El ejercicio de la soberanía como estrategia feminista

July 23, 2017 | Autor: Gema Ortega Parra | Categoría: Political Philosophy, Estudios de Género, Feminismo, Feminismo Latinoamericano, Géneros y sexualidades
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Descripción

El ejercicio de la soberanía como estrategia feminista “Por este motivo afirmamos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito, a partir del cual iniciamos cualquier elección o aversión y a él nos referimos al juzgar los bienes según la norma del placer y del dolor” Epicuro

Un aspecto fundamental del feminismo, ha sido su insistencia en que el cuerpo y la sexualidad constituyen un núcleo nodular en la comprensión de las relaciones entre los sexos y, por lo tanto, una vía privilegiada de ejercicio de sujeción y dominio por parte de la cultura patriarcal. En este artículo seré aún más drástica y sostendré que la afirmación del cuerpo y la sexualidad es fundamental en la realización de la soberanía, no sólo singular – sino y más primordial aún-, de la soberanía del pueblo en su conjunto. La sujeción y el dominio falogocentrista se manifiesta de distintas maneras, pero siempre deja su huella en el cuerpo, especialmente del cuerpo sexuado. Como dice Alejandro de Oto: “Cuando Fanon describe la huella que el colonialismo produjo en el cuerpo del colonizado, en el cuerpo físico, político y discursivo, lo hace desde esta especie de evidencia retórico-política que enuncia y denuncia una sujeción, la colonial, cuyo lugar y temporalidad, por efectos de esta misma enunciación, han sido dislocados” (de Oto, 2006: 2)

Dislocados, separados, penetrados, los cuerpos son deudores de su diferenciación, de la resta entre los cuerpos, donde solo uno sale victorioso. Los otros son obligados a ser inscritos en la historia de la violencia, desde el momento mismo de su diferencia sexual, oposición que sólo busca excluir todo aquello que no provenga del falo como punto de correspondencia entre la razón y la acción. Desde este punto de vista, toda agresión por causa de sexo y género es una herida a la comunidad entera, ya que toda violencia que ejercida para controlar la sexualidad y el cuerpo de otro, expresa una relación de poder y de sujeción. Nuestra tesis es sencilla; frente a esta operación de sujeción y dominación patriarcal y falogocentrista contrapondremos la soberanía del cuerpo como estrategia feminista. Así, haciendo eco a Bataille comprenderemos por soberanía la participación colectiva en el tiempo y las formas del gasto del excedente de producción. Para el autor la soberanía se distinguiría por invertir la lógica económica del placer- trabajo a un momento de singularidad irreductible: “El soberano consume y no trabaja, mientras que en las antípodas de la soberanía, el esclavo, el hombre sin recursos, trabajan y reducen su consumo a lo necesario, a los productos sin los cuales no podrían subsistir ni trabajar” (Bataille, 1976:64). De la misma manera, la soberanía no obedece a criterios de utilidad o eficiencia, escapa a las delimitaciones temporales de lo urgente y lo necesario propia de la

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teleología. La soberanía se opone a la servidumbre, se opone a cualquier procedimiento de subordinación o explotación, incluso podríamos afirmar que si no dispusiéramos de nuestro propio tiempo jamás podríamos actuar en el espacio político: “En efecto, lo soberano es gozar del tiempo presente sin tener en cuenta nada más que ese tiempo presente” (65). Debemos poner también atención al momento sagrado que constituye la soberanía; lo sagrado es aquello que se contrapone a lo servil, el tiempo sagrado es aquél que no puede ser puesto en servicio de, es un tiempo fuera de la vorágine de la producción insaciable del capitalismo. La soberanía debemos entenderla también en tanto posibilidad de una subjetividad atravesada por un peculiar ateísmo; un ateísmo contradictorio incluso consigo mismo que no excluye lo sagrado, sólo lo inscribe en el mismo espacio que ocupa el hombre: “Lo que es sagrado, no estando fundado sobre un acuerdo lógico consigo mismo, no es sólo contradictorio respecto a las cosas, sino que, de una manera indefinida, está en contradicción consigo mismo” (86). La soberanía se da ahí donde opera una especie de superación del plano religioso del cual lo divino habría devenido en la soberanía del hombre. No es la inexistencia de Dios, sino su misteriosa y dramática ausencia, la que llevaría a la autonomía radical del hombre “Esta contradicción no es negativa: en el interior del dominio sagrado, hay, como en el sueño, una contradicción sin fin que se multiplica sin destruir nada. Lo que no es una cosa (o, formado a imagen de la cosa, un objeto de ciencia), es pero al mismo tiempo no es, es imposible y sin embargo está ahí. Soy por ejemplo yo, o lo que dándose desde fuera participa de mí mismo, quien siendo yo, no soy sin embargo yo (pues no soy yo en el sentido en que me considero un individuo, una cosa): eso puede ser un dios o un muerto, pues en lo que a él con-cierne, ser o no ser es una cuestión que nunca puede ser seriamente (lógicamente) planteada”. (79)

El cuerpo es el único dato dado, está ahí es real y efectivo, todo lo demás no es más que un abismo azaroso. Estamos en relación al cuerpo, pensamos, sentimos y somos en relación a él. No a nuestro cuerpo univoco, sino al cuerpo en su desenvolvimiento, podríamos ensanchar la famosa sentencia de Nietzsche y decir: - ¡Muerto Dios que viva el cuerpo! Como decía anteriormente, la soberanía sería el acto por medio del cual el colectivo de hombres y mujeres -aunque éstas no aparezcan en el texto de Bataille, nos rebelamos y las ponemos con su cuerpo a ocupar espacio aquí y ahora- deciden sus tiempo de derroche y gasto improductivo. Cuándo y cómo se realiza este gasto es una decisión política, y como tal es proclive a ser disputada, esta lucha a no es meramente de posición, no es una lucha semiótica, es también una lucha por el estatuto del cuerpo en la construcción de todo proyecto político, proyectos que se dibujan y se bosquejan también con el cuerpo, pero volveremos más tarde sobre esta idea. Así, la soberanía se relaciona, por un lado, con el poder que ejercen las individualidades sobre sus propias vidas a la vez 2

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que participan democráticamente en la vida de la comunidad, y por otro lado, con los mecanismos por los cuales desarrollan un sentido de control sobre sus vidas, para actuar eficientemente en el escenario público, tener acceso a los recursos y promover cambios en sus contextos comunes. De esta manera, las luchas sociales y políticas están fuertemente ligadas a la lucha por el control y redistribución del excedente, y no pueden comprender solamente la lucha por el reconocimiento de derechos políticos y de representación como afirman algunos sectores que aún confunden identidad con esencia, que mantienen la dicotomía entre cuerpo y alma, distinción que al menos al feminismo parece poco importarle: “Las identidades parecen contradictorias, parciales y estratégicas. El género, la raza y la clase, con el reconocimiento de sus constituciones histórico y social ganado tras largas luchas, no bastan por sí solos para proveer la base de creencia en la unidad ‘esencial’. No existe nada en el hecho de ser ‘mujer’ que una de manera natural a las mujeres. No existe incluso el estado de ’ser’ mujer, que, en sí mismo, es una categoría enormemente compleja construida dentro de contestados discursos científico sexuales y de otras prácticas sociales. La conciencia de género, raza o clase es un logro forzado en nosotras por la terrible experiencia histórica de las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonialismo y del capitalismo”. (Haraway, 1984: 9)

El ejercicio de la soberanía va de la mano con la democratización, no podemos hablar de democracia sin acceso y control igualitario a los recursos. Como bien expone Luis Tapia: “Sin embargo, sólo la igualdad socioeconómica crea las condiciones de posibilidad de una igualdad política efectiva. Se hacen posibles una a la otra, aunque no existan como realización plena. Los grados de experiencia vivida conquistados dependen de este condicionamiento mutuo” (Tapia, 2008:29).

Para que esto sea posible, es necesario transferir del abstracto titular de la soberanía, a las y los que la ejercen. El pueblo debe intervenir directamente con su presencia y por su acción: en las calles y en cada espacio de disputa ideológica, por pequeño o grande que éste sea. No debemos olvidar que la soberanía no surge como una idea abstracta sino que tiene su emergencia precisamente en la lucha del estado francés contra el poder de la iglesia, como afirman algunos la soberanía fue producto de la realidad, y la teoría se puso al servicio de los acontecimientos. El primero en intentar explicar este fenómeno fue Jean Bodino que define la soberanía como el “poder absoluto y perpetuo”, entendiendo por absoluto la potestad de dictar y derogar leyes. Contrariamente a lo expuesto por Bodino, no pensamos el titular de la soberanía en la figura de un príncipe o monarca individual, capaz de dar leyes a todos los ciudadanos y eximirse de recibirlas de éstos, sino que pensamos a la colectividad como instancia máxima de soberanía, siendo el pueblo en su conjunto, el único facultado a forjar su legitimidad. Para que esto sea posible todo/as deben estar en disfrute de su cuerpo, tener el control sobre él, vincularse con él desde su pensamiento y afectividad. 3

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Cuando afirmamos que el ejercicio de la soberanía va de la mano con la democratización, que la soberanía opera como un ocuparse de sí en consideración con los otros y sólo es posible en la configuración de una serie de técnicas de reflexión sobre las prácticas cotidianas y de problematización de la vida, de la dignidad y de la libertad en un espacio común, estamos pensado entre otras cosas en el “Con” del que nos habla Jean-Luc Nancy. Nancy es enfático en señalar que la comunidad no implica ninguna interioridad, no hay honduras sino solo desenvolvimientos. Así, antes que de hablar de los cuerpos como cuerpos de ciertos sujetos individuales, pensamos en ellos como singularidades plurales y complejas que en sus distintos y diversos relacionamientos se comunican, comparecen entre ellos. Debemos, no obstante, ser precavidos con lo que entendemos por comunicación, ya que poco tiene que ver con la inocente idea de transparencia sin cuerpo, transparencia que podríamos nombrar también penetrabilidad, sino que: “La «comunicación» no es sino la negociación laboriosa de una imagen razonable y sin interés de la comunidad consagrada a su propio cuidado, que de nuevo se revela no ser más que el cuidado de la máquina espectacular-comercial”.(Nancy 1996, : 79).

El sistema capitalista pretende borrar todo lugar al cuerpo y a los cuerpos, borra al prójimo porque no sabe(mos) como actuar frente a ese otro extraño y distante, incluso siguiendo el mismo Nancy, no sabemos amar. Para ser soberanos debemos partir por saber que es amar y pensar, actuar el amor como un imperativo irrenunciable; “Así, el «amor» es el abismo de sí en sí, es la «dilección» o el «tomar cuidado» de lo que del origen se escapa o falta: consiste en tomar cuidado de esta retirada y en esa retirada. De ahí que este amor sea «caridad»: es consideración de la caritas, del precio o del valor extremo, absoluto y por tanto inestimable de del otro en cuanto otro, es decir, como sí-retirado-en-sí. Este amor dicta el valor infinito de lo que está infinitamente recogido: la inconmensurabilidad del otro. El mandato de este amor se enuncia, en consecuencia, por lo que es: el acceso a lo inaccesible” (Nancy, 1996:96)

Con esto no pretendo negar el debate en torno a la representación, ya se trate de la representación electoral o de una representación simbólica. Las elecciones son una vía posible para transferir la representación del pueblo a los gobernantes, no obstante, este camino se concibe en el marco de un cuerpo político concreto que excluye (e incluso, a veces, aniquila) a todo aquello que se presenta como una amenaza. Las elecciones no agotan la representación, pues existen otras maneras de representación simbólica. Una de las con mayor impacto en nuestro país, ha sido la de intervenir el ejército, llegando a considerar al Pueblo como el pueblo en armas movilizado en defensa de la patria. Otras lógicas de representación simbólica buscan constituirse en portavoces del pueblo, llegando a intervenir físicamente para influir sobre la conciencia de los hombres y mujeres en un contexto determinado. Debemos considerar también el efecto que tiene la opinión pública sobre el ejercicio de la soberanía. Día a día, nos vemos enfrentados a una 4

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polisemia de voces, causas y contenidos que nos dificultan la construcción y conquista de nuestro propio sentido, frente a este caos de la multiplicidad se levanta entonces un salvador: El estado, único ente capaz de ser verdaderamente autorizado a ser soberano: “Precisamente el elemento democrático del Estado Nacional, es decir, la soberanía popular, que sustituía a la soberanía del monarca absoluto, se mostró muy rápidamente […], extremadamente frágil. La nación, es decir, el pueblo emancipado a través del Estado Nacional, mostró ya muy pronto una fatal inclinación a entregar su soberanía a dictadores y caudillos de toda índole. El sistema de partidos, que hasta el día de hoy es la única forma en la que puede tener validez la soberanía popular en el Estado Nacional, fue vista precisamente por ese pueblo, en rigor desde su surgimiento a mitad del pasado siglo XIX, siempre con desconfianza y terminó en muchos casos y siempre con el consentimiento de amplias masas populares con el establecimiento de una dictadura de partido y la eliminación justo de las instituciones específicamente democráticas del Estado Nacional” (Arendt, 1963:191)

Así, cuando afirmamos que la soberanía no puede ser entendida como un abstracto no pensamos éste como una mera idea, sino como el procedimiento violento y material del Estado contra el cuerpo de las mujeres, las disidencias sexuales, los y las niñas, las y los ancianos, indígenas etc. El estado no es sólo cómplices de los feticidios, no sólo intervine con políticas farmacotológicas, sino además manipula y tortura los cuerpos de las mujeres. Soberanía entonces es también estar en contra del estado, como comenta Francesca Gallardo esta contienda puede tener diferentes estrategias: “La inscripción en el registro civil cambia de país en país y, sobre todo, según la estrategias políticas comunitarias: hay pueblo indígenas que pelean su visibilidad en el seno del estado a través de inscribirse masivamente en el patrón electoral al cumplir la mayoría de edad y los pueblos que buscan escaparse de cualquier control y registro estatal, por ejemplo los 107 pueblos amazónicos brasileños no se registran y no aparecen en el patrón electoral para no reconocer el estado brasileño que les destruye su habitat” (59)

De este modo, la soberanía opera como un ocuparse de sí en consideración con los otros y sólo es posible en la configuración de una serie de técnicas de reflexión sobre las prácticas cotidianas y de problematización de la vida, de la dignidad y de la libertad en un espacio común. La dignidad política se ve comprometida cuando la lógica privada gana a la dimensión pública y la política pasa a ser constituida a partir de una mirada hacia el Estado como un ente de transferencia de la soberanía. La dignidad política es perdida a partir del momento en que se delega las tareas destinadas al bien común a sus representantes. La esfera pública es el espacio establecido y valorado por la organización social donde los individuos y colectividades se reúnen para deliberar sobre sus propias elecciones haciendo uso del poder político que poseen. La libertad sólo se da en el ámbito político, es decir, sólo se es libre mientras se esté actuando en la vida pública y decidiendo conjuntamente con sus iguales -y en igualdad de condiciones debemos agregar-, los 5

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asuntos de la colectividad. En esta perspectiva Hannah Arendt rechaza la idea de la representación, es decir, ella afirma que dejar representarse por otro es lo mismo que abdicar de la propia libertad. El problema de la confrontación, entre distintos sectores, está implícito en la disputa por el control del excedente, de ahí la relevancia de las distintas apuestas estrategias para su realización efectiva. El camino a la soberanía pasa por la disciplina de levantar organización no jerárquica, ni autoritaria, sino construir una forma de organización basada en la asociación voluntaria que se diferencie de la construcción jurídica —inspirada en el derecho racional individualista— que permita pensar realmente organizaciones políticas y sociales que no involucren dominación. Asimismo, la sociedad sin dominación ya no necesita ser concebida como un orden instrumental y con ello pre-político, que sería el resultado de contratos, es decir, de acuerdos interesados entre personas privadas orientadas hacia su propio éxito sino el ejercicio digno y soberano de una práctica política. El pueblo no será digno y soberano mientras no consideremos el ejercicio de la sexualidad como un acto libre de explotación, exclusión y dominación. No existe poder soberano que sea solamente físico. Sin la subordinación psicológica y moral del otro lo único que existe es poder de muerte, y el poder de muerte, por sí solo, no es soberanía. La soberanía es, en su fase más extrema, la de “hacer vivir o dejar morir”. Mientras el poder del soberano en el medioevo y la modernidad era precisamente, la de hacer morir y dejar vivir, el poder del estado totalitario – y podríamos preguntarnos ¿cuál no lo es?-, es el poder de hacer vivir y dejar morir. Foucault distinguió aquí una convincente asimetría; si el soberano ejercía su poder con la amenaza perpetua de la muerte, entonces se abandonaba la vida a sus dispositivos. El poder sólo operaba en el teatro cruel y exhibicionista de la muerte, se convertía en un poder ritualista, ceremonial y en esa medida sólo parcial, molecular, de calendario. También se transforma en un poder que por su propia lógica debe someterse a la presión de una estructura jurídica agobiante. En el ejercicio mismo de su poderío, el poder del soberano revela su limitación: es un poder localizado y circunscrito al círculo de exhibición, una vez apagada las luces, desaparece. En contraste, el poder del estado biopolítico actual es sobre el control de la vida. De hecho, el poder se legitima en proporción directa a como provee la sobrevivencia y propagación de la vida. La muerte es exiliada de la vida pública y el cuerpo social. Sin dominio de la vida en cuanto vida, la dominación no puede completarse. Es por esto que una movilización que resulte en exterminio de los oponentes no constituye victoria, porque solamente la estructura de dominación permite la exhibición de la muerte y la violencia ante los destinados a permanecer vivos, como lo ocurrido durante la dictadura. De igual forma, el uso y abuso del cuerpo del otro sin que participe con intención o 6

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voluntad, sólo borra su humanidad. La víctima es expropiada del control sobre su cuerpo. Es por eso que podría decirse que todo acto de sometimiento del cuerpo, como la violación y la maternidad forzada es una alegoría de la definición schmittiana de la soberanía. Control irrestricto, voluntad soberana arbitraria y discrecional cuya condición de posibilidad es el aniquilamiento de atribuciones equivalentes en los otros y, sobre todo, la erradicación de la potencia de éstos como índices de alteridad o subjetividad alternativa Para el feminismo libertario, la lucha por el derecho al aborto libre gratuito y seguro es una lucha que reivindica para toda mujer la condición humana, fundamentada en la soberanía y la dignidad de su vida, es la afirmación del cuerpo como territorio último de conquista y libertad. Nuestra lucha es, por esto, una búsqueda de soberanía para nosotras, es poder de control, libertad y autonomía que abarca todos los ámbitos de la existencia humana, desde la sexualidad hasta la participación en la esfera política-social. La obligatoriedad de la maternidad, siempre sacrificial, crea las condiciones para que las mujeres seamos explotadas económica y sexualmente y que la resistencia que pongamos sea menor, sin embargo, este sacrificio es excluyente y es símbolo de la subordinación de la mujer y de las estrategias para mantenerla en esta posición. El control de la reproducción femenina permite un control sexual-estructural que posibilita la existencia de los patriarcados capitalistas situando el cuerpo-mujer vaciado de su contenido humano, permitiendo articular los mecanismos económicos, políticos y sexuales de dominación. Apuntar esta realidad nos hace peligrosas, amenazadoras, incomodas. Incluso incomodas a muchos sectores de izquierda que sólo ven el ejercicio de la soberanía en el control de los recursos y la disputa por la representación. Señalamos el placer y el cuerpo como territorio de control, he aquí nuestra mayor estrategia de construcción. La relación con el propio cuerpo depende del nivel de comprensión que tengamos de éste, en el contexto que le es “natural” su comprensión y comunicación con todas las otras cosas que comparten esta naturaleza material, física pero también afectiva y sintiente que genera sentido. El cuerpo es el arma de la singularidad libre, su ejercicio habitual de soberanía. Si algo hace soberano a una singularidad es el cuidado que ésta otorga a su vida, a su dignidad y soberanía; cuidarse es orientar la sensibilidad para que ésta enlace, su corporeidad, las señales de los sentidos, y su relación con las cosas en una existencia tan placentera como sea posible. La relación con el propio cuerpo depende del nivel de comprensión que tengamos de éste, en el contexto que le es “natural” su comprensión y comunicación con todas las otras cosas que comparten esta naturaleza material. ,

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El cuerpo es el arma de la singularidad libre, su ejercicio habitual de soberanía, si algo hace soberano a una individualidad, es la calidad del cuidado que se brinde y el programa de vida con el que acompaña su saber sobre la naturaleza y la cultura; cuidarse es orientar la sensibilidad para que ésta enlace, su corporeidad, las señales de los sentidos, y su relación con las cosas y lo que de ello se derive, en virtud de una existencia tan serena y placentera como sea posible. Negarse a la maternidad obligatoria tanto como a las exigencias de sometimiento sexual, nos hace dignas, construir una sociedad que permita el control real del cuerpo y la sexualidad transforma al pueblo en Pueblo digno y soberano.

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