El Gran Maestre D\'Aubussón y la última cruzada

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Descripción

El Gran Maestre D’Aubussón y la última cruzada Dr. Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio, Marqués de Casa Real

Pierre D’Aubusson, fue el quinto de los hijos de Renaud D’Aubusson y Marguerite de Comborn, Vizcondes de La Marque, nacido en el año 1423 en la villa francesa de Montiel-le-Vicomte, próxima a Bourganeuf, en el departamento de la Creuse. Su temperamento inquieto, cuando apenas tenía trece años, le hizo enrolarse en el ejército que estaba organizando su tío Jean D’Aubusson de la Borne, Chambelán del Rey Carlos VII de Francia, contra el Duque Felipe “El Bueno" de Borgoña. Tras el fin de las hostilidades logrado por la Paz de Arras de 1435, regresó al hogar paterno en donde junto a los constantes ejercicio de esgrima y equitación que realizaba, no descuidó nunca el estudio de la Geografía, la Historia y las Matemáticas, lo que le haría desarrollar sus dotes de buen juicio y organización que tan valiosas le serían en el futuro. Con apenas veinte años se enroló en la expedición enviada en socorro a Hungría, asolada por los otomanos, siendo distinguido por el Emperador Segismundo, por su arrojo y prudencia. Sin embargo, la amenaza de reanudación de la guerra contra Inglaterra le haría regresar a Francia , estableciéndose en París en donde su pariente Jean D’Aubusson, Chancelán de la Corte, le presentó al propio rey Carlos VII quien quedó gratamente impresionado por la prestancia e inteligencia del joven Pierre, al que convirtió en compañero del Delfín, el futuro rey Luis XI que tenía su misma edad, al que acompañó en la expedición contra los Cantones Suizos en el año 1444, participando en el asedio a Bale y en la batalla de la Maladrerie de Saint Jacques.. 1

Lograda la paz la vida alegre y muelle de la Corte se fue haciendo pesada para Pierre D’Aubusson que ansiaba más actividad. Es en aquellas fechas cuando a través de su tío Luis d’Aubussón, Caballero sanjuanista y Comendador de Charroux, supo del esfuerzo guerrero contra el turco que estaba realizando la Orden Hospitalaria de San Juan desde su nueva base militar en la Isla de Rodas que el Gran Maestre Jean de Lastic había arrebatado en el año 1445. Inflamado en deseos de luchar contra el temible turco, se cree que fue en ese mismo año de 1445 cuando Pierre D’Aubusson marcho a unirse a los defensores de Rodas y se cruzó caballero de la Orden Hospitalaria. Lo animoso de su ánimo y sus dotes de organizador llamaron la atención del Gran Maestre Jean de Mitry que le fue encomendando encargos de cada vez mayor responsabilidad, siendo nombrado Comendador de Salins. En el año 1457 el Gran Maestre Mitry le encargó que en nombre de la Orden convenciera el Rey Calos VII para que entrara en la liga contra los otomanos que estaba preparando la Orden. Si bien no lograría su empeño, pues el Rey temeroso de debilitar sus defensas contra la amenaza inglesa rehusó comprometerse en otra campaña bélica, pero en cambio permitió que D’Aubusson recaudara el décimo sobre las rentas del Clero de toda Francia a fin de proveer a los gastos de la nueva campaña contra los musulmanes. Ello le permitiría reunir la suma de 16.000 libras de oro que empleo en la compra de armas y municiones para abastecer la sede de Rodas. En el año 1471 el nuevo Gran Maestre Juan Sebastián de Ursino le nombró Bailío de la Lengua de Auvernia y muy pronto le ascendería a 2

Gran Prior de la misma provincia, encargándole de reforzar las defensas de la isla contra la inminente amenaza turca, tarea a la que se dedicó con todo esfuerzo construyendo nuevas torres y bastiones que convirtieron la isla en un inexpugnable bastión de la Cristiandad. Años después, tras el fallecimiento del Gran Maestre De Ursino, el 8 de junio de 1476, Pierre D’Aubusson fue elegido por unanimidad como su sucesor, convirtiéndose así en el nuevo Gran Maestre. Su elección se realizaba en momentos de grave apuro para la Religión pues los turcos, tras haber derrotado a la República de Venecia y devastado sus posesiones forzaron a los venecianos a aceptar una paz poco honorable. Libres de la amenaza de la flota veneciana, estaban preparando una gran armada para la conquista de la Isla de Rodas, arrebatándosela así a los caballeros sanjuanistas, cuyas galeras eran la única fuerza que les disputaban el dominio del Mediterráneo. La Hospitalidad se encontraba sola frente al peligro otomano, pues los estados vecinos se encontraban enfrascados en sus problemas internos y nadie podía ayudarles. Es por ello que su carácter decidido, sus dotes de organizador y su experiencia guerrera le hicieron ser nombrado por el Consejo de la Orden como sucesor de Ursino. Sabia por la información obtenida a través de sus propios agentes que los turcos preparaban una gran expedición que podría muy bien dirigirse contra la isla de Rodas. Sus primeros actos fueron el reforzar las defensas de la isla, construyendo nuevas fortificaciones cuyos cimientos estaban excavados en las rocas, como la Torre de San Nicolás levantada sobre una de las grandes rocas situadas en la bocana del puerto, en las que según la tradición se alzaba el Coloso de Rodas, y cerrando el acceso al puerto con una gruesa 3

cadena que impedía la entrada de las naves enemigas. Al mismo tiempo firmó un acuerdo de paz con el Sultán de Egipto y con el Bey de Túnez, bajo la excusa de un tratado de comercio, a fin de reducir el número de sus enemigos. Seguidamente se dirigió a todas las encomiendas que la Orden tenía en Europa solicitándolas ayuda y recursos para la defensa, y así su hermano Antonio, quien no pertenecía a la Orden, le aportó dos mil guerreros y quinientos gentileshombres con los que reforzó las guarniciones de la Isla. Toda la población civil de la isla recibió adiestramiento militar y armas para que pudieran ayudar a los caballeros sanjuanistas en su defensa. El Sultán Mahomet II, conquistador de Constantinopla (1453), envió una formidable armada mandada por el Pachá Paleólogo, renegado de la estirpe de los últimos emperadores de Bizancio, formada por ciento sesenta galeras y otras muchas naves menores, en la que se transportaba más de cien mil guerreros, dirigidos por Mézich Pachá, que el 23 de mayo del año 1480 se presentó ante la isla a fin de conquistarla y arrebatársela a la Religión. El sitio comenzó con el bombardeo realizado por la flota musulmana, con toda su formidable artillería, contra la Torre de San Nicolás, importante bastión de la defensa cristiana, batiendo sus muros en el intento de lograr una brecha en ellos por las que pudieran irrumpir los jenízaros y aplastar a los defensores gracias a su abrumadora mayoría. Al fin lograron resquebrajar la fortaleza por los incesantes ataques de la artillería. Tras lo que la avalancha otomana trepó por sus derruidos muros, siendo contenida por la enérgica defensa dirigida por el propio D’Aubusson que espada en mano, logró enardecer con su ejemplo a los defensores y contraatacando lograron rechazar a los enemigos que hubieron de reembarcar. A este primer sangriento ataque sucederían otros muchos, siempre bajo la presión de las naos turcas que llegaron a disparar más de tres mil quinientos cañonazos, si bien los defensores lograrían rechazar 4

una y otra vez a los jenízaros del Sultán, destacándose siempre el Gran Maestre por su arrojo y valentía, pues su sola presencia enardecía de tal forma a los defensores y amilanaba de tal forma a los musulmanes que les hacía perder las ventajas que su gran masa de combatientes suponía. No desdeñaba encontrarse siempre en los puntos de mayor peligro y ello provocaría el que llegara a recibir hasta cinco graves heridas, sin que se negara a abandonar su puesto de combate. Al fin tras ochenta y nueve días de dura y encarnizada defensa se logró rechazar la invasión y los turcos, después de innumerables fracasos, decidieron levantar el sitio y reembarcaron abandonando la isla en la que dejaron más de nueve mil cadáveres, ante los gloriosos muros de Rodas, y tuvieron además quince mil turcos heridos por los bravos defensores. D’Aubusson que desde el primer momento no había abandonado las murallas más amenazadas, regresó a su propio palacio, cubierto aún por su sangre y la de sus enemigos. Tras dar gracias a Dios por la Victoria, como acción de gracias ordenó la construcción de la magnífica iglesia de Santa María de las Victorias, sin olvidar cerrar las brechas causadas en las murallas por la artillería enemiga y reconstruir los bastiones abatidos; pues recelaba de un nuevo ataque de los turcos. El fallido sitio de Rodas demostró que los Turcos no eran invencibles y el prestigio del Gran Maestre subió ante toda la Cristiandad, pues había logrado vencer el orgullo otomano, rechazando un ejército que tras 5

largos años de victorias parecía invulnerable. El gran conquistador Mahomet II (1451/1481) que había comenzado su reinado destruyendo al Imperio Bizantino, con la toma de Constantinopla continuando triunfante por los Balcanes, conquistando Servia, Valaquia, Bosnia, Albania, Chipre, Morea...etc. , y asolando con sus galeras las costas de Italia en el trascurso de una guerra agotadora para la Cristiandad, al fin había sido derrotado en Rodas y obligado a retirarse. Más, el fracaso de la expedición no le desanimaría sino que inmediatamente comenzó a preparar otra nueva contra Rodas, todavía aún más formidable, cuando la muerte le alcanzó diez meses después, sin haber podido realizar ninguna acción más contra la Orden, falleciendo en Tekfur Cayiri el día 3 de mayo de 1481. La muerte del gran turco abriría un paréntesis de respiro a la Cristiandad, ya que según las costumbres de los otomanos el trono sería para aquel de los hermanos que lograra imponerse sobre los demás, pues no existía nada preestablecido respecto al mejor derecho de la primogenitura como sucedía en Occidente. El fallecido Sultán no había dejado establecido cual de sus dos hijos debía sucederle: el príncipe Bayaceto o el príncipe Djemchid. A ambos les había honrado por igual, concediéndoles el gobierno de importantes provincias, pero apartándoles de los asuntos del trono. En un principio su fallecimiento se ocultó a sus propios súbditos, escondiendo el cuerpo del Sultán en un carromato cerrado y anunciando que estaba tomando baños. El Gran visir Karamani, conocedor del carácter poco belicoso y amigo de la molicie que tenía el príncipe Bayaceto, el mayor de los hijos del fallecido sultán, decidió avisar primero a su hermano el príncipe Djemchid, gobernador de Konya, para que se dirigiera apresuradamente a la capital con sus partidarios y reclamara para así el cetro. Más descubierta la conjura por los jenízaros de la guardia del fallecido sultán, asesinaron al Gran Visir y advirtieron al príncipe Bayaceto, gobernador de Amasya, que llegó a Estambul en donde fue coronado con el turbante imperial. 6

Este suceso daría un punto de respiro a la Orden, pues Bayaceto II, era de temperamento pacífico y además hubo de ocuparse de reafirmar su posición frente a los partidarios de su hermano que le disputaban el poder. Una de sus primeras medidas fue firmar un Tratado el 26 de noviembre de 1481 con D’Aubusson acordando una tregua por seis meses, la fin de poder dedicar todos sus esfuerzos a luchar contra su hermano y afianzarse en la corona. El imperio otomano se dividió en dos facciones rivales formadas por los partidarios de ambos hermanos que se enfrentaron en Bursa, saliendo triunfante Djemchid, al que apoyaban los turcomanos, pero su hermano logró huir y se atrincheró en Estambul protegido por los jenízaros. Ambos bandos parecían equilibrados en fuerzas por lo que Djemchid propuso a su hermano repartirse las provincias del Imperio, quedándose él con la Rumelia europea en donde tenía más partidarios y dejando a Bayaceto la Anatolia y sus provincias asiáticas, a lo que éste rehusó indignado. Se inició entonces una sangrienta guerra civil que duraría casi un año, durante la cual los ejércitos de los dos hermanos se enfrentaron varias veces con mudable suerte. Hasta que el 12 de mayo de 1482 los partidarios de Djemchid fueron totalmente derrotados en Bursa. El príncipe hubo de buscar la salvación en la huida, seguido por un puñado de fieles, más en la región abundaban los partidarios de su hermano y el único sitio seguro era la vecina isla de Rodas, muy próxima a la costa turca. Decidió enviar un correo a D'Aubusson proponiéndole una alianza para que le concediera el amparo de la Orden y los medios para trasladarse a la Romelia en donde poder alzar un nuevo ejército. El Gran Maestre le envió un salvoconducto y puso a su disposición una flota de galeras de la Orden que le recogió en el puerto de Korigos junto a su séquito y le condujo a Rodas. El 30 de julio de 1482 fue recibido con todos los honores, como rey e hijo de emperador, y alojado en un vasto palacio. Se celebraron grandes fiestas en su honor, tratándole como a un príncipe reinante y prometiéndole toda la ayuda de la Orden. De esta forma un príncipe de 7

la sangre de los sultanes se acogía a la protección de D’Aubusson y se convertía en un preciado rehén, pues el nuevo Sultán temía que las galeras de la Orden apoyaran a Djemchid y le ayudaran a sublevar a sus partidarios, reiniciándose así la guerra civil dentro del Imperio Otomano. En consecuencia Bayaceto trató de atraerse la amistad de D’Aubusson y le envió como embajador a Mézich Pachá, el mismo que años atrás había mandado la flota que atacó la isla. Así, mientras se agasajaba al nuevo aliado, se recibía en secreto al enviado de respuesta D’Aubusson envió dos caballeros de su confianza, Guy de Montarmauld y Leonard de Prat, como embajadores ante la Sublime Puerta. Comenzaron unas largas conversaciones en las que los enviados del Gran Maestre trataron de presionar al máximo al Sultán, aunque sin llegar a provocar su enojo. En el ínterin, la situación del rehén era muy comprometida, pues de una parte el Sultán Bayaceto trataba de introducir sus espías en la isla para que le hicieran perecer, mientras que los partidarios del príncipe defraudados por la traición del Gran Maestre trataban de organizar su fuga. Grandes sumas de dinero se gastaron por unos y otros tratando de corromper a los guardianes de Djemchid para que o lo mataran o lo dejaran huir, por lo que D’Aubusson a los tres meses apenas de su estancia en la isla lo hizo conducir secretamente a Francia, bajo la guardia del caballero Guy de Blanchefort, su sobrino y Comendador de la Auvernia, acompañado por un séquito de cincuenta mahometanos, incluidos guerreros, sirvientes, cocineros y hasta un pequeño harén para su solaz. Si bien el anciano rey francés Luis XI se negó a recibirle en sus estados, temiendo despertar el enojo del Sultán, y la escuadra hubo de dirigirse a 8

tierras del Duque de Saboya, desembarcando en Villefranche y desde allí se dirigieron a la cercana ciudad de Niza. Se establecieron allí y el príncipe fue agasajado con grandes fiestas y torneos, reteniéndole así en sus deseos de dirigirse a Hungría en donde su rey Matías Corvino había prometido apoyarle con todo su ejército. Djemchid impaciente veía pasar los días sin que se le permitiera abandonar la ciudad, bajo el pretexto que antes de entrar en tierras francesas en su viaje a Hungría debía obtener el permiso de su rey Luis XI. Mientras, seguían las negociaciones entre los embajadores de D’Aubussón y los visires del Sultán hasta que, el 14 de abril de 1483, se llego a un Tratado de no beligerancia y de libertad de comercio entre la Religión y la Sublime Puerta, por el que se establecía una paz perpetua en la que ambos se comprometían a no atacarse y a evitar que desde sus puertos barcos de otras procedencias actuasen en corso contra la otra parte. El Sultán se comprometía pagar una renta de diez mil ducados de oro anuales, en compensación `por los daños sufridos por Rodas con ocasión del último asedio, y otros treinta mil ducados anuales para subvenir al mantenimiento del príncipe Djemchid y su sequito. En una memoria secreta adjunta al mismo el Gran Maestre se comprometía a retener al huésped, negarle todo apoyo e impedirle se uniera a sus partidarios. Mediante dicho acuerdo todo un Imperio se convertía en tributario de un grupo de caballeros y Djemchid se trasformó así en un preciado rehén para la seguridad de la Isla sacrificado así a los intereses de la Orden, en claro incumplimiento de su acuerdo previo, pues cuando se acogió al amparo del Gran Maestre fue con la condición que lo hacía con entera libertad, pudiendo marchar cuando quisiese. De resultas del mismo el príncipe Djemchid protegido por su escolta de caballeros sanjuanistas iniciaría un largo peregrinaje por rutas poco transitadas, alojándose en diferentes castillos de la Orden, hasta su destino final en la encomienda sanjuanista de Bourganeuf, cerca de Limoges. A donde llegó ya con un muy reducido sequito y quedó encerrado en la llamada Grand Tour, hecha construir expresamente para ser su prisión y que se conoció popularmente como la Torre Zizim, 9

afrancesando así el sonido del nombre del príncipe Djemchid, denominación que ha llegado hasta nuestros días. El Sultán satisfecho del encierro de su hermano regaló en el año 1484 al Gran Maestre un rico relicario en cuyo interior se contenía la mano derecha de San Juan Bautista; el cual desde la caída de Constantinopla estaba en poder de los otomanos. Mientras el príncipe se consumía en su prisión, aún cuando sería aliviado por una aventura galante que tuvo con la hija de su carcelero, Maria de Blanchefort. Tres años pasaría Djemchid preso en Bourganeuf, cuando una serie de circunstancias vino a revalorizar el valor del rehén. En el año 1484, un noble genovés de origen griego, denominado Juan Bautista Cibo, de cincuenta años de edad, legítimamente casado y con hijos, pero que un año antes había sido nombrado Cardenal por el Papa Sixto IV, fue alzado a la Sede Pontificia como Inocencio VIII. Desde el primer momento su política tuvo un doble objetivo, apaciguar los enfrentamientos que existían entre los príncipes cristianos y convocar una nueva cruzada contra los turcos que devolviera al Papado el esplendor que había tenido en los tiempos medievales como cabeza y guía de la Cristiandad. Contaba para ello con la ayuda del nuevo rey francés Carlos VIII (1483/1498), joven y ardoroso muchacho de apenas 14 años de edad que recién llegado a su mayoría de edad soñaba en repetir las hazañas de los antiguos cruzados, sobre todo después que un ilustre emigrado, Andrés Paleólogo, sobrino del último emperador bizantino le había cedido, a cambio de una importante indemnización, los derechos de su 10

familia sobre el trono imperial de Constantinopla, ahora en poder de Bayaceto. Puestos de acuerdo, el Papa Inocencio y el rey Carlos VIII presionaron a D’Aubusson para que les entregara al príncipe Djemchid, pues se encontraba preparando una nueva Cruzada contra los otomanos y la liberación del príncipe en su momento oportuno podía sembrar la división en las filas de éstos. A ellos unieron su petición Matías Corvino, rey de Hungría, y Ferrante de Aragón, rey de Nápoles. Ante tales presiones D'Aubusson, no sin largas dilaciones, temeroso de perder la tregua que desde hacia seis años mantenía con los otomanos, tuvo que ceder pues como Gran Maestre debía obediencia a Roma, y a ello se unía que su familia era feudataria del monarca francés. El 10 de noviembre de 1487 un senescal de Francia, al frente de una nutrida escolta de doscientas lanzas, libertó al príncipe otomano de su prisión y lo condujo a Marsella, después a Tolón, desde donde fue embarcado para Civitavechia y de allí a la vecina Roma, en donde fue recibido con honores de príncipe reinante por el Supremo Pontífice. Una vez en su presencia le contó al Papa los sinsabores de su largo cautiverio y le pidió ayuda para trasladarse a Egipto, en donde vivía su madre y sus hijos. Seguidamente Inocencio VIII convoco una solemne audiencia a la que asistieron los embajadores de los reyes de Francia, Castilla y Aragón, Nápoles, Portugal, Hungría, Polonia, del Emperador de Alemania y del Zar de Rusia, así como de Génova, Venecia y Bohemia; es decir, prácticamente de casi toda la Cristiandad, con la intención que conocieran al pretendiente del Turbante Imperial otomano y transmitieran a sus señores la convocatoria de una nueva Cruzada. Partieron los legados pontificios y en todas partes comenzaron los preparativos para recaudar los subsidios que permitieran cubrir los gastos de la expedición. Dicha Cruzada, a fin de evitar herir susceptibilidades entre los diferentes reyes y príncipes cristianos, seria dirigida por un gonfaloniero pontificio de fama universal por su rectitud y hazañas frente a los turcos, Pierre 11

D’Aubusson, al que en premio a su obediencia por entregar el rehén, sobreponiéndola a los intereses de la Orden, honro al Papa Inocencio VIII concediéndole la púrpura cardenalicia, el 9 de mayo de 1488, con el título de San Adrian y le nombró Legado de la Santa Sede en Asia. Sin embargo, todos estos honores no fueron suficientes para convencer D’Aubusson, quien alegaba la gran pérdida en hombres y hacienda que había supuesto para la Orden el asedio de 1480 del que apenas comenzaban a recuperarse. Había cumplido con su deber se súbdito fiel al entregarles tan preciado rehén, poniendo en peligro la seguridad de la isla, pero no se decidía a romper la tregua firmada con los mahometanos rodeado como estaba por sus flotas de guerra y tan lejos de toda ayuda de los príncipes cristianos. A fin de estimularle y obtener a la valiosa colaboración de D’Aubussón en la Cruzada, el Papa Inocencio VIII decidió reunir bajo un mismo mando a todas las Ordenes de Caballería cristianas existentes anexionándolas a la Orden Sanjuanista, reforzando así su poder y medios de acción, mediante la Bula “Cum Solerti Mediatione” del 28 de marzo de 1489, por la que anexionó a la Orden de San Juan las Ordenes del Santo Sepulcro, San Lázaro y del Monte Carmelo. Todo estaba preparado para hincar la Cruzada, incluso el Sultán mameluco de Egipto, enemistado como estaba con el de Turquía con el que se disputaba el dominio del mundo islámico lo que les había llevado a una cruenta guerra entre ambas potencias islámicas (1485/1491), envió como embajador a fray Antonio Milán, Guardián de los Franciscanos del Santo Sepulcro, ofreciéndoles que si permitían a Djemchid unirse a sus partidarios para encabezar la sublevación contra Bayaceto, sufragaría los gastos de la liberación con veinte mil dinares y se mantendría neutral en la contienda. Prometiendo además que trataría bien a todos los cristianos que aún vivían en Palestina e incluso les permitiría la ocupación de la ciudad Santa de Jerusalén, siempre que quedase como ciudad abierta a todos los creyentes, cristianos y musulmanes, bajo el gobierno de la Orden de San Juan. 12

Sin embargo, poco duraron estos momentos de euforia pues el 6 de abril de 1490 falleció el heroico Matías Corvino, rey de Hungría y principal mentor de la Cruzada. Pronto se iniciaron de nuevo las divisiones entre los príncipes cristianos haciendo peligrar la común alianza. El rey de Nápoles, Ferrante II se enemistó con el Papa con motivo de la recaudación de los subsidios para la Cruzada y éste en un momento de ira lo excomulgó y concedió su reino, como feudo pontificio que era, al rey de Francia. Craso error pues ante esta nueva posibilidad el tornadizo Carlos VIII se olvidó de la Cruzada y prefirió la conquista del reino de Nápoles, en recuerdo de la antigua herencia angevina; lo que inevitablemente le llevaría a chocar con Aragón, pues Fernando “El Católico” no podía asistir impasible a que sus parientes napolitanos fueran substituidos por los franceses. Lo mismo sucedía con el emperador Maximiliano y el Dux de Venecia que recelaban del aumento de poder de la monarquía francesa. Incluso al propio Djemchid, a quien los largos años de cautiverio habían atemperado sus ambiciones de poder y que con toda razón recelaba de las promesas de los cristianos, repugnaba cada vez más el convertirse en el responsable de una guerra que tantas victimas otomanas causaría. Temía también que sus mismos partidarios tras siete años de ausencia lo hubieran olvidado, por lo que rechazaba abiertamente seguir los deseos del pontífice negándose a escribir a sus partidarios para incitarlos a la guerra. Solamente Inocencio VIII seguía fiel a la idea de Cruzada, mientras continuaban llegando la Roma los subsidios recaudados para ella en toda Europa. El Papa continuaba exhortando a todos los príncipes cristianos a que hicieran la paz entre ellos y se prepararan para la gran cruzada. Incluso en el mes de enero de 1492 concluyó la paz definitiva con el rey Ferrante de Nápoles al que levantó la excomunión y rogó al monarca francés que se olvidara de atacar a Nápoles, aunque ya era demasiado tarde para ello, pues no había forma de parar las ambiciones de Carlos VIII. A partir de entonces el Papa se replegará sobre si mismo preparando su alma a la muerte que sentía ya cercana. A sus espaldas los 13

cardenales recibían a Moustafa Aga, embajador de Bayaceto que les pagó 120.000 ducados de oro a cambio que redujeran a Djemchid a prisión y se olvidaran de sus promesas de ayuda. Así cuando el 25 de julio de dicho año falleció Inocencio VIII, tras ocho años de pontificado, los Cardenales condujeron a Djemchid desde su principesco alojamiento en el Vaticano a una sombría mazmorra en el castillo de Sant-Angelo y se repartieron cerca de un millón de florines recaudados como subsidio para la Cruzada que desaparecieron para siempre. Su sucesor Alejandro VI, elegido Papa el 11 de agosto de 1492, hubo de hacer frente a las amenazas del rey de Francia que en el otoño del año 1494 cruzó los Alpes al frente de cincuenta mil hombres invadió Italia, mientras que la Santa Sede negociaba con todos los enemigos de Francia incluido el Imperio Otomano. Se llego incluso a un Tratado con el sultán Bayaceto, por el que el Vaticano y la Sublime Puerta se comprometían a no atacarse mutuamente durante tres años y a coordinar sus acciones contra Francia. Una de las cláusulas decía que para la tranquilidad del Imperio Otomano Djemchid debía mantenerse en prisión o entregarse a su hermano Bayaceto.

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El 31 de diciembre de 1494 el ejército francés llegaba a Roma, a la que puso cerco forzando al Papa a refugiarse en el castillo de Sant Angelo. Entre las condiciones exigidas por Carlos VIII para levantar el sitio estaba la que le fuera entregado el príncipe Djemchid, con cuya ayuda contaba para la realización de sus proyectos imperiales. El infortunado fue liberado y agasajado como aliado por Carlos VIII. A la mañana siguiente marchó con el ejército francés hacia la conquista de Nápoles y después de la de su Imperio que habría de repartir con los franceses, más su destino le aguardaba en el camino pues enfermó de disentería y pese a los cuidados de los médicos franceses falleció nada más llegar a Nápoles, el 25 de febrero de 1495, tras catorce años de cautiverio sin que faltaran historiadores que achacaron su muerte al veneno. Su cuerpo fue entregado a su hermano el Sultán que le organizó unos grandiosos funerales, entre otras razones para que sus súbditos comprobaran que su hermano y pretendiente al trono estaba muerto y bien muerto. 15

El 22 de febrero Carlos VIII entró triunfalmente en Nápoles y se hizo coronar no solo rey de Nápoles y de Jerusalén, sino emperador de Oriente, creyéndose ya un nuevo Carlomagno. Tan rápida y fácil fue la conquista que los turcos se llenaron de terror y se aprestaron a la defensa de Constantinopla. Pero no tendrían ocasión de sufrir la acometida francesa, pues el fácil triunfo francés sobre Nápoles alarmó a todas las potencias cristianas y se formó la llamada Santa Liga (31 de marzo de 1495) por la que se unieron la Santa Sede, Venecia, Génova, Milán, España, el Imperio e Inglaterra. Las fuerzas cristianas que debían haber luchado contra los mahometanos se volvieron contra Francia y ante esta poderosa coalición Carlos VIII, sintiéndose acorralado, abandonó rápidamente Nápoles y regresó a su país, terminando así la aventura de reconquistar el Imperio de Oriente. Poco después Carlos VIII moriría en el castillo de Amboise el 7 de abril de 1498, a resultas de un accidente doméstico por haberse golpeado la cabeza visitando los subterráneos de dicho castillo. Le sucedió su tío el Duque de Orleans como Luis XII (1498/1515) que lejos de seguir las ideas de Cruzada de su antecesor firmó un Tratado Perpetuo de no agresión con el sultán Otomano. En el año 1495 el Papa Alejandro VI, a estancias del emperador Maximiliano I y del rey Fernando “El Católico”, anuló la Bula de Inocencio VIII que anexionaba la Orden de Santo Sepulcro a la de San Juan, dando lugar a un largo contencioso respecto a los bienes Sepulcristas que habían pasado a la Religión. La tregua entre la Orden de San Juan y la Sublime Puerta continuaría y D’Aubusson se convertiría en arbitro de las relaciones diplomáticas entre oriente Occidente, hasta que en el año 1499 se produjo el conflicto entre Bayaceto II y la Señoría de Venecia (1499/1503). Por primera vez, tras diecisiete años tregua, una flota turca cruzó los Dardanelos y se dedicó a asolar las costas de Italia. El Papa Alejandro VI, a requerimientos de Venecia, convocó 16

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los embajadores de todas las potencias cristianas y por toda la cristiandad se difundió la idea de una nueva Cruzada. Se formó una alianza entre el Imperio, Francia, España, Venecia y la Santa Sede preparándose la acción conjunta por mar y tierras contra las posesiones del Sultán. Dado que ningún rey quería tomar parte personalmente en la expedición la flota aliada sería mandada por D’Aubusson, como Legado pontifício, a quien se le llamó para que abandonara Rodas y tomara el mando. Se reunió una formidable flota que se envió a tomar Mitilene, fortaleza del Sultán, para desde allí dirigirse a Gallipoli en su camino hacia Estambul. Sin embargo, el Gran Maestre D’Aubusson se sentía enfermo e incapaz por su edad de dirigir la cruzada. Dilató su presencia, pretextando que antes de abandonar Rodas debía de encontrar al hombre idóneo para confiarle el mando de la isla. Los meses pasaron y con ello se sucedieron varias acciones navales, aunque sin llegar nunca a una batalla decisiva entre las flotas cristiana y mahometana, pues para ello habría que esperar aún setenta años hasta la acción de Lepanto (1571). El estado del Gran Maestre se fue agravando hasta su fallecimiento, sucedido el 13 de julio del año 1503, a los 80 años de edad. A su muerte dejó la Orden de San Juan más fuerte y poderosa que nunca, pero esta misma riqueza que la aportaron la anexión de los prioratos Sepulcristas y Lazaristas sería causa de su perdición, pues su sucesor Américo D’Amboise (1503/1512) descuidó la defensa de Rodas, preocupado como estaba en administración del patrimonio de las Ordenes Militares anexionadas a la de San Juan y en los problemas que le causaban los Caballeros de éstas reacios a integrarse en la Religión. Le sucedió por breve tiempo Guy de Blanchefort (1513/1513), sobrino de D’Aubusson que había sido el guardián del príncipe Djemchid; a éste Fabricio del Carreto (1513/1521) y después Felipe de Villiers de L’Isledam (1521/1534), último Maestre de Rodas pues durante su mandato se perdió la Isla abandonándola sus caballeros el día 1º de enero de 1523, tras seis meses de asedio por la armada turca. 17

Nos queda una secuela más del abortado Proyecto de Cruzada que no queremos dejar de comentar, como fue la llamada Conjuración de los Judíos que coadyuvó decisivamente a la pérdida de Rodas. Existía en Rodas una importante comunidad judía, que habitaba en la judería situada en la ciudad antigua, cuya presencia había sido tolerada por los Grandes Maestres. Cuando el sitio de Rodas de 1480 los judíos contribuyeron a la defensa de la ciudad contra los otomanos, por lo que numerosos judíos sefarditas expulsados de España a partir de 1482 por la Inquisición fueron a acogerse a Rodas, instalándose en la llamada Kay Ancha de la judería, calle paralela a las murallas por el sitio de los italianos. Cuando D’Aubusson fue nombrado cardenal por el Papa, y se le encargó dirigir la cruzada que se estaba preparando, se le ordenó que limpiara la isla de infieles y en consecuencia ordenó la expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo. Los que no marcharon fueron perseguidos y sus bienes embargados, lo que causo un hondo malestar entre los judíos y fue el germen de la conspiración judía que veinte años más tarde contribuiría a la caída de la isla en manos de Solimán. Pues los falsos conversos, mediante un sistema de señales previamente acordado dirigían los cañonazos de la armada turca sobre los puntos más débiles de las fortificaciones cristianas y además rellenaron de sacos de arena el foso del baluarte lindante con su judería, facilitando así el acceso de los invasores.

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En consecuencia el Imperio Otomano fue el único que salió reforzado de la pasada crisis. Renovando sus ataques contra la Cristiandad, especialmente desde que en el año 1512 el sultán Bayaceto II fue depuesto por una insurrección militar encabezada por su belicoso hijo Selim I (1512/1520), quien en un principio pareció respetar la tregua con la Religión al dirigir la potencia de sus ejércitos contra el Imperio Persa, al que derrotaron definitivamente en Tchaldiran (1514), ocupando sus estados, para después dirigirse contra el Sultanato Egipcio en una campaña devastadora (1515/1517) en la que Siria, Egipto y Palestina caen en poder de Selim I, convirtiéndose así en el único e indiscutible señor del Islam, tras lo que volvería sus armas contra el reino de Hungría, aunque la muerte acabó súbitamente con sus ambiciones. Fue sucedido por su hijo Solimán I, el Magnífico, que continuó con sus conquistas por el valle del Danubio, apoderándose de Belgrado (1521), tras lo que se volvió contra la Religión, logrando arrebatarles la fortaleza de Rodas (1523), llave del Mediterráneo oriental. En aquellos momentos nadie pudo acudir en socorro de la Orden, pues Europa ardía en guerras entre las potencias cristianas y la misma Iglesia 19

se había resquebrajado por la Reforma protestante. ¡Que lejos andaban ya los tiempos en que se pensaba en organizar una Cruzada¡. Bibliografía: -

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