El fantasma de Malthus

July 21, 2017 | Autor: Raquel Gil Montero | Categoría: Bolivia, Andes, Thomas R. Malthus, Ester Boserup, Poblaciones Indígenas
Share Embed


Descripción

El fantasma de Malthus Raquel Gil Montero

Ensayo ©Raquel Gil Montero

Índice

Introducción La cocina de la investigación

3 10

Ingredientes

11

Recetas: el yin y el yan

21

Sexo y muerte en la cocina

28

Coordenadas de espacio y tiempo Infoclima La vida según Malthus

34 40 46

Entre guerras y pestes

47

La excepción y la regla

49

El desierto está lleno de oportunidades

65

Vivir en los extremos

66

Conclusiones

84

Breve bibliografía comentada

91

Introducción Seguramente lo primero que les viene a la cabeza cuando piensan en el par de opuestos optimismo y pesimismo, es lo del vaso medio lleno/medio vacío de agua. A mí, en cambio, me asalta una duda tremenda que nunca pude despejar, que nació de un comentario dicho seguramente al azar por un colega hace ya varios años. Pesimista declarado y practicante, consideraba a los optimistas no solamente ingenuos, sino quizás hasta un poco cortos de genio. Ciegos, en el mejor de los casos, o ignorantes. Hay algunos hechos que parecen confirmar la hipótesis de mi colega. Para la Real Academia Española, el optimismo es una doctrina filosófica que atribuye al universo la mayor perfección posible. Uno de los primeros representantes de la filosofía que sostuvo esta postura fue William Godwin, cuya obra nos inspira un justificable “qué ingenuidad”, en particular su An enquiry concerning political justice (1793) publicado nada menos que en el corazón de la revolución francesa. También hay un cierto paralelismo (algo amplificado) entre la crítica de mi colega a los optimistas y la tremenda reacción que provocó ese escrito en Thomas Robert Malthus -primus inter pesimistas-: su opera prima An Essay on the Principle of Population. Permítanme contarles brevemente la historia de este escrito y las circunstancias iniciales de la vida de su autor, que probablemente expliquen su mirada del mundo. Malthus nació en 1766 en pleno iluminismo inglés, un período claramente optimista. Su familia no era ni muy rica ni muy distinguida, pero tenía buenas conexiones y educación. Sin embargo, tuvo la desgracia de ser el segundo hijo, y además de tener algunos problemas físicos en la boca que le provocaban tartamudez. Desde muy temprano, entonces, aprendió a moverse dentro de un espacio que le ofrecía relativamente pocas alternativas: por su condición de segundón y según las leyes inglesas, no iba a heredar ni un terrón de las propiedades de su padre, y por ello iba a tener que trabajar para

mantenerse en alguna de las pocas opciones consideradas apropiadas para alguien como él. Hubiera sido muy bueno que sirviera como oficial de la Marina Real o como abogado, pero su tartamudez le impidió postularse. Por los orígenes de su familia era impensable que se dedicara al comercio. Descartadas las demás opciones por inapropiadas, solamente le quedó una alternativa (que aceptó): la iglesia. Después de estudiar, y gracias a la performance que había tenido, Thomas consiguió una plácida parroquia para vivir en la zona rural de Cambridge, donde estuvo hasta los 30 años. Fue entonces cuando su vida cambió para siempre: William Godwin publicó su Enquiry concerning political justice, and its influence on modern morals and manners, que se hizo popular muy rápidamente. Fuertemente impresionado por su contenido, el padre de Thomas, Daniel, impulsó a su hijo a leerla. A partir de entonces se pasaron muchas noches en vela, en una contienda que dejó al descubierto una faceta hasta entonces escondida de Malthus: no podía aceptar sin sublevarse un optimismo tan infundado y desenfrenado. Thomas escribió sus reflexiones, y el padre, sorprendido por la densidad que tenían, le sugirió publicarlas. Aunque lo hizo primero en forma anónima, la fama lo alcanzó rápidamente a los 32 años. La fama y el odio: mucha gente lo detestó por ridiculizar las esperanzas que se tenía en el progreso de la humanidad, y por sostener que la caridad con los pobres era una pérdida de tiempo. Esta magnífica y tremenda reflexión que hizo Thomas Malthus frente a una visión optimista del mundo en que vivía, se recuerda hoy –entre otras cosas- como el origen del primer modelo de análisis de la relación entre población y recursos. A pesar de las dificultades que presentan las leyes en los estudios de las sociedades humanas, Malthus propuso dos que según él regirían para siempre a la población, y que apenas las podemos discutir: 1) el hombre necesita comer para vivir; y 2) difícilmente va a dejar de sentir gusto por el sexo. Estas leyes lo llevaron a pensar que el crecimiento de

4

la población siempre iba a ser mayor que el de los alimentos (a menos que se refrenara la pasión), por lo que una parte de la humanidad estaba condenada al hambre. Si bien los avances en la producción de alimentos que permitió la tecnología discuten su pronóstico (y los métodos modernos anticonceptivos podrían relativizarlos), todavía hoy se utilizan muchas de sus propuestas para el análisis de las respuestas de la población a la escasez de recursos. Pero, sobre todo, sus preocupaciones siguen vigentes. Los postulados de Malthus fueron criticados desde el momento mismo en que vieron la luz, aunque continúan dando qué hablar: su fantasma recorre incluso el siglo 21. Pero los cambios ocurridos entre la Inglaterra de Malthus y nuestro mundo contemporáneo han puesto en discusión sus propuestas, sobre todo a partir de la formulación de un segundo modelo surgido en pleno siglo 20 y profundamente optimista: el de Ester Børgesen. Esta mujer, cuyo padre había muerto cuando tenía dos años dejándola con pocas alternativas, fue impulsada por su madre para estudiar en la universidad en un momento histórico en el que pocas mujeres lo hacían. Se graduó en Economía Teórica en Copenhague, cuando ya se había casado con Mogens Boserup. Dentro de sus aportes conceptuales se la conoce por haber pateado el tablero de Malthus y haber propuesto pensar la relación entre población y recursos al revés: en lugar de observar a la población como la variable de ajuste, ella entendió que solamente la ruptura del equilibrio podía provocar transformaciones en la tecnología, entendida esta última en un sentido muy amplio. Ella pensaba que las posibilidades que tenía la humanidad eran mucho mayores que las que había alcanzado, aún en tiempos pasados. Por cierto era consciente que el efecto de la tecnología no siempre es positivo, pero de todos modos para ella la ruptura del equilibrio debía ser visto más como aliciente que como obstáculo.

5

En este libro les propongo observar situaciones críticas concretas que se dieron en la relación entre población y recursos, desde la lógica desarrollada por estos dos grandes analistas que estaban situados en las antípodas de un continuum entre pesimismo y optimismo. Un inglés del siglo 18 y una danesa del siglo 20. Los dos pensadores más importantes que propusieron claves interpretativas que se siguen usando hasta hoy, más allá de los retoques realizados a la luz de los avances de la ciencia. Ni Malthus ni Boserup nacieron de un repollo, y las circunstancias que les tocó vivir condicionaron fuertemente su mirada, como ejemplifiqué en la breve reseña anterior. Por eso, además de aplicar sus ideas les voy mostrar en uno de los capítulos cuál fue el contexto en el que las desarrollaron. Les propongo plantear la pregunta “qué pasa cuando se rompe el equilibrio entre población y recursos” en un ambiente extremo donde ese equilibro sea muy inestable y donde baste muy poco para que se altere, a veces en forma dramática. Imaginen un desierto de altura, frío, seco, con escasa vegetación, difícil de colonizar salvo por algunos animales, plantas y hombres adaptados a esos rigores. Un desierto donde las ciudades son muy escasas y recientes, y la mayoría de la gente vive en el campo. Donde la agricultura es posible solamente en pequeños oasis. En ese ambiente ocurrieron estas tres historias que les voy a sintetizar ahora y que ejemplifican algunos de los puntos de partida del libro. En 1998 una importante sequía afectó al 50% del territorio de la Provincia de Jujuy. Los casi cuatro mil productores de Puna y Quebrada realizaron una matanza adelantada de sus animales que ya no tenían pastos para comer. Solicitaron apoyo oficial para construir nuevos frigoríficos porque los que tenían no alcanzaban para las cantidades extra de carne que se faenaron. El gobierno estuvo evaluando planes para construir cisternas y llevar agua, y también alcanzarles alimentos para los animales como maíz y alfalfa. Este último

6

forraje, que fue enviado a la región por la nación, no es habitual en la zona y los productores tenían miedo que los animales se acostumbraran a comerlo. Los pastores estaban preocupados por los años futuros ya que la matanza anticipada de animales significó que se perdieran muchas crías. En algunos lugares de la Puna, donde habían desaparecido, se recuperaron los tradicionales métodos de secado de carne (charqui) para aprovechar la poca que había. En el 2008 una importante sequía afectó a la provincia limítrofe de Lípez (al suroeste de Bolivia) impactando en el cultivo de quinua que se realiza en torno al salar de Uyuni. La mayoría de la población de dicha región se dedica a esta actividad. Por los precios internacionales que tiene la quinua, en los últimos años se había ampliado en forma significativa la superficie cultivada y cambiado parte de la tecnología que se aplicaba. Sin embargo, la lluvia es un componente fundamental para esta actividad que se realiza al secano y si falta, no se puede cultivar. Las llamas, que también forman parte importante de la producción local, se vieron afectadas asimismo por la falta de pastos. El tercer componente básico de la economía regional es el turismo, que también da cuenta de la falta de agua: las lagunas altoandinas están perdiendo parte de su tamaño y algunas incluso han desaparecido. Lógicamente este proceso excede la sequía de 2008. Quienes trabajan con los turistas en las lagunas recuerdan con nostalgia las últimas nevadas y perciben la disminución en las precipitaciones. Aunque también reclaman por el uso del agua en la minería del otro lado de la frontera, en Chile, y se preguntan acerca del impacto que pudiera haber tenido en las lagunas. Esta pregunta refleja las preocupaciones de una parte de la población altoandina: la escasez de agua que se percibe en la región puede tener diferentes orígenes y no solamente la disminución en las precipitaciones. En Tarapacá, al norte de Chile, La Comunidad Aymara de Cancosa y la Compañía Minera Cerro Colorado, mantuvieron una larga

7

disputa por el uso del agua que afectaba un importante humedal en el territorio comunitario, desde los inicios de la explotación en 1994. Se había autorizado a extraer hasta 150 litros por segundo en los territorios de la Comunidad, lo que generó la desecación de las vertientes naturales que alimentaban una vega y un bofedal cercanos, y que mantenían con agua a la Laguna Huantija. Las consecuencias fueron muy significativas: “Se redujo sensiblemente la cobertura verde y la diversidad de la vegetación, perdiéndose productividad, y cambiando la fisonomía del sistema manejado por la Comunidad. Se produjeron cambios en las condiciones del suelo, en su estructura y cambios químicos como la salinización del sistema, evidenciando, también, procesos erosivos”. (López et al., 2011: 2) El conflicto comenzó a resolverse a partir de un programa de co-manejo del agua iniciado en el año 2005, que procuraba recuperar los humedales y la laguna.

Sequía, muerte, cambios tecnológicos, minería, agua, negociaciones, relaciones de poder, pastoreo forman parte del contexto de los temas que voy a tratar en un escenario pesimista para estar a tono con Malthus: los grandes desiertos de altura de los Andes, en torno a la triple frontera entre Argentina, Bolivia y Chile. Son páramos fríos, áridos y constantemente barridos por el viento, que fueron comparados con Laponia en el siglo 18 y con Siberia en el siglo 20, donde es difícil vivir aún en los mejores días. Donde falta el aire y algunos recursos son escasos. Donde hoy vive relativamente poca gente, pero que eran percibidos en forma diferente en el pasado. Y para hacer más radical aún la fragilidad del equilibrio entre población y recursos, las historias que les voy a contar se desarrollan entre los siglos 16 y 19, cuando la mayoría de sus habitantes eran productores agropecuarios o mineros, y dependían muy significativamente del ambiente. En un período en el que todos y todo -incluyendo las buenas y malas noticias- circulaba por

8

medio de la tracción a sangre, sobre los hombros de las personas, a lomo de las llamas o de las mulas, en los carros tirados por caballos.

La primera parte de este libro explica cómo se hicieron estos estudios, es la cocina de la investigación. Allí se encuentran los diferentes ingredientes que utilicé en las indagaciones y las recetas que me fueron guiando. Van a ver que el clima tiene una importancia central en los análisis y cómo he utilizado la información de las precipitaciones como un indicador aproximado de la economía regional: cuando había sequía, la disponibilidad de recursos disminuía y afectaba muy severamente a la población. ¿Discutible? Seguramente, por eso van a encontrar, también, por qué consideré que a pesar de todo es mejor utilizar este indicador que otros. También conocerán, en esta primera parte, el tratamiento que se les hace a los ingredientes esenciales de los estudios de la población y los favoritos de Malthus: sexo y muerte. Las coordenadas de espacio y tiempo, y los datos sobre las precipitaciones en el pasado anteceden al corazón del libro. Son parte de un contexto que considero también importante de explicitar, porque ayuda a explicar las respuestas de la población. El corazón, finalmente, está constituido por los dos últimos capítulos, que son los que recogen las historias desde las perspectivas de Malthus y de Boserup alternativamente. O probablemente no sea tan así, porque las perspectivas no son en blanco y negro. Hasta en los momentos más optimistas se cuela el pesimismo, muy a pesar de Boserup.

9

La cocina de la investigación (A buen hambre no hay pan duro)

Ingredientes Sobre interrogatorios e interrogados El historiador no es otra cosa que un interrogador profesional que se enfrenta a algunos datos que son más complejos de analizar que otros, o que necesita buscar aquellos que son muy difíciles de conseguir. Como todo interrogador experto, no solamente necesita un testigo que sea capaz de brindar información, sino sobre todo, una buena pregunta. Sin pregunta no hay interrogatorio que sirva. Como ya tenemos una buena pregunta, en este apartado, y muy brevemente, les voy a contar cuáles fueron los testigos que proveyeron de la principal información para el análisis de los casos de este libro, así como algunos secretos del oficio. Porque, al igual que ocurre en el presente, hace falta distinguir en medio de la maraña de documentos que hay, aquella información que puede ser relativamente confiable de aquella que no lo es. El primer conjunto de documentos con los que trabajé me ayudó a reconstruir el contexto, y a pensar las explicaciones de lo que encontraba que estaba ocurriendo. Se trata de manuscritos originales que están en diferentes archivos, y que son, entre otros, correspondencia escrita por las autoridades públicas, juicios criminales, descripciones realizadas por científicos y viajeros, y muchos otros. En el texto van a poder leer pequeños párrafos de algunos que elegí para ilustrar los ejemplos. A estos documentos los contrasté entre sí para poder reconstruir la trama del pasado. Además los abordé a partir de una manera específica que utilizo para los documentos que proveen información cualitativa. Se trata de un método que surgió a la luz de los relatos de un gran escritor de novelas detectivescas: Arthur Conan Doyle. Su personaje central, Sherlock Holmes, era un experto en “leer” los indicios que estaban presentes en la escena del crimen, aquellos datos que por no ser centrales dentro del relato, se podía pensar que estaban menos

11

cargados de intencionalidad. Este método ayuda mucho a trabajar con información cualitativa. Por ejemplo, si estamos analizando un juicio por asesinato, el acusado puede mentir sobre muchas cuestiones que agraven su situación y lo incriminen. Puede mentir acerca de donde estaba a la hora de la muerte, o sobre su relación con el difunto, o decir que en realidad no lo quiso matar sino que fue un accidente. Pero toda mentira tiene que ir acompañada por verdades para que sea creíble, por eso es muy posible que no mienta sobre algunos datos periféricos, como por ejemplo, si el maizal del terreno ubicado más al sur estaba cosechado, si la casa donde estaba tenía dos habitaciones o tres, o si tenía algunas llamitas en el campo. Las historias que van a leer están basadas, también, en otro tipo de información: la demográfica. A ella se la puede clasificar en dos grandes ramas: una es información diacrónica, es decir que muestra lo que pasaba con la población a lo largo del tiempo, y la otra es sincrónica, o sea que indica lo que pasaba en un determinado momento. La información diacrónica se basa en los “hechos vitales”, es decir, los nacimientos, las muertes y los matrimonios (o las uniones); y la sincrónica se basa en los censos de población o en documentación parecida que se realizó en forma relativamente periódica durante la colonia (aunque durante el período colonial encontramos muchos más recuentos de población indígena, que en esta región era la mayoría). Si hoy necesitamos conocer esta información acudimos a internet o a las instituciones que son las encargadas de generar y procesar los datos estadísticos (en el caso de Argentina, al INDEC; en los de Bolivia y Chile a sus respectivos INE; o a muchas bases de datos que están disponibles para el público). Pero, ¿dónde podemos encontrar esos datos en períodos en los que no existía ni siquiera el registro civil y mucho menos los institutos de estadística? Durante el período colonial y hasta la creación del registro civil, fue la iglesia la que registró las muertes, bautismos y matrimonios. En aquel período, especialmente

12

durante la colonia, no había muchas alternativas y la religión católica era no solamente oficial, sino obligatoria. Es cierto que eso no garantiza que todos se bautizaran o que acudieran a la parroquia cuando un deudo moría, pero los libros parroquiales han registrado la gran mayoría de los eventos y por ello su información es muy interesante. A veces, sobre todo en parroquias rurales y apartadas de los centros de poder, el cura se iba, se moría o se enfermaba y no había quién anotara nada. Pero sí quedaba registro de los problemas que había con las anotaciones, ya que periódicamente se hacían inspecciones, o dejaba constancia de ello el nuevo cura para que no le adjudicaran la desprolijidad del anterior. Por ejemplo, el 10 de julio de 1794, apenas llegado a Estarca (Chichas, sur de la actual Bolivia) el párroco Juan Crisóstomo Quintar, anotó que su antecesor

Don José Manuel García se ha mudado sin dar cuenta de lo que corresponde a fábrica a la iglesia desde diez de junio de noventa y tres hasta el seis de julio de noventa y cuatro [...] añadiendo que solamente en mes y medio ha habido con la peste de viruela sobre 150 entierros según estoy informado y que dicho García no ha apuntado todas las partidas y para que conste lo firmé.1

Quintar dejó constancia de posibles faltas en los registros de defunción, un problema que -llegado el momento de hacer el análisis- podríamos considerar con esta información adicional. Hay muchos otros métodos que sirven para controlar los datos de los registros vitales, algunos de ellos matemáticos y basados en poblaciones teóricas. Los historiadores elegimos diferentes formas de tratar la información: a mí lo que más me gusta –sobre todo en casos como estos que vamos a tratar- es sumergirme en el archivo y tratar de escuchar lo que dicen estos testigos. Hacer una suerte de etnografía intentando aprehender 1

Libro de defunciones de Estarca, Chichas, Sur de la actual Bolivia, año de 1794.

13

situaciones del pasado que por la diferencia con el presente nos pueden parecer insólitas o podemos no verlas. Prefiero tener información incompleta y corregirla únicamente cuando encuentro datos específicos, porque creo que es muy difícil por ahora saber cómo eran esas poblaciones en el siglo 17, poblaciones que estaban sufriendo las consecuencias de la conquista en una forma que todavía no podemos mensurar acabadamente, o que migraban en cantidades y formas que no hemos evaluado lo suficiente. Y las poblaciones teóricas con las que a veces se comparan los datos reales, parten de algunos supuestos imposibles de considerar en aquella geografía y en ese período. Con mucha frecuencia los datos que uno encuentra en el archivo no permiten ajustar los números en forma perfecta o lo suficientemente segura. A veces solamente podemos saber que faltan datos, pero no cuántos son los que faltan. De todos modos elijo esta forma y ya van a ver un caso específico en el capítulo encabezado por Malthus. Otra cuestión que también encontramos en los documentos del pasado (que nos parecen hoy más íntimos y menos administrativos que los del presente) es que la separación entre lo público y lo privado era un poco menos evidente. Por ello, en las partidas de defunción (y en otros muchos documentos que en teoría debían referir a un acto administrativo) se solía dejar constancia de muchos más detalles sobre el difunto, a veces muy personales. Estos dos ejemplos pueden servir como ilustración de la información que podían contener:

[…] falleció Felix Erazo de 65 años casado que fue con Petrona Quispe. No se le dio sepultura eclesiástica por haber dado declaración privada Doña Isidora Eraso que fue la que lo asistió hasta la muerte y ante los testigos Joaquín Ponce y Máximo Lenes de que después de haberlo separado para administrarle la confesión de la

14

concubina, insistió después de confesado en querer volver a su compañía. Así acabo su triste existencia de que con la declarante certifico [25/12/1892]

yo el Bachiller Don Sebastián López Nieto clérigo presbítero de este arzobispado de los Charcas enterré en el cementerio de esta capilla los cuerpos siguientes desde el dicho día 30 hasta hoy 3 de febrero de dicho año porque habiendo venido una avenida cruel se entró el agua por la boca de la mina y ahogó a doce personas según se hizo el cómputo de los que faltaban que pueden ser más pero solo siete se pudieron sacar: Simona Arana mujer que fue de Mathias Urtado españoles de este anejo, un mestizo Torres de Oploca, Lucas Vargas y otro hermano de este Vargas de este anejo, un indio pobre de Yura llamado Pedro, una muchacha llamada María Soto soltera y uno llamado Marcos de Suipacha anejo de Talina como así mismo Oploca viceparroquia de Talina y ahora se están haciendo las diligencias para sacar los que faltan y con la confusión no se pudieron averiguar los nombres de todos se harán las diligencias y se pondrán conforme se debe.2 [30/1/1744]

Como podemos ver, estas partidas de defunción nos permiten enterarnos de muchas más cosas sobre el difunto y sobre el contexto. Podemos observar, por ejemplo, la existencia de uniones extramatrimoniales y cuál era el papel de la iglesia frente a ellas. Sabemos poco de los difuntos de la segunda partida, pero en cambio se dejó constancia de un accidente minero que abre unas cuantas preguntas (¿cuál era el papel de las mujeres en la minería? ¿Refleja este accidente la composición étnica de los trabajadores mineros de Estarca?).

2

Libros de defunciones de Estarca, Chichas, Sur de la actual Bolivia.

15

Y hay cuestiones culturales que también afectan a los datos y que hay que considerar cuando se piensa en los problemas de calidad. Entre los católicos, el bautismo es (o era) más importante que la extremaunción, mientras que ocurría lo contrario entre los protestantes. Por eso nuestros registros de bautismos suelen ser mejores que los de defunciones, salvo en el caso de los niños que morían a poco de nacer. Justamente por su importancia necesitamos distinguir con claridad los dos eventos: un niño podía ser bautizado a los dos años de nacer, cuando el padre o la madre conseguían un cura (por ejemplo si vivían en medio del campo o si estaban de viaje); o podemos encontrar una suerte de “epidemia de bautismos” cuando el párroco recorría las parroquias rurales. En el pasado, como en el presente, también había una obsesión por contar las personas, aunque en los Andes encontramos más información sobre los indígenas que sobre el resto de la población. Es que ellos tenían una serie de obligaciones fiscales especiales que los hacían interesantes para la corona de España y por ello se los visitó con frecuencia para registrar cantidades de personas, edades, lugares de residencia, status de tributario, lugares de origen, y otra información que hoy podemos utilizar teniendo el debido cuidado. Los fines de estas visitas no eran demográficos sino en su mayoría fiscales, y por ello hay que poder interpretar algunos de sus problemas más clásicos, como los subregistros de algunas edades en particular, o la organización de lo que figura en el padrón como una “unidad censal”. Los criterios de empadronamiento fueron cambiando con el tiempo en una forma que afecta la interpretación de la distribución de la población: antes del siglo 18 prevalecía la pertenencia a un ayllu, a una comunidad, o la sujeción a una autoridad étnica más que la residencia. Esto significa que no necesariamente el lugar donde se empadronaba era el mismo donde vivía. El territorio, por otro lado, se fue conquistando poco a poco, por lo que es probable que muchas fuentes tengan grandes lagunas de información relacionadas

16

con las regiones a las que aún no había acceso, o que las fronteras no hayan estado donde hoy están. Por estas y muchas otras razones, entonces, es necesario interpretar con cuidado la información de los padrones, sobre todo si uno quiere cartografiarla o analizarla espacialmente. Para los capítulos centrales de este libro utilicé también los datos sobre el pago de los tributos. La población nativa estaba sujeta al pago de una tasa, que en mi región de estudios estuvo integrada al comienzo por bienes, plata (u oro) y servicio personal. Con el tiempo se obligó a los indígenas a pagar todo o casi todo en dinero. Tanto lo que se recaudaba como los egresos, estaban registrados en libros que se completaban a diario en Potosí, en las Cajas Reales, y hoy se conservan en su famosa Casa de la Moneda. De esos libros se hacía un resumen anual que se enviaba a España con el nombre de Cartas Cuenta, mientras que otra copia quedaba en América. He consultado todos los libros que hay en el archivo de Potosí (entre los años 1550 y 1820) y completé los datos con los resúmenes que se conservan en el de Sevilla. El único tratamiento que le hice a esos datos fue convertirlos todos a la misma moneda, ya que se utilizaron dos tipos diferentes: pesos de a ocho reales y pesos ensayados. Soy consciente que es posible que un peso en 1550 no haya comprado lo mismo en 1700, pero el análisis que hice era más que nada exploratorio y buscaba indicadores que pudieran ser pensados para observar las economías campesinas en la larga duración. Para poder evaluar la calidad de estos datos revisé los documentos periféricos de las cajas reales. Esto lo hice, por ejemplo, para analizar lo que había sucedido durante un largo período en el que no se registraron algunos de los ingresos que me interesaban. Al comienzo pensé que podía haber algún error, o que se podía haber perdido alguno de los libros de la contaduría, o alguna otra cuestión. Pero no: gracias al uso combinado de diferentes documentos pude ver que efectivamente durante esos años no se habían

17

realizado pagos. También pude constatar que la calidad de los datos era muy variable y dependía mucho de la época. En algunos periodos se nota en los libros un enorme cuidado y detalle, mientras que en otros se anotan los ingresos todos juntos, sin demasiada dedicación. Finalmente pude ver que los registros más completos y confiables son los del Archivo de Potosí, porque en España se ha conservado sólo parcialmente la información, y muchas veces los resúmenes fueron organizados de forma tal que no los podemos analizar en forma de serie por la heterogeneidad que presentan.

¿Y el clima? Es raro que encontremos referencias al clima en los estudios de población, después de las críticas que se le hizo al determinismo ambiental en la historia. Sin embargo, en los estudios actuales sobre los desiertos en general, y los de altura, en particular, el clima es cosa seria. En mis estudios lo usé en diferentes oportunidades, pero en particular me interesó como un indicador de lo que ocurría con la producción agroganadera local. El supuesto que subyace en la propuesta de usar este indicador como un proxy de lo que estaba ocurriendo con la economía regional (y no otro como los precios, que fueron usados en Europa) es relativamente simple. Entre los siglos 16 y 19, la mayoría de la población que habitaba la región de estudio era indígena. Si bien participaron muy activamente de la economía colonial, la mayor parte de sus alimentos era producida por ellos mismos o adquirida en mercados indígenas que no necesariamente se veían afectados por los precios de la misma manera que otros productos. En particular me refiero a aquellos llamados "de Castilla" (trigo, fundamentalmente), consumidos preferentemente por la población española y mestiza. De todos modos tampoco hay series completas de precios de los productos básicos para la dieta de los indígenas que podamos utilizar (afirmación que es válida también para el tratamiento del valor de la moneda). Otro indicador que se utilizó en la historiografía para estudios como el que propongo fue 18

el de la producción, medida a partir de uno de los impuestos que se pagaban (los diezmos). Sin embargo, los productos llamados "de la tierra" (es decir los originarios de América) provenientes de las tierras de comunidad de los indígenas no pagaban este impuestos y por ello es difícil calcular las variaciones en su producción. Si observamos lo que ocurre hoy en el campo, podemos pensar que una sequía afectaba en grado variable a la producción agropecuaria de la región, aunque no esté descripto en los documentos: es un supuesto. Sobre eso voy a hablar un poco más adelante en este capítulo. Me parece que la sequía puede ser, entonces, un buen indicador del stress que pudo haber sufrido la producción local, aunque no sea infalible ni perfecto. Nos advierte simplemente sobre aquellos momentos en los cuales la economía local pudo haber sufrido alguna alteración significativa.

Testigos que no hablan Aparentemente es más fácil tener información sobre el clima hoy que hace doscientos o trescientos años, o por lo menos contamos con mayor tecnología para la medición y con la consciencia de la importancia de conservar los registros históricos. En la actualidad, y gracias al trabajo de muchos grupos de científicos en todo el mundo, la información que tenemos sobre el clima es rica, precisa y detallada. Y otra cuestión positiva: en gran medida está disponible para que podamos consultarla. Para saber cómo fue el clima en el pasado, en cambio, hay que ser un especialista en interrogaciones: hay que conocer o encontrar las herramientas adecuadas para “hacer hablar” a diferentes “testigos”. Normalmente esos testigos son mudos (o lo parecen): sedimentos de lagunas, materia fecal fósil de roedores, hielo acumulado durante milenios en los glaciares, anillos de algunos árboles y muchos otros, que atesoran conocimiento sobre temperatura, precipitaciones o eventos extraños (erupciones de volcanes, por ejemplo) durante siglos y a veces hasta milenios. Para períodos más recientes también 19

encontramos algunos documentos escritos que relatan eventos o los miden, e imágenes diversas (fotografías, mapas o dibujos) que dan cuenta de los cambios en el paisaje: por ejemplo la reducción del tamaño de los glaciares o la desaparición de algún río. Estos documentos se pueden leer y las imágenes se pueden analizar, aunque también presentan sus dificultades y requieren de cierto oficio. Para escribir estos cuentos tuve la suerte de tener mi propio infoclima, alimentado por una serie de datos sobre el clima del pasado reconstruida por un equipo de especialistas. 3 Sobre todo conté con su experiencia ya que trabajamos en forma conjunta, discutiendo los distintos escenarios analizados. Esta experiencia es necesaria porque la información climática del pasado no siempre es clara para los que no somos expertos y presenta muchos desafíos. Además, no siempre la encontramos organizada de forma tal de poder usarla para nuestros fines. Ellos trabajaron a partir de la medición de los anillos de diferentes árboles que crecen en la región donde se desarrollan las historias que les voy a contar, o en las regiones vecinas. La serie de ancho de anillos de árboles principal de este libro fue construida a partir de uno muy particular que vive por encima de los 4100 metros sobre el nivel del mar, en los áridos volcanes del altiplano: la queñoa (Polylepis tarapacana). A esa altitud los árboles son muy bajitos, retorcidos, achaparrados y estos en particular tienen una corteza que se parece al milhojas. A pesar de las apariencias, estos arbolitos puede vivir varios siglos. Además se encontraron restos de madera fósil en sitios arqueológicos con los que se pudo complementar la información y extender un poco más la cronología en el tiempo. Gracias a ello se han podido reconstruir series que abarcan más de setecientos años, con información de varios sitios donde aún se conservan pequeños “bosques”, en el corazón

3

En especial, Ricardo Villalba, Mariano Morales y Eugenia Ferrero del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA, Mendoza)

20

del altiplano. Este árbol es especial ya que, recordemos, se trata de un ambiente extremo, de escasa vegetación. Los datos concretos sobre el clima del pasado los pueden encontrar, más adelante, en el apartado llamado Infoclima.

Recetas: el Yin y el Yan A lo largo de los últimos siglos muchos científicos han estudiado la relación que existe entre población y recursos, intentando explicar qué sucede cuando estos recursos faltan o cuando son escasos, que es cuando se produce una crisis de subsistencia. Nuestros modelos de análisis y nuestras preguntas han ido cambiando, no solamente por el avance en las ciencias, sino además porque los científicos somos hijos de nuestro tiempo y estamos inmersos en el contexto en el que los formulamos, en el que estudiamos. Por eso entiendo que es interesante mostrar los modelos juntamente con el contexto en el cual surgieron. Los dos modelos centrales que guiaron muchas de las preguntas de investigación que se reflejan en este libro (como ya lo anticipé), son los de Malthus y Boserup, que voy a desarrollar a continuación. Robert Malthus (1766-1834) propuso el primer modelo que ha persistido hasta hoy, que intenta explicar qué pasa cuando se altera la relación entre población y recursos, y lo propuso justamente en un período en el que el hambre y las pestes todavía atacaban con relativa fuerza a la población. Lo más notable del contexto que influyó en el pensamiento de Malthus, es que su mundo estaba cambiando en forma dramática. Algunos de esos cambios le eran evidentes y se refiere a ellos en sus escritos de forma directa: por ejemplo, la revolución francesa y la encrucijada que se abrió después de ella. Pero otros solamente son visibles desde una perspectiva temporal mayor: la población había comenzado a crecer de un modo más rápido y constante que en el pasado, aunque todavía no se había disparado. Ese crecimiento se puede observar en el gráfico siguiente, en el que sinteticé los últimos dos mil años del desarrollo de la población, distinguiendo continentes 21

(Europa, África y América) y sacando a Oceanía (porque su historia no estuvo tan vinculada a la nuestra) y a Asia (porque por la cantidad de población que siempre tuvo nos impide observar algunos detalles de las demás regiones). En él podemos ver distintas cuestiones de las que voy a hablar a lo largo del libro, pero en este momento me interesa destacar el crecimiento lento general que tuvo la población de esta parte del mundo hasta aproximadamente el siglo 14 y la enorme transformación ocurrida en torno a los inicios del siglo 19. Al momento en que las poblaciones cambiaron de ritmo y entraron a una dinámica como la actual se lo llama “transición demográfica”. Evolución de la población de Europa, África y América en millones 800 700 600 500 400 300 200 100 0 0

150

300

450

600

750 Europa

900 1050 1200 1350 1500 1650 1800 1950 2100 Africa

América

Fuente: Biraben, 1979 : 16.

Malthus vivía en Europa, que fue el continente que mostró los primeros síntomas de la transición en forma de un cambio en la curva de crecimiento. De alguna manera la realidad demográfica europea (y mundial) apoyaba las premisas básicas de este autor, premisas a las que le dio carácter de ley que, según él, ha regido “desde los tiempos más remotos del conocimiento humano” (Malthus, 1970: 52). Esas leyes eran dos: primero,

22

que el alimento es necesario para la existencia del hombre; segundo, que la pasión entre los sexos es necesaria y se mantendría para siempre prácticamente en el mismo estado en el que él la estaba observando. A partir de esas premisas Malthus sostuvo que la capacidad de crecimiento de la población era infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos. Para que la humanidad pudiera seguir alimentándose, los efectos de estas dos fuerzas tan desiguales se deberían mantener al mismo nivel: las dificultades de la subsistencia tendrían que hacerse sentir y restringir el crecimiento de la población. La naturaleza del hombre, sin embargo, hacía que fuera indispensable la existencia de un poco de presión para cambiar (siempre en forma moderada), porque sino no hubiera salido nunca del estado salvaje. Si, en cambio, era muy fuerte y el equilibrio que había entre población y recursos se rompía, comenzaban a funcionar mecanismos de regulación que variaban según parámetros culturales. O se tomaban medidas destinadas al control de los nacimientos (control preventivo), o aumentaba la mortalidad (control positivo); ambas situaciones tendían al restablecimiento del equilibrio. Junto con Malthus otros economistas que estaban asistiendo también al aceleramiento de la tasa de crecimiento de la población en la segunda mitad del siglo XVIII en Europa, discutían acaloradamente acerca de la relación entre medio ambiente, población y tecnología. En general la característica básica de estas discusiones era que consideraban que las tendencias demográficas eran un factor adaptativo: asumían que un ambiente dado tenía una determinada capacidad de carga para las poblaciones humanas, definida como el número de personas que se pueden adaptar a la región bajo los sistemas de subsistencia prevalecientes. La población se mantiene dentro de los límites de subsistencia en un ambiente particular restringiendo los nacimientos o con altos índices de mortalidad, incluyendo diversas formas de infanticidio. De acuerdo con esta teoría, las poblaciones

23

tendían a tener una tasa de crecimiento cercana a cero. Las tasas crecían sobre cero si se aplicaban innovaciones tecnológicas en la producción de alimentos, aumentando la capacidad de carga del medio ambiente, hasta llegar a un nuevo equilibrio. Esta era una mirada profundamente pesimista y estaba basada en sombrío presupuesto de los “rendimientos decrecientes”, pesimismo que se refleja en el Ensayo sobre el principio de la población publicado en 1798. Allí sostenía que no veía la manera en que el hombre pudiera eludir la fuerza desigual que impulsaba el crecimiento de la población y el de la producción de la tierra. Por eso siempre iba a haber hambre.

El mundo que conoció Malthus cambió drásticamente en muchos sentidos, comenzando por la revolución en los transportes que trajo el tren (y ni hablar del avión), la invención de diferentes tecnologías de conservación de alimentos, y los enormes avances que vio la salud entre muchos otros. Estos cambios pusieron en cuestión los supuestos malthusianos. Sin embargo, las crisis de subsistencia seguían existiendo. Después de la segunda guerra mundial la gran preocupación de los científicos fue el hambre y no la población, especialmente en los países pobres. Malthus apareció nuevamente en escena en los análisis de la relación entre población y recursos. Si la población seguía creciendo geométricamente y la alimentación aritméticamente, era imposible que la humanidad pudiera sobrevivir cuando la primera se duplicaba cada 27 años, como estaba sucediendo en los países pobres de la posguerra. Fue en este contexto tan diferente al anterior que se elaboró el segundo modelo que nos interesa destacar. La economista danesa Ester Boserup (1910-1999) se posicionó en forma diferente a Malthus, optimista como su contexto, aunque también muy crítica. Boserup había trabajado para Naciones Unidas desde 1947, y había pasado varios años en Asia, donde hizo observaciones de campo que la acompañaron durante toda su vida.

24

En 1965 publicó por primera vez The conditions of agricultural growth, que cambió para siempre la mirada que había sobre el desarrollo agrario. En un contexto en el que parecía que todo el dinamismo provenía de las ciudades y de la industria, Boserup presentó una idea novedosa para el momento: las comunidades agrarias “primitivas” son también dinámicas y están sujetas al cambio. Ella misma se posicionó en la “vereda del frente” con relación a Malthus en la introducción de su libro, partiendo de otra premisa que para ella era evidente en ese momento: la población creció por razones que exceden a la alimentación (entre otros, las invenciones que se hicieron en el campo de la medicina que disminuyeron dramáticamente la mortalidad). Para Boserup hacía falta una cantidad base de población y una densidad determinada para que comenzaran a darse ciertos avances. Sin esa presión demográfica no se podían dar. Esta autora puso en debate los presupuestos que asumían que la población se adaptaba y que partían de la noción de capacidad de carga del ambiente que desarrollé un poco antes cuando hablé del contexto en el que vivió Malthus. Para Boserup, en cambio, la naturaleza era flexible y su potencial no había sido aprovechado del todo ni siquiera en las sociedades preindustriales. La autora consideró los efectos de los cambios demográficos tanto en el medio ambiente como en la tecnología (y no solamente a la inversa, como había ocurrido hasta entonces), e introdujo en su modelo diferentes variantes de la tecnología como factores indispensables a considerar en el desarrollo de una población. Entre otras cosas señaló que las tendencias demográficas de las poblaciones históricas estaban influenciadas no sólo por la tecnología de producción de alimentos sino también por la tecnología de la salud, del transporte y de la guerra, y por el sistema de organización que se podría llamar “tecnología administrativa”. Las innovaciones no tenían siempre el mismo sentido, ya que en algunas ocasiones el efecto que producían en la población era negativo. Por ejemplo, las

25

innovaciones en los medios de transporte que abrían nuevas regiones al contacto humano aumentaban la mortalidad extendiendo epidemias antes inexistentes. Aunque también es cierto que la innovación en la tecnología del transporte reducía la mortalidad facilitando el acceso a comida a regiones afectadas por el hambre. Pero desde que estos avances hicieron más fácil para un conquistador o para las autoridades indígenas sacar alimentos de las regiones donde se producía, esto podía significar la reducción de comida para la población local con efectos negativos en las tendencias demográficas. Lo mismo ocurría con los avances en tecnología militar, que generalmente incrementan las tasas de mortalidad, particularmente porque benefician al agresor más que a las víctimas. En definitiva, lo que esta autora destaca constantemente es que los efectos de determinado cambio en la tecnología son complejos y no hay que dar por sentado su sentido (negativo o positivo).

Estos dos modelos han sido los más importantes en los análisis de la relación entre población y recursos, y contenían ya elementos que han sido enfatizados en diferentes estudios, dependiendo de la región y del período analizados. Uno de ellos es la migración, que se encuentra presente en muchos estudios clásicos que incorporan entre las causas de los procesos migratorios colectivos a las grandes hambrunas o a la escasez de recursos. El ejemplo más conocido, quizás, es el de la Gran Hambruna de Irlanda, ocurrida entre 1845 y 1849, es decir, ya en plena era estadística, que permitió medir una parte importante de sus consecuencias. La Gran Hambruna fue un parte aguas en la historia de la población de Irlanda, que cambió para siempre su demografía y su relación con Inglaterra. Entre otras cosas promovió un éxodo masivo de personas (se calcula en dos millones) que fueron principalmente a Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina y Uruguay.

26

El otro elemento desarrollado en la actualidad es el de la capacidad de adaptación de los hombres a circunstancias extremas. En los últimos años se han conocido estudios sobre la estatura de las personas, por ejemplo, que estaría fuertemente asociada a su historia nutricional (definida como la ingesta bruta de nutrientes, menos los perjuicios del medio ambiente y la información genética): allí donde las hambrunas eran frecuentes, el cuerpo tendía a reducir su tamaño para poder adaptarse a la alimentación que recibía. Estudios comparativos de las alturas de la población de regiones dentro de un mismo país, toman este indicador para evaluar la situación económica relativa de cada región. Uno de los ejemplos más interesantes por la cantidad de subpoblaciones estudiadas es el desarrollado en Inglaterra, gracias a la riqueza de los datos de sus archivos. Allí se pudo observar un incremento gradual de la estatura de la población en general durante los dos siglos pasados, con un declive temporario detectado entre aquellos que nacieron en el segundo cuarto del siglo 19. Se identificaron a partir de este indicador, por ejemplo, algunos de los efectos negativos de la revolución industrial. Los estudios de grupos específicos de trabajadores, sin embargo, enfatizan la importancia mayor relativa del ambiente en algunos oficios particulares como el de los mineros. Estos estudios nos han permitido avanzar en la interpretación de algunos cuentos, como el de Blancanieves y los siete enanitos: no solamente los mineros del carbón y sus hijos eran más bajos que el resto de la población (a pesar de no tener una dieta particularmente mala), sino que una parte importante de los trabajadores de esa actividad eran niños.

Sexo y muerte en la cocina [...] he ordenado que los cadáveres de dicha peste tan contagiosa sean enterrados en la campaña y lugares más ventilados retirados de los centros de población, efectivamente esta medida está dando

algún

resultado; pero las gentes de la campaña son tan 27

fanáticas y precisamente quieren enterrar en el panteón que está muy cerca de este pueblo, lo que no se les puede acceder porque se contagia esta población y ellos mismos que vienen cargando dichos cadáveres desde algunas distancias.4

Las sequías, el hambre, las pestes y la muerte han estado presentes a lo largo de muchos siglos en los miedos de la gente, en las leyendas, en las preocupaciones de las autoridades, entre los estudiosos de la sociedad. En particular los cuentos -del presente y del pasadoreflejan lo temido y lo deseado, o lo que era “natural” en el momento en que fueron ideados. Pensemos, por ejemplo, en uno de los personajes frecuente de los cuentos clásicos, la madrastra. Nos concentremos en una madrastra en particular, la de Cenicienta: malísima, una mujer que se aprovechaba de su poder, que llegó a la vida de una pobre niña que acababa de perder a su madre para trastornársela. Bueno, las que son madres podrán tener una versión un tanto diferente como, por ejemplo, que la [pobre] madrastra estaba allí, entre otras cosas, para resolver los problemas de un padre recientemente viudo, que necesitaba alguien que cuidara de su hija. En fin, en los cuentos clásicos había muchas madrastras porque en el pasado la mortalidad de las mujeres jóvenes en el parto era más frecuente que en la actualidad y porque los viudos se volvía a casar sin muchos problemas. Estrictamente hablando, las familias ensambladas no son un invento de la modernidad… La comida también era central en los cuentos: ¿Recuerdan, por ejemplo, a Hansel y Gretel? A estos pobres huérfanos de madre (de nuevo la mala era la madrastra) una bruja los atrajo tentándolos con una casa construida con materiales que se podían comer y eran deliciosos. Para la enorme mayoría de la población de aquel tiempo, la comida era un bien que con frecuencia podía escasear, generalmente era monótono, y de calidad

4

Archivo Histórico de Jujuy, Caja 1884-2, Rinconada, Puna de Jujuy. 22 de Agosto de 1884.

28

cambiante tendiente a mala. El plato cotidiano consistía de una serie poco variada de alimentos; por ejemplo, en algunos lugares de Europa gran parte de los campesinos comía básicamente pan o papas (estas últimas sólo después de la conquista de América) y en muchos lugares de América la comida básica era el maíz. Cuando una sequía afectaba la cosecha de trigo, cuando una peste atacaba la papa, o cuando los cerdos se comían el maíz, esa comida poco variada se tornaba más escasa y muchas personas sufrían hambre. Otro de los escenarios frecuentes del pasado era la peste: el relato del epígrafe de este apartado forma parte de las medidas que tomaron las autoridades locales frente a una epidemia de difteria, ocurrida en la década de 1880 en todo el altiplano sur. En los cuentos, sin embargo, la imagen de la peste era diferente. En algunos relatos recogidos entre los campesinos actuales de Lípez, la peste era una mujer hermosa que un día -repentinamente- bajó del cerro donde casualmente estaba viviendo el diablo, y llegó al pueblo. Esa mujer se llamaba María Picha Picha. Los habitantes de todas las casas que ella visitaba se morían y no había forma de escaparse, ni siquiera escondiéndose en la iglesia o en lo más profundo del socavón.

A estas sociedades del pasado, como la que vivía Malthus, se las identifica como pretransicionales o de antiguo régimen, en alusión a la transición demográfica. Uno de los aspectos que las caracterizaba era el de las grandes fluctuaciones en la mortalidad y en la fecundidad. Entre estas fluctuaciones se identificaron numerosas crisis de mortalidad que definieron como “crisis de subsistencia” o “de antiguo régimen”. Estos episodios estaban asociados a la escasez de comida, que durante muchos siglos fueron seguidas por el incremento de la mortalidad. Su extensión e intensidad comenzó a reducirse en el siglo 18 en Europa, diferenciándose de los episodios más tempranos.

29

Las crisis de subsistencia fueron consideradas fenómenos de gran importancia para las sociedades europeas agrarias. En estas sociedades, más de tres cuartos de los ingresos de los pobres estaba destinado a la compra de alimentos, especialmente de pan. Debido a que la demanda de cereales era casi inelástica, una pequeña variación en la provisión podía tener un enorme impacto en los precios y, consecuentemente, en la capacidad de compra de los más pobres. Una parte muy importante de los análisis de la relación entre población y economía, consecuentemente, se hizo observando la evolución de dos series: la de precios y la de mortalidad. Entre las críticas que se hizo a esta relación (incremento de precios/existencia de una crisis de subsistencia) y que provenían principalmente de los estudiosos de la economía, la atención se dirigió principalmente al hecho de que no necesariamente las variaciones de los precios estuvieron acompañadas por crisis. El hambre podía ser una consecuencia tanto de la falta de provisiones como de los cambios en la "cartografía" de los intercambios. Padecer el hambre o evitar el padecimiento, dependía mucho más de la forma en que se dividía la torta, que de su tamaño. Los demógrafos, por su parte, discutieron la relación que había entre hambre y mortalidad ya que el hombre es muy resistente, y ha mostrado a lo largo de la historia una enorme capacidad de adaptación. El eje principal de las discusiones fue el de la relación entre la desnutrición y la evolución de la población. A la luz de este debate sabemos que es difícil encontrar casos históricos en los que la población haya muerto de hambre; la mayoría de las veces el ingreso de una o de varias enfermedades (principalmente infecciosas) fue el motivo del incremento de la mortalidad. Sin embargo, la carestía está siempre presente en el debate porque prepara el terreno para el ingreso y la expansión de las epidemias o para una mayor mortalidad de la población afectada por las mismas.

30

Dentro de estas fluctuaciones que presentaba la mortalidad, los estudiosos buscaron la forma de identificar lo que se podría definir como un evento “normal” para el momento. Esta distinción es importante para no confundir una situación que para aquellas poblaciones era cotidiana (aunque podía ser dolorosa o complicarles la vida a los sobrevivientes) de otra que provocaba verdaderas alteraciones. Era “normal”, por ejemplo, que las parejas tuvieran muchos hijos pero que murieran un promedio de siete de cada diez nacidos; era “normal”, también, que muriera mucha más gente a edades en las que hoy mueren menos, por ejemplo jóvenes y niños; y también era normal que muy pocos llegaran a ser viejos como ahora. Estrictamente hablando también era “normal” que hubiera muchas crisis, aunque estas crisis no se pueden considerar una mortalidad “normal”. Paradojas de la ciencia.

En la actualidad los principales factores que participan en los estudios de las poblaciones (pasadas y presentes) se relacionan con la salud (enfermedades, higiene, desarrollo de medicamentos, prevención), la alimentación, la tecnología (transporte, producción de alimentos, comunicaciones), la administración de los recursos, las características propias de la población (edad, sexo, cantidad de población de partida, conformación de las parejas, relación de masculinidad, migraciones, estamentos o clases, distribución de la riqueza, educación) y con algunos eventos históricos (guerras, malones, ataques, cambios políticos). En pocos estudios demográficos actuales encontramos que el ambiente y el clima son considerados variables importantes. Entre ellos se destacan aquellos cuyo objeto son las poblaciones rurales de desiertos o ambientes extremos en los que el equilibrio entre población y recursos es inestable y frágil. Por dichas condiciones ambientales, muchas de estas poblaciones son pastoriles y tienen un escaso desarrollo agrícola (o inexistente).

31

Por la centralidad que tiene la producción agropecuaria en la vida de estas poblaciones, el impacto de las sequías se ha estudiado con mucho detalle en los stocks ganaderos y en la agricultura, principalmente en África actual. En los estudios realizados en los Andes (que son menos) se destaca, en particular, la relación directa que hay entre sequía e incremento de la mortalidad de los ganados por la reducción de las pasturas y de las aguadas. Para la población que vive de estos recursos las sequías pueden provocar una disminución de al menos un 50% de las pasturas y de las fuentes de agua (manantiales, humedales, arroyos), el incremento porcentual de la mortalidad del ganado recién nacido y una disminución en la demanda de mano de obra estacional por la depresión de las condiciones económicas. Cuando las aguadas escasean, la población (humana y los animales) migra y con frecuencia se amontona donde hay agua, provocando conflictos, o favoreciendo el contagio de enfermedades. La mortalidad del ganado en las regiones más áridas de los Andes depende de tipo de animal. Afecta más a las cabras y a las ovejas que a las llamas, ya que éstas nacen en los períodos en los que el clima es menos severo (el verano), se enferman menos y son más resistentes a las inclemencias del tiempo. El impacto de una crisis depende del tamaño del hato, de las características de las pasturas y de la disponibilidad de mano de obra, ya que las crisis aumentan la demanda de personal para poder trasladarse a buscar fuentes de agua y mejores pastos, y a veces requieren dividir el ganado y buscar diferentes alternativas. Naturalmente la falta de agua afecta también a la agricultura. La existencia de microclimas locales muy diferentes hace que el impacto varíe mucho dependiendo de cada territorio. Los riesgos no son los mismos en las cabeceras de valle o en el fondo, como tampoco son iguales para cultivos al secano o para aquellos con regadío. Pero lo cierto es que un fenómeno climático extremo puede arruinar todos los cultivos y hasta provocar el abandono de los sectores más afectados.

32

¿Y qué pasa con las poblaciones humanas cuando hay sequía? Un concepto interesante surgido de estos debates es el de vulnerabilidad, acuñado en la década de 1990 por la sociología y luego incorporado a otros campos de las ciencias. La vulnerabilidad ha sido definida como la susceptibilidad de un grupo social a las pérdidas potenciales por el impacto de una amenaza, así como sus posibilidades de resistencia y la capacidad de recuperarse de la misma. La magnitud de la vulnerabilidad se puede medir con diferentes indicadores, accesibles principalmente en algunas partes del mundo donde la información es más completa, tales como malnutrición, empobrecimiento y pérdidas materiales. Sin embargo, como pasa en muchos casos en los que uno desea estudiar a las poblaciones humanas, los indicadores a veces son difíciles de construir y las variables a considerar prácticamente infinitas. Como ocurre en muchas ocasiones en la investigación, no siempre se pueden aplicar algunas propuestas que son muy interesantes y ajustadas, sino que se hace lo que se puede con los elementos que hay. Por eso en los casos que voy a analizar aquí utilicé la mortalidad como indicador, aún sabiendo que podía perder mucha otra información importante acerca de las consecuencias de la sequía en la población. Si bien la documentación histórica con la que trabajé es rica, chismosa, y poco administrativa, lo cierto es que también es muy incierta y ambigua. Exploré otras vías de análisis, como por ejemplo los nacimientos, aunque la verdad, no tuvieron la misma importancia que los de mortalidad. En cambio, otros datos como el crecimiento y la distribución de la población, así como su composición por sexo y edad, sí abrieron caminos interesantes para la exploración.

33

Coordenadas de espacio y tiempo

Este mapa fue realizado para el gobernador de Potosí, Pedro Vicente Cañete, en julio de 1787. En él se pueden observar los partidos que formaban parte de Potosí en ese momento, y también una parte importante de la región en la que ocurrieron los hechos que son objeto del libro, aunque carece de detalles de lo que es actualmente Argentina. Como sostienen los estudiosos de la cartografía histórica, los mapas mostraban con mayor claridad en el pasado lo que los accidentes naturales implicaban para quienes circulaban por la región: las distancias relativas muestran quizás mejor las dificultades que había para caminar de un punto a otro, que los kilómetros que los separaban. En este mapa, la cordillera se distingue con claridad como una línea constante de elevaciones, recta y sólida, que no necesariamente dividía jurisdicciones (por ejemplo, el partido de Atacama se extendía a un lado y otro de ella) pero que seguramente afectaba la movilidad. Distinguimos también 34

muy claramente al salar de Uyuni (dice allí “salitral cuyo tránsito es peligroso”), a las montañas que sobresalen dispersas en el altiplano, a los bosques y arboledas, a los ríos y arroyos, a las ciudades y a los pueblos. El norte está abajo en el mapa, aunque eso no era tan frecuente en la cartografía del período.

En este otro mapa, realizado en forma convencional según las exigencias actuales, podemos observar la región donde se desarrollan las historias de este libro: la triple frontera entre Argentina, Bolivia y Chile. La Puna de Jujuy se encuentra en el extremo noroeste de la provincia homónima; limita al norte con Lípez y Chichas que están al sur del actual departamento Potosí; finalmente al oeste se encuentra Atacama, que hoy se llama Antofagasta, en Chile.

35

La mayoría de las tierras de Lípez, Chichas y de la Puna de Jujuy se caracterizan por su altura: están ubicados entre los 3500 y 5500 metros sobre el nivel del mar, excepto algunas cuencas exorreicas más bajas que se encuentran a los 2900 metros o más, donde

36

encontramos pequeños vergeles (en términos relativos, claro) con bosques de churqui entre otros árboles. Tal como se puede ver en el mapa del siglo 18, la región está delimitada por la cordillera y su interior está salpicado de elevaciones, que son centrales para la vida: cerca de ellas hay agua, un recurso vital dentro de un territorio predominantemente árido. El altiplano se caracteriza, también, por las grandes amplitudes térmicas diarias y por la ruralidad. En el pasado las poblaciones tenían como actividad económica principal el pastoreo de llamas, al que se sumaron ovejas y unas pocas cabras después de la conquista española. También se le agregaron algunos cientos de mulas que residían en forma permanente, aunque estas tierras eran atravesadas todo el tiempo por caravanas que tenían a veces hasta miles de estos animales. Como son muy ásperas y de pastos duros, casi no pueden vivir allí los caballos y las vacas, aunque en algunos parajes se pueden encontrar unos pocos (vacas bajitas, peludas y duras, ágiles como cabras). Hoy también hay burros, pero en el pasado había muy pocos. Algunos oasis permiten y permitieron cultivos al secano, principalmente de quinua, papas, habas, y en los valles más bajos se podía cultivar incluso maíz aunque a escala reducida. La minería fue una actividad desarrollada desde tiempos prehispánicos pero se incrementó de manera muy notable después de la conquista, y, a diferencia del pasado, se centró en el oro y en la plata. Fue esta actividad la que alteró completamente el paisaje y desafió los retos impuestos por el ambiente: según decía el cura Joseph de Acosta, quien escribió a fines del siglo 16 en Potosí, el gusto por el dinero permitió que estos lugares fríos y deshabitados se convirtieran en suaves, abundantes y muy poblados. Fue en torno a esta actividad que se construyeron las primeras ciudades, mientras que las demás (surgidas ya bien entrado el siglo 20) estuvieron vinculadas indirectamente a ella o directamente al ferrocarril y a la construcción de la frontera internacional.

37

Durante siglos y hasta hace muy poco, el transporte principal se realizaba a lomo de llamas, de mulas o de burros. Las caravanas de intercambio constituyeron una de las modalidades más importantes de abastecimiento de la población local de los productos que no se encontraban en la región, caravanas que viajaba durante varias semanas a los valles aledaños en busca de verduras, frutas y más recientemente mercadería de almacén. Para cambiar llevaban sal, productos derivados del ganado (carnes, lanas y textiles) y en ocasiones también minerales. Esto no significa que la población estuviera aislada: hombres, mujeres y niños, animales, bienes y chismes circulaban transitando distancias asombrosas para nuestras mentes acostumbradas al auto y al avión. El tren llegó a la región hacia fines del siglo 19 por el norte a los circuitos mineros y a comienzos del siglo 20 por el sur a La Quiaca, modificando fuertemente el asentamiento humano. La población que habitaba este árido altiplano en tiempos de la colonia fue siempre predominantemente indígena. En aquella época la lente a través de la cual se la observaba era étnica, y así encontramos mucho más detalle de algunas divisiones que de otras, que hoy son más frecuentes. Se hablaba entonces de los “españoles” (así les llamaban a los nacidos en la península Ibérica o a sus descendientes nacidos en las Américas) que llegaron a estas tierras, de los africanos (denominados negros, tanto libres como esclavos) llevados como fuerza de trabajo directamente desde aquel continente. Por cierto había también población clasificada como mestiza, pero era menor en términos comparativos con otras jurisdicciones del Virreinato del Perú. En tiempos más recientes las clasificaciones cambiaron y lo que se observa a través de los documentos es una migración escasa y caracterizada más por la nacionalidad que por la pertenencia étnica. La densidad era y es variable: la población se concentró más en los fondos de valle donde la agricultura era posible (en algunos lugares de la provincia de Chichas, en el oriente de la puna, al sur del salar de Uyuni) o en los oasis atacameños, mientras que en el resto del

38

altiplano era más dispersa. También se concentró en los asientos mineros y en algunas haciendas de producción mixta (minería y agricultura). Curiosamente, aunque hoy se habla mucho de la emigración y del despoblamiento de la región, nunca hubo tanta población como en el presente. La evolución de la población, sus cambios espaciales o de composición, su distribución y otros indicadores nos pueden decir mucho de lo que estaba pasando en una región. Por ello elegí a la población como el principal mirador, como una ventana para pensar el pasado. Comencé analizando su evolución a lo largo de los cinco siglos en los que tenemos información, para detectar los principales momentos de cambio y luego explorar las explicaciones. Analicé los cambios según diferentes indicadores: composición (sexo, edad, étnica); distribución en el espacio; tasa de crecimiento; ocupaciones; estructuras de las unidades censales. También analicé los cambios en la mortalidad y en la fecundidad cuando fue posible. Hace ya muchos años cuando comencé a trabajar en estos temas, una colega interesada en los intelectuales religiosos del siglo 19 me hizo una pregunta que no deja de ser válida: todo muy lindo, pero ¿qué tiene de interesante esta población de pastores iletrados? Justamente su capacidad de vivir en un ambiente extremo, su flexibilidad y la diversidad que se esconde detrás de una aparente monotonía. En el caso particular de este libro, resulta interesante analizar las diferentes respuestas que dio a los cambios que se presentaron con relación a los recursos, en un ambiente donde hace falta muy poco para romper el equilibrio y en una coyuntura donde dicho equilibrio nunca existió.

Infoclima Ya comenté en páginas anteriores que tuve la suerte de contar con mi propio Infoclima del pasado. Un equipo de biólogos y climatólogos ha podido reconstruir parcialmente unas series a partir de la medición del ancho de anillos de queñoa, que se interpretan como 39

un indicador indirecto de las precipitaciones de los últimos (casi) ocho siglos. Esta reconstrucción tiene varios aspectos positivos para el estudio de la población. Por un lado, porque se pueden observar las variaciones interanuales y decenales de precipitaciones en un área de estudio específica y que en este caso me interesa porque es equivalente a la mía. Esto es importante porque, al menos a escala interanual, el Altiplano muestra variabilidades regionales que no se correlacionan entre sí y que por lo tanto responden a diferentes procesos de circulación atmosférica. Por otro lado, la serie tiene una resolución anual, que es la misma con la que trabajamos cuando analizamos la mortalidad, lo que nos permite la comparación. En el altiplano sur el período húmedo se concentra en el verano, donde ocurren entre un 60 y un 90% de las precipitaciones. Su abundancia o escasez depende de diferentes factores. Las precipitaciones abundantes se relacionan con el desplazamiento de un centro de alta presión en altura (el Alta de Bolivia) a mayores latitudes. Cuando el Alta está ubicada más al sur favorece el ingreso del flujo de humedad del Este y por lo tanto el aumento de las precipitaciones. En gran medida los veranos con abundantes precipitaciones están relacionados con anomalías de los vientos de altura en dirección Este, favorecidos por una reducción del flujo meridional en el sector este del Pacifico tropical en respuesta a un reducido gradiente de temperaturas entre las zonas tropicales y subtropicales. Además, en esta región una porción significativa de la variabilidad interanual en la precipitación es atribuida a los eventos En Niño-Oscilación del Sur (ENSO) con precipitaciones por debajo de los valores medios durante los eventos cálidos de la Oscilación del Sur, más comúnmente conocidos como eventos El Niño. Por el contrario, las precipitaciones son más abundantes durante los eventos fríos o La Niña. Dicho de otro modo: son muchos los factores que influyen en las precipitaciones del altiplano, que se encuentra en una suerte de frontera entre las influencias del Atlántico y

40

del Pacífico y por ello puede haber diferencias regionales importantes. Nuestra fortuna consiste en tener las queñoas justo (o muy cerca de) donde estamos estudiando la población. El gráfico siguiente muestra en forma sintética cómo han ido variando las precipitaciones en los últimos siglos en el altiplano de Lípez:

Fuente: Morales et al., 2012

Como pueden observar, las precipitaciones varían mucho en forma anual, aunque se pueden identificar algunos ciclos se sequías prolongadas y otros períodos húmedos, que están marcados con la línea más gruesa en rojo o en azul. Vamos a volver a la información de este gráfico a lo largo del libro cuando hagamos referencia a alguna historia puntual, aunque antes de pasar a otro tema quisiera que observen con atención la última parte que refiere a la actualidad. Como pueden ver, las precipitaciones en el presente son inferiores a la media de todo el período. Si pensamos en el relato de las lagunas altoandinas que sinteticé en la introducción, esta información corrobora la sensación que tiene la gente de falta de agua en el último tiempo. También nos advierte que debemos tener cuidado si intentamos entender el pasado yendo al campo hoy. Lo que está ocurriendo es excepcional y si queremos tener alguna noción de cómo era el ambiente en el período histórico que estudiamos, tenemos que recurrir a la imaginación y a algunos elementos concretos que 41

nos ayuden. Pero sobre todo tenemos que intentar olvidar el presente y sumergirnos en los datos del pasado. Ser etnógrafos en el archivo. En uno de los pueblos del altiplano de Lípez hay un extraño monumento colocado encima de un acantilado y a la vista de todo el que circule por allí: una avioneta bastante deteriorada. Cuenta la gente del lugar que se cayó en medio de una tormenta de nieve, la última que recuerdan, y que esto ocurrió a comienzos de los años 1980. Resulta difícil imaginar nieve en aquellas latitudes: el paisaje es extremadamente árido, las precipitaciones son muy escasas y sólo encontramos algunos pequeños rincones donde hay arroyos o humedales. Cuando llueve, el agua se escurre rápidamente formando ríos fantasmas que desaparecen a las pocas horas. Sin embargo, y en coincidencia con lo que muestra el gráfico, la nieve fue en el pasado una compañera cotidiana de la población. Hacia el sureste del altiplano de Lípez se encuentran las ruinas de una enorme ciudad que alguna vez fue un asiento minero. Se llamaba San Antonio del Nuevo Mundo y su historia forma parte de los relatos del último capítulo. San Antonio se encuentra por encima de los 4500 metros sobre el nivel del mar y se construyó en torno a varias vetas de plata muy ricas. Su fama atrajo a muchos viajeros y científicos en el pasado, algunos de los cuales llegaron justo en los períodos húmedos que muestra el gráfico. Por suerte estos observadores dejaron algunas descripciones del paisaje. Un viajero llamado Gregorio de Robles pasó por San Antonio en tiempos de su esplendor, es decir a fines del siglo 17, y aunque solamente estuvo unos pocos días incluyó en su relato algunos detalles sobre el asiento.5 Gregorio era un labrador muy especial, que había nacido en la Diócesis de Toledo y estuvo viajando a lo largo de América con el objetivo de “ver el mundo”. Salió de Cádiz en 1688 rumbo al presidio de La Florida donde iba a

5

Archivo General de Indias (Sevilla), Charcas 233. “Declaración y noticias que ha referido Gregorio de Robles natural de la Diócesis de Toledo”. Madrid el 4 de febrero de 1704.

42

servir como soldado, pero por el papel que desempeñó en una epidemia que se desató en el barco, le permitieron desembarcar en La Habana. Desde allí recorrió diversas islas hasta pasar a Cartagena, luego fue hasta el Perú por la costa del Pacífico, siguió hacia el sur por Chile, cruzó la cordillera y la Patagonia en su camino a Buenos Aires y continuó luego por la Gobernación del Tucumán hacia el norte. Desde Jujuy viajó en compañía de un religioso misionero de la orden de San Francisco (fray Juan de Lezama), con una parada intermedia en la “poderosa hacienda de don Juan Campero” (en Yavi, Jujuy) quien le regaló unas mulas que lo llevaron hasta Huancavelica (la principal mina de mercurio de ese momento, ubicada en Perú). Lezama lo acogió, le costeó el viaje y le ofreció alojamiento en casa de un pariente suyo en San Antonio, donde pasó veinte días aproximadamente a comienzos de 1694. Aunque recorrió bastante las minas y los alrededores sostenía que

El país es tan frío y el monte tan quebrado que no le pude acabar de reconocer porque la cordillera está llena de nieve todo el año y en la falda lo mas de él de modo que en aquel país se dice que el agua se la lleva en costales, porque son los hielos que se recogen y desatados al fuego se reducen a agua.6

Veamos si lo que dice Gregorio se ajusta a nuestro Infoclima. Justo al final del siglo 17, que es cuando llegó a San Antonio, hubo un pequeño período de precipitaciones inferiores a la media de la serie, pero los años anteriores habían sido bastante húmedos y habían caracterizado la explotación de dicha mina. En efecto, unos años antes de la llegada de Gregorio había sido necesaria la construcción de un socavón (uno de los más notables del período por las innovaciones técnicas que implicó, entre ellas el uso de la pólvora en 6

Ibídem.

43

zonas mojadas) para desaguar las minas que estaban completamente inundadas. Hacia la década de 1690 el agua había vuelto a llegar al nivel del desagote, con lo que su explotación estaba resultando muy costosa. Mucho más cerca del presente, pero en una coyuntura climática completamente diferente a la actual, pasaron por San Antonio una serie de científicos que nuevamente mencionan la nieve. Estos grupos llegaron por diferentes motivos en la década de 1880, justo cuando se habían iniciado una serie de actividades mineras que tenían como objetivo volver a explotar el asiento, enfocándose en lo que se pensaba que era una veta que había quedado intacta. Se organizaron previamente varias expediciones exploratorias y una de ellas dejó un relato sin firma y sin fecha, que fue publicado posteriormente (en 1885) por la Compañía Minera Lípez. En ese relato se lee:

[…] cruzamos nuevamente la pampa de Norte a Sur y después de tres días de marcha tuvimos el placer de pisar la célebre mesa de plata y de contemplar las ruinas de Lípez que a la sazón estaban medio cubiertas por la nieve. […] Ahora la rica, la populosa ciudad está herida por la muerte; en sus edificios derruidos reina el desamparo más completo. Aquellas ruinas cuyo sudario es la nieve; esos torrentes cuya agua está paralizada por el frío, el viento que gime bajando por entre los escombros o que ruge azotando los flancos de la gran montaña; esos días nebulosos y el aspecto imponente de esa masa de pórfido llamado cerro de Lípez dan a aquel cuadro los tintes más severos.7

En estos relatos la presencia de la nieve y en general del agua es mucho más frecuente y enfática, en particular porque condicionaba fuertemente el trabajo durante algunos meses 7

Compañía Lípez: Datos sobre su importancia. Sucre, Tipografía del Progreso, mayo de 1885. Pag. 14.

44

del año. Según el capataz que estaba en 1884, desde mayo hasta octubre no se podía cavar la tierra (porque estaba helada), y en enero y febrero eran tan abundantes las nevadas que no era posible trabajar en el exterior. Por otra parte, la presencia de agua en el interior de la mina fue descripta -por este mismo capataz- como excepcional, en comparación con otras minas regionales en las que él había trabajado. Las bombas para extraer agua que intentó usar no alcanzaron a desagotar las galerías, ni siquiera aquellas movidas a vapor. Estos hombres estaban asistiendo al final del período más húmedo de toda nuestra serie. Sus descripciones del paisaje y de los problemas climáticos resultan muy extrañas hoy, que nos encontramos en la situación opuesta en términos de precipitaciones.

Los capítulos siguientes incluyen los relatos de peste, sequía y muerte en el altiplano. Están basados en casos reales y van a ser analizados desde una mirada pesimista y otra optimista. Estas historias ocurrieron en Lípez, Chichas y la Puna de Jujuy. Los organicé pensando en las propuestas de nuestros dos analistas, aunque ya van a ver que la división no es tan fácil.

45

La vida según Malthus (o mejor aún, la muerte)

Entre guerras y pestes La historia colonial de la población de los Andes está profundamente marcada por las guerras, las pestes y otros factores de presión adicionales como las migraciones y el trabajo forzado en las minas. Sintéticamente y en términos generales lo que sabemos es que la conquista tuvo un impacto muy profundo y diferente según la región, provocando lo que se conoce como la “debacle demográfica” que implicó la muerte o huída de porcentajes muy altos de población, que en algunas regiones llegaron al 90%. La conquista instaló una guerra cruel sobre otra que venía desarrollándose por la sucesión del trono del Inca, entre los hermanos Atahualpa y Huascar. La introducción por parte de los europeos y africanos de enfermedades desconocidas por esta población inició ciclos de epidemias que atravesaron toda la colonia con consecuencias variables a lo largo de los Andes. El declive demográfico, sostienen los estudiosos, recién comenzó a revertir a comienzos del siglo 18, después de la última gran peste que asoló los Andes entre 1718 y 1720. Desde el comienzo de la colonia la población indígena fue forzada a trabajar en las minas, en las haciendas agrarias y en otros emprendimientos coloniales desarrollados por los españoles, quienes estaban ávidos de mano de obra. Aquellos indígenas que quedaron al margen del trabajo forzado se insertaron mayoritariamente en el mercado colonial, en parte empujados por la necesidad de conseguir plata para pagar los tributos y la eximición de otras obligaciones que les fueron impuestas. Otros lo hicieron aprovechando las oportunidades que les ofrecía esta nueva organización económica, social y política. Dentro de este contexto la mayor parte de la historiografía (sobre todo aquella escrita por los interesados en la evolución de la población) ha puesto a las enfermedades nuevas en un lugar muy relevante en el ranking de las causas de la debacle demográfica y del lento

47

ritmo de crecimiento de la población indígena, mientras quedaron en un plano algo inferior las durísimas condiciones de trabajo impuestas a los nativos y la guerra. La historia colonial andina se inscribe en este contexto que fue para muchos dramático, y que en gran medida estuvo provocado por el hombre, por la conquista. En medio de este contexto parece casi anecdótico preguntarse si tuvo algún papel significativo el clima en la historia colonial, si empeoró o mejoró las condiciones de vida de la población nativa o de la invasora; o si condicionó los avances o las actividades económicas. Sin embargo, la pregunta cobra relevancia a la luz de lo que se conoce que ocurría en el mismo momento en otras partes del mundo, particularmente en Europa y en México. La bibliografía especializada habla de la existencia de una cierta correspondencia (discutible y compleja como todo lo que tiene que ver con la historia de las poblaciones humanas) entre los ciclos visibles de variaciones en el clima y las carestías en los mismos siglos en los que transcurría la historia colonial de América. Se podría pensar que los diferentes factores funcionaron a distintas escalas: las nuevas enfermedades y la dureza de las condiciones de vida marcaron los ritmos de la larga duración, mientras que los de la corta y media estaban más influidos por las guerras episódicas y las crisis de subsistencia. En Potosí, por ejemplo, se encontró que las crisis económicas eran el resultado de una sucesión de años malos (sequías) en los que varias cosechas catastróficas agotaban las reservas y hacían que los precios se dispararan, aunque nunca alcanzaron la intensidad de las alzas encontradas en Europa. Lo más curioso que encontró uno de los especialistas en la región, Enrique Tandeter, sin embargo, fue que en Potosí no se encontraron los disturbios producidos por las hambrunas, tan característicos en México o en Francia, al menos hasta comienzos del siglo 19 cuando él encuentra la primera crisis de subsistencia “clásica”. Sequías, carestía e incremento de la mortalidad, se combinaron en ese momento con una profunda crisis minera y con problemas con el abastecimiento de la mano de obra, en una

48

coyuntura particularmente negativa para los indígenas. En dicho período la población había comenzado a crecer significativamente, pero ya no contaban con las tierras de sus antepasados, que habían sido parcialmente redistribuidas o apropiadas en los siglos anteriores. Tampoco tenían ya las formas de resolver problemas a partir de su organización social, modificada profundamente por la conquista. Este investigador estaba trabajando sobre la que había sido la principal productora de plata del mundo en el siglo 17 y la ciudad americana más grande en el período, Potosí. La famosa Villa Imperial era una excepción demográfica, minera y urbana en aquel siglo 17, aunque había cambiado bastante en el 18 y comienzos del 19, que es cuando Tandeter la estudió. Su excepcionalidad, ¿la hizo diferente frente a las crisis de subsistencia?

La excepción y la regla Yo el infrascrito cura teniente de esta viceparroquia de San Rafael de Sococha certifico en cuanto el derecho y justicia me lo permiten que es cierto y es verdad que se han sepultado en este panteón ciento ochenta y tantas personas desde el mes de octubre hasta la presente fecha y que aún sigue la peste con fuerza de modo que no se encuentra un solo rancho de estos infelices indígenas en el que no se vean enfermos postrados en su cama o cadavéricos y convalecientes rostros; es lo que certifico.8

Los relatos basados en casos reales que integran esta sección ocurrieron en dos grandes jurisdicciones: la Puna de Jujuy (Argentina) y Chichas (Bolivia). Ambas tenían en aquel momento poblaciones mayoritariamente indígenas y una economía que combinaba

8

Libro de defunciones de Sococha, Chichas, Sur de la actual Bolivia, 05/04/1861.

49

pastoreo, agricultura y minería. Chichas, sin embargo, tenía mucha más población, y era más heterogénea en términos de su composición étnica. Tenía, además, mayores posibilidades de desarrollo agrícola por la diversidad de su ambiente y sus enclaves mineros eran más importantes en términos de su producción. La población de ambas jurisdicciones tuvo un crecimiento muy lento hasta el siglo 20. Sin embargo, dentro de esta aparente estabilidad se puede observar una diferencia muy importante antes y después del siglo 19 en la Puna de Jujuy: si bien al comienzo predominaban los hombres, la población se comenzó a feminizar. Esta situación sugiere que hubo alguna transformación importante justamente en el siglo 19 que generó una emigración selectiva de hombres, algo que no había ocurrido en el pasado. Es que ese siglo fue realmente un período difícil para esta población, afectado por numerosas guerras, epidemias, nuevos impuestos y por la instalación de una frontera internacional que interrumpió (o sería más preciso decir que alteró) los flujos migratorios regionales que eran importantes. Analicemos aquí las crisis de mortalidad y comencemos por una especialmente notable, ocurrida al comienzo de la década de 1860. Entre 1861 y 1863 una intensa sequía asoló una región muy amplia, que incluía desde el sur de Bolivia hasta Tucumán, desde el Chaco a la cordillera. Un cancionero popular recogió lo que fueron una serie de calamidades políticas y climáticas de ese año, entre las que se destaca el tremendo terremoto que destruyó Mendoza, y los inusuales incendios del sur de Tucumán:

¡Ay, año sesenta y uno!, Principio de tantos males [...] Corre la sangre en San Juan, Tiembla la tierra en Mendoza,

50

Y entre llamas horrorosas, Arde el suelo en Tucumán9

En el cantar que recoge Carrizo en su cancionero habla de un verano seco en Tucumán, a tal punto que los campos quedaron hechos yescas, y al menor descuido se incendiaban los pajonales. Cuenta que las llamas, llevadas por el viento, eran lenguas de fuego que corrían destruyendo todo, y en Monteros esas lenguas de fuego cruzaban los ríos Romano y Pueblo Viejo como si se tratara de angostas acequias. La sequía no se detuvo en aquella provincia: en el Chaco Salteño, la recientemente instalada misión de San Francisco de las Conchas (1862), fue azotada también por la falta de agua que provocó gran mortandad en los ganados y por una epidemia de viruela. Carrizo no habla del altiplano, pero contamos con el estudio de los anillos de la queñoa que crece en los volcanes de la puna de Jujuy. Esta cronología que mostramos a continuación fue construida con queñoa recogida un poco más al sur que la que compone el gráfico de precipitaciones del “Infoclima”, y por ello, aunque conserva el tono general de lo ocurrido en la región, tiene aspectos propios que la diferencian. En la Puna la queñoa de los años 1861-1863 tienen la particularidad de mostrar anillos muy pequeños, es decir, están indicando escasas precipitaciones. Pero no solamente eso: dicha sequía fue intensa y posterior a un período largo (de 20 a 30 años dependiendo del lugar) de precipitaciones mayores a la media, lo que agravó las consecuencias de la falta de agua. En la parte superior del gráfico siguiente se puede observar este evento en el contexto mayor y las defunciones de la mayoría de las parroquias regionales.10

9

Carrizo, 1937: 452.

10

El gráfico es una versión actualizada y corregida por Mariano Morales de la publicada en Gil Montero y Villalba, 2005. La actualización se encuentra en Carilla et al., 2013.

51

La sequía en la Puna de Jujuy tuvo como consecuencia la escasez de pastos y por ello la muerte de mucho ganado. Pero no solamente eso. Al disminuir las de por sí escasas fuentes de agua, la gente y los animales tuvieron que salir a buscar las que quedaban, favoreciendo con ello el contagio de las enfermedades. Este punto es central en la explicación de la importancia que tuvo la sequía en la evolución de esta coyuntura, ya

52

que de otro modo el contagio de las enfermedades hubiera sido muy difícil por la dispersión de la población. Lo que hizo la sequía fue preparar el escenario para que evolucionaran y se dispersaran con mejores posibilidades diferentes enfermedades. Sequía y epidemias se dieron en forma simultánea prácticamente en todas las provincias del altiplano. El carácter regional de la sequía agravó sus efectos, ya que para poder conseguir comida o agua, por ejemplo, la gente tenía que irse realmente lejos. Los anillos de árboles de las yungas cercanas (del nogal criollo), indican que también allí hubo una sequía, privando a los habitantes del altiplano de su tradicional fuente de abastecimiento de verduras y frutas. La crisis de mortalidad estuvo presente en casi todas las parroquias de la región: en el gráfico se ven todas las de la Puna de Jujuy (Rinconada, Cochinoca, Yavi y Santa Catalina) y las principales de Sud Chichas, al sur de la vecina Bolivia (Estarca, Talina y Esmoraca). El hecho que la crisis no se vea en algunas parroquias, como ocurre en Yavi, puede deberse a diferentes causas. En algunos casos que analicé en otras parroquias, el cura había muerto en la epidemia o se había ido por lo que no había nadie que dejara constancia de las muertes. En otros casos, los indígenas enterraban a sus deudos en el campo para no pagar lo que exigía la iglesia en los entierros, tal como encontró Tandeter en su estudio del Norte de Potosí. En la documentación del archivo encontré que en mayo de 1861, es decir, apenas terminado el período que debió ser de lluvias pero que fue de sequía, ante la solicitud de que se reúnan diez hombres por departamento para realizar una obra pública en la ciudad de Jujuy, Julián Obando contesta al gobernador desde Yavi que le resulta imposible reunir los trabajadores

[...] en razón de la peste que actualmente grava, tiene en cada casa enfermos y los que no están se hallan ausentes en los valles como tienen costumbre en sus cosechas y otros en viaje como los arrieros. He pasado personalmente a informarme de la 53

verdad y no sólo he tocado con la verdad de lo expuesto sino que la mayor parte de las casas están cerradas sin que haya quién de razón de los dueños porque con todas sus familias se han retirado a los valles.

11

Aunque la peste no se vea en las defunciones, aparentemente existió en Yavi y provocó convalecencia y migración. Efectivamente, una sequía no necesariamente mataba a la población, sino que podía tener otras consecuencias que no podemos conocer con estos datos, como las dos mencionadas en Yavi. El diagnóstico que realizó el médico de Jujuy sobre la epidemia que afectó a la Puna no fue muy certero, y lo que supongo a partir de diferentes datos (estructura de la mortalidad, descripciones que hicieron las autoridades y los párrocos en su correspondencia) es más bien que hubo una serie de enfermedades que ingresaron a la región aprovechando la debilidad de la población y su concentración en las fuentes de agua. La que sí se logró identificar fácilmente por los síntomas fue la viruela, que atacó sobre todo a los jóvenes y niños. En 1862 no se pudo empezar las clases en la escuela primaria por “haber terminado casi la juventud de la campaña con la viruela, unos cuantos que han quedado no han podido concurrir porque los padres se han marchado a los valles diferentes en busca de manutención”.

12

El contagio interpersonal directo de la viruela es importante

para la difusión a gran escala de la enfermedad. La cadena de contagio es fácil de romper si la población no alcanza densidades considerables, o si el hábitat es muy disperso, cosa que ocurría en la mayor parte de la Puna. Pero, como ya dije anteriormente, la sequía preparó el territorio uniendo a hombres y animales en las pocas fuentes de agua que aún persistían.

11

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1861-2, Yavi, 5/5/1861.

12

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1862-1, Santa Catalina, 1/7/1862

54

Las enfermedades se expandieron al comienzo en un contexto de sequía importante que debilitó a la población y sobre todo dejó una imagen de crisis terrible, más grande aún de la que se puede medir. Para Ignacio Wayar, comisario de Santa Catalina al momento de la crisis, la epidemia “hizo desaparecer una tercera parte o más de sus habitantes, cuanto sus ganados están en menoscabo notable”. 13 Sintetizo lo que he venido relatando: esta crisis de mortalidad afectó a una población básicamente rural, que estaba dispersa por un territorio muy significativo que abarca, cuando menos, Esmoraca, Talina y Estarca en el sur de Bolivia, los cuatro curatos de la Puna de Jujuy (Rinconada, Santa Catalina, Yavi y Cochinoca), Santa Victoria e Iruya (en Salta, al este de la Puna) y las tierras altas de Humahuaca. La epidemia no se dio en forma simultánea sino que fue avanzando de norte a sur. Dentro de la Puna, el departamento más afectado en cuanto a la intensidad de esta epidemia fue el de Santa Catalina, que tenía menos cantidad de población relativa, y que se encontraba limitando con lo que podría ser la zona de origen de la epidemia. El pico de muertes tuvo lugar inmediatamente después de una importante sequía, que había sido antecedida por un período relativamente largo de humedad, de allí el mayor impacto. Las consecuencias fueron una elevada mortalidad entre la gente y el ganado y la emigración, probablemente temporal, de muchos adultos a los valles a buscar cómo abastecerse.

En el gráfico se observa que durante la segunda mitad del siglo XIX el ancho de los anillos de árboles fue menor que en la primera mitad del siglo. Durante ese período se puede ver un incremento de la frecuencia de las crisis de mortalidad en las parroquias de la región. En algunos lugares se incrementó de tal modo que encontramos períodos con crisis anuales. Entre ellas, sin embargo, se destacan algunos años en los que la mortalidad 13

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1862-1, Santa Catalina 15/6/1862.

55

aumentó en forma muy significativa por el ingreso de la difteria a la región. Los picos de la crisis de mortalidad avanzaron de norte a sur. Y las parroquias que no manifestaron evidencias de crisis fueron las que tenían severos problemas de datos, como por ejemplo Cochinoca y Rinconada entre 1883 y 1893. El ingreso de la difteria a la región fue un tema que preocupó enormemente a las autoridades. En esa época la difteria no tenía cura y la mortalidad era muy alta. A pesar de que había poco por hacer, los diferentes gobiernos provinciales tomaron medidas, cuyos resultados nos permiten proponer que algún efecto tenían. ¿Cuáles fueron las acciones tomadas a un lado y otro de la frontera? Alertados en Jujuy por la información que se tenía de una epidemia en Bolivia y por la aparición de algunos casos de “peste” en las parroquias de la frontera, se comisionó a un médico para que recorriera la Puna y mandara el diagnóstico a la ciudad. El gobernador solicitó se tomaran medidas, a lo cual la Comisión de Higiene de la Provincia (residente en la ciudad de Jujuy) respondió:

Antes de recibir la nota de SS la Comisión que presido tenía conocimiento de que aquella epidemia azotaba algunas poblaciones de la Puna y en vista de eso cité a mis colegas de comisión a una reunión con el objeto de intercambiar ideas respecto de las medidas más urgentes que deben tomarse para evitar que el flagelo se propague y llegue hasta nosotros.14

Las medidas más importantes que se tomaron fueron colocar un retén en Purmamarca a fin de controlar a los viajeros que llegaran de Bolivia, enviar cajas de medicamentos con instrucciones a las municipalidades y publicar recomendaciones en el periódico.

14

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1883-1, Jujuy abril 21 de 1883

56

Purmamarca está ubicada en la Quebrada de Humahuaca, y era un poblado de tránsito obligado si se viajaba desde la Puna hacia Jujuy. El objetivo era claro y está explicitado en el informe de la Comisión: evitar que la epidemia llegara a la ciudad. Lo que se puede observar en la Puna de Jujuy a partir de las parroquias que tienen registros de defunciones completos es que la epidemia se desarrolló a lo largo de cinco años, aunque en forma diferente según el lugar. Como señaló el presidente de la Comisión Municipal de Yavi, “está comprobado que aunque desaparezca en ciertas épocas, vuelve a aparecer con la misma fuerza sin dejarse esperar mucho tiempo”.15 La cantidad de afectados fue creciendo hasta alcanzar el máximo en 1885 y poco menos en 1886. Recién en 1888 podemos decir que se retornó a los niveles normales de mortalidad de la región. El pico de 1885 es levemente posterior a la declaración de la enfermedad en Sococha (sur de Bolivia) y al incremento de sus defunciones según los registros parroquiales. Esta parroquia está ubicada muy cerca, apenas del otro lado de la frontera a seis horas caminando, por lo que pudo llegar desde allí. Los reclamos de los puneños por la falta de médicos fueron frecuentes ya que se consideraba insuficiente el envío de medicamentos para detener el avance de la epidemia. La Comisión de Higiene le envió al gobernador una carta en la que explicaba las etapas de la enfermedad y los tratamientos tanto preventivos como curativos que se podían hacer. Esta carta circuló por los diferentes departamentos junto con los medicamentos, pero nunca acompañada por un médico. El tratamiento hace pensar en un famoso dicho que sostiene que es “peor el remedio que la enfermedad”, sobre todo el que correspondía al segundo período de la difteria. Este período se caracterizaba por la

15

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1883-2, Yavi, Julio 18 de 1883.

57

Aparición en la garganta de membranas blanco amarillentas algunas veces algo negruzcas más o menos adherentes que pueden extenderse a toda la boca y a las narices. Hinchazón más o menos pronunciada en las glándulas del pescuezo. Aliento fétido salivación amarillenta, sanguinolenta, nauseabunda poco o ningún dolor; aumenta algo la dificultad para tragar. Voz alterada, sorda, gangosa. Tos, respiración libre.16

Para estos casos se recomendaba desprender las membranas con una pluma o hisopo de algodón o lana. Después había que cauterizar fuertemente las partes donde estaban adheridas con una “piedra infernal” o con ácido hidroclórico o en su defecto “hacer insuflaciones de alumbre en polvo con un canuto de pluma gruesa o de caña”.17 Para vencer la dificultad que ofrecían los chicos, se recomendaba abrir la boca por la fuerza, manteniéndola abierta con pedazos de corcho que se colocaban entre las muelas. Después de bajarles la lengua había que hacer la cauterización. Estas eran las instrucciones que enviaron los médicos y que tenían que aplicar los funcionarios públicos locales. Sus notas reclamando la presencia de profesionales continuaron en tono desesperado durante varios años. En Bolivia, en cambio, la situación fue diferente. En mayo de 1883 se solicitó desde la subprefectura de Sud Chichas que se envíe un médico con botiquín y conocimientos para frenar la angina membranosa que afectaba a la población desde hacía dos años. Desde Potosí se envió un médico con sueldo y medicamentos para que se radicara en el centro de la epidemia de ese momento, es decir en Esmoraca, que era un asiento minero. Con el apoyo del médico los vecinos costearon la construcción de un lazareto para recoger a

16

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1883-2, Jujuy, 23/04/1883

17

Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Caja 1883-2, Jujuy, 23/04/1883

58

“todos los membranosos”.18 El médico quería volverse después de haber combatido la enfermedad en sus meses más crudos, pero las autoridades políticas informaron en contra, ya que consideraban que todavía eran importantes sus servicios. En rigor los profesionales de la Comisión Médica fueron cambiando a lo largo del combate de la epidemia, pero se los mantuvo siempre donde la enfermedad se manifestaba con mayor severidad. También en Bolivia se quiso enviar cajas con remedios a los curas y a las autoridades municipales, pero la respuesta fue contundente: sin personal idóneo que los suministre, no sirven de nada. El ejemplo que se ponía era el de Sud Lípez (también en Bolivia), donde había tres médicos estables pagados por la Compañía Minera Guadalupe, que habían podido detener la epidemia antes de que causara estragos. Como ya vimos era poco lo que un médico podía hacer frente a una epidemia de difteria. El tratamiento se basaba en atacar el síntoma visible de la enfermedad, la membrana, extirpándola y haciendo gárgaras, y en expulsar los “malos humores” del cuerpo mediante vomitivos, purgas y sanguijuelas (esto último sólo en los casos en los que el enfermo estuviera lo suficientemente fuerte). En rigor lo más eficaz era el aislamiento de los enfermos para evitar la propagación. El “lazareto” en Jujuy fue la Puna entera y parte de la quebrada que conducía a la ciudad, mientras que en algunos pueblos y parajes de Bolivia se construyeron lazaretos locales donde se aisló a los contagiados intentando evitar la expansión. Aunque era poco lo que se podía hacer, las medidas tomadas a ambos lados de la frontera muestran resultados diferentes: en la Puna de Jujuy la difteria se extendió sin ninguna limitación hasta que se agotó; en Esmoraca, en cambio, el médico logró detenerla al cabo de unos meses.

18

Archivo Histórico de Potosí, Prefectura de Departamento 1920, Folio 181, Esmoraca, 20 de agosto de 1883.

59

Hasta aquí no he dicho nada que desmienta las afirmaciones de Tandeter, quien había sugerido que las crisis de subsistencia comenzaron en el siglo 19. Hasta ese momento, sostenía el autor, la organización social y política de los indígenas y un contexto general económico un poco más favorable les había permitido pasar las sequías sin crisis de subsistencia. Dicho de otro modo, Tandeter encuentra respuestas maltusianas allí donde la organización social no permitió resolver los problemas a partir de la redistribución de recursos o del abasto alternativo en otros lugares. Antes del siglo 19 las sociedades andinas habían sabido resolver esos problemas. Este autor incorpora un problema muy importante para el caso americano que es el de la situación de conquista, que generó una distribución desigual de los recursos, del poder y de la toma de decisión. Incorpora, sintéticamente, las relaciones de poder y el colonialismo como un elemento insoslayable dentro de este tipo de análisis. Los estudios de Tandeter se basaron en Potosí y la verdad es que no sabíamos si podían ser extendidos al sur de Bolivia, a estas parroquias rurales de población dispersa. No son muchas las parroquias rurales que tienen información previa al siglo 18, y entre las agraciadas se encuentra Talina (en Chichas) que nos permite observar lo que pasó antes del siglo 19 y repensar la propuesta de Tandeter. Los libros de defunciones de Talina se extienden entre 1665 y 1910. A lo largo de todos esos años encontré crisis de intensidad significativa en tres grandes períodos: fines del siglo 17 y comienzos del 18, fines del 18,19 y fines del siglo 19. De todas estas, las únicas que no entrarían dentro de sus hipótesis son las primeras.

19

La crisis de comienzos del siglo 19 no se puede observar por problemas de datos como consecuencia de las guerras de independencia, que afectaron tanto el registro como la conservación de los libros parroquiales, pero por otras fuentes sabemos que la hubo.

60

Para analizar las crisis y poder compararlas tanto con la serie de anillos de árboles como con la mortalidad correspondiente a otros lugares de los Andes, utilicé el índice de Dupâquier (1975), que permite comparar la mortalidad de crisis con la mortalidad “normal” de la región. El índice se expresa en números que van del 1 al 15, siendo 1 una crisis menor.20 A este indicador lo comparamos con la serie de anillos de árboles y encontramos que había una estrecha relación entre años donde ocurrieron fuertes crisis de mortalidad (superiores a 3 en el índice) y años con bajos índices de crecimiento en los

(a)

20 15 10

Indice de ancho de anillo

5 2.0 (b)

0

Indice de Dupaquier

bosquecillos de queñoa, es decir con años de precipitaciones escasas.

1.5 1.0 0.5 1660 1680 1700 1720 1740 1760 1780 1800 1820 1840 1860 1880 1900 1920

Dicho en otras palabras, en Talina encontramos una importante coincidencia entre sequía y mortalidad (crisis de subsistencia) aún antes del siglo 19. Pero volvamos a releer el análisis de Tandeter. Dentro de las variables que consideró en su análisis, el clima jugó un papel importante, pero no de manera unívoca: a diferencia de lo que encontramos en Talina, las crisis de mortalidad ocurren para él con una relativa independencia de las ambientales. Así en algunos períodos, por ejemplo entre 1705 y 1742 hay muchos años malos, sequías, lluvias

20

Ver las especificidades del indicador en la bibliografía comentada.

61

excesivas, o heladas; mientras que en otros (en la segunda mitad, por ejemplo) no son tan recurrentes. A pesar de la mala coyuntura climática de comienzos del siglo, como hemos señalado, este autor considera la de 1719-20 como la última gran epidemia hasta la de comienzos del siglo 19. La influencia del clima en los precios, en cambio, se puede observar con relativa claridad, ya que los años malos coinciden en gran medida con las alzas de precios y lo contrario ocurre en los períodos mejores, donde los precios tienden a bajar. Aunque las crisis ambientales influyen en los precios, Tandeter señala que el mercado de alimentos tenía poca importancia para la subsistencia de los indígenas, lo que los podría haber librado del efecto de las alzas de los precios. Como ya dije anteriormente, Potosí era una excepción en el mundo andino. Era una gran ciudad, un mercado abastecido desde una geografía muy diversa, era la mina de plata más importante de América del Sur aún a pesar de su decadencia ya manifiesta en el siglo 18. Estas diferencias pueden explicar lo ocurrido en Talina, una parroquia rural, de economía mixta (agroganadera, pero también minera aunque menos importante), en la que encontramos una significativa relación entre la mortalidad de crisis y las precipitaciones.

En el análisis de las crisis de mortalidad y su respuesta a las sequías (que indicarían una crisis de recursos alimentarios) estoy haciendo una pequeña trampa, ya que la misma pregunta que dispara el análisis me coloca ante una hipótesis fuertemente malthusiana: frente a un evento natural que disminuye la oferta de recursos alimentarios, busco mecanismos de regulación, en este caso la muerte. ¡Y por suerte lo encuentro! En rigor durante el trabajo de investigación no tenía tan claro que la respuesta iba a ser esa, sino que exploré diferentes alternativas. Por cierto estas alternativas estaban guiadas por los estudios teóricos de la población. Una de las preguntas que estos estudios se hacen (también muy malthusiana) es si hubo control preventivo frente a las crisis de

62

subsistencia. Malthus había vivido en una sociedad donde, según sus propias palabras, los hombres reaccionaban frente a los períodos de carestía retrasando sus matrimonios y evitando el nacimiento de más hijos, hasta que las circunstancias fueran mejores. Como los nacimientos fuera del matrimonio estaban muy estigmatizados, el casamiento (y la razón) podían funcionar como un método de planificación familiar. En América Latina, en cambio, el matrimonio fue mucho menos importante como factor de control de la natalidad, así que por lo general se estudia el efecto de la mortalidad en los nacimientos. 500 450 400 350 300 250 200 150 100 50 0

bautismos

defunciones

medias moviles

El incremento de los bautismos que observamos a lo largo del tiempo está relacionado con el de la población, que siguió aproximadamente el ritmo de la gran mayoría de las provincias andinas: un crecimiento leve casi cercano a cero durante el siglo 17, que cambió después de las grandes epidemias de comienzos del siglo 18. A partir de allí la población comenzó a crecer en forma sostenida, siguiendo en gran medida el patrón general que mostramos al comienzo del libro. Si nos enfocamos en los momentos de 63

crisis, los datos de los bautismos no sugieren que haya habido un control preventivo durante las crisis de mortalidad, es decir, una disminución de los nacimientos. Tampoco hay registro de que hubieran ocurrido importantes transformaciones tecnológicas en la región, aunque hubo cambios en la organización de la administración desde fines del siglo 18 (con la administración de los reyes Borbones), y sobre todo a partir de las guerras de independencia (1810-1825). No voy a entrar en detalle sobre el impacto que tuvieron estos cambios, que sí los hubo. Aunque ustedes pueden recordar el efecto que tuvieron dos administraciones diferentes, observable en la contención de la difteria que fue mucho mejor en el sur de Bolivia que en el norte argentino: en este aspecto se nos coló Boserup en el análisis. Sin embargo, las mayores transformaciones tecnológicas ocurrieron fuera del período que abarcan estos relatos, a lo largo del siglo 20. Fue entonces cuando llegó el ferrocarril, primero a la Quiaca (en la frontera argentina) y luego a Villazón (en la frontera del lado Boliviano); el telégrafo (fines del siglo 19 a los dos lados de la frontera), y se poblaron las primeras ciudades regionales (las del siglo 17, originadas principalmente por la minería estaban ubicadas en algunos lugares puntuales de desarrollo minero de vetas de plata, y tuvieron una duración efímera). Pero estos cambios quedan para otros relatos.

64

El desierto está lleno de oportunidades (sensu Boserup)

En este capítulo les voy a contar la increíble y triste historia de un pueblo de pastores de llamas, que fue conquistado dos veces por enormes imperios, que fue obligado a trabajar en las minas de plata y a abandonar sus pueblos. Es una historia que parece increíble por las razones de su conquista, por el esfuerzo que debió demandar la construcción de su única ciudad que estuvo ubicada a 4700 metros sobre el nivel del mar en medio de un páramo, y por el contraste que presenta con la actualidad. Es una historia que se teje en consonancia con otras conquistas de los desiertos de altura, de la domesticación de ambientes extremos. Aquí Malthus se encontraría definitivamente perdido.

Vivir en los extremos El altiplano de Lípez les presentó a sus habitantes una serie de desafíos que fueron resolviendo de manera creativa a lo largo de su historia. Sus tierras son altas, con pocos lugares por debajo de los 3500 metros sobre el nivel del mar y muchos otros a más de 5000. Las precipitaciones y los suelos son heterogéneos y por ello lo es también la distribución de los recursos naturales. Sus habitantes encontraron la manera de aprovechar dichos recursos, concentrándose al sur del Salar de Uyuni, donde era posible la agricultura de la quinua. Allí vivían agrupados en pequeños poblados construidos en piedra y localizados al pié de los cerros, donde se junta el agua. Al sureste de Lípez, donde la agricultura no era posible más que en oasis muy pequeños, la población era escasa y especializada en pastoreo de llamas. Eran trashumantes y no construyeron poblados, sino conjuntos pequeños de viviendas realizados con materiales degradables. Se abastecían de productos vegetales y de otros recursos que no podían producir, a partir de viajes en caravanas de llamas. Al suroeste de Lípez, no vivía ninguna población estable. En la parte más alta de la cordillera salpicada de volcanes y lagunas se juntaban ocasionalmente cazadores y recolectores que aprovechaban los recursos locales, tales como los huevos de flamencos, las vicuñas o la obsidiana. 66

Cuentan los arqueólogos que hacia el fin del primer milenio, la población vivía dispersa, distribuida en las diferentes ecozonas, y débilmente integrada mediante lazos políticos. Desde el año 1000 se comenzó a observar una mayor agregación de la población en aldeas, cambio que se aceleró notablemente a comienzos del siglo 13 como consecuencia de una importante sequía regional. Esta sequía marcó un tiempo de guerras endémicas que duró hasta la expansión Incaica del siglo 15. En este período se observan importantes cambios: surgen los llamados pukara que eran fortificaciones relacionadas con la guerra defensiva, aparecen nuevas armas, hay constancia de una rápida agregación de la población en aldeas de mayor tamaño que dependía de la actividad agrícola regional. Los pukaras se ubicaban en las regiones más productivas, allí donde se podía acceder a recursos y donde había agua. En el medio se dejaban zonas destinadas al pastoreo y la caza. A estas poblaciones las conquistaron primero los Incas, y después los españoles. Para los Incas los habitantes de estos desiertos eran ruines y pobres, y se alimentaban de quinua, unas pocas papas y tenían ganado. También eran mineros, y tenían unas piedras de colores muy apreciadas. Pero esta no es la mirada que tenían de sí mismo los lipeños; ellos también dejaron mitos que mostraban cómo había sido su relación con los Incas. Cuenta la leyenda que un rey Inca sin piernas que vivía en la cumbre del volcán Licancabur fue transportado en una litera por la región lógicamente por lipeños. La tarea era tan dura, que en ocasiones cuando llegaban a los pasos altos de las montañas algunos de los porteadores se morían. El rey Inca, entonces, los enterraba con ofrendas de metales preciosos y de turquesas como símbolo de gratitud. Para esta mirada de las relaciones entre ambos pueblos, los caravaneros pudieron haber sido “las piernas de los Incas” en estos desiertos tan difíciles de atravesar, mereciendo por ello su reciprocidad.

67

Los españoles llegaron a Lípez un poco más tarde que lo que llegaron al corazón del imperio incaico. Esto significó, probablemente, una menor dureza en la conquista. Por otra parte, fue en esos años que se descubrieron las riquezas de Potosí y el interés mayor estuvo puesto en la minería de dicha villa. En estos años iniciales se forzó a los lipeños a ir a trabajar a las panaderías de Potosí y a realizar algunas otras tareas. El trabajo en las panaderías era considerado forzado y lo solían realizar esclavos. Por aquellos años, en torno a la década de 1570, algunos aventureros se animaron a probar suerte en Lípez descubriendo algunas minas, pero ninguna de ellas fue muy duradera. La ocupación colonial fue en ese tiempo intermitente. A comienzos del siglo 17, en 1603, un funcionario de la corona decidió reorganizar la población de Lípez para asegurarse un mejor cumplimiento de las obligaciones. Fue esta reorganización la que nos permitió contar con la primera información sobre la cantidad de gente que vivía en la región y cómo estaban distribuidos. Todo hace pensar que esa distribución era muy parecida a la que habían tenido antes de la conquista, ya que los mayores porcentajes de población corresponden a la región agropastoril de aldeas ubicada al sur del salar de Uyuni. Efectivamente, la gran mayoría de la población empadronada en 1603 vivía al sur del salar (87%), un pequeño porcentaje al norte del salar (9%) y muy pocos al sureste del corregimiento (4%). Junté todos los datos que hay desde aquel año de 1603 hasta hoy, para analizar las variaciones en el crecimiento y en la distribución de la población de Lípez. En el gráfico la población de Nor Lípez incluye a toda la que estaba en torno al salar de Uyuni, tanto en la costa sur como en la norte. Aunque creció mucho en el último siglo, llama la atención que su distribución en el territorio haya sido constante, como se puede ver en el gráfico siguiente:

68

20000 18000 16000 cantidad de tributarios

14000 12000 10000 8000 6000 4000 2000 0 1600

1650

1700

1750

Sud Lipez

1800

1850

1900

1950

2000

2050

Nor Lipez

Parece haber sido constante, pero en realidad no lo fue: hubo un único momento de su historia en el que la población de Lípez estuvo distribuida en forma diferente, con una mayoría residente en el sur. ¿Qué pasó a fines de ese siglo 17 para que el patrón histórico de distribución cambiara tanto? En la década de 1640 se descubrió una enorme mina de plata en el sureste de Lípez a la que los españoles llamaron San Antonio del Nuevo Mundo, cuya decadencia comenzó a fines del siglo 17 y si bien muchas veces se intentó reactivarla, nunca volvió a ver el esplendor de aquellos años. La minería fue la actividad que promovió la conquista española de las tierras altas de los Andes y en los primeros siglos fue el motor de la urbanización. La minería desafió todos los retos que les imponía el ambiente a las poblaciones de los siglos 16 y 17 (hasta hoy). De hecho, la ciudad más populosa del imperio español era un campamento minero instalado en un páramo: Potosí. Para tener una idea de lo que implicó esta actividad basta con saber que durante los siglos 16 y 17 el Virreinato del Perú fue el mayor productor de 69

plata del mundo, y dentro de él Potosí producía (en tiempos de su apogeo) el 90% del total. Los metales preciosos fueron el principal ingreso fiscal para la corona hasta fines del siglo 18, llegando en ocasiones a ser más del 80% del total de lo ingresado. No es de extrañar, entonces, que se pusiera tanto empeño para desarrollar esta actividad. Muchas de las minas en los Andes estaban ubicadas en tierras altas, áridas, poco pobladas y sin antecedentes urbanos previos en la cercanía. San Antonio del Nuevo Mundo tenía todas estas características aunque acentuadas: estaba localizada a mas de 4500 metros sobre el nivel del mar, lejos de los caminos y de los tambos incaicos que seguían funcionando como principales vías de comunicación, la población local era muy escasa y estaba dispersa. A pesar de todo, en pocos meses se formó una enorme ciudad (para los parámetros del momento) que hubo que abastecer prácticamente de todos los productos desde lugares muy lejanos. Primero se construyeron una serie de instalaciones y viviendas distribuidas en forma irregular en un sector que estaba un poco más protegido de los vientos y tenía acceso al agua. Allí se definió con el tiempo una plaza, se construyó una iglesia principal e incluso algunos conventos. Se instalaron las autoridades y se armaron complejos industriales de molienda y procesamiento del mineral llamados ingenios. El sistema que se utilizaba en el momento para procesar la mayor parte del mineral era la amalgama de la plata con el mercurio (que permitía separarla del resto), que obligaba a tener una serie de instalaciones que incluían depósitos, hornos, patios, tinas o recipientes para el lavado, entre otras cosas. A los pocos años se fue conformando otro sector residencial que estaba separado del primero por una pequeña elevación donde estaban las bocaminas: se lo llamó Huaico Seco. Estaba en un lugar menos reparado de las inclemencias del tiempo, pero más escondido de la actuación de las autoridades. En el Huaico se radicaron muchos trabajadores que estaban así más cerca de las minas, pero también soldados y españoles

70

aventureros que llegaban a probar suerte y querían estar lejos del poder. En el Huaico se molía y se fundía mineral a menor escala en lo que se llamaban los trapiches. Las autoridades sostenían que se procesaba mineral robado, y que además se lo cambalacheaba junto con las herramientas que robaban por vino, que había casas de juego y mujeres de mala vida, y que por ello había que impedir que la gente siguiera viviendo allí. Nunca lo lograron. Finalmente había un tercer espacio productivo donde también vivían algunas personas, que se llamaba el valle de los ingenios. Como su nombre lo indica, se trataba de un lugar ubicado a lo largo de un pequeño arroyo donde estaban concentrados los ingenios que aprovechaban la fuerza del agua para mover las ruedas de sus molinos. A San Antonio llegaban alimentos, maderas, herramientas, esclavos, sal, combustible, mercurio, y sobre todo trabajadores. Dos visitas que realizaron los funcionarios de la corona en 1683 y en 1689 permiten conocer el lugar de origen de los trabajadores de San Antonio. Más de la mitad de los indígenas empadronados había nacido en provincias localizadas entre el Cuzco y el Tucumán. Muchos llevaban viviendo allí varias décadas, e incluso habían formado familia y tenido a sus hijos allí. Porque la migración a las minas era una cuestión familiar. Pero había también trabajadores que llegaban desde más cerca, desde el sur del salar de Uyuni. A muchos de ellos los habían forzado a migrar para trabajar en San Antonio, y estaban radicados allí con sus familias y con su ganado. Ellos se quejaban porque debieron abandonar sus cultivos de quinua y no los dejaban volver a sus pueblos, a pesar de estar permitido, en teoría. Los visitadores les preguntaron a los migrantes por qué habían ido a San Antonio. Y las respuestas que encontraron no dejan de sorprendernos.

71

[...] les pregunté por qué causa se habían retirado de sus provincias a este pueblo y que tiempo ha que asisten en él y respondieron que por ser tierra muy estéril la suya y no tener tierra para sembrar comida con que sustentarse ni pastos para sus ganados y esa es la causa de haberse retirado a este asiento a trabajar en las minas e ingenios de esta ribera y otros en bajar metales, leña y sal para beneficio de dichos metales.21

Con independencia de su lugar de origen, la respuesta fue casi siempre la misma: llegaron a San Antonio por ser su tierra de origen muy estéril. Esta respuesta sorprende al que visita aquellas tierras: ¿puede haber algo más estéril que San Antonio? En este caso, lógicamente, la esterilidad estaba relacionada con las posibilidades de ganar sustento y el dinero necesario para pagar las obligaciones. Los migrantes provenían de tierras fértiles, valles agrícolas, pero veían en este desierto de altura la posibilidad de ganar algo más por su trabajo para poder enfrentar las enormes obligaciones coloniales que tenían. La minería de plata en el caso de Lípez alteró profundamente la distribución de la población local, invirtiendo los patrones tradicionales. Además, convocó a una gran cantidad de migrantes de diferentes partes del Virreinato (constituían el 50% de la población regional), algo que no se volvió a repetir en la historia de Lípez. ¿Tuvo la minería algún efecto concreto en la economía local, más allá de la distribución de la población? Esta pregunta es relevante si pensamos en despejar algunas variables que podrían estar influyendo en el resultado final que encontramos, entre otras cosas -por ejemplo- en si las migraciones de la población cercana fue forzada o libre, o si pensamos en cómo estarían influyendo las relaciones de poder en la demografía (y en la economía). La pregunta podría reformularse con algo más de información de la siguiente manera: la

21

Archivo General de la Nación Argentina, Padrón de Lípez, Sala 13-18-6-5, San Antonio de los Lípez del Perú 14/10/1683.

72

migración a San Antonio, ¿se realizó por la atracción que presentaban sus oportunidades, o por el contrario hubo otros mecanismos que la promovieron? Aquí los documentos son más complejos de interpretar, ya que los que hablan de la economía tratan generalmente del cobro de impuestos o cualquier otra carga, y por ello las opiniones eran muy dispares. Podemos encontrar, por ejemplo, que las autoridades consideraron a los lipeños alternativamente pobres o ricos desde el comienzo de la colonia, dependiendo de los objetivos que perseguían. Esta escena de fines del siglo 16 muestra la ambigüedad:

[...] dos caciques de ellos se presentaron en esta villa [en Potosí] ante el señor don Francisco de Toledo haciéndole presente de unas plumas de avestruces y una camiseta de unos animalejos terrestres que llaman chinchilla y significándole ser gente tan pobre que no alcanzaban sino aquello que le presentaban y así el día de hoy traen por refrán los dichos indios que dos indios engañaron a un visorrey.22

Los lipeños se presentaron ante el Virrey Toledo como pobres para pedir que les rebajaran los tributos y lo consiguieron. Lozano Machuca, el funcionario que es el autor de estas palabras, consideraba que muy astutamente habían engañado a Toledo. Su idea sobre la riqueza local se basaba, principalmente, en la creencia que había minas en el territorio y que los lipeños las explotaban a escondidas, pudiendo sacar (si así lo querían) lo suficiente para pagar sus tasas. Esta ambigüedad, sin embargo, se acabó hacia el final de la colonia, cuando todas las autoridades coloniales coincidieron en sostener que era uno de los corregimientos (o provincia) más pobres de la actual Bolivia.

22

Carta del factor de Potosí Juan Lozano Machuca (al virrey del Perú don Martín Enriquez) en que da cuenta de cosas de aquella villa y de las minas de los Lípez (año de 1581). En: Estudios Atacameños 10, 1992. Pp. 30-34. La cita en p. 32.

73

Busqué, entonces, algún indicador que pudiera sugerir cual había sido la situación económica de los lipeños, no sé si más objetivo que la opinión de los cobradores de impuestos, pero al menos comparable a lo largo del tiempo, factible de ser armado como una serie. Esta población, como casi todos los indígenas y como consecuencia de la conquista, debía pagar un impuesto por el hecho de ser súbditos del rey, impuesto que se llamó tributo. Fue tasado en diferentes oportunidades según la idea que tenían las autoridades españolas de lo que los indígenas podían pagar, ajustado por las negociaciones posibles y por lo que en realidad podían pagar. Uno podría considerar que el tributo tasado representaba la idea que tenían las autoridades sobre la capacidad de pago de los lipeños, y el tributo pagado se acercaba más a lo que realmente podían o querían pagar. El tributo, sin embargo, no era la única obligación que tenían los indígenas y a lo largo del tiempo fue cambiando su importancia dentro del conjunto de imposiciones. Mientras que al inicio de la colonia representaba un porcentaje alto de lo que debían pagar en dinero, hacia el final otras obligaciones de pago fueron más significativas y el tributo disminuyó su importancia dentro del total de las obligaciones. Esto quiere decir que quizás no sea un indicador muy preciso de la capacidad de pago que tenían los lipeños, pero al menos lo podemos usar de modo exploratorio como una manera de pensar en su economía, considerando siempre sus muchas limitaciones.

74

Tributos pagados por los lípez (convertidos a pesos ensayados) 3500 3000 2500 2000 1500 1000 500 1557 1565 1573 1581 1589 1597 1605 1613 1621 1629 1637 1645 1653 1661 1669 1677 1685 1693 1701 1709 1717 1725 1733 1741 1749 1757 1765 1773 1781 1789 1797 1805 1813 1821

0

En el gráfico se pueden ver algunas cuestiones relacionadas a los tributos pagados, aunque antes hay muchas otras que hay que explicar porque los datos no siempre significan lo que parecen. Por ejemplo, al igual que ocurría con la mortalidad, lo que vemos en el gráfico es lo que estaba registrado en los libros de cargo, es decir, los ingresos de las Cajas Reales de Potosí. Cuando no hay datos puede ser que no hayan pagado, que el corregidor (o alguna otra persona) se hubiera quedado con los tributos, que se haya perdido el libro, o que estuvieran registrados de alguna manera diferente a la de nuestro análisis y por eso no lo podemos incluir. Por ejemplo: hacia el final del período no es que los lipeños no hayan pagado sus tributos, sino que el funcionario de turno registró en forma conjunta lo que pagaron todas las provincias, y por eso no puedo saber cuánto pagaron los lipeños. Pero sé que sí pagaron. Por lo general encontramos indicios de lo sucedido por las inspecciones que solía haber, por quejas o demandas. Pero debemos ser conscientes que la calidad de estos datos es cuestionable. La serie muestra cuatro momentos diferentes si consideramos los totales anuales pagados, y la presencia o ausencia de pago. En un primer momento, que se desarrolla aproximadamente hasta 1616, los lipeños no solamente pagaron relativamente mucho 75

(teniendo en cuenta la serie completa, los pagos de otras provincias cercanas y lo que les había sido tasado), sino que lo hicieron muy regularmente y con montos semejantes entre sí. Durante el segundo momento (1617-1728) los lipeños pagaron poco o nada de tributo. No se registraron pagos en el 84% de estos años y cuando se pagó, la mayoría de las veces (el 78%) se lo hizo por debajo de la media de la serie completa. Fueron los años del apogeo minero de la provincia: entre 1650 y 1690 se registró el pico de producción de San Antonio del Nuevo Mundo, que se consideraba en ese momento una de las minas de mayor producción de Charcas. En este caso no es que falte el dato, sino que efectivamente no se pagó. Se vuelven a registrar pagos de tributos de los lipeños en coincidencia con el nombramiento de San Antonio como capital del corregimiento y del traslado del corregidor al asiento. Mi hipótesis es que esta población retomó el pago de los tributos cuando hubo una autoridad colonial capaz de forzarlos: esto ocurrió cuando el corregidor de Lípez (una suerte de gobernador) dejó de vivir en Potosí o de residir alternativamente en diferentes poblados, y se instaló en San Antonio con su familia. De todos modos no pudo lograr que volvieran a pagar tanto como a comienzos del período analizado. El tercer momento (1729-1778) se caracteriza por el aumento de la frecuencia de los pagos aunque con montos inferiores a la media, en un contexto general de implementación por parte de las autoridades coloniales de diferentes medidas para incrementar los ingresos de este rubro (tributos indígenas) en todo el virreinato. Finalmente el cuarto, que registra los mayores ingresos de todo el período, coincide con el momento en el que se ajustó la estrategia fiscal de la corona, se mejoraron los cobros, y se los relacionó más claramente con la cantidad de tributarios presentes, obligando a pagar a la mayoría. Hasta ese momento la comunidad había sido responsable de pagar un tributo tasado en forma colectiva, pero desde fines del siglo 18 se comenzó a pagar por persona residente (hombres entre 18 y 50 años). También se relaciona con el período de

76

crecimiento de la población indígena andina. La falta de registros de este momento no significa que los lipeños no hubieran pagado, como ya señalé, sino que se debe a la ausencia de documentos o a que la forma de asentar los pagos en las cajas reales nos impide identificar a los de Lípez entre todos los repartimientos. Aunque la minería tuvo enormes consecuencias para la población local, las riquezas extraídas de San Antonio no influyeron en el pago de los tributos: el apogeo de su explotación coincide con el momento en que menos pagaron. El asiento minero influyó parcialmente al fijar a la autoridad colonial a un lugar y permitir con ello que hubiera más control. Pero sus riquezas no se reflejan en este indicador. ¿Estuvieron relacionados los pagos más bien con la producción agropecuaria de esta población? Como señalé en capítulos anteriores la variación en las precipitaciones, en particular la presencia de sequías, puede considerarse un indicador aproximado de las crisis productivas. Uno podría pensar, como hipótesis de trabajo, que la economía de la población local (su riqueza o su pobreza) seguía influenciada por la producción agropecuaria a pesar de la importancia que tenía la minería en términos de utilización de la mano de obra regional. Sin embargo, la comparación de las dos series de datos (precipitaciones y pagos) no indica ninguna relación directa, aunque sí podemos ver que una de las grandes sequías ocurrida justo después de un período húmedo, coincidió con el cese de pagos que se observa en torno a 1620. No encontré testimonios en el archivo sobre esta sequía ni referencias sobre las causas del cese de pagos. Sí sé, en cambio, que efectivamente dejaron de pagar porque la corona tuvo que hacerse cargo del salario de los curas párrocos con fondos provenientes de otros pagos y no de los tributos de los lipeños. En 1620 no había comenzado todavía la explotación de San Antonio, por lo que es muy posible que la economía de la población local hubiera estado basada en las actividades tradicionales, a diferencia de lo que ocurrió después.

77

La actividad minera de Lípez afectó a su población en muchas maneras, como por ejemplo, en su distribución espacial o en la llegada y localización de inmigrantes. Hay otros aspectos de la vida de los lipeños que fueron también afectados aunque no podamos demostrarlo en un gráfico, por ejemplo, sus actividades productivas. Antes del descubrimiento de San Antonio, los españoles (y también los Incas) identificaban a los lipeños con una actividad que si bien no era la única que hacían, sí marcó muchos aspectos de su vida: el cultivo de quinua. Esta actividad se realizaba en casi todos los poblados distribuidos al sur del salar de Uyuni, al pie de los pequeños cerros que hay allí donde se acumula más el agua. Este cultivo exigía una serie de trabajos en la tierra para aprovechar justamente la poca humedad que hay y por ello el uso de mano de obra era relativamente intensivo, sobre todo en algunos momentos del año. En los años 1640, muchos españoles que comenzaron a explotar vetas en San Antonio se llevaron parte de la población del sur del salar a vivir cerca de aquel centro minero. En 1689 las autoridades étnicas denunciaban que no solamente se habían llevado a todos los que estaban en condiciones de trabajar, sino que ni siquiera los habían dejado volver al pueblo en ocasión de la visita:

[...] casi todos los indios e indias, muchachos y muchachas naturales de este pueblo de San Agustín de Chuica se hallan trabajando en el asiento de San Antonio de Lipez y demás partes de esta provincia en poder de diferentes personas así españoles como indios, y aunque han hecho varias diligencias en orden de que vengan hallarse en tiempo de este padrón que está mandado hacer […] siempre han recibido muchos

78

agravios los curacas al querer sacarlos de dicho asiento por los amos a quienes están sirviendo. 23

Cuando los españoles sacaron a la gente del pueblo de Chuica (sur del Salar de Uyuni) para llevarla a trabajar a las minas, no había quien hiciera el laboreo necesario para la quinua. Las autoridades étnicas se explayaron sobre estos temas, aunque haciendo eje en lo infructífero de las tierras:

[...] este dicho pueblo no tiene cochas ni sementeras algunas por ser las tierras infructíferas y salitrales aunque en tiempos antiguos solían sembrar un poco de quinua y algunos almudes de papas de muchos años a esta parte no lo hacen porque tienen reconocido que se pierde la semilla y las más veces no llega a brotar y si lo hace por el mal terruño y rigor de los hielos que lo abrasan y consumen no llega a dar fruto. […] [que el ganado apacienta en parajes que] son vecindades del asiento de San Antonio de Lipez don las tienen para sus continuos trabajos así de bajas de metales, acarreos de leña yareta y sal, y otros materiales trabajando personalmente, dejando las mujeres en los trapiches de dicho asiento hechas coniris moliendo el metal a mano para poderse sustentar por cuya causa quedaba dicho pueblo despoblado y no asistía en el mas que la gente de edad que van referida en dicho padrón. 24

Las autoridades locales reconocían que en el pasado había habido más actividad agrícola, incluso le mostraron al visitador los restos que quedaban de las construcciones realizadas

23

Archivo General de la Nación Argentina, Sala 13-23-10-2.

24

Archivo General de la Nación Argentina, Sala 13-23-10-2.

79

para dicho fin, pero en el momento de la visita ya no quedaba nada. El que declara le atribuye a las condiciones ambientales la culpa de la falta de producción. Si observamos la serie de precipitaciones, sin embargo, aunque las condiciones de fines del siglo 17 no eran las óptimas, no eran muy diferentes ni peores que lo que había sucedido, por ejemplo, en los años de la conquista cuando todos (Incas y españoles) identificaron a los lipeños como sembradores de quinua. Habían pasado casi cincuenta años desde que se comenzaron a sacar personas para llevarlas a San Antonio, por lo que es posible que la actividad agrícola hubiera desaparecido una generación antes del momento de la visita. En rigor, cuando las autoridades étnicas mencionan lo ocurrido con sus ganados, uno puede entender lo que estaba sucediendo: no había nadie que trabajara en los sembrados porque todos estaban viviendo cerca de San Antonio, trabajando allí y cuidando los animales que también se utilizaba en las actividades mineras, para el transporte de la leña y de la sal principalmente.

A fines del siglo 18, es decir después de casi cien años de decadencia minera, las autoridades veían a la población de Lípez como pobrísima y muy primitiva. Uno de los corregidores (que se lamentaba profundamente de haber sido nombrado para trabajar en Lípez) le decía al que era entonces el virrey del Perú:

Esta provincia, señor, la más opulenta y rica en tiempos pasados es hoy la más temible y espantosa del Perú, por su situación, por su incomparable temperamento, que no tiene proporción con la Laponia, cubierta de hielos y de nieves todo el año. Sus moradores viven sepultados en grutas y quebradas, el agua para el común uso se carga en canastas y costales en donde todo el licor se hiela y solo trabajan cuatro meses en el año en el beneficio de los desmontes y desperdicios de antiguos

80

minerales de plata, sin orden ni arreglo, sirviéndose de herramientas de madera y de huesos. Y en lo restante del año se retiran y esparcen por las provincias de la comarca a buscar su subsistencia en temperamentos más benignos y solicitar algunos frutos para mantenerse a causa del insufrible clima de esta provincia capaz de postrar la salud más robusta, que no produce trigo, maíz, granos ni verduras, ni tienen los indios en que sembrar. Los hielos son tan formidables que suspenden las corrientes de los ríos más rápidos y parten toda suerte de vasos de cualquier metal si se dejan con agua de la noche a la mañana. Los víveres y toda suerte de bastimentos se conducen a distancia de 80 y 100 leguas en llamas o carneros de la tierra, a mucho costo y con gran trabajo, no siendo posible el acarreo en mulas porque estas perecen en pocos días, por el mal temperamento y la falta de pastos. 25

Esta carta es un tanto dramática y tiene una mirada de la población local que se podría discutir. Sin embargo, sintetiza una opinión que se encuentra presente en todos los otros documentos analizados, incluso en aquellos que describen menos pasionalmente la economía de la región: identifica a los lipeños como pastores y ocasionales mineros, mientras que la quinua aparece sólo en algunos pequeños oasis que se mantuvieron en producción incluso durante el siglo 19.

Recapitulación En este capítulo sinteticé parte de la historia de una población que vivía -y sigue haciéndolo-, en un desierto de altura donde las condiciones ambientales son extremas y

25

Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (Sucre), Minas 61, 433, carta escrita en noviembre 26 de 1775 a su Majestad por don Juan Gregorio Piñeyro corregidor ya difunto de la provincia de los Lípez sobre el lastimoso estado en que halló dicha provincia.

81

que le impone una serie de retos tanto a sus habitantes como a los visitantes. Comencé por una coyuntura histórica anterior a la conquista incaica que fue significativa, cuando el patrón de distribución de la población se vio alterado por una importante sequía regional frente a la cual la población de Lípez (y la de una región aún mayor) generó una serie de innovaciones. Se construyeron los pukara, fortalezas defensivas de altura; se inventaron nuevas armas; se modificó la organización social; se establecieron alianzas. Una coyuntura que se podría pensar como típicamente boserupiana, incluso en la temática, ya que la tecnología de la guerra estuvo presente dentro de las que ella enumeró en sus escritos. Posteriormente la población se esparció por el territorio siguiendo -en parte- el patrón de distribución de los recursos agrarios, con una mayor densidad allí donde era posible el cultivo de la quinua (sur del salar de Uyuni). Este patrón se mantuvo durante mucho tiempo y solamente fue alterado por la explotación de una mina de plata excepcionalmente rica, que promovió la urbanización de la región menos poblada de la provincia. Allí fueron los trabajadores migrantes que provenían desde lugares muy lejanos y también vecinos, y allí se concentró también la población de la provincia. Cuando la mina entró en una rápida decadencia, el sitio se despobló casi completamente y el patrón de distribución de la población volvió a ser parecido al del pasado, aunque nunca más fue igual. La minería desafió al ambiente y permitió una concentración de la población en lugares donde la provisión de recursos debía hacerse en forma permanente. Su riqueza promovió estos cambios demográficos, aunque aparentemente no significó un flujo de estos recursos a los indígenas locales. En rigor una parte de la plata fue utilizada para el pago de la mano de obra indígena, pero volvió a la corona en forma de tributo aunque no en grandes volúmenes (y tuvo que mediar la presión de las autoridades para que esto sucediera). La minería sí afectó a la economía nativa en el sentido de desfavorecer la

82

agricultura que requería una mayor cantidad de mano de obra. Quienes habían sido cultivadores de quinua se reconocían como pastores de llamas (e incluso mineros a tiempo parcial) después de la decadencia de San Antonio. Recién en el siglo 20 se la volvió a identificar a la región con el cultivo de la quinua. La elección que hice de los indicadores ya perfila en este capítulo una respuesta boserupiana a mis preguntas. Sin embargo, en este caso la elección fue forzada: lamentablemente en Lípez no hay libros de defunciones por lo que no pude hacer el mismo análisis que en la Puna o en Chichas. Me hubiera encantado, porque podría pensar algunas cuestiones de vulnerabilidad juntando la información sobre las pestes con la de la economía regional y la del pago de los tributos. Aquí más bien trabajé con otros indicadores de población y con otros proxy de recursos. En esta selección surgieron dos cuestiones importantes que intervinieron en la relación entre población y recursos que rescato como cierre: la política y el poder (que a veces van juntos, pero no necesariamente). El pago de los tributos muestra diferentes fluctuaciones, algunas de las cuales pueden estar relacionadas con la disponibilidad de recursos (las tendencias en la larga duración), y otras con la presión recaudadora del estado (modificaciones en el corto plazo o frecuencia de pago). Por otra parte, la nula relación de las variaciones en la serie del pago de los tributos con la actividad minera de San Antonio sugiere que en ocasiones es importante analizar no sólo el tamaño de la torta sino cómo se reparte y quien tiene el poder para definir las porciones. Dicho de otro modo, había recursos, pero no llegaron en forma proporcional a todos los habitantes.

83

Conclusiones Si William Godwin inspiró el inicio de este libro a partir de la reacción que provocó en Malthus, permítanme que le ceda a su hija Mary Wollstonecraft Godwin la oportunidad de abrir las conclusiones. Pero primero describamos el contexto. Corría el año 1816, conocido por el frío, la lluvia y el hambre. Se lo identifica como el de la última gran crisis de supervivencia de occidente, aunque cabe aclarar que la crisis excedió aquel hemisferio, y asoló gran parte del planeta. En Europa se lo conoce como “el año sin verano” por las bajas temperaturas que se registraron, por el incremento de las precipitaciones, de las escarchas y de las nevadas fuera de tiempo. Estos episodios climáticos, que se piensa fueron provocados por una erupción volcánica en Indonesia, afectaron gran parte de las cosechas generando una importante suba de los precios. El hambre persiguió a gran parte de la población europea, y desató episodios de inusitada violencia en Inglaterra, Francia y Suiza. Fue en ese contexto que Mary Wollstonecraft Godwin y su pareja, Percy Shelley, se dispusieron a pasar el verano en Ginebra, en compañía de Lord Byron y otros amigos. Encerrados por el mal clima junto al hogar y protegidos de los rayos y truenos excepcionales de ese verano, se pasaban las tardes leyendo relatos alemanes sobre fantasmas y sobre los últimos experimentos que se estaban haciendo con electricidad para resucitar cuerpos inertes. Como parte de lo que comenzó siendo un juego, Mary concibió lo que en primera instancia iba a ser un cuento y terminó siendo su primera novela: Frankenstein; or, The Modern Prometheus. Acabo de almorzar, afuera brilla el sol y el fantasma de este libro es un tanto más mundano, aunque lleva más de dos siglos apareciendo cada tanto entre los demógrafos. Para hablar de ese fantasma usé como excusa a las poblaciones que habitaban la triple frontera entre Argentina, Bolivia y Chile, sobre las que propuse una pregunta ya clásica porque siempre vuelve a preocuparnos (aún en la actualidad): ¿qué pasa cuando se altera 84

la relación entre una población dada y los recursos que tiene el territorio donde vive? La historia de la región nos provee de muchos casos que se pueden analizar de diferentes maneras. Para reflexionar sobre el contrapunto entre la teoría y la práctica, propuse enfocar el estudio desde dos propuestas que –aunque antiguas - siguen vigentes y pueden entenderse como situadas en los extremos de un continuum entre pesimismo y optimismo: la de Robert Malthus y la de Ester Boserup. En el apartado “La cocina de la investigación” desplegué los ingredientes y las recetas con las que propuse trabajar en el libro, con el objetivo de que ustedes las conozcan, pero sobre todo con la intención de mostrar una parte, un ejemplo, de lo que es la construcción de los datos. Por cierto importa y mucho el cuidado con que ellos se elaboran y los científicos hemos llegado al acuerdo que, si hacemos explícitas las premisas y los métodos, al menos estamos intentando despejar esta etapa de la investigación lo más posible de prejuicios e ideas que puedan influir en los resultados. Por más objetivos que parezcan los datos, hemos visto que están sujetos a discusión y necesitan ser criticados, caso contrario pecaríamos de ingenuos. Uno de los ejemplos que analizamos en forma más detallada fue el de la distancia que existe entre el hecho cultural del registro de las defunciones y las muertes propiamente dichas. Detrás de cada uno de los números de la serie de defunciones hay un cura párroco que las estuvo anotando. Se puede dar el caso, por ejemplo, de curas que no hayan salido a recorrer su jurisdicción para anotar a los muertos residentes en el área rural o a los de las viceparroquias -como era su obligación-, sino que se hayan quedado en la cabecera esperando que la gente fuera a declarar a sus difuntos. O puede ser que algunos los hayan anotado en un papel que posteriormente se le traspapeló (encontré hojas sueltas tipo anotador en los libros de defunciones), o también es posible que se haya perdido una hoja del libro, o un libro completo. O que haya páginas ilegibles por la acción del tiempo, de los insectos o de la

85

humedad. Pero esos datos, por malos que sean, son lo que hay y uno busca la mejor manera posible de trabajar con ellos o busca su costado más fuerte. La mayoría de la información que les presenté puede ser frágil si uno la considera literalmente (murieron 154 personas), pero gana robustez si uno la piensa en términos de tendencia (este año murieron más que el año pasado), ya que por lo general los mismos datos están sujetos a los mismos problemas. Pasando todo esto en limpio nos queda como moraleja, que a los ingredientes hay que saberlos tratar, criticarlos, evaluarlos, cotejarlos y corregir lo corregible antes de ponernos a trabajar con ellos. No deberíamos ser ni tan optimistas (ingenuos) como para creer que representan la realidad, ni tan pesimistas como para renunciar a todo análisis. Y también es importante explicar lo que hicimos y cómo lo hicimos, porque no hay una única manera de tratar los datos. No solamente se construyen los datos sobre eventos protagonizados por los seres humanos: pasa lo mismo con aquellos que pueden parecer sumamente “duros” como los climáticos. Uno lee en las estadísticas de precipitaciones que llovió 45 milímetros en La Quiaca en enero de 2013 y lo cree. Pero el que hace las mediciones es un hombre o una mujer, que puede haber faltado varios días, o no haber cumplido con rigor con el protocolo de su trabajo, o se le pueden haber perdido los anteojos para la presbicia, o puede haberse emborrachado la noche antes de la lluvia, o muchas otras eventualidades. También puede suceder que se cierren las estaciones del tren (como sucedió) y con eso se acaban las series. Una buena práctica en este sentido (desde mi experiencia) ha sido siempre conocer cómo se construyen los datos con los que trabajamos y, en el caso de usar datos ajenos, interactuar con los expertos. En la interacción encontramos la mejor manera de pensar los datos, sus problemas y sus limitaciones, siempre partiendo de la perfectibilidad de los resultados que presentamos.

86

Después de los ingredientes hablé de las recetas. De la influencia del contexto del científico en su manera de analizar los datos, de elegir los modelos a aplicar e incluso de interpretar los resultados. Se podría ir aún más lejos: la influencia del contexto en la elección de los casos a estudiar y de las preguntas de investigación. Uno de los ejemplos metodológicos que tomé, quizás extremo pero presente en una gran parte de los trabajos científicos aunque con frecuencia en forma más sutil, fue el aplicado al análisis de documentos que brindan información cualitativa y que son extremadamente complejos de analizar por la intencionalidad que suelen tener. ¿Cómo puedo confiar, por ejemplo, en los testimonios recogidos en los juicios criminales? Lo que hacemos los historiadores y que hacen muchos otros científicos que estudian el pasado (del clima, de la megafauna, del poblamiento o la deriva de los continentes) es trabajar con indicios, interpretarlos, someterlos a la crítica, cotejarlos y proponer una respuesta provisoria lo más ajustada y justificada posible. Buscar las evidencias más consistentes y las más sólidas. Y saber que toda verdad es provisoria. Finalmente, y para que esto no quede en la mera especulación, les conté algunas historias que transcurrieron entre los siglos 16 y 19, cuando las poblaciones que las protagonizaron no habían transcurrido todavía la transición demográfica. Con ellas hice un contrapunto entre las propuestas malthusiana y boserupiana, y algunas coyunturas que me parecieron particularmente interesantes para la pregunta que orienta este libro. Los primeros ejemplos, aquellos en los que analicé la serie de mortalidad, casi claman por Malthus. Por cierto ya había otros antecedentes de estudios en Europa, en México y en el mismo Potosí que sugerían que había incremento de mortalidad ante las carestías y por ello mostraban un camino a seguir. Sin embargo, había sido precisamente en los Andes que se había discutido la presencia de las crisis de subsistencia hasta comienzos del siglo 19, por la aparente capacidad que había tenido la población de organizarse para

87

paliar sus efectos. En estas páginas vimos cómo el caso Potosí, que fue el origen de dicha hipótesis, puede haber sido demasiado excepcional para ser considerado un modelo para los Andes. Lo que encontramos en el interior rural del sur de Bolivia fue un comportamiento muy clásico malthusiano de incremento de la mortalidad frente a las crisis de subsistencia. El siglo 19, que es mucho más rico en datos y por eso ha sido más estudiado, permite la aplicación de un método interesante para trabajar con poblaciones humanas del pasado, con las cuales no se puede experimentar: la comparación. Aproveché para ello el caso de la epidemia de difteria que asoló el altiplano y se expandió de norte a sur, atravesando (impunemente) las fronteras internacionales. Esta epidemia tenía como ventaja el haber generado una cantidad de información excepcional, en parte por la época en la que se desarrolló, cuando las –novísimas- autoridades sanitarias registraban todo lo que pasaba en su materia. En ese momento (década de 1880) la medicina no había dado los pasos necesarios para curar esa enfermedad y lo único que se podía hacer en forma efectiva era aislar a los enfermos para impedir el contagio. La frontera internacional permitió la aplicación del método comparativo: dada una misma epidemia (difteria), que afectó a una población relativamente homogénea (mayoría de indígenas que vivía en un medio predominantemente rural), en la que se aplicaron los mismos métodos paliativos (lazaretos) aunque de modo distinto, el resultado fue muy diferente según sea el país que analicemos. En el caso boliviano el estado envió a los médicos a trabajar al lugar donde estaba actuando la difteria, en parte impulsados por el ejemplo de los resultados obtenidos en una mina regional (interesada en la supervivencia de sus trabajadores). Los lazaretos fueron de pequeñas dimensiones y estaban localizados donde había enfermos. En el caso jujeño, en cambio, los médicos actuaron desde la ciudad sin haber ido nunca al altiplano donde se estaba desarrollando la epidemia. Cerraron el paso en Purmamarca para evitar

88

el contagio de los habitantes de la ciudad de Jujuy y así construyeron un enorme lazareto que abarcaba toda la Puna y parte de la Quebrada de Humahuaca. Aquí se nos coló Boserup, porque se trató de un análisis que considera medidas que podrían pensarse como parte de lo que ella denominó la “tecnología administrativa”, medidas que afectaron la respuesta de la población frente a una enfermedad que si bien no estuvo directamente relacionada con los recursos alimentarios, el contexto de sequía favoreció su virulencia y dispersión. En el último capítulo hice lo mismo que Ester Boserup: invertí el orden de los factores y no pensé a la población como variable de ajuste sino como aliciente para los cambios. En este caso la presión que ejerció la actividad minera sobre ese medio árido, duro, inhóspito, favoreció la aparición de alternativas que permitieron incrementar la población en una forma nunca antes experimentada. Se buscó y se llevó (en forma más o menos forzada) a trabajadores de los lugares más inesperados, que formaron parte de la población de una ciudad surgida en tiempo récord en medio de un desierto de altura. A esos trabajadores había que alimentarlos y para ello se introdujeron cambios en el transporte y el abasto, y variaciones que permitieran mayores ganancias tanto en la tecnología de tratamiento de los minerales como en el desagüe de las minas. Ciertamente si uno quisiera forzar la presencia de Malthus, podría pensar a los recursos mineros como parte de la oferta local: mientras hubo ganancias, la población pudo crecer; cuando se hicieron escasas, se despobló el territorio. No descartemos tan rápido esta opción, aunque parece una explicación un tanto simplificada. La minería exigió una creatividad particular para poder armar y sostener una ciudad en un medio realmente extremo, alejado de los circuitos comerciales tradicionales y de los lugares clásicos de abasto, en medio de una región muy poco poblada y carente de alimentos salvo las llamas y unos pocos recursos silvestres. Y esta actividad alteró para siempre los patrones de

89

residencia regionales, promoviendo la explotación de minas más pequeñas pero que continúan hasta la actualidad. La minería permite plantear parte de la complejidad que presentan los recursos. La plata siempre estuvo allí pero su explotación a gran escala dependió de que se dieran determinadas circunstancias que la pusieron en valor. Además, aunque era un recurso más, su acceso no era igualitario y su distribución estuvo marcada por las relaciones de poder. La población local conocía métodos de explotación de los minerales, pero en San Antonio (como en muchas otras minas) se aplicaron nuevas tecnologías que requerían capital y un know how del que gozaban unos pocos. Además la población local fue forzada a trabajar para los españoles por su condición de tributaria, o a entregar la plata en forma de tributo. Poca ganancia era la que le quedaba al final.

Malthus y Boserup pueden parecer limitados para los análisis actuales. Sus escritos responden a las preguntas y a los miedos que se estaban planteando en el momento en que ellos estaban pensando sus modelos. A nosotros nos pasa lo mismo: influidos por el presente incorporamos al estudio de las poblaciones del pasado muchos conceptos, variables y preguntas que nos interesan hoy, y con ellos alteramos nuestro conocimiento de épocas remotas. Resulta curioso comprobar, sin embargo, que aunque hoy hacemos análisis más sofisticados, incorporamos tecnología, procesamos muchas variables más que las consideradas por ellos, el fantasma de Malthus (que es quizás el más denostado de los dos) vuelve a aparecer cuando uno menos lo espera.

90

Breve bibliografía comentada Clásicos Vale la pena leer los dos libros clásicos de los protagonistas de esta historia, aunque hay que armarse de paciencia sobre todo en el caso de Malthus por su lenguaje. Los libros son: Malthus, Thomas Robert (1970 [tercera edición]) Primer ensayo sobre la población. Madrid, Alianza Editorial. Boserup, Ester (1967) Las condiciones del desarrollo en la agricultura. La economía del cambio agrario bajo presión demográfica. Madrid, Editorial Tecnos.

Para acercarse un poco a la trastienda de la investigación de estos clásicos, o para quienes no quieren leer su obra directamente, recomiendo: Mathieu, Jon (2010) “Ester Boserup: naturaleza y cultura en los procesos de desarrollo”. Población & Sociedad, 17 (1), pp. 81-93. Robert Dorfman (1989) “Thomas Robert Malthus and David Ricardo”. The Journal of Economic Perspectives Vol. 3 (3), pp. 153-164.

Población y recursos Sobre la discusión de la relación que hay entre población y recursos, el siguiente libro compila una serie de trabajos que me han resultado de enorme utilidad, aunque hay que destacar que su lectura requiere conocimientos sobre el tema. En particular traen a discusión las posiciones de Malthus y de Boserup. Lo mismo ocurre con el artículo que está a continuación:

91

Nuñez, Clara Eugenia (Ed.) (1998) Debates and controversies in economic History. Ed. Ramón Areces, Madrid. Reher, David (1992) “¿Malthus de nuevo? Población y economía en México durante el siglo XVIII”, en: Historia Mexicana, XLI: 4, pp. 615-664, México.

Como ejemplos de los trabajos de Enrique Tandeter sobre Potosí, recomiendo los siguientes textos. En particular el último es un completísimo análisis de la crisis económica y demográfica de comienzos del siglo 19, que ha sido utilizado en numerosas oportunidades como un ejemplo de este tipo de estudios: Tandeter, Enrique y Wachtel, Nathan (1984) Precios y producción agraria. Potosí y Charcas en el siglo XVIII. Buenos Aires, Cuadernos del CEDES. Tandeter, Enrique (1998) "Población y economía en el siglo XVIII andino", en: Cambios demográficos en América Latina: La experiencia de cinco siglos. Pp. 673-679. Córdoba, UNC, IUSSP. Tandeter, Enrique (1991) "Crisis in Upper Peru, 1800-1805” Hispanic American Historical Review, 71 (1), pp. 35-71.

Los estudios sobre el hambre, la población y los recursos son muy numerosos. Los siguientes son de lectura amena, y accesibles para el público general: Montanari, Massimo (1993) El hambre y la abundancia. Historia y cultura de la alimentación en Europa. Barcelona, Crítica. Rotbeg, Robert y Rabb, Theodore (comps.) (1990) El hambre en la historia. España, Siglo XXI.

92

Sobre el pastoreo se ha escrito también mucho, aunque con mayor frecuencia se hizo sobre poblaciones actuales. Aquí les presento una breve selección de trabajos sobre pastores que viven en ambiente de riesgo o en la región de estudio: Browman, David (1987) "Agro-pastoral risk management in the Central Andes", en: Research in Economic Anthropology, 8. Pp. 171-200. Galaty, John y Johnson, Douglas L. (Editors) (1990) The world of pastoralism. Herder Systems in Comparative Perspective. London, The Guilford Press - Belhaven Press. Nielsen, Axel (2009) “Pastoralism and the Non-Pastoral World in the Late Precolumbian History of the Southern Andes (AD 1000-1535)”, Nomadic Peoples, 13, Issue 2, pp. 1735. Platt, Tristan (1987) “Calendarios tributarios e intervención mercantil. La articulación estacional de los ayllus de Lípez con el mercado minero potosino” en: Harris, Larson, Tandeter (comps.) La participación andina en los Mercados Surandinos. Estrategias y reproducción social. Siglos XVI al XX. La Paz, CERES. Pp. 471-557.

Estudios sobre mortalidad y métodos de análisis: Bernabeu Mestre, Joseph (1993) “Expresiones diagnósticas y causas de muerte. Algunas reflexiones sobre su utilización en el análisis demográfico de la mortalidad”, en: Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, España, XI, 3. Número Monográfico. Pérez Moreda, Vicente (1988) “Respuestas demográficas ante la coyuntura económica en la España rural del antiguo régimen” en: Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, VI, 3. Dupâquier, Jacques (1975) "L’analyse statistique des crises de mortalite". Hubert Charbonneau, Andre Larose (eds.). The great mortalities: methodological studies of demographic crises in the past. Bélgica, IUSSP.

93

Dupâquier propuso un indicador que resulta de gran utilidad para los análisis de jurisdicciones que no cuentan con los totales de población, que son los datos que permitirían trabajar con tasas de mortalidad. Este índice, en cambio, se calcula utilizando únicamente las defunciones, y se basa en la comparación de la mortalidad en un año dado con la "mortalidad normal", que se define como la mortalidad promedio de los diez años anteriores al que se desea comparar. La fórmula final de Dupâquier es: I= (D-M)/s; donde I es la intensidad de la mortalidad, D son las defunciones del año analizado, M la mortalidad media del período y s la desviación estándar del mismo período. La escala del índice es la siguiente: Magnitud 1, intensidad entre 1 y 2, equivale a una crisis menor; magnitud 2, intensidad entre más de 2 y menos de 4 o crisis media; magnitud 3, intensidad entre 4 y 8, crisis fuertes; magnitud 4 o crisis mayor, intensidad entre 8 y 16; magnitud 5 o super crisis, intensidad mayor que 16 y menor que 32 y la magnitud 6 para la intensidad superior a 32 que indica catástrofes.

Clima Los estudios sobre clima y población son también numerosos, aunque la mayoría se hicieron sobre casos europeos. Aquí una breve selección de ejemplos sudamericanos: Lausent-Herrera, Isabelle (1994) "Impacto de las sequías en las comunidades del alto valle de Chancay: 1940-1973". En: Bulletin de l’Institut Francais d’Etudes Andines, 23 (1). Pp. 151-170. Gil Montero, Raquel and Villalba, Ricardo (2005) "Tree rings as a surrogate for economic stress- an example from the Puna of Jujuy, Argentina in the 19th century". Dendrochronologia 22, Elsevier, pp. 141-147.

Estudios sobre clima de la región: 94

Morales, M. S., Christie, D. A., Villalba, R., Argollo, J., Pacajes, J., Silva, J. S., Alvarez, C. A., Llancabure, J. C., and Soliz Gamboa, C. C. (2012) “Precipitation changes in the South American Altiplano since 1300AD reconstructed by tree-rings”. Climate of the Past, 8, pp. 653–666 Villalba R., Grau H. R., Bonisegna J. A., Jacoby G. C., y Ripalta A. (1998) "Climatic variations in subtropical South America inferred from upper-elevation tree-ring records". International Journal of Climatology, 18, pp. 1463-1478. Vuille, M. (1990) "Atmospheric circulation over the Bolivian Altiplano during dry and wet periods and extreme phases of the Southern Oscillation". En: International Journal of Climatology , 19, pp. 1579-1600. Carilla J, Grau HR, Paolini L, Morales MS. (2013) Lake fluctuations, plant productivity, and long-term variability in high-elevation tropical andean ecosystems. Arctic, Antarctic, and Alpine Research, 45(2), pp. 179–189.

Varios Finalmente hice una selección de textos en los que me inspiré para estudiar los temas desplegados en el libro, y que considero interesantes: a) Un libro maravilloso, escrito a fines del siglo 16 por un religioso de mirada etnográfica. Altamente recomendado para quienes son buenos observadores de la relación población y ambiente. Acosta, José (2006) Historia natural y moral de las Indias. México, Fondo de Cultura Económica [1590]. b) El siguiente es un libro ambientado en el momento de oro de Potosí. Para quienes deseen conocer su historia, este libro es muy completo y trata un período que, a pesar de ser muy importante, es el menos conocido por los no especialistas. 95

Bakewell, Peter (1984) Miners of the red mountain. Indian labour in Potosí, 1545-1650. Albuquerque, University of New Mexico Press. c) Ginzburg me inspiró en la forma de leer los documentos. Un texto no solamente maravilloso, sino fácil de leer para cualquiera, a pesar de su complejidad. Ginzburg, Carlo (1983) “Señales, raíces de un paradigma indiciario”, en: Aldo Gargani (comp.): Crisis de la razón. Nuevos modelos en la relación entre saber y actividad humana, México, Siglo XXI, pp. 55-99. d) El libro siguiente sintetiza una parte de una obra monumental que desarrolló un equipo liderado por John TePaske, que armó varias bases con los datos de todos los ingresos y egresos de la Corona de España en sus colonias americanas (si, leyeron bien: todos). Si alguien quiere acercarse a los números de las finanzas coloniales, y sobre todo si quiere poner en perspectiva cualquiera de las cajas reales, este libro le brinda una información cuidadosamente analizada y recogida. Klein, Herbert (1994) Las finanzas americanas del imperio español, 1680-1809. México, Instituto de investigaciones José María Luis Mora, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. e) Quienes deseen conocer algunos datos sobre la altura del hombre como indicador económico pueden consultar: Peter Kirby (1995) “Causes of short stature among coal mining children, 1823-1850”, Economic History Review, XLVIII, 4, pp. 687-699. f) Un trabajo que tiene ya muchos años, pero que es interesante justamente porque insta a tener en cuenta el clima en los estudios históricos, es el que menciono en este punto. Su autor reclamaba que hubiese desaparecido de la conciencia histórica el peso que tuvieron las grandes carestías en la toma de decisión política.

96

Post, John D. (1970) “The Economic Crisis of 1816-1817 and Its Social and Political Consequences”. The Journal of Economic History, Vol. 30 (1), pp. 248-250. g) Finalmente a continuación detallo la bibliografía citada de donde extraje datos varios, que no está incluida en los puntos anteriores: Claudio López, Aníbal Manzur, Jorge Gonnet, Javier Salinas (2011) Experiencia de comonitoreo ciudadano: acuerdo entre compañía minera cerro colorado y la comunidad aymara de Cancosa, región de Tarapacá, Chile. Inédito. Biraben, J. N. (1979) “Essai sur l’évolution du nombre des hommes”, Population 34, pp. 13-25. Carrizo, A. 1937. Cancionero Popular de Tucumán, Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán.

97

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.