El Holocausto y la responsabilidad personal

June 13, 2017 | Autor: Sofya Dolutskaya | Categoría: European History, Jewish Studies
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Sofya Dolútskaya

12.01.2016

El Holocausto y la responsabilidad personal “Holocausto” es una palabra de origen griego que significa “completamente quemado” y se refiere a la antigua costumbre judía de ofrecer a Dios animales sacrificados y posteriormente inmolados. Las imágenes de la víctima de redención, inmolada por los pecados de todo el pueblo, abundan en la tradición judeo-cristiana. Siguiendo esta tradición, los historiadores de posguerra pusieron el nombre de “Holocausto” a lo que entre los judíos también se conoce como “Shoa” – la Catástrofe y a lo que el régimen nazista denominó “Endlösung” – la “solución final de la cuestión judía” en Europa. Conforme la época de la Segunda Guerra Mundial se va alejando en el tiempo, los sobrevivientes y testigos del Holocausto son cada día menos. La mayoría de los que vivimos en el mundo actual sólo podemos acceder a estos eventos indirectamente – a través de documentos, obras de arte y los relatos sobre la vida de las personas que lo vivieron de primera mano. Estos relatos a menudo son dolorosísimos de leer; aprender sobre el Holocausto requiere un gran esfuerzo psicológico y emocional. ¿Para qué nos sirve este esfuerzo? ¿Por qué es necesario hacerlo, aunque duela? El Holocausto, como cualquier otro cataclismo de la historia humana, nos enseña quiénes somos y de dónde venimos, nos demuestra a la vez lo mejor y lo peor de la naturaleza humana que en su esencia cambia muy poco con el paso del tiempo. Una madre judía llegó a esta conclusión y la plasmó en la última carta que pudo enviar a su hijo desde el gueto de Berdíchev (Ucrania), poco antes de su muerte en septiembre de 1941: “¿Qué puedo decirte de los seres humanos? Me sorprenden tanto por sus buenas calidades, como por las malas. Son extraordinariamente diferentes, aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia, pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura cada cual se protege de la lluvia a su manera…”1 El escritor Vasili Grossman, el hijo a quien iba dirigida esta carta de despedida, la incluyó en su novela “Vida y destino”, una reflexión comparativa profunda y crítica sobre las experiencias nacionalsocialista y soviética. Como corresponsal de guerra, Grossman estuvo entre los primeros periodistas que entraron al campo de exterminación de Treblinka con las tropas soviéticas en 1944. Sus impresiones quedaron plasmadas en un ensayo intitulado “El infierno de Treblinka” y después – en “El libro negro”, la colección de documentos sobre el Holocausto que el régimen soviético no quiso publicar, porque consideraba ideológicamente incorrecto destacar a una etnia entre tantas víctimas del nazismo. Grossman no quedaba indiferente a ningún sufrimiento humano, pero le dio un lugar aparte a la exterminación de los judíos en “Vida y destino”, porque se trataba de un Estado que se puso como propósito ideológico exterminar completamente a una etnia, “matar a los judíos por el simple hecho de que sean judíos”. Lo más horrible para Grossman era la completa indiferencia de los ideólogos nazistas ante lo individual e irrepetible de cada ser humano dentro del grupo destinado a la exterminación. Entre los judíos había toda clase de gente – “buena, mala, ingeniosa, estúpida, torpe, alegre, sensible, generosa o tacaña. Pero Hitler dice que nada de eso importa, lo único que importa es que son judíos.”2 ¿Qué puede hacer un ser humano ante el semejante desafío? El tiempo de reflexiones y lecciones colectivas vino después de la derrota militar del régimen nazista – los procesos de Nüremberg, la denazificación en Alemania, la creación del sistema universal de protección de los derechos humanos. Pero para que todos estos avances fueran posibles, las reflexiones y la resistencia tenían que empezar con el individuo. Aquí están tres ejemplos de este esfuerzo individual. “Yo yacía tumbado debajo de un pajar y esperaba que anocheciera. Oía disparos continuos – fusilaban a la gente que se quedó en el gueto. Aquella fue la noche más horrible de mi vida. Me habían destrozado - ¿dónde estaba Dios en todo aquello? ¿Por qué Él me había escondido de mis persecutores y no tuvo piedad de aquellas quinientas personas – niños, viejos, enfermos? ¿Dónde había quedado la justicia divina? Después entendí que Dios estaba con los que sufrían. Lo mataban junto con nosotros. Dios sólo podía estar con los sufrientes y nunca – con los asesinos.” Con estas palabras, el Hermano 1

Vasili Grossman. “Vida y destino”; traducción al español de Marta Rebón; Random House Mondadori, 2008. Parte I, Cap. 18, p. 103. 2 Ibid., Parte II, Cap. 54, p.736.

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Sofya Dolútskaya 12.01.2016 Daniel Rufaisen describe a los adolescentes israelitas su camino hacia la fe cristiana en la novela documental de Liudmila Ulítskaia.3 En Bielorrusia ocupada por los alemanes, Daniel trabajaba de intérprete y un día había entreoído como los oficiales alemanes planeaban la exterminación del gueto local. A pesar del aviso que Daniel dio a los habitantes del gueto, no toda la gente se decidió a huir y juntarse con la guerrilla partisana. Daniel fue descubierto por los alemanes y, escapando de su propia muerte, fue testigo indirecto de la exterminación. Vuelto monje carmelita y sacerdote católico, pasó el resto de su vida ayudando a la gente, de todas las maneras posibles. Decía: "Dios me ha salvado la vida tantas veces, que ya no me pertenece." Yanusz Korczak era doctor y pedagogo judío-polaco que vivía en Varsovia, donde fundó y dirigió un orfanato para niños judíos (Dom Sierot) y otro – para niños polacos (Nasz Dom). Dedicó toda su vida a los niños, soñaba con una “Magna Carta” de derechos de niño. Escribió libros para niños, los más famosos cuentan la historia del Rey Matías I – un rey-niño. El día de la eliminación del “pequeño gueto” de Varsovia (5 o 6 de agosto de 1942) un oficial nazista le dijo: “Doctor, nosotros conocemos y amamos sus cuentos para niños, Usted puede quedarse”. Korczak se negó a abandonar a los niños de su orfelinato y se dirigió con ellos en una marcha silenciosa a la plaza de donde partían los transportes para los campos de exterminación. Pereció en Treblinka, junto con los niños y educadores de su orfelinato. El pintor ruso Dmitriy Lion le rindió homenaje en un tríptico, cuya parte central se llama “Encaminados al horno”. En abril de 1933, el Papa Pío XI recibió una carta de Edith Stein, una filósofa religiosa católica que provenía de una familia judía polaca. La carta decía: “Como hija del pueblo judío que por la gracia de Dios durante los últimos once años también ha sido hija de la Iglesia católica me atrevo a hablarle al Padre de la Cristiandad sobre lo que oprime a millones de alemanes. Desde hace semanas vemos que suceden en Alemania hechos que constituyen una burla a todo sentido de justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Todos nosotros, que somos fieles hijos de la Iglesia y observamos las condiciones imperantes en Alemania con los ojos abiertos, tememos lo peor para el prestigio de la Iglesia si su silencio se prolonga por más tiempo. Estamos convencidos de que, a la larga, este silencio no logrará comprar la paz con el actual gobierno alemán.”4 Más tarde, Edith fue trasladada a Holanda donde continuó su labor y se unió al esfuerzo de los obispos holandeses que luchaban en contra de la deportación de judíos. Como consecuencia de este trabajo y de su procedencia judía, Edith Stein fue fichada y luego arrestada por la Gestapo. Junto a su hermana Rosa y otros religiosos y religiosas, fue llevada al campo de concentración de Amersfoort; pereció en Auschwitz el 9 de agosto de 1942. Aprender sobre el Holocausto y guardar su memoria es parte del trabajo de autoconocimiento que debe hacer cualquier persona consciente y crítica. Este trabajo no se acaba con la condenación del antisemitismo o del nazismo, sino debe llevarnos a la conclusión de que a ningún ser humano se le puede ver como inferior a nosotros, porque es diferente y no pertenece a “nuestro grupo”. El mecanismo que desencadenó e hizo posible la campaña nazista de exterminación contra los judíos y otros grupos “indeseables” es el mismo mecanismo que opera en cada conflicto donde un lado ve al otro como subhumano y se niega a reconocer que “los del otro lado” poseen la misma dignidad humana que “los nuestros”. La capacidad de reconocerse en “el otro” y sentir compasión hacia los que son diferentes forma la base para cualquier esfuerzo en la protección de los derechos humanos. Sin ella, nos seguirá sucediendo lo que describió el Padre Martin Niemöller en su poema: “Primero llegaron por los socialistas, y no protesté, porque no era socialista. Después llegaron por los sindicalistas, y no hablé, porque no era uno de ellos. Después llegaron por los judíos, y no hablé, porque no era judío. Hasta que un día vinieron por mí – y ya no había nadie quien pudiera hablar por mí.”

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Luidmila Ulítskaia, 2007. “Daniel Stein, intérprete”; Editorial Eksmo, Moscú, p.236, 239. La traducción es mía. La traducción al español de Marta Rebón se publicó por Alba Editorial, Barcelona en 2013. 4 La Carta de Edith Stein al Papa Pío XI, Nuestra Memoria, Año X, Núm 23, julio de 2004, p.8. En línea: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/edith_stein/nuestra_memoria.pdf

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