EL HAMBRE DE ETERNIDAD DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA A LA LUZ DEL PENSAMIENTO PSICOANALÍTICO

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Descripción

EL HAMBRE DE ETERNIDAD DE

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

A LA LUZ DEL PENSAMIENTO

PSICOANALÍTICO


por Jesús María Dapena Botero



En algún punto, las almas de don Miguel de Unamuno y José Asunción Silva se
juntan como sombras enlazadas.


¡Oh las sombras de los cuerpos
que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan
en las noches de tristezas y de lágrimas! [1]

Ambos llevaban dentro de sí, un sentimiento trágico de la vida y, de
seguro, ambos albergaban dentro de ellos, una insaciable sed de eternidad y
de infinitud.

De ahí, el profundo sentimiento empático con el que don Miguel puede
escuchar el dolor profundo que le ocasiona al poeta colombiano el mal del
siglo, que el filisteísmo del médico no pudo comprender en ese bello poema
que nos regala Silva, cuando el bardo acude a consulta con las siguientes
quejas:

Doctor, un desaliento de la vida
en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo… el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano… un incesante
renegar de lo vil de la existencia,
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis…

Y la respuesta del galeno es:
Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo; báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho.
¡Lo que usted tiene es hambre!… [2]

El doctor, quien no tiene oídos para escuchar y entender la hondura de la
queja de su paciente, se precipita a un diagnóstico de hambre, para el que
aconseja medidas dietéticas y pragmáticas pero, en su prólogo a la edición
española de la obra poética de Silva, Unamuno, que sentía a este bardo,
como un poeta hermano, sentará su voz de protesta y al prosaico diagnóstico
del médico, gritará que lo que Silva tenía era hambre de eternidad, de vida
inacabable, de más vida acaso [3], que tal vez era lo que fue a buscar el
vate tras su suicidio.

En esta diatriba, me pregunto, ¿qué diremos los psicoanalistas?

Alguno podrá decir que Silva era un melancólico y, a lo mejor, tenga razón.
Podrán aducir eventos históricos que confirmen posibles desencadenantes de
crisis depresivas, la muerte de su amada hermana Elvira – con quien, mucho
se ha hablado, que el poeta mantenía un vínculo incestuoso -, el
hundimiento del barco en el que venía, desde Venezuela, una buena parte de
su obra literaria inédita, la ruina de la empresa familiar, en fin… el
estilo mismo del bardo, con su exquisito lirismo. Pero mucho temería caer
en una taxonomía, con todos los riesgos de abuso del psicoanálisis aplicado
a la literatura, asunto que algunos han criticado bastante.

Más que meter a Silva (1865-1896) en una clasificación psicopatológica,
quisiera asimilarlo a esas bellas almas [4] del siglo XIX, un hombre de la
clase de Miguel de Unamuno (1864-1936) o de Romain Rolland (1866-1944), que
tienen sus raíces en el propio suelo del romanticismo, cargado de
idealismo, como mentalidad surgida en un siglo enigmático, del que fueron
insignes representantes, siglo del que Thomas Mann nos dice que fue uno más
auténtico que el anterior, más sumiso a la realidad pero, a su vez, más
falto de voluntad, más triste, más fatalista, sin respeto ni por el corazón
ni por la razón, un siglo escindido, con la creencia de que sólo en la
totalidad, todo se redimiría y aparecería como bueno y justificado, siglo
dividido, entre un tedioso spleen, melancólicamente honesto, y su fe en
el progreso. [5]

Pero esa creencia en la totalidad redentora, sin duda, había de influir en
eso que Romain Rolland denominaría sentimiento oceánico, del cual se
ocuparía Freud en las primeros capítulos de El Malestar en la cultura [6]
para darle una interpretación psicoanalítica, un tipo de sentimiento de
fusión con el todo, con lo absoluto, que me parece bastante pertinente para
oír la queja de Silva, más allá del filisteísmo pragmático de su doctor.

Del propio Silva se nos dice que expresaba una profunda insatisfacción
frente a la pacata, provinciana y católica sociedad burguesa del siglo XIX,
en Santafé de Bogotá, lo cual lo colocaba en un lugar excéntrico hasta
hacer del arte un Absoluto religioso pero profano y laico, como una especie
de substitución de Dios por un proyecto existencial estético, más acorde
con el idealismo alemán de un Hölderlin y un Schelling.

Para el vate santafereño, la filosofía se comprendía poéticamente con un
culto del yo, en la línea del yoísmo de Maurice Barrès, cuya trilogía
serviría a Silva como breviario religioso para su yo esteticista, con el
que pretendía superar todos los límites, para que la poesía funcionara como
un absoluto, aunque algunos – nos dice Gutiérrez Girardot – aseguran que
era Silva un fino galán, algo donjuanesco, despreciado por las
tradicionales bogotanas porque un hombre bello, culto y bien vestido, era
considerado un afeminado pero, para otros, era un tímido Amiel, que
compensara sus inhibiciones con la sensualidad desbordante del protagonista
de su novela, De sobremesa, el cual funcionaría como una especie de yo
ideal para el poeta. Así, si Unamuno vivía su sentimiento trágico de la
vida y la agonía del cristianismo, Silva acompasaba su fatal sentimiento de
la existencia con la agonía del arte. [7]

Si, Freud, en esa destacable obra magistral, entre toda la suya, habla de
que el individuo choca con la civilización, la cual le produce un profundo
malestar por las limitaciones que impone a su vida pulsional, podríamos
pensar que José Asunción Silva sería un caso paradigmático de esta
situación; de alguna manera, lo sabemos por su De sobremesa [8], tan
cargada de elementos autobiográficos, en la que el poeta bogotano era un
hombre tentado por el éxito, por el Poder y la riqueza, un aristócrata
capitalino; de seguro, el hombre quería distinguirse de la masa, de la
multitud y destacarse en el mundo del dandismo; no por casualidad era
conocido en el medio intelectual colombiano como José Presunción Silva
pero, a la manera del Romain Rolland, al que Freud dedica El porvenir de
una ilusión [9], el bardo busca un lugar sin límites, que le dé una
sensación de eternidad, de absoluto, un lugar sin barreras, en el que pueda
vivirse una especie de sentimiento oceánico, como una vivencia puramente
subjetiva; no en balde, en su poema Crisálidas se pregunta:

… al dejar la prisión que las encierra
¿Qué encontrarán las almas? [10]












¿Ante los reconocidos muros de esa cárcel, espera el vate más libertad
acaso? Al menos, el poeta, sin limitarse a tesis materialistas, se pregunta
qué hay allá en el trasmundo; allí, más allá de la tumba. Recordemos que
José Asunción Silva no es, a la manera de Freud, un científico
racionalista, sino un diletante y un poeta.

Es por ello, sensible a un sentimiento de coparticipación con un todo que
está más allá del sujeto, en el mundo externo, de la misma forma que lo
fuera Unamuno, como si fueren partícipes de un universo panteísta, como una
posición intelectual, no despojada de cierto tono afectivo; por ello, me
resulta casi imposible un estudio psicoanalítico sobre José Asunción Silva,
en el que no se tenga en cuenta ese elemento esencial de su poesía que es
el afecto y de su singular condición de poeta y hacer simplemente un
estudio de su encadenamiento sintagmático; sería olvidarnos del lírico para
convertirlo en un versificador. Al fin y al cabo, aproximarse desde esta
perspectiva negaría la aseveración del propio Silva cuando escribe: Lo que
me hizo escribir mis versos fue que la lectura de los grandes poetas me
produjo emociones tan profundas como son todas las mías. [11]

Silva conoce de enamoramientos, de la idealización del objeto amado, con el
que anhelaría fusionarse, dada su perfección, como bien podemos verlo en el
vínculo del protagonista de su novela, José Fernández Andrade, quien sigue
febrilmente esa especie de Dulcinea, que es Helena, portadora del mismo
nombre de la mítica mujer de Troya.

El poeta sabe que en el fenómeno del enamoramiento, los límites del yo
tienden a disolverse, para fundirse con el objeto amado puesto que los
enamorados aseveran que el tú y el yo son uno solo, proyectados en el
espacio imaginario que se prolonga por infinitos negros.
No es casual que al escribir su poema nocturnal, Una noche refiere una
singular unión entre los amantes cuando expresa:





A mi lado, lentamente, contra mi ceñida toda,

muda y pálida

como si un presentimiento de amarguras infinitas te agitara…

…por la senda florecida que atraviesa la llanura

caminabas,

y tu sombra

fina y lánguida
y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada

sobre las arenas tristes

de la senda se juntaban

y eran una

y eran una

y eran una sola sombra larga… [12]


Unamuno, a diferencia del doctor de El mal del siglo, acierta en su
diagnóstico de hambre de eternidad, que no sería otra cosa que hambre de
absoluto, de fusión con el todo, dado su poderoso sentimiento oceánico,
diríamos con Freud, como búsqueda del reestablecimiento de un narcisismo
irrestricto, al ser uno con el todo, como regresión a estados muy arcaicos
de la mente, a una experiencia mística, al trance o al éxtasis, en el que
el ser supuestamente podría llenarse de goce, que tendría su máxima
expresión en el anhelo de la muerte de quien quiere acercarse al Nirvana,
estado del ser en que éste quedaría librado del sufrimiento y de los ciclos
metempsicóticos.

Unamuno podría comprender a Silva desde su propia tendencia mística, en su
búsqueda de unión con Dios, como goce misterioso, secreto, enigmático e
inefable que se escapa a la cadena significante, que como bien decía Santa
Teresa: No hay sentir sino gozar, sin entender lo que se goza, puesto que
las palabras divinas son cosa que la tierra no puede comprender y para lo
que lo místico ha de decir no encuentra palabras.
Pero la mística de Silva, más que doctrinal, sería experimental, como un
estado espiritual, como poesía pura, así el lenguaje poético no pueda dar
cuenta de todo su goce, que quizás es lo que busca en su suicidio final, al
pretender trascender la prisión que encierra a las almas en su Crisálidas,
para acceder a un reino situado por fuera del yo y el ello, aunque Silva no
fuera precisamente de esos sujetos que combaten contra el cuerpo.

Él se va a allí, tal vez queriendo saber qué pasa cuando el sujeto se
desvanece e irse a un abismo insondable, inaccesible a la medida y a los
pensamientos del ser humano, tal vez a intentar llenar un vacío en un mundo
donde imagina que reina la inmanencia del Ser Absoluto, del Ser en sí, del
Dios aristotélico, por toda una eternidad, nos dirá don Miguel; quizás para
adentrarse en otra esfera, una esfera pasiva y autorreflexiva, así sea otro
engaño imaginario, el de hacerse uno con el Todo y quizás como Margarita
Porete se haya ido tras la Nada Divina, Nada pura, desierto de toda cosa,
por fuera de lo humano, más allá de las palabras.





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[1] Silva, J.A. Obra poética. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1985, p. 85
[2] Silva, J.A. Obra poética. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1985, pp. 110-
111.

[3] Silva, J.A. Poesías completas: seguidas de prosas selectas/José
Asunción Silva; noticia biográfica por Camilo de Bringard Silva; prólogo de
Miguel de Unamuno. Aguilar, Madrid, 1969.

[4] El concepto de alma bella adquirió gran importancia en el romanticismo.
Hegel lo adoptó en la Fenomenología del espíritu (VI, C, c): el Alma bella
es una conciencia que «vive con ansia de empañar con la acción y con el ser
la honestidad de su interior»; que al no querer renunciar a su refinada
subjetividad se expresa sólo mediante palabras y que, si desea elegir, se
pierde en absoluta inconsistencia. Goethe dedica el VI libro de Los años de
aprendizaje de Wilhelm Meister a la «confesión de un Alma bella», y la
hacía hablar así: «Yo no recuerdo ninguna orden; nada se me aparece bajo
figura de ley; es un impulso el que me guía, siempre justo; yo sigo
libremente mis disposiciones y sé tan poco de limitaciones como de
arrepentimientos.» El Alma bella es una de las figuras típicas del
romanticismo: la encarnación de la moralidad, no como regla o deber, sino
como efusión del corazón o del instinto.
http://www.filosofia.org/enc/abb/alma.htm

[5] Mann, Th. Consideraciones de un apolítico. Editorial Grijalbo,
Barcelona, 1978, pp. 40-43.

[6] Freud, S. El malestar en la cultura en Obras Completas (t. XXI),
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, 65-66, 72-73.

[7] Gutiérrez Girardot, R. El dandismo de José Asunción Silva en
Pensamiento hispanoamericano, Universidad Autónoma de México, México D.F.,
2006, p. 47-62.

[8] Silva, J.A. De sobremesa. Panamericana Editorial, Santafé de
Bogotá,1997, 244 pp.

[9] Freud, S. El porvenir de uma ilusión en en Obras Completas (t. XXI),
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, pp. 1-55

[10] Silva, J.A. Obra poética. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1985, p. 67.

[11] c.f. Rosas Crespo, E. José Asunción Silva y Ricardo Cano Gaviria:
lector artista, lector que escribe.
http://www.ucm.es/info/especulo/numero27/silva.html

[12] Silva, J.A. Obra poética. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1985, p.84.
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