\"El exilio, la campaña libertadora y la fraternidad racial en Episodios de la Guerra de Raimundo Cabrera\"

May 19, 2017 | Autor: Jorge Camacho | Categoría: Cuban Studies, José Martí, Afro Cuban History, Cuban War of Independence
Share Embed


Descripción

South Atlantic Review

34

Volume 77

Journal of the South Atlantic Modern Language Association

El exilio, la campaña libertadora y la fraternidad racial en Episodios de la Guerra de Raimundo Cabrera Jorge Camacho

University of South Carolina—Columbia Dijeron entre otras cosas que ‘ellos, los que habían sido esclavos, eran los únicos que habían ganado con la revolución; que la mucha sangre y lágrimas que había costado a los hombres que, no estando acostumbrados a la guerra, se lanzaron a ella generosamente, sólo había servido para conquistar la libertad de los negros, que no era posible que hombres que se reúnen para progresar, quedaran sordos y ciegos en el momento en que todo se mueve para continuar la tarea interrumpida’. Y dan su cuota desde aquel día, puntuales y contentos (OC, V 325). —José Martí, Patria

Al morir José Martí en 1895, quedó en los Estados Unidos una

importante comunidad de exiliados dispersa en diferentes ciudades de la Unión que leía con ansiedad las noticias de lo que estaba sucediendo en Cuba. En este contexto, y al estallar la guerra de 1895, Raimundo Cabrera, uno de los intelectuales cubanos más importantes de su época, padre de la famosa etnógrafa cubana Lydia Cabrera, comenzó a publicar Episodios de la guerra en la revista Cuba y América, que editaba en los Estados Unidos. Tres años después, en 1898, el año en que Estados Unidos interviene en la contienda, Cabrera publica esta historia en forma de novela. En esta ocasión lleva el prólogo de otro escritor cubano, residente también en este país, Nicolás Heredia, y quien habla de la historia de Cuba y de la novela histórica tan popular en aquellos tiempos. De modo que era de esperarse que el lector que estaba pendiente de los acontecimientos que se sucedían en la Isla tuviera delante un texto que reclamaba autenticidad y verdad historiográfica y que, al mismo tiempo, ayudara a comprender la situación política de Cuba desde el punto de vista de los independentistas. La narración, por tanto, recurrirá a tópicos recurrentes en la narrativa decimonónica, por ejemplo, los conflictos familiares y políticos, el romance entre

78

Jorge Camacho

el protagonista y una criolla e historias de valentía que seguramente encontraban eco en la comunidad de exiliados. En lo que sigue, por tanto, analizaré algunos de estos nudos productores de sentido, para demostrar cómo éstos retoman discursos ya cimentados en la “comunidad imaginada,” al decir de Benedict Anderson en su libro clásico sobre el surgimiento del nacionalismo en Hispanoamérica (6); una comunidad construida sobre la circulación de periódicos, como Patria, editado por Martí, novelas como las de Cabrera, y argumentos políticos que van fomentando en los exiliados cubanos un sentimiento nacional. Entre estos discursos me interesa resaltar el de la fraternidad racial, la alianza que se crea entre los antiguos amos blancos y sus esclavos, el de la rebeldía del hijo frente al padre español, y la pareja de amantes que representan la nueva patria, que como ha visto Doris Sommer al analizar novelas decimonónicas como María, Sab o Cecilia Valdés, crean un tipo de “foundational romances” (23 romances fundacionales), para sedimentar también el nacionalismo. Incluso, referencias a la literatura clásica griega se combinan para mostrarnos un ideal de virtud y hombres valerosos que defienden su patria contra los españoles. En otras palabras, me interesa demostrar cómo Episodios . . . se presenta como un testimonio del conflicto bélico que se desarrolla en Cuba en ese momento, cuando realmente es una ficción con el objetivo de instruir al público sobre los derechos de los cubanos y delimitar responsabilidades para el futuro. La narración de Cabrera toma como personaje principal a Ricardo Buenamar, apellido que parece una combinación de “bueno” y “amar,” un joven blanco que después de luchar en la Isla en el momento inicial de la revolución de 1895 regresa a los Estados Unidos para contar en forma de diario lo que le aconteció en Cuba. Según el narrador, Ricardo sale a escondidas de la casa del padre con dos ayudantes, entre ellos “un valiente mulato empleado en la finca en el cuidado del ganado” (8), con el objetivo de alistarse en el ejército independentista. Primero le quita a un bodeguero su vieja escopeta en nombre de la Revolución y, más tarde, se enfrenta a dos parejas de guardias civiles. Los guardias estaban tomando y divirtiéndose en una fonda de pueblo, y los cubanos que necesitaban apoderase de sus caballos y sus rifles, entran y los hacen prisioneros. Después del altercado, Ricardo muestra su bondad diciéndoles a los españoles que ellos pueden matarlos, pero que “la República de Cuba no quiere derramar sangre inútil . . . aunque nosotros no esperemos de los españoles más que la muerte” (14).

South Atlantic Review

79

Hasta aquí, pues, el personaje principal encarna los elementos que distinguen al héroe revolucionario: abandona su hogar y al padre español para alistarse con el ejército mambí, como se les llamaban a los insurrectos, paga las mercancías que toma y, finalmente se muestra compasivo con sus enemigos, a pesar de que, como dice, los españoles no lo serían con ellos. Ricardo y sus hombres salen del lugar, y un tiempo después uno de ellos le trae un periódico donde se cuenta la escena. Lo interesante de este episodio, sin embargo, es la re-escritura que se hace del evento. El periódico cuenta que por aquellos lugares se había levantado una “partida insurrecta perfectamente armada,” que las dos parejas de guardias civiles habían sido sorprendidas y atacadas, y no “pudiendo resistir al mayor número se retiraron” y se parapetaron detrás de la Bodega, donde “después de heroica resistencia y para evitar el incendio del edificio que amenazaban llevar a cabo los rebeldes, se rindieron y entregaron las armas.” Termina la nota diciendo que “el enemigo tuvo varios heridos que llevó consigo” (16). Tal noticia no podía causar más sorpresa en el grupo de insurrectos y muestra uno de los mecanismos más importantes en la literatura del periodo: la disputa por los hechos reales, y las acusaciones de ambos bandos de que se alteraban las cifras de muertos y heridos. El mejor ejemplo en los Estados Unidos de la problematicidad que implicaba la facturación de las noticia eran los reportajes de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, quienes, a través de una óptica parcializada con los intereses del gobierno norteamericano, manipulaban las historias y crearon lo que se conoce como “the yellow press” (Kobre 279–294). George Bronson Rea, un reportero para El Nuevo Herald, quien incluso llegó a convivir en la manigua con Máximo Gómez, se quejaba de las inconsistencias en estas noticias y la forma en que eran abordadas en la prensa norteamericana. A su regreso de Cuba, Rea publicó un libro muy crítico de los insurgentes, titulado Facts and Fakes about Cuba (1897), donde afirmaba que “las grandes fábricas de ‘noticias de la guerra’ establecidas en la Florida, bajo la dirección de cubanos, rivalizaban con el celebérrimo Barón de Munchausen en la fertilidad y absurdidad de sus invenciones” (26. Traducción nuestra). No por casualidad, un año después, ese mismo libro apareció traducido al español en Madrid bajo el título Entre los rebeldes, la verdad de guerra; Revelaciones de un periodista yankée (1898), traducida de forma anónima, y donde se destaca las supuestas tergiversaciones de la prensa norteamericana en relación a su cobertura de la guerra de Cuba. Esta disparidad nos da

80

Jorge Camacho

una idea del contexto en que se inserta esta narración y la intensa pelea entre ambos bandos por mostrar que el otro miente o para ganar el visto bueno de la opinión pública. En la novela, según Ricardo Buenamar, el hecho de que la prensa española creara una historia falsa sobre la experiencia que él mismo había vivido, mostraba el poco respeto que se merecían los españoles y la necesidad que tenían los lectores de no darle crédito a lo que dijeran. Dice Ricardo: “¡Así inventan sus victorias los españoles! ¡Así contarán muy pronto su final derrota y podremos los cubanos reír de sus leyendas en el regazo feliz de la patria redimida . . . !” (16). Tal era la desconfianza que se tenían unos y otros que cuando el gobierno español anunció la muerte de José Martí en el campo de batalla, los cubanos del exilio no lo querían creer, y tuvieron que pasar varios días para que aceptaran la noticia como cierta. He de resaltar, además, que el conflicto que se desarrolla al inicio entre el padre español y el hijo criollo es típico de las guerras independentistas de principios del siglo XIX. Aparece en el drama argentino Tupac Amaru (1819), y se repetiría en la vida de varios próceres como el propio José Martí, quien era, como sabemos, hijo de españoles. No en balde, tanto en el prólogo de la novela como en el primer capítulo, aparece la figura de Martí como un modelo de héroe, ya que en las palabras de Nicolás Heredia, Martí había sido el héroe “inmortal” que hizo posible la revolución (ix). Nicolás Heredia (1855–1901), uno de los escritores cubanos más reconocidos, se había exiliado en los Estados Unidos tras el comienzo de la guerra de 1895, y colaboró asiduamente en el periódico Patria. En una de las conversaciones más tensas que tienen Ricardo Buenamar y su padre, éste último le enseña el periódico donde aparece la noticia de la muerte del líder cubano. El padre afirma que todos los revolucionarios debían correr la misma suerte, pero el hijo le responde molesto que Martí era un “héroe y un mártir” (7). Esta respuesta del hijo expondrá claramente las diferencias entre uno y otro, que reaparecerá en otra parte de la novela y, sobre todo, dejará claro sus lealtades patrióticas. El hijo, al igual que Martí, tiene un padre español, pero por haber nacido en la Isla siente que su fidelidad se debe a su tierra natal. Episodios de la guerra es, además, un texto donde Cabrera aprovecha para poner en boca de sus personajes acusaciones directas en contra de los maltratos y las injusticias que sufrieron los cubanos bajo el gobierno colonial, algo que ya había hecho en Cuba y sus jueces, uno de los alegatos más duros contra la dominación española en Cuba. Una de estas

South Atlantic Review

81

denuncias viene en boca de Lorenzo, otro de la partida de tres hombres en Villa Clara. Lorenzo cuenta su historia de amor y traición, que le había llevado a la cárcel y a perder a su novia. Un español era el culpable y, por eso, ahora no pensaba en otra cosa que en vengarse. “Al concluir su relación,” dice el narrador, “los ojos humedecidos del guajiro lanzaban chispas de rabia” (24). Estas historias de amor frustrado y fidelidades dispares servirán, por tanto, de trasfondo para entender la imposibilidad de reconciliación entre los dos bandos y alimentará lo que llamo una “narrativa de la venganza,” donde lo que predomina irónicamente no es el sentimiento patriótico sino saldar una ofensa personal hecha contra un criollo, un negro o un indígena por un español. Su origen hay que buscarlo en los conceptos de “honor” y “caballerosidad” españoles, que todavía a finales del siglo XIX tenían un gran peso en Cuba. Asimismo, destaca en esta narración el lugar que ocupa otro de los del grupo de insurrectos que se alzaron con Ricardo. Me refiero a Bruno, el mozo que habían encontrado en la Bodega, y sobre quien durante toda la narración, Ricardo se refiere como el “más inteligente y resuelto de mis subalternos” (40). Bruno, en un momento de confidencia, cuenta también su historia, y es entonces que el lector se percata que no era ni labriego ni mozo de Bodega, sino un médico, sorprendido por el grupo de Ricardo Buenamar en su primera salida mientras se hallaba en aquel pueblo conspirando contra el gobierno (40). Debo señalar aquí que ambos, Bruno y Ricardo, son jóvenes blancos con fortuna, que lo dejan todo para irse a la guerra. Ricardo había crecido en un ambiente de bienestar económico, “educado en una vida muelle y confortable cimentada en la posesión del rico patrimonio que estaba llamado a heredar” (17). Por esa razón, su participación en la contienda debía verse como un doble sacrificio, dejar el patrimonio que iba a heredar y enfrentar “las vicisitudes y durezas del soldado” (17). En la historia de la independencia de Cuba abundan los casos de antiguos propietarios que lo dejaron todo para unirse a la causa libertadora. Entre ellos los más conocidos son el de Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía y Carlos Manuel de Céspedes, el llamado “Padre de la Patria.” Céspedes, después de darles la libertad a sus esclavos, se lanzó a la manigua en 1868 y, por esta acción, Martí calificaba su participación en la guerra como “generosa” (OC V 325). Al igual que Ricardo, Bruno había estudiado medicina en la Universidad de La Habana y, más tarde, había tenido la oportunidad de ir a los Estados Unidos. Allí dice “tuve el honor de cultivar la amistad de José Martí, de

82

Jorge Camacho

admirarle y amarle” (41). Según Bruno, en acuerdo con Martí, él había regresado a Cuba para organizar el levantamiento el 24 de febrero, pero fue sorprendido por las autoridades españolas. El hecho, por tanto, de que Bruno sea médico es importante ya que Carlos Loveira, en Generales y doctores (1920), mostró justamente el protagonismo de los galenos cubanos en la guerra de 1895. Fueron ellos quienes más tarde tomaron las principales posiciones políticas en la República. El personaje principal que le sirve a Loveira de hilo a la narración es Cañizo, un médico insurrecto que se pasó toda la guerra en un hospital de la manigua, sin hacer nada, seduciendo a las “guajiritas” del lugar y, después de la guerra, obtuvo los grados de coronel. El personaje del doctor en la novela de Cabrera, no obstante, es muy distinto del que describe Loveira en la suya.1 Bruno, para suerte de la banda, que ya eran unos 80 y requerían urgentemente de armas y municiones, había ocultado unas 50 escopetas en un armario de la sacristía del templo. Tuvo que dejarlas allí, luego que su criado le avisara que el ejército había tomado preso a todos los conjurados. En ese momento, dice Bruno, llaman a la puerta y, dándose cuenta que era el ejército que venía a arrestarlo, le dice al sirviente mulato: ---“¿Tienes resolución para ayudarme a huir?” Le pregunté a mi sirviente. ---“Estoy dispuesto a morir por Vd,” me contestó. (43) Entonces, según Bruno, le dio un revolver al mulato, se lanzó sobre su caballo, y se fue del lugar entre un mar de balas. Continúa diciendo: Di orden al mulato que abriese de súbito y de par en par la puerta del corral que daba al campo. Si ves que me atacan, le ordené, haz lo que puedas por salvarme. Cumplió aquel amigo leal todas mis órdenes y al abrir la puerta, espoleé a mi potro y me lancé al campo . . . Sin duda mi mulato había cumplido su deber sosteniendo una lucha imposible con mis perseguidores. (44) El mulato era un antiguo esclavo de Bruno y en la narración éste lo describe como un “amigo leal” que había cumplido con su deber. La fraternidad entre las razas, morir juntos en la manigua, fue otro de los discursos que Martí apoyó en su campaña libertadora y los lectores que leyeran este texto seguramente no podían desconocer su prédica, ni los artículos que escribió sobre los negros y blancos en su periódico Patria. En uno de sus artículos, “Los cubanos de Jamaica y los revolucionarios de Haití” (1894), Martí decía que no podía haber una “guerra de razas”

South Atlantic Review

83

en Cuba porque en la lucha se hermanaron ambos grupos étnicos: “El sargento Oliva cargó al teniente Crespo a sus espaldas. El Marqués de Santa Lucía enterró al negro Quesada junto a su hija” (OC, III 103). Martí enfoca, pues, su prédica desde una óptica humanista (la necesidad de acabar con el racismo imperante en la colonia) y una fraternal (el imperativo de unirse ambas razas para vencer al ejército español). Sin embargo, en el pasaje en que se describe en acción esta “fraternidad,” el mulato no tiene otra opción que cumplir las “órdenes” de su antiguo amo, y hace bien cuando pelea, él solo, contra todos los españoles que vienen a buscarlo. En ese momento, nada más se dice del destino que siguió el antiguo criado, pero una vez que Ricardo, Bruno y su gente logran entrar al pueblo para rescatar las armas que estaban escondidas en la sacristía del templo, los soldados del pueblo huyen y dejan abandonado al antiguo esclavo en una de las celdas del calabozo. Era “el criado del Dr. Bruno . . . estaba allí reponiéndose de la herida que recibió en el costado al proteger al Doctor y esperando las resultas de un Consejo de Guerra” (45). Nuevamente, la narración pasa de describirlo como un amigo fiel para reducirlo a un criado o un sirviente, lo que indica que una cosa era igual que la otra; el Dr. Bruno, salvándolo del Consejo de Guerra, pagaba de esta forma lo que en un origen el “amigo leal” había hecho por él. Debo agregar que ya en 1895 hacía casi diez años que se había abolido la esclavitud en Cuba, después que en 1886 una delegación del Partido Autonomista, compuesta por Alberto Ortiz, Rafael Montoro, Rafael Fernández de Castro, Julio Vizcorrondo, Miguel Figueroa, Bernardo Portuondo y Rafael María de Labra, logró introducir una enmienda a la ley presupuestaria en las Cortes que finalmente dio al traste con este sistema. Sin embargo, Bruno y el narrador de la novela lo llaman “mi mulato,” “mi criado” (43) y según da a entender el narrador, esta situación no cambia durante la contienda, al extremo que el mulato era capaz de morir por él. Nunca se nos dice el nombre de este criado, ni sus inclinaciones políticas. Solamente que era uno de los conspiradores. En realidad el lector nunca entiende si el mulato fue a la guerra por patriotismo o por lealtad a su antiguo amo. De todos modos, sí queda claro que esta narración reproduce a un nivel textual las relaciones que tuvieron negros y mulatos en la guerra, la misma asociación que había existido en la colonia antes de la abolición de la esclavitud. El blanco culto es quien dirige, planea y lleva a cabo las acciones, mientras que el

84

Jorge Camacho

negro/mulato mantiene un papel de subalterno, recibiendo órdenes de su antiguo señor. El asalto a la sacristía y el triunfo sobre los soldados españoles que se defendían dentro del templo reitera, además, otro punto que se repite en la obra: los delatores y los enemigos siempre pierden. Primero fue aquel voluntario que le quitó la mujer al guajiro Lorenzo, ya que poco después Lorenzo se desquita y lo mata. En el caso del voluntario que delató a Bruno, la historia se repite. Una vez que los soldados se rinden en el templo, Bruno los toma prisionero y le pregunta a Ricardo que debían hacer con ellos, perdonarlos o matarlos. “Perdonarlos” respondió Ricardo Buenamar, a lo que contestó Bruno con una sola objeción: el traidor debe morir. Las razones las da el propio Ricardo cuando en medio de la plaza reúne a los prisioneros y les concede la libertad: Entre esos prisioneros hay treinta y ocho españoles que con más o menos razón han servido a su bandera y su nación: la República cubana no necesita de su sangre y los perdona . . . Pero entre esos prisioneros hay un cubano, un hombre nacido en Cuba que poseyó los secretos de la Revolución, los vendió al tirano y entregó a los conjurados a su persecución: decidme, ¿Qué pena merece el traidor? --- ¡La muerte! gritaron a una voz los insurrectos y el populacho. --- Pues que sufra la muerte, agregué; que sea ahorcado y que un cartel a su cuello diga a todos esta vergonzosa leyenda: “POR TRAIDOR” (51. Mayúsculas en el original) Estas palabras y la aprobación del público sellaron la suerte del voluntario, a quien dejaron colgando con un cartel en el cuello para terror de todos los que lo veían. Como indica Aline Helg en Our Rightful Share, “military justice was merciless towards traitor, robbers and rapists” (67 la justifica militar no tenía compasión con los traidores, los ladrones y violadores). El objetivo, dice, era mantener la disciplina, y el apoyo popular, pero también, en el caso de los negros, combatir las acusaciones hechas por los españoles de que los insurrectos eran negros bandidos y violadores (67). Esta narración no es la única que habla de un doble rasero cuando se trataba de los prisioneros y/o colaboradores de España en la guerra. En Mi diario de la guerra de Bernabé Boza, quien fue el Jefe del Estado Mayor de Máximo Gómez, se dice que el generalísimo trataba con mayor severidad a los cubanos que se habían pasado al bando contrario que a los mismos soldados españoles. En una ocasión, cuenta el mismo Bernabé Boza, Gómez hizo quemar la casa de la familia de un cubano sólo porque estaba ubicada dentro de los predios de un fuerte español (51–52). A juzgar por esta narración y la misma circular de Gómez y Martí en la guerra, cualquier cubano

South Atlantic Review

85

que fuera acusado de espía o colaborador del ejército peninsular terminaba colgado.2 No obstante, en Episodios de la guerra, Ricardo cuenta una historia que puede leerse como la “conversión” del cubano traidor en un fiel patriota, mostrando, por un lado, la parte pragmática de los libertadores y, por otro, la capacidad de “regenerar” a quienes habían escogido servir a España. La historia de esta regeneración es la que cuenta Ricardo en el capítulo XIII, titulado simplemente “Francisco.” Este hombre, como dice el narrador, no había tenido una hoja “limpia” antes de incorporarse al ejército libertador. Era negro, “tenía un pobre celebro, presuntuoso y simple” y había pertenecido al Cuerpo de Bomberos y al de los voluntarios de la ciudad (173). Había recibido numerosas condecoraciones sin darse cuenta que “combatía bajo el pabellón de sus déspotas la causa redentora de sus hermanos de todos los colores . . .” (173 Puntos suspensivos en el original). No obstante, según el narrador, Francisco sufrió por ser negro en el mismo ejército peninsular. No recibió el ascenso que merecía por su valor y no servía más que de “carne de cañón” en las peleas (173). Un día fue golpeado por su superior, un mulato a quien Francisco acuchilló antes de que fuera internado en el calabozo y baleado después. Gravemente herido y maltrecho, las tropas de Ricardo lo hallaron en el monte, y como afirma el narrador, a pesar de los llamados de sus soldados que decían que Francisco debía ser ahorcado por servir a los españoles, él entendió que “aquella masa que guardaba un pobre intelecto presuntuoso y simple, podía ser a mi lado auxiliar valioso” (175). El diálogo que reproduce el narrador vuelve a retrotraer el discurso a las categorías que se usaban durante la colonia, incluyendo la relación amo y esclavo. Una vez que Ricardo le dice que debe ahorcarlo por haber servido bajo las órdenes del ejército peninsular, el negro le responde: ---“Si el niño no me ahorca . . . yo le serviré bien contra los españoles.” ---“No me digas más niño,” le dije, “mi Coronel que es mi grado.” ---“Está bien, niño Coronel”; respondió imperturbable, manteniendo aquel dictado al que su educación de siervo le había habituado, pues había sido esclavo en su niñez. (175) Esta cita por si sola revela la forma clásica de tipificar al negro a través del uso de la lengua y su sicología. Muestra que, a pesar de ser libre, seguía produciendo los mismos patrones lingüísticos y afectivos que aprendieron en la niñez. A partir de este momento, Francisco fue una ayuda imprescindible en la guerra. Su fuerza hercúlea salvó a la tropa de innumerables circunstancias, y como dice el narrador, si bien otro de sus hombres, Gonzalo, era una

86

Jorge Camacho

especie de Artagnan en la novela de Dumas, Los tres mosqueteros, Francisco era ‘Porthos”, el hombrote capaz de desmenuzar en un instante a cualquiera de sus enemigos (176). Esta coincidencia entre la obra de Dumas y la novela de Cabrera se explica posiblemente por la necesidad de tematizar la historia de una forma que llegara a todo el público. Nicolás Heredia en el prólogo de la novela decía que la Historia recogía sucesos “aparentes” que constituían: los grades desenlaces de la historia político social. A su turno, la novela toma de su cuenta los detalles omitidos en el cuadro aparatoso de la Historia. Quizás por esta circunstancia el pueblo aprende más en la obra imaginada que en la técnica. Dumas (padre) será siempre más popular que Michelet. (vi) Hay que recalcar, sin embargo, en que a Francisco, al igual que otros personajes de esta novela, lo que lo impulsa es la venganza no “la defensa de la patria” (24). “De mi persona,” dice el narrador, “Francisco fue el guardián más celoso y fiel” (177). Ricardo al igual que el Dr. Bruno había encontrado a su esclavo. No es extraño, entonces, que el mismo nombre de Francisco remita a dos personajes famosos dentro de la literatura antiesclavista cubana, ambos esclavos, y que los soldados negros sean descritos en esta novela como sirvientes del “niño” blanco y como fuerza bruta donde se apoyaba la revolución. Aline Helg en Our Rightful Share, constata esta realidad durante la guerra: “some whites went off to the war accompanied by their personal servants. Eduardo Rosell who owns an ingenio in Pinar del Río, had at his service el “negrito Alfonso,” a childhood friend and family domestic” (68 algunos blancos fueron a la guerra acompañados de sus sirvientes personales. Eduardo Rosell que era el dueño de un ingenio de Pinar del Río, tenía a su servicio el ‘negrito Alfonso’ un amigo de la infancia y empleado de la familia). En la novela, incluso, esta función aparece en las fotografías del libro donde solamente aparecen negros a pie delante de soldados blancos que van a caballo. El único soldado de color a quien se le rinde tributo es Antonio Maceo, un mulato, como dice, “con formas griegas” (60). Martí, por otro lado, en sus crónicas en Patria muestra una imagen similar de lealtad del negro al blanco, de su fortaleza en el combate e incluso en su disposición de pelear contra los otros negros, si alguno de ellos se atreviera a levantarse en armas contra los blancos. Para Martí, los negros eran nada menos que los guardianes de los blancos, porque como indica en el fragmento que citamos al inicio de este ensayo, ellos habían sido “los únicos que habían ganado con la revolución” (OC V 325). Nuevamente, a Martí le interesa procurarse el apoyo de todos los afrocubanos y, al mismo tiempo, asegurarle a los blancos que no habría una guerra de razas. Aun así, es una falacia afirmar que los negros

South Atlantic Review

87

les debían la libertad a los cubanos cuando mucho antes de que estallara la revolución, se habían alzado contra el gobierno español y el régimen esclavista. En el caso de Francisco, además, como sucede con el guajiro Lorenzo, no hay una ideología que lo guíe. Su motivación principal es la ofensa recibida y la venganza. Fue discriminado, golpeado y dejado por muerto por sus propios compañeros que servían bajo el ejército español. No obstante, Francisco salva varias veces al narrador en situaciones de peligro, y es quien se queda solo, como el mulato de Bruno, enfrentándose con los españoles. Su única razón para pasarse al lado de los revolucionarios fue que no lo mataran y su “único anhelo” era encontrar el batallón donde antes servía para matar a su antiguo jefe (178). Un día, finalmente, Francisco logra dar con él y tras un intercambio, logra asestarle un machetazo que lo divide a la mitad. Poco después de lograr este cometido muere de forma misteriosa supuestamente a manos de otra guerrilla española (180). De esta forma se cierra la narración de Francisco, del que aparece una pintura en el libro, la única y posiblemente la primera de un negro mambí en Cuba, donde la mayoría de los alzados eran descendientes de africanos. Si al inicio de su narración los mambises los habían encontrado casi sin vida, y renace para ayudar a los blancos, al final termina muerto. La ilustración que aparece en el libro lo recoge tendido a lo largo, rodeado del paisaje insular.

Muerte de Francisco

88

Jorge Camacho

En todos los casos, Episodios de la guerra, articula una narrativa de la alianza que tiene mucho de interés personal. La fraternidad entre negros y blancos se manifiesta a través de la conexión que existía entre los antiguos amos y sus esclavos o a través del desquite o la ofensa de honor que tiene que ser reparada, como en el caso de Francisco. La historia de la esclavitud, que dividía ambas razas, se borra y en su lugar se privilegia una narrativa de la fraternidad que incluye la lealtad, el perdón y el pragmatismo de los libertadores. En ninguna de las historias que cuenta la novela, los negros o mulatos terminan uniéndose al ejército español. Tampoco, ninguno muestra rencor por el antiguo pasado esclavista de estos amos blancos, y ninguno es víctima del racismo a manos de los independentistas. En realidad, se sucedieron casos de racismo en el mismo ejército rebelde y Antonio Maceo, Quintín Bandera y otros fueron el blanco de algunos de ellos (Helg 69–70). George Reno, otro corresponsal de guerra que escribió varias reseñas de los líderes rebeldes, decía que era inconcebible que aun después de la guerra se dijera que Máximo Gómez era descendiente de africano. Esto dicho, según él, por “un hombre supuestamente bien informado, que se movía en círculos literarios y uno de los propietarios de una publicación de esta ciudad [New York] que había publicado mucho sobre Cuba y los cubanos” (168). En su artículo sobre Gómez, Reno cita el comentario verbatim: “Bueno, él nació en Santo Domingo, de todas formas, no? Allí todos son negros [niggers]” (168). La anécdota es suficiente, por tanto, para explicar el ambiente cargado de racismo de finales del siglo XIX en los Estados Unidos, aunque como he dicho, en Episodios de la guerra no aparece este conflicto y lo que se subraya es la hermandad entre las razas, un tipo de discurso que crearon Martí y otros independentistas a través de su prédica libertadora. No podía ser de otro modo cuando aún los cubanos estaban en guerra y necesitaban estar unidos para conquistar la República.3 Por eso se entiende que en la novela de Cabrera, ninguno de los dos personajes negros luche por “la Patria” o afirme verbalmente que desea liberar a Cuba. Su agenda personal se reduce a la lealtad al amo (“estoy dispuesto a morir por Vd”) y el rencor que les tenían a los voluntarios al servicio de los españoles que eran de su misma raza. En efecto, en Cuba existieron batallones de pardos y morenos que defendieron los intereses de España durante la colonia.4 Para ambos casos la novela deja claro que su lugar era junto con los insurrectos, con los criollos, quienes eran capaces de perdonarlos y mostrarles el verdadero camino. De esta forma, los insurrectos que

South Atlantic Review

89

siempre estaban necesitados de ayuda, dejaban la puerta abierta para que otros negros y blancos que necesitaran saldar alguna cuenta personal también se les unieran. Esta narrativa de la venganza se hace extensiva no sólo a los guajiros, negros y blancos en la novela, sino también a los indígenas, una etnia que gran parte de la historia cubana daba por exterminada pero que resurge en esta narración. Según el narrador de Episodios de la guerra, los indígenas se habían levantado en armas contra los españoles porque llevaban en la sangre “el legado de odio y el deseo de venganza de sus progenitores” (183). De modo que los indígenas cubanos, los que entonces se daban por exterminados en Cuba, reaparecen para hacerle pagar a España sus antiguos pecados. Curiosamente, los indígenas que quedaban en Cuba en aquella época sentían más lealtad a los españoles que a los independentistas, y lucharon en un inicio contra las tropas de Maceo y sólo más tarde se unieron a los cubanos. José Barreiro en “Beyond the Myth of Extinction: The Hatuey Regiment” explica que “ignored by most researchers and written out of Cuban national histories throughout the twentieth century, it is nevertheless a fact that Cuban Indians fought first for the Spanish army and then for the insurrection during the Cuban War of Independence of 1895.” (Ignorados por la mayoría de los investigadores y dejados fuera de las historias nacionales de Cuba a través del siglo XX, no obstante es un hecho que los indios cubanos lucharon primero a las órdenes del ejército español, y después junto con los insurrectos en la guerra de Independencia de 1895). Difícilmente, entonces, se encontrará en la literatura cubana antes o después de Episodios de la guerra un libro que intente incluir tanto. Con la única excepción de los chinos, pasan por esta novela mulatos, negros, blancos, indígenas, un “inglesito,” y la historia de un valeroso soldado de color que cae expirando en los brazos de Ricardo, personajes que muestran la superioridad moral y la unidad de los cubanos ante los españoles (57). Una de estas muestras de superioridad aparece cuando después de una batalla, donde los españoles habían dejado en el campo unos quince cadáveres, ocurrió algo insólito: Pocas horas después vinieron a avisarnos que un anciano militar español había llegado atrevidamente hasta el campamento vestido de uniforme, sin armas y con las señales de un supremo dolor, solicitando ver al jefe: mis soldados lo condujeron a mi presencia con respeto.

90

Jorge Camacho

---“Vengo a buscar,” me dijo desesperado el anciano, “los despojos de mi hijo que ha muerto en el combate de hoy defendiendo como soldado español su bandera.” Yo mismo con varios de mis hombres acompañé al afligido padre que se postró en tierra y besó sollozando los despojos de su hijo, un apuesto teniente de caballería, jefe de las fuerzas derrotadas. Le facilité un caballo en que colocar el cuerpo y una escolta que le acompañara hasta cierta distancia a llevar los restos de su hijo. (57) Esta escena, sugiero, está moldeada en uno de los sucesos en La Ilíada y que ocurre después que Aquiles logra matar a Héctor, “domador de caballos” (259). Según Homero, Héctor le había pedido a Aquiles, antes de morir, que si éste lo vencía le devolviera su cadáver al padre y a su esposa para que pudieran velarlo y dar sepultura. Sin embargo, Aquiles no cumple su palabra y cuando le vence lo ata por los pies y lo arrastra halado por sus caballos ante las murallas de Troya. El cuerpo destrozado del guerrero es llevado, entonces, al campamento y es allí, cuando de forma inesperada, se le aparece el padre de Héctor, Príamo, a rescatar su cuerpo. La descripción del rescate aparece en el capítulo vigésimo cuarto de La Ilíada. Según Homero, ayudado por el dios Mercurio, “el gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijo suyos” y le suplicó que le devolviera el cuerpo de su hijo (383). Aquiles acepta, entonces, entregarle al anciano padre el cuerpo de Héctor, y Príamo quien era el Rey de Troya, se lo lleva de vuelta a la ciudad para darle sepultura. En la narración de Cabrera, el padre español que va a buscar el cadáver de su hijo para darle honrada sepultura, es casi un calco de este pasaje de la Ilíada, al igual que el gesto de conmiseración de Aquiles, el divino, quien se compadece del viejo Rey y le entrega su trofeo de guerra. Después de la guerra, parece decirle Cabrera a los españoles, todavía hay esperanza para entendernos. Todavía hay tiempo para el perdón, un discurso que nuevamente trata de enaltecer las virtudes de los cubanos que luchaban por la libertad, a través de la gran épica clásica, y los héroes que gozaban de un gran prestigio en la cultura letrada de fin de siglo. El hecho de que el autor de Episodios de la guerra tome La Ilíada como texto modelo para subrayar la virtud de sus héroes no es fortuito, ya que seguramente Cabrera entendía la importancia de este texto

South Atlantic Review

91

fundador en la narrativa griega y la forma en que la literatura podía exaltar a sus héroes. De hecho, en varios lugares de la novela se sugiere esta relación. Según el narrador, uno de los personajes muestra como vergüenza un “rasgo homérico que le acreditó como caudillo heroico y hábil” (187). Más adelante dice admirar “aquel héroe imberbe, estoico, alma adolescente de cubano en antiguos moldes griegos” (236). Pero, sobre todo, es en la figura de Antonio Maceo, donde esa comparación con el heroísmo helénico adquiere mayor intensidad: “El hercúleo militar mulato estaba en toda la plenitud de sus fuerzas y las largas marchas y los reñidos combates no habían hecho más que hermosear sus esculturales formas griegas” (60). Las “formas griegas” de Maceo son el equivalente a un “blanqueamiento” del héroe y adelanta el debate que se dará cuando se exhumen sus huesos.5 Aclaro, además, que esta exaltación de la cultura y de los ideales griegos ya estaba presente en Martí; en La Edad de Oro, celebra los héroes de la Ilíada, en especial Aquiles y de Héctor. El valor de estos héroes debía de servir de modelo cívico para los niños y ayudar a fijar en términos cronológicos la historia de Cuba. No por gusto, otro de los independentistas cubanos, amigo de Martí, Juan Arnao, en sus Páginas para la historia de Cuba (1900) también recurre a la historia de la antigua Grecia para explicar la cubana. El punto en común para Arnao era los orígenes de ambas naciones, quien indica, tuvo a bien “tomar ciertos puntos análogos de una edición Americana respecto de la Historia de Grecia que concuerda perfectamente con la nueva era de nuestra tierra natal” (3). No es extraño, entonces, que Cabrera recurra a este libro fundador para modelar uno de los pasajes de sus Episodios. . . . Ni que la relación entre padre e hijo que se establece allí sea reminiscente (aunque en el sentido contrario) de la suya con su padre. Si bien en esta narración el padre español puede reconciliarse con el hijo, no ocurre lo mismo en el caso del cubano. Como se recordará, el padre de Ricardo era español y había amasado una cuantiosa fortuna con su ingenio llamado Santiago Apóstol. Ricardo se suponía que heredara toda la riqueza del padre, pero renuncia a ella y se alza con los mambises. Una vez que se recupera de las heridas que sufrió en un combate y que le obligan a alejarse por un tiempo del campo de operaciones, Ricardo se enfrenta al dilema de atacar la casa de su padre y el ingenio que seguía cosechando azúcar. El ingenio del padre era el único que quedaba en pie en toda la comarca y alrededor de cien soldados españoles cuidaban de él. Ricardo no lo

92

Jorge Camacho

pensó entonces dos veces y dirigió sus tropas contra la casa del padre. En poco tiempo lograron tomar el control del ingenio y cuando se disponía a destruir las maquinarias, el dueño alzó una bandera blanca en señal de rendición. Entonces, pidió hablar con el jefe de la partida y es en ese momento que se vuelven a enfrentar padre e hijo. La conversación que tienen ambos es emblemática de la lucha de la ideología sobre los afectos, de la necesidad de escoger la patria sobre la familia. El padre, al reconocer al hijo, le dice: --- “¡Ah es Vd!” . . . exclamó sorprendido con dureza y enternecimiento a la vez. --- “Soy yo padre mío,” murmuré. --- “Tú, quien destruyes tu patrimonio. . . . ¡el hogar de tus padres! . . .” --- “No, es la revolución quien manda a hacerlo. Yo cumplo con mi deber.” --- “Venía a ofrecerles dinero, para que respetaran todo esto.” --- “¡Es tarde señor! ha desobedecido Ud. las órdenes del Gobierno Revolucionario.” --- “Pero entonces, ¿qué es lo que edifican Vds.? . . .” --- “Padre,” murmuré firmemente, “sobre los escombros de lo que España creó para el mal, queremos levantar la patria libre.” --- “¿Y no hay respeto,” me dijo con tono conmovido, fijándose en mi semblante cuarteado por las rudas penalidades de la guerra, “ni para los padres ni para los afectos?” --- “¡Los hay, padre mío,! queremos que nuestros padres vivan, que se unan a nosotros, y yo . . . yo quiero que mis padres me comprendan y me bendigan.” --- “Ah,” exclamó sollozando, mesándose los cabellos y alejándose de mi . . . “hemos creado vientos y recogemos tempestades . . . ¡era necesario verlo y sentirlo! ¡Con hombres como este. ¡Cómo no han de ser invencibles!” (90) Este enfrentamiento es posible, pues, leerlo en clave alegórica, ya que el padre mantendría la misma relación que tuvieron los cubanos con la “madre patria.” Uno sería el reflejo del otro. Se impone la ruptura definitiva entre el padre español y el hijo cubano. No hay forma de reconciliar la lealtad a la patria y el amor filial. No había que hacerse, por tanto, de muchas esperanzas y nadie mejor que los cubanos que vivían exiliados en los Estados Unidos para atestiguarlo. A ellos se dirige esta narración. En ese contexto hay que pensar que este público estaría interesado, además, en cualquier detalle que vinculara

South Atlantic Review

93

la guerra de Cuba con los Estados Unidos y que la permanencia de Ricardo y Bruno en Norteamérica fuera parte necesaria de la narración. Su estancia en los Estados Unidos le permite engarzar aquí otras historias como la que cuenta Ricardo del “Inglesito,” un legendario personaje de la guerra de 1868, cuyo nombre real era Henry Reeve. Ricardo recuerda detalles sobre este personaje después que él mismo cae herido y tiene que pasar un tiempo de reposo en la casa de la muchacha cubana que cosió y le regaló la bandera cubana al lanzarse a la manigua. Ricardo cuenta varias anécdotas del Inglesito (69–72) y de otro “norteamericano” que se llamaba Julio Dodle. Este último, dice, era tan valiente como el primero, y la gente lo tenía por norteamericano, aunque la versión “más exacta” sobre su identidad, dice Ricardo, es que nació en Cuba de padres extranjeros (72–77). Todas estas historias tienen en común el vínculo de Cuba con Norteamérica, el lugar donde permanecían los exiliados, donde se organiza la guerra, y donde se publica Episodios. . . . Son historias que, de una u otra forma, ven la guerra desde lejos, y donde una comunidad se ve a sí misma reflejada en sus páginas Estas narraciones cumplen varias funciones en el texto. Primero, educar al público en la historia de las guerras de independencia en Cuba, los motivos y las justificaciones en contra de España. Dos, crear un archivo de hombres célebres, de héroes de la guerra y, además, proveer historia de ficción de elementos reales que acentúan la veracidad de este diario convertido en novela, que Buenamar narra supuestamente después de su regreso de Cuba. En tal sentido, no hay que perder de vista que por las páginas de esta novela pasan todo tipo de figuras que hacen de ella una especie de galería de héroes, a la que se incorporan las fotografías de los barcos expedicionarios, El Dauntless y el Three Friends, que zarparon de los Estados Unidos con armas para Cuba (92). Cabrera incluye, además, fotos de Gómez, Maceo, y otros jefes del ejército libertador tomadas en la manigua (99). Raimundo Cabrera reproduce incluso una foto de estudio donde se ve a un mambí dormido cerca de una roca y su amada cuidándole el sueño. La foto se titula “El sueño del patriota” (101). Según Cintio Vitier en Flor oculta de la poesía cubana (Siglo XVIII y XIX), la foto es la muestra que sobrevive de un cuadro plástico representado en una velada del Club Patria de New York, publicada por Cabrera como ilustración a un soneto escrito por Benjamín Giberga, el hermano mambí del famoso autonomista Eliseo Giberga (324). Algunas de estas fotografías e ilustraciones que acompañan la narración no tienen incluso una relación directa con lo narrado. En ningún momento se hace alusión, por ejemplo, al conjunto artístico que muestra al patriota y a su amada en la manigua, aunque a lo largo de toda la novela

94

Jorge Camacho

se hace énfasis sobre el idilio entre Ricardo y su novia como una especie de romance fundacional. Tampoco se hace referencia a una imagen de Martí, Gómez y Maceo en “La Mejorana,” uno de los acontecimientos más oscuros de la guerra, cuya narración se perdió cuando alguien arrancó las hojas del Diario de Martí, donde el cubano hacía referencia a ella. La imagen en la novela de Cabrera es, por otro lado, muy sugestiva. Es, posiblemente, la primera que ubica a Martí en Cuba, en una obra de ficción, y en ella aparecen los tres héroes conversando y Martí sentado sobre una roca. Las manos de Martí y Maceo apuntan en la misma dirección haciendo ver el acuerdo entre ambos héroes cuando en realidad sabemos que fue allí donde hubo una gran discusión entre ambos. Pero el Maceo de esta ilustración dista mucho del hombre forzudo que se conoce por otras fotografías. Realmente parece más un adolescente que un General. Martí, por otro lado, a pesar de ser mucho más pequeño en estatura que él, parece más alto, indicando de nuevo su importancia en la contienda. Por eso es tan difícil estar de acuerdo con Adelaida de Juan cuando dice en Pintura y grabado coloniales cubanos, un texto de referencia en esta materia en la Isla, que no hay imágenes pictóricas de la Guerra de Independencia hasta después de terminada: “las pinturas históricas referidas a las guerras de independencia no se harán, claro está, sino algunos años después de terminadas estas, en el siglo XX” (52).

Martí, Maceo, y Gómez en La Mejorana

South Atlantic Review

95

Los dibujos que aparecen en Episodios de la guerra vendrían a desmentir el aserto de Adelaida de Juan y, en general, la creencia generalizada de que solamente hubo un arte de la guerra después de la independencia. Porque además, ¿qué diríamos, entonces, del cuadro popularizado por Bellito de Luna en los Estados Unidos, donde aparece una alegoría de la patria muy sugerente. En este cuadro, impreso en 1875 y recogido por Guillermo de Zéndegui en Ámbito de Martí, aparece una mujer blanca ejemplificando la República de Cuba. Al lado izquierdo aparece una familia de esclavos africanos que han logrado la libertad gracias, precisamente, a la Revolución y alrededor de ellos aparecen los soldados independentistas luchando contra los españoles.

La República

Episodios de la guerra hay que leerlo, entonces, como un texto híbrido, donde se mezclan varios géneros literarios: la novela, el ensayo, el diario, la crónica periodística, dibujos y fotografías de batallas heroicas y las miserias de la reconcentración de Valeriano Weyler, el capitán General de la Isla, con el fin de crear un universo de referencias lo más cercano posible a lo real. Es, podría decirse, una especie de archivo de sucesos que da vida a la historia patria, y servía para cohesionar la comunidad de exiliados en los EEUU, una comunidad que vio la guerra desde lejos, según se estaba desarrollando en Cuba, a través de cables telegráficos,

96

Jorge Camacho

noticias publicadas en diversos periódicos y versiones contradictorias que emitían ambos bandos. En esta novela, por tanto, Ricardo representa la juventud cubana dispuesta a entregarlo todo para conquistar la libertad de Cuba, así si ésto hubiera significado tener que ir en contra de la voluntad y el deseo de sus padres y su fortuna personal. Para concluir, al analizar la literatura del exilio cubano en los Estados Unidos a finales del siglo XIX la crítica tanto histórica como literaria ha tendido a enfocarse en los escritos de Martí y no le ha prestado interés a narraciones como las de Raimundo Cabrera que se produjeron después de su muerte. Incluso, en la recepción de Martí se tiende a ignorar esta novela de Cabrera y la importancia que ésta tuvo para los cubanos fuera de la Isla. Un análisis de Episodios . . . nos revela, sin embargo, la importancia que tuvo la prédica martiana, sobre todo, la idea de la “fraternidad racial” que más tarde será tan importante en la República y la forma en que los primeros gobiernos liberales asumen esta política racial, al proscribir partidos constituidos por un sólo grupo étnico como el Partido Independiente de Color. En Episodios de la guerra Raimundo Cabrera crea, además, una historia poderosa donde se van engarzando acontecimientos históricos reales y ficticios. Pone en escena por primera vez en la literatura cubana una multiplicidad de discursos y situaciones que provocaron la guerra de 1895. Entre estos temas sobresalen la pelea entre padres e hijos, la bondad de los sentimientos patrios como elementos de cohesión y patriotismo, dirigidos a criticar el sistema colonial español. Estos y otros nudos de sentido se entrelazan para crear una comunidad imaginada que aspira a la independencia, una nacionalidad inclusiva, multiétnica, “con todos, para el bien de todos,” como lo había querido Martí siempre y cuando fuera para conquistar la independencia (OC IV, 238). En las escenas de guerra sobresalen la relación de dependencia que crean Bruno y su antiguo esclavo, y Ricardo Buenamar y el negro Francisco. Ambas parejas se superponen como en un juego de espejos, ejemplificando las relaciones de poder que ocurrieron en la manigua. Describen la lealtad que los negros tenían a los blancos, sus antiguos amos, y cómo los blancos, como Ricardo, reconocían la necesidad de utilizarlos para los fines que se proponía la Revolución. Sobre ellos recaía en gran medida la fuerza de los independentistas. Por tanto, era necesario que se unieran a la lucha y defendieran su causa. No obstante, agrego, esta es también una narración hecha de silencios comprometedores y olvidos. En ninguno de los dos casos, hay un

South Atlantic Review

97

cuestionamiento de la esclavitud pasada. No hay rencor, ni temor por lo que podían hacer los blancos una vez conquistaran la libertad política. Simplemente, el antiguo siervo de Bruno asume su papel y muestra su deseo de morir por su amo. En el caso de Francisco, Buenamar le perdona la vida—cuando su verdadero deber era ejecutarlo—en vista a que contribuyera con su fuerza a la revolución. En toda la obra, por tanto, se repite el sentimiento de individualidad, de orgullo lastimado o dolido por lo que habían hecho los españoles y sus partidarios en la Isla. La guerra, parece proclamar en voz alta el narrador, es el momento de vengar esas faltas y, de paso, contribuir con ello a la victoria de los revolucionarios. Al mismo tiempo que se habla de la necesidad de independencia se va delineando un “discurso de la venganza,” que vendría a ser un aliciente importante para los criollos, guajiros y antiguos esclavos. En tal sentido, la novela de Raimundo Cabrera no es tanto una descripción de la guerra como su justificación y propaganda. A estas metas ideológicas contribuyen las numerosas fotografías e imágenes pictóricas que aparecen en el libro, ilustrando no sólo escenas de la trama, pero también anclando la narración en un presente real, histórico, que le provee al espectador con pruebas tangibles de la guerra. De esta forma el lector se convierte en un testigo, y el narrador en un reportero. Ambos unidos por su lealtad a la patria y la idea de que la guerra también era una oportunidad para vengarse. Notas

He trabajado el tema en “Genealogías del poder: Carlos Loveira y el pacto médicomilitar en la República” A Contracorriente. A Journal of Social History and Literature in Latin America. 2 Véase la “circular a los jefes” del 26 de abril de 1895, firmada por ambos líderes independentistas, donde se les ordenaba a los guerrilleros bajo su mando que, cualquiera que viniera a proponer rendición o cesación de hostilidades, fuera castigado con “la pena asignada a los traidores a la Patria” (OC IV, 137). Recuerda el propio Martí en otro artículo que Tomás Estrada Palma fue el autor de este decreto en la Guerra de Independencia (OC V, 231). 3 Para la relación entre Martí y los negros en el contexto de la Guerra, véase mi ensayo “El miedo y la deuda en las crónicas de Patria de José Martí” Islas Quarterly Journal of Afro-Cuban Issues 2:9 (2008): 34–46. 4 Para más detalles sobre este punto véase el libro de David Sartorius Ever Faithful : Race, Loyalty, And the Ends of Empire in Spanish Cuba 5 Para las discusiones sobre la raza de Maceo, véase el ensayo de James Pancrazio “Maceo’s Corps(e): The Paradox of Black and Cuban.” 1

98

Jorge Camacho Obras Citadas

Anderson, Benedict. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. New York: Verso, 1991. Print. Arnao, Juan. Páginas para la historia de Cuba. La Habana: Librería La Nueva, 1900. Print. Barreiro, José. “Beyond the Myth of Extinction: The Hatuey Regiment” Kacike: The Journal of Caribbean Amerindian History and Anthropology (July 2004). [On-line Journal] Web. Boza, Bernabé. Mi diario de la guerra: Desde Baire hasta la intervención americana. vol. 1. La Habana: La Propagandista, 1900. Print. Cabrera, Raimundo. Episodios de la guerra: Mi vida en la Manigua (relato del coronel Ricardo Buenamar). Filadelfia: Compañía Levytype, 1898. Print. Camacho, Jorge. “Genealogías del poder: Carlos Loveira y el pacto médico-militar en la República.” A Contracorriente. A Journal of Social History and Literature in Latin America 3:2 (Winter 2006): 73–87. Print. ---.“El miedo y la deuda en las crónicas de Patria de José Martí.” Islas Quarterly Journal of Afro-Cuban Issues 2:9 (2008): 34–46. Print. De Juan, Adelaida. Pintura y grabado coloniales cubanos Contribución a su estudio. La Habana: Pueblo y Educación, 1974. Print. Helg, Aline. Our Rightful Share: The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886–1912. Chapel Hill: U of North Carolina P, 1995. Print. Heredia, Nicolás. “Prólogo”. Episodios de la guerra: Mi vida en la Manigua (relato del coronel Ricardo Buenamar). Raimundo Cabrera. Filadelfia: Compañía Levytype, 1898. v–xiii. Print. Homero. La Ilíada. Versión directa y literal del griego por Luis Segalá y Estalella. Barcelona: Montaner y Simón Editores, 1908. Print. Kobre, Sidney. The Yellow Press and the Gilded Age of Journalism. Tallahassee: Florida State University, 1964. Print. Loveira, Carlos. Generales y doctores. La Habana: Instituto Cubano del Libro, 1973. Print. Martí, José. Obras Completas. 28 vols. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963– 75. Print. El traductor. “Al Público”. Entre los rebeldes, la verdad de guerra revelaciones de un periodista yankée. Madrid: Tip Herres, 1898. vii–viii. Print. Pancrazio, James “Maceo’s Corps(e): The Paradox of Black and Cuban.” Caribe 2:2 (1999): 83–99. Print. Rea, George Bronson. Facts and Fakes about Cuba. A Review of Various Stories Circulated in the United States, Concerning the Present Insurrection. New York: George Monro’s Sons, 1897. Print. Reno, George. “A Character Sketch of General Máximo Gómez.” True Stories of Heroic Lives. Stirring Tales of Courage and Devotion of Men and Women of the Nineteenth Century. New York & London: Funk & Wagnalls, 1899. 165–181. Print. ---. “A Character Sketch of Maceo.” True Stories of Heroic Lives. Stirring Tales of Courage and Devotion of Men and Women of the Nineteenth Century. New York & London: Funk & Wagnalls, 1899. 215–219. Print. ---. “José Martí, “The Master” True Stories of Heroic Lives. Stirring Tales of Courage and Devotion of Men and Women of the Nineteenth Century. New York & London: Funk & Wagnalls, 1899. 311–320. Print.

South Atlantic Review

99

Sartorius, David. Ever Faithful: Race, Loyalty, And the Ends of Empire in Spanish Cuba. Durham: Duke UP, 2013. Print. Sommer, Doris. Foundational fictions: The National Romances of Latin America. Berkeley: U of California P, 1991. Print. Vitier, Cintio y Fina García Marruz. Flor oculta de la poesía cubana (Siglo XVIII y XIX). La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1978. Print. Zéndegui, Guillermo de. Ámbito de Martí. Habana: P. Fernández y Compañía, 1954. Print.



Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.