El fundador del Real Cuerpo de Ingenieros, D. Jorge Próspero de Verboom, y su caracterización como personaje en la novela histórica \"Victus\", de Albert Sánchez Piñol.

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Descripción

EL FUNDADOR DEL REAL CUERPO DE INGENIEROS, D. JORGE PRÓSPERO DE VERBOOM, Y SU CARACTERIZACIÓN COMO PERSONAJE EN LA NOVELA HISTÓRICA VICTUS, DE ALBERT SÁNCHEZ PIÑOL

Víctor García González Universidad de Málaga INTRODUCCIÓN

El tema del II Congreso Internacional de Historia Militar, la relación entre la novela histórica y la historia militar, significó una oportunidad inmejorable para abordar uno de los debates clave en torno a dicho género literario: cómo deben ser tratados los personajes históricos reales en la ficción y si es legítima su inclusión. Estetrabajo pretende analizar si lospersonajes que aparecen en la novela Victus, de Albert Sánchez Piñol, son caracterizados de forma ética y con la fidelidad histórica necesaria para que la obra sea considerada de calidad. En concreto, el trabajo se centrará en el principal antagonista de la trama, Joris Prosperus van Verboom castellanizado como Jorge Próspero de Verboom, ingeniero militar al servicio de Felipe V. La responsabilidad del autor a la hora de escribir sobre hechos y personajes históricos ha sido un aspecto muy estudiado por historiadores, críticos y literatos. Pese a que, en nuestros días, gracias a internet y a la generalización del acceso a la cultura y a la información, es relativamente sencillo que cualquier lector pueda profundizar en la historia y contrastar datos, los escritores siguen teniendo el poder de poner por primera vez en contacto al gran público con personalidades y hechos históricos, influyendo enormemente

en

el

imaginario

colectivo.

Es

por

ello

que,

con

tanta

frecuencia,elementos reales y ficticios se funden en la percepción que el ciudadano medio, sin tiempo ni formación para acudir a fuentes científicas rigurosas, tiene de la historia. En este contexto, los profesionales del entretenimiento tienen una gran responsabilidad: no ofrecer un reflejo excesivamente distorsionado de lo que realmente ocurrió, pues la influencia de los productos culturales en la sociedad es determinante. En el caso estudiado se dan dos matices.Por un lado, el personaje analizado, Verboom, no es conocido por el público general, pese a que se trata de una figura de importancia considerable en el marco cronológico a tratar, a caballo entre los siglos XVII y

XVIII

y principalmente a lo largo de la Guerra de Sucesión, de tal manera que para la 1

gran mayoría de los lectores de Victus muy probablemente esa será la primera ocasión que se topen con él. Por otro lado, esta novela es una tragedia cuya finalidad no es sólo el entretenimiento, sino también lanzar un mensaje revisionista de marcado carácter político. El planteamiento metodológico seguido ha buscado analizar exhaustivamente la narración para señalar los pasajes en los que la observancia de la fidelidad histórica se vuelve deliberadamente laxa,exagerando o alterando datos y rasgos de los personajes para agudizar el drama y el tono maniqueísta del texto.

1. VICTUS: MÁS QUE UNA NOVELA

Su autor, Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965), es un antropólogo y escritor cuyos principales éxitos han sido la novela La pell freda y la que ahora nos ocupa: Victus, su primera obra en castellano, de la que se han vendido 200.000 ejemplares y cuya continuación, Vae Victus, será publicada próximamente. La repercusión del libro incluso dio origen a una serie de productos derivados o inspirados en él novelas gráficas, juegos de mesa, lo que da idea de las diferentes formas que existen en nuestros días para hacer llegar una narración al gran público, así como diversificar su impacto económico.

1.1. Contexto editorial

En la novela histórica catalana actual lo militar tiene un papel preponderante, al ser los hitos canónicos del discurso identitario catalán contemporáneo los almogávares, la revuelta dels segadors o la Guerra de Sucesión, entre otros un marcado carácter bélico. Con motivo del Tricentenari, el 300 aniversario de la derrota austracista en el asedio de Barcelona de 1713-1714, numerosos autores han aprovechado la oportunidad de la efeméride, apoyada contundentemente desde las instituciones autonómicas y la industria editorial, para publicar novelas que giraran en torno a la Guerra de Sucesión y su desenlace, recreando en la ficción sucesos reales protagonizados por personajes reales. Destacan por su éxito novelas recientes como 1714: Entre dos focs, de Jaume Mata Viadiu; Defensors de la terra, de Ramon Gasch y Andreu González; Lliures o morts, de Jaume Clotet y David de Monserrat, o la trilogía 1714, del también político y diputado 2

Alfred Bosch, así como otras obras de divulgación histórica y ensayos, casi siempre siguiendo el paradigma nacionalista. Sobresalen también reediciones de obras clásicas como las Memorias de guerra del capitán George Carleton, de Daniel Defoe, o volúmenes propiamente de historia militar como Els exèrcits de Catalunya (17131714): uniformes, equipaments, organització, de Francesc Xavier Hernández Cardona y Francesc Riart o la serie Historia militar de Catalunya, coordinada también por Hernández Cardona. Estos investigadores, junto a otros profesionales como Xavier Rubio, vienen desarrollando desde la Universidad de Barcelona una ingente labor en los campos de la didáctica de la historia militar en educación secundaria y universitaria y la historia militar de la Guerra de Sucesión, habitualmente desde un prisma catalán.

1.2. Contexto historiográfico

En coherencia con estos factores, que condicionan y caracterizan el momento editorial que vive la novela histórica catalana de temática militar, cabe destacar la importancia de la perspectiva ideológica desde la que los autores se han aproximado a utilizar a personajes históricos en la narrativa, contexto en el que lógicamente no debemos dejar de estudiar la influencia de la historiografía catalanista actual sobresaliendo autores como Josep Fontana o Joaquim Albareda en la novela histórica catalana de nuestros días, ni desligar el entretenimiento del uso de la historia con una finalidad política. Como reacción, desde la propia Cataluña encontramos voces académicas críticas como Ricardo García Cárcel, Francesc de Carreras o Roberto Fernández Díaz, que denuncian el teleologismo, el presentismo y los apriorismos de la historiografía nacionalista de tradición historicista (Morales 2014: 449-466), que con frecuencia selecciona aquellos momentos que considera relevantes para las necesidades del discurso político actual, descartando otros, y mostrando una imagen de pueblo unido, sin clases e inalterable en su identidad, valores y objetivos a lo largo de los siglos. En síntesis, los críticos proponen una vuelta a una historiografía que siga una ética y un método científicos y se aleje de la contrafactualidad, las pasiones y los particularismos (Fernández 2014: 619-639), problemática que está muy presente en Victus.

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1.3. El protagonista: Martí Zuviría

Antes de comenzar el análisis pormenorizado del libro, y aunque este artículo se centra en el personaje de Verboom, es menester explicar quién es su némesis, el protagonista, Martí Zuviría, que narra la novela en primera persona. Martí está inspirado en otro personaje histórico real, Martín de Zubiría y Olano, que fue un militar austracista de origen navarro nacido en Estella en algún momento de finales del siglo XVII. Su mayor logro antes de exiliarse en Viena consistió en ser uno de los ayudantes reales del general Antonio de Villarroel durante el asedio de Barcelona. Poco más encontramos en común con el personaje de Martí Zuviría que protagoniza Victus. ‘Zuvi’, diminutivo con el que se refiere a sí mismo con frecuencia, es barcelonés y a lo largo del libro cambia de bando varias veces, a diferencia del personaje histórico. Durante la batalla de Almansa en 1707, por ejemplo, el Zubiría real combatió en el regimiento del conde de Galway, es decir, en el bando austracista, mientras que el Zuviría de ficción lo hizo del lado borbónico a las órdenes del duque de Berwick. Pese a todo, Albert Sánchez Piñol decidió convertirlo en el protagonista de la obra, es de suponer que debido principalmente a que fue un testigo privilegiado de todo el asedio de Barcelona hasta su final el 11 de septiembre de 1714. El Zuviría de la ficción vive en Viena en vísperas de la Revolución Francesa y, a sus noventa y ocho años, se dedica a dictar las memorias de su longeva existencia a una dama de servicio austríaca. En Victus la narración gira en torno a la adolescencia y entrada en la edad adulta de Martí, sobre todo en lo que respecta a su formación como ingeniero y su participación en la Guerra de Sucesión. A lo largo de ésta, chocará violentamente varias veces con Verboom, primero debido a una mujer y más adelante por su diferente concepción de la ingeniería militar. No obstante, como se indicaba anteriormente, este trabajo no está centrado en el protagonista. El primer contacto del autor de esta comunicación con esta figura fue a través de la propia novela: sólo después se interesó por el Zubiría histórico. En el caso del personaje que Sánchez Piñol convierte en antagonista, Verboom, sucedió al revés.

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1.4. El antagonista: Jorge Próspero de Verboom

Por las mismas fechas en que Sánchez Piñol escribía Victus, entre 2010 y 2011, el autor de estas páginas empezó a trabajar sobre la historia de los ingenieros militares y sobre el fundador del Real Cuerpo de Ingenieros en España, Verboom (1665-1744), con motivo del tricentenario de su creación en 1711. Por tanto, tuvo la oportunidad de investigar sobre la trayectoria del personaje histórico antes de tomar contacto con su homónimo de ficción y sigue profundizando en ella a través de un proyecto de tesis doctoral. En la novela, Verboom, que tuvo un importante papel del lado borbónico en la Guerra de Sucesión en general y en el asedio de Barcelona entre 1713 y 1714 en particular, es caracterizado como un personaje de ficción más, al igual que otras figuras históricas reseñables como el duque de Berwick (Sánchez 2012: 133), el general Antonio de Villarroel o, dentro del campo de la ingeniería militar, el marqués de Vauban (2012: 24) y Menno van Coehoorn (2012: 105), que fueron un referente tanto para el protagonista como para él. La obra de Sánchez Piñol se encuentra a caballo entre la novela histórica como tal y el relato ‘de capa y espada’, como lo definiría Umberto Eco, al dotar a personajes reales de características subjetivas y ponerlos en situaciones no recogidas por las fuentes (Alonso 2007: 42). Pero es en Verboom y no en otro en el que el protagonista de la novela, Martí Zuviría, vuelca todo su odio. Desde la primera mención, Sánchez Piñol le dedica calificativos como “sanguinario carnicero”, “servil” o “payaso” (Sánchez 2012: 82 y 83) y, más adelante, “salchichero holandés” apelativo incorrecto, pues era natural de Bruselas. Se profundizará más adelante en el retrato psicológico que se traza del ingeniero. Más allá de lo anecdótico, lo cierto es que Sánchez Piñol convierte a Verboom en el verdadero antagonista de la novela, alguien que encarna todos los vicios y defectos posibles, ignorando lo que nos dicen las fuentes primarias de la época. Bien es cierto que éstas señalan que Verboom tenía a veces un carácter impulsivo y rebelde, principalmente cuando juzgaba que sus jefes actuaban con incompetencia como en Flandes en 1706 o en Gibraltar en 1727, pero son frecuentes las menciones del aprecio que le tenían sus subordinados y superiores, habiendo contado con el patrocinio de Sebastián Fernández de Medrano, otro célebre ingeniero, que le mantuvo como

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colaborador tras su paso como alumno por la Academia Militar de Bruselas, del marqués de Bédmar o del elector de Baviera Maximiliano II Manuel. Asimismo, resulta especialmente poco acertado el retrato que dibuja Sánchez Piñol de Verboom como alguien intelectualmente limitado, incluso primario, tratándose de un profesional que fue arquitecto, ingeniero, tratadista, académico y militar en un contexto de dificultades de toda clase. Verboom sirvió durante sesenta y seis años a dos monarcas de dos dinastías distintas, treinta y cinco de ellos como ingeniero general al frente de un cuerpo creado y organizado fundamentalmente por él en sus primeros tiempos, desarrollando una labor ingente que incluyó la supervisión, diseño o dirección de obras en lugares que se extienden por toda la geografía española. Sin duda, habría sido más apropiado crear un personaje ad hoc como antagonista de la novela, incluso inspirado en Verboom, evitando así trazar un perfil profundamente improcedente de un personaje real cuya trayectoria y personalidad pueden ser examinadas con detalle a través de las fuentes de archivo y la bibliografía especializada. Victus es una novela útil para que cualquiera conozca de forma detallada la historia militar de la Guerra de Sucesión, aunque su errónea perspectiva en la descripción y desarrollo de personajes que realmente vivieron aquel conflicto puede empujar al lector a extraer conclusiones equívocas, lo que provocaría una merma en la calidad de la labor de divulgación histórica. El fundador del Real Cuerpo de Ingenieros siempre fue una figura conocida entre estos profesionales, pero hubo que esperar hasta finales del

XIX

para que un coronel

belga, H. Wauwermans, comenzara a investigar su papel histórico en profundidad. Jorge Próspero de Verboom nació en Bruselas en 1665, hijo del ingeniero mayor de los Países Bajos españoles, Cornelio de Verboom, cuyos pasos siguió en el oficio. Desde muy pequeño acompañó a su padre en las guerras que los ejércitos de Carlos II libraban contra los de Luis XIV en Flandes y el Franco Condado. Como se señaló anteriormente, Jorge Próspero fue discípulo de Sebastián Fernández de Medrano en la Real y Militar Academia del Ejército de los Países Bajos. Esta relación empezó en 1677 y continuó tras su graduación como ingeniero voluntario en 1684, destacándose Verboom en el diseño de láminas para los tratados de Medrano (Llave 1911: 109 y 110). En 1885 consiguió el grado de alférez de Infantería y en 1690 recibió el título de ingeniero ordinario (Carrillo de Albornoz 2003: 16). Esos mismos años se estaba librando la Guerra de los Nueve Años o de la Liga de Augsburgo. El ingeniero intervino en los asedios de Namur de 1692 y 1695 y nos legó un valioso diario de operaciones 6

manuscrito de la campaña de 1691 1 . Durante los años siguientes, Verboom siguió trabajando en las fortificaciones flamencas, mientras recibió los nombramientos de maestre de campo de Caballería de Corazas Españolas en 1695 y coronel del Regimiento de Caballería llamado de Lorena en 1698. Gran parte de esta información puede consultarse en su hoja de servicios2. El inicio de la Guerra de Sucesión en 1701 coge a Verboom en la ciudad de origen de su familia, Amberes, cuyas defensas estaba reparando. En febrero de 1702 fue ascendido a brigadier de los ejércitos de Flandes, teniendo ahora como aliado y colaborador al ingeniero francés Vauban. En 1704 fue nombrado mariscal de campo de acuerdo con el nuevo escalafón establecido tras la entrada en vigor de las Ordenanzas de Flandes. Verboom pasó de defender las plazas fuertes flamencas contra los franceses a tenerlos como aliados, aunque en 1706, tras la capitulación de Amberes, se le consideró sospechoso de traición y estuvo recluido en Valenciennes y Chartres hasta 1708, cuando fue liberado gracias a la intercesión del elector de Baviera. Más adelante se hará referencia a su captura por los austracistas tras la batalla de Almenar en 1710. Se trata, pues, de uno de los pocos casos en que un militar estuvo preso por ambos bandos durante la contienda. Resulta curioso que, pese a su reclusión, se pensara en él para encargarle la organización del Real Cuerpo de Ingenieros, pero sencillamente no había ningún súbdito de Felipe V que contara con su trayectoria y experiencia en el ámbito de la ingeniería militar. Además, la situación en 1709 era muy grave para las Dos Coronas, por lo que no se podía esperar más apoyo por parte de Luis XIV. En 1709 fue ascendido a teniente general, mientras que el nombramiento como ingeniero general fue concedido el 13 de enero de 1710. Al llegar a España pasó al frente de Extremadura y después se unió a la expedición de Felipe V para conquistar Balaguer, saldada con el rotundo fracaso de la mencionada batalla de Almenar. Verboom estuvo preso en Barcelona diecinueve meses hasta ser canjeado (Muñoz 1993: 131). El ingeniero general no podía salir del recinto amurallado de Barcelona ni siquiera para desplazarse a Montjuich, pero sí estudiarlo de forma pormenorizada, lo que sería de un valor incalculable de cara al asedio de la ciudad que comenzaría al año

Marches et campements de l’armèe des Aliez au Pays-Bas en l’an 1691, sous les ordres du Roy d’Anglaterre, le tout demonstré sur des cartes Geographiques, J. P. de Verboom, 1691: Biblioteca Nacional de España, Mss/1065. 2 Resumen de los servicios del difunto Don Jorge Próspero de Verbón y empleos...: Archivo General de Simancas, Guerra Moderna, 3799 y 4537. Hoja de servicios: Archivo General Militar de Segovia, 1.ª, Célebres, 139, 2. 1

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siguiente y en el que tuvo un destacado papel, que será analizado más tarde por su trascendencia en la trama de Victus. Tras la guerra se distinguió en el diseño y construcción de la ciudadela de Barcelona y participó en la expedición a Sicilia del marqués de Lede en 1718. Durante los años siguientes trabajó en la frontera con Francia y en Alicante, Málaga, Ceuta, Cádiz, Sevilla y Pamplona, entre otras plazas. En 1727 recibió el título de marqués. En 1730 consiguió para su hijo Isidro Próspero, ingeniero director, la ‘futura’ de los empleos de cuartel-maestre e ingeniero general aunque falleció antes de poder desempeñarlos. En 1737 se le concedió el grado de capitán general, residiendo en la ciudadela de Barcelona, de la que era gobernador y castellano desde 1718, hasta su muerte en 1744 a los setenta y nueve años.

2. ANÁLISIS DE LA NOVELA

Quizá buscando prevenirse ante los críticos, la novela incluye una nota previa que dice literalmente: “Algunos lectores me han preguntado sobre la historicidad de los hechos. A ello solo puedo responder que me he basado en las convenciones habituales de la novela histórica, que estipulan atenerse a los datos constatados al mismo tiempo que se tolera la ficción en el apartado privado”. Como veremos, Sánchez Piñol viola sistemáticamente estas convenciones.

2.1. Antiguos y nuevos tópicos: la imagen de lo castellano o español

Una de las constantes del libro es el generoso reparto de sobrenombres, epítetos y calificativos entre los personajes reales que aparecen en él, haciéndose eco de los tópicos clásicos de cada uno. De esta manera, Carlos II es “el Tarado” (2012: 124) y el general Stanhope, un “niñato” y un “burro presuntuoso” (2012: 235 y 278). Hay muchos otros ejemplos: Luis XIV es referido constantemente como “el Monstruo” (2012: 85 y 124); el duque de Berwick pide que lo llamen “Jimmy" (2012: 138), y el emperador José I de Habsburgo se convierte en “Pepito” (2012: 305). Por no mencionar otros casos de índole más cercana a lo soez, como el caso del apelativo que se da al mismísimo Voltaire ya desde el comienzo de la obra; más adelante le dedicará el de “pelagatos infame y advenedizo” (2012: 95). A los pretendientes enfrentados (Felipe V y el

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archiduque Carlos, llamado Carlos III por los suyos) los reduce a los sobrenombres de “Felipito” y “Karlangas”. Pese a que en el momento de su publicación Sánchez Piñol afirmó que su novela “desmonta muchos mitos y visiones románticas” 3 , lo cierto es que, por boca del protagonista, incurre en tópicos decimonónicos y generalizaciones de carácter esencialista o etnicista, como la imagen que ofrece una y otra vez de lo castellano o español (Sánchez 2012: 128 y 129). El análisis pormenorizado de Victus plantea muchas dudas sobre la afirmación del autor. No sólo se recuperan viejos mitos, sino que se elaboran otros nuevos, igualmente infundados. Hay excepciones, como su tratamiento desmitificador de la figura de Rafael Casanova, pero en general la impresión es que todo vale para crear tensión dramática. Se puede entender la existencia de una leyenda negra como tradición literaria de siglos, pero crear una nueva de la nada en nuestros días no es de recibo, sobre todo al no existir base documental donde apoyarse. No obstante y dicho esto, es de justicia recordar que, a través del protagonista, el autor esboza un intento de disculpa por los estereotipos y juicios lanzados, llegando a afirmar: “me retracto de todas las afirmaciones insidiosas que este libro pudiera contener” (2012: 559). Pero se trata de un giro cómico. Exceptuando ese momento, el recurso a tópicos y esencialismos desde una perspectiva actual es una constante, y la calidad de una novela histórica se ve fuertemente afectada si se otorgan con ligereza categorías deterministas o elementos psicológicos comunes a grupos humanos extensos y diversos, como los castellanos o españoles. Pone en boca de uno de los personajes: “No tenían nada en común. Castilla es un país de secano; Cataluña, mediterránea. Castilla, aristocrática y rural; Cataluña, burguesa y naviera. Los paisajes castellanos habían engendrado unos señoríos tiránicos”.Se menciona el resentimiento castellano porque “la parte más rica de la Península no aflojara cuando estaban en guerra con medio mundo” (2012: 127). Aunque sabemos que sólo a finales del

XVII

Cataluña empieza a salir de la larga crisis de la

centuria anterior. El retrato de lo castellano es el estereotipo tradicional de la leyenda negra:

Sus manos solo pueden empuñar armas; lo contrario sería ensuciárselas. No comprende, y menos tolera, otras formas de vivir la experiencia humana: lo industrioso le repele. Si quiere

“Albert Sánchez Piñol novela en Victus la ‘tragedia perfecta’ de la Barcelona de 1714”, La Vanguardia, 9 de octubre de 2012. 3

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prosperar, su misma concepción elevada de la dignidad, paradójicamente, lo empuja al saqueo de continentes indefensos o al miserable oficio del cortesano (2012: 128).

Se advierte también más de una contradicción; si primero se habla del saqueo de América, más adelante el protagonista afirma que: “sostener esa miríada de posesiones en ultramar ha arruinado las arcas de Castilla” (2012: 260). Los catalanes, en cambio, comparten una misma cultura política amante de la libertad. De nuevo, se trata de la visión romántica e idealizada, como la del historicismo decimonónico. Aquí se aplica con carácter anacrónico un concepto de nación propio de ese siglo y no anterior:

Para los catalanes un rey francés era una aberración política, el fin de todas sus libertades, de su esencia misma como nación. Su régimen autocrático, que antes o después aplicaría a las Españas, anularía cualquier poder autóctono. […] Para los catalanes, España solo era el nombre de una confederación libre de naciones. […] Para un castellano de pro trabajar era una deshonra; para un catalán, la deshonra era no trabajar (2012: 129).

La visión peyorativa del ser castellano era compartida por sus aliados franceses, según el narrador: “Despreciaban a sus aliados españoles. Los consideraban un ejército de pordioseros mal organizados y dirigidos de la peor manera. Y tenían razón” (2012: 171). Esta visión monolítica de ambos grupos hace aguas poco después, en una nueva contradicción. Primero se afirma: “no querían darse cuenta de que Castilla y Cataluña estaban en guerra exactamente del mismo modo que Francia e Inglaterra; que España era un nombre bajo el que se ocultaba una realidad que se apoderaba de la política, el comercio y, si me lo permiten, hasta del sentido común. Un campo de batalla entre dos formas de entender el mundo, la vida, el todo” (2012: 255). Pero después se viene a sugerir algo más cercano a la realidad; el pueblo llano era igualmente ajeno a las disputas dinásticas que habían provocado la guerra, viviera donde viviera: “La inmensa mayoría de madrileños tenían algo en común con la inmensa mayoría de barceloneses: mientras sus vidas siguieran igual, estaban tan poco dispuestos a luchar a favor de Felipe V como en contra de Carlos III” (2012: 257). Los tópicos y estereotipos no se limitan a lo castellano o español, sino que se aplican a todos los contingentes de las diferentes nacionalidades de los ejércitos aliados y sus rencillas internas seculares (2012: 248).

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2.2. Imprecisiones y alteraciones de hechos históricos

Es frecuente encontrar a lo largo del texto imprecisiones o alteraciones deliberadas de hechos históricos. Resulta difícil creer que hayan sido errores involuntarios, por lo que cabe sospechar una intencionalidad. Por ejemplo, se habla del llamado Pacto de Génova de 1705 como producto del acercamiento de un grupo de catalanes rebeldes a los aliados para pedir su ayuda con vistas a un levantamiento (2012: 130), pero sabemos que fue al revés: la reina Ana de Inglaterra cursó instrucciones a Mitford Crowe, un comerciante con base en Cataluña convertido en diplomático para: “contratar una alianza entre nosotros [el Reino Unido] y el mencionado Principado [de Cataluña] o cualquier otra provincia de España” (Albareda 2010: 175). Poco después, Crowe entró en contacto con los focos austracistas de la Plana de Vic y el Camp de Tarragona. Más adelante se dice que en la batalla de Almansa hubo 10.000 muertos (Sánchez 2012: 144), cuando en realidad, entre fallecidos, prisioneros y heridos la cifra no pasó de 8.500: 7.000 bajas aliadas y 1.500 borbónicas (Albareda 2010: 223). Sánchez Piñol menciona que durante el asedio de Tortosa se puso de manifiesto que la población local estaba entregada con entusiasmo a la causa aliada, ahora que la guerra llegaba a suelo catalán (2012: 161), pero Albareda, siguiendo a Torras i Ribé, señala que los agravios sufridos por los locales a manos de las tropas austracistas, que vivían del país a base de saqueos y requisas, provocaron incluso un memorial dirigido a Carlos III denunciando la situación (Albareda 2010: 276). Por otro lado, el autor menciona que el asalto final a Tortosa fue el 20 de julio de 1708, cuando en realidad la capitulación tuvo lugar el día 9. El mariscal Starhemberg, al mando de un ejército en las cercanías de Tarragona, nunca tuvo intención de socorrer a la guarnición de Tortosa, como se sugiere en la novela, aprovechando para crear un momento de tensión dramática ante la posibilidad de que en efecto esto ocurriera. Si ya era sorprendente que el protagonista interactuara en su corta vida con tantos personajes históricos reales, que llegase a intimar con alguno de ellos roza lo inverosímil. Justo tras conocer a Berwick, éste le pide hablar a solas y Zuviría hace las veces de ayuda de cámara, incluso quitándole la armadura (Sánchez 2012: 138). Algo difícil de creer siendo un desconocido, incluso con la excusa de contarle al general los últimos días de la vida de Vauban. Mas si no fuera suficiente, al poco se toma la licencia de sugerir que los once hijos del duque son ilegítimos, dando una razón que no he podido contrastar en las fuentes: su homosexualidad. Para evidenciar ésta, el autor 11

hace que tenga una relación con el propio protagonista del libro, que por entonces, 1707, tenía dieciséis años. Nuestro novelista da a entender que lo que movía la lealtad borbónica en Castilla era el miedo: “todo noble o secretario que no lo siguiese en su huida sería considerado traidor a la santa causa borbónica” (2012: 249). Mas Albareda, siguiendo a Virginia León, se hace eco de los testimonios de lealtad popular hacia Felipe V, sobre todo por parte de nobles y eclesiásticos (Albareda 2010: 294 y 304). También sostiene que, con la derrota: “los impuestos arruinaron el país [Cataluña], antes rico, y redujeron al hambre a la mayoría” (Sánchez 2012: 258). En realidad, como sabemos, la prosperidad del Principado tras la guerra superó pronto a la de la centuria anterior, en parte por la apertura del comercio americano y el fin de las aduanas interiores peninsulares, que abrieron un gran mercado a los productos catalanes. Se dibuja una imagen idílica de la Cataluña pre-borbónica alejada de la realidad, un retrato romántico y nostálgico que puede explicarse por el contexto en el que el protagonista dicta sus memorias, pero que calca la historia oficial que suele mantenerse por motivaciones políticas en nuestros días. Ya durante la narración del asedio, Sánchez Piñol afirma que la artillería de Barcelona estaba al mando del mallorquín Francesc Costa (2012: 336), cuando en realidad éste sólo tenía a su cargo la 7.ª Compañía de Artilleros de Mallorca y la 1.ª de Bombarderos. Quizá el autor utiliza su origen mallorquín para crear un personaje que represente a los baleares en el asedio, incluso mencionando que todos los artilleros a su cargo eran mallorquines. En pleno sitio, Sánchez Piñol hace dudar a Berwick sobre si aprovechar la muerte de la reina Ana para tratar de hacerse con el trono del Reino Unido (2012: 487), aunque es poco verosímil que el mariscal decidiera pasar por encima de la línea jacobita oficial representada por el Caballero de San Jorge, Jacobo Francisco Eduardo Estuardo. Tras el fragor del combate en las murallas ya modo de epílogo dramático, se sitúa al protagonista en el Fossar de les Moreres, que se afirma era: “la gran fosa común donde se enterraban los caídos por la ciudad” (2012: 580). Aquí Sánchez Piñol se hace eco de la leyenda según la cual un sepulturero y su nieto eran los encargados de enterrar a todos los muertos del sitio en dicha fosa, y que al traer a un soldado borbónico se negaron a enterrarlo allí, pues no había sitio para ningún traidor. El autor incluso afirma, no sabemos en base a qué, que se trataba de una orden del gobierno de la ciudad. Dicha leyenda procede de una ficción poética con la que Frederic Soler i Hubert ganó los 12

Juegos Florales de 1882, aunque por su emotividad pervivió en el imaginario colectivo, hasta el punto de que entre el nacionalismo nostálgico el Fossar de les Moreres se ha convertido en lugar de homenaje a los caídos en el asedio. El problema es que muchos han creído que efectivamente esa fosa existió, cuando la arqueología destaca la excavación de 2005 dirigida por Daria Calpena ha evidenciado que se trata de un lugar de enterramiento utilizado desde época tardoantigua y sobre todo desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. Los restos de los años de la Guerra de Sucesión son escasos y en ningún caso puede afirmarse científicamente que fueran enterrados a la vez. La ubicuidad del ingeniero Zuviría recuerda a otros personajes de novelas históricas como Jack Aubrey en los libros de Patrick O'Brian, Harry Flashman en los de George MacdonaldFraser, Richard Sharpe en las obras de Bernard Cornwell o el mismo Alatriste de Pérez-Reverte. No obstante, los viajes de estos personajes se sucedieron a lo largo de muchos libros y, en el caso de Zuviría, en el mismo texto lo encontramos en casi todos los eventos importantes de la Guerra de Sucesión: desde las batallas de Almansa o Brihuega a la segunda ocupación de Madrid por parte del archiduque Carlos, la expedición del diputado militar o los asedios de Tortosa y Barcelona. En conjunto, provoca una sensación de inverosimilitud que afecta a la credibilidad del relato. E incluso cabe esperar que en las continuaciones por venir este aspecto se acentúe, pues ya en este libro se sugiere que Zuviría viajó por gran parte del mundo a lo largo de su extensa vida. La crudeza de los momentos más duros que marcan la vida del protagonista llega a extremos melodramáticos: buscando despertar la sensibilidad del lector, la redundancia puede provocar indiferencia, aunque estemos tratando una época inmisericorde y atenazada por guerras, represión, hambre y enfermedades. La violencia constante del relato comienza en la misma infancia del protagonista y sigue con altibajos hasta la apoteósica tragedia final.

2.3. Elementos positivos

Sería injusto negar que Victus atesora aspectos de gran valor para la difusión entre el gran público de la historia militar de la época de la Guerra de Sucesión. El texto explica numerosos conceptos de poliorcética y de diseño de fortificaciones como revellín, baluarte, cortadura, etc. (2012: 63-69), además de una detallada descripción de los ejércitos de ese período. El autor también dedica un espacio considerable a mostrar 13

cómo era la enseñanza de la ingeniería, al menos la de la escuela de Vauban. La narración con frecuencia gira en torno a una historia ‘a ras de suelo’, protagonizada por desharrapados y soldados, que son los que cargan con el peso de las mayores penurias en cualquier contienda. Útiles y técnicas de trabajo son descritos detalladamente, así como los métodos de asedio de la época sobre todo los de Vauban y Coehoorn, la construcción de una trinchera de ataque o las tácticas de combate de zapadores o granaderos. Por otro lado, la explicación de las innovaciones del duque de Marlborough en el uso de la caballería resulta muy gráfica y didáctica (2012: 43, 97. 99-102, 104, 241). En la figura de Zuviría ha quedado muy bien plasmada la doble condición de ingeniero y también militar, propia de los ingenieros de comienzos del

XVIII,

con la

doble graduación que estos profesionales buscaron homologar para que su grado como ingeniero fuera reconocido entre los demás militares. De esta forma, le vemos trabajando en obras y proyectos de ingeniería, pero también recibiendo órdenes para formar parte de operaciones militares. Sánchez Piñol, a través del narrador, ha tratado también, si bien de forma un tanto anacrónica, la transición entre una concepción racional y técnica de la guerra, con cierto respeto por el adversario y el seguimiento de normas compartidas entre los profesionales de la milicia, más propia, según el autor, de un ingeniero, y otra de carácter más cruel y dramático, propia de una guerra civil con fuerzas irregulares, ejércitos ocupantes en territorio rebelde y población civil sufriendo represión y fuego cruzado.

3. LA

CARACTERIZACIÓN

COMO

PERSONAJE

DE

VERBOOM

Y

SU

RETRATO

PSICOLÓGICO.

Como se indicaba al principio, este personaje histórico es poco conocido, a diferencia de los personajes reales que suelen ser utilizados en la ficción. Por tanto, Sánchez Piñol tiene la ventaja de poder crear nuevos tópicos, sin necesidad de amoldarse a los preexistentes para invocar al imaginario colectivo. El autor no termina de atreverse a personificar en profundidad a Felipe V y usa a alguien a su servicio en los cuadros inferiores como enemigo para alimentar el victimismo, en este caso una motivación más para acercarse a la obra y a un período histórico concreto.

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El antagonista es objeto de una animadversión exagerada. Zuviría manifiesta un verdadero desprecio por su enemigo. La figura de Verboom permite establecer un arco dramático discontinuo en la obra: su relación con el protagonista Zuviría consta de tres actos, a intervalos de cuatro años (1706, 1710 y 1714). Primero, un encuentro violento en Bazoches, la academia de ingenieros de Vauban donde el joven catalán entra para ser el último alumno del francés (Sánchez 2012: 24); después, otro intercambio de golpes tras la batalla de Almenar, cuando el protagonista descubre al antagonista y lo entrega al ejército austracista, provocando que pasara casi dos años de cautiverio en Barcelona, y finalmente, en el propio asedio de Barcelona. Queda sugerido un cuarto acto que no se relata: la muerte de Verboom a manos de Zuviría (2012: 259), y que es de suponer será abordado en la continuación de la obra.

3.1. Verboom en Bazoches

Para empezar, es improbable que en plena guerra de Flandes Verboom tuviera tiempo de ir a cortejar a la hija de Vauban a un pueblo de la Borgoña francesa, pero el autor fuerza este choque de caracteres para dar lugar al primer acto. Después, la propia biografía de Verboom facilita que éste se encuentre allí donde la narración lleva a Zuviría. Con la documentación en la mano es difícil aceptar que el triángulo amoroso de Bazoches pudiera haber tenido lugar (2012: 89 y 90). No hay pruebas de que Verboom estuviera en dicho castillo entre 1705 y 1707, ni siquiera fuera de Flandes. Tampoco es creíble que un adolescente alcanzara mayor rango como ingeniero, al poco tiempo de empezar a formarse,que alguien que llevaba ejerciendo el oficio más de veinte años Verboom se había graduado como ingeniero voluntario en 1684. La hija de Vauban, Jeanne, propone a su padre casarse con Verboom en realidad se trata de una treta, pero lo cierto es que la situación se da y Vauban desconoce este punto al principio, pese a que éste ya estaba casado por entonces con María Margarita de Vischer, con la que había contraído matrimonio el 19 de marzo 1697 en Bruselas (Cadenas 1978: 252), y de hecho ya había nacido su hijo mayor, Isidro Próspero, que llegaría a ser ingeniero director y suplente de su padre como ingeniero general hasta su muerte. Cabe concluir que Sánchez Piñol no tiene conocimiento de estos datos, pues teniéndolos en cuenta el asunto del coqueteo y la pretensión de pactar un matrimonio

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son absurdos. Pero todavía va más allá: ante la propuesta de boda, Vauban reacciona furibundo:

¡Verboom tiene el alma más negra que un perro! ¿Me oyes? Lo corroe la lepra del poder, el dinero y la vanagloria. ¡Pues claro que quiere casarse con la hija de Vauban! El día después de mi muerte me arrebatará el nombre, la casa, la fortuna, el mérito y la gloria. ¡Y a mi propia hija! ¡Él, un desaprensivo, un mercenario sin principios que dedica su vil existencia a servir a todos los demonios! (2012: 90).

Todo este pasaje no resulta creíble y, al ser el planteamiento inicial del libro, sus errores afectan a toda la trama. Lo que nos indican las fuentes es que Vauban y Verboom ya se respetaban como enemigos durante el reinado de Carlos II y colaboraron activamente como aliados en la Guerra de Sucesión, combatiendo juntos en diversos asedios en el norte de Flandes, hasta la muerte del primero en 1707. La opinión de Vauban sobre Verboom que conservamos en las fuentes es diametralmente opuesta a la novelada en Victus:

[Verboom] dispone de mucho entendimiento y un fuerte deseo de hacer bien las cosas. Es, de buen seguro, el más inteligente de todos vuestros ingenieros. Me parece, además, un hombre muy honesto (Muñoz 2015: 38).

Poco después el narrador se atreve a añadir, dando más surrealismo si cabe al capítulo: “el salchichero de Amberes siempre había sido un reptil ambicioso que veía el matrimonio como un pasaporte a la cima” (Sánchez 2012: 93). Cabe recordar otra vez que en este punto el ingeniero flamenco ya llevaba casi una década casado y había sido padre.

3.2. Verboom: inepto, malvado y repugnante

La biografía de Verboom aún tiene muchas lagunas, sobre todo en las primeras décadas de su vida, antes de venir a España como ingeniero general, pero resulta atrevido retratarlo con características que podemos desmentir acudiendo a las fuentes disponibles. En coherencia con esto, sería más legítimo describirlo como alguien malvado que como alguien poco inteligente, pues las evidencias de su actividad frenética como militar e ingeniero descartan esto de plano, pero Sánchez Piñol optó por plantear ambos aspectos al mismo tiempo. La obediencia es la única virtud que se le reconoce: “Por encima de todas las cosas a Verboom lo definía su ambición servil” 16

(2012: 82). Aunque hay constancia de que, a veces, fue contestatario con sus inmediatos superiores e incluso en más de una ocasión se declaró en rebeldía. También se ponen en duda sus capacidades profesionales: "Es el último individuo del mundo al que habría supuesto capaz de ejercer maestrazgo alguno", dice Zuviría de Verboom (2012: 221). El problema es que esto es dicho en 1710, cuando ya era ingeniero general y teniente general, después de que le fuera encargada la organización del nuevo Cuerpo de Ingenieros. A lo largo de la novela se insiste en este punto, sin más apoyo argumental: "No era un hombre demasiado inteligente" (2012: 461). Poco después, los borbónicos son derrotados por el ejército austracista en Almenar y Verboom es capturado, pero en Victus se acentúa el patetismo de la situación y se busca ridiculizar al personaje. “Una chispa me iluminó: por fin recordaba a quién correspondía ese olor a poros sucios, a materia densa y grasa. Tiré de la tela, y allí estaba, oculto como un alacrán bajo la piedra: Joris Prosperus van Verboom” (2012: 244). Sánchez Piñol hace que Verboom se refugie en una choza casi ileso tras haber sido descabalgado por un cañonazo: “levemente herido, en la derrota se había arrastrado hasta aquel refugio de fortuna” (2012: 245). En cambio, como sabemos por las investigaciones de Muñoz Corbalán, el ingeniero general sufrió varias heridas de gravedad, destacando dos de espada en combate cuerpo a cuerpo, siendo capturado justo después de la batalla. Mientras entre los borbónicos se le daba por desaparecido, él se recuperaba alojado con todos los honores en casa del mariscal austríaco Starhemberg (Muñoz 2015: 44). Es decir, no existen pruebas para afirmar que actuó con cobardía durante la batalla, sino más bien al contrario, comportándose como lo que no dejaba de ser, un soldado, en un contexto en el que sus aptitudes de ingeniero constituían una habilidad secundaria. Sin embargo, el Verboom de Sánchez Piñol no es sólo alguien ridículo e inepto, sino también malvado: “El mundo estaría mucho mejor sin ti. En un mundo perfecto Verboom no tendría cabida, y de un mundo imperfecto había que expulsarlo para evitar que lo empeorara” (2012: 46). Alguien tan malvado que construyó la ciudadela de Barcelona sobre el barrio de la Ribera, una quinta parte de la ciudad, sólo para vengarse del pueblo del Barcelona (2012: 449). Esta creencia es una constante en cierta historiografía catalana que ha tratado este período. En realidad, dicha zona ya estaba semiderruida por el asedio y los bombardeos, y se proyectó que sus habitantes fueran realojados en la Barceloneta, junto a la playa y en las huertas de San Pablo (Muñoz 2015: 131), barrios de nueva planta diseñados por el mismo Verboom aunque las construcciones definitivas se demoraron hasta bien entrado el siglo XVIII. En síntesis, 17

la cuestión es que Verboom cumplía órdenes y su proyecto de ciudadela fue uno entre varios. No hay información que permita afirmar que su plan obedeciera a un móvil de venganza. En última instancia, la decisión de levantar la fortaleza correspondía a Felipe V y la construcción de ciudadelas era una tendencia extendida por Europa y América. A la ineptitud y maldad de Verboom el autor añade una apariencia estética repugnante. Su retrato psicológico está aderezado con menciones a su físico que buscan ofrecer al lector una imagen monstruosa y repulsiva que acentúe su condición de antagonista: “Todo en ese hombre era grande: el cuerpo, la cabeza, los dientes, como marfiles de hipopótamo. […] Era un hombre por natural sudoroso. Mis disquisiciones habían hecho que aumentase su transpiración” (Sánchez 2012: 451 y 453).

3.2. El diseño de la trinchera de ataque

El desmontaje de Verboom como personaje histórico y su reciclaje como villano de medio pelo tienen su colofón en el acto de privarle de uno de los mayores éxitos militares de su carrera: el diseño de la trinchera de ataque y la elección del punto del perímetro defensivo barcelonés donde se produciría el asalto final durante el asedio de 1713-1714. Sánchez Piñol traza un tercer acto rocambolesco en el que Verboom obliga a Zuviría, herido y capturado, a hacer los planos de dicha trinchera, ya que supuestamente se consideraba incapaz de diseñarlos por sí mismo y necesitaba convencer al duque de Berwick para llevarse la gloria de la conquista de Barcelona: “Verboom quería que corrigiera, puliera y mejorara su plan de trinchera” (2012: 451). El objetivo era superar el plan del ingeniero francés Dupuy-Vauban personaje con el que también trabó amistad el protagonista. El joven ingeniero barcelonés propone al flamenco iniciar un proyecto nuevo, pero su verdadera intención era impedir el éxito del asalto sin que Verboom, Dupuy-Vauban y el duque de Berwick lo advirtieran en los planos: “La trinchera tenía que parecer un prodigio sobre el papel, y tenía que ser un desastre en su realización. Verboom era un cerdo pero no un imbécil. Detectaría la mala fe y las calamidades aparentes. Así, lo que confeccioné fue una bella, bellísima mentira” (2012: 454). La trama da un nuevo giro inverosímil cuando el mariscal inglés recordemos, antiguo amante del joven ingeniero, tras salvar a Zuviría de la horca, le pide asesoramiento para elegir cuál de los proyectos de trinchera de ataque elegir: el de 18

Verboom hecho en realidad por el protagonista o el de Dupuy-Vauban, recayendo sobre él la responsabilidad de inclinar al general inglés en uno u otro sentido con su consejo (2012: 473). Berwick se decide por el plan de Verboom-Zuviría, lo que alivia a este último en principio, pero su trabajo es tan bueno que, pese a algunos retrasos y dificultades del lado invasor, el asalto tiene éxito, hecho que sumirá a Zuviría en la culpa hasta el final de sus días. Un sabor agridulce, ya que su mejor obra como ingeniero militar supuso al mismo tiempo la condena de su ciudad ante el enemigo borbónico.

3.3. Un espejismo de empatía y rectificación

Sánchez Piñol tiene un momento de debilidad con Verboom. Un instante en el que Zuviría empieza a sentir cierta empatía por el ingeniero flamenco, cuando ambos están trabajando juntos en el proyecto de trinchera: “No diré que mi enemigo fuera un zoquete ni un vulgar vicioso. ¿Y si, después de todo, el mal hombre era yo y no él? No podía negar del todo su versión de nuestra hostilidad. En realidad, ¿qué me había hecho Verboom?” (2012: 457). Zuviría reflexiona en torno a que quizá su odio por Verboom es reflejo de su amor por Jeanne Vauban, la hija del ingeniero francés, y su incapacidad por aceptar su fracaso con ella. Pero poco después vuelve a las andadas y sentencia de forma explícita: “Ya les diré yo por qué nos odiamos desde el mismo momento en que nos vimos, y por qué lo odié hasta que lo maté, y por qué aún hoy odio a Joris Prosperus van Verboom. ¡Pues porque sí! Hay cosas que son porque son, no se escogen, son así y punto. ¡Y a la mierda con Verboom!” (2012: 457). Justo después se desvela la razón final que consolidaría el odio entre ambos personajes, y que representa una pequeña victoria para el flamenco en su eterna disputa contra el catalán. Durante su cautiverio en Barcelona, Verboom disfrutó de los servicios de Amelis, la que antes y después fuera amante y compañera de Zuviría, con la que olvidaría a Jeanne Vauban (2012: 458).

3.4. La relación de Verboom con Berwick y los ingenieros franceses

La participación de Verboom en el sitio de Barcelona de 1713-1714 ha sido tan destacada por sus biógrafos (Muñoz 1993: 155-187; Carrillo de Albornoz 1997: 152160) como ignorada por los historiadores extranjeros de la Guerra de Sucesión. 19

Dependiendo de las fuentes, encontramos protagonismo o invisibilidad. Por ejemplo, Carrillo de Albornoz (2003), así como antes De la Llave (1911), Capel (1983 y 1988) o Muñoz Corbalán (1993), recogen sus planes para construir la trinchera de ataque en el área de los baluartes de Santa Clara, Portal Nuevo y Talleres. El 3 de agosto, Verboom se hizo cargo de la dirección general de los trabajos, tras ser gravemente herido el francés Dupuy-Vauban según Victus, por un disparo de Zuviría (2012: 475), con el que Verboom tenía malas relaciones. Pero el duque de Berwick quería desmarcarse de su antecesor en el asedio, el duque de Pópoli, y tendió a confiar en su propio equipo de generales e ingenieros, veteranos compañeros de armas como el caballero D’Asfeld, que se destacaría en la toma de Mallorca en 1715. Berwick ni siquiera menciona a Verboom en sus memorias (Berwick 2007), lo que ha dado pie a que la historiografía francesa ignore frecuentemente su papel en el asedio. Por otro lado, como señaló su descendiente el duque de Alba, siguiendo la opinión del vizconde de Bolingbroke, coetáneo de Berwick, el mariscal inglés siempre tuvo talento en los asedios y la intendencia, y quizá no quiso compartir la titularidad de la victoria con ningún subordinado (Alba 1925: 60). Lo último que sabemos de Verboom es que, por culpa de los planos de torcidas intenciones de Zuviría, fue responsabilizado por Berwick y Dupuy-Vauban del fracaso parcial del primer asalto. Sánchez Piñol pergeña convertir su trayectoria posterior en una especie de castigo inducido por Berwick:

Te doy mi palabra [dice Berwick a Dupuy-Vauban] de que ese hombre jamás cruzará los Pirineos. Tendrá que contentarse con servir a ese loco [Felipe V] que le han puesto en Madrid, que lo mortificará. Con esas palabras condenaba a Verboom de por vida, y ni el mismo Jimmy [el mariscal duque de Berwick] sabía los extremos de crueldad que albergaba su sentencia. Así, el charcutero de Amberes, que siempre había buscado ser querido por los de arriba y adorado por los de abajo, se pasó el resto de su vida en el miserable ejercicio de suplicar el amparo de un rey loco frente a la soldadesca (Sánchez 2012: 544 y 545).

Tal distorsión de la realidad hace que, llegados a este punto, cueste creer que estamos hablando del mismo ingeniero, pues ambos, el personaje histórico y el literario, comparten poco más que el nombre. No sabemos cómo desarrollará Sánchez Piñol esa ‘caída en desgracia’ y su muerte a manos de Zuviría, no lo olvidemos en las potenciales continuaciones del libro, pero cabe suponer que el camino vital del personaje de ficción diferirá cada vez más de la biografía del histórico. Para los parámetros de la época, ser elegido para construir la ciudadela de Barcelona y luego ser su castellano, ostentar el cargo de ingeniero general, proyectando y dirigiendo obras 20

militares y civiles por toda la Monarquía con todo el Cuerpo de Ingenieros a su cargo, participar en expediciones como la de Sicilia y llegar a ser capitán general, cuartelmaestre general y marqués parece una trayectoria de éxito.

4. CONCLUSIONES

Victus ha sido una novela de éxito, pero el éxito exige responsabilidad. Un autor, ya sea novelista o propagandista, tiene el derecho y la libertad de utilizar cualquier elemento que crea necesario para construir su narración, pero es el deber del historiador someterlo a crítica en coherencia con el método histórico. Si contamos con pruebas suficientes para demostrar que Sánchez Piñol u otro ha sido deshonesto, desempeñando su labor con irresponsabilidad respecto a los lectores, es nuestro deber evidenciarlo, con la esperanza de que, en el futuro, los autores de novela histórica sean más cautelosos y minuciosos en la divulgación de información histórica. Podría argüirse que el narrador de Victus, su propio protagonista, ofrece su particular visión subjetiva de los hechos que ha vivido, deformados en la memoria por los años pasados y por sus filias y fobias, pero no nos engañemos: en obras con una carga política tan contundente, parece claro que el autor utiliza al personaje como transmisor de su visión de la historia, deformando la realidad y alterando los hechos para que encajen en ella. Se trata de un gran ejercicio involuntario de historia contrafactual, pues se ofrece un relato tan distorsionado que no es ya solo una ucronía. El autor, a través del narrador, no trata de plantear una historia alternativa, sino que pretende que su narración muestre la ‘verdad’ de lo que realmente sucedió, como contrapunto, en este caso, a la historia oficial contada por los vencedores de la Guerra de Sucesión, que se considera ilegítima y manipulada. En realidad, no cabe volcar toda la responsabilidad de la caracterización de Verboom como ‘enemigo’ a Sánchez Piñol, ya que la animadversión a su figura es una constante en la historiografía catalanista que ha tratado esta época. En opinión del autor de estas páginas, se trata de una proyección infundada. No puede demostrarse con fuentes de la época que existiera un componente agresivo y visceral permanente en la personalidad de Verboom, mucho menos contra ningún colectivo. Se trataba de un profesional, un técnico al servicio de monarcas autoritarios, que seguramente sólo pretendía prestarles servicio con la mayor eficacia posible. Lo cierto es que, a su muerte, tras décadas de trabajo, dejaba fronteras seguras, nuevos caminos, puertos modernizados y cursos de 21

agua encauzados y aprovechados para el riego, entre otras obras, y, sobre todo, su mejor legado: un cuerpo de especialistas bien formado para continuar su labor en todos los rincones de la Monarquía. Que el gran público acceda únicamente al retrato peyorativo trazado por la literatura es del todo injusto, tratándose de un ingeniero que había contribuido sobremanera a la mejora de las condiciones de vida de sus coetáneos. En cualquier caso, es justo reconocer en la obra de Sánchez Piñol la virtud de abrir al lector medio una ventana a la guerra de fortificaciones en la Edad Moderna, a las particularidades del oficio de ingeniero y, por tanto, a la historia militar de la época. Los profesionales de la ingeniería militar de aquel entonces habían alcanzado tal dominio de su disciplina que no sorprende, pese al fragor de la batalla y el drama humano que la guerra conlleva, que el protagonista Martí Zuviría afirme en cierto momento, cuando cree que va a morir inminentemente: “Qué hermoso es un asedio en marcha” (2012: 463).

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