El feminismo de la segunda ola y la ampliación de ciudadanía. X Jornadas de Investigación en Filosofía. FHyCE - UNLP. 2015

June 15, 2017 | Autor: Libertad Martinez | Categoría: Feminismo, Nancy Fraser, Relaciones de poder y ciudadanía, Andrea D'Atri
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Descripción



El feminismo de la segunda ola y la ampliación de ciudadanía.
Una lectura desde la obra de Nancy Fraser


Victoria Libertad Martínez Larrañaga
Estudiante de grado - Prof. en filosofía
Facultad de Humanidades - UNMDP



Introducción
Para desarrollar la presente comunicación, nos interesa especialmente pensar cuáles han sido las posiciones que, con respecto a la ciudadanía y su ampliación, han tenido los colectivos feministas denominados genéricamente como de la segunda ola. A partir de esta instalación, intentaremos abordar cómo el problema de la ciudadanía se vuelve el terreno en disputa en la lucha por los derechos de las mujeres, de acuerdo a las elaboraciones teóricas del movimiento feminista desde hace casi cincuenta años. Es decir, luego de un breve análisis de la llamada teoría liberal de la ciudadanía, aquella que fundó el uso del concepto y sus alcances, abordaremos algunas las perspectivas feministas que desde los '60 hasta la actualidad enmarcan, precisamente, el tema de la emancipación de la mujer en términos de "ampliación de ciudadanía" o "conquista de derechos civiles".
Apoyándonos en algunas de las elaboraciones más recientes de Nancy Fraser, una de las principales representantes de este mismo movimiento, así como de algunas feministas de colectivos de género de nuestro país, intentaremos problematizar hasta qué punto fueron capaces esas teorías de superar la visión liberal de construcción de la ciudadanía y de la democracia formal, si es que pudieron hacerlo, así como sus consecuencias prácticas en el campo de la intervención política durante los últimos años.
La idea de ciudadanía
La ciudadanía como concepto capital de la teoría política puede ser planteada, básicamente, desde dos puntos de vista que implican así mismo dos concepciones diferentes de la comunidad política. Por un lado, aparece la definición de la ciudadanía como condición legal, que restringe el alcance del concepto a la plena pertenencia a una comunidad política determinada; otra postura plantea a la ciudadanía como una actividad deseable, de modo que sin perjuicio de la definición anterior, la extiende a la participación de los ciudadanos en esa comunidad política establecida, de modo que es esta misma participación la que determina su extensión y calidad.
Desde una perspectiva clásica fundada en el liberalismo, el concepto de ciudadanía se refiere al ámbito de lo político en sentido estricto, es decir que los temas que conciernen al ciudadano son los del derecho, la igualdad ante la ley, la tolerancia, la libertad de expresión. Thomas Marshall, en los años de la segunda postguerra, plantea una postura aún hoy muy influyente, según la cual la ciudadanización pasa por la adquisición progresiva y acumulativa de derechos civiles, políticos y sociales en base a un criterio de gradualidad y sucesión histórico.
De acuerdo con Marshall, la expresión más plena de la ciudadanía requiere un Estado de bienestar liberal-democrático, esto quiere decir que cuando la ciudadanía se haya plenamente desarrollada encarna la idea de justicia social. Esta concepción, sin embargo, oculta la percepción del conflicto social, y cuando este aparece es bajo la forma de amenaza a la democracia misma. De este modo, el modelo contractual economicista se cumple a condición de excluir la economía de la incumbencia de lo político: la economía atañe al mundo de los intereses privados del sujeto. Así, la escisión entre público y privado marca los límites de la injerencia de lo político, estableciendo qué clase de sujetos son sujetos de derecho: los varones propietarios. Este postulado de base, sin embargo, no ha impedido que en los últimos sesenta años el tema de la ciudadanía haya sido reproblematizado una y otra vez a partir de la emergencia de nuevos sectores sociales que piden su incorporación a la democracia, entre ellos el movimiento feminista.
La relación con el feminismo
Para pensar más en profundidad la relación entre la ciudadanía como concepto de la teoría política y el movimiento feminista de la segunda ola, pasaremos a analizar el desarrollo de Nancy Fraser en un artículo reciente. En Feminismo, capitalismo y la astucia de la historia, la autora se dispone a analizar la llamada "segunda ola" del feminismo, surgida en los años `60 y `70 y aún vigente, a partir de tres puntos de contacto con momentos específicos de la historia del capitalismo. El detonante para este trabajo, de acuerdo a lo descrito por la misma autora, es su insatisfacción con la afirmación bastante extendida de que "la capacidad relativa del movimiento [feminista de la segunda ola] para transformar la cultura, contrasta de manera aguda con su incapacidad relativa para trasformar las instituciones".
En este sentido, su trabajo analiza en primer lugar los comienzos del movimiento, en el marco de lo que llama capitalismo organizado de Estado, frente al cual las feministas despliegan críticas integrales a sus rasgos economicistas, androcentristas, estatistas y nacionalistas.
En segundo término, el artículo se refiere a la evolución y desarrollo del feminismo de la segunda ola, situación que se da conjuntamente con el auge de un nuevo orden económico y político a nivel mundial: el neoliberalismo. Y en este punto, es donde la autora se pregunta cómo ha sido posible que este enorme cambio cultural propugnado por el feminismo de la segunda ola, una vez transformado de movimiento contracultural radical a fenómeno de masas, haya servido para legitimar una transformación estructural del capitalismo que termina avanzando directamente en contra de las visiones feministas de una sociedad más justa.
Finalmente, el tercer punto que Fraser llama de "reorientación", coincide con la situación actual de crisis mundial del capitalismo financiero así como de relativa pérdida de hegemonía de los Estados Unidos, contexto en el cual la autora plantea la necesidad de recuperación de la promesa emancipadora del feminismo.
Las distintas corrientes
El feminismo de la segunda ola apareció durante el momento de mayor expansión del llamado capitalismo organizado de Estado, que adopta la forma de los Estados de Bienestar en los EE.UU y Europa, y de Estados desarrollistas en algunas de las recientemente liberadas colonias de Asia y África así como en Latinoamérica. De forma simultánea a este desarrollo del capitalismo, al interior de la segunda ola del feminismo surgieron tres grandes corrientes de pensamiento y práctica política.
Originalmente, el llamado feminismo de la igualdad tuvo el mérito de conceptualizar el género como una categoría social, relacional y vinculada al concepto de poder, visibilizando que la situación de opresión de las mujeres tiene un carácter histórico y no es la consecuencia "natural" de diferencias anatómicas, fisiológicas, hormonales o psicológicas de ningún tipo. Este movimiento, que tuvo sus orígenes en el fermento emancipador generalizado de su época, a pesar de albergar en su seno a diferentes corrientes de pensamiento, partía mayormente de la premisa que para superar la subordinación de las mujeres hacía falta transformar radicalmente las estructuras profundas de la totalidad social. Pero así como su surgimiento acompañó el crecimiento de los movimientos antiimperialistas post-Vietnam, los procesos independentistas de África y Asia y sobre todo el auge de la lucha de clases en países centrales (Mayo Francés) y periféricos (Tlatelolco en México, Cordobazo en la Argentina), el declive de estos procesos a partir de la contraofensiva del capital, con pactos neoliberales en el primer Mundo y las dictaduras genocidas en Latinoamérica marcaron también el retroceso de las perspectivas más revolucionarias del feminismo igualitarista.
Más temprano que tarde, obteniendo reconocimiento a cambio de integración, el feminismo (principalmente en Europa y EE.UU) pasó de cuestionar las bases del sistema capitalista a legitimar la democracia burguesa como el único régimen en el que se podría lograr, paulatinamente, mayor equidad de género, a través de algunas reformas parciales.
Frente a la capitulación de ciertas franjas del feminismo, entonces, surgieron sectores que plantearon que la pretensión de igualdad se había convertido en un arma de doble filo, que acabó asimilando al mismo movimiento feminista a los estereotipos político-institucionales del dominio patriarcal. Contra esta perspectiva, surgió el llamado feminismo de la diferencia, que mientras realizaba una valorización de "lo femenino" en sí, se proponía atrincherarse como movimiento contracultural por fuera de las opresiones de la economía política.
Algún tiempo después, sin embargo, mujeres lesbianas, negras, habitantes de los llamados países del Tercer Mundo, comenzaron a cuestionar esta celebración de los "valores femeninos" que acababa invisibilizando las diferencias entre las propias mujeres, establecidas también como jerarquías opresivas. De este modo surgió el postfeminismo, como una forma de cuestionamiento radical de la sexualidad inmutable, para volver a concebir el deseo como algo situado en la intersección de múltiples variantes. El mérito, en este caso, de rechazar la idea de que la diferencia se transforme en una identidad fija e inmóvil (un arquetipo de mujer blanca, de clase media, heterosexual y del primer mundo), permite la apertura de un camino nuevo en la construcción de la subjetividad femenina; pero su mayor límite político lo constituye el hecho de que se ha mostrado impotente a la hora de constituir un verdadero movimiento de lucha por la emancipación del conjunto de los oprimidos por la heteronormatividad obligatoria.
Las críticas al Estado
El movimiento feminista, aliado con otros movimientos sociales de la época como la nueva izquierda, los colectivos anti-raciales, o los jóvenes antiimperialistas, coinciden mayoritariamente en que para superar la subordinación de las mujeres se hace necesario transformar de raíz las estructuras de la totalidad social. El blanco principal de sus críticas es el Estado occidental, garante del capitalismo y de las condiciones de opresión que sufren las mujeres, al que se le imputan cuatro problemas principales:
la creación y sostenimiento de un imaginario clasecéntrico y economicista, que invisibiliza otras formas de desigualdad social por fuera de la mala distribución económica;
una concepción androcéntrica del sujeto de la política de Estado, que instituye la figura del hombre trabajador blanco, sostén económico y jefe del hogar familiar;
un excesivo estatismo que contribuye a la creación de una ciudadanía pasiva y despolitizada,
y finalmente una concepción westfaliana de la política social que la restringe a los límites de las fronteras nacionales.
Contra estos cuatro "crímenes" del Estado capitalista, el feminismo de la segunda ola tenía críticas concretas que, en modo amplio, se incluían en la famosa consigna "lo personal es político", de modo que se buscaba ampliar los criterios de injusticia social a los problemas de la sexualidad, las tareas domésticas, la reproducción y la violencia de género, entre otros.
Frente al economicismo del capitalismo organizado de Estado, las feministas elaboraron una compresión más amplia de los conflictos sociales, los actores políticos y el rol del estado, de modo de abarcar criterios tanto económicos como políticos y culturales.
En el caso de las concepciones androcéntricas, las feministas de la segunda ola muchas veces no tuvieron que enfrentarse sólo al Estado, sino también al 'sentido común' machista frecuentemente extendido entre sus propios compañeros del resto de la izquierda. Fundamentalmente, su premisa era que no se debía aspirar simplemente a la plena incorporación de las mujeres a la sociedad capitalista como asalariadas, sino que era necesario destacar la importancia social del trabajo doméstico no asalariado y de la labor reproductiva, así como la desnaturalización de las injusticias de género.
Las voces feministas que se alzaban contra el estatismo de la época, por su parte, rechazaban principalmente el espíritu burocrático-gerencial del capitalismo organizado de Estado. Planteaban que la cultura de las instituciones de gran tamaño y jerarquizadas expresaba la masculinidad modernizada del estrato técnico-profesional de la sociedad. Contra esta forma de organización, reivindicaron formas de articulación política horizontales y por fuera de la órbita estatal, en una época en la que aún no existía el acrónimo ONG. El objetivo de estas feministas no era desmantelar las instituciones estatales, sino transformarlas en agencias que promovieran y expresaran una verdadera justicia de género.
Con respecto al nacionalismo, finalmente, el feminismo de la segunda ola tuvo una posición un tanto más ambigua. En la mayoría de los casos se denunciaba teóricamente a la división artificial del colectivo femenino en nacionalidades, de modo de ocultar o hacer aparecer como ajenos las injusticias sufridas por mujeres de otros puntos del planeta, pero la imposibilidad práctica de constitución de un verdadero movimiento mundial en una época donde las comunicaciones no tenían las características globales y la inmediatez de hoy en día, implicaron que en la mayoría de los casos esas denuncias se quedaran en el plano de las palabras, y las feministas se dedicaron principalmente a atacar los conflictos de género surgidos en sus propios países.
Respecto a todas estas cuestiones, sin embrago, es necesario aclarar algunos matices. Tal como nos plantea la misma Fraser, aunque rechazaran el economicismo las feministas de este período
(…) nunca dudaron de la importancia fundamental de la justicia distributiva y de la crítica contra la economía política para el proyecto de emancipación de las mujeres. Lejos de querer minimizar la dimensión económica de la injusticia de género, intentaron, por el contrario, profundizarla al aclarar que dicha injusticia estaba relacionada con las dos dimensiones adicionales de la cultura y la política.
Del mismo modo, al rechazar la concepción androcéntrica del hombre como "jefe de familia", las feministas nunca intentaron sustituirlo sin más por una familia sostenida por dos ingresos salariales. En todo caso,
(…) la superación de la injusticia de género suponía poner fin a la devaluación sistemática de los cuidados de la familia y la división sexista del trabajo, tanto remunerado como no remunerado.
Por último, el rechazo al estatismo del capitalismo organizado de Estado nunca implicó que las feministas dudaran de la necesidad de instituciones políticas fuertes y capaces de organizar la vida económica al servicio de la justicia. Lejos de querer mercados libres del control estatal, buscaban democratizar el poder del Estado así como ampliar, al máximo posible, la participación política, entendida esta última medida como una verdadera "ampliación de la ciudadanía".
En resumen, el surgimiento de la segunda ola feminista tuvo, en términos generales y a pesar de haber albergado, tal como hemos visto, distintas corrientes de pensamiento que muchas veces se enfrentaban políticamente, una disposición general de lucha contra el capitalismo, que se expresaba fundamentalmente en la denuncia al Estado patriarcal, aunque manteniendo la pelea por el incremento de derechos en el marco de una democracia que, en todo caso, era necesario "ampliar", "feminizar" o "radicalizar".
Podemos ver, además, cómo la crítica incendiaria a las instituciones y prácticas de desigualdad de género socialmente establecidas han instalado una nueva relación de fuerzas por lo menos en los que al campo del discurso se refiere: tal cómo menciona Fraser la "amplia aceptación actual de las ideas feministas". Pero cabe preguntarnos, en este marco, tal como se interroga la autora al inicio de este artículo: ¿cómo es posible que el feminismo de la segunda ola haya provocado una gigantesca revolución cultural, pero este enorme cambio en las mentalidades todavía no se haya traducido en un cambio estructural e institucional? Y agregamos nosotros: ¿tiene que ver esta situación con la mencionada incapacidad relativa del movimiento feminista de plantearse un horizonte político superador de la visión liberal de ciudadanía como una acumulación derechos progresiva y linealmente adquiridos?
Algunas posibles respuestas
Ya al final de su artículo, la autora avanza sobre las últimas implicaciones del movimiento feminista, teniendo en cuenta los cambios más recientes en el sistema económico global, que la autora caracteriza como de transición hacia un "post-neoliberalismo", algo diferente al capitalismo organizado de Estado pero también diverso a las medidas neoliberales de los 90' de achicamiento del Estado, flexibilización laboral y mundialización del mercado financiero.
En este marco, y siguiendo el mismo esquema de análisis previo (de contextualización del movimiento feminista), se hace necesario plantearse dos cuestiones de suma importancia: en primer lugar, cómo resolver la brecha abierta entre la crítica cultural socialmente aceptada y las condiciones de injusticia social, y especialmente de género, que se mantienen al día de hoy; y en segundo término, cómo llevar adelante esa tarea en el marco del nuevo orden mundial en desarrollo.
Acompañando las reflexiones de la autora, vemos cómo la tesis de un peligroso vínculo entre feminismo y neoliberalismo, aunque comprobable en la realidad, no constituye para Fraser más que una simple yuxtaposición de intereses que, en todo caso, son utilizados por "un capitalismo tan indiscriminado que está dispuesto a instrumentalizar cualquier perspectiva, incluso una inherentemente ajena a él." Desde nuestro punto de vista, además, y tal como hemos intentado desarrollar en este trabajo, hay un punto nodal en la crítica feminista que es el que le ha puesto también un techo a la lucha contra las injusticias basadas en el género. Este punto es el de presentar desde los años `80 hasta la actualidad, la ampliación de los derechos de ciudadanía como el horizonte máximo de la lucha por los derechos de las mujeres, restringiendo una crítica que fuera incendiaria en los `60 y `70, a una tibia pelea por espacios de poder en el marco de las democracias occidentales más desarrolladas, o en el caso de los países periféricos, la domesticación frente a la agenda del Banco Mundial y la ONU para la creación de ONGs destinadas a suplir las falencias de un Estado ausente.
Tal como lo plantea Nancy Fraser, creemos que es de suma importancia para el colectivo feminista el balance de estos últimos años de intervención política mundial, así como la reproblematización de los objetivos en aras de recuperar la promesa emancipadora del feminismo, en el actual momento de crisis económica y reacomodamiento político. En este marco, la lucha por la igualdad de género deberá apuntar a superar, definitivamente, una concepción de democracia y de ciudadanía todavía muy ligadas a las propuestas liberales clásicas, que ya resultan inútiles para pensar la política en la sociedad contemporánea.


Bibliografía
Ciriza, A; Democracia y ciudadanía de mujeres: encrucijadas teóricas y políticas, en Atilio Borón (comp.), Teoría y filosofía política, la tradición clásica y las nuevas fronteras, Clacso, Bs. As., 2000.
D'Atri, A y Lif, L; La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial, en Ideas de Izquierda nº2, Bs. As., 2013.
Fraser, N; Feminismo, capitalismo y la astucia de la historia en New Left Review nº 56, Madrid, 2009.
Kymlica, W. y Norman, W; El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadana, en Agora Nº 7, invierno de 1997.
Miller, D.; Ciudadanía y pluralismo, en Agora Nº 7, invierno de 1997.



Kymlicka, W. y Norman, W. (invierno de 1997). El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadana. Ágora, 7, p. 7.
Ibíd., p 8.
Miller, D. (invierno de 1997). Ciudadanía y pluralismo. Agora, 7, p.77.
Fraser, Nancy. (2009). Feminismo, capitalismo y la astucia de la historia. New Left Review, 56.
Ibid, p.88.
Una forma de denominación general para abarcar tanto a los Estados de Bienestar del Primer Mundo, en los que se aplicaban diversas formas de dirigismo económico (inversión pública, políticas industrialistas, redistribución tributaria, reglamentación empresarial y hasta la nacionalización de algunos sectores industriales clave) como a las políticas desarrollistas de sustitución de importaciones, inversión en infraestructura y aumento del gasto público en educación llevadas adelante en los países semicoloniales o del Tercer Mundo.
El artículo aquí analizado fue publicado en 2009, cerca de un año después de que la quiebra del banco Lehman Brothers, junto con la dispersión siguiente de sus activos tóxicos por todo el sistema financiero, marcara el comienzo de una crisis económica sin precedentes desde la de los años `30. En los últimos años además han acontecido distintas crisis políticas y de gobernabilidad en los países más golpeados; primero en los EE.UU y más recientemente en la UE.
Fraser, Nancy. op. cit, p. 95
Ibíd., p.96.
Fraser, Nancy; op. cit., p. 102.


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