El ensayo histórico y la historia de los centenarios mexicanos a partir de la mirada de Monsiváis

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Descripción

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Colonia-Independencia-Revolución Genealogías, latencias y transformaciones en la escritura y las artes de México Vittoria Borsò Vera Elisabeth Gerling (eds.)

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MEDIAmericana Kultur- und medienwissenschaftliche Studien zu Lateinamerika

MEDIAmericana Estudios sobre Latinoamérica: cultura y medios de comunicación

Postkolonialismus, Gender und Medien sind die Referenzpunkte einer kulturwissenschaftlichen Theoriedebatte, an der die Lateinamerika-Forschung seit längerem maßgeblichen Anteil hat. MEDIAmericana versteht sich in diesem Sinne als Diskussionsforum für neuere kultur- und medienwissenschaftliche Theorieansätze im Bereich der Lateinamerikanistik. Ziel der Reihe ist der Versuch, zwischen den Extrempositionen einer als alternativlos betrachteten Globalisierung einerseits sowie des Rückzugs auf die Wahrheitsansprüche des spezialisierten Fachwissens andererseits neue Wege aufzuzeigen. Zu den Ausgangspunkten der Reihe gehört das Postulat der Überwindung totalisierender und dualistischer Denkschemata, nichtweniger jedoch der Standpunkt einer radikalen Des-Territorialisierung des Wissens. Abgesehen vom Aufgabengebiet der Literatur im traditionellen Sinne, versteht sich die Reihe als Forum für Arbeiten, die sich den Medien aus dezidiert kulturwissenschaftlicher Sicht zuwenden.

El postcolonialismo, los estudios de género y de los medios son algunos de los puntos de referencia de un debate actual en el que el papel de la reflexión y de la investigación sobre Latinoamérica viene siendo decisivo desde hace tiempo. En este sentido, la colección MEDIAmericana ha sido concebida como foro de discusión de nuevos enfoques teóricos en el campo de los estudios latinoamericanos. Esta colección se propone como objetivo primordial abrir un camino entre posiciones tan distantes como son la constatación del proceso irresistible de la globalización por un lado y el resignado retraimiento a las posiciones del saber especializado por el otro. Es por ello que tomamos como punto de partida —en tanto superación de todo esquema totalizador o dualístico del pensamiento— la perspectiva de la des-territorialización radical del saber. Más allá del campo de la literatura en un sentido tradicional, la colección también pretende ser un foro tanto para trabajos en relación al fenómeno de la cultura popular en general, como para aquéllos centrados temáticamente en los «nuevos medios de comunicación».

Herausgeber/Editores: Walter Bruno Berg (Freiburg im Breisgau) Vittoria Borsò (Düsseldorf ) Wissenschaftlicher Beirat/Consejo Científico: Carlos Monsiváis (México D. F.) (†) Jorge Dubatti (Buenos Aires) João César de Castro Rocha (Rio de Janeiro) Lisa Block de Behar (Montevideo)

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Colonia-Independencia-Revolución Genealogías, latencias y transformaciones en la escritura y las artes de México

Vittoria Borsò Vera Elisabeth Gerling (eds.)

Iberoamericana - Vervuert - 2017

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2017 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2017 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-8489-946-4 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-481-1 (Vervuert) ISBN 978-3-95487-579-5 (e-book)

Depósito Legal: M-552-2017 Diseño de la cubierta: Michael Ackermann Imagen de la cubierta: Manos sobre fondo rojo. © D.R. Rufino Tamayo/Herederos/ México/2017/Fundación Olga y Rufino Tamayo, A.C. Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro

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Índice de contenido Vittoria Borsò, Vera Elisabeth Gerling Prefacio.................................................................................................

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Vittoria Borsò La longue durée de senderos que se bifurcan: potenciales y repeticiones de crisis fundacionales en la historia mexicana. Introducción ................

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Latencias del espacio histórico: rutas transversales y la longue durée de la dominación geopolítica Ottmar Ette Imágenes del mundo transarchipiélico novohispano. De las letras y las artes visuales entre Europa y Asia, el Caribe y Japón ......................

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José Luis Villacañas Berlanga Teología política católica e Independencia mexicana: la mimesis de fray Servando Teresa de Mier............................................................

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Linda Egan Camino a Tepeyac: María vs. Huitzilopochtli en la Historia de Bernal ..

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Claudia Leitner Nuevos catecismos para indios remisos: la Malinche deletreando la Independencia...................................................................................

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Entre líneas de fuga e historia del poder. ‘Gendering’ la historia de México Sara Poot-Herrera ¿Y usted qué opina de la Independencia? Que es femenina....................

159

Blanca López de Mariscal La mujer novohispana en los albores de la Independencia .....................

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Ute Seydel Revisión desde los estudios de género del imaginario creado acerca de la Intervención Francesa y el Segundo Imperio .................................

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Las trampas de la fe en los mitos de la Revolución Gustavo Leyva El discurso de la “Revolución Mexicana”. Significación, límites y perspectivas ........................................................................................

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Beatriz Mariscal Hay Nacionalismo revolucionario y arquitectura ..........................................

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Juan Pellicer A la sombra de los caudillos en flor .......................................................

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Álvaro Ruiz Abreu El tiempo de las profecías en la Revolución: Bierce y Reed ....................

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Las ‘otras’ historias de México en las artes y los medios del siglo XX: novela, teatro, cine y periodismo María José Rodilla El Dragón, el Murciélago, el Goloso y la Güera, lotería para jugar a la corte ...............................................................................................

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Claudia Parodi † Revoluciones culturales: Víctor Hugo Rascón Banda, la Malinche sempiterna y su lenguaje ....................................................

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Christian Wehr Imágenes escandalosas de otro México. Los olvidados de Luis Buñuel ....

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Tanius Karam El ensayo histórico y la historia de los centenarios mexicanos a partir de la mirada de Carlos Monsiváis ..........................................................

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Sobre los autores .......................................................................................

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Tanius Karam Universidad Autónoma de la Ciudad de México

El ensayo histórico y la historia de los centenarios mexicanos a partir de la mirada de Carlos Monsiváis A propósito del ensayo histórico en la obra de Carlos Monsiváis hay que comenzar diciendo que, paradójicamente, aun cuando el autor está muy asociado a la historia contemporánea y cultural mexicana, la crítica literaria, así como los estudios historiográficos y de comunicación, le han dedicado comparativamente poco espacio a esta parte del trabajo del autor. En el conjunto de su obra, el ensayo histórico o sus escritos periodísticos, preocupados por reflexionar sobre algún aspecto ya no tanto del contenido de los hechos mismos como de sus reverberaciones y difusión, de su recepción y uso, adquiere una importancia relevante para conocer el significado político de su escritura y la mirada particular que Monsiváis tiene sobre la vida institucional política de México. En su ensayo histórico reconocemos esas típicas características de su escritura, propias del espacio fronterizo, como por ejemplo la dinámica entre oralidad y escritura, ficción y realidad, pasado y presente, o bien historiaperiodismo, lo que resulta de una interesante eficacia en sus relatos en cuanto a la generación de un tipo particular de tiempo narrativo, al amplio uso y recurso de fuentes informativas, y a la construcción de actores discursivos que pueden cuestionar lo mismo al discurso periodístico que al histórico convencional y tradicional. En suma, esta modificación de un régimen convencional pasado-presente es un rasgo que le permite superar el tratamiento secuencial y esa perspectiva macro que no suele reparar en los detalles, moviéndose la mayoría de las veces en planos de contradicción.

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Durante el siglo xx, el discurso político mexicano concedió papeles de adoctrinamiento y justificación del propio régimen que privilegió versiones, actores, relatos, y con ello se generó una especie de anecdotario oficial que frecuentemente se prueba en cualquier examen de historia en la secundaria o preparatoria. Un dato curioso es el tipo de exámenes de historia que se aplica a los extranjeros que quieren aspirar a la nacionalidad mexicana y a quienes se les demanda saber, por ejemplo, ¿dónde estaba el primer hospital de México?, ¿qué son los obrajes?, ¿quién fue el último virrey de la nueva España?, ¿quién fue la primera mujer médico en México?, o bien ¿en qué año se inauguró la primera línea telefónica en México o qué edificios comunicaba? Toda esta obsesión descriptiva y cuantitativa, ¿qué está relevando?, ¿en qué sentido la memoria como tal se cifra en estos índices, como si en ellos radicara la condición de lo histórico? En nuestro trabajo queremos presentar algunos de esos rasgos y sobre todo ejemplificarlos a través de algunos textos publicados a propósito de los centenarios-bicentenarios, incluso desde unos años antes del famoso 2010. 1. Ideas y sentidos en torno a la historia mexicana En un texto de 1980 (“Pasión por la historia”) Monsiváis ofrece las claves de lo que él entiende por historia, o que otros señalan ser lo histórico. En primer lugar, el autor critica el sentido orgánico del término, la persistencia sobre los modos de atesoramiento para datos, y el estilo diligente y/o implacable de todo lo que sucede. Monsiváis no duda en considerar que todo sentido histórico languidece cuando ya casi ningún protagonista del pasado es entendido como nuestro contemporáneo; es como si la historia deviniera en una especie de telenovela borrosa donde el fin último pareciera únicamente justificar nomenclaturas y calles. El capitalismo identificó en algún sentido “historia” con “progreso”, con el desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, con darle valor a unos acontecimientos por sobre otros. Ahora que eso no es tan evidente, la historia puede no tener mucho sentido para su clase dominante. La historia por eso ha resultado sinónimo de lo venidero, de las catástrofes en las primeras planas de diarios. Ya en este texto parece premonitorio del hoy tan sonado 1810-1910-2010 (Monsiváis, 1980: 173): Centenarios, cincuentenarios, sesquicentenarios, simples aniversarios, conmemoraciones obligatorias. Quizá sea la declinación de un genuino sentido de la

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historia lo que prodiga esas manifestaciones seudo-históricas. Puede ser también que incluya la multiplicación de lo ‘histórico’, en el sentido de relatos que fascinan porque no nos conciernen en lo absoluto.

El autor se lamenta de que una serie de hechos de muy distinto orden hayan generado la impresión de que la historia ya no tiene nada importante que decirnos, y acaso tal vez sea capaz de entretener narrativamente a los estudiantes de secundaria. En el siglo xix —espacio que particularmente interesa al autor— se tenía historia porque se estaba construyendo una nación, y la prueba de esta era que ya es nuestra la historia. Desde el siglo xix la historia se vinculaba a la linealidad progresiva, pero también a la pasividad de la mayoría, como se observa en las crónicas de Guillermo Prieto. Los héroes resultan de la trama sin la cual la patria se ‘afantasma’, pierde su sustancia o deja de tener sentido. De esa manera, por mucho tiempo el famoso “Grito de Dolores”1 más que rito nostálgico era visto como un rito genésico, un acto incesante de fundación de una ‘nueva especie’. Sobre esto, Monsiváis va a insistir en la idea de que la historia es válida solamente cuando se hace presente y se puede vincular con este. El autor nos recuerda el hecho de que diversas novelas y testimonios del siglo antepasado narraban relatos de historia patria al tiempo que cumplían con la función de imbuir los sentimientos de la nación que facilitaban asimilar los mitos incluidos dentro de historias con énfasis en sobreesfuerzos o hazañas inéditas de personajes, como aquella del “Esforzado Indito que llegó a Presidente o el Humilde Arriero cuya sangre fue absorbida por un río admirativo” (Monsiváis 1980: 175). El siglo xix es un vivo ejemplo de sensaciones y anécdotas en ocasiones no lejanas a la ficción, pero sobre todo según Monsiváis parece que es ahí donde historia se identifica con épica, y el sentimiento histórico, con una cauda de reacciones, las cuales desatan enfrentamientos.

1

Dolores Hidalgo es una pequeña ciudad a unos 350 km de la Ciudad de México, la cual es reconocida como la “cuna de la Independencia mexicana” ya que en al atrio de su pequeña parroquia Miguel Hidalgo y Costilla llamó al pueblo contra la Corona española. Este hecho se dio la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En el siglo xx, durante la época del dictador Porfirio Díaz, él ajustó dicha festividad a su cumpleaños, un día antes. Tradicionalmente a la noche del 15 de septiembre popularmente se la conoce como la “noche del Grito”. El presidente de la República, la mayoría de las veces desde el balcón presidencial del Palacio Nacional, emula mediante vivas y loas a los héroes patrios, el inicio de la lucha de independencia. En algunas ocasiones, el presidente se ha trasladado al mismo pueblo donde dos siglos antes lo hizo Hidalgo.

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En sociedades despolitizadas —como lo fue muchos años México durante el régimen de partido una fuerte agrupación política hegemónica y un régimen presidencialista— necesitan de héroes y epopeyas, de monumentos que “existen para recordarte a la historia lo que tiene que pensar” (Monsiváis, 1980: 180), y cuyo sentido principal es el mensaje desmovilizador. Monsiváis parodia la imagen oficial e histórica del ‘héroe’: los héroes ya nos dieron patria para que no tengamos necesidad de héroes; ya acumularon triunfos y derrotas para que nosotros, al interpretarlos agradecidamente, prescindamos de la historia como hazaña y aceptemos la historia en su función terminal de memoria enaltecedora. Así esa ‘historia patria’, aparte de ofrecer algún conocimiento sobre ciertas efemérides, ha pretendido imbuir una educación sentimental propia para la reproducción del discurso: relatos donde se narran esfuerzos descomunales y se alaba o exalta el valor individual de una persona. Así, esta historia de lección escolar muy anclada en el siglo xix se identificó con épica, algo que por cierto no desagrada a los relatos en los medios a propósito de noticias y hechos de la vida presente. Dentro de la desolemnización, otro componente que explora Monsiváis es ese paradójico deseo de las figuras históricas por pertenecer a la historia, porque eso supone ser parte de una legión dorada y privilegiada cuya memoria se perpetuará. A propósito, cita a Adolfo Gilly (1971) en el análisis que hace de los hombres de Francisco Villa y su “voluntad histórica”: es la conjura necesaria y la justificación de todo cuanto se puede realizar, la constatación misma de que la historia, de alguna forma, también les absolverá. En todos los grupos revolucionarios persistió esa convicción que alentó, al menos en los hombres de Villa, una especie de utopías y pasiones en donde Monsiváis quiere ver ‘la conciencia de clase a su alcance’. Este ‘ser parte de la historia’ ayuda a explicar desajustes y contradicciones de la historia patria, como el ejemplo que cita Monsiváis —siguiendo a Gilly— con respecto a Benito Juárez y el Plan de Ayala firmado por los zapatistas, en cuyo reconocimiento aparece el mismo presidente liberal, quien décadas atrás había ordenado confiscar los territorios indígenas donde después crecería el zapatismo revolucionario a principios del siglo xx. La historia revolucionaria irónicamente descrita es para Monsiváis ese territorio de los elegidos; es el espacio particular donde decantan los grandes hombres (pocas mujeres hay en estos recuentos), quienes tendrán simplemente que responder a las súplicas de masas por revertir la orfandad histórica, y donde el héroe no solo será guía, sino una totalidad en la que a diferencia del dictador, por lo general en franco contrapeso al de su pueblo, asistimos a esos rituales de pertenencia, agradecimientos corporativos

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propios del presidencialismo mexicano que, dentro de la complejidad estudiada del sistema político nacional, pudo aglutinar diversos modos y concepciones de liderazgo. La historia oficial está hecha para Monsiváis de estatuas, epopeyas y héroes; es la que se firma por decreto, la que resulta de sistemas celebratorios y, por lo general, de una relación estática entre pasado y presente que, justamente con su escritura, nuestro autor va a cuestionar. Al concluir la Revolución Mexicana, los ganadores elegirán un sistema celebratorio: la historia como piedra de sacrificios de donde manan instituciones. Surge por decreto un “informe del pasado” e interpretación de la historia que no se presta a debates. El Estado dejó por mucho tiempo que los historiadores dijeran lo que querían, siempre y cuando respetaran el eje implícito o explícito de los procesos. La historia de la Revolución se tradujo durante muchos años en una historia oficial centrada en figuras culminantes, en su elogio; la historia se hace de diarios y revistas, de acusaciones entre lo que pasó el día de la muerte del general fulano. El equilibrio dependerá del profesor en primaria o secundaria de turno, para quienes el fervor nacionalista será también un componente indispensable, siempre asociado a la despolitización y burocratización que hagan la enseñanza histórica lo más “abstracta”, cerrada y anecdótica posible. En esta historia posrevolucionaria, las instituciones que se generaron están ahí para mostrarse como historia vivida y corporizada, para centrar el orgullo patrio en el apaciguamiento de quien se consuela pensando que todo podía ser mucho peor. Por eso la aceptación de esas promesas (típicas del discurso político del régimen priísta), de una justicia que se irá repartiendo, de unos beneficios que se irán irradiando, de una riqueza que se irá generando. Las instituciones no solamente son el lugar de la reproducción, sino que para Monsiváis se interponen entre la “vivencia de la historia” —como sentimiento, conciencia, mentalidad— y la apetencia de cambio, y le proporcionan a las masas la identidad inaplazable que parece la experiencia más inequívoca de la mayoría, la de la sobrevivencia. La historia épica todavía presente en murales, va cediendo al mediar el siglo xx en la historia consensuada de la mayoría; por eso, pese a los esfuerzos, los héroes permanecieron “inexpropiables” en su garantía de continuidad. El Estado abrogó la propiedad de los héroes, ajustándolos acomodaticiamente a su visión de la sociedad o a su ideal; como puede verse en la tendencia de algunos presidentes por utilizar a manera de estandarte a algún héroe favorito de la historia o de la mitología patria, como el caso de Quetzalcóatl con López Portillo, de Zapata con Salinas de Gortari, o de Madero con Vicente Fox, material más que sugerente

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para un análisis que no nos corresponde realizar ahora, pero qué duda cabe lleva visos sugerentes para el tratamiento monsivaíta. Frecuentemente Monsiváis, con esa tendencia antiautoridad en algunos de sus textos, asesta sus mejores tiros contra la idea del “héroe”, de la figura autosuficiente. En el ensayo “Pero ¿hubo alguna vez once mil héroes” (Monsiváis 2000: 79 ss.) sostiene que en América Latina la dupla “historiahéroe” ha sido funcional. Durante las Guerras de Independencia la creación de símbolos obedece a cierta traducción civil impuesta por el catolicismo, como una especie de santidad laica. Solamente si se les da culto, las comunidades creen en los héroes; a su modo, la nación es una entidad “mística” y los héroes, parte de ese santoral donde se resumen las virtudes necesarias para su edificación y construcción. En el siglo xix la historia es la nueva deidad iberoamericana y en cada país es señal de autonomía; tener historia, aunque sea trágica, es señal de identidad, de aquí por ejemplo el uso a modo de las culturas originarias y los grupos indígenas como seña —solamente a nivel funcional y programático— de “identidad”, aunque estos grupos nunca participen realmente en el desarrollo de la nación. La historia absuelve y condena, y la gran clave para fijarla en la memoria colectiva es el heroísmo como medio de difusión de la república. La historia es un cancionero de gesta y el lugar donde se espera lo inapelable, lo inconfundible. Los dirigentes ‘aguardan confiados el juicio de la historia’ como la forma de exculparse, aun en el caso de caudillos sanguinarios, de un cinismo a prueba de todo cuanto pueda imaginarse, confían en las sentencias del porvenir. El héroe es el elegido por la patria, es el ser único que se distingue de la masa pobre o sin voluntad, es el dador de sacrificios que redimen. El concepto tradicional de este término es excluyente y no concibe por lo general a las mujeres. El héroe puede ser santo, sabio, pero la sustancia primordial es la capacidad de salvación de los demás. La tragedia que pueden vivir las personas los humaniza y los diviniza; es como todos porque sufre y muere; es absolutamente único porque sufre y muere por los demás. Monsiváis sigue en ese sentido la argumentación de John Lash en The Hero, Manhood and power (1995). Una particular característica de las sociedades latinoamericanas hacia el heroísmo es su incondicionalidad, ya que si se analizan las figuras de grandes héroes, muchos de ellos fueron destrozados, traicionados e incluso murieron no precisamente confiando, con una actitud que recuerda las palabras de Bolívar: “He arado en el mar”. Los héroes son particularmente fuertes porque comunican los valores libertarios, son versiones a escala (mutatis mutandi) del proceso de Cristo y esperanzas sólidas en la resurrección del pueblo. Los héroes fundan el segundo paisaje espiritual.

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El mejor medio para difundir las hazañas y el culto a estos héroes serán los programas de historia escolar, y para minimizar el olvido los héroes verán su vida fragmentada en la nomenclatura urbana. Con el triunfo del laicismo el culto al héroe no va a desaparecer, se subrayarán los valores políticos que, como los viejos catecismos religiosos, generarán un sistema de preguntas y respuestas sobre las virtudes de los héroes laicos. La heroicidad como deporte conllevará su opuesto, donde se ubican los héroes autoproclamados, donde interviene lo mejor del hacer político en la historia de la región: dictadores, caciques, usurpadores que con frecuencia se autodefinen como los únicos hombres libres; entran ahí nombres como Antonio López de Santa Anna o Porfirio Díaz en la historia mexicana, pero hay equivalentes en muchos países. Los tiranos creen monopolizar las virtudes que demandan los pueblos y ofrecen no la imitación de su actitud (imposible o prohibida), sino la cesión de las capacidades de que dispongan al ser providenciales. Si la orfandad de las repúblicas se expresa en la debilidad o desorganización de las instituciones, el trámite de adaptación se da a través de la clave máquina del positivismo “orden y progreso”, en el que por ejemplo el régimen de Porfirio Díaz va a sustentar su actividad, con una pequeña salvedad, a saber, que el general equiparará su propio cuerpo al de la república, en un ejercicio que recuerda a Luis XIV cuando decía aquello de “el Estado soy yo”, y que será el gran dilema de la institucionalidad, la trifulca en algún sentido poco superada entre el valor de la institucionalidad y de la figura, ¿qué han deseado nuestros países tradicionalmente, figura o instituciones fuertes? Con esta perspectiva Monsiváis nos muestra una mirada personal y al mismo tiempo microsocial de las percepciones, de esa historia como procesos que median lo que a fin de cuentas al poder le interesa difundir, y los lectores u oyentes decidan retomar o aceptar. Otro de los procesos más complejos se verá en eso que llamamos ‘totalidad’, en presentar la historia y más concretamente algunas etapas particulares como conjuntos de procesos de producción a través de distintos sistemas de representaciones, y es justamente ese el objeto del siguiente apartado. 2. De la Revolución Mexicana como una “tradición total” En sus Imágenes de la tradición viva (Monsiváis 2005) la Revolución aparece como una de las decenas de tradiciones que aborda en este libro. Para definir el complicado sustantivo recupera la idea que E. Hobsbawm (1983) maneja

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en The invention of tradition, definida ésta como un proceso de formalización y ritualidades caracterizado por una referencia al pasado, a través de repeticiones obligatorias. Este proceso se da por un conjunto de mecanismos de difusión donde ciertamente se atiende el discurso oficial pero no es por mucho el principal sistema, sino acaso uno más de una extensa red que integra fotografías, sonidos, relatos, procesos de reinterpretación, como parte de un largo etcétera que el propio Monsiváis ha ido glosando como pocos, no por ser él un especialista en la Revolución, sino más un analista cultural al que le interesan esas concatenaciones, las “estructuras de sentimiento” (Raymund Williams 1980), las contradicciones, los modos de expresión y trasvases que algunos procesos han ido generando; por eso son tradiciones, porque se definen como umbrales, horizontes de referencialidad que superan la mismidad de los hechos, los cuales superan la mismidad historiográfica de un hecho, sin el cual, de acuerdo a como leemos en las “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo xx” (Monsiváis 1976), no puede entenderse cualquier otra manifestación cultural en el país. Como pocas tradiciones, la Revolución se resiste al uso del singular, ya que es más propiamente un surtidor dentro de un proceso que no se agota en la segunda década del siglo, sino que impregna con fuerza el período que va de 1910 a 1940 y luego se adapta a las nuevas demandas del poder y la sociedad de consumo. Las tradiciones de origen mezclan lo rural con lo urbano, lo antiguo y lo moderno, lo nostálgico y lo profético. En el arte popular, la Revolución establece tradiciones en el corrido, la narrativa, la fotografía, el grabado, la música sinfónica; también el teatro (de género chico), las libertades del habla, las renovaciones de la gastronomía, el auge de las artesanías y, a partir de 1933, el cine de la Revolución, con la modificación en las vestimentas de los pobres. Dentro de su perspectiva nunca restringida a lo historiográfico, la Revolución se entiende no solo como el movimiento armado que se delinea con el Plan de San Luis, codifica triunfos y aspiraciones, y proclama su legitimidad formal con la Constitución de 1917 para articular después, a través de aparatos de control como el PNR (y sus cambios nominales) y la CTM, su institucionalidad política, su cabal configuración de Estado fuerte, su eficacia para retener y transmitir el mando de manera más o menos pacífica. La Revolución es en realidad la perspectiva unificadora proporcionada oficialmente para hacer estable y legible la realidad mexicana, la centralidad del Estado como esa entidad más allá de clases y de la lucha de clases; las líneas de conducta individuales y sociales que las clases dominantes aceptan como ejemplares y de validez universal; de manera complementaria, la visión ideológica

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en torno a la cultura y la sociedad que, formulada o no de modo explícito, ofrece y/o acepta el Estado (Monsiváis 1976: 1378). Uno de los rasgos que vemos en el acercamiento histórico de Monsiváis es la tendencia a explorar las distintas manifestaciones que en este caso la tradición de la Revolución Mexicana genera; en ese sentido la Revolución Mexicana es también para Monsiváis una experiencia de interpretación icónico-visual, como el ensayo que el autor dedica al Archivo Casasola en Días de Guardar (Monsiváis 1970) que por entonces vivía una suerte de efervescencia y hoy es parte de la fototeca nacional. Aunque no se trataba de un archivo historiográfico, su valor social y cultural era significativo en lo que se entendía como imagen de la lucha armada. El Archivo no es la versión fidedigna de la Revolución, sino que representa otro modo para reconocer nuestros mitos, nuestras figuraciones. El Archivo fue objeto de una particular apropiación oficial, donde las imágenes de la Revolución se asociaron al Archivo, al grado de generar una serie de efectos en la imagen que generaciones enteras tuvieron de la Revolución. Monsiváis (1970: 328 ss.) se pregunta qué significa la patria, la Revolución, las figuras ahí representadas. México a través de las fotos. El Archivo Casasola: la historia tal y como se organiza ante una lente, suprimiendo las disposiciones festivas de la cara, atendiendo a la figura, fingiendo indiferencia, inventando la figura, abrochándose la levita, indecisa ante su calzón de manta [...]. El Archivo Casasola: la Historia que aguardó con larga y prevenida disposición serena el estallido del fogonazo (Monsiváis 1970: 328).

Como estrategia discursiva, el enunciador comparte sus reacciones al ver algunas fotos del Archivo, ante esos mexicanos que aparecen inexpresivos. Los momentos compilados en la fotografía tienen el poder de establecer lo recordable e instauran una manera de imaginar algunos momentos de la Revolución. En su comentario también imagina el proceso enunciativo: el acto de fotografiar, la posible intención del fotógrafo, las vicisitudes del acto. El Archivo es para el autor la síntesis, la enunciación del dramatis personae de la Revolución, al estudiarlo se establecen los sitios específicos de la liberación y la tragedia; ante esas fotos no consumamos la catarsis ni reconstruimos los impulsos primordiales que obligaron la Bola, porque el Archivo más que una lección histórica es una lección visual, no una clase de política nacional; su propósito es mostrar la variedad, la monotonía, la riqueza, la uniformidad de rostros y actitudes.

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El mérito del Archivo es convertirse, sin ser su intención, en esa memoria visual de la revolución —aun cuando el Archivo como tal cubre más etapas de la historia mexicana y llega casi hasta los setenta— con sus sombreros, soldados, soldaderas; ahí está el ejército de sombras que va detrás del ejército de las víctimas (Monsiváis 2005: 301). Las imágenes han tenido la habilidad, quizá como pocos dispositivos de transmisión, de perdurar en la memoria histórica generando la impresión de ser la ‘memoria de la Revolución’. Su mérito es modificar el panorama facial de México, darle rostro permanente a las que desde entonces serán las historias y los recuentos en una de las etapas más álgidas de la historia. El Archivo no ‘inventa’ personajes, pero reinventa las posturas, los rostros; genera una visualidad y con ella facilita la difusión del mito. Si la nación es una entelequia, los rostros confirman la existencia facial y proporcionan atributos a los fotografiados, les ‘hacen hablar’, impregnan un dramatismo solo dable por la imagen. Los adjetivos que se otorgan a la Revolución son muchos, para ellos Monsiváis elabora listados donde, como él mismo señala, la única constancia para la acumulación son “las líneas que deliberan y se confunden”: La Revolución Mexicana es enigmática, impulsiva, atroz, sólida, cruel, inconsciente, paternal, programática, socarrona, legalista, caótica, recelosa, idealista, entre el código de valores y el puritito desmadre, inflexible, paciente, suspicaz, noble, melancólica, risueña, grotesca, tenaz, inalterable. La acumulación de adjetivos no dibuja una conducta facial ni apunta hacia un paisaje. Traza líneas vitales que deliberan y se confunden [...] (Monsiváis 1970: 335).

Las imágenes del poder en el Archivo son también las de la diversidad. Primeramente es posible confirmar los rostros inalterables, severos, sorprendidos. Hay una definición triunfal del poder: duro y tenso como la entrega del lábaro patrio; recogido y ceremonioso como las fiestas del Centenario. En estas fotografías no se conversa nunca. No son ideas, las sugieren. La cámara para Monsiváis es obsesiva, atrapa el poder en el ejercicio del mismo e intenta a su manera dar una idea de su intimidad, de allí la reiteración de grupos opuestos distribuidos de idéntica manera. Además, nos recuerda que a un país se le gobierna desde los ritos. Las imágenes muestran lo que supone el ejercicio del poder: presidir, condecorar, jurar, recibir medallas, asentir a los vítores, recibir a las delegaciones, declararlo todo formalmente inaugurado. Contrarresta a esta figuración del líder, el héroe, el poder, el villano, la del pueblo (Monsiváis 1970: 336-337) del que Monsiváis subraya los oleajes de

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zapatistas, las procesiones con el estandarte de la Virgen morena. En ese conjunto de imágenes se atienden adhesiones, aclamaciones, y también tertulias arriba de trenes, descanso de tropas. Hay rostros, escenas trágicas y festivas: existen ahorcados, cadáveres apilados, soldaderas, salidas de tropas, desfiles. El pueblo aparece como amigo de la confesión pública; sin recato, sin el menor pudor redacta su autobiografía ante la curiosidad ajena. Dentro de los estilos indirectos que tanto le gustan al autor, improvisa la intención, concluye historias que le sugieren esas fotos en medio de su mirada realista y ficcional, como aquella fotografía que comenta: Abraza a su Juana, se estrecha a su fusil, se enorgullece de la enormidad de su sombrero. A la foto le cuenta de su pasado, presente y porvenir. Viene de la explotación, vive la reivindicación, va hacia el engaño. Nada oculta porque se sabe sin rostro. Vislumbra que sólo los jefes poseen perfiles memorables. A él le corresponde enfatizar que está allí junto a todos, en el lugar de todos, después de todos (Monsiváis 1970: 337).

Entre la obra de Monsiváis que analiza la memoria popular y la historia cultural destacan sus textos sobre el corrido, aunque, en tanto tema de exposición, no profundizaremos en ellos. En cambio, queremos señalar otros que han sido centrales en su ensayística sobre la historia cultural mexicana y naturalmente de la Revolución, los que versan sobre el cine. Al morir Monsiváis, dentro de los muchos homenajes de los que fue objeto, la Cinemateca Nacional proyectó lo que llamó las “Imprescindibles de Carlos Monsiváis”, películas que fueron significativas para el autor, que no solamente le gustaban, sino a las que dedicó varios ensayos. De ellas, varias eran cercanas a la narrativa, imaginación e historia revolucionaria, como Vámonos con Pancho Villa (1935) y El compadre Mendoza (1933), del cineasta Fernando de Fuentes, y Las abandonadas (1944), de Emilio “Indio” Fernández. Fuera de estas muestras, no podemos olvidar otros comentarios a cintas con temas revolucionarios como El feroz cabecilla (1928), Si me han de matar mañana (1934) o Se llevaron el cañón para Bachimba (1941), entre otras. Durante las décadas posteriores a la lucha armada, el cine es el espacio por antonomasia donde creció y de alguna manera se mantiene la Revolución (Monsiváis 2008: 63). En las primeras décadas de producción y ya con el cine sonoro, la mayoría de la población es analfabeta; el cine asume numerosas responsabilidades de la cultura oral, aprovecha el melodrama para filtrar algunas heterodoxias y es guía de un asomarse al mundo no exclusivamente político. Mediante el cine se imitan ilusiones y quimeras, y

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las fantasías reproducen el comportamiento de sus imitaciones. El cine va a hacer visible muchos rostros y sus funciones psicológicas van a ser múltiples. Y sobre todo, el cine va a cambiar el concepto de historia nacional y de sus monstruos sagrados para envolverlos al final en el ropaje de la epopeya (Monsiváis 2008: 20). Al margen de los logros del nacionalismo y la inexistente experimentación que pueda haber, la Revolución es una de las “mitologías” o hitos fundamentales del cine mexicano (Monsiváis 1992), no porque haya dado la mayor cantidad de películas (ni mucho menos las mejores), sino porque imprime el espíritu de un cuero de cintas, ofrece los temas fundamentales y un primer repertorio de ‘valores patrios’ pobremente traducidos en la pantalla. La Revolución es en el cine un repertorio vigoroso de sentimientos nacionales, es el fenómeno por excelencia. El ‘género de la Revolución’ concentra y distribuye las definiciones de la épica, arquetipos de hombría, escenario de la fatalidad, programas de pintoresquismo. Al principio reconoce Monsiváis que la intención es crítica, como en El compadre Mendoza (1933), donde Fernando de Fuentes traslada respetuosa y líricamente el cuento de Mauricio Magdaleno sobre el oportunista, genuino triunfador de la Revolución. El cine (principalmente sonoro) que aborda la Revolución también se hace de anécdotas, porque así, fragmentada y memoriosa, era la mentalidad de la época. El cine ayuda a hacer creíble la mentalidad campirana en la Revolución: allí están los campesinos más allá del temor o del dolor, estoicos, divertidos o fraternales; el grupo de los Leones de San Pablo en la cinta Vámonos con Pancho Villa, creados para el sacrificio y la expiación de algún secreto y último pecado original, resume como estrategia discursiva la película de Monsiváis: [...] seis campesinos que se incorporan a la División del Norte, y uno a uno muere trágicamente en el universo de batallas y tomas de ciudades, las proezas se integran a la vida cotidiana, y los Leones, próceres inadvertidos mueren como héroes para mejor desembocar en la fosa común. Pese a la música de Revueltas, el guión de Villaurrutia, la calidad de las actuaciones y la energía de la dirección desaparecen del panorama fílmico durante más de 20 años (Monsiváis 1992: 15).

Monsiváis (2000: 71) reconoce que una parte del cine épico de la primera parte del cine sonoro gira en torno a la Revolución, como gran proveedora de temas, intenciones, figuras. Las películas más perdurables serían Redes (1934) y la siempre citada Vámonos con Pancho Villa (1935). Redes se centra en una toma de conciencia cuyo tratamiento formal exalta el trabajo físico,

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la conciencia de clase y la belleza de los sentimientos comunitarios; la segunda, en la fragilidad y la dureza de los seres humanos de la Revolución. Estas películas, más la influencia de Eisenstein y de John Ford, son el principio del cine nacionalista, el cual culmina en la obra de la dupla “Indio” Fernández (director)/Gabriel Figueroa (fotógrafo). Sin reconocer a un nivel los méritos de las varias citas que realizaron (Flor Silvestre 1943; María Candelaria 1943; Enamorada 1945; Río Escondido 1946, Pueblerina 1949), en sus comentarios reconoce sus limitaciones en cuanto a la cursilería de los diálogos, la música de fondo, todo ello salvable por la intuición de los realizadores y la calidad de las primeras figuras. Monsiváis identifica el origen del llamado género americano en estas cintas, donde la reconstrucción de la vida de una pareja o familia en un momento histórico de excepción sirve de plataforma de las pasiones nacionalistas. Hay un principio de imposibilidad de la dicha, donde pareciera que el país solamente se construye sobre las infelicidades. Posteriormente el ‘cine de la Revolución Mexicana’ (comillas también marcadas por el autor) se irá convirtiendo en parodia del western, con María Félix, o en homenajes mal logrados al realismo socialista. La Revolución es más que la suma de estos ensayos en las imágenes fijas, la música y el cine. Su conjunto nos permite ir más lejos de los estereotipos que Monsiváis señala, sin dejar por ello de reconocerlos. La tradición ‘múltiple’ es sobre todo un conjunto heteromorfo de expresiones, significantes, intentos y realizaciones. Como a nivel específico de un tema, el autor lo describe con intertextos y enumeraciones, con definiciones que simulan voces indirectas; a un nivel más amplio, hemos visto cómo a través de un ramillete de textos, obtenemos una visión integral no tanto de las grandes voces o los relatos oficiales como de las expresiones culturales, a partir de las cuales el ensayista interroga los macrorrelatos, las instituciones, las visiones únicas. Reconocer el carácter genésico de la Revolución supone ver cómo se anudan representaciones dominantes y marginales en las prácticas sociales que forman esta tradición. 3. Parodias y discusiones entre centenarios y bicentenarios El 2010 fue un año predestinado para prolífico uso de enunciaciones históricas; un año en el que hasta la publicidad apelaba a la historia como necesidad de redescubrir y definirse. Todo el mundo reclamó su lugar en las celebraciones: desde el claro intento de un gobierno por apropiarse de su contenido y manipularlo de acuerdo a su capital político, hasta los ejercicios

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más o menos útiles y sugerentes, ‘cortes de caja’ que realizan las mismas instituciones, programas televisivos, coloquios universitarios o portales de Internet donde pueden identificarse los inventarios de los grandes temas pendientes, las preguntas, o bien referir las causas de los rezagos. El año 2010 es en sí mismo un excelente ejemplo de cómo lo histórico ha llegado a convertirse en espectáculo, política pública, libro de texto, películas por computadora, seriales de televisión, conmemoraciones, remodelación de monumentos e incluso invitaciones (con muy distintas intencionalidades) a celebrar, recordar, festejar, reflexionar y ver. Es cierto que el año llama, pero también constituye un vector para visibilizar lo que de hecho, de manera más o menos intermitente, se presenta en otros años no tan estelares y dispuestos para tales celebraciones. El tema de los centenarios ha tenido inequívocamente los sesgos de la marginación a la que han sido expuestos grupos y minorías como las mujeres, los homosexuales, grupos religiosos disidentes y los indígenas. Este año no ha sido tan solo una didáctica oficial para obligarnos a recordar o celebrar —como lo revelan por ejemplo las llamadas telefónicas hechas desde un call center para ver la TV en la noche del 15 de septiembre—, sino además un conjunto de prácticas discursivas heterogéneas donde diferentes asociaciones o instituciones han elaborado o bien demandado reinterpretaciones de héroes, epopeyas y significados. Desde pocos años antes de 2010, Monsiváis comenzó a hacer menciones al tema del centenario-bicentenario mexicano. En todas ellas hemos encontrado recursos anclados en el uso del humor, como esa tendencia que de lo que es oficialmente ‘grandilocuente’, ‘serio’, ‘muy importante’, hace una parodia que permite reconocer nuevos significados, abrir la interpretación y el comentario. Frecuentemente Monsiváis parodia desde personajes discursivos inventados, una forma de introducir sus propios puntos de vista o proponer sus hipótesis de lectura. En el texto “Sin estatuas la inmortalidad resulta un disparate” (2007: s. p.) recupera esa tendencia de parodiar a partir de la honra, el homenaje y el héroe; en la parodia participan en un supuesto debate “Fúlgido Lumen (político de la vieja generación)”, quien sostiene que los gobernantes también deben considerarse entre los héroes y que si no hay documentos para probar lo contrario, los políticos son inocentes y merecen uno. “Adámico Hervor (empresario de la nueva generación y por ello mismo senador)” proclama que deberíamos de tener “¡Estatuas para todos!”, mientras que “Efeméride Lustrosa (reportera de sociales)” expresa, de nuevo, la idea de posponer la crítica hasta 200 años y así, por el momento, no erigir estatua alguna. Una voz más se suma a la discusión, es “Enjundioso

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Gómez (brillante exponente de los ideales de castidad que dinamizarán la familia mexicana)”, quien no entiende qué bicentenario estamos celebrando. Para Enjundioso, 1810 fue la fecha del nacimiento de Hidalgo, en lugar del inicio de los movimientos para la independencia de la nación. Sin hacer caso a las protestas de “Ramiro Villa Rica (historiador de buena cuna aunque ya salió de ella y caminó un buen trecho)”, sigue creyendo que “Eso de nacer antes, es protagonismo”. Por decreto, los héroes deberían nacer el mismo día de sus hazañas para que fueran al mismo tiempo “Padres e Hijos de la Patria”. Todos estos personajes, incluyendo a “Ana Crónica (encargada oficial de la Crónica del Bicentenario)”, están de acuerdo en que la crítica sobre el bicentenario debe posponerse 200 años. En “¿Qué habría sucedido si...?” (2008c: s. p.) Monsiváis realiza nuevamente un ejercicio humorístico de recursividad histórica, donde la historia no es solamente lo que sucedió, sino justamente la probabilidad de aquello que no sucedió. Entre los ejemplos citamos solamente unos cuantos casos: De acuerdo a la probabilística y entre otras cosas... [...] -En 1921 se habría autorizado la concesión de veinte franquicias del Castillo de Chapultepec, donde por módicos precios se podrían comprar mantos reales autentificados por la descendencia legítima, monólogos grabados por la emperatriz en el teatro del castillo de Miramar, y, la joya de la corona, un espectáculo de luz y sonido donde se verían las siluetas de don Max y doña Carlota mientras pasan por los jardines. [...] -En 1940 se habría reinaugurado el Paseo de la Reforma (de los Códigos de Etiqueta), cerrado por unos meses mientras se decidía qué marcas de automóviles eran aristócratas y cuáles eran plebeyas. [...] -La Avenida Juan Nepomuceno Almonte, que termina frente al Palacio de las Bellas Artes Imperiales, sería reinaugurada cada mes, para recordarle a los súbditos quién fue y qué hazañas cometió don Juan Nepomuceno.

Otro recurso nada nuevo en el artículo periodístico del autor, tal como lo ha hecho hasta el hartazgo en la que fuera su columna por décadas, “Por mi madre, bohemios”, es parodiar declaraciones de funcionarios, como lo hace en “Revolución: réquiem inaudible...” (2008d: s. p.), donde critica unas declaraciones del entonces secretario de Gobernación, quien combate el narcotráfico con los ejércitos de la Revolución Mexicana. Monsiváis señala: No, no hay comparación posible entre la Revolución Mexicana (haya sido lo que haya sido o, para citar una frase del pensamiento calderoniano, haiga sido

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como haiga sido) y la lucha contra el narcotráfico, porque la minoría que combate a la ley, tan criminal como lo es, tiene siempre presente que entre los defensores de la ley se encuentran amigos, socios, protectores y protegidos.

Una idea recurrente que Monsiváis ha denunciado en estos textos es el desajuste (oficial) entre las celebraciones del bicentenario dedicadas a la Independencia y lo que se ha invertido para celebrar igualmente el centenario de la Revolución. En “Revolución...” (Monsiváis 2008d) hace un claro señalamiento de esa desproporción entre las rememoraciones de la Independencia y las que se están dando de la Revolución (como lo ha hecho en “Hidalgo 6, Iturbide 10”, 2008b). Igualmente el autor habla a favor de incluir a los grupos minoritarios o excluidos de las fiestas; esta es otra queja representada en sus crónicas sobre el bicentenario. Denuncia también que ninguna fecha por sí sola puede resolver los grandes problemas que la “patria” (palabrita de amplio uso para estas fechas) enfrenta. En “Hidalgo 6, Iturbide 10” sugiere que dentro de la preparación por celebrar el bicentenario de la Independencia, Iturbide ha recibido más atención que Hidalgo, a partir de una cita de quien fuera el presidente de los festejos, bolita por cierto que muchos aventaron, como el ex candidato Cuauhtémoc Cárdenas. Aborda la cuestión de la memoria y cómo presumiblemente tendría que ser inmortalizada; también refiere el que los panistas —de quien preconiza pronto volverán a ser oposición— han dado tanto o más importancia en su interpretación a Iturbide que a Hidalgo; por ello la mención al marcador deportivo en el título. Nos resulta significativo el uso necesariamente paródico como estrategia necesaria para abordar el tema. En Apocalipstick (2009) incluye un “Epílogo” sobre el mismo. Este texto final más que una alusión a los centenarios, parodia la idea de celebrar un posible desastre ecológico. Se trata de un juego con el que ironiza a partir de todo el campo semántico apocalíptico que hay en la colección y que aparece contrapuesto con elementos humorísticos. La celebración de los centenarios parece ideal en exageraciones, contrasentidos y paradojas. Estos textos ficcionales y humorísticos, guardan muchas relaciones con la vida social y política, con el ánimo institucional que siempre quiere parodiar. Apocalipstick concluye con esa impronta donde lo que se celebra es el “fin del mundo” y para lo cual se monta sobre la idea del “centenario” como una forma de paradoja ante las ínfulas celebratorias. Parodiar el fin de la humanidad supone alertar de todos los factores inminentes, de las exageraciones y equívocos; supone burlarse, reírse a su manera de la autoridad, de lo fatuo y el bombo prototípico de la alta institucionalidad y

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las élites. En este “Epílogo” presenta a un supuesto comité por los “Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad”, a quien el empresariado internacional le hace llegar un conjunto de recomendaciones, una de las cuales dice: “No se te ocurra liquidar tus deudas. Limítate a decir: ‘El de atrás paga’. Y a ver quién se hace cargo de tu cartera vencida en las prisiones de la eternidad” (Monsiváis 2009: 417). Con especial fuerza ha usado los recursos del diálogo, la ficcionalización, la parodia y el humor para satirizar los distintos conceptos de ‘celebración’ en la memoria histórica, todo ello dentro de textos que se caracterizan por su brevedad y se subrayan por su agilidad, capacidad humorística. De esta manera, el autor concentra la información y obliga la puesta de ciertas competencias y capacidades de recordación, para decodificar los sentidos de sus textos y resolver, por así decirlo, lo que plantea el humor y lo que la ironía convoca. Para Monsiváis, como dijo en una entrevista, si una “gran causa no permite el humor o la ironía, es que no es una gran causa”. Solo en alguna de estas figuras parece que es posible avanzar un poco en la reflexión, salir del círculo al que arroja la grandilocuencia oficial. Estas figuras semánticas y de pensamiento le permiten al autor incorporar nuevos sesgos e hipótesis a los hechos; tergiversarlos en apariencia para mostrar otras caras. ¿Con qué objeto ha utilizado Monsiváis esta estrategia? Los románticos, a quienes les fascinaba la ironía, dieron una buena respuesta a esta pregunta. Friedrich Schlegel (citado por Bartra 1999: 137) pensaba que era necesario reconocer que el mundo es esencialmente paradójico, y que por lo tanto solo es posible comprenderlo con una actitud ambivalente. La ironía es la expresión de un método polivalente que abarca las extrañas mutaciones, los peligros de la alteridad y los espejismos de la hermenéutica, siempre y cuando hayamos podido —primero— entrar en ella y arrebatar los mitos que encierra. La historia de México desde ahora no podrá entenderse a no ser que se avance por esos derroteros periféricos que la acercan a la ficcionalización o a la distancia en los puntos de vista, en la experimentación y la necesaria crítica social. Bibliografía Bartra, Roger (1999): La sangre y la tinta. Ensayos sobre la condición postmexicana. México: Océano. Fuentes, Fernando de (1933): El compadre Mendoza (película). Gilly, Adolfo (2007 [1971]): La evolución interrumpida. México: Ediciones Era.

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