El giro republicano del progresismo radical: Ruiz Zorrilla, entre el Partido Radical y el republicanismo reformista

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XII CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA

PENSAR CON LA HISTORIA DESDE EL SIGLO XXI

En septiembre del 2014 los Departamentos de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y Complutense (UCM) organizaron el XII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea. Se celebraron 38 talleres con más de 500 ponencias y una cifra superior a los 700 asistentes. Los objetivos del congreso fueron los de rendir un sincero y necesario homenaje a dos compañeros que se jubilaban este curso, Manuel Pérez Ledesma (UAM) y Juan Pablo Fusi (UCM), así como llevar a cabo un cierto “estado de la cuestión” sobre lo que están trabajando nuestros jóvenes investigadores, sus temas de interés, los caminos por los que transcurrirá la producción histórica en nuestro país y en algunos otros de los países de procedencia de los asistentes. Buscábamos además que la reunión de Madrid sirviera de lugar de encuentro de asociaciones, redes, grupos de investigación en Historia Contemporánea. Los trabajos publicados en estas actas incluyen muy diversos objetos de estudio: Historia de la Guerra y de los Conflictos, Historia Política, Historia de la Educación, Historia de las Relaciones Internacionales, Historia Global, Historia Económica, Historia Empresarial, Historia de las Relaciones de Género, Historia Comparada, Historia Local, Historia de la Iglesia, Historia Postcolonial… y todo ello referido a muy diversos ámbitos: España, Europa, América, Asia.

Pilar Folguera (UAM) Juan Carlos Pereira (UCM) Carmen García (UAM) Jesús Izquierdo (UAM) Rubén Pallol (UCM) Raquel Sánchez (UCM) Carlos Sanz (UCM) y Pilar Toboso (UAM) (editores)

PENSAR CON LA HISTORIA DESDE EL SIGLO XXI Actas del

XII CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA

Pilar Folguera Juan Carlos Pereira Carmen García Jesús Izquierdo Rubén Pallol Raquel Sánchez Carlos Sanz Pilar Toboso (editores)

UAM Ediciones, 2015

ÍNDICE ACTAS XII CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA PRESENTACIÓN, por Pilar Folguera y Juan Carlos Pereira .................................... 53 TALLER N.º 1. GUERRAS CIVILES TOTALES EN LA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA ..................................................................................................... 59 TALLER N.º 2. EL TURISMO EN LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DEL MEDITERRÁNEO (SIGLOS XIX Y XX) .......................................................... 209 TALLER N.º 3. EUROPA, INTEGRACIÓN Y CRISIS ............................................. 403 TALLER N.º 4. EPPUR SI MUOVE. LA HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES. NUEVOS Y VIEJOS DESAFÍOS ............... 535 TALLER N.º 5. MEDIADORES Y TRANSFERENCIAS CULTURALES: ESPAÑA, EUROPA Y AMÉRICA EN EL SIGLO XIX ............................................. 707 TALLER N.º 6. SABER Y GÉNERO. MUJERES EN LA ENSEÑANZA SUPERIOR, ANÁLISIS COMPARADOS ................................................................... 861 TALLER N.º 7. FLORECIMIENTO, DESTRUCCIÓN Y RECUPERACIÓN DEL PROYECTO EDUCATIVO LIBERAL EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX ... 1113 TALLER N.º 8. EL MODELO DE MODERNIZACIÓN “ESTADOUNIDENSE” Y SUS EFECTOS EN EUROPA Y AMÉRICA LATINA ......................................... 1253 TALLER N.º 9. HISTORIA DE LA EDICIÓN, EL LIBRO Y LA LECTURA ....... 1421 TALLER N.º 10. CAPITAL HUMANO Y SECTOR TERCIARIO EN LA EUROPA SUROCCIDENTAL EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA ............................................................................ 1643 TALLER N.º 11. PODER E INSTITUCIONES POLÍTICAS EN EL ATLÁNTICO IBÉRICO: REDES, MODELOS Y TRANSFERENCIAS ................. 1765 TALLER N.º 12. NUEVOS ACERCAMIENTOS A LAS CULTURAS SOCIALISTAS EN EL SIGLO XX ............................................................................ 1893 TALLER N.º 13. FUENTES Y METODOLOGÍA PARA LA HISTORIA DE LA EMPRESA ...................................................................................................... 2095 TALLER N.º 14. UNA NECESARIA HERRAMIENTA DE CONSTRUCCIÓN METODOLÓGICA: MICROHISTORIA, HISTORIA LOCAL Y SU IMPORTANCIA PARA LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA......... 2219

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TALLER N.º 15. COLONIZACIÓN, DESCOLONIZACIÓN Y RELACIONES POSCOLONIALES ....................................................................... 2407 TALLER N.º 16. PACIFISMOS, ANTIFASCISMOS Y SOLIDARIDAD INTERNACIONAL: NUEVOS ACTORES SOCIALES Y PERSPECTIVAS INTERNACIONALES ................................................................................................ 2705 TALLER N.º 17. LIBERTAD RELIGIOSA: IGLESIA CATÓLICA Y ECUMENISMO EN LOS SIGLOS XIX Y XX ...................................................... 2827 TALLER N.º 18. VISIONES DE LA DEMOCRACIA, DISCURSOS Y PRÁCTICAS DEMOCRÁTICAS EN EL SIGLO XIX.......................................... 2949 TALLER N.º 19. EN LA SALA DE LOS ESPEJOS INCÓMODOS: MIRADAS CRUZADAS Y PERCEPCIONES CAMBIANTES SOBRE NUESTRO PASADO RECIENTE ............................................................................. 3187 TALLER N.º 20. LAS NARRATIVAS SOBRE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA A LA DEMOCRACIA (1979-2013) ........................................................................... 3317 TALLER N.º 21. REPRESENTACIONES DE LA HISTORIA EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA: POLÍTICAS DEL PASADO Y NARRATIVA DE LA NACIÓN (1808-2012) .................................................................................... 3529 TALLER N.º 22. HISTORIA DEL COMUNISMO: NUEVAS TENDENCIAS ...... 3671 TALLER N.º 23. NACIONALISMOS BANALES ................................................... 3911 TALLER N.º 24. CLASES MEDIAS Y NUEVA SOCIEDAD URBANA EN ESPAÑA EN EL SIGLO XX ............................................................................... 4191 TALLER N.º 25. LA SEGUNDA REPÚBLICA. UN DEBATE ABIERTO ............ 4317 TALLER N.º 26. HISTÓRIA Y PSICOANÁLISE. UM DIÁLOGO POSSIVEL .... 4501 TALLER N.º 27. LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: UNA PUESTA AL DÍA HISTORIOGRÁFICA ...................... 4639 TALLER N.º 28. PODERES(ES) Y CONTRAPODER(ES) EN EL ÁMBITO LOCAL DURANTE EL TARDOFRANQUISMO Y EL PROCESO DE CAMBIO POLÍTICO............................................................................................ 4779 TALLER N.º 29. EL CONFLICTO COMO EJE PARA LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA ................................................................. 5079 TALLER N.º 30. CAMBIOS ESTRUCTURALES DE LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD DEL ANTIGUO RÉGIMEN A LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA EN ESPAÑA (1770-1930): ¿LA REVOLUCIÓN LIBERAL? .................................. 5165

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TALLER N.º 31. MUJERES Y PODER POLÍTICO EN LA CONTEMPORANEIDAD. UNA COMPARACIÓN INTERNACIONAL ............... 5401 TALLER N.º 32. VIOLENCIA, DICTADURAS Y ACTITUDES POLÍTICAS EN EL SIGLO XX EN ESPAÑA, PORTUGAL Y AMÉRICA LATINA ................. 5563 TALLER N.º 33. EL ENTORNO DIGITAL Y EL OFICIO DEL HISTORIADOR ................................................................................................. 5787 TALLER N.º 34. MEMORIAS DEL PASADO, ACCIONES DEL PRESENTE: LOS PASADOS VIOLENTOS HOY ......................................................................... 5947 TALLER N.º 35. NATURALEZA, ESPACIO Y TERRITORIO: UNA MIRADA DESDE LA HISTORIA .............................................................................................. 6079 TALLER N.º 36. ASIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO. UNA MIRADA DESDE ESPAÑA ........................................................................................................ 6289 TALLER N.º 37-38. ASALTO AL TREN DE LA HISTORIA: LA UTOPÍA EN LA EDAD CONTEMPORÁNEA......................................................................... 6585

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EL GIRO REPUBLICANO DEL PROGRESISMO RADICAL: RUIZ ZORRILLA, ENTRE EL PARTIDO RADICAL Y EL REPUBLICANISMO REFORMISTA Eduardo Higueras Castañeda Universidad de Castilla-La Mancha

El 11 de febrero y el Partido Republicano Progresista “Yo creo, Sres. Senadores y Diputados, que no puedo, que no debo, que aunque pudiera aunque debiera, no quiero ser republicano, y que tampoco soy monárquico, y esta es mi desgracia”1. Quien hablaba era Ruiz Zorrilla, hasta aquél momento presidente del ejecutivo. Acababa de conocerse la renuncia al trono de Amadeo I. Nicolás María Rivero, presidente del Congreso, llevaba algunos meses trabajando en secreto con el líder republicano Estanislao Figueras, y a la vez con el duque de la Torre, para acelerar ese momento2. El Partido Progresista-Democrático o Radical se había forjado entre 1869 y 1870 como fusión de progresistas y demócratas monárquicos para apoyar la candidatura saboyana e impulsar el desarrollo legislativo de la Constitución en sentido democrático. Pero su vocación dinástica se había erosionado gravemente tras la disolución de las Cortes en 1872, que dio el poder a los Constitucionales de Sagasta y Serrano. Un sector del grupo parlamentario y buena parte de las bases se inclinaban ya, aunque no expresamente, a la república3. La solución republicana, para la mayor parte de los radicales, no fue ninguna huida adelante, porque de hecho, no era la única salida para la crisis institucional. Era, eso sí, la que mejor podía garantizar el desenvolvimiento de su proyecto político. Debe tenerse presente que el radicalismo, bajo el liderazgo de Ruiz Zorrilla, había aglutinado tendencias como el demokrausismo (Madrazo, Azcárate, Labra) o el liberalismo radical de influencia manchesteriana (Figuerola, Echegaray, Gabriel Rodríguez). Esas tendencias tenían también cabida en el Partido Federal o en la agrupación unitaria de García Ruiz. Durante la crisis final del reinado de Amadeo I, ante la posibilidad de un giro liberal conservador en el gobierno que truncara las leyes sobre abolición de la esclavitud, abolición de las quintas, presupuesto del clero, etc., las Cortes del Partido Radical aceleraron la proclamación de la República. Cristino Martos, nuevo presidente

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de la Asamblea, declaró en nombre de su partido: “nosotros aceptamos la República; y como no basta aceptar la República, nosotros los radicales vamos a votar la República, y vamos a votarla de buen grado”4. Según Pi y Margall, Ruiz Zorrilla “por pudor político no se convirtió entonces, como otros ministros [a la República]; pero desde el 11 de febrero podía darse por descontado que no volvería a ser monárquico”5. La voluntad de mantener, por encima de todo, una imagen de coherencia política le impulsó a seguir los pasos de Amadeo a Portugal, aunque no fuera al lado del ex monarca, que no había puesto mucho entusiasmo en aceptar su compañía. Zorrilla debía desempeñar su papel hasta el final: su imagen estaba estrechamente asociada a la del duque de Aosta, al que había ofrecido la corona en 1870, y a quien había tomado juramento en enero de 1871. De haber votado, como el resto de su agrupación, la República, su prestigio como líder monárquico se hubiera resentido, sin ganar por ello credibilidad como republicano. Desde ese momento, y hasta su regreso definitivo a la política en el verano de 1874, buscó desde un aparente retiro la oportunidad para volver a la vida pública atenuando el hiato que existía entre su antigua militancia monárquica y su nueva profesión de fe republicana6. Ese giro político era más aparente que real. En su experiencia como gobernante halló sistemáticamente la obstrucción a ultranza del liberalismo conservador. El ejemplo más evidente fue la “conjura de los negreros”, integrada por constitucionales, alfonsinos y carlistas para frenar la reforma administrativa de las colonias antillanas7. A la vez, encontró la “benevolencia” del centro y la derecha del Partido Federal. Consideraba, eso sí, que las nuevas instituciones republicanas tendrían que enfrentarse a las mismas resistencias que él había afrontado, pero agravadas. Su retirada, desde este punto de vista, era también estratégica. En Elvas era un simple espectador que, sin mezclarse en las iniciativas de su antigua agrupación, veía como se desmoronaba sin compartir la responsabilidad del desastre. El Partido Radical se había formado para dar respuesta a unos problemas concretos dentro del marco de la monarquía democrática. Pero no podía representar el mismo papel en una República que compartía con sectores hasta entonces excluidos de la dirección del país. En otras palabras: los radicales no podían ser el polo reformista de un sistema bipartidista, cuando en ese sistema existían opciones más avanzadas que ellos. No es que sus integrantes no tuvieran cabida bajo las nuevas instituciones: era el propio partido el que no encontró un adecuado encaje. Más aún si se tiene en cuenta que el nacionalismo de base unitaria y el liberalismo radical que compartía la mayor parte de

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aquéllos, colisionaba frontalmente con la aspiración a la España federal y con el demosocialismo de la izquierda republicana. A los pocos días de cruzar la frontera, Zorrilla recibió una carta de Cristino Martos: “Esto marcha à grand vitesse por el camino que usted profetizó que marcharía. ¡Pobre País! Si Dios no lo remedia, me parece que pronto anunciará el telégrafo al mundo entero esta lacónica frase: Finis Hispaniae”8. Es probable que en esos momentos Zorrilla compartiera los temores del presidente de las Cortes. Sin embargo, consideraba que la República representaba la legalidad. No se sumó, por ello, a la deriva extralegal del sector radical que el 24 de febrero trató de dar un golpe violento al timón de la República9. De igual modo, Zorrilla fue un mero observador del intento de golpe de Estado de Martos y Serrano el 23 de abril. Esa fecha sancionó el derrumbe del Partido Radical y fue, precisamente, esa la coyuntura que aprovechó su antiguo líder para retomar la iniciativa. El descrédito de sus sucesores le acreditaba a él. A finales de mayo se reunió con Ángel Fernández de los Ríos en Caldas. Los dos coincidían en diagnosticar la muerte de la agrupación progresista-democrática y la necesidad de construir un partido nuevo, dentro de la República, que no fuera una mera reedificación de su anterior partido10. Su propósito era impulsar la participación institucional, mientras el grupo martista perseveraba en una deriva extralegal que les aproximaba a las conspiraciones de los constitucionales: “Biarritz y Bayona est[aban] convertidos en un verdadero foco de conspiración, —observaba Juan Manuel Martínez— y es una delicia ver a Martos unido al Duque de la Torre y Sagasta; a Sardoal y de Blas; ¡Qué asco! Trabajan mucho y tienen grandes esperanzas”11. Fernández de los Ríos, con Ruiz Zorrilla a la sombra, se trasladó a España para tratar de impulsar esa nueva alternativa. La idea consistía en posicionarse con el centro derecha republicano, que encabezaba Nicolás Salmerón, para acudir a las elecciones parciales. Ruiz Zorrilla le preguntaba: “¿Vais a fusionaros o cada uno va a trabajar por su cuenta y riesgo? Lo primero sería decisivo por lo imponente e inesperado; lo segundo sería incompleto y no de grandes consecuencias”12. El propio Salmerón tanteaba el terreno con algunos núcleos del radicalismo13. No en vano, el republicano almeriense se rodeó mientras fue ministro de Gracia y Justicia de políticos radicales, como Romero Girón, Rafael María de Labra, Gumersindo de Azcárate o Ruiz de Quevedo14. Fernández de los Ríos esperaba aislar al sector radical que se había alineado con los constitucionales. Con este fin, convocó a una treintena de progresista-demócratas “de respetabilidad e historia en el partido”15, pero de segunda fila. Éstos, por supuesto,

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no permanecieron inactivos16. En una segunda reunión, celebrada en la Tertulia Progresista, consiguieron maniobrar para no quedar descolgados de la antigua agrupación, que mantuvo una ficción de unidad17. Los acuerdos, aparentemente, separaban al radicalismo de las conspiraciones constitucionales, al tiempo que sellaban su compromiso con la legalidad republicana. Según La América: “Los radicales parece que al fin y al cabo se desvían del sinuoso camino por ellos emprendido antes del 23 de abril: comprenden que sus alianzas naturales no están en el campo unionista, que su ideal no puede ser otro que la República y que combatiendo esta forma de gobierno, combaten su propia doctrina, sus intereses y los intereses de esa numerosa clase media a que representan. Existe entre los radicales un grupo que estuvo a punto de claudicar poniendo la espada de la libertad en manos del duque de la Torre; contra la tendencia representada por este grupo se reunieron en casa del Sr. Montesinos algunos progresistas de abolengo, de quienes dicen los maledicentes que iban inspirados por el Sr. Ruiz Zorrilla”18.

Pero el efecto era exactamente el contrario del que Fernández de los Ríos y Ruiz Zorrilla habían intentado provocar: “No te hagas ilusiones —escribía el segundo—, el máximo de lo que pudieras conseguir sería reunir una parte más o menos considerable del partido, que para nada serviría, estando combatida por los que quedaran del otro lado”19. Por eso ninguno de los dos firmó el manifiesto del nuevo Partido Republicano Progresista, publicado a finales de octubre. El documento proclamaba la fusión del Partido Progresista-Democrático con el Partido Republicano Unitario de Eugenio García Ruiz. El texto, con un marcado tono conservador, daba la alarma contra una triple amenaza: el carlismo, “nueva forma de la tiranía teocrática”, la fragmentación nacional a que abocaba la Federal, y el “salvaje imperio de las hordas socialistas”20. El fenómeno cantonal, y en particular los episodios de Cartagena y Alcoy, acentuaron en España la oleada conservadora que en toda Europa había provocado la Comuna de París21. La apuesta del nuevo partico era consolidar la Constitución de 1869 bajo la forma republicana, dejando fuera del sistema a las “dos demagogias” (la cantonal y la carlista) y otorgando “la mayor fuerza posible [a] los poderes públicos”. En ese sentido, halagaba tanto a los Voluntarios de la Libertad —“el país en armas, dispuesto a defender su existencia como sociedad civilizada y su unidad como nación”— y al ejército. Es decir, a las dos fuerzas armadas que combatían al carlismo y

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al cantonalismo, y en las que los unionistas de Serrano y los alfonsinos conspiraban sin descanso. No sorprende, desde este punto de vista, que Martos, García Ruiz y Echegaray, máximos dirigentes del nuevo partido, se integraran en el gobierno dictatorial formado después del golpe de Estado del general Pavía, en enero de 1874.

Radicales y republicanos frente a la Restauración

Ruiz Zorrilla se encontraba ya en España cuando el general progresista clausuró por la fuerza las Constituyentes republicanas. Quiso, sin embargo, desmarcarse todo lo posible de la dictadura del duque de la Torre. Por ello continuó el retiro en sus propiedades de Palencia y Burgos. Mientras, dejaba correr los rumores, cada vez más frecuentes, que le ligaban al republicanismo22. En agosto, por fin, hizo pública su nueva profesión de fe, exhibiendo para ello una carta que le había dirigido Castelar “para sacarle del retraimiento”23. Tenía especial interés en remarcar que volvía a la política como republicano, y lo hacía de la mano de los republicanos, no de los radicales. Pero su justificación, ante todo, era el peligro de involución que representaba una Restauración que sentía cada vez más amenazante. Para Ruiz Zorrilla no había más que dos opciones ante el carlismo: la república o la monarquía de Alfonso de Borbón. Ante esa disyuntiva, la única forma de mantener su compromiso con la Revolución de 1868 era la primera24, porque de la Restauración sólo podía esperar la demolición completa de los restos de la Septembrina. Antes de que esto ocurriera, consideraba imprescindible concertar un frente que defendiera la República, “el Título I de la Constitución, el sufragio universal, la libertad de cultos, el matrimonio y registro civil, etc.”25. Según Vera y González “la corrección de su conducta desde el día de la proclamación de la nueva forma de Gobierno y sus recientes declaraciones republicanas le atrajeron numerosas simpatías”26. Eso le facilitó trabar contacto con la derecha democrática, de un lado, y con la izquierda demosocialista e intransigente. Al contrario que muchos de sus antiguos compañeros de partido, Ruiz Zorrilla no tuvo inconveniente en extender su proyecto de alianza hasta personajes como el ex ministro Nicolás Estévanez, exiliado en Portugal, o el antiguo redactor de El Combate, Rispa y Perpiñá27. Eran, precisamente, los sectores que habían sufrido la represión de la “República de orden” a lo largo de todo ese año. Todo ello no bastó para evitar la sublevación de Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874. La Restauración desconcertó tanto a los radicales como a los

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republicanos, acentuando su fragmentación: “some of them —explicaba el embajador británico— and not the most important section, have decided upon remaining monarchical, without accepting the Dynasty, the others, including Señores Zorrilla, Rivero, Becerra and the most influential men of the party, join the moderate republicans, of whom señor Castelar may now be considered the type”28. El suelo político que pisaba Castelar era muy similar al que ocupaban los liberales radicales. Desde la revolución de 1868 hasta 1873, la única diferencia significativa fue la preferencia por la monarquía frente a la república29. Ahora, sólo dos pequeños grupos se separaban de la línea republicana de su antigua agrupación. El primero, con Montero Ríos y el general Gándara a la cabeza, perseguían la restauración de Amadeo. El segundo (Beránger, Llano y Persí, Alcalá Zamora, etc.) no rehusaba integrarse en el régimen alfonsino30. Años atrás, Ruiz Zorrilla había declarado en las Cortes: “el día en que volviera a desaparecer la libertad en nuestro país, sépanlo los partidos, volveré a conspirar otra vez. Yo no puedo vivir sin libertad; antes que vivir sin ella […] o conspiraría o me marcharía fuera de España”31. Hizo las dos cosas. Zorrilla se reunía con generales, y el gobierno decidió su expulsión el día 4 de febrero32. Su destierro fue el más ruidoso en medio del denso clima de exclusión política, censura, arrestos y exilios forzados33. Zorrilla fijó su residencia en París, convertido desde ese momento en uno de los principales focos conspirativos contra la monarquía restaurada. Su estrategia, por lo que a las fuerzas liberales y republicanas se refiere, seguía siendo la misma que antes de su expulsión. Esto es: lograr una amplia concertación sobre la base de la Constitución de 1869 para revertir por la fuerza el nuevo orden institucional. Al margen de sus seguidores más próximos, Ruiz Zorrilla encontró respaldo entre los sectores demosocialistas y neojacobinos del antiguo Partido Republicano Federal. García Ladevese recordaba cómo “en medio de la confusión indescriptible que el triunfo de la restauración monárquica produjo”, la expulsión de Zorrilla, “acusado de organizar en su casa reuniones revolucionarias” fue “el primer rayo de esperanza después de la gran catástrofe”34. Su iniciativa consiguió atraer a los distintos núcleos republicanos que habían comenzado a organizarse clandestinamente para la lucha antimonárquica. Tal como se la planteó a Nicolás Estévanez, la propuesta con la que pretendía forjar la unidad revolucionaria de los republicanos se sintetizaba en los siguientes puntos:

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“La República como grito de combate y como forma definitiva de Gobierno; el plebiscito inmediato para que Europa reconozca y el país legalice el acto de fuerza; la dictadura para hacer en el más breve plazo posible y desde la Gaceta las reformas que el país reclama con justicia y que han de crear intereses desarmando al propio tiempo a los perpetuos enemigos de la libertad; las Cortes Constituyentes más tarde y por pocos días para suprimir de la Constitución de 1869 los artículos incompatibles con la nueva forma de Gobierno, convirtiéndose luego en ordinarias con objeto de discutir las leyes orgánicas, y formarse con ellas los dos grandes partidos necesarios en todo pueblo Constitucionalmente regido”35.

Pocos días después de entrar en Francia, José María Raymat se dirigió a Zorrilla en nombre de la “Asociación Ahora o Nunca” o “Dirección Federativa Revolucionaria”, apadrinada por el patriarca republicano José María Orense36. Le ofrecían el concurso de la agrupación a cambio, claro está, de que la subvencionara. En Portugal, Nicolás Estévanez aceptó la iniciativa de Zorrilla. No es que comulgara con su radicalismo liberal, sino con la opción de fuerza que representaba: “si tuviera medio de ir por mi cuenta a la revolución, ya hubiera ido con mi bandera propia que es la federal. Pero […] como no creo posible que el antiguo partido republicano federal pueda por sí solo llevar actualmente a cabo lo que V. se propone, me conformo con su pensamiento revolucionario, y le reitero mi adhesión”37. La opción conspirativa de Zorrilla encontró un rápido desarrollo en Cataluña38. En abril recibió una comunicación de la Liga Republicana de Barcelona, suscrita por el “capataz” de la misma, Ramón Lostau: “Como supongo ya sabréis se ha constituido en Barcelona y en algunos pueblos comarcanos una organización que se titula: Liga Republicana, al objeto de agrupar bajo los pliegos de la bandera revolucionaria un núcleo lo más numeroso posible de ciudadanos, siempre disciplinado y dispuesto para hacer lo que convenga a fin de contribuir al restablecimiento de la República […]. viendo en vos personificada la idea revolucionaria, no vacilamos en ofreceros nuestra pobre, pero franca y leal cooperación a fin de ayudaros a realizar vuestros nobles a la par que laudables propósitos”39.

Paralelamente se había organizado una Junta Suprema Revolucionaria en Cataluña. La integraban federales de izquierda y progresistas, como Baldomero Lostau, Francisco Puigjaner, Antonio Pina, Feliu y Codina, etc. Según le explicaban dos de sus

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miembros: “dividida en varias secciones esta Junta trabaja sin descanso para allegar elementos revolucionarios; tiene Juntas delegadas suyas en la cuatro provincias catalanas, hombres de acción y de prestigio a sus órdenes y fuerzas armadas de alguna importancia a su disposición. Mallorca, siguiendo el ejemplo de Cataluña, ha constituido también su Junta”40. Poco a poco, el “partido revolucionario” de Zorrilla comenzaba a tomar forma. En Madrid le representaban Fernández de los Ríos y Escoriaza. Santiago Dulong, José Muro, Hermenegildo Giner de los Ríos, José Carvajal y otros republicanos de distintos matices le manifiestan su adhesión41. En París, contaba con el apoyo de los emigrados cantonales, como el General Ferrer, el coronel Pernas y el capitán Benedicto42. Mientras que los “intransigentes” del federalismo se aproximaban a Zorrilla, algunos líderes de la agrupación radical trataban de atraerle hacia una línea más moderada. Figuerola, Montero Ríos, Eduardo Gasset y otros publicaron en El Imparcial un artículo titulado “Nuestro Deber”, mediante el que pretendían iniciar la reorganización del progresismo-democrático en sentido monárquico, no dinástico, pero tampoco antialfonsino: “organizarse deben los monárquicos de la revolución de 68 para salvar al país y a la libertad del apurado trance en que se hallan”43. Su programa concreto tenía, como el de Ruiz Zorrilla, la Constitución de 1869 como base, pero sin alteración del artículo 33 y con una apuesta por la integración institucional44. José Mª Beránger, mientras tanto, trataba de concertar una alianza con Serrano, a la que deseaba que se uniera Zorrilla, alcanzando de este modo “una conciliación entre todo el partido liberal conservador, que llegaría a la república sin proclamarla con anterioridad, dentro de la cual” reservaban a Ruiz Zorrilla, “el papel de Gambetta, y jefe de la izquierda”45. El antiguo caudillo unionista se mantenía en una posición ambigua. Anhelaba, por una parte, que el rey le llamara para formar un gabinete. Para ello, en vez de declararse abiertamente dinástico, mantenía una distancia sospechosa y realizaba tímidos movimientos conspirativos en el ejército. Buscaba, por tanto, ser llamado al poder mediante una amenaza constante, aunque poco decidida46. Así, un agente de Zorrilla le escribía: “me consta que el Duque de la Torre trabaja muchísimo y creo que le ayudan los Martistas, algunos Castelarinos como Maissonave y Abarzuza y los militares Berangeristas”47. Por tanto el radicalismo liberal, al margen de la opción representada por Zorrilla, continuaba dividido en dos alternativas: la integración en el régimen como partido liberal avanzado, o la articulación de una alianza liberal, que abarcara desde los

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posibilistas a los unionistas de Serrano, para ir a la República por las armas excluyendo cualquier tipo de connivencia con los federales. Ruiz Zorrilla, por su parte, aspiraba a extender la concertación revolucionaria hacia los sectores demócratas conservadores. Pero ese objetivo significaba conciliar culturas políticas incompatibles: “con los rojos del republicanismo —afirmaba Castelar— sólo se puede ir al infierno. Excitarlos hoy, para tener que perseguirlos y fusilarlos mañana, es insensato”48. No era tanto un problema de enemistades personales entre los máximos líderes de cada agrupación, sino un choque insalvable entre la militancia de uno y otro partido, representantes de intereses y culturas confrontadas. Al igual que Castelar, Zorrilla rechazaba de plano lo que la Federal representaba. Por eso, no era sencillo alcanzar un acuerdo con los antiguos jefes del partido. Pi, Salmerón y Figueras no aceptaban plenamente sus bases49. El mayor escollo eran las juntas. La dictadura, en realidad, equivalía al modelo del gobierno provisional de octubre de 1868, pero sustituyendo la delegación de las juntas como elemento legitimador por el plebiscito. Pi, Figueras y Salmerón, rechazaban este mecanismo por sus resonancias cesaristas. Las reservas de Pi, según atestiguaba el federal Luis Carreras, se centraban además en dos puntos: que la dictadura podía utilizarse para combatir tanto a los moderados como a los federales, y que el papel que le correspondía a las Cortes Constituyentes era demasiado reducido50. Finalmente, Salmerón, Eduardo Chao y Fernando González, de acuerdo con Zorrilla y Fernández de los Ríos, presentaron a Pi, Benot y Sorní las siguientes cuestiones: “1º Si Partido republicano histórico acepta toda situación que establezca la república y se desenvuelva dentro de la Constitución de 1869, formando dentro de dicha situación el partido reformista. 2º Si se obliga a apoyar al Gobierno para combatir toda tendencia dirigida a imponer determinada organización de la república y aparte de juntas o de cualquiera otra colectividad. 3º Si partido republicano histórico ha de procurar la unión con otros elementos afines para obtener las reformas, considerando la federación como una de tantas que podrán realizarse en el tiempo y modo que sea legalmente posible”51.

Pi rechazó la propuesta, por considerarla marcadamente unitaria. Estaba previsto provocar la ruptura del federalismo, para constituir junto a los radicales que seguían a Zorrilla un nuevo partido. La adhesión al jefe revolucionario de los núcleos

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demosocialistas y neojacobinos en Cataluña, Valencia, Zaragoza, etc. animaba a segar la hierba bajo los pies de los jefes reconocidos de dichas fracciones. Por otra parte, la obstinación de Zorrilla en conjurar por todos los medios la propaganda federal, respondía a los intentos de forjar una doble alianza, con el centro y la izquierda republicanas, y a la vez con los distintos núcleos del antiguo radicalismo, e incluso del posibilismo. Esto es: con la derecha democrática.

La constitución del Partido Reformista

En esos mismos momentos se verificaron los primeros intentos consistentes de reorganizar el Partido Radical. Coincidiendo con el periodo electoral para las Constituyentes, a comienzos de 1876, Martos convocó a los antiguos directivos de la agrupación a una reunión en la que se debatía, en primer lugar, la conveniencia de concurrir o no a las elecciones, y en segundo lugar, la adscripción republicana o monárquica de la agrupación. Los acuerdos fueron sintetizados por Montero Ríos en un manifiesto suscrito por más de un centenar de radicales52. Cánovas prohibió su publicación por considerarlo “una tea incendiaria”53, si bien circuló de forma clandestina. Sin manifestar claramente una vocación republicana y revolucionaria, el documento significaba un cierto alejamiento de los antiguos progresista-demócratas de Martos, Montero, Becerra, etc. respecto a la monarquía restaurada. Para facilitar la aproximación a la derecha demoliberal, Zorrilla decidió nombrar a Rivero su representante con plenos poderes54. Según le escribía el secretario del anterior, Castelar había dado pasos en firme hacia él. El tribuno gaditano decía haber «trabajado» a Serrano y su sobrino el general López Domínguez. Pedía a Zorrilla que se desligara de sus connivencias con los federales y uniera sus fuerzas a las de los anteriores, bajo la premisa de que el duque fuera presidente de la futura república55. Se intentó por ello la coordinación de la fracción liberal que seguía a Serrano, la posibilista de Castelar, y los núcleos radicales y neo-republicanos, mediante una junta en la que todos ellos estaban representados56. Llamativamente, no había ningún delegado del partido federal, subrayando nuevamente que cualquier proyecto de unión de los demócratas conservadores pasaba por la exclusión de la democracia radical57. Fruto de esta aproximación fue el intento de acercamiento de Martos a Ruiz Zorrilla en julio del mismo año: “no puedo por varias causas, prolongar mi silencio, que si yo tengo amistad con alfonsinos, siendo yo republicano [no] he de estar

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incomunicado contigo que también lo eres; sólo porque no pensamos lo mismo en punto a los medios, a la razón y a las consecuencias de las cosas”58. Ruiz Zorrilla, bien fuera por las reservas de Martos hacia “los medios” (insurreccionales, se entiende), o bien por su negativa a romper los lazos trabados con los federales, tardó en responderle. En el intervalo, Martos renunció al acercamiento, y Castelar, a su vez, rompió las negociaciones con Rivero59. El recorrido de la junta fue, por tanto, breve y estéril60. Los intentos de Zorrilla para constituir una alianza revolucionaria fracasaban, por tanto, tanto hacia la derecha, como hacia la izquierda. Incluso la Junta Suprema de Barcelona se había dividido entre federales y radicales, a pesar de que ambos grupos seguían reconociendo la jefatura revolucionaria de Ruiz Zorrilla. En ese contexto, el líder radical apostó por cerrar con Nicolás Salmerón un acuerdo para fundar una nueva agrupación, con un programa definido, netamente republicano y con una clara orientación de reforma social. El acuerdo se selló en el manifiesto de 25 de agosto de 1876. En él, Salmerón y Ruiz Zorrilla: “convinieron en reconocer y declarar la legitimidad de la Revolución por la detentación de la soberanía nacional y negación de las libertades públicas de que es hoy víctima la Patria común, y en la necesidad de constituir para antes y después del hecho revolucionario un gran partido político que, con sentido amplio y progresivo, recoja y realice en el Gobierno las aspiraciones y doctrinas de todos aquellos que anhelan ver fundidos en concierto común, los intereses de las clases populares, cuya representación en la vida política se puede afirmar que ha llevado el antiguo partido republicano, y de los de la clase media en su parte más liberal, inteligente y laboriosa, cuyo representante más fiel ha sido el antiguo partido progresista y radical”61.

Los únicos puntos de divergencia que reconocían los firmantes eran «los relativos a la organización de la república, al régimen provisional de dictadura y al plebiscito como medio de legalizar el hecho revolucionario»62. En cuanto al primer problema, Salmerón proponía una nueva división provincial, partiendo de «la unidad fundamental de la nación y la suprema soberanía del Estado». Para Zorrilla lo importante “era llegar a una solución práctica común, tan concreta, que engendr[ara] la unidad de fines y la cohesión y la disciplina” del nuevo partido. La solución consistía en un modelo territorial que, aunque expuesto con gran concisión, guarda bastante semejanza con el actual modelo autonómico. Contemplaba una nueva división del

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territorio “tendiendo a la división de grandes circunscripciones provinciales”, a las que se reconocía capacidad deliberativa “sobre sus peculiares intereses”63. Contemplaban, para ello, la posibilidad de que dos o más provincias se unieran voluntariamente “determinando sus relaciones geográficas, económicas e históricas”. Respecto al periodo del gobierno provisional (la dictadura revolucionaria), se convino que el título I de la Constitución de 1869 actuase como límite, “salvo que un estado de perturbación parcial o general del país [hiciera] necesario un régimen excepcional”. La legitimación del “hecho revolucionario” se remitió a las Cortes Constituyentes, relegando la opción del plebiscito a una situación de urgencia. Menos problemas encontraron para convenir las “reformas administrativas y económicas de la organización y servicios del Estado”. En este sentido, se recogía en gran medida el legado reformista del Partido Radical, pero acentuando determinados aspectos. Si en 1872, Ruiz Zorrilla había intentado llegar a la separación de la Iglesia y el Estado mediante el presupuesto del Clero, ahora buscaban ese resultado mediante una Ley que garantizase la igualdad de todas las confesiones religiosas. Planteaban, asimismo, la instrucción primaria obligatoria y gratuita a cargo del Estado. En cuanto a las “reformas políticas”, enumeraban en primer lugar el propósito de introducir las circunscripciones provinciales como demarcación electoral. Seguidamente detallaban la parte más avanzada de su programa político: “Dación a censo, redimible en todo tiempo, a las clases trabajadoras de la parte posible de bienes nacionales, pero sin facultad de enajenarlos ni pignorarlos, mientras no sean liberados; revisión mediante declaración o investigación justificada de las adquisiciones por desamortización. Ley sobre terrenos baldíos declarándolos bienes nacionales. Reforma de las leyes de señorío. Restablecimiento y reforma de la ley de foros, y rabassa morta en beneficio del colono. Reforma de la sucesión intestada en sentido estricto. Organización de jurados mixtos de empresarios y colonos. Reducción de las horas de trabajo de los obreros, y restablecimiento de la Ley sobre las horas de trabajo de las mujeres y los niños. Creación de Bancos agrícolas y de Montes de piedad y de cajas de ahorros para los obreros. Todos los bienes nacionales, sea cual fuese su procedencia, se distribuirán proporcionalmente y según su índole entre la dación a censo, construcción de casas para enajenarlas a los obreros; creación de escuelas populares y Bancos industriales y agrícolas y pago y extinción de la deuda”64.

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Este conjunto de medidas significaban un paso más allá del liberalismo radical de raigambre bastiatiana y manchesteriana tal como Ruiz Zorrilla lo había practicado en el poder. A la vez, significaban el reconocimiento de que el proceso desamortizador se había desarrollado, con frecuencia, de un modo irregular o directamente fraudulento. El manifiesto era una amenaza evidente para muchos propietarios de bienes desamortizados. Todo lo que contenía de avance social, continuando la línea de las reformas de la I República, podía atraer el apoyo de las clases populares. Pero a la vez motivó el recelo de los numerosos propietarios, comerciantes e industriales que habían militado al lado de Zorrilla65. Muchos de sus partidarios más próximos mostraron recelos ante el documento. Este programa, según Gutiérrez Gamero “cayó en el país como agua de mayo y entre nuestros adversarios como un artefacto explosivo”66. También explotó entre los partidarios de Zorrilla. Basándose en el mismo y en algunas cartas interceptadas, el gobierno inició una campaña de represión que motivó la salida a Portugal, y más tarde a París, de Fernández de los Ríos y Salmerón67. El manifiesto de agosto, por otra parte, motivó la respuesta de Pi y Margall. El líder federal llamó a filas a sus partidarios, y facilitó de este modo la reorganización de su agrupación. Según escribía Pi, algunos correligionarios impacientes “escribían al Sr. Zorrilla, diciéndole que aceptaban lo que él quería y estaban dispuestos a marchar a la revolución bajo la bandera que había levantado”68. Fue, por otra parte, en ese momento “cuando se manifestó la plena disidencia de Figueras, porque después de haber dicho éste resueltamente que no aceptaba de ningún modo el convenio de Salmerón y Zorrilla, lo aceptó resueltamente”69. Los seguidores del antiguo presidente de la I República, desde ese momento, mantuvieron una estrecha colaboración con los progresistas en su estrategia revolucionaria, aun manteniéndose al margen como organización política autónoma. En ese sentido, puede hablarse de un amplio «partido revolucionario», bajo la dirección de Zorrilla, que atravesaba las distintas agrupaciones republicanas.

Conclusiones

Desde el 11 de febrero de 1873 Ruiz Zorrilla siguió un rumbo político muy diferente al de buena parte de los dirigentes del partido que hasta entonces había encabezado. Pese a la supuesta inflexibilidad que sus rivales le atribuyeron, fundamentándose en su radical intransigencia ante la Restauración, el líder progresista no dejó de buscar el medio de forjar una alianza republicana lo más amplia posible. La

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respuesta más inmediata, decidida y constante, la encontró desde un principio en los sectores situados más a la izquierda del fragmentado espectro democrático. No dudó, de hecho, en buscar la adhesión incluso de aquéllos republicanos que le habían combatido, como líder de un gobierno monárquico, durante las revueltas del otoño de 1872. Cuando en 1878 y 1879 se buscaba la forma de concertar una alianza con los antiguos radicales y los constitucionales de Serrano y López Domínguez, Ruiz Zorrilla rehusó reiteradamente romper su connivencia con aquellos sectores que desde la derecha democrática se contemplaban como socialistas y enemigos de la unidad nacional. Fue, de hecho, la imposibilidad de conciliar en una misma opción partidaria a los liberales radicales con los sectores reformistas y con la izquierda “socialista” del republicanismo lo que impidió llegar a la deseada unidad antimonárquica70. Muchos radicales y progresistas estaban más cerca del liberalismo conservador que representaban los partidos dinásticos que de la democracia radical con la que Zorrilla convivía. Quizá, lo más interesante de todo este intrincado proceso de alianzas, escisiones, pactos y desacuerdos, sea comprobar la variedad de respuestas que las distintas fuerzas políticas liberales escogieron ante unos mismos retos. En el curso de la oleada conservadora que siguió a la Comuna y a la rebelión cantonal, Ruiz Zorrilla reivindicó la madurez cívica del pueblo español, su capacidad para ser sujeto de derechos y libertades, así como la exigencia de defender una República que representaba la legalidad constitucional. Por eso mantuvo una visión optimista y reivindicativa del periodo democrático en su conjunto, y denunció la ilegitimidad de origen de la Restauración monárquica: “no concederé jamás que el pueblo español en general y el partido liberal en particular necesiten para hacer méritos para que se les conceda el uso de sus derechos y libertades cuando tantas pruebas diera de su sensatez, de cordura y de alteza de miras durante el periodo revolucionario, a pesar de las intrigas reaccionarias”71.

Declararse republicano fue un giro de indudable relevancia en su trayectoria política, pero, probablemente, la ruptura más significativa tuvo que ver con el manifiesto de agosto de 1876. Como gobernante, Ruiz Zorrilla fue exponente de una cultura política enraizada en el liberalismo manchesteriano, que aspiraba a realizar la democracia en el principio de la libre concurrencia. En este sentido, reconocer que el Estado debía intervenir en las relaciones sociales para corregir las disfuncionalidades

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del modelo liberal suponía una novedad considerable. Era, además, el síntoma de una decepción ante la insuficiencia del radicalismo para lograr sus objetivos de progreso y extensión del bienestar entre la población72. Explicar cómo aparecieron esas grietas en su pensamiento político excede a los propósitos de esta comunicación, ya que exigiría remontarse al periodo precedente al aquí comprendido. En todo caso, es importante subrayar que si entre 1877 y 1880 Zorrilla dejó el reformismo en un segundo plano para lograr la alianza con la derecha demócrata, estos principios emergieron de nuevo en el momento en el que se verificó su definitiva ruptura con el anterior, constituyendo desde entonces, al lado de la oposición insurreccional a la monarquía, el eje fundamental de su propuesta republicana73.



Este trabajo se ha realizado en el marco del programa FPU del MEC (AP2009-2610), y del proyecto financiado por el MCINN: El republicanismo radical: anclajes sociológicos y significaciones populistas, 1854-1895 (HAR2010-16962). Asimismo, ha sido posible gracias a la atenta colaboración de los responsables de la Fundación Esquerdo y de su Archivo Histórico. 1

Diario de Sesiones de las Cortes [DSC], 108 (10 de febrero de 1873), pp. 3 215-3 216.

2

Andrés BORREGO: Historia de la vida militar y política de Don Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, Madrid, Juan Iglesia y Sánchez, 1892, pp. 62-65.

3

He analizado esa evolución desde una perspectiva local en Eduardo HIGUERAS CASTAÑEDA: “Radicales y Federales: el ejemplo de Cuenca en el proceso democratizador de 1868-1873”, en Hispania Nova, 12 (2014), 29 pp. 4

DSC, 108 (10 de febrero de 1873), pp. 3 213-3 214.

5

Francisco PI Y MARGALL y Francisco PI Y ARSUAGA: Historia de España en el siglo XIX. Sucesos políticos, económicos, sociales y artísticos, acaecidos durante el mismo, Tomo 5, Barcelona, Miguel Seguí, 1902, p. 59.

Puede consultarse una aproximación global al personaje en Jordi CANAL: “Manuel Ruiz Zorrilla (1833.1895). De hombre de Estado a conspirador compulsivo”, en Isabel BURDIEL y Manuel PÉREZ LEDESMA (coords.): Liberales, agitadores y conspiradores. Biografías heterodoxas del siglo XIX, Madrid, Espasa, 2000, pp. 269-299 y Pedro GÓMEZ CHAIX: Ruiz Zorrilla, el ciudadano ejemplar, Madrid, Espasa Calpe, 1934.

6

Al respecto, véase José A. PIQUERAS ARENAS: “La cuestión cubana, de la Revolución Gloriosa a la Restauración”, en Rafael SERRANO GARCÍA (dir.): España, 1868-1874. Nuevos enfoques sobre el Sexenio democrático, Valladolid, Junta de Comunidades de Castilla y León, 2002, pp. 159-180.

7

8

Carta de Cristino Martos a Ruiz Zorrilla (21 de febrero de 1873), en Rafael OLIVAR BERTRAND: “Puntualizaciones en torno al 73”, en Revista de Estudios Políticos, 90 (1956), pp. 133-158, p. 136.

9

Carta de Juan Manuel Martínez a Ruiz Zorrilla (14 de marzo de 1873), Archivo Histórico Fundación Esquerdo, Archivo Manuel Ruiz Zorrilla [AHFE/AMRZ], Exilio 1, C 24.

10

Ibíd.

11

Carta de Juan Manuel Martínez a Ruiz Zorrilla (23 de junio de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 14.

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12

Carta de Fernández de los Ríos a Ruiz Zorrilla, (16 de octubre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

13

Carta de Emilio a Ruiz Zorrilla (16 de octubre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

Juan Manuel DÍAZ SÁNCHEZ: “Nicolás Salmerón y Alonso y el centrismo republicano”, en Fernando MARTÍNEZ LÓPEZ (ed.): Nicolás Salmerón y el republicanismo parlamentario, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, p. 41.

14

15

Carta sin firma [s.f.] a Ruiz Zorrilla (27 de septiembre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

16

Carta s.f. a Ruiz Zorrilla (29 de septiembre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

17

Francisco Novales a Ruiz Zorrilla (17 de octubre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

18

La América, 13 de octubre de 1873.

19

Carta de Fernández de los Ríos a Ruiz Zorrilla (16 de octubre de 1873), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 24.

20

El Imparcial, 28 de octubre de 1873.

21

Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA: La razón de la fuerza. Orden público, subversión y violencia política en la España de la Restauración (1875-1917), Madrid, CSIC, 1998, p. 24. 22

La Correspondencia de España, 7 de mayo de 1874 y 26 de julio de 1874 y La Época, 24 de julio de 1874. 23

“En El Escorial”, El Imparcial, 27 de agosto de 1874.

24

Ibíd.; le visitaron Martos, Rivero, Nicolás Salmerón, el general Hidalgo, Mosquera, Manuel Merelo, Fernández de los Ríos, Beránger y, según Enrique Vera, “todos los prohombres republicanos”. En Enrique VERA Y GONZÁLEZ: Pi y Margall y la política contemporánea, Tomo 2, Barcelona, Tipografía La Academia, 1886, p. 771. 25

“En El Escorial”, El Imparcial, 27 de agosto de 1874.

26

Enrique VERA Y GONZÁLEZ: Pi y Margall…, p. 771.

27

Enrique RODRÍGUEZ SOLÍS: Memorias de un revolucionario, Madrid, Editorial Plutarco, 1931, pp. 242-246 y Francisco RISPA Y PERPIÑÁ: Cincuenta años de conspirador, Madrid, Librería Vilella, 1932, pp. 266-267.

28

Despacho de Layard a Derby (28 de enero de 1875), Public Record Office [PRO], Foreign Office [FO], 72-1406.

29

Un análisis del discurso republicano demoliberal, en Román MIGUEL GONZÁLEZ: La Pasión Revolucionaria. Culturas políticas republicanas y movilización popular en la España del siglo XIX, Madrid, CEPC, 2007, pp. 221-228.

30

Carta de Narciso Ullana a Ruiz Zorrilla (2 de marzo de 1875); Andrés Solís a Ruiz Zorrilla (2 de abril de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 13.

Santos BOCIGAS MARTÍN: “Manuel Ruiz Zorrilla en el parlamento: principales intervenciones y discursos”, en Celtiberia, 93 (1999), p. 230. 31

32

Las órdenes de expulsión, en Despacho de Layard a Derby (5 de febrero de 1875), PRO/FO, 72-1406. Dado que el propósito de esta comunicación no es analizar el insurreccionalismo zorrillista, me remito a las referencias siguientes: Fernando MARTÍNEZ LÓPEZ: “La «corte revolucionaria». Ruiz Zorrilla en París”, en Fernando MARTÍNEZ, Jordi CANAL y Encarnación LEMUS (eds.): París, ciudad de acogida. El exilio español durante los siglos XIX y XX, Madrid, Marcial Pons, 2010, pp. 113-157; María Teresa

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EL GIRO REPUBLICANO DEL PROGRESISMO RADICAL: RUIZ ZORRILLA

MARTÍNEZ DE SAS: “Los últimos veinte años de un conspirador. El insurreccionalismo zorrillista durante la Restauración (1875-1895)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 201 (2004), pp. 425-457. 33

Despacho de Layard a Derby (26 de noviembre de 1875), PRO/FO, 72-1213.

34

Ernesto GARCÍA LADEVESE: Memorias de un emigrado, Madrid, Imprenta de Ricardo Fé, 1892, pp. 7-8. 35

Carta de Ruiz Zorrilla a Nicolás Estévanez (8 de octubre de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 14.

36

Carta de Leoncio [Seud. J. M. Raymat] a Ruiz Zorrilla (20 de febrero de 1875), en AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 13. 37

Carta de Nicolás Estévanez a Ruiz Zorrilla (28 de enero de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 16.

Sobre el peso de las distintas opciones republicanas en Cataluña: Pere GABRIEL: “El republicanismo militante en Cataluña en la primera etapa de la Restauración”, en José A. PIQUERAS y Manuel CHUST (comps.): Republicanos y repúblicas en España, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. 163-183.

38

39

Carta de Ramón Lostau a Ruiz Zorrilla (24 de marzo de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 13.

40

Carta de Antonio Feliu y F. Codina a Manuel Ruiz Zorrilla (13 de julio de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 29. 41

Carta de Santiago Dulong a Ruiz Zorrilla (10 de enero de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 29.

42

Emilio GUTIÉRREZ GAMERO: Mis primeros ochenta años, (memorias), Madrid, Editorial Atlántida, 1925, p. 277.

43

El Imparcial, 22 de abril de 1875.

44

Sus impulsores fueron Montero Ríos, Figuerola, Gándara, Gasset, Seoane y Moncasi. Todos estaban dispuestos a transigir con Alfonso de Borbón, salvo Figuerola. S/f a Ruiz Zorrilla, (23-4-1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 18. 45

Carta s/f a Ruiz Zorrilla (4 de diciembre de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 15.

46

Carta s/f a Ruiz Zorrilla (18 de junio de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 18.

47

Carta de «el de Baleares» a Ruiz Zorrilla (26 de mayo de 1875). Insiste en las conexiones de Abarzuza, Maisonave y Serrano en Carta s/f a Ruiz Zorrilla, AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 18. 48

Carta de Emilio Castelar a Adolfo Calzado (4 de mayo de 1875), en Emilio CASTELAR: Correspondencia de Emilio Castelar (1868-1898), Madrid, Establecimiento Tipográfico “Sucesores de Rivadeneyra”, 1908, pp. 26-27. 49

Carta s/f a Ruiz Zorrilla (4 de diciembre de 1875) y Carta de Luis Carreras a Ruiz Zorrilla (26 de noviembre de 1875), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 15.

50

Carta de Luis Carreras a Ruiz Zorrilla (7 de marzo de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 1.

51

Carta de Charles d’Auray a Ruiz Zorrilla (12 de septiembre de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 3, C 11.

52

El Globo, 22 de enero de 1876.

53

Carta de María [Pereira de Buschental] a Ruiz Zorrilla (s/f), AHFE/AMRZ, Exilio 1, C 14.

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54

Carta de Manuel Ruiz Zorrilla a José Lagunero (17 de julio de 1876) y Rivero a Ruiz Zorrilla (11 de julio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 29. 55

Carta de 188 [Antonio Vicens] a Ruiz Zorrilla (25 de mayo de 1876). «Los posibilistas cuenta aparte haciendo trabajos con los del tres de enero y se las prometen felices, creo que tienen bastante por la influencia del espadón», Carta de 188 [Antonio Vicens] a Ruiz Zorrilla (20 de junio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 29. 56

Formaban parte de la junta Rivero, en representación de Zorrilla, Becerra, Llano y Persí (representante de Beránger), Pedregal (representante de Castelar) y Francisco Salmerón. No se identifica al representante de Serrano. Castelar, no obstante, se oponía a la formación de esa junta, según Charles d’Auray a Ruiz Zorrilla (30 de julio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 3, C 11. 57

El único acercamiento fue el de Francisco Salmerón a su hermano, para plantearle si querían «tener parte en la revolución», y si «contribuirían a gobernar al día siguiente». En Carta de Charles d’Auray a Ruiz Zorrilla (27 de julio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 3, C 11. 58

Carta Martos a Ruiz Zorrilla (10 de julio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 2, C 29.

59

Carta de Charles d’Auray a Ruiz Zorrilla (1 de agosto de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 3, C 11.

60

Carta de Charles d’Auray a Ruiz Zorrilla (30 de julio de 1876), AHFE/AMRZ, Exilio 3, C 11.

61

Publicó el manifiesto La Época, 15 de septiembre de 1876.

62

Ibíd.

63

Ibíd.

64

Ibíd.

65

La Época, 9 de septiembre de 1876.

66

Emilio GUTIÉRREZ GAMERO: Mis primeros…, p. 279.

67

Despacho del cónsul de España en Oporto al ministro de Estado (30 de septiembre de 1876), AMAE, H 2632. Sobre el exilio de Salmerón, Carlos DARDÉ: “Biografía política de Nicolás Salmerón (c. 18601890)”, en José A. PIQUERAS y Manuel CHUST (comps.): Republicanos y repúblicas…, pp. 156-159 y Fernando MARTÍNEZ LÓPEZ: “Las enseñanzas del exilio. Nicolás Salmerón en París (1876-1885)”, en Fernando MARTÍNEZ LÓPEZ (ed.): Nicolás Salmerón y el republicanismo parlamentario, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp. 97-118. 68

Enrique VERA Y GONZÁLEZ: Pi y Margall…, pp. 950-951.

69

Ibíd., p. 964.

70

En este sentido, escribía Martos a Zorrilla: «En cuanto a alianzas con los federales, yo no veo que el manifiesto de abril [de 1880] nos obligue a ello. Nunca hubiera contraído tal obligación […] cada día me persuado más de que el sentido demagógico y antinacional que tienen los federales de todos los matices es el mayor obstáculo que tenemos”. En Carta de Martos a Ruiz Zorrilla (26 de octubre de 1881), AHFE/AMRZ, Exilio 9, C 56. 71

Carta de Ruiz Zorrilla a Cristino Martos (17 de marzo de 1881), AHFE/AMRZ, Exilio 9, C 55.

Sobre el desarrollo del reformismo social, véase Miguel Ángel CABRERA: “El reformismo social en España (1870-1900)”, en íd.: La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, Santander, Universidad de Santander, 2013, pp. 23-90 y Manuel SUÁREZ CORTINA: El gorro frigio: liberalismo, democracia y republicanismo en la Restauración, Madrid, Biblioteca Nueva-Sociedad Menéndez Pelayo, 2000, pp. 143-179. 72

73

Véase, por ejemplo, su manifiesto de 26 de febrero de 1888 en Pedro GÓMEZ CHAIX: Ruiz Zorrilla…, pp. 163-176.

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