerro de la Mora, la FASE I queda caracterizada por las cerámicas a mano propias del BRONCE FINAL PLENO (FIG. 246). Se observa un predominio total de las superficies bruñidas. Aparecen vasos de carena media-alta y un pequeño cuenco de carena baja, que bien pudiera ser una de las piezas más antigua del nivel (FIG. 246, e). No faltan los recipientes de perfil en "S" (FIG. 246, i).

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En el Cerro de la Mora se efectuó un corte, designado con el nº. 7, que, de momento, no se ha publicado (cfr. Carrasco et alii, 1987a: 10; 1987b: 266-267).

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 246. Cerro de la Mora: materiales de la fase I –Bronce Final Pleno- (según Carrasco, Pastor y Pachón, 1981 y 1982). 489

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FIG. 247. Cerro de la Mora: materiales de la fase II –Hierro Antiguo I- (según Carrasco, Pastor y Pachón, 1981 y 1982). 490

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

La FASE II corresponde claramente al HIERRO ANTIGUO I, con la llegada de los primeros materiales a torno. Los investigadores que trabajaron en el Cerro de la Mora situaron esta etapa entre la primera mitad del siglo VIII y el primer cuarto del VII (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: 331), cronología que parece bastante aceptable. Las cerámicas a mano continúan en la tónica anterior, prácticamente sin ningún cambio. Entre la vajilla fenicia cabe señalar los engobes rojos, claramente productos de lujo: jarro de boca trilobulada, plato y thymiaterion o cuenco carenado (FIG. 247, c-d, f). Interesante resulta el plato aparecido en esta fase. Corresponde claramente al tipo de borde estrecho, con una anchura de labio de 1,8 cm. Por tanto, de acuerdo con los resultados obtenidos en Morro de Mezquitilla estaríamos ante un recipiente bastante arcaico. Igualmente, la ausencia de carena perceptible en el exterior del plato del Cerro de la Mora lo relaciona con los ejemplares aparecidos en el momento antiguo de Morro. Por tanto, pensamos que esta pieza es encuadrable en la fase constructiva B1 del asentamiento fenicio malagueño, fechada -como muy tarde- a mediados del siglo VIII a.C. (Schubart, 1986: 69). En esta fase tampoco faltan las cerámicas polícromas. Todas las formas que se han podido identificar corresponden posiblemente a vasos tipo Cruz del Negro, como muestra el cuello cilíndrico con fino baquetón. Una pieza conserva un asa, aunque no sabemos si el recipiente poseyó originalmente dos (FIG. 247, g). Finalmente, encontramos un vaso con carena media en cerámica gris, de paredes muy finas y de buena factura (FIG. 247, e), que nada impide datar hacia el año 750 a.C. Las FASES III-IV corresponderían al HIERRO ANTIGUO II, con una fecha del siglo VII. Este momento se caracteriza por un gran aumento de la cerámica a torno, aunque todavía parece que ésta no es mayoritaria. Es evidente que algunos recipientes fueron fabricados localmente, como indican unas formas un tanto ajenas a las conocidas en las colonias fenicias, pero tampoco dejaron de afluir importaciones desde la costa. Frente al auge de la cerámica a torno, los productos a mano muestran síntomas de una inexorable decadencia, visible en la cada vez mayor monotonía de las formas y la desaparición de la mayor parte de los vasos cuidados, que van siendo sustituidos por sus homólogos en producciones grises. Dado el mayor interés que el equipo del Cerro de la Mora manifiesta hacia los materiales a torno durante estos momentos, poco es lo que se puede decir de la cerámica a mano en esta fase. Las formas documentadas son ollas/orzas y vasos con carena media y superficie bruñida (FIG. 248, a, c). Los productos a torno ya no son recipientes de lujo, sino vasos necesarios para las actividades cotidianas del poblado. Pocas novedades aportan las ánforas (FIG. 248, d-e), salvo algún ejemplar pintado, que correspondería al tipo que hemos denominado pithoide (FIG. 248, f) (vid. infra cap. 21, 4). La forma polícroma más abundante es el pithos, del que encontramos cierta variedad de perfiles. En el corte 3 (1979) apareció el fragmento de uno bastante peculiar: borde, asas geminadas y decoración pintada están dentro de lo habitual, pero el galbo presenta -en lo conservadoun perfil troncocónico invertido (FIG. 248, h). Es una forma que no tenemos 491

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS documentada en las colonias fenicias, por lo que es probable que se trate de una creación de un alfar indígena, ya que nos remite a grandes vasos para almacenaje a mano que hemos visto en otros lugares de la depresión de Granada14 y a formas netamente indígenas como las ollas/orzas de paredes rectas tipo 5,4. Esta circunstancia muestra que partiendo de un recipiente más o menos estandarizado propio de las colonias fenicias, los artesanos indígenas crearon una serie de variantes como vemos en lugares como el mismo Cerro de la Mora, Peñón de la Reina o Peña Negra. No faltan pithoi más acordes con los cánones del mundo colonial, como una pieza del corte 4 (FIG. 248, g). Los platos de engobe rojo continúan apareciendo durante las fases IIIIV, con dos ejemplares que tienen respectivamente una anchura de borde de 2,6 cm. y 4,2 cm. (FIG. 248, b). Finalmente, apareció una punta de flecha de aletas y pedúnculo, bastante deteriorada, forma tradicional en el mundo del Bronce Final de la alta Andalucía. La FASE V del Cerro de la Mora abarca la segunda mitad del siglo VI y una parte considerable de la centuria siguiente, enlazando ya con el Ibérico Antiguo, que no presenta solución de continuidad con el HIERRO ANTIGUO III. Los elementos materiales son exclusivamente a torno, apareciendo fundamentalmente platos pintados. Se documenta también un ánfora de tipo husiforme que se utilizó para contener una inhumación infantil (FIG. 249). d)

La espada del Cerro de la Miel

El hallazgo de mayor interés que ha tenido lugar en el Cerro de la Miel es la conocida espada de lengua de carpa, aparecida en el estrato A-6 de la campaña de 1983 (Carrasco, Pachón y Pastor, 1985: 307-312; Carrasco et alii, 1987a: 52-53). La pieza, fundida en una sola colada y en excelente estado de conservación, se custodia hoy en el Museo Arqueológico de Granada. Mide de 80 cm. de longitud, de los que 9'5 cm. son de empuñadura; la hoja alcanza una anchura de 4 cm. La empuñadura es de lengüeta rectangular y presenta dos orificios para los remaches que permiten fijar las cachas. El pomo es bífido en horizontal. La guarda adopta el característico perfil en "delta". Hay que señalar que se conservan todos los remaches originales, cosa bastante rara en este tipo de piezas. Bajo la guarda aparecen los típicos ricassi, poco pronunciados. La hoja se caracteriza por sus filos paralelos15 y su aguzada punta, levemente partida (FIG. 250, a).

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A este respecto cabe citar un recipiente de almacenaje del Cerro de la Encina, que tiene un borde engrosado al exterior, mamelones, galbo troncocónico invertido y fondo plano. Su morfometría hace que su mayor diámetro se encuentre en la boca. Es pieza fechada en el Bronce Final II de F. Molina González (1978: tab. tip. nº. 73). 15

Los editores de la espada del Cerro de la Miel señalan que la hoja es imperceptiblemente "pistiliforme" (Carrasco et alii, 1987a: 53). Por nuestra parte, no observamos ningún detalle que nos permita suscribir tal afirmación.

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FIG. 248. Cerro de la Mora: cerámica de las fases III/IV –Hierro Antiguo II(según Carrasco, Pastor y Pachón, 1981 y 1982). 493

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FIG. 249. Cerro de la Mora: cerámica de la fase V –Bronce Antiguo III- (según Carrasco, Pastor y Pachón, 1981 y 1982).

Sus descubridores proponen para la espada una fecha entre finales del siglo XI y el siglo IX, basándose en una fecha de C-14 del año 1080±110 (Carrasco et alii, 1987a: 113). Desde luego, la pieza resulta bastante arcaica en el horizonte lengua de carpa, pero en absoluto compartimos una cronología para esta pieza anterior a finales del siglo X. Esto no quiere decir que no valoremos la cronología de C-14, es más, incluso pensando que ésta resulta incuestionable podríamos llevar la formación del estrato A-6 sin ningún problema a la primera mitad de dicha centuria, en función del material cerámico. Por tanto, de momento y a la espera de nuevos datos, asignamos a la espada del Cerro de la Miel una cronología del siglo IX o de finales del siglo X. El sentido de la espada del Cerro de la Miel es un enigma que no ha podido ser desentrañado. A ciencia cierta no sabemos qué hacía aquí esta espada: lugar de hábitat, taller, ofrenda funeraria, deposición ritual, simple pérdida u olvido... muchas posibilidades quedan abiertas.

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FIG. 250. Cerro de la Miel/Cerro de la Mora: hallazgos de metal (según Carrasco, Pastor y Pachón, 1985). 495

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Hallazgo de gran interés es también una fíbula de codo del Cerro de la Miel, que viene a ser un tipo intermedio entre la de Monachil y las aparecidas en la ría de Huelva. Los gallones de sus brazos son ya manifiestos, pero únicamente se han ensanchado, sin adoptar el característico aspecto globular de los onubenses (FIG. 250, c). Piezas también halladas en el Cerro de la Miel son la punta de otra espada de lengua de carpa y una punta de flecha del tipo de aletas y pedúnculo. e)

Conos de plata de Tocón

La pedanía de Tocón, perteneciente al término municipal de Íllora, se sitúa a escasos 3 km. al norte del Cerro del Mora, pero en la margen opuesta del Genil (vid. FIG. 242). De dicho lugar proceden varios conos de plata, que pueden relacionarse por su tipología y datación con este gran poblado protohistórico. Nada conocemos sobre las circunstancias del hallazgo, pues las piezas fueron entregadas por la antigua Comisión Provincial de Monumentos de Granada al Museo Arqueológico Provincial en el año 188016 (García Alfonso, 1999b). Son tres objetos de plata de pequeño tamaño, alguno fragmentado, que adoptan forma de cono, hueco en su parte interior. Presentan pabellón a estilo de trompeta en un extremo y un vástago cilíndrico con las paredes estriadas por repujado. El cono de mayor tamaño mide 5,5 cm. de largo y 3,7 cm. de diámetro en la parte del pabellón (FIG. 251, a-c) Ciertamente, los objetos similares a estos conos de Tocón no abundan. Entre los más cercanos por su forma y dimensiones, señalaremos los conos áureos aparecidos en el Tesoro del Cabezo Redondo de Villena (FIG. 251, d-e), Cueva de les Pixarelles en Barcelona, El Castañuelo en Huelva (FIG. 251, f-g) y los cercanos de Jorox -Málaga- (vid. FIG. 131) y Cuesta del Negro de Purullena (FIG. 251, n). Todos estos hallazgos se fechan entre finales del segundo milenio e inicios del primero. Dentro de la orfebrería orientalizante peninsular encontramos algunos objetos similares a los de Tocón. Conos parecidos aparecen en los pendientes del Tesoro de La Aliseda, formando parte de flores de loto abiertas (FIG. 251, i) (Blanco, 1996: figs. 24-25). Existe también gran similitud en el repujado de los vástagos entre las piezas de Tocón y los Candelabros de Lebrija, aunque las diferencias de tamaño son enormes (Almagro Basch: 1964, láms. I-IV).

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Nº. de inventario 46

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FIG. 251. Conos de plata de Tocón y objetos paralelizables. a-c) d-e) f-g) h) i) j)

Conos de Tocón Cabezo Redondo (según Maluquer, 1970) El Castañuelo (según Schubart, 1975b) Cuesta del Negro (según Molina González y Pareja, 1975) Tesoro de Aliseda –detalle“Barrilete” del tesoro de Ebora (según Carriazo, 1973) 497

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Mucho más coincidentes con la parte cilíndrica de los conos de Tocón son los denominados "barriletes" del Tesoro de Ébora, tanto por su idéntica técnica de repujado y como por su tamaño: 2,5 cm. de diámetro (FIG. 251, j) (Carriazo, 1973: fig. 259, lám. 260). Estas piezas forman parte de la célebre diadema con rostros humanos hallada en este lugar del término de Sanlúcar de Barrameda y, como el resto del conjunto se viene fechando a fines del siglo VI o principios del V a.C. Vistos los paralelos que presentan los conos de Tocón, creemos que deben situarse en un abanico cronológico que abarca los siglos X-VI a.C. Por su tamaño y tipología, puede que vincularse mejor a los hallazgos datados c. 1000 a.C. Sin embargo y aunque no fueron desconocidos en época anterior, el auge que alcanzan la técnica del repujado y el uso de la plata a partir del periodo fenicio arcaico (Almagro Gorbea, 1989: 72) obliga a no descartar una fecha de los siglos VIII-VII a.C. La relación de los conos de Tocón con el Cerro de la Mora es meramente hipotética. El abanico cronológico que presentan estas piezas se correlaciona con la secuencia del poblado y dada la situación de la zona del hallazgo en el entorno inmediato parece factible establecer una vinculación de algún tipo. 8.

EL ÁREA DE LOJA: LA SALIDA DE LA VEGA HACIA LAS CAMPIÑAS

La ubicación de Loja en la salida del Genil desde la depresión de Granada hacia las campiñas del Guadalquivir convierte a este estrecho paso en una etapa crucial en la ruta del Surco Intrabético. Bien es cierto que poco es lo conocido por el momento en la zona durante el Bronce Final-Hierro Antiguo. Sin embargo, investigaciones realizadas en 1992-1993 en el Cerro de la Alcazaba de Loja han revelado que en este lugar existió un poblado fortificado al menos desde el siglo VII a.C. A ello hay que añadir la existencia de algunos otros materiales de cierto interés. a)

La Cueva del Coquino

Esta cavidad se sitúa en la ladera oriental de la sierra del Hacho, orientada hacia el Genil y a una altitud de 700 m. La excavación efectuada en 1981 documentó la existencia de niveles de habitación del Neolítico Medio y Calcolítico, así como una cierta ocupación del Bronce Tardío y Final (vid. FIG. 252) (Carrasco Rus et alii, 1986: 162-168). Entre los fragmentos correspondientes al Bronce Tardío cabe señalar vasos carenados de los que cuelgan una serie de mamelones –nuestro tipo 3,2(FIG. 253, a), cuencos de perfil en "S" –forma 4-17 (FIG. 253, b) y vasos de borde reentrante –forma 2-. 17

Los autores de la intervención en la Cueva del Coquino califican estos recipientes como cuencos de carena alta y borde entrante (Carrasco et alii, 1986: 171, fig. 75, nº. 1), mientras que en su excavación en el cercano Cerro de la Miel los definen como cuencos de perfil de "S". En este lugar se fechan por C-14 entre fines del siglo XI y comienzos del X (Carrasco et alii, 1987: 37, nº. 49; 39, nº. 54).

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La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 252. Área de Loja: enclaves del Bronce Final-Hierro Antiguo.

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FIG. 253. Cueva del Coquino: cerámica del Bronce Tardio-Final (según Carrasco et alii, 1986). 500

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La vega de Granada y sus piedemontes

Los materiales que los excavadores de la Cueva del Coquino atribuyen a una fase ya avanzada del Bronce Final se encuadran en el estrato 2. Corresponderían a la fase II del Bronce Final del Sureste de F. Molina, por lo que se situarían entre los siglos X-IX. Son fragmentos escasos, entre los que destacan un vaso de carena alta (FIG. 253, c) y otro de casquete esférico. Todos estos datos son interesantes de cara a los caracteres que podría presentar la ocupación humana de zonas kársticas de montaña en el área de las Béticas. La Cueva del Coquino es indicio de que, junto a los grandes asentamientos en los cerros destacados y las "aldeas agrícolas" en llano debió existir un cierto poblamiento en cuevas, vinculado a actividades marginales y de subsistencia, basadas en el pastoreo extensivo y el aprovechamiento del bosque. b)

Hacha de Fuente Cesna

Un hallazgo metálico aislado del Bronce Final en el área de Loja es el hacha de talón y asa lateral encontrada, según parece, en la pedanía de Fuente Cesna, perteneciente al término de Algarinejo. Este lugar se encuentra a orillas del Genil, a 12 km. aguas abajo de Loja, ya muy cerca del límite con la provincia de Córdoba (vid. FIG. 213). La noticia del hallazgo procede de J. de M. Carriazo (1963: 850, nota 101), encontrándose hoy la pieza en paradero desconocido. El hacha de Fuente Cesna correspondía al tipo de talón y una sola anilla lateral, fechándose hacia los siglos X-IX (Carrasco et alii, 1986: 176-177). c)

El Cerro de la Alcazaba de Loja

El cerro sobre el que se asienta la Alcazaba de Loja domina desde sus 517 m. de altitud la orilla izquierda del Genil. Este altozano constituye el núcleo histórico de la citada población granadina, constituyendo en la actualidad uno de sus barrios. Su posición en el punto de estrechamiento de la vega hace que el paso natural de Loja sea fácilmente defendible con poco esfuerzo. Prueba tangible de ello es la construcción en esta elevación de la fortaleza nazarí (vid. FIG. 252, FIG. 254). La actuación integral de remodelación del barrio de la Alcazaba motivó que entre 1992 y 1993 se efectuasen excavaciones en la denominada calle Moraima, en el sector norte del cerro. Los cortes A y B se ubicaron dentro del recinto musulmán, mientras que el C se situó extramuros, al pie de la fortificación (Alonso, Castellano y Buendía, 1995).

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FIG. 254. Panorámica del Cerro de la Alcazaba de Loja desde el norte.

FIG. 255. Planta de la excavación de 1992 en la Alcazaba de Loja (según Alonso, Castellano y Buendía, 1995). 502

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

La excavación, dadas las características del emplazamiento, documentó diferentes niveles que testimoniaban un cuantioso aporte antrópico. Los estratos más profundos se encontraban mejor conservados y en ellos pudo documentarse una ocupación de los siglos VIII-VII a.C., que constituyen el primer momento de poblamiento estable del Cerro de la Alcazaba. No obstante, aparecen indicios de la existencia de una cierta actividad en el lugar durante los comienzos del Bronce Final, aunque de corta duración. En la fase III del sector de los cortes A y B, es decir, la zona excavada intramuros del recinto nazarí, se documentó un pavimiento de barro endurecido al sol, que se remataba con un zocalillo del mismo material. Este suelo artificial se encontraba bastante degradado y los autores de la excavación lo atribuyen a una estructura de habitación protohistórica. El corte C quedaba delimitado en sus lados sur y este por el pie de la muralla de la Alcazaba, que en este punto hace una inflexión bastante pronunciada para desarrollar un baluarte avanzado. En la fase II-III apareció un complejo entramado de construcciones del primer milenio a.C. (FIG. 255), que no pudieron documentarse más que en una pequeña extensión dado lo angosto del corte y la superposición de la muralla islámica sobre los niveles protohistóricos, que continúan hacia el interior de la fortaleza, como queda confirmado por el hallazgo de los cortes AB. La estructura más antigua encontrada fue un hogar circular, bien delimitado por un zócalo de piedras, perdido en parte. Es destacable su gran diámetro -1,40 cm.-, bastante más de lo que venimos conociendo en otros lugares de la alta Andalucía. Este hogar tenía dos niveles de utilización superpuestos, construidos de la misma manera: bajo un lecho de fragmentos de cerámica colocados de forma cóncava para aislarla del suelo, se situaba una torta de barro secada al sol y endurecida por los procesos de combustión que tuvieron lugar sobre ella. La fase más reciente de utilización del hogar mostraba improntas de cestería sobre la plataforma de arcilla. Por los materiales aparecidos, los investigadores que han trabajado en el Cerro de la Alcazaba fechan dicha estructura en el siglo VII a.C. Sobre su función, poco es lo que se puede decir y en este sentido los autores de la intervención no se pronuncian. A la vista de los datos publicados, no se observa indicios de los que pueda inferirse que esta estructura formase parte de un fondo de cabaña. Por ello, cabe la posibilidad, dada su gran superficie, es que este hogar sirviese para encender fuego directamente con grandes leños situado fuera de las viviendas y que las ascuas producidas aquí fuesen luego llevadas incandescentes al interior de las cabañas para cocinar sobre ellas o caldear el espacio habitacional. La posibilidad de existencia de estos foci exteriores ha sido sugerida en Acinipo, dado el pequeño tamaño de los hogares situados dentro de las viviendas, pero ahora parece que tenemos su confirmación arqueológica. Posteriores a este gran hogar, se pudieron documentar muy parcialmente en este corte C los consistentes restos de un sistema de 503

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS fortificación que no debe estar muy alejado cronológicamente de aquél. Los autores de la intervención, a nivel de hipótesis, sitúan esta construcción en los últimos momentos del Bronce Final III18, por lo que correspondería a nuestra fase Hierro Antiguo II. La fecha más tardía ante quem sería el 600 a.C., aunque señalan una posible perduración en momentos posteriores ibéricos. Como se ha dicho más arriba, esta construcción sólo pudo excavarse de manera muy limitada, pero lo suficiente para vislumbrar su complejidad. Los muros están levantados con mampostería y dibujan una planta con ángulo recto. A la vista de la planimetría y descripción publicadas, se observa una línea principal de muralla dispuesta en el sentido de las curvas de nivel del cerro, que se caracteriza por utilizar en su frente exterior, el único documentado, piedras de mayor tamaño que el resto. Desde esta estructura se proyecta hacia el norte un bastión avanzado, posiblemente de planta cuadrangular, construido con piedras más pequeñas que la muralla principal. Este baluarte presenta un muro interior, que pudiera ser una compartimentación, una reforma o una reutilización. Los materiales asociados a esta fase III del corte AB y II-III del corte C sólo han sido reseñados muy brevemente y no conocemos documentación gráfica de los mismos. No obstante, parece estar clara su datación en los siglos VIII-VII: fragmentos de cerámicas grises, polícromas y engobes rojos conviven con productos a mano. d)

El territorio de la vega de Loja

A pesar de que los indicios que poseemos son todavía de poca entidad, no cabe duda que en el Cerro de la Alcazaba de Loja se encontraba un núcleo importante de población. Uno de los aspectos de mayor interés es la articulación del territorio entre Loja y el Cerro de la Mora, separados por sólo 15 km. Entre ambos poblados no existe ningún obstáculo natural, sino que se encuentran bien comunicados por el amplio valle del Genil. La cuestión radica en las relaciones que se establecieron entre ambos: ¿existió una cierta jerarquización o dependencia de uno sobre otro? En caso afirmativo ¿quién tenía la preeminencia? En el estado actual de nuestros conocimiento, la ocupación del Cerro de la Mora es bastante anterior al primer poblamiento conocido en la Alcazaba de Loja. Igualmente, parece que el Cerro de la Mora no contó -por lo que sabemos- con un recinto amurallado, mientras que Loja sí se dota a partir de un momento concreto de una serie de infraestructuras defensivas. ¿Funcionaban tanto el Cerro de la Alcazaba de Loja como otros enclaves estratégicos de los alrededores a modo de avanzadillas territoriales del Cerro de la Mora? Todavía estamos en los inicios de una investigación que prácticamente no ha ido más allá de las secuencias estratigráficas y de la seriación de los materiales arqueológicos. En todos estos aspectos habrá que trabajar en el futuro y la vega de Loja es un escenario bastante interesante por las posibilidades que brinda. 18

Sin mencionarla específicamente, evidentemente los autores de la intervención se refieren a la sistematización de F. Molina.

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La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 256. El Manzanil: lucerna fenicia (según Pachón, Carrasco y Gámiz, 1983).

Entre los lugares con clara función defensiva y estratégica en el entorno de Loja-Cerro de la Mora hay que señalar al CERRO DEL MORO (vid. FIG. 213). Se sitúa a unos 14 km. al norte de Loja, junto a la pedanía de Los Ventorros de San José. El lugar se emplaza en una elevación caliza de 890 m.s.n.m., que presenta buenas posibilidades defensivas y domina el paso hacia Priego de Córdoba. La secuencia de este lugar parece arrancar en el Bronce Final y se prolonga sin solución de continuidad hasta época romana (Pachón, Carrasco y Gámiz, 1983: 335-336). En el control de las rutas que parten desde la vega de Loja hacia el norte se destaca también el CASTELLÓN DE HUÉTOR-TÁJAR, situado a 4 km. de esta población y a 618 m.s.n.m. (vid. FIG. 214). De este lugar proceden varios fragmentos de ánforas R-1 (Pachón, Carrasco y Gámiz, 1983: 336). Finalmente, del paraje de EL MANZANIL procede una lucerna de doble mechero completo, aparentemente sin ningún tipo de tratamiento superficial. Este lugar se situa en plena vega del Genil, a 2 km. aguas arriba de Loja (vid. FIG. 252). Se trata de un amplio espacio llano con una secuencia amplia, que abarca desde la Edad del Cobre hasta época ibérica, muy mal conocida. La lucerna en cuestión es un hallazgo casual y se encuentra en una colección particular (FIG. 256). Sus editores le otorgan una fecha ya tardía, de época 505

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS púnica (Pachón, Carrasco y Gámiz, 1983: 336-338). Esta data resulta demasiado baja dadas las características tipológicas de la pieza, por lo que nos parece más correcto situarla en los siglos VII-VI a.C. 9.

LOS MONTES ORIENTALES

El territorio así denominado constituye el límite norte de la vega de Granada y comparte numerosos rasgos físicos con la inmediata hoya de Guadix. A pesar de esta semejanza paisajística con los altiplanos situados más al este, esta zona se vincula al Genil a través del río Cubillas. Al mismo tiempo, en este ambiente serrano se abren las rutas de montaña que enlazan con el alto Guadalquivir, a través de los puertos del Zegrí y del Carretero. a)

El depósito de Campotéjar

Este carácter de tierra de paso bien pudiera explicar una de las ocultaciones de metal más importante del Bronce Final de la península Ibérica: el depósito de Campotéjar. Las únicas referencias que conocemos de este hallazgo se deben a L. Siret (1913: 361), seguidas luego por otros autores (Bosch, 1932: 234; Molina González, 1978: 216; Almagro-Gorbea, M., 1986: 414 y 417; Fernández Castro, 1988: 174, 185 y 594). Lamentablemente, el conjunto no ha llegado a nosotros, por lo que las informaciones que permiten hacernos una idea del conjunto son bastante limitadas. Sabemos que el descubrimiento tuvo lugar en el Cerro del Castellón19, junto a la localidad de Campotéjar (FIG. 257). Pensamos que la ocultación en este lugar no es casual, ya que se encuentra junto al río de las Juntas, afluente del Colomera, que va a dar al Cubillas. Estamos, por tanto, ante una vía natural hacia la vega de Granada que va ha finalizar en el Cerro de los Infantes. Por otro lado, la zona se sitúa justo al pie del puerto del Carretero, que conecta con la campiña de Jaén a través del Guadalbullón. Por tanto, la presencia en este lugar de tránsito de un depósito de metal tan rico pensamos puede estar vinculada a la existencia de metalúrgicos itinerantes como han sugerido algunos autores. En Campotéjar se localizaron más de una treintena de hachas de apéndices, pero de pocas queda referencia gráfica20 (FIG. 258). La mayoría de las piezas están fundidas en bronce, correspondientes al tipo 19 A de L. Monteagudo (1977: 137, nº. 816-817). También se documentaron algunos ejemplares de hierro de idéntica morfología, lo que hace pensar que nos encontramos ante una ocultación en un momento ya ciertamente avanzado, que bien pudiéramos situar entre finales del siglo VIII y principios del siguiente.

19

Sus coordenadas U.T.M. son 447.225-4.148.450, según la hoja 991 (Iznalloz) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1996. 20

Pienso que algunas de las hachas de apéndices que se conservan en el Museo Instituto GómezMoreno de Granada y que figuran en el catálogo de forma genérica como procedentes de la provincia de Granada, bien pudieran pertenecer al depósito de Campotéjar.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 257. Situación del Castellón de Campotéjar.

FIG. 258. Hachas del depósito de Campotéjar. a) Según Monteagudo, 1977 b) Según Coffyn, 1985 507

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Esta circunstancia no impide que en el conjunto existiesen piezas bastante más antiguas, que se remontaran a los siglos X y IX. b)

El Cerro del Centinela

El único asentamiento conocido en los Montes Orientales granadinos durante el Hierro Antiguo es el Cerro del Centinela, lugar situado en la cabecera del río Cubillas. Dista 1,5 km. de la población de Domingo Pérez, en dirección sureste, dentro del término municipal de Iznalloz. El lugar es una pequeña loma, que alcanza 940 m.s.n.m., situado en la margen derecha del arroyo Cañadatalhora21, tributario del Cubillas, que garantiza unas mayores posibilidades agrarias que el entorno (FIG. 259). El descubrimiento de restos arqueológicos en el Cerro del Centinela tuvo lugar en 1983, durante unos trabajos agrícolas. Ese mismo año se realizó una excavación de urgencia, que, pese a su corta duración -15 días-, dio unos resultados de gran interés para la Protohistoria de esta comarca (Jabaloy et alii, 1983). El paso del arado sobre la superficie de la loma que constituye el Cerro del Centinela había dejado al descubierto dos manchas oscuras muy próximas entre sí, formadas por tierra quemada, cenizas y restos orgánicos, mezclados con cerámicas a mano y a torno. Estas manchas correspondían a dos FONDOS DE CABAÑA, situados cerca de la superficie. Debido a la erosión y al paso continuo del arado, los autores de la intervención no pudieron delimitar con precisión la planta de estas viviendas, pero todo indica que se trataba de construcciones circulares (FIG. 260). La cabaña A es la de mayor tamaño, alcanzando un diámetro aproximado de algo más de 5 m. Es la estructura más destruida y fue abandonada antes que su compañera. La cabaña B tiene un diámetro de unos 4 m. Se encuentra en mejor estado de conservación y fue destruida por un incendio después del abandono de la cabaña A. La parte inferior de estas viviendas consistía en un amplio agujero, excavado en la roca blanda del terreno, un tipo de marga bastante compacta. Las paredes debieron ser de barro, ramas y paja, al igual que la techumbre. En la cabaña A se localizaron dos agujeros de poste, delimitados con piedras, que apoyaban directamente en la roca. Por su parte, en la estructura B aparecieron restos de un hogar bastante deteriorado.

21

Sus coordenadas U.T.M. son 456.600-4.148.700 según la hoja 992 (Moreda) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 2ª ed., 1992.

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FIG. 259. Localización del Cerro del Centinela.

FIG. 260. Cerro del Centinela: fondos de cabañas (según Jabaloy et alii, 1983).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los materiales cerámicos aparecidos en la excavación de ambas viviendas resultan bastante homogéneos. La estadística que presentan los investigadores que trabajaron en el Cerro del Centinela refleja que en la cabaña A tiene una proporción de materiales a mano y a torno de un 50%. En cambio, en la B hay un desequilibrio manifiesto a favor de la cerámica torneada, que supone el 75% del total, aun sin contar las piezas que aparecieron completas: las dos ánforas R-1 y el cuenco aumentarían esta cifra a más de un 90% (Jabaloy et alii, 1983, 368). Creo que esta diferencia no debe interpretarse en un sentido cronológico, sino como resultado de la distinta suerte de ambas estructuras. La cabaña A se abandonó, por lo que la vajilla cerámica útil fue retirada antes, quedando únicamente los restos que aquellos recipientes que se habían roto a lo largo de su tiempo de ocupación y que quedan integrados en el suelo de la misma. En cambio, la cabaña B sufrió un inesperado incendio, por lo que todo el ajuar de la misma quedó in situ. La CERÁMICA A MANO del Cerro del Centinela se caracteriza por su escasa calidad. La pasta es de color ocre, mal cocida a fuego reductor. Las superficies son muy toscas y apenas tienen más acabado que un sencillo alisamiento. Estas características no son síntoma de arcaísmo, sino de decadencia de estos productos tradicionales ante su cada vez mayor sustitución por los recipientes a torno. Que la cronología de estos materiales es ya avanzada lo pone de manifiesto la inexistencia de formas que pudiéramos considerar propias del Bronce Final o del Hierro Antiguo I, tales como los vasos carenados, siquiera con carenas altas. Las formas nos señalan vinculaciones con la cercana cuenca del Guadiana Menor, visible en la abundancia de vasos de borde reentrante –forma 2-, con o sin mamelones. Otra forma muy presente es la orza-olla del tipo 5,1, con varios ejemplares que conservan su fondo plano y pie con talón (FIG. 261). En CERÁMICA A TORNO encontramos ánforas, pithoi y grises. Las ánforas corresponden a dos tipos: R-1 y Almuñécar II (FIG. 262). Las primeras son las mayoritarias, con un total de dos bordes y varias asas de orejeta procedentes de la cabaña A y una pieza casi completa hallada en la cabaña B. Ésta última mide 62 cm. de alto, con un diámetro máximo de galbo de 42 cm. y 14 cm. de boca; presenta numerosos agujeros de lañado, que no hay duda de que sirvieron para reparar su fractura (FIG. 262, c) (Jabaloy et alii, 1983: 362367, fig. 19). También aparecen ánforas de borde estrangulado, típicas de la zona granadina (FIG. 262, a). Del tipo Almuñécar II el Cerro del Centinela ha proporcionado un solo ejemplar, pero completo, que también procede -como la anterior- de la cabaña B. Mide 51 cm. de altura, 36 cm. de anchura máxima de galbo y 20 cm. de diámetro de boca (Jabaloy et alii, 1983: fig. 20) (FIG. 274, b). Este tipo de recipientes se presentan en las colonias fenicias con la superficie cubierta de engobe rojo, pero en este caso carece de dicho tratamiento (FIG. 262, d).

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 261. Cerro del Centinela: cerámica a mano (según Jabaloy et alii, 1983). 511

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FIG. 262. Cerro del Centinela: ánforas (según Jabaloy et alii, 1983). 512

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FIG. 263. Cerro del Centinela: pithoi (según Jabaloy et alii, 1983). 513

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FIG. 264. Cerro del Centinela: cerámicas grises (según Jabaloy et alii, 1983).

Los pithoi del Cerro del Centinela están muy fragmentados (FIG. 263). Presentan decoración polícroma. En algunos se observa un perfil muy evolucionado, lo que está avalando una cronología muy de finales del siglo VIIprincipios del VI. Finalmente, hay que señalar la presencia de cerámicas grises. En la cabaña A se documentaron tres fragmentos de cuencos de borde engrosado al interior -formas 20B y 20C de A. Caro-. Mientras, la vivienda B proporcionó un cuenco completo de la forma 16 de A. Caro, forma muy abundante en los poblados del interior de la provincia de Granada. Todos son materiales fechados en la segunda mitad del siglo VII-comienzos del VI (FIG. 264). Parece que el poblado del Cerro del Centinela estaba formado únicamente por estas dos cabañas. La escasa densidad de ocupación revela una cierta precariedad del potencial demográfico de los grupos que habitaban los Montes Orientales en esta fase final del Hierro Antiguo II y Hierro Antiguo III. Dicha situación contrasta abiertamente con lo que conocemos en las tierras más ricas de la vega de Granada para el mismo periodo. Esto no tiene nada de extraño, ya que en esta zona septentrional del Surco Intrabético, situada a una altitud media cercana a los 1.000 m., las disponibilidades de recursos no son abundantes y tampoco era un territorio que estratégicamente compensase ocupar con un contingente humano importante. Estamos, por tanto, ante un área claramente marginal, lo que también explica su tardía ocupación. Es 514

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

evidente que se trata de un pequeño asentamiento dedicado a la actividad agraria de subsistencia en el reducido valle del arroyo Cañadatalhora. El Cerro del Centinela estaría habitado por un reducido número de personas -casi con toda probabilidad vinculadas por lazos familiares-, cuyos contactos con el exterior eran escasos. Su utillaje cerámico revela una conservación de los recipientes a torno –lañado- y una variedad de formas bastante limitada. Su autoabastecimiento queda claro por la abundante perduración de vasos a mano en un momento bastante tardío, cuando este material estaba prácticamente en desuso en la inmediata depresión de Granada. Igualmente, dado el relativamente corto periodo de tiempo que permaneció habitado el lugar y la precariedad de sus estructuras, pensamos que las gentes aquí establecidas debían tener una cierta movilidad espacial. No observa el deseo de permanencia que vemos de las aldeas agrícolas de otros valles fluviales de la alta Andalucía, donde la competencia por el espacio debía ser elevada ya en un momento tan avanzado como éste. Los pequeños poblados de estas áreas de fuerte densidad demográfica tienen varias fases sucesivas de destrucciónreconstrucción debido a que el lugar donde se ubican es el idóneo para una actividad intensiva. Nada de esto observamos en el Cerro del Centinela. Dos cabañas se instalan en una loma desocupada junto a un pequeño curso de agua, una se abandona pasado un periodo de tiempo no muy largo y la otra sufre un incendio repentino poco después; tras el siniestro, sus pobladores se marchan a otra parte. Sin duda, todo parece indicar que el asentamiento aquí duró unos pocos años. Estamos ante un modelo de explotación territorial muy diferente al de los principales valles fluviales. Por tanto, la idea de que el poblado del Cerro del Centinela dependiese jerárquicamente de un asentamiento mayor no tiene sentido. Esto podría explicar que en el entorno de Montejícar los lugares situados en cerros de fácil defensa y con amplio campo visual sólo se ocupen, todavía de modo muy tímido, desde finales del siglo VI a.C. -Cerro de los Ayusos-, como han confirmado recientes prospecciones en toda el área del río Guadahortuna (González Román et alii, 1992: 118). 10.

EL ÁREA MERIDIONAL DE LA DEPRESIÓN DE GRANADA: LA MESA DE FORNES

El piedemonte septentrional de la sierras de Tejeda y Almijara constituye dentro de la depresión de Granada una zona perfectamente individualizada conocida como tierra de Alhama, por ser esta localidad su centro principal. Es un medio natural bastante más dificil que la vega del Genil, debido a su mayor altitud media -superior a 800 m.- y a la escasez de espacios cultivables con facilidad. Los valles de los principales ríos, Alhama y Cacín, se presentan muy encajados en la penillanura, determinando la distribución de la población. El mayor interés que presenta este territorio es el estratégico, de cara al control de los pasos que conectan con la costa oriental malagueña: Zafarraya y Frigiliana. Sólo conocemos la existencia de tres poblados, escasamente documentados: BAÑOS DE ALHAMA, LAS COLONIAS y La Mesa de Fornes, sin duda, éste último el más importante y posiblemente centro principal de la zona. 515

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FIG. 265. El entorno de la Mesa de Fornes: el valle alto del Cacín.

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Capítulo 15

La vega de Granada y sus piedemontes

FIG. 266. Panorama de la Mesa de Fornes desde el noreste.

FIG. 267. Materiales de superficie de la Mesa de Fornes (según Pachón, Carrasco y Pastor, 1979).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La MESA DE FORNES se encuentra junto a la pedanía homónima, en el término municipal de Arenas del Rey. Domina la confluencia de los ríos Cebollón y Cacín, en la cola del embalse de los Bermejales22 (FIG. 265). La parte superior de la Mesa alcanza una altitud de 1.080 m.s.n.m. y consiste en una amplia explanada, que mide unos 500 m. de largo por 50 m. de anchura. Esta meseta es muy favorable al asentamiento humano y sobre ella se sitúo el poblado protohistórico. Se trata pues de un enclave de fácil defensa, rodeado por laderas muy escarpadas. Desde aquí se tiene un excelente dominio visual del valle del Cacín y de la vertiente norte de la sierra de Almijara. El carácter destacado de la Mesa de Fornes en 10 km. a la redonda, la convierten en el enclave central de este territorio (FIG. 266). Los trabajos de Pachón, Carrasco y Pastor (1979: 311-314) han aportado la única información que poseemos sobre el enclave. Como nunca se han efectuado excavaciones en el mismo, los datos proceden de prospecciones superficiales y de hallazgos casuales. Por tanto, la valoración de la Mesa de Fornes es aún muy preliminar. Sí parece que este poblado tuvo una larga perduración: desde un momento no precisado de los siglos IX-VIII a.C. hasta el Ibérico Pleno. Las cerámicas a mano que conocemos en Fornes son las habituales del Bronce Final de la alta Andalucía: recipientes de gran tamaño con fondo plano, seguramente ollas/orzas de cocina, vasos con carena media y un soporte con anillo de sustentación similar a los de la fase II del Cerro de la Mora. Las cerámicas a torno no proporcionan una fecha concreta dentro del periodo fenicio arcaico. Ello se debe a la fragmentación y escasez del material en sí, además de la larga perduración del material conocido. Predominan los recipientes grises y las ánforas R-1. La pieza más interesante que ha aparecido en la Mesa de Fornes es un hacha de apéndices fabricada en hierro23. Sólo conocemos su existencia por una noticia bibliográfica y hasta ahora no se ha publicado ni fotografía ni dibujo. Para los autores que se refieren a ella, posiblemente es de fabricación fenicia (Carrasco et alii, 1987a: 111). Dada la escasa información que ha trascendido del hallazgo, sospechamos que este hacha de Fornes podría formar parte de un depósito mayor, quizás similar al de Campotéjar. Varias son las razones que nos mueven a proponer tal circunstancia: la tipología de la pieza, el metal en que está elaborada y la situación de la Mesa de Fornes en una importante vía de comunicación.

22

Sus coordenadas U.T.M. son 424.550-4.089.000 según la hoja 1041 (Dúrcal) del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1ª ed., 1996. 23

Se conserva en una colección particular de Granada.

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16 LA DEPRESIÓN DE ANTEQUERA

El gran arco montañoso que recorre las tierras malagueñas desde la Serranía de Ronda hasta la sierra de Almijara divide esta provincia en dos áreas perfectamente definidas. Por un lado, la fachada marítima mediterránea y, por otro, la Málaga del interior. Este amplio territorio ocupa toda el área septentrional y se corresponde con la depresión de Antequera. Se trata de una altiplanicie de unos 500 m. de altitud media que forma un eslabón más del Surco Intrabético, conectando la vega de Granada con la meseta de Ronda. El límite meridional de la depresión está perfectamente definido por la línea de cumbres que forma la denominada cordillera Antequerana, que superan los 1.000 m. Por el norte, sólo el profundo barranco excavado por el Genil señala una separación clara de la provincia de Córdoba, mientras que en determinados sectores la transición hacia la campiña sevillana es imperceptible. La depresión de Antequera constituye la cuenca alta del Guadalhorce, por lo que drena hacia el Mediterráneo (FIG. 268). La horizontalidad de la llanura antequerana favoreció la puesta en cultivo desde época bastante antigua, pero también provocó la aparición de abundantes áreas endorreicas, favorecidas por la impermeabilidad del sustrato. Toda la zona central de la depresión aparece jalonada de lagunas, generalmente saladas, destacando la de Fuente de Piedra, con 21 km. de perímetro. Las roturaciones y desecaciones debieron ser bastante intensas desde la Prehistoria Reciente, ya que el pujante núcleo megalítico de Antequera no se explicaría sin una elevada optimización de los recursos. Frente a la relativa abundancia de testimonios de épocas precedentes, especialmente la Edad del Cobre, apenas conocemos detalles del poblamiento de la depresión de Antequera durante el Bronce Final y el Hierro Antiguo (FIGS. 269-270). La causa estriba en que los investigadores que han trabajado en la comarca no se han interesado por este periodo, dirigiendo sus objetivos de estudio hacia otras etapas. Únicamente el proyecto Prospecciones arqueológicas sistemáticas en la cuenca vertiente del río Guadalhorce (Málaga), centrado en la época ibérica, se ocupó en 1993 de la depresión de Antequera con la aportación de algunos asentamientos presumiblemente de los siglos VII y VI1, con escaso material (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1997: 114). Otras informaciones proceden de diferentes prospecciones en diferentes municipios de la zona o de estudios sobre lugares concretos. Con todo ello el

1

Calificados como Ibérico Antiguo en su publicación.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS cuadro que se puede trazar resulta bastante limitado y parcial, ya que la mayoría de los enclaves sólo se conocen a tenor del material de superficie. Los lugares donde se han practicado excavaciones con regularidad, casos de la necrópolis de Alcaide o la ciudad de Singilia Barba- apenas han proporcionado datos del periodo que nos ocupa.

FIG. 268. La depresión de Antequera: medio natural.

1.

EL BRONCE FINAL

El único poblado de la depresión de Antequera con niveles claramente asignables al Bronce Final se sitúa en la PEÑA DE LOS ENAMORADOS. Esta formación calcárea domina la salida del Guadalhorce hacia la vega antequerana, desde la margen derecha del cauce, por lo que constituye un punto importante de paso en la ruta del Surco Intrabético. La ocupación humana se encuentra en la ladera meridional de la Peña, actualmente cortada por la vía férrea Bobadilla-Granada, a unos 40 m. sobre el lecho del río (FIGS. 271-272). Las recogidas de material de superficie han proporcionado evidencias de una ocupación del Bronce Final superpuesta a un poblado del Bronce Pleno (Moreno Aragüez y Ramos Muñoz, 1982-83: 65-66; Suárez Padilla, 1992: 207208). Las cerámicas documentadas son todas a mano, apareciendo un buen 520

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Capítulo 16

La depresión de Antequera

lote de vasos carenados con el borde engrosado -tipo 3,6- y superficie bruñida (FIG. 273). Estas características formales nos señalan una vinculación con las cerámicas típicas del valle del Guadalquivir y de los cercanos valles del Guadalteba y del Turón (vid. infra cap. 20,3), donde estos recipientes aparecen en momentos del Bronce Final Pleno. Por tanto, asignamos a esta ocupación de la Peña de los Enamorados una cronología del siglo IX y principios de la centuria siguiente.

FIG. 269. Poblamiento del Bronce Final en la depresión de Antequera.

A nivel funerario, el único elemento del Bronce Final que se conoce en la depresión de Antequera es la posible reutilización de alguno de los sepulcros de la necrópolis en cuevas artificiales de ALCAIDE (Suárez Padilla, 1992: 208). Pese a la escasez de datos, sí está claro que se trata de un uso bastante esporádico, que apenas ha dejado huellas arqueológicas2, pero que enlaza con una tradición arraigada en toda la alta Andalucía.

2

Agradecemos al Dr. Ignacio Marques Merelo las informaciones sobre este particular.

521

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 2.

LOS ASENTAMIENTOS DEL HIERRO ANTIGUO

Tras un Bronce Final apenas documentado, parece que la depresión de Antequera conoce un cierto auge demográfico durante el Hierro Antiguo, aunque muy mal conocido. Ahora comienzan a poblarse lugares de carácter estratégico, que se emplazan sobre cerros destacados que dominan las principales vías fluviales: el Guadalhorce, al pie de los pasos de montaña hacia la costa mediterránea, y el Genil, que da acceso a las campiñas del Guadalquivir.

FIG. 270. El Hierro Antiguo en la depresión de Antequera.

El CORTIJO CATALÁN se encuentra en el término de Archidona. Tiene una estratégica situación, ya que domina desde sus 650 m.s.n.m., la salida del Guadalhorce hacia la llanura de Archidona, tras un tramo encajonado. El lugar se sitúa en la orilla izquierda del río, en un pronunciado espolón configurado por un meandro, con excelentes condiciones defensivas. Cortijo Catalán alberga un recinto fortificado del Ibérico Pleno de unos 2,5 km. de perímetro, en el que A. Recio ha recogido diferente material cerámico, fechado a lo largo del primer milenio a.C., con una masiva ocupación entre los siglos V-III. La cerámica a mano se encuadran en un contexto del Bronce Final Reciente-Hierro Antiguo, 522

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Capítulo 16

La depresión de Antequera

existiendo algunos fragmentos de ollas/orzas y diferentes vasos de casquete esférico. Como producciones a torno atribuibles a este período cabe señalar algunos cuencos, tanto en cerámica gris como polícroma (Recio, 1984-85: fig. 1, nº. 1-11). También con una función eminentemente estratégica hay que señalar el CERRO DE LA ALCAZABA DE ANTEQUERA, que domina desde sus 577 el casco urbano y toda la llanura que se extiende hacia el norte (vid. FIG. 270). Testimonio de la importancia defensiva que siempre ha tenido esta altura es la fortificación musulmana que alberga su cima. En las laderas de la colina, A. Recio, E. Martín Córdoba y J. Ramos Muñoz (1997: 114) han localizado algunos fragmentos fechables en los siglos VII-VI, aunque escasamente significativos (FIG. 274). A tan sólo 6 km. al oeste de Antequera se encuentra el CERRO DEL CASTILLÓN, a cuyos pies se encuentra la ciudad romana de Singilia Barba (vid. FIG. 270). En la campaña de 1987 se localizó un fragmento de lebrillo -forma 17- bastante rodado en la zona del foro, que debe proceder del área más elevada (Serrano y Luque, 1987: 467; 1990: 345). En la zona alta se conoce la existencia de un asentamiento prerromano que inicia su andadura en el siglo VI (Atencia, 1988: 42-44). Mayor cantidad de material de superficie encontramos en el CASTILLEJO DE ALAMEDA, aunque no se han publicado dibujos del mismo por el momento (Recio, 1997a: 458). Se trata de un cerrete, que se alza en el extrarradio meridional de esta población malagueña, ya colindante con las provincias de Sevilla y Córdoba. Este pequeño altozano, de 504 m.s.n.m., se desgaja de la llanura antequerana justo en el punto de ruptura de la pendiente hacia el valle del Genil, a cuya cuenca pertenece. Por tanto, el Castillejo controla el paso que asciende desde la campiña de Puente Genil-Estepa hacia Antequera, por lo que le asignamos una función de control de dicha ruta natural, que relaciona está zona con el importante centro de Alhonoz. En este papel se complementaría con otros lugares próximos, caso del cercano Hacho de Benamejí, situado en el flanco opuesto del profundo barranco abierto aquí por el Genil (FIG. 275). Estamos, por tanto, en la zona clave para las relaciones tartéssicas con la alta Andalucía. El carácter estratégico de el Castillejo se reforzó durante la fase Ibérica Tardía, cuando se levantó en el lugar un recinto fortificado. A tenor del material recuperado, parece que el lugar debió poblarse en un momento ya avanzado del siglo VII. No existe -por lo que sabemos- cerámica a mano, mientras que a torno encontramos ánforas R-1, pithoi polícromos y cuencos grises. Finalmente, no faltan en la depresión de Antequera algunos lugares orientados claramente a la producción agraria.

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FIG. 271. Entorno de la Peña de los Enamorados.

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Capítulo 16

La depresión de Antequera

FIG. 272. Panorama del poblado de la Peña de los Enamorados.

FIG. 273. Peña de los Enamorados: cerámica del Bronce Final (según Moreno Aragüez y Ramos Muñoz, 1983). 525

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FIG. 274. Vegas de Antequera-Archidona: materiales del Hierro Antiguo (según Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1997).

En un ámbito montañoso cabe señalar la HOYA DE ARCHIDONA, donde se han localizado diferentes fragmentos de ánfora R-1, cuya tipología permite apuntar una fecha de finales del siglo VII-principios del VI (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1997: fig. 2, nº. 3) (vid. FIGS. 270 y 274). LAS HUERTAS, dentro del término municipal de Mollina, resulta bastante significativo por su emplazamiento. Debe tratarse de una aldea agrícola en plena llanura, situado sobre una pequeña loma que dominaba una zona antigua zona de encharcamiento (vid. FIG. 270). De aquí proceden algunos fragmentos de ánforas R-1 con el borde triangular y pithoi con decoración polícroma (vid. FIG. 274) (Recio et alii, 1997: 114). El lugar quedó deshabitado durante el Ibérico Pleno, como otros enclaves de este tipo, no repoblándose hasta momentos del Ibérico Tardío. Pensamos que este patrón de asentamiento sobre las pequeñas lomas que dominaban las zonas endorreicas debió estar bastante extendido en la depresión de Antequera, ya que permitía un aprovechamiento agrícola de las áreas con drenaje suficiente, un cierto complemento alimenticio con la avifauna que nidificaba en las numerosos sectores pantanosos y la explotación de la sal en lagunas como Fuente de Piedra. 526

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Capítulo 16

La depresión de Antequera

FIG. 275. El área de Alameda y la curva del Genil.

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El Genil constituía el eje de un determinado número de asentamientos agrícolas. Sin embargo, como ya se ha comentado el río discurre bastante encajonado en este tramo, por lo que contadas son las zonas donde su valle adquiere una cierta amplitud para permitir el desarrollo de espacios cultivados. Destaca especialmente el sector comprendido entre Cuevas de San Marcos y Cuevas Bajas, donde se localizan tres establecimientos de este tipo, ocupados durante la segunda mitad del siglo VII y la centuria siguiente, aunque muy mal conocidos: ARROYO DE LAS PIEDRAS, LOS VILLARES y CAMINO DE LA ISLA (vid. FIG. 270), con fragmentos de ánforas R-1 (Recio, 1993-94: fig. 4, nº. 1; 1996: 63). Aguas abajo, ya en el término de Alameda, se conocen otros enclaves como CAMINO DEL TARAJAL y RECODO DEL GENIL (Recio, 1997a: 458), que deben vincularse al núcleo principal de El Castillejo (vid. FIG. 275).

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17 EL NOROESTE MALAGUEÑO: LOS VALLES DEL GUADALTEBA Y TURÓN

Tradicionalmente, el sector noroccidental de la provincia de Málaga se ha venido incluyendo en la depresión de Antequera. No obstante, estas tierras limítrofes con Sevilla y Cádiz son un ámbito plenamente diferenciado de aquella, ya que constituyen la transición desde la planicie antequerana y las amplias llanuras campiñesas hacia la montaña de la Serranía de Ronda. El territorio se organiza en torno a los valles de los ríos Guadalteba y Turón, tributarios del Guadalhorce. Ambos cursos de agua discurren en paralelo, cada uno formando su propio valle. La zona constituye un importante cruce de rutas naturales, favorecida por el Surco Intrabético. Además de los accesos hacia Ronda y el alto Guadalete, hay que señalar el interés de la vía de comunicación que sube desde la bahía de Málaga remontando el valle del Guadalhorce y que continúa hacia el Guadalquivir siguiendo el río Corbones hasta Carmona (FIG. 276). El valle del Guadalteba es el más amplio, ya que además de este curso de agua hay que destacar la importancia de su afluente el río de Almargen o de la Venta. La topografía suave de este sector permite la existencia de mayor tierra cultivable que en su vecino Turón, por lo que el Guadalteba ha sido siempre el área de mayor densidad de ocupación de todo el noroeste malagueño. El río Turón forma un valle más estrecho que el anterior, comprimido entre alineaciones montañosas, pero también bastante favorable a la implantación humana en el territorio que hoy constituye el término municipal de Ardales (FIGS. 277-278). En los últimos años, los valles del Guadalteba y del Turón han recibido una especial atención por parte de la investigación. Aunque poseemos todavía pocos datos estratigráficos, estamos relativamente bien informados a nivel de arqueología del territorio, labor en la que resultaron pioneros los investigadores que trabajan desde los años 80 en el ámbito del río Turón (Espejo et alii, 1989). Desde 1992, debido a diferentes situaciones de riesgo para el patrimonio histórico, el equipo formado por V. Martínez Enamorado, A. Morgado Rodríguez, M.E. Roncal Los Arcos y quien suscribe inició una serie de actuaciones centradas en el valle del Guadalteba. En estos trabajos se dio prioridad al estudio de la época protohistórica, de manera que se ha podido realizar una labor de investigación sobre las comunidades indígenas que habitaron la cuenca 529

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS del Guadalteba durante los siglos VIII-VI a.C. Los resultados todavía se encuentran en una fase muy preliminar dada la limitada extensión que han tenido por ahora los trabajos de campo, pero resultan prometedores de cara al futuro.

FIG. 276. Cuencas del Guadalteba y Turón: marco físico.

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Capítulo 17

El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

FIG. 277. El valle del río Almargen.

FIG. 278. Cuencas del Guadalteba y Turón: marco físico.

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FIG. 279. Poblamiento del Bronce Final en los valles del Guadalteba y Turón. 1.

LOS PRECEDENTES: BRONCE TARDÍO Y FINAL EN LAS CUENCAS DEL GUADALTEBA Y TURÓN

Tras la fase de la Edad del Cobre, en la que la cuenca del Guadalteba presenta una ocupación densa del territorio, el Bronce Antiguo y Pleno se caracteriza por su atonía demográfica. Realmente, parece que existe una cierta crisis, ya que los asentamientos calcolíticos se abandonan (Morgado, 1995: 85). Desde luego, aquí no estamos ante un vacío de investigación, ya que la zona ha 532

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Capítulo 17

El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

sido intensamente prospectada. Una situación similar se observa también en comarcas cercanas como la depresión de Ronda, donde existe un conocimiento bastante exhaustivo a nivel de prospección superficial (Aguayo, Martínez Fernández y Moreno Jiménez, 1989: 79). Es evidente que hay una reactivación demográfica de la zona a lo largo de los siglos X-IX a.C., como señala la aparición de diferentes materiales arqueológicos: algunos son hallazgos casuales de gran interés, mientras que otros consisten en cerámicas que han sido recogidas superficialmente en diversos lugares. Quizás, este nuevo panorama pudo deberse a la valoración de este territorio como eje de comunicaciones (FIG. 279). a)

El Bronce Tardío: Castellón de Gobantes

La recuperación poblacional de las cuencas del Guadalteba y del Turón se inicia tímidamente durante el Bronce Tardío. Algunos testimonios asignables a este momento han aparecido en las partes inferiores del CASTELLÓN DE GOBANTES1, lo que indica quizás un interés por ocupar un lugar estratégico como éste, situado en la confluencia de los ríos Guadalteba, Turón y Guadalhorce (FIGS. 280-281). Entre los materiales, cabe señalar la presencia de cuencos carenados con borde reentrante, con o sin mamelones colgantes, además de pesas de telar circulares (FIG. 282) (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 62-63, fig. 11-14). Estos materiales los vemos en los niveles del Bronce Tardío de diferentes poblados granadinos como Cerro de la Encina (Molina González, 1978: 204, tab. tip. nº. 6 y 8-9) o la Cuesta del Negro (Molina González y Pareja López, 1975: figs. 56; 57, nº. 231; 61; 84; 86, nº. 380).

FIG. 280. Sector de los embalses del Guadalteba y Guadalhorce.

1

Zona denominada por el equipo que trabaja en el valle del Turón "Playa Guadalhorce" y "Playa Guadalteba", debido a su situación en la orilla de los embalses homónimos (Martín Córdoba et alii, 199192: 62).

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FIG. 281. El Castellón de Gobantes.

FIG. 282. Castellón de Gobantes: materiales del Bronce Tardío (según Martín Córdoba et alii, 1991-92). 534

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Capítulo 17 b)

El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

Los hallazgos del Bronce Final de Almargen

Testimonio de las relaciones con el bajo Guadalquivir a través del Corbones y del Guadalete es el hallazgo en Almargen de una estela decorada y de una espada de lengua de carpa (Villaseca, 1993). La ESTELA DE ALMARGEN (FIG. 283) llevaba años abandonada en un carril en las inmediaciones del casco urbano de esta población, hasta que dos vecinos advirtieron la presencia de grabados en ella. Actualmente se conserva en el Ayuntamiento de la localidad. Es evidente que el hallazgo no se encontraba in situ, pero es seguro que proceder de las inmediaciones. El entorno de Almargen es un amplio valle, cabecera del río homónimo, tributario del Guadalteba. Aquí no tenemos constancia de la existencia de un gran asentamiento en este periodo. Por tanto, cobra interés la teoría expuesta por E. Galán (1993: 78-79) relativa al carácter de hitos o mojones que tenían estas estelas en la determinación de las rutas de intercambio existentes en el ámbito del suroeste peninsular, red que vinculaba especialmente a las élites. La estela de Almargen tiene forma de pentágono irregular invertido, presentando un estado de conservación aceptable. La losa mide 1 m. de altura y 0,60 m. de anchura máxima, oscilando su grosor entre 15 y 20 cm. Su colocación original en posición vertical parece segura, ya que su tercio inferior carece de la pátina que presentan los dos superiores, donde se encuentra la decoración. El mantenimiento de esta diferente coloración hasta el momento actual es también indicio de que la pieza debió permanecer en su posición original hasta hace relativamente poco tiempo. No es descabellado pensar que fue desplazada por algún agricultor para facilitar las tareas agrícolas, siendo abandonada a continuación a poca distancia del lugar del hallazgo. La estela presenta cuatro motivos incisos, muy esquemáticos, determinados por hendiduras en la roca de aproximadamente 1 cm. de anchura. Una figura humana determina el eje de la composición. Un trazo vertical representa el tronco, del que parte una línea semicircular a modo de brazos que se rematan en manos abiertas desproporcionadamente grandes. La línea del cuerpo se bifurca en su parte inferior en dos trazos a modo de piernas y pies. La cabeza de esta figura aparece representada por una gran "V" invertida, que quizás puede aludir a un tocado o casco. A la izquierda de esta figura aparece una pequeña panoplia: un escudo con escotadura en "V", decorado con tres círculos concéntricos, un trazo oval que puede ser interpretado como un arco o una fíbula y, finalmente, en la parte superior de la estela encontramos una lanza o jabalina en posición horizontal. La estela de Almargen se caracteriza por la simplicidad de los motivos, más cercanos a los que vemos en el valle del Guadalquivir que a los extremeños o portugueses. La concepción de la figura humana encuentra paralelos cercanos en la mayor de las dos que aparecen en la estela de Cuatro Casas de Carmona (Almagro Basch, 1966a: 102-104, fig. 33, lám. 28) y la que vemos en Montemolín (Chaves y

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FIG. 283. Estela de Almargen (según Villaseca, 1993).

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FIG. 284. Espada de Almargen (según Villaseca, 1993).

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FIG. 285. Localización de los asentamientos del Bronce Final-Hierro Antiguo en los valles del Guadalteba y río de Almargen.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Bandera, 1982). El tocado en forma de "V" invertida lo encontramos en la estela de Setefilla (Aubet, 1996: fig. 2). La ESPADA DE LENGUA DE CARPA DE ALMARGEN (FIG. 284) es un hallazgo casual que tuvo lugar en fecha no precisada en el pago denominado Casablanca. Este paraje se sitúa a poca distancia al norte del casco urbano. La pieza, como en el caso anterior, se conserva en el Ayuntamiento de la localidad. La espada, que se encuentra partida por la hoja, mide en lo conservado 44,5 cm., de los que 8,5 cm. corresponden a la empuñadura, rota en el pomo. Por el momento, es la única pieza en su genero que ha sido hallada en la provincia de Málaga. La empuñadura es clave para determinar su correcta clasificación: presenta lengüeta calada rectangular y guarda en forma triangular con cuatro agujeros para remaches, dos en cada aleta; los ricassi son poco pronunciados. Estos rasgos la incluyen claramente en el tipo Huelva, concretamente a la variante 1 definida por M. Almagro Basch. Paralelos cercanos en la ría onubense serían las piezas nº. 41, 48 y 50 (Almagro Basch, 1958). Su datación estaría centrada en el siglo IX, aunque bien pudiera perdurar hasta mediados de la centuria siguiente. c)

La ocupación del territorio en el Bronce Final Pleno

Dejando de lado estos hallazgos casuales sin contexto arqueológico, muy poco sabemos de la distribución del poblamiento con anterioridad al Hierro Antiguo. En algunos enclaves destacados como los CASTILLEJOS DE TEBA (vid. FIG. 285) y el CASTELLÓN DE GOBANTES se han localizado niveles con cerámicas exclusivamente a mano sobre los que descansan los estratos ya con presencia de torno (vid. infra). Sin embargo, en estos momentos del Bronce Final no sólo hay grupos humanos asentados en alturas, sino que también se ocupan puntos situados en el fondo del valle, sin ningún tipo de defensa natural. A priori estos lugares tendrán una dedicación preferentemente agraria, ya que se sitúan en llano en plena vega fluvial y muy cerca de los ríos, tanto el Turón como el Guadalteba. Estos pequeños asentamientos responden a una ocupación de escasa intensidad, de unos pocos años o incluso estacional, regulándose por las diferentes fases del ciclo agrícola. Ello explicaría la escasez de vestigios que suelen dejar. En este sentido hay un gran contraste con las "aldeas agrícolas" del Hierro Antiguo que conocemos en la comarca, que suponen una explotación bastante más intensa de los recursos y un establecimiento permanente que puede durar más de un siglo en el mismo lugar. Un enclave de estas características es el asentamiento de la HOZ DE PEÑARRUBIA, actualmente bajo las aguas del embalse del Guadalteba. Fue descubierto en 1994 a raíz de la prospección que efectuamos en el lecho seco del pantano durante la fuerte sequía de principios de los años 90. La situación original de este pequeño asentamiento es la antigua vega de Peñarrubia. El 538

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El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

lugar se situaba sobre una estrecha loma en la margen derecha del Guadalteba, formada por rocas calizas bastante alteradas. Este material más duro que los aportes arcillosos del resto del entorno obligaba al río a rodearlo trazando aquí un brusco meandro y encajonándose en este paso estrecho (vid. FIG. 280). La prospección de esta loma permitió documentar la existencia de diverso material cerámico encuadrable en la Prehistoria Reciente, sin presencia de torno. La última fase de ocupación del lugar corresponde al Bronce Final, que se evidencia por la presencia de vasos con carena alta, borde almendrado y superficie bruñida. La línea de carenación no es perceptible al interior del vaso, que presenta una suave inflexión (vid. FIG. 287, a-b). Material idéntico se observa en PICO DE VADO REAL, en el valle del Turón (vid. FIGS. 286 y 287, c). Aquí no faltan ollas/orzas, vasos carenados, dientes de hoz de sílex y una posible azada de piedra pulimentada. Otros pequeños poblados de este momento se sitúan en LOMAS DEL INFIERNO, PARQUE ARDALES, también junto al Turón (vid. FIG. 286) (Martín Córdoba et alii, 1991-92, 60-62) y en FUENTE DE LA REPÚBLICA, lugar prospectado últimamente por nosotros en el valle del río de Almargen (vid. FIGS. 285-287, d). 2.

LA ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO DURANTE EL HIERRO ANTIGUO

La reactivación demográfica del área del Guadalteba y Turón durante el siglo IX a.C. no es ninguna novedad en el contexto del mediodía peninsular. La topografía favoreció un patrón de asentamiento determinado por cada vallel y la existencia de unos pocos poblados situados en cerros con buena visibilidad y posibilidades defensivas, que actuarían como núcleos centralizadores del territorio. Son los casos de los Castillejos de Teba, Castellón de Gobantes, Peña de Ardales y, posiblemente, Cerro del Almendro (vid. FIG. 289). Cada uno de ellos domina un tramo de valle fluvial. No sabemos qué tipo de relación "política" se estableció entre esos núcleos, cuestión que la investigación deberá abordar en el futuro. Al mismo tiempo observamos como en los terrenos de vega, aparecen pequeños asentamientos junto a las tierras de cultivo. Estamos aquí ante un modelo de articulación claramente jerárquico, donde los poblados en altura actúan de centros rectores y de concentración de algún tipo de poder local, mientras que en las "aldeas" se dedican a las actividades productivas. Este esquema, ya vigente en los momentos finales del siglo IX y principios del VIII se consolidará a lo largo del Hierro Antiguo. Los pequeños enclaves de carácter agrícola parecen ser estacionales durante el Bronce Final Pleno, a juzgar por la escasa cantidad de material; en el Hierro Antiguo se hacen permanentes, ocupándose durante un periodo de tiempo considerable.

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FIG. 286. Asentamientos en el valle bajo del Turón.

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FIG. 287. Vasos del Bronce Final en los valles del Guadalteba y Turón. a) Hoz de Peñarrubia. b) Pico de Vado Real (según Martín Córdoba et alii, 991-92).

La jerarquización espacial no sólo se observa a nivel territorial, sino también en la cultura material. Los poblados destacados presentan un bagaje cerámico caracterizado por la presencia de recipientes que podemos considerar de lujo, como los engobes rojos fenicios. Mientras, las aldeas agrícolas proporcionan básicamente vasos de almacenaje. Todo ello no resultó posible sin la existencia de un importante aumento demográfico a lo largo de los siglos VIII y VII (FIG. 288). Ello obligó a las comunidades indígenas a adoptar una nueva estrategia: roturación intensiva, cambios tecnológicos y mayor jerarquización social. En este proceso, las relaciones a distancia, tanto con las colonias fenicias de la bahía malagueña como con los grupos del valle del Guadalquivir jugaron un papel importante. 541

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FIG. 288. Poblamiento del Hierro Antiguo en el noroeste malagueño.

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FIG. 289. La vega de Peñarrubia en el Hierro Antiguo.

3.

LOS CASTILLEJOS DE TEBA

Este lugar es uno de los enclaves arqueológicos más interesantes de la provincia de Málaga, especialmente para el estudio de los desarrollos secuenciales a lo largo del primer milenio a.C. No sabemos a ciencia cierta cuándo se produce su primera ocupación. La presencia de un puñal de remaches, hallado casualmente, nos señala una cierta presencia humana durante el Bronce Antiguo y Pleno (Morgado, 1995: fig. 23). Durante el Bronce Final ya hay asentada aquí una comunidad, según los resultados de la excavación de 1993. La utilización del lugar se prolonga hasta los siglos III-IV de la Era Cristiana, si bien con diferentes altibajos. El periodo de mayor auge del poblado corresponde al Ibérico Pleno. Los Castillejos está situado a unos 4 km. al sur del núcleo urbano de Teba, a cuyo término municipal pertenece2 (vid. FIG. 285). Este cerro es un 2

Sus coordenadas U.T.M. son 328.500-4.090.800, según la hoja 1037 (Teba) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 4ª ed., 1993.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS aguzado espolón rocoso, orientado en sentido este-oeste, que domina el valle medio del río Guadalteba desde su orilla izquierda. Su topografía, con fuertes pendientes en sus vertientes septentrional y meridional, configura varias terrazas o "mesetas" que desde 609 m. de altitud máxima van descendiendo progresivamente hacia el este (FIGS. 290).

FIG. 290. Los Castillejos de Teba: panorámica del asentamiento desde la vega del Guadalteba.

a)

Antecedentes de investigación

Resulta sorprendente que a pesar de la existencia en Los Castillejos de Teba de uno de los recintos fortificados ibéricos más monumentales y mejor conservados de Andalucía, este emplazamiento apenas aparezca en la bibliografía. Parece que la espectacularidad de los restos constructivos que se mantienen en pie en el lugar no ha sido motivo suficiente para atraer la atención de los investigadores hasta momentos muy recientes. En consecuencia, relativas a Los Castillejos sólo encontramos algunas referencias en trabajos generales sobre el iberismo y la Antigüedad en la provincia de Málaga, si bien los autores de las mismas resaltan el gran interés del yacimiento (Fernández Ruiz, 1980: 202-254; Rodríguez Oliva, 1984: 435). No faltan tampoco los hallazgos casuales fechados en el Hierro Antiguo, como puntas de flecha en anzuelo del tipo 11a (García Alfonso, 1996), y en la época ibérica 544

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(Fernández Ruiz, 1978). En los inicios de los años 90, el recinto amurallado del Ibérico Pleno que contornea las zonas más altas del cerro fue estudiado de visu (Recio, 1991). La situación de abandono total del yacimiento motivó una creciente actividad de expolio durante la década de los 80, que afectó con especial gravedad a la principal necrópolis ibérica del poblado. Sin embargo, la culminación de lo que parecía ser la destrucción irremediable de Los Castillejos tuvo lugar en 1993. En ese año se puso en marcha un proyecto de cantera que preveía la explotación de la roca que constituye el sustrato geológico del cerro: brecha caliza rosácea. Los trabajos previos de infraestructura, la incontrolada apertura de pistas y los desmontes para iniciar la extracción de piedra motivaron la aparición de diferentes estructuras y materiales arqueológicos. Ante tal estado de cosas, se ordenó la paralización de todo movimiento de tierras y se acometió una excavación de urgencia para valorar las destrucciones efectuadas (García Alfonso, 1993-94; 1995: 103-117; García Alfonso et alii, 1997a). A consecuencia de la intervención se solicitó a la Consejería de Cultura la declaración de B.I.C. para el enclave. Pese al tiempo transcurrido, la situación administrativa de la zona arqueológica no ha variado desde 1993, por lo que periódicamente se ciernen sobre los Castillejos nuevas amenazas de destrucción por las concesiones mineras.

FIG. 291. Topografía de los Castillejos de Teba y situación de los cortes de 1993. 545

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS La zona escogida para efectuar la intervención aludida fue la terraza más oriental de Los Castillejos (FIG. 291), debido a que era la más afectada por los desmontes incontrolados. Al mismo tiempo, en este sector se daban algunas circunstancias que lo hacían prometedor respecto a la existencia de niveles de los siglos VIII-VI a. C. Tales eran la aparición de materiales a mano y a torno en los mismos estratos y la ausencia de cerámicas ibéricas, que, sin embargo, sí se encuentran abundantemente en las zonas altas del cerro. Por otro lado, esta terraza es muy favorable para un asentamiento humano, ya que constituye una amplia meseta de algo más de una hectárea de superficie, bien defendida por farallones rocosos. Además, tiene buena visibilidad sobre el valle del Guadalteba y proximidad a las tierras de cultivo. b)

La estratigrafía de Los Castillejos: el corte B de 1993

Este corte permitió obtener una secuencia del Hierro Antiguo del asentamiento. Sin llegar a roca ni a niveles estériles, se pudieron explorar niveles que iban desde el Bronce Final Pleno hasta el siglo V a.C. Sin embargo, la estratigrafía no está completa, ya que los estratos inferiores resultaron muy afectados por la apertura de una pista de la cantera y sólo fueron excavados de manera muy parcial, debido a la premura de tiempo. Se individualizaron nueve niveles (FIG. 292).

FIG. 292. Los Castillejos-93: secuencia del corte B.

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En el estrato IV se pudo documentar parcialmente la esquina de una estructura de planta cuadrangular, que apoyaba sobre un pavimento de cal más antiguo. Esta construcción está realizada con lajas de arenisca irregulares, conservándose sólo dos hiladas. Interpretamos la misma como una vivienda (FIG. 293). No se observa la existencia de fosa de cimentación, rompiendo la estructura un pavimento anterior, lo que hace pensar que la vivienda se construyó con rapidez y cierta improvisación. Por debajo de la vivienda y del pavimento señalados se documentó la existencia de otros dos suelos de cal superpuestos, muy alterados, no pudiéndose recoger material cerámico.

FIG. 293. Los Castillejos-93: planta del corte B. 547

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Los tres estratos inferiores sí pudieron ser excavados completamente, al encontrarse por debajo del firme de la pista aquí abierta. En ellos -niveles VII y VIII- la cerámica a torno no alcanza el 5% del total, con fragmentos de engobe rojo claramente importados. Por último, en el nivel IX únicamente hay cerámica a mano, también con hallazgos de gran interés. En estos tres últimos niveles no aparecieron estructuras. c)

La fortificación del corte C de 1993

La excavación del corte C permitió documentar los restos de una gran construcción, seguramente de carácter defensivo, que configura una línea de muralla o un bastión. Dicha estructura fue destruida en parte con la apertura de la pista de acceso a la cantera. La anchura total de esta construcción es de 3,45 m., ocupando todo el espacio del corte. Estratigráficamente, la estructura se asocia al nivel IIb del corte. La muralla se encuentra descarnada, debido a la erosión y al paso de los arados, ya que esta zona del cerro se ha estado cultivando hasta hace relativamente poco tiempo. Prácticamente, apenas se profundizó por debajo de la base de la estructura (FIG. 294). La planta de esta construcción es ligeramente curva, pudiéndose percibir su presencia soterrada en las inmediaciones del corte C por los característicos declives del terreno. Por ello deducimos que la estructura se adapta a la curva de nivel. El material de construcción es piedra, tanto bloques calizos rosáceos del mismo cerro de Los Castillejos como lajas de arenisca calcárea amarillenta de los alrededores. En lo conservado, la estructura presenta al interior un alzado de cuatro hiladas, con una altura media de 0,5 m. El frente exterior sólo presenta una hilada conservada, formada por grandes bloques irregulares de base y parte superior planas. La técnica para erigir esta fortificación es bastante simple. Sin excavar previamente ningún tipo de fosa de cimentación, en ambos frentes se colocaron piedras de tamaño grande, bastante mayores en el exterior. Transversalmente se colocaron una serie de muros interiores, también de piedras de tamaño considerable, configurando casetones. A continuación estos espacios se rellenaron con un ripio a base de piedras más pequeñas y barro. d)

Los materiales a mano

Las cerámicas a mano fueron las más abundantes en la excavación de 1993, siempre con una proporción superior al 50%, a excepción de los niveles I y IV del corte B y I del C. Presentan una gran variedad en cuanto a pastas: desde unas arcillas claras color siena, con desgrasantes muy finos, hasta otras muy oscuras con pequeñas piedras en su interior. La cocción es siempre reductora, aunque hay matices, que indican elaboraciones a temperaturas diferentes, señalando también distintos grados de dureza. 548

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FIG. 294. Los Castillejos-93: muralla o bastión del corte C.

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FIG. 295. Los Castillejos-93: cerámicas a mano lisas.

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FIG. 296. Los Castillejos-93: cerámica a mano decorada. a) Impresiones digitales b-c) Incisa d) Esgrafiada 551

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Las FORMAS SIN DECORAR no presentan una gran variedad, caracterizándose por su acabado tosco o con un alisado muy sencillo. Por su número, destaca la presencia de vasos de casquete esférico de borde simple tipo 1,1- (FIG. 295, a-c) y de borde engrosado al interior en cuarto bocel -tipo 1,3- (FIG. 295, d-f). Tampoco faltan los recipientes de paredes verticales (FIG. 295, i) ni los fondos planos, seguramente de ollas/orzas (FIG. 295, j-k). No aparecen los cuencos carenados. Tipológicamente no se observa evolución en los recipientes, que permanecen con formas muy constantes desde los niveles más profundos excavados hasta la superficie. La CERÁMICA DECORADA, presenta una cierta variedad en el tratamiento de las superficies. Los vasos con impresiones digitales son los más escasos, ya que sólo se han recuperado 3 fragmentos, todos en el nivel IX y correspondientes a ollas/orzas- (FIG. 296, a). Los fragmentos con decoración incisa son también escasos y exclusivos del nivel IX. Los motivos se desarrollan sobre vasos acampanados y sobre otros recipientes indeterminados de cuerpo globular. Encontramos el tema del zig-zag (FIG. 296, b), decoraciones romboidales configurando retículas (FIG. 296, c). Finalmente, señalar una pieza con decoración esgrafiada (FIG. 296, d). La cerámica a mano con decoración pintada es más abundante. Las formas nos remiten a vasos acampanados, presentando la pintura en la zona del cuello (FIG. 297). Los tonos empleados se encuentran se encuentran dentro de la gama del rojo claro-rosáceo, perdiéndose el colorante con facilidad. Los motivos son muy simples: bandas horizontales y frisos de triángulos, que alternan con superficies espatuladas sin pintar, negras o beiges. e)

Cerámicas a torno

El torno aparece en Los Castillejos de Teba a partir del nivel VIII, en principio con importaciones muy escasas de engobes rojos fenicios. Tras la falta de datos que suponen los estratos VI y V, detectamos su generalización en el nivel IV del corte B, donde muchos de los materiales que aparecen deben ser de fabricación local. Respecto a la CERÁMICA DE ENGOBE ROJO contamos con dos piezas, pero que resultan altamente significativas. En el nivel VIII apareció un fragmento de jarro piriforme u oinochoe (FIG. 298, a). Se trata de parte del cuello, con pasta de calidad. Lógicamente sólo presenta engobe al exterior, muy perdido en algunas zonas. El interior del recipiente muestra marcadas líneas de torneado. En el nivel VII se documentó un fragmento de plato, con un borde de solo 2,2 cm. de anchura. La pasta es aspera, fina y con poco desgrasante; únicamente contiene engobe rojo al interior y en el borde (FIG. 298, b). Este plato se encuadraría dentro de la fase I del Morro de Mezquitilla, por lo que su datación se situaría a mediados del siglo VIII a.C. (Schubart, 1986: 69, fig. 6).

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Dentro de la CERÁMICA POLÍCROMA se distinguen tres formas: cuenco forma 15-, copa -forma 16- y pithos -forma 11-. Los cuencos pintados de la forma 15 destacan por su abundancia y su fino acabado, tanto en cerámica a mano, gris o polícroma. En esta última variedad, la decoración consiste en rellenar borde e interior de color rojo oscuro, mientras que el exterior se aplica un engobe anaranjado, de característico tacto jabonoso (FIG. 299, a). Vasos con idéntica forma y decoración están bien fechados en Doña Blanca, donde se encuentran en el siglo VI (Ruiz Mata, 1993: 66, fig. 14, nº. 5-7). Entre las copas a torno destaca una con toda su superficie cubierta de pintura roja oscura de buena calidad, tanto al interior como al exterior (FIG. 299, b). Por su forma y decoración encuentra paralelos en la misma ciudad de Málaga, concretamente en los niveles inferiores del Teatro Romano (Isserlin, Harden y Muñoz Gambero, 1975: 16, fig. 5, nº. 3; 27, fig. 13, nº. 11). Otra copa apareció en el nivel IIb del corte C, en la base de la muralla, dentro de su frente interior. Su decoración es a base de engobe marrón claro y bandas estrechas horizontales más oscuras, tanto al interior como al exterior (FIG. 299, c). La datación de esta pieza es esencial para fijar la cronología de construcción de la línea de fortificación descubierta en esta excavación de 1993. La forma es de origen oriental, documentándose en Samaría, Hazor y Khaldé, fechándose en la región sirio-palestina en los siglos X-VIII a. C. En la península Ibérica aparece en Toscanos, con decoración similar, aunque sin fecha precisa (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: 88-89, fig. 5, nº. 149). En Doña Blanca se califica como "pátera", apareciendo en los niveles de los siglos VIII-VII con engobe rojo, para desaparecer la pintura en el VI (Ruiz Mata, 1993: 47, fig. 7, nº. 5-6; 50, fig. 8, nº. 5-6; 57, fig. 10, nº. 3 y 5; 66, fig. 14, nº. 4). El paralelo más cercano en cuanto a forma y decoración, aunque ésta sólo al exterior, es otra copa procedente del estrato V del corte I de la Mesa de Setefilla, fechado en la segunda mitad del siglo VI a.C. (Aubet, 1989: 307 y 326, fig. 22). Los PITHOI son los recipientes polícromos más abundantes, aunque el material se encuentra en un estado muy fragmentario. Sólo tenemos fragmentos de galbos y algún borde con asas geminadas. Las arcillas son, en general, de calidad, estando bien depuradas y presentando cocción oxidantereductora. Algunas veces la pintura se aplica directamente sobre la superficie del vaso, sin ningún tratamiento previo, pero la mayoría llevan un engobe amarillento claro que actúa como soporte de la decoración. El repertorio es el habitual de bandas anchas y filetes estrechos horizontales, que se conservan bastante bien en general, aunque la capa pintada salta con facilidad (FIG. 300).

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FIG. 297. Los Castillejos-93: cerámica a mano pintada.

FIG. 298. Los Castillejos-93: cerámica fenicia de engobe rojo. a) b)

Jarro de boca trilobulada. Corte B, nivel VIII Plato de borde estrecho. Corte B, nivel VII 554

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FIG. 299. Los Castillejos-93: cerámicas a mano lisas. a) Cuenco pintado b-c) Copas

FIG. 300. Los Castillejos-93: fragmentos de pithoi. 555

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Aunque la CERÁMICA GRIS no apareció con abundancia en la excavación de 1993, los fragmentos recuperados se caracterizan por su calidad. La pasta está muy depurada y es gran dureza. Las superficies son brillantes y muy bruñidas, con una sensación untuosa al tacto. Los tonos van desde el gris muy oscuro, casi negro, al gris claro. La forma más habitual es el cuenco de borde engrosado al interior, algunos de gran diámetro, que corresponden a la forma 2-a de A.M. Roos (FIG. 301, a). También hay que señalar un probable soporte de carrete3 -forma 11 de Roos-, como el aparecido en el nivel IIa del corte C (FIG. 301, b). Hallazgo de gran importancia de la excavación de 1993 en Los Castillejos es la CERÁMICA ORIENTALIZANTE. Los fragmentos documentados no suponen nada destacable dentro de estas producciones, pero sí son una novedad en el panorama arqueológico de la provincia de Málaga. Se trata de tres fragmentos amorfos, todos en el corte B. La pasta es depurada, con desgrasantes finos y núcleo interior ennegrecido por la cocción. Todos llevan decoración polícroma en colores de la gama rojo-negro, aplicados sobre la superficie previamente tratada con un engobe ligeramente brillante y muy diluido. Dos fragmentos presentan decoración geométrica, a base de motivos triangulares (FIG. 302, ab). Un tercero lleva un motivo floral, consistente en un capullo de loto o papiro cerrado: junto a un tallo central sin colorear, se disponen los pétalos en tono rosado, delimitados por finas líneas negras (FIG. 302, c). Tema similar lo encontramos en Montemolín (Chaves y Bandera, 1993: 66, fig. 9). A estos materiales habría que añadir otra pieza hallada hace años en superficie en los mismos Castillejos de Teba y que se encuentra en una colección particular4. Se trata de un fragmento amorfo del galbo de un recipiente tipo pithos. Presenta decoración geométrica junto a un motivo que pudiera ser -con todas las reservas- parte de la extremidad de un bóvido, ya que los detalles parecen reflejar una musculatura representada con los convencionalismos propios de esta corriente artística (FIG. 302, d). Últimamente, nuestra catalogación del Museo Histórico Municipal de Teba ha permitido identificar algunos otros fragmentos orientalizantes, que fueron recogidos superficialmente también en Los Castillejos y que se clasificaron como ibéricos. En los últimos tiempos, estos materiales se vienen constatando en el sector occidental de las Béticas y su piedemonte septentrional, vinculado a la campiña. Así, señalaremos los fragmentos de Acinipo (Aguayo, Carrilero y Martínez, 1991: 568), Cerro de San Cristóbal de Estepa (Juárez, 1997: figs. 7-9)

3

En la publicación de la excavación de 1993, erróneamente clasificamos este fragmento como "cuenco de borde saliente" (García Alfonso, 1993-94: 64), comparándolo con algunos conocidos en el sondeo de San Agustín, en Málaga capital (Recio Ruiz, 1990: 123, fig. 41, nº. 9 y 64). 4

Deseo testimoniar mi agradecimiento a D. Ildefonso Felguera Herrera, vecino de Campillos, quien amablemente puso a nuestra disposición su interesante colección arqueológica.

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y Cerro Gordo de Gilena (Bandera et alii, 1989), a los que habría que añadir los hallazgos de Teba.

FIG. 301. Los Castillejos-93: cerámicas grises. a) Cuenco, forma 2-a de Roos.

b) Soporte de carrete, forma 11 de Roos.

FIG. 302. Los Castillejos-93: cerámicas orientalizantes. 557

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS f)

Prisma de arcilla

En el nivel IX de los Castillejos apareció un fragmento de prisma de arcilla, de sección triangular, incompleto y de cocción mediocre. En su superficie presenta una decoración incisa que pudiera estar dotada de sentido simbólico, consistente en varias líneas paralelas por un lado y en un motivo ramiforme por el otro (FIG. 303). La forma nos recuerda a piezas muy similares que aparecen asociadas a los hornos fenicios, pero pensamos que nada tiene que ver con estas piezas. Del motivo ramiforme no encontramos paralelos en el entorno cercano, siendo similar a algunos esquemas compositivos de la cerámica de retícula bruñida de Huelva (Belén, Amo y Fernández-Miranda, 1982: 29-30, figs. 1, nº. 1 y 3; 2, nº 14) y San Bartolomé de Almonte (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986, vol. I: 203, fig. 37, nº. 9; vol. II: lám. LXXIV, nº. 998).

FIG. 303. Los Castillejos-93: prisma de arcilla decorado.

g)

La cronología

Prescindiendo de una posible ocupación de Los Castillejos en el Bronce Antiguo-Pleno, ya comentada, el lugar está ya habitado en la primera mitad del siglo VIII a.C. Esta etapa correspondería al estrato IX, que identificamos con los últimos momentos del Bronce Final Pleno. Como en la excavación de 1993 no se llegó a niveles estériles es muy posible que este nivel sea la continuación de un hábitat anterior. Los niveles VIII y VII registran las primeras importaciones fenicias, por lo que consideramos deben incluirse en el Hierro Antiguo I. 558

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La imposibilidad de excavar los estratos VI y V, debido a su casi total destrucción, nos impide por el momento conocer una fase esencial en el desarrollo de Los Castillejos, el Hierro Antiguo II. Sólo los últimos momentos de esta etapa pudieron ser documentados en el estrato IV y en el corte C, enlazando ya con el Hierro Antiguo III del siglo VI a.C. En estos momentos, la coexistencia prácticamente a partes iguales de la cerámica a mano y a torno confirma una vez más que la adopción plena de esta tecnología fue un proceso muy lento. Así, por no irnos más lejos, en estratos de pleno siglo VII a.C. de Acinipo la cerámica a mano constituye dos tercios del total (Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1991: 565). Los elementos que sirven como indicadores cronológicos nos avalan en los Castillejos una fecha del siglo VI a.C. tanto para la vivienda documentada en el corte B como la línea de fortificación del corte C. Dicha estructura de habitación sería algo más antigua, levantándose poco después sobre la misma la muralla defensiva. La vivienda se construyó donde antes habían existido otras desde el siglo VII, como demuestra la superposición de pavimentos. El cambio en la funcionalidad de esta zona del poblado, revela que en el siglo VI acontecen importantes cambios en la vida de Los Castillejos. La muralla se construyó con premura, ya que poco antes se habían renovado la estructura de habitación de esta zona, amortizándose ésta. La ubicación de la construcción defensiva en el principal acceso al poblado pienso que indica la intención de proteger el flanco más vulnerable del mismo. Esto enlaza con la situación de inestabilidad propia del Hierro Antiguo III. De cualquier forma, la fortificación se utilizó durante poco tiempo, ya que los depósitos superiores son claramente de abandono. El nivel superficial contiene las únicas cerámicas que se pueden clasificar claramente como ibéricas, escasas y muy rodadas. En el siglo V a.C. esta zona del poblado está abandonada y sus habitantes se trasladan a las zonas altas del cerro, iniciándose a partir de entonces la construcción del gran recinto amurallado del Ibérico Pleno. 4.

LA FASE DEL HIERRO ANTIGUO EN EL CASTELLÓN DE GOBANTES

El Castellón de Gobantes, también llamado Cerro de los Tres Ríos o simplemente El Castellón, se sitúa en la confluencia del los ríos Guadalteba, Turón y Guadalhorce, hoy inundada por los embalses homónimos5. Administrativamente, el paraje pertenece al término municipal de Campillos, enclavandose en las cercanías de la embocadura superior del desfiladero de los Gaitanes (vid. FIGS. 280-281). Se trata de un cerro amesetado que alcanza una altitud máxima de 405 m.s.n.m., con vertientes muy escarpadas y entalladas por los antiguos lechos de los ríos. En la actualidad el lugar está muy transformado, tanto debido a las presas, que en parte se apoyan en él, como por la repoblación forestal y las instalaciones construidas allí por la 5

Las coordenadas U.T.M. del enclave son 339.850-4.090.750, según la hoja 1.038 "Ardales" del Mapa Militar de España, e.1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Confederación Hidrográfica del Sur. A ello hay que añadir el intenso expolio al que se halla sometido el cerro por parte de los clandestinos de la zona. La función del Castellón de Gobantes reside en factores estratégicos y de control de las vías de comunicación. El encajonamiento de la red fluvial en este entorno hace muy difícil la agricultura, al tiempo que el roquedo desnudo de las lomas y sierras cercanas sólo permiten un pastoreo marginal. La ubicación del poblado le permite controlar la intersección entre los valles del Guadalteba, Turón y Guadalhorce, abriéndose éste último hacia el norte, en dirección a la llanura antequerana. En este cometido, el Castellón de Gobantes se veía auxiliado por algún puesto de vigilancia subsidiario, caso del CORTIJO DEL CHOPO6, situado en la margen derecha del Guadalhorce, a 1 km. aguas arriba del asentamiento principal (vid. FIG. 280). a)

La estratigrafía de 1993

El Castellón de Gobantes se conoce como yacimiento arqueológico desde finales de los años 60, cuando se iniciaron las obras de construcción de las presas de Guadalhorce y Guadalteba (Caballero, 1973). Por diferentes testimonios orales, sabemos que algunos operarios de las obras hallaron diferentes piezas, especialmente de época romana, de las que se ha perdido todo rastro. Diferentes movimientos de tierra provocaron la aparición de restos constructivos como una monumental muralla de sillares, posiblemente de época ibérica tardía o romano republicana, que fue destruida parcialmente. A lo largo de los años 80 la actividad delictiva de los clandestinos alcanzó cotas alarmantes, lo que motivó la realización de una campaña de urgencia en 1993. Esta intervención permitió obtener una primera secuencia del cerro, centrada en los niveles del Hierro Antiguo (García Alfonso et alii, 1997b). En el flanco norte del Castellón se efectuaron dos cortes que revelaron la existencia de una formación en ladera, constituida por los arrastres de las zonas altas. Se individualizaron tres niveles, aunque no se llegó a roca. El nivel III fue el más antiguo detectado, pero no se excavó en su totalidad por falta de tiempo. Dicho estrato es el único de toda la excavación que ha ocupa una posición horizontal y ha proporcionado estructuras in situ, aunque muy degradadas. Se trata de una construcción muy precaria, que configura una planta circular u oblonga, sólo documentada parcialmente, que puede corresponder a una cabaña (FIG. 304). Las cerámicas eran mayoritariamente a mano, con escasos fragmentos a torno poco definidos. El estrato se fecharía a finales del siglo VIII o principios del VII. El nivel II correspondía a una arroyada que testimoniaba un abandono de las partes altas. Entre los derrubios aparece una gran cantidad de material 6

También denominado Espolón Guadalhorce (Recio, 1990b: 7; 1996: 71 y 74, fig. 1; 1997-98: 209; Recio et alii, 1995: 194; Recio, 1997-98: 209, lám. V).

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que se fecha en el Hierro Antiguo II del siglo VII e inicios de la centuria siguiente. Finalmente, el estrato I, el más superficial, se encontraba muy alterado. Contenía los restos de una necrópolis del Ibérico Pleno totalmente destruida por los furtivos.

FIG. 304. Castellón de Gobantes, excavación de 1993: corte A. 561

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS b)

Los materiales del Hierro Antiguo

La CERÁMICA A MANO es la mayoritaria en los estratos III y II, aunque presenta una escasa variedad y un tratamiento descuidado. Las formas que aparecen son vasos de casquete esférico engrosado al interior en bocel -tipo 1,2- (FIG. 305, a, b), engrosado al exterior -tipo 1,4-(FIG. 305, c-d). o biselado –tipo 1,7- (FIG. 305, e-f) Algunas piezas presentan paredes de tendencia recta, correspondiendo a ollas/orzas del tipo 5,4 (FIG. 305, g). Hay que señalar la presencia de un posible fragmento de soporte de carrete (FIG. 305, h). La gran mayoría de estos recipientes tienen un aspecto tosco, aunque aparecen ejemplares con espatulado o bruñido al interior. También se han recuperado diversos fragmentos de cerámica a mano pintada en tonos rojizos, pero muy perdidos. La CERÁMICA A TORNO tiene una representación menos numerosa. Principalmente se trata de fragmentos con pastas poco decantadas y superficies escasamente cuidadas. Las formas predominantes son fragmentos de galbos de grandes recipientes, con toda probabilidad ánforas R-1, aunque no hemos recuperado ningún borde. No faltan los pithoi con decoración polícroma (FIG. 305, i-j). Algunos de éstos son muy similares de visu en pasta y tonos a los ejemplares aparecidos en los Castillejos de Teba. A nivel de hipótesis queremos plantear que es posible que ambos conjuntos procedan del mismo taller, seguramente local, que suministraba cerámica a torno a todo el valle del Guadalteba. No obstante, la confirmación de esta propuesta está supeditada a futuros análisis de pasta. Dentro de la cerámica gris hay que señalar un fragmento de soporte anular de la forma 2 de Caro, de muy buena factura (FIG. 305, k). Finalmente, en el nivel II se recuperó también la mortaja de una fíbula de doble resorte (FIG. 305, l).

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FIG. 305. Castellón de Gobantes, excavación de 1993: materiales.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS 5.

LA PEÑA DE ARDALES

La Peña de Ardales es el emblema de esta pintoresca localidad de la provincia de Málaga. Su casco urbano se desarrolla a los pies de la misma, envolviéndola casi completamente. El lugar se emplaza en la margen derecha del río Turón, donde este valle, siempre angosto, alcanza su mayor anchura, ofreciendo buenas posibilidades agrícolas. Al mismo tiempo, la Peña controla los accesos al denominado puerto de Málaga, vía de comunicación natural con el bajo Guadalhorce a través del arroyo de las Cañas (vid. FIG. 286). La topografía del enclave presenta una mesa más o menos circular en su parte superior, que alcanza una cota máxima de 496 m.s.n.m. Esta explanada se encuentra perfectamente individualizada por flancos cortados a pico, que ofrecen unas extraordinarias posibilidades defensivas (FIGS. 306-307). Desde aquí se disfruta de un amplio campo visual sobre todo el valle del Turón. Sin duda, estas circunstancias hicieron de la Peña de Ardales el núcleo central de éste desde momentos del Cobre hasta el siglo XVI, como testimonia la fortaleza medieval emplazada aquí (Martínez Enamorado, 1997: 45-59). La larga secuencia de poblamiento que presenta la Peña de Ardales sólo se conoce por el momento a nivel de material de superficie. Centrándonos en el Bronce Final-Hierro Antiguo, el lugar parece que se reocupa en el siglo IX a.C., después de un abandono acaecido tras finalizar el Bronce Pleno (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 57-59, fig. 7).

FIG. 306. Panorámica de la Peña de Ardales desde la vega del Turón.

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FIG. 307. Topografía de la Peña de Ardales (fuente: Ayuntamiento de Ardales).

FIG. 308. Cerámica de la Peña de Ardales (según Martín Córdoba et alii, 199192). 565

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS En cuanto a la CERÁMICA A MANO de los siglos IX-VI hallada en la Peña, lo más significativo son los vasos decorados (FIG. 308). Los motivos que llevan estas cerámicas son muy sencillos, siempre a base de incisiones, ya finas o gruesas. Los temas son simples geométricos: retículas, líneas discontinuas horizontales, trazos cortos inclinados... El fragmento de mayor interés presenta técnica esgrafiada7, desarrollando un motivo que parecen ser varios triángulos, cuyos lados están rellenos con simples composiciones lineales (FIG. 320, d). El MATERIAL A TORNO consiste en bordes de ánforas R-1, fragmentos de pithoi polícromos y un posible trípode (FIG. 308, e) (Recio, 1993 a, fig. 2, nº. 7). Claramente subsidiario de la Peña de Ardales se encuentra el asentamiento de EL CERRAJÓN, cuya función estratégica es determinante. Se trata de un espolón de 600 m.s.n.m., que se sitúa a 1,5 km. del anterior. Su posición le permite dominar al mismo tiempo el comienzo de la vega del Turón y el acceso al puerto de Málaga (vid. FIG. 286). En el Cerrajón aparece cerámica a mano y a torno, fechable en los siglos VIII-VII. La primera es la más abundante, con presencia de vasos carenados, ollas/orzas digitadas muy toscas, soportes de carrete y fragmentos con decoración incisa (FIG. 309, a-c) (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 56, figs. 45). Entre la cerámica a torno cabe señalar un recipiente similar a un pithos, pero de tamaño mucho más pequeño y dotado de un galbo globular diferente de los que aparecen en la costa malagueña (FIG. 309, d) (Recio, 1993a: 137, fig. 3, nº. 8). A nivel de hipótesis, resulta posible que nos encontremos ante la producción de un alfar local. 6.

LOS ASENTAMIENTOS EN LLANO DEL HIERRO ANTIGUO

Las diferentes prospecciones que se han realizado en las cuencas del Guadalteba y Turón han permitido conocer una intensa ocupación del territorio durante los siglos VIII-VI a.C. Existen numerosos asentamientos en llano, distribuidos en función de la red fluvial, que están aprovechando las mejores tierras de cultivo. Esta circunstancia nos hace considerar a este tipo de enclaves como aldeas agrícolas, ya que su existencia no se explica de otro modo. Se trata de lugares de reducidas dimensiones, la mayoría conocidos sólo por el material de superficie. a)

Huertas de Peñarrubia

El fuerte descenso del nivel del embalse del Guadalteba a principios de los años 90 a causa de la intensa sequía que azotó el sur de España por aquel entonces permitió descubrir este asentamiento. La acción del agua había limpiado toda la capa de sedimentos situados encima, visualizándose la planta de varias construcciones sin necesidad de excavación. No obstante, pensamos 7

Ha sido clasificado como cerámica de retícula bruñida (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 57, fig. 7,

nº. 1).

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que la erosión del agua ha hecho aflorar solo una pequeña parte del poblado, quedando soterrado bastante más.

FIG. 309. Materiales hallados en el Cerrajón (según Martín Córdoba el alii, 1991-92; Recio 1993a).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El lugar se encuentra en la antigua vega de Peñarrubia, hoy convertida en lecho del citado embalse, en la margen derecha del cauce histórico del río. El entorno está dominado por la presencia del Cerro del Almendro, que alberga un yacimiento arqueológico cuya secuencia se desconoce, aunque en él hemos recogido en superficie material protohistórico. El yacimiento se sitúa en el término de Campillos, aunque inmediato al límite con Teba. Habitualmente se encuentra cubierto por las aguas (vid. FIGS. 280 y 289). Ante la imposibilidad de efectuar una excavación por falta de recursos económicos8, se optó por realizar un estudio parcial del enclave en 1994, centrado en levantamiento planimétrico, recogida selectiva de material y limpieza de un pequeño corte de 2 por 2 m., en el que apenas se bajó 20 cm. Poco después de acabada la intervención se ofrecieron varios avances sobre la misma, aún estando en una fase muy preliminar el estudio del material cerámico. Se realizaron entonces algunas afirmaciones que luego hemos comprobado eran erróneas (García Alfonso, 1995: 98-102; García Alfonso, Morgado y Roncal, 1995: 34). El trabajo completo sobre la actuación se ha publicado recientemente (García Alfonso, 1999a). Las ESTRUCTURAS visibles en superficie del poblado de Huertas de Peñarrubia se disponían en tres niveles superpuestos aterrazados, separados por pequeños escarpes en talud, con gran acumulación de piedras de derrumbe en los mismos. Las construcciones sólo conservaban una o dos hiladas de piedras. En superficie no se aprecian huellas de hogares, agujeros de poste ni umbrales como los de Acinipo y Consorcio Guadalteba, aunque es probable que existiesen (FIG. 310) El suelo situado a una cota más baja es el más antiguo -nivel III, fase I-, donde se sitúan tres cabañas de planta circular sólo visibles en parte -nº. 1, 2 y 3-, levantadas a base de piedras pequeñas. Son las construcciones de menor tamaño del asentamiento, alcanzando la mayor un diámetro presumible de 2 m. A unos 50 cm. sobre el nivel anterior aparece un paleosuelo que señala el inicio del nivel y de la fase II. Evidentemente se trata de un momento de expansión del asentamiento, tanto por el aumento del tamaño y calidad de las viviendas como por los materiales asociados a alguna de ella. Aquí hemos podido documentar los restos de tres cabañas -nº. 4, 5 y 6-, también de planta circular, que alcanzarían un diámetro en torno a los 3 m. Ahora el aparejo tiende a ser más consistente: cantos rodados y piedras de mayor tamaño, ocupando algunos toda la anchura de los muros, que se hacen más sólidos que en la fase I. 8 Dado el interés que tenía el lugar y su riesgo de inundación ante la posible subida del embalse del Guadalteba, se solicitó una pequeña dotación económica a la Consejería de Cultura, que fue denegada. Únicamente se obtuvo un "permiso sin subvención". En las labores de investigación el equipo estuvo formado por A. Morgado, M.E. Roncal y quien suscribe.

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FIG. 310. Estructuras visibles en superficie en el poblado de Huertas de Peñarrubia. 569

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FIG. 311. Huertas de Peñarrubia: vasos acampanados a mano sin decorar.

Finalmente, el paleosuelo más elevado corresponde al momento más tardío -nivel I, fase III-, que se encuentra muy barrido por la erosión de agua. Ahora hay un cambio espectacular en el asentamiento, con la adopción de un patrón de vivienda cuadrangular y compartimentada, además de la presencia de cerámicas a torno.

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FIG. 312. Huertas de Peñarrubia: vasos acampanados a mano decorados en el cuello.

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FIG. 313. Huertas de Peñarrubia: diversas formas a mano. a) b) c) d)

Vaso de casquete esférico con el borde engrosado Vaso carenado Olla/orza Soporte cilíndrico

La CERÁMICA A MANO es, con diferencia, la mayoritaria en Huertas de Peñarrubia. Dentro de este grupo, el mayor número de fragmentos corresponde a vasos acampanados de gran tamaño, con una evidente función de almacenaje. Se caracterizan por su fondo plano, cuerpo ovoide y cuello exvasado, normalmente con carena, según un perfil habitual en el bajo Guadalquivir. La mayor parte de los fragmentos que hemos podido recoger en Peñarrubia no presentan decoración alguna, aunque muestran acabados de buena calidad, con las superficies alisadas y homogéneas (FIG. 311). Las pastas 572

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presentan cocción reductora al interior, con desgrasantes abundantes y gruesos. El exterior de las paredes tienen tonos que van desde el rojo ladrillo al gris oscuro. Dentro de este tipo de recipientes destacaremos aquellas piezas que presentan decoración en la zona del cuello, todas recuperadas en la cabaña nº. 4 –fase II-. El recipiente más grande presenta una incisión ancha y profunda en zig-zag, configurando un friso de triángulos isósceles alternativamente asentados sobre su base e invertidos (FIG. 312, a). Otro algo más pequeño muestra multiples incisiones "a peine" (FIG. 312, b). Finalmente, el más fragmentado y reducido tiene una decoración que combina pintura y bruñido, consistente en un friso de triángulos rosados muy perdidos (FIG. 312, c). Los vasos acampanados son seguidos en número por los de casquete esférico (FIG. 313, a) y carenados (FIG. 313, b) que presentan superficies cuidadas. Tampoco faltan las ollas/orzas para cocina (FIG. 313, c). Una pieza de gran interés por su escasez es un fragmento de soporte anular a mano (FIG. 313, d). Tiene una altura de 5 cm. y presenta una característica sección convexa al interior, mientras que el exterior tiene cuatro rebordes horizontales para darle mayor resistencia. Una pieza de este tipo sólo está constatada en el Cerro de la Encina, concretamente en niveles del Bronce Final II de F. Molina González (1978: 165-166; tab. tip. nº. 53), cuya fecha estaría centrada entre los años 850 y 750. Esta clase de soportes contrastan con los habituales en forma de carrete propios del valle del Guadalquivir, que no han aparecido por el momento en Peñarrubia, aunque sí en otros lugares de los valles del Guadalteba y Turón. Las PRODUCCIONES A TORNO son asignables a la fase III de Huertas de Peñarrubia, debiendo coexistir con la cerámica a mano. La presencia de estos materiales es enormemente reducida en la zona estudiada, aunque algo mayor en los alrededores. Existe una visible contradicción entre lo conservado de las estructuras constructivas visibles de este momento y la escasez de material cerámico. Esto puede deberse a que la mayor parte de este nivel haya sido desmantelado por la acción del embalse del Guadalteba. Entre los pocos fragmentos a torno identificables cabe señalar un borde de ánfora R-1 (FIG. 314, a) y algunos fragmentos de pithoi (FIG. 314, b-c). Unos materiales de gran interés y que atribuimos a la fase III de Huertas de Peñarrubia son los numerosos PRISMAS DE BARRO COCIDO que se hallaron dispersos por el enclave. De éstos, cuatro fueron recuperados completos (FIG. 314, d-g). Se trata de unas piezas de sección triangular, con una longitud en torno a los 8 cm. y una anchura media de 4'5 cm., que bien pudieran estar modeladas a mano o a molde. La pasta es de buena calidad, depurada y con poco desgrasante, siendo la cocción a fuego oxidante, lo que les da un acabado anaranjado. Prácticamente las diferencias entre los diferentes ejemplares son mínimas, lo que revela su fabricación en serie. El hallazgo de este tipo de objetos no se prodiga, pero casi siempre se encuentran asociados a 573

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS instalaciones alfareras que utilizan tecnología fenicia. Su aparición en Huertas de Peñarrubia puede indicar la producción de cerámica en el poblado durante la fase III, aunque no contamos con ningún otro indicio de la misma, ya que incluso la misma cerámica a torno escasea. La configuración del yacimiento, las estructuras y los materiales aparecidos son de gran ayuda a la hora de trazar un cuadro de la evolución y cronología de Huertas de Peñarrubia. Ante todo, no debemos olvidar el asentamiento no se ha excavado y que, seguramente, hay enterrado mucho más de lo que hemos visto en superficie. Igualmente, debido a que se ha tratado de una recogida selectiva de material, no podemos hacer una atribución de la cerámica por niveles. Por ello, la propuesta que aquí se ofrece sin duda resultará modificada por ulteriores investigaciones sobre el terreno que, eventualmente, se pudieran acometer en el futuro. El inicio del asentamiento no puede establecerse con precisión, ya que no sabemos si debajo de la fase I existen niveles de ocupación anteriores. La cerámica más antigua que se ha documentado se fecha en el siglo VIII a.C., mejor hacia su segunda mitad, data que podemos atribuirle a la fase I. A este respecto, hay que señalar que el cercano asentamiento de Hoz de Peñarrubia (vid. supra) tiene una data centrada en el siglo IX, por lo que cabe la posibilidad de que exista una correlación entre el abandono de éste y el comienzo de la actividad de Huertas de Peñarrubia. La fase II, basándonos en la fecha de los dos grandes vasos acampanados asociados a la cabaña nº. 4, podría fecharse a fines del siglo VIII y principios del siglo VII a.C. Observando la disposición de los paleosuelos que la delimitan y la escasa potencia del nivel II que la contiene, posiblemente fue un momento relativamente corto, siendo imposible precisar más. La fase III, con sus muros rectos y su cerámica a torno, encaja bien dentro del siglo VII a.C. b)

Otros enclaves del valle del Guadalteba

Justo enfrente del asentamiento de Huertas de Peñarrubia, en la margen opuesta del Guadalteba y a una cota por encima del nivel de inundación del embalse, se situó otra aldea agrícola del mismo tipo. El lugar fue excavado en 1995 a consecuencia de la construcción aquí de la sede del CONSORCIO GUADALTEBA (vid. FIGS. 280 y 289). Debajo de un nivel de sepulturas visigodas, apareció un estrato del Bronce Final-Hierro Antiguo con los restos de dos cabañas. Los trabajos de excavación de urgencia fueron realizados por J. Suárez Padilla9 y su equipo. La campaña permitió documentar dos cabañas de planta circular. La más meridional, pese a que en su interior se dispuso un enterramiento visigoda, presenta un mejor estado de conservación. Las

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A quien agradecemos las informaciones proporcionadas.

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El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

estructuras son bastante similares a las de la fase II de Huertas de Peñarrubia, salvo que aquí se ha podido documentar el umbral de acceso a la cabaña,

FIG. 314. Huertas de Peñarrubia: materiales de la fase III. 575

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS constituido por un empedrado similar a los de Acinipo. Los materiales aparecidos son muy parecidos: grandes vasos acampanados, con presencia de cerámicas a torno. Idénticos hallazgos se documentan a nivel superficial en el cercano paraje de TOMILLARES (Recio, 1997-98: 210). En esta misma zona, pero un tanto alejada de la vega del Guadalteba hacia el norte, encontramos otros asentamientos similares localizados por A. Recio (1997-98: 210) en su prospección del término de Campillos. Se trata de enclaves como EL BUJEO, CAMINO DEL CORTIJO GRANDE, MENANTE y LAS AGUILILLAS (vid. FIG. 288). Estos lugares se encuentran en la llanura abierta, ocupando pequeñas lomas que se alzan entre áreas encharcadas, con un patrón similar al que veíamos en la planicie antequerana. En ellos se documenta una escasez o ausencia total de cerámicas a mano y una mayor presencia de torno, con ánforas R-1 y pithoi. Estas circunstancias nos hacen considerar que el grueso de estos pequeños establecimientos se fecha en el Hierro Antiguo II (FIG. 315, a-d). Aguas arriba de Peñarrubia, el Guadalteba recibe al río de la Venta. Antes de la construcción del embalse, el VADO DEL TEJAR era el punto de cruce de este curso fluvial en el camino que accedía a Teba, que corría paralelo a la margen izquierda del río colector. En este punto se encuentra un asentamiento agrícola del Hierro Antiguo, aprovechado las posibilidades de cultivo de la vega10 (vid. FIG. 289). El emplazamiento corresponde con una suave ladera que desciende hacia la margen izquierda del Guadalteba, dentro de la cola del embalse, por lo que sólo es accesible en periodos de aguas bajas. A. Recio (1993c: 415) habla de la existencia de estructuras murarias en superficie. Por nuestra parte no hemos encontrado resto alguno de construcciones, aunque sí bastantes cantos rodados y lajas de caliza, materiales evidentemente alóctonos, que pudieron servir para los zócalos de las viviendas, actualmente desmanteladas por las constantes fluctuaciones del nivel del agua. En superficie aparecen algunas cerámicas a mano y mayoritariamente a torno. Entre estas citaremos ánforas R-1 y pithoi polícromos (FIG. 315, e). Aparecen también asociadas a estas cerámicas algunas láminas prismáticas de sílex. A poca distancia encontramos el pequeño asentamiento del CORTIJO MAYORAZGO se emplaza sobre la terraza que domina la confluencia de los ríos de la Venta y Guadalteba (vid. FIG. 298). Aparecen escasas cerámicas a mano y a torno, acompañadas de algún material lítico laminar. Finalmente, a poco más de 100 m. al noreste del CORTIJO DEL TENDEDERO encontramos otro establecimiento agrícola (vid. FIG. 289). Por el momento, sólo conocemos unos pocos fragmentos de cerámica a torno, que en nada se apartan de lo visto hasta ahora -ánforas y pithoi-. Es posible que

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A. Recio (1993c: 415-416, nº. 18) denomina a este establecimiento Río Guadalteba, que consideramos demasiado genérico.

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Cortijo del Tendedero tenga una cronología algo más tardía que los dos anteriores, ya que no aparece material a mano. Otros enclaves de este tipo también existen en el valle alto del Guadalteba, área englobada en los términos municipales de Cañete la Real (Recio, 1997b: 511) y Cuevas del Becerro (Aguayo et alii, 1990, fig. 1; Recio, 1993a, 137). Entre otros, se citan lugares como CAMINO DE ORTEGÍCAR, CORTIJO LA PILETA, QUINTA DEL MORO, TAJO DE LAS PALOMAS y LA ROCA, sólo conocidos a nivel de algunos hallazgos superficiales (vid. FIG. 288). c)

El río de Almargen

Este curso de agua se origina por las surgencias kársticas de la sierra de Cañete, a poca distancia del nacimiento del Corbones. Configura un amplio valle en sentido oeste-este, que, aunque presenta una cierta tendencia al encharcamiento, dispone de abundante tierra cultivable. En su último tramo, el río de Almargen recibe la denominación de río de la Venta, cambiando bruscamente su dirección en un giro hacia el sur, uniéndose al Guadalteba tras cruzar el espectacular tajo del Molino. La fertilidad de este entorno fue motivo de su gran densidad de ocupación humana en el Hierro Antiguo, proliferando gran cantidad de pequeños asentamientos. En cambio, por ahora no conocemos ningún enclave destacado situado en un lugar estratégico, que actuase de núcleo aglutinante de este territorio, a pesar de la intensidad de las prospecciones. Por tanto, es posible que estos asentamientos dependiesen del inmediato valle del Guadalteba, especialmente de los Castillejos, al que se accede con gran facilidad. CERRO MADRIGUERAS se encuentra en la cabecera del río de Almargen, a sólo 1,5 km. del casco urbano de esta población. Se trata de una loma arcillosa de aproximadamente 1 ha. de superficie apenas destacada 2-3 m. sobre la llanura circundante (vid. FIG. 285). Cerro Madrigueras fue identificado en su día como asentamiento calcolítico por F. Villaseca (1990: 509), lo que viene a confirmar que el lugar ha tenido sucesivas ocupaciones, siendo la última la correspondiente al Hierro Antiguo. Entre la cerámica de los siglos VIII-VI aparece material a mano con formas como ollas/orzas toscas con decoración de impresiones digitales en la zona del cuello y fragmentos con decoración incisa geométrica. La cerámica a torno consiste en ánforas R-1 y pithoi polícromos, alguno decorado con motivos esteliformes (FIG. 315, f) (Recio, 1993a: fig. 4, nº. 14 y 16; 1993-94, fig. 3, nº. 1-3). Si avanzamos aguas abajo, ya en el término municipal de Teba, encontramos el asentamiento de CASAS DE PEDRO FRAILE. Este lugar se encuentra muy junto a la orilla izquierda del río de Almargen, en plena vega, a sólo unos 200 m. al sur de la vía férrea Bobadilla-Algeciras. El asentamiento ocupa una suave ladera que desciende lentamente hacia el río, en un punto

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS donde el cauce traza un acusado meandro11 (vid. FIG. 285). El material de superficie muestra aparentemente una sola fase de ocupación de los siglos VIII-VI, con algunas cerámicas a mano y a torno. Entre estas últimas encontramos los típicos recipientes de almacenaje: ánforas R-1 y pithoi polícromos (Recio, 1993c: 416, nº. 26). Justo enfrente, pero en la margen opuesta del río se encuentra el asentamiento de EL EJIDO (vid. FIG. 285), prospectado por nosotros últimamente. El material cerámico es el habitual, pero con mayor presencia de torno, especialmente pithoi.

FIG. 315. Materiales cerámicos de diversas aldeas agrícolas del Hierro Antiguo de la cuenca del Guadalteba (a partir de Recio, 1990b; 1993a).

d)

El Cortijo de Nina

A unos 700 m. al oeste del CORTIJO DE NINA encontramos otro asentamiento agrícola de estos momentos, que ha sido estudiado por nosotros a nivel de material de superficie de manera amplia. La singularidad de este lugar radica en una datación centrada claramente en el Hierro Antiguo III, que contrasta con los demás encalves similares que conocemos en el noroeste malagueño, más centrado en la fase anterior. El Cortijo de Nina se sitúa a 6 km. al oeste de Teba, dentro de su término municipal. Es una ladera de arcillas y margas que desciende suavemente hacia el río de Almargen, que discurre a 11

A. Recio denomina a este lugar Río de Almargen, que resulta demasiado genérico.

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poco más de 1 km. al norte del enclave12 (vid. FIGS. 285. y 316). En 1995 pudimos comprobar en este lugar que las labores de arado habían puesto al descubierto numerosos fragmentos de cerámica a mano y a torno, prácticamente sin señales de rodadura, aunque sin asociación a estructuras constructivas visibles en superficie. La extensión del asentamiento no debió ser muy grande, a juzgar por el pequeño radio de dispersión del material cerámico: una o dos viviendas a lo sumo (García Alfonso, 1995-96). La CERÁMICA A MANO documentada en Nina constituye el 17% del total del material recogido, porcentaje que apunta hacia una cronología bastante avanzada dentro del Hierro Antiguo. Este grupo se caracteriza por sus formas monótonas y una calidad mediocre. Entre el material seleccionado encontramos fragmentos con las superficies bruñidas, correspondientes a formas como cuencos de borde recto y ollas. No faltan tampoco ollas-orzas de tipo globular decoradas con impresiones de uña (FIG. 317). El MATERIAL A TORNO de Nina asciende a un 83% del total inventariado, con un predominio casi absoluto de recipientes de almacenaje. El ánfora es la forma más abundante, con fragmentos del tipo 10,2 encuadrables entre la segunda mitad del siglo VII y mediados de la centuria siguiente, caracterizados por el galbo de perfil piriforme. Estos recipientes configuran un cuerpo de tendencia piriforme (FIGS. 318, a) y borde triangular (FIG. 318, b-d), señalándonos un tipo 10,2 -ánfora R-1 evolucionada-. Precisamente, las ánforas de esta tipología abundan en el Cerro del Villar en los niveles de la primera mitad del siglo VI a.C., siendo producidas en el mismo asentamiento fenicio (Aubet 1990a: fig. 9, e; 1990b: fig. 5). Igualmente, los galbos documentados en el sondeo de San Agustín, en pleno centro de Málaga, presentan paredes de acusada tendencia piriforme. Éstos han aparecido en los niveles 17 y 18, los más profundos de la intervención, que se han fechado a comienzos del siglo VI (Recio 1990a: figs. 20, nº. 13; 21, nº. 24). La misma circunstancia se observa en las excavaciones hispano-francesas del Teatro Romano de Málaga, donde este tipo de galbos son incluidos en la fase IB, datada entre fines del siglo VI y principios del V (Gran 1991: fig. 44, nº. 8-9 y 11). Otro tipo de galbo anfórico que encontramos en Nina es el husiforme nuestro tipo 10,4-, con dos ejemplares (FIG. 319, c, e). Esta tipología entronca bien con las ánforas más antiguas de época ibérica, por lo que parecen señalar una última fase de ocupación que puede situarse en el siglo V a.C. Perfiles muy similares los encontramos en el Cerro Macareno, con una fecha del siglo V (Fernández Gómez, Chasco y Oliva 1979: fig. 27), mientras que en Tejada la Vieja puede señalarse una perduración de este tipo de ánforas hasta la primer mitad del siglo IV (Fernández Jurado 1987: lám. 65, nº. 1). 12

Las coordenadas U.T.M. son 323.200-4.095.900 según la hoja del Mapa Topográfico de España, del Servicio Geográfico del Ejército, e. 1:50.000, hoja 1037 (Teba), Madrid, 4ª ed., 1993.

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FIG. 316. Panorámica del asentamiento agrario del Cortijo de Nina. d)

El valle del Turón: Raja del Boquerón

No faltan los cuencos pintados -forma 15- (FIG. 320, a), ni tampoco los pithoi. Estos últimos se encuentran en un estado muy fragmentario, por lo que poco podemos decir. Los que resultan tipologables corresponden al perfil habitual en las colonias fenicias de la costa (FIG. 320, b). En el valle del Turón conocemos un menor número de aldeas agrícolas del Hierro Antiguo. El lugar más destacado es Raja del Boquerón, que sólo ha sido estudiado a nivel de material de superficie por el equipo que trabaja en el término municipal de Ardales. Este enclave se dio a conocer en 1987 a consecuencia de una extraordinaria bajada del embalse del Conde de Guadalhorce, en cuyo lecho se encuentra (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 5960). Raja del Boquerón, habitualmente cubierto por las aguas, ocupa una suave terraza de la margen izquierda del Turón. Su entorno es la vega fluvial, por lo que se vincula claramente a actividades agropecuarias (vid. FIGS. 286 y 288). En Raja del Boquerón se han podido establecer claramente dos fases de ocupación, a partir de sus ESTRUCTURAS (FIG. 321). La primera corresponde a dos cabañas ovales, siendo las dimensiones de la más amplia 4 m. de largo y 3 m. de ancho. Sus paredes consisten en zócalos de piedras irregulares de gran tamaño. En su acceso no se aprecian restos de empedrado, lo que hace a estas estructuras más similares a las de Huertas de Peñarrubia que a las del Consorcio Guadalteba. La segunda etapa de Raja del Boquerón muestra una 580

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El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

gran estructura de planta cuadrangular con compartimentación interna, situada a unos pocos metros al sur de las dos cabañas anteriores. No se ha documentado íntegramente, aunque se pueden establecer unos ejes en lo conocido de 20 m. por 10 m.

FIG. 317. Cortijo de Nina: cerámicas a mano. 581

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FIG. 318. Cortijo de Nina: hombros y bordes de ánforas. 582

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FIG. 319. Cortijo de Nina: asas de ánforas.

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FIG. 320. Cortijo de Nina: cuenco pintado y pithos. Los MATERIALES que han aparecido en ambas fases han podido individualizarse en dos grupos debido a la separación física entre las distintas estructuras, aunque no puede descartarse una cierta mezcla a causa de los procesos erosivos (FIG. 322). En las cabañas circulares predominan con mucho las cerámicas a mano, con formas como ollas/orzas, aunque de fabricación cuidada. Las producciones a mano de Raja del Boquerón destacan por su variedad decorativa, con técnicas como el esgrafiado y la excisión. Por su número hay que destacar los fragmentos con decoración esgrafiada13, con motivos que combinan diferentes diseños triangulares y bandas rellenas de trazos (FIG. 322, a-c). En cuanto a la aparición de un fragmento exciso (FIG. 322, e) hay que extremar la prudencia debido a la cronología del contexto arqueológico. Esta fase se centraría en el segundo cuarto del siglo VIII. La presencia de cerámicas a torno (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 60) señala un cierto contacto con los fenicios de la costa malagueña, por lo que estaríamos en una fase del Hierro Antiguo I.

13

El equipo que trabaja en el valle del Turón clasifica este material como correspondiente al grupo de las cerámicas de retícula bruñida (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 60, fig. 9, nº. 7). Los fragmentos que se han publicado y los que hemos podido contemplar en el Museo Municipal de Ardales no tienen nada que ver con estas producciones del bajo Guadalquivir y Huelva, siendo en todo idénticos a los que conocemos en el valle del Guadalteba.

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El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

FIG. 321. Raja del Boquerón: estructuras visibles en superficie.

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FIG. 322. Materiales de Raja del Boquerón.

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Capítulo 17

El noroeste malagueño: los valles del Guadalteba y Turón

Las cerámicas de la segunda fase de Raja del Boquerón son mayoritariamente a torno, con los típicos recipientes para almacenaje: ánforas R-1 de cuerpo piriforme y borde triangular –tipo 10,2- y borde estrangulado (FIG. 322, g-h) y husiformes -tipo 10,4-, pithoi polícromos y lebrillos pintados forma 17- (FIG. 322, i). Hay que llamar la atención sobre un jarro a torno pintado con engobe rojo (FIG. 322, f). Es pieza claramente derivada de los jarros fenicios de boca trilobulada, pero en este caso es cilíndrica. Este detalle y la morfometría del galbo, que configura un perfil globular nos hacen considerar la pieza como la producción de un taller indígena, ya que en ningún caso se ajusta a los cánones propios de esta forma en el mundo colonial. Las cerámicas a mano también están representadas en esta fase, aunque se trata de productos de escasa calidad, algunos decorados con incisiones y digitaciones. En esta segunda etapa también apareció una punta de flecha en anzuelo posiblemente empleada en actividades cinegéticas (Recio, 1990b: 9). Este momento se fecha claramente en el Hierro Antiguo II y III.

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18 LA DEPRESIÓN DE RONDA

La Serranía de Ronda constituye una de las comarcas naturales de mayor originalidad de Andalucía. Su situación geográfica, su intrincado relieve, unos usos del suelo muy diferentes de las áreas limítrofes y la existencia de un núcleo urbano rector de gran prestigio son los pilares sobre los que descansa su incuestionable personalidad. El roquedo y el abundante régimen de precipitaciones favorecen el predominio del bosque y del pastizal, soporte de una importante ganadería. Sólo en la depresión de Ronda existen tierras que permiten un óptimo agrícola. La depresión de Ronda constituye el área central de la Serranía, siendo un eslabón más del Surco Intrabético. Es una altiplanicie bien delimitada, que se sitúa a una altitud media de 600-700 m. Ofrece una topografía suave, con lomas, cuestas y planicies que constituyen suelos ricos y profundos (FIG. 323). Los ríos y arroyos que forman la cabecera del Guadiaro, como el Guadalevín y Guadalcobacín, se han encajonado en profundos barrancos -tajo de Ronda- que constituyen un elemento fundamental del paisaje (FIG. 324). Al sur de esta meseta se levantan las sierras de las Nieves, Líbar y Jarastepar, que forman una muralla caliza de difícil paso hacia la costa mediterránea (FIG. 325). Estas montañas, hoy casi totalmente deforestadas, albergaron en el pasado un denso bosque de coníferas, entre las que destaca el pinsapo, hoy reducido a escasos enclaves. Sólo el Guadiaro ha sido capaz de atravesar esta formidable barrera, excavando un profundo y estrecho valle (FIG. 325). Por tanto, las rutas naturales facilitan a Ronda la relación con la bahía de Algeciras y no con el litoral malagueño. La puesta en marcha del proyecto general La Prehistoria Reciente en la Depresión Natural de Ronda, dirigido por P. Aguayo, al frente de un amplio equipo de la Universidad de Granada, ha supuesto un auténtico revulsivo en la investigación arqueológica en la Serranía. Este programa se marcó como objetivo el estudio de las comunidades humanas que habían habitado este territorio desde el Neolítico hasta el mundo ibérico, mediante prospecciones superficiales, excavaciones selectivas y analíticas de laboratorio. Como enclaves concretos se eligieron Acinipo y el casco histórico de Ronda, éste último en la modalidad de arqueología urbana, documentándose la existencia de importantes niveles del Bronce Final-Hierro Antiguo. Al mismo tiempo, la labor de estudio del territorio ha permitido trazar la densidad de ocupación del espacio en la depresión de Ronda durante los siglos VIII-VI por una red de pequeños asentamientos agrícolas (FIG. 338). Como novedad, el proyecto de Aguayo era también una propuesta teórica, basada en los postulados del 589

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS materialismo histórico. Sin embargo, y aunque se han ido avanzando resultados preliminares, todavía no contamos con una publicación detallada de las diferentes actuaciones.

FIG. 323. El medio físico de la depresión de Ronda.

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

FIG. 324. Lomas de la altiplanicie de Ronda.

FIG. 325. La montaña rondeña: la sierra de Libar.

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FIG. 326. El poblamiento de depresión de Ronda durante el Hierro Antiguo.

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Capítulo 18 1.

La depresión de Ronda

ACINIPO

La mesa de Acinipo o "Ronda la Vieja" se encuentra situada a 14 km. al noroeste de la ciudad de Ronda, dentro de su término municipal, aunque muy cerca del límite con la provincia de Cádiz. La mesa es una amplia plataforma caliza, de forma ovalada, que alcanza una altitud máxima de 999 m. Se encuentra bien defendida por riscos de más de 50 m. de caída en su parte occidental y por fuertes pendientes en los demás flancos, que delimitan una amplia explanada basculada hacia el este, que alcanza 30 has. de superficie. El emplazamiento controla el interfluvio que separa las cuencas altas del Guadiaro y del Guadalete, por lo que tiene un buen campo visual hacia ambas1 (FIGS. 327-329). Esta posición estratégica, en una zona con abundantes recursos madereros y agropecuarios en los valles adyacentes explican que la mesa de Acinipo se ocupase desde un momento bastante antiguo. Acinipo ha sido conocida desde el Renacimiento por sus restos de época romana. No obstante, desde mediados de siglo se tiene constancia de hallazgos de periodos anteriores, caso del lote de dieciocho puntas de flecha en anzuelo conservado en el Museo Arqueológico de Sevilla (Quesada, 1988: 11-12, fig. 5). La constatación empírica de un importante poblamiento pre y protohistórico en Acinipo ha sido una aportación de los últimos quince años. Dada la gran extensión del área arqueológica y la presumiblemente buena conservación de la estratigrafía en determinados puntos, las posibilidades de estudio son prometedoras cara al futuro (FIG. 329). La ocupación prerromana más accesible a la investigación fue detectada en un pequeño espolón que se proyecta en el flanco oriental de la mesa, en la cota más baja de la misma, junto al Cortijo de Ronda la Vieja y al aparcamiento de las ruinas. Aunque este saliente no carece de defensas naturales, ocupa el área de acceso más fácil a Acinipo (FIG. 330). Aquí, a lo largo de los años 1982, 1985 y 1986, P. Aguayo documentó una serie de construcciones romanas superpuestas a una serie de cabañas del Bronce Final-Hierro Antiguo, que no eran sino la continuidad de un poblamiento anterior que arrancaba desde la Edad del Cobre. Esta fase de los siglos VIII-VII se ha detectado también en otros cortes abiertos en el área perimetral de la mesa, pero no sabemos si el área de asentamiento de esta etapa se extendió a toda la plataforma (Aguayo y Carrilero, 1996: 355). a)

El Bronce Final Pleno en Acinipo

Las campañas efectuadas en el espolón antes reseñado documentaron una fase de abandono del mismo durante el Bronce Tardío y las primeras fases 1

Sus coordenadas U.T.M. son 300.500-4.078.750. La mesa de Acinipo se representa cartográficamente dividida entre las hojas 1.036 (Olvera) y 1.054 (Ubrique) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS del Bronce Final. Los niveles correspondientes a dicho hiatus alcanzan una potencia máxima de 1 m., interpretada como vertedero originado por los detritos arrojados desde zonas más elevadas. Entre los materiales había restos de animales -canis, bos y ovis- y fragmentos de cerámica neolítica, calcolítica, Bronce Pleno y Final (Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1989: 335). Los materiales del Bronce Final Pleno aparecidos en este nivel de basurero ofrecen un horizonte cronológico claramente centrado en el siglo IX y comienzos del VIII. Las cerámicas finas presentan formas como vasos de casquete esférico con borde engrosado al interior –tipo 1,2-, vasos carenados de borde engrosado –tipo 3,4-, grandes vasos acampanados para almacenaje – forma 7- y soportes de carrete. Estas cerámicas muestran superficies bruñidas y alisadas, no faltando tampoco algunas piezas con decoración esgrafiada e incisa. También, según los investigadores de Acinipo, aparecieron dos fragmentos con decoración de boquique, vinculados con Cogotas I. La cerámica tosca corresponde a las típicas ollas/orzas de cocina, con variantes de cuerpo ovoide y globular, a veces con mamelones. En los niveles superiores de este basurero se documentaron ejemplares con decoración digitada (Aguayo et alii, 1987: 299-300). Este dato resulta de gran interés, ya que permitiría adelantar como mínimo- a comienzos del siglo VIII el inicio de este tipo de ornamentación2, que tan extendida va a estar en el sur peninsular durante el Hierro Antiguo. b)

Las cabañas del Hierro Antiguo I de Acinipo

Sobre estos estratos de vertedero se levantaron las conocidas cabañas de Acinipo, en las que ya existen cerámicas a torno (Aguayo et alii 1986). Por tanto, consideramos que ya nos encontramos en niveles correspondientes al Hierro Antiguo I y no al Bronce Final. Esta circunstancia se evidencia también por la presencia de las cerámicas fenicias de lujo típicas de esta etapa y que son las mismas que aparecen en lugares como los Castillejos de Teba o Cerro de la Mora. Se pudieron individualizar cinco construcciones completas, dos de planta circular y tres de planta rectangular con las esquinas achaflanadas. Estas construcciones fueron coetáneas, por lo que la diferencia en el tipo de planta no es aquí indicadora de datación relativa, sino que debe responder a otras circunstancias (FIG. 331). Esta fase se fecharía a lo largo del siglo VIII de acuerdo con el material aparecido, sin embargo existen unas fechas de C-14 algo más altas (vid. infra).

2

Comúnmente se admite que estas cerámicas aparecen a finales del siglo VIII (Ladrón de Guevara, 1994: 329).

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

FIG. 327. El entorno de Acinipo y la Silla del Moro.

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FIG. 328. Topografía de la zona arqueológica de Acinipo.

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

FIG. 329. La mesa de Acinipo vista desde la ladera sur.

FIG. 330. El espolón oriental de Acinipo.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS Las CABAÑAS CIRCULARES muestran una cierta tendencia oval. Su diámetro máximo alcanza los 5 m. a lo largo, mientras que a lo ancho se encuentra en torno a los 4,5 m. Las paredes están construidas por zócalos de piedra sin trabajar, formados por unas pocas hiladas. La anchura de estos muros en la base alcanza los 60 cm. y disminuye ligeramente conforme ascendemos. Las hiladas inferiores contienen piedras de mayor tamaño para una mejor sustentación. Pese a la rudeza de estas construcciones, no se trata de viviendas improvisadas, ya que los zócalos presentan una pequeña fosa de cimentación. Estas fosas cortaron pavimentos y muros circulares de otras cabañas precedentes que, lógicamente, sólo se pudieron documentar de forma muy parcial. Sobre los muros de piedra debieron apoyar muros de tapial, pues no han aparecido restos de adobe. La cubierta debió ser de forma cónica, dada la forma de las estructuras. La ausencia de agujeros de poste, tanto al interior como al exterior, es indicio de que la techumbre era muy ligera, probablemente de ramas finas y follaje arbustivo. El interior presentaba un suelo de tierra batida, aunque muy perdido en algunas zonas por las construcciones que se superpusieron en la siguiente fase del poblado. La entrada a las viviendas tenía un ancho de 1 m. Junto al umbral de acceso existía una superficie empedrada, de forma trapezoidal, que alcanza unas dimensiones de casi 2,5 m. de largo por 2 m. de ancho. Esta especie de "porches" señala la orientación al sudeste de las cabañas. La función de estos pavimentos no ha podido establecerse, aunque se piensa que pudieran ser espacios cubiertos por algún tipo de chamizo vegetal, pese a que no se han encontrados restos de agujeros de poste. En el centro de cada una de las cabañas apareció un hogar, construido en todos los casos de la misma manera. Consistía en una torta de arcilla cocida, que alcanzaba un diámetro máximo de 0,70 m., con la superficie superior bien acabada y los bordes perfectamente delimitados. La estructura apoyaba sobre una capa de cal, levantándose algunos centímetros sobre el suelo. La torta de arcilla se encontraba cuarteada por las elevadas temperaturas que hubo de soportar. Al no tener ninguna hilada de piedra que lo delimitase y garantizase una confinación del fuego a ese espacio concreto, los investigadores de Acinipo han planteado la hipótesis de que no se tratase de un lugar donde propiamente se encendiera fuego, sino que actuaría como receptáculo de brasas o ascuas que se producían en hogueras situadas al exterior de las estructuras. Estas ascuas servirían para cocinar en el interior de las viviendas pequeñas cantidades de alimento para calentar las cabañas durante los fríos inviernos de la Serranía, a modo de "braseros". Las CABAÑAS DE PLANTA RECTANGULAR documentadas en Acinipo son enteramente iguales a las circulares en su concepción constructiva y reúnen los mismos elementos: zócalos, porches empedrados y hogares. Como se ha dicho, 598

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

su cronología es contemporánea a las viviendas circulares. La aparición en el nivel de estas cabañas de importaciones a torno nos hace plantearnos si la construcción de las estructuras de planta rectangular responde a la adopción del modelo doméstico traído por los fenicios, aunque no lo parece. c)

Los materiales del Hierro Antiguo I

La excavación de las cabañas de esta fase no ha proporcionado muchos hallazgos, debido a las periódicas limpiezas a que eran sometidas estas viviendas y a las remociones efectuadas por las construcciones posteriores. La mayor cantidad de material a aparecido en el exterior de las estructuras. A comienzos del Hierro Antiguo I las CERÁMICAS A MANO son las mayoritarias. El torno va aumentado progresivamente a lo largo de la etapa, para al final de la misma constituir el 50% del material (Aguayo et alii, 1987: 300-301). Los vasos a mano prácticamente no suponen ninguna novedad respecto al momento anterior del Bronce Final Pleno. Se cita la aparición de nuevas cerámicas con decoración de boquique, en algún caso combinada con excisión. Los autores de las excavaciones en Acinipo consideran este material claramente relacionado con el horizonte Cogotas I y sostienen su carácter de importaciones (Aguayo de Hoyos et alii, 1987: 300). Sobre estas piezas no estamos en condiciones de emitir una opinión personal, ya que no las conocemos al no estar publicadas gráficamente. La CERÁMICA A TORNO se caracteriza por la variedad de formas. Con engobe rojo aparecen algunos platos de borde estrecho, que en ningún momento superan los 2 cm. de ancho de borde, por lo que -a priori- tendrían una fecha del siglo VIII. Son materiales claramente importados, con un buen acabado y un engobe de excelente calidad. Los recipientes polícromos resultan más abundantes, con la presencia de pithoi y cuencos con el borde engrosado pintados -forma 15-3. No falta tampoco la cerámica gris, aunque escasa. Finalmente, también están presentes las ánforas R-1. En cuanto al MATERIAL METÁLICO hay que señalar la presencia de algunas puntas de flecha de anzuelo y varios fragmentos de fíbulas de doble resorte. En oro y plata aparecieron sendas cuentas de pequeño tamaño. 3 Este tipo de recipientes también aparecieron en la campaña de 1993 en Los Castillejos de Teba. Nosotros los fechamos en aquel entonces entre finales del siglo VII y el siglo VI (García Alfonso, 1993-94: 64), por su aparición en el Cerro Macareno (Pellicer, Escacena y Bendala, 1983: fig. 61, nº. 908) y en el Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata, 1993: fig. 14, nº. 5-7) en niveles de esa cronología. La aparición en Acinipo de las mismas piezas en una fase claramente anterior plantea dos posibilidades: la necesidad de una revisión de las dataciones que ofrecimos en su momento para este material o bien la existencia de cierta intrusión en este nivel del Hierro Antiguo I de Acinipo de algunos materiales correspondientes a la fase siguiente.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS d)

Las fechas de C-14 de Acinipo y sus problemas

En 1988 se obtuvieron en Acinipo una serie de fechas de C-14 procedentes de las cabañas del Hierro Antiguo I del espolón oriental, en las que se documentaron -no conviene olvidar- cerámicas a torno. Las dataciones son las siguientes 820 ± 90, 700 ± 90 y 690 ± 180. Su calibración nos señala respectivamente los años 899, 804 y 801 a.C. (Aguayo et alii, 1992a: 311; Carrilero, 1992: 136; Aubet, 1994: 318-319; Castro, Lull y Micó, 1996; apéndice, nº. 1552-1557). Con estos resultados, dicho nivel con material colonial se fecharía en el siglo IX. Sin embargo, en el último trabajo publicado respecto al "Proyecto Ronda" sus autores sitúan el estrato anterior a éste, sólo con cerámicas a mano, en los inicios del siglo VIII (Aguayo y Carrilero, 1996: 354-355). Está claro que algo no concuerda. La repercusión de estas dataciones radiocarbónicas y su correcta imbricación con las cronologías arqueológicas aún no han sido suficientemente valoradas a nivel general (vid. infra cap. 5,3). No obstante, algunos investigadores ya se han mostrado partidarios de elevar la fecha de este nivel de cabañas circulares de Acinipo. Así, M.L. Ruiz-Gálvez (1998: 252 y 292) lleva al siglo X, como muy tarde, la presencia de los fragmentos de Cogotas I, mientras que sitúa a mediados del siglo IX las primeras importaciones fenicias en el poblado. El debate está abierto... e)

La plenitud del Hierro Antiguo

La siguiente fase de Acinipo supone importantes cambios a nivel de ESTRUCTURAS, con la aparición de varias construcciones rectangulares unidas, dentro de una concepción más orgánica que las viviendas del momento anterior. En sentido noreste-suroeste aparece un muro recto que los investigadores de Acinipo han denominado "maestro". Se trata de un zócalo de piedras que alcanza 1 m. de anchura. De este muro parten otros más estrechos, dispuestos perpendicularmente. Se configuran de este modo una serie de habitaciones rectangulares aglutinadas, que alcanzan unas dimensiones de 4,5 m. de largo por 3 m. de anchura. La técnica constructiva de estos muros es muy diferente a las cabañas anteriores. Aparecen fosas de cimentación que alcanzan cierta profundidad, lo que explica las destrucciones del nivel subyacente. La base del muro embutido en la tierra está formada por grandes piedras irregulares y tiene una anchura mayor que las hiladas superiores. Por encima de la fosa de cimentación, el muro se hace más estrecho y presenta su paramento bien careado (FIG. 332).

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

FIG. 331. Acinipo: cabañas del Hierro Antiguo I (según Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1991).

FIG. 332. Acinipo: viviendas del Hierro Antiguo II (según Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1991). 601

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FIG. 333. Ánfora pithoide de Acinipo. Esta fase debe situarse a lo largo del siglo VII a.C., más bien en su segunda mitad, como revelan los MATERIALES. Ahora el torno es mayoritario, aunque esto no significa la desaparición de las cerámicas a mano, que siguen siendo predominantes en los recipientes de cocina tipo ollas/orzas. El gran aumento del torno es protagonizado por las cerámicas grises, polícromas y las ánforas R-1. Dentro del grupo ánforico cabe señalar un ánfora pithoide (vid. infra cap. 21,4), que presenta decoración pintada a base de líneas en negro y rojo (FIG. 333). El esquema ornamental de esta pieza de Acinipo es similar a un ánfora del Cerro del Villar fechada a principios del siglo VI (Aubet, 1990b: fig. 5). En contraposición, los platos de engobe rojo son escasos, siendo sustituidos los de borde estrecho por otros de labio más ancho. Una novedad importante es la aparición de fragmentos de cerámicas "orientalizantes" con motivos vegetales, zoomorfos y geométricos, en tonos rojos y negros. Estos hallazgos formaban parte de grandes recipientes. No faltan tampoco algunos hallazgos metálicos del mismo tipo que en la fase anterior, documentándose también las placas de cinturón con un sólo garfio. La utilización del hierro queda testimoniada por la aparición de fragmentos de objetos fabricados en este metal, que debió producirse ya en el mismo poblado como indica una pequeña olla a mano con metal fundido en su interior (Aguayo et alii, 1987: 302). Sobre estas estructuras rectangulares y compartimentadas se levantó una vivienda circular. Se trata de una cabaña de 5 m. de diámetro, en todo idéntica a las viviendas del Hierro Antiguo I. En el centro de la estructura apareció un hogar, formado por dos capas sucesivas de arcilla, asentadas sobre un lecho de fragmentos de un ánfora a torno (Aguayo, Carrilero y Martínez 602

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Fernández, 1989: 336-337). La fecha de esta cabaña no ha sido precisada por los excavadores de Acinipo, pero es evidente no puede ser muy posterior a la fase de las viviendas rectangulares, por lo que una data concordante con la secuencia documentada serían los inicios del siglo VI. El cambio de estructuras rectangulares a circulares en un momento ya tardío resulta un hecho de gran interés que viene a confirmar que la adopción de los modelos fenicios de arquitectura doméstica no fue un proceso unidireccional y que posiblemente estuvo relacionado con la función de las construcciones. Poco después de la construcción de esta cabaña circular, el espolón meridional de Acinipo se abandonó. El lugar permanecerá despoblado hasta finales del siglo I de Nuestra Era, cuando se levantaron aquí una serie de edificaciones romanas. No sabemos a ciencia cierta si esta circunstancia afectó a toda la mesa a partir de principios del siglo VI o solamente al sector del espolón oriental. El caso es que la existencia a escasa distancia de Acinipo de un gran asentamiento que inicia su desarrollo hacia el año 600 a.C. -la Silla del Moro- hace más plausible la primera posibilidad. 2.

LA SILLA DEL MORO

Este enclave resulta ser una de las principales aportaciones del "Proyecto Ronda" (Aguayo et alii 1992b; Carrilero, 1992: 133-137; Aguayo y Carrilero, 1996: 357-359). Su importancia reside en las relaciones que pueden establecerse entre el mismo y la cercana Acinipo. La Silla del Moro fue ocupada durante poco tiempo, un siglo o poco más. Por esta circunstancia constituye un lugar único para el estudio del tránsito entre los últimos momentos del Hierro Antiguo y los comienzos de la época ibérica, que en la mayoría de los poblados conocidos está afectado por superposiciones posteriores.

FIG. 334. La Silla del Moro vista desde Acinipo.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS a)

Relaciones territoriales de la Silla del Moro

La Silla del Moro se encuentra a escasos 2 km. al sudoeste de Acinipo, separada de ésta por una vaguada que recorre el arroyo de Montecorto, tributario del Guadalete. El lugar pertenece también al término municipal de Ronda4. Se trata de una mesa similar a la de Acinipo, aunque de menores dimensiones y algo más baja. El asentamiento tiene forma triangular, alcanzando una extensión de unas 17 has. Los flancos norte y sur así como el extremo occidental de la "Silla" están formados por paredes rocosas casi cortadas a pico, que en algunos puntos alcanzan casi los 20 m. de altura; mientras el acceso por el este se muy suave. El punto culminante de la meseta se encuentra en el vértice occidental, junto al despeñadero, con una cota de 905 m.s.n.m., que va descendiendo gradualmente hacia el este. La Silla del Moro tiene un magnífico carácter de atalaya sobre las tierras de alrededor, especialmente hacia el oeste, en dirección a las tierras de la cabecera del Guadalete. La gran ventaja de su situación es que se encuentra en el paso entre la cuenca de este río y la depresión de Ronda, a través del puerto de Montejaque (vid. FIG. 327; FIG. 334).

FIG. 335. La Silla del Moro: topografía y cortes de 1990 (según Aguayo y Carrilero, 1996).

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Sus coordenadas U.T.M. son 299.200-4.075.650 según la hoja 1.054 (Ubrique) del Mapa Militar de España, e. 1:50.000, del Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, 1995.

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

FIG. 336. El acceso al poblado de la Silla del Moro (según Aguayo et alii, 1992b). 605

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El yacimiento se conoce desde 1985 cuando fue prospectado por el equipo de P. Aguayo, aunque con anterioridad algunos materiales prehistóricos de superficie habían llegado al entonces Departamento de Prehistoria de la Universidad de Málaga. La excavación consistió en la realización de sondeos geofísicos y en la apertura de cinco cortes (FIG. 335). La Silla del Moro presenta una primera ocupación que abarca desde el Cobre precampaniforme hasta el Bronce Pleno. Tras esta fase prehistórica hay un largo abandono del lugar, que no será reocupado hasta momentos del Hierro Antiguo III. En esta etapa, la Silla del Moro se convirtió en un asentamiento pujante, que, sin duda, acogió contingentes humanos procedentes de la cercana Acinipo, en un proceso que aún está por estudiar. Este periodo de prosperidad fue muy corto, no superando los 150 años a lo largo de los siglos VI y V a.C. b)

La muralla y el acceso al poblado

Las estructuras excavadas han permitido definir la Silla del Moro como asentamiento fortificado. La línea de muralla defiende el flanco oriental del enclave, única zona accesible del mismo. La fortificación adopta una característica forma de arco, con una inflexión en su mediación, que discurre entre los acantilados norte y sur que delimitan la meseta. De este modo, estos dos despeñaderos carecen de cualquier tipo de defensa artificial, debido a la seguridad que proporciona la topografía. En total, la longitud de la fortificación es de unos 800 m. Debido a los agentes erosivos, a la extracción de piedra para los cortijos de los alrededores y a la vegetación la muralla está enmascarada por un suave montículo longitudinal que ocupa todo el perímetro de la misma. Esta elevación alcanza los 2 m. de altura y fue limpiada en 1990 en dos pequeños sectores, mediante la apertura de sendos cortes: uno situado en el extremo septentrional -corte 21- y otro en el cambio de dirección al que antes nos hemos referido corte 20- (vid. FIG 335). La intervención permitió conocer el sistema constructivo de la muralla. La estructura alcanza una anchura media de 4 m. y se levantó mediante la técnica de casetones. Cada casetón está perfectamente delimitado por cuatro lados formados por piedras grandes, mientras que el interior se rellena con un ripio formado por piedras más pequeñas y tierra. En la zona más septentrional -corte 21- se pudo identificar la puerta de acceso al interior del poblado. La puerta fue remodelada poco después de su construcción para ofrecer mayor seguridad, lo que puede interpretarse como reflejo de la mayor inestabilidad en los últimos momentos de ocupación del lugar (FIG. 336).

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La depresión de Ronda

El acceso más antiguo consistía en una amplia puerta abierta directamente en la muralla. Su anchura era de 2,80 m., de manera que permitía holgadamente el paso de un carro. Las jambas eran de un tamaño mucho mayor que el resto de las piedras de la estructura, en un deseo de darle monumentalidad a la entrada al poblado. Esta puerta se continuaba en un corredor recto, definido por dos muros paralelos, que penetra algo más de 6 m. en el interior del asentamiento. Por tanto, estaríamos ante un "acceso directo". En un segundo momento se acometió la remodelación total de la puerta. La gran entrada recta se tapió y se abrió un nuevo acceso muy próximo, pero totalmente diferente. Se practicó una estrecha abertura en la fortificación, de 2 m. de ancho, la cual sólo permitía el paso de una o dos personas a pie o bien un solo jinete. Esta angosta puerta da acceso a un espacio cuadrangular, delimitado por el muro del antiguo corredor a la izquierda y un nuevo muro al frente y a la derecha. Esta especie de "cuerpo de guardia" presenta una parte del suelo pavimientado con pequeños guijarros. La única comunicación de esta sala con el interior del poblado es una angosta poterna, que da al antiguo corredor de acceso, ahora cegado. Esta puerta mide poco más de 1 m. de ancho, por lo que sólo puede pasar una persona a pie o un caballo descabalgado. En el antiguo corredor se abren dos puertas aún algo más estrechas que la anterior. Una da acceso al interior del poblado y otra comunica con una habitación sin salida adosada a la muralla. La otra zona estudiada de la fortificación fue el ángulo de inflexión que efectúa hacia la mitad de su perímetro -corte 20-. Este quiebro resultaba un punto débil del recinto amurallado, circunstancia acentuada al encontrarse en una zona de fácil acceso para un atacante. Por ello, se construyó aquí una torre de planta cuadrada que ocupaba todo el ancho de la muralla, con 4 m. de lado. Los bajos de la torre y de la línea de fortificación en este tramo se encuentran reforzados por piedras de gran tamaño. El estado de conservación de este sector del complejo defensivo es bastante precario. c)

Arquitectura doméstica

Respecto a las estructuras domésticas del interior del asentamiento poco es lo que se conoce. Para este cometido se abrieron tres cortes de pequeñas dimensiones en dos sectores del poblado: la zona más occidental, junto al acantilado, que viene a ser el sector más elevado -cortes 1 y 2- y la zona central del área arqueológica, sobre una pequeña elevación natural del terreno -corte 10-. Los cortes 1 y 2 permitieron documentar parte de una vivienda de planta cuadrangular y habitaciones aglutinadas (Aguayo et alii, 1992b: fig. 2). Sólo se exploraron y aún de forma incompleta tres estancias bien definidas por muros de piedra, con una anchura en torno a los 0,50-0,60 m. (FIG. 337). La presencia de un importante nivel de derrumbe induce a pensar que estos 607

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS muros pudieron alcanzar una altura cercana a 1 m. Esta circunstancia podría indicar que nos encontramos ante un cambio en las técnicas constructivas en el mundo indígena de la zona, en el que se pasaría del muro que combina zócalo pétreo y paredes de adobe o tapial a estructura íntegramente de piedra. Sin embargo, más lógico parece un condicionamiento del medio físico, ya que en la Silla del Moro el aprovisionamiento de arcilla para construcción resulta costoso por el tiempo de desplazamiento hasta las fuentes de suministro, situadas en los valles que circundan el poblado. Para obtener arcilla de buena calidad hay que descender hasta 300 m. de desnivel, en cambio la piedra es abundante en toda la mesa. El suelo de las tres habitaciones parcialmente excavadas estaba cuidadosamente pavimientado con pequeñas piedras y disponía de hogar y tres pequeños poyetes, dos circulares y uno rectangular. En el sector norte de la vivienda el suelo era la misma roca madre.

FIG. 337. Viviendas excavadas en la Silla del Moro (según Aguayo et alii, 1992b).

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La depresión de Ronda

En la zona central del poblado se abrió el corte 10, donde pudieron documentarse algunas construcciones muy deterioradas. Aquí se identificó una habitación rectangular, adosada a otras construcciones. Sólo se conservaba una o dos hiladas de piedra, reforzadas por el exterior con un repié. El interior de la habitación estaba pavimentado con un suelo de arcilla apisonada. Sobre dicho pavimento apareció un interesante conjunto de materiales, lamentablemente muy mal conservados. Los fragmentos cerámicos eran a mano y a torno. Sobre ellos, así como del resto del material cerámico de la Silla del Moro, nada podemos decir al no haberse publicado información. Más interesante parece el utillaje metálico recuperado en este sector del poblado, aunque de él sólo conocemos una deficientes fotografías. Hay objetos de bronce y de hierro. Los primeros son los más abundantes, apareciendo un mango de asador, pinzas, punzones, agujas, fragmentos de fíbulas, etc. Entre las piezas de hierro destaca un cuchillo afalcatado con clavos para su enmangue. 3.

RONDA

El último asentamiento destacado del Bronce Final-Hierro Antiguo en la cuenca alta del Guadiaro es la misma ciudad de Ronda. El casco histórico de la población posee una larga secuencia que se inicia en el Neolítico y llega hasta la actualidad. Las fases de los siglos VIII-VI a.C. constituyen un pequeño paquete de niveles, en ocasiones muy mezclados, que forman parte de una estratigrafía que en algunos sectores alcanza más de 3 m. de potencia. a)

La mesa de Ronda: topografía y formación de los depósitos arqueológicos

El casco antiguo de Ronda aparece encerrado en el perímetro de la antigua medina islámica, bien delimitada por las murallas medievales y las paredes del famoso “tajo” excavado por el Guadalevín, símbolo de la ciudad. El asentamiento ocupa una mesa de 739 m. de altitud máxima, formada por molasas miocénicas, que se alza en la margen izquierda del río, justo sobre el borde del tajo. La topografía de la mesa le permite gozar de unas excelentes condiciones defensivas: tres de sus flancos aparecen bien delimitados por escarpes prácticamente cortados a pico, siendo el único acceso practicable el situado en la ladera sur, aunque tras superar un desnivel considerable. Por otro lado, la amplitud de esta formación geológica, que alcanza las 8 has. de superficie, era bastante favorable para un asentamiento humano (FIGS. 338339).

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FIG. 338. Situación de la mesa de Ronda.

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La depresión de Ronda

Las noticias sobre aparición de materiales del Bronce Final RecienteHierro Antiguo en el casco urbano de Ronda arrancan del año 1979, cuando apareció el molde de espada de lengua de carpa en el colegio El Castillo. Este hallazgo casual puso en alerta a los investigadores sobre la importancia que pudo tener Ronda en aquellas etapas, pero habrá que esperar hasta 1984 para que el equipo de P. Aguayo inicie una serie de excavaciones urbanas. Hasta el momento actual se han publicado informes preliminares, que sepamos, de un total de ocho intervenciones en el casco antiguo. De éstas, cinco han proporcionado resultados relativos a los siglos VIII-VI, entre otras fases culturales: plaza de Mondragón, colegio El Castillo, calle José María Holgado, calle San Juan Bosco y calles Armiñán/Aurora (FIG. 340). La topografía de la mesa de Ronda ha ido cambiando a medida que sucesivas comunidades humanas se han instalando en ella. Estas transformaciones se pudieron estudiar en los sondeos realizados en la plaza de Mondragón y en el patio del colegio El Castillo, ya que ambos se encuentran muy cerca del escarpe occidental de la mesa. Con las sucesivas destrucciones, explanaciones y superposición de construcciones se fue formando un auténtico tell que tuvo como consecuencia el aumento de la superficie habitable y la corrección artificial de los desniveles naturales excesivamente pronunciados. Originalmente, la zona alta de la mesa era una agudo crestón, mucho más exiguo que en la actualidad, ocupado ahora por la plaza Duquesa de Parcent. La ruptura entre la zona urbana y el escarpe no era tan brusco como en lo vemos en nuestros tiempos. La roca molásica formaba varios escalones de cierta altura, con estrechas cornisas que descendían progresivamente hasta llegar al borde del despeñadero. Por tanto, el aspecto prácticamente horizontal que presenta hoy gran parte del casco histórico de Ronda es producto de la actividad antrópica. b)

Bronce Final estratigráficos

y

Hierro

Antiguo

en

Ronda.

Problemas

Los etapas del Bronce Pleno y Tardío suponen un hiatus tras una ocupación de cierta intensidad durante el Cobre y el Bronce Antiguo. Habrá que esperar hasta momentos del Bronce Final-Hierro Antiguo para que vuelvan a aparecer señales de actividad humana en el lugar. Nos encontramos ante una secuencia bastante alterada, debido a las revulsiones que ha sufrido la estratigrafía, por canalizaciones, pozos negros y fosas de cimentación. En muchas ocasiones es imposible diferenciar los niveles que corresponden a las fases previa y posterior al uso del torno. Por todo ello, la información arqueográfica aprovechable de cara a valorar la evolución de la mesa de Ronda entre los siglos VIII-VI es todavía bastante limitada, pero inequívocamente señala a Ronda como un núcleo importante durante esas centurias (Aguayo, Carrilero y Martínez Fernández, 1991: 568; Nieto, 1994: 221; Aguayo y Carrilero, 1996: 360-361).

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Por la razón arriba señalada, apenas conocemos estructuras atribuibles a estos momentos. Una construcción in situ apareció en la intervención de la CALLE SAN JUAN BOSCO (vid. FIG. 340). Se trata de una serie de lajas de gran tamaño asentadas sobre un empedrado de cascajo, cuya cronología y finalidad concretas no han podido establecerse. En esta intervención se cita el hallazgo de un fragmento de cerámica orientalizante, con motivos vegetales y animales en rojo (Adroher, Aguayo y Ruiz, 1993: 409-410). También en la excavación del solar esquinero a las calles ARMIÑÁN y AURORA (vid. FIG. 340) se documentaron algunas piedras planas hincadas que posiblemente pertenecieron a zócalos de cabañas, aunque en un estado de desmantelamiento tal que su planta era irreconocible (Aguayo, Castilla y Padial, 1992, 340-341). El sondeo de la PLAZA DE MONDRAGÓN ha sido el único que ha permitido individualizar una etapa del Bronce Final Pleno (vid. FIG. 340). Se trata de una serie de estratos formados a consecuencia del arrojo de detritos desde una zona más alta. Tienen un elevado contenido en cenizas, carbón, materia orgánica y fragmentos de cerámica, siendo esto indicador de su carácter de vertidos procedentes de actividades domésticas. Las referencias concretas sobre la cerámica son muy escuetas, con formas como las ollas/orzas, vasos de casquete esférico con borde engrosado y vasos carenados. Entre este grupo aparecen algunos fragmentos con decoración esgrafiada y de boquique, que se mantienen hasta la llegada de las primeras importaciones fenicias. Los niveles situados encima de éstos corresponden al Hierro Antiguo, con presencia de cerámicas a torno. Parece que se han formado en el exterior inmediato de viviendas, ya que tienen una textura más limpia, con menos material cerámico y bastante más fragmentado que el anterior. A torno encontramos formas como los cuencos pintados con engobe rojo/anaranjado –forma 15-, soportes anulares grises, ánforas R-1 y fragmentos amorfos con engobe rojo. Entre la cerámica a mano aparecen ahora las ollas/orzas con decoración de impresiones digitales. Es también significativa la presencia de un brazalete de bronce y fragmentos de una fíbula de doble resorte (Aguayo, Carrilero y Lobato, 1988: 16-18). c)

El molde de espada de Ronda

A pesar de las intervenciones arqueológicas en el casco viejo, el principal testimonio de la existencia de una importante fase del Hierro Antiguo en la mesa de Ronda sigue siendo un hallazgo casual: el conocido molde de espada de lengua de carpa (Amo, 1983). El descubrimiento tuvo en 1979, durante la realización de unas obras en el interior del colegio El Castillo (vid. FIG. 340), situado en el solar de la antigua alcazaba de Ronda, de la que quedan escasos restos. Actualmente la pieza se conserva en el Museo Histórico de la ciudad.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS El molde carece de contexto arqueológico, pero la realización de un sondeo en el patio del citado colegio ha proporcionado algunos datos sobre los materiales a los que se asociaba. Esta intervención se realizó muy cerca del borde del acantilado occidental de la mesa de Ronda, revelando la existencia de un gran revuelto y cierta inversión de la estratigrafía, ya que las tierras conteniendo materiales antiguos y medievales aparecen encima de una serie de construcciones militares francesas levantadas durante la ocupación napoleónica. La razón estribaba en que esta zona del patio se había rellenado con tierra obtenida de los bajos del colegio, precisamente la zona donde apareció el molde. Para ello se realizó un rebaje de unos 3 m., trasladando la tierra -y con ella los materiales arqueológicos- hasta el lugar donde después se hizo el sondeo. Las cerámicas formaban un gran revuelto, pero existía una mayor abundancia de fragmentos datados en el Bronce Final-Hierro Antiguo. Entre estos predominaban las cerámicas a mano, con vasos de casquete esférico con el borde engrosado y ollas/orzas con impresiones digitales, existiendo también algunos fragmentos con decoración esgrafiada. Entre los materiales a torno aparecen cerámicas de engobe rojo, polícromas y grises (Aguayo, Carrilero y Lobato, 1988: 19). El molde de Ronda consta de dos valvas de arenisca. Una de ésta apareció casi completa, con una longitud de 82,5 cm., estimándose la parte perdida en unos 10 cm. De la otra sólo se conserva un tercio de su tamaño original, midiendo 28,7 cm. de largo. El molde tiende a configurar un cilindro abombado, siendo su anchura en la parte central de 13,5 cm. El exterior de las valvas está toscamente trabajado, mientras que la parte interior, donde ambas partes hacen contacto, presenta fino pulimento para evitar fugas de metal fundido y exceso de rebabas en la espada ya terminada (FIG. 341). La matriz del molde de Ronda corresponde claramente a una espada de lengua de carpa, cuya longitud total debió estar alrededor de los 87-88 cm. La empuñadura presenta los rasgos propios que se han definido como variante "Ronda-Sa Idda", que nosotros preferimos denominar simplemente como tipo Ronda (vid. supra cap. 22,2), siguiendo a M. del Amo, primer editor de la pieza. El pomo está formado por un pequeño apéndice y dos salientes laterales, que configuran un esquema cruciforme. El puño viene delimitado por dos gruesos nervios que dibujan un ensanchamiento en la parte central. El interior del pomo sería concavo -grosor mínimo de 3 mm.-, sin producir calado. La guarda está formada por dos aletas triangulares con dos ricassi de forma semicircular. La hoja presenta un nervio central que da lugar a dos filos biselados. Como ha señalado M. del Amo, un molde difícilmente nos puede ofrecer todos los detalles que un artesano solía dar a las espadas. Así, el molde de Ronda revela que los ricassi salían del proceso de fundido cubiertos por una fina lámina de bronce -como ocurría con el puño- que luego debía quitarse en frío, ya que todas las espadas que conocemos de esta época tienen las escotaduras recortadas. 614

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Capítulo 18

La depresión de Ronda

La datación del molde de Ronda resulta problemática al carecer de contexto arqueológico. En este sentido, los resultados del sondeo del patio del colegio El Castillo, ya comentados, sólo permiten una primera aproximación genérica a un ambiente del Bronce Final-Hierro Antiguo. Los materiales documentados no permiten ir más allá de esta valoración debido a su carácter de deposición secundaria y totalmente alterada. Por tanto, el único criterio válido para dar una cronología es el tipológico. De acuerdo con la evolución que se ha propuesto para las espadas de lengua de carpa (vid. infra cap. 22,2), M. del Amo (1983: 92) se decantó por una fecha del siglo VII a.C., que ha sido seguida por la mayoría de los investigadores y que a nosotros nos parece bastante aceptable. No obstante, al margen de la propia datación del molde, su interés radica en que convierte a la mesa de Ronda en un centro de fabricación y distribución de espadas de lengua de carpa, activo -al menos- durante el Hierro Antiguo y coincidente con el último desarrollo de este tipo de armas. 4.

LA OCUPACIÓN AGRARIA DE LA DEPRESIÓN DE RONDA DURANTE EL HIERRO ANTIGUO Y LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

Los trabajos de prospección acometidos por el "Proyecto Ronda" han revelando la existencia de un proceso de colonización agraria de las tierras más productivas que forman la cabecera del Guadiaro a lo largo el siglo VII. Este fenómeno ha quedado también patente en los estudios de paleoambiente efectuados, que revelan la progresiva deforestación del territorio, aunque no llegó a alcanzar los niveles de presión antrópica que observamos en otras zonas de la alta Andalucía (vid. supra cap. 3,9). Las diferentes actuaciones han señalado la existencia de más de veinte pequeñas aldeas agrícolas, aunque en el mapa publicado sólo aparecen un total de nueve asentamientos de este tipo en la depresión de Ronda5 (Carrilero y Aguayo, 1996: fig. 1) (vid. FIG. 326). Por lo que se ha publicado referido a estos enclaves de la depresión de Ronda -que no ha sido mucho- no parecen existir grandes diferencias con los que se conocen en otras áreas cercanas, especialmente los valles del Guadalteba y Turón. Todavía no sabemos de ninguno que se haya excavado, por lo que la información que poseemos es de superficie (Aguayo y Carrilero, 1996: 356; Recio, 1995c: 508). Son asentamientos muy pequeños, situados en zonas abiertas y de óptimo agrícola, próximas a los cursos fluviales, normalmente ocupando lomas o colinas bajas. Entre el material cerámico, las ánforas tipo R-1 ocupan un lugar preponderante. En algún caso –CERRO DEL COTO- aparecen molinos barquiformes, lo que es indicio de que la primera

5 Cuatro localizaciones más aparecen en el valle del río de las Cuevas, tributario del Guadalteba, dentro del término municipal de Cuevas del Becerro. Aunque se trata de una zona trabajada por el equipo de P. Aguayo, geográficamente se encuentra fuera de la depresión de Ronda, ya que pertenece a la cuenca del Guadalhorce.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 2ª PARTE: LOS DESARROLLOS EMPÍRICOS transformación de la materia prima se efectuaba in situ, lo que explicaría a su vez la presencia de grandes recipientes para almacenaje. Por comentar algunos detalles sobre la ubicación de estos asentamientos agrícolas, cabe señalar claramente dos ámbitos, separados por la sierra de las Salinas6. Un grupo se sitúa en el entorno de Acinipo, en las tierras bajas aledañas de la mesa, ocupando los valles del río Setenil y del arroyo de Montecorto, ambos tributarios del Guadalete. Un segundo sector puede señalarse en la periferia septentrional de Ronda, a lo largo del valle del Guadalcobacín y del arroyo del Espejo, ambos tributarios del Guadiaro. Sobre el CERRO SALINAS -954 m.-, punto culminante de la sierra homónima, sitúa A. Recio (1996: fig. 1, nº. 78) un pequeño recinto fortificado de los siglos VIII-VI a.C. Este lugar resulta interesante por servir de punto de enlace visual entre Ronda y Acinipo, ya que entre ambos no existe directamente (vid. FIG. 326) Resulta llamativo que estas pequeñas aldeas agrícolas se sitúen en el entorno inmediato de los principales poblados de la depresión rondeña y que su concentración pueda delimitarse con un hito orográfico. Es muy posible que estemos ante una dependencia a nivel territorial desde los núcleos de Acinipo y Ronda, cuyos pormenores se nos escapan. En este sentido, pensamos que hay tres elementos que resultan sintomáticos para establecer una estructura jerárquica, aunque sea a nivel sencillo. Por un lado, el tamaño bastante mayor en superficie de los poblados "centrales" respecto a las aldeas agrícolas, así como sus infinitamente mejores posibilidades defensivas. Por otro lado, el dominio visual que se establece desde el núcleo principal sobre el "territorio" donde se encuentran todos los enclaves satélites. También, señalar que el asentamiento agrícola más lejano a su teórico centro rector se encuentra en un radio máximo de 6-7 km., distancia que puede ser recorrida como máximo en hora y media. Finalmente, hay que señalar alguna noticia relativa a la existencia de una necrópolis de incineración en urnas tipo Cruz del Negro en las inmediaciones de Ronda7.

6

En las publicaciones del "Proyecto Ronda" no se da el nombre de ninguno de estos asentamientos. 7

Información facilitada por P. Aguayo.

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TERCERA PARTE

LA CULTURA MATERIAL DEL MUNDO INDÍGENA

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19 LA CERÁMICA. PLANTEAMIENTOS GENERALES

Al ser el elemento material más abundante, viene a constituir el principal indicador cultural de las poblaciones que habitaron el área andaluza de las cordilleras Béticas. Sorprende que hasta ahora no se haya abordado de forma sistemática el estudio global de la cerámica de los pobladores autóctonos de la alta Andalucía durante los siglos VIII-VI. Las causas son diversas, pero podemos señalar algunas de peso: la consideración del Hierro Antiguo indígena como un simple epílogo de la Prehistoria, la idea de pensar en las Béticas como una "provincia" tartéssica más y la mayor proliferación de los trabajos centrados en los asentamientos fenicios. 1.

UNA PROPUESTA DE TIPOLOGÍA

En la presente tesis doctoral queremos presentar una propuesta de tipología global de la cerámica del mundo indígena de la Andalucía mediterránea y su traspaís entre los siglos VIII y VI a.C., que viene a ser la continuidad de la que en su momento elaboró para el Bronce Tardío y Final de la zona F. Molina González (1977; 1978). Desde aquí queremos manifestar la deuda con dicho trabajo. Ciertamente, nuestra labor se ha restringido básicamente a los momentos finales de la etapa que estudió el citado investigador, esto es, su Bronce Final III, aunque en ocasiones no hemos tenido más remedio que remontarnos más atrás para ver el arranque de algunas formas o bien discutir ciertas cronologías poco seguras. Al mismo tiempo, hemos rebasado los límites del año 600 a.C. que F. Molina estableció como data final de su trabajo para abarcar la primera mitad del siglo VI. De este modo, el estudio del material indígena coincide con el período fenicio arcaico. El material que hemos utilizado procede de diferentes fuentes. En primer lugar, excavaciones antiguas como las necrópolis de incineración almerienses estudiadas por Siret, con toda la problemática que llevan consigo. Las intervenciones que proporcionan el grueso de la información son las diferentes secuencias documentadas los años 60, 70 y principios de los 80 en la provincia de Granada, tales como Cerro del Real, Cerro de la Encina, Cerro de los Infantes y Cerro de la Mora, o en Almería, caso de Peñón de la Reina. Estos trabajos apenas ofrecen poco más que la constatación de determinados tipos cerámicos a lo largo de su estratigrafía, pero resultan fundamentales de cara a establecer la evolución genérica de los tipos. Una fuente no desdeñable son las intervenciones de fines de los 80 y década de los 90, tanto sistemáticas como de urgencia, en su mayor parte insuficientemente publicadas. Finalmente, 619

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El impacto colonial fenicio arcaico…

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

existen también una serie de materiales de superficie que, aunque poco aportan, resultan interesantes de cara a establecer la dispersión del material, especialmente en la provincia de Málaga. Una parcela de interés para construir una tipología de la cerámica propia del mundo indígena de los siglos VIII-VI la proporcionan los propios asentamientos fenicios, donde hay formas a mano claramente atribuibles al mundo autóctono. No obstante, tampoco podemos perder de vista que los fenicios también utilizaban este tipo de materiales, con formas y fines muy concretos, en muchos casos perfectamente diferenciables por su morfología de los productos autóctonos. Por tanto la dicotomía mano/indígenas y torno/fenicios no siempre es exacta, por lo que hay que tener prudencia en este sentido. Somos conscientes de la parquedad de los datos con que contamos. Por otro lado, sabemos que existe una ingente cantidad de materiales procedentes de lugares excavados hace décadas que no han sido publicados y no sabemos si lo serán alguna vez. Igualmente, hay investigaciones de los últimos 15 años que aún esperan su presentación completa y de las que sólo conocemos avances. Por todo ello, el panorama que presentamos es necesariamente incompleto. La presente tipología es sólo una propuesta, en la que deberemos seguir trabajando en los próximos años, conforme nuevas excavaciones y nuevas publicaciones vayan confirmando o modificando las premisas que ahora tenemos. Es, por tanto, un trabajo totalmente abierto y en el que hay queda mucho por hacer, muchas lagunas que llenar y, seguramente, una gran cantidad de errores por corregir. La metodología seguida para elaborar la presente tipología es fundamentalmente empírica, apoyándose en tres aspectos: descriptivo, estratigráfico y comparativo. Evidentemente, nos encontramos ante un trabajo en el que han primado los aspectos arqueográficos. Es posible que muchos colegas no estén de acuerdo con algunas formas y tipos aquí propuestos, ya que el grado de similitud entre muchos recipientes a mano hace muy complejo el juego de encasillar determinados perfiles en un sistema de ordenación más o menos rígido, como siempre es cualquier tipología. Interviene aquí un grado de incertidumbre que depende mucho del observador y del momento en que se realice la clasificación. Nosotros mismos debemos reconocer que no han sido pocas las ocasiones en que una pieza se incluía en una categoría morfológica un día y al siguiente fue incluida en otra. A este respecto, debemos decir que no proponemos nada nuevo: nuestra sistematización tiene un enfoque fundamentalmente tradicional, en el sentido que señalan C. Orton, P. Tyers y A. Vince (1997: 174-175). Con ello no queremos devaluarla de entrada y hacerle el trabajo a los críticos, pero sí reconocer el atraso que tenemos todavía en el estudio de las manifestaciones 620

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Capítulo 19

La cerámica. Planteamientos generales

materiales de las comunidades indígenas que habitaron la Andalucía mediterráneo y su hinterland durante el Hierro Antiguo. Si la arqueología se sustenta en una base fundamentalmente empírica y todavía estamos así, ¿qué vamos a poder decir de otros aspectos no presentes per se en el registro? Disponer de una sistematización del material en sus coordenadas espaciotemporales es el primer paso para avanzar con seguridad hacia otros campos de los estudios ceramológicos, quizás de mayor interés y susceptibles de proporcionar informaciones históricas de calado. En el campo de estudio que nos ocupa, apenas hemos empezado a andar. Por todo lo dicho anteriormente, no tiene ningún sentido realizar analíticas ceramológicas avanzadas, normalmente muy costosas, sin disponer antes de un cúmulo importante de datos puramente arqueográficos sistematizados. Análisis realizados sin estas premisas previas conducen a unos resultados muy generales y de escaso valor, que no compensan la inversión económica. Por tanto, antes de emprender el camino del laboratorio, se hace necesario insistir en el conocimiento de aspectos tales como la arquitectura y del funcionamiento de los hornos, los depósitos de arcilla que se utilizaron en cada taller, los mecanismos de distribución de los productos, entre otros. En estos campos debe insistir la investigación en los próximos años. Evidentemente no se puede empezar a construir la casa por el tejado: una tipología es el punto de partida, no la conclusión final. A la hora de abordar el estudio de la cerámica del mundo indígena en la Andalucía mediterránea y su hinterland durante el Hierro Antiguo una de las cuestiones claves estriba en la convivencia de los recipientes a mano con los productos a torno. Esta coexistencia no es un mero problema tecnológico, sino que se convierte en un hecho trascendental al comprobar los préstamos que se efectúan desde un conjunto a otro. Así, vemos como formas propias del horizonte indígena anterior a la colonización van a fabricarse también a torno desde mediados del siglo VIII a.C. Igualmente, aunque en menor medida, ciertos tipos fenicios aparecerán hechos a manos en algunos poblados del interior. Hemos querido evitar la consideración de las dos técnicas como compartimentos estancos, manteniendo abiertos puentes entre una y otra. Otra cuestión de enorme interés es el proceso de adopción del torno por las comunidades autóctonas de la alta Andalucía. Casi todos los investigadores han coincidido con excesiva precipitación en la rapidez de este proceso. Un estudio pormenorizado de las diferentes áreas de las Béticas centrooccidentales nos revela que la adopción de la nueva tecnología fue un proceso lento y muy diferente de unas zonas a otras. Las razones son tanto operativas como económicas: el torno implica una inversión importante, tanto en tiempo como en instalaciones, se necesitan unos tipos de arcilla específicos, hornos más complejos y mayor cantidad de personas implicadas en el proceso de producción. Estamos ante una actividad muy especializada que contrasta con el mayoritario carácter doméstico de la cerámica a mano. Por ello el torno supone 621

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

la estandarización de la producción, con la fabricación de unas pocas formas pero de eficacia demostrada. A este respecto, la innovación fue escasa hasta la segunda mitad del siglo VI. Se observa la existencia de intentos de innovar, apareciendo recipientes que se apartan de lo habitual, pero que no llegaron a fructificar plenamente durante el Hierro Antiguo. Por tanto, la implantación de un taller de producción a torno debe responder a una coyuntura favorable, que garantice la sustitución de los vasos tradicionales por la nueva tecnología, al menos para determinados cometidos. Por todo lo dicho, en realidad presentamos dos tipologías: una para la cerámica a mano y otra para la cerámica a torno, pero sin perder de vistas las conexiones entre ambas. En el caso de las producciones a torno se hace necesario señalar que nos hemos basado en los trabajos existentes relativos a la cerámica de los asentamientos fenicios de la costa sur mediterránea, que resultan aportaciones de primera mano. Evidentemente, no hemos hecho una nueva clasificación de la cerámica fenicia, labor totalmente innecesaria y que, referida al mundo indígena, no tiene sentido. Cuando los alfares autóctonos comienzan a utilizar la nueva técnica, algunas formas son las mismas que producen los talleres coloniales, pero otras resultan ser la elaboración a torno de recipientes hechos antes a mano. Una dificultad importante arranca de la existencia de diferentes clasificaciones que, muchas veces, tienen escasa correlación entre sí. Esto se debe a que adolecen de exceso de generalización para todo el mediodía peninsular o, por el contrario, son muy particularistas, ya que se basan en un yacimiento concreto. Por otro lado, en los últimos años encontramos una proliferación de pequeñas intervenciones, tanto excavaciones como prospecciones, mayoritariamente dentro de la modalidad de urgencia, que han aportado materiales de cara a completar la tipología y a calibrar la extensión de diferentes formas en su variable territorial y cronológica. La información auténticamente sistematizada y bien publicada sólo procede de unos pocos lugares, aún con sus problemas. Se comprende así que a la hora de señalar los hitos generales de las diferentes formas o tipos se recurra casi siempre a los mismos lugares, mayoritariamente concentrados en la vega de Granada, y sólo de vez en cuando se utilicen los hallazgos procedentes de otros enclaves. Respecto a la cronología, tenemos importantes dificultades para conectar unos periodos con otros. Así, algunas formas o tipos que parecen arrancar del Bronce Tardío/Subargárico o en los primeros momentos del Bronce Final Antiguo no "reaparecen" hasta el siglo IX, lo cual se explica porque hay fases apenas documentadas. Igualmente, este seguimiento presenta ciertos problemas porque debe hacerse muchas veces "saltando" de un poblado a otro, a veces separados por más de 100 km. de distancia, debido a que la continuidad de las estratigrafías es bastante limitada. En vista de lo dicho, plantear seriaciones de los materiales resulta difícil por el momento; todo lo 622

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Capítulo 19

La cerámica. Planteamientos generales

más que se puede ofrecer es un panorama bastante genérico con unas coordenadas espacio-temporales mínimas para cada forma o tipo. 2.

PARTICULARIDADES DE NUESTRA TIPOLOGÍA

Cualquier tipología cerámica que abarque un territorio más o menos amplio asume siempre una cierta generalización. La abstracción es necesaria para que pueda resultar válida en poblados que alejados entre sí, donde hay un fuerte componente local, como es el caso de la región que nos ocupa. Unos criterios descriptivos demasiado elásticos pueden prolongar ad infinitum la consideración de nuevos tipos, siendo cada variante una forma distinta de la anterior, de modo que la clasificación resulte de difícil manejo. A propósito hemos querido evitar que exista una amplia variedad de taxones de igual categoría, que sólo inducen a la confusión. No obstante lo dicho, generalización no significa rigidez. La experiencia nos ha confirmado que el repertorio cerámico de las poblaciones del Bronce Final-Hierro Antiguo era limitado en sus formas fundamentales, tanto en materiales a mano como a torno. Hay que tener en cuenta que estamos ante unas técnicas de fabricación, especialmente en la cerámica a mano, donde la estandarización del producto final sólo está en la mente de quien modela el recipiente, dentro de unas formas predeterminadas. Por tanto, la tipología elaborada ha tenido que crear diferentes niveles de clasificación, que adoptan el siguiente orden jerárquico: técnica, acabado, forma, tipo y variante. a)

Técnica y acabado

La TÉCNICA sería el nivel más elemental, referida al modo de fabricación, únicamente con dos posibilidades: mano o torno. Las cerámicas que se denominan toscas a torno o torno lento1 constituyen sólo parcialmente un grupo aparte. Se han modelado con ayuda de una pequeña rueda o torneta, pero su tecnología es fundamentalmente la de la cerámica a mano. El torno lento no es una fase evolutiva entre la cerámica a mano y el verdadero torno, sino que coexiste con él. El ACABADO se refiere al aspecto externo definitivo del producto, independientemente de que sea resultado del tipo de cocción o de algún tratamiento superficial, ante o post coctionem. El acabado permite agrupar conjuntos de materiales que tienen características comunes, fácilmente identificables de visu. Viene a referirse a las producciones: toscas, sin tratamiento superficial, digitadas, bruñidas, incisas, esgrafiadas y pintadas en cuanto a los materiales a mano; mientras que en torno encontramos engobe

1

El término torno lento fue utilizado inicialmente para un grupo de cerámicas de los siglos VIII, IX y X d.C. realizadas en al-Andalus y vinculadas a las comunidades autóctonas y/o bereberes (Bazzana, 1979: 164-165; Martínez Enamorado, 1999: 301-304).

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

rojo, polícromas, grises, "orientalizantes" y sin tratamiento superficial (FIG. 342). b)

La forma

La forma es la categoría más compleja porque implica un mayor grado de abstracción. Realmente, una forma cerámica concreta no sí misma no existe, se trata de una elaboración del arqueólogo. El mecanismo para establecer una forma-modelo es inicialmente intuitivo: parte de un número variable de piezas que comparten rasgos similares, tales como tamaño, perfil de pie, galbo o borde, existencia o no de elementos de aprehensión e incluso decoración. El proceso de máxima abstracción tiene lugar cuando se trabaja con fragmentos. El establecimiento de la tipología implica pasar a una metodología deductiva, donde se pueden manejar más variables al mismo tiempo y discriminar aquellos rasgos que no están presentes en todos los ejemplares o bien resultan minoritarios. La forma queda establecida cuando se configura un modelo estándar ideal, que se repite a lo largo de una determinada secuencia o/y en lugares diferentes: vaso de casquete esférico, vaso carenado, vaso de perfil en "S"... De esta manera, se deduce que el número de formas no ha ser excesivo. Realmente este aspecto no ha sido muy difícil, pues el repertorio de formas cerámicas en el área y tiempo de estudio no fue muy amplio, tanto en producciones a mano como a torno. Los alfareros jugaban con una gama de formas bastante limitada y repetían siempre los mismos modelos, cuya eficiencia ya había sido demostrada por la experiencia. La prueba de este fenómeno es la fabricación de torno de aquellos vasos que ya se habían modelado antes a mano. Al mismo tiempo se impone una discriminación en el sentido de prescindir de aquellas formas exclusivas de un solo poblado, que también suelen resultar muy escasas en éste. Para evitar el uso de códigos combinatorios alfanuméricos demasiado largos hemos preferido efectuar la designación de las formas de la presente tipología con criterios descriptivos, pero buscando las designaciones menos ambiguas posibles. Para facilitar la ordenación, estas categorías formales llevan un número. La utilización de categorías descriptivas no está exenta de riesgos. Creo que lo ideal es buscar los criterios más sencillos posibles; en una palabra, definir y mantener la disciplina de la nomenclatura en cada lote de materiales. Consultando los diferentes trabajos publicados sobre cerámica protohistórica del sur peninsular nos encontramos con que determinadas piezas de forma y tamaño muy similar reciben en algunas ocasiones la denominación de "plato" y en otras la de "cuenco", el caso de la "olla" y la "orza" es el mismo. ¿Por qué un autor denomina a la misma pieza de una manera en un artículo y en el siguiente de otra? ¿Por qué diferentes investigadores utilizan nombres diferentes para piezas similares, que entrarían dentro de la misma forma como concepto abstracto? Para evitar esta situación hemos procurado utilizar denominaciones claras y delimitar perfectamente una forma y otra con criterios morfológicos de fácil comprensión. 624

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Capítulo 19

La cerámica. Planteamientos generales

Otro problema no menos complejo es el de la nomenclatura en sí misma: ¿cuáles son los términos más adecuados para designar a cada forma? Creo que lo mejor es utilizar aquellos vocablos que menos confusión provoquen. La razón esencial es la comodidad. Por ello, soy partidario de utilizar las denominaciones castellanas en la mayor parte de los casos, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española2. En algunos casos nos hemos visto obligados a utilizar dos o más vocablos para definir una forma que tenía una especial dificultad debido a lo fragmentario del material, caso de las ollas/orzas. Igualmente, creo que debe justificarse el uso de términos griegos para definir algunas formas de origen fenicio que pasan al mundo indígena. Vocablos como "ánfora", "pithos" u "oinochoe" tienen ya una larga tradición en el vocabulario arqueológico que traducciones del tipo "tinaja", por poner un ejemplo, no creo puedan sustituir. c)

Tipo y variante

El siguiente nivel de clasificación sería el TIPO, que se haya comprendido dentro de la forma. Mientras que ésta es una abstracción ideal inexistente, el tipo es lo concreto, lo tangible, la pieza que tenemos en nuestras manos. Una forma comprende varios tipos, que constituyen el resultado final del trabajo del alfarero. Dentro de cada forma, los artesanos introducían elementos diferenciadores en recipientes similares: borde, perfil del cuello, inclinación del galbo, pie... Son rasgos de detalle, pero resultan suficientes para marcar diferencias entre un vaso y otro de la misma forma. Así, se desarrolla un esquema arborescente: de un tronco que es la forma, parten las ramas que son los diferentes tipos. Cada forma comprende un número variable de tipos. Algunas tienen una mayor capacidad de generarlos por su propia maleabilidad, mientras que otras son bastante más rígidas. En este último caso resulta complicado para el alfarero realizar más de tres o cuatro tipos sin salirse de la forma en cuestión. Los tipos se designan con un número añadido al de la forma. Aun dentro de su nivel de concreción el tipo puede ser todavía demasiado abstracto. Por ello, introducimos una última categoría de clasificación, a la que hemos denominado VARIANTE. Como su nombre indica consiste en algún cambio formal sobre un determinado tipo, aunque no lo suficientemente grande como para considerar a la pieza que lo lleve como otro tipo distinto. Estas variantes se establecen mediante una serie de rasgos concretos, fundamentalmente relativos a las diferentes concepciones de bordes, carenas y pies. Dado que el material que manejamos resulta bastante fragmentario, el primero suele ser el elemento decisivo. Estas variantes se designan con una letra minúscula añadida a los números de forma y tipo.

2

Hemos utilizado la 21ª edición, Madrid, 1992.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Alisadas TOSCAS Digitadas

MANO Pintadas Bruñidas Esgrafiadas

CON TRATAMIENTO SUPERFICIAL Decoradas

Incisas

Con apliques de bronce

Excisas

TOSCAS

SUPERFICIE ARCILLOSA Engobe rojo TORNO CON TRATAMIENTO SUPERFICIAL

Bícromas Polícromas

Orientalizantes GRISES

FIG. 342. Esquema de los materiales cerámicos del Bronce Final-Hierro Antiguo documentados en el mundo indígena de la alta Andalucía.

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20 LA CERÁMICA A MANO La cerámica a mano utilizada por las comunidades indígenas de la Andalucía mediterránea y su traspaís durante el Hierro Antiguo no presenta una gran variedad de formas ni de acabados (FIG. 343). Un elemento esencial es la continuidad existente con la vajilla del Bronce Final. Sin conocer el contexto arqueológico, sólo en muy pocos casos somos capaces de señalar una cronología de uno u otro período a un lote de cerámica a mano. Por ello, es imposible abordar un estudio de las producciones a mano de los siglos VIII-VI a.C. sin arrancar de momentos anteriores (FIG. 344). En cambio sí están claras las diferencias que separan la cerámica del Bronce Final del Sureste de las producciones argáricas. Es evidente que, tras el periodo que hemos llamado Subargárico/Bronce Tardío, ya se ha generado un nuevo repertorio alfarero que nada tiene que ver con los momentos anteriores. La mayor parte de la cerámica a mano que se produjo en la alta Andalucía es de uso cotidiano. Como apenas se conocen necrópolis, casi todo el material procede de poblados, por lo que estamos ante un utillaje eminentemente doméstico, sin alardes de tipo decorativo. Sólo unos pocos ejemplares se pueden clasificar como "vasos de lujo". Los recipientes son eminentemente lisos, aunque a veces presentan algunos motivos muy sencillos, siempre de carácter lineal y geométrico, realizados con técnicas simples: incisión, esgrafiado y pintura. La tecnología utilizada en la producción de cerámica debió ser bastante sencilla, incluso con un cierto descuido en la ejecución de las piezas, sin duda, por el uso corriente al que estaban destinadas. No sabemos nada de los talleres ni conocemos ningún horno anterior a la presencia fenicia. 1.

VASO DE CASQUETE ESFÉRICO. FORMA 1

Los recipientes a mano que hemos denominado genéricamente vasos de casquete esférico son los más sencillos que encontramos en los poblados de la alta Andalucía durante el Hierro Antiguo, además de bastante habituales. A partir de finales del siglo VIII pasaron a fabricarse también a torno, conviviendo los ejemplares producidos con las dos tecnologías incluso en el mismo poblado y en un mismo momento. Modelados a torno los encontramos en cerámica gris, polícroma y sin tratamiento. Lamentablemente suelen presentar un estado bastante fragmentario.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

FIG. 343. Formas de la cerámica a mano del Bronce Final-Hierro Antiguo de la alta Andalucía.

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Capítulo 20

FIG. 344.

La cerámica a mano

Propuesta cronológica de las formas cerámicas a mano en la Andalucía mediterránea y su traspaís. 629

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El impacto colonial fenicio arcaico… a)

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Tipología

La forma 1 es un recipiente de perfil esférico, siempre con mayor diámetro que altura. No presenta ninguna inflexión en las paredes, aunque sí la puede tener en el borde, que permite individualizar diferentes tipos. El fondo suele ser convexo, pero, aunque muy pocos ejemplares se conocen completos, no faltan piezas con un resalte a modo de umbo o con el fondo plano. La mayoría son piezas de pequeño tamaño, que no suelen superar los 17-18 cm. de diámetro, con una relación morfométrica entre éste y la altura de 3/1. Pensamos que nos encontramos ante sencillos cuencos, cuya finalidad sería la de depositar en ellos cualquier sustancia en pequeñas cantidades, aunque preferentemente debieron utilizarse para comer. Por tanto, es un recipiente propio del ámbito doméstico cotidiano. Más escasos resultan aquellos recipientes que superan los 20 cm. de diámetro, a veces alcanzando más de 30, pero que en nada se apartan de un uso doméstico. No cabe duda que su abundancia indica una enorme versatilidad en su uso. La variedad de pastas y acabados que presentan los ejemplares a mano es enorme: desde ejemplares muy toscos hasta piezas bruñidas con un buen acabado. Generalmente, presentan la superficie lisa. La nota más característica de la forma 1 es su versatilidad, que permite crear gran número de tipos con solo modificar levemente el borde (FIG. 345): 1,1. Borde simple. 1,2. Borde engrosado al interior en bocel 1,3. Borde engrosado al interior en cuarto bocel. 1,4. Borde engrosado al exterior. 1,5. Borde triangular. 1,6. Borde reentrante 1,7. Borde biselado.

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Capítulo 20

FIG. 345.

La cerámica a mano

Tipología de la forma 1 –vaso de casquete esférico-.

No todos aparecen con la misma profusión, los más abundantes resultan ser los tres primeros, precisamente por el mismo orden. Los restantes aparecen muy esporádicamente. b)

Otras clasificaciones

El vaso de casquete esférico es un recipiente al que los diferentes autores no han prestado una atención preferente, quizás debido a su escaso valor como indicador cronológico. Pese a ello no deja de aparecer en todas las tipologías de cerámica protohistórica de la mitad sur peninsular. En lo relativo a los materiales a mano aparece de diversas maneras: tipo GIb en el bajo Guadalquivir y Huelva (Ruiz Mata, 1979: 11), modificada luego como tipo B.I y B.II "copas" (Ruiz Mata, 1995: 269, fig. 7), tipo A1 para el valle medio del Guadalquivir (Murillo. 1994: 257-261), variante I.E.1 en el valle del Guadalentín 631

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

(Ros, 1989: 237) y tipo AB 1 para el área de la sierra de Crevillente (González Prats, 1983a: 93-94). Dentro de la cerámica a torno, únicamente ha sido englobado en las clasificaciones generales de la cerámica gris. En la sistematización de A.M. Roos se distinguen tres tipos de vasos de casquete esférico, dependiendo del borde: formas 6 -con borde recto-, 12 -borde estrangulado- y 13 -borde almendrado al interior- (Roos, 1982: figs. 4-5). Por su parte, A. Caro, pienso que un criterio más acertado, ha englobado los cuencos de casquete esférico dentro de una única forma de la cerámica gris, la nº. 20, con un total de nueve variantes (Caro, 1989a: 167-190). c)

La evolución de la forma 1 en el mediodía peninsular

El vaso de casquete esférico es el tipo cerámico más simple y por lo tanto se encuentra en el repertorio material de cualquier grupo humano que conozca la alfarería. Centrándonos en el sur peninsular, la forma se conoce desde el Neolítico Antiguo. Tras una época de auge durante el Calcolítico y Bronce Pleno del Sureste, este tipo de piezas van decayendo progresivamente en esta zona, mientras que se hace más corriente en Andalucía occidental. Un ejemplo claro lo constituyen los niveles correspondientes al Subargárico/Bronce Tardío de la Cuesta del Negro (Molina González y Pareja, 1975: 46 y 50). Igualmente vemos un fuerte descenso en la presencia de este tipo a partir del estrato IV de Cerro de la Encina (Arribas et alii, 1974: fig. 101). Lo mismo ocurre en el sur del Levante: en la sierra de Crevillente el tipo había estado bien representado en los momentos calcolíticos y Bronce Antiguo, para caer a porcentajes ínfimos en el Bronce Final (González Prats, 1983: 93-94). El Cabezo de San Pedro nos ofrece una excelente muestra de como la forma 11 se va haciendo más abundante a partir de finales del siglo VIII a.C. en el Suroeste, con sus diversas variantes, aunque con un predominio del tipo 1,1 -borde simple-. A lo largo de la secuencia de este enclave onubense, el vaso de casquete esférico constituye el segundo recipiente representado, después del vaso carenado. En la fase I de San Pedro, fechada entre los siglos X-VIII, los

1

En el Cabezo de San Pedro el cuenco hemiesférico es la forma C, a la que acompaña el número romano (I-III) de la fase correspondiente y una letra minúscula (a-d), relativa al tipo de borde que presenta.

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Capítulo 20

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cuencos de casquete esférico apenas se documentan2, lo que enlaza con la tradición del Bronce Antiguo y Pleno del área del Guadalquivir. Sin embargo, en la fase II, fechada entre el 700 y el 650/625 a.C., se produce la eclosión de la forma. Así, en la campaña de 1978 el total de ejemplares en esta etapa asciende a 66. Los excavadores del yacimiento consideran que nos encontramos ante una forma nueva, sin precedentes anteriores, ya que pasta y tratamiento superficial son muy diferentes a los escasos fragmentos de la fase I (Ruiz Mata, Blázquez y Martín de la Cruz, 1981: 252 y 254). La continuidad se confirma en la fase III, entre 650/625 y 575/550, Ahora el cuenco de casquete esférico de borde simple -nuestro tipo 1,1- viene a ser la forma mayoritaria en el Cabezo de San Pedro, con un total de 541 fragmentos (Blázquez et alii, 1979: fig. 65). La Mesa de Setefilla es otro de los lugares donde encontramos nuestra forma 1 bien estratificada. El Bronce Final se identifica plenamente a partir del estrato XII. Este nivel no contiene cerámicas a torno y constituye la denominada fase IIb del poblado, que se fecha en los siglos IX-VIII. Aquí aparecen cinco ejemplares de cuencos de casquete esférico, que constituyen un grupo poco numeroso dentro del material de estos momentos. La fase III corresponde al periodo orientalizante de La Mesa y se data en los siglos VII-VI. En el estrato más antiguo de este momento -IX- sólo se constata un único ejemplar de cuenco de casquete esférico, para generalizarse en los niveles inmediatamente posteriores. El estrato VI, fechado a finales del siglo VI a.C., es el que contiene más ejemplares de la forma 1 a mano, que constituyen el 55% de la cerámica del nivel. Algunos fragmentos presentan decoración bruñida, pero la mayoría se trata de piezas muy toscas en su tratamiento superficial (Aubet et alii, 1983: figs. 26, nº. 86-87; 29, nº. 129-131; 32, nº. 160; 42, nº. 261-270; 43, nº. 276-290). También resulta sintomático el aumento progresivo de la presencia de la forma 1 durante el Hierro Antiguo en otro lugar situado a orillas del Guadalquivir, pero ya en el valle medio del río: el Llanete de los Moros. En el denominado corte R-1 vemos como en los niveles I y II, correspondientes al Bronce Tardío, este tipo de cuencos no aparecen. En los estratos III y IV,

2

Esta fase I sólo ha proporcionado dos fragmentos de cuenco hemiesférico, uno en la campaña de 1977 (Blázquez et alii, 1979: fig. 23, nº. 106) y otro en la de 1978 (Ruiz Mata, Blázquez y Martín de la Cruz, 1981: fig. 38, nº. 75).

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identificados con un Bronce Final que finaliza a mediados del siglo VIII y que apenas contiene importaciones a torno, el cuenco de casquete esférico va aparecer en unos porcentajes muy bajos, en torno al 3-4% del total de hallazgos. Finalmente, vemos el aumento espectacular de nuestro tipo 1,1 en el estrato V3, fechado entre los años 625-575. En estos momentos, los cuencos de casquete esférico alcanzan casi el 26% de los hallazgos cerámicos (Martín de la Cruz, 1987a: 207; Murillo, 1994: 260). d)

La forma 1 en la alta Andalucía: problemática y dispersión

La evolución de la forma 1 en el área de la costa mediterránea y las cordilleras Béticas la podemos seguir en diferentes estratigrafías, que revelan una situación muy diferente de la que hemos visto en la Andalucía occidental. Los vasos de casquete esférico, que habían sido muy abundantes durante la fase del Bronce Antiguo y Pleno se harán mucho más escasos en momentos posteriores. La excepción será el área septentrional malagueña, más vinculada al mundo del Guadalquivir. En el Hierro Antiguo volvemos a encontrarlos en las zonas más orientales, pero ahora a torno, especialmente en cerámica gris (FIGS. 346-347). En el corte 4 del Cerro de la Mora encontramos la forma 1 ya desde la fase I2, correspondiente al momento argárico. Mientras en la etapa I1 –Bronce Tardío- la presencia del vaso de casquete esférico aumenta hasta el 50% de todos los fragmentos adscribibles a algún recipiente concreto. En cambio, en la fase I, correspondiente al Bronce Final, el tipo 1,1 desaparece (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6). En el Cerro de la Encina nos encontramos una situación muy similar. En los niveles argáricos de este poblado granadino, el vaso de casquete esférico es abundante, para descender en el estrato IV, que corresponde a los últimos momentos del Bronce Pleno. En los niveles III-I, que corresponden al Bronce Tardío-Final la aparición de la forma 1 se torna esporádica (Arribas et alii, 1974: 101). 3

Este incremento súbito en el porcentaje de cuencos de casquete esférico puede atribuirse al corte de la estratigrafía despues del estrato IV del Llanete de los Moros. Entre el 800 y el 625 a.C. existe un hiatus en la secuencia del corte R-1, producido por la nivelación del terreno que se efectuó en fines del siglo VII para la construcción de una estructura en el nivel V, que movió las capas arqueológicas situadas inmediatamente debajo (Martín de la Cruz, 1987: 206). Es posible que en otras zonas del poblado de Montoro se pueda observar un aumento paulatino del tipo 1,1 a partir de mediados del siglo VIII.

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El último de los grandes asentamientos de la vega de Granada, el Cerro de los Infantes no ofrece ninguna modificación de este panorama: la forma 1 es escasa, pero está representada a partir del siglo VIII. Siguiendo la tónica de sus vecinos, no lo encontramos en los niveles del Bronce Final, pero sí se documenta a mano en los niveles 5 -Hierro Antiguo I- y 6 -Hierro Antiguo IIdel corte 23, dentro de los tipos 1,2 y 1,3 (Mendoza et alii, 1981: figs. 14, l; 16, l). No falta coetáneamente en cerámica gris (Mendoza et alii, 1981: figs. 16, j-k, o; 17, g).

FIG. 346. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

Dispersión de la forma 1. Gatas, fases V-VI Cerro de la Mora, corte 4, fase I1 Cerro de Capellanía, fase VII Castillejos de Alcorrín Cerro de los Infantes, corte 23, niveles 5 y 6 Peñón de la Reina, cabañas de la fase III Aratispi, estrato II Los Castillejos de Teba, corte B, niveles IX, III y IV Castellón de Gobantes, corte A, nivel III Huertas de Peñarrubia, superficie San Pablo, unidad estratigráfica 7 Montilla, corte 2, estratos I-II

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FIG. 347.

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Ejemplares de la forma 1.

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Las excavaciones del Peñón de la Reina resultan aún más explícitas respecto a la escasez del vaso de casquete esférico a mano en las fases del Bronce Final de la alta Andalucía. Los excavadores de este poblado almeriense denominan a nuestra forma 1 "cuencos de paredes abiertas". Vemos como estos recipientes van disminuyendo progresivamente conforme avanza la vida del asentamiento. Durante la fase II, que corresponde al momento del Bronce Antiguo argarizante, los vasos de casquete esférico -forma 1- y los de paredes reentrantes -forma 2 (vid. infra)- alcanzan porcentajes sobre el total de cerámica hallada que se acercan al 40%, como vemos en el estrato 5. En el horizonte III del Peñón de la Reina las formas 1 y 2 a mano4 no superan el 10% de los hallazgos, disminuyendo aún más en los estratos más tardíos de la etapa. Cifras similares encontramos en las viviendas de esta fase, que se excavaron como conjuntos cerrados. No obstante, aquí superan ligeramente el porcentaje del 10%, que se mantiene muy estable para el total de materiales en las cuatro cabañas que fueron excavadas (Martínez y Botella, 1980: figs. 227 y 234). La provincia de Málaga es el ámbito territorial de la alta Andalucía donde encontramos una cierta profusión de vasos de casquete esférico, aunque se documentan pocas piezas bien estratificadas. Prescindiendo del tipo 1,1 -borde simple- por su extensión y su escaso valor como indicador cultural, resulta más significativa la presencia de los tipos 1,2 y 1,3. El segundo parece ser más antiguo ya que lo tenemos constatado en tierras malagueñas desde finales del siglo X o principios del siglo IX, concretamente en la fase VIII de Capellanía (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 7, nº. 7). Las escasas secuencias disponibles para los siglos VIII-VII en el interior de la provincia nos confirman la presencia de estos recipientes: Los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94: fig. 8, ac) y el Castellón de Gobantes (García Alfonso et alii, 1997b: fig. 5, b-c). En el primero de estos lugares observamos como coexisten a mano y a torno recipientes de los tipos 1,2 y 1,3, tanto en cerámica gris como polícroma, en un momento que fechamos entre finales del siglo VII y principios del VI a.C. Concretamente a torno encontramos una serie de recipientes del tipo 1,2 – borde engrosado al interior en bocel- totalmente cubiertos de rojo en el interior y mostrando un engobe anaranjado al exterior, que hemos clasificado como forma 15 –cuencos pintados- (vid. infra cap. 21,9) . En la estratigrafía de los

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En el Peñón de la Reina tampoco se conoce la forma 1 en cerámica gris.

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Castillejos de Teba estos vasos aparecen a finales del siglo VII y principios del VI, mientras que en Acinipo ya se documentan el siglo VIII. Este desfase se explica por la ausencia de documentación de los niveles correspondientes al siglo VII en los Castillejos (vid. supra cap. 17,2). 2. VASO DE PAREDES REENTRANTES. FORMA 2 Está muy relacionada morfométricamente con la anterior. No obstante, su carácter de vaso de tendencia cerrada aconseja que lo consideremos como un recipiente distinto, lo cual queda de manifiesto al no existir correspondencia de contextos entre uno y otro. Además, la extrema escasez de la forma 2 frente a la mayor abundancia de la 1 refuerza la idea de su diferencia, al igual que la no fabricación a torno de aquélla. a) Tipología El vaso de borde reentrante se configura cuando el arco de las paredes se eleva por encima de la media esfera. Como ocurre con la forma 1, la forma 2 ofrece cierta diversidad en sus proporciones, desde ejemplares que apenas rebasan el 1/2 de esfera hasta otros que se encuentran casi en los 2/3, pero todos muestran un ostensible achatamiento. Predominan con mucho los que rebasan ligeramente la semiesfera (vid. FIG. 343). b) Dispersión Este tipo de vasos se documenta muy bien en el Cobre andaluz, donde llega a ser uno de los más representativos. De ahí que su pervivencia en contexto del Bronce Final-Hierro Antiguo haya sido explicada por algunos autores como indicio de la supervivencia muy difusa de un cierto sustrato calcolítico (Murillo, 1994: 267). En la cerámica argárica este tipo corresponde a la forma 2 de Siret (Ruiz, 1977: fig. 2) y como tal está presente en numerosos poblados del Sureste. Durante el Bronce Antiguo y Pleno de Andalucía occidental es un recipiente bien conocido. Se constata con abundancia en la fase I -Bronce Pleno- de la Mesa de Setefilla, en concreto los estratos 15 y 14 del corte 3 (Aubet et alii, 1983: figs. 15, nº. 5-9; 17, nº. 17; 18, nº. 25-29). Después desaparece en la secuencia de este poblado sevillano, siendo sustituida por los vasos de la forma 1 -de casquete esférico- y 3 -carenados-. También está presente en los mismos momentos en el Monte Berrueco de Medina Sidonia, para desaparecer en el Bronce Final (Escacena y Frutos, 1985: 638

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fig. 12). En la Colina de los Quemados sólo aparece en el estrato 18 -Bronce Pleno-, con un 12% del total de materiales, estando ausente en el resto de la secuencia (Luzón y Ruiz Mata, 1973). Durante el Bronce Final-Hierro Antiguo del valle del Guadalquivir la forma 2 resulta muy escasa. En el yacimiento de Vega de Santa Lucía, en Palma del Río, fechado en un momento temprano del Bronce Final, los porcentajes de este recipiente no superan el 5% del total de material. En esta aldea agrícola, los escasos cuencos de paredes reentrantes que se han documentado superan ostensiblemente la media esfera, aproximándose en altura casi a los 2/3 de su diámetro máximo5 (Murillo, 1994: 264-266). En tierras onubenses la forma también está presente de forma testimonial, como vemos en el fondo I-2 de San Bartolomé de Almonte, perteneciente a la fase II del poblado, fechada en el siglo VII (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986: fig. 57, nº. 764, 769-773). La única excepción a este panorama lo constituye el asentamiento de Ategua, en el valle del Guadajoz, donde en las excavaciones de A. Blanco el vaso de paredes reentrantes supone más del 20% de la cerámica hallada6 (Blanco, 1983: figs. 11-13). En la alta Andalucía se pueden señalar algunas particularidades respecto a la forma 2 (FIGS. 348-349). En la provincia de Málaga las secuencias documentadas señalan que el vaso de paredes reentrantes es una forma bastante escasa, apareciendo siempre en los niveles donde sólo se localiza cerámica a mano. En el Llano de la Virgen de Coín encontramos un fragmento en el estrato I, fechado por sus excavadores en un Bronce Final amplio (Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1991-92: fig. 2, nº. 6). Otro ejemplar aparece en el estrato II/III de Aratispi, en el que se mezclan materiales del Cobre y del Bronce Final (Perdiguero, 1991-92: fig. 4, nº. 25). Las prospecciones realizadas en el valle del Turón sólo han aportado un ejemplar de la forma 2, procedente de las laderas bajas del Castellón de Gobantes -Playas de Guadalhorce/Guadalteba-, 5

Es la forma A3 en la tipología de J.F. Murillo para la cerámica del valle medio del Guadalquivir. Este autor distingue entre el recipiente anterior y lo que él denomina forma A4 que es un cuenco también de paredes reentrantes, pero más bajo y achatado que el A3, con una altura media que viene a situarse sobre 1/2 del diámetro máximo del vaso (Murillo, 1994: fig. 5.15). En nuestra tipología no distinguimos entre uno y otro, englobando ambos en la forma 2. 6

J.F. Murillo atribuye esta anomalía al carácter extremadamente selectivo del material publicado (Murillo, 1994, 264).

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cuyos descubridores le atribuyen una data del Bronce Tardío (Martín Córdoba et alii, 1991-92: fig. 13, nº. 4). En la secuencia del Cerro de Capellanía encontramos una situación similar. En la fase VII de este poblado, fechada a finales del II milenio, aparecen siete ejemplares de cuenco de la forma 2 (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 5, nº. 1, 3, 5, 9-10, 14, 17). En cambio, entre los materiales de la fase VIII, ya de principios del I milenio, estos recipientes no se constatan. Si pasamos a la vega de Granada, aparece tanto en el Cerro de la Mora un fragmento- (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 8) como en el inmediato Cerro de la Miel -dos fragmentos- (Carrasco et alii, 1987a: 36 y 29, nº. 30 y 47). La pieza del Cerro de la Mora se incluye en la fase I1 del poblado, fechada por sus excavadores en el Bronce Tardío. Las dos piezas del Cerro de la Miel proceden del estrato A.6 del corte 4, en el que apareció la conocida espada de lengua de carpa. Este nivel ha sido fechado por sus excavadores en los inicios del Bronce Final, concretamente desde el último tercio del siglo XI y primera mitad del siglo X. En el Cerro de la Encina se conocen algunos fragmentos más en los niveles del Bronce Final (Arribas et alii, 1974: fig. 101). Finalmente, los encontramos en el Albaicín, con tres ejemplares aparecidos la fase antigua del horizonte protoibérico (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: figs. 13, a, g; 20, p).

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Capítulo 20

FIG. 348. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.

La cerámica a mano

Localización de la forma 2 –vaso de paredes reentrantes-. Gatas, fases V-VI Cerro de la Mora, corte 4, fase I1 Llano de la Virgen, estrato I Aratispi, estrato II/III Castellón de Gobantes, superficie Cerro de Capellanía, fase VII Cerro de la Encina, fase III Peñón de la Reina, horizonte III Cerro de Centinela, cabañas A y B San Pablo, unidad estratigráfica 7 Montealegre, superifcie Cerro del Real, fases Galera I y II Albaicin, Carmen de la Muralla

Más hacia el este, en la altiplanicie de Guadix-Baza y en la provincia de Almería estos recipientes de la forma 2 se mantuvieron plenamente en uso durante el Hierro Antiguo, circunstancia que también se observa en el valle murciano del Guadalentín. Aunque están presentes en casi todos los lugares que se han excavado en la zona -con la excepción de Montealegre-, sus porcentajes varían enormemente según el asentamiento. Esta circunstancia viene a ser otro elemento más a señalar dentro carácter ciertamente retardatario que tuvieron las comunidades del extremo oriental de la alta Andalucía. 641

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Dada la vinculación que los Montes Orientales granadinos tienen con el ámbito de la hoya de Guadix, no es de extrañar que el pequeño asentamiento de Cerro del Centinela, fechado a fines del siglo VII-principios del VI, sea el lugar más occidental donde los cuencos de paredes reentrantes aparecen con profusión. En la cabaña A la forma 2 representa el 40% de los recipientes a mano que han podido ser identificados, algunos con mamelones. La cabaña B resulta más pequeña que la anterior y también ha proporcionado menos materiales, pero resulta sintomático que entre los escasos fragmentos a mano no falte un ejemplar de la forma 2 (Jabaloy et alii, 1983, figs. 6; 7, nº. 1-3; 16, nº. 2). Lo que hemos visto en el Cerro del Centinela se confirma en el Cerro del Real. El cuenco de paredes reentrantes abunda en el nivel 8 de la excavación de 1962, con casi el 20% del material recuperado, apareciendo alguna pieza con mamelón (Pellicer y Schüle, 1962: fig. 12, nº. 18, 20-21, 23-26). Este nivel, sin cerámicas a torno, corresponde a la fase Galera I. En las fases posteriores de la secuencia el número de ejemplares de la forma 2 disminuye de forma drástica, apareciendo dos fragmentos por nivel, hasta llegar al estrato IV, a partir del cual desaparece. La estratigrafía obtenida en Galera en el corte IX de 1963 resulta también bastante explícita en este sentido. La forma 2 está bien representada en el estrato 10, donde supone más del 50% del material cerámico. Este nivel supone la primera ocupación del Cerro del Real, fechada en el siglo IX (Pellicer y Schüle, 1966: fig. 17, nº. 3-5). La forma experimenta un rápido retroceso en los estratos posteriores de la secuencia del corte IX, pero sigue apareciendo hasta los niveles 4-5. Los datos que proporciona el horizonte III del Peñón de la Reina sobre la forma 2 resultan significativos, debido al amplio muestreo de material con el que contamos en este poblado almeriense. Aunque la presencia de los cuencos de paredes reentrantes es significativa, esto no significa que el tipo sea uno de los recipientes más característicos del asentamiento. El número total de piezas halladas asciende a 35, siendo su porcentaje en el conjunto de la cerámica de esta fase en Alboloduy de un 2%, contrastando con lo que vemos en el horizonte II del asentamiento -fase argárica-, donde alcanza un promedio ligeramente superior al 10%. En la casa 2, correspondiente al horizonte III, aparece un ejemplar de la forma 2 decorado con motivos geométricos incisos, que la convierten en un recipiente de gran interés en la cerámica indígena de la alta Andalucía, por la escasez de este tipo de piezas (Martínez y Botella, 1980: 207, fig. 165-168) (vid. supra FIG. 86).

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FIG. 349.

La cerámica a mano

Muestreo de la forma 2. 643

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3. VASO CARENADO. FORMA 3 Los vasos carenados constituyen una de las formas más abundantes y características del Bronce Final y Hierro Antiguo del sur peninsular. Su persistencia y aceptación explica que se encuentren también a torno y con una enorme variedad de tratamientos superficiales. Los vasos carenados reciben diferentes denominaciones en las tipologías al uso. En la última clasificación que Ruiz Mata (1995: 267-269) ha elaborado para el bajo Guadalquivir corresponden a las "cazuelas" tipo A y a las "copas". En la provincia de Córdoba se han designado como "cazuelas carenadas" y corresponden al tipo B de F. Murillo (1994: 270). En el Levante meridional aparecen como "fuentes" -tipo Aen el valle del Guadalentín (Ros, 1989: 210) y como "cuencos" o "cazuelas" tipo B7- en la Peña Negra de Crevillente (González Prats, 1983a: 99). a) Tipología El rasgo distintivo de la forma 3 es la presencia de una carena en la superficie exterior del vaso. A veces, esta carena no resulta perceptible en la pared interior, que adopta una perfil curvilíneo, sin inflexiones bruscas. Las líneas de carenación pueden adoptar perfiles muy diferentes: a veces encontramos aristas vivas muy pronunciadas, mientras que en otras ocasiones la carena queda reducida a una suave inflexión. Las carenas pueden ser bajas, medias o altas. Se clasificarán de un modo u otro cuando se encuentren respectivamente en el tercio inferior del vaso, a mitad de su altura aproximadamente o en el tercio superior, aunque en determinadas piezas puede haber alguna dificultad de apreciación. Las más problemáticas son las carenas medias, ya en muy pocos ejemplares la línea de carenación se encuentra exactamente en el centro del galbo. No se puede establecer un predominio absoluto de ninguna de ellas, porque depende del tipo de vaso. En general los recipientes de mayor tamaño suelen presentar carenas medias y en menor medida altas, mientras que los pequeños tienden a mostrar carenas bajas. Por tanto, pese a que algunos autores han querido ver en la posición de las carenas un indicador cronológico, unos pocos fragmentos o recipientes aislados tienen poco valor como elemento de datación. Se puede señalar que durante el Hierro Antiguo predominan las carenas altas, pero también siguen apareciendo las bajas, por lo que una propuesta de fechación deberá tener en cuenta un lote amplio de material. La orientación de los bordes es muy variada y depende del arranque de la carena, lo que genera recipientes más o menos 644

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exvasados. El fondo presenta tres variantes: con un pequeño ómphalos, curvo o plano; este último se da exclusivamente en el Hierro Antiguo, tanto a mano como a torno, aunque sin desplazar a los otros. Las pastas que encontramos en los vasos carenados son variadas, dependiendo de las arcillas locales. Como la cocción siempre es reductora, predominan las de color oscuro, entre verde muy oliváceo, grisáceo y negro. La mayoría de los recipientes de la forma 3 presentan superficies bruñidas y bien acabadas, por lo que nos encontramos con unos vasos de cierta calidad, los mejores con que contaba el repertorio artefactual del Bronce Final. Incluso, su realización conlleva una cierta pericia, dado que en ocasiones el grosor de las paredes es bastante pequeño. Normalmente no presentan decoración, aunque hay piezas que sí la llevan, bien motivos incisos, pintados, de retícula bruñida o portando incrustaciones metálicas, que marcan un uso diferente al cotidiano (vid. infra). La morfometría de los ejemplares de la forma 3 es variada. Las piezas más pequeñas no superan los 15-20 cm. de diámetro, mientras que las mayores suelen oscilar entre los 25-30 cm. de anchura, aunque las hay aún de mayor tamaño. No obstante, mantienen una relación altura-diámetro de 1/3 Dentro de la forma 3 se puede distinguir un grupo más propio del Bronce Tardío, aunque con perduraciones posteriores. Estaría formado por dos tipos: Tipo 3,1. Vaso con fondo plano, galbo troncocónico, carena alta y labio vertical o ligeramente exvasado (FIG. 350). Tipo 3,2. Recipiente con carena media o alta, con labio recto o ligeramente reentrante. Suelen presentar mamelones colgantes en la línea de carenación (FIG. 351). La forma 3 típica del Bronce Final-Hierro Antiguo presenta unos perfiles diferentes de los anteriores. Una corta serie de rasgos formales permite definir los tipos propios de este momento: la altura de la carena, el perfil y la orientación del borde (vid. FIG. 354): Tipo 3,3. Carena baja y borde simple exvasado. Tipo 3,4. Carena media/alta y borde simple exvasado.

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Tipo 3,5. Carena alta y borde simple vertical. Tipo 3,6. Carena alta y borde engrosado. Cuando se conserva el fondo, pueden establecerse las siguientes variantes: a. Con ómphalos. b. Con fondo parabólico. c. Con fondo plano. Estas variantes no son intercambiables entre sí, ya que no se dan en todos los tipos. Por ejemplo, todos los recipientes con carena baja que se conservan completos son siempre 3,3,a. Al mismo tiempo, la variante c es escasa. b) Origen de la forma 3 El origen de los vasos carenados -excepto los tipos 3,1 y 3,6- podría encontrarse en la cerámica argárica, concretamente en una evolución de la forma 5 de Siret (Ruiz, 1977: fig. 2). Ésta es originalmente un vaso esbelto, de mayor altura que diámetro, pero en los momentos avanzados del Bronce Pleno comienza a aparecer recipientes carenados más anchos que altos, cuyas paredes son ya exvasadas. Estos rasgos son los que vemos en piezas de la fase argárica de la Cuesta del Negro7 (Molina González y Pareja, 1975: fig. 21, nº. 35) y Cerro de la Encina8 (Arribas et alii, 1974: fig. 27, nº. 308). En los niveles del Bronce Tardío de la Cuesta del Negro9 encontramos el mismo tipo de vaso, lo que viene a confirmar la evolución de la forma (Molina González y Pareja, 1975, fig. 32, nº. 116).

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Estrato II/norte.

8

Estrato VII del corte 3.

9

Estrato IV/norte.

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La cerámica a mano

1. Cuesta del Negro, estrato III/norte 2. Capellanía, fase VII

MAR MEDITERRÁNEO

FIG. 351. Localización del tipo 3,1. 1. Cuesta del Negro, estrato IV/sur 2. Cerro de la Encina, estrato IV 3. Castellón de Gobantes, superficie 4. Gatas, fase V 5. Cueva del Coquino, estrato III

FIG. 350. Forma 3 -vaso carenado-: tipos 3,1 y 3,2.

MAR MEDITERRÁNEO

FIG. 352. Dispersión del tipo 3,2.

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TIPO 3,1

TIPO 3,3

Cuesta del Negro Estrato III/Norte

Capellanía Fase VII

TIPO 3,2 TIPO 3,4

Gatas Fase V

Castellón de Gobantes Superficie

TIPO 3,5 Cuesta del Negro Estrato IV/sur

Cuesta del Negro Estrato III/norte

FIG. 353.Tipos 3,1 y 3,2 en diversos poblados.

TIPO 3,6

FIG. 354. Forma 3 -vasos carenados-: tipos 3,3, 3,4, 3,5 y 3,6.

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Capítulo 20

La cerámica a mano

Otra posibilidad es que los vasos carenados sean una derivación de algunos tipos de Cogotas I. Piezas cuyo perfil es totalmente idéntico a las que vemos en la alta Andalucía durante el Bronce Final-Hierro Antiguo aparecen en lugares de la cuenca del Duero como Las Cogotas, Arenero de Soto, Las Carretas, Cogeces del Monte y Arevalillo de Cega con una cronología de los siglos XIV-XV a.C., apoyada en varias ocasiones con dataciones radiométricas (Fernández-Posse, 1986: 479-481, fig. 1, nº. 7-12). Sin embargo, dos son las objeciones existentes respecto a este origen. En primer lugar, en el asentamiento del Sureste que presenta mayor presencia de materiales de Cogotas I, la Cuesta del Negro, no se documenta ningún recipiente similar a los meseteños aludidos con decoración de este tipo. En segundo lugar, cuando se produce la expansión de las cerámicas de Cogotas I hacia zonas alejadas de la Meseta, los vasos carenados típicos de la fase más antigua ya están en decadencia y resultan bastante escasos incluso en la cuenca del Duero y del Tajo (Fernández-Posse, 1986: 482, figs. 3-4). c)

La forma 3 durante el Subargárico/Bronce Tardío

Sí parece estar vinculado a Cogotas I el TIPO 3,1. Pensamos que es una evolución de recipientes similares meseteños (Fernández-Posee, 1986: fig. 4, nº. 15). Estos vasos son totalmente diferentes a las formas carenadas propias de la alta Andalucía. Es un recipiente casi exclusivo del Bronce Tardío (vid. FIGS.352-353), que encontramos bien representado en la Cuesta del Negro10, con decoración de Cogotas I y en la fase VII de Capellanía sin decoración11. La escasa repercusión que tuvo este tipo 3,1 queda probada por su presencia testimonial en el Bronce Final, no rebasando el siglo IX. Así, lo encontramos con esta fecha en el Cerro de los Infantes, con decoración bruñida (Mendoza et alii, 1981: fig. 12, h). El TIPO 3,2 lo encontramos bien estratificado en niveles del Subargárico/Bronce Tardío de Cuesta del Negro (Molina González y Pareja, 1975: figs. 56; 57, nº. 231; 58, nº. 232), Cerro de la Encina (Molina González, 1977, tab. tip. nº. 7-8) y fase V de Gatas (Castro et alii, 1999a: fig. 140). En 10

Denominados en este poblado de la hoya de Guadix fuentes troncocónicas con carena alta y borde ligeramente abierto (Molina González y Pareja, 1975: 48). 11

Cfr. Molina González y Pareja (1975: figs. 27, nº. 77); Molina González (1978: tab. tip., nº. 1) y Martín Córdoba (1993-94: fig. 5, nº. 2).

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

superficie se documenta en las áreas bajas del Castellón de Gobantes (Martín Córdoba et alii, 1991-92, figs. 12, nº. 2-4; 13, nº. 1-3) (vid. FIG. 352-353). d)

Los vasos carenados a mano durante el Bronce Final y Hierro Antiguo

El TIPO 3,3 -carena baja y borde simple exvasado- (vid. FIG. 354) es siempre de pequeño tamaño. Lo encontramos ya totalmente formado en momentos del Bronce Tardío, siendo un recipiente que apenas va evolucionar hasta el siglo VII, fecha en que todavía aparece, aunque en escasa medida (FIGS. 355-356). La data más antigua para el tipo la encontramos en la fase V de Gatas (Castro et alii, 1999a: fig. 140), apareciendo también en momentos de finales del segundo milenio en el nivel VII del Cerro de Capellanía (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 5, nº. 6). Su eclosión tiene lugar durante el Bronce Final Pleno del siglo IX, con una factura muy cuidada: enterramiento del Caldero de Mojácar (Molina González, 1977: tab. tip., nº. 17), gran cabaña oval del Cerro del Real (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 4, nº. 18), estrato IIa del Cerro de la Encina (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 67), fase I del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 26), nivel 3 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 13, g) y fase VIII de Capellanía (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 7, nº. 6). En momentos posteriores su presencia dismunuye bastante, aunque todavía lo encontramos con una cronología del siglo VII en la casa 4 del Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980: fig. 208, nº. 3). El TIPO 3,4 -carena media/alta y borde simple exvasado- (vid. FIG. 354) es el recipiente más característico del Bronce Final de la alta Andalucía y Sureste, con un amplia extensión territorial (FIGS. 357-358). Así, aparece habitualmente desde Alicante hasta Málaga, aunque su mayor abundancia se observa entre el río Vinalopó y la vega de Granada. No obstante, también se conocen ejemplares en el valle del Guadalquivir y desembocadura del Tajo. Las piezas suelen presentar un buen acabado superficial, generalmente bruñido. La pericia de los artesanos que modelaron estos vasos se demuestra en la pequeña sección que muestran sus paredes en numerosas ocasiones -a veces menor de 0'5 cm.-, que contrasta con una dureza considerable. Estas propiedades se explican por la elección de un barro de más calidad, convenientemente depurado, y una cocción adecuada, aún en atmósfera reductora. Esta calidad convierte al tipo 3,4 en la "vajilla de lujo" del Bronce 650

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Capítulo 20

La cerámica a mano

Final, con un aspecto mucho más atractivo que el resto de producciones a mano.

FIG. 355.

Dispersión del tipo 3.3 -carena baja-.

1.

Capellanía, fases VII-VIII

2.

Gatas, fases V-VI

3.

Cerro del Real, gran cabaña oval

4.

Cerro de la Encina, estrato IIa

5.

Cerro de la Mora, fase I

6.

Cerro de los infantes, corte 23, nivel 3

7.

Peñón de la Reina, casa 4

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FIG. 356.

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Ejemplares del tipo 3,3. 652

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Capítulo 20

La cerámica a mano

El tipo 3,4 no aparece plenamente constituido en sus rasgos morfológicos hasta el siglo IX. En las dos centurias anteriores vemos una serie de recipientes que, de alguna manera le sirven de precedente En la fase IIb del Cerro de la Encina, fechada en el Bronce Tardío, encontramos un vaso claramente emparentado con la forma 5 de Siret, sólo que ahora presenta un cuello más corto y una boca más exvasada (Molina González, 1978: 204, tab. tip., nº. 3). Rasgos similares vemos en otros recipientes de la fase V de Gatas (Castro et alii, 1999a: fig. 150). Este tipo de recipiente pervivió sin apenas cambios hasta el siglo IX con algunas piezas en la fase I del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 22-23). A comienzos del Bronce Final Antiguo, con fecha radiocarbónica del siglo XI, vemos una pieza de este perfil argarizante que convive en el mismo estrato del Cerro de la Miel -A,6- con otras indudablemente más avanzadas (Carrasco et alii, 1987a: nº. 54). Fecha similar o quizás algo más reciente, pero todavía dentro de la primera fase del Bronce Final, deben tener dos piezas que encontramos en el estrato IV del Cerro de la Encina: se trata de dos fuentes con línea de carenación alta poco marcada, que tienen fondo plano -variante 3,4,c-, rasgo que volverá a aparecer en la última etapa de vigencia del tipo (Molina González, 1978: 213, tab. tip., nº. 23-24). Esta amplia caracterización formal podría atribuirse a un momento de vacilación, cuando en una etapa todavía temprana, el tipo no está fijado y se efectúan determinados ensayos. Como se ha dicho, el siglo IX será el momento de eclosión del tipo 3,4. En esta centuria predominan las carenas medias. Los ejemplos abundan en los asentamientos: Cerro del Real (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 4, nº. 1 y 17; 1966: fig. 16, nº. 14 y 21; Molina González, 1978: tab. tip., nº. 25), Cerro de la Encina (Molina González, 1978: 213), Cerro de los Infantes -nivel 2- (Mendoza et alii, 1981: fig. 11, e; 13, k). En el Cerro de la Mora -fase I- aparecen dos vasos similares a los que hemos visto en Monachil y en el vecino Cerro de la Miel en fechas anteriores (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 22-23); vemos alguno en el Cerro del Real (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 16). En estos momentos del siglo IX y entroncando con los inicios del VIII este los vasos carenados de tipo 3,4 se utilizan como tapaderas de urnas en la necrópolis de la depresión de Vera: Caldero de Mojácar, Curénima y Barranco Hondo, a veces decoradas con incisiones (Molina González, 1978: tab. tip. nº. 26).

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Durante el siglo VIII y comienzos del VII encontramos que el tipo 3,4 comienza a hacerse más escaso a mano, ya que será sustituido rápidamente por sus homólogos a torno, tanto en cerámica gris como polícroma (vid. infra). No obstante, tenemos una cierta representación en diferentes lugares de la vega de Granada: Cerro de los Infantes -nivel 5 del corte 23- (Mendoza et alii, 1981: fig. 14, h y k) y Cerro de la Mora -fase II- (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 7, nº. 35). En la provincia de Málaga lo encontramos en Aratispi (Perdiguero, 1991-92: fig. 6, nº. 2 y 5), donde aparecerá un tipo que se aparta algo de los cánones que vemos en el área granadina, asemejándose a los cuencos de borde engrosado tipo 3,6. También se documenta en Huertas de Peñarrubia (García Alfonso, 1999a: fig. 10, a) y en la Plaza de San Pablo, en Málaga capital. La perduración del tipo 3,4 a mano se mantendrá hasta el siglo VII en el Peñón de la Reina -horizonte IIIc-, donde será el recipiente más utilizado en esta última fase del poblado. Aquí lo encontramos con carena media (Martínez y Botella, 1980: figs. 161, nº. 1; 208, nº. 1; 211, nº. 3; 213, 1), pero sobre todo con carena alta y fondo plano (Martínez y Botella, 1980: figs. 96; 208, nº. 1). También en estos momentos debe situarse su aparción en la fase I de la necrópolis de Castellones de Céal (Chapa et alii, 1998: fig. 33, nº. 1, 5 y 7). Como en este lugar de la provincia de Jaén se conservan los recipientes completos observamos que tienen el fondo plano, en lo que coincidirían con otros vasos de carena media hechos a torno12. Por tanto, resulta posible que la evolución final de este tipo 3,4 desembocara en este tipo de fondos quizás por la influencia del trabajo en el torno, aunque la pieza estuviese modelada a mano. El TIPO 3,5 –carena alta y borde vertical- resulta bastante más escaso que el anterior (vid. FIG. 354), siendo también de reducidas dimensiones. En ocasiones, algunas piezas pueden parecer similares a los tipos 3,4 y especialmente 3,6 (vide infra), pero en este tipo 3,5 el diámetro máximo se alcanza en la carena y no en la boca. Por este detalle nos recuerdan al tipo 3,1, pero son netamente diferentes, ya que no se asemejan ni en el perfil del galbo -aquí es parabólico frente a troncocónico- ni tampoco en el pie -es curvo y con ómphalos frente a plano-. Estamos ante un recipiente muy conservador, utilizado durante el Bronce Final Antiguo y Pleno, pero que no debió sobrepasar 12

Cfr. Cerro de los Infantes -nivel 7 del corte 23- (Mendoza et alii, 1981: fig. 15, j-k).

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Capítulo 20

FIG. 357. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27.

La cerámica a mano

Dispersión del tipo 3.4 Gatas, fases I-VI Cerro de la Encina, fases IIb y III Capellanía, fases VII Cerro de la Mora, fase VII Cerro del Real, fase Galera I Cerro de los infantes, corte 23, nivel 2 y 5 Cuesta de los Chinos, estrato III Necrópolis del Caldero de Mojácar Necrópolis de Curénima Necrópolis de Barranco Hondo Guadix, calle San Miguel La Cerrá, superficie Peña de los Enamorados, superficie Fornes, superficie Fuente de la República, superficie Huertas de Peñarrubia, superficie San Pablo, unidad estratigráfica 7 Montilla, corte 2, estrato 2 Aratispi, estrato II Adra, fase I Almuñécar, Cueva de los Siete Palacios Moro de Mezquitilla, fases BII y BIII Toscanos, estrato 1 Peñón de la Reina, horizonte IIIc Montealegre Castellones de Céal, fase I Cortes de Baza, sin contexto

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

FIG. 358. Evolución de los vasos carenados del tipo 3,4.

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Capítulo 20

FIG. 359.

La cerámica a mano

Localización del tipo 3,5 –borde vertical-.

1.

Cerro de la Miel, estrato A-6/Cerro de la Mora, fase I

2.

Guadix, Calle San Miguel

3.

Cerro del Real, corte IX, estrto VII

4.

Montilla, corte 2, nivel 2

la primera mitad del siglo VIII (FIGS. 359-360). El testimonio más antiguo con que contamos por el momento son dos piezas aparecidas en el estrato A,6 del Cerro de la Miel, con una data C-14 del siglo XI. Ambas presentan un borde ligeramente exvasado y muy corto (Carrasco et alii, 1987a: 35, nº. 45-46). No lo volvemos a encontrar hasta la fase I del Cerro de la Mora, fechada en el siglo IX (Carrasco, Pachón y Pastor, 1981: fig. 6, nº. 19). Algo más adelante, ya a finales del siglo IX o principios de la centuria siguiente aparece en la calle San Miguel de Guadix (González Román et alii, 1995: fig. 8, nº. 2) y en el Cerro del Real (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 57). Finalmente, en el poblado indígena de Montilla, en la desembocadura del Guadiaro, aparece otro cuenco de tipo 3,5 (Schubart, 1989: fig. 8, nº. 26). 657

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FIG. 360.

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Recipientes del tipo 3,5. 658

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Capítulo 20

La cerámica a mano

El interés que tiene esta pieza es doble. Por un lado, es la única del tipo que presenta decoración. Por otro, está claramente estratificada en el nivel 2, ya con algunas importaciones a torno, por lo que se fecha a mediados del siglo VIII. Este hallazgo sería el más reciente con una datación segura. El TIPO 3,6 -carena media/alta y borde engrosado- (vid. FIG. 354) es propio del valle del Guadalquivir, pero se extiende por los valles más occidentales de las Béticas. Aparece así con profusión en el ámbito malagueño, pero va disminuyendo conforme avanzamos hacia el este, deteniéndose su expansión en la vega de Granada (FIGS. 361). Es un vaso de calidad, siempre bien cocido y con algún tratamiento superficial alisado o bruñido. Como recipiente abundante y versátil, en Andalucía occidental lo encontramos liso y decorado, en este último caso no falta con retícula bruñida o con motivos pintados tipo Carambolo. Sin embargo, en el área de las Béticas, dentro del tipo 3,6 sólo conocemos recipientes lisos. Aquéllos que aparecen con ornamentación son con toda probabilidad importaciones. El tipo 3,6 parece arrancar en un momento posterior al 3,4, ya que no aparece en ningún contexto de Bronce Tardío13. Aparentemente el hallazgo más antiguo estratificado es una pieza aparecida en el Llano de la Virgen de Coín, cuya fecha debe ser anterior al siglo IX (Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1991-92: fig. 2, nº. 2). Aceptar esta propuesta supone que el tipo 3,6 sería más antiguo en tierras malagueñas que en Andalucía occidental, lo cual resulta difícilmente aceptable, dada la gran profusión con que aparecen estos recipientes en el valle del Guadalquivir y Huelva. Respecto a la cuestión de los orígenes y cronología inicial del tipo 3,6 un enclave esencial es Vega de Santa Lucía, en la localidad cordobesa de Palma del Río. En el llamado "fondo de cabaña 8" se pudieron individualizar cuatro etapas dentro del Bronce Final. En la fase A, fechada por C-14 en el siglo X, encontramos cuencos que poseen un estrangulamiento al exterior debajo del borde, que dibuja un labio engrosado e insinúa una incipiente carena, aunque ésta no marca una inflexión; incluso algunas piezas poseen ómphalos (Murillo, 1994: figs. 4.45; 4.46, nº. 708B, 735; 4.47, nº. 749-750). En la fase B del fondo 8, ya fechada en el siglo IX a.C., observamos como el anterior estrangulamiento se ha convertido ya en una carena alta perfectamente 13

Por otra parte, tan mal conocido en el área de expansión geográfica del tipo.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

diferenciada (Murillo, 1994: figs. 4.35, nº. 493 y 527; 4.37, nº. 547). En las fases C y D, datadas en la primera mitad del siglo VIII las carenas tienden a bajar, desarrollándose el borde engrosado (Murillo, 1994, figs. 4.13, nº. 90 y 115). Con ello parece vislumbrarse que los recipientes del tipo 3,6 se generaron partiendo de vasos de casquete esférico de borde simple. El desarrollo de un labio engrosado y más destacado fue producto de la evolución de estos recipientes, constituyéndose plenamente en el siglo IX. Es precisamente a partir de esa centuria y en momentos inmediatamente posteriores cuando aparece muy extendido por Andalucía occidental. Ruiz Mata designa a este tipo de recipientes como "cazuelas" y distingue en ellos dos variantes: tipo San Pedro y tipo Guadalquivir. De acuerdo con la sistematización que presenta este autor se pueden establecer algunos criterios para establecer una evolución cronológica. Así, los correspondientes a su fase I o Bronce Final Prefenicio muestran una carena -que puede ser alta o media- y un labio engrosado bastante desarrollado, al tiempo que las paredes resultan poco exvasadas. Este tipo de recipientes se fecharían en el siglo IX y principios del VIII. Los vasos correspondientes a la fase II, ya del siglo VII14, carecen de borde engrosado y la carena se hace más suave, hasta convertirse en una inflexión; como consecuencia de estas modificaciones las piezas resultan muy exvasadas y con poco fondo (Ruiz Mata, 1995, fig. 3). Realmente, de la aportación de Ruiz Mata sólo nos interesa la fase I, que es la que encontramos representada en nuestra área de estudio. Las "cazuelas" de su fase II no aparecen, sin duda porque han sido reemplazadas por los recipientes a torno en esos momentos.

14

El periodo que abarca desde 775 hasta 700 a.C. es denominado por D. Ruiz Mata como fase I/II de transición o de comienzos de la interacción entre fenicios e indígenas (1995: 272).

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Capítulo 20

FIG. 361.

La cerámica a mano

Distribución del tipo 3,6.

1.

Llano de la Virgen, estrato I

2.

Cerro de la Miel, estrato A-6

3.

Cerro de la Encina, horizonte III

4.

Peña de los Enamorados, superficie

5.

Hoz de Peñarrubia, superficie

6.

Pico de Vado Real, superficie

7.

Cerro del Real, gran cabaña oval

8.

Montilla, corte 2, estrato II

9.

San Pablo, unidad estratigráfica 7

10.

Aratispi, estrato II

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FIG. 362.

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

El tipo 3,6 en algunos poblados.

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Capítulo 20

La cerámica a mano

En la alta Andalucía el tipo 3,6 lo encontramos tanto en contextos con y sin torno (FIG. 362). Entre los primeros debemos señalar su aparición estratificada en la fase I del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 20), en el estrato IIa del Cerro de la Encina (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 66) y en el Llano de la Virgen (Fernández Ruiz, Ferrer Palma y Marques, 1991-92: fig. 2, nº. 2). En superficie, pero en contexto claros de ausencia de torno señalaremos la Peña de los Enamorados (Moreno Aragüez y Ramos Muñoz, 1982-83, figs. 6, nº. 6-7; 7), Pico de Vado Real en Ardales (Martín Córdoba et alii, 1991-92: fig. 10, nº. 1) y Hoz de Peñarrubia. Su presencia se reduce en aquellos lugares donde existe el torno, indicando una decadencia del tipo a partir de la primera mitad del siglo VII. Lo encontramos en el estrato II de Aratispi (Perdiguero, 1991-92: fig. 6, nº. 1, 3, 6-7, 10-12) y en el poblado de San Pablo (Fernández Rodríguez et alii, 1997: figs. 5, nº. 5; 6, nº. 17). También resulta significativa su evolución en el poblado de Montilla: no aparece ninguna pieza en el nivel 1 -últimos años del siglo IX y principios del VIII-, mientras se documentan cinco ejemplares en el nivel 2 -mediados del siglo VIII-; para terminar, en los estratos 3 y 4 -finales del siglo VIII- no aparece (Schubart, 1989: fig. 8, nº. 27 y 34-36). 4.

VASOS DE PERFIL EN “S”. FORMA 4

El vaso de perfil en "S" es uno de los tipos más difíciles de definir en el repertorio cerámico del Bronce Final-Hierro Antiguo de la alta Andalucía. La causa estriba en que algunos tipos carenados pueden resultar similares, debido a la suavidad de su línea de carenación, que más que una arista más o menos pronunciada se convierte en una inflexión con cierta curvatura. Aunque resulte una obviedad, un recipiente de perfil en "S" se caracteriza porque sus paredes dibujan dos curvas contrapuestas de una manera similar a dicha letra. La zona inferior es convexa y señala el galbo, mientras que la superior es cóncava y determina el cuello y la boca. La transición entre ambas curvas es suave, sin rupturas bruscas. Por tanto, estamos ante vasos que presentan fondo parabólico -en ocasiones con ómphalos-, cuerpo globular a veces considerablemente achatado, cuello insinuado y borde exvasado. Generalmente se trata de recipientes cuyo diámetro es mayor que su altura y de tamaño pequeño o mediano (vid. FIG. 343). Las superficies presentan un acabado bruñido poco intenso y suelen ser normalmente lisas, aunque no faltan ejemplares con una decoración incisa muy simple.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

FIG. 363. Dispersión de la forma 4 –vaso de perfil en “S”-. 1. 2. 3. 4.

Cerro de la Miel, estrato A-6/ Cerro de la Mora, fase I Cerro del Real, corte IX, nivel 10 y gran cabaña oval Cerro de los infantes, corte 23, nivel 3 Cuesta de los Chinos, estrato III

FIG. 364. Algunos hallazgos de la forma 4. 664

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Capítulo 20

La cerámica a mano

Los recipientes de perfil en "S" son propios del Bronce Final Antiguo y Pleno, no apareciendo ya en el siglo VIII. Es una forma propia de las tierras interiores de la provincia de Granada (FIGS. 363-364). Para la primera fase contamos con los ejemplares aparecidos el estrato A,6 del Cerro de la Miel, fechados en el siglo XI (Carrasco et alii, 1987: 29, nº. 33; 31, nº. 34-35). No lo volvemos a encontrar hasta el siglo IX, sin duda por lo poco que sabemos del siglo X, como ya hemos comentado en otras ocasiones. El Cerro del Real es uno de los poblados que ha aportado una mayor cantidad de piezas, todas correspondiente al siglo IX. Su presencia en la gran vivienda oval indica que se trata de recipientes de uso doméstico. Significativamente, en la estratigrafía del Real encontramos vasos de perfil en "S" en los niveles más antiguos, tales como el 10 del corte IX y el 7c del corte VII (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 4, nº. 20; lám. 12, nº. 1; Pellicer y Schüle, 1966: fig. 17, nº. 1; Molina González, 1978: tab. tip., nº. 58-60). Una cronología similar presentan los hallazgos de la vega de Granada: Cerro de los Infantes15 (Mendoza et alii, 1981: fig. 13, c-e), fase I Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 6, nº. 24) y Cuesta de los Chinos16 (Fresneda, Rodríguez y Jabaloy, 1985: fig. 9, a-b). 5. OLLAS/ORZAS. FORMA 5 Es muy frecuente en las publicaciones arqueológicas los términos olla y orza se utilicen como sinónimos. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española la diferencia tipológica fundamental entre ambas es que la primera dispone de asas mientras que la segunda no. A esto habría que añadir la distinta funcionalidad que tiene cada recipiente en la cocina tradicional. La olla se coloca directamente sobre el fuego, sirviendo para preparar o calentar los alimentos17. Mientras, la orza se destina a guardar alimentos en pequeñas cantidades para su conservación durante un periodo de tiempo más o menos largo, con algún tipo de manipulación: salmuera, aceite, manteca o secos; su carencia de asas se explica porque no hay necesidad de retirarla del fuego18.

15

Exclusivamente documentados en el nivel 3 del corte 23.

16

Estrato III.

17

El Diccionario de la Real Academia Española (1992: 1975) define la olla como una "vasija redonda de barro o metal, que comúnmente forma barriga, con cuello y boca anchos y con una o dos asas, la cual sirve para cocer alimentos, calentar agua, etc.". 18

La definición de orza que aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española (1992: 1491) dice "vasija vidriada de barro, alta y sin asas, que sirve por lo común para guardar conservas".

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Centrándonos en los recipientes pre y protohistóricos que podemos clasificar como ollas y orzas en la Andalucía mediterránea y su traspaís la cuestión no es tan sencilla. Los vasos han llegado a nosotros en un estado de gran fragmentación, por lo que sólo en pocas ocasiones conservamos la pieza completa. Aquí surge la primera difícultad: un fragmento de borde que no muestre elementos de aprehensión, ¿los tuvo alguna vez? Ante esto no podemos considerar como orzas cualquier pieza incompleta que carezca de asas o mamelones. Si lo hiciéramos así, el número de orzas sería elevadísimo en cualquier poblado, mientras que el de ollas resultaría tremendamente reducido. Por tanto, pensamos que lo mejor es agrupar ambos recipientes en una única forma, ollas/orzas, nº. 5 de nuestra tipología. Sólo cuando tenemos argumentos visibles para afirmar sin duda que nos encontramos con uno u otro recipiente, así lo hacemos. a) Tipología Un aire de familia une a todos los vasos que hemos clasificado dentro de la forma 5, como integrantes de lo que habitualmente se viene llamado "cerámica de cocina", aunque no todos tengan este uso. Los rasgos formales los podemos sintetizar de la siguiente manera: boca de tendencia exvasada, cuello corto a veces sensiblemente estrecho, cuerpo globular u ovoide y fondo normalmente plano o convexo. Se trata de recipientes de aspecto tosco, que no suelen presentar tratamiento superficial alguno, salvo escasas excepciones. Como mucho el único acabado que muestran es un simple alisamiento. Utilizan una pasta poco depurada, con mucho desgrasante, que se suele cocer irregularmente en hornos reductores que alcanzan escasa temperatura. Durante el Bronce Final no presentan decoración, salvo en algunas piezas donde se documentan incisiones muy sencillas en el borde. Esto cambiará a partir del siglo VIII, cuando algunos ejemplares llevan diferentes ornamentaciones a base de impresiones digitales, pero sin modificar su aspecto tosco. Dentro de la cerámica fenicia de cocina no faltan las ollas/orzas a mano, aunque son perfectamente diferenciables de las indígenas por su perfil (vid. infra).

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FIG. 365. Tipología de la forma 5 -ollas/orzas-.

La cerámica a mano

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FIG. 366.

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Localización de la ollla/orza tipo 5,1 -perfil ovoide-.

1.

Cuesta del Negro, estrato IV/norte y sur

2.

Cerro de la Encina, estrato IIIb y IIIa

3.

Cerro de la Miel, estrato A-6/Cerro de la Mora, fase I

4.

Capellanía, fase VII

5.

Cuesta de los Chinos, nivel III

6.

Cerro de los infantes, corte 23, niveles 2, 5, 7

7.

Cerro del Real, gran cabaña oval

8.

Peñón de la Reina, horizonte III

9.

Cerro del Centinela, cabañas A y B

10.

San Pablo, unidad estratigráfica 7

11.

Montilla, corte 1, estrato 1

12.

Frigiliana, tumba 5

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La cerámica a mano

En las ollas/orzas de la alta Andalucía observamos los siguientes tipos (FIG. 365): Tipo 5,1. Cuerpo ovoide con estrechamiento superior a modo de cuello, sin inflexiones bruscas, borde ligeramente exvasado. Tipo 5,2. Cuerpo globular u ovoide, cuello acampanado y exvasado, perfectamente diferenciado del galbo por una inflexión pronunciada. Tipo 5,3. Cuerpo globular u ovoide, sin cuello y con paredes reentrantes. Tipo 5,4. Cuerpo ligeramente troncocónico invertido o cilíndrico, con paredes de tendencia recta, sin cuello. b)

El tipo 5,1. Cronología, distribución y evolución

La olla/orza correspondiente al tipo 5,1 es la más común en la alta Andalucía, debiendo iniciar su andadura en el periodo Subargárico/Bronce Tardío. No se documenta en la cerámica argárica como tal19. Algunos recipientes de Cogotas I ofrecen un perfil muy parecido al tipo 5,1 (FernándezPosee, 1986: figs. 1, nº. 13; 3, nº. 7 y 14). La similitud entre ciertas orzas de Cogotas I y las propias del Bronce Final de la alta Andalucía creemos que significa nada, puesto que una forma tan sencilla la encontramos también en otros grupos culturales coetáneos y posteriores20. Las ollas/orzas del siglo 5,1 aparecen también con cierta frecuencia en el valle del Guadalquivir durante el Bronce Final-Hierro Antiguo. El tipo 5,1 muestra una gran variabilidad en el perfil, en la que sin duda tiene mucho que ver su amplia distribución, ya que aparece prácticamente en casi todos los poblados de la alta Andalucía (FIGS. 366-367). Cuando el material es muy fragmentario puede confundirse con los vasos de perfil en "S"21. Entre los ejemplares que conocemos completos hay algunos sin 19

La forma 4 de Siret (Ruiz, 1977: fig. 2) es el único vaso argárico que recuerda de lejos la morfología del tipo 5,1. 20

Por ejemplo, encontramos perfiles muy similares en el Bronce Final de Cataluña (Rovira y Santacana, 1982: fig. 48, nº. 5) y del centro de Portugal (Kalb, 1978: fig. 18). Incluso, una forma muy similar se observa en ejemplares de época romana producidos localmente en los alfares del sur peninsular (Serrano, 1994: figs. 2-3). 21

Por ejemplo en la memoria del Peñón de la Reina (Martínez y Botella: 1980). Por otro lado, en alguna publicación se denomina a este tipo de vasos "ollas ovoides con perfil en S" (Ladrón de Guevara, 1994: 40).

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elementos de aprehensión y otros con mamelones, por lo que dentro del tipo se darían tanto orzas como ollas. Al ser una forma de uso tan extendido, su perduración fue bastante larga en todo el sur peninsular, pues todavía es abundante en el siglo VII hecha a mano. A este respecto, hay que decir que apenas fue fabricada a torno, observándose una progresiva decadencia de la calidad de los recipientes conforme avanza la cronología. En el Hierro Antiguo es frecuente que estas ollas/orzas se decoren con impresiones digitales en la zona superior del galbo, marcando una línea de separación con el cuello22. Los ejemplares del tipo 5,1 presentan perfiles muy variados, por lo que no existe uno igual a otro. Por ello, es preferible no señalar la existencia de variantes, pues su número sería bastante elevado y sólo contribuiría a generar confusión. La causa de esta ausencia total de estandarización pensamos que se debe estas ollas/orzas tipo 5,1 no están elaboradas por artesanos especialistas, sino que responden a una fabricación doméstica, de acuerdo con las necesidades cotidianas. En la alta Andalucía los primeros ejemplares del tipo 5,1 corresponden a la fase del Bronce Tardío -estrato IV/norte y sur- de Cuesta del Negro (Molina González y Pareja, 1975: fig. 33, nº. 128; 65, nº. 262-263). Una característica morfológica que presentan estos vasos de Purullena es el escaso desarrollo del borde, muy poco exvasado. Un poco más tarde, en el estrato IIIb del Cerro de la Encina, fechado en el siglo X, aparece el tipo con el labio más desarrollado (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 31). Idéntica característica vemos en otra pieza del estrato A,6 del Cerro de la Miel, datado por sus excavadores en el siglo XI (Carrasco et alii, 1987a: 47, nº. 91). Una fecha de finales del siglo X o comienzos del siguiente podría tener una pieza del tipo 5,1 hallada en la fase VIII de Capellanía. El cuello de la misma tiene una gran desarrollo, lo que le da un característico aspecto abocinado (Martín Córdoba, 1993-94: fig. 7, nº. 13). En el siglo IX y principios del VIII tenemos el tipo bien estratificado en diferentes lugares de la vega de Granada. La fase I del Cerro de la Mora reúne una considerable variedad de perfiles. Así tenemos un ejemplar donde el galbo es troncocónico con una marcada carena, pero con cuello estrecho y borde exvasado (Pastor et alii, 1981: fig. 4, nº. 4). Es un perfil que sólo se documenta en esta pieza, por lo 22

Nuestro tipo 5,1 equivale a la forma 1 de la cerámica andaluza con impresiones digitales sistematizada por I. Ladrón de Guevara (1994: 41).

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que lo consideramos un tipo muy local de 5,1. También encontramos variantes un tanto peculiares como un ejemplar que presenta galbo de marcada tendencia troncocónica invertida, por lo que el mayor diámetro se alcanza en la boca, y otro que presenta borde vertical (Pastor et alii, 1981: fig. 4, nº. 3 y 6). Unos perfiles más homogéneos encontramos en los estratos IIIa y b del Cerro de la Encina (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 31 y 71), en el nivel III de la Cuesta de los Chinos, donde el tipo es bastante homogéneo (Fresneda, Rodríguez y Jabaloy, 1985: fig. 9, c-e) y en el estrato 2 del corte 23 del Cerro de los Infantes, en este último caso con mamelones (Mendoza et alii, 1981: fig. 11, j). En el mismo periodo, el tipo 5,1 también aparece en la altiplanicie de Guadix-Baza. Concretamente en la gran casa oval del Cerro del Real, presentando un cuello bastante desarrollado y mamelones en la zona superior del galbo (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 4, nº. 33). Frente a esta variedad de perfiles que vemos durante el Bronce Final Pleno, las fases del Hierro Antiguo I y II suponen una mayor estandarización del tipo. Ahora encontramos una morfología bastante parecida en casi todos los lugares donde aparece: cuerpo ovoide, cuello suave y borde corto de tendencia recta o poco exvasada. Muchos ejemplares llevan decoración a base de impresiones digitales o de uña en el arranque del cuello, como ya hemos señalado anteriormente. En estos momentos de la segunda mitad del siglo VIII y centuria siguiente el tipo 5,1 a mano se constata estratificado en el Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980: fig. 121), Cerro del Centinela (Jabaloy et alii, 1983: figs. 7, nº. 5), Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: figs. 14, n; 16, a), San Pablo (Fernández Rodríguez et alii, 1996: fig. 8, nº. 7-12) y Montilla (Schubart, 19 fig. 6, nº. 3). En algunos de estos mismos lugares -Cerro del Centinela- el tipo aparece también a torno, circunstancia que también ocurre en la necrópolis de Frigiliana. Un recipiente un tanto peculiar dentro del tipo 5,1 ha sido hallado en el Peñón de la Reina en las fases IIIb y IIIc, ya dentro del Hierro Antiguo II. Se trata de unas piezas de gran tamaño, con alguna que alcanza los 80 cm. de altura, que indudablemente estaban destinadas al almacenaje de provisiones. Algunas disponen de mamelones (Martínez y Botella, 1980: figs. 87-88 y 121122). Estos vasos a mano del Peñón de la Reina son los recipientes más grandes que conocemos en el ámbito indígena de la alta Andalucía. Precisamente, coexisten en dicho poblado almeriense con las cerámicas a torno.

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FIG. 367. El tipo 5,1 en diferentes poblados.

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Parece evidente que nos encontramos ante un recipiente un tanto especial, producto de la coyuntura y elaborado por un único alfar o artesano indígena, ya que no lo tenemos documentado en ningún otro lugar23. ¿Se deseaba con ello conseguir una cierta emulación de la capacidad de carga de las ánforas R-1? Si esta era la intención de la iniciativa, resultó un fracaso. c)

El tipo 5,2: uso doméstico y funerario

El tipo 5,2 constituye un caso un tanto especial dentro de las ollas/orzas, ya que en algunos lugares fue utilizado como urna cineraria, aunque no deje de aparecer en contextos habitacionales como recipiente de almacenaje o de cocina. El uso funerario lo tenemos documentado en el área del Sureste peninsular, concretamente en la depresión de Vera24, litoral de Murcia y bajo Segura-Vinalopó (FIGS. 368-369). El conocimiento de las necrópolis de incineración del levante almeriense a finales del siglo XIX motivó la adscripción de este tipo de recipientes al mundo de los Campos de Urnas (vid. supra cap. 4,4). Sin embargo la aparición de ollas/orzas del tipo 5,2 en los estratos A,6 y A,5 el Cerro de la Miel, con una cronología del siglo XI, nos hace considerar que estos hallazgos de la vega de Granada sean los ejemplos más antiguos de este tipo de recipientes, aunque en un tamaño menor que los que vemos en Almería (Carrasco et alii, 1987a: 24, nº. 13-14). Por tanto, nos encontraríamos con un tipo cerámico netamente autóctono de la alta Andalucía. La continuidad la podemos ver en el Cerro de la Encina, con una fecha probable del siglo X (Arribas et alii, 1974: fig. 72, nº. 40; Molina González, 1978: tab. tip., nº. 69). Piezas más tardías son las aparecidas en el mismo poblado en el estrato II, ya de la segunda mitad del siglo IX; en estos momentos encontramos perfiles con la boca exvasada y otros con el cuello de paredes convergentes (Molina González, 1978: tab. tip. nº. 68-69). Más reciente es el ejemplar, ya del siglo IX y en la primera mitad del siglo VIII, aparecido en el nivel 3 del corte 23 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 13, a).

23

Al menos con seguridad absoluta.

24

La aparición del recipiente completo en la necrópolis de Curénima ha motivado que algunos autores denominen a estos vasos con dicho nombre (Molina et alii, 1983: 693).

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En la zona oriental de la provincia de Granada, se documentó un fragmento bastante tosco en la gran casa oval del Cerro del Real (Pellicer y Schüle, 1962: fig. 4, nº. 8). En este mismo momento es cuando deben situarse los recipientes tipo 5,2 de las necrópolis de la depresión de Vera, en lo que coinciden también con la cronología de Les Moreres. Finalmente, en el estrato I del Cerro de la Encina, el más reciente del poblado y datado hacia 750/700-650 a.C., aparece un ejemplar de olla/orza tipo 5,2 hecho a torno, con idénticas características formales que los anteriores del mismo poblado. Respecto a este recipiente F. Molina duda entre atribuirle un carácter de importación fenicia o considerarlo producto de un taller indígena cercano a la costa (Molina González, 1978: 223, tab, tip. nº. 98). Por nuestra parte, consideramos más verosímil la segunda propuesta, ya que este tipo no se documenta entre las producciones fenicias, siendo un recipiente netamente autóctono. Respecto a la ubicación del posible centro productor de esta manufactura a torno, no creemos que estuviera fuera del entorno de la vega de Granada. Parece que el tipo 5,2 no llegó a sobrepasar la segunda mitad del siglo VIII. Salvo algunos escasos ejemplos -como el señalado de Monachil- apenas si se fabricó a torno. En contextos bien fechados de la vega de Granada no aparece desde c.700 a.C, casos del Albaicín, del nivel 7 del Cerro de los Infantes y de la fase III del Cerro de la Mora. En la misma línea habría que añadir que las ollas/orzas de este tipo que veíamos en la fase Peña Negra I -necrópolis de Les Moreresno se encuentran ya en el horizonte Peña Negra II, fechado entre 700 y 550 a.C.

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FIG. 368. 1. 2. 3. 4. 5.

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Distribución de la olla/orza tipo 5,2 –cuello marcado-. Necrópolis de la depresión de Vera Cerro de la Miel, estrato A-6 Cerro de la Encina, estratos III-I Cerro de los Infantes, corte 23, nivel 3 Cerro del Real, gran cabaña oval

d) El tipo 5,3: un vaso para almacenaje El tipo de olla/orza 5,3 puede resumirse como un recipiente de tipo globular u ovoide, sin cuello y paredes reentrantes, que –en ocasiones- puede presentar pequeñas asas o mamelones. Aparece concentrado en las provincias de Granada y Almería, prácticamente no se documenta en el área malagueña ni tampoco aparece en el valle del Guadalquivir (FIGS. 370-371). En cuanto a sus dimensiones se trata de recipientes de tamaño considerable, por lo que claramente se trata de vasos para almacenaje. A este respecto, queremos comentar que su distribución en la zona oriental de la subregión de las Béticas

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no resulta caprichosa: fue el contenedor por excelencia en esta zona durante el Bronce Final Antiguo y Pleno. En los poblados del área malagueña el recipiente de gran capacidad fue el vaso acampanado propio de Andalucía occidental forma 7-, de ahí que no aparezca el tipo 5,3 en ellos. Mientras, observamos que desde la vega de Granada hacia el este no conocemos ejemplares de forma acampanada, lo cual puede explicarse porque existía el tipo 5,3 con idéntico cometido. La vigencia en el área de las Béticas de la olla/orza tipo 5,3 como del vaso acampanado de la forma 7 finalizó en la primera mitad del siglo VII, ya que fueron sustituidos rápidamente por las ánforas R-1 y los pithoi a torno. Las ollas/orzas del tipo 5,3 se documentan por primera vez en los niveles del Bronce Tardío de la Cuesta del Negro -estrato II-, en un momento que debe situarse hacia el año 1200 a.C. Se hacen especialmente abundantes durante el último momento de ocupación del poblado, correspondiente a los inicios del Bronce Final Antiguo, apareciendo en el estrato VI/sur, fechado en el siglo XI, donde alcanzan casi el 40% de la cerámica clasificada. Los diámetros de boca de las piezas de mayor tamaño oscilan entre los 30 y 35 cm. de anchura, mientras que su altura -en aquellas piezas completas- alcanza entre 40 y 45 cm. Las superficies son siempre groseras, con un simple alisamiento. Algunos vasos presentan decoración digitada muy sencilla sobre el borde (Molina González y Pareja, 1975: figs. 35, nº 140; 65; 90, nº. 395; 93-94; 99). Durante el siglo X encontramos grandes recipientes tipo 5,3 en el Cerro de la Encina, concretamente en los estratos IV y IIIb. Algunos de estos presentan pequeñas asas circulares (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 3233). La misma tónica de grandes contenedores encontramos en el estrato IIIa, de la primera mitad del siglo IX, pero ahora con mamelones (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 73). También durante el siglo IX aparece el tipo 5,3 en el Cerro de los Infantes -nivel 3-, pero de una manera bastante fragmentaria (Mendoza et alii, 1981: fig. 13, f). Un ejemplar tardío de la serie procede del estrato I del Cerro de la Encina, fechado ya en la segunda mitad del siglo VIIIprincipios del VII (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 100).

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FIG. 369.

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Ejemplares del tipo 5,2. 677

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FIG. 370.

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Dispersión de las ollas/orzas tipo 5,3 –cuello ovoide o globular-.

1.

Cuesta del Negro, estrato II/norte y VI/sur

2.

Cerro de la Encina, estratos IV, IIIb, IIIa, II y I

3.

Cerro de los Infantes, corte 23, niveles 3 y 7

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FIG. 371.

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Algunos hallazgos del tipo 5,3. 679

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e) El tipo 5,4 y sus variantes Finalmente, la olla/orza del tipo 5,4 es un recipiente caracterizado por sus paredes de tendencia recta, lo que le da un aspecto de vaso netamente abierto. No poseen cuello. El labio suele ser recto, aunque también encontramos algún ejemplar con el mismo engrosado al exterior. Determinadas piezas poseen mamelones. Su variedad de tamaños es considerable, ya que, junto a vasos grandes de casi 50 cm. de altura, indudablemente con funciones de almacenaje, hay otros de no más de 15 cm. Los primeros suelen ser bastante más toscos. La forma del galbo determina dos variantes (vid. FIG. 365): 5,4,a. Paredes exvasadas, cuerpo de tendencia troncocónica invertida. 5,4,b. Paredes verticales, con un cuerpo más o menos cilíndrico o ligeramente abombado. Las ollas/orzas tipo 5,4 tienen una distribución amplia por toda el área de las Béticas, aunque se observa una mayor concentración en la zona de Granada-Almería (FIGS. 372-373). No obstante, no fue nunca un recipiente abundante. Apenas sí aparece en el valle del Guadalquivir y por el este no se extiende más allá del bajo Segura. De este modo, aparece en El Castellar de Librilla (Ros, 1989: 243, II.F.3), pero no en Los Saladares. Hacia el Vinalopó, encontramos una forma similar en Crevillente, pero de menor desarrollo de paredes -forma 7 del Horizonte Peña Negra I- (González Prats, 1983a: tab. tip. 3). Los primeros ejemplos los encontramos en los niveles más recientes de la Cuesta del Negro, datados en un Bronce Final Antiguo del siglo XI. Desde el primer momento -estrato VI/sur- aparecen las dos variantes antes reseñadas, caracterizándose por sus grandes dimensiones (Molina González y Pareja, 1975: figs. 95; 100, nº. 441-442). En el Cerro de la Encina también encontramos este tipo de recipientes por las mismas fechas -estrato III del corte 3- (Arribas et alii, 1975: fig. 60, nº. 154) y en momentos posteriores ya de la última fase del poblado -estrato I-, ya de la segunda mitad del siglo VIII y mediados del siguiente (Molina et alii, 1978: tab. tip., nº. 100). En cambio, no tenemos constatado el tipo en otros lugares emblemáticos de la vega de Granada como el Cerro de los Infantes o el Cerro de la Mora. Sin embargo, en este último

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poblado aparece un vaso pintado que reproduce el tipo 5,4,a elaborado a torno, dotado de asas geminadas y borde exvasado; el hallazgo corresponde a la fase III, fechada entre el último cuarto del siglo VIII y finales del VII (Pastor et alii, 1981: fig. 5, nº. 18). Pensamos que el artesano que elaboró esta pieza combinó elementos propios del pithos fenicio y de un recipiente indígena que tenía muy en cuenta. Que se trató de un "experimento" lo demuestra que este hallazgo es un unicum, ya que no conocemos otro con similares características. Durante el Hierro Antiguo, la forma a mano experimenta una gran reducción de tamaño cuando aparece, pues su cometido de contenedor no tenía ya mucho sentido al estar circulando las ánforas R-1 y los pithoi. Pequeños vasos de este tipo 5,4 se 681

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documentan durante esta etapa en lugares como Peñón de la Reina -casa 3(Martínez y Botella, 1980: figs. 181, nº. 2; 184), Montealegre (Adroher et alii, 1993-94: figs. 1, nº. 4; 2, nº. 11), Los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94: fig. 3) y El Castellón de Gobantes25 (García Alfonso et alii, 1997b: fig. 6).

FIG. 373. Recipientes del tipo 5,4.

25

Estas piezas del valle del Guadalteba se caracterizan por presentar borde engrosado al exterior.

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FIG. 374. Tipología de la forma 6 –soportes-. 683

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6. SOPORTES. FORMA 6 El soporte cerámico es un elemento fundamental en el repertorio artefactual del Mediterráneo preclásico. Desde el tercer milenio lo encontramos en numerosos numerosas áreas: Egipto, Siria-Palestina, Anatolia, el Egeo, islas del Mediterráneo central y la península Ibérica. Centrándonos en este último ámbito, vemos como los soportes se documentan desde el Calcolítico. Por tanto, estamos ante una forma que es común tanto al repertorio material autóctono como al fenicio, aunque entre los ejemplares que se adscriben a uno u a otro existen señaladas diferencias. En esencia, podemos definir el soporte como un utensilio cuyo cometido es sujetar con una cierta estabilidad vasos de fondo curvo. El primer problema que se planteó la investigación en relación con los soportes data de fines del siglo XIX, cuando los Siret se preguntaban por qué los alfareros del Cobre y el Bronce no realizaron todos los recipientes con fondo plano. Los ingenieros belgas establecieron una vaga relación entre los soportes prehistóricos que ellos estaban acostumbrados a ver en el bajo Almanzora y los que utilizaban los lugareños de la zona cuando retiraban las ollas del fuego, algunos de cerámica y otros de esparto (Siret y Siret, 1890: 92-93). Unos años más tarde, G. Bonsor ofreció una explicación en la misma línea, al observar que muchos recipientes con bases de tipo convexo presentaban éstas quemadas, mientras que las planas no (Bonsor, 1899: 104). P. Gasull, autora del estudio más completo sobre soportes protohistóricos de la península Ibérica y a quien seguimos fundamentalmente en este apartado, ha ofrecido una respuesta al problema de los diferentes tipos de fondos de recipientes. Según dicha investigadora, los vasos que poseen base convexa son más aptos para cocinar directamente sobre troncos o sobre brasas, ya que el fondo curvo permite una perfecta adaptación a una superficie irregular e inestable (Gasull, 1982: 65). Parece factible es que se utilizaran para sujetar determinados vasos de casquete esférico y carenados de gran diámetro, que tuvieran una cierta movilidad, aunque tampoco es descartable que se emplearan con algunos recipientes de almacenaje de gran tamaño del tipo 5,1 y 5,2, debido a que su pequeño fondo no garantizaba la estabilidad necesaria en el recipiente. También las ánforas R-1 necesitaban soportes, pero tenían un tipo propio fenicio, que no llegó a introducirse en el mundo indígena, a pesar de que pesar de que los recipientes anfóricos sí lo hicieron con profusión. Lo que no cabe 684

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duda es que los soportes fueron utensilios de uso común, pues se encuentran repartidos por todo el sur peninsular. Morfológicamente, se distinguen tres tipos de soporte a mano en la alta Andalucía, con una distribución bastante dispar en cada caso (FIG. 376): Tipo 6,1. Soporte de carrete. Tipo 6,2. Soporte con anillo de sustentación interior. Tipo 6,3. Soporte cilíndrico. a) Evolución del soporte de carrete -tipo 6,1El tipo 6,1 -soporte de carrete- consta de dos troncos de cono huecos unidos por su base de menor diámetro a modo de diábolo. En el cuello pueden poseer uno o varios anillos de refuerzo o un ensanchamiento convexo. Algunos ejemplares alcanzan una altura considerable –19,3 cm. uno de Setefilla26-, aunque la mayoría están entre los 7 y los 15 cm. Este tipo de piezas se realizaron a mano, a torno y en bronce. Estamos ante un tipo netamente indígena, ya que se está perfectamente constatado en el sur peninsular en momentos muy anteriores a la presencia fenicia, concretamente desde la Edad del Cobre. Del Bronce Pleno conocemos la presencia de un ejemplar casi completo en el estrato XIV de la Mesa de Setefilla (Aubet et alii, 1983: fig. 19, nº. 31). Esta pieza viene a constituir una ruptura con los perfiles suaves del Calcolítico, ya que presenta un pronunciado estrangulamiento central, anunciando lo que serán los soportes del Bronce Final-Hierro Antiguo. El ejemplar de Setefilla es un indicio de que el origen de estos soportes de carrete debe situarse en el repertorio artefactual del Bronce Pleno del bajo Guadalquivir, tan escasamente conocido. Un indicio de su posible existencia ya en el Bronce Final Antiguo de la alta Andalucía son dos piezas del estrato A,6 del Cerro de la Miel -siglo XI(Carrasco et alii, 1987, 33, nº. 38; 47, nº. 90). Lamentablemente, estos hallazgos granadinos estan fragmentados de tal manera que resulta imposible tener la total seguridad de que se trate de soportes.

26

Cfr. Gasull (1982: 93, nº. 59).

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No será hasta el siglo IX cuando el tipo 6,1 se generalice, no tanto por su mayor presencia como por el aumento del caudal de datos empíricos que poseemos, como ocurre con otras formas. En este momento aparecen los soportes que P. Gasull ha denominado "tartéssicos arcaicos"27. Ahora las paredes del soporte se hacen más gruesas en el estrangulamiento, ensanchándose hacia el exterior, haciendo así las veces de anillo de refuerzo o baquetón. Una característica formal de estos momentos es que los soportes siempre tienen mayor diámetro que altura, buscando la estabilidad. De acuerdo con la sistematización de P. Gasull, a finales del siglo VIII aparecerían los soportes "tartéssicos plenos"28, que fueron utilizados hasta principios del siglo VI. Se observa una mayor diversificación de los soportes de carrete en el mundo indígena, tanto en las técnicas de fabricación como en las variantes del tipo. Así, se continúan elaborando ejemplares a mano, pero ya se incorporan los hechos a torno, algunos de los cuáles están pintados o elaborados en cerámica gris o sin tratamiento. Ahora el soporte se convierte también en un objeto susceptible de convertirse en un artículo de lujo, como demuestran los dos ejemplares de bronce aparecidos en la tumba 17 de La Joya (Garrido y Orta, 1978: fig. 62). Una característica que diferencia netamente los soportes de carrete a mano del Hierro Antiguo de los es que ahora tienen mayor altura que diámetro, lo que supone una novedad respecto a los anteriores. Conforme pasa el tiempo, tienden a hacerse más altos que anchos, ya que las piezas fabricadas a torno presentan una mayor diferencia entre altura y diámetro máximo, siempre a favor de la primera, que en ocasiones es bastante notable. Un rasgo destacado es la tendencia a destacar el estrangulamiento. Por ello, es necesario reforzar el cuello. Los alfareros indígenas utilizaron varios recursos: engrosamiento de las paredes en esta zona, cuellos macizos, intercalar un cilindro hueco entre los dos troncos de cono, aumentar el número de anillos de refuerzo, etc., elementos que nos ayudan a configurar una serie de variantes dentro del tipo. Un cambio morfológico que quizás se deba a la influencia fenicia es que unos pocos soportes, siempre realizados a torno, individualizan el borde en forma de labio, pero siempre en ambos extremos, de modo que no pierden la simetría

27

Subgrupo 3a de P. Gasull (1982: 72).

28

Subgrupo 3b de P. Gasull (1982: 72-76).

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característica de estos utensilios29. b) Las variantes del tipo 6,1 y su dispersión en la alta Andalucía Para señalar variantes dentro de nuestro tipo 6,1 -soporte de carrete-, hemos establecido una serie de criterios basados en el perfil del cuello, que es el único elemento que presenta algunas particularidades propias, ajenas a la progresiva estandarización de estos utensilios. Establecemos, pues, las siguientes (vid. FIG. 374): 6,1,a. Soporte simple bitroncocónico. Es el perfil más sencillo, caracterizado por dos troncos de cono unidos por su base menor, sin que se aprecie ningún refuerzo o baquetón, siquiera en la zona del cuello, adoptando un perfil de arco continuo. 6,1,b. Soporte con anillo de refuerzo simple. Tiene forma de diábolo con un baquetón central, grueso o fino. Es la forma más abundante en todo el sur peninsular durante el Bronce Final-Hierro Antiguo. 6,1,c. Soporte con anillos de refuerzo dobles o múltiples. Es una derivación del anterior. Bien por una crisis de confianza o por mera estética, el alfarero refuerza la zona del cuello con dos anillos o más, hasta un máximo de cuatro. Está escasamente documentada. 6,1,d. Soporte con cuerpo central globular. El anillo de refuerzo se convierte en un visible ensanchamiento del diámetro del cuello, de modo que la pared interior también adopta una característica doble inflexión en su perfil. Los ejemplares de la VARIANTE 6,1,a que conocemos en la alta Andalucía son todos a mano y presentan las superficies cuidadas (vid. FIGS. 375-376). En Acinipo se han documentado un número indeterminado de ellos (Aguayo et alii, 1987: 300) en un contexto del siglo VIII. Otro ejemplar se recogió en superficie en El Cerrajón de Ardales (Martín Córdoba et alii, 1991-92: fig. 5, nº. 1). En el Cerro de la Encina se conoce otro que F. Molina (1978: 223, nº. 90) asigna a su Bronce Final III. Finalmente, a otra pieza conocida en Fuente Álamo se le ha atribuido una datación tardía dentro de la serie (Gasull, 1982: 90, nº. 44). quizás un tanto precipitadamente. Debido a lo rodado que 29

Por ejemplo, en sendos ejemplares del túmulo A de Setefilla (Aubet, 1981a: fig. 60), poblado del Carambolo bajo y Cerro Macareno (Ruiz Mata, 1995: fig. 21, nº. 10 y 22).

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está no se sabe si está fabricado a mano o a torno lento, pero es seguro que tenía el cuello macizo. Gasull lo fecha con reservas en el siglo VII, de acuerdo con los criterios tipológicos elaborados por ella misma. Parece que es una cronología demasiado baja, dado que el abandono de este poblado almeriense se ha venido situando con elementos de Cogotas I claramente intrusivos, lo que vendría a establecer su última ocupación quizás muy a principios del siglo VIII o a finales del IX, eso forzando mucho a la baja. Esto hace que aumente el interés de este soporte de Fuente Álamo, ya que podría ser indicio de una ocupación posterior del emplazamiento, aunque fuera muy puntual o de una pieza de una cronología alta, quizás de los primeros tiempos del Bronce Final; pero carecemos de indicios para pronunciarnos en un sentido u otro.

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FIG. 376. Soportes de carrete en la alta Andalucía. 689

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El soporte de carrete de la VARIANTE 6,1,b es, con diferencia, el más abundante en todo el sur peninsular (vid. FIG. 375-376). Además, es el que reúne mayor información de carácter estratigráfico, lo que permite una cierta aproximación a su datación y evolución a lo largo del Bronce Final-Hierro Antiguo. La eclosión de este utensilio se produce en la alta Andalucía en los siglos IX y VIII, decayendo después, posiblemente por su sustitución por otros tipos. El que hoy por hoy es, probablemente, el ejemplar seguro30 más antiguo en la zona procede del malagueño Cerro de Capellanía. Sus proporciones achatadas y la disposición de sus elementos muestran un aspecto netamente arcaico, lo que está en plena consonancia con su aparición en la fase VIII de este poblado, fechada en los siglos X-IX (Martín Córdoba, 1993-94: 7, fig. 7, nº. 17). Ya en el siglo IX, pero con posibilidad de abarcar la primera mitad de la siguiente, encontramos los soportes hallados en diferentes poblados de la vega de Granada. En el nivel 3 del corte 23 del Cerro de los Infantes, fechado también en el siglo IX, aparecieron dos piezas (Mendoza et alii, 1981: fig. 13, lm); sus paredes más esbeltas revelan que se trata de prototipos más evolucionados que el de Capellanía, de acuerdo con la evolución que se observa en el bajo Guadalquivir y que aquí va en consonancia con la datación estratigráfica. Idéntica tendencia, se observa en otro soporte 6,1,c del cercano Cerro de la Encina (Molina González, 1978: 220, tab. tip. nº. 51). Paralelo muy cercano a este soporte es otro que carece de contexto y que procede del Cerro de las Ánimas de Caniles (Gasull, 1982, 91: nº. 48). El tipo 6,1,b a mano decae considerablemente a finales del siglo VIII y centuria siguiente en la alta Andalucía sólo perdurando en algunos lugares como el Peñón de la Reina. En esa época tanto en el valle del Guadalquivir como en el Levante meridional esta variante de soporte pasa a fabricarse a torno y continúa su evolución con cierto vigor. En cambio, en el área de las Béticas se documenta muy poco, quizás porque fue sustituida por otros utensilios con el mismo cometido, tales como los soportes anulares en cerámica gris, cuya presencia aumenta ahora de forma notable. Centrándonos en el horizonte III del Peñón de la Reina, fechado en estos momentos, se han documentado seis soportes 6,1,b, todos a mano y en un variado estado de conservación. En la denominada casa 1 se pudieron documentar dos ejemplares; igualmente, otros dos aparecieron en la cabaña 3 (Martínez y

30

A este respecto, recuérdese lo dicho sobre las dos piezas del estrato A,6 del Cerro de la Miel.

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Botella, 1980, figs. 147, nº. 2-3; 180-181, nº. 1). Estos soportes de Alboloduy presentan una morfología bastante uniforme tanto en la pasta, en sus proporciones diámetro-altura, en el grosor de las paredes y en la disposición de sus elementos, entre los que destaca el baquetón en arista. Esta homogeneidad bien pudiera ser atribuida a un único taller alfarero que abasteció al poblado de cerámica, lo cual no sería nada extraño. Las VARIANTES 6,1,c y 6,1,d están escasamente representadas en la Andalucía mediterránea y su hinterland (vid. FIG. 375-376). De la primera sólo tenemos documentado un fragmento en el Cerro de los Infantes; en concreto procede del nivel 5 del corte 23, fechado entre los años 775/750 y 725/700 (Mendoza et alii, 1981: fig. 14, g). La segunda sólo se conoce un hallazgo en el Cerro de la Encina, fechado entre finales del siglo XI y comienzos del siguiente (Molina González, 1978: tab. tip., nº. 52). Para terminar con el tipo 6,1 -soporte de carrete-, se conocen en toda el área de la Andalucía mediterránea y su traspaís una serie de piezas, todas a mano, que, debido a lo fragmentario de su conservación, no pueden clasificarse dentro de ninguna de las variantes antes reseñadas (vid. FIG. 375): uno de la fase I de Adra (Suárez et alii, 1989: fig. 5, e), varios de la denominada unidad estratigráfica 7 de la plaza de San Pablo de Málaga (Fernández Rodríguez et alii, 1997: nº. 9-10) y otro posible en el nivel III del corte A del Castellón de Gobantes (García Alfonso et alii, 1997: fig. 7). También en Acinipo, en los niveles de estos momentos, aparecen soportes de carrete a mano, pero su tipología concreta no se especifica (Aguayo et alii, 1987: 299). c) Los soportes tipo 6,2 y 6,3 Estos recipientes se muestran mucho más escasos que el grupo anterior, apareciendo algunos en la vega de Granada y en el norte de la provincia de Málaga (FIGS. 377-378). El TIPO 6,2 presenta un perfil parecido al 6,1, ya que tiene una forma de diábolo, pero mucho más baja. Bien pudiera ser una derivación local del anterior, pero como no conocemos ningún ejemplar completo, no podemos asegurarlo. La zona central interior presenta una pestaña sobre la que se apoya el fondo del vaso. Por el momento, sólo lo conocemos en la vega de Granada. Se constata en la fase II del Cerro de la Mora, a mediados del siglo VIII (Pastor

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et alii, 1981: fig. 4, nº. 12), y en superficie en la Mesa de Fornes (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: fig. 12).

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El TIPO 6,3 consiste en simples cilindros de cerámica, de pequeño tamaño, que llevan varias estrías alrededor. Debían servir para sujetar cuencos o recipientes de pequeño tamaño. Conocemos un ejemplar a mano en el Cerro de la Encina, que se incluye en el Bronce Final II de F. Molina González (1978: 220, tab. tip. nº. 53), y otro más en Huertas de Peñarrubia, genéricamente fechado en los siglos VIII-VII (García Alfonso, 1999a: fig. 11, b). A torno se constata un hallazgo en el Albaicín -Carmen de la Muralla-, fechado en el siglo VII (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 13, h). En Acinipo este tipo de soporte, también a torno, tiene una cierta representación durante la misma centuria, aunque por la escasa información que nos proporcionan sus excavadores apenas podemos hacer alguna valoración, aparte de constatar su existencia (Aguayo et alii, 1987: 302). 7. VASO ACAMPANADO. FORMA 7 Desde hace décadas, los arqueólogos que trabajan en el bajo Guadalquivir prestan especial atención a un tipo de recipiente de gran tamaño y caracterizado por su peculiar perfil acampanado. En la denominación de estas piezas la nota predominante ha sido la ambigüedad: se ha utilizado el galicismo vasos à chardon y los términos urnas y pithoi. Estas tres últimas categorías le atribuyen unas funciones específicas funeraria y de almacenaje que sólo son válidas en determinados contextos. Por nuestra parte, preferimos la denominación vaso acampanado, pues resulta menos subjetiva al tomar como referencia un elemento tangible como la forma. a) Morfología Esta clase de piezas se caracterizan por su considerable tamaño. La mayoría debe medir en torno a los 40-50 cm. de altura, pero las hay mayores, a tenor de algunos fragmentos. Los rasgos tipológicos de la forma 7 vienen definidos por su perfil acampanado. La boca y el cuello no tienen solución de continuidad, configurado un tronco de cono muy exvasado. El borde suele ser recto, aunque en algunas piezas presenta un engrosamiento al exterior o un ligero estrangulamiento al interior y al exterior. El galbo es marcadamente ovoide, aunque su achatamiento es muy variable; algunos ejemplares tienen un perfil muy esbelto mientras que otros muestran un aplastamiento manifiesto en su cuerpo, que adquiere tendencia globular. El contacto entre los sectores boca-cuello y cuerpo se resuelve mediante varias soluciones. Unas pocas piezas 693

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no tienen línea de carenación, sino un progresivo cambio de la orientación de la pared, configurando casi un perfil en "S", que se hace más brusco en un momento dado. Sin embargo, la gran mayoría de los vasos acampanados muestran una carena delimitando bien ambos sectores, que resulta más o menos pronunciada. En algunos recipientes esta carena se convierte en una muesca acanalada, que alcanza gran desarrollo y configura una especie de hombro. El fondo de los vasos acampanados es habitualmente plano (vid. FIG. 343). Unas pocas piezas presentan resalte, que es también plano, y muy pocas tienen anillo de asiento31. Habitualmente, las vasos acampanados no disponen de ningún elemento de aprehensión, pero unos pocos ejemplares llevan mamelones que se emplazan en la zona de la carena. El modelado a mano de un recipiente de gran tamaño como éste no estaba exento de problemas de manipulación. Son visibles los hundimientos en la superficie de muchos vasos efectuados antes de la cocción, la mala orientación del eje de muchas piezas, así como la irregularidad del borde en otras. Las paredes son muy gruesas, ya que debido al gran volumen de los recipientes, se necesita una resistencia mayor de lo habitual no sólo para las tareas de almacenaje, sino también para que el mismo vaso no se parta durante el proceso de fabricación. Las pastas, en general, son muy arcillosas, con mucho desgrasante, a base de gravilla calcárea e incluso de pequeñas piedrecillas. La cocción es siempre reductora y seguramente los ejemplares más grandes no se pasaron por el horno sino que fueron cocidos en hogueras al aire libre. Así podría explicarse que algunas zonas del mismo vaso estén más cocidas que otras y que su fragmentación sea tan irregular. El tratamiento superficial que presentan la mayoría de los ejemplares de la forma 6 es un simple alisado o un espatulado, lo que es ya indicio de su uso fundamentalmente cotidiano. Son muy raros los ejemplares decorados, casi siempre en la zona del cuello, apareciendo concentrados en una franja situada entre los valles del Genil -Alhonoz- (López Palomo, 1983: fig. 3) y Guadalteba Huertas de Peñarrubia-. Los motivos son frisos de grandes triángulos que se enlazan en zig-zag. Algunos están realizados con sencillas incisiones en forma de acanaladura, otros combinan superficies bien bruñidas y alisadas o incluso presentan zonas pintadas y sin pintar, bien delimitadas por pequeñas incisiones. 31

Concretamente, algunas halladas en el túmulo B de Setefilla (Aubet, 1981b: figs. 7, nº. 2, y 19,

nº. 1).

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También encontramos decoración “a peine”, formada por multitud de incisiones. La mayor parte de los vasos acampanados que conocemos en el sur peninsular están hechos a mano, muy pocos fueron fabricados a torno, aunque la forma convivió durante un tiempo con las nuevas producciones. Se trata de un recipiente típico de la baja Andalucía, donde aparece prácticamente en todos los lugares habitados entre los siglos IX y VII a.C. En las Béticas sólo lo conocemos en su área más occidental, el noroeste de la provincia de Málaga. Por el momento, pero no se documenta en los poblados de Granada y Almería (FIG. 384). Esta circunstancia podría explicarse porque en esta zona se contaba con un recipiente eficaz como contenedor, el tipo 5,3. b) El vaso acampanado, testimonio del auge del Bronce Final tartéssico El origen de los vasos acampanados ha sido muy discutido. En un principio, se señaló que procedían de algunas formas del repertorio cerámico fenicio. El primero que apuntó esta idea fue Pellicer (1968: 66) para las piezas elaboradas a torno. Este planteamiento fue luego mucho más elaborado por M. Belén y J. Pereira (1985: 315-316), quienes, no obstante, diferenciaron entre una producción a mano indígena y unas importaciones a torno fenicias, especialmente para los hallazgos de los túmulos de Setefilla. Unos años antes, Por su parte, M.E. Aubet (1981a: 134-136) señaló que los vasos acampanados de Setefilla respondían a una tradición indígena. En un artículo de síntesis posterior el mismo Pellicer rectificó su planteamiento original, proponiendo ahora para los vasos acampanados -pithoi para él- un origen autóctono en la cerámica del sur peninsular. Este autor señala como precedentes algunas formas similares del Bronce Medio de Andalucía occidental (Pellicer, 1989: 175, fig. 1,13 y 17). Por su parte, J.F. Murillo sostiene que el origen de los vasos acampanados, que en su tipología para la cerámica tartéssica del valle medio del Guadalquivir identifica como subtipo B3.3, hay que buscarlo en la evolución natural de otras formas similares de la zona, como la que él designa como B3.2. La fecha de aparición de este tipo sería la segunda mitad del siglo VIII (Murillo, 1994: 306), fecha que parece demasiado baja. Los testimonios más antiguos de vasos acampanados son los que aparecen en el estrato 16 de la Colina de los Quemados, fechado entre los siglo 695

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IX y VIII a.C., para generalizarse a partir del nivel 14 de este poblado cordobés, ya del siglo VIII (Luzón y Ruiz Mata, 1973: 14-16, láms. 8-9). En estos estratos no se observa la presencia de materiales a torno. También en un momento prefenicio aparecen en la fase I del Cabezo de San Pedro (Ruiz Mata, 1995: 270, fig. 11). Algunos se documentaron algunos fragmentos en el fondo de cabaña XXXII-XXXIII de San Bartolomé de Almonte, claramente fechado en un horizonte inicial del Bronce Final (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986: 194, nº. 159 y 165). Lo que parece evidente es que la presencia del vaso acampanado sólo se constata arqueológicamente en el siglo IX a.C. Entonces, ¿no existía antes de esa centuria la necesidad de contar con un recipiente de almacenaje de gran capacidad en la Andalucía occidental? A este respecto, las aportaciones realizadas en los últimos quince años respecto al lapso cronológico de los siglos XII-X en el valle del Guadalquivir empiezan a ser clarificadoras. Así, el estrato IIIA del Llanete de los Moros, fechado en el siglo XI, muestra algunos recipientes que ya están anunciando el perfil de tipo acampanado, aunque en vasos de pequeño tamaño. Sorprendentemente esto no es todo, ya que aquí también se documentan grandes recipientes para almacenaje bastante similares a las ollas/orzas de tipo 5,3 que veíamos en la alta Andalucía (Martín de la Cruz, 1987: figs. 29, nº. 208; 25, nº. 146-147 y 153). Más esclarecedora todavía resulta la excavación urbana acometida en 1989 en la calle Costanilla Torre del Oro de Carmona. Aquí encontramos también el mismo tipo 5,3 como único vaso para almacenaje en la denominada unidad estratigráfica 107, donde también abundan los fragmentos de Cogotas I. Estos hallazgos de Carmona se situarían entre los años 1400 y 1100, claramente paralelos al Subargárico/Bronce Tardío de Andalucía oriental (Jiménez Hernández, 1994: fig. 8; 13, nº. 1-2). Por tanto, aunque el origen de las formas acampanadas se nos presente problemático por el momento, sí parece que algunos de sus elementos morfológicos ya estaban presentes en un repertorio artefactual aún insuficientemente conocido. Es posible que su configuración como forma propia tuviera mucho que ver con el gran desarrollo que experimentan las cerámicas de Andalucía occidental entre finales del siglo X y la primera mitad del IX, conectado con otros cambios de carácter económico y social. Ahora van a aparecer vasos que tendrán una larga vigencia. Igualmente, surgen estilos decorativos tan peculiares como las cerámicas de retícula bruñida o las pintadas

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de tipo Carambolo. Por tanto, la aparición de la forma 7 debe vincularse al proceso de consolidación de las comunidades de Andalucía occidental y a la mayor capacidad de producción de éstas, por lo que se explica la necesidad de un recipiente de almacenaje con gran capacidad. c) Cronología y evolución de los vasos acampanados. Presencia en la alta Andalucía El vaso acampanado se expande durante el Hierro Antiguo, conviviendo con la cerámica a torno en todo el valle del Guadalquivir. Una data de finales del siglo VIII se documenta en el nivel 26 de Cerro Macareno (Pellicer, Escacena y Bendala, 1983: fig. 74, nº. 356). Idéntica fecha, aunque prolongándose hasta los inicios del siglo VII, tienen los ejemplares aparecidos en los fondos XIV.A y VIV.B de San Bartolomé de Almonte, que pertenecen a la fase I-II de este poblado (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986: 234, fig. 36). La eclosión de los vasos acampanados tiene lugar durante los siglos VII y VI en toda Andalucía occidental. La forma se documenta en lugares como Cerro Salomón (Blanco, Luzón y Ruiz, 1970: 33, nº. 292), el Carambolo Bajo (Carriazo, 1973: láms. 413-414) y en la necrópolis de la Joya32 (Garrido y Orta, 1970, fig. 8), por no hacer una lista excesivamente larga. El enclave que más vasos acampanados a mano ha proporcionado hasta el momento ha sido la necrópolis de Setefilla. Aquí constituye la forma más abundante, ya que se utilizó como urna cineraria (Aubet, 1981a: 134-136). La presencia la forma 7 en el hinterland de la Andalucía mediterránea está circunscrita a los sectores más occidentales del Surco Intrabético (FIG. 379). Por el momento, se conoce una cierta profusión de ejemplares en el ámbito del valle del Guadalteba, concretamente en los Castillejos de Teba y Huertas de Peñarrubia, decorados con pintura e incisiones, formando motivos triangulares (García Alfonso, 1993-94, fig. 11, b; 1999a, 367-369, figs. 5-9). También sabemos de su presencia en el inmediato lugar de Consorcio Guadalteba33. La datación que asignamos a este conjunto del noroeste malagueño se centraría entre la segunda mitad del siglo VIII y principios del 32

Tumbas 2 y 9.

33

Comunicación personal de J. Suárez Padilla.

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siguiente. Tampoco faltan en Acinipo –aún no publicados detalladamente- ni posiblemente en Aratispi, con algunos fragmentos que pueden pertenecer a esta forma. La penetración de los vasos acampanados hacia las provincia de Granada y Almería parece que no llegó a producirse, ya que existían otros recipientes de almacenaje a mano, las ollas/orzas tipo 5,2, 5,3 y 5,4. Al mismo tiempo, la llegada de los productos a torno sustituyó rápidamente a éstas. Este proceso de sustitución lo vemos también en el área del Guadalteba. Así, podemos observar la diferencia del repertorio cerámico existente entre lugares próximos como Huerta de Peñarrubia, que debió abandonarse a mediados del siglo VII, y el Cortijo de Nina, que estuvo ocupado durante los siglos VI-V. En el segundo enclave no se ha documentado ningún fragmento que pueda atribuirse a vasos acampanados, aunque sigue habiendo cerámica a mano. Aquí, el recipiente de almacenaje son las ánforas tipo R-1 y los pithoi (García Alfonso, 1995-96: 113119).

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Capítulo 20 8.

LA CERÁMICA A MANO PRODUCCIÓN LOCAL

La cerámica a mano DECORADA.

IMPORTACIONES

Y

Como hemos visto anteriormente, la mayoría de las formas y tipos cerámicos a mano que encontramos en el mundo autóctono del Bronce FinalHierro Antiguo de la Andalucía mediterránea y su traspaís carecen de ornamentación. Sólo muy raramente aparecen algunos testimonios que indican que existió una serie de producciones decoradas. Varios son los estilos y técnicas que encontramos: cerámicas de Cogotas I, pintada, esgrafiada, incisa, con incrustaciones metálicas y retícula bruñida. Algunas piezas son claramente importaciones, pero la mayoría responden a una facturación local. Por otro lado, se observa que las producciones decoradas a mano corresponden fundamentalmente a la etapa anterior a la presencia fenicia. Todas desaparecen a partir de principios del siglo VII, sin duda debido a la expansión de las cerámicas a torno. La única excepción sería el grupo de las digitadas y las incisas, que responden a un producto de fabricación muy doméstica y se distinguen del resto por su tosquedad. a) Cerámica con decoración de Cogotas I La presencia de cerámicas con decoración Cogotas I fuera de su área de origen -la cuenca del Duero- ha suscitado una serie de problemas a la investigación y ha generado un intenso debate en la arqueología española sobre su carácter y cronología. Si observamos el mapa general de dispersión de estos materiales, vemos como tienen una máxima concentración en la Meseta Norte y se extienden en desigualmente en varias direcciones: valle del Tajo, depresión del Ebro, Levante meridional, Andalucía y norte de Portugal. Por el momento no se documentan en Cataluña, ni tampoco aparecen en Galicia ni en la cornisa cantábrica, a pesar de la proximidad de estas dos zonas al "área núclear". El detallar todas las cuestiones que estos materiales han suscitado está absolutamente fuera del alcance de la presente tesis doctoral, además de que ha sido abordada por otros autores más solventes en dicha materia que quien suscribe. Sin embargo, la importancia que se viene dando a la presencia de las cerámicas con decoración Cogotas I en Andalucía es causa de que no podamos obviar el tema y tengamos que dedicarle siquiera unas páginas.

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La dispersión de las decoraciones Cogotas I ha motivado un gran interés de la investigación. El valor que se le ha otorgado tradicionalmente a estos materiales ha radicado en su carácter de "prueba" de los contactos entre áreas diferentes y alejadas. Sin embargo, en los últimos años se han planteado diferentes hipótesis que nos abren un panorama novedoso en la comprensión de estos productos y, lo que es más importante, en acercarnos a los procesos de carácter socio-económico que se ocultan detrás. Prescindiendo totalmente de las explicaciones de "carácter nacional" de Martínez-Santa Olalla, se han

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ofrecido varias propuestas para explicar la dispersión de las decoraciones de Cogotas I en la periferia peninsular, de las que señalaremos cuatro: 1. Asentamiento de comunidades pastoriles como "avanzadilla" de grupos ganaderos de la Meseta, que se establecen en lugares estratégicos de paso para controlar las principales vías de trashumancia. Poblado paradigmático sería la Cuesta del Negro de Purullena (Molina González, 1978: 204-205 y 208). 2. Expansión militar desde la Meseta hacia otras áreas peninsulares (Barceló, 1992). 3. Intercambio comercial como consecuencia de movimientos trashumantes de carácter estacional (Delibes y Romero, 1992: 242). 4. Desplazamiento de mujeres de Cogotas I como "novias" de alto status, trasmitiendo ellas este tipo de decoraciones (Fernández-Posse, 1998: 103-104). En Andalucía, la presencia de cerámicas de Cogotas I es un fenómeno habitual en toda la región en determinados contextos arqueológicos, que ha sido abordado en diferentes síntesis que vienen a proponer explicaciones basadas parcialmente en las repasadas arriba (Amores y Rodríguez Hidalgo, 1984-85; Martín de la Cruz y Montes, 1986; Aranda, 1998: 158-164). Las circunstancias de aparición de los diferentes hallazgos de Cogotas I en la alta Andalucía son muy diferentes según los casos (FIG. 380). Mientras que lugares como Cuesta del Negro y Cerro de la Encina ofrecen un repertorio relativamente amplio y bien situado estratigráficamente, otros enclaves sólo han proporcionado material escaso –Gatas y Fuente Álamo-, no faltan un grupo de materiales de superficie: El Oficio, Salobreña, Raja del Boquerón y Los Algarbes. También se cita la existencia de fragmentos en las excavaciones de Acinipo (Aguayo et alii, 1987: 299) y en las del casco urbano de Ronda -Plaza de Mondragón- (Aguayo, Lobato y Carrilero, 1987: 237). Las cerámicas de Cogotas I que aparecen en la alta Andalucía presentan mayoritariamente la técnica de boquique y la incisión, aunque también encontramos excisión, pero en mucha menor medida. Los motivos no suponen ninguna novedad respecto a los conocidos en la cuenca del Duero, aunque aquí son mucho más sencillos: líneas aisladas o paralelas, festones, triángulos 701

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invertidos rellenos, campos puntillados, zig-zags (FIG. 381). La tipología de los recipientes debe ser relativamente variada, aunque lamentablemente muchos fragmentos no pueden ser asignados a tipos concretos por su carácter amorfo. Sólo en Cuesta del Negro y en Cerro de la Encina han podido establecerse algunos perfiles completos, que corresponde a los siguientes recipientes de nuestra tipología: 3,1. Vaso carenado de cuerpo troncocónico. 3,4. Vaso de carena media/alta y borde simple exvasado. 5,3. Olla/orza de paredes reentrantes. 5,4. Olla/orza de paredes de tendencia recta Sin pretender realizar una valoración exhaustiva de estas cerámicas en la alta Andalucía, sí resulta interesante realizar algunas puntualización sobre la filiación y cronología de estos materiales. F. Molina González realizó hace ya casi más de dos décadas un análisis de difracción de rayos X sobre varios fragmentos con decoración de Cogotas I procedentes de Cerro de la Encina y Cuesta del Negro. En Cerro de la Encina los resultados señalaron a que la arcilla utilizada para elaborar esta cerámica tiene una composición mineralógica muy diferente al resto de la cerámica. Al tiempo, la naturaleza química de los materiales Cogotas I de Monachil y Purullena es bastante similar, lo que apunta un origen común. El citado autor propuso entonces que las cerámicas Cogotas I de Cerro de la Encina procedían de Cuesta del Negro (Molina González, 1977: 757-758). En la misma línea, otra analítica del Llanete de los Moros muestra que el fragmento estudiado en este caso -con decoración de boquique- tampoco tenía una pasta del mismo tipo que la utilizada en el resto de la cerámica (Galván y Galván, 1987: 278). Esto plantea una serie de preguntas respecto a la procedencia de estas cerámicas, que algún investigador ha propuesto resolver mediante la consideración de las cerámicas Cogotas I como un elemento importante en el tejido de relaciones entre diferentes comunidades combinado con el intercambio de mujeres (Aranda, 1998: 164). Es evidente que esta última hipótesis tal y como ha sido planteada resulta una contradicción: ¿viajaban las cerámicas o viajaban las mujeres? No obstante, abre una vía interesante de investigación que en la que todavía 702

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Capítulo 20

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queda una importante labor de estudios ceramológicos que hacer, ya que el muestreo analítico que poseemos es demasiado corto por el momento. Desde aquí, queremos plantear una hipótesis que combine ambas premisas. Resulta posible que determinadas cerámicas sí se utilizasen como elementos de regalo, actuando como bienes de prestigio, pero no parece lógico plantear que un artículo frágil realizase largos trayectos por tierra desde varios centros productores en cantidades relativamente importantes. Resulta más plausible que las que se desplazasen fuesen principalmente las mujeres que elaboraban estos productos34. Así, en consonancia con algunos trabajos recientes (RuizGálvez, 1992: 236; Fernández-Posee, 1998: 103-104), estas "novias" no eran objeto de intercambio por sus "habilidades", sino por su condición de garantes de acuerdos de alianza entre grupos más o menos distantes. La realización de determinadas tareas por parte de estas mujeres en sus poblados de "destino" sería una actividad cotidiana, incluyendo la elaboración de cerámica en un contexto doméstico, que seguirían confeccionando como en sus lugares de origen. A este respecto, alguien nos podría objetar que estamos proponiendo que la Meseta actuó como "suministradora de mujeres" a la periferia peninsular durante el Bronce Tardío y Final. Taxativamente responderíamos que no. Centrándonos en la alta Andalucía, la presencia de cerámicas con decoración de Cogotas I resulta realmente muy exigua. En Cuesta del Negro -donde más abunda- no supera el 5% del total del material hallado, mientras que en el resto de los lugares es sensiblemente menor, con algunos enclaves donde se conoce sólo uno o dos fragmentos. En contraste, es interesante comparar como en los enclaves contemporáneos de la cuenca del Duero los porcentajes de cerámica decorada son muy superiores (Fernández-Posse, 1998: 104). Por tanto, debemos concluir que la presencia de estas mujeres de origen meseteño en la alta Andalucía debió ser bastante reducida y quizás circunscrita a momentos y circunstancias concretas. Así, en la extensión y mantenimiento de las decoraciones Cogotas I no podemos olvidar la relación madre-hijas en la transmisión de determinados elementos culturales, así como la extensión por simple imitación. Esto explicaría la presencia de algunos fragmentos en la alta Andalucía con decoración Cogotas I en fechas ya claramente posteriores en unos 150 años o más al terminus post quem que se ha establecido para Cogotas I en la Meseta, situado en el año 1000 (Castro, Lull y Micó, 1996: 161; 34

Estamos de acuerdo con la propuesta de C. Renfrew y P. Bahn (1993: 307) respecto a que la mayoría de las mujeres son alfareras y que ellas mismas elaboran sus propios recipientes a mano, tanto para cocinar como para otros usos. Ejemplos etnográficos no faltan.

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Fernández-Posse, 1998: 99-100). Tales serían los hallazgos de Acinipo documentados en un nivel claramente del siglo IX-principios del VIII (Aguayo et alii, 1987: 301), y el fragmento de Raja del Boquerón, al que le asignamos una datación similar (Martín Córdoba et alii, 1991-92: fig. 9, nº. 9). De todas maneras, la cuestión continúa abierta. No sabemos qué tipo de relaciones se pudieron establecer entre las comunidades de Cogotas I y las del sur peninsular, en sentido amplio. Pero es seguro que existió una cierta interacción, aún a pequeña escala desde el Subargárico/Bronce Tardío. Hasta ahora, en Andalucía hemos mirado el problema de las cerámicas de Cogotas I en su sentido norte-sur, quizás habría que empezar a contemplarlo al revés: desde las distintas periferias peninsulares hacia la Meseta.

FIG. 381. Motivos de Cogotas I habituales en la alta Andalucía. Ejemplares de Cuesta del Negro (según Molina González y Pareja, 1975).

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b) Cerámica pintada Forma un grupo muy significativo dentro de las producciones a mano de la alta Andalucía y del Sureste. A pesar de su escasez en el computo total del material aparecido en cada enclave, muestra una extensión bastante mayor de lo que se suponía hace unos años. Estas producciones fueron identificadas por vez primera en el Cerro del Real, para aparecer unos años más tarde en Cástulo y en el Cerro de la Encina. En principio se les aplicó el calificativo de "cerámicas tipo Real" por el poblado epónimo (Molina González, 1978: 218; González Prats, 1983a: 119). Casi paralelamente, M. Almagro Gorbea (1977: 459-461) ofreció una sistematización de las cerámicas pintadas del Bronce Final hispano, en la que los hallazgos que se conocían en la mitad oriental de Andalucía constituyeron el grupo "andaluz"35, propuesta no tuvo mucha acogida. Por nuestra parte, y aunque no nos parece incorrecta denominación "tipo Real", pensamos que es más objetivo utilizar sencillamente "cerámica pintada". Estas producciones de la alta Andalucía constituyen un grupo propio dentro de las cerámicas pintadas del Bronce Final peninsular (FIG. 382). La dispersión de este grupo de vasos desborda los límites de la alta Andalucía, ya que aparecen también en la Peña Negra de Crevillente, aunque con formas algo diferentes (González Prats, 1983a: figs. 16-17). En el alto valle del Guadalquivir no falta en Cástulo –necrópolis de Los Patos y santuario de la Muela-. Hay que puntualizar que son unas producciones netamente diferentes de las de "tipo Carambolo", ya que no coinciden ni recipientes ni motivos, a pesar del geometrismo de ambas. La técnica consiste en aplicar color a determinadas zonas del vaso, para configurar unos motivos bastante sencillos. La decoración se efectuaba una vez estaba cocido el recipiente, de ahí que su conservación actual sea bastante deficiente. Los colores que se han documentado son rojo, amarillo, rosáceo y beige. A veces, como vemos en Los Castillejos de Teba, el alfarero ha delimitado previamente con un fino punzón los campos de color, lo que muestra la existencia de interés por presentar un producto de acabado atractivo. La decoración se sitúa siempre en la zona superior de los recipientes, la parte más visible. Los temas son geométricos, obteniéndose diferentes composiciones mediante la combinación de líneas. Encontramos líneas paralelas horizontales y 35

Este autor distinguió cuatro grupos más: Medellín, Carambolo, Tossal Redó y Meseta.

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verticales, frisos de triángulos rellenos o no, aspas, zig-zags, etc. Algunos diseños van metidos dentro de "metopas" (FIG. 397).

En la alta Andalucía la decoración pintada aparece sobre vasos como cuencos carenados -Cerro del Real, Cerro de los Infantes, Cerro de la Encina-, vasos acampanados -Castillejos de Teba-, vasos de casquete esférico y soportes -Morro de Mezquitilla-. Su cronología se centra en los siglos IX-VIII a.C., desapareciendo con las primeras importaciones a torno, ya que como productos de lujo no pudieron competir con los nuevos recipientes. c) Cerámica esgrafiada Consiste en la realización de una serie de motivos geométricos sobre la superficie exterior del vaso cuando éste ya ha sido cocido. Para ello se utiliza un

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buril o punzón afilado, de manera que las líneas son bastante finas y poco profundas. Los motivos son siempre geométricos, bastante similares a los de la cerámica pintada y desarrollados con un cierto horror vacui. Su dispersión alcanza todo el territorio, aunque se observa una especial concentración en lugares como el valle del Turón y la provincia de Almería -Peñón de la Reina-. d)

Cerámica incisa

La cerámica incisa no resulta abundante en el ámbito de la alta Andalucía durante el Bronce Tardío y Final. Se distingue de la esgrafiada por su mayor tosquedad: las líneas son mucho más gruesas, realizadas ante coctionem. No se observa sistematización alguna de motivos y recipientes, que son meros trazos aleatorios, a veces horizontales y en otras ocasiones oblicuos, formando paralelas y reticulados. A pesar de su escasez, en casi todos los poblados siempre aparecen algunos fragmentos. Tampoco ofrece valoración cronológica, ya que aparecen tanto en contextos del Bronce Tardío como del Hierro Antiguo, sin mostrar aparentemente ningún elemento diferenciador. e)

Otras producciones decoradas

El resto de las técnicas decorativas han sido tratadas por otros autores de manera exhaustiva por algunos autores y su incidencia es limitada en la alta Andalucía. Las cerámicas de RETÍCULA BRUÑIDA son claramente importaciones procedentes del bajo Guadalquivir. A pesar de que su número es bastante escaso, su importancia ha sido magnificada. Aparecen algunos fragmentos en el Cerro de los Infantes y el Peñón de la Reina, con una cronología amplia, que de acuerdo con el contexto podemos situar entre los siglos IX-VII. Los vasos con INCRUSTACIONES METÁLICAS sólo los conocemos en poblados de la Vega de Granada -Cerro de la Miel, Cerro de los Infantes y Cerro de la Encina-, en un horizonte claramente correspondiente al Bronce Final Antiguo y Pleno. A nivel de toda la Península, este tipo de decoración ha sido abordado no hace mucho por M.R. Lucas (1995), quien las relaciona con el mundo de los Campos de Urnas. Las cerámicas con IMPRESIONES DIGITALES aparecen en la alta Andalucía en un momento ya avanzado del Bronce Final Pleno, que situamos a 707

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finales del siglo IX-primera mitad del VIII. Se utiliza para decorar determinadas ollas/orzas y su dispersión alcanza prácticamente a todo el territorio. Estas producciones han sido sistematizadas para el mediodía peninsular por I. Ladrón de Guevara (1994), pero sin ofrecer hipótesis concluyentes sobre su origen. 9.

LA CERÁMICA A MANO INDÍGENA EN LAS COLONIAS FENICIAS

En 1982 se localizó en el Morro de Mezquitilla una serie de piezas cerámicas confeccionadas a mano, que parecían vincularse más con el mundo colonial que con las comunidades autóctonas y totalmente diferentes a las producciones del Cobre también documentadas aquí. Estas cerámicas se encontraban introducidas en la capa de nivelación previa al primer nivel de ocupación fenicio. Consistían en recipientes de fondo plano, cuerpo ovoide o globular, cuello corto y boca ligeramente exvasada; todos disponían de elementos de aprehensión, pudiéndose distinguir entre los que tenían asa única, dos asas contrapuestas o mamelones (FIG. 383) (Schubart, 1986: figs. 10-11). Muchos recipientes presentaban huellas de haber estado en contacto con el fuego, por lo que no resulta demasiado aventurado señalar que nos encontramos ante un tipo de cerámica de cocina bastante sencillo. La ausencia de estas formas en el repertorio indígena motivó que los investigadores del Instituto Arqueológico Alemán sospechasen que estos vasos tenían un origen fenicio. En este sentido se pronunció H. Schubart en dos ocasiones (1985: 162; 1986: 78). Otros autores han apuntando que estos vasos serían producciones fenicias no destinadas a la comercialización, sino a un uso funcional que implicase actividades cotidianas (Barceló et alii, 1995a: 169) o relacionadas con la metalurgia (Martín Ruiz, 1995-96: 80). Las formas arriba descritas constituyen una categoría de cerámica sencilla, seguramente utilizada para cocina, almacenaje de pequeñas cantidades de alimento o para labores de sencillas de metalurgia. Su resistencia al calor intenso la prueba un fragmento de Morro de Mezquitilla con metal fundido adherido a su pared interna (Schubart, 1986: fig. 11,a). En Tiro encontramos forma muy similares a estas, pero hechas a torno, lo que confirma claramente que nos encontramos ante una producción fenicia. Aparacen con mayor profusión en los estratos II-III (Bikai, 1978: lám. 12, nº. 24-33). Ambos niveles han sido fechados en la segunda mitad del siglo VIII, por lo que la datación de estos productos en Oriente coincide con su aparición en la Península a mano. Hechas también a torno, pero de factura bastante más 708

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grosera que las de Tiro, se documentaron algunas de estas ollas -con una sola asa- en el nivel I de Tanit, en Cartago. Cintas piensa que se trata de cerámicas de cocina y las considera como las más arcaicas que fueron fabricadas de la ciudad norteafricana (Cintas, 1970: 337-340, lám. 28, nº. 41 y 43). Resulta también de gran interés confirmar como en los mismos momentos del siglo VIII, estas ollas toscas aparecen en también en los niveles más antiguos del tofet de Sulcis36, aunque en la publicación no se confirma si están hechas a mano o a torno (Bernardini, 1991: 666, fig. 3, d-e; 7, a). a) La cerámica a mano fenicia en el Mediterráneo Repasando otros asentamientos fenicios de la costa malagueña comprobamos que estas cerámicas a mano también están presentes en ellos. Eso sí, siempre en porcentajes muy bajos en comparación con el material a torno. Materiales a mano similares se documentan en lugares como Chorreras (Aubet, Maass-Lindemann y Schubart, 1979: 117-121, figs. 11-12), Toscanos (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: 140-147, fig. 27) y Cerro del Villar (Aubet, 1992c: fig. 4; Barceló et alii, 1995a: fig. 5, e y g). También aparecen este tipo de cerámicas en Almuñécar, con un nutrido lote en la Plaza de la Constitución (Molina Fajardo, 1983c: figs. 12 y 19). Estos materiales se documentan en los niveles más antiguos de las colonias de la Andalucía mediterránea, para ir disminuyendo en momentos posteriores. Fuera de la Península, también los últimos trabajos efectuados en Cartago han detectado estas cerámicas en los estratos arcaicos (Mansel, 1999). En otros lugares fenicios de Occidente, casos de Mersa Madakh, Rachgoun e Ibiza (Gómez Bellard et alii, 1990: 144) aparecen cerámicas muy similares, pero sin duda de fechas algo posteriores a las constatadas en la costa malagueña. Si repasamos el panorama de la cerámica a mano en el Mediterráneo oriental durante el Bronce Final-Edad del Hierro vemos que estas producciones no eran en absoluto desconocidas, aunque evidentemente siempre resultaban marginales respecto a la vajilla a torno. Así, en el Egipto Medio, la ciudad de Heracleópolis, excavada por una misión española, proporciona un importante lote de cerámica a mano y a "torno lento" desde la época del Primer Periodo Intermedio-Imperio Medio (López Grande y Quesada, 1995: 41-43). En la zona oriental del delta del Nilo encontramos jarras globulares a mano derivados de 36

En este asentamiento sardo estos recipientes se denominan "marmitte monoansate".

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FIG. 383. Cerámicas fenicias a mano del Morro de Mezquitilla (según Schubart, 1986). 710

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La cerámica a mano

modelos levantinos o chipriotas en lugares como Tell el-Yahudiya y Tell el-Daba durante el Bronce Medio, concretamente en niveles fechados entre los años 1800 y 1650 a.C. Estos materiales se asocian claramente al asentamiento de grupos cananeos en esta zona del norte de Egipto, vinculados al periodo hikso (Bietak, 1996: 59, figs. 46 y 49). En el Bronce Final y Primera Edad del Hierro de Palestina se utilizan técnicas muy locales que combinan la producción a mano con el torno lento que contrastan con las cerámicas realizadas a torno rápido de tipo micénico37, como vemos en Tel Miqne/Ekron y en otros lugares del Levante (Killebrew, 1998: 399-400). Finalmente y de gran interés para nosotros, la cerámica a mano tampoco falta en la estratigrafía de Tiro (Bikai, 1978: 19), aunque le ha dado poca importancia por el escaso número de fragmentos. c) Funcionalidad de la cerámica fenicia a mano Por nuestra parte, vistos los ejemplos reseñados, sus contextos de aparición y su cronología, estamos totalmente de acuerdo con los autores arriba citados sobre el origen fenicio de estos materiales. Pero queremos añadir algunas consideraciones que nos parecen interesantes. El ambiente arcaico en que documentan y su desaparición al poco tiempo de actividad de los asentamientos fenicios creemos debe interpretarse en el sentido de atender una serie de demandas urgentes de los primeros colonos, relacionadas sobre todo con su alimentación y el almacenaje de unas mínimas subsistencias, una vez instalados en tierra firme. Es probable que durante sus primeros años de vida los asentamientos fenicios no dispusiesen de la infraestructura para producir su propia cerámica a torno, dependiendo para el suministro de la misma de la metrópoli o de otras colonias más consolidadas. Ésta puede ser la razón que explique la similitud que existe entre el repertorio material más antiguo de las colonias occidentales y el que conocemos en los niveles contemporáneos de Tiro (Aubet, 1986a: 26-27). Ante tal circunstancia, no cabe duda de que la cerámica a torno era un producto "estratégico", pues

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Algunos autores sostienen que el Bronce Tardío supuso un periodo de decadencia en las técnicas alfareras locales de Canaán. Justifican tal aseveración en la desaparición de ciertos recipientes de lujo, en la reaparición de antiguas formas a mano, elaboradas ahora con el torno lento, y en el acabado muy descuidado de la mayoría de los recipientes. Será la cerámica micénica importada -sobre todo la fechada en el Micénico IIIC 1b, siglo XII-, tanto la de origen egeo como, especialmente, la producida en los centros de Chipre, la que se convertirá en producto de prestigio en la mesa y en los ajuares funerarios de las élites del Levante mediterráneo durante estos momentos (Franken y London, 1995).

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una parte debía ser expedida al hinterland indígena. Por tanto, ante una relativa "escasez" de los vasos a torno, determinadas necesidades sencillas y diarias, tales como alimentación, conservación de algunos productos o tareas de metalurgia simple, fueran satisfechas con estos recipientes hechos a mano. Además, se trata de vasos de rápida amortización, que pueden ser reemplazados por otros inmediatamente, cosa más difícil en la cerámica a torno al llegar la misma del exterior en estos primeros momentos. Para fabricar estos vasos requieren pocos medios in situ, aparte de la materia prima y el combustible, ya que los hornos de fuego reductor resultan de fácil y rápida construcción. Igualmente, no es necesario un artesano que se dedique en exclusiva a fabricar estos vasos, como ocurre con una actividad especializada como es la cerámica a torno, sino que se trata de una labor sencilla, compatible con otras ocupaciones. En el momento en que se instalan los primeros talleres alfareros propios en las colonias del Extremo Occidente, una vez éstas se van consolidando, las cerámicas a mano fenicias desaparecen de inmediato. Contando con un centro local de suministro de productos a torno o situado en el entorno cercano, estos vasos no eran ya necesarios. Dado el rápido afianzamiento de la expansión fenicia en Occidente, no es de extrañar que estos materiales resulten escasos y, además, estén fundamentalmente circunscritos a las colonias de fundación más antigua. No obstante, en determinados enclaves fenicios que inician su andadura en un momento algo posterior pudo haber necesidad de producir este tipo de vasos a mano en función de determinada coyuntura, como vemos en Sa Caleta38 (Ramón, 1991: fig. 6; 1999: 150-151). No obstante lo dicho, debemos señalar que en algunos procesos productivos podía ser más factible utilizar determinados recipientes a mano incluso en fecha tan tardía como el siglo VI a.C. Esto es lo que vemos en el centro de producción cerámica del Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995a: 169, fig. 5, e y g). En este taller aparecen varias ollas/orzas modeladas a mano39 y bastante similares al tipo 5,1 indígena40 (FIG. 399). Estos vasos se utilizaron en

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Incluso aquí se documenta una lucerna de doble mechero realizada a mano.

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Aunque no superan el 1,5% del total de material hallado, su presencia resulta llamativa, dado el contexto de pleno siglo VII. 40

Aunque tampoco debemos olvidar sus semejanzas con algunos recipientes de los primeros momentos del Morro de Mezquitilla, bastante similares en su morfología a este tipo autóctono.

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Capítulo 20

La cerámica a mano

algún momento del proceso de la cerámica a torno en un momento en que ésta no debía ser escasa, máxime cuando se fabricaba en el mismo alfar. La explicación no es sencilla, ¿economía de producción? ¿presencia de mano de obra indígena? La cuestión no parece fácil de resolver. d)

La cerámica indígena en los asentamientos fenicios

Otro problema relacionado con lo anterior son las cerámicas a mano que aparecen en contextos fenicios pero cuyas formas corresponden claramente al repertorio indígena del Bronce Final, por lo que no existe duda de su adscripción al mundo autóctono. No obstante, dado lo limitado de los sondeos con que contamos por el momento y lo mal que conocemos los niveles más antiguos de las colonias -donde este material aparece con más abundancia-, debe imponerse la prudencia a la hora de efectuar valoraciones de carácter histórico. Las formas a mano de carácter indígena que encontramos en los asentamientos fenicios son casi siempre las mismas, aunque sus porcentajes varían de un lugar a otro. La clasificación de estos materiales se ve dificultada notablemente por el grado de fragmentación de los mismos, por lo que en muchas ocasiones es difícil asignar un hallazgo a una determinada forma. Las más abundantes son los vasos carenados, especialmente el tipo 3,4, constatados en todos los asentamientos coloniales. También las ollas/orzas se conocen en gran número, siendo especialmente variadas las documentadas en Toscanos, donde hay ejemplares lisos, otros decorados con impresiones digitales y de uñas y algunos con mamelones (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: láms. 21-23). Ya en bastante menor número hay que citar los vasos de paredes reentrantes, los de casquete esférico y algún soporte de carrete41. Tampoco faltan fragmentos a mano decorados, pero siempre bastante escasos. Algunos tienen motivos geométricos incisos muy sencillos, en especial triángulos rellenos de líneas paralelas, documentados por ahora en Almuñécar Cueva de los Siete Palacios- (Molina Fajardo, 1983b, fig. 1, nº. 1) y Cerro del Villar42 (FIG. 384). Otros fragmentos presentan decoración pintada, como los aparecidos en Morro de Mezquitilla (Schubart, 1979a: 202-203). Últimamente 41

fig. 5, e). 42

Por el momento esta forma sólo se ha documentado en la fase I de Abdera (Suárez et alii, 1989: Comunicación personal de A. Delgado Hervás.

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J.A. Martín Ruiz (1995-96: 79), siguiendo a A. Caro (1989: 271), ha relacionado recientemente estos materiales con la cerámica tipo Carambolo. Por nuestra parte, pensamos que estos vasos claramente indígenas del Morro se vinculan bastante más a las producciones pintadas de la alta Andalucía. Este material a mano indígena aparece siempre con mayor profusión en los niveles más antiguos de las colonias, disminuyendo progresivamente en los estratos superiores. Este aserto, obtenido de visu a partir de las diferentes memorias de excavación, encuentra su confirmación estadística en la campaña de 1967 en Toscanos, que es la única donde se ha publicado detalladamente por niveles los porcentajes de cerámica a mano respecto al resto del material. En esta excavación podemos comprobar como en el nivel I -siglo VIII- los fragmentos a mano suponen el 18,46% del total, descendiendo a lo largo de la secuencia hasta el nivel V -principios del siglo VI- hasta el 2,52% (Niemeyer, 1982: fig. 5) (FIG. 385). Diversas son las razones que se han aducido para explicar su aparición. Schubart, Niemeyer y Pellicer (1969: 140) piensan que estas cerámicas responden a un intercambio sencillo entre los colonizadores y la población indígena. Para otros investigadores serían testimonio de la presencia de gentes autóctonas en los asentamientos fenicios como mano de obra no cualificada (López Castro et alii, 1991: 987-989). Mientras, J.A. Martín Ruiz (1995-96: 8687) ha planteado recientemente que estos productos pueden ser indicio de la presencia de matrimonios mixtos entre mujeres indígenas y varones fenicios, aunque tampoco sin olvidar la presencia de mano de obra. Sin descartar ninguna de las opciones propuestas por los investigadores anteriormente citados, a la vista de las circunstancias de aparición de estos materiales a mano queremos proponer una nueva hipótesis de trabajo. Pensamos que estas cerámicas indígenas responden a las mismas circunstancias que las ollas fenicias a mano que aparecen en los mismos estratos antiguos donde las primeras se documentan con mayor profusión. No creemos que esto se deba a una casualidad, más bien parece que las cerámicas indígenas a mano forman parte del utillaje cotidiano de los primeros colonos fenicios. Como hemos comentado más arriba, resulta muy plausible que, ante la relativa escasez de productos a torno durante los momentos iniciales de la vida de los establecimientos coloniales, sus habitantes recurrieran tanto a fabricar su propia cerámica -que sería a mano, como ya hemos comentado-, como a 714

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La cerámica a mano

utilizar la que existía en el entorno de los asentamientos, es decir, la producida por los indígenas. Estos productos van disminuyendo una vez que las colonias se han consolidado, pero a diferencia de lo que ocurre con las ollas a mano fenicias, que desaparecen del registro, los recipientes de tipo indígena se van a mantener hasta momentos ciertamente avanzados. Esto lo constatamos muy bien en diferentes lugares, además del ya citados de Toscanos. En Adra la cerámica a mano de carácter autóctono continúa apareciendo de cierta profusión en la fase II de Cerro de Montecristo, fechada en el siglo VII (Suárez et alii, 1989: figs. 7, a-h; 9, a-c). En el Cabecico de Parra, asentamiento que se inicia en el siglo VII, tampoco faltan estos materiales (López Castro, San Martín y Escoriza, 1987-88, fig. 7, k-m). La diferente suerte de las cerámicas a mano fenicias e indígenas estriba en que nada más comenzar a funcionar los primeros talleres alfareros en el ámbito colonial las primeras dejaron de fabricarse. En cambio, las cerámicas a mano indígenas eran producidas por un amplia red de personas en los poblados autóctonos, tanto para las necesidades domésticas, como por artesanos un tanto especializados. Son recipientes que abarcaban todas las necesidades de grupos humanos con organización compleja, por lo que no eran producto de una determinada coyuntura como las fenicias. De este modo, siguen circulando con normalidad en el territorio y no es de extrañar que sigan llegando a los asentamientos fenicios.

FIG. 384. Cerámicas a mano del Cerro del Villar (según Barceló et alii, 1995a). 715

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FIG. 385. Toscanos: reparto por estratos de las cerámicas indígenas a mano (según Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969).

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21 LAS PRODUCCIONES FENICIAS A TORNO Y SU ACEPTACIÓN POR EL MUNDO INDÍGENA No cabe duda que uno de los elementos más trascendentales derivados de la colonización fenicia en el sur peninsular fue la implantación del torno de alfarero entre las poblaciones autóctonas, lo que convierte a estas producciones cerámicas en un elemento arqueológico de primera magnitud, tanto a nivel cronológico como socio-económico. No queremos utilizar de forma anacrónica el término "industria" para el periodo fenicio arcaico, ya que ante todo se trata de un sistema productivo artesanal. No obstante, consiguió un elevado grado de eficiencia en la relación coste/tiempo/manufactura, alcanzando la productividad el máximo nivel que le permitía la tecnología disponible. La excavación de uno de los talleres alfareros que existieron en el Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995a; 1995b) ha proporcionado una información de primera mano sobre la organización de un centro productor de cerámica fenicia. Los resultados muestran que existió una cierta división del trabajo entre especialistas a tiempo completo y personas no cualificadas que tenían una función más polivalente. La elaboración sólo de unas pocas formas -sobre todo ánforas-, permitió alcanzar una producción en serie. Al tiempo, el taller dependía de una organización compleja encargada del suministro de materias primas (arcilla, combustible, pigmentos) y de la posterior expedición de los recipientes terminados. La imbricación de una unidad de producción en una red más amplia es un elemento claramente vinculado a una economía de escala incipiente. Esto permitió a los fenicios la fabricación de un volumen considerable de cerámica, muy superior al que eran capaces de generar la comunidades indígenas del Bronce Final. 1.

LA IMPLANTACIÓN DEL TORNO EN EL MUNDO INDÍGENA DE LA ALTA ANDALUCÍA

Las comunidades indígenas no fueron meras receptoras pasivas de las producciones cerámicas elaboradas en los talleres fenicios. No estamos ante un proceso en el cual las gentes autóctonas se van a cargar de objetos con escasa utilidad para ellos. Si revisamos el repertorio de formas de origen fenicio que aparecen en los poblados del hinterland de la Andalucía mediterránea, vemos como éstas se reducen a unos pocos tipos (FIGS. 386-387). No estamos ante una mímesis absoluta del repertorio fenicio, sino que los indígenas utilizan aquellos recipientes que les son de utilidad. Todas las formas que aparecen tienen una funcionalidad inmediata en la vida de los poblados: ánforas y pithoi para las funciones de almacenaje; platos, copas y cuencos pintados para los 717

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

servicios de mesa de la élite. Esta circunstancia y la propia "desfocalización" de los artesanos indígenas, dispersos en un gran número de pequeños centros productores es lo que va a permitir que la cerámica a mano continúe siendo la mayoritaria entre los nativos hasta mediados del siglo VII. a)

Fases en la adopción del torno

Dentro de la introducción de la cerámica a torno en el mundo indígena de la alta Andalucía podemos señalar claramente cuatro momentos. Estas fases no son estrictamente sucesivas -salvo la primera-, sino que se van solapando en el tiempo. Todas responden a una estrategia desarrollada por los fenicios o por los grupos autóctonos en función de una determinada coyuntura. 1ª FASE. Tuvo lugar durante los primeros momentos del proceso colonial. Se caracteriza por la circulación hacia el interior de productos de lujo, que actúan como "regalos diplomáticos" ante los grupos dirigentes indígenas. No sabemos qué mercancías eran objeto de este comercio "de prestigio", pero parece seguro que entre ellos hay cerámicas de engobe rojo de calidad, que son los únicos productos que -de momento- conocemos por el registro arqueológico. Esta inferencia se extrae de lugares como Cerro de la Mora, Cerro de los Infantes, Los Castillejos de Teba y Acinipo. En estos poblados, que debieron actuar de centros rectores de sus respectivos territorios, la primera cerámica a torno que aparece es la de engobe rojo, con formas como platos y jarros de boca trilobulada. Estos materiales se documentan en un contexto de cerámicas a mano y alcanzan unos porcentajes muy pequeños, poniendo en evidencia su carácter intrusivo. Una vez regularizados estos primeros contactos, sólo encontramos los platos. 2ª FASE. Se inicia con la producción de cerámica gris. Los talleres fenicios fabrican recipientes cuya formas son propias del mundo indígena. Por su acabado y calidad, los recipientes grises serán la auténtica vajilla de lujo que encontramos en los poblados del interior, seguramente destinada al uso de las élites. Es sintomático que los productos grises tengan una profusión bastante mayor que los de engobe rojo. Al mismo tiempo, ánforas y pithoi comienzan a introducirse en el mundo indígena como contenedores para vino, aceite y otros productos de origen fenicio. En principio, estos recipientes debieron convivir con los vasos acampanados –forma 7- o con las grandes ollas/orzas, como vemos por ejemplo en el poblado almeriense del Peñón de la Reina. Conforme estos vasos a mano se iban amortizando, iban siendo sustituidos por los fabricados a torno. 3ª FASE. En un momento que podemos fijar a mediados del siglo VII, con los datos que tenemos actualmente, comienza la producción a torno en el mundo indígena, centrada primeramente en recipientes de almacenaje. No obstante, no podemos descartar un comienzo anterior en determinados lugares. Es muy posible que el aumento de las necesidades de envases, paralelo al 718

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Capítulo 21

Las producciones fenicias a torno…

crecimiento de la producción agrícola, no pudiese ser cubierta por los talleres situados en la costa. Para atender esta demanda se adoptaron las técnicas fenicias. El paso siguiente, pero necesariamente lento, fue la producción de otras formas, que se van alejando progresivamente tanto de la vajilla tradicional del Bronce Final y de la fenicia arcaica. Con el tiempo, este proceso desembocará en el repertorio cerámico ibérico. b)

Consecuencias de la producción de cerámica a torno

La generalización del torno produce un doble cambio cuantitativo y cualitativo. Ambos se resumen en la conversión de un quehacer de ámbito doméstico, probablemente en manos de las mujeres que elaboraban su propio utillaje cerámico y de artesanos un tanto multifuncionales, a una actividad especializada a tiempo completo. Es un aumento de la escala, otra intensificación tecnológica más, propia del Hierro Antiguo. Ahora comienzan los verdaderos talleres alfareros, ya que su instalación necesita una cuantiosa inversión de tiempo, energía y medios materiales, así como una red bien organizada para el suministro de la materia prima y del combustible, así como para distribución de la mercancía. La puesta en marcha de los primeros talleres que utilizan el torno en el seno de una comunidad indígena resulta inconcebible sin la incorporación de artesanos fenicios que enseñasen las métodos de trabajo fundamentales. La fabricación de la cerámica a torno es un proceso complejo, ya que demanda una serie de fases en la selección de la arcilla, su tratamiento, el modelado de los vasos, secado y cocción adecuado, por lo que resulta bastante difícil que los indígenas comenzasen a utilizar esta tecnología por simple imitación. Entendemos que desde la primera mitad del siglo VII las élites autóctonas están interesadas en rentabilizar el aumento de la producción agrícola y su circulación, para lo que necesitan envases más versátiles y aptos para el transporte. La incorporación de especialistas fenicios para el inicio de la producción a torno en determinados poblados del interior debió ser un "servicio" que la clase dirigente colonial proporcionó a sus homólogos indígenas, sin duda a cambio de contraprestaciones. Pienso que se debió dar una situación muy similar a la que D. Ridgway (1997: 172) propone para las relaciones entre Pitecusa y las élites itálicas de la Campania y Etruria (vid. supra, cap. 1,3).

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

FIG. 386. Formas de la cerámica de torno documentadas en contextos autóctonos del Hierro Antiguo de la Alta Andalucía.

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Capítulo 21

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FIG. 387. Propuesta cronológica de los recipientes a torno utilizados en el mundo autóctono de la Andalucía mediterránea y su hinterland. 721

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La elaboración de la cerámica en un número relativamente pequeño de centros de producción llevará a la estandarización de las formas, con un elevado índice de normalización de perfiles, decoración y tamaños. De este modo, se observan determinados rasgos diferentes en la tipología de ánforas y pithoi, aunque todavía estamos en los comienzos de la determinación de posibles centros de producción indígenas y cuáles son las características formales que los definen. Tampoco faltan verdaderos "experimentos", consistentes en variantes cuyas formas se ensayaron unas pocas veces, pero no llegaron a fructificar. Respecto a la cierta regularidad de los tamaños que se observan, habría que preguntarse si no estamos ante una cierta implantación de algún sistema de medidas de capacidad, lo que implicaría el establecimiento de cupos de cara a los intercambios comerciales. Los fenicios utilizaron el sistema de pesos y medidas babilónico, con valor universal de cambio en todo el Cercano Oriente y en el Mediterráneo oriental arcaico. Sin duda, estos valores metrológicos debieron seguir utilizándose en las colonias occidentales. Por tanto, se abre un panorama verdaderamente interesante para poder entender la transformación socio-económica de las comunidades del sur peninsular hasta sus últimas consecuencias: ¿se adaptaron las comunidades indígenas al patrón de cambio oriental? ¿disponían de uno propio? ¿cómo eran las equivalencias? La normalización de los recipientes y su capacidad fija en un sistema de unidades, múltiplos y divisores, caso de comprobarse de manera matemática y regular lo que sólo es una apreciación personal de visu, pienso sería un paso muy importante de cara a la jerarquización de las sociedades indígenas, ya que a partir de ahora sería posible imponer cuotas fijas de producción perfectamente cuantificables, por lo que se allana el camino hacia la tributación. Al mismo tiempo, la concentración de la fabricación de la cerámica a torno en talleres necesariamente limitados en número proporciona a los grupos dominantes autóctonos un nuevo instrumento para afianzar su posición privilegiada, pues repercute en una mayor centralización y en un mayor control de los productores. Al respecto, debe plantearse la cuestión de la propiedad de los alfares, así como la regulación de su funcionamiento. En todos estos aspectos que rebasan el ampliamente el marco empírico, la investigación tiene una larga tarea por delante. 2.

PLATO. FORMA 8

El plato es uno de los recipientes más abundantes en las colonias fenicias. Por lo que respecta al mundo indígena, la existencia de otras formas con un cometido similar como vajilla de mesa, caso de los vasos de casquete esférico o carenados, hace que su presencia sea no sea tan prolífica en los poblados autóctonos. Por su vistoso acabado, debió formar parte de la cerámica de lujo. El plato ha tenido diferentes clasificaciones, siendo con engobe rojo el tipo IX de H. Schubart y G. Maass-Lindemann (1984: 106-107) y en cerámica 722

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pintada el I.1.A.1.1 de M. Belén y J. Pereira (1985: 309-310, fig. 1). Los platos fenicios del periodo arcaico se caracterizan por su labio horizontal arqueado, receptáculo parabólico y pie indicado. En cuanto a su tratamiento superficial predominan con mucho los ejemplares con engobe rojo, aunque también los hay pintados con bandas polícromas y sin tratamiento superficial (vid. FIG. 386). a)

Orígenes y evolución en el mundo fenicio

A pesar de su gran abundancia, el plato es una forma relativamente reciente en la estratigrafía de Tiro, ya que no aparece plenamente configurado hasta los estratos II-III, ya de los siglos IX-VIII (Bikai, 1978: figs. 8a-10). Hasta ese momento, su función era realizada por cuencos de casquete esférico, aunque pueden señalarse precedentes de platos en el estrato XVI, fechado hacia el año 1350 a.C. Piezas de este tipo no faltan en otros lugares de Fenicia, Palestina y Siria, como recoge la propia Bikai (1978: 20-22), entre los que cita Sarepta, Khaldé, Akhziv, Tell Abu Hawam, Ashdod, Megiddo y Al-Mina. Los platos no faltan en lugares del Mediterráneo central como Malta -necrópolis de Mtarfa- (Culican, 1982: fig. 13, f), Pitecusa (Rigdway, 1997: fig. 31) y Tharros (Acquaro, 1999: 20 y 40, nº. 36-37), entre otros enclaves. En las colonias fenicias de la península Ibérica el plato está presente en todas ellas. Fue mérito de H. Schubart establecer la primera propuesta de cronología de estos recipientes según las dimensiones que alcanzaba el borde, para lo que se basó en los materiales documentados en Toscanos y Morro de Mezquitilla. Las piezas más antiguas se caracterizan por un ancho no superior a los 2 cm., aumentando progresivamente hasta más de 6 u 8 cm. en los ejemplares del siglo VI, quedando entonces el receptáculo reducido a una pequeña depresión central. En esta etapa final tiende a desaparecer el engobe rojo (Schubart, 1976). Aunque esta propuesta continúa siendo válida en líneas generales, últimamente se le han puesto algunos reparos. El caso de Huelva es elocuente, ya que en pleno siglo VII seguimos encontrando piezas que presentan un borde que mide menos de 2 cm. de ancho, aunque la mayoría de los ejemplares siguen la evolución propuesta por Schubart (Rufete, 1989: 386, fig. 7, nº. 2-3). Las excavaciones del Cerro del Villar han venido ha plantear una revisión de la cronología comúnmente aceptada de los platos fenicios, matizando determinados aspectos referidos a las fases más recientes. En dicho enclave, los platos del siglo VI muestran un ancho de borde comprendido entre 5,6 y 5,9 cm., mientras que los ejemplares coetáneos de Toscanos -fase V- presentan valores entre 7,1 y 8 cm. Por tanto, hay un evidente desajuste. En palabras de M.E. Aubet (1990b: 247-248) "la tipología de los platos de principios del siglo VI a.C. en el Cerro del Villar responde a los tipos propios de la segunda mitad del siglo VII a.C., de acuerdo con la morfometría establecida en Toscanos. Por 723

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consiguiente, de no haberse descubierto importaciones etruscas y griegas, habríamos situado el final de nuestra colonia en un momento mucho más arcaico". Por tanto, se impone extremar las cautelas cuando sólo se dispone de un número reducido de hallazgos o las piezas se encuentran muy fragmentadas, situación que es frecuente en los poblados indígenas. Además, resulta fundamental tener en cuenta el diámetro total del plato, ya que a piezas más pequeñas corresponden también bordes más estrechos. De este modo, para fechar determinados niveles donde aparecen estas piezas hay que barajar varios criterios y no dejarse llevar por la aparente seguridad de la cronología de los platos, que sería sólo un elemento más. b)

Presencia del plato en el ámbito indígena

La forma 8 no resulta abundante en los contextos indígenas de la Andalucía mediterránea y su traspaís. Los ejemplares documentados no suelen sobrepasar la cifra de una o dos piezas por nivel, siempre en los principales poblados. Los hallazgos más antiguos son claramente un producto de importación como bien de prestigio, para ir diversificándose desde finales del siglo VII en una producción que nos anunciará los platos de época ibérica (FIGS. 388-389). Ejemplares claramente arcaicos, con un ancho de borde en torno a 2 cm. y engobe rojo, los encontramos asociados a jarros de boca trilobulada en contextos de cerámica exclusivamente a mano. Nos encontramos ante materiales de carácter intrusivo, que bien pudieron actuar como regalos ofrecidos por los fenicios a los grupos dirigentes autóctonos. Con fecha del siglo VIII señalaremos los ejemplares aparecidos en el estrato I del Cerro de la Encina (Molina González, 1978: tab. tip. nº. 87), nivel 5 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 14, d y f), fase II Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 7, nº. 33), nivel VII de Los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94: fig. 14) y estratos del Bronce Final Reciente de Acinipo (Aguayo et alii, 1987: 301). Este lote de materiales determina claramente la fase de contacto inicial con los colonizadores, el Hierro Antiguo I. Una datación ya del siglo VII tienen otra serie de piezas, tipológicamente más tardías y que aparecen en niveles de estos momentos, cuando ya la cerámica a torno es muy habitual. Señalaremos el plato aparecido en el estrato IV del corte 9 del Cerro del Real (Pellicer y Schüle, 1966: fig. 7, nº. 33; Molina González, 1978: tab. tip. nº. 89). Tampoco faltan en el Cerro de los Infantes, en los niveles 7 y 8, observándose un aumento generalizado de la anchura de los bordes (Mendoza et alii, 1981: figs. 16, p-q; 17, 8, n). También hay que destacar su presencia en el Albaicín, concretamente en el Carmen de la Muralla (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 15, d). En la fase III del Cerro de la Mora observamos como perduran ejemplares de borde estrecho, que los 724

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investigadores de este poblado atribuyen a la perduración de elementos arcaizantes en las tierras interiores (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: 334, fig. 7, nº. 42). Finalmente, como hallazgos de superficie, pero con una datación probable del siglo VII hay que señalar el plato del Pago de San Antón –Vera(Schubart, 1982: fig. 16, e) y el recogido por nosotros en el Cerro de las Torres de –Álora- (García Alfonso, 1999c: fig. 27, a). En el Albaicín aparecen en los momentos finales del siglo VII y principios del VI algunos platos con engobe rojo al interior, otros con decoración de bandas bícromas y otros con superficie arcillosa. La anchura de borde resulta muy variable, aunque predominan los labios no demasiado anchos (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 15; 19, a.b; 27, b-d). El siglo VI será la época de diversificación total de la forma 8. De acuerdo con la evolución comúnmente establecida hacia bordes más anchos, un buen ejemplo lo tenemos en la necrópolis de Frigiliana, donde los platos siguen prototipos muy similares a los que vemos en Jardín y en Puente de Noy, ya sin engobe rojo (Arribas y Wilkins, 1969: figs. 14, nº. 1; 18, nº. 4-5). No obstante, también hay algún plato de borde estrecho, aunque carece de contexto arqueológico. No sería extraño que se tratase de una pieza de tipología arcaica, pero datada en un momento más tardío como vemos en lugares del interior (Arribas y Wilkins, 1969: fig. 18, nº. 7). En el Cerro de la Mora observamos que en plena fase IV, fechada entre finales del siglo VII y la primera mitad del VI aparecen ejemplares de gran diámetro -unos 30 cm.- y borde que no supera los 3 cm. de anchura. El equipo que trabajó en este lugar vuelve a atribuir esta circunstancia al carácter retardatario de los alfareros indígenas. Señalan que estos platos, al ser la vajilla de lujo, serían bastante escasos -lo cual es evidente- y pervivirían ejemplares antiguos en niveles más recientes (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: 339-340, fig. 9, nº. 50). Es posible que la aparición de estas piezas de tipología arcaica en fechas tan avanzadas como el siglo VI responda quizás a que la evolución de la forma no es unívoca, debido a la existencia de diferentes talleres locales que las producían, siguiendo modelos antiguos plenamente aceptados por la clientela. Ejemplo de esta diversidad es otra pieza también del Cerro de la Mora, concretamente de la fase V, datada en la segunda mitad del siglo VI y principios del V. Se trata de un plato de labio muy estrecho y pintado a bandas circulares concéntricas en el receptáculo, que nos está anticipando claramente las producciones ibéricas (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 9, nº. 56). No obstante, esta pieza del Cerro de la Mora tampoco supone ninguna novedad, ya que otras similares aparecen desde el estrato II de Toscanos, de finales del siglo VIII (Belén y Pereira, 1985: 309).

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FIG. 389.

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Platos fenicios con engobe rojo hallados en ambiente indígena.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 3.

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JARRO DE BOCA TRILOBULADA. FORMA 9

El recipiente así denominado es uno de los más característicos de la cerámica fenicia, donde se encuadra también en la vajilla de lujo. Corresponde a la forma 4 de A.M. Bisi (1970) y XI,2 de H. Schubart y G. Maass-Lindemann (1984: 112-114). La denominación precisa de la forma 9 resulta bastante problemática. Tras la caída en desuso del viejo nombre de jarro "à gobelet" (Cintas, 1950: 467), se ha generalizado la denominación de "jarro de boca trilobulada". Ésta sólo responde a una de sus características formales, pero es la más utilizada por la mayoría de los autores en los últimos tiempos. Será la que nosotros adoptaremos aquí, ya que la que nos parece más apropiada por ser la menos conflictiva. Otros investigadores prefieren utilizar el término jarro piriforme, por su perfil de galbo (Negueruela, 1983: 269), que, hasta cierto punto puede resultar asumible. Otros autores emplean la denominación griega oinochoe para designar a esta forma (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: 110). No quiero negar que yo mismo he utilizado estas últimas denominaciones en algún trabajo, pero ahora prefiero dejarlas de lado. a)

Morfología

Se trata de un jarro de aspecto general cónico. Lo más característico es su boca, con un pequeño pico vertedero configurado mediante tres lóbulos en el borde, dispuestos en forma de trébol. Hacia abajo, la boca se estrecha a la manera de embudo para volver a ensancharse en el cuello, que tiene perfil troncocónico. El cuerpo es de tendencia ovoide, pero achatada, enlazando con la parte baja del cuello. La transición entre cuello y galbo suele hacerse mediante una simple moldura muy delgada, que en ocasiones se convierte en un resalte apenas perceptible o en una carena convexa muy abierta. En pocos ejemplares no hay solución de continuidad entre galbo y cuello1 o la moldura de separación es cóncava2. En algunas ocasiones el fondo tiene anillo de asiento, que en determinados ejemplares está más marcado que en otros; sin embargo, la solución más extendida es el fondo cóncavo. Los jarros de boca trilobulada disponen de una característica asa lateral, muy esbelta y peraltada, que en todos los ejemplares completos conocidos en la península Ibérica es geminada. El asa parte del borde, justo en la zona opuesta al pico vertedero, traza una elegante curva y viene a caer justo en la zona de la moldura que separa cuello y cuerpo (vid. FIG.386). La disposición del asa nos indica claramente que la función de este jarro es escanciar o verter algún líquido. El jarro de boca trilobulada es un recipiente de tamaño mediano en el repertorio de la cerámica fenicia. La pieza de mayor tamaño aparecida en la Península procede de la tumba 1,a de Trayamar y mide 26 cm. de alto;

1

Tumba 19 de Cerro de San Cristóbal.

2

Tumba 12 de Cerro de San Cristóbal y tumba 1,b de Trayamar.

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mientras, la más pequeña sólo alcanza 17 cm. y fue hallada en el nicho B de la tumba 19 de Cerro de San Cristóbal3. La mayoría de las piezas hispanas miden entre 19 y 22 cm. b)

Origen y distribución en el mundo fenicio

Siempre se ha venido diciendo que los jarros de boca trilobulada derivan de prototipos metálicos, debido a la moldura que presentan en la zona de contacto entre el cuello y el galbo, que haría las veces de brida de refuerzo en los prototipos de bronce4. Sin embargo, en la bibliografía consultada, ningún autor presenta pieza alguna metálica de esta forma o similar que pueda remontarse al siglo IX a.C. Por ello, sospechamos que el jarro de boca trilobulada fue una creado primero en cerámica y luego, vistas las posibilidades del recipiente, se elaboró en metal como un producto de mayor lujo y mejor acabado, como confirman los remates de las asas en forma de palmetas o la conversión de la boca en una cabeza de animal. Un argumento en favor de esta hipótesis es que las piezas que ofrecen una cronología segura más antigua no muestran señales de la aludida moldura de refuerzo o ésta es un hundimiento cóncavo, lo que hace disminuir el grosor de las paredes del vaso, por lo que poco seguro contra la rotura ofrece. En relación con lo anterior, los ejemplares más antiguos de jarros de boca trilobulada aparecen en el área del Levante mediterráneo, hasta ahora únicamente en cerámica. Por el momento, las piezas con una cronología más altas son las halladas en las necrópolis de Khaldé (Bisi, 1970: 47, nt. 63-64), Akhziv (Amiran, 1970: 272, lám. 284) y Lakiš (Tufnell, 1953: 290, lám. 84, 241), todas de finales del siglo IX. En la estratigrafía de Bikai en Tiro la forma no aparece. En Chipre el jarro de boca trilobulada sólo se documenta a partir del segundo cuarto del siglo VIII (Chavane, 1982: 19), lo que de alguna forma viene a zanjar la polémica a favor del origen continental forma cerámica5. Durante los siglos VIII y VII a.C. los jarros de boca trilobulada documentados en la península Ibérica aparecen siempre cubiertos de engobe rojo en su totalidad. Las piezas bien fechadas en el siglo VI como las de Jardín aparecen pintados con bandas, filetes y esteliformes en color negro o bien no presentan decoración, produciéndose también cambios en el perfil del galbo. 3

El jarro de la tumba 19-B de Laurita no corresponde estrictamente a la forma 10. Ciertamente su boca es trilobulada, pero la forma del cuello no es la que se establece para estos recipientes. En realidad, viene a ser una pieza que es un unicum en la cerámica fenicia de la península Ibérica, pues no se conoce ningún paralelo de la misma. El tamaño más reducido que el resto de la serie peninsular viene a ser también un rasgo de su pertenencia a otra categoría tipológica, pero no vamos a entrar en el tema. 4

Esta idea fue propuesta por A. Blanco (1956: 8).

5 Otro tema es el origen de la elaboración en metal de estos jarros, que muy bien puede ser de origen chipriota a partir de una forma cerámica importada del área sirio-palestina. Un indicio de que su fabricación en bronce vino a posteriori de su existencia en cerámica es que en Chipre los ejemplares metálicos más antiguos se fechan a comienzos del siglo VII, coincidiendo con los de la Península Ibérica.

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FIG. 390.

c)

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Jarros aparecidos en contextos autóctonos.

Presencia en el mundo autóctono

El jarro de boca trilobulada sólo aparece en determinados ámbitos indígenas durante un corto periodo de tiempo, correspondiente a la segunda mitad del siglo VIII (vid. FIG. 388). Se trata de piezas bastante escasas y que se constatan en ambientes de habitación (FIG. 390) frente a sus contextos mayoritariamente funerarios en las colonias fenicias. En el Cerro de la Mora aparece una pieza en la fase II (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 7, nº. 34). Otra pieza aparece en Los Castillejos de Teba, dentro del nivel VIII (García Alfonso, 1993-94: 61-62, fig. 13). En ambos casos, estos jarros van asociados a platos de borde estrecho con engobe rojo, lote que constituye la única vajilla a torno dentro de un contexto de cerámicas a mano. Por tanto, consideramos que nos encontramos ante unos productos claramente importados desde la costa, que actúan como regalos introducidos por los fenicios. La misma circunstancia 730

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observamos en Huelva, donde concretamente en el Cabezo de San Pedro, la pieza a torno más antigua corresponde a un jarro -aunque en este caso de tipo globular- que se fecha en la primera mitad del siglo VIII (Rufete, 1988-89: 23 y 25). La repercusión de la forma 9 fue escasa en el repertorio cerámico indígena. En los siglos VII-VI encontramos algunas piezas que bien pudiera estar inspiradas en los jarros fenicios, aunque su tipología es algo diferente. Algunos testimonios se documentan en lugares como Raja del Boquerón (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 2) y el Albaicín (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 14, j). 4.

ÁNFORA R-1. FORMA 10

Las ciudades fenicias de la metrópoli contaron con un nutrido repertorio anfórico durante la Edad del Hierro. La estratigrafía documentada en Tiro por Bikai ofrece una documentación de primera mano en este sentido, al igual que los trabajos de J.B. Pritchard en Sarepta. Pese a la variedad de tipos anfóricos de uso común en el Mediterráneo oriental, las colonias fenicias arcaicas de la Península Ibérica utilizaron casi exclusivamente una sola clase de recipiente para los cometidos de transporte y almacenaje a gran escala: el ánfora R-1. No es que los asentamientos arcaicos de Occidente no conociesen otras formas; los tipos orientales están presentes, pero en un número extraordinariamente pequeño. El ánfora R-1 se caracteriza por su gran tamaño, que la convierten en el vaso de mayores dimensiones producido en el periodo fenicio arcaico. Alcanza una altura entre 60 y 80 cm. El diámetro máximo del galbo está entre 36 y 43 cm.; mientras, la boca suele medir entre 9 y 14 cm., aunque hay piezas mayores. Formalmente se caracteriza por su boca de pequeño diámetro en relación al conjunto, su hombro carenado y su galbo parabólico; elemento fundamental son las típicas asas semicirculares de sección tubular, colocadas enfrentadas a la altura del hombro. Debido a su robustez, las asas son los elementos que ofrecen un menor grado de fragmentación, por lo que habitualmente son los elementos que delatan la presencia de R-1 en los enclaves arqueológicos. a)

El ánfora R-1: un recipiente netamente occidental

El ánfora R-1 fue individualizada por vez primera por G. Vuillemot, quien se basó en los ejemplares aparecidos en Rachgoun. En la tipología elaborada por el investigador francés para la cerámica de este islote de la costa del Oranesado, el ánfora constituye la forma 1, de ahí la sigla "R"6. Otros ejemplares muy similares de Mersa Madakh, ya en el continente, fueron también atribuidos a la R-1 por el mismo Vuillemot (1965: 65 y 143). 6 En Rachgoun, Vuillemot señaló dos tipos de ánforas: la R-1 y la R-1bis. Esta última es una forma posterior, que equivale al tipo 2.1.1.2 de J. Ramón (1995: 178), correspondiendo a un ánfora centromediterránea más tardía que la anterior, ya que se fecha entre finales del siglo VII y el primer tercio de la centuria siguiente.

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El origen de las R-1 es un problema que todavía no se ha aclarado. Parece que la evidencia arqueológica viene a sugerirnos que nos encontramos ante un recipiente propio del mundo fenicio occidental (Ramón, 1995: 275). Un problema íntimamente relacionado con la cuestión anterior es la escasez de ánforas fenicias orientales en la península Ibérica -Sagona 2 y Sagona 7-, que sólo se documentan en lugares como Doña Blanca, Toscanos, Trayamar, Lagos, Puente de Noy y Villaricos. De momento, no se conocen más de 15 de estos tipos en el Extremo Occidente, incluyendo las piezas fragmentarias. Todos han sido hallados en los asentamientos coloniales de la costa andaluza antes citados, excepto una que procede de Montilla, en la desembocadura del Guadiaro. Además, más de la mitad de éstas proceden de contextos claramente fechados en el siglo VII, aunque su data de fabricación sea amplia. Por ello, no podemos considerar que estos recipientes tuvieran alguna influencia en la configuración de la producción anfórica occidental, ya que llegan aquí con posterioridad a la existencia de las R-1. Únicamente en Toscanos y en la Torre de Doña Blanca tenemos algunos ejemplares del tipo Sagona 2 en niveles de la segunda mitad del siglo VIII, pero, que, en todo caso, son posteriores a las primeras R-1 (Ramón, 1995: 267). Por tanto, ante esta escasez podemos sacar las siguientes conclusiones: a) El tráfico directo de productos alimenticios susceptibles de ser transportados en ánforas -grano, vino, aceite, salazones- desde Oriente a la península Ibérica fue muy escaso. b) La inferencia que se puede extraer de lo anterior es que el nivel de autoabastecimiento de las colonias fenicias debió ser bastante alto. Parece que los primeros fenicios que llegan a Occidente traen sólo los elementos imprescindibles para instalarse. Los elementos de subsistencia se obtienen en el punto de destino. Por tanto, no era necesario contar con un avituallamiento periódico desde Oriente, de ahí la escasez de recipientes de esta procedencia. En este sentido, Cartago muestra una mayor relación más intensa con la metrópoli a través de la abundante presencia de ánforas fenicias orientales. Los tipos más representados son la Sagona 6 y la Sagona 7. Pero, no obstante, en los niveles arcaicos de los asentamientos del Mediterráneo central encontramos la misma tónica que en la Península Ibérica. La vinculación de Cartago con Tiro, mayor que la que mantuvieron las colonias del Extremo Occidente ha sido destacada por diversos autores, por lo que no entraremos siquiera en ella (Ramón, 1995: 276). Las ánforas R-1 fueron evolucionando lo largo del periodo arcaico como consecuencia de ser fabricada en diferentes talleres, algunos coloniales y otros autóctonos. Los cambios que observamos entre los ejemplares más antiguos y aquéllos que tienen una cronología más avanzada no tienen la suficiente entidad como para pensar en dos tipos distintos de ánforas, como distingue J. 732

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Ramón (1995: 229-231) entre su 10.1.1.1 y su 10.1.2.1. La variedad de perfiles que encontramos en las R-1 es el resultado de un trabajo de alfarería artesanal, donde es casi imposible que un ejemplar sea exactamente idéntico a otro7. Esta circunstancia se ve favorecida por la escasa manejabilidad de las ánforas sobre el torno, debido al gran tamaño de los recipientes. No hay duda de que existió una forma ideal del ánfora fenicia del Extremo Occidente, pero su elaboración material fue el resultado de "muchas manos, de muchos pequeños talleres a veces bastante distanciados entre sí" (Ramón, 1995: 230), idea que compartimos plenamente. En este sentido, no parece que pueda establecerse tampoco una seriación de perfiles de la forma R-1 en función del taller. Así, el centro de producción del Cerro del Villar, con un alto grado de estandarización de sus manufacturas, nos muestra una variedad considerable de perfiles en borde, carena, galbo y fondo en las ánforas del siglo VI. Resulta extraordinariamente complicado establecer cambios morfológicos susceptibles de dar cronología en los ejemplares de R-1 por sí mismos, ya que en contextos del siglo VIII aparecen piezas que muestran rasgos que son típicos de momentos más tardíos y viceversa, lo que nos obliga a actuar con grandes reservar en el caso de las piezas no integradas en un ambiente arqueológico claro y complementado con otros elementos de juicio. No obstante, podemos señalar una serie de detalles, que, siempre en correlación con el contexto de procedencia, nos permiten señalar una cierta evolución en la forma. b)

Tipología y distribución de las ánforas en el mundo indígena

A lo largo de todo el Hierro Antiguo observamos la existencia de diferentes tipos de perfiles de ánforas R-1. La caracterización de éstos viene determinada por la introducción de alguna variante morfológica, fundamentalmente en la disposición del labio y su articulación con hombro y carena. Algunos de estos perfiles tienen un sentido cronológico, mientras que otros parece que son propios de una zona geográfica concreta. No obstante, muchas veces no somos capaces de determinar cómo sería el ejemplar completo, debido al fuerte grado de fragmentación que presentan. Dentro del ámbito formal de las R-1 distinguimos cuatro tipos, de los que sólo los dos primeros -10,1 y 10,2- entrarían estrictamente en esta categoría de recipientes. Otros -10,3 y 10,4- son derivaciones tardías de las R-1, pero se apartan de su perfil característico, por lo que han sido incluidas diferentes clasificaciones por otros autores. Finalmente, encontramos un grupo de recipientes anfóricos diferentes, que se caracterizan por su escasez. (FIGS. 3917

En este sentido, J. Ramón pone como ejemplo las cuatro ánforas R-1 documentadas en la tumba 1 de Trayamar, donde él aprecia cuatro variantes "perfectamente distintas entre sí, con importantes diferencias en detalles..." (1995: 230). No comparto esta apreciación, porque aún siendo cierto que estas ánforas de Trayamar no son ni mucho menos idénticas, todas estan dentro de los mismos parámetros morfométricos.

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392). El ánfora TIPO 10,1 o R-1 ARCAICA presenta los siguientes rasgos morfológicos: labio esbelto y vertical, a veces ligeramente inclinado al interior, paredes de tendencia recta, hombros con caída suave y fondo parabólico. El galbo configura así un perfil marcadamente ovoide. La data más antigua de estas ánforas la tenemos en lugares como Chorreras (Aubet, 1974: fig. 17, nº. 60; Aubet, Maass-Lindemann y Schubart, 1979: fig. 8, nº. 103 y 109), Doña Blanca (Ruiz Mata, 1986: fig. 3, nº. 5-6; 1993: fig. 8, nº. 8), Aldovesta (Mascort, Sanmartí y Santacana, 1991: 26; Aubet, 1993b: 28, fig. 4), La Ferradura -Montsià- (Aubet, 1993b: 28, fig. 5), Ischia (Buchner, 1982: fig. 4) y Cartago (Chelbi, 1991: fig. 1, b). Por lo que respecta al mundo indígena de la alta Andalucía (FIGS. 393-394), los ejemplares más antiguos con estas características son importaciones fechadas en la segunda mitad del siglo VIII y principios del VII, casos de las piezas aparecidas en el nivel 5 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 14, b), fase III del Cerro de la Mora (Carrasco, Pachón y Pastor, 1981: fig. 7, nº. 40), Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980: figs. 114, nº 5-7; 189, nº. 1; 216, nº. 1-2), fase III de Huertas de Peñarrubia (García Alfonso, 1999: fig. 12, a) y estrato 1 del corte 3 del poblado de Montilla (Schubart, 1989: fig. 12, nº. 126-130). A partir de la segunda mitad del siglo VII estos recipientes deben ser fabricados por los alfares indígenas que ya estaban en actividad en esos momentos, aunque se mantienen los rasgos morfológicos habituales: nivel 8 y horno del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: figs. 17, a; 18, f), fase III del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981. fig. 9, nº. 48), Albaicín (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: 23, a) y Cerro del Centinela (Jabaloy et alii, 1983: fig. 366). El TIPO 10,2 es una clara derivación del anterior, por lo que le denominamos R-1 EVOLUCIONADA. Se caracteriza por un engrosamiento del labio, que se hace más corto -el denominado borde triangular-, al tiempo que la carena se va haciendo más suave y el galbo tiende a adoptar un perfil piriforme. Este tipo de recipientes aparecen durante la segunda mitad del siglo VII y perduran durante la mayor parte de la centuria siguiente, derivando sin solución de continuidad hacia los ejemplares más tardíos del tipo 10,4, que propiamente se salen ya del perfil de la R-1. Se trata de piezas que encontramos tanto en las colonias fenicias como en los poblados indígenas con morfologías prácticamente idénticas. En el mundo autóctono deben corresponder a producciones locales (vid. FIG. 393; FIG. 395). Un enclave donde se han podido estudiar de forma detallada es el Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995b: figs. 3; 4, b). Tampoco faltan en las excavaciones del Teatro Romano de Málaga (Gran, 1991: fig. 43-44), ni en el sondeo de San Agustín (Recio, 1990a: fig. 21). Su presencia resulta muy abundante en los poblados autóctonos del área malagueña, aunque la mayor parte de los ejemplares conocidos proceden de recogidas superficiales. En el valle del Guadalhorce el tipo 10,2 aparece en lugares Cerro de las Torres, Peñón de la Almona, Cerro del Castillo de Cártama, Cerro del Cabrero y Fuente Abad, en lo que estimamos 734

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producto de una relación intensa con la colonia fenicia del Villar. En los valles del Guadalteba y Turón no faltan. Un lote numeroso se ha recogido en el Cortijo de Nina (García Alfonso, 1995-96: figs. 7; 8; 9, b y d) y algunos bordes han aparecido también en Los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94: fig. 21, a-b). Igualmente, también las encontramos en Raja del Boquerón (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 4). Correspondiente al tipo 10,2, aunque no conocemos ningún ejemplar completo, se documenta durante la segunda mitad del siglo VII y principios del VI una variante propiamente indígena. Se caracteriza por poseer un hombro bastante inclinado que se remata en un labio exvasado, generado por un brusco estrechamiento hacia la boca, por lo que la hemos denominado ÁNFORA DE BORDE ESTRANGULADO. Su zona de expansión se concentra en la vega de Granada y hoya de Guadix, por lo que su foco de producción debe localizarse aquí (FIGS. 396-397). Efectuando un rápido repaso por su distribución, es significativa su aparición en el horno del Cerro de los Infantes, donde fue fabricada, sin menoscabo de la existencia de otros talleres (Contreras, Carrión y Jabaloy, 1983: fig. 1, a y c). También se documenta en el Albaicín (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: figs. 23, c-d; 30, a), Cerro del Centinela (Jabaloy et alii, 1983: figs. 10, 3-4; 20), Montealegre (Adroher, López y Barturen, 1993-94: fig. 3, nº. 12-15) y El Forruchu (González Román et alii, 1995b: lám. 1, nº. 16). Fuera de este área encontramos hallazgos en El Nacimiento -Valle de Abdalajís(Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1999: fig. 4, nº. 2) y en Raja del Boquerón (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 5). Las ánforas tipo 10,2 convivirán durante el siglo VI con el TIPO 10,3, que constituye la primera etapa de las MAÑÁ-PASCUAL A-4, recipientes que van a perdurar hasta momentos muy posteriores en el repertorio de época púnica y que marcan ya una separación de la forma R-1, aunque deriven claramente de ella. Estas piezas se caracterizan por su alto cuello troncocónico, hombro poco marcado y galbo ancho con carena. Habitualmente se las detecta por su borde, caracterizado por su forma engrosada al exterior y al interior, con una pared de hombro muy inclinada. Salvo el de la Cueva del Jarro de Almuñécar (Molina Fajardo y Huertas, 1983: 136-138, fig. 9), no se conocen ejemplares completos en nuestra área de estudio, pero no hay duda de estos recipientes se fabricaron en el ámbito colonial, ya que en el Cerro del Mar han aparecido ejemplares de estos momentos pasados de horno (Arteaga, 1985: 213). En contextos indígenas conocemos hallazgos muy fragmentarios en Los Algarrobeños, Los Castillejos de Teba y Cortijo de Nina (vid. FIG. 397; FIG. 398).

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FIG. 391. Tipología de las ánforas en el ámbito indígena de la alta Andalucía.

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FIG. 392. Ánforas R-1: tipos de bordes. 737

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FIG. 394.

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Ánforas del tipo 10,1 aparecidas en poblados indígenas de la Andalucía mediterránea y su hinterland. 739

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FIG. 395.

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Algunos ejemplares de ánforas tipo 10,2.

El TIPO 10,4 también deriva claramente de las R-1 evolucionadas. Si en el caso anterior, el tipo Mañá-Pascual supone el inicio del repertorio anfórico característico del mundo púnico de Occidente, estas ánforas 10,4 van a marcar la evolución hacia las formas típicas de la época ibérica. Se trata de un recipiente de tamaño considerable, que alcanza hasta 80 ó 90 cm. de altura. Presenta un característico perfil piriforme, con una prolongada inflexión en el galbo sin carena de ningún tipo, que configura una especie de cuello alto. El fondo se remata de forma parabólica, aunque algunos ejemplares muestran una cierta tendencia apuntada. Finalmente, la boca muestra un diámetro reducido en proporción a las dimensiones de los recipientes, con labios engrosado o levantados. Su datación debe situarse entrado ya el siglo VI, por lo que correspondería al Hierro Antiguo III, enlazando con la centuria siguiente. Los hallazgos no se hayan prodigado mucho en la Andalucía mediterránea y su hinterland, dado lo mal que conocemos esta fase cronológica en la región (vid. FIG. 397; FIG. 399). Villaricos es el lugar donde se han documentado la mayor cantidad de ejemplares, siendo los recipientes de este perfil el tipo I,3 de la clasificación de las ánforas de este enclave almeriense propuesta por M.J. Almagro Gorbea (1986: 272, fig. 2). Tampoco faltan en los Saladares de 740

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Orihuela (Arteaga y Serna, 1975: láms. 36, nº. 265; 37, nº. 270-271). Finalmente, J. Ramón en su reciente monografía sobre las ánforas feniciopúnicas (1995) clasifica este tipo anfórico de varias maneras: 1.2.1.3, 1.3.1.2, 1.3.1.3 y 1.3.2.4, sin que se aprecien diferencias sustanciales en sus perfiles. Aparecen también algunas piezas en el Cerro Macareno, donde se incluye en el tipo E-1 de M. Pellicer (1978: fig. 13), y en la fase III de Alhonoz (López Palomo, 1983: lam. XVIb). Respecto a la expansión del tipo 10,5 en el contexto autóctono de la alta Andalucía, un ejemplar casi completo apareció en la fase V del Cerro de la Mora, conteniendo un enterramiento de incineración, que se fecharía entre la segunda mitad del siglo VI y principios del V (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 10). Otra pieza procede de Raja del Boquerón (Espejo et alii, 1989: 35). Algunos fragmentos se recogieron en superficie en el Cortijo de Nina (García Alfonso, 1995-96: fig. 9,c,e).

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El TIPO 10,5 corresponde al ánfora SAGONA-7, típico de la costa libanesa, pero que resulta escaso en la Península. En el ámbito indígena sólo conocemos un ejemplar en Montilla (vid. FIG. 400). El TIPO 10,6 presenta una serie de particularidades que lo hacen un tanto especial. M. Belén y J. Pereira (1985: 326) llamaron la atención sobre el parentesco que unía a esta clase de recipientes con las ánforas, aunque fuese un tipo distinto: el II.2.C.b.1 de su clasificación de las cerámicas a torno pintadas. A este respecto, resulta significativa su no inclusión en el trabajo general sobre ánforas fenicio-púnicas realizado por J. Ramón (1995). Es un tipo de vaso híbrido, que combina elementos propios del ánfora R-1 y del pithos, pero que esta más cerca de las primeras por su morfología. Por ello hemos considerado oportuno denominarla ÁNFORA PITHOIDE. Rasgos anfóricos son su forma general de cuerpo de saco de tendencia piriforme, la disposición de las asas enfrentadas y la concepción de la boca, mientras que del pithos toma la forma geminada de las asas, el mayor diámetro de boca, el fondo cóncavo y la decoración pintada. El origen fenicio del tipo 10,4 no presenta dudas, ya que formas muy similares aparecen los niveles más antiguos de Cartago, Motya y Les Andalouses (Belén y Pereira, 1985: 326). El ejemplo más antiguo de la existencia de este tipo de recipientes en la península Ibérica lo encontramos en la fase II de La Fonteta, datada entre finales del siglo VIII y el primer tercio del VII. La pieza documentada en este asentamiento de la desembocadura del Segura es considerada por sus descubridores como una importación desde Cartago (González Prats, Ruiz Segura, García Menárguez, 1999: fig. 14). En la costa mediterránea andaluza los ejemplares bien estratificados son más tardíos, correspondiendo a la segunda mitad del siglo VII, como el documentado en el nivel IV de Toscanos (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: lám. 8, nº. 862/868). También se utiliza en necrópolis, como vemos en Trayamar 1 y Trayamar 4 (Schubart y Niemeyer, 1976: láms. 12, nº. 547 y 557; 16, nº. 606), donde constituye el tipo anfórico nº. 2 (Maass-Lindemann, 1986: 235), y en el Cortijo de Montañez (Aubet, Maass-Lindemann y Martín Ruiz, 1995: fig. 2, nº. 4). Datación similar a estas piezas malagueñas debe tener el ejemplar aparecido en la tumba 1 de la zona E de Puente de Noy, que corresponden al tipo II de Almuñécar (Molina Fajardo y Huertas, 1983: fig. 1, nº. 2; Molina Fajardo y Huertas, 1985: 158-159, lám. IX). Finalmente, a principios del siglo VI aparecen recipientes de este tipo con decoración polícroma en lugares como el Cerro del Villar (Aubet, 1990b: fig. 5) y Jardín -tumba 66- (Schubart y MaassLindemann, 1995: fig. 22, nº. 372). La difusión de las ánforas pithoides en el mundo indígena de la alta Andalucía no fue muy amplia (FIG. 415). Se trata de un recipiente que parece tener unas funciones muy específicas de carácter doméstico y funerario en ambiente fenicio, por lo que en el contexto indígena tiene un papel claro que desempeñar. Seguramente, los ejemplares que conocemos deben ser importaciones procedentes de los centros costeros. Así, el tipo 10,4 lo documentamos en la fase IV del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 9, nº. 53) y en Acinipo (Martín Ruiz, 1995: fig. 227) (vid. FIG. 400). 742

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FIG. 397.

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Los tipos anfóricos 10,3 y 10,4 en diferentes enclaves indígenas.

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FIG. 399.

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Ánforas R-1 con borde estrangulado.

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El TIPO 10,7 corresponde al ánfora ALMUÑÉCAR II, documentada por primera vez en la tumba 1 de la zona E de Puente de Noy (Molina Fajardo y Huertas, 1983: fig. 1, nº. 2). Se caracteriza por un cuello estrangulado que presenta un labio ligeramente engrosado y con marcado exvasamiento. En el ámbito indígena, el único ejemplar que se conoce es el hallado en la cabaña B del Cerro del Centinela (vid. FIGS. 262, d; 400), presentan fondo plano con inflexión cóncava, por lo que difiere de la forma parabólica típica de las R-1 fenicias. En cuanto a dimensiones, son vasos de menor tamaño que los anteriormente comentados. 5.

PITHOS. FORMA 11

Junto con el ánfora tipo R-1 es la forma de origen fenicio que alcanza mayor difusión en el mundo indígena. El pithos es fundamentalmente un recipiente para almacenaje, de ahí que abunde en los asentamientos. No obstante, también se conoce en necrópolis, sirviendo como urna cineraria. a)

Morfología

Se caracteriza por tener galbo ovoide, con pie plano más estrecho que el diámetro máximo del cuerpo, presentando ómphalos en algunas ocasiones. El cuello es muy corto, uniéndose al galbo mediante un pequeño resalte. La boca dispone de un borde que suele ser apuntado al exterior. Dispone de asas pequeñas que van desde el borde hasta el hombro; la mayoría de los vasos tienen dos asas que se disponen enfrentadas, aunque no faltan los ejemplares con cuatro asas colocadas enfrentadas a pares; más raramente aparecen sólo con tres. Las asas se presentan geminadas, normalmente dobles, aunque también hay ejemplos de triples. Los pithoi aparecen generalmente decorados con bandas anchas rojizas y filetes estrechos horizontales negros, que se agrupan en conjuntos de dos, tres o más líneas, que dejan espacios libres entre ellos. En algunos ejemplares aparecen motivos estiliformes, como vemos por ejemplo en el Cerro de la Era de Arroyo de la Miel o en Cerro Madrigueras de Almargen. Suele pintarse sobre una capa de engobe pajizo, aunque no faltan decoraciones directamente sobre la pared arcillosa. Las dimensiones son variadas, dentro de la estandarización de la forma. Existen dos grupos de recipientes en cuanto a su tamaño. Por un lado, aquellos que tienen una altura entre 25 y 40 cm. de altura, y, por otro, los que superan los 40 cm. de alto, pudiendo llegar hasta los 90 cm. Los primeros son recipientes para el ámbito doméstico. Son éstos también los que se utilizan como urnas para depositar incineraciones, como vemos en el Cortijo de Montañez y en el Cortijo de las Sombras. El segundo grupo corresponde a recipientes de gran capacidad, para guardar líquidos o sólidos, con una evidente finalidad de almacenaje colectivo o comercial. 745

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FIG. 401.

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Tipología de pithoi.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

La problemática de los pithoi occidentales

b)

El pithos que conocemos en el sur de la península Ibérica tiene sus prototipos lejanos en Oriente. Igualmente, existe una diferencia fundamental: mientras que aquí es un recipiente fundamentalmente de almacenaje, en la costa sirio-palestina se utiliza con gran profusión en las necrópolis. No obstante, los tipos orientales no tienen la misma forma que los peninsulares. Hay vasos similares en Tell-el-Ruqueis, Tell-el-Ajjul y Hazor (Amiran, 1970: figs. 71, nº. 6 y 72, nº. 5), pero los más parecidos los encontramos en Qrayé, Khirbet Silm, Joya y Khaldé (Chapman, 1972: 105). En opinión de G. Maass-Lindemann estos recipientes pueden ser considerados como precedentes de los pithoi occidentales, pero no como su prototipo inmediato (Maass-Lindemann, 1986: 237). Más cerca de las formas conocidas en el sur peninsular se encuentran los pithoi aparecidos en Cartago. No obstante, sus formas tampoco son idénticas a las del Extremo Occidente; además, tienen cronologías contemporáneas o incluso más bajas. En cuanto a la utilización de estos recipientes, en la gran metrópoli norteafricana se acerca más a Fenicia, pues se depositaron en el tofet. Así, vemos que los pithoi occidentales forman un grupo propio, que no sólo abarca el sur y este de la Península Ibérica, sino que también algunos ejemplares de la isla de Rachgoun (Vuillemot, 1955: lám. 6 bis). Los ejemplares más antiguos que se conocen en la Península aparecen lógicamente en las colonias fenicias de la costa andaluza. Ya a mediadosdel siglo VIII lo vemos en Chorreras (Aubet, 1983: fig. 4). La diversificación del pithos en el mundo indígena

c)

Los alfares indígenas fabricaron pithoi con gran profusión, pero desgraciadamente la inmensa mayoría de las piezas han llegado a nosotros en estado muy fragmentario, lo que dificulta un estudio detallado. Entre las conservadas completas, podemos distinguir diferentes perfiles, destacando la variedad que presentan los ejemplares documentados en Peña Negra, donde coexisten recipientes idénticos a los fenicios8 junto con otros que muestran una clara reinterpretación de la forma (González Prats, 1983a: tab. tip. nº. 13-15). La presencia al mismo tiempo de varios perfiles de pithoi la entendemos como el resultado del proceso de adopción de este vaso por parte de los diferentes talleres autóctonos. Sin embargo, frente a la diversidad de la zona alicantina, en la alta Andalucía se observa un mayor conservadurismo, con el predominio casi absoluto en los poblados indígenas del mismo perfil que observamos en las colonias fenicias (FIG. 401). No obstante, no faltan tampoco interpretaciones del modelo un tanto "libres", pero no que dejan de ser puntuales y reducidas a uno o dos ejemplares. En el Cerro de la Mora aparece alguna forma de pithos 8

Incluso con algunas piezas importadas de los asentamientos fenicios de la costa malagueña y rápidamente imitadas (González Prats y García Menárguez, 1998: 28 y 32).

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un tanto peculiar (Pastor et alii, 1981: fig. 5, nº. 18), seguramente producto de algún taller local. Piezas también singulares en cuanto a su morfología son las aparecidas en el Peñón de la Reina -casa 4- aunque no faltan los que siguen de cerca la tipología colonial -casa 2- (Martínez y Botella, 1980: fig. 218; 220; 171, nº. 2). La evolución del pithos a partir de la segunda mitad del siglo VI dio lugar a la forma 1-B de la cerámica ibérica pintada, de acuerdo con la tipología propuesta por J. Pereira (1988: 847-857). d)

Distribución de los pithoi en la alta Andalucía

Bordes, asas o fragmentos amorfos de galbos de pithoi proliferan en los contextos domésticos de prácticamente todos los asentamientos indígenas de la Andalucía mediterránea y su traspaís a lo largo de todo el Hierro Antiguo. Sin duda, los más antiguos son importados desde los asentamientos fenicios (FIGS. 402-403). Por citar algunos lugares donde aparecen, no faltan en el Peñón de la Reina, ya reseñados. En el interior de la provincia de Granada los encontramos bien estratificados con seguridad desde el último tercio del siglo VIII, aunque su proliferación se dará con abundancia en los siglos VII y VI. En la cuenca del Guadiana Menor aparecen en Cerro del Real (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 8, nº. 5-6) y Montealegre (Adroher, López y Barturen, 1993-94: figs. 3-4, nº. 2023), pero abundan mucho más en la Vega de Granada y sus piedemontes: Cerro del Centinela (Jabaloy et alii, 1983: fig. 13 y 17-18), Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 17, d-f), Albaicín (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 14, a-c, h), Cuesta de los Chinos (Fresneda, Rodríguez y Jabaloy, 1985: fig. 7, a-d, g-n) y Cerro de la Mora –fase III- (Carrasco, Pachón y Pastor, 1981: fig. 7, nº. 44). En la costa malagueña aparecen pithoi en enclaves indígenas como la Plaza de San Pablo (Fernández Rodríguez et alii, 1997: fig. 5, nº. 28 y 32) durante el siglo VIII y en la centuria siguiente en el Cerro de la Era (Suárez Padilla y Cisneros, 1999: 108). El valle bajo del Guadalhorce sólo ha proporcionado por el momento hallazgos descontextualizados: El Nacimiento (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993a: fig. 2, nº. 2), Cerro del Castillo de Cártama y Cerro del Cabrero (Recio, 1993a: figs. 3, nº. 11; 4, nº. 13). En las tierras interiores de Málaga aparecen con profusión en la cuenca del Guadalteba, en poblados como Los Castillejos de Teba (García Alfonso, 1993-94, figs. 18 y 19, b) y Castellón de Gobantes (García Alfonso et alii, 1997b: fig. 9), con una datación a lo largo de los siglos VII y VI. También se documentan en las aldeas agrícolas de la zona como hallazgos de superficie: Huertas de Peñarrubia (García Alfonso, 1999a: fig. 12, b-c), Cortijo de Nina (García Alfonso, 1995-96: fig. 11), Cerro Madrigueras (Recio, 1993a: fig. 4, nº. 16) y Vado del Tejar (Recio, 1990b: fig. 3, nº. 3). Los pithoi no faltan tampoco en el inmediato valle del Turón, como los hallados en Cerrajón (Recio, 1993a: 749

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fig. 3, nº. 8 y 12). Las excavaciones de Acinipo han proporcionado varias piezas estratificadas en los siglos VIII y VII (Aguayo et alii, 1987: 302). Finalmente, el pithos también se utiliza en el mundo indígena con una finalidad funeraria, como vemos en la necrópolis de Frigiliana, donde sirvió como urna cineraria, con una tipología y decoración con esteliformes claramente atribuibles a un momento avanzado -tumbas nº. 1, 3 y 13- (Arribas y Wilkins, 1969: figs. 13 y 15).

FIG. 403.

Pithoi procedentes de ambiente autóctono. 750

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Capítulo 21 6.

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VASO TIPO CRUZ DEL NEGRO. FORMA 12

Estas piezas se conocen desde los trabajos de George Bonsor a finales del siglo XIX y principios del XX en la necrópolis homónima, inmediata a la localidad sevillana de Carmona (Bonsor, 1899: 76-88). En los años 60 M. Pellicer se ocupó de estos materiales (Pellicer, 1969), pero la verdadera sistematización de los mismos fue efectuada por M.E. Aubet en un conocido artículo basado en la colección de la Hispanic Society of America de Nueva York (Aubet, 1976-78), en una línea que luego han seguido otros investigadores, aunque con diferentes denominaciones (Aranegui9, 1980; Belén y Pereira10, 1985: 316; Maass-Lindemann11, 1986: 235). En principio, las piezas se documentaron únicamente en el valle del Guadalquivir, pero conforme ha ido avanzando la investigación se han venido conociendo ejemplares en Medellín (Almagro-Gorbea, 1977: fig. 156), la Peña Negra de Crevillente (González Prats, 1986: figs. 1 y 7) e Ibiza (Gómez Bellard et alii, 1990: 136-137). Entre los pujantes núcleos del Suroeste y del Levante meridional aparecía el espacio vacío correspondiente a la alta Andalucía donde sólo se documentaban ejemplares aislados -Frigiliana y colonias fenicias-. a)

Morfología y funciones

La forma estándar del vaso Cruz del Negro ha sido bien descrita por M.E. Aubet (1976-78: 272) (vid. 386). Se trata de un recipiente con cuerpo globular esférico o achatado. El pie está indicado, con pequeño ómphalos central. El cuello es estrecho y adopta perfiles cilíndricos, exvasados o troncocónicos; mientras que el centro de éste suele presentar un baquetón o pequeña moldura saliente. Característica del vaso tipo Cruz del Negro es la presencia de dos pequeñas asas, enfrentadas y geminadas, que arrancan de la parte central del cuello, normalmente del baquetón, y se apoyan sobre el hombro. Algunos ejemplares presentan una sola asa. La mayoría de los ejemplares conocidos presentan decoración pintada, que en ocasiones está bruñida. Los motivos son lineales: bandas anchas o filetes estrechos, por separado o alternando, en color rojo, castaño oscuro o negro; algunas veces aparecen motivos circulares. Estamos ante un recipiente que tiene diferentes usos. Cuando aparece en contextos domésticos, normalmente en estado muy fragmentario, se deduce que fue utilizado para transporte y almacenaje a pequeña escala. Su documentación en necrópolis, utilizado como urna cineraria, va siendo cada vez más amplia. En el mundo indígena del Hierro Antiguo parece que es una de las formas más usadas en ambientes funerarios, compartiendo protagonismo con los pithoi y con ollas/orzas a torno que nos anticipan las producciones ibéricas – 9

Urnas tipo Cruz del Negro

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Tipo II.2.B.b.1.

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Ánforas de cuello.

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Frigiliana-. b)

Origen del vaso tipo Cruz del Negro. Problemática

Durante un tiempo se especuló con que el vaso tipo Cruz del Negro fuese un recipiente fabricado por un taller fenicio destinado a abastecer el mercado indígena de Occidente (Aubet, 1976-78: 282). El motivo para esta suposición se basaba en su mayor abundancia en necrópolis tartéssicas -Cruz del Negro- y en otras que mostraban elementos de poblaciones no fenicias, aunque fuertemente semitizadas -Cortijo de las Sombras y Rachgoun-. Al mismo tiempo, se aducía su escasez en los asentamientos fenicios de la costa andaluza. Actualmente se ha incrementado notablemente el número de hallazgos en los establecimientos fenicios peninsulares, al igual que en los poblados indígenas. Pero lo que resulta incuestionable respecto al origen fenicio de la forma es su abundante presencia en la fase arcaica de la necrópolis ibicenca del Puig des Molins, sirviendo como urna cineraria, lo que ha provocado un interesante debate sobre las implicaciones sociales de este tipo de enterramiento y aquéllos que aparecen en lugares como Trayamar y Cerro de San Cristóbal (Gómez Bellard et alii, 1990: 136-137). Resulta evidente que la historia completa de este tipo cerámico está aún por hacer, apuntando todos los datos a que se trata de un recipiente vinculado al mundo fenicio del Extremo Occidente, ya que los paralelos que se aducen en la costa libanesa y Chipre resultan escasamente convincentes. Conocemos su evolución final en el mediodía ibérico, pero todavía nos faltan sus prototipos o formas que pudiéramos considerar "iniciales", rechazando de entrada que éstas fueran recipientes a mano autóctonos. Próximos en lo formal, aunque no idénticos, están algunas urnas conocidas en el Mediterráneo central, concretamente en Mozia (Bevilacqua, Ciasca y Matthiae, 1972: láms. 27 y 31) y en Tanit I en Cartago (Cintas, 1970: lám. 36, nº. 121-125), aunque existen diferencias notables en la decoración. Realmente, el vaso tipo Cruz del Negro no fue uno de los productos más fabricados por los alfares fenicios y sus imitadores indígenas, pero conoció un cierto éxito por su versatilidad como objeto de uso doméstico y funerario. c)

Evolución

Algunos autores distinguen dos áreas en la distribución de vasos tipo Cruz del Negro en el sur peninsular, que atribuyen a centros de fabricación diferentes. Una, correspondiente al área de Huelva-El Carambolo y costa malagueña, se caracterizaría por el predominio del cuello troncocónico. La otra, que se localizaría en la zona de Carmona-Setefilla-Osuna, muestra una mayor abundancia del cuello abocinado (Belén y Pereira, 1985: 320). Respecto a la proliferación de estos recipientes en el Levante peninsular, los análisis de 752

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pastas han señalado que los vasos tipo Cruz del Negro aparecidos en la Peña Negra de Crevillente son material importado (González Prats, 1986: 292-294). La proliferación de excavaciones en los últimos quince años nos ha proporcionado algunos elementos para distinguir la forma propia de los siglos VIII-VII de la evolucionada del siglo VI a.C., al menos en lo referido al mundo indígena andaluz de las cordilleras Béticas. El vaso Cruz del Negro aparece completamente formado en su tipología habitual desde mediados del siglo VIII a.C. En estos momentos se documenta en la costa oriental malagueña, concretamente en Chorreras (Aubet, 1983: fig. 3, b), con el ejemplar más antiguo conocido en la Península. Algo más tardíos, de fines de esta centuria, son las dos vasos aparecidos en el túmulo 1 de Las Cumbres; en este caso con su función de urnas cinerarias bien documentada. Esta necrópolis pertenece al poblado de la Torre de Doña Blanca, aunque el enterramiento colectivo citado se viene considerando indígena y se fecha a fines del siglo VIII (Ruiz Mata y Pérez Die, 1989: 291, lám. 4). La eclosión de la forma tendrá lugar en el siglo VII, cuando aparece en la necrópolis que le da nombre y en diversos lugares de Andalucía occidental, como Huelva (Belén, 1986: 267-269) y Doña Blanca (Ruiz Mata, 1986: 255-257, fig. 6, nº. 7-9 y fig. 8, nº. 2-5), entre otros. También se constata ampliamente en Toscanos por la misma época. Un fragmento se recuperó durante las excavaciones de 1964 en el nivel IV b (Schubart, Niemeyer y Pellicer, 1969: 72, lám. 1, nº. 867) sería un indicio de una fecha avanzada para los perfiles de cuello troncocónico, al igual que los ejemplares de Frigiliana -tumbas 6 y 12- (Arribas y Wilkins, 1969: figs. 13 y 16). No obstante, esta propuesta habrá que tomarla con las necesarias reservas, ya que en Toscanos se observa que predominan las piezas con estrechamiento del cuello hacia la boca, aunque ninguna se conoce completa (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: fig. 1, nº. 4, 6 y 9-10), tal y como propusieron en su momento M. Belén y J. Pereira para el grupo Huelva-El Carambolo-costa malagueña (1985: 320). Los ejemplares conocidos en el entorno de la bahía de Málaga se sitúan por su contexto a principios del siglo VI. En el Cerro del Villar existen fragmentos de cuellos incompletos exvasados y cilíndricos, que se relacionan con el área de producción cerámica, aunque no hay seguridad sobre su fabricación en el lugar (Barceló et alii, 1995: fig. 6a, b-c). Entrado el siglo VI a.C. la evolución de los vasos tipo Cruz del Negro se hace más palpable, al menos por lo que respecta al mundo indígena de las cordilleras Béticas. La boca se estrecha, por lo que el cuello va adoptando formas cilíndricas o troncocónicas. El baquetón central del que partían las asas tiende a desaparecer, estadio que hemos visto iniciado en el Cerro de los Infantes, aunque pueden darse varias soluciones: prescindir de él totalmente, 753

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convertirlo en un mero resalte, bajarlo considerablemente hasta el hombro del vaso o fundirlo con aquél. En los ejemplares que conservan el galbo, éste tiene a adoptar forma ovoide, en lugar del perfil achatado que veíamos en el siglo VII: tumba 12 del Cortijo de las Sombras, Galera, Cerro del Arquitón, Manguarra y San José, incluso estas últimas podrían fecharse en el siglo V. Mientras, en el ámbito fenicio la forma se mantiene sin apenas variación, caso de Doña Blanca (Ruiz Mata, 1993: 67), aunque en algunas piezas de las colonias de la costa mediterránea se observa la tendencia al estrechamiento del cuello y a reducir el baquetón, tanto en Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995b: fig. 4, i) como en el sondeo de San Agustín (Recio, 1990: fig. 25, nº. 19). d)

Dispersión en la alta Andalucía

La dispersión del vaso tipo Cruz del Negro en el ámbito autóctono de las Béticas es amplia (FIGS. 404-405). En la vega de Granada aparece en los principales asentamientos desde momentos finales del siglo VIII a.C., mostrándonos como la forma es aceptada plenamente por las comunidades indígenas. En el Cerro de la Mora se constatan tres fragmentos. Los más antiguos corresponden a la fase II del poblado y poseen el tipo de cuello troncocónico que veíamos en Toscanos (Pastor et alii, 1981: fig. 4, nº. 10-11). Otro de la fase IV del poblado, que abarca las postrimerías del siglo VII y la primera mitad del siguiente, presenta cuello cilíndrico (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 9, nº. 52). Enormemente significativos son los dos fragmentos documentados en el Cerro de los Infantes. El situado en un nivel estratigráfico más antiguo, claramente del siglo VII, adopta un perfil troncocónico por debajo del leve resalte a que ha quedado reducido el baquetón, mientras que la parte superior tiene a ser cilíndrica (Mendoza et alii, 1981: fig. 15, f). La otra pieza se localizó en el relleno del horno de ánforas del corte 23, que estuvo activo en este poblado a fines del siglo VII o inicios del VI (Contreras, Carrión y Jabaloy, 1983: fig. 1, g). Ésta muestra un cuello bastante alto y de acusadas paredes rectas, con el baquetón configurado a modo de suave resalte. Las mismas características vemos en un fragmento de cuello del estrato II del Carmen de la Muralla, en el Albaicín, datado entre fines del siglo VII y el siglo VI (Roca, Moreno y Lizcano, 1988, pp. 41-42). Los recipientes procedentes de necrópolis son del mayor interés al encontrarse completos. Tipología correspondiente a un modelo del siglo VII tiene la pieza completa aparecida en Los Monteros, junto al río Real de Marbella, procedente probablemente de una necrópolis correspondiente al asentamiento fenicio aquí localizado (García Alfonso, 1998b). El Cortijo de las Sombras ha constituido siempre referencia obligada en el estudio de los vasos tipo Cruz del Negro, con piezas que muestran una tipología evolucionada de la forma, producto de su diversificación en talleres locales. La pieza más significativa procede de la tumba nº. 12, habiéndose documentado también un vaso con una sola asa en la sepultura nº. 6 (Arribas y 754

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Wilkins, 1969: figs. 13, 14, 16, 21, nº. 7). Un buen ejemplar de la evolución del vaso tipo Cruz del Negro en el siglo VI a.C. es una urna procedente de la necrópolis de Galera conservada en los fondos del Museo Arqueológico de Granada. Es pieza mal torneada y sin decoración. Sin embargo, este vaso tiene un gran interés al relacionarse con posibles enterramientos -por ahora desconocidos- de la fase final del Hierro Antiguo, correspondientes a esos mismos momentos del vecino poblado del Cerro del Real (García Alfonso, 1999b: 182-183).

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Esta diversificación en talleres locales que producen nuevas versiones propias de la forma 12 enlazará con las inmediatas producciones del Ibérico Antiguo. El proceso se observa claramente en el valle del Guadalhorce, con los hallazgos de Manguarra y San José (Serrano y Luque, 1980: fig. 39) y Cerro del Arquitón (Martín Ruiz, Martín Ruiz y Sánchez Bandera, 1999b: 83), donde aparece un característico galbo ovoide y el cuello abocinado. Otras elaboración claramente local y tardía de las producciones Cruz del Negro es el vaso de la tumba del primer nivel de enterramientos de Los Castellones de Ceal (Jaén), fechado entre los años 600 y 425 a.C. (Blanco, 1960: 27-29, figs. 48-49), que es pieza de mediocre factura. Bastante mejor elaboración presentan las urnas más antiguas de la necrópolis de Toya, datadas en la segunda mitad del siglo VI, que muestran una clara evolución de la forma, pero todavía se mantienen dentro de su parámetros (Pereira, 1979: fig. 4).

FIG. 405.

Evolución de los vaso tipo Cruz del Negro en el ámbito autóctono de la alta Andalucía y su hinterland. 756

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Capítulo 21 7.

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TRÍPODE. FORMA 13

Se trata de un plato horizontal con un borde levantado, dotado en su parte inferior de tres protuberancias macizas, a modo de patas. Puede presentar engobe rojo o superficie arcillosa. a)

Orígenes en Oriente

El origen fenicio de esta forma no presenta ningún genero de dudas. Los prototipos orientales del trípode están bien documentados, aunque la derivación concreta de éstos no está exenta de problemas. En el Levante mediterráneo encontramos morteros de piedra muy similares a los trípodes fenicios occidentales. Así, solamente en la estratigrafía de Tiro obtenida por Bikai encontramos siete ejemplares de basalto y otro más de una piedra no concretada. El más antiguo de estos morteros aparece en el estrato XVII, fechado entre 1600 y 1425 a.C., perdurando sin apenas variaciones formales hasta el nivel I, datado en torno al 700 a.C. (Bikai, 1978: fig. 49, Nº. 27)12. Otras piezas de este tipo, también en piedra, se conocen en diferentes lugares del Próximo Oriente, tales como Nimrud, Hazor y Megiddo (Culican, 1970: 15-16). Además del material con que están elaborados, los trípodes pétreos orientales tienen un perfil diferente a sus homólogos occidentales de cerámica. Se caracterizan por su forma maciza, muy diferente de la aparente fragilidad de los trípodes de terracota que conocemos en el Extremo Occidente. El borde es liso o redondeado y se apoya directamente sobre las patas, que son muy cortas para dar mayor estabilidad al recipiente. Igualmente, el receptáculo interior de los trípodes orientales muestra una acentuada concavidad, lo que les da una profundidad bastante mayor que sus homólogos occidentales. Frente a la profusión en Oriente de trípodes de piedra, los ejemplares en cerámica apenas si se constatan en el Levante mediterráneo: sólo los encontramos a partir del siglo VIII a.C., pero no son similares a los conocidos en la península Ibérica. En algunos casos se trata de imitaciones en terracota de los morteros-trípodes de piedra, como en un ejemplar de Samaría (Crowfoot, Crowfoot y Kenyon, 1957: fig. 26, 18), otro de la necrópolis de Atlit (Johns, 1933: 145, fig. 10,1) y en Sarepta (Culican, 1970: fig. 3), que no dejan de ser piezas poco habituales. Estos trípodes orientales son recipientes alejados de la forma habitual en la Península Ibérica. Los trípodes que aparecen en el Mediterráneo central son similares a los del Extremo Occidente, aunque existen algunas pequeñas diferencias formales en los bordes y en la decoración que ostentan. No obstante, la presencia de la 12

Los morteros-trípodes de Tiro son denominados por Bikai como tripod-bowls. La lista completa de los ejemplares documentados en la secuencia de 1973-1974 es la siguiente (Bikai, 1978): láms. I, 18; IX, 23-24; XX, 17 y 19; XXXVI, 20; XLVII a, 14; XLIX, 27.

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forma es escasa. De acuerdo con la bibliografía consultada, se citan algunos ejemplares en la necrópolis de Dermech en Cartago (Schubart y MaassLindemann, 1984: 134) y Mozia (Tusa, 1978: 49, fig. 34, nº. 1-2). b)

Función

La utilización concreta de los trípodes tampoco está exenta de problemas. Es evidente que los ejemplares orientales de piedra se utilizaron como morteros, pues en algunos casos se han hallado junto a ellos manos de almirez, por lo que algún autor ha señalado que servían para moler los cosméticos, tanto en la vida cotidiana como en las ceremonias funerarias (Buchholz, 1963: 62-63). Pero, trasladar esta misma función a los trípodes occidentales de cerámica resulta problemático. En primer lugar, la delgadez de sus paredes, que en la mayoría de los casos no supera los 2 cm. de espesor, lo convierten en un recipiente muy frágil a la hora de una molienda enérgica. Por otro lado, sus tres puntos de apoyo producen una rotación muy molesta a la hora de usarlos para moler, al igual que, al disminuir la superficie de contacto con el suelo, un golpe puede provocar la rotura con facilidad. Vuillemot, partidario de una función de morteros para los trípodes de cerámica, señaló que precisamente eran los tres pies lo que daba estabilidad al recipiente, al clavarse estos en la tierra, al tiempo que aumentaba su resistencia al apoyar el receptáculo directamente sobre el suelo (Vuillemot, 1965: 110-111). Poco después de Vuillemot, Jodin adelantó la hipótesis de que los trípodes eran soportes de ánforas, ya que la convexidad de éstos respondía a la concavidad del fondo de aquellas (Jodin, 1966: 132-139). No obstante, esta función está descartada en la actualidad, pues en el repertorio de la cerámica fenicia conocemos utensilios que realizan este cometido de forma mucho más eficaz. Volviendo a la hipótesis de que los trípodes eran morteros, no puede descartarse que se utilizaran para moler grano o elementos minerales no excesivamente duros. Las investigaciones de los últimos años en el Cerro del Villar han aportado información de primera mano sobre uno de los usos de los trípodes. En una de las áreas de producción cerámica de este asentamiento fenicio, en concreto el denominado sector 3/4, se detectaron un total de 28 trípodes con rasgos de haber sido utilizados como morteros. Esta circunstancia se infiere a partir de la rotura de los mismos, desde el interior del receptáculo, con señales claras de haberse producido la misma al golpearlos fuertemente con una moleta de piedra. La concentración de trípodes en el área de producción cerámica hace pensar a los investigadores de este alfar que esta forma debió haber jugado 758

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algún papel en el proceso de producción alfarera. En concreto se les atribuye la función de servir para moler minerales blandos o materiales fácilmente fragmentables, como conchas y huesos13, para obtener desgrasantes o pigmentos para la decoración de las vasijas aquí producidas (Barceló et alii, 1995a: 176). c)

Distribución en el mundo indígena

El trípode es una de las formas menos representadas numéricamente en los poblados indígenas, tanto área de las cordilleras Béticas como del valle del Guadalquivir, aunque alcanzan concentraciones destacadas en zonas como la depresión de Granada (FIGS. 406-407). En la cuenca alta del Genil la forma 13 se localiza en lugares como el Cerro de la Alcazaba de Loja, Castellones de Huétor Tajar, Cerro de la Mora, Mesa de Fornes, Cerro de los Infantes -aquí con un ejemplar gris-, Cuesta de los Chinos, Baños de la Malá, Albaicín y Cerro del Centinela, entre otros lugares (Pachón y Carrasco, 1991-92: fig. 2, b). Fuera de este ámbito, lo encontramos en Montilla -desembocadura del Guadiaro- (Schubart, 1989: fig. 11, nº. 122 y 124) y en la Peña de Ardales valle del Turón- (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 7). 8.

SOPORTE ANULAR. FORMA 14

Los soportes fenicios se pueden clasificar en dos tipos: de carrete y anulares. El primero tiene una característica morfología de diábolo, aunque es diferente a las piezas indígenas de similar forma y función. El segundo es un simple anillo de cerámica, de sección tubular o romboidal. Los soportes fenicios de carrete no se difundieron en el mundo indígena, probablemente porque era un utensilio innecesario, ya que las piezas de producción autóctona cumplían perfectamente su cometido. No ocurrió lo mismo con el soporte anular fenicio14, que, debido a su pequeño tamaño y a su versatilidad, sí fue empleado en algunas ocasiones por las poblaciones indígenas de la alta Andalucía. Es más, el tipo no se ha documentado por el momento en el valle del Guadalquivir, donde se mantiene el soporte de carrete tradicional durante el Hierro Antiguo. En cambio, en el área de las Béticas se observa como el nuevo tipo sí parece sustituir a los carretes a lo largo del siglo VII.

13

Elementos de esta naturaleza son frecuentes en las pastas de la cerámica producida en el Cerro

del Villar. 14

A. Caro Bellido (1989a: 36) sostiene que los soportes anulares son autóctonos del sur peninsular, aunque se vieron influidos por otros similares propios del mundo fenicio. Esta es una suposición que carece de argumentos, ya que el tipo no se documenta en el sur peninsular antes del siglo VIII. Precisamente, los lugares donde aparece con una cronología más antigua son algunos asentamiento fenicios, además de conocerse la forma en la metrópoli.

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Morfología

El soporte anular consiste en un simple aro o anillo de cerámica, que, pese de ser hueco, presenta una resistencia a la rotura bastante considerable. Aunque también se conocen algunas piezas hechas a mano, fundamentalmente se trata de un tipo modelado a torno y realizado en cerámica gris de buena calidad. En esta producción es la forma 2 de A. Caro (1989a: 35-40). Su perfil es variado, desde la forma romboidal hasta la casi circular. b)

Cronología y dispersión en el ámbito autóctono

En el mundo indígena de la alta Andalucía se conocen soportes de la forma 14 tanto a mano como a torno (FIGS. 408-409). Entre los primeros cabe citar los aparecidos en la fase II del Cerro de la Mora, con una fecha anterior al 700 a.C., de un tipo algo diferente (Pastor et alii, 1981: fig. 4, nº. 12). Respecto a las piezas a torno todas las que se conocen están fabricadas en cerámica gris. Hallazgo superficial es el aparecido en el Cerro de las Agujetas, muy próximo al Cerro de los Infantes (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: fig. 21, nº. 1). Con contexto arqueológico encontramos una pieza en la fase III del Cerro de la Mora, fechada en el último tercio del siglo VII (Carrasco et alii, 1982: fig. 50, nº. 242), el documentado en el Castellón de Gobantes en un contexto de los siglos VII-VI15 (García Alfonso et alii, 1997b: fig. 10) y en Acinipo durante la segunda mitad del siglo VII a.C. (Aguayo et alii, 1987: 302). Más hacia el este, no volvemos a encontrar el tipo hasta el Levante meridional, concretamente en Saladares (Arteaga y Serna, 1971: fig. 9) y Peña Negra16 (González Prats, 1979: fig. 80, nº. 7, y 85, nº. 30; 1982a: figs. 17, nº. 5, y 337, nº. 5442). 9.

CUENCO PINTADO. FORMA 15

Una de los recipientes a torno más característico del ámbito indígena del noroeste de la provincia de Málaga son un conjunto de vasos de casquete esférico con borde engrosado al interior en bocel. Reproducen el tipo 1,2 de la cerámica a mano, por lo que parece seguro su origen en prototipos autóctonos. Presentan la zona interior cubierta un engobe rojo de intensidad variable, al igual de que la parte superior del borde al exterior; mientras, el exterior del recipiente muestra un tono anaranjado claro, de tacto untuoso, similar al de la cerámica gris, producto de un intenso bruñido. Son piezas bien acabadas, que seguramente se utilizaban como vajilla de mesa. Sus dimensiones son variadas, desde pequeños cuencos de 12-15 cm. de diámetro hasta piezas que alcanzan 15

Nivel II del corte B.

16

Tipo B18 de la cerámica de este asentamiento alicantino (González Prats, 1983a: 198-200).

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alrededor de 30. Su distribución no es muy amplia, pero aparecen con profusión en algunos poblados de la zona citada (FIGS. 410-411), no faltando en algunos enclaves fenicios ni en el valle del Guadalquivir. Sin embargo, por el momento, no se documentan en los poblados de Granada y Almería. Recipientes de este tipo se encuentran estratificados durante los momentos finales del siglo VII y centuria siguiente en el Cerro Macareno (Pellicer, Escacena y Bendala, 1983: fig. 108 nº. 9-10). También aparecen en Doña Blanca, donde este tipo de vasos se encuentran claramente estratificados en el siglo VI (Ruiz Mata, 1993b: fig. 12, nº. 5-7), por lo que nosotros mismos le atribuimos esta datación en Los Castillejos de Teba, coincidente con el contexto arqueológico (García Alfonso, 1993-94: fig. 17, a). También se documenta en el Cortijo de Nina, aldea agrícola ocupada en los siglo VI-V (García Alfonso, 1995-96: fig. 10, a). Sin embargo, recipientes de la forma 15 se fechan en Acinipo en el siglo VIII y VII (Aguayo et alii, 1987: 301-302), lo que puede indicar tal vez que la realización a torno de esta forma comenzó antes en determinados lugares, no generalizándose momentos finales del Hierro Antiguo II. 10.

COPAS. FORMA 16

Este tipo de recipientes no resulta abundante, aunque tiene una distribución más amplia que el anterior en lo que respecta al ámbito de la alta Andalucía (FIGS. 412-413). También nos encontramos con piezas bien acabadas. Se trata de unos vasos con carena media, borde recto o apuntado y pie plano o con anillo de asiento. Presentan decoración pintada al exterior, al interior o por los dos lados, consistente en estrechos filetes negros sobre superficies rojizas, ocres o pajizas. En ocasiones aparecen con asas de espuerta, como vemos en el Cerro del Villar a principios del siglo VI (Barceló et alii, 1995a: fig. 5, a, d) o en momentos algo anteriores -fase III del Cerro de la Mora- (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 8). Por su forma, son recipientes que se encuentran próximos a la forma 3 a mano. H. Schubart y G. MaassLindemann (1984: 88-89) se inclinan por un origen fenicio -su forma VI,1 de Toscanos- y señalan como prototipos algunas piezas de Samaría, Hazor y Khaldé, fechadas en los siglos X-VIII. Por tanto, es posible que estemos ante una confluencia de formas, que generaron un recipiente híbrido: la forma es de raigambre indígena –tipo 3,4 a mano-, pero la decoración es claramente fenicia. No obstante, en el mundo colonial también aparecen estas copas pintadas, pero con unos perfiles más variados, como vemos en el taller alfarero del Cerro del Villar (Aubet et alii, 1999: fig. 104).

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En cuanto a la datación, en los siglos VII-VI encontramos la forma en el Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 15, j-k). Con una fecha algo más avanzada y concreta, centrada en la primera mitad del siglo VI aparece en el centro de producción cerámica del sector 3/4 del Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995a: fig 6, b), mientras que una datación ya de la segunda mitad de esa centuria ofrece una pieza del estrato V del corte I de la Mesa de Setefilla (Aubet, 1989: 307, fig. 22). Finalmente, en los Castillejos de Teba encontramos otro ejemplar en los niveles del siglo VI (García Alfonso, 1993-94: fig. 18).

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Capítulo 21 11.

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LEBRILLO. FORMA 17

Por el momento, es una forma que en el ámbito de la Andalucía mediterránea solo aparece en la provincia de Málaga, concretamente se documenta en la costa occidental, arco de la bahía malagueña, cuenca baja del Guadalhorce y valles del Guadalteba y Turón (FIG. 414). Su constatación en las desembocaduras de los ríos Vélez y Algarrobo no es aún clara, aunque algunos fragmentos de Morro de Mezquitilla podrían corresponder a este tipo de recipientes (Schubart y Niemeyer, 1976: lám. 8, nº. 182-183). No aparece ya en Almuñécar. En cambio, en Andalucía occidental encontramos estos recipientes en la bahía gaditana y el valle bajo del Guadalquivir. La forma 17 es claramente un producto tardío, ya que siempre aparece asociadas a contextos de los siglos VI-V, tanto fenicios como indígenas. La forma tiene parte de su desarrollo en los inicios de la época ibérica, pero su arranque se da precisamente en los momentos del Hierro Antiguo III. La denominación de esta forma es variada: vasija con cuerpo de tendencia globular y boca variablemente abierta (Arribas y Arteaga, 1975: 38), cazuela de borde engrosado (Perdiguero y Recio, 1982-83: 122), cazuela (Recio, 1990a: 73; Perdiguero, 1993-94: 137) y cuenco de labio engrosado (Gran, 1991: 264-267). a)

Morfología

El lebrillo es un vaso abierto, de diámetro amplio, que a veces puede alcanzar los 50 cm. Presenta borde engrosado al exterior, a modo de visera, aunque a veces el mismo perfil genera una leve protuberancia hacia el interior; las paredes forman un recipiente bastante profundo, de cuerpo troncocónico invertido. Desconocemos el perfil de pie, ya que todavía no se ha conseguido documentar una pieza completa. Es muy característica su decoración pintada, formada por motivos lineales oscuros sobre un engobe pajizo muy tenue -filetes estrechos y paralelos, pequeños trazos, zig-zags, aspas-, que se sitúan en la parte superior del cuerpo en su parte exterior y en el borde. b)

Origen y distribución

El origen concreto de la forma no se ha aclarado todavía, ya que puede ser tanto fenicio como indígena. Su presencia es bastante mayor en asentamientos coloniales como el Cerro del Villar y Málaga, aunque esto no resulta decisivo debido a que se trata de lugares donde se ha excavada bastante, mientras que la documentación de la forma 17 en los poblados indígenas no supera el registro superficial (FIG. 415). La forma 17 resulta muy abundante en los asentamientos fenicios de la bahía de Málaga. En los momentos iniciales del siglo VI se encuentra con profusión en el Cerro del Villar tanto en las campañas de los años 60 -fase Guadalhorce II- (Arribas y Arteaga, 1975: láms. 13, nº. 54; 19, nº. 90-91; 27, nº. 134) como en las excavaciones recientes (Barceló et alii, 1995a: fig. 5, j; 767

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El impacto colonial fenicio arcaico…

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Aubet et alii, 1999: 169-171, fig. 106), no faltando tampoco en el horno púnico inmediato al corte 5 en los momentos iniciales del siglo V (Aubet, 1999a: fig. 15). Tampoco falta en la Loma del Aeropuerto (Martín Ruiz, 1999: fig. 29, l-ñ). En el casco urbano de Málaga, encontramos estos recipientes en el sondeo de San Agustín con una fecha del siglo VI (Recio, 1990a: figs. 15-17) y en el Teatro Romano, donde se prolongan hasta el siglo V (Gran, 1991: figs. 60, nº. 1-3; 61). En el litoral oriental de la bahía aparecen en el asentamiento de la Loma de Benagalbón (Perdiguero y Recio, 1982-83: fig. 4). En la cuenca baja del Guadalhorce se conocen hallazgos de superficie en algunos enclaves: Apeadero de los Remedios (Recio, Martín Córdoba y Ramos Muñoz, 1993a: fig. 2, nº. 3), Cerro de las Torres (García Alfonso, 1991: fig. 10), La Hoya (Recio, 1993a: fig. 4, nº. 19) y Cerro del Aljibe de Coín (Fernández Ruiz, 1985: fig. 4, nº. 2); mientras, en el inmediato flysch de Colmenar destaca la numerosa serie aparecida en las excavaciones de Aratispi (Perdiguero, 1993094: fig. 8). En el valle del Turón encontramos la forma 17 en Raja del Boquerón (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 1) y en la llanura antequerana apareció un fragmento en El Castellón/Singilia Barba (Serrano y Luque, 1987: 467; 1990: 345). Finalmente, habría que señalar su presencia en la costa occidental malagueña, donde los lebrillos pintados se constatan, que sepamos, en el Castillo de Fuengirola (Hiraldo y Riñones, 1991: fig. 6, nº. 2 y 4; Hiraldo, Recio y Riñones, 1992: fig. 7, nº. 7), Torre del río Real (Martín Ruiz y PérezMalumbres, 1995-96: fig. 4), desembocadura del río Verde de Marbella17 y El Torreón (Recio, 1993a: fig. 2, nº. 6).

17

Algunos fragmentos de este origen se conservan en las dependencias del Área de Cultura del Ayuntamiento de Marbella. Agradecemos a M.T. Rivera las facilidades dadas para el acceso a estos materiales.

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Capítulo 21

FIG. 415.

Las producciones fenicias a torno…

Ejemplares de la forma 17. 769

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El impacto colonial fenicio arcaico… 12.

LA CERÁMICA GRIS

a)

El debate sobre su origen

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Hasta finales de los años 70 se consideraba que la cerámica gris era una producción de origen focense o ampuritano. Esta opinión fue discutida por A.M. Roos en un conocido artículo en el que quedó señalada la existencia de una "provincia meridional" donde estos materiales son de raigambre fenicia (Roos, 1982: 46). Hace algunos años, A. Caro defendió un origen indígena para la cerámica gris. Esta autor atribuye su presencia en los asentamientos coloniales a la población autóctona que convivía con los fenicios en los enclaves fundados por éstos en las zonas costeras. Igualmente, Caro señala la primacía de Andalucía occidental, señalando que la mitad oriental vivía "un poco a remolque". De ahí que considere que nos encontramos ante una cerámica tartéssica (Caro, 1989: 191-193). Esta propuesta no se sostiene, ya que la cerámica gris aparece en lugares como Toscanos y Morro de Mezquitilla a mediados del siglo VIII, mientras que deberemos esperar a finales de dicha centuria para encontrarla en algunos poblados indígenas, tanto de la baja como de la alta Andalucía (Mancebo, 1994: 362-363). No faltan indicios de la existencia de alfares fenicios que se dedican parcialmente a esta producción todavía en el siglo VI, caso del Cerro del Villar (Barceló et alii, 1995a: 167-168). Al tiempo, la presencia en Andalucía occidental de una mayor variedad de formas creo que no resulta significativa, dado que los recipientes "peculiares" se documentan sólo por un reducidísimo número de ejemplares. Los tipos fundamentales son los mismos en todo el sur peninsular, lo que podría indicar que sólo un reducido número de formas eran las aceptadas por los clientes. Las producciones grises tienen este color por haber sido cocidas a fuego reductor, pero esto no debe interpretarse como un retraso tecnológico, ya que se trata de un producto de bastante calidad. La pasta es muy depurada y dura, al tiempo que el acabado presenta un intenso bruñido, que le da una superficie brillante. Por su tecnología a torno y fino acabado se plantea la posibilidad de que hubieran sido fabricadas inicialmente en alfares fenicios para la clientela indígena, de ahí su color oscuro y la imitación de algunas de las formas habituales en el Bronce Final del sur peninsular: vasos de casquete esférico, vasos carenados y, en menor medida, soportes. No faltan tampoco los platos de clara tipología fenicia. Es probable que estemos ante una vajilla de mesa, de un cierto lujo, puesta al alcance de determinados sectores sociales autóctonos. En los enclaves coloniales la cerámica gris aparece desde finales del siglo VIII, aunque su periodo de mayor auge corresponde a los siglos VII y VI a.C. No obstante, su fabricación en algunos talleres indígenas, especialmente a partir del siglo VII, resulta bastante probable. Roos (1982: 55) planteó en su 770

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Capítulo 21

Las producciones fenicias a torno…

momento la posibilidad de señalar la ubicación de los talleres basándose en la presencia de pizarra triturada como desgrasante, aunque desde aquel entonces los análisis de pastas han sido escasos hasta hoy, citándose los de Peña Negra y Medellín. Ciertamente, en este aspecto se ha avanzado bastante poco.

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El impacto colonial fenicio arcaico… b)

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Las formas y su distribución en la alta Andalucía

Las formas de cerámica gris que vemos más extendidas en el mundo indígena de la Andalucía mediterránea y su traspaís corresponden a la vajilla de mesa, tanto en formas de raigambre indígena -vasos carenados y de casquete esférico- como fenicia -platos y botellas-, además de soportes. Los contextos de aparición son siempre domésticos18 (FIGS. 416-417). El VASO CARENADO corresponde en la clasificación de A.M. Roos a dos formas: la 16 que consiste en un recipiente de fuerte carena y la 14 que presenta formas más suavizadas. En la sistematización de A. Caro serían la 6 y la 15, entre las que apreciamos escasas diferencias como para considerarlas recipientes distintos, ya que encajarían bien en en la forma 16 de Roos, al tiempo que la 16 de Caro equivaldría a la 14 de Roos. La pieza más antigua se constata por el momento en la fase I del Cerro de Montecristo/Abdera, fechada en la segunda mitad del siglo VIII (Suárez et alii, 1989: fig. 6, r). Datación más o menos coetánea presenta un ejemplar claramente inspirado en los perfiles a mano, documentada en la fase II del Cerro de la Mora (Carrasco, Pastor y Pachón, 1981: fig. 7, nº. 35). Más tardía parece la forma en Toscanos, donde se localizaron varios fragmentos en la campaña de 1971, con cronología imprecisa del siglo VII (Schubart y Maass-Lindemann, 1984: fig. 6, nº. 165168); no obstante, estas piezas del bajo Vélez parece inspirarse más en los cuencos carenados fenicios de engobe rojo que en las piezas indígenas del Bronce Final. En cambio, mucho más vinculadas a las producciones indígenas a mano se encuentran los cuencos carenados grises documentados en el Cerro de los Infantes durante el siglo VII, siendo muy abundantes en el estrato 7 para disminuir después (Mendoza et alii, 1981: figs. 16, c-g; 17, m; 18, b). En el Cerro del Real la cerámica gris no es muy abundante, aunque si está presente a comienzos del Hierro Antiguo II -c. 700 a.C.-, siendo los primeros productos a torno que se documentan en esta secuencia; Los encontramos en el estrato VIII y más tarde en el IV (Pellicer y Schüle, 1966: fig. 10, nº. 8; 7, nº. 22). Fecha ya de finales del siglo VIII y principios del VI tiene el abundante lote de cuencos carenados hallados en el Carmen de la Muralla del Albaicín, donde se observa una significativa suavización de los perfiles, que los hace bastante similares a los platos de la forma 9 de Roos (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: figs. 17-18). La misma circunstancia se observa también en el Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 17, j-k). Las BOTELLAS -forma 13 de Caro- resultan bastante escasas, ya que sólo las tenemos documentadas en la fase III del Cerro de la Mora (Pastor et alii, 1981: 151, fig. 5, nº. 22). Los PLATOS DE BORDE ESTRECHO corresponden a "reproducciones" de 18

Al respecto, A. Caro (1989: 129) cita una pieza procedente de la tumba 6 del Cortijo de las Sombras dentro de su forma 15, pero este ejemplar no corresponde a la cerámica gris.

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Capítulo 21

Las producciones fenicias a torno…

los ejemplares de engobe rojo, que corresponden a la forma 1 de Roos y 17a de Caro. Además, Caro distingue también otros tipos de platos, que constituyen sus formas 18 y 19. Con una fecha de finales del siglo VIII a.C. los encontramos en el poblado indígena de Montilla (Schubart, 1989: fig. 13, nº. 166). A principios del siglo VII también se documentan en el Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 16, h, m-n). Los VASOS DE CASQUETE ESFÉRICO son los recipientes grises más abundantes en los poblados indígenas de la alta Andalucía, derivando claramente de las formas a mano del Bronce Final -nuestra forma 1- (FIG. 434). De acuerdo el borde, distinguimos dos tipos de recipientes: a)

Los de borde simple corresponden a la forma 6 de Roos y 20,a de Caro. A pesar de su sencillez no son muy abundantes: Montilla (Schubart, 1989: fig. 13, nº. 167), Aratispi (Perdiguero, 1993-94: fig. 11, nº. 13), Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 16, o), Albaicín (Roca, Moreno, Lizcano, 1988: fig. 20, l-ñ) y Baños de la Malá (Freneda y Rodríguez Ariza, 1982: fig. 8, i).

b)

Los de borde engrosado, tanto en bocel -2,a de Roos y 20,b de Carocomo en cuarto bocel -13 de Roos y 20,c de Caro- son, con mucho, los más abundantes. Una data de pleno siglo VII, más bien hacia su primera mitad, ofrece su presencia en el nivel 7 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 16, k; 17, g). Sin embargo, contrasta su escasez en las excavaciones del Carmen de la Muralla, en el Albaicín granadino, con una data de finales de esa centuria (Roca, Moreno y Lizcano, 1988: fig. 20, i). En un momento algo posterior, más centrado entre los últimos momentos del siglo VII y principios de la centuria siguiente los encontramos en lugares como el Cerro del Centinela (Jabaloy et alii, 1983: fig. 9, nº. 1-3) y la fase V del Cerro de la Mora (Pastor et alii, 1981: fig. 5, nº. 33). Para terminar con la vega de Granada, se constatan en superficie en los Baños de la Malá (Fresneda y Rodríguez Ariza, 1982: fig. 8, b-c). En Málaga han aparecido en numerosos lugares del interior. Por citar algunos ejemplos estratificados, hay que señalar su presencia en Acinipo en el siglo VII (Aguayo et alii, 1987: 302) y los Castillejos de Teba a principios del siglo VI (García Alfonso, 1993-94: fig. 19, a).

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El impacto colonial fenicio arcaico…

FIG. 417.

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Recipientes* de cerámica gris documentados en la Andalucía mediterránea y su hinterland. *No se incluyen los soportes

13.

LA CERÁMICA ORIENTALIZANTE

Los vasos pintados con decoración figurada polícroma se han considerado desde los años 70 como uno de los principales elementos de la cultura material del "periodo orientalizante" (Remesal, 1975). Los motivos que presentan revelan un universo iconográfico bastante vinculado al Mediterráneo oriental; por ello, consideramos que la designación de estas producciones como "orientalizantes" resulta adecuada. 774

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Capítulo 21 a)

Las producciones fenicias a torno…

Morfología y decoración

Estamos ante unos vasos a torno, cocidos en atmósfera mixta oxidante/reductora, con pastas bien depuradas. El tratamiento de las superficies es cuidado, con engobe a base de arcilla muy fina, sobre la que se realiza la decoración. En cuanto a las formas, predominan con mucho los pithoi, a veces denominados "ánforas". No obstante, su perfil difiere de los habituales de las colonias fenicias, siendo más esbeltos, con la boca mucho más estrecha y con un tratamiento superficial bastante más cuidado. En la determinación de su tipología han sido decisivos los hallazgos de dos enclaves sevillanos: Montemolín (Chaves y Bandera, 1993) y Carmona (Belén et alii, 1997). Lo más llamativo de las cerámicas orientalizantes es la decoración pintada que presentan en una brillante policromía a base de rojo, negro, beige y rosáceo. Los motivos se disponen en bandas horizontales, apareciendo temas vegetales -palmetas, flores de loto-, zoomorfos -grifos, toros, pájaros- y geométricos. Lo más característico es el desfile de animales de perfil, ocupando el centro del vaso en la banda principal. El resto de los motivos se utilizan para enmarcar y separar diferentes espacios. En algunos casos se ha planteado la posibilidad de la existencia de representaciones antropomorfas, aunque resultan por el momento dudosas. Es evidente que nos encontramos ante unas cerámicas cuya inspiración es foránea, aunque hayan sido fabricadas localmente en el sur peninsular. El origen concreto de estos motivos ha querido buscarse en estilos chipriotas como el Bichrome IV, cuyos motivos llegarían a Occidente principalmente a través de las telas y los marfiles (Murillo, 1989: 161-162; Chaves y Bandera, 1993: 79). b)

Distribución

Hasta finales de los años 80 se consideraba que las cerámicas orientalizantes eran un material circunscrito a la cuenca baja del Guadalquivir, focalizado especialmente a los tramos campiñeses de los ríos Guadajoz, Genil y Corbones. En este área se han ubicado también los talleres que las producían, que no debían ser muchos, dadas las similitudes entre pasta, cocción y decoración. No es que esta situación haya variado sustancialmente en la última década, pero sí se ha comenzado a ampliar el territorio de los hallazgos hacia el piedemonte de las cordilleras Béticas (FIG. 418). Un primer paso en este sentido ha sido la publicación de una serie de hallazgos en el piedemonte de las sierras meridionales de la provincia de Sevilla. Señalaremos a este respecto los conjuntos de materiales orientalizantes documentados en el Cerro Gordo de Gilena (Bandera et alii, 1989) y el Cerro de San Cristóbal de Estepa (Juárez, 1997: figs. 7-9). Estos dos poblados se encuentran situados en el valle del río 775

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El impacto colonial fenicio arcaico…

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

776

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22 OBJETOS DE METAL. IMPORTACIONES Y METALURGIA AUTÓCTONA

A la hora de estudiar el utillaje metálico de las comunidades autóctonas de la Andalucía mediterránea y su hinterland durante el Bronce Final-Hierro Antiguo se hace necesario salir del limitado marco territorial representado por ésta. Determinados objetos metálicos, debido a su poco peso y a su alto valor intrínseco -ya sea de uso, de cambio o de representación-, constituyen un elemento fundamental de los intercambios a larga distancia durante estos momentos. Por ello, se hace necesaria una perspectiva global, en la que se preste una atención especial a las regiones limítrofes -arco atlántico andaluz, valle del Guadalquivir y Levante meridional- pero sin olvidarnos tampoco de otras más lejanas, pero importantes de cara a los flujos de metal como materia prima y de piezas elaboradas. En el mediodía peninsular, la alta Andalucía constituye, por el momento, la zona más pobre en hallazgos relacionados con la metalurgia, si bien su número se ha venido incrementando en los últimos años. No obstante, la particularidad que presenta es la variedad de piezas halladas, que no encontramos en las zonas limítrofes: brazaletes, hachas, fíbulas, puñales, espadas..., con un amplio repertorio tipológico. Este panorama revela una circulación intensa de objetos importados y una organización artesanal bastante simple para las producciones locales. La escasez de orfebrería en la alta Andalucía también es significativa: los hallazgos de metal precioso son muy pocos y se caracterizan por su modestia. Pensamos que este hecho no debe sobreestimarse si tenemos en cuenta los contextos y las circunstancias de aparición de los grandes conjuntos áureos conocidos en las regiones vecinas. Los dos tesoros aparecidos de Villena no dejan de ser hallazgos casuales, datados en una horquilla amplia que va desde el siglo XIII al X a.C. Su aparición se ha querido relacionar con una importante vía de comunicación entre el bajo Segura y la Meseta, a través del valle del Vinalopó (Ruiz-Gálvez, 1992: 234). Curiosamente, cuando el interés de la citada ruta debió aumentar al asentarse los fenicios en La Fonteta y se produce la eclosión del poblado de Peña Negra apenas aparecen hallazgos de orfebrería en la zona. Creo que las inferencias que se pueden extraer de este hecho son suficientemente significativas sobre el caprichoso juego del azar en arqueología.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 1.

LA TRADICIÓN LOCAL MEDITERRÁNEO

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL… Y

LAS

CONEXIONES

ATLÁNTICO-

La crisis del mundo argárico supuso el final de su producción metalúrgica y de la tecnología que empleaba. Hoy ya parece estar muy claro de los útiles de metal en el Argar tenían un cometido primordial de representación de las élites, por lo que desaparecidas éstas, la existencia de la metalurgia de aparato -la que ha acaparado el interés de la investigación- no tiene ya ningún sentido. Esto se ve muy claro durante el Subargárico/Bronce Tardío y Bronce Final Antiguo de la alta Andalucía, cuando únicamente se producen objetos de pequeño tamaño y de fácil elaboración. La materia prima era, como en la época anterior, la suministrada por el entorno: cobre con porcentajes variables de arsénico y estaño. a)

El inicio de las relaciones atlánticas

Las primeras y tímidas relaciones marítimas que caracterizaron el comienzo del Bronce Final en la fachada occidental de Europa alcanzaron también a la Andalucía oriental desde finales del siglo XI. Debido a su situación geográfica en el acceso al Mediterráneo y a su riqueza minera, Almería fue un punto de especial importancia en estas navegaciones, como testimonian el puñal de El Oficio y las espadas de Herrerías y Tabernas. Cierto es que los indicios de estos contactos son bastante tímidos a la luz de la arqueología, pero constituyen -de momento- los únicos testimonios de vínculos a larga distancia que encontramos en toda la fachada mediterránea peninsular entre los siglos XII y X, concentrados en un ámbito espacial reducido. Estos hallazgos apuntan a una relación con Occidente y no con Oriente. Con dichos viajes llegarán objetos que están en circulación en los puntos terminales e intermedios de estas singladuras. La irrupción de los objetos atlánticos y de la tecnología que representaban tuvo un efecto de superposición sobre la poco evolucionada metalurgia local. Los fundidores autóctonos van adoptando la aleación binaria cobre-estaño en un momento que no puede ser anterior a las primeras importaciones de verdadero bronce. Pese al cambio de materia prima, continúan fabricando los objetos a los que están acostumbrados y que no requieren ni una gran pericia ni una concentración importante de medios: agujas, puntas de flecha y brazaletes, fundamentalmente. La demanda de piezas más elaboradas se cubre con las importaciones durante un periodo de tiempo, mientras que los artesanos locales pueden reparar algunos pequeños desperfectos en éstas -espada de Tabernas-. Una cuestión de gran interés es cómo se conoció el bronce estañado en la región. Dado que la metalurgia argárica se basó casi en exclusiva en el cobre arsenicado, parece que nos encontramos ante una innovación que vino de fuera. Esta circunstancia prueba que los artesanos del metal de la alta 778

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Capítulo 22

Objetos de metal. Importaciones y metalurgia autóctona

Andalucía tenían ciertas conexiones con el exterior, ya que las piezas de fabricación local probablemente más antiguas que cuentan con análisis metalográficos -brazaletes del río de Gor y tumba 33 de Los Millares- muestran una composición que contiene estaño entre un 5 y un 10% (Molina González, 1978: 177-178 y 189). b)

Nuevas necesidades, nuevas importaciones

En todas las síntesis sobre el Bronce Final de la Península Ibérica se señala siempre que uno de los elementos de mayor personalidad de este periodo es el "Bronce Atlántico". Este complejo consiste en una serie de objetos de metal de gran calidad y con un inconfundible estilo propio, que han aparecido en depósitos o aislados, a veces bastante distanciados unos de otros. Hasta hace poco no conocíamos una sola cerámica o asentamiento que pudiéramos asignar a este mundo cultural. En Galicia se venía señalando que los niveles correspondientes a estos momentos se encontraban debajo de los poblados castreños de la Edad del Hierro. Tan sólo recientemente, en torno al célebre escondrijo de Baiões, en el norte de Portugal, se han efectuado algunos trabajos en este sentido. Las investigaciones han aportado con una estructura territorial, donde asentamientos en altura fortificados -Castro do Barbudo, Castro de São Julião, Cabeço de São Romão- actuaban como intermediarios en la distribución de las manufacturas atlánticas hacia el interior de la Península (Martins y Jorge, 1992). De todos modos, seguimos sin conocer ningún centro de producción de metalurgia atlántica en el Noroeste peninsular. Paradójicamente, el único que se ha documentado lo ha sido en el área mediterránea: el de la Peña Negra de Crevillente, que no debió ser más que el taller de un artesano itinerante. La pregunta inevitable es: ¿quiénes produjeron tan ingente volumen de material metálico y crearon tipos que conocieron una enorme difusión durante casi 400 años? No lo sabemos. Pero una cosa para cierta, estamos ante lo que algunos autores han calificado como la "revolución industrial de la Prehistoria", debido al elevado volumen de producción (Harding, 1998: 310). La demanda de metal generó un auténtico circuito de relaciones marítimas en las costas atlánticas de Europa. El Noroeste peninsular, Aquitania y Armórica están enclavadas en el mismo bloque de tierra firme, pero en realidad, se comportan como islas, debido a los rodeos que hay que efectuar para trasladarse por vía terrestre. Cuando en este circuito entran el sur de Gran Bretaña e Irlanda, ya tenemos completo el "archipiélago" del Bronce Atlántico, de ahí que los textos clásicos nos hablen de las "islas del estaño" (Estrabón, III, 5, 11), cuando parece que la mayoría de este metal procedía de Armórica y Galicia. Resulta paradójico que casi todos los hallazgos del Bronce Atlántico aparezcan en depósitos, sin ningún destino aparente. Entonces, ¿para qué o para quién trabajan los broncistas de la Europa templada? ¿por qué generaron un volumen de producción tan alto que aparentemente utilizaron muy poco? 779

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El impacto colonial fenicio arcaico…

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Los escondrijos con gran cantidad de piezas corresponden al ámbito armoricano, aquitano o galaico-portugués. En la mitad sur peninsular aparecen pocos depósitos. El clásico de Huelva parece estar destinado a la refundición, aunque algunos autores han apuntado un carácter votivo1, que parece discutible. Pienso que estos bronces onubenses sólo son la punta del iceberg del reciclado de metal que se llevó a cabo en los últimos momentos del Bronce Final, seguramente ya en manos de los fenicios. Como ha resumido muy recientemente M.D. Fernández-Posee (1998: 129), el Bronce Atlántico no es una cultura, sino una superestructura tecnológica y comercial que afecta zonas alejadas entre sí y que no tienen porque coincidir con las áreas que fabricaban este tipo de materiales. Se observa muy bien como en las regiones receptoras pero no productoras de utensilios atlánticos coexisten dos tradiciones metalúrgicas: la autóctona y la representada por aquéllos. Es la situación que vemos en la Andalucía mediterránea y su traspaís. A partir de comienzos del siglo IX se produce la eclosión de la metalurgia atlántica, con sus producciones más "internacionales": las espadas de lengua de carpa y las hachas de talón y anillas. La mayor demanda de armas como símbolo de status por parte de los sectores dirigentes y el aumento de la cantidad de metal en circulación serán los factores que expliquen el auge de la producción. Las abundantes disponibilidades de estaño2, bien en forma de chatarra -depósito de la ría de Huelva- o bien en lingotes -hachas-, favorecerán la aparición de nuevos centros productores alejados de las áreas originarias británica, armoricana, aquitana y gallega, aunque estas zonas van a vivir ahora también su momento álgido. No obstante, estos talleres ubicados en el sur peninsular son todavía muy poco conocidos: uno se ubicó en la Peña Negra de Crevillente (Ruiz-Gálvez, 1990) y otro, con casi toda probabilidad, en Huelva (Ruiz Mata, 1989: 217). Los fenicios no alteraron sustancialmente el sistema de trabajo de los broncistas locales, pero su llegada supone un cambio notable en la capacidad de producción. Se produce una intensificación, que va ser posibilitada por el aumento de la cantidad de metal en circulación y la mayor demanda de objetos de bronce, especialmente destinados a las élites indígenas. En un primer momento los productos atlánticos debieron llegar a la Andalucía mediterránea por vía marítima, ya que la proximidad de Tabernas al antiguo estuario del Andarax y la situación de Herrerías en la desembocadura del Almanzora son indicios de una distribución naval de estos productos, también confirmada en otros lugares. No obstante, algunas circunstancias nos hacen pensar en la existencia también de unas determinadas rutas terrestres, 1

En esta línea se han pronunciado, entre otros autores, M. Ruiz-Gálvez (1998: 265).

2

El estaño es muy escaso en el sur peninsular y no hay evidencia de que los pocos recursos existentes -Sierra Morena de Córdoba- se hubieran explotado en la Antigüedad. Además, este metal es imprescindible para las técnicas de fundición que utiliza la metalurgia de origen atlántico.

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Capítulo 22

Objetos de metal. Importaciones y metalurgia autóctona

que pueden seguirse por el centro de la Península hasta el foco atlántico del Noroeste. Por ejemplo, un producto tan característico como las hachas de talón siempre se encuentran en las áreas más interiores de la alta Andalucía, hasta ahora nunca en la costa, aunque también esta circunstancia puede deberse a la casualidad. Posiblemente estamos ante una distribución terrestre de estos objetos, que debieron llegar desde su área de producción siguiendo las mismas vías a través de la Meseta meridional y del alto Guadalquivir que antes vieron el paso de la cerámica de Cogotas I. La importancia que para nosotros tiene el Bronce Atlántico es que los circuitos que puso en marcha fueron luego canalizados hacia el Mediterráneo por parte de los fenicios. Los colonizadores supieron utilizar una infraestructura ya existente para sus propios objetivos: desviar el metal hacia un punto predeterminado. Los centros de alimentación de esa red estaban ya funcionando antes de que ellos apareciesen en Occidente, sólo tuvieron que dirigir el flujo hacia donde les interesaba. Quizás ésta es una de las razones principales del éxito de la empresa fenicia arcaica en la Península Ibérica. No tuvieron que emplear tiempo y esfuerzo en construir una red comercial exnovo, lo que les hubiese llevado décadas o quizás siglos, como los casos portugués, holandés o inglés en la Era Moderna. Los fenicios se encontraron ya con mucho trabajo hecho. Las rutas del Bronce Atlántico estaban en pleno auge en los siglos IX-VIII y simplemente se introdujeron en ellas como un socio más. 2.

UN EMBLEMA DE LA ÉLITE: LAS ESPADAS

Dentro de los hallazgos metálicos aparecidos en la Andalucía mediterránea y su hinterland, las espadas ocupan un destacado lugar, no por su número, que ciertamente no es abundante, sino por su aparición en lugares significativos. Pese a que apenas si conocemos las circunstancias concretas del descubrimiento de estas piezas, cuando disponemos de información, todas se vinculan a determinados contextos habitacionales. No conocemos ninguna que proceda de lo que se venimos denominando "aldeas agrícolas" ni tampoco del ámbito funerario, pese a lo mal que conocemos este último. Un rasgo que poseen las espadas del Bronce Final-Hierro Antiguo de la alta Andalucía, por el momento, es su carácter de hallazgos "en seco", en contraste con las áreas atlánticas, donde priman con mucho los ejemplares procedentes de lechos fluviales o estuarios. En estos dos últimos casos se ha propuesto una deposición de carácter ritual, como ofrenda o presenta de determinados numenes (RuizGálvez, 1998: 261-265). a)

Las espadas argáricas, ¿arma o símbolo?

Varios son los autores que han señalado cómo la panoplia argárica sirve más a las necesidades de aparato que a las de combate (Gilman, 1987: 32-33; Chapman, 1991: 227; Montero Ruiz, 1994: 299-300). La aparición de espadas en las tumbas y su nula presencia en contextos habitacionales del Bronce 781

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El impacto colonial fenicio arcaico…

3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Antiguo y Pleno del Sureste es ya un elemento que resulta revelador de cara a la hora de inferir el cometido al que estaban destinadas: son bienes exclusivamente de prestigio. Se puede objetar que el metal es objeto de reciclaje, pero, entonces, ¿por qué hachas, cinceles, sierras y cuchillos sí aparecen con profusión en las viviendas? Es evidente que la espada va a tener una función simbólica, idea que se ve respaldada por su escasez. Sería el emblema de la jerarquía, muy pocos miembros de la sociedad argárica dispondrían de una. Una simple comparación numérica con otros hallazgos metálicos muestra su excepcionalidad. Por ceñirnos sólo a las armas, el número total de puñales inventariados hasta hoy en todo el ámbito de El Argar asciende a 558 piezas, hachas3 conocemos un total de 139 y alabardas 40. En contraste con estas cifras, sólo tenemos 10 espadas; es más, un poblado tan emblemático como El Argar, donde se conocen 521 sepulturas con ajuar -el 50% aproximado del total de tumbas localizadas-, sólo ha proporcionado 3 espadas4. Esto da idea del restringido acceso a este tipo de objetos. Por otro lado y aunque no disponemos de ninguna información sobre las costumbres guerreras de El Argar, la propia tipología de sus espadas las hace un utensilio poco eficiente a la hora de blandirla como arma en un enfrentamiento real. La hoja carece de nervadura central de refuerzo por lo que resulta muy quebradiza, mientras que puñales y alabardas -de desarrollo longitudinal mucho más corto- sí disponen de ella. Sobre la composición del metal también se pueden ofrecer algunas puntualizaciones interesantes: los puñales y alabardas tienen filos de mayor dureza que las espadas. Los primeros tienen valores de arsénico entre el 3 y el 6%, mientras que las segundas oscilan entre el 3 y el 4%. En contraste, las espadas analizadas tienen un porcentaje de entre el 1,5 y el 2,75% de arsénico55 (Harrison y Craddock, 1981; Montero Ruiz, 1994: 249-254). El sistema de anclaje de la hoja de las espadas argáricas a una empuñadura que sería de material perecedero mediante remaches resulta bastante frágil; en un arma que debe blandirse para atestar tajos laterales al oponente, un golpe violento bastaría para desajustar la hoja de la guarda. Todas estas circunstancias se aislado de la metalurgia argárica, que circulación de metal que se dieron oriental, los Balcanes, Centroeuropa y

explican por el origen relativamente estuvo al margen de las corrientes de coetáneamente entre el Mediterráneo el área del Canal de la Mancha, áreas

3

Hemos incluido el hacha en la relación por su doble carácter de arma-herramienta.

4

Inventarios actualizados contenidos en la obra de I. Montero Ruiz (1994: 124, 249, 250, 253-

254). 5

La única excepción a este panorama es una espada procedente de El Argar fabricada en verdadero bronce, con un porcentaje de estaño del 7,88%, evidentemente intencionado. El otro ejemplar de bronce que se conoce en todo el ámbito cultural argárico es otra espada procedente del Rincón de Almendricos, en Lorca, que contiene un 1% de arsénico y estaño, aleación que en este caso puede atribuirse a las menas locales de cobre que se dan en este sector del valle del Guadalentín (Montero Ruiz, 1994: 254).

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que presentan una panoplia mucho más variada, con evidentes interrelaciones entre ellas y que respondía tanto a necesidades defensivas como de prestigio. b)

Las espadas de lengua de carpa y su cronología

La referencia obligada para el estudio de las espadas del Bronce FinalHierro Antiguo en el sur de península Ibérica es el "horizonte de lengua de carpa". Son objetos fundidos en una sola pieza. La empuñadura es rectangular, en forma de lengüeta, y se remata en su parte superior con un pomo en forma de dos apéndices contrapuestos; suele ser calada o bien lleva diversos agujeros para colocar los remaches que sujetaban las cachas, no conservándose evidentemente ningún resto de las mismas, al ser de material perecedero madera o asta-. La guarda es triangular con dos aletas laterales y también presenta calado o pase de remache. A ambos lados del arranque de la hoja aparecen siempre dos escotaduras o ricassi, que se unen sin solución de continuidad con la defensa de la guarda. Estas muescas tienen formas variadas, desde rectangular con ángulos vivos hasta semicirculares, pasando por cierto número de perfiles parabólicos o que combinan la curva y los ángulos rectos. La hoja tiene filos paralelos y dispone de nervio central, normalmente de sección circular, aunque en algunas piezas -las menos- adopta un perfil elíptico a lo ancho. El resto de la hoja puede ser liso o mostrar varias pequeñas estrías longitudinales paralelas, en ocasiones hasta un número de 12. Aproximadamente algo más abajo del tercio final de la hoja, ésta empieza a estrecharse en forma de triángulo isósceles, para terminar en una punta aguzada. A partir del estrechamiento aludido, el nervio central hace lo propio y se remata en punta sobre la misma superficie plana de la hoja. Además de las espadas, el horizonte lengua de carpa también engloba puñales de tipología idéntica a las espadas, con la única salvedad del tamaño. Las espadas de lengua de carpa debieron suponer un auténtico revulsivo en las técnicas de combate. El empleo de verdadero bronce en su fabricación se traduce en una mayor dureza, al tiempo que se refuerza la hoja con el nervio central, para evitar la rotura. Esto asegura la mayor fiabilidad del arma, de modo que el guerrero no ser va a ver inerme nada más iniciar la lucha. Su hoja con doble filo y su aguzada punta permite al mismo tiempo combatir blandiendo el arma para tajar y para clavar en estocada. La espada de lengua de carpa es un arma individual, propia del guerrero que lucha en combate singular. Esto nos remite a una mentalidad de tipo caballeresco y aristocrático. Por tanto, pensamos que se trata de armas asociadas a la élite. Los hallazgos hispanos de espadas y puñales de lengua de carpa se han estudiado en función de tres depósitos de bronces: Vénat, Sa Idda y, especialmente, el conjunto aparecido en la ría de Huelva. Centrándonos en las piezas aparecidas en el sur peninsular, la cronología de las mismas ha fluctuado de acuerdo con las sucesivas subidas o rebajes que en su datación ha experimentado el depósito onubense desde su descubrimiento. 783

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

En un principio el hallazgo de la ría de Huelva fue datado en el siglo VIII a.C. por M. Almagro Basch (1940: 141), concretamente a mediados del mismo. A fines de la década de los 40, H.N. Savory (1949: 137-141) situó el horizonte lengua de carpa atlántico en correlación con los complejos Hallstatt C y D, por lo que rebajó la cronología del conjunto onubense al siglo VII, aunque dejando abierta la posibilidad de que fuese todavía más tardío, incluso del siglo VI. Por su parte, F.C.A. Hawkes (1948: 217-218), quien, en principio, era partidario de la fecha propuesta por Almagro, se inclinó después por una data algo más baja, aunque no tanto como Savory. La razón que dio el autor británico fue la coincidencia en la ría de Huelva de objetos de origen atlántico y mediterráneo, interpretando la misma en relación a las noticias literarias de Avieno sobre el comercio de Tartessos con las Oestrymnidas (Hawkes, 1952: 90, 103 y 114). Cuatro años después de publicarse el trabajo de Hawkes, su datación se vio apoyada por H. Hencken (1956: 134-138), que atribuyó un origen chipriota a las fíbulas de codo presentes en el depósito onubense, por lo que -de acuerdo con el último autor- una fecha anterior al año 700 a.C. era impensable. Por otra parte, aún antes de publicarse los trabajos de Hawkes y Hencken, E. MacWhite inició, de acuerdo con unas bases arqueográficas más firmes, una corriente partidaria de subir la cronología del horizonte lengua de carpa. Dicho investigador situó la llegada de las primeras producciones del mismo al sur de Inglaterra antes del año 850 (MacWhite, 1951: 92). Este planteamiento no tuvo repercusión hasta que se evidenciaron dataciones del siglo VIII en diferentes depósitos de bronces de la península de Bretaña y norte de Francia (Briard, 1965: 228-239). El inconveniente de la aparentemente tardía cronología de las fíbulas de codo de Huelva se vio subsanado cuando se elevó la fecha del Chipriota Arcaico I al intervalo 900-750 a.C.6 (Birmingham, 1963: 39-40), por lo que las piezas andaluzas se incluirían sin ningún problema en el siglo VIII7. Poco después de estas aportaciones, el hallazgo de una espada similar a las onubenses en Santa Marinella, en la costa norte del Lacio, asociada a materiales del Bronce Final itálico -fase Allumiere-, apuntó a que el horizonte lengua de carpa aún podría irse a la segunda mitad del siglo IX (Bianco, 1979: 97, nº. 269, lám. 40). La confirmación denifitiva de una cronología alta para el depósito de la ría de Huelva se corroboró con las fechas C-14 obtenidas de los ástiles de algunos regatones del mismo, que dieron una horquilla temporal entre los años 880 y 850 (Almagro Gorbea, M. et alii, 1978: 3-7). Las espadas de lengua de carpa son unos productos bastante conservadores en su tipología, ya que no debía haber un número muy elevado 6 La primera datación del Chipriota Arcaico I fue situada entre los años 700-600 a.C. por la expedición sueca que trabajó en Chipre desde 1927 hasta 1931 (Gjerstad, 1947: 144-145). El norteamericano W.F. Albright fue primero en señalar una datación más alta para este periodo, que situó en la segunda mitad del siglo IX aún antes de que se publicase el detallado trabajo de los investigadores escandinavos (Albright, 1943: 6-7, nota 2). 7

El propio Hencken aceptó esta nueva datación (1971: 74).

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de artesanos productores. Pese a ello, una observación atenta de las características formales de las piezas y su correlación con los contextos arqueológicos en que aparecen -cuando éstos se conocen- nos serán de utilidad a la hora de marcan las líneas fundamentales. El mayor inconveniente radica precisamente en que muchos ejemplares son hallazgos casuales, sobre todo en lo que respecta a la alta Andalucía (FIGS. 436-437). Por ello, para dar una seriación más o menos coherente debemos recurrir a piezas de otros lugares, incluso de fuera de la península Ibérica, con los riesgos que esto conlleva. El origen de las espadas de lengua de carpa se encuentra en los modelos pistiliformes, que estuvieron en boga en momentos algo anteriores, pero que perduran hasta el siglo IX. De acuerdo con esta premisa, la pieza más antigua relacionada ya con este horizonte metalúrgico en la alta Andalucía sería la espada de Tabernas, que tiene ciertos rasgos que combinan las dos tipologías y es claramente una importación (vid. supra cap. 7,2). Sin conexión con este horizonte, debido a su cronología más alta, pero vinculada al proceso de relaciones atlánticas, debemos citar la espada de Herrerías, correspondiente al tipo bretón de Ballintober y fechada en el siglo XI (vid. supra cap. 6,1) (vid. FIGS. 419-420). Dentro de las producciones que podemos denominar con toda propiedad lengua de carpa se han diferenciado los tipos Vénat, Huelva y Sa Idda. El primero8, de momento, no lo tenemos constatado en el sur peninsular como tal, sino por el complejo que ciertos autores han denominado Vénat-Sa Idda, vinculando a él las espadas del Peñón de la Reina, Dalías y el molde de Ronda, que nosotros preferimos denominar tipo Ronda. c)

Las espadas tipo Huelva

Estas piezas se definen a partir del depósito hallado en la ría del Odiel, este tipo de armas es el más abundante en todo el Bronce Final del sur peninsular, apareciendo con profusión a lo largo del curso del Guadalquivir y sus afluentes, si bien se trata de hallazgos aislados. Pertenecientes al tipo Huelva tenemos en el hinterland de Andalucía mediterránea dos espadas, ambas localizadas en las tierras interiores del Surco Intrabético: Cerro de la Miel y Almargen. La aparentemente más antigua y mejor conservada es la que apareció en 1983 en el Cerro de la Miel, lugar inmediato al Cerro de la Mora (Carrasco et alii, 1987) (vid. FIG. 420). La importancia de este hallazgo es doble. Por un 8

La tipología de espadas Vénat toma su nombre de este importante depósito localizado en 1893 a orillas del río Charente, en las afueras de Angulema -suroeste francés-. El conjunto comprendía un total de 2.820 objetos, con un total de 75 kg. de bronce, siendo la mayoría de las piezas artefactos muy gastados o fundición en bruto. La espada tipo Vénat se caracteriza por una acentuación de los ricassi y un pomo cruciforme, que desarrollándose de forma destacada pasará a las piezas tipo Sa Idda (Coffyn, Gómez y Mohen, 1981: 80-84).

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lado, es una pieza magníficamente conservada, quizás una de las mejores de toda la Península; por otro, su hallazgo se produjo en la secuencia estratigráfica del lugar antes mencionado, por lo que constituye el único ejemplar hispano que no es un hallazgo casual. No obstante, los detalles de su hallazgo no resultan todo lo pormenorizados que sería de desear para la completa interpretación de la pieza y el sentido de su deposición en el lugar donde fue hallada9.

9

Así, en la monografía que se publicó sobre el hallazgo (Carrasco et alii, 1987) no se menciona si la espada estaba asociada a alguna estructura o variación estratigráfica, que nos pudieran indicar que estamos ante un objeto votivo, funerario, para refundición o en proceso de producción. Igualmente, los autores del descubrimiento no dan ninguna interpretación de qué papel jugaba la espada en el contexto donde fue hallada.

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La espada del Cerro de la Miel está entre las variantes 2 y 3 de Huelva, señaladas por Almagro para dicho depósito. Morfológicamente, la pieza no aporta ninguna novedad digna de ser resaltada. En cambio, la datación que le han atribuido sus descubridores ha actuado como un pequeño revulsivo en la investigación del Bronce Final, al colocar la cronología del horizonte lengua de carpa -al menos en sus momentos más antiguos- como mínimo un siglo antes de lo que estima la opinión tradicional. Ni que decir tiene que esta cronología ha sido contestada por otros investigadores que trabajan en el campo de la metalurgia atlántica, cuestionándola a la baja. Por nuestra parte, nos parecen más convincentes los argumentos aportados por este segundo grupo de autores, especialmente por M. Ruiz-Gálvez (1990: 330-335). J. Carrasco y su equipo fechan la espada del Cerro de la Mora entre finales del siglo XI y el siglo IX (Carrasco et alii, 1987: 113). Por lo tanto, la horquilla temporal que proponen tiene al menos 200 años de duración, incluyendo a la centuria que conoce el auge del horizonte lengua de carpa. Pero se inclinan por una cronología alta. La razón de ello estriba en la aparición de la espada en un contexto de cerámicas al que se atribuye una datación de pleno siglo X y una fecha de C-14 que procede del mismo estrato que arroja una cronología del año 1080±110. Esta fecha, de ser correcta, supondría que el origen de la metalurgia en lengua de carpa podría estar en el sur peninsular y no en el mundo atlántico, por lo que este tipo de espadas se extenderían después hacia el oeste de la Península, Aquitania, Armórica e Islas Británicas. Esta es la propuesta de los investigadores granadinos, que no nos parece acertada. Si seguimos por aquí, las espadas tipo Huelva tendrían una duración, como mínimo de 200 años, por lo que hubieran coexistido con sus antecesoras pistiliformes, idea que no acepta la mayoría de los investigadores, ya que los abundantes depósitos documentados en el bajo Loira y la península de Bretaña señalan claramente que el horizonte lengua de carpa es posterior. d)

Espadas tipo Ronda, la aportación andaluza al horizonte lengua de carpa

Las denominadas espadas tipo Sa Idda toman su nombre de este depósito sardo (Taramelli, 1922). Este hallazgo procede de la localidad de Decimoputzu, en la llanura del Campidano, al sur de Cerdeña. Ni que decir tiene que todavía no se han resuelto todos los problemas que plantea este conjunto. Se le ha atribuido el carácter de escondrijo de piezas votivas o resultado de las actividades piráticas de los navegantes sardos10, pero parece mucho más plausible su naturaleza de depósito de chatarra para su refundición, como revela el estado de deterioro de la mayoría de los objetos. El grueso del 10 En este caso han querido traerse las correrías de los šardana de los textos egipcios hasta las costa de Iberia. En contradicción con esta propuesta, con la que no estamos de acuerdo, véase la hipótesis sobre estas gentes originarias del Mediterráneo oriental propuesta por N.K. Sandars (1985: 198199).

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material de Sa Idda, fundamentalmente hachas de talón con dos anillas y espadas tipo Huelva, parece proceder de la península Ibérica. A estos elementos hay que añadir dos espadas que se han denominado como tipo Sa Idda, a las que, ante la aparición de ejemplares muy similares en Andalucía, se les ha atribuido también una procedencia peninsular. Ciertamente, pienso que en la actualidad resulta anacrónico seguir denominando a estas piezas peninsulares como tipo Sa Idda, ya que el número de ejemplares conocidos en Andalucía supera con creces los documentados en Cerdeña. Dado que este tipo de espadas se produjeron localmente en el sur peninsular, creo que es acertado utilizar espadas tipo Ronda, señalando así uno de los lugares donde se fabricaron, aunque seguramente no el único. No somos pioneros en este campo, ya que algún autor ya lo ha hecho (Amo, 1982: 8788), aunque otros mantienen una denominación compuesta: tipo Ronda-Sa Idda (Almagro Gorbea, M. 1986: 356). Así pues, la aparición del molde de Ronda ha sido crucial, pues nos ha permitido conocer completa la forma de estas espadas, así como ciertas peculiaridades de su fabricación. Indudablemente, se trata de piezas pertenecientes al horizonte de lengua de carpa. Hasta que se conoció el aludido molde no era segura dicha atribución, ya que todos ejemplares conocidos presentaban la hoja rota o bien se había perdido completamente. Tan sólo una de Sa Idda podía clasificarse como lengua de carpa, aunque sus filos no fueran estrictamente paralelos, sino levemente convergentes (Taramelli, 1922: 39, fig. 44). Elemento distintivo de las espadas tipo Ronda son los ricassi muy pronunciados, siempre de perfil circular y con tendencia al cierre, muy diferentes a los que vemos en los tipos Huelva y Vénat. Podemos encontrar tanto escotaduras semicirculares -molde de Ronda- como ultrasemicirculares Dalías y Alcalá del Río-, mientras que en otras piezas los ricassi muestran una fuerte tendencia a cerrarse -Peñón de la Reina-. El otro rasgo a señalar es la característica forma cruciforme que adopta el pomo: con una aleta vertical y dos horizontales configuradas a modo de travesaño bastante largo. Es evidente que esta forma de cruceta deriva de los modelos Vénat, sólo que en las espadas tipo Ronda este elemento se desarrolla mucho más. No parece que las piezas tipo Ronda llevaran la empuñadura calada. Las pruebas que se han efectuado al molde de Ronda revelan que el mango quedaba totalmente cubierto con una fina película metálica, luego las cachas se fijaban mediante remaches. Esto queda confirmado por los otros ejemplares que conocemos en el sur peninsular, especialmente la espada de Dalías, la más similar al molde de Ronda (vid. 420).

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FIG. 420. Espadas del Bronce Final-Hierro Antiguo halladas en la Andalucía mediterránea y su hinterland. 789

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Una simple comparación de visu entre los tipos Huelva, Vénat y Ronda es muy reveladora para entender como fue la evolución de la metalurgia en lengua de carpa. Es evidente que es último es el más tardío. Ruiz Gálvez (1980: 14-15) propuso en su día un esquema de evolución tripartita para las espadas del depósito de Sa Idda. Esta investigadora distingue un tipo arcaico con claras semejanzas en su empuñadura a las piezas Vénat, un tipo clásico similar a los puñales Boom y, finalmente, un tipo evolucionado con ricassi muy pronunciados. Aunque estamos de acuerdo con que las piezas Vénat son las más antiguas del tipo Sa Idda11, no estamos tan seguros de que aquéllas que tengan ricassi muy destacados -sin diferenciar en su perfil- puedan ser consideradas indiscriminadamente como el grupo más antiguo del conjunto. Creo que M. Ruiz Gálvez pareció olvidar que Sa Idda no era un taller, sino un depósito, donde se mezclan piezas de tipología, procedencia y datación diversa, por lo que no cabe hablar de evolución sensu stricto. La tendencia a grandes ricassi ya aparece en el tipo Vénat.. En este sentido, como ha concluido M. del Amo la diferencia cronológica debe establecerse en función del tipo de ricasso no de la presencia/ausencia de éste: serían más antiguos los angulosos similares a Vénat- y más recientes los semicirculares (Amo, 1982: 87).

FIG. 421. Dispersión de las espadas tipo Ronda.

11

Aunque no son las más antiguas del depósito sardo. No conviene olvidar en el mismo la presencia de algunas espadas tipo Huelva, que tendrían una datación más alta.

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Varios son los argumentos que pueden esgrimirse para defender una data de los siglos VIII-VII para las espadas tipo Ronda. No obstante y a falta de una confirmación estratigráfica, tenemos que conformarnos con criterios tipológicos e indicios indirectos para dar una cronología, pero que al coincidir todos en el mismo sentido nos marcan una dirección. Por un lado, su ausencia en depósitos que tienen una fecha ya segura del siglo IX y que reúnen un elenco de piezas de procedencias dispares es de por sí señal de que son productos más tardíos. Otro argumento decisivo a la hora de atribuir a las espadas tipo Ronda un datación tardía es la fabricación de ejemplares en hierro, que debieron ser los últimos de la serie. No hay más que recordar la empuñadura rota aparecida en una tumba de Cástulo, próxima al Estacar de Robarinas, que contenía un ajuar orientalizante, lo más probable de finales del siglo VII o comienzos del VI (Blanco, 1963: 46, fig. 10). Otra problemática que consideramos crucial sobre las espadas de tipo Ronda es la relativa a sus posibles centros de fabricación. Una simple ojeada al mapa de dispersión de estos productos muestra que la mayor concentración se da en el sur de la Península Ibérica. Fuera de este ámbito sólo encontramos un ejemplar en Galicia, concretamente en Isorna -ría de Arosa- (Ruiz Gálvez, 1980: 16, fig. 2, nº. 4), y los dos de Monte Sa Idda (FIG. 421). La posibilidad, por tanto, de que estemos ante un tipo local propio de la región andaluza toma cuerpo ante las similitudes formales que tienen todos los ejemplares conocidos, la concentración en un ámbito territorial bien definido y la aparición de un molde en el mismo -Ronda-. Si a esto añadimos la existencia de una tradición metalúrgica propia al menos desde el siglo IX en el Bronce Final de la mitad meridional de la Península, bien testimoniada en lugares como Huelva y Peña Negra, la disponibilidad de menas metálicas en abundancia y la conexión con los circuitos de reciclado atlánticos y mediterráneos tenemos todos los factores necesarios para que este tipo de espadas se puedan producir en Andalucía. Parece que debieron existir varios centros o artesanos que elaboraban este tipo de armas, ya que pese a la estandarización de los productos, se observan algunas diferencias notables entre ellos. A pesar del escaso número de espadas que han llegado a nosotros, todas han salido de moldes distintos y ninguna de las conocidas ha sido fabricada en el molde de Ronda. Una cuestión abierta es si se trataba de talleres estables o de broncistas itinerantes. Por tanto, las espadas tipo Ronda representan la última fase de la metalurgia en lengua de carpa, que se bate en retirada ante el empuje del hierro. No son armas eficaces en el combate, debido a que sus pronunciados ricassi las convierten en muy quebradizas. Parece que se trata de objetos de aparato, con un uso más simbólico que defensivo. Su utilización debe vincularse a su función como emblema de autoridad y status en manos de las élites indígenas.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

LAS HACHAS: ¿HERRAMIENTAS, ARMAS O LINGOTES?

A diferencia de las espadas, en las que observamos una cierta distribución más o menos repartida por todo el territorio de la Andalucía mediterránea y su hinterland, las hachas sólo se han documentado hasta hoy en el interior de la provincia de Granada, con alguna ramificación en el área limítrofe de Jaén, siempre cerca de las rutas naturales de comunicación y puertos de montaña (FIGS. 422-423). No sabemos a ciencia cierta si esta distribución obedece a criterios de índole económica, en concreto de circulación del metal y sus fechas concretas, o se trata de un producto de la casualidad, dado el carácter de hallazgos fortuitos que tienen todos los ejemplares que conocemos en la región. Es muy significativo que no se conozca ni un sólo hallazgo en el ámbito próximo al litoral andaluz, ni atlántico ni mediterráneo. En esta dirección aún resulta más llamativo que no se conozca por el momento ni un sólo hallazgo de hachas en el bajo Guadalquivir12 ni en un foco metalúrgico muy abierto al exterior como es Huelva. En cambio, este tipo de piezas sí se conocen en ambiente costero en otras zonas cercanas: Levante -depósito de La Alcudia de Elche-, Formentera -La Sabina- y Cerdeña -Sa Idda-. Un problema añadido que nos encontramos en la investigación de las hachas es la falta de información precisa que tenemos sobre los hallazgos. En el área de la alta Andalucía ninguno posee contexto arqueológico, en la mayoría de los casos no conocemos siquiera el lugar exacto de procedencia, como mucho el municipio. Esto nos impide poder efectuar comprobaciones sobre el terreno en aras de aportar datos que puedan ayudarnos a situar las piezas al menos en un contexto arqueológico mínimo. De este modo, no tenemos más remedio que recurrir a la clasificación tipológica y los paralelos en otros lugares alejados. Entrando ya en la caracterización de los hallazgos de hachas, encontramos tanto depósitos como piezas sueltas. La tipología de estos objetos en la alta Andalucía durante el Bronce Final-Hierro Antiguo es la misma que tenemos documentada en otras zonas de la Península: hachas de apéndices, hachas de talón y hachas de aletas envolventes, prototipos bien conocidos en la producción del Bronce Final atlántico. En este sentido se han cometido algunos errores al atribuir dataciones del Bronce Final a conjuntos argáricos como el depósito de Mazarra, en Cúllar-Baza13 (Almagro Basch, 1967: E.18). Una nota de interés resulta ser la no aparición en el sur peninsular -por ahora- de hachas de cubo, que resultan ser uno de los útiles más abundantes y tardíos de los talleres galaico-portugueses y armoricanos; se trata de hallazgos que sólo llegan hasta el estuario del Tajo, con una distribución eminentemente costera. La producción de hachas de cubo entra ya de lleno en los últimos momentos 12

Sólo contamos con un molde de hacha de apéndices en la localidad sevillana de La Puebla del

13

Como ya señaló en su día F. Molina González (1977: 447-448).

Río.

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del Bronce Final y en la Edad del Hierro, cuando los fenicios ya habían alterado los circuitos atlánticos tradicionales, provocando que el sur peninsular se oriente hacia el Mediterráneo. Así, la ausencia de hachas de cubo puede ser un indicio del cambio en las relaciones marítimas de las costas andaluzas en el siglo VIII.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

Sobre los centros de producción y orígenes de las hachas del Bronce Final poco podemos decir. Es evidente que ninguno de los tipos ha sido creado en el Sureste, pues los conocemos con dataciones más antiguas entre otros lugares, tanto de la Península como fuera de ella. Algunos autores han defendido un origen diferente para cada uno, en lo que entraremos después. En cuanto a la fabricación concreta de los ejemplares hallados en la alta Andalucía no tenemos ninguna prueba de que hayan sido elaborados expresamente en el entorno donde han aparecido. Lo que es seguro es que algunas de estas piezas, concretamente ciertas hachas de apéndices -el tipo más mediterráneo- sí fueron producidas en el sur de la Península, como demuestra la existencia de dos moldes: Verdolay -Murcia- y La Puebla del Río Sevilla-. a)

Hachas de apéndices

Las hachas de apéndices adoptan un perfil trapezoidal, con el filo poco curvo. La hoja es lisa y presenta dos pequeños salientes transversales, de donde les viene el nombre. Dentro de esta forma general, L. Monteagudo (1977: 135-137) estableció diferentes variantes, que constituyen sus tipos 19, 20 y 21 con sus subtipos correspondientes. Esta clasificación tan pormenorizada nos exime de la tarea descriptiva. Dentro del concepto general de hacha de apéndices, perfectamente delimitado respecto a los otros tipos que se dan en el Bronce Final peninsular, algunos autores prefieren hablar de grupo "mediterráneo", "hispánico" y "atlántico" para referirse a los diversos cambios que se dan dentro de la forma general, estableciendo su denominación por su predominio en cada una de estas áreas (Fernández Castro, 1988: 456). Esto resulta a veces muy aleatorio porque vemos que un perfil considerado "propio" de un área aparece en otra. Otro aspecto que conviene aclarar es la denominación de estas piezas. Algún investigador utiliza indistintamente las expresiones "hacha de aletas" y "hachas de apéndices laterales" para referir a los mismos objetos (Fernández Castro, 1988: 135, 174, 452 y 594). No me parece acertado emplear la primera, pues mueve a confusión con las hachas de aletas envolventes, que forman un grupo perfectamente diferenciado. La opinión tradicional sitúa el origen del hacha de apéndices en el Mediterráneo oriental, concretamente en Anatolia (Molina González, 1978: 215; Fernández Castro, 1988: 454; González Prats, 1993: 22). Las piezas orientales se caracterizan porque los cantos están formados respectivamente por dos arcos unidos en el centro del hacha, formando así una protuberancia saliente gemela en cada lado. Por tanto, los "apéndices" forman parte de la hoja, sin distinguirse de la misma. Ésta es una diferencia formal importante con los ejemplares aparecidos en el Mediterráneo central y occidental, donde el apéndice aparece perfectamente individualizado. El estrato II de Alishar, fechado hacia el 2000 a.C. ha proporcionado los ejemplares anatólicos de este tipo de hacha con cronología más alta que conocemos hasta ahora (Schaeffer, 1948: fig. 195, 35-36). Formas idénticas de hachas encontramos en los niveles 794

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finales del Bronce Medio de Tarso, en Cilicia, concretamente en el denominado "depósito de fundidor", fechado hacia el año 1650 (Schaeffer, 1948: fig. 172, nº. 5-6). Los más tardíos ejemplares anatólicos los encontramos en Hattussa. Estas hachas aparecen a lo largo de todo el periodo en que la capital del Imperio Hitita estuvo habitada, entre los años c. 1600 y 1200 (Müller-Karpe, 1980: fig. 171). Ciertamente, la proyección de estas hachas anatólicas hacia Occidente no está en absoluto aclarada. En primer lugar no se conocen por el momento en el área del Egeo ni en Chipre, por lo que la conexión directa entre Asia Menor y las islas del Mediterráneo central nos parece poco probable. Igualmente, hay que destacar las diferencias tipológicas entre las hachas de Anatolia y las occidentales, aunque no puede descartarse que aquéllas sean los prototipos de las que conocemos aquí. En este sentido, las hachas de apéndices que conocemos en algunos depósitos sicilianos corresponden a la forma occidental y están separadas de sus posibles antecesoras anatólicas por no menos de 300 años. Son los casos de los hallazgos de Modica y Niscemi, en la zona suroriental de la isla, que corresponden a la fase Pantálica II del siglo X o comienzos del siglo IX (Bernabò, 1957: 186-189). Ante la mayor similitud observable entre las hachas sicilianas y las halladas en la península Ibérica, al igual que por la dificultad de correlacionar sus dataciones con las piezas anatólicas, L. Monteagudo se inclina por apuntar un origen centromediterráneo para las hachas de apéndices (1977: 140-142). En el Extremo Occidente, los hallazgos de hachas de apéndices aparecen especialmente concentrados en la isla de Formentera, Sureste peninsular y alta Andalucía, aunque encontramos piezas en lugares de la Europa atlántica situados en latitudes muy septentrionales, testimonio de los circuitos de circulación del metal de los que venimos hablado14. El depósito más importante de hachas de apéndices que conocemos en la península Ibérica es el de Campotéjar, localidad de los Montes Orientales granadinos, donde aparecieron más de 30 ó 40 piezas, algunas en hierro. En la alta Andalucía, otras piezas de bronce han aparecido en Guadix y en el depósito del Cerro del Real; mientras, en la Mesa de Fornes se cita la presencia de un ejemplar de hierro (vid. FIGS.422-423). La presencia de piezas en hierro indica la larga perduración que tuvieron estos objetos, que podemos llevar hasta el siglo VII, aunque con las necesarias reservas. Si en un momento tan avanzado seguían produciéndose ocultaciones importantes de metal en zonas de paso v.g. el depósito de Campotéjar-, es muy posible en pleno Hierro Antiguo siguiese vigente el modelo de metalúrgico itinerante, que conviviría con talleres más o menos asentados.

14

Entre los hallazgos más septentrionales de hachas de apéndices hay que señalar una pieza del depósito de Voorhout, en Holanda (Butler, 1963: fig. 11, d) y otra de Bishopsland, en Irlanda (Eogan, 1964: fig. 5, nº. 6).

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FIG. 423. Ejemplares de hachas de bronce procedentes de la alta Andalucía. 796

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Capítulo 22 b)

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Hachas de talón y anillas

Las hachas de talón resultan ser un hallazgo más escaso en el sur peninsular que las anteriores. Sin embargo, esta circunstancia puede ser sólo producto de la casualidad. Su reducido número, si se compara con las piezas de apéndices, puede explicarse porque hasta hoy sólo tenemos documentados hallazgos aislados con uno o dos ejemplares y no grandes depósitos como el de Campotéjar. Además, por el momento, no tenemos ninguna evidencia de que en el Sureste peninsular hubiera habido producción de estos objetos. El hacha de talón y anillas adopta una forma trapezoidal alargada, con cantos ligeramente curvos. El filo es muy variado, desde piezas que lo presenta marcadamente parabólico a otras donde es escasamente convexo, casi recto. La parte posterior de este tipo de hachas muestra un característico "talón" romo. En el inicio de éste, sobre el canto, se sitúan una o dos anillas -en este último caso enfrentadas- que adoptan un perfil semicircular y una sección tubular. Respecto a la presencia de una o dos anillas como indicador cronológico, hay que señalar que los ejemplares más antiguos suelen llevar una solamente, como los hallados en Cangas de Narcea y Ponferrada (Monteagudo, 1977: fig. 56, nº. 910 y 912), que se convertirá en dos rápidamente. No obstante, piezas de una sola anilla tampoco faltan en hallazgos de cronología avanzada, caso de los depósitos de Huerta de Arriba -Burgos- e Hío -Cangas de Morrazo, Pontevedra- (Monteagudo, 1977: fig. 75, nº. 1108; 98, nº. 1370). Así, la mera presencia de una sola anilla no puede ser considerada rasgo de arcaísmo; este tipo lo encontramos también en la alta Andalucía: Fuente de Cesna -Loja- y Arroyo Molinos -Hinojares-. Respecto al origen de las hachas de talón y anillas existe unanimidad entre los diferentes autores en localizarlo en la cultura de los Túmulos de Centroeuropa (Schüle, 1969a: 22; Molina González, 1978: 216; Fernández Castro, 1988: 104). En dicho ámbito, los ejemplares más antiguos, que carecen de anillas, aparecen en el siglo XIII a.C,. Las primeras piezas con anillas se localizan en la centuria siguiente en el piedemonte septentrional de los Alpes. Desde aquí y muy rápidamente estas piezas llegaron hasta el litoral continental del mar del Norte y a Gran Bretaña. Testimonio de la rápida expansión de las hachas de talón con una sola anilla es su presencia en el depósito escocés de Wallington Demesne, fechado entre los años 1200-1000 (Schmidt y Burguess, 1981: 147 y 156-157). De acuerdo con la propuesta de L. Monteagudo (1977: 195-196), los ejemplares con dos anillas fueron producidos desde el siglo X en adelante, de acuerdo con el depósito inglés de Downham Fen, en Norfolk. Sin embargo, algún hallazgo gallego, como las piezas presumiblemente más antiguas del depósito de Samieira, indica que es posible que la producción de hachas de talón con doble anilla pudiera haberse iniciado en el paso del siglo XI al X en el Noroeste de la Península (Fernández Castro, 1988: 104). 797

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Las hachas de talón y anillas fueron uno de los productos más característicos de la metalurgia atlántica. Centrándonos en el ámbito peninsular, se extienden por todo el territorio, con una concentración especialmente abundante en el Noroeste y en mucha menor medida en el Sureste. No sabemos con precisión cuando dejaron de fabricarse, debido tanto a la naturaleza de los hallazgos como a su acumulación en depósitos, en un claro proceso de "tesaurización". Indicio de lo que decimos puede ser la buena conservación de las piezas encontradas en la alta Andalucía, todas con el filo sin apenas huellas de utilización como herramientas (vid. FIG. 423). Esto contrasta con muchas procedentes del Noroeste donde bastantes están rotas. Al tiempo, las pocas analíticas de que disponemos para los ejemplares de la alta Andalucía, coinciden en los altos porcentajes de estaño y sus bajísimas leyes de plomo. Así, la pieza hallada en Diezma tiene un 10,22% de estaño, mientras que la aparecida en Baza un 6,85% (Siret, 1913: 351-352). Ante la escasez de estaño en el Sureste y conocida la buena ley de estas piezas por los metalúrgicos de la zona: ¿es posible que estas hachas de talón importadas actuasen como lingotes de este metal? Realmente no estamos en condiciones de ofrecer una respuesta ante la abrumadora falta de datos de que adolecemos. A este respecto hay que señalar el poco conocido depósito aparecido en Baza, con dieciocho piezas (Almagro Gorbea, M. 1986: 414-416). F. Molina González situó estas piezas dentro de su Bronce Final I (1100850), de acuerdo con su aparición en el Noroeste peninsular. Parece que no se puede seguir manteniendo una cronología tan alta, como muestra el pequeño depósito del Cerro del Real, que apareció dentro de un vaso a torno (vid. supra cap. 14,4). Quizás sea demasiado tardía la perduración del uso de estas piezas hasta el siglo VII a.C., como hace Pellicer (1981: 442) partiendo del citado hallazgo de Galera, claramente amortizado, pero una datación del siglo VIII nos parece razonable, aunque algunas se almacenaran hasta momentos posteriores. c)

Hachas de aletas envolventes

Las hachas de aletas envolventes15 son los hallazgos metálicos más escasos en la alta Andalucía, pues sólo conocemos dos ejemplares, ambos del depósito de Arroyo Molinos, en Hinojares -Jaén- (vid. FIGS. 210 y 423). El origen de estos objetos se encuentra, como en el caso anterior, también en Centroeuropa. Concretamente, su aparición parece situarse en los últimos momentos del Bronce Medio, hacia 1200 a.C. (fase D de Reinecke), dentro de la Cultura de los Túmulos de Baviera y Württemberg. Los tipos más antiguos son los que presentan las aletas en la zona media -caso del hallazgo jiennense-,

15

F. Molina González (1978: 216) denomina a este tipo de pieza "hacha rectangular con aletas mediales y anilla suspendida del extremo superior". Los investigadores franceses prefieren la denominación "hacha de alerones".

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para ir desplazándose hacia el extremo conforme avanza su cronología. Con posterioridad al año 1000 a.C. se inician los tipos más recientes que perdurarán hasta mediados del siglo VIII a.C. 4.

LAS FÍBULAS

Unas piezas metálicas que debieron jugar un papel destacado en la vestimenta de las poblaciones indígenas del sur peninsular durante el Bronce Final y el Hierro Antiguo fueron las fíbulas. La función de estos pequeños objetos era la de sujetar diferentes partes de la indumentaria cotidiana, como capas y mantos. Las fíbulas, como tales, no son objetos originarios de la Península. Su uso se inicia en los siglos XI-X y debe estar relacionado con la introducción de tejidos de lujo destinados a la élite, de origen oriental según algún autor (Cáceres, 1997: 133). Es posible que así sea, aunque el origen inmediato de los mismos y de las fíbulas que se les asocian debe matizarse, sino queremos dar crédito implícitamente a las viejas interpretaciones historicistas. En momentos anteriores al Bronce Final no conocemos ningún objeto similar a la fíbula, aunque algunos punzones argáricos pudieron servir como prendedores para determinados atuendos, aunque evidentemente no tienen nada que ver con las piezas posteriores.

FIG. 424. Tipología de las fíbulas de codo y ejemplares de la alta Andalucía. 799

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Fíbulas de codo, la conexión mediterránea

Las fíbulas más antiguas que conocemos en la península Ibérica son las denominadas "de codo", a causa del característico perfil que presenta su arco. Morfológicamente son objetos muy sencillos. Están fundidos en una simple varilla de bronce, que se torsiona en caliente mediante forja, de modo que el arco configura dos secciones curvas con un estrangulamiento central. En un extremo de la fíbula se encuentra la mortaja, mientras que en el otro está el resorte, que suele ser muy simple, con una o dos espirales, de las que parte la aguja. El acabado de las fíbulas de codo revela que estamos ante piezas de cierto lujo: el arco presenta diferentes engrosamientos y estrechamientos sucesivos con clara intención decorativa. Conocemos bastantes fíbulas de codo en contextos estratigráficos, aunque también hay muchos hallazgos casuales tanto en Andalucía como en el resto de la Península. No obstante, el problema de su datación no se ha podido resolver todavía de modo satisfactorio en lo que respecta al momento inicial de su utilización, circunstancia imbricada con el panorama de los inicios de la Edad del Hierro en el Mediterráneo oriental, cuyas fechas son revisadas periódicamente. Tradicionalmente la fíbula de codo que se ha considerado más antigua es la aparecida en el estrato Va de Megiddo (Loud, 1948: 45 y 172, lám. 223, nº. 78). La forma simple de esta pieza, su aparición en un contexto oriental y la fecha del nivel donde se documentó ha movido a los investigadores a considerarla el prototipo del que derivarían las demás (Molina González, 1978: 215). La fecha del estrato Va de Megiddo resulta conflictiva, por lo que la datación supuestamente alta que se le asignado a esta pieza hay que modificarla de acuerdo con los últimos trabajos publicados sobre esta ciudad palestina. La cronología tradicional sitúa este nivel en un momento predavídico, entre los años 1050 y 1000 a.C., mientras el estrato siguiente -el IV- duraría hasta la segunda mitad del siglo VIII (Wright, 1950: 44-45). La tendencia a la baja de las dataciones de Megiddo fue anticipada por J.N. Coldstream a fines de los años 60. La aparición de dos fragmentos áticos del Geométrico Medio I en el estrato V o IV de la ciudad ofrecían una fecha clara de mediados del siglo IX (Coldstream, 1968: 305-307) que mantuvieron las fechas tradicionales. La revisión de la estratigrafía de Megiddo ha llevado a fundir en una fase única los estratos Va y IVb, con una rebaja sustancial de la datación de ambos niveles conjuntos, cuyo final podría oscilar entre los años 925 y 850 a.C. Igualmente, se ha establecido fehacientemente que los edificios de Megiddo IV siguieron utilizándose hasta finales del siglo VII, lo que tiene bastante sentido dado el devenir histórico de la ciudad tras la conquista asiria (Wightman, 1985: 127). Esto confirma que es correcto retardar las cronologías tradicionales que se han utilizado en Megiddo, por lo que el criterio de considerar la fíbula de codo aquí aparecida como el prototipo de toda la serie occidental pensamos no es acertado. 800

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De acuerdo con la metodología del difusionismo más clásico, a mediados de este siglo fueron varios los autores que plantearon una repercusión en Chipre de la referida fíbula de Megiddo Va en su avance hacia Occidente. Esta idea continua todavía presente en algunos trabajos, aunque algo matizada (Coffyn, 1985: 156; Guzzardi, 1991: 948). Es más, la similitud y la supuesta mayor antigüedad de las fíbulas chipriotas hicieron considerar que éstas eran las que inspiraron directamente las halladas en la península Ibérica, sin la existencia de intermediarios más cercanos16 (Almagro Basch, 1957; 1966a: 182-188). La pieza central de todo este discurso era la fíbula nº. 4.741 de Kourion, lugar en la costa suroccidental de Chipre, que se había incluido en el Chipriota Arcaico I (Gjerstad, 1947: 144-145, fig. 25). La cronología de este periodo era situada por la expedición sueca entre los años 700-600 a.C., demasiado baja para hacerla corresponder con el horizonte de fíbulas de codo de la península Ibérica. Sin embargo, la contestación de W.F. Albright a las dataciones de Gjerstad vino bastante bien a los investigadores defendían un origen oriental para estos materiales. En opinión de los arqueólogos que trabajaban en el Levante asiático las cronologías que los suecos daban en Chipre no coincidían con los niveles de Palestina donde aparecían los mismos materiales importados desde la isla. Por tanto, eran partidarios de elevar las fechas del Chipriota Arcaico I: el propio Albright (1943: 6, nt. 2; 1953, 22) situó está fase entre los años 900-750 a.C., mientras que su discípulo G. van Beek (1951) adelantó un poco las fechas, concretamente entre 930 y 800 a.C. Así, la datación de la fíbula de Kourion se situó en momentos anteriores a mediados del siglo VIII -o incluso antes-, lo que creó una sensación de seguridad sobre la data correcta de las fíbulas del depósito de la ría de Huelva entre los años 750 y 700. Sin embargo, la polémica entre la cronología baja de Gjerstad y la alta de Albright/Beek17 está lejos de resolverse, teniendo partidarios en uno u otro sentido (Balensi, 1985: 171, 73, nt. 26; Ben Tor y Portugali, 1987: 202). Desde luego, no hemos trabajado intensamente la problemática que plantean las correlaciones entre las dataciones de Chipre y Canaán, pero las grandes divergencias existentes -de un siglo o más- nos hace ser bastante excépticos respecto a las dataciones de la fíbula de Kourion. De acuerdo con las cronologías que se están ofreciendo últimamente en la Península para las fíbulas de codo, es bastante difícil que la pieza de Kourion sea el prototipo de éstas. Si optamos por la fecha alta de Albright y su escuela sería, como mucho, contemporánea de las peninsulares; en cambio, si seguimos la propuesta a la baja de Gjerstad tendría una fecha posterior. 16 Es más, aunque M. Almagro Basch considera la existencia de un tipo siciliano de fíbula de codo, afirma que éste no se divulgó entre "nosotros" (1966a: 184). 17

Esta polémica ha pasado bastante desapercibida para la arqueología española, cuando debería interesarnos bastante, ya que Chipre es fundamental en las relaciones mediterráneas de la Península Ibérica. Resulta paradójico observar como desde el difusionismo más radical se habla indiscriminadamente de conexiones chipriotas en numerosos conjuntos materiales de la Protohistoria hispana y prácticamente nada se dice de la cambiante datación que tienen los "prototipos originales" en esa isla y en la cercana región sirio-palestina. En algunos casos especialmente graves, parece que la cronología chipriota se acomoda a la de Occidente o no viceversa.

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Fue mérito de J. Birmingham el percatarse de la escasez de fíbulas de codo en el Levante asiático y en el Egeo. Este autor concluyó que el tipo de fíbulas propio del Mediterráneo oriental durante los inicios del Hierro es el de arco de violín. Estas piezas son muy abundantes en Creta, Rodas, Cilicia, Chipre, Siria y Palestina, de tal manera que puede considerarse como el típico de estas regiones. En cambio, resulta muy escaso al oeste de Grecia18. Por tanto, se puede concluir que las fíbulas de codo son, desde luego, ajenas al ambiente material del oriente mediterráneo al menos durante los comienzos del primer milenio (Birmingham, 1962-63). Aun sin descartar un origen en el Levante mediterráneo, otros investigadores que se han ocupado del tema del origen de las fíbulas de codo han apuntado hacia la intermediación de Sicilia, concretamente durante la fase II de Pantalica o Cassibile (Bernabò, 1953-54: 196 y 212; Guzzo, 1969). Esta etapa corresponde al periodo avanzado del Bronce Final de la isla, con una cronología situada entre los años 1100 y 850 (Müller-Karpe, 1959: 23-25) o concentrada en una menor duración entre 1050/1000 y 950/900 (Allen, 1977). En estos momentos encontramos un considerable número de fibulas de codo en diferentes lugares de Sicilia. Los hallazgos aparecen en necrópolis o en depósitos de metal19. Creo que en el momento actual podemos descartar que las fíbulas de codo tengan su origen en el Levante mediterráneo. Esta circunstancia convierte a Sicilia en el ámbito de creación de este tipo de piezas, ya que hay un número considerable de piezas y su cronología es la más antigua de toda la serie20. Desde luego, la posición central de Sicilia en el Mediterráneo hace bastante plausible que un producto local isleño se hubiera difundido entre los siglos XI y X a través de las relaciones marítimas. Hacia Occidente el vehículo debieron ser las navegaciones que ponían en contacto el círculo atlántico con el área del Tirreno, aunque todavía bastante tímidas en estos momentos. Así, se conocen muy pocas fíbulas de tipo siciliano antiguo en la Península, siendo su ámbito de difusión exclusivamente costero, lo que es un testimonio más de la existencia de estos viajes. Cabe señalar la conservada en el Museo de Prehistoria de Valencia, procedente del área levantina aunque sin contexto conocido (Almagro Basch, 1966a: fig. 71, nº. 6). También de tipo siciliano es la fíbula "ad occhio" 18

En Cerdeña hay varios ejemplares correspondientes a momentos tardíos del Bronce Final y Edad del Hierro (Lo Schiavo, 1985: 279, fig. 59). 19

Los hallazgos de fíbulas de codo se concentran en los alrededores de Siracusa: Cassibile, Pantalica, Pantano, Modica, Paterno, Molino della Badia y Monte di Noto. No parece que esta circunstancia tenga nada que ver con unas hipotéticas relaciones marítimas -que podía pensarse, dado el excelente abordaje de la costa en esta zona-, sino con la densidad de población que habitaba estas fértiles tierras. Muy cerca, en la llanura de Catania, sólo se conoce un ejemplar en el depósito de Paterno. En la costa norte de Sicilia, contamos con los hallazgos de Tre Canali y la acrópolis de Lipari. Finalmente, en el interior de la isla, cabe señalar el ejemplar de Monte Dessueri. 20

Se podría objetar que la cronología de Pantalica II también está sujeta a algunas objeciones, pero las que se han efectuado hasta ahora consisten en alargar o comprimir la duración de la fase. A pesar de ello, el floruit de la misma se sitúa con cierta fiabilidad en el siglo X a.C.

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aparecida en el sepulcro de Roça de Casal do Meio -Setúbal- (Spindler y Veiga, 1973: fig. 10, d). La fecha del que se ha propuesto para este lugar viene a confirmar que es prudente situar el horizonte de las fíbulas de codo hispánicas a partir de la segunda mitad del siglo X. Morfológicamente existen varias diferencias entre las primeras piezas sicilianas y las aparecidas en otros lugares, que nosotros interpretamos como el producto de una evolución local, a partir de una forma bastante simple. Las variantes esenciales de la fibula sícula original -Pantalica II- que proponemos serían la hispánica y la egeo-chipriota (FIG. 424). Las tres, aún dentro de su modelo estándar también presentan numerosas variantes en su aspecto. Por ello, resulta no tiene sentido realizar clasificaciones tipológicas demasiado pormenorizadas, ya que no hay dos ejemplares exactamente iguales21. Las fíbulas de PANTALICA II se caracterizan por su codo asimétrico y sus brazos finos, que, por lo general, presentan un ligero engrosamiento central y decoración estriada. La mortaja es corta y la aguja suele ser recta, aunque no faltan algunos ejemplares curvos. El ámbito de este tipo de fíbulas es Sicilia e Italia, aunque no faltan algunas piezas dispersas en la península Ibérica, suroeste de Francia y Creta. En las piezas de la PENÍNSULA IBÉRICA el codo tiende a situarse en la zona central de la pieza y se hace más pronunciado que en las sicilianas, lo que afecta al perfil de los brazos, que dibujan una pronunciada curva. Las piezas más antiguas del tipo -Monachil- presentan brazos finos, similares a los sicilianos pero sin decoración, mientras que en los ejemplares más avanzados Huelva- tienden a engrosarse por la presencia de bulbos y moldurillas, que dan un aspecto más ornamental. La mortaja es corta y la aguja recta. Las fíbulas de codo hispánicas se extienden por todo el ámbito peninsular, aunque con una especial concentración en el sur -depósito de Huelva, alta Andalucía- y en la Meseta. Fuera de este espacio, encontramos alguna en lugares tan alejados como Chipre, aunque sin procedencia concreta (Almagro Basch, 1966a: fig. 70, nº. 6). Finalmente, el tipo EGEO-CHIPRIOTA es el que alcanza una mayor difusión geográfica en todo el Mediterráneo oriental, ya que se extiende desde Palestina hasta las islas griegas, con algunos ejemplares aparecidos en Cerdeña -Nuragha Su Nuraxi- (Lo Schiavo, 1978: fig. 6, nº. 3). Como primera nota distintiva, se trata de ejemplares de mayor tamaño que los dos anteriores. Se caracteriza por la disposición triangular de los brazos, que son sólo ligeramente curvos. El codo es cerrado, en forma de bola y con un pequeño anillo a modo de abrazadera; en ocasiones dibuja una suerte de lazo. La mortaja es larga y la aguja tiene forma curva. Las fíbulas de esta clase se caracterizan por su 21

Así, por ejemplo, vemos una clasificación de este tipo sólo para las provincias de Granada y Jaén (Carrasco et alii, 1987: 78). Entre las dos reúnen un total de cinco fíbulas de codo. Los autores de dicha sistematización señalan la existencia también de cinco tipos: ¡uno por cada pieza!.

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barroquismo decorativo en el que se observa una clara influencia de los ejemplares de arco, que eran los existentes en su zona de expansión con anterioridad a la fabricación de las fíbulas de codo. Parece que está bastante claro que las fíbulas que hemos llamado denominado como tipo egeo-chipriota son, como mucho, contemporáneas de las hispánicas, por lo que nunca podían haber actuado como prototipo de éstas. Una de las piezas más antiguas del tipo chipriota-egeo es la documentada en la tumba 15/53 de Lefkandi, en la isla de Eubea. Se trata de una pieza de oro, bastante tosca, que reune varios elementos que configuran esta variante: codo en lazo, perfil triangular y aguja curva, aunque la mortaja corta y los brazos sin decoración recuerdan todavía los prototipos de Pantalica II. Además de su tipología arcaica, su datación a principios del siglo IX a.C. está plenamente confirmada por el contexto de la necrópolis eubea (Popham, 1994: lám. 2.11, c). Es más, la eclosión de las piezas egeo-chipriotas es posterior al horizonte de utilización de las fíbulas de codo en la Península Ibérica -segunda mitad del siglo X y todo el siglo IX-, ya que se están datando en Palestina en niveles fechados a partir del siglo VIII con las cronologías tradicionales, que hoy están a la baja. En Megiddo son abundantes en los estratos III y II (Lamon y Shipton, 1939: figs. 78-79), que -como se recordará- de acuerdo con las correcciones efectuadas por G.J. Wightman (vid. supra) serían posteriores al siglo VII. En la alta Andalucía documentamos la existencia de diez fíbulas de codo (FIGS. 443-444). Dada la escasez de estas piezas en el conjunto de la Península, este número resulta considerablemente elevado22. Además, todas las piezas conocidas se concentran en un ámbito bastante reducido, que corresponde a la vega de Granada (FIG. 425). En el Cerro de la Mora/Cerro de la Miel se han documentado en las sucesivas campañas un total de ocho ejemplares, de los que sólo se ha publicado uno, correspondiente al segundo enclave. Esta circunstancia convierte a las tierras del alto Genil en el área peninsular donde más ejemplares fíbulas de codo han aparecido. De todas las fíbulas de codo aparecidas en el marco territorial de la presente tesis doctoral, sólo conocemos el contexto de tres con seguridad y tenemos referencia de otros seis, que siempre corresponden a espacios de habitación. No creemos que este circunstancia sea indicativa de un uso exclusivamente cotidiano, porque en la cercana necrópolis de Cerro Alcalá, en Torres -Jaén-, aparece una pieza formando parte de un ajuar funerario (Carrasco et alii, 1980, fig. 4, nº. 12). La pieza más antigua -si atendemos a su tipología- en la alta Andalucía debe ser la de Monachil (Molina González, 1978: 215) (vid. FIG. 424). Es pieza que corresponde plenamente al modelo hispánico de codo simétrico, aunque su 22 Por poner un ejemplo, en una región amplia y muy densamente poblada en el Bronce Final como es el valle del Guadalquivir sólo conocemos cinco lugares donde se han documentado fíbulas de codo. Si prescindimos del depósito de la ría de Huelva, con nueve ejemplares, sólo contamos con los hallazgos de Torres -Jaén-, El Coronil, Coria del Río -Sevilla- y Valverde del Camino -Huelva-.

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brazos delgados recuerdan todavía las fíbulas sicilianas23. Por ello y, con muchísimas reservas, la podríamos situar a lo largo de la segunda mitad o a finales del siglo X, aunque una fecha prudente podría ser los comienzos de la centuria siguiente. Más avanzadas son las fíbula del Cerro de la Miel (Carrasco et alii, 1987: 51, nº. 102) y Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981, fig. 12, f), cercanas al tipo Huelva (vid. FIG. 424). Finalmente, de las siete fíbulas de codo descubiertas en el Cerro de la Mora, entre las que hay una del tipo de pivote, nada podemos decir, ya que apenas se han publicado. Sólo contamos con algunas referencias muy vagas que han efectuado sus descubridores (Carrasco, Pachón y Pastor, 1985: 305; Carrasco et alii, 1987: 87-88), pero ni siquiera contamos con fotografías o dibujos de las piezas. Esta circunstancia resulta bastante curiosa, pues, según sus autores, los descubrimientos efectuados en esos años en este gran poblado de la vega granadina van acompañados de diferentes dataciones de C-14. Una de las fíbulas documentadas en la parte baja del cerro lleva asociada una fecha radiométrica del año 970. Por tanto, estaríamos hablado ya de la primera mitad del siglo X, data que puede parecer un tanto elevada. A pesar de esta última opinión personal, pensamos que, dado el número y la documentación en estratigrafía de los hallazgos del Cerro de la Mora, el comienzo del horizonte de fíbulas de codo en la península Ibérica depende ahora mismo, en gran parte, de la publicación de estas piezas y de los contextos de las cronologías radiocarbónicas del Cerro de la Mora, que esperamos no se retrase. A este respecto, los investigadores que han trabajado en el Cerro de la Mora se han manifestado en diversas ocasiones respecto a la existencia de fíbulas de codo en la Península desde el siglo XI (Carrasco, Pachón y Pastor, 1985, 298-299; Carrasco et alii, 1987, 86-88). En principio, no podemos estar de acuerdo con esta opinión por diversas razones. Si las fíbulas de codo peninsulares se remontasen al siglo XI, los primeros ejemplares hispánicos serían contemporáneos o más antiguos que sus prototipos sicilianos de Pantalica II, admitidos por ellos mismos. Tampoco se puede admitir como indicio de una fecha del siglo XI la fíbula de Megiddo Va -como ellos hacen-, de la cual ya hemos hablado bastante. Finalmente, el principal apoyo de la datación de las fíbulas del Cerro de la Mora/Cerro de la Miel son las cronologías radiocarbónicas efectuadas in situ. A este respecto, nos parece una metodología acertada realizar fechaciones por radiocarbono siempre que se pueda. Sin embargo, es un tanto arriesgado adelantar casi dos siglos un conjunto de piezas extendido por todo el Mediterráneo basándose en una sola estratigrafía. Elevar de modo genérico la datación de las fíbulas de codo hasta el siglo XI, aunque perdurasen hasta el IX, supone una reconsideración bastante seria de sus orígenes, así como de las vías de expansión y evolución 23

En este sentido, Y.E. Cáceres la incluye dentro del tipo siciliano (1997: fig. 5, nº. 29).

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de estos objetos. Esta labor apenas ha sido tenida en cuenta por el equipo del Cerro de la Mora, limitándose a amalgamar las hipótesis tradicionales sobre sus orígenes cananeos, chipriotas o sicilianos con los resultados de C-14 obtenidos en Moraleda de Zafayona, que creemos han sido un poco sobrevalorados. No obstante, a pesar que lo dicho, las cronologías obtenidas en el Cerro de la Mora nos ponen sobre aviso de que es posible que el horizonte de las fíbulas de codo bien pudiera iniciarse con anterioridad a mediados del siglo X. Pero esta posibilidad, aún como hipótesis, debe ser trabajada en un contexto más amplio.

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Capítulo 22 b)

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Una creación peninsular: las fíbulas de doble resorte

Esta fíbula es la más común durante el Hierro Antiguo en toda la península Ibérica, a excepción del Noroeste, donde todavía no se ha documentado ninguna pieza. Pese a su reparto, se observa una clara concentración en Andalucía, cuenca del Segura y Cataluña (FIG. 445). La tipología de las fíbulas de doble resorte es algo más complicada que las de codo. Se caracterizan por la presencia de dos muelles con un número variable de espiras, unidos por un puente, bien recto o ligeramente curvo. De uno de los resortes parte la aguja que es larga y curva, mientras que del otro lo hace la mortaja, de mayor tamaño que en los ejemplares de codo. Este tipo de fíbulas esta elaborado con un alambre continuo de bronce, fino y largo, que habitualmente presenta sección circular, aunque también hay otros rectangulares, cuadrados y romboidales. Su abundante distribución en todo el sur peninsular prueba que era un objeto bastante corriente, que, en caso de rotura o pérdida, podía ser fácilmente repuesto. De ahí que en las excavaciones sean numerosos los fragmentos de resortes o las fíbulas incompletas, a las que les falta habitualmente la aguja, la parte más frágil. El desaparecido M.M. Ruiz Delgado realizó el estudio más completo sobre las fíbulas de doble resorte en Andalucía (1986). La tipología que estableció dicho investigador sigue siendo plenamente válida, por lo que nosotros la seguimos en sus líneas generales, aunque no vamos a entrar en sus pormenores al no ser necesario24. El fundamento de su clasificación es la sección del alambre que constituye la fíbula: circular -tipo I-, rectangular -tipo II- y romboidal -tipo III-, que genera subtipos de acuerdo con la disposición del puente. Con mucho, el subtipo más extendido en el sur peninsular, y por ende en la alta Andalucía, es el denominado IA1a, el más sencillo: alambre de sección circular y puente simple. Mucho más escaso resulta el subtipo IA2a. En este caso, también se trata de piezas de alambre circular y puente con una placa rectangular soldada (Ruiz Delgado, 1986: 496-497), que sólo han aparecido en nuestro ámbito de estudio en las necrópolis del Cortijo de las Sombras y Castellones de Céal. Las fíbulas de doble resorte derivan de las fíbulas de codo, aunque el proceso evolutivo de unas a otras todavía no está lo suficientemente claro, especialmente en lo que respecta a la multiplicación de espiras. La concepción general de la forma de la fíbula de doble resorte está implícito en determinados ejemplares de codo, cuando esta parte de la pieza, debido a la torsión a que se ve sometida, especialmente en los ejemplares tardíos, está a punto de transformarse en otro muelle más. Un paso adelante en el proceso se ve claro en las fíbulas sicilianas de tipo "ad occhio", como la aparecida en Roça de Casal 24

Varias de las categorías que estableció Ruiz Delgado únicamente están representadas por un sólo ejemplar y éstas no se han documentado en la alta Andalucía.

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do Meio. Respecto al origen de la fíbula de codo, la hipótesis oriental ha quedado bastante devaluada. No obstante, la insistencia en la misma de algunos autores todavía la mantiene en boga (Martínez y Botella, 1980: 303; Carrasco, Pastor y Pachón, 1982: 152; Carrasco et alii, 1987: 86). Esta idea fue defendida en su momento por M. Almagro Basch (1966b: 222), basándose en una pieza de la ciudad siria de Hama25, datada en su momento en los siglos XI-X a.C.; desde aquí se difundiría hacia Occidente a través del comercio fenicio y griego. La hipótesis de Almagro conoció un cierto éxito a fines de los años 60 y durante la década de los 70 (Navarro, 1970: 39-40). En su misma línea, algunos investigadores, aún aceptando este origen oriental, consideraron la posibilidad de que existiese un centro redistribuidor situado en el Mediterráneo central (Arribas y Wilkins, 1969: 201-203; Schubart y Niemeyer, 1976: 226). En cualquier caso, para los autores citados, las fíbulas de doble resorte llegarían a la Península a través de la colonias fenicias. Desde luego, para asumir la hipótesis oriental había que explicar satisfactoriamente varias cosas: ¿por qué estas piezas escasean tanto en el área de origen propuesta? ¿por qué no aparecen -hasta el momento- en las ciudades metropolitanas fenicias, sus eventuales distribuidoras? ¿por qué existe una diferencia cronológica de al menos dos siglos entre el "prototipo" de Hama y sus supuestos derivados hispánicos? Parece evidente que las fíbulas de doble resorte no están presentes en Oriente, la de Hama no deja de ser un objeto exótico, de los muchos que hay en las ciudades levantinas. La idea de una procedencia del Mediterráneo central encuentra su apoyo en los tipos "ad occhio" y "serpenggiante", que fueron prácticamente contemporáneos. Sin duda, estas fíbulas debieron tener un papel importante en el nacimiento de las piezas de doble resorte, más el segundo que el primero, pero que resulta difícil de determinar. La razón de este problema radica en que apenas tenemos datos sobre sus vías de distribución desde el área itálica hasta Occidente, ya que los hallazgos son escasos y sólo en algunos se pueden inferir perspectivas de carácter histórico26. En un examen atento debemos concluir que las fíbulas ad occhio sicilianas no dejan de ser, en cuanto a su concepción formal, piezas de codo algo más estilizadas; la posición de los resortes y la disposición en triángulo de los brazos así lo atestiguan. La presencia de este tipo de fíbulas en la Península 25 Para J.P. Riis, autor de estos hallazgos de Hama, esta pieza no es más que una fíbula de arco de violín a la que se le ha añadido un segundo resorte. Para él, se trata de una importación desde el Mediterráneo central o los Balcanes (Riis, 1948: 131 y 200). 26

Son los casos de los hallazgos de fíbulas ad occhio aparecidos en la desembocadura del Sado Roça do Casal do Meio- o en los castros de la región de la Beira -Santa Luzia y Nossa Senhora da Guia-, que están claramente vinculados a la ruta de navegación que bordea la costa occidental de la Península y conecta con el mundo del Bronce Final Atlántico. Sin embargo, y paradójicamente, este tipo de piezas no se conoce por el momento ni en Andalucía ni en la fachada oriental peninsular, que debían ser puntos forzosos de arribada y partida de estas navegaciones.

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Capítulo 22

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es significativa en los siglos IX y VIII, aunque sorprendentemente su distribución parece centrarse en la fachada atlántica más que en la mediterránea. La mayor cantidad la encontramos en Portugal, sin que por el momento aparezcan más al norte de la línea del Duero. En cambio en la zona este peninsular sólo tenemos un ejemplar en la Mola d'Agres -Alicante-, mientras que conocemos dos en el ámbito meseteño: Perales del Río en Madrid y Cerro del Berrueco en Salamanca. Más cercano a las piezas de doble resorte se encuentra el tipo serpeggiante suritálico. Éste, aunque inspirado en las fíbulas ad occhio, marca ya un alejamiento del modelo de codo, lo que se observa en su perfil de tendencia rectangular y no triangular. Estas fíbulas se han confundido muchas veces con las doble resorte, debido a que presentan varias espiras -hasta un número máximo de cuatro- en cada muelle. Son productos propios del sur de Italia, que se distribuyeron hasta la llanura del Po y Sicilia a lo largo del siglo IX. Se conocen también algunos ejemplares en la Península Ibérica, pero en menor número que las piezas ad occhio y sin contexto conocido, aunque significativamente proceden de la región andaluza27. Sea cuál sea el grado de implicación de las fíbulas ad occhio sicilianas o serpeggiante en la aparición del tipo de doble resorte, sí parece que debemos descartar es que este último tenga un origen directo en el Mediterráneo central, dada su escasez en dicho ámbito. Así, los dos únicos ejemplares de doble resorte conocidos en esta zona parecen ser importados desde la península Ibérica: Grotta Pirosu de Su Benatzu -Cerdeña- y tumba 700 de la necrópolis de San Montano -Ischia- (Lo Schiavo, 1978: fig. 7; Ridgway: 1997, fig. 28). Por tanto, es muy posible que una vez conocido el prototipo serpeggiante por los artesanos peninsulares, su fácil fabricación a partir de un alambre de bronce hiciera surgir el tipo de doble resorte plenamente configurado. Esta hipótesis de un origen ibérico, y más concretamente andaluz, fue señalada primeramente por la investigación italiana (Guzzo, 1969: 307; Lo Schiavo, 1978: 39-40) y luego por la española (Aubet, 1981a: 146-147; Pellicer, Bendala y Escacena, 1983: 102; Ruiz Delgado, 1987-88: 529). A este respecto pensamos que es definitivo en favor de un origen en el mediodía peninsular el argumento de antigüedad, ya que las primeras fíbulas de doble resorte aparecen en yacimientos andaluces bien fechados en el siglo VIII, tales como Chorreras (Aubet, 1983: 820) y el túmulo nº. 1 de Las Cumbres (Ruiz Mata y Pérez Die, 1989: 291). Complementariamente se puede señalar también la concentración de hallazgos en el mediodía peninsular. En esta centuria se produce también la expansión de estos objetos hacia otras zonas de la Península: desembocaduras del Tajo y Sado, Meseta y, especialmente, el este peninsular. La distribución de estos productos responde 27

Museo Arqueológico de Sevilla y colecciones privadas (Ruiz Delgado, 1987-88: 528).

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claramente a las grandes rutas de comunicación de la Protohistoria peninsular: la navegación de cabotaje atlántica y mediterránea y la terrestre "vía de la Plata". La distribución costera de las fíbulas de doble resorte cabe atribuirla a los fenicios desde el área andaluza, mientras que la interior debe corresponder a las relaciones indígenas, concretamente tartéssicas, como otros materiales que se encuentran a lo largo de Extremadura y la Meseta Septentrional -valle del Tormes-. Solamente el comercio fenicio pudo actuar como vehículo de difusión a larga distancia de las fíbulas de doble resorte hispánicas. No se entiende de otro modo su aparición en lugares del Mediterráneo central como Cerdeña o Ischia. Pero, ¿utilizaban los fenicios estos objetos en su aderezo personal? En la metrópoli parece que muy poco. Así, en las excavaciones de Bikai en Tiro, sólo encontramos una fíbula sencilla del tipo de arco de violín -el habitual en el Mediterráneo oriental- (Bikai, 1978: fig. 44, nº. 9). Sin embargo en las colonias fenicias del Extremo Occidente sí que aparecen, aunque su número sea ciertamente escaso: Cerro del Villar28, Chorreras (Aubet, 1983: 820) y tumba 4 de Trayamar (Schubart y Niemeyer, 1976: 227, lám. 17, nº. 655), La Fonteta (González Prats, 1999: 36) y en la Ibiza arcaica (Gómez Bellard et alii, 1990: 147). En la bibliografía consultada se recogen también otras piezas publicadas como fíbulas de doble resorte que pensamos no son tales o que se encuentran en un estado verdaderamente irreconocible, concretamente una de Morro de Mezquitilla29 (Schubart y Niemeyer, 1976: 76 y 226, nt. 312, fig. 1, nº. 543), otra de la tumba 1D de Puente de Noy30 (Molina Fajardo, Ruiz Fernández y Huertas, 1982: 187, fig. 110, nº. 34) y, finalmente, una más en la tumba 30 de Jardín (Schubart y Maass-Lindemann, 1995: 77, fig. 13, nº. 100). Todo indica que en las fíbulas no eran necesarias en la indumentaria fenicia, ya que ésta consistía básicamente en una túnica ceñida con cinturón (Harden, 1987: 127128). La aparición de fíbulas de doble resorte en las colonias occidentales puede interpretarse de dos maneras (Martín Ruiz, 1995-96: 75): -

Presencia de ciertos contingentes indígenas dentro de los asentamientos fenicios.

-

Adopción por parte de los colonizadores de algunos elementos autóctonos que les eran útiles.

Desde luego que ambas afirmaciones no tienen porque ser contradictorias, pero en el caso concreto de las fíbulas de doble resorte nos parece más plausible la segunda explicación, ya que la aparición de una en la 28

Comunicación personal de M.E. Aubet.

29

Es prácticamente una varilla en la que no se aprecia ningún indicio de resortes.

30

Esta pieza posee dos resortes, pero en modo alguno su perfil corresponde a una fíbula de doble resorte del Hierro Antiguo. A este respecto, la fecha de la tumba en que apareció -época tardopúnicatampoco coincide con el horizonte que se adjudica a estas piezas.

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tumba 4 de Trayamar resulta reveladora. Esta pieza constituye el único elemento indígena que aparece en estas cámaras funerarias, todo lo demás ajuares, construcción, ritual- es puramente fenicio. Posiblemente, quien se enterró con esta fíbula las utilizaría quizás en alguna prenda concreta: capa pluvial, manto para el frío... Centrándonos ya en el ámbito de la alta Andalucía conocemos bastantes hallazgos de fíbulas de doble resorte, con un total de once lugares donde han aparecido, por el momento (FIGS. 426-427). La cantidad total de piezas es difícil de precisar ya que en poblados como Acinipo y Cerro de la Mora sabemos que han aparecido varias todavía inéditas, pero desconocemos su número exacto. En el ámbito indígena las fíbulas de doble resorte aparecen tanto en necrópolis como en poblados. Por razones obvias, las halladas en las primeras suelen estar bastante mejor conservadas. A este respecto no consideramos que sean objetos de uso preferentemente funerario, sino más bien al contrario: se depositan en tumbas por su carácter de pieza cotidiana. Seguramente, sujetaban alguna prenda en el momento de cremación del cadáver. En cuanto a la cronología que proporcionan, las que han aparecido en estratigrafías abarcan una horquilla cronológica entre los siglos VIII y VI. Debido a que se trata de piezas que apenas varían en su aspecto externo, es imposible establecer criterios cronológicos basados en aspectos tipológicos. La fecha sólo se puede establecer de acuerdo con el contexto. En el mundo autóctono de la alta Andalucía, las fíbulas de doble resorte más antiguas son de pleno siglo VIII a.C., apareciendo en niveles donde ya se registran las primeras importaciones de cerámica fenicia. Concretamente se conocen ejemplares de estos momentos en Acinipo, cuya tipología concreta no se ha comunicado por ahora (Aguayo et alii, 1987: 301) y en el Cerro de los Infantes, éste de tipo IA1a (Mendoza et alii, 1981: fig. 14, q). Algo posterior sería la pieza documentada en el estrato 14 del Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980: fig. 101, nº. 16). Únicamente en el Cerro del Real de Galera podríamos tener una fíbula de doble resorte en un contexto exclusivo de cerámicas a mano: en el estrato VIIA del corte 7 (Pellicer y Schüle, 1962, fig. 10, nº. 37). No obstante, este hallazgo no está exento de problemas. En primer lugar, la mala conservación de la pieza y su estado fragmentario es un inconveniente a la hora de establecer su tipología sin discusión. Los autores de la intervención en el Real no le dan una clasificación concreta31. Por su parte, F. Molina González (1978: 221, nº. 82) considera que esta pieza es una "aguja de cabeza enrollada". A este respecto, podría ser significativo que M.M. Ruiz Delgado no haga ninguna referencia sobre la pieza de Galera en sus conocidos trabajos sobre las fíbulas

31

En la memoria de excavación que se publicó describen esta pieza como "una barrita de cobre que tiene el extremo vuelto" en el apartado de texto, mientras que en el pie de ilustración correspondiente señalan "objeto fragmentado de cobre" (Pellicer y Schüle, 1962: lám. 10, nº. 37)

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de doble resorte de Andalucía al no considerarla como tal. La polémica sobre esta pieza se vuelve a poner de actualidad recientemente cuando Y.E. Cáceres (1997: fig. 6, nº. 35) la incluye en su mapa de dispersión de estas piezas en la Península. Aceptando que este objeto fuese una fíbula de doble resorte32, sería prácticamente contemporáneo de las piezas aparecidas en Acinipo y Cerro de los Infantes, dado el desfase que existe en la aparición del torno entre el Real y estos lugares.

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En tal caso correspondería al tipo IA1a.

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FIG. 427. Fíbulas de doble resorte documentadas en contextos indígenas de la alta Andalucía. 813

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Con una cronología del siglo VII, por lo que respecta a asentamientos, tenemos que citar las fíbulas aparecidas en las cabañas 2, 3 y 4 del horizonte III-c del Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980: fig. 172, nº. 1; 190, nº. 4; 214, nº. 4) y en la fase "orientalizante" de Acinipo (Aguayo et alii, 1987: 302). Mientras que piezas aún más tardías -pleno suglo VII y comienzos del VIaparecen en poblados como Cerro de la Mora -fase IV- (Pastor et alii, 1981: 152, fig. 5, nº. 16) y Castellón de Gobantes (García Alfonso et alii, 1997b: fig. 11). Las escasas necrópolis indígenas del Hierro Antiguo conocidas en la alta Andalucía han proporcionado también algunas de fíbulas de doble resorte, con un cronología genérica de los siglos VII-VI a.C. En la Loma de Boliche tenemos un ejemplar (Siret, 1908: fig. 15, nº. 9). En el Cortijo de las Sombras aparecen con toda seguridad en las tumbas 2, 3, 5, 8, 12 y 15. Todas son del tipo IA1a, excepto la procedente de la sepultura nº. 8, que corresponde al tipo IA2a, Las tres tumbas más antiguas de la necrópolis de Castellones de Céal -nº. XXXII, XXXV y XXXVII- contenían sendas fíbulas de doble resorte: dos corresponden al habitual tipo IA1a y otro al IA2a (Chapa et alii, 1998: fig. 33). Otra pieza procedente de los alrededores de Cortes de Baza debe tener una datación similar a éstas. 5.

LAS PUNTAS DE FLECHA

Durante el Hierro Antiguo la presencia de un gran número de puntas de flecha en el sur peninsular puede ser un indicio de que algo había cambiado respecto a épocas anteriores. Nada indica que durante el Bronce Final las escasas puntas de flecha que conocemos hubieran tenido un uso bélico. Elementos materiales como las espadas de lengua de carpa tipo Huelva o las estelas y los enterramientos reservados a unos determinados linajes se asocian a una mentalidad aristocrática. En este contexto el combate singular es la forma de lucha más apropiada, típica de un ideal heroico impregnado de pensamiento mítico. Durante el Hierro Antiguo se infiere un cambio en las técnicas militares. La escasez de armas unipersonales o su conversión en objetos de aparato, símbolo de autoridad -espadas tipo Ronda- indica una crisis del enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Al mismo tiempo, la proliferación de puntas de flecha de anzuelo -tipo 11a- supone un gran cambio en la concepción del combate. La capacidad de eliminar al adversario a distancia supone la presencia en el campo de batalla de un contingente relativamente elevado de hombres, por lo que cabe preguntarse si nos encontramos ante verdaderos ejércitos. La masiva presencia de puntas de flecha en anzuelo en lugares como Castellón de Gobantes -Málaga- (vid. infra) o Pancorvo -Sevilla- (Mancebo y Ferrer Albelda, 1988-89) la entendemos asociada a episodios bélicos, como se confirma por el hallazgo de ejemplares claramente utilizados e incluso impactados contra las fortificaciones. Pensamos que estas circunstancias nos indican la posibilidad de 814

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asedios para doblegar a determinados enclaves, con todas las implicaciones que ello tiene: movilización de personas, extensión del territorio político, inseguridad... Podría pensarse que estas afirmaciones alteran el panorama pacífico que se ha venido proponiendo para el Hierro Antiguo en el sur peninsular, a este respecto la clave es la cronología. Como la mayoría de las puntas de flecha de anzuelo son hallazgos fortuitos, no estamos en condiciones de ofrecer una datación fiable y necesariamente concreta para su utilización en esos episodios de guerra. El empleo de estas puntas a lo largo de los siglos VII y VI nos permite un margen temporal para proponer una serie de coordenadas históricas para estos materiales. En contextos arqueológicos bien excavados los encontramos en ambiente doméstico durante el siglo VII, por lo que no puede inferirse un uso militar en esos casos. A nivel de hipótesis, pensamos que será durante el siglo VI, en conexión con la inestabilidad del Hierro Antiguo III cuando tenga lugar el uso masivo de estas puntas en contextos bélicos. Esta propuesta no cambia sustancialmente el esquema que se ha trazado el conjunto de la investigación para los siglos VIII-VI en el ámbito andaluz. a)

Puntas del Bronce Final

Durante el Bronce Final encontramos dos tipos de puntas de flecha en la alta Andalucía. Una tiene la hoja lanceolada mientras que la otra presenta hoja triangular con aletas. Las dos se caracterizan por disponer de un pedúnculo alargado. Ambos tipos eran corrientes en la etapa argárica, pero mientras que entonces predominaba la de tipo lanceolado, en el Bronce Final la más abundante es la de aletas. La tecnología de fabricación siguió siendo la misma que en el Bronce Antiguo y Pleno: verter el metal fundido en un molde univalvo. La dispersión de este tipo de puntas muestra una concentración importante en la depresión de Granada (FIG. 428). La datación resulta bastante complicada, ya que debieron fabricarse a lo largo de un periodo bastante largo, perdurando hasta el siglo VII. Una pieza de hoja lanceolada procede del estrato IIb del Cerro de la Encina y puede fecharse por el contexto en el siglo IX (Molina González, 1978, 221: tab. tip. nº. 81). Respecto a las puntas de aletas aparecen estratificadas en el nivel 3 del Cerro de los Infantes (Mendoza et alii, 1981: fig. 12, g) y A-5 del Cerro de la Miel (Carrasco et alii, 1987: 52, nº. 105), que se sitúan en el siglo IX. Finalmente, los testimonios más recientes corresponden al horizonte III del Peñón de la Reina. Dos de los hallazgos de este poblado almeriense aparecidos en el estrato 14 se pueden fechar en el siglo VIII (Martínez y Botella, 1981: fig. 101, nº. 1 y 11). Otra pieza procede de la casa 2, fechada en el siglo VII (Martínez y Botella, 1981: fig. 172, 4). Estos hallazgos de Alboloduy señalarían una perduración de estos objetos hasta avanzado el Hierro Antiguo, 815

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cuando ya iban siendo sustituidos por las puntas de anzuelo (vid. infra). Además, su aparición en un contexto netamente doméstico nos hace pensar en una función cinegética más que militar, al menos en este caso concreto. Otras piezas conocidas en el entorno del Genil no poseen contexto arqueológico, conservándose en el Museo Arqueológico de Granada: Dehesas Viejas, Castillo de Tajarja, Pantano de los Bermejales y Zafarraya. Finalmente, habría que añadir la localizada en el nivel superficial del Castillejo de Almogía -Málaga(Rodríguez Vinceiro et alii, 1997: fig. 7), que es asociada por sus descubridores al nivel de Bronce Final de este asentamiento.

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Las puntas de anzuelo del Hierro Antiguo

A partir del siglo VIII, seguramente en sus momento finales, las puntas propias del Bronce Final son sustituidas por las denominadas puntas en anzuelo. El elemento más significativo de estas piezas es el saliente curvo que presentan en su parte inferior a modo de arpón o espolón. La misión de esta protuberancia era impedir la extracción de la flecha una vez que ésta se encuentra clavada en el blanco. Las puntas en anzuelo fueron valoradas por vez primera en la Península a finales de los años 50 y principios de los 60. Anteriormente se conocían algunos ejemplares aislados en lugares como Ampurias, Ibiza y Villaricos, pero pasaron desapercibidos. Fueron las excavaciones emprendidas en el poblado de El Macalón -Nerpio-, en plena serranía meridional de Albacete, las que sirvieron de acicate para el estudio de estos materiales. Las dos campañas realizadas en este poblado en 1958 y 1962 permitieron documentar un total de seis puntas de flecha en anzuelo en muy buen estado de conservación. Desde aquellos momentos se han venido denominando de varias maneras, según los autores: "puntas tipo Macalón" por el lugar epónimo (García Guinea y San Miguel, 1964: 31, nt. 2), "puntas de anzuelo y doble filo" por su característico perfil (García Guinea, 1966), con el galicismo "puntas à barbillon"33 (Sánchez Meseguer, 1974) y "puntas con arpón" para resaltar su característico espolón (González Prats, 1982). A pesar de la proliferación de referencias sobre estos materiales, la primera sistematización de los mismos no fue elaborada hasta principios de la década de los 80 por J. Ramón (1983) para clasificar el abundante lote conocido en Ibiza. Con el paso de los años, la tipología propuesta por dicho autor se ha generalizado para toda el área peninsular, añadiéndose las formas que se han conocido con posterioridad (Ferrer Albelda, 1996: 47-51, fig. 4). El tipo de punta que se ha denominado 11a es el más extendido en Andalucía entre los siglos VII y VI a.C., conociéndose también numerosos ejemplares en el sur de Levante e Ibiza. Estas piezas se definen por su hoja lanceolada con doble filo y arponcillo lateral. Su longitud oscila entre 5 y 3 cm., mientras que la anchura máxima de la hoja alcanza alrededor de 1 cm. El cañón, por donde la punta se inserta en el ástil de la flecha, es hueco y adopta una forma cónica que se va estrechando progresivamente hacia el extremo puntiagudo, para quedar finalmente convertido en un resalte a modo de nervadura. Por último, el arpón adopta la forma de un apéndice lateral en forma de espolón curvo, colocado sobre el cañón, muy próximo a uno de los filos de la hoja. El grueso del material documentado está fabricado en bronce, aunque se conocen algunos ejemplares de hierro. Sobre el origen de las puntas de flecha en anzuelo se ha escrito bastante. Todos los autores que se ha ocupado del tema coinciden en atribuir a 33

En francés: "gancho", "lengüeta".

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estas piezas un origen oriental, concretamente cimerio-escita, siguiendo la tesis inicial de M.A. García Guinea (1966). Aún aceptando provisonalmente la idea de una procedencia del mundo de las estepas euroasiáticas mientras no se demuestre lo contrario, pensamos que aún queda mucho por indagar respecto a esta cuestión. En especial, nos parece que las vías de difusión de estos materiales aún no han sido suficientemente aclaradas, incluso con la intermediación de los fenicios. De acuerdo con la idea comúnmente admitida, el origen de las puntas de flecha en anzuelo se situaría en torno a la costa septentrional del mar Negro, estando vinculadas con los arqueros cimerios y escitas. Aquí se conocen en varios lugares: túmulo de Melgunov -centro de Ucrania-, Certomlyk -Crimea- y Nikopol -bajo Dniéper-. El problema que presentan estos hallazgos es la escasa fiabilidad de su cronología, admitiéndose como aceptable el siglo VI a.C. Así, estos hallazgos ya serían un siglo posteriores a las puntas más antiguas de la Península Ibérica. Dataciones más tempranas aparecen en puntos de Anatolia. En la antigua capital hitita, Hattusa-Bogazköi, las puntas de flecha en anzuelo aparecen hacia el año 1000 a.C., precisamente al iniciarse la etapa frigia de la ciudad. En Gordion, capital del reino de Frigia, aparecen en los siglos VIII-VII a.C. Finalmente, en Alisar Hüyük se documentan en el estrato V, nivel que tiene una cronología bastante amplia: desde la caída del Imperio Hitita hasta inicios de la época helenística. H. Henning (1937: 110 y 112), autor de las excavaciones en este último lugar, considera que esta clase de puntas llegaron a la altiplanicie anatólica con los cimerios, opinión de la que se hicieron eco los investigadores españoles. En efecto, sabemos que los cimerios destruyen el reino frigio a comienzos del siglo VII (Liverani, 1995: 674), pero ¿cómo explicar la presencia de estos materiales en Bogazköi casi tres siglos antes? En el Creciente Fertil también se documentan algunas puntas de flecha en anzuelo, pero son significativamente escasas. Concretamente en el Arsenal de Salmanasar III en Nimrud apareció un ejemplar, en niveles correspondientes al asedio final del año 612 a.C., que D. Stronach (1958: 170, lám. 33, nº. 7) considera de origen escita. Encontramos dos piezas más en la fase V de Samaría (Kenyon, 1957: fig. 110, nº. 13-14); éstas, con los problemas estratigráficos que presenta la antigua capital del reino de Israel, podrían fecharse desde mediados del siglo VIII hasta la primera mitad de la centuria siguiente34. En cualquier caso, las puntas de Samaría serían anteriores a las razzias de las bandas escitas en Palestina, ya que sus incursiones hasta las fronteras de Egipto se produjeron alrededor del año 625 a.C. si seguimos a Heródoto (I, 105). Desde luego, esta bastante claro que las puntas de flecha en anzuelo no 34

De acuerdo con las correcciones que ha efectuado P. James (1993: 187, cuadro 8.2),

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Capítulo 22

Objetos de metal. Importaciones y metalurgia autóctona

son las habituales en Siria-Palestina a lo largo del Bronce Final y la Edad del Hierro. Pero sorprendentemente, las puntas de flecha en anzuelo tampoco aparecen en enclaves específicamente escitas antes del siglo VI a.C. Caso sintomático es la necrópolis de Ouigarak, datada entre los siglos VII-VI a.C. En este lugar de Uzbekistán apareció un lote de 50 puntas de flecha, entre las que sólo encontramos una con espolón lateral, pero que además presenta hoja de tipo romboidal (Litvinskij, 1998: fig. 15). Posiblemente, los fenicios utilizaron este tipo de punta junto con otros modelos diferentes -tales como las foliáceas- que eran habituales en el Próximo Oriente durante el primer milenio a.C. y los transportaron a Occidente, prueba de ello es la variedad de tipos que se observan en Ibiza (Ramón, 1983: 314316, fig. 2). A favor de esta distribución mediterránea aboga el hallazgo de un lote de puntas en anzuelo en el Heraion meridional de Poseidonia/Paestum (Cipriani, 1997: fig. 11). En el mundo indígena del sur peninsular se impuso casi con exclusividad la punta de doble filo y espolón lateral -tipo 11a-, detectándose la mayor concentración de estas piezas en los valles inferiores del Guadalquivir y Genil y en la cuenca del Segura. El desarrollo del potente núcleo metalúrgico bajoandaluz, además de los detectados en Ronda y la Peña Negra de Crevillente hacen pensar en una producción local para el suministro de este tipo de armas que no dependiera de los asentamientos fenicios, circunstancia lógica dada la dispersión de los hallazgos. Aunque realmente existen muy pocas puntas tipo 11a aparecidas en contexto estratigráfico, éste se vincula siempre con el Hierro Antiguo. Además, los hallazgos casuales, que vienen a constituir más del 90% del material conocido, siempre aparecen en poblados que tienen una potente secuencia de los siglos VII y VI a.C. Se asigna a los fenicios el papel de portadores hasta Occidente de las puntas 11a desde sus lugares de origen en el Próximo Oriente, pero, como ocurre con otros elementos materiales "orientalizantes", la presencia de dichas puntas en los asentamientos coloniales no deja de ser testimonial y siempre en contextos de los siglos VII-VI. Conocemos tres ejemplares de 11a en Toscanos (Schubart y Niemeyer, 1969: 212, fig. 4; Schubart y Maass-Lindemann, 1984: fig. 23), uno en Málaga (Gran, 1991: fig. 53, nº. 5) y últimamente otro más en el Cerro del Prado (Ulreich et alii, 1990: 239). Otros ejemplares se documentan en Villaricos (Ramón, 1983: 321-322). La única excepción a este respecto es Ibiza. En la isla se han hallado hasta hoy algo más de cuarenta puntas de bronce fenicio-púnicas. De éstas, aproximadamente la mitad corresponden al tipo 11a, que es nuevamente el más representado en la mayor de las Pitiusas (Ramón, 1983: 309 y 318). Finalmente, unos pocos ejemplares se localizan en Ullastret, Ampurias y área del golfo de León, vinculado este grupo del noreste al comercio griego (Quesada, 1989, 174). Frente a este exiguo número, encontramos una gran cantidad de puntas de flecha 11a en los asentamientos indígenas del valle del Guadalquivir durante los siglos VII-VI a.C. 819

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

A este respecto, hay que señalar que en la alta Andalucía realmente conocemos pocos ejemplares (FIG. 429), con una concentración de los hallazgos en el noroeste de Málaga: área de Ronda y valles del Guadalteba y Turón, precisamente el sector de las Béticas más vinculado al bajo Guadalquivir. En la provincia de Granada -por ahora- sólo tenemos documentada la aparición de alguna pieza en el Cerro de las Agujetas, enclave fortificado vinculado al Cerro de los Infantes (Pachón, Carrasco y Pastor, 1979: 325). En Almería sólo se constatan en dos enclaves: varias de Villaricos y una del Cerro del Castillo de Vélez-Rubio. Es evidente que, dada la abundancia de estos materiales en Andalucía occidental y en el área meridional del Levante, su escasez en Granada y Almería se debe a vacíos de investigación. En tierras malagueñas, cinco son los lugares del interior donde han aparecido estas puntas, todas del tipo 11a: Acinipo, Castellón de Gobantes, Cerro del Almendro, Castillejos de Teba (García Alfonso, 1996: fig. 1) y Raja del Boquerón (Recio et alii, 1995: 189). A excepción del primer enclave, todos los demás ha proporcionado sólo hallazgos de superficie (FIG. 430). En el año 1955 ingresó en el Museo Arqueológico de Sevilla un lote de dieciocho puntas de flecha en anzuelo procedentes de Acinipo35, producto de un hallazgo casual. De este grupo, 16 ejemplares corresponden al tipo 11a, una al 11b -de hoja lanceolada pero sin arpón- y otro al tipo 32 -con dos aletas triangulares y sin arpón- (FIG. 431). La primera noticia que se publicó sobre la existencia de estos ejemplares apareció en 1983 (González Prats, 1983a: 247), habiendo pasado hasta entonces desapercibidos. Sin embargo, fue F. Quesada quien llevó a cabo el estudio de los mismos unos años más tarde (1988: 5-8, fig. 3). En la campaña de 1985 en Acinipo se recogieron algunas más (Aguayo, Carrilero y Martínez, 1991: 565). De momento, el lugar de la provincia de Málaga donde más puntas de flecha en anzuelo han aparecido es el Castellón de Gobantes, situado en la confluencia de los ríos Guadalhorce, Guadalteba y Turón. Aquí conocemos más de 100 ejemplares del tipo 11a hallados con detectores de metales, obrando la mayoría en poder de particulares. A pesar de esta circunstancia, en la excavación que efectuamos en abril de 1993 en la ladera norte de dicho yacimiento no dimos con ninguna, pese a excavar niveles de la época en que se sitúan. De este importante lote sólo se han publicado por ahora un total de catorce piezas (Caballero, 1973: 202 y 221; Ferrer Albelda, 1993: 312; Recio et alii, 1995: 189; Mancebo, 1996: 206-207, lám. 1).

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Números de inventario desde 8650 a 8666. Quiero agradecer a Dª. Carmen Martín Gómez, conservadora del Museo Arqueológico de Sevilla, la amable información proporcionada sobre estos materiales.

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Capítulo 22

Objetos de metal. Importaciones y metalurgia autóctona

FIG. 430. Tipología de algunas puntas en anzuelo halladas en los valles del Guadalteba y Turón. 821

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FIG. 431. Lote de puntas procedentes de Acinipo, Museo Arqueológico de Sevilla (según Quesada, 1988). 822

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23 LOS PATRONES DE ASENTAMIENTO

No resulta fácil establecer las pautas generales que rigen la articulación interna de los asentamientos indígenas del Bronce Final-Hierro Antiguo de la alta Andalucía. La causa fundamental estriba en la precariedad del registro empírico. Para realizar una aproximación a esta cuestión es necesario abordar dos niveles de información: primero, la consideración de la vivienda como entidad individual; segundo, conocer cómo se integran estas unidades en el conjunto que constituye el poblado. Sobre uno y otro aspecto nuestra información es escasa, ya que no existen excavaciones en extensión que nos permitan evaluar el hábitat durante una determinada fase de cualquier poblado de manera amplia. En este sentido, los pocos datos de cierta entidad que poseemos adquieren un valor excepcional, tales cómo los derivados de las intervenciones en Acinipo y Peñón de la Reina, ya que la gran mayoría de los casos estamos ante estructuras que sólo son parcialmente conocidas. No obstante, para trazar un cuadro coherente no tenemos más remedio que utilizar todas informaciones que poseemos, independientemente de su entidad, así como realizar las comparaciones oportunas con las zonas limítrofes, especialmente el valle del Guadalquivir y el Levante meridional. 1.

ARQUITECTURA DOMÉSTICA Y URBANISMO

Dentro del modelo de poblamiento que proponemos para la alta Andalucía durante el Bronce Final-Hierro Antiguo, basado en la existencia de poblados centrales situados en cerros destacados de los que dependen una serie de asentamientos más pequeños en llano, todavía no somos capaces de diferenciar las pautas constructivas que rigen las viviendas de uno u otro tipo de hábitat. Desde un punto de vista estrictamente arqueográfico no hay ninguna diferencia, salvo el mayor tamaño de las cabañas situados en los primeros y su mejor equipamiento material. Dentro de la vivienda indígena de la alta Andalucía existen claramente dos etapas: una primera correspondiente al Bronce Final-Hierro Antiguo I y una segunda fase coetánea con la eclosión del periodo fenicio arcaico, que fecharíamos en el Hierro Antiguo II-III. El modelo desarrollado en estos últimos momentos encontraría su continuidad en la época ibérica (FIG. 432).

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FIG. 432. Evolución de las estructuras domésticas en el mundo indígena.

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Capítulo 23 a)

Los patrones de asentamiento

Las cabañas del Bronce Final

Durante el Bronce Final se da un predominio absoluto de las plantas circulares y, sobre todo, ovaladas, aunque tampoco son desconocidas las cabañas con muros rectos como vemos en la calle San Miguel de Guadix (González Román et alii, 1995a: fig 3). Nota interesante es la concentración de las plantas circulares en el área del noroeste de la provincia de Málaga, mientras que en la cuenca del Guadiana Menor y Almería encontramos viviendas preferentemente ovales, tendencia que también vemos en enclaves cercanos como Cabezuelos -Úbeda- (Contreras, 1982: fig. 4) o La Serrecica Totana- (Lomba, 1993: fig. 1). En el sector más oriental de la alta Andalucía, las viviendas son de dimensiones parecidas a éstas, siendo un buen ejemplo los 10 m. de eje mayor que encontramos en el Peñón de la Reina. En el área malagueña son construcciones más pequeñas, quizás debido a su planta circular, oscilando desde los 5 m. de Acinipo hasta los 2 ó 3 m. en aquellos lugares que hemos identificado como aldeas agrícolas, caso de Huertas de Peñarrubia y Raja del Boquerón. Apenas hay elementos decorativos, salvo escasos restos de estucos conteniendo motivos geométricos, documentados en lugares como los cerros del Real y de la Encina. Estas viviendas se construyeron con zócalos de piedra que servían de asiento a muros de adobe con entramado vegetal. No obstante, en algunos poblados, caso del Cerro del Real- se utilizaron exclusivamente adobes, formando bloques compactados. Mientras, tampoco escasean los ejemplos donde nos encontramos con estructuras ligeramente semienterradas en el suelo, como el Cerro del Centinela y la Plaza de San Pablo de Málaga. La pavimentación se realizó con arcilla apisonada. La cubierta debió construirse con materiales lignarios, ramas y hojas, trenzadas con cordajes e impermeabilizadas con barro; todo hace pensar que serían de tipo cónico, con abertura superior para la salida de humos. Sólo en el Cerro de la Encina se observa la presencia de un número elevado de agujeros de poste, por lo que parece que estamos ante techumbres bastante ligeras. Las viviendas del Bronce Final en la alta Andalucía carecen de compartimentación interna, por lo que todas las actividades domésticas se realizan en el mismo espacio, indicando un escaso grado de especialización. Como únicos elementos diferenciados en el interior encontramos la presencia de bancos corridos y de hogares para depositar brasas, que seguramente se obtenían en hogueras situadas al exterior. Estos hogares se colocaban directamente sobre el suelo o bien sobre una "cama" de fragmentos de cerámica sobre los que se depositaba barro. A veces, aparecen delimitados con piedras dispuesta de forma más o menos circular. Se detectan claramente por la presencia de cenizas y, especialmente, por la existencia de una característica "torta" de arcilla cocida por el foco de calor que se situó encima.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

FIG. 433. Propuesta de reconstrucción de una cabaña circular del área malagueña durante el Bronce Final-Hierro Antiguo.

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Capítulo 23

Los patrones de asentamiento

En cuanto al acceso a las cabañas, en el noroeste de la provincia de Málaga encontramos la particularidad de que el umbral de la vivienda se ve precedido de un empedrado, que ha podido ser documentado en Acinipo y Consorcio Guadalteba, mientras que en el resto de la región no tiene nada reseñable (FIG. 433). b)

Las viviendas del Hierro Antiguo

La aparición de estructuras de habitación con muros rectos y compartimentación interna la encontramos en el mundo argárico del Sureste, para ser sustituidas por plantas ovaladas o circulares tras la crisis del Bronce Pleno (Molina González, 1978: 205 y 209). No será hasta el Hierro Antiguo II cuando este tipo de estructuras vuelvan a aparecer en la zona, aunque respondiendo a circunstancias totalmente distintas. Este modelo de vivienda es una importación oriental que traen los fenicios. Ejemplos no faltan en todas las colonias costeras, mientras que en el mundo indígena la evolución desde cabañas circulares a unidades domésticas cuadrangulares y compartimentadas se observa en lugares como Acinipo, Huertas de Peñarrubia, Raja del Boqueron y Cerro de la Era, todos en la provincia de Málaga. Las implicaciones de cambio socio-económico que implica este tipo de viviendas no son pocas: permite una racionalización de las diferentes actividades cotidianas que desarrolla el grupo familiar, así como una especialización por dependencias. La casa cuadrangular incorpora novedades constructivas como la pavimentación artificial con cal y a veces con conchas y la utilización de umbrales de piedra en las entradas. No obstante, las plantas circulares y ovaladas siguen apareciendo en pleno siglo VII, como vemos en el Peñón de la Reina. A pesar de la escasa información empírica que poseemos, parece que el urbanismo de la alta Andalucía durante el Bronce Final-Hierro Antiguo está escasamente articulado. El Peñón de la Reina es, en este sentido, uno de los lugares donde con mayor claridad se observa dicha circunstancia. Las cabañas se sitúan en la meseta superior de este risco de manera desordenada, sin ningún tipo de planificación. Las viviendas están bastante separadas unas de otras, por lo que la densidad de ocupación del espacio es muy baja. Nada indica una distribución jerárquica dentro de los asentamientos, ni por lo que respecta a diferencias entre las unidades de habitación ni en lo relativo a su distribución espacial. No obstante, en este aspecto debemos ser bastante prudentes porque ningún poblado ha sido aún excavado en extensión. 2.

FORTIFICACIONES

Una de las notas más características que presentan los grandes poblados del Hierro Antiguo es su carácter de lugares fortificados. Además de su situación en cerros destacados con buen dominio visual y fácil defensa, las 827

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

condiciones naturales para este cometido se acentúan con la construcción de murallas. Problemas no resueltos son determinar la cronología concreta de estos recintos y los motivos de su construcción, que derivan del escaso conocimiento arqueográfico de muchos enclaves. En determinados lugares parece que estamos ante amurallamientos del Bronce Pleno que se reaprovechan, como en Cerro de la Encina y Peñón de la Reina y posiblemente en el Llano de la Virgen de Coín. En otros casos nos encontramos ante recintos levantados durante el Bronce Final, caso de Capellanía y Castillejos de Alcorrín en Manilva, mientras que en el Hierro Antiguo contamos con la fortificación de la terraza oriental del los Castillejos de Teba, el recinto de la Silla del Moro y la muralla del Albaicín. Durante el Bronce Final la técnica constructiva propia de la alta Andalucía y Sureste es bastante simple, derivando de etapas anteriores. Los muros se levantan a base de dos hiladas paralelas de piedras de tamaño medio, rellenándose el espacio intermedio con tierra y piedras más pequeñas. No existe compartimentación interna del muro, siendo toda la estructura continua. Este tipo de construcción la encontramos también en lugares próximos a nuestra zona de estudio en estos momentos como Cabezuelos de Úbeda (Contreras, 1982: figs. 3 y 7) y Caramoro II en Elche (González Prats y Ruiz Segura, 1992: fig. 1). Durante el Hierro Antiguo observamos algunos cambios. Aunque sólo en un caso conocemos completo el desarrollo de un recinto amurallado -Silla del Moro-, las fortificaciones de estos momentos protegen las zonas de más fácil acceso a los poblados: vaguadas y laderas suaves. Ignoramos por el momento si nos encontramos ante recintos que circundan completamente las áreas de hábitat o sólo ante bastiones y parapetos más o menos discontinuos, ya que ninguna de estas estructuras ha sido totalmente excavada. Las características constructivas de estos recintos son bastante similares en todo el mediodía peninsular. Las estructuras carecen de fosas de cimentación, al tiempo que su alzado no debió ser muy elevado. El trazado de los frentes se realizan a base de bloques de tamaño grande, a veces con una cierto careado en el exterior. Transversalmente se disponen una serie de hiladas que configuran casetones, que luego se rellenan con piedras pequeñas y barro, pero de manera mucho más compacta que el Bronce Final. Esta técnica parece ser de origen fenicio. Un problema importante que plantean estas construcciones es si su existencia es síntoma de una cierta inseguridad. La cuestión debe imbricarse en el panorama general del sur peninsular durante estos momentos. Pensamos que la función de estos recintos experimentó algunos cambios a lo largo del Hierro Antiguo. A nivel de hipótesis, durante los siglos VIII-VII proponemos una función donde predomina lo simbólico: diferenciar el espacio del poblado del exterior y potenciar el prestigio de los núcleos en los que residía la élite. En este caso encontraríamos un referente en Tejada la Vieja, cuyo monumental fortificación se ha interpretado en un sentido más propagandístico que militar 828

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Capítulo 23

Los patrones de asentamiento

(Fernández Jurado, 1987: 180-181). A partir del siglo VI se infiere un cambio importante en este tipo de estructuras, que van a adquirir una finalidad claramente defensiva, en consonancia con la situación generada en el Hierro Antiguo III. Esta circunstancia la observamos muy bien en la Silla del Moro, cuyo acceso fue concebido inicialmente como directo, para luego reforzarse y complicarse mucho más, síntoma de que se deseaba proteger la entrada al asentamiento desde el exterior así como desorientar a los posibles atacantes (vid. FIG. 336). Igualmente, la muralla más antigua de los Castillejos de Teba – siglo VI- protege la zona más vulnerable y el acceso más fácil al poblado.

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3ª PARTE: LA CULTURA MATERIAL…

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CUARTA PARTE

LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA Y SU HINTERLAND EN LOS SIGLOS VIII-VI. UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS

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24 BASES TEÓRICAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL PROCESO HISTÓRICO Los esquemas basados en el reduccionismo siempre buscan un factor, elemento o solución maestra que pueda dar una respuesta sencilla a una cuestión dada, ya sea de orden natural o humano. Tomando la colonización fenicia como ejemplo, encontraríamos el comercio -historicismo-, la reproducción de la formación social en Occidente -materialismo histórico- y la demanda oriental de metal -Nueva Arqueología- como elementos esenciales que explicarían la expansión fenicia en el Mediterráneo. Los problemas complejos no admiten soluciones simples. Alejarse de un planteamiento unilineal de las cuestiones implica asumir una cierta incertidumbre así como la posibilidad de la paradoja. Una lectura compleja debe, por tanto, unir tres elementos: la lógica formal positiva, la dialéctica y la imprevisibilidad. La primera actuaría como principio de causalidad, la segunda como la relación de opuestos y la tercera introduce dos variables nuevas: la imposibilidad de conocer todos los datos y la existencia del azar. Creo que los fenómenos donde intervienen una multitud de elementos son susceptibles de ser estudiados mediante una propuesta de este tipo. 1.

COMPLEJIDAD Y DINÁMICA NO LINEAL

Superada la versión dura de la Teoría General de Sistemas en su vertiente más mecanicista, la complejidad se presenta como una alternativa viable para el análisis de estructuras sociales. Ahora se plantearía el equilibrio de un sistema como inexistente. Desde una posición absolutamente teórica, la existencia de un sinnúmero de variables generaría una interacción tan compleja, que posiblemente el azar actuaría como elemento esencial -efecto mariposa-, por lo que la tendencia sería hacia el caos, la imprevisibilidad absoluta. Con estas premisas, el planteamiento basado en el input y output que regulan los flujos de un sistema sería ampliado a tal numero de factores que, si bien no infinitos -como ocurriría en un modelo matemático-, muchos escapan del análisis del científico, por lo que crean un nivel de incertidumbre imposible de cuantificar. A pesar de que pensamos que el azar juega un cierto papel en los fenómenos históricos, quizás mayor de lo que se ha creído, tampoco podemos ser maximalistas: la Historia no se explica por la tendencia al caos. Si lo hiciéramos así estaríamos cayendo en un nuevo determinismo, quizás aún más peligroso que las propuestas mecanicistas, pues nos llevaría a explicar las realidades sociales per se, lo que conllevaría a cuestionar el razonamiento 833

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS positivo y el planteamiento dialéctico, los otros dos elementos de la complejidad. Así, una posición postmoderna radical resulta abiertamente contraproducente, ya que nos conduciría a abandonar el racionalismo. Modernidad como tesis, postmodernidad como antítesis: hace falta una nueva síntesis, que entendemos está en la complejidad1 (Morin, 1994: 88-93; 1995: 215). Ni todo es absolutamente predecible ni todo es azar. Ante dos premisas -un proceso de colonización cualesquiera y unas comunidades autóctonas dadas-, ¿cómo sería la trayectoria del sistema? ¿llegaríamos a una síntesis? De acuerdo con el principio de recursividad formulado por E. Morin todo es causante y causado. La implantación fenicia en el sur peninsular viene provocado por factores ajenos al mundo indígena sobre el que incide, pero que van a provocar una serie de transformaciones en éste, que a su vez repercutirán en el mismo ámbito colonial. Con estos planteamientos, pienso que podemos formular una dinámica no azarosa, pero sólo parcialmente precedible. Descartada la evolución caótica, el contacto abriría una bifurcación, un punto de inestabilidad, por el que el sistema tendería a una nueva reestructuración y autoorganización. No existiría una evolución absolutamente contingente, sino una dinámica no lineal, abierta, con varias posibilidades (Ferguson, 1998: 75; McGalde, 1999: 11-13). En este sentido, no renunciamos al principio de causalidad: sin él no podríamos articular explicaciones. Pero de acuerdo con McGlade estamos ante un nuevo modelo de causalidad: importantes efectos pueden no ser necesariamente resultado de grandes causas. 2.

PROGRESO, JERARQUIZACIÓN SOCIAL Y USO DE LA HISTORIA

Centrándonos en la cuestión de la jerarquización social, los mecanismos que interactúan en la consolidación de un sector de población con acceso diferencial a los recursos deben entenderse dentro de una dinámica compleja y no lineal, ya que puede adquirir formas muy diferentes. La base de este proceso es el reforzamiento de los mecanismos de extracción y control por parte de esa minoría. El acaparamiento implica también circulación, pero no con un criterio redistributivo, sino dirigido e interesado. La capacidad de acaparación depende de las posibilidades de obtención de recursos, que vendrá proporcionada por la tecnología disponible: un avance tecnológico aparejará una capacidad más intensa de producción-extracción. Por lo tanto, si a mayor nivel de recursos, mayor focalización de éstos, habría que preguntarse ¿qué es el progreso? ¿es el progreso un concepto unívoco?, ¿sirve el progreso como mecanismo de dominación? Estas preguntas pueden parecer totalmente absurdas si las hacemos desde la óptica de la burguesía del siglo XIX. Pero pienso que si las hacemos desde el punto de vista de la relación filosofía-ciencia del siglo XX no lo serán tanto.

1

En la actualidad desarrollamos conjuntamente con A. Morgado una propuesta en este sentido.

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Capítulo 24

Bases teóricas para la construcción del proceso histórico

El pensamiento contemporáneo coincide en la crisis de la idea de progreso en el sentido de mejora de la condición humana y lo coloca como un eslabón más de la cadena económico-productiva, al servicio de determinados poderes, que intentan ser cada vez más totalitarios. Aquí se ve el influjo de la situación creada por los regímenes fascistas y estalinistas. La imposición hoy de las pautas de comportamiento de la sociedad occidental a nivel planetario nos deja entrever un nueva jerarquización: la canalización de los recursos hacia unos determinados grupos, efectuada a través del entramado políticomediático-comercial. A nuestro entender la extensión de un cierto "bienestar" a unas capas sociales más amplias que en el pasado, pero poco numerosas si hablamos a escala global, no sería un reparto del progreso. Esta situación vendría impuesta por las necesidades de una nueva economía a gran escala cuyo motor principal es el consumo masivo de productos y recursos. En este marco, el pasado es una necesidad de la ideología dominante, ya que puede ser utilizado como justificación de la misma. En este contexto, la Historia se convierte en un instrumento más al servicio de la llamada "clase política", que permite transmitir determinados mensajes interesados a la opinión pública, tanto a través del sistema educativo como de los medios de comunicación. La potenciación de los estudios históricos a partir de la década de los 50 en el mundo desarrollado se explica por la nueva situación de esferas de influencia. Hay que "convencer" a las clases productivas de que están en el lado adecuado. La Unión Soviética se presentaba como la superación de todas las contradicciones del pasado, la sociedad sin clases. Mientras, los países occidentales se veían a sí mismos como la culminación de un progreso humano que sólo era posible combinando liberalismo y tecnología. Ambas consignas sólo servían para ocultar los mecanismos que aseguran el desigual acceso a los recursos. Con la "caída del Muro", se observa claramente que el Nuevo Orden Mundial está muy interesado en potenciar determinadas posiciones que refuercen el papel del capitalismo triunfante, asociando neoliberalismo y democracia, como vemos en el conocido libro de F. Fukuyama (1992). Por otro lado, tampoco hay que olvidar que el Patrimonio Histórico se convierte en un elemento de prestigio. Se justifica el gasto que conlleva su mantenimiento no por sí mismo, sino por los beneficios económicos que reporta, fundamentalmente indirectos, en una economía que cada vez más genera ante todo servicios y no mercancías. La factura en Patrimonio supone parte de la inversión en propaganda que desarrollan los Estados y su élite dirigente. 3.

CIRCULACIÓN ESPACIAL Y SOCIAL DE LOS RECURSOS

El mundo de la globalización económica, basado en la canalización de los recursos hacia determinados espacios y hacia sectores sociales concretos, ha puesto claramente de manifiesto la existencia de unas pautas que articulan esta circulación para que su sentido sea el que conviene a la clase dominante. La 835

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS evolución del capitalismo de postguerra y su nueva relación con su antiguo ámbito colonial explica que los modelos económicos que priorizan el movimiento de recursos a larga distancia no hayan surgido hasta los años 70. Determinados autores se han dedicado a estudiar situaciones contemporáneas, que giran en torno al origen y causas del subdesarrollo en el Tercer Mundo como una situación neocolonial (Franck, 1970; Amin, 1974a; 1974b; Pitt, 1976; Penouil, 1979; Presbisch, 1981). En cambio, otros se centraron en las relaciones coloniales de los siglos XVI-XVIII con el nacimiento del capitalismo europeo (Wallerstein, 1974; Wolf, 1987). Se establece así un centro hacia el que circulan los recursos, una periferia de la que se extraen y un margen que juega el papel de reserva. Creo que no tiene sentido entrar ahora en explicar detalladamente una propuesta que es suficientemente conocida, en especial después de la sistematización teórica de la misma a nivel arqueológico efectuada por M. Rowlands (1987) y T.C. Champion (1995). Aplicándolo a situaciones concretas cabe señalar los trabajos sobre la Edad del Bronce en Europa (Sherrat, 1993), las colonizaciones mediterráneas (Sherrat y Sherrat, 1993) y los contactos entre griegos e indígenas en el sur de Italia (Whitehouse y Wilkins, 1995). Estas propuestas, emanadas fundamentalmente de la investigación británica, han tenido una acogida desigual en España. Los materialistas históricos las han rechazado de plano al considerarlas una muestra conservadora y funcionalista más de la Nueva Arqueología, quizás un tanto precipitadamente. En cambio, algunos autores sí han incorporado diferentes elementos del modelo centro-periferia-margen a su explicación del Bronce Final-Hierro Antiguo en el mediodía peninsular (Galán 1993; Aubet, 1990c; 1995c; Recio, 1996; Ruiz-Gálvez, 1998: 272-289). Por lo que a nosotros respecta entendemos la colonización fenicia y los procesos de jerarquización social acelerados por ella en el sur peninsular como plenamente integrados en una explicación de este tipo. Estas propuestas ya han sido desarrolladas de manera muy acertada por diversos autores, por lo que no entraremos en ellas al detalle, aunque sí queremos señalar que algunas apreciaciones propias ya han sido adelantadas brevemente en algún trabajo (García Alfonso, e.p.). Una propuesta centrada en las comunidades autóctonas de la Andalucía mediterránea y su hinterland entraña valorar el cambio social y cultural en su dimensión cronológica, así como dos niveles de análisis: por un lado, la dinámica interna de las comunidades indígenas y, por otro, la incidencia de la colonización en éstas.

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25 EL BRONCE FINAL COMO SOCIEDAD DE RANGO

La organización social de las comunidades de la alta Andalucía durante el Bronce Final está todavía por precisar con detalle. La escasez de datos arqueológicos es una importante dificultad para poder efectuar una lectura que vaya más allá del repertorio artefactual. Desde planteamientos que parten del materialismo histórico, algunos autores han señalado que estos grupos de Andalucía oriental y el Sureste tenían una estructura igualitaria, alegando la escasa diversificación de su utillaje, la gran distancia entre un poblado y otro y la inexistencia de indicios de división del trabajo (Carrilero, 1992: 131-132). Esta propuesta tiene su origen en el argumento ex silentio y en atribuir a la colonización fenicia el papel de desencadenante de los procesos de jerarquización, idea que no compartimos. Es evidente que el corpus de datos que poseemos sobre los grupos autóctonos es todavía muy limitado, pero pienso que hay elementos que son suficientemente claros para sugerir una cierta división social, aunque basada todavía en las relaciones de parentesco y linaje, tal como se infiere de los escasos enterramientos conocidos. Otros elementos reflejan la existencia de ciertas relaciones a distancia con otras áreas: el tesoro de Villena, la presencia de determinadas cerámicas a torno y las espadas de origen atlántico. Finalmente, la nueva articulación espacial que se va gestando a lo largo del Bronce Final en toda la región de las Béticas, en la que aparecen poblados claramente dominantes, es un argumento firme para señalar una jerarquización también a nivel territorial. La cuestión es determinar qué tipo de organización social tienen estas comunidades. La dicotomía que plantean algunos autores que parten del materialismo histórico entre sociedades sin estado y sociedades estatales no sirve para mucho en este caso. Resulta excesivamente reduccionista, ya que no da cabida a muchas situaciones históricamente bien conocidas. Evidentemente no vamos a entrar aquí a discutir ni el concepto de Estado ni el de clase social, pues desbordaría totalmente los objetivos de la presente tesis doctoral. Únicamente queremos señalar que entre los grupos segmentarios y aquellas comunidades con organización clasista existen una serie de situaciones intermedias que ofrecen un panorama de interpretación muy rico. También queremos alejarnos de un planteamiento evolucionista: no pensamos que las sociedades indígenas de la alta Andalucía se encaminasen forzosamente hacia el Estado en un proceso que duró casi un milenio. La irrupción de un fenómeno contingente como fue en definitiva la colonización fenicia vino a alterar 837

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS sustancialmente la organización propia del mundo autóctono, tanto a nivel técnico, económico, social y, seguramente, también ideológico. Centrándonos en el ámbito de la Andalucía mediterránea y su traspaís encontramos un modelo polinuclear, una articulación de los diversos territorios, una producción doméstica y un acceso diferencial a ciertos recursos. El escasamente conocido mundo funerario nos señala la existencia de determinados grupos, seguramente parentales, que reivindican un pasado mítico -caso de Fonelas- o una posición destacada en el territorio -depresión de Vera-. Entre estos sectores debemos buscar el grupo dirigente del Bronce Final en las diferentes áreas de la alta Andalucía. 1.

EL FIN DEL ARGAR: ¿UN CASO DE EVOLUCIÓN NO LINEAL?

Se ha planteado que el colapso del mundo argárico supuso una involución social, una vuelta a modos de organización más sencillos. La quiebra de un ritual funerario consolidado, el abandono de los lugares fortificados y la desaparición de la panoplia de aparato se interpretan como los signos de esta crisis. Desde luego, no vamos a entrar en las razones de la desaparición del Argar, pero lo que es seguro es la modificación de los modos de representación de la élite dirigente. Estamos ante un fenómeno de reestructuración social. Es posible que durante un cierto tiempo, el periodo que hemos denominado Subargárico/Bronce Tardío, no existan formas concretas de presentarse la autoridad o bien sea difícil detectarlas por los problemas del registro. Desgraciadamente, el mal estado de conservación de lugares emblemáticos como El Argar no permiten hacer una valoración precisa de estos cambios, aunque sería interesante poder comprobar si existe correlación entre el final de los diferentes enclaves argáricos o si se trata de un proceso lento en el tiempo, que pudo acontecer en un lapso cronológico más o menos largo. En este sentido, creo que el fin del Argar no fue tan brusco como se ha pretendido, ya que el mantenimiento de la población en diversos asentamientos durante el Subargárico/Bronce Tardío sería indicio de la permanencia de una cierta articulación territorial. Al mismo tiempo, el mantenimiento de relaciones a distancia, especialmente con la Meseta, a través de las cuales llegan las cerámicas de Cogotas I o las mujeres que las elaboran, sólo puede explicarse en el marco de una cierta interacción entre grupos de élite. Estos sectores sociales continúan existiendo, aunque quizás configurados de otra manera que en el Bronce Pleno y con otras formas de representación no tan evidentes en el registro que la metalurgia o los ricos enterramientos. Pienso que la desaparición del Argar y la constitución de las nuevas estructuras del Bronce Final en la alta Andalucía y Sureste puede ser considerada como un ejemplo de una dinámica no lineal. Desde el materialismo histórico se plantea la cuestión en términos de involución social: una vuelta a esquemas más igualitarios. Es evidente que aquí subyace la idea de 838

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"revolución", aunque ningún autor que lo ha planteado abiertamente en estos términos. Si como proponen algunos investigadores (Arteaga, 1992: 198-199), el Argar era un Estado ¿eran tan frágiles sus mecanismos de reproducción social que no hicieran "apetecible" su continuidad para ciertos sectores sociales? Nosotros entendemos el momento posterior al Argar como una bifurcación en el sentido de las planteadas por McGlade. La crisis del Argar abre una dinámica compleja con varias posibilidades: continuación del proceso de jerarquización o bien un nuevo planteamiento donde se produjo una interrelación entre fenómenos diversos, con la incidencia de elementos caóticos, cuya repercusión -por su propia naturaleza y los defectos de nuestra metodología- es imposible de valorar y/o predecir. Por otro lado, no podemos olvidar que la argarización no fue un fenómeno generalizado en toda la alta Andalucía, ya que la constitución de una sociedad estratificada con un grupo dirigente bien definido sólo la documentamos en la depresión de Vera y en determinados enclaves de las altiplanicies granadinas. En el resto del territorio sólo encontramos una serie de elementos materiales argáricos y determinadas pautas funerarias similares, pero no conocemos nada que nos indique una modificación sustancial de la organización social heredada de la Edad del Cobre. Por tanto, la crisis de la élite que se hacía representar por la panoplia argárica sólo se hizo notar en áreas muy concretas. A partir del siglo XI el registro se hace más explícito, en el sentido de señalar la existencia de una cierta jerarquización social ya en estos momentos del Bronce Final Antiguo. Por tanto, la involución, de haber existido, fue muy breve y muy localizada espacialmente. Los elementos que indican estos cambios serán un nuevo patrón de implantación espacial, los enterramientos secundarios en dólmenes, la presencia de algunos objetos suntuarios y la llegada de importaciones foráneas que vienen de áreas alejadas. 2.

LA NUEVA ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO

La introducción del concepto de territorio fue inicialmente una aportación de la Nueva Arqueología. Actualmente a su primera acepción de carácter económico, derivada de la geografía, se ha insistido en el carácter ideológico y simbólico del mismo. La proyección de los valores de un grupo humano en el espacio termina convirtiendo a éste en un "territorio político". Como se ha propuesto para el alto Guadalquivir en época ibérica, un modelo de control en el que determinados poblados tengan un dominio de las vías de comunicación y, por tanto, de la circulación de recursos, nos está ya indicando una estructura social jerarquizada (Ruiz Rodríguez y Molinos, 1984: 187-188). La misma propuesta ha sido también planteada para el bajo Segura en el mismo periodo histórico (Santos, 1994: 25-26). Durante el Bronce Final se constata claramente que en la alta Andalucía aparecen una serie de poblados sobre cerros estratégicos y con buena visibilidad, dominando vegas fluviales con posibilidades de explotación 839

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS agropecuaria, las cuales, a su vez, constituyen vías de comunicación natural (FIG. 434). Algunos asentamientos del Bronce Final tienen fases anteriores de época argárica, pero existen claros hiatos que muestran el abandono del lugar durante un periodo de tiempo más o menos largo y una reocupación posterior1. Este modelo vemos que se va consolidando a lo largo del siglo IX y primera mitad del VIII –etapa del Bronce Final Pleno-. Los signos de presencia de cierta élite además se van reforzando con el paso del tiempo antes de que lleguen los fenicios. En ese sentido, puede verse que, tras la crisis del mundo argárico hay una nueva reorganización, que aunque tardó algún tiempo en fructificar, lo hizo de forma progresiva. Este nuevo modelo de implantación territorial implica una mayor densidad de población que en la época argárica a nivel general. Si bien es cierto que durante el Bronce Antiguo y Pleno algunas zonas tuvieron un elevado índice de ocupación, como la depresión de Vera, en la mayor parte del territorio constituido por la alta Andalucía sólo conocemos unos pocos asentamientos. Durante el Bronce Final, especialmente en su fase plena, habrá una ocupación sistemática tanto de la zona costera mediterránea como del Surco Intrabético, con poblados distribuidos de un modo más homogéneo. La densidad de población indígena en la costa mediterránea andaluza en el momento de instalación de los primeros contingentes fenicios resulta un asunto de primera magnitud para calibrar la dinámica social y poder explicar así determinados cambios en un orden cuantitativo. Durante algún tiempo se pensó que la franja litoral estuvo escasamente poblada en el momento de llegada de los colonizadores, lo que facilitó la apropiación por éstos de la franja litoral. Ahora sabemos que no es así, ya que existen determinados núcleos indígenas en lugares estratégicos y controlando las vías de comunicación hacia el interior (Aubet: 1994, 279-280 y 302; López Castro, 1995: 46), tales como Aratispi, Vélez-Málaga, Salobreña, la misma Almuñécar, el Cerrón de Dalías y Herrerías. No obstante, muy poco sabemos de la extensión de estos poblados, así como de su articulación en el territorio. La exploración arqueológica de la costa andaluza tropieza -y cada día más- con la creciente urbanización de la misma, que hace que los resultados se obtengan con una mayor lentitud que en el interior, eso cuando no han desaparecido totalmente. Las altiplanicies interiores nos ofrecen un panorama algo más claro, debido a su mayor conocimiento empírico. Los diversos tramos de los valles fluviales se articulan en torno a una serie de "grandes poblados" anteriores a la presencia fenicia. Estos núcleos se encuentran a una distancia del litoral superior a los 50 km., interponiéndose en el acceso a éste las alineaciones interiores de las Béticas. Por tanto, pensamos que en el momento de instalación de los fenicios, el papel de estos asentamientos no debió ser muy destacado, correspondiendo el protagonismo inicial a los grupos más volcados hacia el 1

Son los casos de lugares como Cerro de los Infantes o Guadix.

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litoral. 3.

ENTERRAMIENTOS DEL BRONCE FINAL: VENERACIÓN DEL PASADO Y LINAJES

Los enterramientos del Bronce Final constituyen un campo de estudio de gran importancia, a pesar de su escasez. Nuestra consideración del Argar como una sociedad jerarquizada deriva primordialmente de sus costumbres funerarias. Si para interpretar el Bronce Antiguo y Pleno de la alta Andalucía y el Sureste prescindiéramos de las tumbas, ¿cómo sería nuestra percepción de estas etapas? Sin duda, los modelos presentados serían muy diferentes a los que tenemos. Basándonos en exclusiva en los contextos habitacionales es muy posible que ni siquiera tuviéramos una sistematización completa de la cerámica argárica. Por tanto, si nuestro conocimiento empírico del mundo argárico se basa en gran parte en el registro funerario, ¿cómo podemos plantear premisas comparativas para la época posterior cuando los enterramientos apenas se conocen? El problema de la aparente inexistencia de ritual funerario en el Bronce Final de la alta Andalucía y Sureste ha dado pie a todo tipo de especulaciones, pero se olvida con mucha frecuencia que en la baja Andalucía sucede algo parecido antes del siglo VIII (FIG. 435). a)

El Bronce Final reutilizados

Antiguo

y

la

inhumación

en

dólmenes

Durante la primera fase del Bronce Final el enterramiento que mejor conocemos es la reutilización del sepulcro Domingo 1 de Fonelas (Granada). Al mismo periodo deben corresponder los testimonios localizados en el río de Gor, Los Eriales, alrededores de Los Millares, Almizaraque y El Barranquete. Centrándonos en Fonelas observamos algunas notas de interés, que sería ilustrativo repasar. En primer lugar, el mantenimiento del rito de la inhumación es de por sí significativo, ya que enlaza con el enterramiento argárico y es indicativo de que las prácticas incineradoras corresponden a un momento más tardío. M.E. Aubet ha señalado la práctica de un ritual diferenciado en los túmulos de Setefilla, inhumación para el personaje central e incineración para el resto de los enterramientos. Para dicha autora, esto indica la pervivencia entre los ciertos miembros de la élite tartéssica de una costumbre tradicional, vedada al resto de la población, que enlazaba con momentos muy arcaicos, a los que se remontaba -o pretendía remontarse- un determinado linaje (Aubet, 1981a: 159160). Igualmente, la existencia en Fonelas de dos o tres enterramientos efectuados en momentos diferentes nos indica la apropiación de una tumba megalítica por un determinado grupo, que se toma el trabajo de quitar y poner 841

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS la losa de cubierta del dolmen cada vez que hay que efectuar un sepelio. Al tiempo, esto nos viene a recordar la importancia que tiene el parentesco dentro de estas gentes. El único ajuar que muestran las personas enterradas en Fonelas son adornos de carácter personal: brazaletes de bronce, cuentas de collar y algún elemento de guarnicionería. No hay presencia de cerámica. Dichas características relacionan este enterramiento con las necrópolis de incineración indígenas del Hierro Antiguo en la alta Andalucía, donde apenas hay ajuar cerámico y el difunto viste únicamente sus ropas, evidenciadas por las fíbulas y los broches de cinturón, junto con escasas pertenencias, tales como anillos, escarabeos, cuentas de collar y algún brazalete metálico. El ajuar funerario que vemos en Fonelas coincidiría así con el documentado en lugares como Frigiliana, Boliche y el nivel I de Castellones de Céal. La solución de continuidad entre Fonelas y estas necrópolis autóctonas de los siglos VII-VI queda establecida por los sepulcros de incineración del Bronce Final Pleno de la depresión de Vera, que muestran las mismas características que los anteriores. El cambio que se produce afecta al tratamiento del cadáver, pero no a los objetos que le acompañan al Mas Allá. Un aspecto sobre el que la investigación ha pasado de puntillas la ubicación de los enterramientos del Bronce Final Antiguo en viejas necrópolis de la Edad del Cobre, reaprovechando los dólmenes. Este hecho me parece esencial para señalar la existencia de una sociedad jerarquizada durante estos momentos en la alta Andalucía. El empleo de estos lugares para la deposición de cadáveres no creo que pueda explicarse en el sentido de "ahorro de trabajo". A nivel de hipótesis, quisiera plantear que esta reutilización tiene serias implicaciones en el contexto social y de representación de estos grupos dirigentes. Enterrarse en un contexto sacralizado de este tipo, que entonces constituirían hitos fundamentales del paisaje y del micro-cosmos de estas comunidades, es una manera de enlazar con un pasado lejano y mítico. Estas necrópolis dolménicas serían el lugar de reposo de los ancestros, de los héroes, lo que podría explicar que en Fonelas no se vacíe el dolmen, sino que los enterramientos se superpongan a los de la Edad del Cobre. Así, los diferentes linajes pueden reivindicar su vínculo con los constructores de las tumbas. Entendemos este hecho como un proyecto de legitimación que se basa en utilizar un pasado "mítico". b)

El Bronce Final Pleno: la incineración

El nuevo rito de incineración se introduce a lo largo del siglo IX en amplia zona costera situada entre el río de Aguas y el Vinalopó, con especial incidencia en la depresión de Vera. Al menos sólo aquí lo tenemos documentado. Entendemos que esta costumbre funeraria es una nueva forma de presentación de los grupos de élite de esta zona. 842

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FIG. 434.Poblamiento de la Andalucía mediterránea y su hinterland durante el Bronce Final.

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Carecemos de datos fiables sobre el origen de esta costumbre funeraria en la zona, por lo que no vamos a entablar ahora un debate sobre las opiniones vertidas respecto a sus orígenes, ya comentado (vid. infra. cap. 7). Pensamos que la situación de estas necrópolis, separadas algunas de ellas por una distancia inferior a los 3-4 km., puede ser indicativa de una cierta atomización de los grupos parentales, pudiendo actuar como hitos del territorio, pues 844

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siempre se sitúan en lomas o cerretes destacados que son referencias paisajísticas de la zona llana de la depresión de Vera. ¿Por qué cambió el tratamiento de los cadáveres respecto a la etapa anterior? No lo sabemos, pero lo que no varió fueron los ajuares: objetos personales de adorno tales como brazaletes abiertos de bronce y cuentas de collar, con escasa presencia de cerámica, con vasos que se utilizan principalmente como contenedores cinerarios y tapaderas. 4.

RELACIONES A LARGA DISTANCIA Y ACUMULACIÓN

La presencia de algunas importaciones metálicas y objetos suntuarios en contextos del Bronce Final de la alta Andalucía también la entiendo como indicio de la existencia de ciertos grupos de élite, que, de alguna manera, tienen conexiones con otras zonas peninsulares y del Mediterráneo occidental. Respecto a estas relaciones mediterráneas hay que señalar expresamente que no me refiero a la denominada "precolonización", en el sentido de navegaciones orientales en los últimos siglos del segundo milenio a.C., según han planteado algunos autores (Almagro Gorbea, M., 1989; Martín de la Cruz, 1994). Como ya señaló en su momento M.E. Aubet (1994: 177-187), los testimonios materiales que se aducen para defender tales singladuras en un momento temprano están sacados de su contexto arqueológico, por lo que no ofrecen ninguna garantía. En otros casos, se trata de piezas de larga perduración, cuya fecha puede llevarse incluso a momentos de los siglos XV-XIII a.C., pero cuyas circunstancias de aparición obligan a una data de amortización en el periodo fenicio arcaico: el vaso del faraón Apofis I (Molina Fajardo y Padró, 1983) y el cilindro-sello de Vélez-Málaga (García Alfonso, 1998c). En este sentido, creo necesario precisar que cuando me refiero a relaciones mediterráneas de la alta Andalucía durante el Bronce Final me refiero a interacciones muy limitadas y esporádicas, que pueden explicar la presencia de determinados materiales, pero que nunca sobrepasaron el ámbito de Cerdeña y Sicilia, como mucho. Otro problema, difícil de resolver por el momento, es si estas travesías se efectuaban de una sola vez o si los objetos circulaban en redes regionales que operaban a pequeña escala. Lo más probable es que conforme nos acercamos al siglo VIII la intensidad de esa circulación, especialmente de metal, fuese haciéndose mayor, momento en que llegan los fenicios. a)

La conexión Villena

Aunque se encuentra fuera de nuestra área de estudio, el tesoro de Villena (Soler, 1965) muestra claramente que se puede hablar de jerarquización social en el Sureste peninsular durante el Bronce Final. El mayor problema para una correcta intepretación del tesoro parte de su consideración como un hallazgo cerrado. La investigación lo ha interpretado como si todas las piezas que lo forman tuvieran el mismo origen y la misma cronología, circunstancia 845

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS que parece no ser así. Las dataciones que se han propuesto -a veces con una diferencia de seis siglos- y los orígenes opuestos planteados ponen de manifiesto que nos encontramos ante un conjunto que todavía no ha sido bien definido. No pretendemos aquí hacer una valoración de todas estas cuestiones ni enmendar la plana a autores que son especialistas en orfebrería, únicamente queremos puntualizar una serie de cuestiones que nos parecen interesantes.

FIG. 436. Tesoro de Villena: equivalencias con el sistema de pesos egeo propuesto por M. Ruiz-Galvez (1998).

No podemos olvidar que nos encontramos ante una ocultación en un lugar apartado -rambla del Panadero-, por lo que el origen y cronología de fabricación de sus elementos no tienen porque ser idénticos, a pesar de la relativa homogeneidad del conjunto. Lo que sí muestra el tesoro es la existencia de una acumulación de riqueza en la cabecera del Vinalopó a lo largo de un periodo difícil de precisar, pero posiblemente centrado en los siglos XI-X. 846

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Esta riqueza debió ser capitalizada por un determinado sector social y afluir a través de una red de relaciones a larga distancia, ya fueran hacia el Atlántico, hacia el Mediterráneo o hacia la Meseta. M. Ruiz-Gálvez (1998: 276-278) relaciona el tesoro de Villena con la llegada de llegada de navegantes chipriotas o sardos. Para ella, el lote de piezas áureas fue un regalo introductorio ofrecido a un régulo local y fabricado por un taller chipriota entre finales del siglo XIII y el siglo XI. Para Ruiz Galvez la aparición de hierro embutido en oro que aparece en algunas de las piezas del conjunto alicantino indica su valor como metal exótico y la cronología señala. Si como la misma autora señala, el hierro se produce en Chipre y Cerdeña desde finales del siglo XIII, dos son las conclusiones que se plantean: 1.

Que el tesoro tenga una fecha ser anterior al siglo XIII, para que el hierro fuese considerado por su valor primario.

2.

Que proceda de un contexto donde el hierro tenga la consideración de un metal de lujo y sea muy escaso2.

Otro problema es el origen del tesoro, si este procede de Chipre ¿por qué un artesano del Mediterráneo oriental iba a realizar un conjunto de vasijas áureas donde se emplease una decoración similar a la cerámica de Cogotas I? Ruiz-Gálvez resuelve esta cuestión señalando que al tratarse de un regalo, se tuvo en cuenta el gusto del reyezuelo local. Esto, como en el caso anterior, implica dos premisas: 1.

Si el taller estaba en Chipre los contactos entre esta isla y el territorio alicantino tuvieron que ser frecuentes y regulares para alcanzar un grado de compenetración tan alto con las cerámicas de un territorio tan alejado3.

2.

Si el taller estaba situado en la Península, tal vez en la desembocadura del Segura-Vinalopó, podríamos estar hablando de colonización chipriota en Occidente en los siglos XIII-XII, con lo que esto implicaría.

De acuerdo con esta procedencia chipriota del tesoro de Villena, RuizGálvez (1998: 313-316, fig. 99) plantea una metrología de las piezas que lo componen ajustada al sistema micénico. El histograma de frecuencias que presenta tiene un valor relativo, porque agrupa determinados objetos en valores de unidad, doble, triple, cuádruple, etc., pero con un criterio muy laxo 2

Los valores totales de hierro en el tesoro de Villena asciende a 31 gr., hierro y oro juntos 50 gr. La escasez de este metal se pone de manifiesto si lo comparamos con la presencia de plata -556 gr.- y oro -9,112 kg.- (Soler, 1965: cuadro 1). 3

Por el momento, no tenemos noticia de que en Chipre haya aparecido algún fragmento de Cogotas I.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS en cuanto a su peso, incluyendo determinados objetos en un valor por aproximación (FIG. 436). Esta "generosidad" en un metal precioso como el oro resulta un tanto extraña en un sistema de pesos que debe ser lo más exacto posible. Igualmente, la autora citada no explica por qué casi la mitad de las piezas que componen el tesoro no se ajustan a estos valores.

FIG. 437. Hallazgos de cerámica a torno en contextos peninsulares de finales del segundo milenio a.C.

Recientemente, A. Mederos (1999) ha efectuado una propuesta bastante interesante respecto al origen del tesoro de Villena, al considerarlo como un conjunto originario del Noroeste peninsular. Dicho autor se apoya en las mayores disponibilidades de oro aluvial existentes en los ríos gallegos y del norte de Portugal y propone que el conjunto llegó al Sureste como pago por los suministros de sal, muy escasa en estas regiones. El intercambio de ambos productos se efectuaría por vía marítima. Esta hipótesis parece plausible, pero hay algunas afirmaciones que no comparto, tales como la atribución del tesoro a un poder político regional, quizás de tipo estatal, con centro en el Cabezo 848

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Redondo de Villena. Aquí, en palabras de A. Mederos, nos encontramos con un líder político que utilizaba un posible cetro de oro, ámbar y hierro, disponía de vajilla de oro y plata para comer y beber, y cuya mujer o mujeres, hijas u otros familiares, pudieron lucir brazaletes de oro en sus brazos como símbolo de distinción social (Mederos, 1999: 130). Se nos hace aquí la descripción -sin utilizar el término- de una monarquía de tipo oriental. El territorio político se extendería por tanto desde el alto Vinalopó a la desembocadura del Segura, con una "capital" en el Cabezo Redondo, lo que le permitiría controlar los recursos salineros de Torrevieja. Estas conclusiones enlazarían con las planteadas por otros investigadores que trabajan en la provincia de Alicante, para quienes, tras la crisis del Argar, serían los grupos de élite del Bronce Valenciano meridional los que tomaron la iniciativa y constituyeron una nueva entidad política en torno al asentamiento del Cabezo Redondo (Jover y López 1997: 116-117). b)

Navegaciones esporádicas a fines del segundo milenio

A pesar de que en el caso del tesoro de Villena somos partidarios de un origen primordialmente atlántico, la existencia de determinados "contactos" entre la Península y otras zonas mediterráneas durante el Bronce Tardío y Final es un hecho que no se puede obviar. Que tales navegaciones a finales del segundo milenio existieron lo confirman los hallazgos de cerámicas a torno en contextos claramente asignables al Bronce Tardío meridional: Cuesta del Negro, Gatas, Montoro y Carmona. Por ello es necesario ofrecer una explicación sobre qué hacen aquí, cómo y cuándo llegaron estos materiales, al menos a nivel de propuesta muy preliminar. La necesidad de encuadrar dichos productos en un marco general se hace cada vez más apremiante porque, si bien todavía son unos pocos fragmentos muy dispersos espacialmente, no cabe duda que el futuro deparará nuevos hallazgos (FIG. 437). Nosotros queremos plantear el carácter esporádico de estos viajes y su origen en las islas del Mediterráneo Central. La irregularidad con que se producían estas singladuras hasta la Península explicaría su escasa repercusión en el mundo indígena, tan sólo a nivel de objetos exóticos. En este sentido, estos "contactos" no entrarían siquiera en la categoría de interacción dentro del sistema de relaciones que se implanta en el Mediterráneo en los siglos XV-XIV a.C. y que tiene su centro en el espacio multinuclear que va desde el Egeo hasta los Zagros. Una de las varias periferias de esta red sería la Italia meridional y las islas adyacentes. Siguiendo la propuesta de Sherrat (1993: 374-374), la Península Ibérica tendría todas las características de un margen típico: absorción selectiva de elementos culturales que llegan indiscriminada e indistintamente del centro o de la periferia, sin implicar ninguna transformación de las estructuras socio-económicas4.

4

La propuesta de Ruiz-Gálvez, anteriormente comentada, supone unas navegaciones frecuentes y

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS ¿Por qué el Extremo Occidente no se integró en el sistema como otra periferia más? Seguramente porque las necesidades de recursos estaban ya suficientemente cubiertas como para recurrir a nuevas fuentes de suministro más allá de Cerdeña, aun más alejadas y que no ofrecían productos novedosos. Creo que eso explica el poco interés que tenía a finales del siglo XIII y durante todo el siglo XII, momento de máxima interacción mediterránea previo a la expansión fenicia y griega, el mantener unas relaciones periódicas a larga de distancia con la península Ibérica. Ello no quiere decir que no existiesen navegaciones esporádicas, que se harán más intensas durante los siglos X-IX y que luego serán aprovechadas por los fenicios. Prescindiendo del jarro Schnabelkanne de dudosa procedencia menorquina (Blázquez, 1975 b: 41; Pericot, 1991: 108-109), los productos a torno aparentemente más antiguos aparecidos en el Extremo Occidente son los dos fragmentos micénicos del Llanete de los Moros -Montoro-, cuya forma es de difícil atribución. Su procedencia de la misma Argólide está confirmada por los análisis de activación de neutrones, que han determinado su fabricación en los alfares del denominado Grupo de Micenas-Berbati durante los siglos XIV-XIII (Martín de la Cruz, 1987b; 1988; 1992a; 1992b). Fecha algo más tardía tienen los fragmentos aparecidos en los cortes R-2 y B-1.2 también del Llanete de los Moros. En este caso, se trata de formas tipo soporte de carrete y vasos contenedores de tipo globular, también muy fragmentados (Martín de la Cruz y Baquedano, 1987). Íntimamente relacionados con éstos se encuentran los hallazgos efectuados en el estrato VI/sur de la Cuesta del Negro (vid. FIG. 190). En ambos casos aparecieron asociados a cerámica de Cogotas I. En cuanto a su función, parece que puede descartarse un uso de tipo suntuario, ya que se encontraron junto con trigo carbonizado, lo que indica una clara función de almacenaje. Su datación viene indicada por C-14 sin calibrar entre los años 1210 ± 35 y 1185 ± 35 para el poblado de Purullena y 1030 ± 130 y 980 ± 110 para Montoro. Por tanto, en cronología egea tradicional corresponderían a una fase submicénica. Sin embargo, lo más interesante son las analíticas de difracción de rayos X y activación neutrónica que se han realizado sobre estos materiales, que vienen a confirmar su procedencia del mismo taller (Martín de la Cruz, 1994: 120-121). La localización de este centro productor se presenta tremendamente problemática. A este respecto, pensamos que es bastante difícil que se ubicase en la Península, porque no tiene sentido que un alfar que utilizase una tecnología basada en el torno y la cocción oxidante, activo durante unos 200 años de acuerdo con las dataciones radiométricas y con una capacidad de distribución de sus productos en un amplio radio territorial, no hubiese tenido unas consecuencias más duraderas en la cerámica del Bronce Final. Una actividad de este tipo no puede ser explicada en función de un único artesano regulares, con un grado de interacción importante.

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que de manera un tanto "casual" llegase a la Península y se estableciese aquí. Más bien responde a una circulación restringida de estos productos, que no tienen carácter de bienes de prestigio y se emplean únicamente por su valor de uso como recipientes de almacenaje. Esta situación cuadra más con unas navegaciones esporádicas que, de cuando en cuando, llegan a las costas del Sureste, ya que la distribución de los hallazgos se concentra fundamentalmente en esta zona -Gatas y Cuesta del Negro- y sus ramificaciones por el valle del Guadalquivir -Montoro y Carmona- se explicarían por la ruta natural terrestre hacia la baja Andalucía que suponen las altiplanicies interiores granadinas. A este respecto, pensamos que estas cerámicas no tienen nada que ver con el uso del torno de orfebre en el tesoro de Villena. El origen de estas navegaciones debe buscarse en el Mediterráneo central, posiblemente Cerdeña y/o Sicilia. En estas islas ya se conoce la cerámica a torno desde finales del siglo XIII, tanto por abundantes importaciones egeas como por producciones propias que imitan a éstas (Webster, 1996: 140). Pensamos que estas navegaciones, a pesar de su carácter esporádico, no se vieron interrumpidas a lo largo del Bronce Final. A través de ellas llegaron a partir del siglo X innovaciones como las fíbulas de codo, cuyos prototipos peninsulares más antiguos aparecen en la fachada levantina, como en el ejemplar del Museo de Prehistoria de Valencia (Almagro Basch, 1966a: fig. 71, nº. 6). También de tipo siciliano es la fíbula "ad occhio" aparecida en el sepulcro de Roça de Casal do Meio (Spindler y Veiga, 1973, fig. 10, d), por lo que es plausible que en determinadas circunstancias estas singladuras pudiesen alcanzar los estuarios del Tajo y Sado, poniendo en contacto los circuitos atlánticos y mediterráneos, aunque pensamos que de manera muy esporádica. A este respecto se pronuncian algunos autores (Ruiz-Gálvez, 1998, 261 y 282283; Arruda, 2000: 166-167) en relación con el enterramiento portugués citado, que considera como la tumba de dos comerciantes "mediterráneos" muertos en un viaje al Extremo Occidente. Pero la pregunta que está en el aire es: si siguió habiendo navegaciones entre Cerdeña, Sicilia y la Península, ¿por qué no aparece cerámica a torno entre el año c.1000 y la primera mitad del siglo VIII? Mientras que las navegaciones mediterráneas hacia la Península resultan tan escasas que son incapaces de generar cambio cultural, mayor desarrollo parecen tener las relaciones atlánticas. Los primeros testimonios de los contactos allende el Estrecho los encontramos en el siglo XI, con la aparición de la espada de Herrerías, de claro origen bretón. Pero será a partir del siglo IX cuando estos contactos se hacen más intensos, generando lo que ha dado en llamar el circuito atlántico, que parece funcionar de forma autónoma respecto al Mediterráneo Central. Estas relaciones atlánticas parecen ser tanto marítimas, mediante la circunnavegación de la Península, como terrestres, a través de la Meseta. Esa será la gran apuesta de los fenicios: la conexión de ambos espacios.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS 5.

LA SOCIEDAD DE RANGO

Todos estos elementos que configuran el Bronce Final de la alta Andalucía y el Sureste nos indican la existencia de jerarquización social. Esta circunstancia no tiene porque ser común a todo el territorio, sino que es posible que la consolidación de estos centros comarcales desde los que se comienza a articular el territorio estén muy focalizados en algunas áreas, especialmente bien dotadas de recursos y conectadas a nivel espacial con otras zonas: depresión de Vera, valles de los ríos Galera y Guadix, vega de Granada, valle del Guadalteba, depresión de Ronda..., por citar sólo las mejor conocidas a nivel empírico. A este respecto, no parece posible hablar de coerción, entendiendo ésta como extracción masiva de recursos y focalización de los mismos hacia la élite, mediante la fuerza u otros mecanismos. De este modo, nuestra propuesta es que el Bronce Final en la alta Andalucía es una sociedad de rango, en la línea de M.H. Fried (1967: 109) A nivel de hipótesis, planteamos la existencia en la región de comunidades independientes, focalizadas en torno a poblados centrales que dominan un determinado territorio. Estos grupos comparten una cultura material similar, aunque se distinguen perfectamente el área propia del Sureste -Granada y Almería- que se prolonga hasta el valle del Vinalopó, por un lado, y la zona malagueña, más cercana a la dinámica del bajo Guadalquivir, por otro. En estas comunidades las posiciones de status están limitadas a un grupo relativamente pequeño de personas, vinculadas por lazos parentales, que disponen de determinados elementos y/o costumbres de prestigio que señalan su posición preeminente, pero que carecen de la capacidad de canalizar hacia ellos o su linaje recursos en cantidad suficiente como para poner en peligro la supervivencia de otras unidades familiares. Lo que definiría a la sociedad de rango es la inexistencia de una acaparación tan intensa que permita utilizar el excedente como mecanismo de control y dominación (FIG. 438).

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Capítulo 25

El bronce final como sociedad de rango

FIG. 438. Articulación del Bronce Final de la alta Andalucía: la sociedad de rango. 853

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26 EL HIERRO ANTIGUO I-II. LOS CAMBIOS EN EL MUNDO AUTÓCTONO

A partir del siglo VIII a.C. la instalación de los fenicios en las costas meridionales de la península Ibérica fue un factor decisivo en la transformación de las comunidades indígenas del Bronce Final. Se va a generar ahora un proceso dialéctico, que dará lugar a una nueva síntesis. La presencia colonial supone la conversión de las gentes del sur peninsular en la periferia de una economía central que sustentaba una sociedad estatal, netamente organizada en clases, cuyos mecanismos de reproducción se implantaron también en Occidente, como refleja claramente el registro arqueológico. La clase dirigente fenicia contaba con instrumentos mucho más desarrollados para garantizar el control social que los conocidos hasta entonces en el sur peninsular: tecnología a mayor escala, aparato religioso legitimador perfectamente organizado, mecanismos más eficaces de acumulación de riqueza... Sólo en los últimos quince años se está empezando a explicar de modo convincente cómo pudo ser el proceso de transformación de las comunidades prehistóricas de Andalucía y Levante en la sociedad aristocrática que va a caracterizar el mundo ibérico a partir de la segunda mitad del siglo VI a.C. Por tanto, nuestro objetivo es contribuir modestamente a esta debate, articulando una explicación que pueda ayudarnos a entender cómo fue el cambio cultural en estos grupos. La base del mismo podemos resumirla en cuatro aspectos fundamentales: interacción colonial, nueva tecnología, intensificación en la extracción de recursos y consolidación de la clase dirigente. Todo ello respaldado por un notable aumento de los efectivos demográficos (FIGS. 439440). Queremos dar respuesta a estas cuestiones desde la arqueología, utilizando la base empírica e intentando no caer en el determinismo. La dinámica puede ser analizada desde un punto de vista no lineal, integrando un territorio como la alta Andalucía en los procesos generales que acontecen en el mediodía peninsular, concretarlos a nivel particular y enlazándolos con el modelo general centro-periferia-margen que funciona en todo el Mediterráneo.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS 1.

MECANISMOS DE INSTALACIÓN DE LOS COLONIZADORES EN UN TERRITORIO EXTRANJERO

En el Mediterráneo arcaico, los primeros contactos establecidos entre colonizadores y población autóctona resultan determinantes para el éxito de una empresa colonial. En algunos casos vinculados a la expansión griega Siracusa, Heraclea, Gela y Tarento-, donde los recién llegados se implantan por la fuerza, el conflicto abierto con la población indígena es la tónica dominante durante dos siglos. No es este el caso de la colonización fenicia arcaica, en la que todo indica que fue un proceso pacífico. Los casos en los que disponemos de información literaria presentan mecanismos de contacto similares, evitando cualquier enfrentamiento o alarde de fuerza que pudiera ser considerado hostil. a)

Primeros contactos

M.E. Aubet (1994: 250-251) puso de manifiesto la preferencia fenicia por instalarse en aquellos lugares donde existiese una cierta jerarquización social, aunque sea incipiente: Chipre, Etruria, Sicilia, Cerdeña, golfo de Túnez y sur de la Península Ibérica. Para garantizar el éxito de la empresa colonial es necesario saber a quién hay que dirigirse en destino para buscar su colaboración. Los sectores que dirigen la expansión fenicia están muy interesados en la cooperación pacífica de los líderes locales, única manera de implantarse a bajo coste humano y material. De otro modo, de nada servía fundar un asentamiento por la fuerza y mantener un contingente poblacional en alerta permanente en el mismo, máxime cuando los efectivos demográficos fenicios en Occidente eran necesariamente muy limitados. La existencia de una élite indígena supone una garantía para los colonizadores en dos sentidos. Por un lado, el poder autóctono actúa como elemento protector del asentamiento colonial, al ponerlo bajo su jurisdicción1, controlando a los descontentos locales con la presencia de los extranjeros. Por otro, canaliza unos determinados recursos hacia la colonia, mediante el comercio de tratado, que implica una serie de ventajas y compensaciones para los grupos de rango anfitriones. La estrategia del colonizador consiste en ser el principal intermediario del comercio exterior. Por las fuentes literarias, sabemos que el mecanismo de implantación es casi siempre el mismo, los recién llegados sólo desean un permiso de asentamiento temporal por motivos diversos: persecución política -son fugitivos representantes de un poder legítimo derrocado por usurpadores2-, una etapa de descanso en un largo viaje a lejanas tierras que continuará tan pronto sea

1

Recuérdese la condición de isla sometida a los tartesios que tenía Mainake (Avieno, Ora Maritima,

2

Caso de Cartago (Justino, XVIII, 4, 3-9).

428).

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

posible -reparación de naves, curación de heridos- o cumplimiento de deberes religiosos -mandato de oráculos3-. Se reconoce la autoridad del poder local, mostrando agradecimiento por la hospitalidad4 recibida, para lo que se entregan regalos. Una cuestión de difícil resolución, pero de gran interés, es la lengua de contacto. Sin duda, fue necesaria la presencia de intérpretes. La procedencia lejana de los recién llegados es una forma de prestigio para el que los acoge, función que evidentemente va a recaer sobre los líderes de las comunidades autóctonas. Los extranjeros piden públicamente a sus dioses favores para sus anfitriones, con lo que consiguen en cierta medida sacralizar el espacio concedido, al ponerse el mismo bajo la tutela de alguna divinidad, caso de Melqart. Una vez acordadas las condiciones de un "campamento" temporal, ¿cuál es la ubicación más adecuada de éste? Sin duda, aquellos lugares donde menos interferencias se produzcan con el grueso de la población indígena, normalmente apartados: islotes cercanos a tierra firme, deltas pantanosos y promontorios. En la costa mediterránea andaluza sólo son existen los dos últimos; respecto al primer emplazamiento el caso paradigmático sería Cádiz. Los deltas, debido a su peculiar conformación geomorfológica y sus dificultades de circulación interna, son ámbitos de dominio indeterminado. Aquí la territorialidad no está bien definida, debido a los cambios periódicos de configuración que suelen sufrir esteros y brazos fluviales. Los islotes más o menos estables que puedan existir en estas zonas adquieren un cierto carácter de tierra de nadie -Cerro del Villar-. Igualmente un promontorio en la orilla del mar, bien configurado y delimitado, resulta también un espacio sin utilidad aparente, salvo la portuaria, caso de Toscanos. Así, ambos lugares son ideales para instalación de gentes extranjeras en un territorio ajeno, siempre que su número sea reducido, de modo que su presencia no se interprete como una invasión. La solicitud de asentamiento en este tipo de lugares es mucho más fácil que sea aceptada por el poder indígena que en cualquier otro emplazamiento que pueda ser considerado sensible. No obstante, no faltan evidencias de las que se puede inferir la instalación de los fenicios junto a un asentamiento indígena, a modo de "barrio", de manera que se mantiene incluso el topónimo autóctono -Sexi-. En cuanto a los aspectos meramente prácticos de instalación las pequeñas islas deltaicas o los promontorios son ideales para los recién llegados. Reúnen condiciones defensivas, pero al tiempo no es difícil el contacto con las comunidades y el poder indígena. El aislamiento de estos lugares proporciona a los colonizadores mucha libertad en la reproducción de su sistema social, además de intimidad para la práctica de sus ritos religiosos. Por último, este confinamiento inicial en un espacio acotado y apartado es fundamental para evitar recelos de los indígenas hasta que se produzca la consolidación definitiva 3

Fundación de Cádiz (Estrabón, III, 5, 5).

4

Respecto a la condición de mandato divino que tiene la hospitalidad, vid. Odisea, VI, 207-208.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS de la colonia, hecho que se produce con la llegada de nuevos contingentes de personas. Un ataque indígena en estos momentos iniciales del asentamiento suele hacer fracasar la empresa y hay que buscar otro lugar. Ejemplos de lo dicho anteriormente no faltan. Para Cumas, la primera instalación griega en la Italia peninsular, se escogió un emplazamiento en el cordón arenoso que separa las marismas del Volturno del mar Tirreno (Boardman, 1986: 176). Motya resulta un enclave similar, al estar situado en un islote de la laguna litoral de Marsala, al oeste de Sicilia, cuyo contacto con la costa estable son amplios aguazales. Por Tucídides (VI, 2, 6) sabemos los indígenas elimios mantenían muy buenas relaciones con los fenicios de Motya. El contraste con esta situación lo vemos en el intento griego por establecerse en esta misma zona: cuando hacia los años 580-576 a.C. un contingente de colonos cnidios y rodios quisieron instalarse en la orilla de la laguna, pero en tierra firme, fueron expulsados del lugar por los autóctonos. En el delta del Nilo cabe mencionar la concesión a los comerciantes griegos de Chipre de un islote, que recibió por ello el nombre de Kipros, por parte del faraón saíta Amasis (Müller, 1841: 20, nº. 286). b)

La economía del don

La hospitalidad puede intercambiarse por regalos de prestigio, por lo que comienzan a actuar los mecanismos de la economía del don. Se establece así un vínculo entre los participantes en dicho intercambio, que obliga a la reciprocidad, incluso a un nuevo regalo de más valor (Mauss, 1971: 240; Gregory, 1982: 24). Si los antropólogos han estudiado esta cuestión principalmente entre diferentes comunidades de Oceanía, no han faltado los investigadores del mundo antiguo que han señalado la presencia de economía del don en el Oriente Próximo y en el Mediterráneo durante el segundo y primer milenios anteriores a la Era Cristiana (Zaccagnini, 1973; Cristofani, 1975). Para el mundo fenicio, M.E. Aubet (1994: 122-127) ha defendido unos planteamientos similares, especialmente en los primeros tiempos de la colonización, aunque dicha autora ha establecido una primacía de lo económico sobre lo social, por lo que se aparta de las premisas derivadas de los estudios antropológicos clásicos, ya que los objetos donados tienen un valor de cambio, lo que permite calcular una contrapartida similar. Acoger a un pequeño grupo de extranjeros que vienen de lejos es una fuente de prestigio para los líderes locales, acrecentada en el caso de que haya un desfase tecnológico entre los recién llegados y sus anfitriones, evidentemente a favor de los primeros. La cesión de artesanos especializados entraría también en este tipo de acuerdos. En todos los casos que han transmitido las fuentes, muy pronto comienzan a concertarse matrimonios entre mujeres indígenas y los colonizadores, sin duda exclusivamente varones. En el ámbito griego, Marsella es un caso bien conocido, ya que la fundación de la colonia focense se sella con 858

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

el matrimonio del oikistes con la hija del rey indígena Nan (Aristóteles, Fragmentos, 549; Justino, XLIII, 3, 6-13; 4, 3-12). Situaciones similares debieron ser también frecuentes en los asentamientos fenicios, aunque no conservamos información literaria. Cartago resulta un caso aparte, tanto por las especiales circunstancias de su fundación, como por ser un caso inverso: el rey indígena Hiarbas pretendió desposarse con Elissa/Dido (Aubet, 1994: 191-192). El matrimonio así concebido forma parte la economía del don: la mujer de alto linaje indígena -o extranjero en el caso de Dido- es un bien precioso, fuente de prestigio, que se transmite a sus descendientes. Las uniones conyugales entre colonizadores y autóctonos serán entonces un poderoso mecanismo del cambio cultural, ya que el varón -fenicio- llevará el rol cultural dominante. c)

La consolidación de una colonia

La llegada de nuevos grupos de extranjeros a asentarse junto a sus compatriotas puede implicar la ruptura del pacto inicialmente acordado con los líderes indígenas. Pero se justifica de diversas maneras: más proscritos que huyen de la tiranía, simples navegantes que arriban a puerto para abastecerse y seguir viaje, otros devotos que acuden en busca de la protección divina... Siempre vendrán bien surtidos de regalos para agradecer la hospitalidad. Si el espacio que se concedió a los primeros "huéspedes" aún no se ha agotado y los nuevos se pueden instalar en él, no es difícil que la autoridad local mantenga a los extranjeros bajo su protección. Ya desde el primer momento de instalación de la colonia habrán establecido mecanismos económicos entre ésta y el entorno. La ruta del metal atlántico es captada por los fenicios y sus asentamientos peninsulares son ahora etapas de la misma. Es muy posible que las élites autóctonas no quieran perder ese flujo de mercancías, en parte canalizadas hacia ellas: los orientales comienzan a ser un aliado imprescindible. En definitiva, ya ha finales del siglo VIII se ha creado una cierta comunidad de intereses entre los grupos de rango autóctonos y la clase dirigente fenicia colonial, que dará lugar a una situación nueva. Por tanto, ante la llegada de nuevos contingentes desde la metrópoli y la evidente necesidad que éstos tienen de ocupar nuevos emplazamientos, el poder indígena tendrá dos alternativas: eliminar a los extranjeros, si puede, o aceptar la nueva situación, tratando de sacar provecho de la misma. Como hemos señalado antes, es muy probable que ya desde la primera mitad del siglo VII existiesen lazos de sangre entre ambos grupos mediante matrimonios mixtos, lo que llevaría aparejada cierta descendencia común. En estos momentos, la expulsión de unos "extranjeros", que ya no lo son tanto, no parece una opción muy viable.

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Capítulo 26 2.

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

LA INTENSIFICACIÓN ECONÓMICA EN EL MUNDO AUTÓCTONO

En los últimos años se está avanzando notablemente en el conocimiento de las bases subsistenciales de los colonias fenicias de las costas meridionales de la Península Ibérica desde el siglo VIII a.C. Los resultados de estudios palinológicos, carpológicos y faunísticos efectuados en lugares como el Cerro del Villar (Catalá, 1999; Montero, 1999) o el Castillo de Doña Blanca (Chamorro, 1994) han proporcionado elementos contrastables para establecer cuáles fueron los recursos alimenticios que estas comunidades obtuvieron de su medio ambiente. La introducción de nuevos cultivos por los fenicios se sospechaba desde hace bastante tiempo, pero en la última década ha podido ser contrastada de manera fehaciente por los estudios de paleobotánica (Buxó, 1997: 243). Partiendo de estos trabajos, se evidencia que la presencia fenicia aportó cambios importantes en las actividades agropecuarias practicadas por las comunidades indígenas del sur peninsular. Estas transformaciones se debieron principalmente a la integración de éstas en una economía de excedentes e intercambio (FIG. 464). a)

Demanda interna, generación de excedente y acaparación

Algunos autores han insistido en que las necesidades de abastecimiento de los núcleos fenicios costeros estimularon el aumento de la productividad en las zonas del interior (Carrilero, 1992: 137-138). Sin embargo, dado el alto grado de autoabastecimiento de las colonias durante el siglo VII, momento en que la intensificación agraria del mundo indígena se muestra en pleno auge, parece más plausible que esta mayor disponibilidad de recursos respondiera a una demanda interna, tanto para consumo propio como para generar excedente, parte para almacenar y parte para poner en circulación. La ganadería muestra un aumento progresivo de los ovicápridos a lo largo del Bronce Final -Cerro de la Encina- (Driesch, 1975) y en el siglo VII Acinipo- (Riquelme, 1989-90) (FIG. 441). Esta circunstancia se explica tanto por una mayor kárstificación del paisaje como por un menor coste en la obtención de recursos: leche, carne, piel y asta, ya que el pastoreo de ovicápridos resulta bastante menos exigente que el de bóvidos. Sin embargo, será la intensificación de la producción agrícola lo que acelerará el proceso de roturación en aquellas áreas más favorables, que corresponden al fondo de las vegas fluviales. Esta mayor productividad debió sustentarse en un importante crecimiento demográfico en el mundo indígena a lo largo del siglo VII, ya que al gran número de nuevos asentamientos se añade la ocupación de nuevas tierras antes despobladas.

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FIG. 440. Interacción inicial entre fenicios e indígenas. El Hierro Antiguo I.

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

El cambio económico que experimentaron las comunidades indígenas de Andalucía oriental a lo largo de la segunda mitad del siglo VIII y toda la centuria siguiente será un factor esencial a la hora de potenciar la jerarquización social. Durante el Bronce Final encontramos una economía cerrada, básicamente centrada en la producción de subsistencias para autoconsumo, de manera que se genera escaso excedente. El Hierro Antiguo supone un modelo más abierto, con mayor presión sobre el medio natural.

FIG. 441. La ganadería en el mundo indígena: el ejemplo del Cerro de la Encina (Fuente: M. Almagro-Gorbea, 1986, a partir de A. von den Driesch).

Sería bastante interesante conocer los mecanismos de circulación de los excedentes generados por esta intensificación agraria, ya que estamos ante un elemento básico en la diferenciación social. ¿Quién controla unos recursos que pueden ser a su vez subsistencias y mercancías? La administración de estos excedentes debe recaer sobre los líderes locales, que los ponen en movimiento en dos niveles: territorial y social (FIG. 466). En el primero entenderíamos su consideración de elemento de intercambio de forma multidireccional: otras comunidades vecinas, colonias fenicias de la costa o, incluso, núcleos del valle del Guadalquivir. En el segundo, la capacidad de administrar un recurso básico actúa como vía de desigualdad social (Chapman, 1982). Esto que explicaría la proliferación de ánforas R-1 y pithoi, que serían utilizadas para el 863

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS almacenaje/acaparamiento de estas subsistencias. El poder y el prestigio que proporcionaba el acceso directo a estas reservas sería capital, máxime en una agricultura totalmente dependiente de la climatología. En las épocas de escasez, determinados miembros de la élite dirigente podrían acrecentar su influencia mediante la canalización de los excedentes hacia donde convenga a sus intereses. A este respecto, como ha explicado T. Earle (1985: 110), el control de una determinada riqueza por una élite siempre supone una mayor complejidad social en una comunidad. La circulación de productos siempre entraña una serie de beneficios para quienes controlan ésta, aún en el caso de desarrollarse hacia el exterior bajo las premisas del intercambio desigual, no digamos dentro de la dinámica interna del grupo. b)

Las aldeas agrícolas

La provincia de Málaga es una de las áreas meridionales donde más claramente observamos el proceso de roturación, especialmente en aquellas zonas más conocidas a nivel empírico como son la depresión de Ronda y los valles del Turón y el Guadalteba. Prospecciones superficiales a lo largo de los últimos quince años han permitido señalar que, entre los siglos VIII y VI a.C., surgieron un gran número de pequeños asentamientos situados en zonas llanas o de vega fluvial, sin ningún tipo de defensas naturales, que no encuentran otra razón de ser que la dedicación a las actividades agropecuarias en un medio natural muy favorable. Estos enclaves, que hemos denominado aldeas agrícolas, se articularían en una red territorial, a cuya cabeza se encuentran determinados poblados que vienen a configurar un territorio coincidente con algunos tramos fluviales -Los Castillejos sobre el río Guadalteba- o pequeñas cuencas interiores -Acinipo, Ronda sobre el alto Guadiaro-. Algo parecido debió suceder en la vega de Granada, especialmente en torno a la colina del Albaicín, Cerro de los Infantes y Cerro de la Mora, aunque aquí nuestro conocimiento de la arqueología del paisaje es menor. Aunque todavía escaso, el registro material de estos asentamientos permite inferir que ya existían con anterioridad a los siglos VIIIVII, pero se trataba de lugares de instalación muy precaria: Hoz de Peñarrubia en Campillos, Pico de Vado Real en Ardales, Convento de Santa Paula en Granada y Cortijo del Cura en Guadix, sólo por citar algunos ejemplos. Planteamos pues que este tipo de pequeños poblados tuviera un carácter estacional durante el Bronce Final Pleno, para hacerse permanentes en el Hierro Antiguo. Por lo poco que vamos conociendo respecto a las aldeas agrícolas, observamos que durante una primera fase tenían un cierto número de cabañas, son sustituidos por una sola estructura en un segundo momento, como vemos en Huertas de Peñarrubia y Raja del Boquerón. No obstante, no debemos olvidar que ninguno de estos enclaves ha sido excavado, por lo que en el futuro 864

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

cabe esperar alguna sorpresa. Estamos ante un proceso de concentración de la actividad productiva, permitiendo la vivienda compartimentada una mayor racionalización en la organización de las tareas agrarias, aumentando así los rendimientos. La compartimentación permite la atribución de un determinado cometido a cada espacio físico: granero, almacén de aperos, establo, dormitorio y cocina/hogar, según una distribución que resulta bien conocida en Palestina durante la Edad del Hierro (Borowski, 1987: 82). En Raja del Boquerón se conocen dos cabañas de planta ovalada, que son sustituidas en una segunda fase por una gran vivienda rectangular y compartimentada (Martín Córdoba et alii, 1991-92: 59-60). Lo mismo vemos en Huertas de Peñarrubia. En la primera etapa contamos con tres cabañas circulares de 2 m. de diámetro. En un segundo momento, vemos como se construyen nuevas viviendas circulares, pero ahora de mayor tamaño. Esto puede ser síntoma de que se ha intensificado la producción agraria y es necesario disponer de habitáculos mayores. Finalmente, en la fase más reciente de Huertas de Peñarrubia encontramos una estructura cuadrangular y compartimentada, más sólida que las anteriores, pero desgraciadamente con su planta sólo conocida de forma muy parcial (García Alfonso, 1999a: fig. 4). La pequeña extensión de estos lugares, conocida a nivel de prospección, explica que algunos autores hayan hablado de cortijadas (Carrilero y Aguayo, 1996: 48; Recio, 1996: 69), terminología demasiado modernizante. 3.

EL CAMBIO SOCIAL INDÍGENA EN EL HIERRO ANTIGUO II. LA CONSOLIDACIÓN DE LAS DESIGUALDADES

Transcurrido el momento inicial de instalación de los fenicios y de integración incipiente del sur peninsular en la red económica del Mediterráneo, el siglo VII verá la consolidación definitiva de los grupos de élite autóctonos que se habían ido formando a lo largo del Bronce Final. Sin duda, los antiguos mecanismos de solidaridad parental no se vieron alterados de forma sustancial, ya que debieron actuar como elementos en torno a los cuales se reforzó la autoridad. La situación ira evolucionando hacia una mayor jerarquización hasta mediados del siglo VI -Hierro Antiguo III-, momento en que tiene lugar la constitución de una clase aristocrática plenamente organizada, que basa su poder coercitivo en el armamento, pero complementado con el aparato religioso-ideológico. Llegamos aquí al mundo ibérico, con una sociedad ya plenamente estructurada en clases (vid. infra, cap. 27). a)

La articulación del territorio indígena

La coexistencia de dos modelos de asentamiento -pequeños enclaves en llano y grandes poblados en altura con posibilidades defensivas- responden a necesidades diferentes y a una vertebración jerárquica del espacio, ya que los 865

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS primeros son claramente subsidiarios de los segundos. Las aldeas agrícolas tienen el cometido de la explotación económica del medio, mientras que los núcleos principales garantizan una eventual protección en caso de peligro y las relaciones a distancia (vid. FIG. 439). Esta diferenciación del hábitat es indicativa de la jerarquización territorial y social. Los principales poblados se distribuyen espacialmente de tal manera que permiten una cierta configuración de "ámbitos diferenciados" en torno a un determinado enclave en altura, que domina visualmente un entorno amplio y bien delimitado por hitos naturales, dada la configuración topográfica de la región. La compartimentación que presenta el medio favorece la delimitación de estos poderes centralizados y su consolidación dentro de una determinada territorialidad bien definida, que con el tiempo podrá ir adquiriendo una componente "política". Este modelo de vertebración espacial es el que proponemos para el Surco Intrabético (FIG. 442).

FIG. 442.

Un ejemplo de territorialidad indígena: la depresión de Granada en los siglos VII-VI.

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

Más oscuro, debido a la falta de información, se muestra el patrón de articulación territorial en las zonas costeras, pero que debe ser coincidente con los valles de los principales ríos. Como en la desembocadura de éstos, se suele situar una colonia fenicia, entendemos que la focalización de este espacio gravita en torno a ésta, pero desconocemos cómo pudieron ser las relaciones económicas entre la colonia y su hinterland. En dos casos poseemos alguna mayor cantidad de datos arqueográficos: el Cerro del Villar y Villaricos. Ambos entornos se caracterizan por sus posibilidades de desarrollo agrario, que en el bajo Almanzora se ve compartido con la explotación minera. En ellos existen una serie de asentamientos dispersos, que debieron actuar como centros de explotación y canalización de los recursos hacia la colonia fenicia. b)

El utillaje: cerámicas de lujo y de almacenaje

La cultura material diferenciada que aparece en los poblados en altura y en las aldeas agrícolas es suficientemente elocuente en el sentido de indicar la existencia de importantes diferencias sociales. Determinados sectores, que residen en los núcleos rectores, tienen acceso a una serie de bienes que no encontramos en las aldeas agrícolas. Se observa claramente como las primeras cerámicas a torno que aparecen el interior son productos de lujo, como los platos de borde estrecho y los jarros piriformes con engobe rojo. Estos materiales sólo los tenemos constatados en los grandes poblados "centrales", mientras que no aparecen en otros enclaves de menor entidad. Así se documentan en la fase II de Cerro de la Mora, en el nivel 5 -corte 23- del Cerro de los Infantes, en la fase del Bronce Final Reciente de Acinipo (Aguayo et alii, 1987: 301), así como en el nivel II de Los Castillejos de Teba. Estos escasos materiales manifiestan claramente su carácter alóctono dentro de un contexto de exclusivas cerámicas a mano. Los interpretamos como objetos de prestigio, dones ofrecidos por los fenicios. Esta situación, típica del Hierro Antiguo I, no va a cambiar en momentos posteriores: son los grandes poblados los que siguen acaparando las cerámicas de lujo. Por poner un ejemplo que conocemos bien, los Castillejos de Teba presenta un amplio repertorio de todas las producciones cuidadas a torno: cerámicas grises, cuencos pintados, copas y grandes vasos orientalizantes, aunque tampoco faltan las ánforas R-1 y los pithoi, con evidente función de almacenaje-acaparación. Lo mismo ocurre en Acinipo y en otros poblados de la vega de Granada –Cerro de la Mora y Cerro de los Infantes-. Frente a esta situación, hay un claro contraste con la cultura material que encontramos en las aldeas agrícolas, donde casi en exclusiva el material cerámico tiene una función de almacenaje. Huertas de Peñarrubia es un buen ejemplo, entre los recipientes a mano hay un predominio absoluto de los vasos acampanados. Aunque algunos presentan una decoración sencilla, no creo que 867

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS pueda entenderse como "cerámica de lujo". En estos enclaves aparece abundante cerámica a mano durante los siglos VIII-VII, entre la cerámica a torno que aparece, sólo tenemos ánforas R-1 y pithoi polícromos. La evolución hacia los momentos finales del Hierro Antiguo implica un cambio tecnológico en el repertorio cerámico con mayor presencia de torno, pero ninguno en el papel y situación de estos enclaves. Así vemos que en el Cortijo de Nina la cerámica a mano ha sido sustituida mayoritariamente por las producciones a torno, pero las formas siguen siendo ánforas R-1, acompañadas de otras más tardías, y pithoi polícromos. c)

La alta Andalucía como esfera de interacción

La intensificación económica del Surco Intrabético desde finales del siglo VIII a.C. y toda la centuria siguiente configuró a la alta Andalucía como un espacio susceptible de proporcionar materias primas. Se genera así una periferia territorial, entre otras5, dentro del sistema de relaciones del sur peninsular, cuyo centro son las élites tartéssicas del valle del Guadalquivir y de los sectores dirigentes fenicios establecidos en el litoral. Este modelo "occidental" está, a su vez, imbricado en la red mediterránea, que los fenicios habían conseguido extender hasta el Atlántico, actuando como una de las periferias del mismo. M.E. Aubet desarrolló hace años una propuesta que entendía estos territorios como esferas de interacción. Este concepto, que sería intercambiable por el de "periferia" de los autores anglosajones, describe la existencia de unos sistemas económicos regionales integrados puestos en marcha por la aristocracia tartéssica, como un medio de obtención de recursos suplementarios en las áreas territoriales que circundan el bajo Guadalquivir. Fomentando la demanda y el consumo de ciertos bienes de prestigio, se favorecería la circulación de excedentes hacia los focos productores de ciertos artículos de lujo (Aubet, 1990c: 39-41). A. Ruiz Martínez (1997: 51) ha planteado que "los datos arqueológicos sugieren que la sociedad tartéssica era altamente «compleja», comparada con las comunidades de la región malagueña". Estamos plenamente de acuerdo con esta afirmación, pero la queremos extender también al resto de la alta Andalucía. Para conseguir crear una esfera de interacción es necesario que exista un desarrollo diferenciado de jerarquización. La iniciativa siempre parte de la sociedad más estratificada, ya que las necesidades de recursos para el mantenimiento de posiciones de privilegio son mucho mayores que en una sociedad con menor grado de desigualdad.

5

Periferias de este sistema occidental serían también el sur de Portugal, Extremadura, La Mancha, el alto Guadalquivir y la cuenca del Segura. Tampoco hay que olvidarse del litoral atlántico de Marruecos y de su hinterland, constituido por la región del Gharb, regada por el Sebú.

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Capítulo 26

El Hierro Antiguo I-II. Los cambios en el mundo autóctono

Es una situación de la que se benefician las élites tartéssicas y la clase dirigente fenicia colonial ya que obtienen seguridad en los intercambios gracias a la cooperación de los líderes periféricos. En este contexto, los grupos que gozan de preeminencia social en el Surco Intrabético y que se incorporan a esta circulación verán consolidada su antigua posición de rango, que evolucionaría rápidamente hacia una forma de poder más concentrada, ya que los poblados principales van a convertirse en centros que coordinan las actividades económicas y van a actuar de núcleos territoriales. A este carácter político, habría que añadir -seguramente- elementos de tipo religioso que tienden a focalizarse en la figura del líder. Estaríamos ante un modelo de organización que algunos antropólogos han calificado como jefatura (Service, 1971: 133; Carneiro, 1981: 45). Ahora bien, ¿podemos considerar a estas comunidades estratificadas como sociedades redistributivas del excedente agrario? Siguiendo a M. Harris (1982: 110), creo que no, ya que la administración de estos recursos son el soporte económico sobre el que se asienta la posición de privilegio. Las alianzas matrimoniales, el prestigio, la preeminencia del linaje y tal vez- determinadas funciones de carácter sacro se convierten también en elementos que favorecen estas situación. Este poder se convierte muy rápido en un instrumento al servicio del líder y de sus allegados, parentales o no, de manera que se ponen las bases para el nacimiento de una auténtica clase dirigente consolidada. Esta nueva situación implica que el status de privilegio va quedar restringido a unos pocos grupos familiares, unidos también entre sí por lazos de sangre. En este proceso, los cambios en el concepto de propiedad de la tierra debieron ser importantes, aunque nada podemos decir al respecto (FIG. 443).

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS

FIG. 443.

Modelo de intensificación indígena en la Andalucía mediterránea y su hinterland. El Hierro Antiguo II. 870

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27 EL HIERRO ANTIGUO III. LA TRANSICIÓN AL MUNDO IBÉRICO

La primera mitad del siglo VI a.C. supone la disolución del modelo económico y social que se había generado en el mundo indígena sur peninsular durante el Hierro Antiguo II. En el ámbito fenicio también se observan importantes síntomas de cambio, por lo que este momento ha sido denominado tradicionalmente "la crisis del siglo VI" (Aubet, 1987: 276-278). Resulta imposible separar ambos contextos, ya que están plenamente interconectados, aunque centraremos nuestra atención en el primero. A nivel global nos encontramos en un momento de grandes transformaciones. En Oriente ha caído el Imperio Asirio y nuevas potencias alcanzan una efímera hegemonía: la Babilonia de Nabucodonosor y el Egipto Saíta, que sucumbirán pronto ante el avance persa. Grecia contempla como el modelo de polis aristocrática da síntomas de serio agotamiento y se buscan nuevas soluciones como las reformas solonianas y los gobiernos tiránicos. Mientras, Italia conoce la expansión etrusca. En el golfo de Túnez, Cartago va a convertirse en una potencia naval y comercial nada despreciable. La Europa templada tampoco será ajena a estos cambios, ya que se inicia la dispersión céltica, que marcará la personalidad de este mundo "bárbaro" del Atlántico. En definitiva, todo está cambiando, se cierra la época "arcaica" y entramos en una nueva etapa, con una relación de fuerzas netamente diferente a la que existía en el siglo VIII. La península Ibérica no va a permanecer en absoluto ajena a estos cambios durante el siglo VI, según nos revela el registro arqueológico. La primera nota de interés es la llegada de nuevas gentes que se van a quedar: los celtas a la Meseta y los griegos al golfo de Rosas, para extender pronto hacia el sur su esfera de intereses. En Andalucía y el Levante, las transformaciones van a ser de índole interna, pero no por ello menos importantes. El mundo indígena del Hierro Antiguo da origen al complejo cultural ibérico, desapareciendo del bajo Guadalquivir y Huelva el fenómeno tartéssico; mientras, las colonias fenicias entran en la "etapa púnica", caracterizada por la aparición de nuevos elementos y un marco geopolítico en el que Cartago juega un papel preponderante en detrimento de Tiro (Aubet, 1986b: 621-623). Este momento de reestructuración, que va desembocar en una situación nueva, corresponde a lo que hemos denominado Hierro Antiguo III. Precisamente estos periodos de crisis, de transición, de bifurcaciones -como 871

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS dice McGlade (1999: 17)-, cuando hay posibilidades de caminos evolutivos múltiples, son los peor conocidos, pues el registro arquelógico parece enmudecer. 1.

LA CRISIS DEL MODELO

En la alta Andalucía, el equilibrio del sistema generado a lo largo del siglo VII estaba basado en tres factores internos: el prestigio, el control de los recursos agrícolas y la limitada coerción que ejercían las élites, a la luz de lo que vemos en el registro arqueológico. A esto, hay que añadir la imbricación de las comunidades autóctonas en un sistema de intercambio regional con las colonias fenicias y con los núcleos tartéssicos del valle del Guadalquivir. La alteración de cualquiera de estos elementos necesariamente iba a tener consecuencias en la vida de estos grupos. a)

Los límites del crecimiento agrario

La estabilidad del modelo económico del Hierro Antiguo II quedaba garantizada siempre existiesen tierra disponible para poner en explotación, en las que instalar los nuevos contingentes poblacionales producto del desarrollo demográfico. En el valle del Guadalquvir este proceso ha sido estudiado en el área de Torreparedones-Porcuna, donde se observa una progresiva "colonización" tartéssica de la campiña, que tropezará con la oposición de los grupos autóctonos que ocupan los flancos del arroyo Salado de Porcuna, apareciendo ahora una frontera creada por los oppida de raiz mastiena que habitan el alto Guadalquivir para oponerse a este avance progresivo desde Andalucía occidental (Ruiz Rodríguez, 1999: 98-99). El mismo proceso de ocupación de nuevas tierras lo vemos en la cuenca del Guadalteba a lo largo del siglo VII. Tras un periodo de crecimiento ininterrumpido, comienzan a ocuparse en los inicios del siglo VI tierras con un menor potencial agrario que en la centuria anterior, ya que los ámbitos más feraces de vega ya se encontraban cultivados (FIG. 444). Esta situación es la que vemos en lugares como el Cortijo de Nina, en la cuenca del Guadalteba, ya alejado del fondo del valle (García Alfonso, 1995-96: 121). Igualmente, el mismo proceso observamos en el río Castril, en la ocupación de pequeños enclaves como Cortijo de los Mallorquines, Bancales de Bajalista y Cortijo de Fuentes Nuevas (Soler García, 1995: 140), situados en un ámbito mucho menos favorable para la agricultura que otros asentamientos más antiguos de la zona. La ocupación de estos lugares más o menos al mismo tiempo evidencia que la escasez de tierra cultivable comenzaba ya a ser un problema hacia el año 600 a.C. Ante esta situación, los sectores sociales que detentaban la autoridad se veían obligados cada vez más a intensificar la captación de recursos si querían mantener su posición de privilegio, incorporando nuevas esferas de interacción, 872

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Capítulo 27

El Hierro Antiguo III. La transición al mundo ibérico

cuya viabilidad disminuía en función del factor distancia. Dado el escaso desarrollo tecnológico, el aumento de la producción de recursos no era posible sin incrementar notablemente la superficie cultivada. Se desencadena ahora un proceso que va a llevar a la apropiación por la fuerza de la tierra. En situaciones similares de escasez de recursos y ante un modelo territorial multifocal, la situación desemboca en la competencia entre los diferentes poderes, cuya salida es la expansión a costa de los vecinos (Yoffee, 1995: 13). b)

El conflicto y la formación de una aristocracia

La existencia de una situación de inestabilidad permanente a partir de la primera mitad del siglo VI actuará como elemento esencial en la modificación de la organización social de las comunidades indígenas, en el sentido de reforzar la desigualdad. El registro arqueológico revela que durante el Hierro Antiguo I y II el armamento apenas se había desarrollado en el sur peninsular, pues la mayor parte de los objetos de uso bélico conocidos son importaciones griegas (Mancebo, 1998) o espadas de aparato. En este contexto toman un cierto interés las puntas de flecha en anzuelo y en especial su concentración de determinados lugares, como Pancorvo y el Castellón de Gobantes, que bien pudieran reflejar la movilización de contingentes importantes de personas en episodios de "conquista" territorial que nosotros situamos ya en el Hierro Antiguo III. A partir del siglo V aparecerán nuevos tipos de armas más propias de una élite guerrera, que cultiva una serie de valores como el combate singular. La situación de conflicto abierto llevará al abandono de las aldeas agrícolas, al carecer de cualquier tipo de defensa natural. En la provincia de Málaga es donde mejor se conoce este fenómeno: la mayor parte de los pequeños asentamientos en llano desaparecen en la segunda mitad del siglo VI o primera mitad del V (Recio 1996: 69; García Alfonso, 1995-96: 121). Lo misma pasa en la campiña de Jaén (Ruiz Rodríguez, 1999: 99). Esta situación de inestabilidad la vemos bien reflejada en la fortificación de algunos poblados. Los Castillejos de Teba levanta una fortificación en su terraza más baja durante el siglo VI, que se instala sobre una vivienda que había sido construida poco antes. Esta premura puede ser síntoma de un peligro inminente. Este primer recinto tuvo una vida corta, ya que poco después este sector del poblado, el más expuesto, se abandona. Así, a partir del siglo V parece que se comienza a construir presumiblemente el recinto amurallado ibérico, que convierte a los Castillejos en una auténtica acrópolis. En el bajo Guadalhorce surgen otros lugares con similares características, tales como el Cerro de la Tortuga (Muñoz Gambero, 1996), con un emplazamiento claramente defensivo. Más al este, determinadas zonas como el bajo valle del Fardes presentan una ocupación muy densa en estos momentos de la primera mitad del siglo VI. Canto Tortoso y El Forruchu son de los centros rectores, situados ambos en cerros escarpados y de fácil defensa. La escasa distancia entre los dos, apenas 4 km. no parece que sea suficiente para 873

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS suponerles una territorialidad diferenciada. Dos son las posibilidades que se plantean: una dependencia mutua o una sincronía-diacronía sucesivamente. Parece más lógica la segunda hipótesis, más factible en un esquema de competencia por los recursos agrícolas de esta zona. La inseguridad que se observa en el Hierro Antiguo III provocará importantes cambios en las élites, que ahora se harán mucho más competitivas (FIG. 445). La consecuencia es que la guerra se convertirá en una actividad casi permanente. Así, el ejercicio de la autoridad mediante el prestigio, la administración de excedentes y -tal vez- un cierto componente sacral que veíamos en el Hierro Antiguo II queda totalmente superado por la nueva situación. Ahora la base del poder es la fuerza. Ésta garantiza la seguridad y los recursos. La élite de allegados a los antiguos líderes se van transformando progresivamente en la aristocracia guerrera típica del mundo ibérico, de modo que la autoridad de los primeros queda cuestionada en la mayoría de los casos. La preeminencia de un aristócrata sobre otro se apoya en la clientela, que se convierte en una fuerza de choque. Esa fuerza puede ser canalizada contra las ciudades fenicias de la costa, como vemos en el intento de asaltar Cádiz por parte del “rey” turdetano Theron (Macrobio, Saturnales, I, 120, 12), o contra otros grupos autóctonos, lo que provocará una mayor atomización del modelo. En el interior del territorio controlado por cada oppidum la nueva aristocracia debió ejercer una mayor coerción sobre los productores que en la etapa anterior, dada la necesidad apremiante de recursos. Algunos autores han planteado que la mayor parte de los hombres libres se dedicaban habitualmente a tareas productivas, acudiendo en determinadas ocasiones al campo de batalla (Quesada, 1995: 161-162). Esta idea choca con la realidad arqueológica, ya que en las viviendas de un oppidum como Puente Tablas no ha aparecido ningún apero de labranza (Ruiz Rodríguez, 1999: 104). De este hecho puede deducirse que los productores no residen dentro del recinto fortificado, pero tampoco han aparecido "aldeas agrícolas" como las del siglo VII. El problema es articular un nuevo modelo de paisaje rural, que, por ahora, se nos escapa.

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El impacto colonial fenicio arcaico… 4ª PARTE: …UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS 2.

LAS ARISTOCRACIAS INDÍGENAS Y EL REPLANTEAMIENTO DE LA ESTRATEGIA COLONIAL

En el desarrollo de la investigación arqueológica, la "crisis del siglo VI" afectó primero a las colonias fenicias, interpretándose de muy diversas maneras. M.E. Aubet ha planteado en varias ocasiones que la reestructuración que se observa al fines del periodo fenicio arcaico es producto de la interacción de elementos muy diversos: dinámica interna de las colonias, caída de Tiro en manos de Nabucodonosor tras trece años de asedio (586-573 a.C.), la entrada de Cartago en la órbita occidental, la crisis de Tartessos y la formación del mundo ibérico en el hinterland (Aubet, 1987: 276-278; 1994: 293-296). Por nuestra parte queremos insistir en este último aspecto. Los acontecimientos que tienen lugar en la metrópoli debieron tener importantes repercusiones en la Península, especialmente de cara a la función de determinados establecimientos coloniales. Sin menoscabo de lo anterior, pienso que el fenómeno inmediato que obliga a los fenicios occidentales a replantear su modelo de implantación territorial es la nueva situación que se genera en el mundo autóctono a partir del Hierro Antiguo III. La consolidación de las aristocracias indígenas provoca un cambio radical respecto a la época anterior. Es muy posible que en determinados momentos, los intereses de las clases dominantes fenicio-occidental y autóctona no coincidan, por lo que se producen determinados episodios de conflictividad, que motivan la llegada de tropas cartaginesas a Cádiz a raíz de la caída de Tartessos (Justino, 44, 5, 2-4; Polibio, II, 1, 5). Las colonias fenicias, prósperos centros comerciales, debían ser presas apetecibles para aquellos grupos autóctonos deseosos de aumentar su disponibilidad de recursos de forma rápida. Estos hechos señalan la crisis total del modelo implantado durante el periodo arcaico. Desde el punto de vista del registro empírico, la fortificación del Cerro de Alarcón, fechada hacia el 600 a.C., es un indicio bastante claro: hay que protegerse de un peligro que viene del interior y que no puede ser otro que los pobladores autóctonos. El cambio en el patrón de asentamiento fenicio en el valle del Vélez es evidente: el centro principal, Toscanos, termina siendo abandonado. En este sentido, es también muy posible que el nacimiento de Malaka como plaza fuerte fenicia, amparada por la colina de la Alcazaba y dotada de un potente recinto amurallado, responda a esta coyuntura del Hierro Antiguo III. El avanzado estado de desecación del delta del Guadalhorce convirtió al Cerro del Villar en un enclave prácticamente indefenso ante un eventual ataque exterior. No cabe duda que en el abandono de esta colonia tuvo un papel destacado la transformación medioambiental del entorno y su exposición a las violentas crecidas del río (Aubet 1999: 46-47; Aubet et alii, 1999: 146-147). En el estrato IV del Cerro del Villar se documenta una violenta inundación en los inicios del siglo VI, pero los estratos siguientes -III y II- muestran una rápida recuperación 876

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Capítulo 27

El Hierro Antiguo III. La transición al mundo ibérico

del lugar y el reinicio de la producción alfarera. Sin embargo, la colonia se abandona poco después, en pleno apogeo de su comercio y de sus actividades manufactureras. Pensamos que este hecho se relaciona con el surgimento de Malaka como ciudad fortificada en la primera mitad del siglo VI, según se demuestra en el sondeo de San Agustín (Recio, 1988: 81) y en la intervención aún escasamente conocida del Palacio de Buena Vista. La nueva ciudad obedece a la concentración de la población colonial del entorno en un punto fácilmente defendible y dotado de buenas condiciones portuarias. Esta fue la respuesta de los sectores dirigentes fenicios a la situación de inestabilidad: sin duda, dos siglos de implantación en la zona facilitaron enormemente esta labor, impensable en los momentos iniciales del proceso colonizador. Paradójicamente, la aceleración del proceso de jerarquización social que los fenicios habían provocado en el sur peninsular a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C. va a obligar a realizar a éstos importantes modificaciones en el planteamiento de su propia implantación en la Península, un nuevo modelo de colonización. Estamos ante un caso típico de dinámica caótica: se introducen una serie de cambios en las estructuras indígenas del Bronce Final para canalizar determinados flujos de recursos en el sentido que interesa a los protagonistas de dicha interferencia, pero en el efecto acumulativo a lo largo de dos siglos provoca un vuelco general de la situación, que escapa al control de sus promotores y genera una nueva síntesis. Sería el modelo revisado de causalidad de McGalde (1999: 16)

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FIG. 445.

El Hierro Antiguo II: el origen de las aristocracias ibéricas. 878

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CONCLUSIONES

La alta Andalucía es una región de características netamente mediterráneas: interacción de mar y montaña, llanura litoral discontinua, altiplanicies y valles interiores, sequía veraniega... Por ello, queda netamente diferenciada de la depresión del Guadalquivir, amplia planicie abierta al Atlántico, cuyo eje es el gran río andaluz. Pese a lo evidente de esta división se hace necesario insistir en ella, ya que frecuentemente se habla del sur peninsular como un todo geográfico, sin tener en cuenta las importantes diferencias territoriales existentes. En este sentido, resulta sintomático el olvido casi generalizado de la Andalucía mediterránea y su traspaís en los estudios de síntesis sobre los siglos VIII-VI hasta hace pocos años (Aubet, 1994: 278-281). De no ser por la intensa presencia fenicia en el litoral, la región de las Béticas aún hubiera pasado más desapercibida para la investigación. La explicación para este hecho habría que buscarla en ese espíritu positivista tan arraigado en la arqueología: la alta Andalucía no se ha caracterizado por proporcionar "hallazgos destacados", por lo que los estudiosos no le han prestado mucha atención. Los resultados de los trabajos acometidos en los últimos quince años en los valles bajos del Segura y del Vinalopó debe movernos a reflexión sobre qué ocurre coetáneamente en la alta Andalucía. Quizás, ahora ha llegado el momento de incorporar plenamente a las comunidades indígenas del Mediterráneo andaluz y del Surco Intrabético al desarrollo del Hierro Antiguo meridional, para lo que es necesaria una potenciación futura de las investigaciones en este sentido, tanto a nivel empírico como de interpretación histórica. Es prioritaria la obtención de nuevos de datos de carácter arqueográfico, especialmente relativos al urbanismo, a los enterramientos, a la articulación del poblamiento autóctono en el entorno inmediato de las colonias fenicias y a las bases subsistenciales de determinadas zonas. La síntesis debe enfocarse hacia la explicación de los procesos de transformación que afectan a las comunidades indígenas y también a los propios colonizadores, como consecuencia de una prolongada relación entre ambos. Es necesaria una renovación de nuestros instrumentos teóricos para articular propuestas que aborden los problemas desde una perspectiva compleja y no determinista. Sería, por tanto, necesario insertar la problemática del mundo indígena de la alta Andalucía en un contexto más amplio: peninsular y mediterráneo. Tradicionalmente se ha venido diciendo que el fin del mundo argárico señala el comienzo de una nueva etapa en la dinámica del sur peninsular. Esta focalización del Bronce Antiguo y Pleno hacia las tierras almerienses y granadinas es más una percepción nuestra que una realidad histórica, como demuestran los descubrimientos efectuados en los últimos tiempos en el valle 879

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El impacto colonial fenicio arcaico en el hinterland de Andalucía mediterránea del Guadalquivir, especialmente en las tierras de Jaén. Seguramente la perspectiva que hoy tenemos del segundo milenio a.C. variará en el futuro. La hipervaloración que se da al mundo argárico es sólo una consecuencia del devenir de la investigación. La presencia de la excepcional personalidad de Siret en Almería resulta absolutamente inseparable de este estado de cosas. La recopilación de un abundante corpus de datos sobre el Sureste peninsular, mientras que en el resto del territorio apenas se conocía nada ha condicionado en gran manera la posición del Argar como eje central de la Edad del Bronce hispánica. Pienso que R. Chapman comenzó a poner al Argar en su sitio: un fenómeno local, con escasos contactos con el exterior y, desde luego, nada que ver con los procesos que acontecen coetáneamente en el Mediterráneo oriental (Chapman, 1991: 357-358). Es posible que en un futuro inmediato el valle del Guadalquivir nos dé sorpresas en este sentido y tengamos que reescribir la historia del Bronce meridional mirando más hacia la baja Andalucía. Dada la escasa capacidad de las élites argáricas para implantar su modelo de jerarquización en las áreas de limítrofes de las cordilleras Béticas, es comprensible que la arqueología haya hablado de crisis y de vuelta atrás en las formas de vida y organización social durante el periodo que hemos denominado Subargárico/Bronce Tardío. Se evalúa globalmente una situación en la que el factor local es determinante. Realmente tal desestructuración sólo debió producirse en las zonas que habían servido de escenario al pleno desarrollo de esta sociedad jerarquizada, caso de la depresión de Vera y sus ramificaciones hacia la altiplanicie de Guadix-Baza y vega de Granada. En el resto del territorio de la alta Andalucía la desaparición del Argar no tuvo prácticamente ninguna consecuencia, ya que estas comunidades mantenían un modo de vida basado en las prácticas propias de la Edad del Cobre, aunque se detectan algunos cambios en el ritual funerario como la práctica de enterramientos individuales, síntoma una incipiente ruptura de los lazos comunales con la diferenciación de determinadas personas dentro del grupo. La continuidad de estas comunidades es lo que revela el registro arqueológico durante el Bronce Tardío, pero la interpretación de esta información empírica en el sentido de regresión hacia formas de organización anteriores pienso que es errónea. En realidad, se habían producido escasos cambios a lo largo del Bronce Antiguo y Pleno con respecto a la época anterior, por ello se impone valorar ambos periodos territorio por territorio, sin dejarnos deslumbrar por el brillo del Argar en las tierras bajas almerienses. Por tanto, no cabe hablar de crisis generalizada en toda la Andalucía mediterránea y su traspaís tras la desaparición del fenómeno argárico. Estamos ante un acontecimiento bastante localizado espacialmente. El Bronce Final va a suponer el verdadero comienzo de los cambios en las comunidades prehistóricas de la alta Andalucía, en el sentido de potenciar una intensificación en la extracción de los recursos y una mayor jerarquización social. Se produce ahora una mayor articulación territorial, surge una nueva forma de enterramiento que remite a un pasado mítico y comienzan las relaciones a distancia. Entendemos todos estos elementos como síntoma de la 880

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consolidación de determinados liderazgos locales, en lo que hemos denominado sociedad de rango. Muy poco es lo que podemos decir sobre el funcionamiento interno de la misma, no pasando del nivel de inferencias. Posiblemente, el parentesco es la base sobre la que se asienta la preeminencia de los grupos emergentes. Estas élites debieron basar su autoridad en una amalgama de elementos tales como el linaje, el prestigio y la potestad de administrar las relaciones exteriores. Igualmente, su consolidación tuvo que ir acompañada también de una cierta concentración de riqueza de origen agrario, ganadero y minero, pero, dada la escasa capacidad de generación de excedentes de la sociedad indígena del Bronce Final, no parece que la acaparación de los recursos propios fuera la forma de enriquecimiento principal de estos grupos. Pensamos que fue la situación estratégica de ciertos poblados sobre las principales rutas de comunicación, tanto marítimas como terrestres, la causa que favoreció un enriquecimiento de determinados grupos de élite sobre otros. A mayores posibilidades de acumulación, mayor consolidación de los sectores sociales dominantes. Estas circunstancias son las que vemos reflejadas claramente en el registro empírico de la Peña Negra de Crevillente, que, aunque fuera de nuestra área de estudio, resulta paradigmático (González Prats, 1993b). Desde el punto de vista del repertorio artefactual, el Bronce Final es netamente diferente de las etapas anteriores. La cerámica presenta una tipología novedosa, que va arraigar de forma tan profunda que se mantendrá vigente hasta el siglo VII en la población indígena. La metalurgia de estos momentos tiene dos niveles: uno de importaciones de origen atlánticomediterráneo y otro local, mucho más sencillo desarrollado. La cultura material del Bronce Final resulta significativa de cara a precisar el bajo nivel técnico de estas comunidades, ya que no parece que existan especialistas a tiempo completo, sino artesanos polivalentes. Para obtener objetos de prestigio de elaboración compleja las élites deben importarlos o bien recurrir a extranjeros que dominan las técnicas de producción de los mismos. Estos se instalan en los poblados más importantes, donde existe una demanda de sus productos, tanto para el consumo propio como para su distribución regional. Esto es lo que vemos el taller metalúrgico de Peña Negra I (Ruiz Gálvez, 1990: 337-339; 1998: 255). Esta circunstancia implica que progresivamente las élites se van consolidando a lo largo del Bronce Final, ya que necesitan mayor cantidad de objetos de prestigio y tienen la capacidad de acoger extranjeros en el seno de la comunidad indígena (FIG. 446). La llegada de los fenicios actuará como un verdadero revulsivo en el mundo autóctono. El contacto con una sociedad estatal supondrá la puesta en marcha de un proceso imparable hacia una mayor estratificación social, concentrándose las posiciones de estatus en grupos cada vez más reducidos. Los fenicios disponen de una tecnología más eficiente para la extracción y administración de los recursos, que facilita un proceso de intensificación económica desconocido hasta entonces en el sur peninsular. El resultado fue la 881

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El impacto colonial fenicio arcaico en el hinterland de Andalucía mediterránea generación de un volumen de excedentes muy superior al que eran capaces de producir por sí solos los grupos indígenas. Estas mayores disponibilidades de subsistencias favorecieron el crecimiento demográfico, necesario para incrementar la escala del sistema mediante la deforestación y cultivo de nuevas tierras. El rápido aumento de la riqueza disponible actuó como un elemento favorecedor de las desigualdades en el mundo autóctono. Las élites vieron consolidada su posición de preeminencia debido a la relación privilegiada que mantenían con los fenicios y al prestigio dentro de sus propias comunidades. Sin duda, el aumento progresivo de los excedentes que se produjo a lo largo de unas pocas décadas, especialmente finales del siglo VIII y principios del VII, contribuyendo de modo decisivo a asentar el poder de los sectores privilegiados locales. En el sur peninsular observamos una serie de pautas en el registro empírico que indican una concentración de la autoridad en determinados personajes, que han sido denominados príncipes, régulos, jefes... Esta sociedad estratificada es la que observamos en los túmulos de Setefilla, donde en torno a un enterramiento principal se distribuyen una serie de sepelios secundarios. Al mismo tiempo, las fuentes clásicas, cuando hablan de reyes en Tartessos (Heródoto, I, 163; Justino, 44, 4), reflejan la existencia de dirigentes encumbrados muy por encima del resto de la población. Con estos monarcas tratan los comerciantes extranjeros. La concentración del poder propia del Hierro Antiguo II debió conllevar una serie de elementos de carácter religioso, de los poco sabemos, pero que se pueden inferir de lugares como Pozo Moro. Estos atributos sacros, combinados con el prestigio del linaje, una cierta redistribución de la riqueza a los más allegados al líder mediante los mecanismos de la economía del don y la garantía de las subsistencias para la masa de productores, debieron ser suficientes para ejercer el poder sin necesidad de una coerción excesiva a lo largo del siglo VII. En este contexto, las relaciones parentales debieron seguir jugando también un papel destacado, pero ahora compartido con las alianzas de carácter político y económico suscritas con los fenicios o con otros grupos de élite indígenas, probablemente selladas con enlaces matrimoniales, de manera que se ampliaba la base de poder de estos grupos (FIG. 447). No obstante, este fenómeno de concentración de la autoridad no parece que fuera generalizado en todo el sur peninsular. Como en el caso argárico, es posible que se trate de un fenómeno circunscrito a determinadas áreas, especialmente el valle del Guadalquivir y la cuenca del Segura-Vinalopó. En la alta Andalucía todavía nos faltan los elementos arqueográficos que nos permitan hablar con propiedad de la existencia de estos personajes encumbrados, pero observamos claramente un aumento de la estratificación social. El registro nos muestra claramente la intensificación económica, la articulación jerárquica del espacio y el reparto desigual de los objetos de prestigio. En las Béticas las posibilidades de generación de riqueza no alcanzaban el volumen de Andalucía occidental, al tiempo que el relieve 882

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FIG. 446. Propuesta de un modelo de territorio indígena en la alta Andalucía: el Bronce Final.

FIG. 447. Modelo de territorio indígena. El hierro Antiguo I-II: intensificación. 883

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El impacto colonial fenicio arcaico en el hinterland de Andalucía mediterránea

FIG. 448. Modelo de territorio indígena. Hierro Antiguo III: colapso.

FIG. 449. Modelo de territorio indígena. El periodo Ibérico Antiguo: la respuesta a la crisis. 884

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condicionaba una acusada compartimentación espacial. No obstante, la incorporación de la Andalucía mediterránea al conjunto de esferas de interacción de las colonias fenicias y de Tartessos debió tener consecuencias a nivel social, ya que las élites que dirigían estas comunidades vieron reforzada su posición privilegiada. El registro arqueológico nos muestra claramente la intensificación económica de unos valles con buenas posibilidades agrícolas, aunque no muy amplios, pero cuyo valor esencial era su carácter de rutas naturales que accedían a la cuenca del Guadalquivir desde los puertos fenicios de la costa sur mediterránea. Sólo en la zona más oriental existía una importante zona minera en la sierra de Gádor y Villaricos, enlazando este sector almeriense con los cotos de la cordillera litoral murciana. Sin duda, las élites indígenas de la alta Andalucía supieron sacar partido tanto de los recursos que poseían como de su posición estratégica en las rutas terrestres. Así, a nivel arqueográfico encontramos un aumento demográfico generalizado, la implantación de la casa fenicia cuadrangular y compartimentada, la adopción de la cerámica a torno fenicia de lujo como vajilla de mesa para los sectores preeminentes y el empleo de ánforas R-1 y pithoi para el almacenaje. La adopción de las nuevas tecnologías fenicias queda evidenciada por la fabricación en el interior de recipientes a torno y la incipiente metalurgia del hierro. El punto débil del sistema se encontraba en la atomización del mismo, que impedía la construcción de unas estructuras “suprapoblado” amplias, que hubieran consolidado la posición de determinados líderes en detrimento de otros. Mantener la escala del sistema implicaba la necesidad de constante de tierras fértiles para su roturación así como captar nuevas de esferas de interacción para extraer recursos y establecer alianzas. Sin duda, el aumento de la escala económica a lo largo del siglo VII permitió a las élites indígenas obtener grandes beneficios de la presencia fenicia, pese a los diferentes grados de complejidad de los diversos territorios meridionales. Estos sectores sociales acumularon riqueza y consolidaron su estatus. El proceso fue quizás inconsciente durante el Hierro Antiguo I, pero una vez establecidas unas relaciones fluidas, la colaboración con los colonizadores resultaba muy interesante para los líderes locales, estableciéndose muy pronto lazos parentales entre ambos grupos dirigentes. Esta circunstancia explica el éxito de la colonización. En la mayor parte del mediodía peninsular, la expansión del "modelo fenicio" de intensificación fue llevada a cabo por las élites autóctonas y no por los colonizadores. El uso de la tecnología y de los métodos de trabajo fenicios debió conllevar la presencia de especialistas orientales en el seno de algunas comunidades indígenas, como una contraprestación más ofrecida por la clase dirigente colonial a los jefes locales. En esta relación intensa y recíproca debieron penetrar no pocos elementos ideológicos de origen fenicio en el mundo autóctono: culto a determinadas divinidades, carácter sacro del poder, arquitectura monumental, escritura, estética del prestigio... Estos elementos, cargados de una fuerte 885

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El impacto colonial fenicio arcaico en el hinterland de Andalucía mediterránea carga de refuerzo de la autoridad, fueron extendiéndose a medida que se incorporaban nuevas esferas de interacción. Como hemos visto, los líderes autóctonos, en especial los de la baja Andalucía, eran los principales interesados en captar nuevas fuentes de recursos cada vez más alejadas, incorporando así al "modelo fenicio" territorios del interior peninsular donde los colonizadores difícilmente podrían haber llegado por sus propios medios. Por tanto, como ha señalado M.E. Aubet (1995: 229) las élites indígenas fueron coprotagonistas y co-beneficiarias de la empresa colonial fenicia en Occidente. En la primera mitad del siglo VI aparecen los primeros síntomas de crisis. En el Mediterráneo asistimos al fin de la época arcaica, que supone la irrupción de nuevas potencias y, por tanto, una nueva relación de fuerzas, que repercutirán en el papel hasta entonces desempeñado por las colonias fenicias del Extremo Occidente. A nivel interno del mundo indígena del mediodía peninsular, observamos también indicios de que el sistema puesto en marcha durante el Hierro Antiguo I y II estaba alcanzando sus límites. El aumento constante de la producción agrícola y la incorporación nuevas esferas de interacción comienza a ser ya difícil. Respecto a las necesidades de mayores subsistencias, las mejores tierras estaban ya ocupadas y es necesario roturar áreas marginales y con menos posibilidades agrícolas (FIG. 448). Al tiempo, la captación de recursos de nuevas áreas choca con el factor distancia, que la hace inviable en la práctica. Así, a finales del siglo VII-principios del VI aparecen indicios de que el valle medio del Tajo se integra dentro de la red de intercambios que tiene como centro el bajo Guadalquivir (Pereira, 1994: 55-62 y 75). Sin embargo, pensar en nuevos territorios más allá del Sistema Central es ya una utopía. Por tanto, el Hierro Antiguo III supone el fracaso del modelo anterior. La competencia por los recursos llevará a una gran inestabilidad interna, potenciada por la atomización del territorio, planteándose unas nuevas relaciones con las colonias fenicias. A nivel social asistimos a la desaparición de los incipientes poderes centralizados que personificaban los líderes del Hierro Antiguo II, caracterizados por un poder basado en el linaje, en la riqueza y en la sacralidad. Ahora, la élite debe dotarse de un carácter eminentemente guerrero, para garantizar la seguridad y los recursos ante la competencia de otros grupos. Estamos en el origen de las aristocracias ibéricas, cuyo modelo territorial es el oppidum (FIG. 449). Por tanto, el mundo ibérico no es una etapa de expansión económica, sino todo lo contrario: se trata de una larga crisis. La abundancia de objetos de lujo durante los siglos V-IV no debe interpretarse en el sentido de una mayor riqueza, sino de la imperiosa necesidad de la aristocracia de representarse a sí misma: tumbas, armas, vasos griegos y una serie de ritos como el symposion. Todos estos elementos sirven para reforzar la cohesión social del grupo dominante y diferenciarlo del resto de la comunidad.

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