El espacio doméstico en el área de Cartago. Arquitectura y sociedad ante la conquista romana

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Descripción

Amb la col·laboració de:

ARQUITECTURA URBANA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS XXVIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2013)

Editadas por benjamí costa y jordi h. fernández

EIVISSA, 2014

«TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» s’intercanvia amb tota classe de publicacions afins d’Arqueologia i d’Història, a fi d’incrementar els fons de la Biblioteca del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera. «TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» se intercambia con toda clase de publicaciones afines de Arqueología e História, con el fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. DIRECTOR: Jordi H. Fernández COORDINADOR: Benjamí Costa

Intercanvis i subcripcions/ Intercambios y subscripciones: Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera Via Romana, 31 - 07800 Eivissa (Balears) Foto portada: Restes de construccions fenícies del Castell d’Eivissa. Restos de construcciones fenicias del Castillo de Ibiza. (Foto: J.H. Fernández)

ISBN: 978-84-87143-51-9 Dipósit legal: I-140-2014 Impressió, maquetació i disseny: Grup fent

ÍNDICE

EL ESPACIO DOMÉSTICO EN EL ÁREA DE CARTAGO. ARQUITECTURA Y SOCIEDAD ANTE LA CONQUISTA ROMANA Fernando Prados Martínez................................................................................... 9

ARQUITECTURA DOMÉSTICA FENICIO-PÚNICA EN SICILIA Y CERDEÑA (SS. VIII-III A.C.) David Montanero Vico........................................................................................ 41

EL ESPACIO DOMÉSTICO EN LA ARQUITECTURA FENICIA OCCIDENTAL DEL SURESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA José Luis López Castro......................................................................................111

ARQUEOLOGÍA URBANA. ESPACIOS DOMÉSTICOS DEL MUNDO FENICIO Y PÚNICO EN EL SUROESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Juan Blánquez Pérez......................................................................................... 145

ARQUITECTURA URBANA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN LA CIUDAD PÚNICA DE IBIZA Joan Ramon Torres........................................................................................... 191 –7–

EL ESPACIO DOMÉSTICO EN EL ÁREA DE CARTAGO. ARQUITECTURA Y SOCIEDAD ANTE LA CONQUISTA ROMANA Fernando Prados Martínez Universitat d’Alacant

En este trabajo1 nos aproximaremos al estudio de la arquitectura doméstica en Cartago y en su territorio próximo. Así, junto al análisis arquitectónico de los espacios construidos, se propondrá una lectura social, no sin subrayar las dificultades existentes, sobre todo provocadas por la falta de publicaciones y de contextos. Partiendo de una aproximación general a la arquitectura doméstica púnica del ámbito norteafricano, centrándonos en las técnicas constructivas, realizaremos después un reconocimiento inicial de las casas fenicias señaladas generalmente como precedente directo de las púnicas. Posteriormente, se analizarán los dos tipos de estructuras domésticas que podemos encontrar de forma general en el ámbito cartaginés entre los siglos IV y II a.C.: las denominadas “casas de patio central” o de “tipo helenístico” y las llamadas “casas en enfilada”. Ambos modelos, quizás atribuibles a diferentes grupos sociales, se pueden documentar en la mayoría de yacimientos del área de estudio.

1. CASAS SIN COSAS O LOS PROBLEMAS DE LA INVESTIGACIÓN No hay un ámbito más óptimo para desarrollar los procesos de socialización que la residencia familiar. Entre estos procesos se incluyen, además de las relaciones familiares o las principales actividades humanas (nacimiento, reproducción, muerte, etc.), las actividades económicas y artesanales. La Arqueología

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Este trabajo es deudor, en gran medida, de una primera aproximación a la lectura social de los espacios domésticos púnicos desarrollada recientemente (Jiménez y Prados, 2014).

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permite hoy identificar espacios de uso social y reconocer, gracias al registro, aquellos en los que se realizaron estas actividades. Pero, para ello, no basta con analizar el continente, es decir, la tipología o la tecnología constructiva de las casas, sino que se hace necesario conocer a fondo el contenido, esto es, la cultura material mueble que se asoció a cualquier actividad desarrollada en el marco del espacio doméstico. Antes de comenzar, es preciso señalar los problemas existentes para tratar de elaborar algo más que un mero análisis descriptivo –que ya hemos intentado en alguna otra ocasión– (p.e. Prados, 2003 y 2007). Estos problemas derivan de la falta de investigaciones y de publicaciones (a pesar de que se han “vaciado” literalmente decenas de casas en algunos de los yacimientos más importantes como Kerkouane, Utica o la propia Cartago), así como la escasa –o nula– importancia que se le han dado, por lo general, a los contextos domésticos, más allá de la clasificación de las cerámicas de cocina o almacenaje con una motivación taxonómica y cronológica. Hemos querido arrancar este primer apartado reutilizando un título, “casas y cosas”, que encabezó un trabajo sobre las implicaciones sociales que se pueden constatar desde la lectura de los espacios domésticos y que, aunque se centró en un espacio y un tiempo bien distinto, nos parece de enorme relevancia en el sentido metodológico y conceptual (Gutiérrez y Cañavate, 2010: 123). En el citado trabajo, los autores se apoyaron en el registro mueble para determinar la funcionalidad de los espacios, no renunciando al análisis formal como segundo recurso. En nuestro caso, el título de “casas sin cosas” alude a un mal endémico de la investigación arqueológica púnica, por lo que ya avanzamos que las lecturas que aquí se recogen van a centrarse fundamentalmente en aspectos formales y en algún dato parcial que se ha conseguido recolectar. Por ello, creemos que el estudio de la unidad doméstica en el ámbito cultural púnico, aunando continente y contenido, es decir, arquitectura y cultura material mueble, ha de aportar informaciones de relevancia sobre las familias como pequeñas unidades pertenecientes a grupos sociales mayores. El estudio en profundidad de la unidad familiar, como veremos, será fundamental para ampliar el conocimiento sobre la propia sociedad cartaginesa. De la lectura de trabajos recientes enmarcados dentro de la llamada “Household Archaeology”, se desprende que el espacio habitado es un elemento que los arqueólogos podemos estudiar como parte de la cultura material de un yacimiento (Rapoport, 2001) y que, por acercarnos a la escala humana, nos ilustra más sobre el “lugar” concreto que sobre el “espacio” entendido de forma amplia (Ashmore, 2002; Bender, 2006). Teniendo en cuenta el registro material o el ajuar –10–

doméstico, se pueden distinguir y clasificar por su funcionalidad los espacios habitados. En el caso púnico, debido a la metodología de excavación desarrollada y al poco detalle de ciertas publicaciones, nos resultará compleja muchas veces esta identificación. Pese a ello, podremos clasificar las casas atendiendo a otros aspectos, por ejemplo, en función de la accesibilidad o la conectividad entre los distintos ámbitos internos. Para ello será necesaria la lectura de sus estructuras una vez excavadas y será este hecho, junto a la descripción de su arquitectura o a su relación con otras estructuras domésticas (agregadas formando manzanas o conformando una suerte de barriadas) la que nos permita desarrollar este ensayo de lectura arquitectónica y social. Aprovecharemos la oportunidad que se nos brinda en esta monografía, pues, para tratar de elaborar una propuesta que, de alguna forma, complete los citados trabajos en los que hemos intentado definir la arquitectura doméstica púnica desde el estudio tipológico. Por ello, en estas líneas, sin desatender el encargo que los organizadores de estas Jornadas nos hicieron de antemano (que incluye una revisión de los materiales de construcción y de las técnicas constructivas en el área cartaginesa) analizaremos la integración de las casas en la trama urbana (tanto de forma individual como agregada) y propondremos en paralelo una propuesta de lectura social de los espacios construidos. Habíamos señalado al inicio del trabajo la dificultad que acarrea poder correlacionar los ajuares domésticos con sus espacios originarios en el caso de las estructuras domésticas púnicas, pues salvo excepciones, en su mayoría procedentes de excavaciones más recientes, esa información no siempre ha sido correctamente registrada y publicada. Por eso es complicado profundizar más en este tipo de análisis, teniendo en cuenta que en muchos casos trabajamos sobre dibujos de plantas simplificadas de edificios que sólo muestran una fase de ocupación (Fantar, 1998: 40; Rakob, 2002). Igualmente, hay que tener en cuenta que otras veces esas mismas planimetrías fueron voluntariamente idealizadas por los investigadores con la intención de poder describir de forma genérica y con claridad, cómo era la arquitectura doméstica púnica, cómo se organizaban en líneas generales los espacios, o cómo eran los diferentes tipos de viviendas y manzanas de casas en Cartago (p.e. Lancel, 1994: 148, 151 y 160) o en otros enclaves (p.e. Fantar, 1985: 301; Markoe, 2000: 74). Pero ahora, una vez bien caracterizada la arquitectura púnica, al menos en el plano tipológico, quizás vaya siendo hora de intentar llegar algo más lejos. En cualquier caso, a pesar de lo limitado y sobre todo, lo poco detallado del registro documental, consideramos que sí es posible establecer relaciones relevantes entre la morfología del espacio doméstico púnico (Mezzolani, 2000) y la –11–

Figura 1. Vista del llamado “Barrio de Aníbal” en la colina de Byrsa (Cartago)

estructura de la sociedad que lo configuró y habitó (Jiménez y Prados, 2014). Se pueden identificar, como hemos ido viendo, correlaciones entre el patrón espacial y las pautas sociales a partir del incremento de la complejidad y segmentación de espacios en cada una de las unidades de habitación. Hemos comprobado también la posibilidad de observar los diferentes niveles de desarrollo de la privacidad mediante la creación o la inexistencia de barreras arquitectónicas, del control de las entradas o de la segregación de espacios en función del género o del estatus. Sabemos que la segregación de trabajo y consumo en el hábitat permite detectar grupos de mujeres y/o hombres dentro de las unidades domésticas, y esto se puede observar en las casas púnicas más complejas, es decir, aquéllas que se organizan de forma centrípeta en torno al patio central. También, a pesar de las citadas limitaciones, se pueden reconocer esquemas generales de funcionamiento de los espacios, identificar las distintas áreas de actividad y, en la medida de lo posible, las funciones del espacio construido a partir de las morfologías arquitectónicas y, cuando es posible, de los ajuares domésticos. Sabemos, por otro lado, que la sociedad cartaginesa era mayoritariamente urbana (Fig.1) y de carácter multiétnico, con origen en las comunidades fenicias procedentes de todas las colonias del Mediterráneo que se mestizaron con poblaciones autóctonas (iberos, sículos, sardos, etc.) así como con sirios, egipcios, chipriotas, griegos de diversa procedencia e itálicos, junto con un importante y mayoritario grupo norteafricano autóctono. Por los epitafios nominales y por los ajuares que se observan en algunos sepulcros, sabemos también que eran frecuentes los matrimonios mixtos (Fantar, 1998: 97; Prados 2001: 38). Las zonas de contacto cultural y las ciudades de frontera próximas a Cartago tales como –12–

Althiburos, Maktar o Zama, entre otras, fueron contextos social y culturalmente muy heterogéneos, donde la hibridación rompió las identidades establecidas, por lo que sus viviendas se convierten hoy en inmejorables laboratorios para estudiar la correlación entre el espacio habitado y las pautas sociales.

2. EMPECEMOS POR LOS CIMIENTOS. MATERIALES, TÉCNICAS Y MEDIDAS 2.1. Materiales de construcción de las viviendas púnicas En las culturas arquitectónicas antiguas, los recursos naturales cercanos fueron el principal condicionante y determinaron, por ello, la elección de los materiales de construcción. Así, en los lugares con escasez de roca, se desarrolló con más fuerza una arquitectura “de barro”, empleando de forma sistemática el adobe o tapial, muchas veces erigidas directamente sobre el suelo. Será el barro, simple arena humedecida, el material de construcción que fue utilizado mayoritariamente en las viviendas del área cartaginesa. El desarrollo de la arquitectura de barro, bien sea mediante la confección de estructuras con barro crudo amasado a mano, bien con tapial o mediante adobes y ladrillos, adquirió una importancia vital desde el Neolítico en el ámbito mediterráneo. Se trató, pues, del material más abundante y asequible. Para los alzados de las viviendas se empleó el barro “crudo” es decir, sin mezclar y sin cocer, tan sólo acompañado de elementos vegetales para ganar en consistencia, y dejado secar al sol dentro de moldes de madera para su endurecimiento. Esta actividad generó el adobe, un material muy flexible y barato. El término se emplea en arquitectura para el bloque que no se ha sometido a ningún proceso de cocción, y que ha sido realizado mediante la mezcla de tierra o barro, arcilla, arena y algo de agua, hasta alcanzar un estado plástico maleable. El contenido de arena que tiene que tener el material debe ser siempre elevado para evitar agrietamientos durante el proceso de secado. A la pasta húmeda se le añadía una mezcla de elementos vegetales, trozos de cuerda y juncos, y a veces también estiércol animal que llevaba en su composición restos vegetales triturados. En algún caso aparecen posidonias y otras algas como material estabilizante en el núcleo de los adobes, como se puede apreciar en algún alzado de Kerkouane (Fantar, 1984: 277). En el entorno próximo de la ciudad de Cartago la abundancia de terrenos arcillosos y la enorme calidad de las tierras implicaron un mayor desarrollo del uso del barro. La dimensión de los adobes varió en función de la zona de la casa en la –13–

que se ubicaron, es decir, los adobes que conformaron los muros medianeros y tabiques del interior de las viviendas fueron siempre de menor tamaño y aparecieron generalmente revestidos de estuco. El uso del adobe no se vincula únicamente a la erección de muros; es bastante habitual encontrarnos pavimentos realizados en adobes y sobre todo, su empleo es bastante habitual en las cubiertas. En la arquitectura doméstica púnica también aparecen frecuentemente las construcciones en tapial, que se realizaron mediante la colocación del barro una vez mezclado con arena, elementos vegetales y agua, dentro de un encofrado de planchas de madera unidas por vigas transversales. Esa mezcla fue después pisada y comprimida con distintas herramientas para conformar tongadas que formaron parte del alzado una vez secadas. Para aumentar la capacidad de aislamiento y resistencia del barro se aplicó en algún caso una ligera cocción (siempre acompañado de algunos elementos minerales, a modo de desgrasantes, para evitar su fracturación). Ahora bien, cabe reseñar que el uso de barro cocido en la Cartago púnica fue residual, quedando relegado a determinados aspectos como los ornamentos superiores de edificios, los remates de alguna techumbre y, sobre todo, en algún pavimento que ha llegado hasta nosotros en la ciudad de Kerkouane. Desde el siglo IV a.C. se documenta el uso de ladrillos en algunos yacimientos púnicos del norte de África. Será de nuevo Kerkouane el enclave donde mejor se atestigua la utilización de barro cocido desde fechas tan tempranas. También en la ciudad de Cartago han aparecido numerosos elementos que indican el empleo del ladrillo, aunque no con el mismo desarrollo que adquirirá en época romana. La mayoría de estos elementos paralelepípedos fueron empleados en la construcción de los pavimentos, aunque también en la construcción de muros (Fantar, 1984: 280). El caso de Kerkouane muestra que los ladrillos que fueron empleados para los pavimentos presentaban en sus bordes ranuras y salientes para asegurar el encaje de cada pieza, denotando una avanzada técnica alfarera. En cuanto a las tejas, los datos son menos concisos aunque sí parece que se ha recogido alguna muestra en Cartago, en niveles del siglo II a.C. y sobre todo, se tiene constancia de la utilización de tejas en la representación decorada de un sarcófago púnico de Cartago en el que aparece una vivienda. Esta noticia la recogemos del Manuel d’Archéologie Punique II (Cintas, 1976: 107-108). En cualquier caso, hemos de tener en cuenta que en la mayor parte de los casos las construcciones púnicas se rematarían con techos planos (Fig. 2), en los que se aprovecharía el espacio superior como terraza. Como generalidad, las rocas que se utilizaron para las viviendas procederían de canteras próximas a las ciudades. Además, dado que la mayor parte de ellas ocuparon zonas costeras, los tipos fueron similares, salvo algunas excepciones de –14–

Figura 2. Casas con cubiertas planas y merlones. Decoración pictórica del hipogeo nº 8 de la necrópolis de Djebel Mlezza, en las proximidades de Kerkouane

carácter local. Solamente detectaremos el uso de rocas importadas en algún caso puntual, como por ejemplo en los bloques de basalto empleados en las paredes de las bañeras de Kerkouane, colocados para mantener la temperatura del agua. La roca más frecuente es la arenisca ya que, por un lado, es uno de los elementos pétreos más abundantes, y por otro, se trata de un material maleable, fácil de extraer y fácil de trabajar. Las calizas configuran el segundo grupo de rocas empleadas en las construcciones domésticas púnicas. Ya desde la Antigüedad fueron célebres las canteras de caliza de El Haouaria en el Cap Bon, donde se extrajo la piedra para la construcción de Cartago. Estas canteras subterráneas ya venían siendo explotadas desde época púnica (Fantar, 1984: 287). En las casas nobles se documenta el mármol. Los tipos más habituales empleados por los púnicos han sido los mármoles blancos de la costa argelina, como el llamado “Filfila” (extraído en las canteras del Cap de Garde, ubicado al norte de la ciudad de Annaba). También han aparecido placas decoradas y teselas realizadas con mármol de Chemtou (Túnez) que consta de vetas amarillentas. El mármol en el mundo púnico no tuvo el mismo desarrollo que en época romana y su empleo se reduce a pequeños fragmentos para decorar los pavimentos (lo que ya fue comentado por Catón en el pasaje de Festus del 152 a.C. cuando condena el lujo en Cartago haciendo referencia a que “para sus pauimenta se empleaba mármol númida” ) (Gsell, 1923, IV: 50; Bruneau, 1982: 640). Desde luego, no es habitual la presencia del mármol en la arquitectura púnica, aunque era conocido y empleado (Armiento y Platania, 1995; Dridi, 2001). Parece que los arquitectos púnicos, salvo en el citado caso de las decoraciones para los pavimentos de opus signinum, no demandaron este material al contrario que los escultores, de los que han llegado hasta nosotros buenas muestras del empleo de mármol en sarcófagos, plaquitas para epitafios y estelas (Gsell, 1923, IV: 196; Dridi, 2001). –15–

De los materiales empleados como trabazón de los muros hay que señalar la cal. Su fabricación y uso como aglutinante se ha convertido, con el tiempo, en una especie de “fósil director” de la edilicia púnica. Su empleo en determinadas estructuras ha servido para distinguir una obra púnica o de clara influencia púnica de otras autóctonas, caso, por ejemplo, de la ibérica (Abad y Sala, 2009: 139). En el ámbito geográfico que nos ocupa en estas páginas, además de detectar su empleo en las junturas de los bloques de piedras, en los morteros y en las cimentaciones, han aparecido los hornos para su fabricación en algunos yacimientos como Kerkouane. Entre los cartagineses la cal, además de ser empleada como revestimiento, sustituyó en muchos casos al barro para unir los sillares. Se puede observar en construcciones del área de Cartago, ya en el siglo V a.C., y en Hadrumetum (Susa) en algunas estructuras del s. IV a.C. (Carton, 1903). Se documenta con frecuencia en los revestimientos de obras hidráulicas, como en las cisternas del llamado “Barrio de Aníbal” en la colina de Byrsa de Cartago. Diodoro de Sicilia mencionó el empleo de la cal por parte de los arquitectos púnicos para construir viviendas ya en el siglo IV a.C. (Diodoro, XX, 8, 2). Empleada asimismo para trabar las piedras de los muros y para la confección de morteros y enlucidos, existen numerosos ejemplos en el ámbito norteafricano del uso de arena. También como cama de cimentación, fundamentalmente en lugares de suelo arcilloso, impermeables, que mantendrían la humedad. Otros ejemplos de utilización de la arena como material constructivo lo tenemos en los pavimentos, donde se emplea de diferentes texturas y colores en suelos de viviendas y en patios (siempre apisonados). Generalmente se emplea una arena batida de color anaranjado-amarillento. De todas formas, donde más se va a emplear este material es en la confección de argamasas, enlucidos y morteros, destacando el realizado con una mezcla proporcional de arena de grano muy fino y cal viva junto con agua. También se empleó la ceniza en los adobes de las construcciones de Cartago y en Kerkouane. Aparece en la confección de hormigones hidráulicos para las paredes de las cisternas (como se ve en las de las viviendas de Byrsa en Cartago). Aún hoy se constata el empleo de este tipo de material en las construcciones de cisternas y depósitos de agua en numerosas poblaciones beréberes por todo el Magreb.

2.2. Los aparejos de las casas púnicas Las estructuras domésticas púnicas fueron generalmente erigidas en pequeño aparejo. En algunos casos sí fueron empleados bloques y piezas monolíticas, principalmente en las esquinas y en los umbrales de las puertas, pero siempre combinados con otros de menor tamaño, especialmente mampuestos y sillarejo. –16–

Figura 3. Bloques de esquina de las insulae de Byrsa (Cartago)

Los grandes aparejos de pilares y de sillares se desarrollaron en las construcciones concebidas para soportar grandes empujes cenitales y laterales como las viviendas tipo insula, que constaban de varias plantas (Fig. 3). En algunos casos, sobre todo en la arquitectura doméstica cronológicamente más reciente, como la que se documenta en Byrsa (ss. III-II a.C.) fueron empleados sillares, sobre todo para los muros de carga y siempre que la vivienda constase de más de una planta, ya que tendrían funciones estructurales. En estos tipos de casas se empleó con frecuencia el llamado opus africanum, es decir, un aparejo con pilares prácticamente equidistantes que iban ligados entre sí mediante paños erigidos con adobes o mampostería (Prados, 2003: 155). El término latino hace referencia a un tipo de aparejo que fue difundido por los cartagineses y que tuvo un gran desarrollo en el mundo romano. La técnica, como ya hemos visto, tiene un origen oriental con una cronología bastante antigua (Elayi, 1980). Con la construcción de este tipo de muros se impedía el llamado “efecto dominó”, es decir, la caída de amplios fragmentos de muro. En el ámbito doméstico, como se ha apuntado anteriormente, es visible en las plantas inferiores de las casas “en enfilada”, debido a que éstas se proyectaban generalmente en altura dos o más pisos. La disposición a intervalos de los pilares (Fig. 4) impedía que se derrumbasen fragmentos del muro mayores a los que se dispusieron entre dos de estos pilares. De esta forma, en caso de derrumbe, la obra se podía reformar en poco tiempo y la capacidad sustentante o portante de los pilares de la planta inferior podría sujetar el sobrealzado durante la reforma. Las obras de sillares, con bloques de más de 30 cm de largo y otros menores combinados, configuraron un tipo de aparejo denominado “en damero” muy –17–

Figura 4. Paramento del tipo “muro de pilares” de Byrsa (Cartago)

característico de la edilicia cartaginesa (Fig. 5). Este tipo de aparejo, parece que de raigambre helenística, tuvo un amplio predicamento entre las construcciones norteafricanas, incluso en el área atlántica con buenos ejemplos en Lixus (Aranegui y Hassini, 2010, 34, fig. 4). Los muros “en damero” presentan bloques de tamaños diversos, bien encajados, a hueso, sin mortero ni argamasa. En ocasiones estos paños aparecen, como en el caso de Byrsa, ocupando el espacio libre entre pilares. Otras veces este juego rítmico entre sillares de tamaños diferentes, que no desarrolla hiladas homogéneas, presenta engatillados y ripios. Se trata, a nuestro parecer, de un interés puramente estético que denota una técnica de cantería muy avanzada. El resultado es propio y característico de la arquitectura púnica pudiendo conformar uno de sus rasgos definitorios, dado que aparece empleado en distintos ámbitos de la órbita púnica (junto a Lixus, se documentan en Selinunte, Nora, Tharros, Carteia, Castillo de Doña Blanca, Cartagena, etc.). La especialización artesanal debió de ser elevada para obtener esos bloques y unirlos con los citados ripios y engatillados, así como con mortajas, clavijas y grapas de formas variadas, como los que se observan en las cimentaciones de las insulae del “Barrio de Aníbal”, y en los muros perimetrales de las viviendas de la “calle del Templo” de Kerkouane. Para las casas de una o dos alturas se usó un aparejo menor con piedras de pequeño tamaño regularizadas, aunque sin conformar hiladas. Las piedras se colocaron en sentido decreciente para dotar al muro de consistencia en su base colocando en la parte inferior los ortostatos de mayor tamaño y peso (Fantar, 1984: 315). En Kerkouane, por ejemplo, los pseudosillares que configuran los paramentos rústicos tienen unas medidas que oscilan entre 20 y 30 cm para los de –18–

Figura 5. Imágenes tomadas en 2014 (sup.) y 1999 (inf.) de una vivienda de Byrsa. Obsérvese la potente cimentación de grandes sillares, los bloques de sujeción para soportar varios pisos de altura y el paramento posterior en “damero”

tamaño más grande y entre 6 y 16 cm para los de menos tamaño (Fantar, 1984: 315). La utilización del pequeño aparejo no implica directamente una elevada capacidad tecnológica ni un gran desarrollo de las técnicas constructivas. Por el contrario sí que denota una característica bastante habitual a la arquitectura púnica: la pobreza de los materiales. Cuando hablamos de la pobreza de los materiales nos referimos al núcleo de las estructuras, ya que en sus caras externas mantendrían una uniformidad aparente ocultando la pobreza de los materiales mediante revestimientos de arcilla pintados posteriormente en tonos blancos, y con los remates y los ornamentos generalmente en tonos vinosos u ocres. Por otro lado, la construcción de casas debió acarrear, necesariamente, un abundante uso de madera. En la arquitectura tradicional la madera aparece combinada con la piedra y el barro, mediante entramados de vigas, riostras, viguetas y pies derechos. La ligereza de esta construcción, su flexibilidad y su escaso coste, hace que sea una de las técnicas más empleadas en la arquitectura mediterránea. Aunque como material orgánico perecedero, difícilmente llega a nosotros en las excavaciones arqueológicas, en algunos yacimientos púnicos del norte de África como Cartago, Tipasa o Kerkouane tenemos constatado su uso de forma indirecta. Se han localizado restos de adobes con las improntas de las vigas de madera que bien pudieron pertenecer a construcciones de varios pisos de altura. Para algunos autores, las estructuras habitacionales de varios pisos de altura mantendrían serias concomitancias con las que fueron erigidas en las metrópolis orientales tal y como se observa en los relieves asirios (Cintas, 1976: 115-116). La falta de terreno para la construcción en algunos asentamientos fenicios de carácter insular como Tiro o Arwad provocarían la elevación sucesiva de las viviendas. –19–

Figura 6. Pasillo distribuidor de una vivienda de Byrsa (Cartago) pavimentado y con revestimiento

Autores clásicos como Diodoro (XX, 44, 4) o Apiano (Lib., 128) mencionan, como recogeremos más adelante, viviendas de hasta seis alturas que sólo pudieron ser posibles gracias al empleo de la madera. Existen referencias latinas como las del agrónomo Columela que menciona el lutum punicum como una forma de revestir con una mezcla de arcilla y barro los entramados de madera de las techumbres planas de las viviendas (De Re Rustica IX, 7, 4). Otras referencias clásicas hacen alusión a los bosques del norte de África como materia prima (Cintas, 1976: 91 y ss.) y otros términos latinos recogidos (coagmenta punica, fenestrae punicanae o lectuli punicani) aluden a la maestría de los cartagineses en el trabajo de la madera (p.e. Catón, De Agri Cultura, XVIII, 9). Los espacios habitados, como hemos dicho, fueron revestidos generalmente, tanto para ocultar la pobreza de los materiales como, sobre todo, para impermeabilizar y aislar el interior de la vivienda. El papel que jugaron los revestimientos arquitectónicos en el mundo constructivo púnico fue decisivo, ya que los elementos diferenciadores de muchas de las construcciones vinieron determinados por los revestimientos y por la decoración realizada sobre los mismos (Fantar, 1984: 360). Los materiales empleados son tremendamente variados ya que la analítica ha confirmado el uso de arena, barro, arcilla, escayola, ceniza, polvo de mármol, cal, polvo de terracota y conchas de múrex machacadas para enjalbegar las paredes (Frizot, 1975). Parece, pues, que se empleaban unos u otros materiales en función de la calidad que querían dar al enlucido (Fig. 6). Los más sencillos y baratos serían los realizados con arcilla y a partir de ahí, se irían realizando productos más complejos uniendo dos o más materiales. –20–

La humedad fue siempre en el principal enemigo de las construcciones. Pensemos que nos encontramos en ambientes costeros en la mayor parte de las ocasiones. Otros elementos característicos fueron los revestimientos realizados en “cocciopesto”, es decir, mediante fragmentos de cerámica machacados, unidos con agua y cal. Este era una de las principales protecciones de los muros de las que quedan numerosos ejemplos en yacimientos púnicos de diferentes ambientes mediterráneos. Además, esta técnica anticipa el posterior desarrollo del opus signinum púnico. Los estucos se realizaban, al igual que las argamasas y los revocos, mezclando la cal con el agua, junto con la arena y otros aditivos para después dejarlos secar. El estuco era empleado fundamentalmente como soporte decorativo y se realizaba con materiales plásticos y en tonalidades blancas, para permitir una posterior decoración pictórica a modo de trampantojo, ocultando como hemos dicho la pobreza de los materiales. La realización de éstas decoraciones igualaba el aspecto externo de las viviendas y al tiempo, les dotaba de una apariencia de cierta categoría. Con todos estos añadidos se dotaba de homogeneidad a las construcciones, tanto en el exterior como en los espacios internos.

2.3. Módulos, espacios y volúmenes Uno de los aspectos más llamativos de la edilicia púnica es la utilización de un patrón constructivo modulado. Dicho patrón se basa en el empleo de una unidad de medida que se conoce como “codo”. El término procede de la expresión hebrea recogida en el I Libro de los Reyes cuando se menciona la edificación del templo de Jerusalén, iniciada en el cuarto año del reinado de Salomón (ca. 965 a.C.). Dicha construcción fue encargada por parte de Salomón al rey Hiram I de Tiro, que envío a la capital del reino de Israel obreros especializados junto con materiales de construcción considerados sagrados (maderas de cedro y ciprés principalmente). Se trata de una medida orgánica que en Oriente copió el patrón babilónico de 0,50-0,51 m que repercutió en las construcciones de la primera fase colonial fenicia (Barresi, 2007: 33). Posteriormente, en las colonias fenicias de Occidente, se empleó un codo egipcio de 0,523 m que es el que trascendió, de manera general, al mundo púnico y a otras culturas vecinas caso de la ibérica (Olmos, 2010: 31 y 41). Una cuestión importante a la hora de estudiar el módulo arquitectónico de las viviendas es que aparece empleado generalmente en grupos de 3 y sus múltiplos. Así pues, los espacios rectangulares se repiten en diversas casas y presentan unas dimensiones estandarizadas de 15 x 21 ó de 12 x 30 codos (con codos de 0,52 m). Igualmente, la tradición oriental y la influencia egipcia provoca que junto a –21–

Figura 7. Vivienda “en enfilada” de Kerkouane, adosada por la parte posterior a la muralla

las casas de patio central rodeadas de ambientes tripartitos (plantas en tridente) se den viviendas en enfilada, con una sucesión de estancias dispuestas sobre un mismo eje (Fig. 7). El espacio se repite en ambos tipos de viviendas, si bien su disposición varía pudiendo estar agregada o emplazada en torno a un patio central. En lo que concierne a los volúmenes, cabe señalar la influencia de la arquitectura adintelada de tradición egipcia. Aunque conocieron el arco, en la mayoría de los casos se emplea una fórmula que parte del cuadrado como forma perfecta y 100% estable para el desarrollo de la arquitectura adintelada. Las cubiertas serían planas por lo tanto, en forma de terraza en muchos casos y, a tenor de las cisternas y desagües localizados, estarían preparadas para recoger y canalizar el agua de lluvia.

4. UNA HABITACIÓN CON VISTAS. LOS PRECEDENTES FENICIOS Antes de adentrarnos en el estudio de las viviendas cartaginesas tenemos que revisar brevemente los modelos que se generalizaron en el próximo oriente desde el Bronce Final (visibles en centros como Ugarit, Tell Kazel, Kamid el-Loz, etc.) y la primera Edad del Hierro (Biblos, Tiro, Sarepta, Tell Dor, Tell Abu Hawan, etc.) que se señalan como precursores de los púnicos (Braemer, 1992: 37). La publicación reciente de una obra sobre Household Archaeology en los ambientes sirio-palestinos (Yasur-Landau et al. 2011) nos exime de entrar a analizar con –22–

más detalle este tema, si bien queremos subrayar algunas cuestiones que consideramos relevantes. Las casas fenicias, al igual que posteriormente las púnicas, presentan estructuras abiertas, de planta cuadrangular, a veces alargada y con una dispersión regular de cada una de las estancias que se abren al interior, conectadas entre sí por espacios centrales bien delimitados (Braemer, 1982). En las casas de mayor tamaño este espacio conector llegará a ser un patio a cielo abierto desde el que partirá también, cuando sea necesario, una escalera para subir a la terraza –pues siempre constarán de cubiertas planas– o a un piso superior. El módulo más frecuente lo conforma la casa de tres piezas accesibles por su lado largo, o flanqueadas en su lado corto por una cámara transversal. En ocasiones la planta inferior estuvo ocupada por el almacén –o por un pequeño establo–, mientras que el segundo cuerpo se usó como vivienda (Arnold y Marzoli, 2009: 443). El carácter complejo y la monumentalidad de alguno de estos espacios explica que se hayan interpretado con frecuencia como almacenes o, incluso, como edificios de carácter público. Un ejemplo al respecto sería el llamado “edificio C” de Toscanos en Málaga (Aubet, 2000: 19; Prados, 2004: 179; Arnold y Marzoli, 2009: 450). Estos espacios se asemejan a otras construcciones civiles de la ciudad interpretados como almacenes o viviendas “palaciales”, sobre todo tipológicamente (por ejemplo los tipos II y III de la clasificación de F. Braemer, 1982). Estos ámbitos fueron las residencias de las elites urbanas. En ocasiones, la nave central consta de una pavimentación cuidada, empedrada, y presenta una anchura mayor que las laterales. Esta cuestión revela un más que probable uso como lugar de carga y descarga de mercancías, permitiendo el acceso de carros o animales de tiro. Paralelamente estas construcciones complejas aparecen pertrechadas de otros elementos de almacenaje como silos o grandes contenedores cerámicos. Es posible documentar actividades culinarias, artesanales o metalúrgicas, quedando las habitaciones reservadas para los dormitorios u otras actividades privadas. La separación entre el ámbito público desarrollado en el espacio central conector (patio) y el privado que queda restringido a las habitaciones, es otra característica propia de estas construcciones. Las casas de plantas más complejas solían tener alguna de las estancias abierta directamente a la calle (Braemer, 1982: 43). Estos espacios fueron ocupados por talleres que ofrecían las manufacturas al exterior. Se trata, por lo tanto, de unas estructuras que aúnan producción y residencia familiar. La familia trabaja y reside, pero también obtiene sus recursos económicos sin salir, en muchas ocasiones, de su propia casa. Toda esta estructuración del espacio arquitectónico, que gira en torno al comercio, ha permanecido casi intacta en numerosos centros urbanos orientales y norteafricanos dentro de los zocos, donde los artesanos viven y tra–23–

bajan, y sus talleres o tiendas son la única estancia de sus casas que se abren a la calle y al público. La combinación entre espacio residencial y productivo en el marco de la casa fenicia fosilizó, de algún modo, las viejas estructuras palaciales orientales. Estas estructuras heredaron las funciones de la organización arquitectónica del palacio, que hacía las veces de residencia, almacén y centro productor. Igualmente –salvando las distancias– la figura del regente fue asumida por el cabeza de familia. Serán, por tanto, grupos asociados por consanguinidad u otro tipo de afinidad los que habiten estas unidades domésticas. Esta transformación de las casas y la sustitución del modelo palacial fue directamente proporcional al aumento de poder de las elites urbanas, visibles desde el siglo VII a.C. en adelante, así como a su liderazgo en la gestión de la empresa comercial mediterránea, en detrimento del antiguo binomio templo/palacio. Otros modelos residenciales orientales aparecieron asociados a las fortificaciones de las ciudades, como la llamada “four rooms house” típica del área siriopalestina (Yasur-Landau et al., 2011b: 2). A veces denominada “casamata”, la “casa de cuatro habitaciones” y sus subtipos mantuvo una evolución diferente, desde su origen hacia el siglo XII a.C., al de otras estructuras domésticas orientales (Shiloh, 1987: 4). La sucesión de estructuras residenciales de este tipo adosadas entre sí, compartiendo muros maestros con establos y talleres en las plantas bajas, llegó a generar, en algunos casos, auténticos cinturones defensivos. La “four rooms house”, según recientes estudios, comienza a aparecer en los siglos XII-XI a.C. en oriente y alcanza su máximo desarrollo en el s. X (Bunimovitz y Avraham, 2003). Su desarrollo en los siglos IX-VIII a.C. en el Mediterráneo central y occidental demuestra que era un patrón habitual y característico de una disposición planificada, desarrollada y claramente funcional en espacios de carácter colonial que precisaban, además de suelo para vivir, de capacidad para almacenar mercancías y protegerlas.

5. TRABAJAR DESDE CASA. LAS RESIDENCIAS DE LA ÉLITE El tipo de vivienda que podemos vincular con las élites urbanas púnicas se caracteriza por dos rasgos principalmente: por su estructura centrípeta, pues organiza sus distintas estancias en función de la existencia de un patio central, y por su monumentalidad, que la distingue del otro gran grupo de casas que vamos a ver a continuación. Para algunos autores este tipo de casa mediterránea, con patio central, es la más frecuente en el mundo púnico (Fantar, 1985: 649) si bien –24–

Figura 8. Casa con patio central de Kerkouane. En el centro, el patio pavimentado y el pozo

lo es debido a que por su carácter monumental y por el uso de unos aparejos más potentes, se ha conservado de una forma más óptima. Además de tener una clara vinculación con los modelos coloniales que veíamos en el apartado anterior, este tipo de casa es también la que caracteriza los asentamientos púnicos suburbanos o extraurbanos, muchas veces aislados. Un ejemplo lo tendríamos en la villa de Gammarth, en las cercanías de Cartago (Fantar, 1984b: 4). El tamaño y la disposición de estas viviendas permite que, cuando se emplazan en un núcleo de carácter urbano, puedan llegar a conformar, por sí mismas, manzanas o insulae completas. Este hecho es apreciable, por ejemplo, en las casas 4 y 12 de la Rue del Apotropaïon de Kerkouane. Hablábamos anteriormente de que estas casas presentan una disposición centrípeta, cerrada hacia el exterior pero abierta hacia un espacio central conector, generalmente a cielo abierto (Fig. 8). De este patio el resto de las habitaciones obtendrán la luz natural y la ventilación necesarias. En la casa púnica, el patio actuó como centro de todas las actividades domésticas (Markoe, 2000: 73). Cuando apreciamos el lugar en el que se ubican estas casas dentro del entramado urbano, observamos que tienen una posición destacada, pues aparecen en puntos nucleares de la ciudad, junto a las plazas, en las calles de los templos y cerca de las puertas. Otras veces estas casas aparecen fuera del entramado urbano ortogonal de la ciudad, de forma aislada y con una disposición que las hace distintas al resto. En la zona sureste de la ciudad de Kerkouane, junto a la línea de costa, aparecen unas casas de planta compleja entre las que destaca una claramente residencial con un peristilo columnado (Fig. 9) y otra de disposición tripartita con una funcionalidad no tan clara, y que presenta un acceso entre columnas que remarca su carácter “especial” (véase la planta en Fantar, 1998: 114), y que ya hemos relacionado –25–

Figura 9. Vivienda con patio central columnado y pozo/aljibe de Kerkouane

con las aquí estudiadas en trabajos anteriores (Prados, 2004: 175, 3B; Jiménez y Prados, 2014). Es cierto que nos falta información relativa a los ajuares domésticos, como ya hemos tenido ocasión de comentar arriba; pese a ello, una lectura a escala microespacial y un análisis arquitectónico nos indican que este tipo de casa se ha de identificar con la residencia de la elite urbana (tanto política como económica). Cuando es posible conocerlas, las actividades (sociales/económicas) que se localizan en estas estructuras reflejan, igualmente, aquéllas en las que los individuos del grupo están involucrados. En ocasiones es posible que varias casas de las que veremos en el siguiente apartado se coloquen de forma agregada dejando una pequeña plaza que hará las veces de patio central como se observa en la manzana I de Kerkouane (Fantar, 1985: fig 5 y pág. 297). Se pueden observar también algunos modelos similares en pequeños asentamientos dispersos, muestra de un poblamiento rural agregado. Por ejemplo, en el entorno de Oudhna (Uthina) y en las laderas meridionales del Djebel Zhagouan, aparecen algunos asentamientos de estas características que fueron recogidos por N. Ferchiou dentro de su catálogo de pequeños asentamientos fortificados en los límites de la chora de Cartago (Ferchiou, 1988 y 1990). Estas residencias de las élites pueden conformar en ocasiones unidades de producción/transformación a la par que de residencia. Al contrario que en las “casas en enfilada” que veremos ahora, en la casa con patio se puede residir y se pueden desarrollar actividades económicas. Su estructura permite vivir y trabajar. De hecho, el grupo social que trabaja/reside en este espacio tenderá a hacerlo exclusivo, y a convertirlo en un “espacio trabajado”. Estos “espacios trabajados”, –26–

Figura 10. Pavimento con signo de Tanit de una vivienda de Kerkouane

además, se podrán correlacionar con cada uno de los segmentos de la familia, distinguiendo sexos, edades y roles. Las casas complejas constan de estructuras posteriores que pudieron estar destinadas al servicio y que aparecen ubicadas en el entorno de las cocinas (Markoe, 2000: 74). Estas pequeñas estancias se distinguen de otras habitaciones por la ausencia de pavimentos cuidados realizados en signinum púnico, como se observa en algún ejemplo de nuevo en Kerkouane (Fantar, 1985: 301). Pese a que no conocemos su registro material asociado, los grandes espacios centrales decorados con ricos y cuidados pavimentos podrían ser identificados como el oikos u oecus de la casa (entendido de forma similar a época romana, como la sala principal reservada al cabeza de familia) tanto por su posición como por la decoración. Cabe señalar a este respecto la presencia de incrustaciones de obsidiana importada en el pavimento con signo de Tanit del oikos de la célebre casa de Kerkouane (Fig. 10). Además de los pavimentos, otros elementos constructivos de estas casas (peristilos, bancos corridos, pozos y aljibes privados, columnas, capiteles, gárgolas, etc.) denotan que se trata de la residencia de las elites urbanas, que de alguna forma se diferencian y aíslan del resto del entramado urbano generando un microcosmos, muy propicio para este ensayo de lectura social. Como se ha visto, la casa púnica con patio combinó el espacio social con el privado a través de un patio distribuidor, que, aunque a veces albergara mobiliario de uso privado, como podrían ser las salas de baño (Fantar, 1985: 305), mezcló el papel de recepción pública con los ambientes privados. Es verdad que los espacios privados podrían estar en la planta superior de las que prácticamente –27–

Figura 11. Vivienda con sala de baño de Kerkouane. En la imagen menor, una terracota que representa una escena de baño ( Museo del Bardo, Túnez)

todas estas casas constaron, a tenor de los restos de escaleras documentados. El patio central, además, era la principal fuente de luz y también el lugar para la captación, almacenaje y suministro de agua a través de una cisterna o aljibe (ver Fig. 9). Las salas de baño (Fig. 11) aparecen en Kerkouane y en otros ámbitos púnicos como Selinunte (Sicilia) en viviendas notables y, desde luego, son también elementos distintivos y característicos de la elite, pues no aparecen en todas las casas. Por ello debían emplazarse en zonas visibles, como cualquier otro elemento de prestigio, donde quizás no tuvo cabida el pudor físico como lo entendemos hoy, aunque tampoco podemos descartar que existiesen biombos o celosías de madera o tela que separasen el baño del patio. El carácter público de esta estructura balnearia lo marca su ubicación en el patio distribuidor, a los ojos no sólo de todos los residentes, sino de todos los que accediesen a esta zona pública de la casa. Su estructura, a veces incluso doble o compartida, sus revestimientos, sus materiales importados de origen volcánico para contener el calor y sus piletas de agua fría y caliente, implicaban una fuerte inversión económica, tanto para su construcción como para su mantenimiento. Su tamaño no permite defender un uso comunal, más allá del que le diese la familia propietaria y algún invitado. Estas salas de baño, en el mejor de los casos, no facilitarían el uso para más de dos personas al mismo tiempo. Las salas de baño cartaginesas fueron accesibles desde las zonas públicas de la casa al contrario de lo que sucede en las casas griegas, en las que se accedía desde el oikos (Mezzolani, 1999: 109). Así, los baños se encontrarían en áreas intermedias de la casa, plenamente accesibles y que, como el patio conector, se encontraban entre la zona privada y la pública. En esta línea se ha propuesto una lectura del acto del baño como un paso que simbólicamente se–28–

Figura 12. Vivienda en “enfilada” de Kerkouane con escalera de acceso a la planta superior

paraba la vida pública exterior de la privada (Fumadó, 2007: 110). En Cartago, en el sector conocido como “barrio Magón” en la zona baja de Byrsa, junto al decumanus maximus de la colonia romana, se observa un urbanismo distinto al que se detecta en la corona superior de la colina que veremos a continuación y, por tanto, una dualidad en el tipo de unidad doméstica. Las excavaciones alemanas (Niemeyer et al., 1995; Rakob, 2002) han desenterrado en las últimas décadas viviendas lujosas de planta cuadrada, configuradas en torno a varios peristilos, que ya pertenecen a las últimas fases de vida de la metrópolis anterior a la conquista romana.

6. AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA. CASAS COMUNES El segundo tipo de casa que podemos observar es aquel dispuesto “en enfilada”, definido de esta forma por M. H. Fantar en el volumen dedicado a la arquitectura doméstica de la ciudad de Kerkouane (Fantar, 1985: 663) y en otros trabajos más recientes (Prados, 2003; Helas, 2009: 298; Jiménez y Prados, 2014). La característica principal de estas viviendas, que explicaría su disposición alargada, es que el espacio conector no está en el centro sino que se encuentra desplazado a un lateral y, por ello, para dar acceso a un mayor número de estancias, tiene una planta alargada, en forma de pasillo o de servidumbre de paso. Estas casas, de materiales más pobres, tienen una disposición larga y estrecha (Fig. 12), lo que provoca que tengan una luz o anchura menor que permite que puedan ser proyectadas en altura, en una o varias plantas –no sabemos si hasta las seis que cita Apiano cuando describe el ataque de Escipión (149-146 a.C.) a –29–

Figura 13. Vivienda adosada a la muralla de Kerkouane. Se observa un pequeño cubículo sobre-elevado

la colina de Byrsa en Cartago– (Apiano, Lib., 128), o en las tres o cuatro que se vislumbran en el colgante de Cartago que representa una especie de insula que alterna plantas con amplios ventanales y entresuelos con pequeños vanos (Fantar, 1985: 43, Pl. Ia). Las casas “en enfilada” se adosaron entre sí por su parte posterior formando agrupaciones, con frentes de 21 m para algún caso cartaginés (Fumadó, 2013: 10) Además, estas casas dobles a su vez se adosaban a otras por ambos lados, formando manzanas estrechas y alargadas, regulares, que para el urbanismo helenístico se denominan striga (Hoepfner y Schwandner, 1994: 9; Horsnaes, 2002: 52). Dichas manzanas se disponen separadas unas de otras, a este y oeste, por medio de estrechas callejuelas que en griego se conocen como stenópoi y que presentan algunos de sus mejores ejemplos en ámbitos de la Magna Grecia y Sicilia (por ejemplo Selinunte, Himera o Megara Hiblaea o en los yacimientos púnicos que se encontraron en su área de influencia directa, caso de Panormo y Solunto). En Byrsa, algunas de estas casas tienen alguna estancia abierta a la calle, sin conexión alguna con las del interior, por lo que han sido interpretadas como tiendas o comercios (Fig. 15) Ya aludíamos anteriormente a la pobreza arquitectónica de estas estructuras, muchas veces recubiertas con estucos y molduras pintadas para ocultar la pobreza de los materiales de construcción, como las de Kerkouane (Lancel y Lipinski, 1992: 38). En la práctica totalidad de las ciudades púnicas las casas que hemos definido como de las élites cohabitaron con otras lineales que constaban de accesos a plantas superiores como las que se describen en Diodoro 20, 44.4, ubicadas en el entorno del ágora de Cartago: –30–

Figura 14. Casa del llamado “barrio de Aníbal” de Byrsa (Cartago). En primer término, la cisterna

“ τῶν δὲ Καρχηδονίων καταλαβομένων τὰς περὶ τὴν ἀγορὰν οἰκίας ὑψηλὰς οὔσας καὶ τοῖς βέλεσι πυκνοῖς χρωμένων οἱ μετέχοντες τῆς ἐπιθέσεως κατετραυματίζοντο, τοῦ τόπου παντὸς ἐμβελοῦς ὄντος “2 Por lo general, las casas en enfilada se apoyan en las murallas (ver Figs. 7 y 13), de manera que sus muros perimetrales funcionaron como contrafuertes y riostras de sujeción. Cuando se construyeron dentro de manzanas corridas, al estar apoyadas entre sí, adquirieron una mayor solidez. Ya hemos comentado que en muchas de estas manzanas los muros perimetrales se realizan en aparejo de pilares u opus africanum para evitar el “efecto dominó” en caso de episodios sísmicos o destrucciones causadas por otros factores. Un aspecto que cabe subrayar es que las casas en enfilada nunca conformaron una manzana por sí mismas, al contrario de lo que hemos visto en las casas con patio central. Esta cuestión ya subraya el perfil socioeconómico de los propietarios, tanto desde el punto de vista más material y práctico, como desde el simbólico. Los que habitaron estas casas compartirían suelos, muros, fachadas e incluso accesos en ocasiones, y carecerían, por tanto, del prestigio asociado a las viviendas aisladas, que disponían de un espacio exterior propio, ininterrumpido y que fomentaba la circulación a su alrededor. El hecho mismo de que las casas en enfilada no sean resultado de una paulatina agregación sino que su disposición

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"Los cartagineses, sin embargo, tras ocupar los edificios alrededor de la plaza del ágora, que eran altos, arrojaron desde ellos una lluvia de proyectiles, y los rebeldes comenzaron a ser derrotados, ya que la plaza entera estaba expuesta" (trad. autor).

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Figura 15. Planta de varias manzanas de la colina de Byrsa y detalle de la vivienda de la figura anterior (montaje a partir de Lancel, 1982)

en manzanas bien estructuradas sea producto de un plan preconcebido, viene a incidir en el carácter no privilegiado, y por tanto anónimo, propio de los grupos sociales que configuran la masa poblacional urbana. En las viviendas en enfilada apenas hay espacios comunes. Estas casas presentan muros perimetrales más anchos para proyectarse en altura y, como se observa en la manzana conservada en la cartaginesa colina de Byrsa, en el llamado “barrio de Aníbal” (Fig. 1), constan de grandes cisternas que recogen un volumen de agua que sólo tiene sentido para un uso comunal en estructuras habitadas por muchos vecinos (Markoe, 2000: 75). Cada una de estas casas conformará un rectángulo alargado (Fig. 14), con una entrada delantera que se abre a la calle y a veces otra trasera. Por lo general, un pasillo lateral corría ininterrumpido a través del edificio, conectando ambas vías de entrada. Ya hemos mencionado que la probabilidad de la presencia o la ausencia de personas en el interior de una casa varía enormemente en función de las posibilidades de circulación y visibilidad que ofrezca (Grahame, 1999: 50). Es fácil dilucidar observando su disposición que en estas estructuras se vivía pero no se trabajaba, es decir, no se podía “permanecer” o convivir, y debie–32–

Figura 16. Cisterna con cubierta “a dos aguas” de una vivienda en enfilada de Byrsa (Cartago)

ron ser empleadas sólo para pernoctar. Todo el grupo familiar residente debía salir a ganarse la vida fuera de la casa, lo que denota que se trataba de trabajadores “por cuenta ajena”, justo al contrario de lo que hemos visto para las casas con patio, que funcionaban como vivienda a la par que como centros productores, artesanales o manufactureros. En Cartago, en el área superior de Byrsa (Fig. 15), las manzanas se configuran con varias estructuras en enfilada de unos 75 m2 por módulo (Lancel, 1994: 155). Las parcelas de cada una de las casas tienen una profundidad igual a la anchura de la manzana (de unos 15,56 m o 30 codos). El pasillo o corredor discurre hasta el final de la casa y alberga, según se observa, uno o dos huecos de escalera para acceder a los pisos superiores (Lancel, 1994: 157). Las manzanas presentan unas proporciones de 3 a 1 con unas dimensiones totales de 10 por 30 codos de 0,52 m (Lancel 1982: 182). En esta colina de Cartago se han podido estudiar varias manzanas delimitadas por calles que giran en ángulo recto y que parecen responder, como en Selinunte, a un plan urbano preconcebido (Lancel, 1994: 151, fig. 81). Estas manzanas presentan grupos de casas en enfilada, es decir, unidades de habitación estandarizadas, de reducida superficie (Lancel y Lipinski, 1992: 28), con pozos y cisternas de tipo comunal (Fig. 16), muros perimetrales en opus africanum y alzados de adobes enlucidos al exterior y al interior. –33–

Aunque no tenemos más ejemplos en suelo cartaginés más allá de las casas que aparecen adosadas a la muralla de Kerkouane, la generalización de este modelo en otros enclaves como los citados en el párrafo anterior, nos insta a que lo tomemos como uno de los tipos característicos. Las casas de Byrsa serán, aparte de un magnífico ejemplo del tipo de hábitat previo a la destrucción de la ciudad en el 146 a.C, una muestra del hábitat urbano púnico de las clases populares, tal y como además se refiere en las fuentes.

7. CONSIDERACIONES FINALES A pesar de la consabida falta de contextos, la realización de una lectura arqueológica de los espacios construidos junto con el análisis arquitectónico pueden ofrecer datos de relevancia sobre la sociedad cartaginesa. La diferenciación evidente en los tipos de casas, en su organización interna, en sus elementos y en su disposición dentro del entramado urbano, revelan una marcada diferenciación social. La propia diferencia en número, de unas y otras estructuras domésticas son indicativas de la presencia de grupos sociales minoritarios en número, pero, desde luego, mayoritarios en lo que concierne al poder. En el mundo fenicio arcaico las actividades mercantiles estaban supeditadas a una autoridad de carácter estatal, refrendadas por la legislación y garantizadas por un amplio conjunto de pactos. El papel del templo/palacio como legitimador y sancionador de los intercambios era clave. Pero con la eclosión del mundo urbano en época púnica, sobre todo desde el siglo V a.C., la sociedad y sus mecanismos económicos giraron en torno a la ciudad, lo que propició el crecimiento de figuras emergentes en el marco de las familias que controlaron y explotaron individualmente sus fuentes de riqueza, algo que se refleja, por ejemplo, en las inscripciones de los tofets (Wagner, 2012: 264). Desde las nuevas ciudades, como es el caso de Cartago, se coordinaron todos los asuntos del territorio, de forma similar y paralela a lo que sucedía con las poleis griegas. La riqueza del hinterland cartaginés facilitó el autoabastecimiento de muchos de los productos necesarios para la población, pero, en paralelo, supuso la creación de estructuras de almacenaje y de reparto de excedentes. Este nuevo marco de convivencia facilitó la privatización del comercio y el desarrollo de un sistema de mercado “protocapitalista” cuyo principal interés estaba en la obtención del mayor número de beneficios para una nueva clase urbana: la burguesía mercantil de carácter oligárquico. –34–

Es posible distinguir en la sociedad púnica entre ciudadanos y quienes no lo eran. Dentro de quienes gozaban de la ciudadanía había dos clases bien distintas; el grupo oligárquico de corte aristocrático, formado por latifundistas y grandes comerciantes, y los plebeyos. Conocemos estas distinciones gracias a uno de los pocos documentos púnicos que han llegado hasta nosotros: el tratado de agronomía de Magón, en el que además de las referencias a los tipos de cultivo y a las labores de campo, también se alude a cómo se ha de organizar la producción agrícola desde los señoríos y cuál ha de ser el papel de los grandes propietarios de tierras dentro del entramado social (Prados, 2011: 11). El grupo oligárquico disponía de esclavos y por ello, necesitaba de estructuras habitacionales de carácter complejo, diferenciadas en varias partes y con espacios de reunión/representación que se colocaban cerca del patio o zona pública. Estas grandes casas, que ocuparon manzanas completas, se emplazaron en los lugares principales de las ciudades (por ejemplo en el mencionado “Barrio Magón” o junto a la Puerta del Mar de Cartago). Además del carácter rentista de estas clases, muchos ocupaban cargos importantes dentro de la organización política. Las exiguas inscripciones cartaginesas dejan constancia de que altos cargos como el de sacerdote, sufete, magistrado o general del ejército, se transmitieron de padres a hijos de forma hereditaria (Zamora, 2012: 133, nota 48). Dentro de los ciudadanos, un segundo grupo lo conformaba una especie de plebe, en la que se inscribían los artesanos y los pequeños productores. Esta burguesía urbana enriquecida habitó también casas de carácter complejo con patio y con zonas productivas. Recientes trabajos subrayan acertadamente que las casas púnicas acogieron buena parte de las prácticas y ritos funerarios, en los que la mujer tendría un marcado protagonismo (Delgado y Ferrer, 2012). La necesidad de espacios óptimos o la adecuación de las estancias caracterizadas como “públicas” en el esquema doméstico para estas celebraciones, parecen vincularse con la casa del grupo social dirigente, si bien para estas autoras no sería exclusivo (Delgado y Ferrer, 2012: 128). Por último, aquellos que no gozaban de la ciudadanía conformaron el grupo social mayoritario (Wagner, 2012: 263). Se trató necesariamente de un grupo muy heterogéneo, que constituía la base social de la pirámide. Estaba formado por campesinos no propietarios, pequeños artesanos urbanos, mercaderes y, en general, todos los “trabajadores por cuenta ajena” que hemos definido en un trabajo reciente, ante la necesidad de salir de casa cada día para obtener los recursos de subsistencia (Jiménez y Prados, 2014). Este grupo residió en la ciudad dentro de las estructuras menores que hemos descrito, dispuestas de forma agregada en manzanas, con una disposición alargada y con varios pisos de altura en algún caso. –35–

Poco podemos resaltar de los esclavos, que apenas dejaron registro material asociado, más allá de las pequeñas estancias que se documentan en la parte trasera de las unidades domésticas más complejas. En las ciudades, esta servidumbre se ocuparía de las labores domésticas entre las que estaría el mantenimiento de las salas de baño (Tsirkin, 1986: 132). Fuera de la ciudad, según los textos (Polibio I, 72) se daría una especie de “clientela” vinculada a los latifundistas mediante lazos de dependencia en algunos casos, a cambio de tributos (Wagner, 1994). Pese a ello, las relaciones de dependencia fuera del ámbito urbano serían fundamentalmente esclavistas (Toynbee, 1965: 55). Fuera del análisis estrictamente doméstico, cabe señalar que la aparición en las ciudades excavadas de barriadas dedicadas exclusivamente a labores industriales refleja la citada especialización y división de los trabajos. Se documentan sectores dedicados a la metalurgia y otros con lagares, almacenes o talleres cerámicos, etc. La marcada diferencia entre unas estructuras y otras, así como la organización y especialización en las diferentes actividades económicas que hemos ido viendo, reflejo de los estamentos sociales, quedó perfectamente plasmada en el examen que Aristóteles hizo de la constitución de Cartago, que traemos aquí para concluir con nuestra contribución a esta obra. “...puede censurarse el que una misma persona ocupe varios cargos, cosa que en la ciudad de Cartago es considerada un gran honor. La mejor regla de eficiencia es “un hombre, un negocio”, y el legislador debe procurar que esto quede garantizado así, y no designar al mismo hombre para que sea músico y haga zapatos...” La Política, Col. Austral, Espasa Calpe, Madrid 1982, pág. 73

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TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA Nº 1

LUCERNAS ROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Esperanza Manera. Ibiza, 1979. 22 pp. y IX láms. (Agotado)

Nº 2

CERÁMICAS DE IMITACIÓN ÁTICAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y José O. Granados. Ibiza, 1979. 49 pp. y I lám. (Agotado)

Nº 3 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 72 pp. Nº 4

EL HIPOGEO DE CAN PERE CATALÀ DES PORT (SANT VICENT DE SA CALA). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 34 pp. y VIII láms.

Nº 5

IBIZA Y LA CIRCULACIÓN DE ÁNFORAS FENICIAS Y PÚNICAS EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL. Por Juan Ramón. Ibiza, 1981. 49 pp., 6 figs. y III láms. (Agotado)

Nº 6

UN HIPOGEO INTACTO EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS. EIVISSA. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1981. 34 pp., X láms. y un plano de la necrópolis. (Agotado)

Nº 7

ESCARABEOS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Josep Padró. Madrid, 1982. 249 pp. con figs. y láms.

Nº 8

EL SANTUARIO DE ES CUIERAM. Por Mª. Eugenia Aubet Semmler. Ibiza, 1982. 55 pp. y XXX láms. (Agotado)

Nº 9

URNA DE OREJETAS CON INCINERACIÓN INFANTIL DEL PUIG DES MOLINS. Por Carlos Gómez Bellard. Ibiza, 1983. 26 pp. y I lám.

Nº 10 GUÍA DEL PUIG DES MOLINS. Por Jorge H. Fernández. Madrid, 1983. 242 pp. (Agotado) Nº 11 LA COLONIZACIÓN PÚNICO-EBUSITANA DE MALLORCA. ESTADO DE LA CUESTIÓN. Por Víctor M. Guerrero Ayuso. Ibiza, 1984. 39 pp., 24 figs. y VIII láms. Nº 12 SOBRE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por José Mª. Mañá de Angulo. Ibiza, 1984. 174 pp. (Agotado) Nº 13 ESCULTURA ROMANA DE IBIZA. Por Alberto Balil. Ibiza, 1985. 19 pp. y VIII láms. Nº 14 NOTAS PARA UN ESTUDIO DE LA IBIZA MUSULMANA. Por Guillermo Rosselló Bordoy. Ibiza, 1985. 69 pp. (Agotado) –223–

Nº 15 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (II). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1986. 42 pp. (Agotado) Nº 16 AMULETOS DE TIPO EGIPCIO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández y Josep Padró. Ibiza, 1986. 109 pp., 7 figs. y XVII láms. (Agotado) Nº 17 LAS PINTURAS RUPESTRES DE SA COVA DES VI SES FONTANELLES. SANT ANTONI DE PORTMAY. (IBIZA). Por Antonio Beltrán, Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1987. 26 pp., 12 figs. y IX láms. (Agotado) Nº 18 EL SANTUARIO DE LA ILLA PLANA (IBIZA): UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS. Por Esther Hachuel y Vicente Marí. Ibiza, 1988. 92 pp., 12 figs. y XXII láms. Nº 19 EL SEPULCRO MEGALÍTICO DE CA NA COSTA (FORMENTERA). Parte I. Por Jordi H. Fernández, Luis Plantalamor y Celia Topp. Parte II. Por Francisco Gómez y José M. Reverte. Ibiza, 1988. 76 pp., 18 figs. y X láms. (Agotado) Nº 20 EPIGRAFÍA ROMANA DE EBUSUS. Por Jaime Juan Castelló. Ibiza, 1988. 118 pp., 2 figs. y XVII láms. Nº 21 EL VIDRIO ROMANO EN EL MUSEO DEL PUIG DES MOLINS. Por Cristina Miguélez Ramos. Ibiza, 1989. 78 pp., 41 figs. y VIII láms. Nº 22 EL VERTEDERO DE LA AVDA. ESPAÑA Nº 3 Y EL SIGLO III D.C. EN EBUSUS. Por Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1990. 112 pp., 38 figs. y III láms. (Agotado) Nº 23 LAS ÁNFORAS PÚNICAS DE IBIZA. Por J. Ramon. Ibiza, 1991. 199 pp., 56 figs. y XXXI láms. (Agotado) Nº 24 I-IV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1986-89). Por AA.VV. Ibiza, 1991. 259 pp. con figs. y láms. Nº 25 LA CAÍDA DE TIRO Y EL AUGE DE CARTAGO. V JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1990).Por AA.VV. Ibiza, 1991. 86 pp. con figs. y láms. Nº 26 MARCAS DE TERRA SIGILLATA DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández, José O. Granados y Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1992. 95 pp., XXII láms. y figs. (Agotado) Nº 27 PRODUCCIONES ARTESANALES FENICIO-PÚNICAS. VI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1991). Por AA.VV. Ibiza, 1992. 87 pp. con figs. y láms. (Agotado)

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Nº 28- 29 EXCAVACIONES EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LAS CAMPAÑAS DE D. CARLOS ROMÁN FERRER: 1921-1929. Por Jordi H. Fernández. Ibiza, 1992. 3 Tomos Nº 30 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (III). Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1993. 114 pp. (Agotado) Nº 31 NUMISMÁTICA HISPANO-PÚNICA. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN. VII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (IBIZA, 1992). Por AA.VV. Ibiza, 1993. 168 pp. con figs. y láms. Nº 32 EL POZO PÚNICO DEL «HORT D’EN XIM» (EIVISSA). Por J. Ramon. Ibiza, 1994. 83 pp. con figs. láms. (Agotado) Nº 33 CARTAGO, GADIR, EBUSUS Y LA INFLUENCIA PÚNICA EN LOS TERRITORIOS HISPANOS. VIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (IBIZA, 1993). Por AA.VV. Ibiza, 1994. 163 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 34 MONEDA I MONEDES ÀRABS A L’ILLA D’EIVISSA. Por Fèlix Retamero. Ibiza, 1995. 70 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 35 LA PROBLEMÁTICA DEL INFANTICIDIO EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS. IX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA. (EIVISSA, 1994). Por AA.VV. Ibiza, 1995. 90 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 36 LAS CUENTAS DE VIDRIO PRERROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLOGICO DE IBIZA Y FORMENTERA. Por Encarnación Ruano Ruiz. Ibiza, 1996. 101 pp. con figs. y láms. a color. Nº 37 VIDRIOS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LA COLECCIÓN DE D. JOSÉ COSTA “PICAROL”. Por AA.VV. Ibiza, 1997. 130 pp. con figs. y láms. a color. Nº 38 PROSPECCIONES GEO-ARQUEOLÓGICAS EN LAS COSTAS DE IBIZA. Por Horst D. Schulz y Gerta Maass-Lindemann. Ibiza, 1997. 62 pp., con figs. y láms. Nº 39 FE-13. UN TALLER ALFARERO DE ÉPOCA PÚNICA EN SES FIGUERETES (EIVISSA). Por Joan Ramon Torres. Ibiza, 1997. 206 pp. con figs. y láms. Nº 40 EIVISSA FENICIO-PÚNICA. X JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1995). Por AA.VV. (En prensa) Nº 41 RUTAS, NAVÍOS Y PUERTOS FENICIO- PÚNICOS. XI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1996) Por AA.VV. Ibiza, 138 pp. con figs. y láms.1998. (Agotado) –225–

Nº 42 MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández (Eds.). Ibiza, 1998. 216 pp. con figs. y láms. Nº 43 DE ORIENTE A OCCIDENTE: LOS DIOSES FENICIOS EN LAS COLONIAS OCCIDENTALES. XII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1997). Por AA.VV. Ibiza, 1999. 135 pp. con figs. y láms. Nº 44 LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN IBERIA. XIII JORNADAS DE ARQUEOLOGIA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1998). Por AA.VV. Ibiza, 2000. 127 pp. con figs. y láms. Nº 45 NECRÓPOLIS RURALES PÚNICAS EN IBIZA. Por Miquel Tarradell (†) y Matilde Font (†), con la colaboración de Mercedes Roca, Jorge H. Fernández, Núria Tarradell-Font y Catalina Enseñat. Ibiza, 2000. 258 pp. con figs y láms. Nº 46 SANTUARIOS FENICIO-PÚNICOS EN IBERIA Y SU INFLUENCIA EN LOS CULTOS INDÍGENAS. XIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA,1999). Por AA.VV. Ibiza, 2000. 200 pp. con figs y láms. Nº 47 DE LA MAR Y DE LA TIERRA. PRODUCCIONES Y PRODUCTOS FENICIO-PÚNICOS. XV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA (EIVISSA 2000). Por AA.VV. Ibiza 2001. 160 pp. con figs. y láms. Nº 48 LA FORMA EB. 64/65 DE LA CERÁMICA PÚNICO EBUSITANA. Por Ana Mezquida Orti. Ibiza 2001. 250 pp. con figs. y láms. Nº 49 LA CERÀMICA DE YABISA. CATÀLEG I ESTUDI DEL FONS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA. Por Helena Kirchner. Ibiza, 2002. 484 pp. con figs. y láms. Nº 50 LA COLONIZACIÓN FENICIA EN OCCIDENTE. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI. XVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2001). Por AA.VV. Ibiza 2002. 148 pp. con figs. y láms. Nº 51 CONTACTOS EN EL EXTREMO DE LA OIKOUMÉNE. LOS GRIEGOS EN OCCIDENTE Y SUS RELACIONES CON LOS FENICIOS. XVII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2002). Por AA.VV. Ibiza 2003. 148 pp. con figs. y láms. Nº 52 MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA (II). EL PUIG DES MOLINS (EIVISSA): UN SIGLO DE INVESTIGACIONES. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández (Eds.). Ibiza, 2003. 332 pp. con figs. y láms. –226–

Nº 53 CAN CORDA. UN ASENTAMIENTO RURAL PÚNICO-ROMA NO EN EL SUROESTE DE IBIZA. Por Rosa Mª Puig Moragón, Enrique Díes Cusí y Carlos Gómez Bellard, Ibiza, 2004. 175 pp. con dibujos y fotografías en blanco y negro y una lámina en color. Nº 54 COLONIALISMO E INTERACCIÓN CULTURAL: EL IMPACTO FENICIO PÚNICO EN LAS SOCIEDADES AUTÓCTONAS DE OCCIDENTE. XVIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2003). Por AA.VV. Ibiza 2004. 208 pp. con figs. y láms. Nº 55 UNA APROXIMACIÓN A LA CIRCULACIÓN MONETARIA DE EBUSUS EN ÉPOCA ROMANA. Por Santiago Padrino Fernández. Ibiza 2005. 188 pp. con láms. Nº 56 GUERRA Y EJÉRCITO EN EL MUNDO FENICIO-PUNICO.XIX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2004). Por AA.VV. Ibiza 2005. 194 pp. con figs. y láms. Nº 57 LAS NAVAJAS DE AFEITAR PÚNICAS DE IBIZA. Por Beatriz Miguel Azcárraga. Ibiza, 2006. 311 pp. con láms. Nº 58 ECONOMÍA Y FINANZAS EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO DE OCCIDENTE. XX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2005). Por AA.VV. Ibiza 2006. 130 pp. con figs. y láms. Nº 59 MAGIA Y SUPERSTICIÓN EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO XXI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2006). Por AA.VV. Ibiza 2007. 200 pp. con figs. y láms. Nº 60 EL DIOS BES: DE EGIPTO A IBIZA. Por Francisca Velázquez Brieva. Ibiza, 2007. 258 pp. con figs y láms. Nº 61 ARQUITECTURA DEFENSIVA FENICIO-PÚNICA XXII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2007). Por AA.VV. València, 2008. 190 pp. con figs. y láms. Nº 62 AMULETOS PÚNICOS DE HUESO HALLADOS EN IBIZA. Por AA.VV. València, 2009. 296 pp. con figs. y láms. Nº 63 EL DEPÓSITO RURAL PÚNICO DE CAN VICENT D’EN JAUME (SANTA EULÀLIA DES RIU, IBIZA). Por José Pérez Ballester y Carlos Gómez Bellard. València, 2009. 176 pp. con figs. Nº 64 INSTITUCIONES DEMOS Y EJERCITO EN CARTAGO. XXIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2008). Por AA.VV. València, 2009. 180 pp.

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Nº 65 ASPECTOS SUNTUARIOS DEL MUNDO FENICIO-PÚNICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. XXIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2009). Por AA.VV. València, 2010. 136 pp. con figs. Nº 66 YÕSERIM: LA PRODUCCIÓN ALFARERA FENICIO-PÚNICA EN OCCIDENTE. XXV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010). Por AA.VV. València, 2011. 264 pp. con figs. y láms. Nº 67 SAL, PESCA Y SALAZONES FENICIOS EN OCCIDENTE. XXVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2011). Por AA.VV. València, 2012. 216 pp. con figs. Nº 68 LA MONEDA Y SU PAPEL EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS. XXVII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2012). Por AA.VV. València 2013. 224 pp. con figs. y láms. Nº 69 AMULETOS DE ICONOGRAFÍA EGIPCIA PROCEDENTES DE IBIZA. Por AA.VV. València, 2014. 728 pp. con figs y láms.

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