El espacio de las élites: poder y ritual en la protohistoria del curso inferior del Ebro (siglos VII-III ANE)

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Arqueología Espacial, 28 Arqueología de la Población Teruel (2010): 65-90

El espacio de las élites: poder y ritual en la protohistoria del curso inferior del Ebro (siglos VII-III ANE) saMuEl sarDÀ sEuMa JorDi Diloli Fons DaViD BEa castaÑo raMon FErrÉ anGuiX Universitat Rovira i Virgili. Seminari de Protohistòria i Arqueologia (GRESEPIA) [email protected] [email protected] [email protected] [email protected]

Resumen En el momento actual, el registro arqueológico del curso inferior del Ebro permite caracterizar con cierto grado de detalle, la existencia de determinados espacios residenciales que parecen haber estado vinculados a los grupos sociales dominantes, tanto por lo que se refiere a los asentamientos de Primera Edad del Hierro como a los poblados de plena época ibérica. En el presente trabajo pretendemos trazar la evolución que experimentan dichos espacios con el objetivo de evaluar las modificaciones que experimentan las estrategias ideológicas que adoptan los grupos dominantes de este territorio a lo largo de la protohistoria. Abstract Nowadays, the archaeological record of the lower Ebro basin allows to characterize with any degree of detail, the existence of certain residential spaces that seem to have been linked to the dominant social groups, both as regards the settlements of First Iron Age as the Iberian settlements. In this paper we intend to trace the evolution of this kind of spaces in order to assess the changes experienced by ideological strategies that adopt the dominant groups of this region all along the protohistory. 1. Introducción Para aportar información precisa sobre la configuración social de cualquier comunidad humana, podemos utilizar distintas vías de aproximación arqueológica, no obstante, es indudable que el estudio de las necrópolis es la línea de trabajo que cuenta con más tradición a la hora de abordar el análisis de este tipo de cuestiones. La posibilidad de identificar ajuares personales vinculados a unos determinados difuntos distinguidos o diferenciados es una de las fórmulas más frecuentemente utilizadas para señalar o

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destacar la existencia de élites o grupos sociales dominantes. Por otra parte, el estudio contextual de los asentamientos se ha utilizado en muchas ocasiones para determinar a nivel micro-espacial la funcionalidad de los distintos ámbitos o recintos (residencial, artesanal, cultual, de almacenaje, etc.). Sin embargo, analizar las características de cada asentamiento y determinar la funcionalidad de los distintos ámbitos o recintos también se puede utilizar como fórmula para descifrar la existencia de diferencias sociales y explicar la emergencia y consolidación de determinados grupos sociales distinguidos. De hecho, uno de los trabajos más influyentes en relación al estudio del espacio doméstico de las sociedades protohistóricas, es del Susan Kent (Kent, 1990), que establece una correlación directa entre el grado de compartimentación interna de los ámbitos domésticos y el nivel de complejidad social de las comunidades. En el presente trabajo partimos de la idea que en todas las sociedades tradicionales las viviendas suelen poseer una notable importancia simbólica y de representación social, puesto que actúan como escenario de las principales actividades humanas, tanto por lo que se refiere a las actividades ordinarias como a las prácticas rituales. Además, la idea del hogar familiar, incluye también generalmente en estos casos, una serie de connotaciones simbólicas que permiten establecer un vínculo ideológico entre las familias y sus antepasados. Sin embargo, habrá que valorar en qué ocasiones nos hallamos ante auténticos contextos diferenciales (ya sea a nivel espacial, arquitectónico y/o material) que permitan ser leídos como espacios vinculados a unas determinadas familias socialmente destacadas. En este sentido, las casas, más allá de su materialización arqueológica, pueden ser entendidas como auténticas instituciones sociales (Lévi-Strauss, 1979; 1984; Joyce y Gillespie, 2000), y por lo tanto debemos tener presente que son determinadas casas las que suelen participar de una forma especialmente activa en las transformaciones políticas y económicas que pueden experimentar las comunidades que habitan un territorio concreto. En las últimas décadas, la existencia de núcleos que habrían actuado como espacio y/o residencia de determinados grupos sociales preeminentes se ha señalado en distintos contextos geográficos y cronológicos de la protohistoria peninsular, tanto por lo que se refiere a la emergencia de edificios suntuarios (Cancho Roano, La Mata) del horizonte post-orientalizante (Almagro-Gorbea et alii, 1990; Rodríguez Díaz et alii, 2004) como por la aparición de ciertos edificios turriformes en un área específica del nordeste peninsular (Moret, 2001; 2002), datables en un momento de transición entre la Primera Edad del Hierro y la consolidación de la cultura ibérica. Del mismo modo, en algunos asentamientos ibéricos, destaca la existencia de ciertos espacios que, tanto por sus dimensiones como por sus características particulares, han sido interpretados tradicionalmente como residencias aristocráticas vinculadas a las élites o grupos dirigentes de la comunidad. Este tipo de residencias se documentan a partir del siglo V ANE en yacimientos del sur y sureste peninsular como Puente Tablas (Jaén) y el Oral (San Fulgencio), mientras que en áreas más norteñas este tipo de edificios no suelen documentarse hasta los siglos IV y III ANE, tal y como atestiguan algunas casas complejas del Castellet de Bernabé (Llíria), Sant Miquel (Llíria), Bastida de Les Alcusses (Moixent), Alorda Park (Calafell), Mas Castellar (Pontós) o el Castellet de Banyoles (Tivissa) (Belarte, 2008; Belarte et alii, 2009), a pesar

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Fig. 1. Principales yacimientos citados en el texto.

de casos como la “casa del jerarca” de Puig de la Nau (Benicarló), existente ya en el siglo V ANE. En el marco del análisis general sobre el estudio del espacio de las élites, el registro arqueológico del curso inferior del Ebro presenta un panorama especialmente destacado, pues en el momento actual permite caracterizar con cierto grado de detalle la existencia de determinados espacios diferenciales que podrían haber estado vinculados a los grupos sociales dominantes, tanto por lo que se refiere a los asentamientos de la Primera Edad del Hierro como a los poblados de plena época ibérica. A partir de estos datos pretendemos trazar la evolución que experimentan determinados espacios, entre los que priman los ámbitos domésticos asociados a la elite indígena, estableciendo un vínculo de enlace coherente entre la aparición de ciertos ámbitos rituales en algunos asentamientos de época preibérica (Moleta del Remei, Sant Jaume, Barranc de Gàfols, San Cristóbal, Tossal Redó) y la construcción de auténticos edificios simbólicos que ya responden al afianzamiento

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(Turó del Calvari, Tossal Montañés) y consolidación (L’Assut, Castellet de Banyoles) de un modelo social complejo de raíz aristocrática. Partimos de la base de una visión crítica (que no hipercrítica) respecto a la importancia del grado de desigualdad social realmente existente en el seno de las comunidades objeto de nuestro estudio, confrontando algunas de las visiones y teorizaciones que se han propuesto al respecto, y buscando criterios válidos para observar esa desigualdad a partir del registro arqueológico. Este ejercicio interpretativo ofrece la posibilidad de evaluar las modificaciones que experimentan las estrategias ideológicas que adoptan los grupos dominantes del bajo Ebro a lo largo de la protohistoria; una vía de análisis fundamental para aproximarnos a la comprensión de los mecanismos de integración y segregación social que determinan la evolución de los modelos de ocupación del territorio y los cambios relativos a la organización social de las comunidades. 2. Sobre la lectura social de los contextos domésticos: aspectos arquitectónicos y cultura material. La consideración de los aspectos contextuales es un factor fundamental a la hora de definir el significado concreto de los repertorios y la funcionalidad de los espacios. De hecho, para superar la arbitrariedad y las interpretaciones imprecisas, los aspectos contextuales resultan absolutamente decisivos para identificar y reconocer el uso y el significado de los objetos, especialmente cuando se valoran conjuntos que poseen un alto componente simbólico e ideológico, como el que suelen evidenciar los repertorios documentados en aquellos espacios habitacionales que podemos relacionar con la esfera del prestigio y del poder. Los estudios basados en la relación espacial de los objetos arqueológicos en los yacimientos, adquirieron la base de su fundamento teórico a partir de la publicación de dos obras de referencia dentro del campo de la Arqueología Espacial: Spatial Analysis in Archaeology de I. Hodder y C. Orton (1976), y Spatial Archaeology de D. Clarke (1977). Dentro de este modelo de estudio arqueológico, el nivel micro-espacial tenía como objetivo determinar la relación entre estructuras y materiales arqueológicos para extraer información sobre su distribución y precisar la existencia de distintas áreas funcionales. Sin embargo, en el marco interpretativo de la arqueología postprocesual han adquirido una notable relevancia los factores ideológicos, por lo tanto el análisis microespacial ha pasado a entender los objetos como símbolos dinámicos que participan de manera activa en los procesos sociales de construcción identitaria. Así, la escala microespacial se desarrolla ahora en el marco de las estructuras y contextos individuales, es decir, en el nivel del espacio social y personal en que dominan los factores individuales y culturales. Desde esta perspectiva simbólico-contextual, entendemos que la cultura material se utiliza de una manera activa y que los significados que se les atribuyeron a los objetos en el pasado, se pueden inferir a partir del contexto en el que se hallan y a partir de los ítems a los que se asocian (Hodder, 1994: 138). Al efectuar interpretaciones a nivel micro-espacial, existen distintos indicadores que se pueden utilizar para proponer diferenciaciones funcionales de los distintos espacios de un asentamiento. En este sentido, debemos valorar en primer lugar la propia concepción arquitectónica de los espacios, pues la existencia de determinados edificios que destacan

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por sus mayores dimensiones, por sus características constructivas y ornamentales especiales, por su mayor complejidad en cuanto a la compartimentación interna o por su ubicación central o destacada en el asentamiento, pueden ser factores indicativos de la existencia de unos espacios habitacionales diferenciados. Además, hay que valorar también la posible presencia de determinadas estructuras internas de equipamiento u otros elementos accesorios que puedan responder a unas finalidades concretas. Obviamente, no sólo el tamaño importa. El estudio atento de los restos de unidades habitacionales nos puede indicar funciones concretas, problemáticas propias de cada asentamiento a lo largo de su recorrido histórico, etc. (Belarte, 1996), pudiendo explicar unas dimensiones superiores a la media de su entorno sin forzosamente tener que ver con una supuesta relevancia social de sus moradores. Por el contrario, la cantidad de espacio ocupado podría, en ocasiones, ser solamente uno, y tal vez no el más importante, de los varios recursos arquitectónicos con los que un colectivo social cuenta para distinguirse del resto de la comunidad, como veremos en el caso de la torre T3 de l’Assut (Tivenys). En este sentido, el estudio detallado del repertorio de materiales muebles también se puede utilizar para inferir apreciaciones que permitan precisar el carácter funcional de los ámbitos; de hecho, en el marco general del estudio de los contextos ibéricos, éste suele ser el factor fundamental. Así, por ejemplo, la presencia o acumulación selectiva de unos determinados ítems de uso ritual o litúrgico y de ciertos objetos de importación, suele ser una tendencia habitual en los espacios vinculados a grupos o familias emergentes. La presencia de ciertos productos exóticos, relacionada con el uso de una nueva simbología y la modificación de los hábitos y costumbres son aspectos que permiten observar netamente una serie de modificaciones importantes de la cultura material que se pueden relacionar con los procesos de cambio social y de reafirmación ideológica e identitaria de los grupos dirigentes. Por lo tanto, evaluar dichas situaciones de contacto cultural constituye también un factor a tener en cuenta, ya que representa un parámetro interpretativo básico en el estudio de los contextos afines a las familias socialmente destacadas. Finalmente, no podemos olvidar que la realización repetitiva y habitual Fig. 2. Ámbitos diferenciales. 1- Moleta del Remei de determinadas actividades (artesanales, (Habitaciones A7 y A67); 2- Tossal Redó (Habitación culinarias, cultuales, etc.) pueda generar 1); 3- Barranc de Gàfols (Recintos 1 y 2); 4- San una serie de indicios que también se Cristóbal (Habitación 2).

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pueden rastrear a nivel arqueológico y se suelen utilizar a la hora de inferir atribuciones funcionales (Belarte, 1997; Guérin, 2003). En cuanto a posibilidades interpretativas, debemos tener presente que en todos los asentamientos hay una serie de elementos de la esfera micro-espacial que corresponden al momento de construcción, como es el caso de las estructuras de equipamiento (hogares, banquetas, etc.) y otros que corresponden al momento de abandono, que son los objetos (vasos cerámicos, molinos, etc.). En este sentido, hay que tener en cuenta que en asentamientos de larga duración, puede ser que las estructuras tengan una función diferente a aquella para la cual fueron creadas, y que por lo tanto las asociaciones equipamiento-objetos no siempre sean fáciles de interpretar. Es decir, como más corta es la ocupación del asentamiento, más posibilidades hay que lo que sugiere el registro sea realmente fiable (Guérin, 2003: 254). En el área que nos ocupa, muchos de los asentamientos de la Primera Edad del Hierro (650-550 ANE) muestran, en líneas generales, ocupaciones breves interrumpidas de manera repentina por la acción violenta de un incendio, lo que nos permite suponer que no se habrían producido modificaciones sustanciales en el uso de los espacios. Del mismo modo, contamos también con una buena muestra de datos relativos a la etapa más avanzada del periodo ibérico, pues se trata de la última fase de ocupación de muchos asentamientos, y por lo tanto es la más bien conservada o menos alterada. Hay también contextos que presentan niveles de destrucción y abandono fechables a fines del siglo III ANE, lo cual permite disponer también de una documentación exhaustiva para esta etapa. Por el contrario, los datos relativos a la fase plena del periodo ibérico no son tan abundantes ni de tanta fiabilidad, pues buena parte de los niveles datables en los siglos V y IV ANE se ven afectados y alterados por otras fases de ocupación más avanzadas, una tendencia que participa plenamente de la tónica general que presentan los poblados ibéricos del nordeste peninsular. Es decir, las asociaciones equipamiento-objetos no permiten efectuar en todos los casos reconstrucciones interpretativas fiables sobre el uso funcional de los ámbitos, lo cual nos obliga a ser muy selectivos. 3. De los espacios diferenciales a los primeros centros de poder aislados (siglos VIIVI ANE) En el valle del Ebro, la identificación de una cierta especialización funcional de los ámbitos se ha puesto de manifiesto a partir del Bronce Final. De hecho, aunque los poblados de espacio central característicos de este periodo se singularizan precisamente por la falta de diferencias y por la homogeneidad general de las viviendas, algunos autores han incidido en la posibilidad de destacar la existencia de espacios que presentan ciertas particularidades. En este sentido, A. Álvarez y J. A. Bachiller propusieron que las diferencias que evidencian los conjuntos documentados en algunos ámbitos del Bajo Aragón, indican la práctica especializada de ciertas actividades (Álvarez y Bachiller, 2000). En el caso de los ámbitos 32 y 33 del Cabezo de Monleón (Caspe) y del ámbito 7 del Roquizal del Rullo (Fabara), las evidencias documentadas indican que se trataba de espacios destinados al trabajo metalúrgico, mientras que en el caso del ámbito 17 de Záforas (Caspe), nos encontramos ante una habitación destinada a la actividad textil. Por otro lado, el ámbito 31 del Cabezo de Monleón (Caspe) se podría interpretar como un espacio destinado a la molienda del cereal. En todo caso, se ha señalado que la gestión

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y el control de ciertas tareas productivas debe interpretarse en relación a los procesos de especialización artesanal que conducen a la diferenciación social y a la estratificación (Álvarez y Bachiller 2000: 15). No obstante, la existencia de ámbitos que puedan interpretarse como espacios específicamente vinculados a ciertas familias socialmente destacadas, es una tendencia que en el caso del valle del Ebro ya se puede rastrear en el caso de Genó (Aitona). En relación a este asentamiento, López Cachero (López Cachero, 1998) señaló el carácter excepcional de la habitación 2, un espacio de 50 m2 que supera ampliamente las dimensiones del resto de las viviendas del poblado, tratándose además de un espacio que presenta un sub-ámbito lateral que le confiere una planta y unas dimensiones diferentes. En cuanto a los equipamientos internos, destaca la presencia de un horno relacionado con la práctica de actividades metalúrgicas, tratándose de una vivienda que ha sido interpretada como un ámbito asociado a una familia relevante en el seno de la comunidad, como sería la familia del jefe de linaje. Sin embargo, la significativa presencia de herramientas agrícolas indicaría que, posiblemente, los residentes de este espacio no se habían desligado completamente de las tareas productivas (Maya, 1993: 15-16; López Cachero, 1998). En relación a los objetos muebles, destaca el contenido cerámico, notablemente más abundante que el del resto de habitaciones, resultando especialmente remarcable un extenso conjunto de vajilla que resulta potencialmente relacionable con la celebración de ciertas prácticas rituales de participación colectiva basadas en el consumo de bebida y alimentos. En el curso inferior del Ebro se ha señalado la existencia en algunos asentamientos de la Primera Edad del Hierro, de ciertos contextos que han sido interpretados como espacios de vivienda relacionados muy probablemente con las familias de los cabezas de linaje. Sin embargo, en este caso se ha destacado esencialmente su utilización como ámbitos diferenciales o espacios de reunión, es decir como recintos destinados a la celebración eventual de ciertas celebraciones ceremoniales (Sardà, 2010). Nos referimos a los ámbitos A7 y A67 de la Moleta del Remei (Alcanar) (Garcia, 2005), a los recintos I y II de Barranc de Gàfols (Ginestar) (Sanmartí et alii, 2000) y muy probablemente también otros contextos que no conocemos de manera tan precisa, pero que apuntan en esta misma dirección, como sería el caso de la habitación 1 de Tossal Redó (Calaceite) (Lucas, 1989) y de la habitación 2 de San Cristóbal (Mazaleón) (Fatás, 2004-2005). Este hecho, más allá de plantear que los líderes de linaje pudieran actuar como personajes iniciados o jefes religiosos que desempeñaban un papel principal en el control de las creencias y en la orientación ideológica de la comunidad, obedece también a una serie de particularidades que singularizan estos ámbitos en el marco de sus respectivos poblados. Hay que tener en cuenta que en algunos casos se han identificado evidencias relacionadas con la práctica de actividades especializadas de carácter comunitario, como es el caso del horno metalúrgico del ámbito A7 de la Moleta del Remei o del horno de pan documentado en el recinto 1 de Barranc de Gàfols. En relación al carácter comunitario que se suele asociar a los trabajos agrícolas y a las tareas relativas a la transformación de los cereales podemos también destacar que en La Ferradura (Ulldecona), en la Moleta del Remei (Alcanar) y en el propio asentamiento de Barranc de Gàfols (Ginestar), se ha documentado la existencia de espacios destinados

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específicamente a la molienda. Este hecho contribuye a remarcar el carácter comunitario de unas tareas que serían gestionadas por los propios cabecillas de linaje y que podrían ser pactadas o acordadas en el marco de ciertas celebraciones ceremoniales como los rituales de comensalidad. Otro aspecto distintivo a valorar es la presencia de inhumaciones infantiles y de sacrificios fundacionales, un tipo de evidencias que parecen indicar la voluntad manifiesta de dotar algunos de estos espacios diferenciales de una cierta carga simbólica o sacralizadora. Destacan los restos de fauna relacionados con la existencia de sacrificios fundacionales (sobretodo bóvidos y ovicápridos) en los ámbitos A7 y A67 de la Moleta del Remei, en el recinto 1 de Barranc de Gàfols y quizá también en la habitación 2 de San Cristóbal (en este último caso, se incluyen restos de cánido). En cuanto a las inhumaciones infantiles, su presencia únicamente se documenta en el caso del ámbito A67 de la Moleta del Remei, un espacio donde fueron identificados los restos de hasta siete neonatos. En este caso, se trata de un tipo de evidencia que podemos interpretar también como un recurso efectivo a la hora de potenciar el carácter distintivo de un edificio que debía comunicar un significado especial a nivel comunitario. Finalmente, indicar que algunos de estos ámbitos evidencian una especial preocupación por los aspectos decorativos, sobretodo por lo que se refiere a los revoques internos (recinto 1 Barranc de Gàfols, habitación 1 de Tossal Redó y habitación 2 de San Cristóbal), factor que también contribuye a poder interpretar estos recintos como espacios o escenarios de reunión y representación social. No obstante, uno de los factores que comparten todos los lugares mencionados y que contribuye más claramente a singularizarlos, es el carácter distinguido de sus repertorios. De hecho, el aspecto relativo a los objetos muebles, es el factor más determinante a la hora de remarcar el carácter diferencial de estos ámbitos, ya que se trata de espacios que incluyen ciertos elementos y determinadas asociaciones que no son habituales en los contextos domésticos de Primera Edad del Hierro. Entre estos podemos destacar la presencia de algunos instrumentos de clara funcionalidad litúrgica o ritual (thymateria, kernoi, vasos zoomorfos, mesitas-altar), algunos vasos fenicios (ánforas, pithoi, oinochoai, morteros-trípode) o inspirados en formas fenicias (imitaciones en cerámica a mano de urnas Cruz del Negro, pithoi y oinochoai), así como determinados elementos de vajilla local (siendo especialmente destacable la presencia de los vasitos globulares y/o troncocónicos). En todo caso, a la hora de descifrar la lógica funcional que proporcionan las asociaciones documentadas en estos ámbitos, se nos configura un panorama que pensamos que hay que relacionar esencialmente con el ritual de la bebida. La presencia asociada de ciertos contenedores exóticos (ánforas, pithoi, urnas Cruz del Negro) o imitaciones de éstas (urnas Cruz del Negro y pithoi) con determinados elementos de vajilla destinados al servicio y consumo de la bebida (vasitos globulares y/o troncocónicos en cerámica a mano, oinochoai y morteros-trípode), nos ubica fundamentalmente en la esfera del consumo del vino, o como mínimo, en su imaginario ritual (Sardà, 2010: 738). En cuanto al uso de ciertos instrumentos tipo quemadores de inciensos o perfumes (thymateria, kernoi o el propio vaso teromorfo de Tossal Redó), se trata de un recurso que,

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más allá de poderse relacionar con cuestiones cultuales (básicamente ofrendas), parece destinado a proporcionar una determinada atmósfera o ambiente ritualizado, lo cual contribuiría a la conversión simbólica de estos ámbitos en auténticos espacios litúrgicos. No obstante, las características generales de todos estos ámbitos y sus dimensiones limitadas (unos 20 m2 de media), nos alejan de la posibilidad de interpretar estos recintos como auténticos espacios de celebración comunitaria y nos inducen a plantear estas viviendas como ámbitos destinados a albergar únicamente una pequeña parte de las ceremonias. Sobre la celebración efectiva de las grandes ceremonias colectivas como los rituales de comensalidad, debemos plantearnos su posible ubicación en determinados espacios abiertos situados en el interior de algunos poblados como la Moleta del Remei (Alcanar) y Tossal Redó (Calaceite). En cuanto a tamaño, cabe resaltar también la singularidad del conjunto funcional constituido por los ámbitos I, II y VI del poblado del Calvari (El Molar) (Rafel et alii, 2008: 256, fig. 12, B), pues define un volumen muy superior a lo que es usual en este periodo. Presenta, además, una disposición tripartita y cuenta con un pavimento decorado. Por tamaño y disposición, el único ejemplo paralelizable que conocemos en la zona del Ebro, de unos 117 m2, está constituido por las habitaciones 1, 2 y 3 del asentamiento leridano de la Serra del Calvari (la Granja d’Escarp, el Segrià) (Vázquez et alii, 2006-2007). Pero al margen de la existencia de ciertos ámbitos diferenciales, también se ha señalado la aparición de una serie de pequeños asentamientos que evidencian una cierta especialización funcional y que habrían podido actuar como centros de poder aislados. En este caso, la existencia de distintas estancias y espacios se vincula a una sola unidad doméstica, puesto que estos asentamientos se relacionan con grupos familiares limitados, hablándose generalmente de centros ocupados por una sola familia nuclear. En el marco de este tipo de yacimientos, debemos destacar en primer lugar, el conocido caso de Aldovesta (Benifallet), un núcleo que se ha convertido en un auténtico paradigma a la hora de ilustrar el funcionamiento de un centro especializado en el almacenaje y la redistribución de los bienes exóticos. Ahora bien, la propuesta interpretativa inicial que entendía el asentamiento como un auténtico puerto fluvial (Mascort et alii, 1991), se ha matizado en distintos trabajos recientes que han efectuado una nueva lectura social del yacimiento, poniendo énfasis en el hecho de concebir el asentamiento como un centro de poder local, es decir, como una residencia vinculada a un jefe de linaje que dispondría de un acceso preferente a las importaciones fenicias (Noguera, 2006). En este mismo sentido, se ha apuntado que los espacios tipo almacén deben ser valorados como la expresión simbólica de aquellos grupos sociales que al actuar como interlocutores del comercio fenicio, acumularían un capital social que les permitiría distribuir nuevos regalos y generar nuevas deudas sociales (Vives, 2005: 71). En una dinámica similar, debemos situar el caso de Sant Jaume (Alcanar), un asentamiento que ha sido interpretado como una pequeña fortaleza o residencia fortificada vinculada a un grupo familiar emergente o élite local. En este sentido, se ha argumentado que por el conjunto de sus características, que incluyen no tan sólo ciertos elementos defensivos (muralla, torre) sino también una concepción urbanística y arquitectónica aparentemente alejada del concepto propio de los “poblados de espacio

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central” y con, al menos, un barrio destinado exclusivamente a funciones de almacenaje, debemos interpretar este asentamiento como un núcleo vinculado a un poder local que habría desempeñado un papel destacado en los procesos de integración política del área geográfica del curso inferior del Sénia (Garcia, 2005: 548; Garcia et alii, 2006: 215). Sant Jaume habría actuado también como centro redistribuidor de los bienes exóticos, pues sabemos de la existencia de un ámbito específicamente destinado al almacenaje anfórico como sería el recinto A3, en el cual se recuperó un conjunto que incluía un mínimo de 14 ánforas fenicias. En todo caso, tanto en Aldovesta (Benifallet) como en Sant Jaume (Alcanar), resulta evidente que la cantidad de productos almacenados en las ánforas fenicias (esencialmente vino) debía superar ampliamente las necesidades estrictas de las comunidades humanas que habitaban estos dos asentamientos. Esta circunstancia recuerda panoramas muy similares que se documentan en asentamientos de otras regiones como los Almadenes (Hellín, Albacete) (Sala y López, 1995: 1887; López y Sala, 1996) o La Quéjola (San Pedro, Albacete) (Blánquez, 1996: 160), este último de cronología más avanzada (finales del siglo VI ANE- siglo V ANE). En los momentos finales de la Primera Edad del Hierro, debemos destacar en la zona norte del Ebro catalán la emergencia de un edificio singular como el de Turó del Calvari (Vilalba dels Arcs) (580-550 ANE), que obedece ya a una dinámica social diferente. En este caso, la edificación de un recinto aislado y arquitectónicamente ostentoso que concentra una serie de elementos de marcado carácter litúrgico (kernoi, mesitas-altar, vajilla inspirada en modelos fenicios, ánforas vinarias), nos está ilustrando la existencia de un centro diferencial con unas funciones especializadas que parecen estar claramente vinculadas a la gestión de los ciclos rituales (Bea, Diloli, 2005). De hecho, la construcción de un núcleo como el de Turó del Calvari parece responder a la voluntad de comunicar una clara funcionalidad diferencial en el paisaje, tratándose de un edificio especial que, de manera eventual o periódica, se habría utilizado como espacio de celebración ceremonial y, en definitiva, como escenario de representación social. En este caso, y a diferencia de lo observado en Aldovesta (Benifallet) y en Sant Jaume (Alcanar), la posibilidad de obtener una posición social dominante no se basaría en el hecho de monopolizar los contactos con el comercio fenicio, sino que parece responder a la construcción de un discurso ideológico más elaborado, basado esencialmente en el uso efectivo del simbolismo ritual con el objetivo de legitimar un determinado episodio de ascenso social. Al margen de tratarse de un edificio arquitectónicamente destacado debemos valorar también que se trata de un recinto que albergó un notable volumen y una alta diversidad de elementos de vajilla, que en el caso de los platos (29 individuos) y de los oinochoai (5 individuos) nos indican la presencia de un repertorio extenso y complejo vinculable con la celebración periódica de determinados rituales de comensalidad que permitirían articular el entendimiento social de la comunidad a nivel micro-regional (Sardà, 2008; 2010). En un momento posterior, debemos destacar la construcción del edificio turriforme de Tossal Montañés (Valdetormo) (550-500 ANE), un núcleo aislado, definido como maison fortifiée, que se ha utilizado como ejemplo de referencia a la hora de modelizar un tipo de representación arquitectónica asociado al poder. La aparición de las casas-torre significaría la materialización arqueológica de los primeros procesos de emergencia aristocrática que acontecen en el área del Matarraña (Moret, 2002: 72).

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Fig. 3. Edificio de Turó del Calvari (Vilalba dels Arcs) con la ubicación micro-espacial de los principales elementos de banquete documentados en los dos ámbitos de la planta baja.

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Este fenómeno, al margen de sus mayores o menores posibilidades interpretativas y conceptuales para explicar procesos evolutivos a nivel más general, podría haber tenido en el modelo de Turó del Calvari su primer precedente, como mínimo, a nivel de tradición arquitectónica. No obstante, Tossal Montañés (Valdeltormo) (Moret, 2002; Moret et alii, 2007), presenta un panorama muy diferente al de Turó del Calvari, pues las evidencias documentadas en Valdeltormo se relacionan esencialmente con ciertas tareas domésticas (telar, horno, molino, moldes de fundición de bronce) que no están presentes en el Turó del Calvari. El hecho de interpretar este núcleo como una residencia diferencial vinculada a una élite local se fundamenta básicamente en el tipo de edificio y en su simbolismo arquitectónico, relacionando la existencia de un recinto turriforme con la idea del guerrero aristocrático, un concepto que encuentra plena representación en el conjunto de elementos que configuran el ajuar de la conocida tumba de Les Ferreres (Calaceite). 4. Residencias, representación social y desigualdad en época ibérica (siglos V-III ANE). No poseemos datos muy precisos sobre la clase dirigente de los siglos V y IV ANE, ni de sus relaciones con el resto de la sociedad, ni de los elementos y símbolos concretos en los que apoyaría y ostentaría su autoridad. Para la zona del norte de Castellón, Arturo Oliver postulaba hasta hace poco la existencia de una “sociedad rural muy igualitaria” para el período Ibérico Pleno (Oliver, 1996: 137), con una “economía de tipo comunal en la cual privaría el interés colectivo, lo que podría inferir una concepción de administración coparticipativa inherente a una estructura de concentración de poder político” (Oliver, Gusi, 1995: 263). De todos modos, más recientemente se habla ya de “una élite social de personas relacionadas con el poder militar” (Oliver, 2006: 145), coincidiendo con el avance de los estudios efectuados en Puig de la Nau y el descubrimiento de un edificio residencial de dimensiones considerablemente superiores a las del resto del poblado, así como el hallazgo de armas en la necrópolis relacionada con el asentamiento. Con todo, hay que tener en cuenta que estos datos serían válidos solamente para un momento inicial del Ibérico Pleno, ya que toda la región parece estar despoblada durante buena parte del siglo IV ANE. En la zona del Matarraña, Pierre Moret sostiene actualmente para el período Ibérico Pleno “la consolidación de una sociedad rural débilmente jerarquizada”, a pesar de tratarse, en contraste con el norte de Castellón, de un momento de importante expansión demográfica (Moret et alii, 2007: 247-48), después de una corta fase aristocrática que se enmarca entre los siglos VI y V ANE, y antes de las convulsiones de finales del siglo III ANE. Según esta interpretación, la figura del aristócrata guerrero quedaría relegada cronológicamente al tradicionalmente llamado Ibérico Antiguo (575/550 ANE – 475/450 ANE), coincidiendo con la construcción de las casas-torre, y en determinados aspectos, con las fases más antiguas de la cultura ibérica, en el momento de la fundación de nuevos asentamientos dotados de pequeñas ciudadelas fortificadas, y con la erección de las llamadas estelas del Bajo Aragón.

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Para el territorio correspondiente a las tierras ribereñas del Ebro en su tramo final, chocamos con importantes inconvenientes para dar cuenta de la existencia de una clase o estamento dirigente consolidado, sea de tipo militar o no, debido a la ausencia de los restos materiales utilizados normalmente como indicadores de disparidad social. Las necrópolis conocidas de la región que más se aproximan cronológicamente a nuestro cuadro de estudio se ubican en un marco temporal demasiado antiguo para poder proporcionar un conocimiento suficientemente significativo sobre la desigualdad social a lo largo del Ibérico Pleno, a pesar de la existencia en la necrópolis de Mianes de una falcata damasquinada que Moret sitúa hacia 375-350 ANE, lo que alargaría el uso de esta necrópolis hasta mediados del siglo IV ANE (Moret, 2002). El surgimiento de un grupo social diferenciado que se advierte del estudio de dichas necrópolis (Mayoral, 1992; Noguera, 2007: 165), así como la presencia abundante de armamento en las tumbas de algunas de ellas, concuerda perfectamente con el fenómeno aristocrático observado en el Bajo Aragón, pero que carece de continuidad en la segunda mitad del siglo V ANE y años posteriores. Se ha barajado la posibilidad que el hecho de enterrarse en estas necrópolis constituyese un hecho social diferenciado en sí mismo, es decir, que sólo el estamento dirigente sería objeto de las prácticas funerarias que se ponen de manifiesto con el hallazgo de estas necrópolis, mientras que el resto de la sociedad sería objeto de prácticas que desconocemos (Sanmartí, 1995; 2001). Sea como sea, la validez de estas consideraciones se limita a los momentos en los que tales necrópolis estuvieron en uso, mientras que para el período siguiente no disponemos de datos. Tampoco se conocen ejemplos de representación escultórica o cualquier otro tipo de expresión iconográfica que podamos asociar a valores aristocráticos, al estilo de lo que sucede en Andalucía y en el sureste peninsular, ni tampoco de estelas similares a las halladas en el Bajo Aragón. Estas carencias nos obligan a extraer el mayor rendimiento posible a la información que nos aporta el estudio de las características de los mismos asentamientos, las relaciones entre ellos, sus espacios internos, sus fortificaciones, el análisis contextual de los artefactos hallados, e interpretar cómo se inscribe la información resultante mediante un punto de vista diacrónico que nos permita detectar la existencia de grupos sociales diferenciados, su evolución, y su relación con el resto de la sociedad. Desde luego, la tarea no es fácil y excede las posibilidades del presente trabajo, que sólo supone un primer esbozo. El ritmo de avance en las excavaciones arqueológicas que se lleva a cabo actualmente en la región, con campañas periódicas en un número creciente de yacimientos, nos va desvelando la trama urbanística de un número importante de asentamientos ibéricos, que nos conduce a un grado de conocimiento cada vez mayor sobre muchos aspectos prácticamente ignotos pocas décadas antes. También nos proporciona la posibilidad de iniciar estudios de tipo social en base a las peculiaridades de la distribución interna de los espacios comprendidos en cada asentamiento, aunque también es cierto que existen muchos yacimientos que permanecen sin excavar, y que en muchos de los que están siendo objeto de estudio, el porcentaje de superficie que aún no se ha excavado es aún considerable, lo que hace que no podamos aventurar conclusiones definitivas en este sentido.

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La realidad de las unidades de habitación en el Ibérico Pleno está dominado por espacios de planta rectangular o trapezoidal de dimensiones más bien modestas, contando con una superficie de entre 20 y 35 m2, e incluso menor, con pocas compartimentaciones internas, a lo sumo dos o tres, y en algunos casos con la posibilidad de altillos o pisos superiores, asimilables al tipo A de Belarte (Belarte, 1996). En este entorno, es llamativa la presencia de casas con una estructuración interna de los espacios más compleja, y que ocupan superficies superiores, e incluso muy superiores, lo que sugiere la existencia de desigualdades sociales importantes. También se da el caso de la existencia de edificios residenciales no especialmente grandes, pero en los que es difícil no observar una importante carga ideológica. Concretamente, en L’Assut (Tivenys, Baix Ebre) se ha excavado en los últimos años una construcción turriforme - conocida como torre T3 -, que cuenta con unas características que la convierten en un edificio ciertamente singular (Diloli, 2009). Construido hacia finales del siglo VI ANE, en un principio sería un edificio exento hasta que a lo largo de la centuria siguiente queda englobado en un conjunto defensivo mayor, cuya principal función sería la de proteger el asentamiento ibérico que al mismo tiempo se formaba a sus pies. Este edificio coincide formalmente y con una gran exactitud, con lo que Pierre Moret denominó “casas-torre” (Moret, 2002). En el caso de L’Assut, la torre T3 fue habitada de un modo continuado hasta su destrucción, provocada por un incendio de gran violencia alrededor de 200 ANE o poco después, un hecho que coincide con la inutilización parcial del espacio central del sistema defensivo que se le adosa. Esta torre T3 no solamente sobrevive estructuralmente al fracaso de las tentativas aristocráticas del siglo VI ANE, sino que también se observa una continuidad en sus funciones básicas como lugar de residencia. La cuestión es si también sobrevivió algo del carácter elitista de la antigua casa-torre exenta, en su nueva etapa, ya plenamente ibérica, incluida en el marco del sistema defensivo de un poblado de 3500 m2, en una situación similar a la que se produce en La Guardia (Alcorisa), y tal vez también con el edificio absidial de Coll del Moro (Gandesa) (Moret et alii, 2007: 244). En principio, su espacio interior no denota una situación especialmente privilegiada, pues se trata de 18 m2, que no obstante podemos multiplicar por tres, pues la torre podría poseer tres pisos o más, lo que nos da una superficie total de 54 m2. Esta superficie es mayor que la que poseen las unidades habitacionales conocidas hasta ahora en el resto del asentamiento, pero el dato nos parece poco relevante, ya que se trata de una situación heredada de un momento anterior a la fundación del asentamiento ibérico, cuando, por consiguiente, regirían parámetros distintos. Ahora bien, a partir del siglo V ANE, el hecho de habitar el edificio más antiguo del lugar, que cuenta con un diseño manifiestamente diferente al del resto de casas de la comunidad, además de gozar de una gran visibilidad de su entorno, y desde su entorno, y teniendo en cuenta las nociones de prestigio de conllevaba el edificio en sí mismo pocos años atrás, ¿puede ser considerado como signo inequívoco de relevancia social? A falta de una prueba definitiva, contamos con varios indicios que nos lo sugieren. La inclusión de la torre T3 en un sistema defensivo más amplio a partir de estos momentos hace que su espacio de hábitat esté en relación directa con las fortificaciones del asentamiento, las cuales, no obstante, forman un conjunto arquitectónico netamente separado del área de hábitat del mismo. De este modo se configura algo similar a una ciudadela interna, hecho que en alguna ocasión se ha visto como indicativo de la existencia de una clase dirigente bien diferenciada (Moret, 1996: 288).

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Lo que está claro es que, cuanto menos para su último momento de uso, la torre T3 era la residencia de un guerrero, dado que su excavación ha proporcionado una punta de lanza, también su regatón, un soliferreum y un cuchillo afalcatado, amén de una gran cantidad de restos metálicos que aún están en proceso de estudio. Un hecho destacable es que a pesar de que el asentamiento de L’Assut sigue habitado, al menos parcialmente, hasta finales del siglo II e inicios del siglo I ANE, no se produce ningún intento por reocupar el espacio de la torre. Ésta permanece en ruinas, incluso cuando a pocos metros de distancia se erige un espacio habitacional, y el importante lote de materiales metálicos que contenía, entre los que había también monedas, no fue recuperado jamás (Diloli, 2009). ¿Es éste un hecho trivial, o se trata de un olvido intencionado? Otro edificio que conviene tener en cuenta se halla en el muy cercano asentamiento de Castellot de la Roca Roja (Benifallet, Baix Ebre), donde se conoce la existencia de un edificio de dimensiones superiores a las del resto de ámbitos del poblado. Apenas se conocen datos puesto que aún no ha sido objeto de excavación arqueológica, aparte de una serie de trabajos que se llevaron a cabo hacia mediados del siglo pasado. En planta parece poseer algo más de unos 50 m2, pero cuenta con muros de gran anchura, indicativos de la existencia de al menos un piso superior. No estamos en condiciones de proporcionar una cronología, pero los edificios del entorno se datan en el siglo IV ANE (Belarte et alii, 2002). En este asentamiento en concreto, el problema de la superficie ocupada reviste una importancia especial, debido al encorsetamiento que ejercen la topografía y el sistema defensivo sobre la red urbanística, ya que se trata de un poblado de barrera, delimitado por el relieve y de dimensiones modestas, unos 900 m2. De hecho, se documenta la existencia de divisiones en los primitivos recintos de hábitat, para de este modo poder aumentar el número de casas. En estas condiciones, se entiende que el espacio adquiere un gran valor debido a su escasez, con lo que la existencia de este edificio singular tendría que estar sólidamente justificada. Por el momento no conocemos su funcionalidad, pero no podemos descartar que se tratase de la residencia de un personaje distinguido socialmente1. En Coll del Moro (Gandesa) se da la existencia de tres construcciones de forma absidial que han sido interpretadas como bastiones (Rafel et alii, 1994). Uno de estos edificios en su última fase de ocupación a finales del siglo III ANE, albergaba un taller textil de tratamiento de fibra de lino (Blasco, Rafel, 1994; 1995). Ahora bien, del estudio de sus características arquitectónicas y del material cerámico hallado en su interior se ha determinado que este edificio no fue concebido inicialmente como un taller, sino como un espacio de hábitat (Gorgues, 2010: 157) grande y complejo, cuyos límites no están aún totalmente establecidos, y que contaría con una superficie útil de más de 200 m2 (Gorgues, 2010: 155). No está clara la cronología de su fase puramente residencial, aunque se ha relacionado, debido a la forma absidial de una de sus partes, con el modelo de casa-torre (Gorgues, 2010: 157), que ya hemos comentado en los casos de Tossal Montañés y de L’Assut, lo que teóricamente nos retrotraería a los siglos VI-V ANE. 1.

Debemos agradecer el conocimiento de este edificio a la amabilidad de Carme Belarte y su equipo, quienes se ocupan actualmentede de los trabajos arqueológicos desarrollados en el Castellot de la Roca Roja (Benifallet, Baix Ebre).

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Fig. 4. Vista aérea del yacimiento de L’Assut (Tivenys). Detalle de la torre T3.

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Fig. 5. Conjunto de elementos metálicos recuperados en la torre T3 de L’Assut (Tivenys, Baix Ebre).

En el Puig de la Nau (Benicarló) encontramos un edificio de grandes dimensiones que ha sido identificado explícitamente por sus excavadores como “la estancia del dirigente de la comunidad” (Oliver, 2006: 143). Sus dimensiones son de 113,44 m2, incluido un segundo piso, pero al que se asocia un espacio adicional de 24,60 m2, que es un recinto de producción alimentaria. Además de sus grandes dimensiones, se destaca también su ubicación en el sector más elevado del poblado, junto al acceso al asentamiento y zonas de producción, a lo que se añade un tipo de arquitectura de mejor calidad que la observada en el resto de casas (Oliver, 2006: 143). Cabe destacar también la existencia de un segundo edificio cuya entrada se destaca por la existencia de un umbral empedrado sobresaliente hacia la calle, y en donde se documentan enterramientos perinatales, que se ha interpretado como un lugar de culto. La existencia de este posible edificio cultual sugiere a sus excavadores la existencia de “un estamento social dedicado al cultivo espiritual” (Oliver, 2006: 145), que estaría separado del poder político-militar, representado por la residencia de grandes dimensiones que reseñamos en primer lugar. Conviene añadir que debido a su abandono pacífico, los restos artefactuales recuperados a lo largo de las excavaciones llevadas a cabo en el yacimiento no permiten hablar de grandes diferencias sociales.

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Ahora bien, es en el Castellet de Banyoles donde se percibe, en este caso ya sin demasiado espacio para la duda, una estrecha relación entre posición social y espacio habitado. En este asentamiento se vienen excavando desde 1998 (Asensio et alii, 2002) una serie de residencias de dimensiones y complejidad interna inusuales en la región. Entre éstas conviene destacar sobretodo tres, que cuentan con 260, 275, y 350 m2, todas ellas con un patio externo que antecede a un conjunto de entre 6 y 8 ámbitos. Todos los elementos que denotan riqueza y prestigio hallados en el yacimiento desde 1998, entre los que se encuentran joyas de oro y monedas, provienen de la excavación de estos edificios (Álvarez et alii, 2008). Junto a estas residencias – que se sitúan uno junto a la otra, y en contacto directo con la muralla -, aparecen otras de dimensiones también considerables, aunque sensiblemente menores, de entre 100 y 190 m2, pero también un bloque separado de casas de dimensiones más modestas, entre 40 y 90 m2, por lo que se considera que toda la pirámide social estaría representada en el urbanismo del poblado (Álvarez et alii, 2008). No nos vamos a extender en demasía acerca de este yacimiento, pues bien vale un estudio monográfico y extenso, pero conviene tener en cuenta que la presencia de estos grandes edificios residenciales se sitúa en el marco de un núcleo urbano de 4,5 ha de extensión, que cuenta con una variedad importante de formas arquitectónicas que incluye viviendas correspondientes a distintas clases sociales, un sistema defensivo singular asociado al único acceso al poblado y últimamente también con un edificio de uso comunitario, muy posiblemente un santuario (Álvarez et alii, 2008), todos ellos depositarios de una fuerte carga ideológica. A medida que avanzan las excavaciones, más que una búsqueda de la simple exaltación de un grupo social sobre el resto de la comunidad, los diversos elementos arquitectónicos y urbanísticos del Castellet de Banyoles no hacen sino desvelar algunas de las partes materiales de la configuración de una auténtica ideología de estado. No obstante, este cuadro del Castellet de Banyoles no puede retrotraerse a fechas anteriores al último tercio del siglo III ANE, mientras que su vigencia no iría mucho más allá del 200 ANE, debido a una destrucción violenta del asentamiento, así que su duración en el tiempo no excedería prácticamente el de una sola generación. En este periodo parece que se llevaron a cabo importantes trabajos metalúrgicos para la obtención de plomo o plata, a partir del control que el asentamiento podía ejercer sobre las zonas mineras productoras de galena de la zona del Priorat, así como sobre las rutas de comunicación que permitían dar salida a la producción de estos metales (Álvarez et alii, 2008). Las residencias aristocráticas del Castellet de Banyoles podrían recordar, en algunos aspectos, el caso del barrio bajo de San Antonio de Calaceite. Aquí, en un momento cronológico no muy bien definido, debido a su temprana excavación a principios del siglo XX – aunque los estudios más recientes sugieren el siglo III ANE (Moret et alii, 2007: 160) -, se edifican una serie de 8 o 9 unidades residenciales de mayores dimensiones que las existentes en el asentamiento hasta entonces, de entre 60 y 110 m2, a los que hay que sumar la superficie de un piso superior. Parece que la edificación de este barrio coincide con la asunción del poblado a una posición preeminente de la región situada entre los ríos Matarraña y Algars, lo que plantea la posible identificación del lugar como la residencia de las familias más poderosas de su entorno regional inmediato (Moret et alii, 2007: 236237). Es posible que, cuanto menos, algunas de estas familias tuviesen un destacado papel en los intercambios comerciales, pues los sótanos de los departamentos 1 y 2 no eran sino

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Fig. 6. Vista aérea y de detalle de dos de las residencias complejas del Castellet de Banyoles (Tivissa) (Fotografías cedidas por el Sr. Rafel Jornet i Niella, codirector científico del Pla de Recerca del Castellet de Banyoles -Museu d'Arqueologia de Catalunya i Universitat de Barcelona-).

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almacenes donde se hallaron decenas de contenedores Ilduradin (Moret et alii, 2007: 157). Curiosamente, fue este barrio el sector más afectado por el incendio que puso fin a la vida del asentamiento, hacia el 200 ANE, o poco después. (Moret et alii, 2007: 164).

5. Conclusiones El curso inferior del Ebro presenta a lo largo de la Primera Edad del Hierro un aumento del número de asentamientos que se ha relacionado con un incipiente proceso de jerarquización social (Sanmartí et alii, 2007). La existencia y consolidación de ciertos ámbitos diferenciales en determinados asentamientos (Moleta del Remei, Barranc de Gàfols, Tossal Redó, San Cristóbal), así como la aparición de ciertos núcleos aislados relacionados con un poder incipiente, que presentan una notable incidencia fenicia (Aldovesta, Sant Jaume, Turó del Calvari), se debe interpretar como una muestra evidente de la importancia que adquirió para determinados sectores sociales emergentes, tanto la gestión de los factores rituales como el control redistributivo de los productos exógenos. Esta dinámica, con las debidas transformaciones, ensayos, cambios y errores desemboca en el siglo VI ANE en la eclosión regional de ciertas tentativas aristocratizantes. Pero no es hasta el siglo V ANE que el patrón ocupacional del territorio se establece a partir de una planificación previa, relacionándose los asentamientos existentes a través de vínculos jerárquicos (Diloli, 1997; Noguera, 2006). No obstante, la existencia de importantes fortificaciones en la totalidad de los asentamientos de una cierta entidad, así como las peculiares características de determinados elementos arquitectónicos, como son los accesos a los asentamientos (Diloli et alii, 2009), son indicativos de un cierto grado de conflictividad intergrupal que no cesa a lo largo del Ibérico Pleno. Este panorama concuerda con una situación de aguda competencia por los recursos económicos entre distintos colectivos humanos, que a su vez procuran mantener un acceso monopolístico sobre los recursos de la zona donde se asientan, formando comunidades de ámbito regional (Sanmartí et alii, 2007), con unas fronteras más o menos definidas, aunque variables a causa de la inestabilidad de las relaciones. Siguiendo el modelo evolucionista propuesto por Johnson y Earle (Johnson y Earle, 2003), al llegar a este estadio se produce una clara tendencia a la integración regional tanto política como económica y también a la estratificación social, es decir, a la aparición de un poder institucionalizado o reconocido como tal, concentrado en determinados personajes, y que se tiene por necesario para llevar a cabo una serie de tareas vitales para la supervivencia y crecimiento de la propia comunidad. Pero al margen de las aportaciones del evolucionismo/materialismo cultural, el análisis arqueológico del territorio, en su vertiente de arqueología espacial, nos descubre, como veíamos, una distribución del poblamiento basada en una ordenación jerárquica de los asentamientos que, a su vez, ha sido explicada como fruto de una jerarquización social interna (Diloli, 1997). Llegados a este punto debemos interrogarnos sobre los datos concretos que poseemos acerca de la desigualdad social y la caracterización de los grupos sociales en el marco temporal y geográfico que nos ocupa, sobretodo a raíz de las recientes aportaciones que Francisco Burillo ha efectuado acerca de la sociedad celtibérica, en las que propone una

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revisión muy crítica de la figura tradicional del aristócrata guerrero celtibérico (Burillo, en prensa). Según este nuevo enfoque, después del fenómeno aristocratizante que se observa en el valle del Ebro a lo largo del siglo VI ANE, el prevalecimiento de asentamientos de pequeñas dimensiones, junto con la ausencia de grandes espacios y edificios públicos y/o religiosos y obras monumentales, así como la inexistencia de una oposición entre el campo y la ciudad, demostrarían, para el mundo celtibérico, el predominio de una sociedad de campesinos libres, con ciudadanos de igual derecho, y en la que no habría lugar para una aristocracia. ¿Podría este modelo ser aplicable a regiones propiamente ibéricas, pero cuyos asentamientos poseen características similares a las reseñadas en su teorización? En el área que nos ocupa, el avance de la investigación en algunos de los asentamientos en curso de excavación, perfila la existencia de determinados espacios habitacionales para los siglos V y IV ANE cuyas características indican un cierto grado de complejidad social de la cual no parece estar ausente la desigualdad. De entre estos, el caso más evidente es el de la “casa del jerarca” de Puig de la Nau, pero se da también la existencia de edificios singulares como la torre T3 de l’Assut, que a priori sugiere una cierta pervivencia de los valores del aristócrata guerrero protoibérico, o el posible edificio de culto, hallado también en Puig de la Nau, así como la existencia en algunos yacimientos de potentes y ostentosas fortificaciones con un significado más allá del puramente defensivo. En otros casos destaca, no obstante, la ausencia de este tipo de simbolismo, como es el caso de la Moleta del Remei, asentamiento excavado en su práctica totalidad, donde no se conoce ningún tipo de edificio o espacio que pueda relacionarse, aparentemente, con la existencia de un grupo social distinguido. Este panorama sugiere la existencia de un sistema de relaciones mucho más complejo que el surgido de una estricta dialéctica jefe/resto de la comunidad, y que queda fuera del alcance de los modelos teóricos explicativos empleados hasta ahora. El ejemplo del Castellet de Banyoles marca para el último tercio del siglo III ANE la emergencia o consolidación de un grupo social distinguido, que modifica las formas arquitectónicas y urbanísticas del lugar con sus grandes residencias, edificios comunitarios y fortificaciones. Paralelamente, en unas fechas similares, y a una escala menor, otro grupo hace lo propio en San Antonio de Calaceite. Cerca de nuestra área de estudio, en Alorda Park (Calafell, Baix Penedès), se da la aparición de dos grandes residencias complejas, similares a las del Castellet de Banyoles, aunque en un momento algo anterior, hacia finales del siglo IV ANE (Álvarez et alii, 2008). Este fenómeno es paralelo a la importancia que los asentamientos en los que se ubican adquieren como centros alrededor de los cuales gravita el territorio (Belarte, 2008), que en el caso de Castellet de Banyoles conlleva la aparición de rasgos propiamente urbanos. Con estos datos, nos cuestionamos ¿es esta emergencia social el fruto de una lenta evolución interna de la sociedad del bajo Ebro a lo largo de los siglos V y IV ANE hacia nuevas formas políticas y sociales, o se trata más bien de un fenómeno episódico motivado por causas coyunturales y sin un enraizamiento real, al estilo de lo ocurrido con las tentativas aristocráticas del siglo VI ANE?. La Segunda Guerra Púnica y sus correlatos de dominación romana y represión, con la destrucción y abandono –total o parcial-, de varios de estos asentamientos, como Castellet de Banyoles, San Antonio o la torre T3 de L’Assut, no permiten una fácil respuesta, aunque el papel jugado por estas élites, al menos en Castellet de Banyoles y San Antonio, podría ser parte de ella.

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En todo caso, es probable que los beneficiarios de una posible situación de desigualdad en los siglos V y IV ANE formaran colectivos muy restringidos, compuestos por individuos concretos y sus allegados, seguramente familiares, puesto que los edificios singulares y grandes residencias de estos momentos que se conocen hasta la fecha, son edificios únicos en sus respectivos asentamientos. En cambio, las grandes casas y residencias aristocráticas que aparecen a partir del siglo III ANE en el ámbito geográfico que analizamos, se acompañan de varios edificios semejantes, hasta llegar a formar barrios enteros, como es el caso de Castellet de Banyoles y San Antonio. Este hecho indica una realidad social diferencial, que podría estar organizada mediante principios corporativos, en la que las diferencias no favorecerían a individuos concretos, sino a colectividades (Nielsen 2006). Sin embargo, es durante el siglo III ANE que en el área ibérica del nordeste peninsular asistimos a la emergencia de un poder cercano a formas aristocráticas principescas o incluso superiores, asimilado a la realeza, en su forma más pura o de tipo militar, representada especialmente por Indíbili i Mandonio. En palabras de Emili Junyent, “la monarquía ibérica es la concreción histórica del estado, es decir, del poder, y aparece en el momento en que la sociedad jerarquizada en linajes preferenciales con un acceso desigual a los recursos, pero sobre una amplia base aun de propiedad comunal, se transforma en una sociedad estratificada e integrada a través de mecanismos políticos complejos y especializados desde una élite que se ha hecho con los medios de producción” (Junyent, 2003: 53). Esta monarquía se sustentaría posiblemente sobre una base aristocrática, identificada a través de la caballería que acompaña a los líderes, los rehenes de cartagineses o romanos, o los legati, citados por las fuentes clásicas, un estamento que no sabemos si aparecería ex -novo durante el siglo tercero ANE o se basaría en formas político-sociales anteriores. En todo caso, no es hasta esta época que se intuye una evolución de las sociedades de este territorio hacia modelos organizativos realmente diferentes, que incluyen formas aristocráticas y un poder equiparable al de otros estados mediterráneos. Saber si la aristocracia que indudablemente forma parte de la sociedad ibérica del nordeste peninsular en el siglo III ANE ya existía anteriormente, o es un producto de los sucesos que acontecen en este territorio durante este momento, como un episodio más de una historia común mediterránea, es uno de los objetivos básicos que tendríamos que plantearnos para conocer realmente el desarrollo del proceso histórico de esta región durante la época ibérica. 6. Bibliografia ÁLVAREZ, A., BACHILLER, J.A. (2000) “Elementos de diferenciación social en el Bajo Aragón durante el Bronce Final-Hierro I”, Vegueta, 5: 9-28. ÁLVAREZ, R., ASENSIO, D., JORNET, R., MIRÓ, M. T., SANMARTÍ, J. (2008) Residències aristocràtiques al món ibèric septentrional. El cas del Castellet de Banyoles (Tivissa, Ribera d’Ebre, Tarragona). Seminari «La cámara funeraria de Toya y la arquitectura monumental ibérica», Casa de Velázquez-Universidad Autónoma de Madrid: 87-102. ASENSIO, D.; MIRÓ, M.; SANMARTÍ, J. (2002) El nucli ibèric del Castellet de Banyoles (Tivissa, Ribera d’Ebre): un estat de la qüestió, I Jornades d’Arqueologia Ibers a l’Ebre. Recerca i interpretació. Ilercavònia 3. Tivissa: 185-203.

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