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Fedosy Santaella . El género negro en la narrativa breve venezolana... Estudios Volumen 22/2014, No 43 (julio-diciembre 2016):223-248

EL GÉNERO NEGRO EN LA NARRATIVA BREVE VENEZOLANA Fedosy Santaella [email protected]

El género negro y el autor Se ha estudiado con profusión el género policial o negro en la novela venezolana, pero poco se ha dicho del mismo dentro de la narrativa breve, es decir, en torno al cuento. Existe, no obstante, un cuerpo de relatos que pueden constituir una muestra de estudio del género negro, entendiendo el género negro como el reflejo, en una historia ficcional de carácter tensional, de la violencia y el crimen contemporáneos, sin que ello implique necesariamente un detective o un policía y la resolución de un caso. Siempre, claro está, se ha de considerar que, tratándose de literatura y no de textos de consumo, los autores suelen jugar con el género, reinterpretándolo, manejándolo a su antojo. Se hará pues una especie de recorrido historiográfico con el fin de establecer un catálogo, factible de ampliarse, y donde también se dará una mirada analítica a los temas y a las formas utilizadas. Se verá, de igual manera, cómo, a partir de la literatura, se plantean las variantes del texto hipercodificado para mostrar, desde la perspectiva autoral, una realidad humana, nacional y universal mucho más profunda.

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Fedosy Santaella, escritor venezolano, licenciado en letras de la UCV. Es profesor de pre-grado y post-grado de la UCAB y del diplomado de escritura ICREA-UNIMET; además de editor del blog-revista Hermanos Chang. Ha publicado libros de cuentos: Cuentos de cabecera (2001), El elefante (2005), Postales sub sole (2006), Piedras lunares (2008) y Ciudades que no existen (2010). Novelas: Rocanegras (2007) y Las peripecias inéditas de Teofilus Jones(2009). Libros para niños y jóvenes: Fauna de Palabras, Historias que espatan el sueño (2007), Verduras y Travesuras (2009) y Miguel Luna contra los extraterrestres (2009). En esta oportunidad, colabora con la revista Estudios con la publicación del presente ensayo que indaga las huellas del relato negro en

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Nicanor Bolet Peraza y el caso de la extraña calavera En 1894, Bolet Peraza publica en el número 18 de Las Tres Américas en Nueva York, el cuento «Calaveras». En 2004, el investigador Carlos Sandoval lo recoge en la compilación de cuentos fantásticos Días de espantos (2004) y, aunque Sandoval lo considera un cuento fantástico, resulta también uno de los primeros relatos de trazo policial en la literatura venezolana. No es de extrañar que el cuento sea una mezcla entre lo fantástico y lo detectivesco. Bolet Peraza conocía la literatura de Edgar Allan Poe; tómese en cuenta que su revista fue fundada en Nueva York y que fue allá donde publicó «Calaveras». Recordemos además que para 1887, Pérez Bonalde, sumido en las drogas y el alcohol por la muerte de Flor, su única hija, había logrado identificarse de manera tal con Allan Poe que hizo una magistral traducción de «El cuervo». De modo que Poe era una influencia fundamental para aquellos que buscaban salirse de los patrones del costumbrismo. Bolet Peraza atrapa esa corriente y produce un cuento que transcurre, precisamente, en Nueva York. «Calaveras» narra las peripecias de Arturo Claxon, un estudiante de medicina originario de Filadelfia, que lleva consigo a Nueva York una muy particular pertenencia de su padre: una calavera. Informa el estudiante que su padre pasaba noches enteras meditando sobre aquella calavera que registraba un hachazo en la sien izquierda y que «la calavera en cuestión había pertenecido al sujeto en cuyo asesinato salieron tan mal paradas la perspicacia y elocuencia de mi padre.» (Sandoval, 2004:95). Al cabo de un tiempo en

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la literatura venezolana, haciendo un recorrido que parte del siglo XIX hasta llegar a principios del siglo XX. El autor incluye relatos policiales y detectivescos o relatos que, sin ser necesariamente del género, presentan una influencia más o menos clara pero sometida a los dictados autorales.

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Nueva York, el estudiante sufre dos calamidades: muere su madre y el tío que lo mantenía se va a la ruina, por lo que comienza a pasar por una situación sobradamente precaria. Luego aparece otro «tío», pero no uno verdadero, sino un judío prestamista de nombre Roboan que acaba de llegar de la Filadelfia natal del estudiante. Éste último, con el fin de seguir teniendo una vida disipada, va llevándole al judío las pocas piezas valiosas que le quedan, hasta que cierto día se ve obligado a empeñar la calavera. Contrario a lo que se esperaba, el prestamista se muestra fascinado con la «reliquia» y paga por ella más de lo que se pide. La causa la sabremos poco más adelante: aquella calavera pertenece a otro judío que fue asesinado por un hombre zurdo, como zurdo es el tío Roboan. El descubrimiento de tal coincidencia (que señala, obviamente, a Roboan como asesino) lo hará Claxon por medio de un sueño donde la víctima se aparece y le habla. Se le puede adjudicar, sin duda, un carácter fantástico al texto, pero también podemos especular que lo que el estudiante ha soñado es en realidad el producto de lo que su mente captó a niveles más profundos. En alguna capa de su pisque, el estudiante resolvió el caso que tanto dañó la reputación de su padre. Tal explicación no es gratuita ni descabellada. Estamos, en este texto heredero de Poe, ante el paso de lo fantástico a lo extraño, si seguimos las taxonomías de Todorov. Aquello que no tiene explicación (lo sobrenatural) se somete al tamiz de la razón y se convierte en un hecho extraño. El sueño puede ser visto como una verdadera aparición del fantasma de la víctima, pero también como el producto del inconsciente que ha unido todas las pistas hasta arrojar una solución lógica en forma de sueño. Es allí que nace lo detectivesco, como lo demuestra el caso de Edgar Allan Poe. Jerry Palmer señala ese tránsito cuando se refiere a la novela de misterio: Si el estilo gótico puede resumirse como la exploración en términos estereotipados de esas ambigüedades catalogadas después como «típicamente románticas», nos parece que la novela de misterio le debe muy poco. Pero el gótico también puede ser caracterizado por la presencia universal de una forma particular de alteración de la «normalidad»: una alteración malévola. Porque éste es precisamente el papel del villano-héroe en el gótico: traer el desorden a un mundo que de otra manera estaría ordenado, e invadirlo tan totalmente que la base de ese orden resulte discutible (Palmer, 1983:207). 225

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Más adelante se completa la idea: en el gótico, tal irrupción tiene éxito; en cambio, en la novela de misterio, «el orden es restaurado por el héroe» (íd.). Citemos a Palmer de nuevo: El siglo XVIII identificó la razón y la naturaleza; por esto la irrupción antinatural es también irracional y por lo tanto siempre está al borde de lo incomprensible. En el núcleo del gótico, está la razón humana tratando de agarrar aquello que constantemente amenaza con salirse de sus límites (íd.). En este sentido, podemos pensar a Poe como la bisagra entre el esplendor romántico/gótico, donde la razón trabaja de manera difusa, y una nueva realidad que puede ser comprendida por la razón triunfante, representada en la pesquisa del detective. Así, el cuento detectivesco buscará volver a separar, por medio del logos, dos mundos lejanos que han chocado y se han confundido: el sobrenatural y el ordinario. Décadas más tarde, una parte del género negro irá en contrasentido a lo que hizo Poe: trabajará en unir esos dos mundos, el criminal (que correspondía antaño al sobrenatural) con el de las personas comunes, y hacer que ese mundo irrumpa con éxito, tal como lo hacía el gótico. En «Calaveras», la indeterminación de los mundos intenta mantenerse, pero el caso, como ya se ha dicho, es resuelto. Evidentemente, estamos lejos del género negro, pero ya ese paso de lo gótico a lo extraño se ha dado desde hace rato en la literatura, y Bolet Peraza recoge una parte de ese movimiento que en el futuro unirá lo detectivesco, luego lo policial y finalmente el género negro. De la mano con Guillermo Meneses Prostitución, personajes oscuros, zona oscura, intermedia, un burdel, alguna parte cercana a los muelles. Nos ubicamos dentro del universo cubista de «La mano junto al muro» de Guillermo Meneses, un cuento que bebe de las aguas del género negro, pero donde las voces son sometidas a un retorcimiento experimental de estructura y lenguaje que lo alejan del referente narrativo originario (el género negro) y lo transforman en una propuesta estética única y particular. 226

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Así lo expresa de entrada Antonio Vale en el ensayo «Una aproximación a “La mano junto al muro” de Guillermo Meneses»: Resulta que el enigma en este caso, en «La mano junto al muro», no es el enunciado que antecede cualquier historia policial. La lógica de sus elementos está más que invertida desde el mismo momento en que la ambientación policíaca, el anuncio sugerido de una muerte violenta a la que el lector se enfrenta como en una especie de laberinto de voces, no crea el orden ideal ni la intriga necesaria para sumergirlo de veras en una atmósfera donde el crimen, o sea el enigma, pueda llegar a resolverse en el curso de la historia (Vale, 2009:20). Álvaro Contreras, por su parte, ha considerado al cuento de Meneses como un singular texto policial. Lo incluye, por Venezuela, en la antología Un crimen provisional / Policiales de vanguardia latinoamericana, y allí, en la introducción, va a plantear que para el relato afectado por las influencias de la vanguardia, el entrechoque entre el mundo del crimen y el mundo ordinario de los hombres no conlleva a la restitución de la razón y no va a implicar el intento de separación de ambos mundos, ni siquiera de un tercero, que está dado por las atmósferas excepcionales de lo onírico o de lo absurdo acontecidas allí por la influencia de las vanguardias. Contreras señala que en el policial entendido de manera ortodoxa, el enigma se constituye en una suerte de mecanismo que proporciona un acercamiento a lo extraño, al otro desde el punto de vista cultural bajo los signos de un conocimiento oscuro que desafía lo racional. Lo detectivesco, metido en esa extrañeza, resulta aquello que busca inmiscuir el orden de la razón en esas zonas oscuras. El detective busca lo causal del crimen con el fin de alejar la monstruosidad de aquello que es distinto, de aquello que es lo otro (el mundo por fuera del mundo ordinario). Contreras explica entonces que el crimen dentro del género resulta así una herramienta para pensar la cultura desde sus márgenes. Pero, nos dirá también, este crimen, este enigma, en lo que relato policial de vanguardia se refiere, «deja de ser una experiencia a descifrar», en vista de que no le interesa volver a encausar a la razón como señora del mundo (Contreras, 2006:7). Ya el crimen en este tipo de relato no está sujeto a los intereses racionales de la modernidad. El enigma en la narrativa de vanguardia desafía, más bien, 227

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el imperativo racional y se mueve con gusto, a mi modo de ver, en los terrenos del absurdo, de lo onírico, de lo místico y, tal como anota Contreras, en la parodia, el chiste, la ironía y el humor. El absurdo también ocupa el mundo, nos recuerdan este tipo de relatos, y ciertas oscuridades son señoras del mundo. Hay espacios donde la razón no entra, e incluso son mejor explicados a partir de esas situaciones limítrofes donde el enigma no ha de ser resuelto porque la razón se ve impedida para armar sus estructuras. De este modo se ponen en evidencia las debilidades de la razón y de lo legal. Puede no haber detectives, puede no haber resolución del conflicto; tan sólo queda el crimen como vía para explicar el mundo de otra manera. Sin duda, «La mano junto al muro» nos muestra el crimen, el alma humana en su abyecta oscuridad sin leyes. La vida de Bull Shit, «o su muerte…»(Meneses, 2011:163), dirá el texto, será vista como en un cuadro cubista, una y otra vez, desde distintos ángulos de espejo. ¿Qué hace esa mano allí? Esa mano contra el muro, esa mano de mujer, de víctima, se apoya en el intento de detener, por un instante, la muerte. La sangre mana por la herida. Unos oscuros marineros han perpetrado el crimen. Bull Shit, la prostituta, es la víctima. No muy avanzado el cuento, Meneses, tal como ya lo ha señalado Javier Lasarte, utiliza incluso la palabra «detective». Habla de un individuo pequeño de sombrerito ladeado, que intervino en la historia de los marineros, «el que podía ser considerado –a un tiempo mismo– como detective o como marinero» (íd.). Pero en este cuento nada es seguro, todo se muerde la cola y, en esa circularidad, las cosas son ambiguas, se encuentran, se pliegan y son iguales a sí mismas. Pero la idea del crimen permanece. El relato va girando sobre las escenas una y otra vez, como buscando solucionar el caso. Pero, ya lo sabemos, Meneses no ha escrito propiamente un cuento detectivesco, sino más bien un artefacto estético giratorio que muta y confunde los tiempos y las voces. El autor ha construido una serpiente que se muerde la cola, que no para de buscarse a sí misma, y es allí donde lo detectivesco deja de tener importancia: el relato no hace más que buscarse en el lenguaje, haciéndose quizás otras preguntas sobre el tiempo, lo real y la fantasmagoría del mundo. El cuento de Meneses no pide respuestas, más bien hace preguntas y lleva a que el lector también caiga en ellas. Funciona así como un anti thriller que, sin embargo, ha necesitado de algunos elementos del género negro para comenzar su pesquisa surrealista o metafísica. De la os228

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curidad del género negro toma el crimen, el mundo del bajo fondo, cierto carácter urbano, la violencia, los asesinos, la escena criminal, la aparente búsqueda de una respuesta y hasta un supuesto detective huidizo como la niebla. Pero, en el texto de Meneses, el arma puede ser un puñal o un revólver, y el asesino un marinero, el mismo detective o incluso un escritor. Meneses juega a confundirlo todo, porque, de algún modo, la intervención de lo poético en el relato vuelve a la historia un gran símbolo que, como todo símbolo, tiene mil caras. Cierro acá con las palabras de Carlos Sandoval al respecto: Una prostituta (¿quién si no?) es asesinada en un lupanar por uno, dos o tres marineros. Nada importa el número de homicidas, antes bien, esa sospecha –insoluble– nos conduce a otra, aquella que desborda los contornos del relato: el sexo es una mascarada para ensombrecer la vacuidad de toda empresa humana, una cárcel inútil a la cual nos entregamos para intentar salvarnos de la ruina, arruinándonos (Sandoval, 2011:25). El sexo resultaría así una de esas formas que están más allá de las fronteras de la racionalidad y de la ley. La literatura hurga en ese abismo, en esa violencia sin detectives a la búsqueda de preguntas que, por lo general, cuando es buena literatura, se quedan sin respuestas. No obstante, cabe preguntarse por esa relación entre la vanguardia y el género negro en aquellos años. «La mano junto al muro», tal como lo señala Contreras en la colección ya referida, ganó el VI concurso de cuentos de El Nacional en 1951. Recordemos que Black Mask ya se encontraba en circulación desde 1920 y que, tal como nos informa Salvador Vázquez de Parga, en 1922 la revista ya había elegido unas directrices que provocaron una verdadera revolución: Si la realidad social había dado un vuelco a sus estructuras por la evolución y corrupción de sus principios informadores, nada mejor, se pensó, que dar verosimilitud a la ficción policíaca encuadrándola en esa nueva realidad coactiva y violenta, pero a la vez interesante y atractiva a los ojos de los lectores ávidos de emociones, cansados ya del desafío intelectual consiguiente de la novela de intriga.(Vázquez de Parga, 1981:181).

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Para 1945, cuando Gallimard, por medio de Marcel Duhamel crea la Série Noire, las guías estaban claramente establecidas. Vázquez de Parga cita unas palabras del mismo Duhamel en uno de los primeros volúmenes –The Little Cesar de W. R. Burnett–, por medio de las cuales se da una idea de lo que se quería hacer con la colección. El lector de los enigmas de Holmes no encontrará allí lo que busca, escribe Duhamel. «La inmoralidad, además, es admitida generalmente en esa clase de obras con el fin de que sirva de contrapeso a la moral tradicional y la encontremos en igual medida que los buenos sentimientos y que la amoralidad misma.» (Vázquez de Parga, 1981:162). En la serie se encontrarán policías corruptos y el «simpático» detective no siempre logrará descubrir el misterio. «A veces no hay misterio. Y otras, ni siquiera un detective»(íd.). ¿Qué queda entonces?, se pregunta el mismo Duhamel. Pues queda «la acción, la angustia, la violencia –bajo todas sus formas, en especial las más viles–, la tortura, la masacre…» (íd.). Para 1945, Duhamel está diciendo estas cosas, pero también, con más de una década de anterioridad, había aparecido Sam Spade, el detective privado hardboiled de Hammett en El halcón maltés. Era el año de 1930. Vázquez de Parga explica que los temas típicos de la literatura negra –los gangsters, la corrupción, la víctima social, las denuncias de costumbres y el humor– se hicieron todos presentes en las novelas de Hammett antes de 1934. Así, no resulta descabellado lucubrar que Meneses conociera el género, y no es de extrañar que utilizara sus estructuras para escribir el cuento que nos ocupa. Duhamel escribe sobre la Série Noire en 1945, Meneses llega a París en 1948, pero incluso, como ya se ve, desde 1920 la novela de misterio o detectivesca venía cambiando, y se debe recordar además que con Hammett experimentó un giro súbito y definitivo en los años 30. Resulta también provechoso pensar en el texto de Duhamel no sólo en función de Meneses, sino en función del policial en general. Duhamel va a decir que para el momento se estaba formando una narrativa donde se mantenía el crimen, pero no necesariamente la búsqueda de la resolución del enigma; incluso anuncia la desaparición del detective para dar paso al protagonismo de la geografía criminal y su violencia como pneuma existencial. La vanguardia, por su parte, nos aportará la parodia, el humor, el absurdo, lo onírico. Estos dos espacios confluirán y arrojarán cierto tipo de textos –como el de Meneses– que tomarán caminos «torcidos» con respecto a la or230

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todoxia de la estructura policial, pero sin alejarse totalmente de la misma, tomándola así como una base, como una estructura dinámica que se prestará al juego de experimentación autoral. La ciudad, el absurdo, la deuda y la escena criminal de Úslar Pietri En 1966, Arturo Úslar Pietri publica el libro de cuentos Pasos y pasajeros. Allí, el cuento «Yo soy Martín» comienza con una imagen de ciudad, con una Caracas atiborrada, llena de autos y de gente. La gente, como dice el narrador, se apretuja, se tropieza, se cruza, y así el mundo es espaldas, caras, sombreros, peinados de mujer, voces de niños, motor y aceite quemado. Estamos pues en la ciudad del hombre masa, anónimo, de la gente que olvidas al pasar. La ciudad, sí, como una imagen de la modernidad, pero al mismo tiempo como gran absurdo donde el ser humano se reduce a un cuerpo físico, a un encuentro pasajero sin mayores sobresaltos. El teatro del absurdo y una obra como La cantante calva resultan apropiados para hablar de este cuento. En la obra de Ionesco juega un papel fundamental el olvido, pues el supuesto matrimonio de los Martín (recordemos que el cuento de Úslar se llama «Yo soy Martín»), aunque están bajo el mismo techo, no se conocen y se tratan con la debida cortesía de dos perfectos extraños. El texto de Úslar, a su vez, enfrenta a un coronel retirado y a un «desconocido» que lo aborda en la calle. «Coronel, ¿cómo estás? Desde que no lo veía», le suelta el extraño (Úslar Pietri, 1979:212). El coronel, quien no da pie con la memoria, intenta simular y comienza una breve conversación con aquel personaje que dice llamarse Martín. Detective de su propia mente, va buscando los posibles Martín de su vida y, en ese rastreo infructuoso, se crea una tensión narrativa que va en crecida hasta alcanzar un punto donde el coronel comienza a temer por su vida. En cierto momento surge la posibilidad de que el personaje sea un ex militar que fue encarcelado por conspiración y que ahora está allí para vengarse. Según el discurrir mental del propio coronel, él no fue el traidor: «Después algunos dijeron que era yo que los había delatado. Eso es falso. Yo nunca he sido delator.» (íd., 214). Con todo, llega a pensar que este Martín (en caso que sea el Martín ex militar) lo ha interceptado para matarlo. Luego surge otro: uno que conoció en la cárcel. Aquel Martín, cuando el co231

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ronel salió libre, le pidió que fuera a ver su mujer Eunice con el fin de darle noticias suyas. El coronel cumplió el cometido, pero también terminó relacionándose sexualmente con la mujer. Quizás aquel Martín se enteró de la traición y ahora lo busca para cobrarle la afrenta. Aunque el relato de Úslar, como se ve, no es netamente policial, tiene cinco elementos que pueden enlazarlo con el género. El primero: la presencia de la ciudad como personaje que refleja un cierto estado corrupto de lo social y que vuelve a los hombres seres anónimos pero también de cuidado. El segundo: el intento de la razón –infructuoso en el cuento de Úslar– por reordenar el mundo, por volver a la normalidad. El tercero, unido al anterior: la pesquisa, en este caso, la del coronel en su memoria a la búsqueda de los posibles personajes de nombre Martín que él ha conocido en su vida.1 El cuarto: la tensión de la escena criminal que presenta, en potencia, la posibilidad de un desenlace violento. El quinto y final: un personaje –el coronel– que es dueño de una culpa/deuda de un pasado más o menos remoto que ha de ser pagada, y que lo convierte en (posible) víctima de la historia. Dicha culpa/deuda suele ser, en muchas historias del género negro, el disparador del crimen. De este modo, Úslar Pietri echa mano de distintas influencias y búsquedas estéticas de su época (el giro hacia la ciudad, el absurdo literario) y pergeña este cuento que, con intención o sin ella, resulta un interesante texto con visos de género negro. Armando Sequera y la ubicuidad dimensional Para 1980 tenemos circulando Cuatro extremos de una soga, libro de Armando José Sequera publicado por Monte Ávila Editores. Allí encontramos dos cuentos de corte claramente detectivesco. No obstante, ambos, «La ubicua muerte de madame Charlotte» y «Cuatro extremos de una soga» se mueven en el ámbito de lo fantástico y del humor absurdo. «La ubicua muerte de madame Charlotte» nos recuerda un típico texto de novela de enigma en el que, por supuesto, campea una cierta atmósfera victoriana dada por el hotel en el que se desarrollan los hechos. El simple hecho de llamar al personaje madame y luego Charlotte ya nos ubica de inmediato en un contexto de significados particulares. El conjunto de signos se lanza hacia 232

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un contexto europeo, y el hotel, en esa relación sígnica, también toma una connotación antigua, pero no netamente suntuosa. A la madame se le llama la «señora francesa», por lo que podemos suponer que los hechos no ocurren en Francia; nadie que sea de Francia señalará a otra persona como «francesa». Podemos quizás suponer que los hechos ocurren incluso en Caracas, en una Caracas del centro que todavía contaba con ciertas marcas afrancesadas en su arquitectura. No obstante, nada en el relato nos indica claramente donde suceden los hechos; tampoco importa, el relato resulta cerrado en sí mismo y se satisface a sí mismo porque repite una y otra vez la salida del hotel de la madame, pero al mismo tiempo, luego de su salida, vuelve también al hallazgo del cuerpo de la mujer degollada en el ascensor. Claramente influido por la estructura de «En el bosque» de Ryunosuke Akutagawa, relato criminal publicado en 1922,2 el cuento de Sequera se divide en párrafos que son las declaraciones de cada uno de los testigos que estuvieron en el hotel a la hora del crimen de la madame.3 Tal como ocurre con el de Akutagawa, en el cuento de Sequera no hay intervención del detective (aunque en el cuento del japonés los declarantes apelan al agente llamándole «señor oficial»). En ambos, se presenta a cada testigo hablando en primera persona, es decir, narrando desde una realidad subjetiva. No obstante, en el cuento de Sequera tenemos además una movilización espacio temporal, dimensional podríamos decir, que se da gracias a la intervención de las fórmulas del género fantástico. Mientras que en el cuento de Akutagawa hay una subjetividad conveniente (los personajes cuentan lo que les conviene) y una intervención sobrenatural (al final tenemos a la víctima hablando por la boca de una médium), en el de Sequera hay trasposición de tiempos, como si dos dimensiones idénticas se hubiesen superpuesto en un mismo espacio: en una, la madame sale viva del hotel y toma un taxi; en la otra, la madame es degollada dentro del ascensor. El humor, lo absurdo, lo fantástico y por qué no, la ciencia ficción ha tomado acá su espacio, y con ello, Sequera lleva a otro nivel la estructura planteada por Akutagawa. «Cuatro extremos de una soga» también repite el experimento de versionar al maestro japonés, pero esta vez Sequera se centra en las confesiones. «En el bosque» se divide en declaraciones y confesiones. «La ubicua muerte de madame Charlotte» sólo se mueve en las declaraciones, «Cuatro extremos de una soga» se dedica en exclusiva a las confesiones. No hay testigos: todos dicen ser los autores materiales del crimen, todos confiesan. 233

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Sequera juega acá, una vez más, con los planos temporales. Cada asesino (intencional o no) entra en una dimensión distinta cada vez que visita a John William Andrade, cada uno tiene una conversación propia con la víctima y cada uno, al declarar, hace una referencia distinta sobre lo que estaba esperando ver o veía la víctima en la televisión (que son los programas que se refieren al inicio del cuento). Así, cada personaje, sin saberlo, pareciera haber entrado en distintos planos temporales, y la víctima, al final, mostrará cada una de las heridas que le fueron propinadas en dichos planos.4 Así, «Cuatro extremos de una soga» y «La insólita muerte de madame Charlotte» se complementan magistralmente, pues ambos cuentos toman la estructura del cuento de Akutagawa, pero reinterpretada desde esa perspectiva fantástica del trastorno espacio-temporal. Se trata de un logro de Sequera, donde se mezcla la factura personal con el homenaje (o palimpsesto), el género detectivesco y el género fantástico. El túnel místico de Humberto Mata Humberto Mata gana en 1992 el concurso de cuentos de El Nacional con «Boquerón», un relato de más que evidente tinte policial. Juan Achares, ex Jefe de la División contra Homicidios, ha desaparecido, y sus archivos son presentados al lector por quien pareciera ser el nuevo jefe del departamento. Allí se descubre la obsesión de Achares por su último caso: la enigmática muerte de unos supuestos mendigos sin identificación (incluso con las huellas digitales quemadas) en el túnel Boquerón I de la autopista Caracas-La Guaira. El narrador va presentado los distintos documentos de la investigación, que son registrados como A, B y C. De todos, el documento C es el más extraño porque allí se entreteje lo que parece ser la irrupción de la locura. En este documento, el entonces jefe del departamento aporta una teoría delirante: la existencia de una especie de cofradía de mendigos muy cercanos al estoicismo, pero además, extrañamente ritualista y suicida. A la búsqueda de desentrañar el misterio de los mendigos místicos, Achares se va internando en ese mundo, hasta que finalmente se desconecta de la realidad y es despedido. Es entonces cuando desaparece.

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Hay mucho de simbólico en el cuento. Una concha de mar, un clavo y una olla viejos, un sacapuntas, los espejos, el poema «Fracaso» de Rafael Cadenas, la Pathétique de Tchaikovsky y la luna nueva van formando un entramado de significados –de pistas íntimas, si se me permite el término– que nos hablan del hastío, de la derrota previa de Achares antes de descubrir la terrible dimensión de la historia de los mendigos. Se trata sin duda, de un relato con crimen, detective y pistas; no obstante, Mata va más allá del género y nos presenta un drama existencial profundo, la soledad del hombre urbano, su hastío, su falta de asideros, la ausencia de razones de vida, de creencias. Se nombra en el relato a Caracas, una Caracas, sin duda, aplastante, de autopistas como relámpagos y de «edificios disparados hacia el vértigo; puentes sobre caños fétidos picoteados por garzas y en cuyas laderas abundan los mendigos» (Mata, 1992:506). A ello se adosa la claustrofobia patética (recordemos a Tchaikovsky) del cuarto de pensión de Achares, imagen de una vida mínima que a Achares se le antoja desperdiciada. Él va, metafóricamente, tras sus propias pistas, tras su propia muerte que aún no ha acontecido pero que puede ocurrir o no. Achares desaparece, eso es lo que importa, desaparece pues se funde, se amalgama, se va hacia el fondo de las vidas de estos mendigos y allí se queda, formando parte, preparándose para la definitiva muerte. Eloi Yagüe, la pesquisa borgiana y la estructura del realismo En el año 2000, Eloi Yagüe publica con Editorial Norma el libro de cuentos Esvática de Sangre. El libro consta de trece cuentos, de los cuales, por los menos siete tienen características del género negro. «La inconveniencia de servir a dos patrones», «Esvástica de sangre», «¿Bailamos Biyis?», «Sin esposas», «Amigo hasta la muerte», «¿Quién ha visto a Koyak?», y «El peligro amarillo», muestran una clara intención policial. A pesar de que el libro tiene como fecha de salida el año 2000, dos de los cuentos allí contenidos tuvieron resonancia anterior en concursos literarios. «Esvástica de sangre» ganó en 1995 el premio Carlos Castro Saavedra de la ciudad de Medellín, y «La inconveniencia de servir a dos patrones» obtuvo en 1998 el premio de la Semana Negra en el concurso Juan Rulfo de Radio 235

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Francia Internacional. Quizás el segundo es el más conocido de los cuentos de Yagüe. No obstante, ambos textos evidencian por igual un apego claro a la estructura policial, sin que ello implique una restricción autoral. «Esvástica de sangre» cuenta con un personaje que luego protagonizará las novelas del autor: Fernando Castelmar, un periodista que toma el lugar del detective. En un mundo quizás demasiado corrupto, el detective se ha quedado sin ideales; en cambio, el periodista pareciera recuperar, en el contexto contemporáneo, cierta dignidad, cierto aspecto moral que quizás en el personaje del policía ha perdido verosimilitud. Si bien encontramos periodistas-detectives en el género negro actual, tales como el Mikael Blomkvist de Stieg Larsson o la Annika Bengtzon de Liza Marklund (por sólo nombrar dos en la novela negra nórdica tan en boga), podemos también pensar en incursiones anteriores, como la que encontramos en 1966 con A sangre fría de Capote, o ir más atrás y referir al periodista Joseph Rouletabille, detective aficionado de Gastón Leroux que hace su aparición en el clásico El misterio del cuarto amarillo en 1907. Recordemos que no siempre el investigador del género policial ha sido un detective; también allí contamos con abogados, como Perry Mason; ancianas curiosas, como Miss Marple, o incluso meros diletantes drogadictos, como Sherlock Holmes, el detective de las novelas de crímenes por excelencia, o más bien, el detective por antonomasia. De modo que Yagüe, en «Esvástica de sangre» toma la ruta de la tradición del detective aficionado en la figura de Fernando Castelmar y con él se adentra en un mundo criminal citadino pero particular, fuera del cliché, pues el cuento se refiere a una hermandad mística que comete asesinatos con el fin de tomar la sangre de las víctimas y realizar rituales de inmortalidad. La hermandad de la Cruz Gamada (símbolo, en el cuento, de inmortalidad, no de nazismo) o de los Hemomantes (del griego haima, sangre y de manteia, adivinación), dirigida por un tal Weintraub, debía realizar cuatro asesinatos que completarían una cruz gamada sobre el mapa real de la ciudad, pero Castelmar logra dar con la clave y evita el cuarto crimen (en realidad logra visualizar la cifra al segundo asesinato, pero la policía lo ignora y el tercer crimen se lleva a cabo). El cuento funciona como una caja china: los acontecimientos son narrados desde un presente en el que Castelmar se encuentra atado en su apartamento, sometido por Weintraub, quien se acaba de fugar del retén de Catia. A partir 236

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de esta escena, volvemos atrás en el tiempo y el narrador (Castelmar) da noticia del caso de la hermandad y cómo logra descubrir la sincronía de los crímenes. En ellos, es necesario decir, se adivina la huella de «La muerte y la brújula» de Borges como subtexto o palimpsesto. No obstante, mientras Erik Lönnrot descubre una trama falsa de puntos cardinales que es parte de una trampa para asesinarlo, Castelmar sí llega a dar, en el tiempo pasado de la historia, con una conspiración criminal. Sin embargo, tal como se ha explicado, Castelmar termina cayendo en manos del asesino. En el cuento de Yagüe hay incluso una pequeña conversación entre Castelmar y Jack5 Castro, el director de Medicina Legal, que nos recuerda una similar entre Lönnrot y Treviranus: «Estás viendo demasiadas películas, Castelmar. Tú como que quieres ser el periodista de Entrevista con el vampiro. Pienso que es algo mucho más simple: mercado negro de sangre.» (Yagüe, 2000:103). Si vamos al texto de Borges, tenemos lo siguiente: No hay que buscarle tres pies al gato –decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro–. Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece? (Borges, 1974:500). Lönnrot le replicará a Treviranus que esa hipótesis es «posible, pero no interesante.» (íd.), por lo que prefiere conjeturar un complot: «He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón.» (íd.). Lönnrot cree ver una conspiración esotérica, Castelamar la descubre. Es como si Yagüe hubiese jugado a contar la historia de Borges de otra manera, como si hubiese decidido hacer efectiva la teoría de la conspiración, como si hubiese jugado a darnos otra opción de historia, como si planteara, en efecto, otra estructura. «La inconveniencia de servir a dos patronos» también acude al final a este asunto de la opción estructural narrativa, pero ya no desde el palimpsesto, sino a modo de menú de posibilidades anecdóticas para el lector. El cuento, mucho más que en «Esvástica de sangre», evidencia el tono realista del género negro y se adentra en el mundo de cierta mafia caraqueña. Desde su inicio, parte hacia dos rutas, pues plantea un doble juego de trai237

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ciones del matón Cachano. Ese juego, esa subasta peligrosa entre dos «patronos» terminará convirtiéndose, efectivamente, en una narración arracimada de opciones. El autor nos regala cuatro posibilidades de final. Es decir, el relato se enracima, pero, a diferencia de los cuentos de Sequera, queda claro que sus variantes son netamente estructurales y funcionan como posibilidades para el lector, mas no están imbricadas de modo fantástico en la historia. Es decir, el lector sabe que puede optar por uno de esos finales o puede incluso leerlos todos, pero eso no le impide tener claro que ninguno de ellos acontece al mismo tiempo en la historia. La escena criminal y el absurdo de Roberto Echeto En 1997, Roberto Echeto publica Cuentos líquidos (recordemos que el primer premio de Yagüe es de 1995 y el segundo de 1998), un libro que contiene por lo menos cinco cuentos escritos en clave de género negro. Entre el absurdo y la escena humorística, casi teatral, el autor entreteje unos cuentos muy particulares donde se maneja la estructura del género negro al antojo. En este caso, Echeto trabaja esencialmente tanto la escena violenta (el tiroteo, el momento de acción) y la escena de tensión (una amenaza criminal que se cierne), con o sin participación policial, como también la escena instaurada netamente en el mundo criminal, sin participación del policía o incluso sin asesinato. Echeto apunta de lleno sobre estos ámbitos contemporáneos del género negro donde lo importante, tal como quería Duhamel, es la acción o la tensión sádica ejercida por la intervención del criminal, esa amenaza de violencia que se encuentra al fondo. «Magdalena por la tarde» nos dibuja una situación donde el humor y la acción violenta se combinan. Unos delincuentes han entrado a robar en la casa de la familia Hennings. Tienen a todos secuestrados, pero no saben que en alguna parte de la casa un policía de nombre David Veroes (que había estado allí refocilándose con Magdalena, la doméstica de la casa), aguarda el momento ideal para intervenir. Mientras esto no ocurre, afuera se vive la tensión del secuestro que, tal como se dijo, manifiesta el sadismo rampante del criminal que 238

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no sólo quiere hacer daño físico sino que disfruta también con el sarcasmo y la amenaza verbal. Al final, la situación logra ser controlada y la tensión se rompe incluso con humor, pues Magdalena debe mantener su honor: el policía está en la casa porque, en vista de la acción criminal, ella lo ha llamado por teléfono, por nada más. «Azul índigo» entra totalmente en los terrenos del humor absurdo. El cuento resulta un hijo contemporáneo de las creaciones más delirantes de los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX. En este caso se nos presenta al detective Aníbal Gómez, gordo, calvo y tramposo, pero que además, y aquí el detalle particular, «guardaba a su ayudante dentro de la nariz.» (Echeto, 1997:35). Este hombrecito, de nombre Mario Triste, viste de negro, siempre anda armado hasta los dientes y se la pasa todo el día «escuchando discos de ópera y escribiendo cuentos en unos cuadernillos negros que coleccionaba con esmero en una biblioteca de madera.» (íd.). Este personaje será clave a la hora de la escena violenta en la que Gómez deba enfrentar a unos maleantes que pretenden asesinar al boxeador Bobby Mercurio. Será Mario Triste quien dispare contra ellos y los aniquile en el duro trance. Pero además, en pleno tiroteo, Triste conocerá a una muchacha «pequeñita pequeñita» (íd., 41) salida, literalmente, de la nada. Como se ve, Echeto realiza acá una particular mezcla entre la escena violenta del género negro y la intervención de lo absurdo-fantástico sin que esa intervención funcione como suele funcionar lo fantástico tradicionalmente (como un trastoque de la realidad), sino como algo cotidiano, común, dado por sentado. En este sentido, los cuentos de Roberto Echeto se van a diferenciar de los cuentos de Sequera. En Sequera, lo fantástico crea una alteración de la realidad que produce estupor en los personajes (lo que corresponde a la visión clásica de lo fantástico), mientras que en Echeto lo fantástico se convierte en parte de una realidad ordinaria que entra, de este modo, en la categoría de lo absurdo-humorístico, donde la alteración no crea mayores quebrantos existenciales en los personajes. «La mesa cinco quiere la cuenta» nos presenta a tres personajes: el jefe mafioso Marco Antonio Patta, a Caraota Plástica y al negro Tacoa. Al inicio, tenemos al jefe y a su guardaespaldas, Caraota Plástica, en la arepera La Niña. El cuento alterna dos momentos, la noche actual o presente, en la que llegan unos músicos callejeros a la arepera y obtienen de Patta el beneplácito para 239

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tocar, a pesar de los deseos del dueño del local, quien no le queda más remedio que aceptar cuando Caraota Plástica se desabotona la chaqueta y deja ver su sobaquera. El segundo momento (una caja china) está dado por el flashback de lo ocurrido unas horas antes, cuando Caraota Plástica deja a su jefe donde su amante, la Nena, y él, dando vueltas por allí, se encuentra con el negro Tacoa. El lector se entera así que hace años el tal Tacoa, por andar con una «mona fenomenal» (íd., 155), se salvó de montarse en un autobús que poco después, en la autopista, golpearía por accidente un tubo que va a causar una explosión que no dejará sobrevivientes. Para Tacoa, asesino a sueldo, tal situación resultó ideal: se le daba por muerto, legalmente no existía. El jefe Patta, en vista de tal plusvalía, le ofreció a Tacoa trabajar para él, pero Tacoa lo rechazó. En el pasado Patta y Tacoa tuvieron una discusión con respecto a un dinero que Patta no quiso pagar. Caraota y Tacoa se terminan la cerveza y Caraota va buscar a su jefe. Entonces ambos (Caraota y Patta) son atacados por varios hombres que salen de una ambulancia y de un LTD negro. Entre Caraota Plástica y su jefe logran salir de los asesinos. Por supuesto, la presencia anterior del negro Tacoa trae sobradas sospechas. Asistimos pues, a dos escenas criminales dentro de una misma historia. La primera, de tensión: la de la arepera, que implica una amenaza al portugués (Caraota le muestra el arma oculta); la segunda, de acción: la del atentado unas horas antes. Echeto ha seguido publicando cuentos con el mismo tenor. En Breviario galante, de 2004, presenta varios relatos que vuelven al mundo criminal. Uno de los mejores del libro, «Los zamuros también tienen mala suerte», recrea una escena fascinante pero al mismo tiempo estática: la mismísima escena del crimen, es decir, el lugar del cadáver en una pulcra habitación del hotel Savoy: A los pies de la cama había algo raro en un cuarto tan afecto al orden: era un cuerpo que yacía desmadejado con el largo brazo derecho tratando de alcanzar una almohada. Con la mano izquierda el cuerpo se agarraba el pecho cubierto por una camisa arrugada. Aquella mole de carne medía casi dos metros. (Echeto, 2004:19). Ya en el texto se puede intuir que en esa «escena del crimen» no ha habido crimen. La supuesta víctima ha muerto antes de un infarto. Así lo suponemos gracias a la imagen de la mano izquierda agarrándose la camisa arrugada a la 240

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altura del pecho. No obstante, el muerto no está solo: en la habitación se encuentran tres zamuros que han entrado por la ventana: han olido la muerte, eso hacen los zamuros. A poco, entrarán otros dos «zamuros»: Caraota Plástica (a quien ya conocimos en Cuentos líquidos) y Ramiro. Ellos tenían la misión de matar a aquel gigantón que ahora yace muerto de un infarto. No obstante, Ramiro decide que igual hay que echar tiros, pero a los zamuros. Matan a dos, dejan a uno vivo y se llevan al cadáver, que no tiene ni un tiro. En la cabeza de Ramiro está la siguiente idea: la policía encontrará a dos zamuros muertos y a uno vivo, y cero ocupantes humanos. Supondrá que el hombre de dos metros los mató a tiros y se largó para siempre. Sea esto o no lo que lleguen a concluir los detectives, lo cierto es que la escena del crimen será bastante singular: en vez de un hombre abaleado en una habitación de hotel, tropezarán con un par de zamuros que, como se ve, también tienen mala suerte. Las largas noches de Rodrigo Blanco En 2005, Rodrigo Blanco Calderón publica el libro de cuentos Una larga fila de hombres, merecedor del premio Monte Ávila de Narrativa para Autores Inéditos ese mismo año. Entre los cinco relatos que conforman el libro, el de mayor extensión, «Uñas asesinas», contiene evidentes características de cuento negro. Lo que comienza siendo el diario de un joven pergeñado con una que otra disquisición más o menos intelectual, meandros ansiolíticos y pormenores sobre sus ansias amatorias, se transforma en una pesquisa criminal cuando su redactor tropieza en el periódico con la noticia de que fueron encontrados tres cadáveres de indigentes, uno muy pegado al otro, con las cabezas totalmente aplastadas. No obstante, lo que más llama la atención al joven narrador/redactor del diario es que los crímenes ocurrieron a menos de dos cuadras de su casa. «Según la noticia, todo ocurrió aquí mismo en la avenida La Salle, cerca de un hotel.» (Blanco Calderón, 2005:74). A lo largo del diario, seguimos enterándonos de los asesinatos, que van en aumento, y el narrador/redactor va asumiendo una actitud «detectivesca» con respecto a esos asesinatos que ocurren en los alrededores de su casa. De hecho, en cierto momento (en la fecha que corresponde al 5 de julio), nos dice que 241

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cree haber descubierto al asesino. Llega incluso a enfrentarlo (el obeso conductor del camión de la basura), pero luego se arrepiente de sus acciones e infiere, en una relectura de su diario, que sus hallazgos «no pasan de ser cosas nimias, detalles en los que sólo una persona paranoica o simplemente aburrida puede fijarse y darle un sentido.» (íd., 103). Piensa que si le cuenta a la policía lo que ha descubierto, será considerado el primer sospechoso, e incluso habla de un cuento de Conan Doyle, donde una «supuesta víctima o deudo del crimen» contrata a Sherlock Holmes para atrapar al criminal, cuando en realidad, este «deudo del crimen» es el verdadero culpable. Una vez más, como en «Boquerón», el mundo de los indigentes vuelve a tomar preponderancia. Si acudimos al concepto de «low-life», los indigentes son el nivel más bajo de esa vida: personas rechazadas por la comunidad, que han caído en el vicio de las drogas o del alcohol. No obstante, son personas, seres humanos, y «Boquerón» lo pone de manifiesto por medio de una cierta mística suicida, así como también lo hace, de un modo más explícito, el largo cuento de Blanco Calderón: «Cada pedrada que resuena en el asfalto, en la sorda caja de resonancia caraqueña, es una campanada de alerta: también los indigentes son personas y todavía están vivos y qué mejor prueba de ello que su muerte.» (íd., 89). «Uñas asesinas» se separa, sin duda, de las fabulaciones fantásticas, pero el cuento está escrito con cierto aire de fantasmagoría que lo mantiene en una zona tan indeterminada de la realidad como la de la literatura fantástica. Hacia el final, el cuento se va abriendo, como en «La inconveniencia de servir a dos patronos» a un universo de conjeturas, de opciones, de posibilidades, que, en este caso, vuelven aún más irreal la atmósfera, lo que contribuye a hacer de este cuento con fondo detectivesco una pieza donde el lenguaje juega un rol fundamental. Lucas García y la escena de tensión criminal En 2006, Lucas García gana el concurso de cuentos Sacven con «Nocturno», cuento que fue luego publicado luego en 2009 en el libro Payback de ediciones PuntoCero. Este cuento, a manera de caja china, se concentra en un diálogo entre un cliente y un barman que cuenta hechos ocurridos con antelación. Sandoval, sentado en la barra, le cuenta a Soler que en su lugar de 242

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residencia, en Parque Central, están pasando cosas raras. Esas cosas raras, refiere Sandoval, tienen que ver con la delincuencia, pero también con un grupo de personas que parecen estar tomando la justicia por mano propia. El diálogo está cargado de la tensión –o más bien de la neurosis– del vecino de Parque Central, quien cuenta dos sucesos que bien pueden enmarcarse en el espacio de la escena criminal. No obstante, al final, el lector se entera de que la escena del diálogo lleva por igual un peligro implícito y que el narrador (Sandoval) ignora: Soler es parte de ese grupo de vengadores anónimos. Los dos sucesos narrados por Sandoval nos llevan hacia el mundo criminal y al de los vengadores ciudadanos. El primero resulta casi cómico, y de hecho, se soluciona de una manera que bien entraría dentro de lo insólito: el delincuente trepador, que obliga a la víctima a abrirle la propia ventana de su apartamento para poder entrar, de pronto cae al vacío: una gavera de refrescos ha dado contra su cuerpo. El segundo, un delincuente que hostigaba («jamaqueaba», dice el narrador) a una vecina, es asesinado de un tiro por una «señora», tal como lo asegura Sandoval, por una vecina en mono, zapatos de goma, guantes amarillos de lavar platos y un pasamontañas que le cubre el rostro. Ambos sucesos están cargados de tensión criminal, pero, a semejanza de Roberto Echeto en algunos de sus cuentos, Lucas García maneja el humor con maestría dentro de situaciones que por insólitas no dejan de ser posibles. No se debe dejar acá a un lado la presencia poderosa de la ciudad (las torres de Parque Central) que, llena de peligro, vuelve a los hombres seres de cuidado, dueños incluso de sus propias reglas, de su propia ley de sobrevivencia. Salvador Fleján, los estafadores y el choque de realidades En 2006, Salvador Fleján publica su primer libro de cuentos, Intriga en el Car Wash. Dos de los cuentos más representativos del libro: «Albóndiga en salsa» e «Intriga en el Car Wash», se arman en torno a escenas de tensión criminal donde asoma la muerte. Es decir, el miedo y la posibilidad de la violencia están allí siempre al acecho. «Albóndiga en salsa» nos presenta el difícil trance de un arreglista de música latina y de un grupo de salsa que son contratados para tocar en una fiesta en Medellín. El cuento, que no se apresura en llegar al momento de tensión, 243

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nos cuenta con humor y desparpajo los primeros años del arreglista, a quien llaman Albóndiga, para luego centrarse por completo en los tres días en los que la orquesta (dirigida por Albóndiga) debe tocar para un narcotraficante colombiano y sus compinches mexicanos. Por supuesto, el tema está en que el narcotraficante no debe aburrirse durante esos tres días. Si esto sucede, los músicos podrían ser «desechados». De hecho, uno de los esbirros llega a ponerles un nombre relacionado con el asunto. Así dice: «A estos manes les hace falta un nombre», y acto seguido, se los pone: «Yo les tengo uno bonito: “Los Desechables"» (Fleján, 2006:20). Aunque el narrador –Albóndiga– nos cuenta en primera persona una historia acontecida (es decir, refiere un hecho pasado), no deja de crearse la tensión propia del género. ¿Morirá alguno de ellos? ¿Cómo saldrán del trance? El cuento que lleva el título del libro, «Intriga en el Car Wash», nos lleva a un autolavado en Miami regentado por un árabe harto sospechoso que termina desapareciendo y dejando un tesoro interesante en su caja fuerte. El narrador y su compinche Marcelo se llevan el botín, a sabiendas de que Mohamed, el árabe, puede ser el tipo de criminal más temido en Estados Unidos de América: un terrorista. Ese conocimiento hace que la huida con el botín esté cargada de una gran tensión para estos criminales de baja monta, más que criminales, aprovechadores de la circunstancia. El narrador, al final, termina siendo engañado por su compañero. Se trata de un texto cargado de tensión criminal que puede desembocar en tragedia, y que además está totalmente entregado a un cierto «mundo criminal», el de los «audaces» de poca monta, estafadores de medio pelo, matchstick men que no llegarán nunca a ningún lado. Es buen momento acá para pensar en la solución espacial y temporal manejada por Fleján, García y Echeto con respecto a la comprensión de lo mismo en lo fantástico. Ya se ve que los tres autores trabajan la escena de la tensión criminal, se centran en las anécdotas y en la cronología de momentos específicos, y los van llevando hacia adelante, como impulsados por el placer de contar una historia excepcional que, con todo, siempre puede estar en el ámbito de lo posible. Es decir, en sus cuentos no se narra el salto de una dimensión temporal a otra (lo que ocurre con Sequera) sino el choque de dos realidades distintas, por aproximación más o menos voluntaria («Azul índigo», «Intriga en el Car Wash») o azarosa («Nocturno», «Albóndiga en salsa»6). Es 244

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decir, en estos autores puede darse la irrupción de un mundo completamente ajeno en sus reglas (el criminal) en la vida de un personaje absolutamente corriente. No podemos pues dejar de pensar acá en una continuación necesaria entre lo fantástico, lo gótico y el género negro. El libro lunar de Fedosy Santaella Al año siguiente de la publicación de Intriga en el Car Wash, el autor de este trabajo entrega al público Piedras lunares (2008), libro que en su título hace homenaje a la novela La piedra lunar de Wilkie Collins. En Piedras lunares cada cuento es una piedra extraña de ese ámbito lunar en el que se mueve el género negro. El libro, trabajado de manera conceptual, está conformado por once cuentos que se mueven dentro del género negro. Nombro acá y doy una breve sinopsis de algunos de ellos. «Demasiado calor» refiere un crimen pasional, dentro del que se mueve subrepticiamente el cuento «Corazón delator» de Edgar Allan Poe; «El vampiro de los bajos fondos» mezcla los códigos y la cultura del vampiro literario y cinematográfico con el relato negro en una historia de venganza, traiciones y pasiones que gira en torno a la mafia caraqueña del narcotráfico; «Un tal William» rinde tributo al film Unforgiven (1992) de Clint Eastwood, pero esta vez el alcohólico reformado resulta ser un asesino a sueldo evangélico que es contratado para matar a un ex socio inconveniente dentro del mundillo del robo de furgones en el puerto de La Guaira; «Saña» lleva un conflicto canino entre vecinos hasta sus últimas consecuencias, y «El merodeador inexistente» adquiere un carácter absolutamente fantástico al presentarnos a un criminal invisible en un relato que busca darle visibilidad a los marginados sociales. De las balas que no fueran disparadas y de las recientes Queda todavía mucho por revisar. Faltan, hacia atrás, cuentos por nombrar y también, por supuesto, hacia adelante. Hemos dejado afuera, por razones de espacio, a José Balza, con «La mujer de espaldas», del año 1986, cuento que sigue la ruta trazada por Meneses en «La mano junto al muro». También queda 245

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por fuera un autor como José Luis Palacios, quien tiene un relato titulado «Cuento policial» en el libro Decágono de 1999. Eso por nombrar tan sólo dos que quedaron por fuera en el recorrido. Habría que revisar también otros libros de autores ya señalados, como La máquina clásica de Roberto Echeto, Miniaturas salvajes de Fleján (con el cuento «Morgan»), o Las rayas de Rodrigo Blanco (con el cuento «Flamingo») y Payback de Lucas García (allí, otro distinto al nombrado, el cuento «Guillermo Tell»). Hacia adelante quedan otros autores, libros y relatos. Debe tomarse en cuenta a Omar Mesones con su libro de 2007 Inventario y otros relatos (considérese el cuento «300 gramos de sexo de baja pureza», el cual transcurre totalmente en el mundo criminal de la droga), a Enza García Arreaza con El bosque de los abedules de 2010 (nombro de pasada «El bonsái de Macarena»), a Carolina Lozada en Por culpa del porno de 2013. Para el año 2014 debe tomarse en cuenta a Carlos Patiño con Te mataré dos veces, a Hensli Rahn, con Dinero Fácil (allí tenemos «La Guaira 1989») y a Manuel Gerardo Sánchez con El último día de mi reinado (el cuento «El beso»). Si bien no puede considerarse que existan libros de relatos exclusivamente negros (si acaso Yagüe y Santaella son la excepción), sí existe, como se ha visto, un corpus abundante, que acá, obviamente, se presenta de manera incompleta. No obstante, puede señalarse, a modo de conclusión, que el relato negro venezolano existe y que cada vez toma más vigor. También podemos decir que ha seguido la ruta de los tiempos literarios, lo que no implica apego a una línea mercantil (¿cuándo un cuento ha producido dinero?), sino más bien un ir con las tendencias estéticas del momento. Allí, no obstante, no dejan de verse determinadas constantes que vienen del género: la irrupción del mundo criminal en la vida ordinaria de los personajes, la escena de tensión criminal, la escena violenta (de acción), la culpa/deuda/traición y la venganza, la ciudad como epicentro de las acciones. En cada autor, ya se dijo, estos elementos juegan a combinarse con el absurdo, el humor, lo fantástico, la experimentación del lenguaje, metaliteraria e incluso estructural. Ya se dijo, queda más por mirar, más por buscar, más por leer. Mucho se escapa a esta pesquisa, que resulta apenas un abreboca a un campo poco explorado por la crítica y la academia: el cuento policial y/o de género negro.

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Notas En este cuento la pesquisa está dada por dos niveles de crimen muy particulares: el crimen del olvido (olvidar a un conocido, acto imperdonable), y el crimen posible: el coronel puede ser una futura víctima que ha de pagar una deuda. 2 Podríamos también considerar como influencia o referente previo, la novela La piedra lunar de Wilkie Collins (que será nombrada más adelante), la cual tiene la misma estructura de declaraciones en primera persona, y que fue publicada en 1868. No obstante, al trabajar con relato breve, resulta más lógico centrarse en otro cuento: el de Akutagawa. 3 Pongo acá el ejemplo de dos de los títulos que separan los párrafos (y por supuesto las voces) del cuento de Akutagawa: «Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi» y «Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial». Ahora acá los de Sequera: «Declaración del recepcionista» y «Declaración del maletero» y, uno más, «Declaración del huésped que se encontraba en la sala de estar». 4 Curiosamente, si pensamos esta idea desde la Teoría de juegos, podríamos considerar que la confesión de todos resulta la segunda mejor opción para todos; la primera sería no confesar y que todos los demás sí lo hicieran, claro está. En este caso (el del cuento) confiesan y todos serán castigados, pero la pena será la más baja de todas. 5 Sin pretender hilar demasiado fino, Jack me lleva a Jack el destripador. De hecho, podemos decir que tanto el cuento de Borges como el de Yagüe tienen como base o referencia ineludible los asesinatos a las prostitutas cometidos por aquel desconocido asesino llamado Jack el Destripador en las calles de Whitechapel en 1888. 6 Aunque bien cabría preguntarse qué tan azaroso es el choque del mundo «salsero» de Albóndiga con el mundo del narcotráfico. ¿Qué tan alejada está la cultura de la salsa del mundo criminal? Las concomitancias de esos mundos pueden darse, y la historia que cuenta Fleján es absolutamente factible, lo que no quita que nos siga pareciendo excepcional, insólita. 1

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Fedosy Santaella . El género negro en la narrativa breve venezolana... Estudios Volumen 22/2014, No 43 (julio-diciembre 2016):223-248

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