El espacio doméstico en la arquitectura fenicia occidental del Sureste de la Península Ibérica, en B. Costa y J. H. Fernández (eds.), Actas de las XXVIII Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica de Ibiza, Ibiza 2013, Ibiza 2014, pp. 111-143

June 29, 2017 | Autor: J. López Castro | Categoría: Phoenicians, Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology), Phoenician Punic Archaeology
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Descripción

Amb la col·laboració de:

ARQUITECTURA URBANA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS XXVIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2013)

Editadas por benjamí costa y jordi h. fernández

EIVISSA, 2014

«TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» s’intercanvia amb tota classe de publicacions afins d’Arqueologia i d’Història, a fi d’incrementar els fons de la Biblioteca del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera. «TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» se intercambia con toda clase de publicaciones afines de Arqueología e História, con el fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. DIRECTOR: Jordi H. Fernández COORDINADOR: Benjamí Costa

Intercanvis i subcripcions/ Intercambios y subscripciones: Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera Via Romana, 31 - 07800 Eivissa (Balears) Foto portada: Restes de construccions fenícies del Castell d’Eivissa. Restos de construcciones fenicias del Castillo de Ibiza. (Foto: J.H. Fernández)

ISBN: 978-84-87143-51-9 Dipósit legal: I-140-2014 Impressió, maquetació i disseny: Grup fent

ÍNDICE

EL ESPACIO DOMÉSTICO EN EL ÁREA DE CARTAGO. ARQUITECTURA Y SOCIEDAD ANTE LA CONQUISTA ROMANA Fernando Prados Martínez................................................................................... 9

ARQUITECTURA DOMÉSTICA FENICIO-PÚNICA EN SICILIA Y CERDEÑA (SS. VIII-III A.C.) David Montanero Vico........................................................................................ 41

EL ESPACIO DOMÉSTICO EN LA ARQUITECTURA FENICIA OCCIDENTAL DEL SURESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA José Luis López Castro......................................................................................111

ARQUEOLOGÍA URBANA. ESPACIOS DOMÉSTICOS DEL MUNDO FENICIO Y PÚNICO EN EL SUROESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Juan Blánquez Pérez......................................................................................... 145

ARQUITECTURA URBANA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN LA CIUDAD PÚNICA DE IBIZA Joan Ramon Torres........................................................................................... 191 –7–

EL ESPACIO DOMESTICO EN LA ARQUITECTURA FENICIA OCCIDENTAL DEL SURESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

José Luis López Castro1 Universidad de Almería

INTRODUCCIÓN El área objeto de nuestro estudio es la situada en el litoral oriental de la Península Ibérica y comprende los asentamientos fenicios situados en la costa de las actuales Andalucía Oriental, Murcia y Valencia, un área que se inserta en el cuadrante Sureste peninsular y que conoció en la Antigüedad una temprana presencia fenicia. Desde el punto de vista cronológico vamos a ocuparnos de la arquitectura doméstica desde los inicios de la presencia fenicia, hasta aproximadamente el periodo de presencia cartaginesa iniciado con la conquista de los Barca, es decir, entre el siglo IX y el III a.C. Un largo intervalo de tiempo que vamos a dividir en tres periodos: el Periodo Fenicio Inicial del siglo IX y comienzos o mediados del VIII a.C; el Periodo Colonial, situado entre mediados del VIII y finales del VII a.C. y el Periodo Urbano, entre comienzos del VI y el último tercio del III a.C. Abordar la arquitectura doméstica de este largo intervalo cronológico presenta no pocos problemas metodológicos, de los que el primero es la falta de conjuntos domésticos excavados en extensión. Las casas completas excavadas no son muy abundantes y ello nos impide disponer de un catálogo extenso del que extraer una información que es, en todo caso, parcial desde el punto de vista geográfico y desigual desde el punto de vista cronológico. Por otra parte, las habitaciones

1.

Este trabajo es resultado de la actividad del Grupo de Investigación HUM-741 “El legado de la Antigüedad” (Plan Andaluz de Investigación) y del Proyecto de Excelencia HUM 2674 “Los inicios de la presencia fenicia en el Sur de la Península Ibérica y Norte de África”, financiado por la Consejería de Innovación, Ciencia y Empleo de la Junta de Andalucía. Asimismo se encuadra en las actividades del Campus de Excelencia Internacional CEI-Mar.

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excavadas con técnicas modernas, destinadas a interpretar la funcionalidad de los espacios domésticos tampoco son muchas, limitando nuestra capacidad de reconstrucción de la vida doméstica. Además, no siempre resulta seguro atribuir divisiones o agregaciones de espacios y ambientes con unidades domésticas concretas y muchas veces nos movemos más en terrenos de conjeturas o posibilidades que con certezas. A ello hay que añadir, finalmente, el carácter preliminar y poco detallado de muchas de las publicaciones de los resultados de las excavaciones Aun así hay suficientes elementos para abordar un análisis de la arquitectura doméstica fenicia occidental y proponer una pequeña síntesis, como es el propósito de este trabajo. Además de numerosos informes de excavaciones, las más de las veces preliminares como apuntábamos, disponemos de algunos estudios generales sobre la arquitectura fenicia de época colonial (Diez Cusí, 1994, 2001; Ruiz, 2011) y algunos trabajos más específicos, sea de edificios concretos, como el conocido “almacén” de Toscanos (Aubet, 2000) o la casa 2 del Cerro el Villar (Delgado, 2008, Delgado et alii, e. p.), sea de aspectos urbanísticos (González Wagner, 2007) o de arquitectura doméstica y urbanismo (Arnold y Marzoli, 2009).

La arquitectura fenicia más antigua: La Rebanadilla y Morro de Mezquitilla Bl El descubrimiento del asentamiento fenicio de La Rebanadilla en el aeropuerto de Málaga, localizado en lo que fue una isla fluvial del río Guadalhorce y excavado parcialmente en 2008 y 2009 (Sánchez et alii, 2011; 2012) ha aportado datos consistentes de una temprana presencia fenicia en el Sur peninsular y dentro de un fenómeno que parece más o menos generalizado. Anteriormente contábamos con el importante conjunto de materiales recuperados del casco urbano Huelva (González de Canales, Serrano y Llompart, 2004; 2006 a; 2006 b), desgraciadamente no asociados a estructuras arquitectónicas y con las edificaciones del santuario de El Carambolo en Camas (Sevilla) (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2005; 2007; 2010) del que sin embargo conocemos sólo un avance de los materiales arqueológicos asociados. Los tres asentamientos tienen en común su coetaneidad, tanto por los materiales cerámicos como por las dataciones de carbono 14 calibradas que se han publicado, que sitúan esta presencia fenicia en los siglos X-IX AC en cronología radiocarbónica calibrada: 997-843 ± 25 AC, 934-825 ± 25 AC, 930-820 ± 25 AC para Huelva (Nijboer y van der Plicht, 2006); 1020-810 AC para El Carambolo (Fernández Flores y –112–

Figura 1. Planta general de La Rebanadilla (según Sánchez et alü, 2012)

Rodríguez Azogue, 2010: 222-223) y 1060-840 ± 40 AC , 1010-830 ± 40 AC para la Fase I de la Rebanadilla (Sánchez et alii, 2012: 69-70). Al igual que en El Carambolo, en La Rebanadilla encontramos una arquitectura basada en el uso del adobe como principal material de construcción. Son adobes de 45 x 30 cm, dimensiones que han sido identificadas por sus excavadores como pertenecientes a un módulo de un pie y medio de longitud por un pie de anchura (Sánchez et alii, 2012: 75). En el asentamiento malagueño se han excavado total o parcialmente hasta siete viviendas en dos fases de ocupación sucesivas. A pesar de que el estado de conservación de las viviendas no era bueno y de que sólo se excavaron parcialmente los edificios documentados, podemos tener una idea general de las técnicas de construcción empleadas y de la distribución interior de las viviendas. El asentamiento estaba rodeado por un muro de cerca de unos 60 cm de anchura que disponía de fosa de cimentación rellena de piedras. Los muros perimetrales de las viviendas apoyaban sobre el sustrato geológico directamente y en algunas ocasiones se calzaban sobre zócalos de piedras de pequeño tamaño. Los adobes se disponían a soga para levantar los muros, de unos 30 o 40 cm de anchura, que a veces se reforzaban con pilares también hechos de adobes, adosados a los muros y dispuestos a tizón. Tanto los suelos como las paredes estaban revocados de capas de arcilla de color amarillento o rojizo. Las techumbres debieron ser muy posiblemente planas, pues se han documentado piedras de sustentación donde se apoyarían los postes de madera que sostendrían las cubiertas (Sánchez et alii, 2012: 76-77). El patrón de distribución de las viviendas consistía en un núcleo básico de tres estancias formadas por un patio, pavimentado con gravas o pequeños cantos, al que se abren dos habitaciones (fig. 1). Este módulo ocupaba una superficie de unos 30 o 32 m2, de los cuales alrededor de unos 14 m2 se destinaban al patio, –113–

Figura 2. Viviendas de La Rebanadilla (según Sánchez et alü, 2012)

mientras que las otras dos habitaciones tenían una extensión de 7 a 9 m2 cada una. A este núcleo podían añadírsele estancias y pasillos hasta obtener edificios más grandes, como el denominado Edificio 1, o el Edificio 7, que son los que presentan una planta más compleja (fig. 2). Al módulo básico del Edificio 1 se le adosaban siete habitaciones, de las que dos de menor tamaño pueden considerarse almacenes. La planta del Edificio 7, si efectivamente constituye una unidad, llega a alcanzar 112 m2, de los que 28,5 m2 corresponden a un patio pavimentado con guijarros que albergaba un horno (Sánchez et alii, 2012: 81-82). En el interior de algunas habitaciones de las casas se localizaron hogares de arcilla y se documentó en algunos casos la construcción con adobes de bancos corridos adosados a las paredes, al igual que en diversas estancias del santuario de El Carambolo (Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2005: 118; 2010) (fig. 3). El paso de unas habitaciones a otras cuando había desnivel se efectuaba a través de uno o dos escalones en los vanos. En dos de los edificios, respectivamente en el 4 y en el 5, se encontraron elementos de carácter sacro, como sendos betilos y un posible altar de adobe, así como un pavimento de conchas en una de las habitaciones (Sánchez et alii, 2012: 80-81) que nos remite a una tipología de santuario o a una práctica de sacralización que empleaba esta clase de revestimiento del suelo con carácter apotropaico. Este tipo de pavimentos los encontramos en varios santuarios de la Península Ibérica, en particular en El Carambolo, coetáneo de La Rebanadilla (Escacena y Vázquez, 2009). Sin embargo, aparentemente no hay ningún rasgo de monumentalización reconocible en estos santuarios o espacios sacros; es decir, salvo por los objetos sagrados o relacionados con el culto, nada diferencia la casa privada de la casa del Dios, es decir el templo, que en fenicio se denomina igual que la casa: bt y se especifica que es la casa del dios (bt 1m) (Kramalkhov, 2000: 53, 129). Precisamente, el módulo básico de las casas de La Rebanadilla, formado por un patio interior al que se abren dos estancias paralelas y presenta un paralelo en –114–

Figura 3. Fase V del templo de El Carambolo (según Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2005)

casas fenicias del estrato V de Teli Abu Hawam datado en el siglo X a.C. (Braemer, 1982: 52-55; Díes Cusí, 1994: 147-148). Este modelo es el mismo que reproduce el edificio de la primera fase del santuario de El Carambolo, Carambolo V, aunque éste con mayores dimensiones, unos 18 x 7,5 m (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2005: 116-118; 2010: 220-223), cuya planta presenta claros paralelos en los santuarios de Tell el Ghassihil (Díes Cusí, 1994: 80-81, fig. 50; 2001: fig. 10, d). Algún tiempo después que La Rebanadilla según las dataciones radiocarbónicas calibradas de la fase Bl, hacia 810-749 AC (Torres, 2010: 73-74, 91), encontramos en el inicio de la fase Blb de Morro de Mezquitilla un sistema de construcciones similar en el denominado complejo K, cuyo uso se prolongaría en el tiempo hasta la fase B2 (Schubart, 1986: 63; 2006: 97-119). Este complejo queda delimitado al Sur por una calle y alcanza hasta 17 habitaciones, que salvo alguna excepción, tenían una superficie de entre 9 y 13,5 m2. (fig. 4). Está construido al igual que las casas de La Rebanadilla con muros de adobe que conservan hasta 1 m de alzado. Los muros presentaban un revoque marrón al exterior, y un revoque amarillo al interior, cubierto por un enlucido de cal y pintura amarilla verdosa o pintura roja. Las habitaciones presentaban vanos con escalones a ambos lados. Dos habitaciones albergaban en su interior hogares, y en los suelos se disponían en algunas de las habitaciones ollas de factura a mano enterradas para almacenar y preservar alimentos (Schubart, 1986: 66, 69; 2006: 100-109). El complejo K no se construyó de una vez, sino que fueron añadiéndose habitaciones al núcleo más antiguo situado en la parte oriental del complejo según su excavador (Schubart, 2006: 106-107). Estudios recientes han planteado que en esta fase de Morro de Mezquitilla el complejo K sería resultado de la agregación de diferentes unidades formadas por tres o cuatro habitaciones y que las habitaciones principales situadas en áreas interiores dispondrían de un mayor alzado –115–

Figura 4. Morro de Mezquitilla. Casa K (según Schubart, 1986)

para dotar a las viviendas de una iluminación mediante la apertura de vanos en la parte superior de las paredes (Arnold y Marzoli, 2009: 445-446, fig. 4 a y d), una técnica muy extendida en Oriente (Díes Cusí, 1994: 170). El empleo de patios en las viviendas es otro rasgo común a la tipología observada en La Rebanadilla, al igual que los adobes, que tienen las mismas medidas: 45 x 30 cm (Schubart, 2006: 98). Nos encontramos, pues, ante un modelo arquitectónico completamente oriental, sin precedentes en la Península Ibérica, tanto por las técnicas constructivas innovadoras, como son el empleo de cimentaciones, la arquitectura del adobe, los revestimientos de este material o de cal, o el empleo del patio abierto, cuyos paralelos y precedentes hay que buscarlos en Oriente, como por las soluciones y técnicas arquitectónicas en alzados, techos planos con posible uso como azoteas y segundos pisos, pavimentos y sistemas de sustentación como postes y viga de madera (Braemer, 1982: 110-113, 122, 133-139; Wright, 1985: 352-354, 359-361, 380-382, 408-414, 436-439, 451-54; Díes Cusí, 1994: 163-170). Estas técnicas se desarrollarían en los siglos VIII y VIL a.C. en el Sur y Sureste de la Península Ibérica legándonos un buen número de testimonios.

La arquitectura doméstica del Periodo Colonial Nuestras principales fuentes de información para conocer la arquitectura doméstica de este periodo son las excavaciones en diversos asentamientos de las costas malagueña, granadina y alicantina como Cerro del Villar (Aubet et alii, –116–

1999; Delgado y Ferrer, 2007; Delgado, 2008; Delgado et alii, e. p)2, Malaka, en el centro histórico de Málaga (Arancibia y Escalante, 2006 a; 2006b), la fase B2 de Morro de Mezquitilla (Schubart, 1986: 66-68; 2006: 119-129), Toscanos (Niemeyer, 1979; 1986; Maas y Schubart, 1982), Chorreras (Aubet, 1974; Aubet, Maas y Schubart, 1979; Maas, 1983; Martín, Ramírez y Recio, 2005; 2006; Martín et alii, 2008, Martín y Recio, 2012), Abdera (Suárez et alii, 1989; López Castro, Alcaraz y Santos, 2009; López Castro et alii, e.p.) y La Fonteta (González Prats, 1998; 2007; 2011; Rouillard et alii, 2007). En el Periodo Colonial la ocupación de promontorios litorales e Islas vecinas a la costa requerían de un buen aprovechamiento del espacio, por lo que una de las características de la arquitectura fenicia occidental, que se prolongaría en los periodos posteriores fue el aterrazamiento de las laderas de los asentamientos, una técnica oriental (Wright, 1985: 382) para obtener superficies llanas donde edificar, dado el mayor tamaño que alcanzaron como consecuencia del aumento de la población. El aterrazamiento hizo que existieran significativos desniveles en el interior de las casas salvados mediante trancos y escaleras: desde 1 m en Morro de Mezquitilla, hasta 2,1 e incluso 2,7 m en Toscanos, lo que dio lugar a la existencia de plantas de sótano (Arnold y Marzoli, 2009: 443). Una de los principales innovaciones de la arquitectura doméstica fenicia occidental de los siglos VIII y VIL a.C. respecto de la fase precedente inicial fue la sustitución del adobe por la piedra en las bases de los muros o zócalos. En efecto, los muros perimetrales de las casas de los asentamientos mencionados empleaban mampuestos irregulares en sus bases y se generalizó el empleo de fosas de fundación y zócalos de piedra sobre los que levantar los muros (Arnold y Marzoli, 2009: 442). La diferencia queda patente en la fase B2 de Morro de Mezquitilla respecto de la fase Bl, en la que la más reciente presenta unas técnicas constructivas diferentes y más sólidas (Schubart, 1986: 67; 2006: 119-122). Los muros solían tener un grosor de unos 50-60 cm, aunque los había más gruesos como algunos de Toscanos que alcanzaban los 80 cm. La piedra trabajada también se empleaba en las esquinas de muros, para reforzarlos y en los escalones que salvaban desniveles (Arnold y Marzoli, 2009: 442). Las paredes se levantaban sobre esa firme base mediante alzados generalmente de adobes y más raramente de tapial. Esta técnica constructiva se empleó en La Fonteta en la construcción de una vivienda de la fase Fonteta II, situada en el corte 25 y fechada entre 720 y 670 a.C. El edificio es uno de los pocos ejemplos

2.

Agradecemos a la profesora Ana Delgado habernos facilitado el artículo en prensa, de enorme interés para el presente trabajo.

–117–

en la Península Ibérica que conocemos por el momento, que emplease el tapial sobre un zócalo de piedras. Se trata de un edificio de gran tamaño con dos fases constructivas separadas por un pavimento de arcilla de la segunda fase, en la que se redistribuyó el espacio para obtener habitaciones de mayor superficie (González Prats, 2011: 16-20). Así pues, los muros en las viviendas con base en zócalo de piedra y fosa de cimentación y alzado de adobes están bastante generalizados como técnica constructiva, y se documentan en todos los asentamientos mencionados, sin que por ello desapareciera el uso de los tabiques de adobes. Todavía en una fase avanzada del yacimiento como es Fonteta V (670580 a.C.) estuvo en uso la vivienda mejor conservada, localizada en los cortes 1 y 7, que sin estar completamente excavada ofrece al menos cinco estancias y adosa su trasera a la muralla empleando la técnica de alzado de muros de adobe sobre zócalo de piedras (González Prats, 2011: 55-56). La primera consecuencia de disponer de cimentaciones más firmes y muros más anchos es la capacidad para hacer habitaciones de mayor tamaño, con más luz entre los muros de carga. Así por ejemplo, en las viviendas de la fase B2 de Morro de Mezquitilla, tenemos una habitación de la casa E que alcanzó unas medidas de 5,40 x 2,20 m. (Schubart, 1986: 68; 2006: 123-124). Frente al periodo anterior encontramos innovaciones en la tipología de las casas con una mayor variabilidad en los tamaños y disposiciones y con la aparición de construcciones de gran superficie, como los ya clásicos edificios C y H de Toscanos o, en menor medida las casas del asentamiento de Chorreras. Los suelos de las viviendas eran de tierra batida y de arcilla roja o en algunos casos amarilla y las techumbres eran planas, sostenidas muy posiblemente en vigas de madera dispuestas sobre los muros, de ahí el que las habitaciones no tuvieran mucha anchura. Al menos en el caso de la casa C de Las Chorreras se ha constatado la existencia del arranque de una escalera interior (Martín, Ramírez y Recio, 2005: 9) que subiría hacia una segunda planta (Arnold y Marzoli, 2009: 443), ya fuera sólo una azotea o bien albergara habitaciones cubiertas. El edificio C de Toscanos conocido como el “almacén” de Toscanos (fig. 5) ha suscitado cierta controversia al ser interpretado como almacén de mercancías (Niemeyer, 1986: 113) o como edificio comercial (Aubet, 2000: 31-32). Es evidente que se trata de un complejo de carácter singular por su planta, su gran extensión, que alcanza los 165 m2 y número de estancias, para el que se han propuesto diversos paralelos orientales (Arnold y Marzoli, 2009: 449). La escasez de hallazgos materiales en el interior del edificio hace difícil otorgarle una funcionalidad segura. Algunos de los paralelos propuestos, como los edificios de tres naves con hileras de pilares en el centro se asocian en Oriente tanto a establos, como a graneros, cuarteles o almacenes (Díes Cusí, 1994: 117-118). –118–

Figura 5. Edificios C y H de Toscanos (Según Maas-Lindemann y Schubart, 1982)

Una reconstrucción alternativa de la planta del edificio C es la que propone Díes Cusí (1994: 237-240; 2001: fig. 15 b). Para este investigador las técnicas de construcción empleadas en los muros del edificio C son distintas y las reconstrucciones de las alineaciones de muros propuestas no son seguras ni coincidentes, pues el edificio no ha sido completamente excavado al estar dividido en varios cortes arqueológicos. Su propuesta (fig. 6) es que hubiera no tres naves, sino dos grupos de 3 habitaciones, 6 en total, admitiendo, eso sí, su funcionalidad como almacén. Señala además la excesiva anchura de la habitación central y la ausencia de pilastras en ella, lo que diverge de los modelos orientales que se han propuesto. Por su parte, el vecino edificio H de Toscanos también presenta unas características singulares (fig. 5). En primer lugar por su extensión, que alcanza los 110 m2 en 6 estancias dispuestas en torno a un patio, o quizá una habitación central elevada para la iluminación (Arnold y Marzoli, 2009: 446-447). Por su planta ha sido identificado como un edificio que tendría una función palacial (Prados, 2001-2002). Su paralelismo con el palacio tartesio de Cancho Roano ha hecho que se señale también como precedente de la arquitectura fenicia occidental de inspiración palacial por su planta tripartita (Almagro y Domínguez, 1988-89: 368-369). También hay que señalar el paralelismo existente con la planta tripartita y el patio central del gran edificio de Abul, interpretado como la residencia de personajes fenicios de alta posición social y vinculada también a actividades comerciales (Mayet y Tavares, 2000: 160-67). Asimismo habría que llamar la atención sobre el hallazgo de varios fragmentos de vasos de alabastro en Toscanos, de los que uno de ellos fue encontrado dentro del edificio C (Lindemann, Niemeyer y Schubart, 1972: 143). Los vasos de alabastro, por su gran riqueza y su vinculación a los regalos de reprsentación entre las casas reales de Egipto y Oriente, han sido interpretados como indicios de la existencia de una aristocracia fenicia occidental (López Castro 2006). –119–

Figura 6. Edificio C de Toscanos según Díes Cusí (1994)

El análisis de las medidas de las habitaciones de las distintas casas conocidas sugiere el uso por los constructores de una metrología específica que empleaba un módulo básico de 5 x 5 codos de 49 cm en los edificios C y H de Toscanos. En el primero las proporciones totales serían de 20 x 30 codos (9,8 x 14,7 m), en cuyo interior la habitación principal tendría unas dimensiones de 10 X 20 codos y las habitaciones adyacentes tendrían 5 x 10 codos. En Las Chorreras, el codo empleado, sin embargo, era de 48 cm y sobre esta unidad pueden calcularse las medidas con las que fueron planeadas las distintas casas excavadas: las dimensiones son aproximadamente 13 x 13 codos para la casa A, 13 x 22 codos para la casa C y 15 x 17 codos en las casas C y D (Arnold y Marzoli, 2009: 448-449). En el interesante asentamiento fortificado del Cabezo Pequeño del Estaño, situado en la margen derecha del río Segura, se excavaron habitaciones de viviendas (fig. 7) que emplearon un módulo de codo fenicio de 0,52 cm y formarían parte de una manzana. Además de una habitación de planta cuadrangular con un hogar de 9 x 9 codos, se documentaron tres habitaciones alineadas de iguales dimensiones, de 5 x 7 codos (García y Prados, 2014: 124 y fig. 5). Los mejores ejemplos de viviendas completas del Periodo Colonial los encontramos en los asentamientos de Las Chorreras y del Cerro del Villar. El primero fue excavado por primera vez en los años 70 y 80 (Aubet, 1974; Aubet, Maas y Schubart 1976; Maas, 1983) y mostró un complejo de viviendas formadas cada una por unas 5 habitaciones, alineadas a ambos lados de una calle, una al Norte –120–

de la misma y otras tres al Sur, de las que la más oriental disponía de un horno de adobe similar al ya mencionado del complejo K de Morro de Mezquitilla. Las nuevas investigaciones reemprendidas en 2004-2006 mostraron la ocupación de la parte occidental y la parte alta de la colina, situada al Norte de la misma, denominadas respectivamente por sus excavadores Las Chorreras 1A y Las Chorreras 2 (fig. 8). Ambos sectores están formados por manzanas delimitadas por calles que en el segundo disponían aceras. En el primero de ellos, Las Chorreras 1A, las construcciones se dispusieron en terrazas para salvar el fuerte desnivel en dirección Norte-Sur. Los hallazgos arqueológicos efectuados en el interior de las 14 habitaciones individualizadas en este sector permitieron distinguir espacios funcionales como una cocina y almacenes (Martín et alii, 2006; 2008), mientras que el análisis de las plantas sugiere que del complejo exhumado formaban parte dos casas, la casa A y la casa B (Arnold y Marzoli, 2009: 447-449). Por su parte, en el sector Las Chorreras 2, entre los diferentes restos de edificios localizados y dispuestos en terrazas cabe señalar una casa singular de unos 200 m2 de superficie formada por seis habitaciones dispuestas junto a un patio (Martín, Ramírez y Recio, 2005: 5-11). El edificio (fig. 9) se encontraba construido sobre una superficie con un gran desnivel que hizo que ocupase tres niveles de terraza distintos. Cimentado sobre la roca mediante muros de zócalo, las paredes se levantaron de adobes y quizá tapial según muestran los restos de derrumbe hallados al interior de los muros. La vivienda estaba delimitada por un muro perimetral que tenía acceso desde el Sureste mediante una puerta. El espacio delimitado era triangular en el área de mayor desnivel y o cerraba en ángulo recto. Este recinto triangular, la habitación C, era externo a las habitaciones y podría ser el patio, usado también como cocina. Tenía una superficie de unos 12 m2, estaba pavimentado con arcilla apisonada sobre tierra batida y en su interior se disponían algunos muretes o soportes de manipostería destinados a soportar vasos cerámicos: en la estructura situada más al Norte, junto al vértice de dos muros, se halló un ánfora cortada por la mitad que haría de recipiente, mientras que junto al muro Oeste se localizó una olla a mano. El hallazgo de cerámicas de cocina a mano, restos faunísticos así como un molino de mano sustentan la interpretación de este espacio como un área de preparación de alimentos. A esta estancia daba la boca de un horno de arcilla que se encontraba inscrito en la estancia contigua, la estancia D, lo cual refuerza la funcionalidad atribuida a la habitación C. Pero ha sido la excavación de la casa nº 2 del Cerro del Villar la que nos ofrece un análisis funcional más completo de los distintos espacios habitados a partir de los hallazgos arqueológicos (Delgado y Ferrer, 2007: 27-29; Delgado, 2008; García Alfonso, 2012: 32-33; Delgado et alii, e.p.). Situado en una isla fluvial desde el siglo VIII a.C. el asentamiento ha sido objeto de un proyecto de investigación –121–

Figura 7. Habitación de una vivienda del Cabezo Pequeño del Estaño (según García y Prados, 2014)

desde los años 80 (Aubet et alii, 1999) y es posible que albergara a la población asentada con anterioridad en la isla situada más al Norte, en ia Rebanadilla. Datada en el siglo VII a.C, la casa nº 2 del Cerro del Villar se construyó sobre los restos de otra que estuvo en pie durante los últimos decenios del siglo VIII a.C. La vivienda del siglo VIL a.C. (fig. 10) se construyó como es habitual mediante muros de zócalo de mampostería, con revestimientos interiores y exteriores de arcilla. Consta de siete estancias y ocupa una superficie total de 74 m2, aunque en una primera fase estuvo formada inicialmente por cuatro espacios, las estancias 1, 2, 6 y 7. Posteriormente se añadieron las estancias 3, 4 y 5 y todas estuvieron en uso durante la fase final de ocupación de la casa. La habitación principal era la de mayor tamaño (estancia nº 1) con una superficie de 13,30 m2; en su interior se disponían en tres de sus lados bancos corridos de adobe sobre un suelo de tierra apisonada y en su interior se hallaron abundantes vasos cerámicos, como platos de barniz rojo y cuencos a mano para el consumo de los alimentos, fragmentos de ánforas y de ollas elaboradas a mano y a torno, dos cuchillos afalcatados de hierro, así como restos orgánicos de fauna y malacofauna. En base a estos elementos y a la ausencia de restos de actividades –122–

Figura 8. Planimetría de los sectores excavados de las Chorreras (según Martín et alü 2008)

productivas, la estancia nº 1 ha sido interpretada como un área de descanso, reunión y consumo. Junto a ella, la estancia nº 2, de reducido tamaño, presenta las paredes cubiertas por un grueso revestimiento de barro y a su vez por un espeso revoco de cal, el cual cubre también el suelo, probablemente para impermeabilizar el espacio, por lo que ha sido identificado como una cisterna para contener agua u otros líquidos. Las estancias nº 6 y nº 7, también construidas en la primera fase, se disponen en el frente occidental de la casa y sus excavadores piensan que probablemente tendrían acceso independiente desde la calle. La habitación nº 6 se ha identificado como un taller donde se realizaron actividades de fundición de plomo según documentan gotas de ese metal, galena argentífera, un área de combustión y un posible vaso cerámico quizá usado como crisol o en el proceso de fundición. Por su parte, la pequeña estancia nº 7 tiene apenas una superficie de 3,5 m2 en cuyo interior se hallaron al menos un huevo de avestruz apoyado en la pared con restos de ocre rojo en su interior, así como tres lucernas dispuestas –123–

Figura 9. Planta de la casa de Las Chorreras 2 (según Martín, Ramírez y Recio, 2005)

formando una U. Dos conchas con restos de carbón en su interior se han relacionado con la combustión de esencias y productos aromáticos en un espacio dedicado a las prácticas rituales y religiosas. Además se encontró un pendiente de plata y elementos de bronce que formaron parte de diversos objetos, entre ellos un jarro de ese metal, que refuerzan el uso sagrado del espacio nº 7. En su configuración definitiva tras la ampliación de la casa, la habitación principal nº 1 se abría a un patio abierto situado en el lado Norte, la estancia nº 5, cuyos muros estaban revestidos de arcilla y revocados en cal, mientras que el pavimento era un empedrado de guijarros. En el ángulo Noroeste del patio había un porche sustentado por las paredes perimetrales y estructuras adosadas de adobe, así como por una estructura de bloques de piedra con agujeros de poste. Bajo el porche, en su ángulo occidental se dispuso un área pavimentada de conchas que daba acceso al espacio nº 2, la cisterna. Al exterior del porche, en la mitad oriental del patio se concentraban sobre el suelo los hallazgos cerámicos formados por grandes recipientes fragmentados, casi completos, destinados al almacenamiento como son 8 ánforas, un pithos y un vaso a mano ò chardon. Asimismo se localizaron abundantes restos de fauna y malacofauna y una olla de cerámica a mano con señales de exposición al fuego. El patio se ha relacionado con actividades de procesado y almacenamiento de alimentos así como un área de acceso a las estancias e ilumi–124–

Figura 10. Casa nº 2 del Cerro del Villar (según García Alfonso, 2012)

nación de las contiguas al mismo. Las estancias nº 3 y 4 se sitúan junto al patio, al Sur de éste, conformando el área más oriental de la zona construida en la segunda fase de la vivienda. La estancia nº 3 se ha identificado con una cocina, donde se documentaron abundantes restos de combustión sobre el pavimento de arcilla, así como cerámicas de cocina a mano y a torno, ánforas, dos botellitas y un plato de engobe rojo. Al parecer pudo haber un acceso desde la calle a la casa por esta estancia, a cuyo exterior se documentaron restos de un pavimento de conchas. El último nuevo espacio de la ampliación de la casa, la estancia nº 4, se ha relacionado con un posible acceso a un embarcadero exterior y a un hipotético segundo –125–

piso. Llama la atención en la distribución interior de esta casa nº 2 del Cerro del Villar la disposición de los pavimentos de conchas con carácter apotropaico en las entradas de las casas, así como la disposición de una estancia reservada a aspectos rituales, rasgos arquitectónicos que tienen un peso evidente en el uso cotidiano de la vivienda y que ponen de relieve el lugar destacado que las prácticas religiosas y rituales tenían en la vida de los habitantes de la colonia fenicia. Asimismo, la profusión de cerámicas de factura a mano presentes en las casas coloniales, en particular cerámica relacionada con la transformación y preparación de alimentos, ha sido interpretada como testimonio de la presencia de individuos autóctonos, principalmente mujeres, conviviendo con la población fenicia, a la que aportarían conocimientos y relaciones con el entorno físico y humano (Delgado y Ferrer, 2007: 23-26). El tamaño reducido y privado de este espacio ritual de la casa nº 2 del Cerro del Villar contrasta con otro espacio identificado como santuario en la vecina Malaka, localizado en las fases más antiguas del área ocupada por la ciudad fenicia y romana y modernamente por la Málaga actual. Las excavaciones del Museo Picasso y las calles Císter y San Agustín, así como hallazgos de otros puntos de la ciudad actual parecen confirmar la existencia de un asentamiento colonial que se extendería en terrazas desde la ladera occidental de la Alcazaba hacia las partes más bajas al Oeste, junto a la margen izquierda del río Guadalmedina. De este asentamiento se han documentado restos de edificaciones vinculadas a la producción metalúrgica fechadas desde comienzos del siglo VIL a.C. en las excavaciones mencionadas (Arancibia y Fernández, 2012: 57-58), así como parcialmente un recinto que albergaba un santuario en uso en el siglo VII a.C. y comienzos del siguiente hasta su amortización, con motivo de la construcción de la muralla de la ciudad hacia mediados del siglo VI a.C. (Escalante et alii, 2012:90). Parcialmente excavado y alterado tanto por la muralla como por otras construcciones, el santuario queda definido por los pavimentos interiores de varias estancias de un edificio, pues no conserva los muros perimetrales que permitan reconstruir su planta (fig. 11). Estratigráficamente se han reconocido tres fases constructivas sucesivas en las que se amortizaba la fase anterior. El santuario daba a una calle y disponía de un patio interior. Algunos de los tabiques eran de adobes y los pavimentos eran muy cuidados de arcilla, y enlucidos de rojo; también se documentó parte de un pavimento de conchas en las proximidades del patio. La sala principal del santuario pudo ser parcialmente excavada y albergó en fases superpuestas dos altares: el más antiguo, denominado altar A estaba hecho con arcilla sobre una plataforma cuadrada y tenía forma de piel de toro con un apéndice semicircular en su lado Este, posiblemente para contener libaciones. –126–

Una vez amortizada esta fase el altar se cubrió y sobre la nueva pavimentación de arcilla con coloración roja se dispuso un segundo altar, denominado B, de las mismas características que el anterior. A esta nueva fase parece asociarse un banco corrido de arcilla (Escalante et alii, 2012: 92-97). Así pues, en época colonial se documentan santuarios muy parecidos a los conocidos en el periodo inicial más antiguo, como El Carambolo, repitiendo un esquema constructivo que difiere poco de la arquitectura doméstica en cuanto a técnicas y soluciones. Como hemos visto anteriormente, las distintas excavaciones han registrado hornos domésticos en el interior de algunas casas. Son hornos de forma cupular, hechos de adobe con un diámetro aproximado de entre uno y dos metros que se emplearon posiblemente para cocer alimentos, pan en particular. Son muy comunes en Oriente, de donde viene el modelo y se han señalado paralelos como los hornos de Tell-Keisan (Díes Cusí, 1994: 144, fig. 109) Sin embargo, la presencia de hornos no es sistemática en todas las casas de los asentamientos coloniales, pues aparece en algunas viviendas de Morro de Mezquitilla, como el complejo K, en Las Chorreras IB (Aubet, 1974, fig 5, láms. II y III; Aubet, Maass-ündemann y Schubart, 1979, fig. 16, lam. 6b) y en Las Chorreras 2 (Martín, Ramírez y Recio, 2005: 9-10), por señalar algunos ejemplos. Por el contrario, en otras muchas casas este elemento está ausente, como es el caso de la vivienda nº 2 del Cerro del Villar, donde tampoco se ha documentado un hogar propiamente dicho. Para cubrir las necesidades de estas viviendas se llevó a cabo la construcción de hornos en espacios abiertos y comunes de los asentamientos, como sucede en el área 1A de Las Chorreras (Martín y Recio, 2012: 213), o en el asentamiento de Sa Caleta en Ibiza (Ramón, 2007: 132). Posiblemente responda también a este tipo el horno localizado en el corte 4 de las excavaciones del Cerro de Montecristo en Abdera, por su posición exenta respecto a construcciones domésticas (Suárez et alii, 1989: 138-140) o el horno de adobes de gran tamaño de La Fonteta del corte 8 en la fase Fonteta V (González Prats, 2011:47-49). La definición de talleres en el interior de las viviendas, vinculando éstas a la producción, es un hecho significativo a tener en cuenta a la hora de definir las actividades que tenían lugar en espacios que consideramos domésticos y que se muestran más polivalentes. Además del ejemplo mencionado de la casa nº 2 del Cerro del Villar encontramos otros casos en varios asentamientos coloniales, como por ejemplo Malaka, donde se sitúa un área de producción metalúrgica junto al santuario anteriormente descrito o la fase constructiva II del corte 3 de Abdera, fechado a finales del siglo VIL a.C, donde se documentaron indicios de producción metalúrgica en el interior de una habitación (López Castro et alii. e.p.) –127–

Figura 11. Santuario urbano de Malaka (según Arancibia y Escalante, 2006b)

Figura 12. Planta de La Fonteta (según González Prats, 1998)

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En el asentamiento alicantino de La Fonteta, se excavó una casa compuesta por varias habitaciones correspondiente a la fase Fonteta III (fig. 12) y en el interior de una de ellas se hallaron elementos metalúrgicos que conformaban un taller de herrero (González Prats 2011: 46). Esta tendencia a incluir espacios productivos en el interior de las viviendas será un rasgo que también encontraremos en la arquitectura urbana de los siglos posteriores.

La arquitectura doméstica durante el Periodo Urbano Hacia finales del siglo VIL a.C. y comienzos del VI a.C. cristalizó una reestructuración del poblamiento fenicio occidental, como resultado de un proceso socio-político cuyo resultado fue la formación de ciudades-estado con sus respectivos territorios (López Castro 2003, 2007a). Aunque ya existían asentamientos urbanos circundados por murallas, como Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata y Pérez, 1995: 99-101; Ruiz Mata, 2001: 263-264), seguramente un arrabal en tierra firme de Gadir, o La Fonteta, identificada con la Herna mencionada en el Periplo de Avieno (O.M. v. 463) (González Prats, 1998), el fenómeno afectó a una serie de núcleos habitados a lo largo de las costas ibéricas y a la isla de Ibiza, inicialmente fundados como asentamientos coloniales. Las manifestaciones arqueológicas más significativas de este proceso fueron el abandono de algunos asentamientos, o la aparición de murallas y necrópolis como rasgos netamente urbanos. Las nuevas condiciones socio-políticas determinaron el aspecto de la ciudades y las casas, pues las murallas definieron espacios urbanos cerrados cuyos límites pervivieron durante siglos. Aunque hay otras ciudades fenicias occidentales identificadas, el proceso de formación de ciudades podemos seguirlo bien desde el punto vista arqueológico y urbano, gracias a las investigaciones efectuadas, en las ciudades de Carteia (Roldan et alii, 2006), Malaka (Gran Aymerich, 1991; López Castro y Mora, 2002; Arancibia y Escalante, 2006a; 2006b; Arancibia y Fernández, 2012; Escalante et alii, 2012: 87-91), Mainoba, identificada posiblemente de manera inicial con el asentamiento colonial de Toscanos y posteriormente con el vecino Cerro del Mar (Niemeyer, 1986; Arteaga 1979; 1981 a; 1981 b) López Castro 2003: 90), Abdera (Fernández-Miranda y Caballero, 1975; Suárez et alii, 1989; López Castro, 2009; López Castro, Alemán y Moya, 2010, López Castro et alii, e.p.) y Baria (López Castro, 2007b; 2009; López Castro et alii, 2009; López Castro, Martínez y Pardo, 2010), cuya arquitectura doméstica analizaremos a continuación, al igual que las viviendas de otros asentamientos no urbanos como Morro de Mezquitilla en su –129–

fase C o el Pajarraco de Vera, que por sus características hemos definido como núcleos menores de población (López Castro 2008:153). Morfológicamente, las ciudades fenicias mencionadas presentan una extensión variable, entre las 4 y las 7 hectáreas, amuralladas por murallas de tipo oriental, principalmente de doble paramento y tirantes, sean de cajones o de casamatas a lo largo de toda su existencia, en ocasiones con varios trazados superpuestos (Montanero, 2008: 96-100). Conocemos las murallas de Mainoba en el Cerro del Alarcón (Schubart, 2000), si bien no es de doble paramento como las demás; las de Malaka (Arancibia y Escalante, 2006 a; 2006b), Abdera (López Castro, Alemán y Moya, 2010; López Castro el alii, e.p.) y las de Carteia en sus dos emplazamientos sucesivos (Roldan y otros, 2006: 96, 301-310; Blánquez, 2008), no así las de Baria, que restan aún por descubrir. Por lo que sabemos, las murallas orientan las edificaciones, organizadas por calles principales que delimitan manzanas o insulae, no necesariamente regulares, y por pequeñas calles intermedias, más irregulares. Atendiendo a la orientaciones de las edificaciones en Malaka y Abdera, al igual que en Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata, 2001), las ciudades presentan una ordenación en paralelo a las murallas y reproducirían una planta típicamente fenicia y oriental, que desarrolla el espacio urbano siguiendo un eje longitudinal al mar, disponiendo las áreas urbanas escalonadamente mediante aterrazamientos, con calles estrechas que suben perpendiculares hacia las cotas altas desde el mar. Como veremos, un rasgo común a destacar es la continuidad del mismo trazado urbano prácticamente durante siglos: las edificaciones pervivieron largos periodos mediante reutilizaciones de antiguas edificaciones y pavimentaciones superpuestas sucesivas. Cuando los edificios eran sustituidos por otros nuevos, éstos seguían la misma orientación y perímetro de los anteriores. Este hecho podría estar sugiriendo la configuración de espacios urbanos complejos, dispuestos en espacios aterrazados, condicionados por los límites de las murallas y por la existencia de elementos urbanos permanentes, como puertas de la muralla, calles, plazas, edificios públicos civiles y religiosos, que condicionaban la orientación del viario y consecuentemente la de los edificios. Otro rasgo significativo de las casas de este periodo es la existencia de espacios productivos en y entre las viviendas con una mayor diversidad en relación al Periodo Colonial: hay espacios con hornos metalúrgicos y con instalaciones hidráulicas relacionadas con la transformación de productos agrícolas, como lagares, documentados en Doña Blanca, por ejemplo (Ruiz y Pérez 1995). Los materiales y técnicas constructivas empleados en este periodo no son muy diferentes de los ya conocidos, aunque se observan cambios. Así por ejemplo, en Malaka las casas de principios del –130–

Figura 13. Excavaciones en Malaka (según Arancibia y Escalente, 2006 a)

siglo VI a.C. documentadas en las excavaciones del Museo Picasso presentan los conocidos muros de zócalo de piedra para la cimentación y el alzado de adobes. En este sector de la ciudad se ha documentado una fase urbana coetánea al uso de la muralla más antigua que sigue una nueva orientación respecto a la fase colonial, acorde con la fortificación, en sentido Este-Oeste. La casa mejor conservada (fig. 13) presenta una distribución en torno a un patio central o habitación principal de 20 m2 de superficie, en cuyo centro se disponía un hogar. Alrededor de este patio o habitación central, se disponen al menos 6 habitaciones a las que daría luz el espacio central, de las que una ha sido identificada como un taller metalúrgico. Las puertas se abrían en las esquinas para dar más consistencia al vano y no restarla a los muros de carga. Los interiores de las habitaciones presentaban los alzados muy cuidados con un fino revestimiento de estuco sobre los adobes. Los pavimentos de arcilla aparecen más cuidados que en el periodo anterior con una nueva técnica, pues se asientan sobre capas de arena. En el patio central el pavimento es de una arcilla verde amarillenta, mientras que en el interior de las habitaciones es rojo. Los suelos fueron reparados o rehechos en varias ocasiones, –131–

al menos tres en la habitación central y en todas las estancias se documentaron hogares. Con redistribuciones, las estructuras documentadas pervivieron hasta el siglo III a.C. (Arancibia y Escalante, 2006 a: 48-58, (fig. 14). Por lo que respecta a los datos de la antigua Abdera las excavaciones de 2006 en el Cerro de Montecristo (López Castro, Alemán y Moya, 2010; López Castro et alii, e.p.) documentaron parcialmente una vivienda de los siglos Vl-V a.C. (fase II) construida sobre una fase constructiva anterior (fase I) (fig. 15). En concreto se localizaron dos habitaciones datadas del siglo VI a.C, situadas perpendicularmente a ambos lados de un muro de unos 8 m de longitud con orientación Noroeste-Sureste, que tuvo funciones de muro de aterrazamiento para salvar un desnivel superior a un metro. La habitación excavada al Sur era de gran tamaño y estaba pavimentada con sucesivos pavimentos de arcilla con sus respectivas capas de preparación, que nos hablan del uso de la misma a lo largo del siglo VI a.C. Con posterioridad, hacia finales del siglo VI o comienzos del siglo V a.C. esta gran habitación fue dividida mediante la construcción de un muro perpendicular de orientación Noreste-Suroeste, al que se le proporcionó a su vez un nuevo pavimento (fase III) (fig. 16). En las habitaciones resultantes se documentó una secuencia de al menos tres pavimentos (fase IV) datados en el siglo V a.C. con sus capas de preparación y varios hoyos de poste para la sustentación de la techumbre. Al Sureste de esta vivienda se documentó un nuevo muro de aterrazamiento de orientación Noreste-Suroeste con su fosa de cimentación, datado hacia finales del siglo V a.C. y comienzos del IV a.C. al que se le adosó otro muro perpendicular para obtener dos estancias (fase V). Los muros de esta fase son técnicamente mejores que los de las fases anteriores, pues emplea bloques de piedra medianos bien careados y ripios. En un momento ya avanzado del siglo IV a.C. este espacio se rehízo superponiendo muros y pavimentos con la misma orientación (fase VI) para albergar un taller metalúrgico con un pequeño horno. Sin embargo, el siglo IV a.C. está mejor documentado en las excavaciones de 1970-1971, en concreto en las viviendas registradas en los cortes denominados “M.E.” y “Zona 2” (Fernández-Miranda y Caballero, 1975). En el primero de ellos, situado en la parte más alta del Cerro de Montecristo se pudieron documentar parcialmente dos habitaciones con suelos de tierra apisonada, separadas por un muro de manipostería edificado en dirección Sureste-Noroeste, la misma que la de las viviendas excavadas en 2006 en la ladera Este. La habitación más oriental presentaba fragmentos de un ánfora clavada en el suelo, para almacenar agua o grano, y próxima a ella se disponía un posible hogar (Fernández Miranda y Caballero, 1975: 69-73). Ya hemos visto cómo a comienzos del Periodo Colonial se empleaba este sistema de enterrar vasos cerámicos como contenedores, tanto –132–

Figura 14. Superposición de fases constructivas del Periodo Urbano en Malaka (según Arancibia y Escalente, 2006 a)

en Morro de Mezquitilla como en Las Chorreras, pero el ejemplo de Abdera, junto a otro caso documentado en Morro de Mezquitilla (Ramírez, 2012: 288) en construcciones domésticas contemporáneas a las abderitanas, pone de manifiesto la continuidad en el tiempo de esta costumbre que podemos asociar con cocinas o espacios de preparación y almacenamiento de alimentos. La habitación del siglo IV a.C. del corte “M.E.” de Adra fue destruida en parte por construcciones de una fase posterior y debió estar en uso desde un momento avanzado del siglo IV hasta comienzos del II a.C. En el corte “Zona 2” se registró una habitación de planta rectangular construida en el siglo IV a.C. en una terraza sobre la roca, con muros de mampostería, que continuó en uso a lo largo del siglo III a.C. (FernándezMiranda y Caballero, 1975: 120-125, 137-150) En la ciudad de Baria, sobre una fase mal documentada de finales del Periodo Colonial, las excavaciones de urgencia descubrieron una fase constructiva posterior datable en la primera mitad del siglo VI a.C, formada por una habitación rectangular de gran entidad constructiva (fig. 17), que presenta una orientación Noreste-Suroeste. Distintos pavimentos de mortero superpuestos sobre capas de relleno sucesivas atestiguan el uso de este sistema constructivo durante los siglos VI y V a.C. A mediados o en la segunda mitad de este siglo se derrumbó el techo sobre el interior de la habitación, en cuyo interior se recogieron pesas de telar, testimonio de la actividad realizada en la misma en esta fase final de su utilización. Al exterior de esta habitación, hacia el Sureste, se documentaron pavimentos superpuestos de mortero blanco con hoyos de poste. Una importante intervención urbanística parece registrarse en la ciudad con la erección en un momento avanzado del siglo IV a.C. de un sistema constructivo (fig. 18) que sigue la misma orientación que el vigente anteriormente, Noreste-Suroeste, reutilizándolo –133–

Figura 15. Fases constructivas de los siglos VII-IV a.C. en Abdera

Figura 16. La fase III en Abdera

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Figura 17. Edificaciones de los siglos VI a IV a.C. en Baria

parcialmente en su trazado. Dotado de una potente cimentación que rompió pavimentos y estratos anteriores hasta llegar a la roca base, consiste en un imponente muro de 90 centímetros de anchura construido en mampostería. Utilizaba piedras de gran tamaño bien careadas y calzadas entre sí mediante piedras más pequeñas, rellenándose los huecos con ripios. Su funcionalidad es difícil de definir con seguridad, dada la parcial documentación disponible, si bien podríamos ponerlo en relación inicialmente con los sistemas de aterrazamiento urbano. El empleo del adobe en alzados, enlucidos y techumbres es profuso, mientras que las cubiertas debieron ser planas, sustentadas por postes y soportes de madera de los que quedan los hoyos en los pavimentos. La funcionalidad de los espacios pavimentados y de la habitación viene determinada por los hallazgos de elementos relacionados con la producción metalúrgica, así como por indicios de otras actividades de transformación, tales como pesas de telar o fragmentos de molinos de mano. Durante este periodo el asentamiento malagueño de Morro de Mezquitilla debió ser un habitat rural o núcleo menor de población, del que se ha excavado parcialmente un gran edificio en la ladera Suroeste, que constituye las denominadas fases BV a BVII e inicios de la Fase C del yacimiento (Schubart, 2006:129-132). Su planta (fig. 19) era aproximadamente rectangular y estaba delimitado por gruesos muros perimetrales de 0,90 metros de anchura, de los que sólo se documentaron los de los lados Suroeste y Sureste. El espacio interior se dividió en dos partes por un muro perpendicular: la parte suroccidental se dividía a su vez en cuatro naves de las que la más meridional era mucho más estrecha que las otras y –135–

Figura 18. Fase constructiva del siglo IV en Baria

contenía un espacio rectangular delimitado por muretes y enlucido en su interior que ha sido interpretado como depósito de agua, aunque quizás responda a una pileta para vino o aceite similar a las que conocemos en otros asentamientos. Las otras naves contiguas eran de mayor extensión, con espacios rectangulares amplios, en cuyo interior se disponían muros para dividir internamente una de ellas y crear espacios internos de funcionalidad poco clara. La nave más septentrional disponía un recinto o habitación pavimentada con grandes losas de piedra, tal vez porque pudiera tratarse de un patio exterior. En la mitad septentrional del edificio se dispuso también una división en naves simétricas mediante muros gruesos, compartimentadas por muros de división interiores y transversales a las naves que crean espacios reducidos, quizás destinados al almacenamiento. Uno de ellos, por su gran profundidad ha sido interpretado como sótano, tal vez destinado al almacenamiento, al contener grandes fragmentos de ánforas. Dado que no se han publicado los materiales arqueológicos, es imposible aventurar nada más sobre la funcionalidad de los espacios y la datación exacta de las distintas fases constructivas que grosso modo sitúan sus excavadores entre los siglos VI-V. a.C. con una perduración hasta el III-II a.C. En el territorio de Baria contamos con otro asentamiento rural, el Cerro del Pajarraco, en el que las excavaciones efectuadas (Cámalich et alii, 1999: 123-130; Chávez et alii, 2000) documentaron parte de una vivienda del siglo V a.C. construida en una terraza artificial en la ladera Norte del yacimiento (fig. 20). La parte excavada dio como resultado dos habitaciones denominadas A y C que se abrían a un patio descubierto, denominado estancia B. –136–

Figura 19. Planta de edificio de los siglos V-lll a.C. en Morro de Mezquitilla (según Schubart, 2006)

Los muros fueron construidos con piedras, formando dos caras rellenas de tierra y piedras menores, que en algún tramo alcanzaban los 1,20 metros de altura, mientras que los alzados de las paredes se efectuaron en adobes. El suelo de la estancia A era de arcilla roja, mientras que el del patio C era de tierra batida. Sobre el suelo de la habitación A se encontraba depositado un conjunto ánforas y otros vasos destinados al almacenamiento como unas y cerámicas de mesa. La habitación B, identificada como patio, contenía varios molinos de piedra, vasos de almacenaje cuidados y groseros, mientras que la habitación C proporcionó cerámicas de almacenamiento como grandes urnas o fuentes, cerámicas de cocina y comunes y algunas cerámicas de mesa. Parece que, como hemos visto en otros ejemplos, el patio se destinaba a actividades productivas de transformación como la molienda y otras actividades relacionadas con la misma, mientras que la habitación C se destinaría al almacenamiento y producción de alimentos y la estancia A al almacenamiento y al consumo.

CONSIDERACIONES FINALES Aun cuando contamos con una documentación desigual y fragmentaria, en la que escasean los espacios excavados completos o las publicaciones exhaustivas –137–

Figura 20. Planta de vivienda en El Pajarraco (según Cámalich et alii, 1999)

de los hallazgos para aventurar la funcionalidad de los espacios domésticos, algunos hechos y patrones comunes pueden extraerse de aquélla. En primer lugar hay que subrayar la progresiva complejización de los espacios domésticos a lo largo de los siglos, así como la mejora de las técnicas constructivas que permitieron la edificación de viviendas más sólidas y amplias, a partir de los materiales y elementos más comunes disponibles sobre el terreno: piedra, arcilla y madera, y más adelante cal. La incorporación de técnicas y módulos orientales está suficientemente atestiguada. Las viviendas emplearon durante siglos los patios, centrales o no, tanto para dar iluminación a las habitaciones como para albergar actividades de almacenamiento y transformación de los alimentos para el consumo, identificables por los hogares para cocinar, los hornos de pan, los molinos de mano o los sistemas de almacenamiento de alimentos en vasos cerámicos enterrados en el pavimento o dispuestos sobre soportes de arcilla o mampostería. Otros espacios, en los casos en que ha podido identificarse, estaban destinados al almacenamiento y al consumo, a veces separadamente y a veces en espacios polivalentes. Las viviendas incluyeron estancias destinadas a la producción artesanal, ya fuera metalúrgica o textil, así como al almacenamiento de líquidos. En el ámbito domés–138–

tico podían incorporarse elementos sacros, como los pavimentos de conchas, e incluso estancias con una funcionalidad cultural exclusiva, o incluso pequeños santuarios. Mediante redistribuciones, divisiones, reparaciones y refacciones, las casas pervivieron en pie varios siglos. Este hecho es particularmente acusado durante el Periodo Urbano, debido a que la superficie delimitada por las murallas no era demasiado grande en las ciudades, de manera que el parcelario y el viario urbanos debieron de sufrir pocas modificaciones en siglos. La publicación exhaustiva de las excavaciones ya efectuadas y la cuidada excavación en el futuro de viviendas y habitaciones completas, que nos permitan conocer mejor el empleo de espacios domésticos y los hábitos de quienes los ocuparon permitirá profundizar en el conocimiento de este aspecto tan relevante de la presencia fenicia en Occidente

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TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA Nº 1

LUCERNAS ROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Esperanza Manera. Ibiza, 1979. 22 pp. y IX láms. (Agotado)

Nº 2

CERÁMICAS DE IMITACIÓN ÁTICAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y José O. Granados. Ibiza, 1979. 49 pp. y I lám. (Agotado)

Nº 3 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 72 pp. Nº 4

EL HIPOGEO DE CAN PERE CATALÀ DES PORT (SANT VICENT DE SA CALA). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 34 pp. y VIII láms.

Nº 5

IBIZA Y LA CIRCULACIÓN DE ÁNFORAS FENICIAS Y PÚNICAS EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL. Por Juan Ramón. Ibiza, 1981. 49 pp., 6 figs. y III láms. (Agotado)

Nº 6

UN HIPOGEO INTACTO EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS. EIVISSA. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1981. 34 pp., X láms. y un plano de la necrópolis. (Agotado)

Nº 7

ESCARABEOS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Josep Padró. Madrid, 1982. 249 pp. con figs. y láms.

Nº 8

EL SANTUARIO DE ES CUIERAM. Por Mª. Eugenia Aubet Semmler. Ibiza, 1982. 55 pp. y XXX láms. (Agotado)

Nº 9

URNA DE OREJETAS CON INCINERACIÓN INFANTIL DEL PUIG DES MOLINS. Por Carlos Gómez Bellard. Ibiza, 1983. 26 pp. y I lám.

Nº 10 GUÍA DEL PUIG DES MOLINS. Por Jorge H. Fernández. Madrid, 1983. 242 pp. (Agotado) Nº 11 LA COLONIZACIÓN PÚNICO-EBUSITANA DE MALLORCA. ESTADO DE LA CUESTIÓN. Por Víctor M. Guerrero Ayuso. Ibiza, 1984. 39 pp., 24 figs. y VIII láms. Nº 12 SOBRE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por José Mª. Mañá de Angulo. Ibiza, 1984. 174 pp. (Agotado) Nº 13 ESCULTURA ROMANA DE IBIZA. Por Alberto Balil. Ibiza, 1985. 19 pp. y VIII láms. Nº 14 NOTAS PARA UN ESTUDIO DE LA IBIZA MUSULMANA. Por Guillermo Rosselló Bordoy. Ibiza, 1985. 69 pp. (Agotado) –223–

Nº 15 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (II). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1986. 42 pp. (Agotado) Nº 16 AMULETOS DE TIPO EGIPCIO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández y Josep Padró. Ibiza, 1986. 109 pp., 7 figs. y XVII láms. (Agotado) Nº 17 LAS PINTURAS RUPESTRES DE SA COVA DES VI SES FONTANELLES. SANT ANTONI DE PORTMAY. (IBIZA). Por Antonio Beltrán, Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1987. 26 pp., 12 figs. y IX láms. (Agotado) Nº 18 EL SANTUARIO DE LA ILLA PLANA (IBIZA): UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS. Por Esther Hachuel y Vicente Marí. Ibiza, 1988. 92 pp., 12 figs. y XXII láms. Nº 19 EL SEPULCRO MEGALÍTICO DE CA NA COSTA (FORMENTERA). Parte I. Por Jordi H. Fernández, Luis Plantalamor y Celia Topp. Parte II. Por Francisco Gómez y José M. Reverte. Ibiza, 1988. 76 pp., 18 figs. y X láms. (Agotado) Nº 20 EPIGRAFÍA ROMANA DE EBUSUS. Por Jaime Juan Castelló. Ibiza, 1988. 118 pp., 2 figs. y XVII láms. Nº 21 EL VIDRIO ROMANO EN EL MUSEO DEL PUIG DES MOLINS. Por Cristina Miguélez Ramos. Ibiza, 1989. 78 pp., 41 figs. y VIII láms. Nº 22 EL VERTEDERO DE LA AVDA. ESPAÑA Nº 3 Y EL SIGLO III D.C. EN EBUSUS. Por Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1990. 112 pp., 38 figs. y III láms. (Agotado) Nº 23 LAS ÁNFORAS PÚNICAS DE IBIZA. Por J. Ramon. Ibiza, 1991. 199 pp., 56 figs. y XXXI láms. (Agotado) Nº 24 I-IV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1986-89). Por AA.VV. Ibiza, 1991. 259 pp. con figs. y láms. Nº 25 LA CAÍDA DE TIRO Y EL AUGE DE CARTAGO. V JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1990).Por AA.VV. Ibiza, 1991. 86 pp. con figs. y láms. Nº 26 MARCAS DE TERRA SIGILLATA DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández, José O. Granados y Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1992. 95 pp., XXII láms. y figs. (Agotado) Nº 27 PRODUCCIONES ARTESANALES FENICIO-PÚNICAS. VI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1991). Por AA.VV. Ibiza, 1992. 87 pp. con figs. y láms. (Agotado)

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Nº 28- 29 EXCAVACIONES EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LAS CAMPAÑAS DE D. CARLOS ROMÁN FERRER: 1921-1929. Por Jordi H. Fernández. Ibiza, 1992. 3 Tomos Nº 30 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (III). Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1993. 114 pp. (Agotado) Nº 31 NUMISMÁTICA HISPANO-PÚNICA. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN. VII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (IBIZA, 1992). Por AA.VV. Ibiza, 1993. 168 pp. con figs. y láms. Nº 32 EL POZO PÚNICO DEL «HORT D’EN XIM» (EIVISSA). Por J. Ramon. Ibiza, 1994. 83 pp. con figs. láms. (Agotado) Nº 33 CARTAGO, GADIR, EBUSUS Y LA INFLUENCIA PÚNICA EN LOS TERRITORIOS HISPANOS. VIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (IBIZA, 1993). Por AA.VV. Ibiza, 1994. 163 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 34 MONEDA I MONEDES ÀRABS A L’ILLA D’EIVISSA. Por Fèlix Retamero. Ibiza, 1995. 70 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 35 LA PROBLEMÁTICA DEL INFANTICIDIO EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS. IX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA. (EIVISSA, 1994). Por AA.VV. Ibiza, 1995. 90 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 36 LAS CUENTAS DE VIDRIO PRERROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLOGICO DE IBIZA Y FORMENTERA. Por Encarnación Ruano Ruiz. Ibiza, 1996. 101 pp. con figs. y láms. a color. Nº 37 VIDRIOS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LA COLECCIÓN DE D. JOSÉ COSTA “PICAROL”. Por AA.VV. Ibiza, 1997. 130 pp. con figs. y láms. a color. Nº 38 PROSPECCIONES GEO-ARQUEOLÓGICAS EN LAS COSTAS DE IBIZA. Por Horst D. Schulz y Gerta Maass-Lindemann. Ibiza, 1997. 62 pp., con figs. y láms. Nº 39 FE-13. UN TALLER ALFARERO DE ÉPOCA PÚNICA EN SES FIGUERETES (EIVISSA). Por Joan Ramon Torres. Ibiza, 1997. 206 pp. con figs. y láms. Nº 40 EIVISSA FENICIO-PÚNICA. X JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1995). Por AA.VV. (En prensa) Nº 41 RUTAS, NAVÍOS Y PUERTOS FENICIO- PÚNICOS. XI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1996) Por AA.VV. Ibiza, 138 pp. con figs. y láms.1998. (Agotado) –225–

Nº 42 MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández (Eds.). Ibiza, 1998. 216 pp. con figs. y láms. Nº 43 DE ORIENTE A OCCIDENTE: LOS DIOSES FENICIOS EN LAS COLONIAS OCCIDENTALES. XII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1997). Por AA.VV. Ibiza, 1999. 135 pp. con figs. y láms. Nº 44 LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN IBERIA. XIII JORNADAS DE ARQUEOLOGIA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1998). Por AA.VV. Ibiza, 2000. 127 pp. con figs. y láms. Nº 45 NECRÓPOLIS RURALES PÚNICAS EN IBIZA. Por Miquel Tarradell (†) y Matilde Font (†), con la colaboración de Mercedes Roca, Jorge H. Fernández, Núria Tarradell-Font y Catalina Enseñat. Ibiza, 2000. 258 pp. con figs y láms. Nº 46 SANTUARIOS FENICIO-PÚNICOS EN IBERIA Y SU INFLUENCIA EN LOS CULTOS INDÍGENAS. XIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA,1999). Por AA.VV. Ibiza, 2000. 200 pp. con figs y láms. Nº 47 DE LA MAR Y DE LA TIERRA. PRODUCCIONES Y PRODUCTOS FENICIO-PÚNICOS. XV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA (EIVISSA 2000). Por AA.VV. Ibiza 2001. 160 pp. con figs. y láms. Nº 48 LA FORMA EB. 64/65 DE LA CERÁMICA PÚNICO EBUSITANA. Por Ana Mezquida Orti. Ibiza 2001. 250 pp. con figs. y láms. Nº 49 LA CERÀMICA DE YABISA. CATÀLEG I ESTUDI DEL FONS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA. Por Helena Kirchner. Ibiza, 2002. 484 pp. con figs. y láms. Nº 50 LA COLONIZACIÓN FENICIA EN OCCIDENTE. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI. XVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2001). Por AA.VV. Ibiza 2002. 148 pp. con figs. y láms. Nº 51 CONTACTOS EN EL EXTREMO DE LA OIKOUMÉNE. LOS GRIEGOS EN OCCIDENTE Y SUS RELACIONES CON LOS FENICIOS. XVII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2002). Por AA.VV. Ibiza 2003. 148 pp. con figs. y láms. Nº 52 MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA (II). EL PUIG DES MOLINS (EIVISSA): UN SIGLO DE INVESTIGACIONES. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández (Eds.). Ibiza, 2003. 332 pp. con figs. y láms. –226–

Nº 53 CAN CORDA. UN ASENTAMIENTO RURAL PÚNICO-ROMA NO EN EL SUROESTE DE IBIZA. Por Rosa Mª Puig Moragón, Enrique Díes Cusí y Carlos Gómez Bellard, Ibiza, 2004. 175 pp. con dibujos y fotografías en blanco y negro y una lámina en color. Nº 54 COLONIALISMO E INTERACCIÓN CULTURAL: EL IMPACTO FENICIO PÚNICO EN LAS SOCIEDADES AUTÓCTONAS DE OCCIDENTE. XVIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2003). Por AA.VV. Ibiza 2004. 208 pp. con figs. y láms. Nº 55 UNA APROXIMACIÓN A LA CIRCULACIÓN MONETARIA DE EBUSUS EN ÉPOCA ROMANA. Por Santiago Padrino Fernández. Ibiza 2005. 188 pp. con láms. Nº 56 GUERRA Y EJÉRCITO EN EL MUNDO FENICIO-PUNICO.XIX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2004). Por AA.VV. Ibiza 2005. 194 pp. con figs. y láms. Nº 57 LAS NAVAJAS DE AFEITAR PÚNICAS DE IBIZA. Por Beatriz Miguel Azcárraga. Ibiza, 2006. 311 pp. con láms. Nº 58 ECONOMÍA Y FINANZAS EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO DE OCCIDENTE. XX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2005). Por AA.VV. Ibiza 2006. 130 pp. con figs. y láms. Nº 59 MAGIA Y SUPERSTICIÓN EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO XXI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2006). Por AA.VV. Ibiza 2007. 200 pp. con figs. y láms. Nº 60 EL DIOS BES: DE EGIPTO A IBIZA. Por Francisca Velázquez Brieva. Ibiza, 2007. 258 pp. con figs y láms. Nº 61 ARQUITECTURA DEFENSIVA FENICIO-PÚNICA XXII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2007). Por AA.VV. València, 2008. 190 pp. con figs. y láms. Nº 62 AMULETOS PÚNICOS DE HUESO HALLADOS EN IBIZA. Por AA.VV. València, 2009. 296 pp. con figs. y láms. Nº 63 EL DEPÓSITO RURAL PÚNICO DE CAN VICENT D’EN JAUME (SANTA EULÀLIA DES RIU, IBIZA). Por José Pérez Ballester y Carlos Gómez Bellard. València, 2009. 176 pp. con figs. Nº 64 INSTITUCIONES DEMOS Y EJERCITO EN CARTAGO. XXIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2008). Por AA.VV. València, 2009. 180 pp.

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Nº 65 ASPECTOS SUNTUARIOS DEL MUNDO FENICIO-PÚNICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. XXIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2009). Por AA.VV. València, 2010. 136 pp. con figs. Nº 66 YÕSERIM: LA PRODUCCIÓN ALFARERA FENICIO-PÚNICA EN OCCIDENTE. XXV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010). Por AA.VV. València, 2011. 264 pp. con figs. y láms. Nº 67 SAL, PESCA Y SALAZONES FENICIOS EN OCCIDENTE. XXVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2011). Por AA.VV. València, 2012. 216 pp. con figs. Nº 68 LA MONEDA Y SU PAPEL EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS. XXVII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2012). Por AA.VV. València 2013. 224 pp. con figs. y láms. Nº 69 AMULETOS DE ICONOGRAFÍA EGIPCIA PROCEDENTES DE IBIZA. Por AA.VV. València, 2014. 728 pp. con figs y láms.

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