El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory y su dimensión cósmica (notas introductorias)

July 4, 2017 | Autor: Santiago Argüello | Categoría: Medieval Studies, G.K. Chesterton, The Man Who Was Thursday
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Descripción

4ª Edición Especial en Español

The

CHESTERTON REVIEW

ORTODOXIA & El hombre que fuE jueves Celebrando el Centenario Volúmen IV, Número 1 – Octubre 2010 La Revista del Instituto G. K. Chesterton para la Fé & Cultura

Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura Presidente: Ian Boyd, C.S.B. Hon. Chairman: Cardinal Emmett Carter ✝  Chairman: Hugh MacKinnon Directorio Daniel Callam, C.S.B., Jeffrey O. Nelson, Dermot A. Quinn, John Gregory Odom, Lady Blanka Rosensteil and Msgr. Thomas Sullivan Miembros del Consejo Ejecutivo Dale Ahlquist, Hadley Arkes, Conrad Black Mary Ellen Bork, Msgr. Eugene Clark, Edwin Feulner Jr., Robert George, Paul Johnson, Michael Joyce, Annette Kirk, Judith Lea, Lewis Lehrman, George Marlin, Rabbi David Novak, Robert Royal, Paul A. Sawada, James V. Schall S.J., David Schindler, * * * The Chesterton Review – English La revista del Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura Editor: Ian Boyd, C.S.B.; Asistente al Editor: Daniel Callam, C.S.B. Editora Ejecutiva: Gloria Garafulich-Grabois Consejo Editorial William F. Blissett, Stratford Caldecott, John Coates, Derek Cross, Owen Dudley Edwards, David W. Fagerbert, Sheridan Gilley, Leo A. Hetzler, C.S.B., Peter Hunt, Stephen Medcalf, David Mills, Philip Jenkins, Msgr. Richard M. Liddy, Race Mathews, Isobel Murray, Dermot A. Quinn, John Saward, Karl Schmude, Thomas Storck, Daniel Strait, Ewa Thompson. The G. K. Chesterton Institute for Faith & Culture, Oxford, U.K. Consejo Ejecutivo Ian Boyd, C.S.B., Dermot A. Quinn, Martin Thompson, Sheridan Gilley, John G. Odom * * * The Chesterton Review – Español Editor: Rev. Padre Ian Boyd, C.S.B. Editora Ejecutiva: Gloria Garafulich-Grabois Consejo Editorial – Volumen III Argentina: Horacio Velasco Suárez, Santiago Argüello Chile: Joaquín García-Huidobro, Jaime Antúnez Aldunate, Braulio Fernández Biggs España: Salvador Antuñano, Eduardo Segura Encargado de Traducciones: Horacio Velasco Suárez Website: http:www.shu.edu/catholic-mission/chesterton-index.cfm e.mail: [email protected] Oficina Editorial: 400 South Orange Ave., South Orange, N.J. 07079, U.SA Teléfono: 972 275 2431 – Fax: 973 275 2594

Edición especial en español 

Vol. IV, No. 1 – 2010

The Chesterton Review Ortodoxia & El hombre que fue Jueves Celebrando el Centenario

Introducción Daniel Vergara del Carril

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Chesterton Items Por qué soy Católico

G. K. Chesterton

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La edad de las leyendas

G. K. Chesterton

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Parábola de un Cruzado Miguel Ángel Etchiverrigaray

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Artículos Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades

Ian Boyd, CSB

31

Ortodoxia y sus primeros Dermot Quinn críticos

45

Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno

Víctor Agustín Sequeiros, IVE

59

Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves

Ian Boyd, CSB

El duelo intelectual callejero Santiago Argüello entre Syme y Gregory y su dimensión cósmica

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81

Reseñas de libros El hombre que fue Jueves Horacio Velasco Suárez

91

Filosofía fantástica Salvador Antuñano

93

Artículos y Comentarios

97

Notas especiales

147

Cartas

159

Programas

163

Vista de la Cordillera de los Andes desde La Dehesa, Santiago, Chile

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Introducción Daniel Vergara del Carril La presente edición del cuarto volumen de la Chesterton Review en español reproduce buena parte de las presentaciones efectuadas en la conferencia internacional realizada en Buenos Aires en octubre de 2008, organizada por el Instituto Chesterton para la Fe & Cultura y la Sociedad Chestertoniana Argentina para conmemorar los cien años de Ortodoxia y El hombre que fue Jueves. También incluye notas sobre los programas realizados sobre este mismo tema en Santiago de Chile en conjunto con la Universidad de Los Andes y con la revista Humanitas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. La prolífica obra de Chesterton da lugar a variadas inclinaciones al momento de distinguir preferencias, pero hoy puede afirmarse que Ortodoxia entre sus ensayos y El hombre que fue Jueves entre sus novelas, son las que más impacto han logrado en su difusión universal. En sus jóvenes 34 años nuestro admirado Chesterton nos dejó una huella imperecedera de su genio como pensador y su desbordante imaginación para aunar ficción y realidad como narrador. Y en ambas obras deleita y convence de las cuestiones más serias y profundas con un estupendo sentido del humor y manejo del argumento paradojal. El primero tal vez tomado de aquella alegría que habría ocultado Jesucristo según el final de Ortodoxia, porque “ las risas de los cielos son demasiado atronadoras para que podamos resistirlas” y la convicción por la vía paradojal de las enseñanzas del evangelio, que nos lleva a no juzgar viendo solo las espaldas de las cosas o las personas, como les pasaba a los miembros de la organización anarquista con domingo. Chesterton se equivocó también al verse a sí mismo de espaldas. El se consideraba esencialmente un periodista ocupado del aquí y ahora y con su habitual modestia restó importancia a su obra literaria y no se ilusionaba con su perduración, al punto de haber dicho que después de su muerte, si los biógrafos del futuro encontraran algún resquicio de él, dirían algo así: “Chesterton Poster, Conferencia en Argentina 2008

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The Chesterton Review en Español Gilbert Keith. De los trazos dejados por este ahora ignorado escritor es difícil explicarse las causas de la publicidad que tuvo en sus días. De todos modos, hay razón para creer que no dejó de tener ciertos espaciados méritos mentales”. Las recientes exitosas reediciones de sus obras y nuevas traducciones en varios países dan cuenta de cuan errado estuvo en su autocrítica. ¿Qué escritor puede hoy empardar el hecho de ser recordado en dos publicaciones de verdaderos libros semestrales durante más de treinta años como ha ocurrido con la Chesterton Review en su edición en inglés, una edición anual en español, un suplemento en portugués y a partir del 2010 una edición especial en francés? ¿Porqué una tercera conferencia internacional en cuatro años sobre Chesterton en Buenos Aires? Es que Chesterton fue muy leído y muy querido en la Argentina. En 1929 y 1930 contribuyó con tres artículos en la prestigiosa revista mensual católica Criterio, que aún se sigue editando. La reconocida sección dominical literaria del principal diario del país, La Nación, se ocupó varias veces de su vida y obra a través de contribuciones de destacadas plumas. Jorge Luis Borges tomó a su cargo una memorable traducción de su gran poema Lepanto y a solo un mes de la muerte de Chesterton escribió un muy sentido artículo, destacando que la lectura de Chesterton lo llenaba de felicidad. Y algo más, a pesar de su tendencia agnóstica, celebraba Borges que por fin un escritor católico salía a defender la Iglesia con la misma ironía y humor conque Voltaire salió a expoliarla. Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, exactamente cincuenta años después de la muerte de Chesterton. Un día antes pidió recibir a un sacerdote católico. Encontrarán en esta cuarta edición en español brillantes enfoques sobre Ortodoxia y El hombre que fue Jueves. De un lado, una fresca y tintineante introducción al cristianismo que mantiene su lozana vigencia en nuestro tiempo y del otro, una atrapante novela plena de alegorías y sorpresas, que bien merece un guionista y adaptador que la lleve al cine o al teatro. ___________________

Buenos Aires, Argentina

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Por qué soy Católico G. K. Chesterton El siguiente ensayo de G. K. Chesterton fué publicado en el de colección de sus ensayos, Por qué soy católico (El Buey Mudo: Madrid, 2009). Traducción De Ana Nuño y Mariano Vásquez Alonso. Recientemente se dedicó un importante artículo al Li­bro de la Nueva Oración1, sin que en él se diga nada que resulte muy novedoso, ya que consiste básicamente en la enésima repetición de que el inglés corriente necesita una religión sin dogma (sea ésta cual fuere), y que los debates sobre temas eclesiásticos son enteramente estériles e innecesarios para ambas partes. Rápidamente, el autor del artículo se corrigió a si mismo, al darse cuenta de que este comentario sobre “ambas partes” podía incluir cierta ligera concesión o consideración por nuestra parte. Así pues, aclaró que si bien es un error mostrarse dogmático, resulta esencial ser dogmáticamente protestante. También sugería que el inglés corriente (ese tipo de hombre tan pragmático) se encontraba plenamente convencido, a pesar de su antipatía hacia todas las diferencias religiosas, de que es vital para la religión mostrar su diferenciación del catolicismo. También se encuentra convencido (según se nos ha dicho) de que “Gran Bretaña es tan protestante como el océano es salado”. Con todos mis respetos el profundo protestantismo del señor Michael Arlen2, del señor Noel Coward3, o del último baile negro que se pueda exhibir en Mayfair, nos sentimos tentados de preguntar: ¿si la sal llegase a perder su sabor, con qué podremos salar el océa­no? Pero desde el momento en que podemos deducir de esta frase que tanto lord Beaverbrook4 como el señor James Dou­glas, el señor Hannen Swaffer5 y todos sus seguidores, consti­tuyen un grupo de severos e inflexibles protestantes (y dado que sabemos que los protestantes son famosos por su estrecho y apasionado estudio de las Escrituras, libres de las intromi­ siones del Papa o de los clérigos) incluso podemos tomarnos la libertad de interpretar esa frase a la luz de un texto menos familiar. Otoño, Región de los lagos, Argentina

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The Chesterton Review en Español Es posible que al comparar el protestantismo con la sal del océano se sintieran un tanto obsesionados con el tenue re­cuerdo de otro pasaje en el que la misma Autoridad habla de una fuente sagrada de aguas vivas, de esa agua que otorga la vida, y que es la que realmente apaga la sed del hombre; una fuente que se diferencia de todas las demás porque quienes beben de estas últimas seguirán teniendo sed. Cosa que suele suceder a quienes prefieren beber agua salada. Tal vez esta sea una forma, en cierto modo provocativa, de que yo haga una declaración de mi convicción más profunda; pero, en todo casa, aduciré con todo respeto que la provocación procedió de los protestantes. Cuando el protestantismo afirma tranquilamente que rige a todas las almas, con el mismo espíritu marcial con que Gran Bretaña gobierna todos los mares, se puede replicar a ese argumento que la auténtica quintaesencia de esa sal se puede encontrar en mayor cantidad en el Mar Muerto. Pero todavía se puede replicar de forma más precisa que el protestantismo esta afirmando lo que, po­siblemente, ninguna religión afirme en estos momentos. Por­que está afirmando la lealtad a su fe de millones de agnósticos, ateos, teósofos, seguidores de cultos asiáticos y otros elemen­tos a los que les preocupan muy poco los asuntos religiosos. Pretender que todos ellos son protestantes significa mermar considerablemente el prestigio del protestantismo, lo cual lo convierte en algo simplemente negativo; y la sal no es negativa. Al tomar estas ideas de forma textual y someterlas a la prueba del problema actual de elección religiosa, nos encontramos desde el primer momento frente al dilema de la reli­gión tradicional de nuestros padres. Tal como se denomina aquí al protestantismo, puede ser una cosa tan pronto negati­va como positiva. Si es positivo, no hay duda alguna de que está muerto. En la medida en que constituía un conjunto de creencias espirituales de índole especial, es algo en lo que ya no se cree. Actualmente ya casi nadie sostiene el auténtico credo protestante, y mucho menos los propios protestantes. Hasta tal punto han perdido su fe, que hasta generalmente se han olvidado de lo que era. Si hoy le preguntáramos a cual­quiera si se salvaáa gracias a la teología, o si el hacer el bien al prójimo (a los pobres, por ejemplo) nos conducirá al Reino de los Cielos, sin duda nos contestaría que a Dios le resultan más gratas las buenas obras que la teología. Presumiblemente se quedaría muy sorprendido al saber que durante los últimos trescientos años el único bagaje del protestantismo fue la fe en la propia fe, mientras que la fe en las buenas obras constituyó el vergonzoso bagaje del innoble papista. El inglés corriente (para referirnos una vez mas a nuestro 12

Por qué soy Católico viejo amigo) no albergaría la menor duda sobre la idoneidad de la contienda intelectual entre catolicismo y pro­testantismo. Si cree de alguna manera en Dios, o incluso si no cree, sin duda se inclinará por un Dios que ha creado a los hombres para que sean felices y cuyo deseo es salvarlos a to­dos, a otro Dios que los creó deliberadamente para que peca­sen y se condenasen eternamente. Pero ésta fue la disputa; y fueron precisamente los católicos los que defendieron la pri­mera teoría, y los protestantes los que se apuntaron a la se­gunda. El hombre moderno no solamente no comparte, sino que no logra entender, la antinatural aversión de los puritanos a la relación que todo tipo de arte y de belleza pueda tener con la religión. Y, no obstante, tal fue la auténtica protesta de los protestantes. Y por ello nos encontramos que en plena era victoriana las matronas protestantes se quedaban escandaliza­das ante un vestido blanco, y ya no digamos si era de color. En prácticamente todos los cargos importantes de los que la Re­forma acusó a Roma, esta fue absuelta por un jurado universal. Naturalmente, es cierto que podemos encontrar fallos con­siderables en la Iglesia católica, fallos que causaron serias re­vueltas antes de que se produjera la Reforma. Lo que no po­demos encontrar es tan solo uno de esos fallos que fueran reformados par la mencionada Reforma. Lo que no podemos encontrar es tan sólo uno de esos fallos que fueran reformados por la mencionada Reforma. Por ejemplo, consti­tuía un abominable abuso que la corrupción existente en los monasterios permitiese que el rico noble fuese elegido abad y se quedase con todos los bienes que deberían entregarse ca­ritativamente a los pobres. Pero todo lo que la Reforma hizo fue permitir que ese mismo rico noble se apoderase de las ins­talaciones conventuales, las convirtiese en su propio palacio o en porquerizas, según el caso, y arrancase de cuajo la vieja leyenda de la fraternidad con los pobres. Los peores fallos que pudo tener el catolicismo fueron incrementados por el protes­tantismo. Pero los aciertos se mantuvieron a lo largo de esas etapas de corrupción, y hasta lograron sobrevivir a la Refor­ma. Y siguen sobreviviendo hoy día en todos los países católicos, no solamente en los aspectos externos de su religión, sino también en las lecciones más profundas,de un tipo de psicología práctica. Y hasta tal punto se vieron justificadas estas prácticas a lo largo de los siglos, que todas ellas se han visto copia­das incluso par aquellos que las denigraron. El psicoanálisis es un tipo de confesión sin la salvaguarda de lo confesional; el comunismo es el movimiento franciscano sin la moderación que otorga el equilibrio de la Iglesia; y las sectas americanas, tras haber rugido contra la teatralidad de las ceremonias pa­pistas, hacen “refulgir” sus servicios con actuaciones súper teatrales en las que se pueden ver rayos rosáceos que caen desde las alturas sobre la cabeza de sus ministros. Supongo que si dispusiéramos 13

The Chesterton Review en Español de esa suerte de rayos luminosos no las haríamos descender precisamente sobre la testa de semejantes individuos. Veamos ahora al protestantismo en su vertiente negativa. En otras palabras, como una lista nueva y totalmente diferente de cargos contra Roma, y en su exclusiva continuidad porque sigue atacando a Roma. En esencia esto es lo que es; y que es, precisamente, lo que el Daily Express quiere decir cuando afirma que nuestro país y nuestros conciudadanos están tan impregnados de protestantismo como el mar lo está de sal. Dicho de otro modo, la leyenda de que Roma siempre encar­na el mal sigue siendo un concepto vivo, si bien todas las for­mas del monstruo se ven modificadas actualmente en la cari­catura. Esto es incluso una exageración, cuando se habla de la Inglaterra de hoy; pero hay una verdad en ello. Solamente la verdad, cuando se expresa de forma certera, puede resultar poco atractiva a los auténticos y honestos protestantes. Por­que, después de todo ¿que clase de tradición es esta que cuenta una historia diferente cada día o cada década, y se con­tenta con todas las historias que se puedan decir contra una persona o contra una institución? ¿Que clase de santa causa es ésa que se hereda de nuestros antepasados, y que sigue manteniendo el odio hacia algo y que tan sólo se apoya en el odio, que se muestra débil y falsa en todo lo demás, incluso en nuestros motivos para odiar? ¿Vamos a crear una nueva serie de historias contra el conjunto de nuestros compañeros cris­tianos? ¿Es esto el protestantismo? ¿Se le puede comparar acaso con el patriotismo o con la sal de los mares? De todos modos esta fue la situación a la que tuve que en­frentarme cuando empecé a pensar en estas cosas siendo el hijo de una antigua familia protestante, y miembro de un hogar protestante. Pero, en realidad, mi familia, que se había vuelto liberal, ya no era protestante. Me eduque en una especie de universalismo y de unitarianismo, a los pies de aquel hombre admirable que se llamo Stopford Brooke6; aquello no era protestantismo, salvo en un sentido muy negativo. E, incluso, en ese sentido él se mostraba flagrantemente contrario al pro­testantismo. Pongamos un ejemplo: el universalista no creía en el infierno, e insistía en decir que el cielo era un estado feliz de la mente, un “estado de ánimo”. Pero tenía el suficiente buen sentido para ver que la mayoría de los humanos no viven ni mueren en un estado de la mente tan feliz como el que les asegura el cielo. Y si ese cielo no es más que un estado de ánimo, no lo es en una forma universal; y son muchas las per­sonas que pasan por la vida en un estado de ánimo endiabla­do. Si todas esas personas iban a acceder al cielo, tan sólo por medio de la felicidad, estaba claro que había tenido que suce­derles algo antes. Por lo cual el universalista creía en una evolución tras la muerte, algo que 14

Por qué soy Católico constituía inmediatamente un castigo e iluminación espiritual. Dicho de otro modo, creía en el purgatorio, aunque no creía en el infierno. Cierto o no, contradecía de modo evidente al protestante, que creía en el infierno aunque no en el purgatorio. El protestantismo, a lo tado de gracia. “El dominio fundado en la Gracia” constituía su ideal. Pero el considerar adecuado rechazar a un policía irlandés encargado de controlar el tráfico en Picadilly hasta que sepamos si se ha confesado recientemente con el párroco de su iglesia irlandesa, no es una postura que resulte en la ac­tualidad muy conveniente. En un noventa por ciento de los casos la Iglesia defendió el equilibrio social contra herejías que algunas veces tenían mucho de locura. Sin embargo, en cada momento histórico la presión ejercida por el error vigen­te podía ser muy fuerte. Podemos mencionar el caso del exa­gerado error de toda una generación como, por ejemplo, la fuerza que tuvo la Escuela de Manchester7 durante la década de los cincuenta, o la moda del socialismo fabiano8 en los años de mi juventud. Un estudio de los verdaderos casos históricos nos muestra, por lo general, que el espíritu del mo­mento suele equivocarse, mientras que el del catolicismo suele marchar relativamente bien. Es una de las cien maneras que tiene la mente de sobrevivir. Como digo, esto es tan sólo un aspecto; pero fue el prime­ro que me afectó y que nos lleva a otros. Cuando el martillo ha golpeado correctamente la cabeza del clavo cien veces llega un momento en que pensamos que no sucedía solamente por casualidad. Pero todas estas pruebas nada serían sin las com­ probaciones humanas y personales, que necesitan una forma de descripción completamente distinta. Baste decir que aquellos que conocen las prácticas y contenidos del catolicismo no sólo encuentran que son las acertadas, sino que lo son cuando todas las demás están equivocadas. Hacer del confesionario el auténtico trono de la sinceridad, cuando el mundo exterior se confabula para atacarlo; defender y practicar la humildad cuando todo el mundo es orgulloso; acusarlo de practicar una caridad sentimental cuando el mundo entero practica un utili­tarismo brutal; acusarlo de un dogmatismo severo cuando el mundo está lleno de sentimentalismo vulgar, como sucede hoy día. Allí en donde confluyen los caminos no hay duda de que se produce una convergencia. Un hombre puede pensar todo tipo de cosas, muchas de ellas sinceras y verdaderas, sobre el modo de entrar en el laberinto de Hampton Court.9 Pero no piensa que se encuentre en el centro, porque lo sabe.

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The Chesterton Review en Español 1   El Libro de la Nueva Oración es la revisión hecha en el 1928 del Libro de la Oración Común (el libro fundacional de oración de la Iglesia de Inglaterra). 2   Michael Arlen (1895-1956). Novelista de nacionalidad inglesa, aunque nacido en Bulgaria (de origen armenio), cuya novela más importante, The Green Hat (El sombrero verde), apareció en 1924. 3   Sir Noel Coward (1899-1973). Comediógrafo, actor y compositor, muy conocido por sus agudas comedias de carácter. 4   William Max Aitken, lord Beaverbrook (1879-1974). Político y magnate del periodismo inglés, de origen canadiense. 5   Hannen Swaffer (1879-1962). Periodista inglés muy conocido por sus artículos y sus criticas teatrales. Fue también una destacada figura de los espiritualistas ingleses. 6   Stopford Brooke (1832-1916). Destacado orador anglicano de Irlanda, rechazó el anglicanismo en 1880 debido a que ya no podía aceptar sus dogmas. 7   La Escuela de Manchester, en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, fue una escuela de economía política asociada a John Bright y Richard Cobden. Promulgaba el libre comercio y la no intervención gubernamental en la economía. 8   El socialismo fabiano fue un tipo de socialismo inglés no revolucionario y parlamentario. Tomó su nombre de la Sociedad Fabiana fundada en 1884 por Sydney y Breatrice Webb, George Bernard Shaw y otros. 9   Hampton Court fue construido a principios del siglo XVI por el cardenal Wolsey en la ribera del Támesis, cerca de Londres, y posteriormente se convirtió en residencia real.

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Atardecer en el Lago Lacar, Argentina

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La edad de las leyendas G. K. Chesterton El siguiente ensayo de Chesterton fue publicado en el libro G. K. Chesterton: correr tras el propio sombrero (y otros ensayos) (Alcantilado: Barcelona, 2005), con la selección y prologo de Alberto Manguel y traducción de Miguel Temprano García. Sin duda nos asombraría estar leyendo tranquilamente una prosaica novela moderna y que al llegar a la mitad se con­virtiera sin previo aviso en un cuento de hadas. Nos sorprenderá que una de las solteronas de Cranford, después de barrer cuidadosamente la habitación, saliera volando montada en el palo de la escoba. Nos quedaríamos boquia­biertos si una de las damiselas de Jane Austen que acabara de encontrarse con un oficial de dragones siguiera su ca­mino y se encontrase con un dragón mitológico. Y, sin embargo, al final del perforó estrictamente romano, se produjo en la historia de Inglaterra algo muy parecido a esta extraordinaria transición. Cuando estábamos ocupa­dos con cuestiones racionales y casi mecánicas sobre cam­pamentos y obras de ingeniería, una atareada burocracia y ocasionales escaramuzas fronterizas, bastante modernas en lo que se refiere a su eficacia e ineficacia, leemos de pronto acerca de campanas errantes y lanzas de magos, de guerras entre hombres altos como árboles o bajos como hongos. EI soldado de la civilización no combate ya contra los godos sino contra los duendes; la tierra se convierte en un laberinto de ciudades de hadas desconocidas para la historia; y los eruditos pueden apuntar pero no explicar como un gobernador romano o un jefe galés se alza en el crepúsculo como el terrible y nonato Arturo. La era científica viene en primer lugar y le sigue la edad mitológica. Un ejemplo, cuyos ecos resonaron hasta hace poco en la li­teratura inglesa, servirá para resumir este contraste. Du­rante mucho tiempo se pensó que el estado británico que descubrió Cesar había sido fundado por Bruto. El con­traste entre el simple descubrimiento y la fundación fabulosa

Gauchos en invierno, Argentina

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The Chesterton Review en Español tiene algo indudablemente cómico, como si alguien tradujera el “Et tu Brute” de Cesar por: “¿Cómo, tú por aquí?” Pero en un aspecto la tabula tiene tanta importan­cia como los hechos: ambos dan fe de la fundación roma­na de nuestra sociedad insular y muestran que incluso las historias que parecen prehistóricas raras veces son prerro­manas. Aunque Inglaterra se convierta en el país de los el­fos, los elfos no son los anglos. Todas las frases que nos sir­ven de guía a través de esa maraña de tradiciones son en mayor o menor grado frases latinas. Y no hay palabra más romana en nuestra lengua que «romance». Las legiones romanas dejaron Britania en el siglo IV. Eso no significo que la civilización romana partiera con ellas, pero sí que la civilización quedo a merced tanto de la mezcla como de los ataques. Es casi seguro que el cristia­nismo llegó a Britania por los cauces establecidos por Ro­ma, aunque sin duda mucho antes de la misión oficial ro­mana de Gregorio el Grande. Y no hay duda de que las posteriores invasiones paganas de las costas desprotegidas contribuyeron a enturbiarlo mucho. Por ello parece lógico deducir que el abrazo, tanto del Imperio como de su nueva religión, fue aquí más débil que en ningún otro sitio y que la descripción de la civilización general esbozada en el capitulo anterior es irrelevante. Y, sin embargo, no radica ahí la verdad de la cuestión. Hay un hecho fundamental acerca de toda esta época que es necesario entender, pero para poder hacerlo el hombre actual debe cambiar su forma de pensar. Casi todo el mundo asocia en su interior la libertad y el futuro. Toda la cultura de nuestro tiempo se basa en la idea de «Un futuro mejor», mientras que toda la cultura de la Edad Oscura se basaba en la idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Miraban hacia atrás en busca de la luz y hacia delante previendo nuevos males. En nuestro tiempo se ha producido una batalla entre la fe y la esperanza, que tal vez deba ser resuelta por medio de la caridad. Pero la situación era distinta entonces. Esperaban, si, pero podría decirse que esperaban el ayer. Todos los motivos que im­pulsan hoy al hombre a ser progresista le empujaban a ser conservador en aquel tiempo: cuanto más pudiera conser­var del pasado mas podría disfrutar de una ley justa y de un estado libre, cuanto más cediera al futuro más tendría que soportar la ignorancia y los privilegios. Lo que hoy lla­mamos razón formaba un todo con lo que suele llamarse reacción. Y esta es la clave para entender las vidas de to­dos los gran des hombres de la Edad Oscura: de Alfredo, de Beda, de Dunstan. El republicano más extremista de hoy, tras1adado a aquella época, sería un papista o incluso un imperialista radical. Porque el Papa era lo único que quedaba del Imperio y el Imperio era lo poco que queda­ba de 1a República. 20

La edad de las leyendas Por tanto podemos comparar a1 hombre de dicha época con a1guien que deja atrás ciudades libres y campos des­pejados y se ve obligado a adentrarse en un bosque. Y el bosque es aquí 1a mejor de 1as metáforas, no solo porque fuera esa salvaje vegetación europea la que habían labrado aquí y allá 1as calzadas romanas, sino también porque otra idea que se ha asociado siempre con los bosques creció en importancia a medida que decaía el orden romano. La idea del bosque implicaba 1a idea del encantamiento. Se tenía la sensación de que las cosas adquirían una doble naturaleza o se volvían diferentes, de que los animales se comportaban como hombres y no solo—como dirían los chistosos de ahora—los hombres se comportaban como animales. Pero es precisamente en este punto cuando es más necesario recordar que a la edad de la magia le había precedido una edad de la razón. E1 pilar central que ha sostenido des de entonces el edificio de nuestra imaginación ha sido la idea del caballero civilizado rodeado de sal­vajes encantamientos: las aventuras de un hombre todavía cuerdo en un mundo desquiciado. Hay una cosa más que añadir y es que en esta época de barbarie ningún héroe es bárbaro. Solo son héroes en tan­to que antibárbaros. Hombres, míticos o reales, o más probablemente ambas cosas, se abrieron paso en el leve recuerdo y los relatos de los humildes en la medida en que habían dominado la locura pagana de la época y preserva­do el racionalismo cristiano venido de Roma. Arturo debe su renombre a que mato a los paganos; los paganos que lo mataron a él carecen de nombre. Los ingleses que desconocen por completo la historia inglesa, y aun más la histo­ria irlandesa, seguro que han oído hablar alguna vez de Brian Ború, aunque ellos lo pronuncien Ború y tengan la vaga sensación de que se trata de una broma. Una broma cuya sutileza nunca habrían podido apreciar si el rey Brian no hubiera vencido a los paganos en la gran batalla de Clontarf. El lector ingles medio jamás habría oído hablar de Olaf de Noruega si no hubiera “predicado el Evangelio con su espada”; ni de El Cid si no hubiera combatido contra la media luna. Y aunque los meritos personales de Alfredo el Grande parecen hacerle merecedor de ese título, no fue tan grande como la obra que tuvo que realizar. Aun así la paradoja continúa siendo que Arturo es más real que Alfredo, pues la suya es una época de leyendas. Antes las leyendas casi todo el mundo adopta una actitud sensata y de las dos opciones la credulidad resulta mucho más sensata que la incredulidad. Poco importa si la mayoría de esas historias son o no ciertas; y (como ocurre en los casos de Bacon y Shakespeare) darse cuenta de ello es el primer paso para hallar una solución. Pero, antes de rechazar 21

The Chesterton Review en Español cualquier intento de reconstrucci6n de la historia antigua del país por medio de sus leyendas, el lector haría bien en tener presentes dos cosas, dirigidas ambas a co­rregir el escepticismo crudo e insensato que ha vuelto tan estéril esta parte de la historia. Los historiadores del si­glo XIX siguieron el curioso principio de descartar a los personajes de quienes se contaban leyendas y concentrar­se en la gente de quien nada se decía. Así se despersonali­zo a Arturo porque todas las leyendas son falsas, y en cam­bio se hizo una personalidad de importancia de una figura como Hengist, solo porque nadie lo consideró suficien­temente importante como para mentir acerca de él. Esto es contrario a todo sentido común. A Talleyrand se le atri­buyen muchas sentencias ingeniosas que en realidad fue­ron dichas por otras personas. Pero el caso es que nunca se las habrían atribuido a él si Talleyrand hubiese sido un ne­cio, y mucho menos si hubiese sido una fábula. El hecho de que se cuenten historias ficticias acerca de alguien es, en nueve de cada diez casos, una prueba evidente de que había alguien acerca de quién contarlas. Es verdad que hay quien admite la realidad de ciertos hechos maravillo­sos y que pudo haber un hombre llamado Arturo en la época en que se llevaron a cabo; pero para mí la distinción se vuelve demasiado borrosa, pues no logro entender cómo se puede decir que hubo un arca y un hombre llamado Noé y no creer en la existencia del arca de Noé. La segunda cuestión que conviene tener presente es que en los últimos años la investigación científica ha tendido mas a confirmar que a desmentir las leyendas populares. Por dar solo el ejemplo más evidente: arqueólogos moder­nos con medios modernos de excavación han encontrado un laberinto de piedra en Creta como el que se asociaba con el minotauro, al que siempre se había considerado un ser tan nebuloso como la quimera. A muchos esto les ha­brá parecido tan descabellado como encontrar las raíces del arbusto de habichuelas mágicas de Periquín, o los esqueletos en el armario de Barbazul, y sin embargo se trata de hechos probados. Por último, es necesario recordar una verdad que apenas se tiene en cuenta al considerar el pasado. Se trata de la paradoja de que el pasado está siempre presente: aunque no sea tanto lo que fue como lo que nos parece que fue, y es que todo el pasado es un acto de fe. ¿Qué creían aquellos hombres de sus padres? Cual­quier nuevo descubrimiento sobre este particular es inútil precisamente por ser nuevo. Es posible encontrar hom­bres equivocados acerca de lo que creían ser, pero no acer­ca de lo que cre1an pensar. Por ello resulta de gran ayuda exponer, de ser posible en pocas palabras, lo que un habitante de estas islas en la Edad Oscura hubiera dicho de sus ancestros y sus descendientes. Tratare de situar aquí, por orden de importancia, varias cosas sencillas tal como él las habría visto; y si hemos de entender a nuestros padres, que fueron quienes 22

La edad de las leyendas hicieron de este país lo que es hoy, es muy importante que recordemos que si bien no fue este su verdaderos pasado, si se trata de sus verdaderos recuerdos. Después de consumado el crimen bendito, tal como lo denomino el ingenio de los místicos, un acontecimiento, que para estos hombres fue solo inferior en trascendencia a la creación del mundo, san José de Arimatea, uno de los escasos devotos de la nueva religión que parece haber gozado de cierta prosperidad, se hizo a la mar como misionero y después de largos viajes llego a esas islas desperdigadas que a los hombres del Mediterráneo debían de parecerles como las ultimas nubes del crepúsculo. Desembarcó en la parte más occidental y escarpada de estas tie­rras tan escarpadas y occidentales y encamino su andadura hasta un valle que en los más antiguos documentos se llama Avalon. Fuese debido a sus abundantes lluvias y a la benignidad del clima de sus prados o a algunas tradiciones paganas ya desaparecidas siempre se le había considerado una especie de paraíso terrenal. Después de su muerte en Lyonesse llevaron allí a Arturo como si lo llevaran al cielo. Y aquí plantó el peregrino su báculo que arraigó como un árbol que florece el día de Navidad. Una especie de materialismo místico señaló al cristianismo, cuya misma alma era un cuerpo, des de su nacimiento. Combatió ferozmente entre las filosofías estoicas y las negaciones orientales—que se contaron entre sus primeros enemigos—por la libertad sobrenatural de curar determinadas enfermedades con determinadas sustancias. Por eso la dispersión por doquier de sus reliquias fue co­mo la dispersión de sus semillas. Todos los que aceptaron su misión tras la tragedia divina llevaron consigo fragmen­tos palpables de ella que después se convertirían en el germen de iglesias y ciudades. San José llevó a ese altar de Avalon, que hoy conocemos como Glastonbury, la copa que había contenido el vino de la Ultima Cena y la sangre de la Crucifixión y llegó a convertirse en el centro de todo un universo de leyendas y novelas, no sólo en Britania sino también en Europa. A lo largo de toda esa vasta y ramifi­cada tradición siempre se la ha conocido como el Santo Grial. Su contemplación fue la especial recompensa de ese círculo de poderosos paladines que comían con el rey Ar­turo alrededor de la Mesa Redonda, símbolo de la heroica camaradería que después imitarían o inventarían las órde­nes de caballería medievales. Tanto la copa como la mesa son emblemas esenciales en la psicología del experimento caballeresco. Una mesa redonda no sólo implica universa­lidad sino igualdad. Contiene, aunque por supuesto modi­ficada por otras tendencias diferenciadoras, la misma idea que hay en la palabra “pares” con que se denominaba alas caballeros de Carlomagno. En ese sentido la Mesa Redon­da es tan romana como el arco de medio 23

The Chesterton Review en Español punto, que también podría servirnos como símbolo; pues, en lugar de tratarse de una roca apoyada bárbaramente sobre las demás, el rey era más bien la piedra clave de un arco. Pero a esta tradición de dignidades iguales se le añadió algo sobrenatural que provenía de Roma pero no era romano, el vis­lumbre de un cielo que parecía tan maravilloso como un país de encantamiento: el cáliz volador que se le oculto al héroe más encumbrado y se le apareció a un caballero que era poco más que un niño. Con derecho o sin él, esta leyenda hizo de Britania, du­rante muchos siglos, un país con un pasado caballeresco. Britania había sido un espejo de la caballería universal. Hecho (o fantasía) que habría de tener enorme importan­cia en los sucesos venideros y en particular durante las in­vasiones bárbaras. Desde luego esta y otras innumerables leyendas están enterradas tras la maraña de tradiciones” populares que engendraron. Y resulta tanto más dif1cil pa­ra la imaginación moderna comprenderlas en cuanto que nuestros padres estaban familiarizados con ellas y solían tomarse libertades. Es muy probable que los versos que dicen: Cuando el buen rey Arturo señoreaba estas tierras era un rey noble, y roba seis celemines de cebada,

se acerquen más al espíritu medieval que la aristocrática majestuosidad de Tennyson. Pero conviene recordar una última cosa acerca de estas chanzas de la imaginación popular, y es algo que deberían tener muy presente quienes viven sólo de documentos y desprecian la tradición: por descabellado que pueda parecer prestar crédito sólo a cuentos de viejas, no lo será tanto como los errores que acarrea el fiarse tan sólo de las pruebas escritas cuando éstas no resultan suficientes. Pues bien, todos los testimonios escritos acerca de la primera parte de nuestra historia cabrían en un pequeño librito. Se mencionan muy pocos detalles y no se explica ninguno. Un hecho aislado y ca­rente de la clave que proporciona el pensamiento de sus contemporáneos será pues mucho más engañoso que cual­quier fábula. Conocer que palabra escribió un escriba ar­caico sin estar seguros de lo que quería decir con ello, pue­de llevar a resultados literalmente demenciales. Así, por ejemplo, parece una imprudencia aceptar la historia de que santa Helena no solo era originaria de Colchester sino hija del viejo rey Cole, pero no lo es tanto como lo que al­gunos pretenden deducir del estudio de los documentos. Es cierto que los naturales de Colchester veneraban a san­ta Helena y puede que tuvieran un rey llamado Cole. De acuerdo con la tradición más creíble, el padre de la santa fue un tabernero, y el único acto de Cole que

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La edad de las leyendas recogen las crónicas encaja bien con dicha profesión.1 No sería ni la mitad de descabellado admitirlo que deducir, a partir de la palabra escrita como podría hacer algún crítico del fu­turo, que los naturales de Colchester eran ostras.2

1   Chesterton se refiere a una cancioncilla infantil que retrata al viejo rey Cole tocando la gaita en compañía de tres violinistas. 2   Colchester, mencionada ya por Plinio el Viejo en el año 77 a.C., era famosa en época de la dominación romana por la calidad de las ostras de sus aguas.

Buenos Aires, Argentina

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Parábola de un Cruzado Miguel Ángel Etcheverrigaray Miguel Ángel Etcheverrigaray (1905-1973) escribió este poema dedicado a Chesterton el que fué publicado en la antología de Juan Manuel Medrano con la colaboración de Juan Marcos Pueyrrendon, Los Poetas de los Cursos (Signo Cruz: Buenos Aires, 2007). El Sr. Etcheverrigaray es el autor de Rumor de Acequia (1926); El Horizonte y la Estrella (1943); El Canto(1953); El Reino (1953) y Libro de Leguas (1957). Este es el cuento de un Cruzado que se cruzó a Jerusalén, Porque los hombres en su tierra morían mal y vivían bien. Así, pensando y meditando, decidió emprender su conquista pero con estrategia propia y siguiendo una nueva pista. En lugar de salir de viaje hacia la Tierra Prometida, no se movió de su país, se ahorró el dolor de la partida. Porque pensó que al fin y al cabo Jerusalén es poco suelo, y que de nada vale la tierra sino se reconquista el cielo. Y así, pensando y meditando, con su gordura muy en calma, halló un día en Reino de Dios metido adentro de su alma. Del alma suya y de los otros, porque este audaz reino cristiano es comunista entre las almas, el hermano con el hermano. Este Cruzado era un Cruzado chapado a lo contemporáneo, y en lugar de pesado yelmo usó melena sobre el cráneo. Como era gordo (ya se sabe) le incomodaba la armadura, y resolvió luchar sin ella dejando suelta su gordura. Trocó la lanza, que es estorbo, por pluma en ristre y tinta en pluma, pues se acordaba de otro gordo que a pluma de ave hizo la Suma. Aunque si bien es cierto el nuestro, no pretendió llegar a tanto (sólo quiso servir a Dios, Dios lo vocaba para Santo). G. K. Chesterton

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The Chesterton Review en Español Y así, pensando y meditando, escribió de día y de noche, en casa, en campo, en tierra, en plaza, a pie, la mar en coche. Todo lo vio con buena lente, con su bondad siempre sonriente y disparó a los cuatro vientos cientos de libros, mente a mente. Porque este gordo aunque reía, escribía apuntando bien y cada bala o libro suyo daba en el alma o en la sien. Todo era incrédulo a su lado, todos creían en la ciencia y él dijo a todos que la Ciencia a veces es mera apariencia. Todos creían a su lado en el primate antepasado, y él dio a todos que los monos son costillas de otro costado. Y, si los otros respondían con ilusiones prehistóricas, él contestaba que la Ciencia no do razones metafóricas. Y así, pensando y meditando, los liberó del animal. Porque el hombre, querido hermano, es un milagro celestial. ¿Acaso Dios es poca cosa, rey sin gobierno, un pobre idiota? ¿Acaso el hombre es una encina que germinó de una bellota? ¿Acaso el mundo no es hermoso, no es la belleza del milagro? ¿Acaso el alma no es inmensa aún habitando cuerpo magro? Mas, como el hombre hizo del mundo un lastimoso cementerio, enseñó que el peor pecado es tomar la Razón en serio. Razón que sirve siendo sierva y si no provoca la guerra, por lo cual conviene humillarla y hacer que viva cuerpo a tierra. Que, así, tendida en mansedumbre aprenderá a mirar supina el alto azul, el ancho cielo, patria a la cual se le destina. Gran amador de la Verdad, libró por ella mil batallas y hasta locuras y piruetas utilizaba de metrallas. Por su ortodoxia verdadera, por su Ortodoxia y lo demás, luchó con Wilde, con Wells, con Bernard, con Anatole y Satanás. Por la Verdad y sus negocios fundó un Club de Negocios Raros, y una Hostería voladora, con canciones y otros disparos. Por la verdad miraba al mundo de atrás, de frente y al revés, y por llegar a la Verdad se hizo Hombre-Jueves, cierta vez. Por la Verdad (o la locura) hizo volver a Don Quijote, y amó a su pueblo proletario que en todas partes da su brote. Por la Verdad nació poeta (por la Verdad y la Belleza) y, como no era antialcoholista, bebió en verdad vino y cerveza. Por la Verdad fue detective, ladrón redento y más aún, 28

Parábola de un Cruzado se hizo pequeño y flaco cura con el seudónimo de Brown. Por la Verdad, o por pudor, se revistió de paradoja, y así decía, por ejemplo, el pez cristiano no se moja. Y por amor la Verdad aun siendo gordo fue sutil, y armó una enorme batahola con Napoleón en Notting Hill. Este Cruzado era un cruzado enternecido de su infancia, no por razón sentimental, sino por lógica importancia. Porque la infancia es el Edén, paraíso del hombre-vida, al cual habremos de volver si somos niños en la vida. (Esto será si bien morimos, pues lo promete el Hombre-Dios, y no olvidemos que hay un pacto firmado a sangre entre los dos. Esto será con buenas obras, contemplación y Dios mediante, (con San Cristóbal el gigante y con la Virgen adelante). Y, como era un niño bueno, amó a María y a la Iglesia, pese a la amnesia protestante que es, sin duda, letal amnesia. Por ese amor se hizo juglar, versos, dibujos y piruetas; cosas de niños y de locos y aun de sabios y de poetas. Por ese amor hacía bromas divirtiendo a los nueve coros, este San Agustín con pipa como dijo Mario Mendióroz. Por ese amor vivió sonriendo (Old Merry England de su amor) Por ese amor murió sonriendo, por ese amor, ¡por ese amor! Así pensando y meditando, esta parábola sería una parábola que abarca del primero al último día. Porque parábola cruzada de un Cruzado como fue éste abarca el mundo (esfera y cruz) revestido de azul celeste. Porque parábola de amigo que amó al amigo y enemigo es semejante a la Parábola que nos narrara el Gran Amigo. El Gran Amigo que a la tierra nos trajo un día el sumo bien, el Gran Amigo del cruzado que conquistó Jerusalén. ___________________

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Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades Ian Boyd, C.S.B. El siguiente artículo del R. P. Ian Boyd, C.S.B. fue presentado en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre 21-24, 2008 celebrando el centenario de la publicación del libro de G. K. Chesterton, Ortodoxia. Se lo ha descrito a Chesterton como uno de los más grandes apologistas cristianos de la era moderna. Bernard Shaw lo llamó también “un genio colosal”. Pero ser genio trae aparejado ciertas dificultades, y una de ellas es la manera en que se forman leyendas contradictorias alrededor de una persona genial. Y sin embargo precisamente este proceso de creación de la leyenda es en sí mismo significativo. Como lo ha señalado un crítico recientemente, las leyendas deben ser respetadas porque son “la manera ordinaria de expresar las manifestaciones del genio de ciertas personas que no pueden ser descritas en términos ordinarios”. El mismo Chesterton era consciente de que alrededor de su persona se habían formado leyendas que competían entre si. Tenía muy en claro la diferencia entre su yo legendario y su yo privado, que experimentaba sentimientos de culpa y ansiedad. Escribiendo a su mentor, Ronald Knox, en el momento de crisis que precedió a su recepción en la Iglesia Católica en 1922, Chesterton comentaba la diferencia entre su yo público seguro, por una parte y su yo privado y real por la otra: Estoy en un estado de ánimo en el que me siento un monstruoso charlatán, como si llevara una máscara y estuviera relleno con almohadones, cada vez que veo algo acerca del Chesterton público; me duele, porque a pesar de que los puntos de vista que expreso son reales, la imagen es horriblemente irreal comparada con la persona real que necesita ayuda precisamente ahora. Tengo tanta vanidad como cualquiera acerca de esos éxitos superficiales mientras ocurren, pero nunca sentí ni por un momento que afectaran la realidad de si estoy totalmente corrompido o

Inaguración conferencia, Salón Dorado de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires

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The Chesterton Review en Español no; de manera que cualquier comentario público acerca de mi posición religiosa me resulta como el viento en el otro extremo del mundo; como si trataran de otra persona—como de hecho lo hacen—No me preocupa un hombre grande y gordo que aparece en los escenarios y en las caricaturas, aún cuando disfruta las controversias desde lo que y creo que es el lado correcto. Me preocupa en que se ha convertido un niño pequeño al que su padre entretenía con un teatro de juguete, y un chico de escuela del que nadie oyó hablar… y toda la morbida vida de la mente solitaria de un ser viviente con el cual he convivido. Es esta historia, que tan a menudo está a punto de terminar mal, la que quiero que termine bien.

La continua permanencia de leyendas sobre Chesterton presenta un problema similar al crítico que trata de evaluar la obra de Chesterton como educador. Todavía existe un Chesterton legendario que parece muy diferente del Chesterton que se revela en las biografías y los estudios sobre su persona. De hecho, hay una buena cantidad de Chesterton legendarios. Y sin embargo, cada una de los Chesterton legendarios es un repositorio de verdades valiosas. La obra de la crítica, por lo tanto, no es destruir tales leyendas, sino descubrir su significado subyacente. Esas leyendas tienden a dominar la imaginación pública durante un tiempo y luego desaparecen abruptamente. Además, cada leyenda, mientras es dominante, pretende proveer la única verdad auténtica sobre el escritor; y cada leyenda, mientras perdura, borra la memoria de imágenes legendarias anteriores e igualmente válidas, que expresan verdades igualmente valiosas acerca del escritor de genio. En esas circunstancias, existe el peligro de que las afirmaciones acerca de un escritor y el intento de definir su significado se conviertan en una suerte de duelo entre leyendas vívidas pero aparentemente contradictorias acerca de su persona. Al menos dos leyendas importantes acerca de Chesterton como maestro existieron durante su vida. Cada una de ellas lleva en sí valiosas verdades sobre el escritor real, verdades que quizás eran más manifiestas para el público en general que para el tímido y humilde Chesterton, que no podía reconocerse en las figuras idealizadas que sus admirativos lectores parecen haber creado. El primero de esos maestros legendarios es el que existía en el momento de la muerte de Chesterton el 14 de junio de 1936. Este maestro era el gran apologista y portavoz del Cristianismo. Era el polemista católico que mantenía controversias aparentemente interminables con el Dean Inge, el Obispo Barnes y el Profesor Coulton, tanto como otras discusiones mucho más relajadas con enemigos amistosos, tales como Bernard Shaw y H.G.Wells. Algunas de estas

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Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades controversias religiosas se materializaron en reuniones y debates públicos; otras fueren emitidas por la BBC. Las charlas de Chesterton se convirtieron en una característica regular y popular de la radio de los primeros años de la década del treinta. En esas charlas y en los debates con Shaw y Bertrand Russell, o simplemente consigo mismo, mientras analizaba en la radio libros y acontecimientos del día, se fue forjando la leyenda pública sobre Chesterton como un maestro que era principalmente un polemista. Algunas de sus más importantes obras se originaron en tales debates. The Everlasting Man (1925), por ejemplo, es, en cierto sentido, por lo menos, simplemente la respuesta a la versión irreligiosa de la historia que H. G. Wells había presentado a una vasta audiencia popular en los primeros años de la década del veinte, en su Outline of History. Sin embargo, especialmente en las décadas finales de su vida, Chesterton el maestro era visto como un defensor doctrinario de la iglesia, a medida que su reputación entre los protestantes y en el creciente publico secular en su tierra, crecía en el extranjero y entre los lectores católicos. Los viajes triunfales de Chesterton por Irlanda, Polonia, Canadá y los Estados Unidos en los años veinte y en los primeros treinta, confirmaron la impresión pública de que era sobre todas las cosas un polemista. En 1930, por ejemplo, cuando fue a Canadá, la visita fue promovida por un Colegio Católico, y se reunió en privado con el Arzobispo Católico de Toronto, con el gran filósofo católico Etienne Gilson y con la comunidad católica local de la Congregación San Basilio quienes fueron sus anfitriones durante ese viaje. Los libros que escribió durante esos últimos años tendieron a confirmar la misma impresión pública de su rol como un maestro de religión. Los últimos volúmenes de historias del Padre Brown, por ejemplo, enfatizan las características doctrinas religiosas que dividían la minoría católica de la mayoría no católica entre la cual vivían. Aún las circunstancias de la muerte de Chesterton se agregaron para reforzar la imagen pública de educador católico. Para la primavera de 1936, resultaba claro para todos que estaba envejeciendo, a pesar de que a los sesenta y dos años no era todavía en realidad un viejo. Su muerte repentina cayó como un golpe. Pero era cada vez más claro que nunca se había recuperado totalmente de las enfermedades del corazón y del riñón que casi habían provocado su muerte en el otoño de 1914. Esa enfermedad, con su drama de meses en coma, había constituido un acontecimiento nacional. La enfermedad terminal, fue un acontecimiento más doméstico y más católico. Durante los últimos años de su vida, las fotos suyas que aparecían en los periódicos eran principalmente fotos de sus visitas a escuelas y hospitales católicos. Una reciente biografía muestra 33

The Chesterton Review en Español una típica fotografía de un Chesterton de aspecto muy enfermo rodeado por religiosas en la inauguración de un hospital católico en Beaconsfield. Cuando murió, se enfatizaron los aspectos católicos de su muerte. Maisie Ward señalaría que acababa de regresar de un peregrinaje a Lisieux, y que el telegrama de condolencias a su viuda del Papa Pío XI, describiéndolo como un “dotado defensor de la Fe”, le confería el mismo título real que un papa anterior había dado a Enrique VIII, También se comentó la visita del Padre Vincent McNabb a su lecho de muerte. Se dijo que el Padre Vincent primero entonó la Salve Regina, como si fuera un fraile dominico, y que luego, viendo su pluma en la mesa de luz, y recordando el gran libro acerca de Santo Tomás que había escrito algunos años antes, la tomó entre sus manos y la besó. Estas eran la clase de historias que ayudaron a confirmar una de las leyendas de Chesterton, el maestro de la verdad católica. También eran el tipo de historias que provocaron una violenta reacción frente a esa leyenda. Orwell, que siempre tuvo simpatía hacia algunas de las ideas políticas de Chesterton, y cuyos primeros escritos fueron publicados en su revista G. K.’s Weekly, solo estaba expresando una opinión común cuando describió a Chesterton como “un escritor de considerable talento, que eligió suprimir su sensibilidad y su honestidad intelectual para soportar la causa de la propaganda Católico Romana”. Tampoco esta situación legendaria lo ayudó por mucho tiempo entre sus hermanos católicos. A medida que transcurrían los años, muchos lectores católicos comenzaron a considerarlo con cierta incomodidad; él era el campeón de una minoría que estaba comenzando a resentirse de la necesidad de tal ayuda. Sin embargo el más sorprendente efecto de la imagen de Chesterton como educador católico fue la manera en la que borró de la memoria una anterior e igualmente significativa imagen de él. Si Chesterton hubiera muerto—como casi sucede—en noviembre de 1914, sería recordado por una imagen pública muy diferente que la de un polemista católico romano. La imagen de un enfermo y envejeciente apologista católico de los veinte y los treinta obscureció otra imagen pública: la del wunderkind cuya meteórica ascensión a la fama en los primeros años del siglo lo convirtió en una de las más conocidas figuras literarias de su época. Porque fue el carácter literario e imaginativo de su obra lo que fue más apreciado en esos años eduardianos; y fueron sus escritos literarios y de imaginación los que vertía con una abundancia casi inextinguible a sus lectores eduardianos. Durante esos años anteriores a la Primera Guerra Mundial, escribió las biografías de Browning y Dickens, y casi toda su crítica literaria sobre Dickens; su estudio crítico de Bernard Shaw; las mejores historias del Padre 34

Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades Brown; sus mejores obras en verso, incluyendo su más grande poema, The Ballad of the White Horse; todas sus novelas menos una, además de una aparentemente inagotable fuente de periodismo, tan vasta que aún hoy algunos de los mejores trabajos continúan escondidos bajo una docena o más de los oscuros periódicos en los que el amaba volcar su mejor y más ingeniosa prosa. No debe extrañar, entonces, que esos fueran los años de mayor influencia de Chesterton. Pero mientras tanto, se iba formando lentamente una leyenda alrededor de su figura. La exhuberancia y lo divertido del joven Chesterton fueron elementos decisivos en la creación de esta imagen pública. Había alcanzado lo que el mismo miraba como el signo más seguro de ser una especie de clásico: era citado por gente que nunca había leído su obra. Sus dichos se estaban convirtiendo rápidamente en proverbios. Todo el mundo conocía un chiste de Chesterton o una broma acerca de él. Era la delicia del caricaturista. Era uno de los pocos escritores reconocidos simplemente por sus iniciales. Se dijo que la fama de su artículo semanal firmado “GKC” en el Daily News de Cadbury, forzó a que se duplicara la tirada de ese diario en la edición de los sábados en la que aparecía su columna. En 1908 publicó dos de sus más brillantes autobiografías imaginativas: la novela The Man Who Was Thursday, tan exitosa como una ficción autobiográfica o como una meditación y recreación del Libro de Job; y un tratado filosófico personal, Ortodoxia, que cuenta la historia de su intento de inventar una nueva religión y subsecuente descubrimiento de que ya había sido inventada y se llamaba Cristianismo. “Yo no la hice”, escribe. “Dios y la humanidad la hicieron y ella me hizo a mi”. En noviembre de 1911, en Cambridge, una audiencia de casi mil personas vinieron a escucharlo hablar en un club estudiantil sobre el futuro de la religión, y le oyeron decir que la religión Cristiana, que el mundo secularizado pensaba muerta, estaba por levantarse nuevamente de entre los muertos: “Personalmente creo que ganaremos”, le dijo a su juvenil audiencia. En 1913, ante la insistencia de su amigo Bernard Shaw, escribió su primera obra teatral, Magic. .Nuevamente se encuentran fuertes elementos autobiográficos en esta obra de imaginación, pero la pieza era también una extensión de la clase de debate público (acerca de la realidad de lo sobrenatural) que Chesterton amaba provocar, y que había estado manteniendo por años en las páginas de periódicos y revistas con escritores como Robert Blatchford, Belfort Bax, y Bernard Shaw. Y sin embargo este logro literario era sólo un aspecto de la reputación eduardiana de Chesterton como educador de la nación. La característica más querible de su imagen pública era el sentido en el que expresaba su profunda 35

The Chesterton Review en Español vocación y positivo compromiso con la vida de su época. Era como si la abundancia de su imaginación creativa, el generoso y hasta descuidado abandono con el que trabajaba en media docena de géneros literarios, y la risa y diversión que irradiaba de su obra fueran solamente signos exteriores de una cualidad interior que su público amaba aún más que cualquiera de su apresuradamente escrita decena de obras literarias que la expresaban. Era Chesterton al que amaban, más que cualquier libro, poema o ensayo de Chesterton en particular. El Chesterton eduardiano era la encarnación de lo que ellos valoraban más de si mismos y de su tradición nacional. El joven periodista se había convertido en el repositorio de las esperanzas e ideales de sus lectores. Él expresaba para ellos el espíritu de una de las épocas más exhuberantes desde los tiempos de Isabel I. Él encarnaba la energía el optimismo y el espíritu eduardiano que más tarde iba a describir como “un universal hambre y hasta furia por la vida”. También encarnaba los temores eduardianos por la amenaza a sus tradiciones cristianas. En su importante libro sobre Chesterton, el Profesor John Coates habla de una crisis cultural eduardiana. Señala que la gente para la que Chesterton escribió y en la cual descansaba su inmensa popularidad, era gente confundida en su interior. Ya no eran guiadas por las fuentes de la sabiduría cristina, pero todavía no habían abandonado la tradición moral cristiana que habían heredado pero que apenas podían entender. Intelectualmente curiosos pero solo superficialmente educados, estaban absorbiendo acríticamente las ideas ajenas e irreligiosas que transmitían la venenosa basura periodística que leían en esa, la primera era del periodismo masivo. Sin embargo, al mismo tiempo y en los mismos diarios y revistas, también leían a Chesterton y saboreaban el alimento intelectual que les proveía, como una especie de antídoto contra ese veneno. La fama legendaria de Chesterton en la era eduardiana estaba basada, en última instancia, en este papel de maestro moral y defensor de una tradición amenazada. Resulta apropiado que más tarde escribiera una pieza sobre el Dr. Johnson y que apareciera en un espectáculo teatral eduardiano disfrazado como ese gran moralista cuyo pensamiento era tan cercano al suyo propio. A pesar de que le gustaba argumentar, y era un formidable polemista, entendía que la enfermedad de la época no podía ser enfrentada solamente con argumentación. Se necesitaba algo más para limpiar la atmósfera moral colectiva de la época en la que vivía. Él y el grupo anglo-católico con el que trabajaba, entendieron que era inútil evangelizar individuos a menos de que se encontrara una forma de evangelizar la atmósfera moral que afectaba a esos individuos tan decisivamente como la atmósfera 36

Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades física en la que vivían, Chesterton vio que su vocación literaria era esencialmente pastoral. Como uno de los sabios victorianos a los que el tanto se parecía, veía la literatura como una forma de profecía. Las controversias con Robert Blatchford y Shaw, la escritura de Heretics y Orthodoxy y, por cierto, todos sus escritos durante esos años anteriores a la guerra, eran parte de un único esfuerzo para ejercer su influencia en la formación moral y religiosa de la nueva era que él sentía que estaba naciendo. Como iba a explicar más tarde en su conferencia del Centenario de Oxford en 1927, “La Cultura y el peligro Inminente”, era esencial entrenar las mentes de los hombres para que actuaran sobre la comunidad y hicieran del intelecto una fuente de creación y de acción crítica. Y desde que la mente colectiva que estaba tratando de influenciar era todavía en cierto sentido cristiana, su obra era esencialmente una obra de educación cristiana. En su Autobiography escribe acerca de la atmósfera religiosa de la época en un lenguaje profético: “Me ha sido acordado, por decirlo así, una suerte de visión general de todo ese campo de negación y tanteos y curiosidad. Y pude ver muy claramente lo que en realidad significaba. No había una Iglesia Teista; no existía una Hermandad Teosófica; no habían Sociedades Éticas; no existían Nuevas Religiones. Pero vi a Israel dispersada sobre las colinas, como ovejas sin pastor. Aún sus aparentes limitaciones resultaron una ayuda para llevar a cabo esta inmensa tarea de educación religiosa. Devoto anglicano desde su casamiento con Frances Blogg, había estado en contacto con los teólogos anglicanos que estaban trabajando en estrategias para evangelizar la cultura inglesa. Chesterton habló y escribió para la Christian Social Union y para su periódico Commonweal, y para otras publicaciones menos afines, como Church Socialist Quarterly, Hibbert Journal y el periódico de A.R. Orage New Age. Era amigo de muchos de los teólogos sociales anglicanos, como Henry Scott Holland, el Obispo Gore, Charles Masterman y ese cristiano extremista, Conrad Noel. Aprendió mucho de ellos, y parece claro que ellos aprendieron mucho más de él. Parece no haber concurrido regularmente a los servicios religiosos anglicanos; nunca fue confirmado como tal, y en muchos aspectos su posición religiosa todavía tenía algo de la vaguedad del Unitarismo universalista liberal que caracterizó su hogar en la infancia. Pero si estas cosas eran debilidades, eran debilidades que lo convertían en una figura confiable y cómodo para el público lector eduardiano vagamente religioso para el cual escribía. Una ventaja adicional era que no estaba claramente identificado con ningún grupo religioso. Era un cristiano sacramental que podía hablar a protestantes evangélicos y otros cristianos no sacramentalistas, sin resultar amenazante, 37

The Chesterton Review en Español pórque no era católico romano. A través de sus escritos pudo formarse una posición religiosa que era más persuasiva porque parecía incluír en ella cada cosa buena que veía en la vida contemporánea. Era uno de los liberales que los católicos ortodoxos temían, pero era también uno de los cristianos católicos que eran perseguidos por los liberales. En su persona parecía incluír una genial amistosidad hacia puntos de vista aparentemente irreconciliables, y sin embargo, también se oponía vigorosamente a cualquier intento de diluir o transar en puntos de vista fírmemente sustentados. Resulta de alguna manera típico de él, que sus novelas pocas veces tienen un único héroe o un único punto de vista. Es como si él mismo fuera el héroe de sus primeras novelas. El es Adam Wayne y Auberon Quin, los héroes de su primera novela El Napoleón de Notting Hill (1904); él es también Evan MacIan y James Turnbull, los héroes de su primer novela religiosa La esfera y la cruz (1910). Él es a la vez el fanático y el crítico del fanatismo, el extremista católico y el militante socialista hostil a tal extremismo. De alguna manera él es capaz de simpatizar con ambos lados de las más importantes cuestiones. Como la Iglesia que describe en Orthodoxy, acoge cada punto de vista y busca medios para reconciliar posiciones opuestas entre si. Siempre su genio es inclusivo. Chesterton es la genial encarnación de una singularmente ecuménica clase de ortodoxia: “Cuando uso aquí la palabra ‘ortodoxia’”, escribe alegremente en el libro de ese nombre”, quiero decir el Credo de los Apóstoles, como fue entendido por todos los que se llamaba cristianos hasta hace muy poco tiempo, y la conducta histórica general de aquellos que sostenían ese credo”. Su forma de escribir también confirma la leyenda eduardiana acerca de él como una especia de divertido y buen humorado maestro cristiano, que amaba usar el lenguaje críptico de la adivinanza y la parábola. Este lenguaje de la imaginación era para él un medio de descubrir verdades que resultaban inaccesibles a la razón discursiva. Educado como un artista en el Slade School, pocas veces ejercitó su habilidad profesionalmente. Y sin embargo, en otro sentido, todos sus mejores escritos son ejemplos de la obra de un artista profesional. Aún mas, la preferencia por las imágenes y parábolas, están claramente conectadas con su visión de la vida. En uno de sus primeros ensayos escribe: “Todos los hombres son alegorías, rompecabezas, historas terrenas con significados celestiales”. Su visión imaginativa e inclusiva de la vida se expresaba a través de una práctica literaria que era a su vez imaginativa e inclusiva. El héroe de El Poeta y los Lunáticos explica: “Dudo que alguna de nuestras acciones sea realmente otra cosa que una alegoría. Dudo que la verdad pueda ser contada de otra forma que mediante una parábola”. Así, todo era trigo para su molino periodístico. Estaba tejiendo un arte en pro 38

Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades de la vida abierto a todo lo que estaba sucediendo en un mundo rápidamente cambiante. Como defensor de la tradición y como crítico de la modernidad, sin embargo había encontrado una manera de interpretar la vida moderna bajo una luz positiva como una revelación en marcha de verdades religiosas. Todo esto resultaba enormemente atractivo y tranquilizador para sus preocupados lectores. Lo que el Chesterton eduardiano estaba logrando era una obra que resulta difícil describir con un lenguaje ordinario; era un creador de parábolas que insistía que la propia vida es una parábola; era un enamorado de las leyendas, que, siendo una figura mayor que la realidad, sólo podía ser descripto en términos legendarios. Para T.S. Eliot, era el hombre que mantenía con vida la minoría cristiana: para Gilson era “uno de los más profundos pensadores que han existido” y para el lector ordinario era simplemente “nuestro Chesterton”. El problema para los admiradores de la obra educativa de Chesterton, es la reconciliación de esas dos aparentemente contradictorias leyendas acerca de su personalidad de maestro. El campeón y apologista agresivo del catolicismo parece ser una persona totalmente diferente de la despreocupada figura eduardiana que parecía incluír en su persona cada punto de vista sin ser identificada con ninguno. El artista creador de parábolas con una incurable curiosidad y amistad hacia la variedad y la comedia de la existencia humana parece tener poco en común con el polemista religioso que discute interminablemente con los racionalistas liberales de los años veinte y treinta. Aún el periodismo de las últimas décadas de su vida parece diferente y algo más estrecho. Los artículos semanales en el Illustrated London News y una docena de otros períodicos y revistas que lo habían convertido en una parte importante del escenario cultural inglés, continuaron publicándose, pero el último Chesterton parecía dedicar cada vez más sus desfallecientes energías al apoyo de la Liga Distributista y a su períodico G. K.’s Weekly, que era el órgano de la Liga. Para el asombro de sus amigos y críticos, insistía en centrar su carrera y su periodismo en el mantenimiento de un periódico pequeño y aparentemente sin importancia y un movimiento social aparentemente condenado, que entonces parecía a muchos lo que les parece hoy en día, la más desesperada y quijotesca de todas las causas perdidas que nunca haya sostenido. Había aquí una especie de paradoja chestertoniana. Parecía como si el tardío y más católico Chesterton fuera menos católico y más sectario que el primitivo y no religiosamente comprometido Chesterton no católico. El intento de comprender y quizás resolver ese conflicto debe ser la tarea principal de toda la crítica chestertoniana. Inevitablemente existirán desacuerdos acerca de cual de las visiones de Chesterton como maestro representan 39

The Chesterton Review en Español los aspectos más valiosos y permanentes de sus logros, pero debería ser posible también rescatar lo mejor en cada una de las imágenes en competencia. Chesterton es, después de todo, un único ser humano al igual que un único escritor. Pueden haber existido desarrollos o declinaciones en su vida, pero su vida también representó continuidad e integración. Debe existir un principio subyacente que explique a la vez las agudas divisiones que dieron vida a tan contradictorias imágenes públicas y la oculta unidad que integre una personalidad aparentemente fragmentada y contradictoria. La crítica chestertoniana apenas ha rozado este problema. El Abbé Ives Denis, cuyo libro G. K. Chesterton: Catholicisme et Paradox le confiere una autoridad especial para hablar sobre el tema, insiste que Chesterton es fundamentalmente un escritor católico. Brocard Sewell, que conoció personalmente a Chesterton en los últimos años de la década del veinte y el treinta, y trabajó en el equipo editorial de G. K.’s Weekly, insiste que el Distributismo era la preocupación central de la vida de Chesterton. John Coates, autor de Chesterton y la crisis cultural Edwardiana, encuentra la clave de la obra de Chesterton en los años de la era eduardiana. Otros críticos apenas intentan conectar el maestro como polemista y el maestro como conciliador. Sin embargo aquí hay un campo para la crítica biográfica y especialmente para esa especie de criticismo biográfico que explicaría los caminos por los que la locura era para Chesterton a la vez una interna y profundamente sentida amenaza personal y una metáfora de los desórdenes que reconocía en el mundo exterior a su mente. Existen otras líneas de continuidad entre su obra primitiva y tardía. El polemista de sus años finales está prefigurado en su temprana y profética obra como crítico social, incluyendo su solitaria oposición al siniestro movimiento por la Eugenesia y sus intuiciones sobre el tratamiento de los prisioneros en la era eduardiana, intuciones que están siendo redescubiertas hoy en día por los sociólogos modernos. La crítica encontrará otras pistas de la subyacente unidad en la vida de Chesterton en las diversas formas en las que toda su obra continúa atrayendo el interés de grupos de lectores ampliamente divergentes. Se debe decir más sobre lo que él significa para los cristianos protestantes y para la comunidad judía, la que, ofendida por algunos de sus escritos, a menudo pasa por alto su noble defensa del pueblo judío, tanto al principio de su carrera durante los pogroms rusos como al final de la misma, cuando la persecusión hitlerista recién comenzaba, una defensa que ganó una bendición a su memoria del líder judío americano, el Rabino Stephen Wise. 40

Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades Quizás la mejor esperanza de reconciliación de las dos imágenes de la obra educacional de Chesterton se encuentra en la crítica que presta mucha atención a la fe religiosa sacramental de Chesterton. Es este punto de vista sacramental que provee la mejor explicación de la unidad subyacente de su carrera de escritor. El sacramentalismo explica tanto su desarrollo como pensador como su práctica literaria como un gran apologista cristiano. Convencido de que Dios se encuentra en las realidades materiales, desarrolló una especie de misticismo natural sobre la forma en la que realidades aparentemente profanas son en verdad signos sacramentales de Dios. En un poema muy temprano y muy típico, expresa una conversación consigo mismo sobre el sentido final del universo creado. Se interroga y se dirige hacia si como una suerte de visionario poeta, el profeta místico que ha descubierto el sentido secreto de la vida ordinaria: Decidor de las piedras y las hierbas Experto en los oficios y el credo de la Naturaleza, Dime que se oculta en el corazón De la más pequeña de las semillas

La respuesta a su propia pregunta resume su misticismo sacramental: Dios todopoderoso, y con Él, Querubines y Serafines, llenando toda la Eternidad

Adonai Elahi.—”The Holy of Holies”

Fue esta creencia la que confirió unidad a las múltiples facetas de su periodismo eduardiano. La crítica religiosa de la vida que presenta en todos sus escritos está basada en último término en la creencia de que Dios está presente en la Creación a través de signos y símbolos. En el centro de las más profanas realidades es posible encontrar a Dios. Rara vez escribió acerca de temas directamente religiosos, pero en los acontecimientos de la vida ordinaria o en un pedazo de tiza o en una calle de la ciudad, encontró el misterio religioso central. El título de una pieza juvenil de Yeats, Where There Is Nothing, There Is God, le provocó el comentario: “La verdad se me presentó más bien en la forma de que donde hay algo, está Dios”. El sacramentalismo explica también la conexión entre el pensamiento social de Chesterton y su obra literaria. “La base del cristianismo y también de la democracia”, escribe, “es que el hombre es sagrado”. Esta sacralidad, creía Chesterton, se deriva directamente de la encarnación de la Palabra de Dios. 41

The Chesterton Review en Español Desde la creación, Dios se reveló en el mundo material que había creado. Pero desde la Encarnación, Dios se reveló más claramente en el Santo que se encarnó en un ser humano ordinario y que continúa viviendo en el mundo a través de las vidas de gente ordinaria que son los signos luminosos de la presencia de Dios: El Niño que existía antes del principio del mundo (…necesitamos solo caminar un corto trecho Necesitamos ver sólo un cerrojo abierto..) El Niño que jugaba con la Luna y el sol Está jugando con una brizna de paja

The Wise Men

En su libro sobre Santo Tomás de Aquino, Chesterton escribe: “La Encarnación ha venido a ser la idea central de nuestra civilización”. La vida humana ordinaria de todos los días es una recreación sacramental de la historia del evangelio. Nuevamente, Chesterton expresa su creencia en la Palabra divina, que se ha hecho carne y habitó entre nosotros, muy emotivamente en su verso: Si esos secos corazones realmente olvidan ese santo rocío en un suelo polvoriento, Los Cuatro Santos, fuertes alrededor del lecho, El Dios que muere sobre la puerta; Tales misterios que pueden habitar entre los hombres, El secreto como una cara inclinada, borrosa pero no distante: y la noche Que no es abismo, sino abrazo

The Pagans

Este era el “secreto” de la gente que Chesterton llamaba “el pueblo secreto”. Ellos eran los asombrados y mudos para los que el era a la vez la guía y la voz. Pero desde el punto de vista de su fe sacramental, eran también mucho más de lo que cualquiera de ellos suponía, porque Chesterton veía en ellos Aquél que llamó el Hombre Eterno. La fe sacramental en la encarnación explica también porqué el Chesterton eduardiano y el Chesterton apologista católico son a la postre la misma persona. El Chesterton de la memoria popular católica es el Chesterton real. La obstinada convicción popular de enemigos y amigos de que el era sobre todo un portavoz del catolicismo resulta ser perfectamente cierta. Pero, ¿Porqué alguien puede sorprenderse?¿No había insistido siempre el mismo Chesterton que las 42

Chesterton & Ortodoxia: Leyendas y Realidades creencias populares son generalmente ciertas?. La historia de la lenta transformación de Chesterton desde una amable figura eduardiana hacia el algo más triste y maduro Chesterton de la memoria católica es también la historia de su completa incorporación en la comunidad cristiana que él había llegado a reconocer como el único Sacramento de Dios. La historia privada de Chesterton que confió al Padre Knox, terminó felizmente. A pesar de la edad, la enfermedad y los crecientes recelos acerca de lo que estaba sucediendo en el mundo a su alrededor, los sacramentos de la Iglesia le restauraron la juvenil inocencia y felicidad que la leyenda eduardiana ya le había atribuido, pero que, para su pesar, era conciente que hasta entonces no poseía correctamente. Sus palabras finales sobre el tema fueron proferidas en 1922, en su pueblo de Beaconsfield, el día en que fue recibido en completa comunión con la Iglesia católica, y fueron palabras de triunfo: Los sabios tienen cien mapas para darnos Que dibujan su reptante cosmos como un árbol, Zarandean la razón a través de muchos coladores Que retienen la arena y dejan pasar el oro; Y todas estas cosas son menos que polvo para mí Porque me llamo Lázaro y estoy vivo.



The Convert

Sin embargo, mucho después de que fuera alcanzada esta feliz armonía, las dos imágenes de Chesterton continúan persiguiéndose alrededor del mundo, como las dos versiones del Padre Brown que Chesterton describe en su último volumen de cuentos policiales. Quizás ninguna de esas imágenes representa totalmente la profundidad y la complejidad de este hombre extraordinario, pero cada una de las imágenes del maestro legendario expresan verdades acerca de él que vale la pena meditar medio siglo después de su muerte. Tanto el luchador de la fe cristiana como el gentil artista imaginativo eduardiano son por cierto una única persona que vale la pena conocer. ___________________

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Ortodoxia y sus primeros críticos Dermot Quinn El siguiente artículo del Dr. Dermot Quinn fue presentado en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre 21-24, 2008 celebrando el centenario de la publicación del libro de G. K. Chesterton, Ortodoxia. En este año, 2008, se cumple el centenario de dos notables libros de G.K: Chesterton. El hombre que fue Jueves fue publicado en Febrero de 1908, y Ortodoxia siete meses más tarde: un extraordinario logro doble que tiene pocos paralelos, si es que tiene alguno, en la literatura inglesa moderna. Chesterton era característicamente modesto con respecto a los dos libros. “ Si el libro llega a sobrevivir cien años, dijo de El hombre que fue Jueves, lo que por supuesto no pasará, dirán que el verdadero anarquista fue introducido más tarde por los curas”. Pero ha sobrevivido cien años, para ocupar su lugar como uno de los textos claves de su siglo, una inquietante visión de un mundo en el que toda certeza parece disolverse en caos, decepción y miedo. Con respecto a Ortodoxia, que fue reconocida casi inmediatamente hasta por los oponentes de Chesterton como una obra maestra de apologética cristiana, el veredicto del autor resulta similarmente subestimativo: “No lo llamaré mi filosofía”, dijo con frase que se ha hecho famosa, ”Dios y la humanidad la hicieron. Y ella me hizo a mi” Chesterton de verdad creía que su tarea era simplemente describir “no si la fe cristiana puede ser creída, sino cómo fue que él personalmente llegó a creerla”. Y sin embargo, miles de personas a lo largo de los años, la han visto particularmente como su propia historia; una autobiografía espiritual para el hombre del siglo veinte, una Apología para la era de las masas. Graham Greene observó en una oportunidad que “Ortodoxia está entre los más grandes libros de la época”1 Después de un siglo, este veredicto aparece como más certero que nunca. A pesar de toda su intemporalidad, El hombre que fue Jueves y Ortodoxia, son, también, muy llamativamente, libros de su propio tiempo. El hombre que Vista del Lago Lacar, Argentina

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The Chesterton Review en Español fue Jueves trata del anarquismo,—una de las grandes obsesiones de la era victoriana. Un grupo de anarquistas llamados como los días de la semana, resultan ser detectives en búsqueda de una conspiración anarquista—una idea suficientemente laberíntica en sí misma como para sugerir algo del caos e irrealidad del mundo de principios del siglo veinte. Cuando el personaje central, Domingo, es desenmascarado finalmente como “jefe de los anarquistas, jefe de las fuerzas destructivas”, el lector, muy naturalmente, desea saber quién es. “Domingo representa las fuerzas universales de bien y mal” escribió un crítico temprano de la novela “y también el equilibrio y la final reconciliación de las mismas. Es la adivinanza del universo, y también su explicación”2 Esto es un poco demasiado simple. Las adivinanzas explicadas dejan de ser adivinanzas. El Bien y el mal, no llegan a una “reconciliación final”, como las dos columnas de una especie de balance cósmico. De hecho, el libro es mucho más inquietante que lo que esas elegantes simetrías pueden sugerir. “Sr. Chesterton lo llama una pesadilla”, escribió uno de los primeros críticos, “(y esto) es lo más cercano a la verdad. .. Detrás de ella acecha una misión seria y grande, porque Sr. Chesterton, como todos los payasos, es intensamente serio… ”3 Esto está mucho más cerca de la realidad. Quienquiera que el Domingo sea—y Chesterton dio respuestas ambiguas a esa pregunta—el punto es que hay “un último adversario”, es posible “encontrar un hombre resueltamente alejado de la bondad”4 El poema que Chesterton’s dedica a E.C. Bentley al principio de la novela, sugiere que el terror y su difícil solución son el verdadero tema del libro: Este es un cuento de esos viejos temores, Aún de esos vacíos infiernos. Y nadie sino tú podrá entender La verdad que relata De qué colosales dioses de vergüenza Pueden los hombres atemorizarse y sin embargo destruir De qué enormes demonios escondieron las estrellas, Y sin embargo cayeron ante un tiro de pistola…

EL poema termina, como la novela, en una victoria apagada y difícil: Entre nosotros, por la paz de Dios, Tal verdad puede ser contada ahora; Si, hay fortaleza en echar raíces, Y bien en envejecer. AL fin hemos encontrado cosas en común, Y matrimonio y un credo,

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Ortodoxia y sus primeros críticos Y ahora yo puedo escribirlo sin miedo, Y tu puedes leerlo sin temor.

La pesadilla ha terminado, parece decir Chesterton, pero aunque ya hemos despertado, recordamos que era una pesadilla. Los fantasmas nunca se desvanecen por completo. Ortodoxia es otra clase de libro, chestertoniano en todas sus características, por supuesto, pero menos pesadillesco, más cordial, enteramente más distendido. El hombre que fue Jueves se lanza hacia su clímax dejando al lector enfrentando la posibilidad de que realmente el universo no tenga un fondo. Ortodoxia concluye con una nota más serena: “La alegría es el gigantesco secreto del cristiano… Había una cosa que era demasiado grande para que Dios nos la mostrara cuando Él caminaba por nuestra tierra y yo a veces he imaginado que era su Alegría”. Esta felicidad parece haber sido compartida por Chesterton mismo. “Quizás nos sentamos en la estrellada cámara del silencio”, dijo, “mientras la risa de los cielos es demasiado fuerte para que la podamos escuchar”. El hombre que fue Jueves, habita un mundo en el que lo real se convierte de repente, aterradoramente, en algo irreal. Ortodoxia trata acerca de lo natural visto como sobrenatural. Era una obra compañera, nos recuerda Chesterton, no de El hombre que fue Jueves, sino de Herejes, y por lo tanto, “el lado positivo sumado al negativo” Ortodoxia, dijo, era una adivinanza “y su respuesta”. La nota afirmativa—ese alegre secreto gigantesco—está en el corazón del libro. Sin embargo los críticos tienen razón al relacionar las dos obras de 1908, porque, a pesar de todas sus diferencias, han surgido del mismo universo mental y de la misma mente extraordinaria. Recordemos el poema dedicatorio de El hombre que fue Jueves: Había una nube en la mente de los hombres, Y quejándose estaba el tiempo, Si, una nube enfermiza sobre el alma, Cuando tú y yo juntos éramos chicos La Ciencia anunciaba la nada, Y el arte admiraba la decadencia. El mundo estaba viejo y acabado Pero tú y yo éramos alegres.

Ortodoxia, también, está dirigido a ese mundo, es “una respuesta a (su) desafío”. Uno de los primeros comentadores del libro, habló de él como si fuera 47

The Chesterton Review en Español una respuesta a “la falta de corazón de nuestro tiempo” 5 y esa frase capta tan bien como cualquiera lo que el Dr. John Coates ha llamado “la crisis cultural eduardiana”—la asombrosa variedad de filosofías que llenaron el vacío que dejaba la desaparición del compromiso victoriano y los fracasos gemelos de la religión y la ciencia en los años que llevaron a la Primera Guerra Mundial. Los ingleses, escribió el amigo de Chesterton Charles Masterman en 1905, “ son un pueblo al borde de una vasta inquietud, penetrado por fuerzas que apresuran la erupción del abismo… La vieja religión de la Inglaterra puritana y protestante, con sus afirmaciones y rechazos … hoy se está desintegrando ante nuestros ojos”. Su lugar había sido ocupado por “religiones sustitutas, que predican la destrucción del individuo en aras de una vida superior fundida con el Absoluto, en convertirse en el Superhombre, o en alcanzar algún remoto Milenio evolucionista o una Utopía política”6 No era una crisis cultural, sino el colapso sistemático de confianza en la religión, la ciencia, el sistema político, el Imperio, el anticuado liberalismo inglés: precisamente los pilares que habían sostenido el mundo victoriano, a pesar de que, en su mutua tensión, también amenazaban con despedazarlo. “Una vasta inquietud, penetrado por fuerzas que apresuran la erupción del abismo” Masterman parece casi anticipar El hombre que fue Jueves, con sus repentinas transformaciones y vueltas, sus asombrantes cambios de escena, sus mareantes incertidumbres. “El siguiente momento”—el narrador está describiendo el primer encuentro de Syme y Gregory con los anarquistas en masse— “el humo de su cigarro, que había ondeado en curvas serpentinas a lo largo de la habitación, se elevó rectamente como si saliera de una chimenea de fábrica, y ambos, con su mesa y sus sillas, atravesaron el piso como si la tierra se los hubiese tragado. Bajaron traqueteando una suerte de rugiente chimenea, tan velozmente como un ascensor con el cable cortado, y se detuvieron en el fondo con un golpe abrupto”. Ortodoxia trata también ese momento en el que, casi literalmente, el suelo desaparece bajo nuestros pies. Tratamos de agarrarnos de cualquier cosa, esperando que sea suelo firme. Y sin embargo, buscar ese suelo firme es una manera de reforzar las propias ansiedades. Quizás no existe el suelo. Más aún, este deseo de algo sólido es también—mucho más peligrosamente—un deseo de algo simple. “Todos los movimientos típicos de nuestro tiempo”, escribió Chesterton en 1912, “están en el camino hacia la simplificación. Cada sistema busca ser más elemental que el otro”. La búsqueda de una simplicidad que clarifique, creía él, era el punto del mayor peligro, en el que las ideas se convierten en 48

Ortodoxia y sus primeros críticos ideologías, en el que la simplicidad en si misma se convierte en el terreno firme, en el que la explicación de cualquier cosa se convierte en la explicación de todo. Ortodoxia es una respuesta a la confusión eduardiana (que Chesterton una vez compartió) y la simplificación eduardiana (que el repudiaba por completo) “Mi propio argumento a favor del cristianismo es racional”, dijo significativamente al final del libro “pero no es simple, Es una acumulación de hechos diversos, como la actitud del agnóstico ordinario”. Algo de esta dualidad eduardiana—escepticismo por una parte, credulidad por la otra—se ve brillantemente revelado en la Autobiografía de Chesterton, que sigue siendo un relato sin rival del intelectualismo de preguerra, y, en otro sentido, un estupendo retrato cómico de aquellos que pensaban y hablaban profesionalmente en los años anteriores a 1914. Para Chesterton, la crisis cultural era en parte una crisis del librepensamiento, de “clubes artísticos y vagamente anárquicos” que discutían Nietzsche, Tolstoy e Ibsen, de “gente realmente inteligente… discutiendo… sin ningún sentido particular de la responsabilidad de arribar a una conclusión”. Lo extraño de esos eduardianos, sin embargo, es que mientras pensaban mucho acerca del pensamiento, en realidad no pensaban7. Por el contrario, ellos ejemplificaban “las fuerzas destructoras del pensamiento de nuestro tiempo”, anhelando a su manera simplificadora, la “limpia y bien iluminada prisión de una idea”. Mirando más allá de un desierto de fabianos y feministas, Schopenhauerianos y Shawianos, Chesterton veía la confusión, pero también una cierta soledad. “No existía una Iglesia Teista”, anota, “no existía una hermandad teosófica, no existían sociedades Éticas, no existían nuevas religiones. Yo vi a Israel dispersada por las colinas como ovejas sin pastor, y vi una gran cantidad de ovejas correr balando ansiosamente (cada vez) que pensaban haber encontrado uno”8. Dado este contexto, resulta instructivo examinar las primeras reacciones suscitadas por Ortodoxia. Los comentarios que aparecieron dentro las primeras semanas y meses de su publicación, si bien no eran uniformemente condescendientes, estaban sorprendidos y desubicados por el libro. Como de costumbre, reconocían la brillantez de Chesterton,—“su brillo deslumbrante”, su clamorosa sofistería9—pero se preguntaban por qué había elegido malgastar sus talentos en una empresa tan poco prometedora. Era como si los críticos hubieran sido llamados a juzgar pero no tuvieran las palabras para describir, a un payaso de una clase excepcionalmente inteligente, “en el libro de Sr. Chesterton encontramos la postura del catolicismo adoptada por cierto tipo de joven de nuestro tiempo intelectualmente dotado e intelectualmente blasé. Es un inten49

The Chesterton Review en Español to de defender esa postura mediante una paradoja elegante, Pero… hubiera sido igualmente exitoso si hubiera intentado una rehabilitación igualmente elegantemente paradójica del budismo o el manometanismo o el henoteístico (sincretismo) del (Imperio Romano)”. La idea de que Ortodoxia era una especie de “parodia espiritual”, un juego entretenido pero a la postre cansador, se deja traslucir en la reacción. “Divagaciones acerca de temas profundos sobre los que la mente de Sr. Chesterton está en una nebulosa”10 se quejaba un crítico. “Sr Chesterton”, anotaba otro, “no se contenta con decir que el racionalismo es una hipótesis inadecuada… Tiene que decir que su exacto opuesto, la ética del país de las hadas, es la única hipótesis racional; lo que es un sinsentido”. “Se ha revelado como un reaccionario de una clase particularmente extremista”, exclamaba un tercero, “Resulta difícil pensar como podría evitar el Catolicismo Romano”11 (Ese, por lo menos, comprendió algo.) Como Chesterton escribió más tarde, los “críticos fueron casi unánimemente halagadores hacia lo que les agradaba llamar mis brillantes paradojas, hasta que descubrieron que yo realmente quería decir lo que dije”. “Excúseme que le pregunte, Sr. Chesterton”, le dijo un don de Cambridge en una comida en Londres, “pero supongo que estoy en lo cierto en pensar que usted realmente no cree en esas cosas que está defendiendo contra Blatchford… Yo le informé que las creía… Sus frías y refinadas facciones no movieron un solo músculo, y sin embargo, noté que de alguna manera las había alterado completamente.’ Oh, ustéd lo cree. Discúlpeme, eso es todo lo que quería saber ”12 El significado de estas primeras respuestas es, por cierto, que no habiendo captado el sentido de Chesterton, sus primeros críticos simplemente le dieron una vez más la razón. Realmente había una crisis cultural. Realmente había una confusión epistemological. Nótese la repetida aserción de que Ortodoxia era un ataque a la razón. “Ortodoxia del Sr. Chesterton, está basada en una completa desconfianza de la razón” escribió el crítico de The Observer. “Deja de lado todo el tejido de la lógica indictiva”. “Ningún racionalista será derribado de su sitio por (sus) argumentos” sugería The Westminster Gazette “porque son por cierto totalmente irrelevantes con relación a los argumentos filosóficos acerca de la validez del proceso razonativo… Sr. Chesterton piensa que es necesario destronar a la razón para poder establecer la religión”.13 “Su filosofía se inicia con una negación de la causalidad”, clamaba The Manchester Guardian, “un retorno al escepticismo idealista de Hume”.14 A estas variadas respuestas—y había muchas más—uno sólo puede replicar, “¿Qúe Ortodoxia leyeron? Por cierto que no el libro que escribió Chesterton”. 50

Ortodoxia y sus primeros críticos Muchas de estas malas interpretaciones se centran en la famosa frase del capítulo “El Maníaco” en la que Chesterton propone que “el loco no es el hombre que ha perdido la razón… El loco es el hombre que ha perdido todo menos la razón”. En ninguna parte, por supuesto, Chesterton ataca la razón. Ni siquiera la considera “inadecuada” (como lo hace aseverar el comentarista de The Westminster Gazette’) o engañosa. En ninguna parte pretende que porque alguna locura tome la forma de un exagerado razonamiento, la razón en sí sea una forma de locura. En ningún momento pretende que la razón represente una creencia equivocada en los poderes del intelecto. En ningún momento desprecia la lógica. “La razón es siempre razonable”, dice el Padre Brown en un famoso pasaje de La Cruz Azul, “aún en el último limbo, en la frontera perdida de las cosas. La Iglesia es la única sobre la tierra que afirma que Dios mismo está ligado por la razón”. Este era Chesterton, el tomista, hablando. El mismo Chesterton que había publicado Ortodoxia apenas dos años antes. “Razón sin raíz, razón en el vacío”, era el objeto de su reclamo, razón separada no de la “realidad” (porque por supuesto lo real es entendido por la razón) sino separada de sí misma. El intelecto requiere lazos y límites para poder operar, y por su naturaleza, él mismo provee esos límites. No se le puede forzar a que haga algo que le resulta imposible. “Una nube se cernía en la mente de los hombres”, dice Chesterton en la introducción del El hombre que fue Jueves, no porque los hombres pensaran mal, sino porque dudaban que el pensamiento fuera posible. La crisis eduardiana era una crisis epistemológica, y Ortodoxia es la respuesta más fundada de Chesterton, una aseveración de que “el libre pensamiento (ha) agotado su propia libertad”15 y necesitaba refrescarse en una corriente más grande: La mente humana tiene la libertad de destruirse a sí misma… Existe un pensamiento que impide el pensamiento. Ese es el único pensamiento que debe ser detenido. Ese es el mayor mal contra el cual se dirige toda autoridad religiosa… Los credos y las cruzadas, las jerarquías y las horribles persecuciones no fueron organizadas para suprimir la razón. Fueron creadas para la difícil defensa de la razón. La autoridad de los sacerdotes para absolver, la autoridad de los papas para definir la autoridad, aún la de los inquisidores para aterrorizar: todas ellas eran solamente oscuras defensas erigidas alrededor de una única autoridad central, mas indemostrable, más sobrenatural que todas: la autoridad del hombre para pensar. Podemos oír al escepticismo estrellarse contra el viejo anillo de autoridades y, en el mismo momento, ver la razón tambaleándose sobre su trono. En la medida en que una religión desaparece, la razón también. Porque ambas tienen la misma clase de autoridad primaria. Ambas son métodos de prueba que no pueden ser probados.

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The Chesterton Review en Español En otras palabras, Chesterton defendía la libertad de pensamiento más vigorosamente que los libre pensadores que lo condenaban por atacarla. Mal entender tan completamente un libro sugiera algo más que una confusión. Es un indicio, más bien del mismo colapso cognitivo que era la preocupación central de Chesterton en su libro. Para el político socialista E. Belfort Bax, cuya resención de Ortodoxia apareció en The New Age, el libro era “típico de una moda prevaleciente en el pensamiento y de los trucos de cierta escritura argumentativa”. La mayoría de nosotros, leyendo la misma obra, podríamos haber pensado que era verdaderamente atípica del intelectualismo predominante, un ataque a lo que Chesterton iba a llamar más tarde el agnosticismo oficial del día 16 Pero esas nimiedades no lo preocupaban a Bax. Por una parte veía en Chesterton un farseur literario—agudo, paradójico, lleno de trucos brillantes—que había producido un libro al que difícilmente se podía tomar en serio, porque él mismo no lo tomaba en serio. Por la otra, veía en Chesterton un peligroso apologista de creencias muertas. Resucitar el cadáver de la religión, se quejaba Baz, era un “horrible y fatuo pasatiempo”, parecido a producir “una apariencia de vida por medio de los espasmos de una batería galvánica”17. Chesterton a la moda, Chesterton pasado de moda; Chesterton como bufón, Chesterton terriblemente serio. Sería difícil encontrar más contradicciones en un solo comentario. Bax era una crisis cultural en un solo hombre, una paradoja que el mismo Chesterton debe haber luchado por no inventar. Para ser justo, Bax no era el único en pensar que Ortodoxia era simplemente Chesterton siendo Chesterton. También otros alegaron que su argumento a favor de la fe cristiana era en realidad solo un argumento a favor de lo que Chesterton había decidido creer. Un día [escribió el anónimo rencensionista de The Westminster Gazette] Sr. Chesterton hizo el sorprendente descubrimiento de que el cristianismo ortodoxo se correspondía con la filosofía chestertoniana… Como la mayoría de los jóvenes inteligentes, había deseado ardientemente una herejía que pudiera ser totalmente suya, pero, habiéndose tomado infinitos trabajos para construirla, encontró, de repente, cuando le había puesto sus últimos toques, que era la ortodoxia. Había tenido éxito en “inventar por sus propios medios una copia inferior de las tradiciones existentes de la religión civilizada”—tarea no pequeña para un chico que hacía poco que había abandonado la escuela— y esta coincidencia, fue para él la más asombrosa prueba de la veracidad de esas tradiciones.

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Ortodoxia y sus primeros críticos Sería muy fácil señalar que Chesterton negaba explícitamente tal pretensión. La clave del libro, dijo, es que no es su filosofía. “Dios y la humanidad la hicieron. Y ella me hizo a mi”. Pero esto, por supuesto, no responde totalmente a la acusación, porque la acusación es, de manera obvia, incontestable. Aún la negación de la idiosincrasia sería vista como otro ejemplo de ella. Tan extraño pensador podría pensar tal cosa. En ese sentido, si vamos a creer a The Westminster Gazette, Ortodoxia es simplemente una especie de versión cristianizada del solipsismo del que Chesterton pretendía haber escapado. Sigue siendo el creador de su propio universo. Todavía es un vagabundo suelto. La acusación no puede ser respondida, en otras palabras, no porque sea cierta, sino porque es en sí misma solipsística, al proyectar sobre Chesterton un Chesterton inventado por el propio crítico. La crítica también olvida el hecho importante de que Ortodoxia es necesariamente un libro personal, el relato de la gramática de asentimiento de un hombre. Trata del momento en el que la llave se ajusta en la cerradura y todo cae en su lugar. Su propósito era “intentar una explicación no de cómo puede ser creída la fe cristiana, sino de cómo él personalmente había llegado a creer en ella”. Esto no convierte en algo idisoincrásico ni a la creencia ni a las razones para creer en ellas. Significa, simplemente, que Chesterton quería decir lo que dijo. Intuición tras intuición, se correspondía con dogma tras dogma. “Mi argumento en favor del cristianismo es racional”, para repetir el punto, “pero no es simple. Es una acumulación de hechos diversos, como la actitud del agnóstico ordinario”. Como el de Newman (al que le debía mucho) su camino hacia la certeza teológica estaba en la convergencia de muchas probabilidades. Por eso, entonces, los críticos de Chesterton parecen solamente ser la comprobación de su juicio según el cual al principio del siglo realmente existía una crisis cultural, una nube en la mente de los hombres. Condenaron el ataque de Ortodoxia a la razón, cuando en realidad ofrecía una defensa de la razón. Deploraron la frivolidad de Chesterton, quejándose de que debería haber sido más serio. Deploraron su seriedad, quejándose de que debería haber sido frívolo. Despreciaron su dogmatismo, olvidándose de sus propios dogmas. Vieron a la fe cristiana como algo estrecho cuando es la cosa más amplia del mundo. “Cuanto más pienso en el cristianismo”, escribió Chesterton, “más veo que si bien estableció la ley y el orden, el propósito principal de ese orden era el de dar lugar para que las cosas buenas gozaran de una libertad absoluta”. Esas no eran las respuestas de una época filosóficamente coherente. Ortodoxia era simplemente demasiado para que los críticos de Chesterton se la tragaran de una vez. 53

The Chesterton Review en Español Parte de la confusión de los críticos tiene que ver con la sorprendentemente moderna argumentación del libro. Leyendo Ortodoxia, los críticos deben haber pensado, por un breve y tentador momento, que Chesterton era en realidad uno de ellos. Después de todo, ¿Dónde, en realidad, comienza el libro?— Con el yo, el sujeto, el solitario intelecto. Nada puede ser más moderno que esto. La fuerza retórica del libro, y la razón para su efecto inquietante, estaba en que Chesterton mismo había experimentado el dilema moderno aún más agudamente que muchos de sus críticos, experimentando un brote de solipsismo que casi le costó su cordura. Era precisamente porque conocía la modernidad desde adentro, que podía usar sus armas epistemológicas en su contra. “Mientras aburridos ateos venían a explicarme que no existe otra cosa que la materia”, escribió en la Autobiografía, “Yo los escuchaba con una suerte de horrible y calmo desapego, sospechando que no existía otra cosa que la mente”. EL ateo le decía que no existía Dios. Él pensó, por un horrible momento, que quizás no existía el ateo. Ortodoxia representa su recobrado sentido de lo trascendente, su despedida a esa “horrible” religión de “el dios interior”: Que Jones pueda adorar su dios interior, resulta ser en última instancia que Jones puede adorar a Jones. Dejemos que Jones adore al sol o la luna, antes que a la Lux Interior; dejemos que Jones coma gatos o cocodrilos, si los puede encontrar en su calle, pero no le dejemos su dios interior. El cristianismo vino al mundo en primer lugar para aseverar con violencia, que el hombre no tiene que mirar solamente hacia adentro, sino hacia fuera, para contemplar con asombro y entusiasmo una compañía divina y un divino capitán. La única alegría de ser cristiano era que un hombre no estaba solo con su Luz Interior, sino que reconocía definitivamente una luz exterior, bella como el sol, clara como la luna, terrible como un ejército con sus banderas desplegadas.

La clave de ser cristiano, en otras palabras, es la de estar siempre acompañado. De algún modo, por supuesto, Chesterton es un pensador moderno aún cuando parece no serlo. La tarea del filósofo, dice, es sentirse en el mundo a la vez asombrado y en su propia casa, Aún esta formulación, con su tensión entre el sujeto y el objeto, el yo y el mundo, tiene un cierto sonido cartesiano. Filosóficamente, Descartes es el loco que “ha perdido todo excepto la razón”, el supremo racionalista que no puede escapar de su propia cabeza. Él también había confrontado lo que Chesterton llama “la venenosa humildad… de nuestro tiempo”, un “escepticismo tan humilde que duda de que pueda aprender”. Él también buscó la certeza. Pero notemos la diferencia. La respuesta de Descartes

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Ortodoxia y sus primeros críticos fue una razón hiperbólica, una aseveración de que el “yo”, puede conocer el mundo enteramente por sí mismo. Chesterton contestó que esta aserción de autonomía intelectual, aún en un esfuerzo para sostener a la razón, aún en una búsqueda de seguridad intelectual, olvidaba la verdad más profunda de que tal autonomía, cualquier autonomía, ofrecía un relato profundamente empobrecido del florecimiento humano. En su centro, es todavía el “yo”, todavía el intelecto solitario, todavía el solitario escolar buscando a sus amigos. Chesterton, por contraste, vio la necesidad de los vecinos, la necesidad de la historia, la necesidad de estar juntos. La dificultad de Descartes no era de que hubiera fallado en su asombro por el mundo, No, su dificultad estaba en que nunca se sintió en su casa en él. La respuesta a la soledad, entonces, aún la soledad metafísica, es la comunidad: la familia, el pueblo, la nación, la comunión de los santos. Además, debe existir una comunidad fundacional, un modelo creador del que todas las otras comunidades toman su forma. Para Chesterton esa comunidad es la Trinidad misma. “Dios mismo es una sociedad… no es bueno que Dios esté solo”. Ortodoxia es la primera expresión de un trintarismo mucho más completamente trabajado en su otra obra maestra cristiana, El Hombre eterno: Si hay un ser sin principio, existiendo antes de todas las cosas, ¿Amaba Él cuando no había nada para ser amado? Si a través de esa eternidad impensable, Él está solo, ¿Cuál es el sentido de decir que Él es amor?… En su propia naturaleza había algo análogo a la auto expresión; algo que engendra y contempla lo que ha engendrado… (San Anastasio) luchaba por un Dios de amor contra un Dios de descolorido y remoto control cósmico… Luchaba por el Niño Dios, contra la gris deidad de los fariseos… Luchaba por ese bello equilibrio de interdependencia e intimidad, en la propia Trinidad de la Divina Naturaleza, que arrastra nuestros corazones hacia la Trinidad de la Sagrada Familia. Su dogma convierte a Dios en una Sagrada Familia.

No es de sorprender que los críticos se alarmaran. Todo lo que ellos querían: libertad, pertenencia, aventura intelectual, era provisto por lo que ellos despreciaban. Todo lo que pensaban saber acerca de Chesterton, resultaba en que lo desconocían. Todo lo que creían acerca de la fe, resultaba ser equivocado. ¿Sorprende entonces que no entendieran Ortodoxia? Haberla entendido hubiera sido, penosamente, entenderse ellos mismos. Y sin embargo esto no hace una verdadera justicia al libro, ni siquiera, a pesar de sus equivocaciones, a sus primeros críticos. Después de todo, ellos, 55

The Chesterton Review en Español también, estaban solos. Ellos también ansiaban amar. Ellos también, necesitaban una comunidad: aunque sólo fuera una comunidad de almas solitarias como las suyas. La gloria de Ortodoxia está en su modestia—“Dios y la humanidad la hicieron y ella me hizo a mi”,— pero también en su generosidad. Si la alegría es el gigantesco secreto del cristiano, entonces, paradojalmente, no es un secreto para ser atesorado sino compartido. Chesterton fue feliz, hace cien años, compartiéndolo con sus perplejos, dubitativos e intelectualmente proscriptos contemporáneos. Estaría feliz de saber que todavía sigue siendo compartido. 1  Graham Greene, “G. K. Chesterton” in D.J. Conlon (ed.) G. K. Chesterton: A Half Century of Views (Oxford University Press, 1987), p. 59. 2  Unsigned review, The Birmingham Post, 4 March 1908, in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.151. 3  Unsigned review, Hearth and Home, 16 April 1908, in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.152. 4  Ibid. 5  Signed review by B.S. in The Manchester Guardian, 29 September 1908, in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.167. 6  John D. Coates, Chesterton and the Edwardian Cultural Crisis (Hull University Press 1984), back cover. 7  G. K. Chesterton, The Autobiography of G. K. Chesterton (New York, 1936), p. 157. 8  G. K. Chesterton, The Autobiography of G. K. Chesterton (New York, 1936), p. 177. 9  Unsigned review, “A Defender of the Faith” (The Nation, 19 October 1908) in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.177 10  Unsigned review, Queen, 17 October 1908, in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.174. 11  Unsigned review, “The Religion of Mr. Chesterton” (The Observer) in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.172. 12  G. K. Chesterton, The Autobiography of G. K. Chesterton, (New York 1936), pp.180-181 13  Unsigned review, The Westminster Gazette, 26 September 1908, in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.164. 14  Signed review (B.S.) “Mr. Chesterton on Orthodoxy” (The Manchester Guardian, 29 September 1908) in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.167. 15  G. K. Chesterton, Orthodoxy (Image Books, New York 1959), p. 37. 16  G. K. Chesterton, The Autobiography of G. K. Chesterton (New York, 1936), p. 143. 17  E. Belfort Bax, “Spiritual Spoof ” (The New Age, 5 November 1908) in D.J. Conlon, G. K. Chesterton: The Critical Judgments Part I 1900-1937, (Antwerp, 1976), p.178.

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Volcán Lanin, Argentina

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno Víctor Agustín Sequeiros IVE Iustitiae Domini rectae, laetificantes corda: Praeceptum Domini lucidum, illuminans oculos1. (Ps. CXVIII)

El siguiente artículo del R. P. Víctor Agustín fue presentado en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre 21-24, 2008 celebrando el centenario de la publicación del libro de G. K. Chesterton, Ortodoxia. Ortodoxia se ha vuelto en el mundo moderno una palabrita muy trillada, al punto que de tanto uso se la encuentra también un tanto devaluada. Se habla tan a la ligera de “ortodoxos” y “ultra ortodoxos” que ya ni siquiera nos sorprende que un conocido matutino local nos informe que incluso nuestra Primer Mandataria se estaba “volviendo resueltamente a la ortodoxia”2. En el centenario de este magnífico clásico chestertoniano en el que su autor nos presenta la verdad como lo haría en una cervecería inglesa, bromeando con los amigos, como en la Hostería Volante, uno podría hasta ilusionarse pensando que la rectitud del Juicio Divino había alcanzado por fin a iluminar las almas de nuestros políticos... Sin embargo, hélàs, quienes se apartan tanto del buen humor como de la recta doctrina no suelen volverse a la Ortodoxia del Señor, sino que son más proclives a abrazar la del Mercado, como en el caso mencionado, y desde hace un par de milenios sabemos que es imposible servir a dos señores. Hay Ortodoxia y ortodoxias. ¿Qué es entonces la Ortodoxia? ¿Cuál es su verdadero sentido? Antes de gustar el exquisito sentido común de la respuesta chestertoniana, recodemos el significado original de la palabra, es decir su etimología conformada por la articulación de dos vocablos griegos, ÑrqÒj (recto) y dÒxa (opinión, en el NT, Vista, ciudad de Buenos Aires, Argentina

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The Chesterton Review en Español gloria), o sea el recto opinar, que no es precisamente la “opinión pública” sino, como anticipamos en el salmo elegido como epígrafe, la conformidad con el pensamiento divino, que nuestro autor reconoce como revelado y depositado en los ministros de la Iglesia instituida por el mismo Cristo: “Aquí el término “Ortodoxia”—nos advierte en su Introducción—significa el Credo de los Apóstoles, tal como fue entendido por todo el que se llamó cristiano hasta hace muy poco tiempo, y la conducta histórica general de los que profesaron tal credo”.3 En buen romance, como interpreta agudamente el P. Castellani, toda una autoridad en cuanto a la recepción de Chesterton en Argentina, la Ortodoxia es el Catecismo; obviamente no el Holandés, de contenido tal vez demasiado “para adultos”, sino el de la infancia, mucho más adecuado a la rectitud de espíritu de nuestro autor: Esta misión me ha dado el Señor de explicar el Catecismo a la Merry England de tan original modo que entre el inmenso bullicio de sus negocios, sus vanidades y sus prejuicios, ella escuche.4

Como se trata “de la cosa más seria del mundo”, la Ortodoxia—es decir la Fe Católica—será explicada y defendida con verdaderas razones, pero como “yo soy Chesterton—le hace decir el sacerdote argentino— y es preciso que sea una obra original y una obra apologética”, serán verdaderas razones, pero “razones bailadas”, o sea, más que juegos de palabras, “juegos de ideas”, (…) porque jugar no es necesariamente engañar. El hombre cuando juega finge, pero el niño al jugar hace una cosa importante y seria. Chesterton es un niño terrible. Se puede jugar con fantasmas o jugar con cosas. Dios jugó con cosas cuando hizo el mundo y juega todos los días haciéndolas, ludens in orbe terrarum. Y al hombre le es dado jugar con las ideas, fantasmas de las cosas, el cual juego es llamado vulgarmente poesía, de una palabra griega que significa crear” 5. Nos encontramos pues ante un libro de apologética, o sea de defensa de la fe por medios racionales, en el que el gran pensador inglés cumple de manera palpable, plástica y hasta periodística, con aquella apostólica exigencia del primer papa, a la vez bíblica y magisterial, de “dar razón de vuestra esperanza a todo aquel que os la pidiere”6, como nos recordaba hace pocos días el Santo Padre en su alocución en el Colegio de los Bernardinos de Paris, destacando que “la razón (lÒgoj) de la esperanza debe hacerse apología, la Palabra debe llegar a ser respuesta”7.

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno En dicha expresión se funda la necesidad de profundizar la Revelación a la luz de la razón, es decir de desarrollar la teología, la ciencia suprema en la expresión del Angélico8, y su aplicación práctica a las objeciones y errores de cada época, la ¢polog…a, hoy más devaluada que ciertas acciones de Wall Street después del estallido de la burbuja hipotecaria, a pesar de que el propio San Pedro usa expresamente el término. Chesterton no hizo oídos sordos a tal alto mandato, vertiendo de modo risueño y personal aquellas sólidas verdades que los grandes doctores de la cristiandad enunciaron en tratados estrictamente filosóficos y teológicos9. Se manifiesta así la aristocrática fineza de su alma de poeta, patente en el uso abundante de la ironía aplicada caballerosamente a los enemigos de la Fe. Ofrezco este libro con los más tiernos sentimientos hacia todas las alegres personas que odian lo que he escrito, y lo consideran (muy justamente, por todo lo que sé), como una pobre payasada, o una única y pesada broma10.

El carácter vívido de esta defensa del Recto Pensar, la Ortodoxia, se refleja en la forma de mostrarla, a través de su propia búsqueda de Dios, el quaerere Deum, que, como dice el papa, es “la actitud más verdaderamente filosófica, el mirar más allá de las cosas penúltimas y lanzarse a la búsqueda de las últimas, las verdaderas”11. Uno busca la verdad, pero puede ser que instintivamente uno busque las más extraordinarias verdades (…) Muchas veces he tenido la veleidad de escribir una novela acerca de un navegante inglés que calculó su trayectoria en forma ligeramente errónea, y descubrió Inglaterra bajo la impresión de que se trataba de una nueva isla de los mares del Sur (…) Su error era en realidad un muy envidiable error, y él lo sabía, si era el hombre que yo supongo que era. ¿Qué podría ser más delicioso que tener en pocos minutos todos los fascinantes terrores de ir al extranjero, combinados con todas las humanas seguridades de volver a casa? (…) Pero tengo además una razón particular para mencionar al hombre del yate, el que descubrió Inglaterra. Porque yo soy ese hombre del yate. Yo descubrí Inglaterra.12

Los griegos ya habían empleado la metáfora de la navegación como imagen de la vida humana en general. Platón la convirtió en símbolo del pensar humano, especialmente de la peligrosa decisión de pensar por su cuenta, el navegar contra la corriente. Hablaba así de una “primera navegación”, con ayuda del

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The Chesterton Review en Español viento y a vela desplegada, y de una “segunda navegación” sin viento favorable, recurriendo a remos y remeros, mucho más costosa y arriesgada, pero capaz de alcanzar las realidades inteligibles, superiores a los meros fenómenos. Consciente de los peligros, el autor del Timeo, llega incluso a desear para los hombres “una revelación divina” que les permita atravesar sin riesgos el mar de la vida. Es evidente que su corazón atisbaba objetivamente la Revelación. En fin, ateniéndonos al mero campo filosófico, los hombres deben enfrentar el peligro de la verdad remando la “segunda navegación”, desarraigados de su hogar, de su seguridad y enfrentar la infinitud del mar, imagen de la infinitud del Ser, y tratar de llegar mar adentro lo más hondo posible. Duc in altum. Entre nosotros, lo expresó bellamente el P. Castellani: Busco la isla de Jauja, sé lo que busco y quiero Que buscaron los grandes y han encontrado pocos El naufragio es seguro y es la ley del crucero, Pues los que quieren verla sin naufragar son locos. Quieren llegar a ella sano y limpio el esquife, Seca la ropa y todos los bagajes en paz, Cuando solo se arriba lanzando al arrecife El bote y atacando desnudo a remo el caz. .................................................................... Este es el viaje eterno que es siempre comenzando Pero el término incierto canta en mi corazón.

Habiendo perdido de fe de la inocencia al advertir la deformidad farisaica del puritanismo, Chesterton se lanzó mar a dentro en un momento crítico para la Europa aún cristiana en su población sencilla, y ya violentamente azotada por los peligrosos vientos del panteísmo idealista y del materialismo naturalista que soplaban fuertemente desde los centros del poder terreno infestando el mundo cultural mediante las periodísticas plumas de los escritores y las obras de los artistas sumisos a sus dictados. Libremente confieso Como todos los otros solemnes muchachitos, traté de anticiparme a mi época. Como ellos, intenté adelantarme por diez minutos a la verdad. Y descubrí que estaba atrasado unos 1800 años.13

Nuestro autor reconoce “haber abrigado todas las idiotas ambiciones de fines del siglo diecinueve”14, le siècle stupide, como dicen los buenos franceses, que creía ingenuamente que persiguiendo la Religión y haciendo avanzar la

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno “ciencia”, en realidad la mera técnica, no solo iba a alcanzar el progreso indefinido, sino la “paz perpetua”15, que todavía siguen esperando. Sin embargo, y aquí está su grandeza, nuestro marinero supo sortear los engañosos cantos de la sirena del progreso y elegir esa segunda navegación capaz de remontar el maremoto cultural anticristiano embravecido por la europeización de la Kulturkampf, la bisabuela de la (alfon)cínica “patota cultural” que asola nuestra patria desde hace cuarto de siglo. La Providencia intervino para que aceptara con nueva luz intelectual y renovada alegría la Revelación anhelada por patriarcas y helenos y comprendiera que al navegar mar adentro estaba en realidad volviendo a la casa de la infancia. El Dios que llama “locura” a la muy adulta soberbia de este mundo y abre el cielo a los que se hacen como niños, supo soplar suavemente en el alma del infante Gilbert Keith para que pueda enderezar el rumbo y en lugar de sucumbir en una nueva heterodoxia, llegar de nuevo a puerto, a aquel mismo puerto de donde había salido y que, paradójicamente, había dejado, para él, de ser el mismo, ya que descubre el verdadero recto pensar cristiano, purificado del fariseísmo protestante. Que el Cielo me perdone que haya tratado de ser original, pero sólo logré inventar por mi propia cuenta una copia inferior de las tradiciones existentes sobre la religión civilizada. El hombre del yate creyó que él era el primero en descubrir Inglaterra, yo pensé que era el primero en descubrir Europa. Traté de fundar una herejía de mi propiedad, y cuando le dí los últimos toques, descubrí que era la ortodoxia.16

El papa Benedicto, en la ya citada alocución, explica magníficamente la muy chestertoniana paradoja de descubrir lo descubierto sirviéndose del ejemplo de la predicación paulina en el principal centro intelectual de su tiempo, el Areópago de Atenas: San Pablo replica: ‘He encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: “Al Dios desconocido”. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo’ (cf. 17, 23). Pablo no anuncia dioses desconocidos. Anuncia a Aquel, que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el IgnotoConocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad. Sin embargo, pese a que todos los hombres en cierto modo sabemos esto—como

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The Chesterton Review en Español Pablo subraya en la Carta a los Romanos (1, 21)— ese saber permanece irreal: Un Dios sólo pensado e inventado no es un Dios. Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. La novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir ahora a todos los pueblos: Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano consiste en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es Logos —presencia de la Razón eterna en nuestra carne. Verbum caro factum est (Jn 1,14): precisamente así en el hecho ahora está el Logos, el Logos presente en medio de nosotros. El hecho es razonable. Ciertamente hay que contar siempre con la humildad de la razón para poder acogerlo; hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios.17

El autor de El hombre eterno supo abrigar esa humildad del hombre necesaria para hacer propia la Ortodoxia, expresión acabada de la humildad de un Dios que revela su propio y rectísimo pensamiento condescendiendo a la capacidad humana, es decir la Verdad Divina hecha inteligible al entendimiento humano por haberse revestido el propio Logos eterno de la humildad de nuestra carne en el punto culminante de la historia. La humildad divina resplandece asimismo en el hecho de que Dios no impone la Verdad Revelada sino que espera la respuesta libre de la voluntad humana, es decir que el hombre elija concretamente la Ortodoxia aún a costa de la gloria humana que en los tiempos decadentes suele ofrecer la heterodoxia: Pregonero gritón de la gloria de Dios y de la Santa Madre Iglesia Romana, Chesterton abandona la gloria terrena a su contemporáneo y gemelo espiritual Bernard Shaw, y a su rival Rudyard Kipling, y prefiere tranquilamente servir con sus enormes facultades a la plebe de Cristo, que no paga, antes que al Imperio o al Arte, que pagan…; o por lo menos, prometen paga…18

El despreciar la paga obsecuente de los poderosos de este mundo, simbolizado en Castellani por el hecho de tener que alcanzar a nado la isla bienaventurada, tiene en Chesterton, “uno de los hijos más sanos y representativos de esa gran nación enferma”, la expresión de un caballeresco enfrentamiento al establishment del ocaso imperial, “con su escolta de piratas y mercaderes, gente solemne, gente práctica, gente responsable, grandes financistas y prestamistas. ‘Facts and figures, facts and figures’. La Ciencia con mayúscula, la Nueva Psicología, La Psicoanálisis, Economics and Politics, la respectabilidad, los dons de Oxford y Cambridge, el pudor victoriano, la revolución industrial, la oligar-

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno quía de las grandes fortunas, el Imperio, toda la tierra para explotar, la Cultura, el Progreso y la Civilización con la predestinada supremacía de la raza nórdica, precisamente por ser nórdica… ”19. El ver con alegría “las cosas como son” no lo librará por cierto de los motes de “papista, atrasado y retrógrado”, pues “todo el mundo moderno está en guerra con la razón, y la torre ya vacila”20. ¿Qué le importa a don Gilberto de la gloria humana? (…) Él es hijo de San Agustín de Cantorbery, del Rey Alfredo el Santo y de Ricardo Corazón de León, sabe que estamos en Cruzada, es de los ingleses cada día más escasos que van a pelear a Tierra Santa, porque sabe que en la Tierra Santa, en la Nueva Jerusalén, está la frontera del corazón de Inglaterra amenazado21

A diferencia de Voltaire, el ácido “apóstata de una nación cristiana”, nuestro enfant terrible, “el convertido de una nación hereje” se batirá con alegría, blandiendo su Catecismo para evitar “el suicidio del pensamiento”22 defendiendo el buen sentido y, de paso, como decía Claudel, “rehacer una imaginación y una sensibilidad católicas, marchitadas hace cuatro siglos gracias al triunfo de la literatura puramente laica”23. Sin embargo, como Dios suele escribir bien derecho por entre líneas cruzadas, su regreso al pensamiento recto contó con la paradójica colaboración de quienes lo combatían con mayor enjundia. Así, fueron esos mismos “librepensadores que desordenaban la mente” (y que “desordenaron la mía de una manera horrenda”, confiesa) quienes a fuerza de forzar razones hasta el punto de hacerle “pensar si la razón servía para algo”, “sembraron en mi mente las primeras frenéticas dudas de la duda” y al final “me volvieron a la teología ortodoxa” 24: Desde los de Huxley hasta los de Bradlaugh, todos los comentarios no cristianos y anticristianos que leía y releía fueron desarrollando en mi inteligencia, gradual pero gráficamente, la lenta y aterradora idea de que el Cristianismo debía ser algo muy extraordinario. Porque (según lo entendí) el Cristianismo no sólo poseía los más inflamados defectos, sino que, aparentemente, tenía un místico talento para combinar entre sí defectos que parecían incombinables. Se le atacaba de todas partes y por razones todas contradictorias. Tan pronto un racionalista demostraba que estaba demasiado al este, como otro demostraba, con idéntica claridad, que estaba demasiado al oeste (…) En el capítulo I me probaban (…) que el Cristianismo era demasiado pesimista; y luego en el capítulo II comenzaban a probarme que era demasiado optimista (…) No bien un racionalista comenzaba a llamar ‘pesadilla’ al Cristianismo, otro comenzaba a llamarle

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The Chesterton Review en Español paraíso de locos. Esto me intrigó; las acusaciones parecían inconsistentes. El cristianismo no podía ser al mismo tiempo la máscara negra de un mundo blanco y también la máscara blanca de un mundo negro (…) Y por un loco instante cruzó en mi mente la idea, de que tal vez no fueran los mejores jueces de la relación de la religión con la alegría, aquellos que, según sus propios comentarios, no poseían ni alegría ni religión.25

De más está recordar (y en esto hacemos un nada piadoso paréntesis) que análogos ejemplos no faltan en la actualidad de nuestras pampas. Así, el año pasado, con motivo de la elevación a los altares de Ceferino Namuncurá, en las adocenadas páginas de un pasquín porteño que sigue repitiendo la ya gastada cantinela del supuesto “genocidio aborigen” por parte de los católicos conquistadores, despotricaba contra la beatificación del virtuoso hijo del Cacique llamando a la Iglesia que lo protegió y educó, “sustento dogmático de la represión”26, olvidando que el muy democrático general represor fue un liberalote comecuras, enemigo de la evangelización, propulsor de la ley 1420 (que privó a los niños del catecismo escolar) y autor de la expulsión del nuncio pontificio. Lo mismo podría decirse de la acusación a la Iglesia de “no hacer nada frente a la represión” para luego terminar condenando contra toda justicia a un sacerdote que se desgastaba asistiendo y auxiliando a los detenidos en dicha “represión”. Para decirlo con palabras de nuestro autor, y sin salirnos del rubro, parece “no tanto que el Cristianismo fuera suficientemente malo como para contener cualquier defecto, sino más bien que cualquier bastón es suficientemente bueno para apalear con él al Cristianismo”27. Similares groserías terminaron asqueando el buen sentido de Chesterton hasta hacerle decir que “actualmente se produce un colapso intelectual tan innegable e inconfundible como el colapso de una casa”28. Pero también le ayudaron a descubrir la clave: Y luego, en una hora de calma, un pensamiento me asaltó como un rayo silencioso (…) Supongamos que oímos a muchos hombres hablando de un hombre desconocido (…) oímos que unos decían que era demasiado alto y otros que era demasiado bajo; unos comentaban su gordura y otros su delgadez; unos le hallaban demasiado moreno y otros demasiado rubio. Una de las explicaciones (…) sería que podría tener tan extraña figura. Pero aquí hay otra explicación. Podría ser el término medio. Los hombres ofensivamente altos le hallarían bajo. Y los muy bajos lo encontrarían alto. Los viejos que ya adquirían corpulencia, le juzgarían insuficientemente lleno; los viejos buenos mozos que ya adelgazaban podrían sentir que propasaban las estrechas líneas de la elegancia. Tal vez los suecos (…) le llamaron

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno moreno, mientras que los negros lo consideraban definidamente rubio. Abreviando, quizá ese algo extraordinario en realidad fuera lo ordinario, por lo menos, lo normal; el justo medio. Tal vez el Cristianismo fuera sensato y fueran locos todos sus críticos, en varios sentidos locos. Probé esta idea preguntándome si en sus acusadores, había o no algo de morboso que explicara la acusación. Me sorprendí al descubrir que la llave andaba bien en la cerradura (…) Recorrí todos los casos y la llave calzaba siempre. 29

Sin embargo, la Ortodoxia no se limita a señalar recto pensar de lo sensato o el mero justo medio de las virtudes humanas (“cardinales”); antes bien se enraíza en lo Alto por ser reflejo revelado del rectísimo pensamiento de Quien, naciendo de lo alto30, “no era un ser diferente a Dios, ni diferente al hombre, como los elfos; ni mitad humano y mitad no, como los centauros, sino ambas cosas por completo, muy hombre y muy Dios”31. Por ello no hay límite para intensificar cualitativamente las virtudes divinas, ni menos aún posibilidad de que se anulen por darse intensamente en el mismo hombre: “el Cristianismo separó las dos ideas y las exageró (…) resolvió la dificultad de combinar furias opuestas, conservando a ambas y conservándolas furiosas”32: Así las dobles acusaciones de los mundanos, a pesar de no arrojar más que oscuridad y confusión sobre sí mismos, arrojaron una positiva luz sobre la fe. Es cierto que la Iglesia histórica había insistido simultáneamente sobre el celibato y sobre la familia; al mismo tiempo (y si es posible expresarlo así) había sido vigorosamente terminante en que se tuvieran hijos y en que no se tuvieran. Mantuvo lado a lado las dos insistencias, como si mantuviera dos colores, rojo y blanco; como el blanco y el rojo del escudo de San Jorge. Siempre ha manifestado un saludable odio por lo rosado. Odia esa combinación de dos colores que es el débil expediente de que se sirven los filósofos. Odia esa evolución del negro al blanco que es equivalente a un gris sucio.

No obstante siempre subsiste la tentación de ensuciar los colores puros con mezclas igualitarias y horizontalizantes que dejen al hombre huérfano de misterio y amputado de su lazo con lo sublime. La Cristiandad logró a su tiempo “conservar la coexistencia de los dos colores con toda la nitidez de cada uno”, y la Iglesia supo “evitar que alguna de estas cosas buenas suprimiera a la otra”33. Y en este delicado equilibrio “la Iglesia no puede desviarse ni el espesor de un pelo” pues “con que una vez sola debilitara una idea, otra idea frente a ella se volvería demasiado fuerte (…) lo bastante fuerte como para convertirse en una religión falsa que perdiera al mundo”34. Como “el menor error introducido en la doctrina causaría inmensos trastornos en la felicidad humana”, y de hecho los 67

The Chesterton Review en Español ha causado, “contra él, bien o mal, la Autoridad Religiosa se irguió como una barrera. Y contra él, algo por cierto debe erguirse como barrera si es que nuestra raza debe salvarse de la ruina”35. Y debe seguir haciéndolo y lo hará hasta el fin de los tiempos para defender la Ortodoxia en el delicado campo de batalla de las almas que recibieron la recta fe “por el oído”, como dice San Pablo, y corren peligro de perderla por los subterfugios de los charlatanes ilustrados que adulteran el Catecismo con teorías capaces de hacer perder al hombre sus cabales36, o sea reducen la Doctrina a un texto “para adultos”, para espíritus soberbios incapaces de reconocer cualquier cosa superior a su insignificancia, olvidando que los hombres “mientras tienen misterio, tienen salud; cuando se destruye el misterio se crea la morbosidad”37. El hombre que entre los hombres no quiere encontrar absurdos, es él un hombre absurdo. El católico es un hombre que cree que no todo se puede entender, que ha admitido una vez la existencia de una Cosa Incomprensible (es decir, mayor que él) con la cual se comprenden todas las otras.38

Chesterton señala punzantemente la seguridad tradicional de la verdad, dándonos el criterio seguro para guardar la Fe: La tradición es sólo la democracia prolongada a través del tiempo. Es creer en un concierto de vulgares voces humanas, más que en un registro aislado y arbitrario de los hechos. El hombre que cita a un historiador alemán en su ataque a la Tradición de la Iglesia Católica, apela estrictamente a la aristocracia. Recurre a la autoridad de un experto para oponerla a la tremenda autoridad de la muchedumbre popular (…) Tradición significa dar votos a la más oscurecida de todas las clases: nuestros antecesores. Es la democracia de los muertos. La tradición rehusa someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de aquellos que casualmente andan por ahí [por eso] siempre he estado más inclinado a creer en el clamor de la clase trabajadora, que a creer a esa selecta y perturbada clase literata a la que pertenezco.39

Y cuando es cuestión de pensar al revés y de torcer a cualquier precio la ortodoxia ni siquiera el Texto Sagrado está a resguardo: Los críticos son mucho más locos que los poetas. Homero es bastante tranquilo y completo; son sus críticos los que lo destrozan en jirones de extravagancia. Shakespeare fue perfectamente él mismo; sólo algunos de sus críticos descubren que Shakespeare fue otro. Y San Juan Evangelista, no obstante haber visto en visión muchos monstruos extraños, no vio criatura alguna tan salvaje como uno de sus comentaristas40

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno Como para que no dudemos en la necesidad de la Autoridad religiosa para proteger al pueblo fiel41, en Argentina, para no ser menos, a falta de alemanes, ha salido ahora un “experto” santiagueño que no limita sus teorías a San Juan sino que pretende destrozar a jirones la Escritura entera, tratando a la vez de “des-misterizar” los misterios y enigmatizar las verdades más evidentes, todo eso bajo el engañoso rótulo de “exegeta católico” y con el escandaloso mecenazgo de nuevo de las páginas más adocenadas de nuestra prensa. Niega la existencia de Adán y Eva, el Edén, el Arca de Noé, el ángel Gabriel, la Torre de Babel, los estigmas y las apariciones marianas diciendo que sus doctrinas “están en consonancia con los dogmas de la Iglesia”42. Al revés del niño Gilbert Keith, el muy adulto Álvarez Valdés sigue todavía en la cómoda corriente de la heterodoxia sin hacer siquiera atisbos de volver a casa. Tal vez sea por la mayoría de las veces impune profusión de filósofos, teólogos y exegetas “para adultos” que “nuestra situación actual—dice el Santo Padre—bajo muchos aspectos, es distinta de la que Pablo encontró en Atenas, pero, pese a la diferencia, sin embargo, en muchas cosas es también bastante análoga. Nuestras ciudades ya no están llenas de altares e imágenes de múltiples divinidades, pero para muchos, Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido”43. Para encontrarlo en nuestro tiempo, la Providencia no sólo nos ha dado la Ortodoxia, sino también la pluma jocosa de Gilbert Keith Chesterton, capaz —como dice San Gregorio—de dar “la punzada imprevista que desgarra el alma adormecida y la despierta haciendo que estemos atentos a Dios”44. Las enseñanzas de Chesterton son revolucionarias para el mundo moderno, no en el sentido prometeico que la palabreja tiene entre los intelectuales, sino en cuanto que su pensamiento es capaz de enderezar la trágica svolta antropologica que desde el otoño de la Cristiandad ha invertido la natural correspondencia del hombre con su Creador. Basta como muestra la chestertoniana conversión de Scott Derrickson, conocido cineasta y director de Hellraiser (Inferno, 2000) y The Exorcism of Emily Rose (2005) que, cautivado por la sencillez y belleza de “las ideas que bailan” en Ortodoxia, puedo liberarse del sin sentido (“the modern mental madness”) del “pensamiento débil” al que lo habían llevado sus lecturas de los deconstructivistas franceses45. Cien años después de su aparición, Ortodoxia sigue mostrando que vale la pena buscar a Dios, que la recta razón puede hallarlo porque el mismo 69

The Chesterton Review en Español Dios, que se dejó encontrar hasta por quienes no lo buscaron, nos ha dado una clave, la única que cierra, y que a la vez es capaz de abrir la inteligencia a la Verdad: la Ortodoxia. 1  “Los juicios del Señor son rectos, alegran los corazones; los preceptos del Señor son luminosos, dan luz a los ojos” (Ps. CXVIII) 2  Cf. La Nación, 24 de septiembre de 2008. 3  Chesterton, G. K. Ortodoxia. México, Porrua, 1986, p. 6. 4  Castellani, L. Crítica Literaria. Buenos Aires, Dictio, 1974, p. 139. 5  Castellani, L. Ibidem, p. 137. 6  1 Pe III, 15: e[toimoi avei. pro.j avpologi,an panti. tw/| aivtou/nti u`ma/j lo,gon peri. th/j evn u`mi/n evlpi,doj. (“parati semper ad satisfactionem omni poscenti vos rationem de ea quae in vobis est spe”, vierte San Jerónimo.) 7  Benedicto XVI. Discurso al mundo de la cultura. En el Colegio de los Bernardinos de Paris, viernes 12 septiembre 2008 (ZENIT.org). 8  Cf. Santo Tomás de Aquino. Summa Theologiae, I, 1, 5: Utrum Sacra Doctrina sit dignior aliis scientiis. 9  “Mostrar que una fe o una filosofía es verdadera desde cualquier punto de vista sería una empresa demasiado grande aún para un libro mucho más grande que éste; es necesario seguir una sola línea de argumentación, y ésta es la línea que me propongo seguir. Quiero presentar mi fe como una que responde en forma particular a esta doble necesidad espiritual, la necesidad de esa mezcla de lo familiar y lo desconocido que la Cristiandad ha denominado correctamente “romance”.Y es que la misma palabra “romance” tiene en sí el misterio y el antiguo significado de Roma”. (Chesterton, G. K. Ortodoxia... p. 4.) 10  Chesterton, G. K. Ortodoxia... p. 5. 11  Benedicto XVI, ibidem. 12  Chesterton, G. K. Ortodoxia... pp. 4-5. 13  Chesterton, G. K. Ortodoxia... p. 4-5. Y agrega: “Yo soy ese hombre que con máxima audacia descubrió lo que ya había sido descubierto antes. Si hay un elemento de farsa en lo que sigue, la farsa es a mis expensas, porque este libro explica cómo me imaginé que era el primero en poner el pie en Brighton, y luego descubrí que era el último”. 14  Chesterton, G. K. Ortodoxia... p. 5. 15  Y en nuestro país, además, algunos amantes del progreso pensaban que la paz vendría de Alemania, para ellos la nación más civilizada por haberse liberado del Cristianismo mediante la Kulturkampf (guerra cultural contra la cultura cristiana). Así les fue. 16  Chesterton, G. K. Ortodoxia... p. 6. 17  Benedicto XVI, ibidem. 18  Castellani, L. Op. Cit., p. 167. 19  Castellani, L. Op. Cit., p. 156. 20  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 19. 21  Castellani, L. Op. Cit., p. 169. 22  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 17. 23  Cit. por Castellani, L. Op. Cit., p. 142. 24  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 54. 25  Chesterton, G. K. Ortodoxia, pp. 55-56. 26  Página/12 web, Santa sumisión, 11 de noviembre de 2007.

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Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 59. Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 7. 29  Chesterton, G. K. Ortodoxia, pp. 59-60. 30  Lc. I, 78. 31  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 60. 32  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 62. 33  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 64. 34  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 66. 35  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 19. 36  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 7. “Nos hallamos en peligro de ver filósofos que duden de la ley de gravedad, por considerarla como un simple producto de sus imaginaciones”.(p. 19) 37  Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 16. 38  Castellani, L. Op. Cit., p. 140. 39  Chesterton, G. K. Ortodoxia, pp. 19-20. 40  Chesterton, G. K. Ortodoxia, pp. 8-9. 41  “los tolerantes modernos (…) hablan sobre la autoridad religiosa, no solamente como si no hubiera razón alguna de su existencia, sino como si nunca hubiera habido una razón para que exista (…) los modernos críticos de la autoridad religiosa son como hombres que atacaran la policía sin nunca haber oído hablar de los asaltantes. Porque existe un grande y posible peligro para la mente humana; un peligro tan real como el de un asalto”. (Chesterton, G. K. Ortodoxia, p. 19.) 42  Página/12. La Inquisición del siglo XXI. 22 de agosto de 2008. 43  Benedicto XVI, ibidem. 44  Leclercq, J. L’amour des lettres et le désir de Dieu. Paris, Éd. du Cerf, 1963, p. 35. 45  Cf. A Chestertonian in Hollywood. An Interview with Scott Derrickson by Sean P. Dailey: “My discovery of Chesterton didn’t come until college, when I fell into an epistemological crisis. I was reading all kinds of French philosophy about deconstructionism, and then I read Chesterton and he single-handedly wiped my mental slate clean. Chesterton is hands down my favorite writer (…)Nobody digs deeper or presents more profound ideas than Chesterton and, unbelievably, nobody writes with more wit or style (…)I first read Orthodoxy in college and it is, quite simply, the most brilliant and impacting book Ive ever read. I’ve read it cover to cover at least a dozen times. I was given the book by a philosophy professor who thought it might help me amidst my philosophical crisis. Like I said, I was reading lots of deconstructionist literature at the time and was very much trapped within the modern mental madness that Chesterton describes in that book”. 27  28 

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Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves Ian Boyd, C.S.B. El siguiente artículo del R. P. Ian Boyd, C.S.B. fue presentado en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre 21-24, 2008 celebrando por centenario del libro de G. K. Chesterton, El hombre que fue Jueves. Para aquellos que consideran a Chesterton como un gran escritor cristiano, El hombre que fue Jueves presenta una dificultad. A pesar de que es su novela más famosa y mejor apreciada, no tiene un contenido religioso evidente. Publicada a principios de 1908, el año en que apareció su gran tratado religioso Orthodoxy, no parece tener nada que ver con la religión. En el texto, especialmente en los últimos capítulos, pueden leerse citas ocasionales de la Sagrada Escritura, pero en líneas generales no se observan indicios de que el libro sea otra cosa que una alegre y ligera fantasía. Superficialmente narra la historia de una conspiración terrorista para apoderarse del mundo. Syme, el personaje principal, es un policía secreto que se infiltra en el movimiento anarquista y se convierte en miembro de su consejo supremo, un grupo de siete personas nombrados por los días de la semana. Así se convierte en “el Hombre que fue Jueves”. El líder es conocido como el Presidente Domingo. En muchos aspectos es meramente una fantasía política no muy diferente de las de Robert Louis Stevenson,The New Arabian Nights o The Dynamiter. Más aún, el poema de la dedicatoria dirigido al amigo de toda la vida de Chesterton, E.C. Bentley, no contiene ninguna referencia a la religión. Lo que deja en claro, es que la novela es autobiográfica: “Este es un cuento de esos viejos temores/Aún de esos vacíos infiernos/ Y nadie sino tu entenderá/Los hechos reales que narra”. Chesterton se dirige a su amigo como a alguien que ha compartido la angustia de esos días lejanos. Se refiere a largas conversaciones durante las cuales le había confiado a Bentley misteriosas dudas “que nos condujeron a través de la noche, durante nuestras intensas conversaciones”, dudas Vista de San Martín de Los Andes y Lago Lacar, Argentina

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The Chesterton Review en Español que eran “terribles de soportar”. Y solamente entonces, diez años más tarde, se sintió seguro emocional y espiritualmente como para referirse a ellas en la forma indirecta de un cuento: hay, explica, una verdad que sólo ahora “… puedo escribirla sin peligro/ Y tu puedes sin peligro leerla”. El poema dedicatorio revela que la crisis de Chesterton tuvo un significado más general, a pesar de que no da ninguna indicación que haga suponer que ese significado es religioso. Lo que sucedió al joven Chesterton fue de la misma naturaleza que la crisis que había afectado a una entera sociedad. Esa “nube enfermiza”, sobre su propia mente, también había nublado la mente intelectual y moral de la Inglaterra de los años cercanos a 1890; el poema se refiere explícitamente al arte de Whistler y al sensacional proceso a Oscar Wilde. Esas etapas de decadencia están implantadas en el contexto de una época en la que “la ciencia anunciaba la nada/Y el arte admiraba la decadencia”. El poema también se refiere oblicuamente a dos autores, a ninguno de los cuales nombra en forma directa, cuya influencia en la cultura general ayudó al joven Chesterton a enfrentar su problema personal: Walt Whitman y Robert Louis Stevenson, ninguno de los cuales era conocido como escritor religioso. A Whitman Chesterton le atribuye su descubrimiento de que la época contenía “cosas más limpias”, y a Stevenson, el que era posible que el sufrimiento personal se transformara en felicidad: “La verdad habló desde Tusitala/ Y sacó placer del sufrimiento”. Uno debe recurrir a la autobiografía de Chesterton para encontrar un relato explícito de la crisis a la que alude indirectamente el poema dedicatorio. En el capítulo “Cómo ser un lunático”, describe la pesadilla a la que se refiere el subtítulo de la novela, como un solipsismo: A muy temprana edad yo me había encerrado en el pensamiento puro. Es una cosa muy terrible de hacer; porque puede conducir a pensar que no existe otra cosa que el pensamiento… Cuando monótonos ateos venían a explicarme que no existe otra cosa que la materia, los escuchaba con una suerte de desapego tranquilo y horrible, sospechando que no existía otra cosa que la mente…El ateo me decía tan pomposamente que no creía que Dios existiera; pero había momentos en que yo ni siquiera creía que existiera el ateo”. (Autobiography, London: Hutchinson & Co., 1937, p.92.)

En el mismo capítulo explica que su crisis mental también era moral: Sentía un impulso invencible de escribir o dibujar ideas e imágenes horribles; hundiéndome cada vez más profundamente en un ciego suicidio

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Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves espiritual…descendí muy abajo para descubrir el demonio…Yo era una de las pocas personas en ese mundo de diabolismo que realmente creía en los demonios. (p.93.)

La Autobiografía nos proporciona de esta manera la llave para descubrir el tema religioso implícito en este cuento aparentemente secular. Es como si Chesterton estuviera reflexionando sobre un punto de inflexión en su vida, que sucedió a mediados de la década de 1890, durante sus años en la Escuela de Arte Slade en Londres. Ya en 1908, Chesterton era uno de los más destacados escritores de la era eduardiana. Este fue para él una época de gozo. Se había casado con Frances Blogg en 1901, y su matrimonio era feliz. Además, y debido en parte al anglo-catolicismo de su esposa, había rechazado el escepticismo de su juventud para convertirse en el principal portavoz de la verdad cristiana y “católica”, aunque todavía no era un católico romano. El eligió hablar de su fe religiosa de una manera inusual. Ahora, en su presente bienestar, podía examinar una época en la que había sido desesperadamente infeliz. Desde el punto de vista favorable del annus mirabilis 1908, y desde la altura de su éxito literario y social, el sufrimiento del período de la Slade School podría haberle resultado insignificante. Sin embargo, quería examinar este sufrimiento aparentemente sin sentido bajo una luz religiosa. Su reflexión dió como resultado una novela extraña y deliciosa. El sufrimiento que había experimentado entonces era una intensa soledad. No resulta sorprendente, por lo tanto, que el texto citado al final de la novela pertenezca a Job, el libro bíblico que dramatiza el aislamiento del solitario sufriente. En el capítulo “El Acusador”, Lucían Gregory, el único anarquista verdadero, y como tal una figura de Lucifer, reprocha a los seudo anarquistas su recién encontrada felicidad. En este momento, uno de los personajes murmura: “Y llegó un día donde los hijos de Dios se presentaron ante el Señor, y Satán vino también con ellos” (p.190) El Presidente Domingo, líder de la conspiración anarquista y a la vez jefe de la policía secreta que la combatía, había estado elogiando a los seis “hermanos de armas”- llamados según los días de la semana, que habían combatido valiente e infructuosamente contra él: “Ustedes no olvidaron su honor, aunque todo el cosmos se convirtió en una máquina de tortura para arrancárselo. Sé cuan cerca estuvieron del infierno. Sé como tu, Jueves, cruzaste espadas con el Rey Satán, y como tu, Miércoles, me llamasteis en la hora sin esperanza” (página 188 en la edición de Darwin Finlayson de la novela, 1963, Beaconsfield,). Los seis héroes ya habían preguntado a Domingo el significado de sus aventuras. Uno de ellos habla por el grupo, y también por Chesterton: “Y luego Gogol dijo, con la absoluta simplicidad de un niño: Quisiera saber porqué me hicieron tanto daño”. (p.189.)

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The Chesterton Review en Español La respuesta a este cuestionamiento fundamentalmente religioso, se encuentra en el diálogo con el que finaliza la novela. Respondiendo a Lucían Gregory, Syme, “Jueves”, cuyos sufrimientos representan el terror solipsístico del joven Chesterton, insiste en que ahora comprende por qué tenía que “estar solo en el terrible Consejo de los Días”: “Lo veo todo, grita. Todo lo que existe… Ninguna agonía es suficientemente grande para comprar el derecho de decir al acusador: Nosotros también hemos sufrido”. Está hablando no solamente en su nombre, sino también en el de los otros agentes secretos que también habían sufrido al servicio de la gente común. La anarquía individualizada como solipsismo, se apoderará de toda cultura que niega el valor y hasta la realidad del mundo material cotidiano. En una palabra, el sufrimiento mismo es la cura del problema del sufrimiento; el dolor mental es una respuesta a la pesadilla solipsística, porque es una experiencia que uno no se puede infligir a sí mismo. Implica la realidad del mundo material, la existencia de las cosas materiales, porque nos fuerza a reconocer un mundo que ciertamente no es un sueño. La parte de la novela que marca el fin de la pesadilla, ofrece una solución explícitamente cristina al problema del sufrimiento. Syme le dirige su pregunta a Domingo. Al hacerlo, habla en representación de todos los que han experimentado un sufrimiento que parece no tener sentido. Su pregunta, por lo tanto, está dirigida en último término a Dios. “¿Alguna vez, gritó con voz terrible, alguna vez tu has sufrido?”, La respuesta, que proviene de la Escritura, una de las pocas citas de la novela, responde la pregunta con otro interrogante. El texto, de San Marcos (X, 38), emplea la metáfora bíblica del sufrimiento: una copa de amargo vino que el que sufre tiene que apurar hasta las heces. Así, al final de la novela Syme escucha “una voz distante que dice un lugar común que alguna vez había escuchado: ‘¿Puedes tu beber en la copa que yo bebo?’”. El sentido es claro. Dios se hizo hombre—et incarnatus est—y todo el que sufre, sufre en comunión con el que sufrió una agonía mucho mayor. Aquí, al fin, aparece la profunda visión religiosa que preocupaba a Chesterton y que subyace en gran parte de sus escritos. Otra referencia bíblica menos directa, arroja una luz ulterior en el sentido religioso de este libro aparentemente profano. El capítulo quince se inicia con una extraña escena. En “un jardín inglés muy grande, una gran cantidad de gente participaba de un baile de disfraz” (p.185) y sus disfraces representan las cosas ordinarias de la creación. Ellos representan la imagen de la Creación que Dios invocó en Su respuesta a las amargas preguntas del sufriente Job. Aquí también a una pregunta le responde otra pregunta: “¿Donde estabas tú cuando Yo puse los cimientos de la tierra? Dímelo si lo sabes” (Job 38:4) En su Introduction to the Book of Job 76

Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves (Cecil Palmer & Hayward: London, 1916), Chesterton insiste que “la negativa de Dios a explicar sus motivos es en sí un candente indicio de Su designio” (p. xxii) Chesterton tiene aquí en mente los capítulos 38 a 42, en los que, como él explica, Dios “desenvuelve delante de Job un amplio panorama de cosas creadas”. (p. xxiii) El otro texto, del Génesis, representa un aspecto más de la respuesta de Chesterton al problema de. Sufrimiento. Como hemos visto, los personajes, ahora en sociedad, luego de haber sufrido solos, son nombrados por los días de la creación. En este capítulo final, cada uno de ellos es vestido con un hábito que representa qué cosa en particular fue creada en ese preciso día. De esta manera, expresan el principio chestertoniano según el cual la maravilla de la creación es una prueba de la fundamental bondad de la vida. Como dice Chesterton en su Autobiography, si la vida es una pesadilla, es una pesadilla que resulta una fuente de placer (p.94). Desde esta perspectiva, la propia existencia hace que cualquier sufrimiento que la acompañe parezca incidental: En el fondo de nuestros cerebros, para decirlo así, había un relámpago olvidado o una erupción de asombro ante nuestra propia existencia. El objeto de la vida artística y espiritual era desenterrar esta sumergida sonrisa de asombro; que un hombre sentado en una silla pudiera comprender repentinamente que estaba vivo y era feliz. (pp.94-95)

Hay un sentido en el que la trama de la novela nos da una respuesta a la dificultad que ella misma plantea. A pesar de que los personajes experimentan los terrores del solipsismo, las aventuras en las que se ven envueltos, les hacen comprender que todo había sido planeado por quien resulta ser un Domingo benigno: hay alegría aún en medio de su angustia. C.S. Lewis comenta este aspecto de la novela en un ensayo en el que llama la atención sobre la manera en que The Man Who Was Thursday se asemeja y a la vez difiere, a las obras de Franz Kafka: ¿Consiste la diferencia simplemente en que una es ‘anticuada’ y la otra contemporánea? ¿O resulta más bien que si bien ambas presentan una poderosa pintura de la soledad y el desamparo con el que cada uno de nosotros encara su (aparentemente)solitaria lucha con el universo, Chesterton, atribuyendo a éste un disfraz más complejo, y admitiendo tanto el terror como el regocijo del combate, lo ha captado mejor, es más equilibrado y, en ese sentido, más clásico, más permanente. (Citado en la biografía de Chesterton escrita por Joseph Pearce, Wisdom and Innocence, Ignatius Press: San Francisco, 1996, pp.107-108).

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The Chesterton Review en Español La novela puede ser leída como una meditación sobre los libros de Job y el Génesis, pero tiene más que eso. El lenguaje explícitamente religioso es muy escaso en un libro que, sin embargo, trata un problema religioso. La razón es que la obra es un ejemplo de lo que lo que puede ser llamado literatura sacramental. El principio sacramental, aquí como en cualquier otra parte, compensa completamente la escasez de un lenguaje explícitamente religioso en una obra religiosa. El principio está expresado con mucha fuerza en el capítulo catorce: “Escúchenme”, exclamó Syme con un énfasis extraordinario”.¿Les puedo contar el secreto del mundo? Es que sólo hemos conocido su espalda. Vemos todo desde atrás, y nos parece brutal. Este no es un árbol, sino la espalda de un árbol. Esa no es una nube, sino la espalda de una nube. No ven que todo está humillándose y escondiéndonos la cara? ¡Si sólo pudiéramos dar la vuelta y ver el frente!” (p. 76)

Syme está explicando porqué el significado religioso de la vida está bien expresado a través de una historia aparentemente profana. Para Chesterton, cada vida humana es una historia profana con un oculto significado religioso, “una historia terrena con un significado celestial”. Dada esta convicción, un cuento es la mejor manera de expresar la verdad de que Dios está presente en el mundo material aún cuando parece estar ausente, cuando todo se está “humillando y escondiendo (Su) cara”. La novela es una metáfora del orden providencial de los acontecimientos. Más aún, de acuerdo a un pensador sacramental como Chesterton, cada vida humana es una misteriosa recreación de la única historia del Evangelio: el sufrimiento del joven Chesterton resulta ser una nueva versión del sufrimiento de Cristo. El propósito último del sufrimiento permanece escondido en la adivinanza de la vida humana. Pero, como Chesterton explica en su Introducción al the Book of Job: “Las adivinanzas de Dios son más satisfactorias que las soluciones de los hombres”. (p. xxii) Es este principio sacramental que nos dá la respuesta final a la pesadilla solipsística de Chesterton. Para un cristiano como él, las cosas materiales son sagradas porque son signos exteriores de una gracia interior. En su biografía de Santo Tomás, Chesterton asevera que la obra del diablo es espiritual, mientras que la de Dios es material. Para el solipsista, el mundo material no existe. Todo es una proyección de la mente aislada. En consecuencia, el redescubrimento de un mundo material es inmensamente importante. Sólo en él encontrará las tres cosas que permiten escapar a la prisión del yo: la realidad concreta de cada día, el sacramento que consagra la sexualidad humana, y una fe religiosa cuya verdad

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Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves central es la Encarnación. En los últimos versos del poema con que inicia la novela, Chesterton reafirma su creencia en la visión sacramental de la vida: “Hemos encontrado finalmente cosas en común/Y matrimonio y una fe/Y yo puedo escribirlo sin peligro/Y tu puedes sin peligro leerlo”.

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El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory y su dimensión cósmica (notas introductorias) Santiago Argüello El siguiente artículo de Santiago Argüello presentado en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre 21-24, 2008 celebrando por centenario del libro de G. K. Chesterton, El hombre que fue Jueves. El mundo entero parecía haberse desplomado. Embriagado de esteticismo y nihilismo disfrazado de ciencia, el universo parecía consumido; pero en algún rincón del barrio londinense de Saffron Park todavía ocurría un fenómeno ordinario: dos caballeros se batían a inmortal duelo lógico—“Aquí se trata de un duelo intelectual y singular: mi cabeza contra la de usted” (cap. 3)—. Al anochecer, a cielo abierto, Syme y Gregory discutían en la calle—como Bernard Shaw y Chesterton. Y aunque este sea un cuadro común y corriente, en un mundo extravagante, lo más ordinario es lo más singular. Se trataba de algo así como un terrible naufragio, tras el cual sus dos únicos sobrevivientes continuaran en una isla el acalorado debate sobre política, religión o arte sostenido en la Convención de a bordo; y, no obstante la incómoda situación repentinamente aparecida, lo llevaran a cabo aun con mayor pasión—percatándose ingeniosamente que la fundación del nuevo mundo que les esperare habría de contar con un sistema político, artístico o religioso mejor que aquel sobre el que ya estaban debatiendo. Este fue el caso. Para ser más exactos, éste es nuestro caso; pues en aquella discusión callejera se cifraba nuestro destino—el que había que diseñar y construir como tras la salvación de una catástrofe marítima. El derrumbamiento y caída acaecidos a principios del s. XX era universal; tan universal como la sensibilidad que tuvo Chesterton para acogerlos. No obstante este temple receptivo suyo no fue sino el contraste (o el motivo) de su peculiar rebeldía. En la dedicatoria del libro que nos ocupa, escrita para Edmund Primavera en el Lago Lacar, Argentina

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The Chesterton Review en Español Bentley, esa melancólica sensación de resignado padecimiento de la propia época, termina por resolverse finalmente en el ejercicio de la fortaleza, es decir, en una pronta disposición moral para no dejarse derrumbar por la melancolía: Una nube se posaba sobre la mente de los hombres, y el clima iba aullando, Sí, una enfermiza nube encima del alma, cuando juntos éramos adolescentes. La ciencia anunciaba la nada y el arte admiraba la decadencia; El mundo estaba viejo y acabado: pero tú y yo éramos joviales; Cercándonos en un orden absurdo, sus liciados vicios acudieron– (…) Si fuimos débiles y ridículos, así y todo no nos frustramos, no.1

En este sentido, el contraste con aquel filósofo que se extinguiera finalmente en el preciso año de 1900, representa quizá uno de los más reveladores contrastes para entender la filosofía que anima a El hombre que fue Jueves. Aun hoy la figura de Nietzsche quisiera representar para algunos el poderío y vitalidad que ni siquiera es posible atribuir a Julio César y el Imperio Romano. Sin embargo, al igual que Chesterton—pero a la inversa—, Nietzsche parece una cosa cuando en realidad es su contraria. A las desmesuradas pesadillas sufridas por Chesterton, ocasionalmente sobrevinieron desmesuradas alegrías. En el caso del pensador germano, al ímpetu de su declaración de la muerte de Dios y la impostación de superman en su lugar, sucedió su enajenamiento mental, es decir, su invalidez y chifladura2. Ahora bien, la decadencia y caída humanas representadas en figuras como estas no es cualquier tipo de derrumbe. Cuando él cayó en las calles de Turín, ello no era un movimiento cualquiera provocado por la ley de la gravedad sobre la materia: era la Caída del Hombre; pues el hombre es y será siempre un animal racional, y lo que se estaba desplomando estrepitosamente con Nietzsche era la razón del hombre. Si con Nietzsche el Hombre se embriagó de Humanidad, para luego quedar postrado y moribundo en la calle, con Chesterton el Hombre descubrió un día (o mejor aun, una noche) que no sólo es posible levantarse sino también despertarse, so pena de continuar sonámbulo un camino que nunca lo devolvería a casa. Así y todo, el contraste de ambas figuras no ha de llevarnos a perder de vista la experiencia común que uno y otro tuvieron acerca de la posibilidad que el mundo moderno tiene de sumirse en abisal agonía. Y cuando digo mundo, me refiero naturalmente a la mente humana y sus posibles vivencias. Leyendo, por ejemplo, la Encíclica de Benedicto XVI Spe Salvi (n.36), se deduce que el aumento de las dolencias psíquicas en las últimas décadas posee una

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El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory profunda dimensión moral, metafísica y teológica, trascendiendo el ámbito de la psicología (tal como este concepto se entiende hoy día). De este modo, El hombre que fue Jueves constituye una confesión psicológica, sí, mas al modo de las Confesiones de Agustín de Hipona o de los estudios psicológicos de Pascal sobre el alma de Montaigne; es decir, conforme a que la indagación sobre la salud del alma se realiza según el vasto contexto indicado: Este es un cuento de aquellos viejos temores, incluso de aquellas estancias infernales vacías. (…) Las dudas que eran tan ingenuas para perseguir, tan atroces para soportar– Oh, quién entenderá sino tú; sí, ¿quién entendera? Las dudas que nos condujeron a través de la noche, mientras nosotros dos conversábamos enérgicamente, Y el día había irrumpido sobre las calles y finalmente estalló sobre el cerebro. (…) Por fin hemos encontrado cosas comunes y corrientes, matrimonio y un credo, Y sin temor puedo yo escribirlo ahora, y tú puedes sin riesgos leer.3

Lo que interesa de esta confesión no es tanto su sinceridad, ni el carácter pasmoso de la misma, y ni siquiera el sentimiento de alivio que queda al final de la misma; todo ello, ciertamente, contribuye al entendimiento de la mente chestertoniana; pero, al mismo tiempo, todo ello resultaría oscuro, o mal interpretado, si en su lectura no se advirtiese la moral, la metafísica, y la teología desde donde la confesión se realiza, es decir, hacia donde ella verdaderamente apunta. Su tono, pues, es el tono del Salmo: Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me confortan (xxxiii, 4).

Y como toda confesión, está dirigida al amigo, alter ego, único que puede comprenderla. Pero si en la esencia de la amistad no hay dos sino tres, la confesión no queda atrapada en el secreto; y se extiende potencialmente a una multitud. La multitud prevista—o entrevista—entre Syme y Gregory y Sunday (que sería el tercero en esa dupla de amigos; o tal vez lo sea Rosamunda…4) es aquella aparente horda de campesinos que hace su gloriosa e imprevista aparición en el cap. 12 del libro, “la tierra en anarquía”. Entre Chesterton y Bentley, o entre Chesterton y Belloc, o entre Chesterton y Shaw, acaso se encontraba la ira salutífera de Dios5, o el anti-imperialismo de Dios6 en forma de distributismo, o el ingenio y la ironía de Dios7; y, como gentío de entre todos ellos,

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The Chesterton Review en Español nos encontramos nosotros. Más allá de la interesante investigación que podría hacerse sobre la historia de la recepción de Chesterton en la cultura argentina e hispanoamericana, parecería que, en nuestra capacidad para comprender la confesión chestertoniana en particular, y su obra en general, existen raíces más hondas que las meramente históricas. En efecto, lo que sentimos en carne viva no son los rasgos particulares de Syme o de Gregory, al menos en lo que ellos tienen de particular; por el contrario, lo que nos encanta o conmueve de ellos es su cercanía y familiaridad, por encima de toda diferencia con nosotros. Y esto no tiene más que un nombre: universalidad. La universalidad de El hombre que fue Jueves (por no decir de Chesterton) reside en aquella característica poética suya para hacer de un personaje o suceso particular un tipo cósmico y hasta metafísico; y, por lo mismo, único y distinto del resto, como si fuera un santo o algo propio de un santo: “de hecho no hay hombres más diferentes entre sí que los santos, ni siquiera los asesinos”8. De hecho, Gabriel Syme es Jueves, análogamente a como Simón es Pedro; o Saulo, Pablo (o Lucian Gregory, la posibilidad frustrada de ser Jueves). Eectivamente, como vio Graham Greene9, Chesterton es un escritor teológico, porque—debemos añadir—su mentalidad es medieval. Aun cuando sus caracteres, y los relatos que ellos interpretan, estén dotados de cierta consistencia autónoma10, todo en ellos tiene una última significación alegórica o simbólica. Y esto es particularmente cierto del libro que nos ocupa, como se revela al final del mismo. No en vano Chesterton se calificaba a sí mismo de medievalista11, y de ningún modo ha echado mano azarosamente de ese recurso, típicamente medieval. Este modo de proceder simbólico es el que Chesterton detecta en Geoffrey Chaucer, en Francisco de Asís, o incluso, aunque de modo más complejo, en Tomás de Aquino. Cuando, escribiendo sobre la grandeza, humorismo y humanismo de Chaucer, se ocupa en interpretar el significado del gallo del Cuento del Capellán de monjas12, él explica que “Chaucer está encantado con la absurdidad de hacer actuar un gallo como un hombre”, porque—sigue diciendo Chesterton—“estas son impresiones estéticas y psicológicas acerca de las cuales nadie puede probar nada: pero estoy bastante seguro que Chaucer se deleitaba, y, podría decir, se regodeaba, en la salvaje desproporción de hacer que su pequeña ave de corral hable como un filósofo e incluso como un scholar. El pollo en cuestión es descascarado a partir de las obras de Aristóteles y Virgilio; la Canción de Rolando, o al menos la leyenda Carolingia; y también fue (es tranquilizador saber) propiamente instruido en las Sagradas Escrituras. (…) toda la diversión de la fábula consiste en su asimetría; y él sólo disfraza parcialmente su bípedo con plumas”. Y concluye Chesterton: “Hay grandeza y libertad en el humorista que sonsaca una inmensa 84

El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory fruición a partir de un pollo metafísico, y expande un mundo de imaginación tan grande fuera de la pequeña oportunidad brindada por la fábula”. En fin, lo que hace Chaucer allí es “tomar la brecha minúscula de una fábula trivial de granja para expandirla en una comedia casi cósmica”. ¿No parece, acaso, que Chesterton estuviese hablando de su propia obra? Por haber estado tan compenetrado con Chaucer, es que supo entonces imitarlo tan bien. Poco después que Chesterton publicara El hombre que fue Jueves, y antes de la publicación de Ortodoxia, Cecil publicó un libro sobre su hermano, que Maisie Ward dijo ser “de lejos el mejor libro que se haya escrito jamás sobre Chesterton”13. Allí Cecil señala que en el penúltimo capítulo de El hombre que fue Jueves los llamados seis filósofos “son sólo reales porque han dejado de ser seres humanos y se han convertido en puntos de vista personificados”.14 El carácter simbólico que Chesterton hereda de Chaucer descansa sobre todo en aquella concepción platónica de la realidad, ciertamente estructural para este modo de poetizar, a saber, aquella según la cual este mundo no es sino un conjunto de sombras en comparación con las luminosas realidades del mundo verdadero15. Sombras y sueños que, después de todo, tienen el poder de reflejar participadamente la vitalidad de lo realmente real, que no es lo físico sino lo metafísico. Chaucer había recibido esta doctrina a través de Agustín de Hipona, el PseudoDionisio, Boecio y otros. Mas aquí también la asimetría da la nota: Chesterton no la recibe directamente de Chaucer o los personajes de la Baja Edad Media antes mencionados. Tal vez contra toda previsión, y para escándalo de la crítica canónica imperante, al finalizar aquella observación sobre el significado profundo de Chantecler (nombre del sabio gallo chauceriano), Chesterton añade que lo mejor de la comedia de Shakespeare reviste asimismo esa “cualidad por la cual un artista verdaderamente grande permite algunas veces que su arte llegue a ser semi-transparente” y difunda esa “luz para alumbrar a través de la pantomima de sombras, la cual lo hace confesar a sí mismo una cosa enigmática”. En efecto, el Bardo de Avon “pronuncia aquellas profundas y nada desdichadas sentencias, de que lo mejor en este género [es decir, en el de la comedia] no son sino las sombras, y que nosotros estamos hechos de tal sustancia como los sueños, y nuestra pequeña vida se halla envuelta en un sueño”. En este sentido, el escándalo de los eruditos consistiría en la inversión de la supuesta consideración de Shakespeare como padre y de Chaucer como niño16. “Es un lugar común—escribe Chesterton en otro lugar—decir que Shakespeare fue un resultado del Renacimiento, pero el Renacimiento mismo fue el resultado de la Edad Media; tampoco fue, de ninguna manera, meramente una revuelta contra la Edad Media. Hay miles de cosas en las que Shakespeare sería mucho mejor comprendido por Dante que por Goethe”.17 85

The Chesterton Review en Español Con tal fuerza, pues, el rayo del platonismo medieval lanzado por Chaucer ha atravesado a Shakespeare y ha llegado a iluminar aquel atardecer bermejo y teatral en el que Chesterton coloca las sombras de sus personajes. Figuras que, al instante de ser allí colocadas, ya sienten el deseo, y hasta las ínfulas, de cuestionar el universo y a quien lo gobierna o no lo gobierna. Imitan, ciertamente, a su autor, como Chantecler reflejaba a Chaucer. O más bien, imitan a Chesterton y la expansión de este en su relación de amistad «pendenciera» con Bernard Shaw. Nadie que yo sepa se ha tomado la libertad de invertir la chanza de Shaw y, en vez de imaginar al famoso cuadrúpedo twiformed ‘ChesterBelloc’, haya diseñado un monstruo, en algún sentido más fantástico, llamado Chester-Shaw. Pero no hace falta crearlo: ya lo creó Chesterton18, en la apertura misma de su novela, al mejor modo platónico y chauceriano de los claroscuros de los sueños. En algún pasaje de Presencias reales, George Steiner señala, a modo de consejo hermenéutico, que el mejor intérprete de una obra de arte es su mismo autor. Si hacemos el experimento con El hombre que fue Jueves, descubriremos que el consejo es bastante apropiado. En efecto, nadie mejor que Chesterton fue consciente del uso que estaba haciendo allí de la técnica pictórica medieval sobre la que venimos discurriendo. La aplicación de la misma era omnicomprensiva, tanto que él explica de qué modo abarca toda la obra, hasta tocar incluso a ese temible personaje llamado Sunday: “A menudo se me ha preguntado qué quiero significar en aquella historia con la monstruosa pantomima del ogro llamado Domingo; y algunos han sugerido, y en un sentido no inexacto, que se destinaba a dar una versión blasfema del Creador. Pero el caso es que el relato entero es una pesadilla de cosas, no tal como son sino como le parecían al joven un tanto pesimista de los 90’; y el ogro que parece brutal pero es también crípticamente benevolente, no es tanto Dios, en el sentido de la religión o la irreligión, sino más bien la Naturaleza como se presenta al panteísta, cuyo panteísmo se encuentra forcejeando con el pesimismo. Hasta donde el relato tuviese algún sentido con ello, se dirigía a comenzar con un cuadro del mundo en su peor estado y avanzar hacia la sugerencia de que el cuadro no era tan negro como se lo había pintado”.19 Por lo demás, el medievalismo de El hombre que fue Jueves no deja de ser al mismo tiempo moderno y genuinamente inglés; cualidades, ciertamente, que siguen sin restar universalidad a su genuino medievalismo. Más aun, podría decirse que lo potencian. En efecto, así como Chesterton nos da entender que la literatura de Chaucer es tanto más cósmica en la medida en que ella es más 86

El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory profundamente cómica, el mismo rasgo se halla presente aquí, en la historia de Jueves (al igual que ocurría también con el rasgo pictórico-metafísico antes mencionado). En este sentido, Chesterton no es menos inglés que Chaucer20, pues, en el fondo, su Pesadilla cósmica no es sino una fantasía cómica21. Pero si no es esencialmente menos inglés, evidentemente no es temporalmente medieval. Me refiero con ello a que la exquisita combinación realizada por él entre lo caballeresco, lo detestivesco, el prerrafaelismo, el juego de luces y sombras y su trasfondo humorístico, la filosofía de los estetas y la lógica tomista, no podría haber sido en modo alguno llevada a cabo en la Edad Media, aun cuando—claro está—tampoco sin ella. La combinación de todos estos «mundos», superficialmente estética y en el fondo metafísica, fue magistralmente sintetizada por Ronald Knox, cuando señalaba que la misma daba por resultado “un extraordinario libro, escrito como si el editor le hubiese mandado escribir algo así como el Pilgrim’s Progress con el estilo de los Pickwick Papers”22. Nos llevaría muy lejos analizar aquí las implicaciones que cada uno de esos «mundos» posee para la mente de Chesterton. Por el momento, me gustaría apuntar que si ya en El hombre que fue jueves comienza a verse su liberación del esteticismo decadente moderno, ello fue posible también por el recurso a la mentalidad medieval. Nadie podría sorprenderse de que, al despuntar la historia, Syme tenga en su boca (y más aun en su mente) la quinta vía de las demostraciones de la existencia de Dios de la Suma teológica, o algunos pasajes de la Expositio super Iob ad litteram. En esto quizá también hemos de librarnos de un prejuicio: la aparente frialdad aristótelica de la lógica tomista no está realmente en contradicción con las razones del corazón que echan sus raíces en el platonismo medieval arriba señalado. Los artículos de Chesterton sobre Sherlock Holmes son elocuentes al respecto23. Pero, para nuestro propósito, quizá lo sea más que toda la fuerza argumentativa del poeta del orden parece provenir de un punto aparentemente insignificante y pueril; un punto, sin embargo, sobre el que el plano de la historia parece por un instante reposar incluso por encima de la omnipotencia de Domingo: la visión de “la hermana de Gregory, la muchacha de la cabellera roja y dorada, que se entretenía en cortar lilas mientras llegaba la hora del almuerzo, con esa inconsciente gravedad que suelen tener las muchachas”. (Finis operis). Como si el encuentro de Syme con la joven de dulce nombre Rosamond24 revelara finalmente el verdadero rostro del despertar (y de Sunday), y el instante sea sin fin.

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The Chesterton Review en Español 1  Dedicatoria de The Man Who Was Thursday a Edmund Clerihew Bentley, en [Gilbert Keith Chesterton,] The Collected Works of G. K. Chesterton, vol. VI, Compiled and introduced by Denis J. Conlon, Ignatius Press, San Francisco, 1991, 472. 2  Cfr. G. K. Chesterton, “The Decadence of Spain”, en [Id.,] The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XXXII: “The Illustrated London News, 1920-1922”, ed. by Lawrence J. Clipper, Ignatius Press, San Francisco, 1989, 163. 3  Id., Dedicatoria cit., 473-474. 4  Cfr. id., The Man Who Was Thursday, ed. cit., 478. 5  Cfr. Baruc, iv, 6. 6  Cfr. Iohannes Paulus II, Redemptor Hominis, n.3; Solicitudo Rei Socialis, n.36, 37, 39; Centesimus Annus, n.14. 7  Cfr. G. K. Chesterton, Orthodoxy, in fine. 8  G. K. Chesterton, St. Thomas Aquinas, cap. 4 (“A Meditation on the Manichees”), in principio. 9  G. Greene, “G. K. Chesterton”, en D.J. Conlon (ed.), G. K. Chesterton. A Half Century of Views, Oxford University Press, Oxford – New York, 1987, 59-60. 10  “I want to ask you to accept the play, if you can, first of all as a story. If it is not amusing and exciting as a story, then it is nothing at all”. [G. K. Chesterton,] interview with Chesterton appeared in The Illustrated Sunday Herald (January 24, 1926), reprinted by Martin Gardner, The Annotated Thursday. G. K. Chesterton’s Masterpiece, The Man Who Was Thursday Annotated by Martin Gardner, Ignatius Press, San Francisco, 1999, 276. 11  “I am (as my enemies have discovered with diabolical, but slightly monotonous, glee) a mediaevalist; and it is my instinct to seek the highest spirit in what was once the highest spire. For the old Gothic St. Paul’s, that stood on Ludgate Hill before the Great Fire, was said to be the loftiest building in Christendom. It must have looked very magnificent, rising to such a height upon such a hill. Old St. Paul’s might even have spared by the American invader as being quite a respectable sky-scraper”. G. K. Chesterton, “On Architecture”, in id., Generally Speaking (1929), Renewed 1957 by Oliver Chesterton and Reprinted 1968 by arrangement with Dorothy Edith Collins, Books for Libraries Press, New York, 251; “(…) mediaevalists like myself (…)”. G. K. Chesterton, “The Grandeur of the Baroque”, en [id.,] The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XXXIV: “The Illustrated London News, 1926-1928”, ed. by L.J. Clipper, Ignatius Press, San Francisco, 1991, 270. 12  G. K. Chesterton, Chaucer, en [id.,] The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XVIII: Carlyle · Tolstoy · Stevenson · Chaucer, With Introd. And Notes by Russell Kirk, Ignatius Press, San Francisco, 1991, 163-164. 13  Maisie Ward, Gilbert Keith Chesterton, ch. xiii (“Clearing the Ground for Orthodoxy”), in principio. 14  Cecil Chesterton, G. K. Chesterton: A Criticism (published anonymously in 1908), ch. vii (“A Teller of Tales”). 15  “‘Listen to me,’ cried Syme with extraordinary emphasis. ‘Shall I tell you the secret of the whole world? It is that we have only known the back of the world. We see everything from behind, and it looks brutal. That is not a tree, but the back of a tree. That is not a cloud, but the back of a cloud. Cannot you see that everything is stooping and hiding a face? If we could only get round in front—’” (G. K. Chesterton, The Man Who Was Thursday, ed. cit., 622.) Cfr. Ignacio Siles González, “A la fe por la duda. Una lectura metafísica de la paradoja en El hombre que fue Jueves de G. K. Chesterton”, Revista de Filosofía de la Universidad Costa Rica, XLIII (108), Enero-Abril 2005, 115. Disponible on-line: http://www.latindex.ucr.ac.cr/filosofia-108/filosofia-108-07.pdf 16  Cfr. G. K. Chesterton, Chaucer, ed. cit., 165.

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El duelo intelectual callejero entre Syme y Gregory 17  Id., “Shakespeare’s Plots”, en [id.,] The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XXXI: “The Illustrated London News, 1917-1919”, ed. by L.J. Clipper, Ignatius Press, San Francisco, 1989, 550. Hay una ed. castellana del art.: G. K. Chesterton, “Los argumentos de Shakespeare”, en id., De todo un poco. Selección de artículos publicados en The Illustrated London News, trad. y notas de Carlos R. Domínguez, Pórtico, Buenos Aires, 2005, 101-104. 18  “Throughout The Napoleon of Notting Hill, still more throughout The Man who was Thursday, every one is talking in the Chesterton style, even when he is repudiating the Chesterton doctrines”. C. Chesterton, loc. cit. 19  G. K. Chesterton, Autobiography, ch. IV (“How to be a Lunatic”), in fine. 20  “The very case of the cock in the Nun’s Priest’s Tale is concerned with richer and deeper things than a mere fable about animals. (…) The interpretation is full of that curious rich native humour, which is at once riotous and secretive. It is extraordinarily English, especially in this, that is does not aim at being neat, as wit and logic are neat. It rather delights in being clumsy; as if clumsiness were part of the fun. Chaucer is not accepting a convention; he is enjoying a contradiction”. G. K. Chesterton, Chaucer, ed. cit., 162. 21  “(…) Chesterton’s comic fantasy, which he calls (…) «A Nightmare»”. Martin Gardner, “Introduction” a The Annotated Thursday…, ed. cit., 9. 22  Panegírico sobre Chesterton, predicado en Westminster Cathedral el 27-06-1936, en [Ronald A. Knox,] Occasional Sermons of Ronald A. Knox, ed. with an Introduction by Philip Caraman, Burns & Oates, London, [c1960], 404. 23  Vid., por ej., G. K. Chesterton, “The World of Sherlock Holmes”, en [id.], The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XXXIV: “The Illustrated London News, 1926-1928”, ed. by L.J. Clipper, Ignatius Press, San Francisco, 1991, 237-240; G. K. Chesterton, “«Be Logical»—As the Moderns See It”, en [id.], The Collected Works of G. K. Chesterton, Vol. XXXV: “The Illustrated London News, 1929-1931”, ed. by L.J. Clipper, Ignatius Press, San Francisco, 1991, 546-547; G. K. Chesterton, “A Defence of Detective Stories”, en id., The Defendant. 24  Por ello, no lleva razón Alfonso Reyes cuando en su “Prólogo” de 1919 para El hombre que fue Jueves, afirma que “en sus novelas, las figuras de mujer son poco importantes” (vid. la ed. de Losada, Buenos Aires, 2006, 10). Y no sólo nos referimos al caso presente: baste recordar, por lo menos, los personajes femeninos de The Return of Don Quixote y de The Long Bow Tales; y, extendiéndonos a los ensayos, la niña de los cabellos también rojizos del final de What’s Wrong With the World. Quizá el motivo de la aserción del gran escritor mexicano (cuyo prólogo, por lo demás, es brillante), se deba a que Rosamond equivale a Rosa mundi y Rosa munda, títulos que quizá antaño hayan sido dados prevalentemente a Cristo, más que a la Virgen María.

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Reseñas de libros

El hombre que fue Jueves Gilbert Keith Chesterton First published in 1908 A cien años de su publicación, en el año 2008, El hombre que fue Jueves, como la gran mayoría de la producción chestertoniana, no sólo conserva su vigencia como una de las obras claves de la literatura del siglo XX, sino que asombra por su renovada y profética actualidad. Chesterton fue un creador de poderosas imágenes que se graban indeleblemente en la memoria. Nadie que haya leído esta apasionante trama de policías y demonios, puede olvidarse de sus personajes—Syme, el poeta policía, Gregory, el verdadero anarquista, el inefable gigantesco Domingo—y de las enloquecidas peripecias de la aventura, que culminan en la delirante persecución de un elefante por tres cabs a lo largo de Londres. La idea que tomó forma en el relato que su autor calificó de “pesadilla”,

puede ser rastreada hoy día, gracias a la excelente tarea bibliográfica de Ignatius Press, hasta los tempranos años de la Slade School, en cuya revista The Quarto figuran las dos primeras historias cortas que Gilbert publicara: Picture of Tuesday y A Crazy Tale, en las que aparece por primera vez (1896) el tema de la novela1. En los cuadernos de borradores, en gran parte milagrosamente salvados2, pueden verse una y otra vez esbozos de sus obras posteriores, como acordes o melodías que vemos desarrollarse hasta encontrar una forma musical definitiva. Quizás el germen de la historia se pueda rastrear hasta un fragmento de carta no datada (presumiblemente escrita durante la vacación larga de 1894) dirigida a su entrañable amigo E.C. Bentley, y transcripta por Maisie Ward en su magistral Biografía, que he comentado en otra parte3. El descubrimiento alborozado de que, luego de haberse sumergido en el abismo, había encontrado que

Nuestra Señora del Carmen, Basilica de Maipú, Chile

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The Chesterton Review en Español las cosas necesariamente expresan su profunda bondad y justicia, es apenas anterior a la idea de que solo vemos la espalda del mundo. La parábola del poeta, el Consejo Anarquista, y el misterioso y elusivo Domingo ha gozado, en los cien años de su vida editorial, una amplísima gama de entusiastas lectores de las más variadas creencias. Gramsci, el padre del eurocomunismo, solicitaba desde la cárcel a su hermano los libros de GKC4. Y el arquitecto constructivista soviético, Alexandr Vesnin, preparó en 1923 los decorados para una versión teatral de la novela, que se representó en Moscú, para gran regocijo de Chesterton, durante la rígida dictadura de Lenin5. Es interesante notar que en su Autobiografía, Gilbert se refiere a esta novela antes que a la que le precedió en el tiempo, El Napoleón de Notting Hill. De hecho, su referencia autobiográfica a El hombre que fue Jueves, está ubicada, significativamente, al final del capítulo IV “Cómo volverse loco”, clave esencial para entender la crisis juvenil que precedió a la conversión interior de Chesterton, a la que muchos serios autores consideran una experiencia mística que consolidó su visión sacramental de la vida. Pocas obras maestras pueden ser seguidas prácticamente desde su génesis, sobre todo cuando su autor es 92

tan prolífico como Chesterton. La profundidad de las raíces de esta apasionante historia, se hunde en el suelo fértil del imaginario chestertoniano. Ha sido señalado por varios autores, la evidente relación entre esta fantástica narración y el texto del Antiguo Testamento preferido por GKC: el Libro de Job. La respuesta del Señor al atribulado justo, que, muy hebraicamente contesta una pregunta con otro interrogante mayor: la ironía de Dios (“puedes tu pescar a Leviatán con un anzuelo?”) y, sobre todas las cosas, su cita favorita: “estabas tú presente cuando eran puestos los fundamentos de la Tierra, y los hijos de Dios gritaban de alegría?”, que introduce en varios de sus escritos, desarrollándola especialmente en su Introducción al Libro de Job 6y San Francisco de Asìs, todas ellas se ven reflejadas, no solo en la fiesta final y en la cacería al Domingo, sino en el espíritu que informa esta “pesadilla gozosa”, como la calificó acertadamente un autor español. Sería poco justo con los lectores noveles abundar en detalles de esta obra llena de significados y símbolos dentro de otros símbolos. Sólo conviene prevenir la necesidad y el placer de toda una serie de relecturas, inclusive después de haber leído los muchos estudios críticos que se han hecho de la obra. Si la obra compañera de centenario, Ortodoxia, puede ser considerada

Reseñas de libros la más importante de su producción teórica, El hombre que fue Jueves tiene sobrados laureles para que se la considere la mejor de sus obras de ficción, como piensan muchos de sus admiradores. Toda la riqueza de la prosa chestertoniana está presente en este pequeño libro; su magistral descripción de crepúsculos y auroras, su asombrosa capacidad para crear personajes vivientes en unos pocos trazos magistrales, su formidable dialéctica argumentativa. Y, sobre todo, su grande y agradecido corazón cristiano. Horacio Velasco Suárez Sociedad Chestertoniana Argentina Buenos Aires, Argentina

1  G. K. Chesterton Collected Works, Vol. XIV, (Ignatius Press: San Francisco, 1993). 2  Los cuadernos de borradores de Chesterton, que totalizan cerca de 200, se conservaban en Top Meadow, su casa de Beaconsfield hasta que fueron donados por Miss Dorothy Collins al colegio Saint Paul ,en los años 1950, o vendidos después de su muerte a la British Library (Conlon, Introducción al Vol. XIV de las Collected Works publicadas por Ignatius Press. 3  EL Perfil de la cordura: Chesterton, la filosofía y el arte, The Chesterton Review en español, Vol.1 Nª1, 2007, p.195. La cita es de Maisie Ward, G. K. Chesterton, (Sheed & Ward: New York, 1943), p. 49: “Inwardly speaking, I have had a funny

time. A meaningless fit of depression, taking the form of certain absurd psychological worries came upon me, and instead of dismissing it and talking to people, I found that things when examined ,necessarily _spelt_ such a mystically satisfactory state of things ,that without getting back to earth, I saw lots that made me certain it is all right. The vision is fading into common day now, and I am glad. The frame of mind was the reverse of gloomy, but it would not do for long. It is embarrassing, talking with God face to face, as a man speaketh to his friend”. A.Gramsci: Lettere dall´carcere, 2 vol, Ed. Antoni Santucci, 1996 5  Puesta en escena de Alexandr Tairov, adaptación escénica de Sigizmund Krhizhanovsky, en 1924, para el teatro Kamerny en Moscú (biografía de Tairov en internet, wilkipedia, wiky/Alexander_Tairov). 6  Introducción al Libro de Job, 1907. Recopilado en GKC as MC. Hay traducción española de Emecé, Buenos Aires, 1950 y 2005. 4 



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Filosofía fantástica José Gil Llorca Deauno.com, Buenos Aires 2009 El autor, sacerdote, profesor y ensayista, reflexiona a lo largo de los siete capítulos de esta obra sobre el misterio de la realidad con un estilo, método y enfoque marcadamente chestertonianos. De este modo, pone en relación

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The Chesterton Review en Español la literatura y la filosofía, la filosofía y la vida y, en la estela de una tradición que puede remontarse a Platón mismo, reivindica el valor de la creación literaria—los relatos y los mitos—para una comprensión más amplia, más profunda y, por lo mismo, más auténticamente racional de la existencia humana. En la introducción se capta el interés y la atención del lector y se precisa la misma noción de filosofía, para purificarla de una comprensión general que suele identificarla con una reflexión académica alejada de lo real. El autor recuerda que la filosofía es, en esencia, amor a la sabiduría y por eso tiene que estar en relación con la existencia, también con esos aspectos de la existencia que nos son misteriosos. Y precisamente para poder vislumbrar en ellos alguna luz, el autor sostiene que es necesario que la filosofía entre a fondo en relación con la fantasía hasta adquirir legítimamente por ello el carácter que justifica el título del libro. La tesis central de la obra se formula y explica en el primer capítulo —“Las relaciones entre la Filosofía y los cuentos populares”—. Si a primera vista tal conexión parece inadecuada, esto se debe a una idea quizás no muy precisa de ambas realidades. Pero si la Filosofía se entiende como lo que se supone que es en esencia, no una reflexión abstrusa y alejada de lo real, sino el intento de comprender la existencia, y los cuentos popula94

res son no un mero entretenimiento infantil o folclórico, sino relatos que destilan la sabiduría de siglos, entonces la conexión parece obvia: hay en los cuentos mucha filosofía y la filosofía puede valerse mucho de los cuentos para alcanzar sus fines. Tal conexión se resume en el concepto de Filosofía fantástica, que queda definida como “la filosofía implícita en los cuentos fantásticos, en los cuentos populares […] que nos descubren la fantasía de la realidad, es decir, nos despiertan del sueño de la rutina, de la monotonía que nos sumerge en la incapacidad para descubrir la novedad y la esencia de lo real” (p. 33). Cómo pueda esto realizarse lo muestra el autor de modo práctico en los tres capítulos siguientes en los que estudia la conexión íntima que hay entre filosofía y narrativa. Así, en el capítulo II—“Blancanieves y los siete enanitos”—nos hace ver el fondo metafísico que subyace en los relatos, y en el capítulo siguiente—“El pájaro de oro”—subraya la importancia de valores como la donación, la renuncia, la apertura y la confianza, mientras que en el cuarto capítulo—“El gigante egoísta”—pone de relieve el modo en que los cuentos afrontan la tensión entre el bien y el mal. Si los capítulos II a IV constituyen un análisis de obras literarias a la luz de la filosofía, en los tres capítulos siguientes el autor expone, por así de-

Reseñas de libros cirlo, las claves teóricas y metodológicas de ese análisis. Así, por ejemplo, el capítulo V se enuncian y explican “los principios de la Filosofía fantástica”: sobre las huellas de Chesterton el autor sostiene, primero, que en la vida, como en los cuentos de hadas, “toda realización depende de una condición” que aparentemente es absurda pero entra de lleno en la lógica de la gratuidad, la confianza y el amor (96). El segundo principio—“principio realista del optimismo alegre” (99)—nos hace valorar la existencia como algo esencialmente bueno y bello y, en consecuencia, nos lleva a amar intensamente la vida. El tercero—“principio de realidad y resultado” (103)—nos permite valorar la realidad tal cual es. En el capítulo VI—“¿Para qué sirve la Filosofía?”—se hace una defensa no sólo de la reflexión filosófica sino sobre todo de una Filosofía que, abierta verdaderamente a la realidad, recupere el sentido de la admiración y maravilla ante la existencia y ayude al hombre a afrontar ésta con sentido y esperanza. Finalmente, en el capítulo VII—Sobre la necesidad de una fundamentación de la antropología trascendental—, el autor apoya su reflexión sobre diversos autores de la tradición realista y personalista, contrasta esa tradición con algunas ideas de la filosofía moderna, pone de relieve los dilemas de la modernidad y concluye apelando a la necesidad de poner el amor como base de una auténtica filosofía del hombre.

Se cierra la obra con una breve selección bibliográfica que pretende iniciar al lector en la Filosofía. Aunque tal vez la lista de sólo ocho títulos es más bien corta, ciertamente las obras reseñadas en ella constituyen un buen comienzo para el camino. Como se ha dicho, la obra está compuesta con un estilo y un enfoque chestertoniano, lo que quiere decir que el autor mantiene un tono cercano al lector, casi coloquial, y jalona sus reflexiones con destellos de humor, paradoja, ironía. Todo esto tiene la enorme ventaja de hacer la lectura ágil y agradable, y ayuda no poco a descubrir nuevas facetas en la realidad o a redescubrir otras que quedan ocultas sólo por una mirada acostumbrada a lo cotidiano, de modo que nos saca así de la rutina y nos pone en actitud de admiración. En este sentido es sin duda una excelente obra de iniciación y divulgación filosófica, en el entendimiento de que la verdadera filosofía no es una disputa sobre palabras sino una reflexión y contemplación de la existencia para descubrir en ella su significado y su valor. Prof. Salvador Antuñano Alea Profesor Titular de Humanidades Universidad Francisco de Vitoria Madrid, España

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Artículos y Comentarios Rita Zungri de Velasco Suárez, Q.E.P.D. —  Rita Zungri de Velasco Suárez, secretaria de la Sociedad Chestertoniana Argentina falleció el día 15 de Noviembre del 2009. Este obituario fue publicado en Buenos Aires el 17 de Noviembre, 2009 en AICA Con la muerte de Rita Zungri de Velasco Suárez, escritora y periodista, desaparece una personalidad multifacética, apasionada de sus múltiples actividades y una mujer comprometida con la sociedad de su tiempo. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires en 1958, fue durante muchos años encargada de la sección de crítica literaria en los diarios Clarín y La Prensa, a la vez que fue colaboradora de La Nación y de otros medios. Publicó numerosos trabajos, entre ellos “La Contemplación de la Belleza”, que resume, especialmente, sus estudios sobre Borges, García Márquez, A. de Saint-Exupéry y sobre Juan Pablo II, en su faz literaria. Era presidenta de la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas (ASESCA) e integraba la comisión directiva de la Sociedad Chestertoniana Argentina, así como de la Fundación para la Salud Mental (FASAM). Profundamente cristiana, con el médico psiquiatra Carlos Velasco Suárez formó un hogar ejemplar, bendecido por 8 hijos, uno de los cuales, Pedro, es sacerdote, y numerosos nietos. Sus restos fueron inhumados el pasado domingo 15 de noviembre a las 14, en el cementerio Jardín del Sol, en Pilar. Previamente, en la capilla del cementerio, el presbítero Patricio Olmos, vicario del Opus Dei en la Argentina, presidió una misa de cuerpo presente, concelebrada por una decena de sacerdotes. La homilía fue pronunciada por el presbítero Danilo Eterovic.

Vista del centro de ski de Chapella Hill, Argentina

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The Chesterton Review en Español

María José Díaz Parada, Q.E.P.D. María José Díaz Parada, fundadora de la Sociedad Chestertoniana Chilena, profesora de Religión Católica, alumna destacada en la Pontificia Universidad Católica de Chile en donde estudio Diseño, Pedagogía en Artes Visules y  también la carrera de Orientación. En abril del año 2009 recibió la distinción de alumna destacada, como alumna de tercer año de la Pedagogía en Religión y Moral Católica en la Universidad Finis Terrae.

Vista de Santiago, Chile

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Artículos y Comentarios

La cordura de la razón Los cien años de Ortodoxia —  El siguiente articulo de Tomás Baviera Puig sobre el centenario de la publicación de Ortodoxia fue publicado en Alfa y Omega (Septiembre 25, 2009, No. 608). Aunque en el momento de escribirlo todavía faltaban catorce años para la recepción de Chesterton en la Iglesia, su cabeza era ya católica. “Este libro es la respuesta de un desafío que se me ha hecho”. Ortodoxia comienza con estas palabras enigmáticas del joven Chesterton, un periodista de treinta y tres años cuyos escritos no habían pasado desapercibidos. Chesterton no dudaba en manifestar sus ideas, aunque fueran lo que hoy calificaríamos como políticamente incorrectas. En 1905 publicó Herejes: así se atrevió a llamar a los intelectuales de su época, a quienes acusaba de caer en un escepticismo que conducía inevitablemente al pesimismo. Chesterton recuerda en Herejes que el planteamiento moderno del progreso intelectual se encuentra condicionado por la idea de “romper límites, eliminar fronteras, deshacerse de dogmas”. Pero es aquí cuando Chesterton rescata el tesoro intelectual del siglo trece: “La mente humana es una máquina para llegar a conclusiones; si no puede llegar a conclusiones está herrumbrada”. La actividad mental debe desembocar, más bien, en conclusiones ciertas, que germinarán en convicciones personales. Con estos antecedentes, no era difícil que Chesterton fuera desafiado. El reto fue escribir su itinerario intelectual. Esto es lo que nos cuenta Ortodoxia: el viaje que hizo en soledad, a través de un mar revuelto, con la única brújula del sentido común, y que le llevó al puerto seguro de la fe cristiana. Un texto coherente y lógico, salpicado de sugerentes metáforas. Lo primero que aseguró Chesterton en su travesía fue la salud de la mente. Y es que apenas nadie se había dado cuenta de que la razón podía enfermar. ¿Cuáles eran los síntomas de esta enfermedad? Chesterton se percató de que, a diferencia de lo que se afirmaba, el loco tenía habitualmente un razonamiento perfecto. Quizá el lunático se creía Napoleón, pero difícilmente entraba en razón, puesto que los argumentos que se le daban eran rebatidos desde su punto de vista enloquecido. De ahí que, para Chesterton, un loco no sea aquel que ha perdido la razón, sino el “que lo ha perdido todo menos la razón”. El interés de Chesterton en esta

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The Chesterton Review en Español patología es capital: “Me parece descubrir [en el maníaco] muchos rasgos que también descubro en los escritores contemporáneos”. El diagnóstico que establece es descrito como “una racionalidad expansiva y agotadora con un sentido común contraído y mísero”. La vacuna que Chesterton descubrió para asegurar la salud de la razón fue la apertura al Misterio. Al partir de lo que no se podía entender, se era capaz de razonar de modo ajustado a la realidad. El problema del mal Probablemente el ejemplo más claro sea el problema del mal. Los planteamientos modernos comparten un diagnóstico que lleva a ver la causa del mal como un agente externo a la persona: una experiencia, una diferencia de clase social, o una educación deficiente. Sin embargo, Chesterton constata un dato de hecho: el pecado. El hombre tiene una herida interior que le debilita para elegir el bien. Esto es precisamente la doctrina del pecado original, “el único punto de la teología cristiana realmente susceptible de prueba”. La Iglesia “ha sostenido desde el primer instante que el mal no estaba en el ambiente, sino en el hombre mismo”. Éste, que había sido creado para disfrutar del don de Dios, lo rechaza. De esta forma, la criatura se inflige una profunda herida interior, que le dificulta no sólo discernir el bien del mal, lo que le hace bueno o le hace malo, sino sobre todo provoca el extravío de la voluntad para elegir el bien. En consecuencia, se hace capaz de elegir lo que le hace mal. Lo cual constituye un misterio. El armazón intelectual que Chesterton ha adquirido por su cuenta le permite ver la realidad con un sentido: la de que el mundo tiene un Creador, que nos ha querido voluntariamente; y que el hombre, en un acto de libertad que el mismo Creador respeta, puede rechazar y no corresponder a ese amor. Pero el Creador sigue teniendo misericordia de su criatura, y continúa saliendo a buscarla. Sólo desde una actitud de apertura a estos misterios podemos hacer frente al pesimismo que siembra el relativismo en nuestra época, ya que la «desesperación consiste en figurarse que el universo carece de sentido». De ahí que el fruto de la fe sea la alegría.

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Artículos y Comentarios

Cien años de Ortodoxia, de Chesterton —  La siguiente nota de prensa fue publicada en el diario El Mercurio de Santiago de Chile el día 2 de noviembre de 2008. Quizá por su gusto por las paradojas es que Ortodoxia es un libro que G. K. Chesterton escribió mando aun no era “ortodoxo”, defendiendo el catolicismo cuando aun no era católico (el libro se publico en 1908 y Chesterton se convirtió en 1922), Ortodoxia es un ensayo capital de su pensamiento, del cual ya se había publicado una traducción en Chile en 1975 (Editorial Gabriela Mistral). Sin embargo, ahora, y aprovechando el centenario de la obra ha salido a la luz una edición inglesa, aunque hecha en Chile, del famoso libro; se trata de una edicion de lujo que fue presentada el jueves 23 de octubre en la Universidad de los Andes, y que en las próximas semanas (específicamente el 8 de noviembre) se hará lo mismo en Londres. El lanzamiento en Chile estuvo a cargo del profesor Dermot Quinn y e1 padre Ian Boyd, del Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura basado en la Universidad Seton Hall. Lo del apelativo de “edición de lujo” radica el que, es una edición limitada—apenas 250 ejemplares, con tapa de cuero natural folio dorado y encuadernada a mano. La edición tiene 380 paginas, con anotación al texto, y la introducción también tiene anotaciones especiales. La obra será entregada a las principales bibliotecas de Inglaterra y del Congreso de Estados Unidos, entre otras instituciones.

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Chesterton y su última paradoja —  Articulo de un periódico argentino escrito por Bartolomé de Vedia, en el diario La Nación de Buenos Aires, Argentina el día 5 de diciembre de 1994. Un grupo de católicos argentinos ha dirigido una nota al arzobispo de Westminster, cardenal Basil Hume, para pedirle que se pro­mueva la iniciación del proceso de beatificación de Gilbert Keith Chesterton, el gran escritor inglés, nacido en Londres en 1874 y fallecido en 1936. La idea ha sido concebida e im­pulsada por el embajador Miguel Ángel Espeche Gil, quien de inmediato obtuvo el apoyo de un calificado conjunto de laicos argen­tinos. “Pertenecemos a una generación que se enriqueció leyendo a Chesterton y que, compartió su profunda visión de lo ‘religioso”, afirma Espeche Gil. En cuanto a lo personal, se ha tenido en cuenta—agrega el diplomático argentino—que Chesterton tuvo una vida ejemplar”. “Nunca faltó a la caridad ni habló mal de nadie: atacaba las ideas de sus ad­versarios, pero salvaba siempre a las personas”. Además creó una fundación para que, a su muerte, sus derechos de autor fueran desti­nados a proteger y ayudar a los in­gleses conversos al catolicismo, “muchos de los cuales se vieron en dificultades y hasta fueron segre­gados por sus familias”. Alegría en la fe En la nota al cardenal Hume se expresa lo siguiente: “Los abajo firmantes, laicos argentinos, unidos en común admiración y gratitud intelectuales hacia Gil­bert Keith Chesterton, hemos sido consolados, enriquecidos y fortale­cidos can alegría en la fe, a través de la lectura de sus obras, que actuaron en nosotros como canales de la gracia”. En otro pasaje se afirma que las obras de Chesterton fueron, desde la segunda década del siglo, ac­ tivas propulsoras de la fe. Se señala también que e1 arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarracino, acompaña grato ánimo la iniciativa. Firman la nota Miguel Angel Es­peche Gil, Jorge Mazzinghi, Jaime Anaya, Ricardo Córdoba, Agustín Yacon, Juan Llerena Amadeo, Jorge Reinaldo Vanossi, Carlos Burundarena, Guillermo Borda, Tomas Alva Negri, José León Pa­gano, Ludovico Ivanissevich, Carlos Alberto Velasco Suárez, Nicolás A. Ramallo y muchísimos otros laicos argentinos de sobresaliente actuación, cuya nonima completa sería imposible transcribir aquí. 102

Artículos y Comentarios Cuando el grupo que concibió la iniciativa se entrevisto con Qua­ rracino, durante el mes de sep­tiembre, el cardenal manifestó su complacencia por la idea y sugirió que la gestión se hiciera por nota dirigida al cardenal Hume. La iniciativa nació de un dialogo que Espeche Gil mantuvo hace algún tiempo con el conde de Salís en la National Portrait Gallery de Londres. Ambos habían trabado amistad cuando Espeche Gil se desempeñaba como embajador de la Argentina en Tailandia y el conde de Salís era embajador de la Orden de Malta en ese mismo país. La nota fue entregada al carde­nal Hume en sus propias manos y se está a la espera de una res­puesta. “Para eso se nos dio” Que la beatificación de Chester­ton sea reclamada desde un re­moto país de América del Sur lla­mado la Argentina—observa, con humor, Espeche Gil—es, tal vez, la última gran paradoja del autor de The Man who was Thursday y de las inolvidables Father Brown’s Stories.No está de más, sin embargo, re­cordar que. Chesterton encontró en la Argentina no solo fervorosos lectores sino también analistas lucidos y brillantes. Puede ser útil por ejemplo, releer esta graciosa semblanza que Leonardo Caste­ llani dedico al escritor inglés: Para poder reenseñar, e1 catecismo a los ingleses había que en­trar en un pub, sentarse ante un vaso de gin, saber de todo, amar a Londres, ser un poco raro, estar siempre de buen humor y tener un vozarrón tronituante y un modo excéntrico, a la vez modesto y triunfal. Había que tener una alegría de niño, una salud de toro, una fe de irlandés, un buen sentido de cockney, una imaginación shakesperiana, un corazón de Dickens y las ganas de disputar más formidables que se han visto desde que el mundo es mundo.

Chesterton—decía Castellani—que fiel a la misión que en 1908 le asigno Paul Claudel: “rehacer una imaginación y una sensibilidad católicas, marchitadas hace cuatro siglos”. Por supuesto, Chesterton lo hizo a su manera. La misión de Claudel fue “recoger todas las casas visi­bles e invisib1es, ponerlas juntas para que se iluminen unas a otras y sacrificarlas a Dios en una gran hecatombe de palabras”.

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The Chesterton Review en Español La de Chesterton en cambio, fue “reír, fantasear, disputar, tirarse en e1 pasto y hacer pininos, cantar las verdades más gordas a la tiesa Inglaterra, denigrar copiosamente a los políticos, banqueros, aristócratas, cientistas y literatos, em­bromar mar a sus enemigos y creer en la Iglesia Católica Romana; pero la gracia está en que esto último es lo que le da poder y derecho para todo lo primero”. Valga, como cierre, este dialo­guito, tornado también de un artículo de Castellani: -Cuánto sabe usted, don Gilbert! -Nada más que e1 catecismo, hijo. -Pero lo mete en todo, como e1 to­mate. -Para eso se nos dio.

Literatura y cristianismo —  El siguiente artículo escrito por +Juan del Río Martín, obispo de AsidoniaJerez, fue publicado en la edición del 18 de Enero, 2007 de Alfa y Omega No. 529. “Para entrar en la iglesia, basta con quitarse el sombrero”: así respondía el genial escritor católico converso Gilbert Keith Chesterton a quienes se empeñaban en situar la religión al margen de la razón, como si las cosas de la fe nada tuvieran que ver con la inteligencia, o el corazón pudiera separarse de la cabeza. No eran pocos entonces, hace ya un siglo, y ahora son quizás muchos más. Con ello, no es que ignoren la esencia de la religión, y en particular del cristianismo; es que se sitúan en la ignorancia radical, pues una razón que no reconoce su origen se incapacita a sí misma. Si la capacidad de pensar se excluye del hecho religioso, de las preguntas específicamente humanas—¿quién soy, cuál es mi origen, y mi destino, por qué y para qué vivo, qué sentido tiene la vida, la mía y la de los demás, y la del mundo...?—, la razón queda reducida, necesariamente, a mero instrumento al servicio de intereses ajenos al propio yo. De ser el reflejo de la Sabiduría infinita, pasa a convertirse en mera opaca computadora, aunque compute toda clase de luces artificiales. Y, por eso, el eclipse de Dios que se ha producido en la modernidad, ha significado el más atroz de los eclipses humanos.

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Artículos y Comentarios La incisiva y gráfica respuesta de Chesterton encontró, el pasado mes de septiembre, un eco bien significativo en la lección magistral de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona: “Actuar contra la razón—afirmó repetidamente el Papa—está en contradicción con la naturaleza de Dios». Y tan racional afirmación no ha surgido en la Historia por el esfuerzo intelectual de los hombres, sino precisamente por la revelación del mismo Dios. ¿Cabe mayor alianza entre la fe y la razón, entre lo divino y lo humano? Sin esta unidad, ni la razón ni la fe pueden subsistir, y en consecuencia toda otra unidad verdadera, ni en Europa ni en parte alguna del mundo. El propio Benedicto XVI lo dejó bien claro evocando dónde está el secreto de la añorada grandeza de la Europa, que, o es cristiana, o no lo es en absoluto: el «acercamiento recíproco entre la fe bíblica y el pensamiento griego», que hace perfectamente comprensible «que el cristianismo, no obstante su origen e importante desarrollo en Oriente, haya encontrado su huella históricamente decisiva en Europa”. Así lo avalan la pléyade de escritores cristianos europeos, y particularmente los conversos a la Iglesia católica, a quienes dedicamos el tema de portada de este número de Alfa y Omega. Si «en el principio era el Logos—como subrayó Benedicto XVI en Ratisbona—, que significa razón, palabra: una razón que es creadora y capaz de comunicarse»; y si «el Logos estaba en Dios y el Logos era Dios», cae de su peso que la auténtica fecundidad de la palabra, de la literatura, no podía por menos que ir a la par de la fecundidad de la fe. Tras entrar en la catedral de Notre-Dame, mientras se desarrollaba la liturgia del día de Navidad—así narra Paul Claudel el momento de su conversión, ¡él, que veía a la Iglesia como lo que más repugnaba a mis opiniones y a mis gustos!—, «el gran libro que se me abrió era la Iglesia. Sea por siempre alabada esta grande y majestuosa Madre en cuyas rodillas he aprendido todo». No es casualidad que el escritor francés designe a la familia de Dios que lo acoge como el gran libro en el que se aprende todo. Lejos de estar reñidas, fe y razón, religión y palabra, se abrazan, y de tal modo que son radicalmente inseparables, y hasta tal punto que el objeto de la fe, Dios mismo, lleva por nombre la Palabra. La crisis cultural que hoy vive Europa, y el mundo, no es otra que la ausencia de esa Palabra divina, con el consiguiente lógico vaciamiento de toda palabra humana, que sin Ella sólo puede expresar irracionalidad y desesperación. Pero su Presencia, elocuentísima en la auténtica literatura cristiana, por pequeña y débil que se nos muestre, como el Niño indefenso de la Navidad de Claudel, es sin duda la única esperanza verdadera de la Humanidad. 105

The Chesterton Review en Español Es inútil pretender inventarse la Palabra. El camino no es otro que leer este gran libro que se nos abre. Chesterton se lo explicó, con su habitual agudeza, a Bernard Shaw, empeñado en que «tenemos que reunirnos para construir una religión», en que “Dios no existe todavía, pero hemos de colaborar para hacer que exista”. Para la réplica, Chesterton había escrito en la cubierta del folleto que le entregaron con el resumen de la conferencia de Shaw, mientras acudía en un taxi a la suya: “Ha costado unos 1.800 años construir mi religión; destruir la del señor Shaw no me llevará más de 18 minutos». Así fue, mostrando sencillamente su irracionalidad, y añadiendo con su genial ironía: «Si Shaw dijera: He aquí cinco niños pobres. No tienen madre. Dejemos que se reúnan para fabricarse una, convendríamos todos en que el comentario encerraría un cierto desliz lógico”. Chesterton, ciertamente, al entrar en la iglesia sólo se quitaba el sombrero. “Unívoca y categórica es la ley de Dios respecto a la vida humana. Dios manda No matarás. Por tanto, ningún legislador humano puede afirmar: Te es lícito matar, tienes derecho a matar, deberías matar. Desgraciadamente, esto ha sucedido en la historia de nuestro siglo, cuando han llegado al poder, de manera incluso democrática, fuerzas políticas que han emanado leyes contrarias al derecho de todo hombre a la vida, en nombre de presuntas y aberrantes razones eugenésicas, étnicas o parecidas. Un fenómeno no menos grave, incluso porque consigue vasta conformidad o consentimiento de opinión pública, es el de las legislaciones que no respetan el derecho a la vida, desde su concepción. ¿Cómo se podrían aceptar moralmente unas leyes que permiten matar al ser humano aún no nacido, pero que ya vive en el seno materno? El derecho a la vida se convierte, de esta manera, en decisión exclusiva de los adultos, que se aprovechan de los mismos Parlamentos para realizar los propios proyectos y buscar sus propios intereses”. Con ello, no es que se esté segando la vida de los inocentes, es la misma sociedad—como tan certeramente advertía Juan Pablo II en Madrid, el año 1982—la que está decretando su propia sentencia de muerte, de la que sólo puede verse libre si acoge el decreto divino No matarás, junto con la promesa de vida que encierra. La veracidad La cultura de la mentira se ha instalado en el poder y en muchas relaciones humanas. La convivencia social se ha distorsionado por falta de veracidad. La palabra humana ha perdido todo valor, y la manipulación del 106

Artículos y Comentarios lenguaje es el arte de la posmodernidad, donde hablar de verdad objetiva es evocar los espíritus de la intolerancia. Con esto se parte de una falacia: la verdad es producto del hombre. Ésta es la gran mentira con apariencia de verdad que, orientada egoístamente, trata de instrumentalizar al hombre y, en definitiva, de anularlo. La verdad es la luz de la inteligencia humana. Para el creyente, la fuente suprema de esa luz es Dios, que en ningún caso contradice la más pequeña partícula de cualquier verdad. Por eso no hay oposición entre la verdad racional y la fe cristiana, sino que se comprenden mutuamente y cooperan en la búsqueda del bien del hombre y la sociedad. La veracidad en sentido amplio es el amor a la verdad. Es la virtud que inclina a decir siempre la verdad, y manifestarse al exterior tal y como se es interiormente. Requiere la sencillez de corazón, y la fidelidad para cumplir lo prometido. Ahora bien, la verdad hay que decirla con nobleza, con caridad. Toda mentira destruye a la comunidad. En cambio, la verdad da a la persona firmeza y solidez, y emprende de modo casi natural el sendero de la paz. Por eso, hemos de ser veraces con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Suscitar buenos y honrados ciudadanos demanda educar en la verdad, desde las familias hasta las instituciones. Padres coherentes son aquellos que saben transmitir a sus hijos, con tacto y bondad, que los seres humanos nos realizamos, no buscando el sol que más calienta, sino amando la verdad y compartiéndola con los otros. Políticos fidedignos son aquellos que han hecho de la cosa pública no el arte de lo posible, sino el servicio en la búsqueda del bien común por el camino de la verdad y de la sinceridad. Hoy tienen máxima actualidad las palabras de Jesús: La verdad os hará libres.

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Chesterton: Por qué me convertí al catolicismo —  La siguiente traducción del ensayo de Chesterton “Por qué me convertí al catolicismo”, fue preparado por la revista Humanitas y fue publicado en el Diario Financiero de Santiago de Chile el viernes 17 de octubre, 2008 con el siguiente párrafo introductorio: “Presentamos este texto del célebre escritor inglés G. K. Chesterton, con ocasión de los 100 años de la publicación de dos de sus obras clásicas: Ortodoxia y El hombre que fue Jueves. El 24 de octubre se realizará con el mismo motivo un seminario organizado por Revista Humanitas y el Chesterton Institute en el Centro de Extensión de la Universidad Católica”. Aunque sólo hace algunos anos que soy católico, se sin embargo que el problema “por qué soy católico” es muy distinto del problema “por qué me convertí al catolicismo: tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen sur­giendo después..Todas ellas se ponen en evidencia sola mente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la con­versión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario. La “confirmación” de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, pue­de venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. EI convertido no suele recordar mas tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas alas otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motives llega a fundirse para él en una sola y única razón. Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriña­dores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral. ¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran es­fuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras. A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado 108

Artículos y Comentarios de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit. EI señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. EI señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como “Kensitite Press” a los peores panfletos antirreligiosos publica­dos en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sana y de toda buena voluntad. Recuerdo especialmente ahora estos dos casas: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable. En el primer caso—creo que se trataba de Horton y Hocking—se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: “¡Que maravillosamente dicho!” Me parecía como si el inima­ ginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender. En el segundo caso, alguien del diario Daily News (entonces yo mismo era todavía alguien del Daily News), como ejemplo típico del “formulismo muerto” de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico res volvía dura la asistencia a Misa, dicién­doles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo:” ¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mí, yo le agrade­cería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia”. Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los incier­tos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. 109

The Chesterton Review en Español Tengo un claro recuerdo de lo que si­guió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reve­rendo Padre John O’Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del Daily News: Este primer empuje, después de de­bérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni se gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, como, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y to­davía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómo­dos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones. Creo que estas mis revelaciones per­sonales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora como seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apar­taban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo Manchesteriano. Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esen110

Artículos y Comentarios cial de mi convicción: no es por falta de material que actuó así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo tratare de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión. Hay en el mundo miles de modos de mis­ticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontraran lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. EI mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los “intermezzos” de un Lucrecio de un Lucano. No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. EI hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas con­sideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian. Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace cincuenta años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradic­ción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, des­truyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y “menos razonables”—por decirlo así—son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria. Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado de lo superior, es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin 111

The Chesterton Review en Español hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al nonsense; a la insensatez. Es cierto que todas las religiones contie­nen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento “realmente existente” hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor c1aridad aun reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor. Si se exagera todo esto, nace en las re­ligiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y me­didas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoria no. Por el contrario, la más alta exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís si, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negara por ello su humanismo, ni despreciara a su prójimo. Lo que es bue­no, jamás podrá llegar a ser demasiado bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue: Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más feli­ces. Tal frase nos demuestra cómo los san turrones solo desean—como ellos mismos dicen—reformas practicas y objetivas. Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bemard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma orbita y que poco se puede confiar en su así llama­do progreso. Habría visto también como la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia par una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve 112

Artículos y Comentarios siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años. Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmue­ven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios. Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive integra mente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tibet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran mas los valores sobre­naturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Solo des­pués que toda una generación declaro dogmáticamente y una vez por todas, la imposibilidad de que haya espíritus, la misma generación se dejo asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticio­nes son invenciones de su tiempo—podría decirse en su excusa—. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probo no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

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Por qué soy católico —  La siguiente nota sobre la publicación de la recopilación de los ensayos religiosos de G. K. Chesterton, Por qué soy católico (Criteria: Madrid, 2009) fue publicada en ForumLibertas.com el 10 de Julio, 2009. Por primera vez se publican en español todos los ensayos religiosos que G. K. Chesterton escribió después de su conversión en 1922. Esta obra se convierte así en una referencia para conocer el pensamiento del Chesterton apologista de la fe. Unas páginas que ponen de manifiesto su extraordinaria capacidad para discurrir sobre las cuestiones más elevadas con una genialidad y sencillez incomparables. “La dificultad de explicar ‘por qué soy católico’ radica en el hecho de que existen diez mil razones para ello, aunque todas acaban resumiéndose en una sola: que la religión católica es verdadera”. He aquí la causa por la que el 30 de julio de 1922, G. K. Chesterton deseó ser acogido en el seno de la Iglesia Católica. Sin embargo, la travesía espiritual seguida hasta entonces por este grandísimo escritor no fue breve ni estuvo exenta de obstáculos, lo cual muestra su honestidad a la hora de encarar su conversión. En la Inglaterra de entonces, donde la Iglesia católica era muy poco popular, Chesterton hubo de responder en numerosas ocasiones por los motivos de su bautismo. No obstante, fiel a su personalidad sencilla y directa, Chesterton no escamoteó la cuestión ni los ataques y siempre defendió públicamente su fe y la racionalidad del Cristianismo. Esas respuestas, dadas en muchas ocasiones en forma de artículos o ensayos breves, se encuentran en este volumen, que sigue la edición americana de la editorial Ignatius, de las obras completas de G. K. Chesterton. Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) cultivó el ensayo, la narración, la biografía, la poesía, el periodismo y el libro de viajes. La evolución espiritual de Chesterton le llevó desde un juvenil agnosticismo con devaneos espiritistas a convertirse en el intelectual católico inglés más importante de la primera mitad del siglo XX. Su abundante obra está llena de obras maestras, tanto en novela como en ensayo filosófico. Escribió también biografías de grandes personajes de la historia. Famosas son sus aproximaciones a san Francisco de Asís o a santo Tomás de Aquino. Su personaje más famoso es el Padre Brown, un sacerdote de apariencia ingenua cuya agudeza psicológica lo hace un formidable detective. 114

Artículos y Comentarios

El Hombre Eterno, de G. K. Chesterton —  La siguiente nota sobre el clásico de Chesterton El Hombre Eterno (Editorial Cristiandad), fue publicado el 17 de Junio, 2010 en ForumLibertas.com Esta es la quinta edición en tres años, pero esta vez con un prólogo de Juan Manuel de Prada, converso y literato como él. A estas alturas, uno no sabe qué decir de Chesterton. Acaso que ha sido faro en momentos de oscuridad, como Lewis y Tolkien. Con todo, vale la pena recordar brevemente su vida. Nació en Londres en 1874 y practicó activamente el ateísmo hasta que entró casualmente (es decir, por acción de la Divina Providencia) en una iglesia católica del Reino Unido, en 1922. Entonces se convirtió, en parte por motivos que quizá sea mejor no comentar aquí, ya que él mismo los explicitó en otros textos. Murió en 1936. El presente volumen, todo un éxito editorial de Cristiandad (quinta edición en tres años), contiene una novedad: un prólogo de Juan Manuel de Prada, uno de los mejores escritores españoles y converso como Chesterton. Por cierto, dicho prólogo brilla con luz propia.El hombre eterno fue la respuesta de Chesterton a una obra del prolífico H.G. Wells, Esbozo de la historia, pues Wells no se limitó a escribir magníficas novelas sino que se metió en otros berenjenales que le venían grandes. Lo mismo que muchos de los autoproclamados artistas actuales, que hacen bien su trabajo hasta que se les ocurre hablar de política o religión (Almodóvar, sin ir más lejos). Así, Chesterton se vuelca en desmontar determinados mitos que pasan por hechos científicos: evolucionismo, conclusiones absurdas producto de la comparación de religiones, etc. 115

The Chesterton Review en Español El libro se divide en dos partes claramente diferenciadas: la primera es “La criatura llamada hombre”; la segunda, “El hombre llamado Cristo”. De esta guisa, Chesterton pone orden en un caos que amenaza con volver loco a quien intente desenmarañarlo, pues siempre se acusará al incauto de “retrógrado” o de persona con “mentalidad acientífica”. Que a este libro en particular se le note un poco el paso del tiempo no invalida en absoluto el fondo de sus tesis, y lo comprobará cualquier mente abierta que acceda a él.

Lo mató porque estaban de acuerdo: la presentación Chestertoniana de una tesis de la Tradición Central de Occidente* —  El siguiente artículo es una contribución de Joaquín García-Huidobro, Profesor de Filosofía de la Universidad de los Andes en Santiago, Chile y miembro del Consejo Editorial de la Revista The Chesterton Review en Español. Gilbert K. Chesterton no estudió filosofía, pero ciertamente la hizo. En parte se trataba de una decisión consciente: muchas veces señaló que sus relatos no eran más que tesis filosóficas que se presentaban con un ropaje literario. En parte, sin embargo, la suya era una filosofía del sentido común hecha de modo no muy consciente: simplemente le salía por los poros. Con esto no estoy defendiendo la tesis de que todo hombre es un filósofo, pues pienso que no es verdad. Chesterton es un filósofo del sentido común precisamente porque razona de modo exactamente inverso que el

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Artículos y Comentarios hombre común, es decir, aquel que tiene sentido común pero no filosofa. Chesterton no es Sancho Panza. La razón es muy sencilla: la defensa chestertoniana del sentido común supone una aproximación no común a las cosas comunes. Su instrumento, la vía con que se aproxima a la realidad, es la paradoja. Él es paradójico y paradójicos son sus personajes. Para atraer nuestra atención sobre las verdades más simples las pone patas arriba o las mete en una historia disparatada que permite que veamos con nueva luz aquello que tenemos frente a nuestras narices y que, por eso mismo, nos había pasado inadvertido. Así, para mostrarnos que la actitud más razonable es el agradecimiento ante lo real nos pone en Ortodoxia ante el caso de quien ha perdido casi todo lo que compone su mundo real, esto es, el náufrago. Para valorar la vida ordinaria debemos verla como si la hubiésemos perdido. Solo quien mira lo que lo rodea con el mismo cariño con que un náufrago examina los pocos objetos que han caído en la pequeña isla a la que ha llegado después del hundimiento del buque en que viajaba, solo él, podrá tratar el resto de las cosas con justicia. Así las cosas, no podría dejar de extrañarnos que Chesterton se haya ocupado de una de las tesis centrales de la moral defendida por la Tradición Central de Occidente, me refiero a la existencia de actos que son malos por sí mismo y no simplemente porque las circunstancias o una torcida intención del agente los han viciado. El lugar clásico donde se trata esta materia es el libro II de la Ética a Nicómaco, de Aristóteles. Allí, tras explicar cómo la virtud consiste en un justo medio, nos advierte que: no toda acción ni toda pasión admite el término medio, pues hay algunas cuyo mero nombre implica la maldad, por ejemplo, la malignidad, la desvergüenza, la envidia; y entre las acciones el adulterio, el robo y el homicidio. Todas estas cosas y las semejantes a ellas se llaman así por ser malas en sí mismas, no sus excesos ni sus defectos. Por tanto, no es posible nunca acertar con ellas sino que siempre se yerra. Y no está el bien o el mal, cuando se trata de ellas, por ejemplo, en cometer adulterio con la mujer debida y cuando y como es debido, sino que, en absoluto, el hacer cualquiera de estas cosas está mal2.

Esta idea fue recogida de manera íntegra por la tradición filosófica cristiana, como puede verse en el comentario de santo Tomás de Aquino a este pasaje3. En su caso, además, la idea de los actos que son siempre malos va acompañada por una teoría de la ley natural, donde se sostiene

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The Chesterton Review en Español que las acciones siempre malas resultan prohibidas por ciertas normas que se expresan de manera negativa, como “no cometerás homicidio” o “no adulterarás”, para decirlo con los ejemplos aristotélicos. La idea que está detrás de la importante doctrina de la ley natural había sido expresada muchos siglos antes por Sófocles, con otras palabras, cuando en Antígona puso ante nosotros la noción de límite, representada, en su caso, por las leyes divinas. Así, dice Antígona al rey Creonte, cuyo decreto prohibía dar sepultura a Polinices: Ni siquiera creía que tus edictos tuvieran tanta fuerza como para que un simple mortal pase por sobre las ágrafas pero inconmovibles leyes de los dioses: pues no tienen vida por hoy y por ayer sino por siempre, y nadie sabe de dónde han surgido4.

Una de las muchas enseñanzas que podemos aprender de esa tragedia consiste en que es propio del hombre el ser limitado. Hay cosas que, definitivamente, no puede hacer, no porque se hallen fuera de su alcance físico, sino porque significan una degradación por parte de quien las hace. Algunos miran con pesar esta condición humana y desearían hallarse en una situación en la que no conocieran límite alguno, como Lord Henry en El retrato de Dorian Gray, pero eso sucede porque han entendido muy poco sobre la belleza de la vida. Así, dice Chesterton: El tono de las sentencias de las hadas es siempre este: ‘podréis vivir en un palacio de oro y de zafiro si no pronunciáis la palabra vaca’; o bien: ‘vivirás feliz con la hija del rey si no le enseñas nunca una cebolla’. La visión depende siempre de un veto. Todas las cosas enormes y delicadas que se os conceden dependen de una sola y diminuta cosa que se os prohíbe5.

La idea de que existen ciertas prohibiciones de carácter absoluto y que ellas constituyen una condición básica de la excelencia no fue ajena a nuestro autor. De hecho, el paradójico Chesterton eligió al más paradójico de sus personajes, Mr. Pond, para exponer en una de sus historias la doctrina de los absolutos morales y su crítica a lo que hoy llamamos consecuencialismo y que, ya en esa época, tenía una amplia aceptación en los medios intelectuales británicos. La historia que nos ocupa tiene un título curioso: “Cuando los médicos están de acuerdo” y trata del caso de “dos hombres que llegaron a ponerse tan completamente de acuerdo que uno, naturalmente, asesinó al otro”6.

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Artículos y Comentarios Se trata del Dr. Campbell, un afamado filántropo, médico y ateo, y Agnus, su discípulo, un ferviente calvinista, que tienen un desacuerdo fundamental, porque el primero piensa que está muy bien el hecho de que Mr. Higgins, un opositor del proyecto de viviendas populares, haya sido asesinado, y el segundo discrepaba totalmente de su maestro. La tesis, más precisamente, era esta: cuando un hombre bueno está verdaderamente convencido de que un hombre malo es activamente malo para la comunidad, y hace el mal en una escala tal que no puede ser contenido por la ley o ninguna otra acción, el hombre bueno tiene derecho moral a matar al hombre malo, y con ello no hace más que aumentar su bondad (PMP 60).

Frente a esta tesis, que ve el acto en cuestión simplemente como “una operación quirúrgica” (PMP 64) que extirpa lo que impide aquello que es “bueno para la humanidad” (ibid.), el discípulo opone los Diez Mandamientos. Durante días y meses maestro y discípulo se enzarzaron en esta discusión, hasta que al final el discípulo se dio por vencido y descubrió que la ética del Decálogo, con su idea de límites absolutos que se sobreponen incluso al bien de la humanidad, estaba equivocada. Eso significaba que el malo de su maestro y su perversa teoría se hallaban en la verdad. El pobre Agnus confesó su derrota en el laboratorio de ambos, al tiempo que tomaba un bisturí igual a aquel con el que su maestro, según acababa de descubrir, había matado a Mr. Higgins, y dijo: Día tras día he sentido el cosquilleo de matarlo; y solo me ha detenido la superstición que usted ha destruido esta noche. Día tras día ha venido usted martillando los escrúpulos que eran lo único que le defendía de la muerte. ¡Gran pensador; prudente razonador; necio! Mejor le sería esta noche que yo creyera todavía en Dios y en su Mandamiento contra el asesinato [...]. Solo una cosa le protegía y conservaba la paz entre los dos: que estábamos en desacuerdo (PMP 65).

Por eso, concluye Mr. Pond, sacando ante sus desconcertados oyentes la enseñanza de este trágico asunto, “el acuerdo puede ser algo riesgoso, a menos que sea un acuerdo con la verdad” (PMP 66). Chesterton está lejos de ser el primero en exponer en lenguaje literario la importancia de la noción de límite y, más específicamente, la idea de que existen actos que no pueden ser realizados bajo ninguna circunstancia. La

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The Chesterton Review en Español misma respuesta que Chesterton había sido dada por Aliocha a su hermano Iván Karamazov en la célebre obra de Dostoievski: “Respóndeme con franqueza. Si los destinos de la humanidad estuviesen en tus manos, y para hacer definitivamente feliz al hombre, para procurarle al fin la paz y la tranquilidad, fuese necesario torturar a un ser, a uno solo, a esa niña que se golpeaba el pecho con el puñito, a fin de fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura, ¿te prestarías a ello? Responde sinceramente”. ‑“No, no me prestaría”. -“Eso significa que no admites que los hombres acepten la felicidad pagada con la sangre de un pequeño mártir”. -“Efectivamente, hermano mío, yo no estoy de acuerdo con eso—dijo Aliocha con ojos fulgurantes—”.7

Al proponer la doctrina de los actos que son siempre malos, independientemente de las consecuencias positivas que puedan producir, la tradición filosófica no ha hecho más que apoyar en razones más fundamentadas una intuición que mantienen muchos hombres de buena voluntad, de modo a veces inconsciente o poco reflexivo. En esta misma línea, la defensa de Chesterton y Dostoievski, dos escritores, hacen de la doctrina filosófica de los absolutos morales nos permite recordar que hay fronteras entre lo humano y lo inhumano, es decir, que nuestra acción no se da en el vacío sino en la coexistencia con nuestros semejantes, y que no somos nosotros los que determinamos el sentido último de la realidad. Con todo, el respeto de esas normas no basta para ser una buena persona. Ellas marcan tan solo un mínimo, es decir, protegen diversos bienes cuya lesión significa que el sujeto está reduciendo a la humanidad, ya sea la propia o la ajena, a la condición de cosa, que está destruyendo algún aspecto de la plenitud humana. Pero la vida moral no acaba allí, sino que se dirige a vivir bien, a alcanzar la excelencia humana. Si alguien piensa que es bueno simplemente porque no le hace mal a nadie, es señal de que no ha entendido nada.

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Este trabajo forma parte de un proyecto más amplio, patrocinado por Fondecyt (n. 1080214). Aristóteles, Ética a Nicómaco(EN) II 6, 1107a9-17. 3  Cf. Tomás de Aquino, Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles II 7, n. 206 (traducción M. Mallea, [Eunsa: Pamplona, 2001]). 2 

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Artículos y Comentarios 4  Sófocles, Antígona, Biblos, Buenos Aires, 1987 (trad. de L. Pinkler y A. Vigo); para la numeración de los versículos se emplea: Sophokles, Antigone [Griechisch-Deutsch], edición a cargo de N. Zink, Reclam, Stuttgart, 1983, vv. 452-457. 5  G. K. Chesterton, Ortodoxia, (FCE,:México DF, 1987) 105. 6  G. K. Chesterton, Las paradojas de Mr. Pond (PMP), (Espasa-Calpe,:Buenos Aires, 1940) 51. 7  F. Dostoievski, Los hermanos Karamazov, II, 5 (Libresa: Quito, 2004) 273.

Benedicto XVI: Tomás de Aquino mostró que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armonía natural —  El siguiente texto corresponde a la intervención del Papa Benedicto XVI durante la audiencia general del 2 de junio de 2010. Queridos hermanos y hermanas: Tras algunas catequesis sobre el sacerdocio y mis últimos viajes, volvemos hoy a nuestro tema principal, es decir, a la meditación sobre algunos grandes pensadores de la Edad Media. Habíamos visto últimamente la gran figura de san Buenaventura, franciscano, y hoy quisiera hablar de aquel que la Iglesia llama el Doctor communis: es decir santo Tomás de Aquino. Mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, en su encíclica Fides et ratio recordó que santo Tomás “ha sido siempre propuesto por la Iglesia como maestro de pensamiento y modelo del modo recto de hacer teología” (n. 43). No sorprende que, después de san Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia Católica, santo Tomás sea citado más que ningún otro, ¡hasta sesenta y una veces! Fue llamado también Doctor Angelicus, quizás por sus virtudes, en particular la sublimidad de su pensamiento y la pureza de su vida. Tomás nació entre 1224 y 1225 en el castillo que su familia, noble y rica, poseía en Roccasecca, en las cercanías de Aquino, cerca de la célebre abadía de Montecassino, adonde fue enviado por sus padres para recibir los primeros elementos de su instrucción. Algún año después se trasladó a la capital del Reino de Sicilia, Nápoles, donde Federico II había fundado una prestigiosa Universidad. En ella se enseñaba, sin las limitaciones vigentes en otros lugares, el pensamiento del filósofo griego Aristóteles, al cual el 121

The Chesterton Review en Español joven Tomás fue introducido, y cuyo gran valor intuyó en seguida. Pero sobre todo, en aquellos años transcurridos en Nápoles, nació su vocación dominica. Tomás fue de hecho atraído por el ideal de la orden fundada no muchos años antes por santo Domingo. Con todo, cuando se revistió el hábito dominico, su familia se opuso a esta elección, y fue obligado a dejar en convento y a transcurrir algún tiempo en familia. En 1245, ya mayor de edad, pudo retomar su camino de respuesta a la llamada de Dios. Fue enviado a París para estudiar teología bajo la guía de otro santo, Alberto Magno, sobre el que hablé recientemente. Alberto y Tomás estrecharon una verdadera y profunda amistad y aprendieron a estimarse y a apreciarse, hasta el punto que Alberto quiso que su discípulo le siguiera también a Colonia, donde él había sido enviado por los superiores de la orden a fundar un estudio teológico. Tomás mantuvo entonces contacto con todas las obras de Aristóteles y de sus comentaristas árabes, que Alberto ilustraba y explicaba. En aquel periodo, la cultura del mundo latino estaba profundamente estimulada por el encuentro con las obras de Aristóteles, que habían estado ignoradas por mucho tiempo. Se trataba de escritos sobre la naturaleza del conocimiento, sobre ciencias naturales, sobre metafísica, sobre el alma y sobre la ética, ricas de informaciones y de intuiciones que parecían válidas y convincentes. Era toda una visión completa del mundo llevada a cabo sin y antes de Cristo, con la pura razón, y parecía imponerse a la razón como “la” visión misma; era, por tanto, una fascinación increíble para los jóvenes ver y conocer esta filosofía. Muchos acogieron con entusiasmo, incluso con entusiasmo acrítico, este enorme bagaje del saber antiguo, que parecía poder renovar ventajosamente la cultura, abrir totalmente nuevos horizontes. Otros, sin embargo, temían que el pensamiento pagano de Aristóteles estuviese en oposición a la fe cristiana, y rechazaban estudiarlo. Se encontraron dos culturas: la cultura pre-cristiana de Aristóteles, con su racionalidad radical, y la cultura clásica cristiana. Ciertos ambientes eran llevados al rechazo de Aristóteles también por la presentación que de este filósofo hacían los comentaristas árabes Avicena y Averroes. De hecho, fueron éstos los que transmitieron al mundo latino la filosofía aristotélica. Por ejemplo, estos comentaristas habían enseñado que los hombres no disponen de una inteligencia personal, sino que hay un único intelecto universal, una sustancia espiritual común a todos, que opera en todos como “única”: por tanto, una despersonalización del hombre. Otro punto discutible transmitido por los comentaristas árabes era aquel según el cual el 122

Artículos y Comentarios mundo es eterno como Dios. Se desencadenaron comprensiblemente disputas sin fin en el mundo universitario y en el eclesiástico. La filosofía aristotélica se iba difundiendo incluso entre la gente sencilla. Tomás de Aquino, en la escuela de Alberto Magno, llevó a cabo una operación de fundamental importancia para la historia de la filosofía y de la teología, diría que para la historia de la cultura: estudió a fondo a Aristóteles y a sus intérpretes, procurándose nuevas traducciones latinas de los textos originales en griego. Así no se apoyaba ya solo en los comentaristas árabes, sino que podía leer personalmente los textos originales, y comentó gran parte de las obras aristotélicas, distinguiendo en ellas lo que era válido de lo que era dudoso o rechazable del todo, mostrando la concordancia con los datos de la Revelación cristiana y utilizando amplia y agudamente el pensamiento aristotélico en la exposición de los escritos teológicos que compuso. En definitiva, Tomás de Aquino mostró que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armonía natural. Y esta es la gran obra de Tomás, que en aquel momento de enfrentamiento entre dos cultura—ese momento en que parecía que la fe tuviese que rendirse ante la razón—mostró que ambas van juntas, que cuando aparecía la razón incompatible con la fe, no era razón, y cuanto parecía fe no era fe, si se oponía a la verdadera racionalidad; así él creó una nueva síntesis, que formó la cultura de los siglos sucesivos. Por sus excelentes dotes intelectuales, Tomás fue llamado a París como profesor de teología en la cátedra dominica. Aquí comenzó también su producción literaria, que prosiguió hasta su muerte, y que tiene algo de prodigioso: comentarios a la Sagrada Escritura, porque el profesor de teología era sobre todo intérprete de la Escritura, comentarios a los escritos de Aristóteles, obras sistemáticas poderosas, entre las que sobresale la Summa Theologiae, tratados y discursos sobre diversos argumentos. Para la composición de sus escritos, era ayudado por algunos secretarios, entre ellos su hermano Reginaldo de Piperno, que le siguió fielmente y al que estuvo ligado por una amistad sincera y fraterna, caracterizada por una gran confianza. Esta es una característica de los santos: cultivaban la amistad, porque ésta es una de las manifestaciones más nobles del corazón humano y tiene en sí algo de divino, como Tomás mismo explicó en algunas quaestiones de la Summa Theologiae, en la que escribe: “La caridad es la amistad del hombre con Dios principalmente, y con los seres que Le pertenecen” (II, q. 23, a.1). 123

The Chesterton Review en Español No permaneció durante mucho tiempo y de forma estable en París. En 1259 participó en el Capítulo General de los Dominicos a Valenciennes, donde fue miembro de una comisión que estableció el programa de estudios en la orden. De 1261 a 1265, después, Tomás estuvo en Orvieto. El Pontífice Urbano IV, que sentía por él una gran estima, le encargó la composición de los textos litúrgicos para la fiesta del Corpus Domini, que celebramos mañana, instituida después del milagro eucarístico de Bolsena. Tomás tuvo un alma exquisitamente eucarística. Los bellísimos himnos que la liturgia de la Iglesia canta para celebrar el misterio de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la Eucaristía se atribuyen a su fe y a su sabiduría teológica. Entre 1265 y 1268 Tomás residió en Roma, donde, probablemente, dirigía un Studium, es decir, una Casa de Estudios de la Orden, y donde comenzó a escribir su Summa Theologiae (cfr JeanPierre Torrell, Tommaso d’Aquino. L’uomo e il teologo, Casale Monf., 1994, pp. 118-184). En 1269 fue llamado de nuevo a París para un segundo ciclo de enseñanzas. Los estudiantes—se comprende—estaban entusiasmados con sus lecciones. Un ex-alumno suyo declaró que una grandísima multitud de estudiantes seguía los cursos de Tomás, tanto que las aulas no conseguían contenerles, y añadía, con una anotación personal, que “escucharle era para él una felicidad profunda”. La interpretación de Aristóteles dada por Tomás no era aceptada por todos, pero incluso sus adversarios en el campo académico, como Godofredo de Fontaines, por ejemplo, admitían que la doctrina de fray Tomás era superior a otras por su utilidad y valor y servía de corrección a las de todos los demás doctores. Quizás también para sustraerle de las vivaces discusiones en curso, los superiores lo enviaron una vez más a Nápoles, para ponerse a disposición del rey Carlos I, que quería organizar los estudios universitarios. Además del estudio y la enseñanza, Tomás se dedicó también a la predicación al pueblo. Y también el pueblo iba de buen grado a escucharle. Diría que es verdaderamente una gracia grande cuando los teólogos saben hablar con sencillez y fervor a los fieles. El ministerio de la predicación, por otra parte, ayuda a los mismos expertos en teología a un sano realismo pastoral, y enriquece de estímulos vivaces su investigación. Los últimos meses de la vida terrena de Tomás permanecen rodeados de una atmósfera particular, diría misteriosa. En diciembre de 1273 llamó 124

Artículos y Comentarios a su amigo y secretario Reginaldo para comunicarle su decisión de interrumpir todo trabajo, porque durante la celebración de la Misa había comprendido, a raíz de una revelación sobrenatural, que cuanto había escrito hasta entonces era solo “un montón de paja”. Es un episodio misterioso, que nos ayuda a comprender no sólo la humildad personal de Tomás, sino también el hecho de que todo aquello que llegamos a pensar y a decir sobre la fe, por elevado y puro que sea, es infinitamente superado por la grandeza y por la belleza de Dios, que nos será revelada en plenitud en el Paraíso. Algún mes después, cada vez más absorto en una meditación pensativa, Tomás murió mientras estaba de viaje hacia Lyon, donde se dirigía para tomar parte en el Concilio Ecuménico proclamado por el Papa Gregorio X. Se apagó en la Abadía cisterciense de Fossanova, tras haber recibido el Viático con sentimientos de gran piedad. La vida y la enseñanza de santo Tomás de Aquino se podría resumir en un episodio recogido por los antiguos biógrafos. Mientras el santo, como era su costumbre, estaba en oración ante el crucifijo, por la mañana temprano en la Capilla de san Nicolás en Nápoles, Domingo de Caserta, el sacristán de la iglesia, sintió desarrollarse un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: “Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?”. Y la respuesta que Tomás dio es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisieramos decir siempre: “¡Nada más que a Ti, Señor!” (Ibid., p. 320).

Benedicto XVI

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Suyo con afecto. Autobiografía epistolar —  El siguiente comentario del libro Suyo con Afecto. Autobiografía Epistolar de John Henry Newman (Ediciones Encuentro: Madrid, 2002) escrito por Elena Vial, fue publicado en Humanitas Revista de Antropología y Cultura Cristiana, No. 51, Año XIII. La figura del Cardenal Newman (1801-1890), hoy en proceso de canonización, despierta interés por variados motivos: su participación en el Movimiento de Oxford de la Iglesia Anglicana, y posterior conversión al catolicismo, la actualidad de sus reflexiones sobre la Universidad, sus libros, sus polémicas y la apasionada defensa de la honradez de su trayectoria en el que es quizás su libro mas famoso, Apología pro vita sua. Además Newman fue novelista y poeta, tutor de Oriel, prestigioso college de Oxford; estudioso de los clásicos y de la Sagrada Escritura, sacerdote católico oratoriano y director de un colegio, autor de libros de espiritualidad y guía espiritual de muchos. Este libro contiene huellas de todo eso y aún más. El editor, Víctor García Ruiz, dice que la idea se la dio... el propio Newman con la distancia de dos siglos. En efecto, para Newman “la vida de una persona esta como reposando en sus cartas” y en unos apuntes, recogidos en este mismo libro especula sobre lo interesante que seria dar a conocer un hombre a través de sus cartas, método que el juzgaba mas verídico que el de las simples biografías, porque el biógrafo autor destaca ciertos ángulos y deja otros en las sombras. La tarea, hay que decirlo, se hace más llevadera en el caso de Newman, que escribió muchas cartas, publicadas, hoy día en once tomos. Tan respetable cantidad, dice su editor, no es rara para un personaje victoriano. Para hombres y mujeres de esa sociedad escribir cartas era algo tan cotidiano como llamar por teléfono o mandar un correo electrónico. Este libro recopila cartas en estricto orden cronológico desde una dirigida a su hermana, escrita cuando Newman tenia catorce anos hasta la ultima, también carta familiar enviada nueve días antes de su muerte. ¡75 años de cartas! Y como decíamos, en el libro hay más. Por una parte, algunas cartas están separadas por noticias sobre los hechos que se van sucediendo en la vida de Newman. Y se publican también notas de un diario muy conciso que llevaba el propio biografiado. Además el editor entrega una breve biografía sobre cada uno de los destinatarios y al final se agregan dos valiosos

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Artículos y Comentarios documentos. Uno es un diario de vida de Newman, escrito con mucha intimidad y otro es un interesantísimo glosario de términos y personas compuesto par e propio editor y que aumenta el valor histórico al libro. Los temas son de una variedad amplísima. Por un lado, están las cuestiones de fe, su progresivo encuentro con el catolicismo, a través de la lectura de los Padres de la Iglesia, la atención a sus corresponsales con problemas religiosos, las paginas de su diario a veces muy deprimidas, cuestiones de gobierno del Oratorio y del colegio, consejos familia res, escritos oficiales a obispos, directores de diario, políticos, reproducción de su discurso ante los jueces, como en el caso Achilli, viajes, simple intercambio amistoso de noticias. Tangencialmente se reflejan acontecimientos de la vida doméstica de esos años: las comidas, la aparición y funcionamiento de la ducha, el paso de las plumas de ganso alas metálicas, los desencuentros de la red de ferrocarriles. El libro no aburre ni se hace pesado en ningún momento. Uno, por el interés por las personas que el protagonista demuestra en sus cartas, su entrega y alto sentido de la amistad. Otro, por el estilo tan vibrante y ameno. El propio Cardenal decía que un defecto suyo era que no podía escribir sin estilo, y como de joven tenía mal gusto, eso se reflejaba en las cartas. Puede ser, pera de hecho las cartas que aparecen recogidas en este libra están muy bien escritas. Es un placer leerlas. Se trasluce también que Newman, hoy un personaje tan respetado, tuvo muchas incomprensiones y se podría decir persecuciones, que lo hicieron sufrir durante su vida. Sobre todo en su diario él se queja de manera muy expresiva. Fue un hombre de salud muy frágil, incansable en el estudio, muy inteligente y de gran sensibilidad y penetración del alma humana. Su manera de hablar de Dios y de las cosas espirituales es iluminadora y le confiere un sello especial a esta obra, trabajada con tanto detalle.

Cardenal John Henry Newman

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Leyendo los Cuartetos de Eliot —  El siguiente comentario del libro de Inés de Cassagne (Editorial Del Umbral: Buenos Aires, 2007), escrito por Marcelo Jarpa Fabres, fue publicado en Humanitas Revista de Antropología y Cultura Cristiana, No. 51/Año XIII. “Entra en ti mismo; en el hombre interior habita la verdad”. Eliot parece seguir el consejo de San Agustín, afirmándose también en San Anselmo de Canterbury: “creo para entender”. (credo ut intelfigam). La lectura de este profunda y maravilloso ensayo, permitirá a aquel que quiera interesarse par la vida, obra y conversión del Premio Nobel ingles-Norteamérica no, encontrar una joya de alto valor literario. ¿Quién habla en los Cuartetos? Dice Inés de Cassagne en la introducción acerca de T.S. Eliot que “poco a poco la fe iluminó su inteligencia revelándole ese orden real que tanto anhelaba: el orden de la creación y del amor de Dios”. En 1932, durante las charlas radiales tituladas El dilema moderno, Eliot habló del papel fundamental del cristianismo en la vida del hombre contemporáneo. Del mismo modo, y tal como señala la autora, Eliot abogaba por una crítica literaria guiada por criterios teológicos y morales, En oposición a las ideologías de la “autonomía” humana, el autor advertía que “los valores trascendentes son los únicos faros orientadores tanto en la política como en la conducta social”, Este tipo de posturas le significo convertirse en un incomprendido, sobre todo entre la mayor parte de sus viejos amigos agnósticos. Vivía retirado, en la casa parroquial de Saint Stephen, ahondando en su vida interior después de una dolorosa separación de su mujer, “Allí fue donde surgieron los Cuatro Cuartetos: obra de la maduración del convertido”, indica la autora, ¿No hay aquí una cierta similitud con Rainer Maria Rilke en la composición de las famosas Elegías del Duino escritas en el castillo del mismo nombre? Explica Inés de Cassagne: “Eliot no es asequible sino desde ese nuevo punto de mira que transforma al hombre en cristiano: desde la fe que alumbra al intelecto y enciende al corazón. En estos poemas Eliot vuelca su experiencia, reflexiona sobre ella a la luz de la revelación y de la teología, y la elabora con ayuda de otras voces que, antes que él, expresaron vivencias afines”.

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Artículos y Comentarios En Los Cuatro Cuartetos Eliot se adentra en su “yo íntimo” como un yo contemplador que ve en el mundo una armonía unificadora. Es desde ese orden que Eliot logra penetrar en la raíz de la realidad, guiado por distintas “voces” que resuenan en su interior como fuentes de inspiración. Algunas de estas voces son perturbadoras y el poeta las desecha, pero otras son acogidas positivamente en sus reflexiones. Dice Ines de Cassagne “Eliot no desecha otras muchas voces que resuenan en su memoria como concurriendo a confirmar o completar su propia experiencia: son voces que le llegan desde el pasado, desde los libros. Enumerarlas a todas sería difícil. Dante, San Juan de la Cruz, Julián of Norwich y otros místicos ingleses: pensadores místicos precristianos como Heráclito y Platón; ecos de la sabiduría oriental que confluyen en la cristiana, por ejemplo, algunos pasajes de los Vedas. Sobre todo recoge el espíritu de la Sagrada Escritura (que es el Espíritu Santo): hay voces de los libros sapienciales (en especial el Eclesiastés) y de los Evangelios y el Apocalipsis”. En fin hay muchas influencias: la Divina Comedia, el Cántico Espiritual, La Suma Teológica; que son integradas en una armonía que Ines de Cassagne compara con la de un “coro polifónico” o la de la concordancia de corazones que suenan a unísono”. La autora utiliza frecuentemente la metáfora de la música para explicar los Cuartetos de Eliot, a los que califica como “música sonora y significativas”. Una música que es espejo de la realidad misma, en la cual, explica Cassagne: “las voces concurren para manifestar que el mundo tiene un sentido y una norma, un orden y una forma (…) el universo está ordenado, refleja a Dios; la vida del hombre tiene un sentido: brota de Dios y va hacia Dios”. El primer Cuarteto, denominado Buró Norton, es el nombre de una casa de campo de Gloucestershire y está dedicado al elemento aire, El segundo Cuarteto, llamado East Coker, es un pueblo donde actualmente reposan sus cenizas, por su expresa voluntad, y bajo el epitafio por él indicado: “In my end is my beginning”. Lo dedica a la tierra. El tercer Cuarteto se titula The Dry Savages: “es el nombre de una prominencia rocosa que él tomaba como señal al navega”. Lo dedica al agua. El cuarto Cuarteto, al fuego, se denomina Little Gidding, y es el nombre de una casa de retiro. Eliot quería unirse en oración mientras durase la guerra y lo escribe en medio de los bombardeos. Una de las características esenciales de esta obra de Ines de Cassagne sobre el poema de Eliot es la comprensión del signifi­cado místico de cada 129

The Chesterton Review en Español uno de los cuatro elementos, aire, tierra, agua y fuego, siempre en relación a los Evangelios, donde todo el libro se está constantemente refiriendo a ciertos pasajes que el poeta aplica con gran perfección y humanidad a la Palabra (logos) de la Sagrada Escritura. “Tienes que nacer de nuevo”—le dijo Jesús a Nicodemo. El viento sopla donde quiere; y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del espíritu, (Jn 3,8)” …. “Se les aparecieron también como unas lenguas de fuego” … (Hechos 2,1-11) “Y otra cayó en tierra buena y creciendo dio fruto triplicado”. (San Lucas 8,8) …el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4,14) “el mar devolvió a los muertos que guardaba” “la muerte fue arrojada al lago de fuego” y “el mar ya no existía” (Apocalipsis cap. 20 vers. 13,14 cap. 21 vers. 1). Leyendo los Cuartetos de Eliot nos muestra cómo un escritor a través de sus lecturas, sus viajes, su pueblo, en resumen por medio de ese conocimiento místico, que sólo la búsqueda de Dios y su acercamiento, en este caso a través de la belleza y poesía que brotan—diríamos que siempre— del dolor, la naturales a y la niñez, pueden conducirnos al encuentro feliz con Aquel que nos ama.

T.S. Eliot

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Edith Stein: Nueva Sociedad de Pensamiento —  La siguiente nota sobre la inauguración del Instituto de Filosofía Edith Stein en Granada, España fue publicada la revista Humanitas, No. 55. El Instituto de Filosofía Edith Stein, de la Archidiócesis de Granada, ha creado la Sociedad de Pensamiento Edith Stein (SPES), una sociedad dedicada al estudio de una de las más importantes filósofas del siglo veinte. “El interés por Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa) nace de que su filosofía ofrece un modele de excelencia a la filosofía cristiana de hoy”, ha explicado a ZENIT el Instituto de Filosofía Edith Stein. Judía de religión y de raza, fue una de las primeras mujeres que obtuvieron un doctorado en filosofía en Alemania, pero por el hecho de ser mujer nunca pudo tener una posición académica. Fue discípula y ayudante de Husserl. En su obra, Edith Stein no descarta ninguno de los elementos que constituyen la experiencia de lo real. Sabia, como escribió a un compañero al tener noticia de la muerte de su maestro Husserl, que “jamás he podido pensar que la misericordia de Dios se reduzca a los límites de la Iglesia. Dios es la verdad. Quien busca la verdad busca a Dios, tanto si se da cuenta como si no”. Su compromiso vital con la verdad recibió su impulso definitivo por el encuentro con Cristo, como mártir en Auschwitz. Su filosofía llevo a la fenomenológica a abrirse a nuevas cuestio­nes y a un reencuentro con la tradición, especialmente con santo Tomas. Carmelita y mártir, víctima de una de las más terribles ideologías totalitarias del siglo veinte, en ella descubrimos una trayectoria filosófica que posibilita un verdadero dialogo desde la fe cristiana con la cultura y las posiciones intelectuales del hombre de hoy”, subraya el instituto de Filosofía Edith Stein. La firma del acta fundacional de la SPES se realizo el día 29 de junio, en la sede del instituto de Filosofía Edith Stein (Seminario Mayor de Granada). En este acto participaron estudiosos en la vida y obra de la santa, tanto del ámbito civil como eclesiástico, como Fernando Fernández (Presidente de la Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia), Juan Manuel Burgos (Presidente de la Asociación Española de Personalismo), Ezequiel García Rojo y Francisco Javier Sancho Fermín, ambos carmelitas descalzos; Urbano Ferrer (Universidad de Murcia), José Luís Caballero Bono (Instituto de Filosofía Edith Stein, traductor de Edith Stein al castellano), Emilia Bea (Universidad de Valencia) y Fernando Haya. Durante el acto de firma del acta fundacional se presentaron los libros “Edith Stein: 131

The Chesterton Review en Español un prólogo filosófico”, del filosofo Alasdair Ma­cIntyre (Editorial Nuevo Inicio), y “Para comprender a Edith Stein”, en el que participan diversos especialistas de diferentes lugares del mundo (Editorial Palabra). El instituto de Filosofía Edith Stein puede visitarse en http://www. if-edithstein.org

Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922 —  El siguiente comentario del libro del autor Alasdair MacIntyre Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922 (Nuevo Inicio: Guadalajara, 2008) por María Isabel Casiva Gaitán, fué publicado en la revista Humanitas, No. 55. ¿Qué relevancia tiene para un filósofo la vida de otro filósofo? ¿No son acaso incidentales, accidentales, o al menos de escasa importancia las conexiones entre la vida de un filósofo y su filosofía misma? ¿Qué razones movilizaron al filósofo de origen escocés Alasdair MacIntyre (1929) para adentrarse en el umbral filosófico de Edith Stein (1891-1942)? Tal vez, puedan resultar suficientes las razones que presenta Alasdair MacIntyre en las primeras páginas del libro, para justifi­car el alcance de este Ensayo: Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922: revalorizar la obra filosófica de Edith Stein: judía, conversa al cristianismo, martirizada en Auschwitz, que por haber sido canonizada “sufre una notable desventaja respecto a otros filósofos académicos americanos y europeos contemporáneos” (Pág. l0). Pues, MacIntyre se sorprende al no encontrar referencias a la obra de Edith Stein en los principales diccionarios filosóficos de habla anglosajona. Además, manifiesta su particular interés por mostrar la relación entre la labor filosófica de Edith Stein y su vida. Para Alasdair MacIntyre, los aportes de Stein solo pueden ser comprendidos de manera adecuada a la luz de sus contemporáneos: en primer lugar, como una serie de contribuciones a la investigación filosófica y en segundo lugar al tomismo y a la Neoescolástica (Pág. 9). Pero,

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Artículos y Comentarios los interrogantes que dieron origen a la indagación de Stein son ineludibles y exigen ser reinstalados en el tapete de la discusión filosófica. Para MacIntyre, el proyecto de Stein, se encuentra incompleto “no sólo debido a su muerte en Auschwitz-Birkenau, sino —y lo que es más importante— porque no nos dejó mucho más que una serie de respuestas y una serie de problemas de índole filosófica y teológica (...) pero lo fundamental de las conclusiones es hacernos conscientes del carácter de los problemas” (Pág. 25-26). Ahora bien, para encontrar la mirada del autor sobre Stein, es ne­cesario ir más allá de este ensayo e hilvanar el itinerario filosófico de MacIntyre en su totalidad. En este libro, se refleja una nueva escalada del Proyecto iniciado por Alasdair MacIntyre Tras la Vir­tud (1981), donde el filósofo abandona el “camino de las ideas” para comenzar una nueva búsqueda de la verdad, mediante un diálogo entre tradiciones filosóficas rivales. Ahora, aparece una nueva apertura de la verdad para MacIntyre, en confrontación con el método fenomenológico, la mirada empática del otro y el encuentro con el Tomismo de Edith Stein. Puede resultar desconcertante la detenida narración que realiza MacIntyre sobre los acontecimientos previos a 1913, año en que Stein se instala en Göttinger para realizar sus estudios de Filosofía como discípula de Husserl. Pero MacIntyre considera que los años de infancia y juventud tienen un valor ineludible y presta especial atención a cómo inciden en Edith las primeras experiencias de vida: el carácter de su madre, las prácticas y tradiciones de la pequeña comunidad judía a la que pertenecía, la educación que recibe. Es decir, no se trata de aspectos marginales, si se pretende comprender la obra en clave macintyreana. Para el autor, la filosofía no es una abstracción de la realidad. Existe una unidad inseparable entre el modo de vivir y el modo de pensar que adopta el filósofo. Es decir, para Macintyre, las relaciones, experiencias, actitudes y capacidades que se desarrollaron durante los primeros años de Edith Stein, forjan el carácter de la filósofa y fueron el punto de partida de su florecimiento filosófico. Sin embargo, pueden resultar de mayor interés filosófico los emba­tes que protagonizó Stein como miembro del “Círculo de Göttinger”. Las disputas filosóficas entre Husserl y sus alumnos —entre los que se encontraban Adolf Reinach, Max Scheler y la joven Edith Stein— integran el nudo central de este libro: los interrogantes de Stein, las respuestas a sus propias preguntas, la maduración de su pensamiento y las razones que dieron origen al distanciamiento de Husserl, a quien seguirá mirando con particular agradecimien­to, aún reconociendo las marcadas diferencias causadas por el retorno al idealismo de su Maestro.

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The Chesterton Review en Español Para MacIntyre el modo de pensar y el modo de vivir tienen un mismo núcleo narrativo. Por eso, a través de la vida de Edith Stein, el filósofo Alasdair Macintyre busca reflejar, desde una nueva perspectiva, uno de los temas centrales de su propia indagación filosófica: el sentido último de la filosofía. Pues entiende, tal como lo señalo Aristóteles al comienzo y al final de su Ética a Nicómaco, que la filosofía no es solamente conocimiento, sino también una forma de vida. En el relato, se destacan las profundas transformaciones que acontecen entre 1916, año que defendió su tesis doctoral y se convirtió en asistente de Husserl, y 1922, año en que es recibida en la Iglesia Católica. Estos años son complejos y difíciles de hilvanar para el autor, que pretende integrar la narración en un todo, Sin embargo, encuentra una salida que permite mantener la unidad del relato: traza primero los cambios de la visión política de Stein; luego insinúa la relación que existe entre su actividad filosófica y otros aspectos de su vida y, finalmente, se ocupa de su conversión al catolicismo, La variedad de facetas e interrogantes que despiertan la vida de Stein, deja las puertas abiertas a múltiples interrogantes para la investigación filosófica. El proceso de conversión, ocurrido entre los años 1918 y 1922 marca, de manera crucial, un antes y un después en la vida y en la filosofía de Stein. Sobre este hecho, MacIntyre ofrece algunas aclaraciones sobre el alcance de una conversión, Explica que la conversión no implica ir más allá de propia razón, ni tampoco contra ella, pues la fe que adquiere el recién converso se apoya sobre sus conocimientos racionales, al tiempo que sus conocimientos racionales comienzan a tener una nueva comprensión desde la nueva luz que ilumina su razón. Es decir, la conversión imprime un cambio radical en la vida de Stein, pues junto con el catolicismo descubre su vocación como monja carmelita. Sin embargo, este hecho no implica un corte rotunda con la filosofía, aunque sí la dilatación de su investigación, por varios años. Su filosofía experimenta un notable cambio: la mirada desde la fe trae nuevos interrogantes, nuevas perspectivas y el reconocimiento de la insuficiencia de sus cuestionamientos anteriores. No obstante, sus convicciones fenomenológicas esenciales se mantienen en pie, pero empiezan a surgir ciertas discrepancias con el método fenomenológico, que exigen una nueva reflexión, revisión y correcciones, desde una perspectiva filosófica alternativa. En el último capítulo el autor presenta una “Filosofía aplazada”. MacIntyre presenta unos párrafos de una carta de Edith Stein a su amigo Fritz Kaufmann: “que sea posible ejercer la investigación científica como culto a Dios es algo que he aprendido, realmente, después de ocuparme de Santo

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Artículos y Comentarios Tomas” (Pág. 297). Aquí aparece la cúspide del dialogo: el encuentro con el Tomismo: un nuevo punto de partida para la filosofía de Stein y una nueva proyección para MacIntyre, quien también había tenido su encuentro con Tomás de Aquino, después de haber militado en las filas del marxismo, En otra oportunidad había dicho MacIntyre que “el Tomismo nos habilita para escribir un tipo de historia de la filosofía moderna y contemporánea que esa filosofía no puede ofrecer par sí misma”. Ahora, ante la presencia de Edith Stein, MacIntyre ofrece el Prólogo de una nueva historia.

Cristianos en la encrucijada: los intelectuales cristianos en el periodo de entreguerras —  El siguiente comentario del libro de Mariano Fazi, Cristianos en la encrucijada: los intelectuales cristianos en el periodo de entreguerras (Editorial Rialp: Madrid, 2008) escrito por Josemaría Caraabante, fue publicado en la revista Humanitas (No. 52, XIII) Cristianos en la encrucijada es un penetrante análisis del pensa­miento político-religioso de aquellos intelectuales cristianos que adquirieron relevancia durante el periodo de entreguerras, pero que no han perdido actualidad. En los ocho autores que estudia el profesor Fazio, rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y autor de Historia de las ideas contemporáneas, late una profunda preocupación por el tiempo que les toco vivir, cuando surgía una cultura que daba la espalda a la trascendencia. Fazio ha optado por separar a los ocho autores estudiados en dos bloques según la nacionalidad: ingleses y franceses. Cada uno de ellos comienza con una nota introductoria que contextualiza sus aportaciones. Después de una pequeña biografía, expone las líneas generales de sus ensayos.

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The Chesterton Review en Español Tanto en Francia como en Inglaterra se produjo a finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte un renacimiento del catolicismo, con figuras tan influyentes como Bloy o Péguy en un caso y el cardenal Newman en el otro. Berdiaeff—de origen ruso pero afincado en Paris— propuso una nueva Edad Media en la que se valorara lo espiritual por encima de lo material. Maritain renovó la filosofía tomista, animó a muchos a convertir­se, profundizó en el humanismo y propuso una nueva cristiandad sin renunciar al pluralismo. Entre este ultimo y Berdieff puede situarse a Gilson, más conocido por sus memorables estudios sobre filosofía medieval, quien percibió la necesidad de un “orden católico”, con lo que se refería a la coordinación de los cristianos dentro de la sociedad civil, sin encerrarse en ámbitos privados. Por último, Mounier, padre del personalismo comunitario, se enfrentó tanto al individualismo como al colectivismo subrayando la importancia de la revolución personalista. En Inglaterra, a comienzos del siglo veinte, comenzó a sobresalir Chesterton, quien, incluso antes de convertirse, realizo una simpática pero contundente defensa del cristianismo. Llego a confeccionar, según Fazio, una filosofía del asombro que, a través de la percepción del mundo y de la vida como don, le condujo a Dios. Chesterton, como Hillaire Belloc—cuya obra también se estudia en estas páginas—, se empeñaron en combatir el ateísmo y el materialismo en el ámbito de la cultura. Más centrado en la historia, Dawson insistió en la aplicación de la religión a la vida, tomando el ejemplo de los primeros tiempos del cristianismo y de los santos: solo a través del compromiso con la fe pueden volver a abrirse las fuentes culturales de la sociedad y de la cultura. El último autor al que se refiere Fazio es T.S. Eliot, que en La idea de una sociedad cristiana perfila un modelo social acorde con el cristianismo como remedio a los problemas de la sociedad inglesa. Las soluciones que ofrecen estos pensadores son variadas, pero se pueden resumir algunas líneas comunes. En general, los pen­sadores estudiados afirmaron el carácter publico del cristianismo, su implicación en las realidades temporales, sin confundirse con ellas. Creían que el proceso de recristianización dependería de la santidad de los creyentes, sobre quienes recaería la tarea de conciliar creencia y vida. Por último, fueron bastante críticos con la situación social y promovieron mejoras en este sentido. Fazio no pretende detallar el pensamiento de estos ocho autores; subraya más bien las ideas centrales. Asimismo, ofrece una larga bibliografía tanto de 136

Artículos y Comentarios los autores como de su tiempo histórico para elector que desee profundizar por su cuenta. Dos ideas se pueden extraer del libro: que el tiempo de crisis todavía no ha pasado—por lo que el cristianismo sigue estando en la encrucijada—y que si se quiere comprender el tiempo en que vivimos—e intervenir en él—estos intelectuales tienen todavía mucho que sugerir.

Belleza del asombro —  La siguiente observación fue publicada en el blog del diario El Mercurio de Chile el día 24 de abril, 2009, bajo el nombre de Rodericus. La lectura de una frase de Chesterton me ha dejado perplejo y estremecido. El escritor inglés señaló, sin duda con carácter profético, que “aunque lo asombroso nunca faltará en este mundo, sí lo hará el asombro”. ¿De alguna manera, acaso, el asombro no se ha batido ya en retirada? Sobrecargados de noticias y de información, vivimos condicionados por una enfermedad del alma: la incapacidad de dejarse sorprender por una realidad que es esplendor de la obra transfigurada por la Palabra. Pasmarse es mirar el mundo y el entorno con los ojos de un niño, abiertos de par en par con el afán de absorber toda presencia. Un niño nunca está ciego ante lo que acontece, pero nosotros, apurados por los quehaceres, hemos sido avasallados por la eficacia y atrapados por la parálisis de los sentidos, que sólo perciben lo que apenas roza la vida, pero que no es la vida; lo que agobia nuestro día, pero cuyo cansancio no nos salva; lo que, siendo herramienta, se ha vuelto fin. ¿Qué puede restaurar el don del asombro para el hombre, el privilegio de una existencia invadida por lo esencial y despojada de lo que, al rebasarnos, nos vacía y nos aburre? Quizás únicamente el anhelo de que la sombra del asombro no desaparezca del todo.

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Chesterton y la crisis global —  El siguiente artículo de Jorge Rouillon fue publicado en el diario La Nación de Argentina, sección Cultura, el día 24 de Agosto, 2009. G. K. Chesterton, el gran escritor inglés, fue evocado en un encuentro realizado en la Legislatura porteña, al cumplirse cien años de dos de sus obras: Ortodoxia, libro al que uno de los oradores citó como “teología de la alegría”, y la novela El hombre que fue Jueves. Bernardo Ezequiel Koremblit, literato y académico de Periodismo, la ubicó entre las grandes novelas del siglo veinte, junto con Ulises, de Joyce; La montaña mágica, de Thomas Mann; El castillo, de Franz Kafka; En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y alguna más. Estimó que Chesterton es acaso el escritor que mejor introdujo “una sonda ´omnividente´ en el alma humana y en los desatinos en los que esa alma es capaz de caer”. Al señalar la omnímoda paradoja y la acendrada fe como características de este escritor, destacó que Chesterton escribió esa novela policial elevada a lo metafísico, plena de humor, que tuvo una enorme repercusión, cuando tenía sólo veinte y ocho años. Koremblit, de amplia actuación en la comunidad judía, señaló: “Faltan todavía veinte años para que todas las campanas de Londres celebren su ingreso a la Iglesia de Roma, al catolicismo que abrasará, con ese, pleno de convencimiento y fervor, y con zeta, esto es abrazado a la persona de Jesús en toda su integridad humana y divina. Cristo es la representación de la ejemplaridad para la cual el Señor creó el género humano, y es la redención y salvación en aras de la cual fue inmolado”. El padre Ian Boyd, Presidente del Insituto G. K. Chesterton para la Fe y Cultura de la Universidad Seton Hall, de Nueva Jersey, observó que esa novela, la más famosa del autor, parece no tener nada que ver con la religión. Y buscó, a partir de ciertas pistas, desentrañar allí una metáfora del orden providencial de los hechos, un oculto significado religioso. En otra mesa, Chesterton fue mirado en relación con la crisis financiera global por Jorge Steverlynck, economista que en 2001 había escrito en un artículo publicado por la Universidad Católica Argentina que venía un problema mundial grave, porque reinaba lo virtual y se despreciaba la realidad, un problema que antes que económico y financiero era filosófico y moral. Citó a Chesterton en otra gran crisis, cuando en 1930 decía que en materia comercial hay algo invisible que puede llamarse confianza. Y

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Artículos y Comentarios apuntaba: “La gente no negocia realidades; enfáticamente negocia en bienes virtuales. Negocia rumores, interpretaciones, valores ficticios, ofertas temporarias, cosas que nunca son lo que parecen, y muy pocas veces hace lo que promete”.

Los cuentos de hadas —  La siguiente nota fue presentada en la conferencia realizada en Buenos Aires, Argentina en Octubre, 2008 por Maria Veronica Ale, alumna de cursos secundarios del colegio del Instituto del Verbo Encarnado. Mi propósito es hablar de los cuentos de hadas, aunque bien se que ésta es una empresa arriesgada. Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios, y de temerario se me puede tildar, porque, aunque he sido un aficionado a tales cuentos desde que aprendí a leer y en ocasiones les he dedicado mis lucubraciones, no los he estudiado, en cambio, como profesional. Apenas he sido en esa tierra un explorador sin rumbo (o un intruso), lleno de asombro pero no de preparación. Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas, belleza que embeleza y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo y mientras se está en él resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves.1 Hemos considerado apropiado comenzar el tema con la misma introducción que hace J.R.R. Tolkien en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas” para saber antes de empezar que estamos en una empresa arriesgada. Hemos visto cómo describe el autor el fantástico mundo de los cuentos de hadas, Fantasía, y el modo de penetrar en él. Luego de saber esto, veremos qué son los cuentos de hadas y sus características.

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The Chesterton Review en Español Definición de cuento de hadas La definición de cuentos de hadas depende de la naturaleza de Fantasía, pues el cuento de hadas no es aquel que tiene por protagonistas elfos y hadas, ni es un relato histórico sobre ellos. El cuento de hadas es “aquel relato que transcurre en un mundo separado del real, donde la magia y el encantamiento son las reglas”2, es un relato sobre el país de las hadas, la región o el reino donde éstas tienen su existencia: es un relato sobre Fantasía. Chesterton dice al respecto: “Mi primera y última filosofía, aquella en que creo con fe inquebrantable, la aprendí en la edad de la crianza. Puedo decir que la que la recibí de la nodriza […] Aquello en que creía entonces, y en que sigo creyendo más, son los cuentos de hadas. A mi me parecen lo más natural del mundo […] El reino de las hadas no es más que el luminoso reino del sentido común. No toca a la tierra juzgar al cielo; pero sí al cielo juzgar a la tierra. Pues así igualmente me parecía que la tierra no podía criticar el reino de las hadas, sino éste criticar a la tierra”3 Ahora sí veremos las características de los cuentos de hadas: veremos la ética que engendran, y luego de esto veremos lo que el cuento de hadas brinda a los hombres: Fantasía, renovación, evasión y consuelo. Virtudes y ética “Casi parece increíble que una persona pueda dedicarse al estudio de los cuentos de hadas y no saque mejores enseñanzas”4 escribe con mucha razón Tolkien. Hay muchos principios nobles y saludables en los cuentos de hadas. Veamos algunos ejemplos que da Chesterton en su libro Ortodoxia. - El cuento “La Cenicienta” tiene la misma enseñanza del “Magnificat”: exaltavit humiles. - El cuento “La Bella y la Bestia” da la generosa lección de que tenemos que amar las cosas antes de que sean amables. - El cuento “La Bella durmiente” donde se ve la terrible alegoría de que la criatura, al nacer, entre los dones de bendición recibió la maldición de la muerte; y que esta misma puede desvanecerse hasta transformarse en un sueño. 140

Artículos y Comentarios Así podríamos enumerar las virtudes que engendran estos cuentos, aunque podemos resumirlas en pocas, o mejor dicho, en una: la humildad. Esta humildad es indispensable en el cuento de hadas, pues para emprender cualquier aventura es necesario tener “corazón de niño”. También es indispensable para la renovación, de la cual hablaremos más adelante. Características La Fantasía La imaginación es una facultad del alma humana por la cual podemos formar imágenes de cosas que no están presentes. El resultado final de ésta es la sub-creación, y el eslabón que las une es el arte. Es necesario un término que abarque a la vez el arte sub-creativo y la cualidad de la sorpresa y asombro que derivan de la imagen: una cualidad esencial en los cuentos de hadas. Con éste propósito utilizaremos el término Fantasía. En éste sentido la Fantasía es una manifestación elevada del arte, casi en su forma más pura, y, por ello, cuando se alcanza, la más poderosa. La Fantasía tiene una desventaja: es difícil de alcanzar, requiere esfuerzo e intelecto, y también una habilidad especial algo así como una destreza élfica, dice Tolkien. Pocos se atreven a tareas tan arriesgadas, pero cuando lo intentan y se alcanza, nos encontramos con un extraño logro del arte: auténtico arte narrativo. Es mejor preservar la fantasía para el ámbito de la palabra, para la verdadera literatura. La fantasía es algo connatural al hombre, no destruye ni ofende a la razón.5 Chesterton afirma que en el país de los sueños, “donde vivimos las personas más razonables del mundo” se admite plenamente la ley de la razón, por ejemplo, veamos el cuento de Cenicienta: si las hermanas son mayores que Cenicienta, es necesario que Cenicienta sea a menor de las hermanas. Los cuentos de hadas son lo más razonable que hay en el mundo. “a su lado, el racionalismo y la religión parecen igualmente anormales; aunque anormalmente justa la religión, y el racionalismo anormalmente falso”6. Por supuesto que pueden cometerse excesos, se la puede utilizar para el mal o para fines perversos. Puede incluso confundir a las mentes de las que procede. Sin embargo podemos decir esto de cualquier actividad humana.

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The Chesterton Review en Español Chesterton afirma: “La fantasía, firme como siempre, sigue mereciendo mi confianza. Porque la fantasía es siempre un hecho positivo y lo que a menudo resulta fraude es la realidad”7 La renovación Existe un peligro de aburrimiento en el legado de la riqueza, el gozo y las enseñanzas que hemos heredado de las generaciones que nos precedieron en el Arte; o, tal vez, el anhelo de originalidad puede conducirnos al rechazo de la armonía, cualidad esencial de la belleza. La vía de evasión de esto no debe buscarse en lo extraño, rígido o deforme. Antes de esto necesitamos renovarnos. Los cuentos de hadas nos pueden ayudar a completar esa renovación. Renovación es volver a ganar: es ver las cosas como se supone debíamos hacerlo, como objetos ajenos a nosotros mismos. Sin embargo, los cuentos de hadas no son el único medio de renovación. Para renovarse basta con la humildad. Para los humildes está la fantasía que Chesterton utilizó para destacar la originalidad de las cosas cotidianas cuando las miramos desde un punto de vista diferente del habitual. Ésta fantasía posee la virtud de renovar la frescura de nuestra visión. La fantasía creadora puede hacer algo más: puede recrear lo nuevo. Los cuentos de hadas tratan, pues, primordialmente de las cosas sencillas o fundamentales que no ha tocado la fantasía; pero estas cosas sencillas reciben del entorno una luz particular. Veamos un ejemplo claro: Chesterton advierte asombrado que los científicos hablan de las cosas cotidianas de la vida como si fuesen racionales e inevitables. Los científicos suponían que el hecho de que los árboles produzcan frutos es algo tan cierto como que dos más tres sumen cinco. Ellos no advirtieron que en el reino de las hadas existe una enorme distancia entre uno y otro hecho. Ya hemos dicho que los cuentos de hadas aceptamos las leyes matemáticas, lógicas, razonables o necesarias; por lo tanto no podríamos imaginar que dos más tres dejen de sumar cinco, pero si que los árboles dejen de producir frutos para producir, por ejemplo “candeleros de oro o tigres colgados por la cola”. En esto consiste ver las cosas sencillas como se supone debíamos hacerlo, con la luz que reciben de su entorno.

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Artículos y Comentarios La evasión La evasión es una de las principales nociones del cuento de hadas. El mundo moderno cree en la tecnología y el progreso, y llega a crear cosas inhumanas. Y no solo las crean, sino que también las ven como más vivas que las cosas verdaderamente vivas. En realidad los cuentos de hadas son mucho más vivos y humanos que las fábricas y el estruendo de los autos en que el mundo moderno tanto se satisface. Chesterton dice: “Y en verdad, no son tan fantásticos como se dice. ¡Cuantas cosas, comparadas con ellos, resultan más fantásticas todavía! 8 Los cuentos de hadas no son tan fantásticos como otras cosas porque ellos “pueden crear monstruos que vuelan por los aires o moran en los abismos, pero al menos, ellos no intentan escapar del cielo o la realidad” 9 10 Hay otro motivo de ésta evasión: en el mundo moderno se despoja a la bondad de la belleza. En los cuentos de hadas podemos imaginar que un ogro viva en un castillo estremecedor y horrible; pero jamás podríamos consentir en que un edificio con un buen fin, posea tales características. Sin embargo, esto sucede en el mundo moderno. Como ya dijimos, este es el sentido moderno de la evasión. Pero hay motivos de evasión que siempre han estado presentes en los cuentos de hadas y en las leyendas. Está el deseo del hombre de comunicarse con otros seres. En éste deseo se basa que en todos los cuentos de hadas las criaturas y bestias hablen. Pero el más íntimo deseo es el de la Gran Evasión, el escapar de la muerte. En todos los cuentos de hadas escritos por los hombres yace este deseo. Pero más importante que la evasión es la última de las características del cuento de hadas, algo que ellos proporcionan de modo admirable: hablamos del consuelo. El consuelo El valor consolador de los cuentos de hadas es mucho más importante que la satisfacción de viejos anhelos: es el consuelo del final feliz. Así deben terminar todos los buenos cuentos de hadas. La tragedia es la forma auténtica del teatro, su misión más elevada. Lo opuesto de la tragedia es cierto en los cuentos de hadas. Es una “buena catástrofe” a la que llamaremos “eucatástrofe”. Ésta es la verdadera manifestación del cuento de hadas en su manifestación más elevada.

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The Chesterton Review en Español El consuelo de los cuentos de hadas, la alegría del final feliz, la eucatástrofe, no se fundamenta en la evasión ni en la huida. No niegan la existencia del fracaso y la tristeza, la posibilidad de ellos permite el gozo del final feliz. Lo que rechazan, es la derrota final “y son, por tanto, evangelium, ya que proporcionan una fugaz visión del gozo, Gozo que los límites de éste mundo no encierran y que es penetrante como el sufrimiento mismo”11, explica Tolkien. Lo que caracteriza a un buen cuento de hadas es que puede hacerle contener la respiración al lector, puede “acelerarle y encogerle el corazón” y colocarlo al borde de las lágrimas, como lo haría cualquier forma de arte literario, pero manteniendo sus características propias. El efecto del final feliz “es más poderos y estremecedor cuando se da en un buen cuento de hadas. Cuando en un relato así se llega al repentino desenlace, nos atraviesa un atisbo de gozo, un anhelo del corazón, que por un momento escapa del marco, atraviesa realmente la misma tela de araña de la narración y permite la entrada de un rayo de luz”12 Conclusión Hemos visto a grandes rasgos lo que son los cuentos de hadas. Chesterton fue un viajero en ese mundo. Lo conoció y llevó a la práctica sus más importantes virtudes, sobre todo aquella que está en el fondo de todo cuento de hadas y que es la raíz de toda otra virtud: la humildad. No sólo hizo esto, sino que nos legó su experiencia como viajero en esas tierras, para que nosotros no entremos desprevenidos y, sobre todo, para que también sepamos llevar a la práctica las virtudes que nos dan. Poeta que con tu pluma das vida y con belleza en un papel plasmaste Bellezas que alegre contemplaste en las cuales quedó tu alma prendida. Describiste por no verla perdida la tierra que errante visitaste, entre hadas y duendes tú viajaste y de su vida hiciste tú tu vida.

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Artículos y Comentarios Tu poesía que es rosa florecida y en el jardín de las hadas tú plantaste dará frutos y jamás será perdida. Tu alma, gran autor, nos entregaste nos diste, Chesterton, tu vida y en modelo a seguir te transformaste.

TOLKIEN, John Ronald Reuel, Sobre los cuentos de hadas, pág 135. CASTELLINO, Marta E. Mito y Cuento Folklórico. Ex – libris. Mendoza. 2000 3  CHESTERTON, Gibert Kate, Ortodoxia, 311 págs, s/d pág 92. 4  TOLKIEN, John Ronald Reuel, Sobre los cuentos de hadas. 5  Ver Nota 1 6  CHESTERTON, Gibert Kate, Ortodoxia, pág 92. 7  CHESTERTON, Gibert Kate, Ortodoxia, pág 86. 8  CHESTERTON, Gibert Kate, Ortodoxia, pág 92. 9  TOLKIEN, John Ronald Reuel, Sobre los cuentos de hadas, pág 182. 10  Ver Nota 2 11  TOLKIEN, John Ronald Reuel, Sobre los cuentos de hadas, pág 187. 12  TOLKIEN, John Ronald Reuel, Sobre los cuentos de hadas, pág 188. 1  2 

... casados, y vivieron siempre felices ..., ilustración de G. K. Chesterton publicada en el libro The Coloured Lands

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Notas especiales Presentación de la edición especial de Ortodoxia en Chile —  La siguiente nota escrita por Braulio Fernández Biggs, profesor de la Universidad de los Andes, relata la presentación de la edición especial con motivo del centenario de Ortodoxia. El jueves 23 de octubre de 2008 tuvo lugar, en Santiago de Chile, la presentación de la edición conmemorativa por los 100 años de Ortodoxia, publicada por G. K. Chesterton en 1908. Se trató de una publicación limitada, de 250 ejemplares, que tuvo como destino final las principales bibliotecas de Inglaterra y el Congreso de los Estados Unidos. El excelente trabajo de diseño gráfico estuvo a cargo de la diseñadora gráfica Elena Manríquez y el de imprenta a cargo de Andrea Vinagre de Quebecor. Esta última realizó una acuciosa y detallada labor que incluyó tapas en cuero natural, folios dorados y encuadernación hecha a mano. Un texto de 380 páginas se acompaña de una ingente introducción y abundantes notas explicativas del Dr. Sheridan Gilley de la Universidad de Durham, Inglaterra. Este proyecto—realizado en forma multinacional—se realizó bajo la dirección de Gloria Garafulich Garbois, Editora Ejecutiva del Chesterton Review. Para la Universidad de los Andes fue un motivo de gran alegría que el evento se desarrollara en sus aulas, como un acto académico de especial relevancia. La organización estuvo a cargo del Instituto de Filosofía de la Universidad, que convocó a un nutrido grupo de profesores, alumnos y público externo invitado, en uno de los auditórium del edificio de Biblioteca.

Costado de la Plaza de Armas, Santiago, Chile

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The Chesterton Review en Español El lanzamiento de la edición especial de Ortodoxia contó con la presencia del R. P. Ian Boyd, C.S.B., Presidente del Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura y del profesor Dermot Quinn, ambos de la Universidad Seton Hall. Junto a autoridades académicas de la Universidad y de su Instituto de Filosofía, estuvo también presente Gloria Garafulich-Grabois. El acto académico tuvo su momento central en la clase magistral que dictó el R.. P. Ian Boyd; quien, a propósito de Ortodoxia, se refirió in extenso y de manera sobresaliente a la visión sacramental del mundo y de la vida, según Chesterton. Dicha clase magistral fue publicada también en el país en Humanitas, revista de antropología y cultura cristianas de la Pontificia Universidad Católica de Chile (año XIV, nº 53, ene.-mar. 2009), bajo el título: “Chesterton y Ortodoxia: Leyendas y realidades”. Confiamos que en un futuro no muy lejano nuestros países puedan contar con una óptima traducción de Ortodoxia al castellano, que reúna también el abundante trabajo crítico y académico del que ha sido objeto durante estos cien años.

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Notas especiales

Cien Años de Ortodoxia en la Pontificia Universidad Católica de Chile —  Jaime Antúnez, editor de la revista Humanitas, escribe el siguiente reporte del programa de actividades realizadas en la Universidad Católica de Chile el día 24 de Octubre del 2008. Organizado por Humanitas, Revista de Antropología y Cultura Cristianas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y con la participación del Instituto G. K. Chesterton para la Fe y Cultura, tuvo lugar en Santiago, en octubre del 2008, una extensa y rica jornada conmemorativa del centenario de la obra clásica de Chesterton, Ortodoxia. Dicha jornada comenzó con una mañana de exposiciones que se abrió con la presentación del II volumen de la edición en castellano de The Chesterton Review, a cargo del director de Humanitas. Seguidamente el Padre Ian Boyd, presidente del Instituto Chesterton dictó una conferencia sobre El hombre que fue Jueves, libro del autor británico, y a continuación el Prof. Dermot Quinn, del mismo Instituto, disertó sobre los primeros críticos de Ortodoxia. Ambas conferencias fueron seguidas por un variado y numeroso grupo de asistentes que dialogó sobre estas materias con los expositores. Al fin de la tarde la atención se trasladó la sala del Teatro de la Universidad Católica,—ubicada en el viejo barrio residencial de Ñuñoa—donde se realizó el ensayo general, abierto al público, de la pieza “Enormes Detalles”, dirigida y actuada por Ramón Nuñez, figura señera de este elenco teatral universitario que celebrara así sus muchos años en las tablas. Los parlamentos de “Enormes Detalles” reproducen temas y diálogos del recordado personaje chestertoniano Padre Brown. Después de la representación subieron al evocativo escenario, para sentarse tras “el escritorio de Chesterton”, el Padre Ian Boyd y el Prof. Dermot Quinn. Un público que se mostró conocedor de la obra de Chesterton—en particular estudiantes universitarios que dominaban bien el idioma inglés—planteó a los dos expositores visitantes preguntas de profundo contenido que dieron ocasión a un prolongado intercambio en el propio idioma de Chesterton.

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Ramón Núñez protagoniza Enormes Detalles, obra sobre Gilbert Chesterton —  El siguiente texto es el comunicado de prensa anunciando la obra Enormes Detalles del Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En las próximas páginas publicamos una entrevista al dramaturgo Andres Kalawski sobre esta producción. El Instituto Chileno Británico de Cultura celebra sus 70 años de existencia conmemorando al escritor Gilbert Chesterton. La institución británica, junto al Teatro de la Universidad Católica, levarán a escena una obra biográfica del autor, donde se retrata la época de principios del siglo XX y los aspectos más destacados del literato. El personaje de Chesterton es interpretado por el reconocido actor Ramón Núñez. Durante el mes de octubre, en el Teatro de la Universidad Católica se ha programado la obra Enormes Detalles. Este montaje, del dramaturgo Andrés Kalawski, pone en escena la biografía de Gilbert Chesterton, el reconocido escritor británico de inicios del siglo XX que cultivó, entre otros géneros, la narración policial, el ensayo y el periodismo. La obra, basada en El Jardín Secreto de G. K. Chesterton, es protagonizada por Ramón Núñez y Alexei Vergara. Ambos actores, ponen en escena una ficción meta teatral en dónde se intenta recrear un día en la vida de Chesterton. La puesta en escena evoca un día particular del escritor dónde, a la par con la ficción escénica que narra el argumento de El Jardín Secreto, se crea una situación dramática dónde Chesterton debe terminar el escrito para ser entregado a su editor. La obra, culmina con Chesterton terminando se escribir su cuento y recibiendo la noticia de la muerte de su hermano. Constantemente la puesta está tensionando la ficción teatral y entremezclando la biografía de Chesterton con la exposición de su material literario. Ambos actores recrean la atmósfera de Inglaterra a comienzos del siglo XX y además ejecutan una puesta en escena dinámica que trabaja sobre las premisas de la creación dramática. El diseño integral ha sido realizado por Ramón López quien recalca que “Este proyecto es muy sencillo y se ha planteado con las características de una puesta en espacio donde se pueda estar investigando constantemen-

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Notas especiales te en escena”. Para el actor, Alexei Vergara “esta es una obra que, más que hablar de Chesterton, pone en escena el tema de la creación a través de elementos meta teatrales. Es un texto que habla también sobre las relaciones humanas. Para mí este es un gran homenaje para el teatro y sobre todo para Ramón Núñez con quien es un gusto compartir escenario desde una puesta en escena que cuestiona constantemente la problemática de la creación” Las funciones de la obra Enormes Detalles se realizaron entre el 23 de octubre y el 1 de Noviembre en la sala Eugenio Dittborn del Teatro de la Universidad Católica. Ficha Técnica Chesterton Autor: Andrés Kalawski Elenco: Ramón Núñez, Alexei Vergara Escenografía e iluminación: Ramón López Realización escenográfica: Claudio Viedma Juan Pablo Cuevas Ariel Medrano Producción general: Mario Costa

Ramón Núñez

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Entrevista a Andrés Kalawski, dramaturgo obra Enormes Detalles —  La siguiente entrevista al dramaturgo Andres Kalawski fue realizada por Inés Stranger para el cuadernillo publicado con motivo de la presentacion de esta obra. Le agradecemos al Sr. Mario Costa, productor, por autorizar la reproduccion de esta entrevista. ¿De dónde surge el nombre de esta obra? Existe un texto de Chesterton que se llama Enormes minucias. Yo quise recuperar esa idea porque Chesterton era famoso por escribir con paradojas y contradicciones, y también porque pienso que en el texto y la puesta en escena debe haber mucha atención a los detalles. En los cuentos policiales siempre son los pequeños detalles los que revelan al asesino. Un pequeño detalle que termina siendo un enorme detalle. Por un pequeño error todo se echa a perder. Todos los criminales son culpados por pequeños detalles, pero no sólo los criminales. También el hermano de Chesterton que, siendo tan valiente como para ir voluntariamente a la guerra y mostrar el pecho desnudo a las balas, consigue una pulmonía. También las cosas nobles fracasan por lo pequeño. Chesterton es interpretado por Ramón Núñez. ¿Cómo fue para ti escribir un texto conociendo al actor que interpretaría al personaje principal? Los compositores aprenden organología, el estudio de cómo están hechos, para qué sirven y las diversas posibilidades que los instrumentos pueden ofrecer. Esta disciplina es fundamental para ellos porque, como deben componer para instrumentos concretos, tienen que saber que hay notas que el clarinete, por ejemplo, no puede hacer. Yo creo que los dramaturgos deberíamos estudiar organología de los actores y por eso es bueno que tengamos cursos de actuación. Tiene que ver con escribir cosas que uno querría actuar.

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Notas especiales En este caso específico, lo que traté de hacer fue acordarme de Ramón Núñez, de lo que le he visto hacer en el escenario, lo que no le resulta tanto, y lo que considero que le resulta muy bien. Como lo he visto ensayar, dirigir, actuar y ser su alumno, creo que tengo distintos registros para saber más o menos cuál es su tesitura, qué es lo que da. El hermano del filósofo Ludwig Wittgenstein era pianista, y perdió una mano en la guerra. Entonces, llamó a un concurso que mandaba a componer un concierto para su mano izquierda. Lo ganó Ravel. Actualmente, cuando un pianista toca ese concierto, usa las dos manos. Lo que yo trato de hacer es lo mismo: explotar la capacidad que los actores tienen y exigir un poco más. Por ejemplo, usando lo que hace Ramón en clase, que no lo hace arriba del escenario, donde él, por lo general, restringe parte de su repertorio que le conocemos los que hemos sido sus alumnos. ¿Qué diferencias hay entre la forma de caracterizar de Chesterton y el de otro autor de novelas policiales? Yo diría que no es tan distinto. Todos usan la psicología, pero más que la psicología es la lógica. Por ejemplo, la fórmula de Sherlock Holmes era: “descartado lo imposible, lo que queda, aunque sea improbable, será lo verdadero”. Entonces lo que importa es cómo hacer eso que hacen los magos cuando estiran un cordel que parece muy amarrado y, con nada más que un soplido, deshacen el nudo. En Enormes minucias aparece una persona decapitada, en una casa cerrada, que antes no estaba ahí. Aparentemente eso es imposible porque cómo puede ser que alguien haya entrado sin entrar, que hayan decapitado a alguien sin que esté la cabeza; cómo puede ser que no nos hayamos dado cuenta ni hallamos sentido nada cuando lo estaban decapitando; cómo puede ser que los culpables no sean los culpables. ¿Cómo resolver esto? Entonces quién lo hizo y por qué lo hizo puede ser una pregunta que requiera de una respuesta psicológica, pero siempre es más importante el cómo lo hizo, cómo consiguió hacerlo.

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The Chesterton Review en Español Se puede hacer una distinción entre el género policial y el negro. El policial tiene una moral, pero una moral bien cínica porque finalmente apunta al virtuosismo de la razón que, finalmente, no tiene mucha ética. Algunos dicen que la misión del policial es el crimen sin motivo, que no se ejecuta más que para desafiar al detective a descubrir su procedimiento, entonces, también hay algo profundamente perturbado ahí. Por ejemplo, con Edgar Allan Poe encontramos a un hombre muerto en un charco de agua, en una habitación cerrada. ¡Ah! Es que fue un mono, con una estaca de hielo quien lo mató y por eso pudo pasar esa cosa, lo que resulta al final bastante ridículo. Mientras que en el género negro lo que hay es mucho motivo y poco procedimiento. Se trata de preguntas éticas sobre el crimen. ¿Y hacia dónde se dirige el personaje detective de Chesterton, el Padre Brown? El Padre Brown no es muy espectacular para descubrir los crímenes, no es un detective de acción como lo era Sherlock Holmes, por ejemplo, que se disfraza y suelta un perro. No, el Padre Brown se sienta y piensa. Usa la lógica porque cree que esa es la herramienta con la que Dios ordena el mundo. Otra de las ideas de Chesterton es que no hay que revelarlo todo. En Las aventuras del Padre Brown siempre hay un secreto, muchos de sus cuentos terminan con el secreto de la confesión. Y ahí el personaje se calla. Explica el cómo, pero no explica el porqué. ¿Por qué no lo explica? Porque se lo dijeron en un secreto de confesión. Eso, lo que tiene de base, es que hay un cierto pudor que es saludable como en Chéjov, donde encontramos un elogio del recato, de la moderación. Nosotros vivimos en un mundo que intenta mostrarlo todo, pero sabemos que eso es imposible. No es que la fotografía haya dominado el siglo XX, sino que el siglo XX usó la fotografía para buscar lo real, y toda la búsqueda de lo real tiene que ver con que no hay mesura ni límite de conocerlo y atraparlo todo. ¿Qué vigencia le encuentras tú al género policial? Este género obliga al autor a pensar mucho en cuánto y cómo el espectador es capaz de adelantarse a los hechos, y aprender a entregar y dosificar la información. En ese sentido, es una escritura muy técnica que yo creo 154

Notas especiales que vale la pena aprender. Se pueden entregar pistas falsas para que el espectador se equivoque, pero al final el espectador debe sentir que si se hubiese fijado lo suficiente hubiera podido descubrir al culpable o dilucidar el crimen. Si hubiera sido más inteligente que el detective, o tan inteligente como el detective, lo habría sabido. Se trata de construir algo así como una “confusión clara”, para usar una fórmula que me parece que le hubiera gustado a Chesterton. ¿Cómo se presenta esta idea en Enormes Detalles? En el texto, Chesterton dice—está tomado de un libro de él—, que “el pasado no es brumoso, el presente es el brumoso”. El pasado es nítido, porque él tenía una fijación con su infancia como un paraíso perdido. Cuando él resuelve un crimen, es como encender la luz. Un crimen no es más que una luz apagada, una brumosidad. Basta encender la luz para ver con claridad lo que hasta ese momento parecía una cosa muy confusa, sólo porque había poca luz. Chesterton tiene fe en que Dios construyó un mundo que tiene sentido, como decía antes. Pero lo más importante es que éste es comprensible; que si uno hace un esfuerzo, si piensa correctamente, el mundo y la creación están ordenados. La cosa tiene un sentido y no tres: puede ser cierta o falsa, pero no puede ser cierta y falsa. Es la tradición Tomista de la Iglesia que muestra que hay una razón oculta en la creación y que se puede entender. Yo siento que a ratos los artistas exageramos con que las cosas no tienen sentido: suena tan atractivo que el mundo no tenga ninguna razón. A veces creo que el trabajo de los intelectuales es volver los dramas del mundo comprensibles, porque negarles el sentido es darles demasiado poder. Si no tienen explicación, no podemos hablar de ellos porque son como Dios. Hay que buscar que hechos como el genocidio en Ruanda se pueda comprender aunque parezcan, al principio, incomprensibles. En el sentido metafísico, el policial puro está totalmente perdido, sirve sólo para entretenerse, pero es muy bueno como ejercicio de escritura: la mecánica de trabajar con las hipótesis del espectador, mostrando y ocultando información. Yo creo que Edgar Allan Poe inventó el principio y el 155

The Chesterton Review en Español final del cuento policial cuando escribió Los crímenes de la rue Morgue. Pero también inventó La carta robada que es como una broma ya que al final lo que ha pasado con la carta es que está encima del escritorio y nadie la encuentra. Poe cerró el policial llegando al absurdo. Borges lo volvió a hacer absurdo y se ha hecho varias veces. El policial, en su estado puro, es inocente para estos tiempos, pero es una mecánica muy útil. Es como un juego. ¿Y crees tú que en Enormes Detalles el espectador va a jugar? Podría decir que este proyecto es una especie de obra educativa. Quiero decir que está hecha para un público que, nos imaginamos, no tiene mucha relación con el teatro. El montaje está pensado para hacer lo que sólo el teatro puede hacer: una construcción a partir de la experiencia de compartir—actor y espectador—el mismo espacio y el tiempo. No espero que el público juegue tanto con el policial—que sería descubrir quién es el asesino—, sino que con los distintos niveles y códigos de actuación. Ramón Núñez lee muy bien, entonces uno entiende todo lo que está pasando al mismo tiempo. Su capacidad de pasar de una cosa a la otra, de manera muy rápida, creo que será visto como un ejercicio de virtuosismo. Nos enfrentamos a diferentes niveles: Ramón es un actor, Ramón es Chesterton, Ramón representa al Padre Brown. Yo espero que los saltos entre los distintos niveles y lo que puede hacerse de un nivel a otro, sea a lo que juegue el espectador. Espero que se vayan asombrando con las vueltas de la historia, pero que no se fatiguen mucho tratando de descubrir al asesino. La obra es muy corta para eso. Más que preocupado de construir hipótesis, creo que el público estará más atento a la maquinita escénica que construye Ramón López, el director de la obra.

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arriba: Diseño del set de Enormes Detalles abajo: Actores, productor y director en el set de Enormes Detalles

Cartas Carta de Buenos Aires Queridos amigos de la Sociedad Chestertoniana Argentina, lamentablemente por eventualidades de público conocimiento me es imposible estar entre ustedes tal cual era mi deseo, dejo mis sinceras disculpas. Quiero asimismo felicitarlos por la actividad que están llevando adelante en esta “casa”, estoy muy agradecido de que me hayan permitido aportar para la realización de este evento y sepan que el abrirles las puertas para la realización de este evento fue altamente gratificante, nuevamente pido disculpas por no haber podido asistir y los despido con un fuerte abrazo esperando poder reencontrarlos en futuras actividades. La saludo atentamente, Gerardo L. Ingaramo Diputado Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires 21 de octubre de 2008

Comienzo de otoño en el campo, Argentina

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Argentina 2008 El Sr. Jorge Ferro, miembro de la Sociedad Chestertoniana Argentina, escribe esta nota sobre la conferencia del año 2008 en Buenos Aires, Argentina Como se han hecho excelentes crónicas, me parece que puedo darme el gusto de recorrer subjetivamente imágenes dispersas, que sobrevienen espontáneamente cuando pienso en esos días, y se destacan sobre un telón de fondo cuyos rasgos centrales son el gozo de encontrarse con gente muy querida y poco frecuentada, y de oír una serie de exposiciones magistrales, que uno hubiera querido se prolongaran. Eso en el marco de un espléndido salón, señorial, de buen gusto, de la época de Chesterton. Y allí el saludo cordial y alborozado de la Beba Velasco, siempre animosa y animante. Y una tarde, Carlos Alberto Velasco Suárez me iluminó un tema al que no le encontraba la vuelta por mucho que lo intentara. Y de repente lo dijo, redonda y definitivamente. Como tengo la grabación, lo puedo transcribir: El hombre que fue Jueves no es una pesadilla sino el fruto de la resolución de una pesadilla: la de su grave crisis juvenil. […] El relato muestra el proceso trabajoso y doloroso de aproximación a Dios, de hambre por conocerlo, de aceptación del hecho de que su insondable realidad siempre nos supera y desborda. Muestra también un proceso de gradual discernimiento desde un indefinido panteísmo inicial hacia la distinción entre Dios y su creación. La realidad del mal, su delimitación, su presencia y su doloroso sentido irrumpen con la aparición de Gregory, El Acusador. El desenlace final, la eucatástrofe como la llama quien podemos considerar uno de los grandes discípulos de Chesterton, Tolkien, es inolvidable, tanto desde el punto de vista literario como religioso, al que lo literario sirve.

Yo leía y releía la novela, me hechizaba, y no veía esto. Esa tarde fue para mí una revelación. Recuerdo dónde estaba sentado y el ángulo desde que veía al orador. Y mi felicidad. Otra imagen dominante. Nunca había saludado personalmente al P. Boyd, yo me acerqué temeroso, y le pedí sus oraciones. Solo encontré comprensión y exquisita caridad. “Ya mismo ofreceré la misa por su intención”. Las cosas se arreglaron. Nunca le agradecí como corresponde. Vaya todo a la cuenta de Chesterton, que pagará encantado. El encuentro del 2008, tal como lo recuerdo hoy… Lago Lacar, Argentina

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Programas Cien Años de Ortodoxia y El hombre que fue Jueves Buenos Aires, Argentina Octubre 21-23, 2008

Martes 21 de octubre Ortodoxia 9:30 Recepción y acreditación 10:00 Acto de Apertura Palabras de bienvenida: R.P. Ian Boyd, Presidente del Instituto Chesterton para la Fe & Cultura Horacio Velasco Suárez, Presidente Comisión Organizadora 10:30 Café 11:00 Fr. Dr. Anibal Fosbery O.S.B.: Ortodoxia de Chesterton: Una introducción a su lectura y comprensión 12:00 Presentación de la nueva traducción de Ortodoxia R.P. Hernán Pérez Etchepare, SSP Director del Departamento de Periódicos de San Pablo 13:00 Almuerzo 16:00 Dr. Daniel Vergara del Carril: Una teología de la alegría, cien años después 16:45 Foro de discusión: La Ortodoxia de Chesterton frente a la actual crisis global: comentarios a la crisis financiera Panel: RP Danilo Eterovic, Juan Llach, Jorge Steverlinck. Moderador: Ricardo de la Torre 17:00 Té 17:30 RP Victor Sequeiros, IVE: Ortodoxia, la llave de la verdad en el mundo moderno

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The Chesterton Review en Español 18:00 Café 18:30 Dr. Dermot Quinn: Ortodoxia y sus primeros críticos 19:30 Santa Misa en la Catedral Metropolitana Miércoles 22 de octubre El hombre que fue Jueves 10:00 D. Bernardo Ezequiel Koremblit: Filosofía, Teología y humor: los primeros cien años de El hombre que fue Jueves 10:45 Café 11:15 RP Ian Boyd C.S.B. Una lectura teológica de El hombre que fue Jueves 12:15 Foro de discusion: La fantasia paradójica de Chesterton y la paradójica realidad argentina. Reflexiones sobre el conflicto del campo. Panel: Ludovico Videla, José Enrique Miguens, Carlos Velasco Suárez Moderador: Jorge Velasco Suárez 13:00 Almuerzo 16:00 Dr. Carlos Velasco Suárez: La gran crisis juvenil de Chesterton: El hombre que fue Jueves 17:00 Té 17:30 Dr. Santiago Arguello: El duelo callejero entre Syme y Gregory, su dimensión cósmica (Notas Introductorias) 18:10 Café 18:30 Dr. Dermot Quinn: Conclusiones Finales Cierre de la Conferencia 19:30 Misa concelebrada en la Iglesia de San Ignacio

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SOBRE LOS AUTORES Santiago Argüello, Profesor de Filosofía por la Universidad Católica Argentina y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra (2004, Premio Extraordinario), con una tesis sobre Posibilidad y principio de plenitud en Tomás de Aquino (Eunsa, 2005). Fue Postdoctoral Mellon Fellow en el Pontifical Institute of Mediaeval Studies (Toronto), donde se graduó como Licenciado en Estudios Medievales (2009). Ha enseñado en universidades de Argentina, España y México. Ha escrito más de una decena de artículos y participado en congresos y jornadas filosóficas en varios países. Ha traducido, introducido y anotado el libro de G.K. Chesterton, Mi visión de Estados Unidos (Losada, Buenos Aires, 2010). Es investigador del CONICET, con sede en el Centro de Estudios Filosóficos Medievales de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. R. P. Ian Boyd, C.S.B., Sacerdote de la Congregación de San Basilio, es el editor de la revista The Chesterton Review y presidente del Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura basado en Seton Hall University en New Jersey. Ha sido, durante muchos años, profesor de Literatura Inglesa en St. Thomas More College (U. de Saskatchewan) y de Seton Hall University. Es reconocido mundialmente como una autoridad sobre Chesterton y ha publicado numerosos artículos y una importante monografía Las novelas de G. K. Chesterton (The Novels of G. K. Chesterton, 1975). Joaquín Garcia-Huidobro, Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Profesor de ética y Filosofía Política en la Universidad de los Andes (Chile). Ha escrito 14 libros, entre ellos Simpatía por la Política (Santiago de Chile, 2007). Dr. Dermot Quinn, Profesor de Historia de Seton Hall University de New Jersey. Educado en Trinity College en Dublin, Irlanda y en New College, Oxford, GB. Autor de Patronage and Piety “English Roman Catholics and Politics, 1850-1900”, Understanding Northern Ireland, The Irish in New Jersey: Four Centuries of American Life. Ha publicado extensamente sobre G. K. Chesterton y su círculo, concentrándose principalmente en la filosofía social y económica conocida como “Distributismo”. En sus trabajos más recientes, ha explorado el pensamiento del distinguido historiador Christopher Dawson. Es miembro del consejo editorial de la revista The Chesterton Review y del consejo directivo del Instituto G. K. Chesterton para la Fe & Cultura. R.P. Agustín Sequeiros, I.V.E., Profesor y licenciado en Letras, licenciado en Literatura Francesa (UNLP). Fue ordenado Sacerdote en el año 2005 por S.E. Theodore McCarrick, Cardenal Arzobispo de Washington. Especializado en latín y griego, es autor de numerosos artículos y comunicaciones. Ha recibido premios y becas de la Universidad Nacional de La Plata, la Municipalidad de La Plata, la Alianza Francesa y la Universidad de Quebec. Daniel Vergara del Carril, Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor universitario. Vicepresidente de la Sociedad Chestertoniana Argentina. Ha dado varias conferencias sobre Chesterton, una de ellas publicada por el Jockey Club de Buenos Aires bajo el título “ Chesterton: El perfil de la cordura”.

ISSN No. 0317-0500 The Chesterton Review All Rights Reserved © 2010

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