El discurso religioso y sus políticas

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Descripción

EL DISCURSO RELIGIOSO Y SUS POLITICAS.

Margo Glantz
¿Hay géneros menores?
Una parte de la obra religiosa de Sor Juana fue publicada en ediciones
sueltas, aparecidas en M xico, y en los tres tomos de sus obras impresas en
Espa¤a. Varios textos de esa producci¢n se encuentran coleccionados en el
Segundo Volumen de sus obras, publicado en Sevilla en 1692 por Tom s Lopez
de Haro y dedicado por la monja jer¢nima a don Juan de Or£e y Arbieto (1).
Despu s de los habituales e innmerables paneg¡ricos y censuras, el libro
abre con la Carta atenag¢rica, para imprimir luego varias composiciones
coleccionadas bajo el t¡tulo de poes¡as l¡rico-sacras (algunos de sus
villancicos) y las poes¡as c¢mico-sacras, es decir, los autos
sacramentales, con lo que se da cuenta de un intenso trabajo religioso de
la monja, clasificado cuidadosamente y separado as¡ de las composiciones
profanas que luego se imprimen. En este ensayo subrayar aspectos de su
discurso religioso, tal y como aparece en algunos de sus villancicos.
Adem s de las Letras a la dedicaci¢n del Templo de San Bernardo en la
ciudad de M xico y las dedicadas a la Profesi¢n de una Religiosa, los
villancicos insertos en este tomo son los de la Concepci¢n y la Navidad de
1689, y las letras en honor de San Jos de 1690, compuestos para ser
cantados en Puebla de Los Angeles. Esas tres series van precedidas de
anotaciones impresas debajo del t¡tulo que, por ejemplo, en la de la
Concepci¢n, se formula as¡:

Repítese aquí por no haber salido en la primer impresi¢n del tomo I de las
obras de la se¤ora Sor Juana, porque le vean los que no tienen la segunda
impresi¢n de dicho tomo (p. 37).
Y en la p. 48 -villancicos de la Navidad- se remacha: "Que, aunque añadidos
al fin de la impresi¢n segunda del primer tomo, se repiten aqu¡, por la
causa ya dicha", y para que no exista la menor duda, en la p. 62, donde se
inicia la impresi¢n de las letras cantadas en los maitines de San José, se
advierte que por "las causas ya insinuadas" se dan de nuevo a la estampa.
¨Por qu se reitera tantas veces la necesidad de reimprimir los
villancicos? Quiz una de las posibles razones sea liberar a la monja de
ciertas acusaciones, la de dedicar demasiado tiempo a los asuntos profanos,
acusaci¢n que impugnan la mayor parte de sus censores españoles, y
contrarrestar la idea de que algunos ejemplos de su producci¢n cortesana
son indecentes o poco decorosos para una monja, como se deduce de la
violenta frase del Obispo de Santa Cruz cuando le reprocha su dedicaci¢n a
"las rateras noticias de esta tierra" (2). Podr¡a a¤adirse otra
explicaci¢n, tambi n obvia, la celebridad de la monja exig¡a que todas sus
obras pudiesen ser ampliamente difundidas en una poca en que los libros
eran escasos y caros. Esa insistencia parece conducir hacia otras pistas,
pistas que hacen necesario replantearse la idea misma de g nero menor, o
por lo menos preguntarse si en el caso de la jer¢nima, los villancicos
salidos de su pluma segu¡an siendo considerados dentro de esa disminuida
categor¡a.
El villancico es un g nero popular, poes¡a de tradici¢n colectiva, cuya
autor¡a es de dif¡cil adjudicaci¢n. Las palabras de Margit Frenk, respecto
al teatro de finales del siglo XVI, y por extensi¢n a cualquier tipo de
obras consideradas como arte menor, pueden ser v lidas para situar los
villancicos de Sor Juana, aunque hayan sido escritos en el siglo XVII:

La historia del teatro novohispano del siglo XVI es prol¡fica en t¡tulos de
obras perdidas. Lo que se conoce es parte ínfima de lo que existi¢... es
evidente que antes de fines del siglo XVI ni el teatro profano ni el
religioso, en Espa¤a y en las colonias, tenían "dignidad" suficiente para
que, en t rminos generales, valiera la pena y fuera costeable publicar sus
textos. Estos ten¡an una existencia ef¡mera, en manuscritos que, manoseados
por actores y directores, desaparec¡an despu s de las representaciones (3).

Si por su mismo car cter de obra perecedera, una gran parte de los
villancicos escritos en los siglos XVI y XVII se ha perdido y dif¡cilmente
se consideraba digna de publicaci¢n, ¨por qu existen varias ediciones
sueltas de los de Sor Juana y por qu se reimprimieron por lo menos dos
veces en sus obras publicadas en Espa¤a? Si concuerdo otra vez con la muy
sensata explicaci¢n que da Margit Frenk, resalta otro dato muy conocido,
pero no por eso menos importante, el de la autor¡a colectiva de estas
obras, la poca importancia de la individualidad del poeta que las escrib¡a,
lo que explica las series de villancicos an¢nimos que MP considera que
pueden razonablemente atribuirse a la monja jer¢nima:

Los poemas se compon¡an con arreglo a determinadas tradiciones
preestablecidas, a ciertas "maneras de poetizar", ya consagradas. cada
"tradici¢n" o "escuela" po tica ten¡a su repertorio de formas m tricas, de
temas y motivos, de im genes y met foras, de recursos estil¡sticos. Cada
nuevo poema constitu¡a una recreaci¢n a base de elementos bien conocidos
(sub. orig., p. 50)
Esa forma mod lica de poetizar produjo muchas falsas atribuciones y M ndez
Plancarte piensa que, en varios casos, los villancicos de Sor Juana fueron
adjudicados de manera ap¢crifa a otros autores por ejemplo, entre otros, al
maestro Manuel de Le¢n Marchante (4) y al poeta Jos P rez de Montoro
(nota t.II, p. 415) y tambi n algunos, como los de la Misa de la serie de
San Pedro Nolasco, que en el manuscrito aut¢grafo de Sor Juana llevan la
siguiente anotaci¢n, firmada de su pu¤o y letra: "Estos de la Misa no son
m¡os" (MP. n. p.376). Por otra parte, es indudable que Sor Juana se acopla
a las reglas de las escuelas po ticas de su tiempo y que muchos de los
temas, im genes, m tricas, recursos estil¡sticos usados por ella son
recreaciones de modelos anteriores; es m s, sus villancicos pueden ser
adaptaciones a lo divino de poemas profanos, tambi n norma com£n y
corriente en esa poca. Como de costumbre, el genio y la intuici¢n de Sor
Juana socavan en secreto y con delicadeza un g nero artesanal a trav s del
cual logra alcanzar resonancias de una gran delicadeza y profundidad,
advertidas por sus contempor neos, como lo prueba la insistencia en
publicarlos, "para que le (los) vean los que no tienen la segunda impresi¢n
de dicho tomo". No es mi intenci¢n examinar las reglas del villancico como
g nero, puesto que en este mismo libro ser analizado. Me parece £til, sin
embargo, acudir de nuevo a Margit Frenk y pedirle que sintetice algunas de
sus caracter¡sticas:

Consta de una estrofa breve -cabeza, estribillo- y varias estrofas -
coplas, pies- que desarrollan el tema de la estrofita inicial y que se
dividen cada una en dos partes: la primera se llama mudanza, porque en cada
estrofa cambia de rimas; la segunda, llamada vuelta, tiene el mismo n£mero
de versos que la cabeza y repite sus rimas, a veces enlaz ndolas con una
rima de la mudanza; al final de la vuelta aparecen textualmente los £ltimos
versos - generalmente los dos £ltimos- de la cabeza. La estructura musical
del villancico corresponde a su juego de rimas: hay una m£sica destinada a
la cabeza y a la vuelta de las estrofas y otra- frecuentemente emparentada
con aqu lla- para las mudanzas (Frenk, cursivas orig. pp.77-78).
En la serie de villancicos de la Asunci¢n de 1676, cantados en la catedral
metropolitana de la ciudad de M xico, Sor Juana reitera la estructura del
villancico en las coplas (pies) que siguen al estribillo (cabeza),
enlazadas simb¢licamente al cielo y a la tierra mediante ingeniosas
combinaciones sem nticas, siguiendo tambi n una tradici¢n muy aceptada. Lo
alto desciende y lo bajo sube, es decir, la cabeza desciende al suelo donde
se posan los pies, y los pies suben a la cabeza, el cielo (5):

El Cielo y Tierra este d¡a
compiten entre los dos:
Ella, porque baj¢ Dios,
y l porque sube Mar¡a (V 217, p.3).
La Asunci¢n de la Virgen es manejada como una "apuesta" entre el cielo y la
tierra, y los fieles son los que deben decidir qui n la gana, es decir, la
apuesta la ganar qui n pueda determinar cu l de los ejes de la
verticalidad es superior al otro, el descenso de Cristo a la tierra --el
acto mismo de haber encarnado en el vientre inmaculado de su madre, Mar¡a--
, o el ascenso (Asunci¢n) de la Virgen al cielo para coronar su vida
terrena. Esa polarizaci¢n oscila hacia abajo y hacia arriba y se amarra
gracias a las mudanzas de la rima o las vueltas de la fortuna, mejor, a los
juegos de las rimas, expresadas mediante versos donde se mide el ingenio de
los contendientes.

La Tierra dice: -Recelo
que fue m s bella la m¡a
pues el vientre de Mar¡a
es mucho mejor que el Cielo;
y as¡ es bien que en Cielo y suelo
por m s dichosa me tengan.
Los siguientes versos repiten (le dan la vuelta) al mismo dilema, pero en
lugar de limitarse a describir otro enfrentamiento entre los elementos en
contienda, enriquecen visiblemente su significado, lo ci¤en y, de nueva
cuenta, en r pida vuelta o mudanza, el Cielo sintetiza las vidas de Cristo
y de Mar¡a, deteni ndolas en una figura u objetos concretos convertidos en
emblemas, las espinas o las estrellas, s¡mbolos de una doble coronaci¢n:

Injustas son tus querellas,
pues a coronar te inclinas
a Cristo con tus Espinas,
yo a Mar¡a con Estrellas
(dice el Cielo); y las m s bellas
d¡, que sus sienes obtengan (V 217,p.4).
La Tierra-Mar¡a, lugar de la encarnaci¢n; su vientre inmaculado es un
elemento esencial del dogma, sin Ella el verbo no se hubiese hecho carne:
La Tierra dice: -Pues m s
el mismo Cristo estim¢
la Carne que en m¡ tomo,
que la Gloria que t£ das;
y as¡ no esperes jam s
que mis triunfos se retengan.
Como en el ajedrez, el resultado de la contienda queda en tablas; ambos
elementos, lo humano y lo divino se complementan, no pueden existir
aislados para explicar la Encarnaci¢n de Cristo y la Redenci¢n de los
mortales:

Al fin vienen a cesar,
porque entre tanta alegr¡a,
pone, al subir, paz Mar¡a,
como su hijo al bajar;
que en gloria tan singular,
es bien todos se convengan (v 217,p.4).
Sor Juana respeta la tradici¢n, no cabe duda. Sin embargo, si se lee con
atenci¢n este villancico, algo llama la atenci¢n, lo se¤alo de paso, presta
a retomarlo m s adelante, la apretada relaci¢n entre estructura y
significado que subraya un aspecto de la tradici¢n mariol¢gica, la
peligrosa cercan¡a entre la Virgen y su hijo, la liga carnal y perpetua que
los une, la imposibilidad de separarlos, como tambi n la imposibilidad de
separar a la tierra del cielo, esos descensos y ascensos, esas ca¡das del
cielo a la tierra y esos ascensos en sentido contrario, ligados a las
cabeza y los pies del villancico, y vistos tambi n como mudanzas
celestiales. (6).
Los villancicos, entonces, fueron compuestos para ser cantados y no para
representarse, aunque los di logos quedaran perfectamente marcados si
atendemos a la puntuaci¢n con que los da a la imprenta M ndez Plancarte.
Los villancicos, se dice, sol¡an circular de mano en mano en manuscritos no
impresos; eran parte de una liturgia y su car cter fundamentalmente popular
los convert¡a en manifestaciones perecederas, de la misma manera en que lo
fueron los arcos triunfales, los t£mulos funerarios, las fiestas de Corpus,
las de la Navidad y la Pasi¢n. Como festividades rituales pertenecen a un
canon aunque su car cter circunstancial los vuelva ef¡meros. Sin embargo
¨c¢mo entender la enorme productividad de villancicos en la Metr¢poli y en
las colonias, si no hubiesen jugado un papel muy importante dentro de los
cultos de la colectividad cristiana? ¨C¢mo explicar la gran cantidad de
villancicos que le fueron encargados a Sor Juana sin tomar en cuenta el
significado lit£rgico y pol¡tico que tuvieron? ¨C¢mo interpretar el nfasis
de los editores que los reeditan en Espa¤a, cuando sabemos bien que fueron
escritos para cantarse en fewtividades organziadas en la nueva Espa¤a? De
su importancia hablan las numerosas series de villancicos que a lo largo de
su vida escribi¢, para ser cantados en ceremonias y festividades especiales
y en fastuosos templos de la capital del virreinato, de Puebla de los
Angeles y de Oaxaca. De su importancia hablan tambi n las numerosas
ediciones sueltas y villancicos atribuibles que, recuperadas por M ndez
Plancarte, conforman un tomo entero de sus Obras.
Ninguno de los censores y panegiristas de la edici¢n de Sevilla hace
menci¢n directa de ellos, cuando alaban en Sor Juana la universalidad de
noticias que cultiv¢ y la sublimidad de su ingenio, pero el elogio va
impl¡cito en la admiraci¢n con que se pasa revista a sus numerosos saberes
y "a los frutos de su ingenio". Al ponderar los beneficios de la imprenta
que salva del olvido los escritos, el jesuita Joseph Zarralde de la Casa
Profesa de Sevilla a¤ade, refiri ndose a la obra de la monja:

Este que es genio natural en los vivientes, adornados de estas prendas y
dotados por la naturaleza de tan plausibles gracias, los consagra la
humildad de la madre soror Juana solamente a la noticia com£n de los que
pueden lograrla en su siglo, por no tener ocultos los dones de Dios,
renunciando por su voto la elevada fama que lograr eternizados en la
imprenta. Mas, por no privar a los venideros de noticias tan singulares
como provechosas, determin¢ su buen gusto de vuestra merced (Or£e y
Arbieto) eximirlos del olvido, en inmortalizar con la estampa su memoria,
para que la cadencia conceptuosa de sus dulces metros suene en los o¡dos de
los presentes, y de ellos trascienda la memoria de los venideros...

¨Y c¢mo no encontrar cadencia en los metros cantados de los villancicos?
Esas brillantes, ligeras, juguetonas, ingeniosas, discursivas, parad¢jicas
composiciones, trufadas de giros populares, ensaladas de conceptos,
escuelas de ignorantes, malabarismos de palabras y german¡as jacarandosas
(7). Villancicos que Sor Juana cultiv¢ como si esas palabras fr giles, casi
sin peso, de que estaban compuestos, sirviesen para reacomodar conceptos,
construir sentidos y para hacer llegar ideas de todo tipo, inclusive las
pol¡ticas, de otra forma imposibles de expresar.
Juan Navarro V lez, admirador irrestricto de la novohispana, habla de sus
versos y pronuncia un veredicto:

En los versos pudiera reparar alg£n escrupuloso y juzgarlos menos
proporcionado empleo de una pluma religiosa, pero sin raz¢n: porque
escribir versos fue galanter¡a de algunas plumas que hoy veneramos
canonizadas y los versos de la madre Juana son tan justos, que aun ellos
mismos manifiestan la pureza del nimo que los dict¢ y que se escribieron
s¢lo por galanter¡a del ingenio, sin que costasen a su voluntad aun el
menor sobresalto, son unas flores que sirven de adorno a la pluma y a los
escritos en este esp¡ritu, £nicamente consagrado a Dios, y entre estas
flores se escogen con m s gusto dulc¡simos frutos de utilidad, resplandecen
m s vivas flamantes de erudici¢n (s.f.).
Parecer¡a imposible franquear la enorme distancia que existe entre
pertenecer y acatar un canon o formar parte del grupo de plumas
canonizadas. Esa distancia la cubre Sor Juana con sencillez y facilidad,
escribiendo villancicos, sermones (Carta atenag¢rica) autos sacramentales,
sonetos, romances, endechas a lo divino, ejercicios espirituales
(Ejercicios de la Encarnaci¢n), hagiograf¡a: (Respuesta a Sor Filotea), o
sus letras sagradas, ofrecidas a la Pur¡sima, la Inmaculada Concepci¢n
-otra pluma canonizada-, al Nacimiento del Ni¤o Dios o a su supuesto Padre
terrenal, San Jos . Tambi n lo hace cuando se refiere a la dulc¡sima y -de
nuevo- canonizada pluma de San Bernardo, defensor de la pureza virginal de
Mar¡a y casi compinche de la monja, compa¤ero de andanzas en las coplas que
le escribe, cuando celebra la dedicaci¢n de su hermoso templo en la ciudad
de M xico, esa traslaci¢n a lo divino de lo popular. Pero s¢lo se excede a
s¡ misma cuando en la Carta atenag¢rica asume su derecho a disentir del
canon, canon representado por el "insigne var¢n", el reverendo padre
jesuita Antonio de Vieyra:

Y no puedo dejar de decir que a ste, que parece atrevimiento, abri¢ l
mismo camino, y holl¢ l primero las intactas sendas, dejando no s¢lo
ejemplificadas, pero f ciles las menores osad¡as, a vista de su mayor
arrojo. Pues si sinti¢ vigor en su pluma para adelantar en uno de sus
sermones (que ser s¢lo asunto de este papel) tres plumas, sobre doctas,
canonizadas, ¨qu mucho que haya quien intente adelantar la suya, no ya
canonizada, aunque tan docta? (CA, p. 413).
No cabe duda, una de las m ximas aportaciones de Sor Juana fue su habilidad
y hondura para encontrar respuestas diferentes a las verdades establecidas
por las autoridades de su tiempo, apoy ndose con ingeniosa habilidad en
otras autoridades tan respetables, por canonizadas, como las que manejaban
sus detractores para oponerse a ella.


La limpieza intachable de sus versos
Juan Navarro V lez, calificador del Santo Oficio, concede licencia de
impresi¢n reglamentaria al Segundo Volumen de sus Obras con las siguientes
palabras:

... que habiendo le¡do con singular atenci¢n cuanto en este volumen se
contiene, nada he hallado qu corregir, porque ni aun un pice ofende ni la
verdad de la religi¢n cat¢lica ni la pureza de las costumbres m s santas
(s.f.).
Y no contento con aclamar la "pureza" y "santidad" de los contenidos,
compara los versos de la madre Juana con flores inmaculadas:

...que est n exhalando suaves fragmentos de purisima castidad ...pues en
sus versos pronuncia flores, pero azucenas en cuyo terso candor copia la
pureza de su coraz¢n c ndido, de su nimo religioso (s.f.).
Es £til detenerse en estos calificativos expresados de manera tan vehemente
por Navarro V lez. En su apasionado elogio recurre a im genes empleadas de
manera habitual para referirse a la V¡rgen, cuyo emblema es justamente la
azucena. Cuando formula esos elogios, Navarro limpia a la monja de
cualquier mancha de impureza, y rechaza cualquier acusaci¢n de indecencia
que pueda achacarse a sus versos; esos versos, alguna vez tan perseguidos,
y que el Padre Calleja, su protobi¢grafo, defiende de esta manera, en su
Aprobaci¢n a la Fama:

...sobre componer versos tuvo la madre Juana In s bien autorizadas
contradicciones, de que no debemos aqu¡ lastimarnos, o porque los
aprobantes de su primer tomo ri¤eron por ella este duelo o porque el buen
gusto de los esp¡ritus po ticos suelen convertir en saz¢n donosa estos
pesares que referidos en consonantes de alegre queja, hacen risue¤a la
pesadumbre (8).

Quiz esas acusaciones tan reiteradas --y las constantes
defensas que los panegiristas de sor Juana imprimieron en Espa¤a para
justificar su escritura-- expliquen en parte la insistencia con qu , en el
segundo volumen de las obras, se reitera la necesidad de incluir algunos de
sus villancicos, aparecidos antes en una tercera reimpresi¢n del primer
volumen, y que, no obstante su pertenencia a un arte popular --g nero menor-
-, al ser cultivado por la monja adquiere un relieve extraordinario y se
considera necesaria su publicaci¢n: el g nero se enaltece, as¡ dignificado.
Quiero ahora destacar la asombrosa semejanza del simbolismo presente en la
serie de villancicos sobre la Pur¡sima Concepci¢n (Catedral de Puebla,
1689), patrona de esa ciudad, y los ep¡tetos que maneja para ensalzar a la
monja el cl rigo menor, lector jubilado y asistente provincial de
Andaluc¡a, Juan Navarro V lez. La pureza y la blancura, elementos
indispensables de la Maternidad Divina, se anuncian como ant¡doto de la
negregura (contundente vocablo usado por Sor Juana, V. 281, p. 206),
esencia y color del pecado, atributo del diablo:

Pens¢ de tizne el demonio
poderos echar la marca;
pero Vos ¨c¢mo pudierais
ser negra? ­No, sino el alba! (V. 282,p.109).
El tizne, es decir, la mancha que ennegrece, encuentra su contrapartida en
la cualidad de lo limpio, a su vez elemento indispensable de la pureza:

Y as¡ afirmar mi voz
que siempre fue limpia,
pues debemos pensar que es
todo lo que no es ser Dios (V. i. 279, p. 104) (9).
Esa deslumbrante belleza, la limpieza sin tacha, la inmaculada pureza de la
virgen, reiteradas por Sor Juana en sus villancicos, encuentran un paralelo
sorprendente en Navarro V lez, quien en defensa de la monja califica sus
versos con las mismas met foras que hacen de la Madre de Cristo el ep¡tome
de la blancura: versos "que est n exhalando suaves fragmentos de pur¡sima
castidad". ¨Existe una mejor manera de limpiar a Sor Juana de cualquier
mancha de indecencia? En esta misma serie de la Concepci¢n que analizo, la
monja proclama:

Oigan un misterio, que,
aunque no es de fe, se cree!
-Verdad es, en mi conciencia:
que para m¡, es evidencia,
y la evidencia no es Fe (V.v, 279, p.99).
Con sutileza y cuidado, para evitar caer en problemas de dogma, nuestra
monja reitera su credo. La prueba dram tica y contundente de una pureza,
aceptada como evidencia; defiende adem s un misterio teol¢gico, aunque ste
no haya sido aprobado como dogma por la Iglesia sino mucho tiempo despu s,
en 1854 (10): su pasi¢n extrema por la Inmaculada Concepci¢n de la Virgen,
la Pur¡sima Mar¡a, pasi¢n que por otra parte era universal, compartida
tanto por los franciscanos, los jesuitas y, en este caso especial, por los
poblanos (11). La importancia de esta afirmaci¢n, la verdad escondida en
ese enigma expresado con aparente ligereza y travesura en el villancico
-poema menor-, se acu¤a en el verso, "que es/ todo lo que no es ser Dios",
verso que se repite id ntico, pero dentro de un discurso en prosa de
contexto dram tico, en un documento capital en la vida de Sor Juana, su
renovada Profesi¢n de votos, la de 1694, donde defiende con su sangre esa
creencia, ese Misterio, que para ella debiera, impl¡citamente, convertirse
en un dogma de fe:

Asimismo reitero el voto que ya tengo hecho de creer y defender que la
siempre Virgen Mar¡a nuestra Se¤ora fue concebida sin mancha de pecado en
el primer instante de su ser pur¡simo; y as¡ mismo creo que ella sola tiene
mayor gracia a que corresponde mayor gloria que todos los ngeles y santos
juntos; y hago voto de defender y creer cualquier privilegio suyo que no se
oponga a nuestra santa fe, creyendo que es todo lo que no es ser Dios; y
postrada con el alma y coraz¢n en la presencia de esta divina se¤ora y de
su glorioso Esposo el se¤or San Jos , y de sus sant¡simos padres, Joaqu¡n y
Ana, les suplico humildemente me reciban por su esclava, que me obligo a
serlo toda la eternidad (12).
Subrayo las palabras de la monja; se repiten, id nticas, en el villancico y
en su Protesta. Para explicar qu es la virgen, propone un enigma; lo
reitero: "Oigan un misterio, que,/ aunque no es de fe, se cree!". Enigma
descifrado con una obvia respuesta: Ella es todo lo que no es ser Dios, es
decir, s¢lo Dios la supera, los dem s, inclusive sus padres (Ana y Joaqu¡n)
y su esposo San Jos , est n por debajo de Ella, as¡ como todos los dem s
santos. Con esa aseveraci¢n comprueba varias de las premisas formuladas: la
monja es liberada de sus pecados mundanos por Navarro V lez y los otros
panegiristas; su limpieza (la belleza y santidad de sus versos) la
identifica con --es un remedo de-- la virgen: las monjas son, como Ella,
madres, y como Ella tambi n, v¡rgenes. Pero en el caso de Sor Juana se
produce una exclusi¢n, la perfecci¢n y maestr¡a con qu compone sus versos
y sus im genes la exonera de cualquier impureza, la eleva y la coloca en un
sitio privilegiado, como a la misma Mar¡a, ¨no es acaso la D cima Musa,
apelativo tambi n aplicado a la virgen de Guadalupe?. Es m s, en su
extremada pureza de factura esos versos "que est n exhalando suaves
fragmentos de pur¡sima castidad", la colocan a ella, de igual manera, por
encima de las dem s mujeres, y no solamente por su ingenio, sabidur¡a o
talento para la versificaci¢n, sino por su "aroma" de castidad, ¨se estar 
refiriendo Navarro V lez al olor de santidad? Sor Juana ha sido colocada
en una cima inaccesible para las dem s mujeres, atadas a la tierra, y se
convierte por ello en objeto de una devoci¢n. Es £nica por su habilidad
nunca vista y por que sus versos exhalan una gran pureza; de la misma
manera, la Virgen es Unica porque ha sido elegida para albergar en su
vientre un cuerpo divino. Se contraponen as¡, por un lado, las mujeres en
su totalidad, como un grupo aparte, semejante al que forman los indios y
las castas en la Nueva Espa¤a y, en otra categor¡a totalmente aparte,
frente a ellas, la Madre por antonomasia, cuya fecundidad se ha logrado
incrementar sin violar su virginidad, y la Madre Juana, aclamada porque "
en sus versos pronuncia flores...azucenas en cuyo terso candor copia la
pureza de su coraz¢n c ndido..." esas flores que forman parte de una
ofrenda a la Virgen o uno de los emblemas caracter¡sticos para designar su
pureza proverbial. Parece que no hubiera otra alternativa pra las mujeres:
formar parte de una serie o integrarse, escindidas, dentro de una categor¡a
extraordinaria, en la que se incluye primero a la Virgen y luego a Sor
Juana (13). Nicole Loreaux ha demostrado con creces, en varios de sus
libros, la extraordinaria labilidad con que, en la cr¡tica tradicional, las
mujeres son vistas casi siempre como parte de un grupo colectivo, como
miembros de una serie, y el proceso mediante el cual los historiadores de
la religi¢n logran definir relaciones aparentemente definitivas "entre lo
femenino y lo plural" (14). Como corolario, quiero reiterar un dato: la
inserci¢n de esas palabras id nticas--la imagen po tica que define y
enaltece a la Madre de Dios-- en un villancico (insisto, g nero menor,
carente de dignidad) y, a la vez, en una Protesta, firmada con su sangre,
dignifica, de inmediato, tanto al villancico (reimpreso varias veces), como
a quien lo factura con tan soberana maestr¡a, logrando que un complicado
misterio quede al alcance del vulgo. Puede verificarse, adem s, que en
manos de Sor Juana, ese g nero no es de ninguna manera despreciable, menor,
mercenario (por el dinero que ha recibido dinero por haberlo escrito), sino
un veh¡culo apropiado para imprimir de manera indeleble sus ideas, con
simple tinta en un villancico o con sangre en su Profesi¢n de fe, aunque al
pie de la protesta se estampe una frase ret¢rica:"Yo, la peor del mundo",
que define a otra comunidad, y troquela, adem s, la inserci¢n en otra
serie, la monacal, donde se integran las esposas, madres y hermanas
virginales de un convento.


Creencia y evidencia: los misterios de la fe
Seg£n los argumentos expuestos por Sor Juana en los villancicos de la
Concepci¢n, a£n los m s ignorantes debieran descartar cualquier posibilidad
de vincular a la Madre de Dios con el pecado: el conjunto de 1689 es una
apasionada defensa de la Virgen, una defensa directa manejada con
argumentos enlazados con precisi¢n. La Inmaculada Concepci¢n de la Virgen
Mar¡a es objeto de una nueva cruzada, en este caso, de una cruzada pol¡tica
criolla, emprendida de manera muy especial en la ciudad de Puebla, Cf. nota
10). Sor Juana defiende lo que las autoridades locales afirman: desde el
momento mismo de la Concepci¢n de la Virgen en el vientre de su madre no
hubo impureza, y por impureza debe entenderse el contacto sexual entre
var¢n y mujer, conocimiento que despu s de la Ca¡da empezaron a practicar
Ad n y Eva; esta conciencia de lo impuro se vincula con el vientre, lugar
de la Encarnaci¢n, uno de los dogmas centrales del cristianismo, un dogma
que se aloja dentro del cuerpo femenino, el vientre, lugar verbalizado
constantemente y a la vez siempre negado: la virginidad lo neutraliza. La
repugnancia externada por Sor Juana en relaci¢n con la simple posibilidad
de que la Virgen no hubiese sido concebida en un vientre puro, es decir,
tambi n virginal, tiene una larga trayectoria hist¢rica y teol¢gica y
permite establecer otra consecuencia del dogma: el hecho de que Cristo es a
la vez Dios verdadero y hombre encarnado (15).
Madre de Dios, y pecado,
es cosa tan repugnante,
que aun para el m s ignorante
queda el misterio aclarado (p. 99).
En consecuencia, la virgen preservada totalmente del pecado es tota pulchra
(18). Seg£n el razonamiento silog¡stico de Sor Juana, el meollo del enigma
ser¡a m s bien el resultado de un hecho inexplicable: ¨Por qu esa
evidencia no hab¡a sido a£n convertido en dogma de fe por la iglesia? Sor
Juana obra con cautela, cuida las palabras, traza un l¡mite claro entre las
palabras, la evidencia (o creencia) es diferente de la fe, de esa forma se
preservar¡a de cualquier imputaci¢n de herej¡a; reitera, sin embargo, en
una acci¢n a la vez pol¡tica y religiosa, los fundamentos qu podr¡an
constituir el dogma, es decir, las pruebas que permitir¡an dar el paso
definitivo para convertir la creencia en fe.
Hagamos un poco de historia de nuevo: en 1619 se jur¢ solemnemente en la
ciudad de Puebla defender el misterio de la Inmaculada Concepci¢n:

...los caballeros y regidores de ella hab¡an de tener siempre por cierta la
opini¢n p¡a que afirma que N.S. La Virgen Maria fue concebida inmaculada de
pecado original y no apartarse de ella ni en p£blico ni en secreto; que la
ense¤ar n a sus dom sticos y a sus hijos y que la defender n y procurar n
introducir en el nimo de todos los fieles..(Libro de patronatos, Puebla,
citado por Loreto, p.96).
Una simple opini¢n "p¡a" manejada como una cruzada, como un mandamiento y
que, de hecho, define las condiciones de un culto que en Roma no se ha
aceptado institucionalmente, pero que en M xico se celebra como si fuese
parte de un canon o de un acto sancionado por la iglesia novohispana, otro
de los cultos que, como el de varios aspirantes a la santidad que nunca
fueron canonizados, son muestra de la gestaci¢n de un patriotismo criollo
que habr¡a de culminar con la Virgen de Guadalupe (19) Rubial.
Y el culto a la Concepci¢n es explicado por Sor Juana mediante
razonamientos armados con sutileza y eficacia y basados en varias
premisas: primero, la Creaci¢n del Hombre, contemplada en el G nesis como
complemento de la obra santa del Creador (la perfecci¢n de los Cielos,/ y
el complemento del Orbe (V.286, p. 100), fue mancillada por el pecado de
Ad n (Luego, pecando l, por fuerza/ todo el universal orden,/ aunque en
las partes perfecto, /qued¢, en cuanto al todo, informe"). La expulsi¢n del
Paraiso altera el orden divino y provoca una imperfecci¢n en el todo,
imperfecci¢n que Dios redime al preservar a Mar¡a del pecado y al
destinarla a ser la portadora del Salvador en su vientre y a convertirla en
Nueva Eva, anulando con ello el gesto pecaminoso de la primera mujer, la
Eva primordial, a la que Sor Juana no menciona, por lo que su pecado
carnal se soslaya, aunque sea la base esencial del argumento. ("Mas
preservando a Mar¡a/ de los comunes horrores,/ Dios en Ella restituye/ al
Orbe todas sus perfecciones"). Con esta breve imagen "Los comunes
horrores", define y rechaza cualquier acto de sexualidad. Alude, asimismo y
de manera t cita a la distinci¢n que el Concilio de Efeso le concedi¢ a
Mar¡a, cuando se la honr¢ con el t¡tulo de Theotokos (20), es decir, la
portadora de Dios, liberadora del Orbe o, mejor, autora de su renovada
Perfecci¢n. Las coplas del Villancico IV (278, MP) lo confirman, a la vez
que la limpian de cualquier mancha, es decir, de esa m cula, de ese
contagio que Eva propag¢ en el Orbe:

La merced fue el escogerla;
pues una vez ya elegida,
era pundonor de Dios
ennoblecer su familia.
Quien la hizo Virgen y Madre,
¨por qu tambi n no la har¡a
Hija de Ad n y sin mancha,
pues no es mayor maravilla? (p. 103).
Al un¡sono, las voces de los cantores que simbolizan a los cuatro elementos
proclaman su pureza, y, como conclusi¢n, deducida de la encarnaci¢n del
verbo en el vientre inmaculado de Mar¡a, alaban la reci n estrenada
completez del mundo, la nueva pureza de sus partes y el restablecimiento de
un Todo arm¢nico que anula el Pecado Original:

Pues ya que toda criatura
qued¢ deudora a Mar¡a
de perfecci¢n y alegr¡a,
del ornato y hermosura,
canten su Concepci¢n pura,
pues la perfecci¢n encierra
1.- del Hombre,
2.- del Angel,
3.- del Cielo
4.- y la Tierra (V 276, p. 100).
Las coplas del villancico III (277 en MP) se componen a manera de
silogismos: a) se comprueba la Inmaculada Concepci¢n de Mar¡a mediante la
demostraci¢n de que es la predestinada, es decir aquella que ha sido
preservada del pecado original, es decir, su vientre no se presta a la
concupiscencia previa a la concepci¢n vulgar ("1.- Luego a la Preservaci¢n/
prueba la Maternidad"); b) toda predestinaci¢n supone una elecci¢n o marca
divina (2.- Luego es, de esa Dignidad,/ premisa la Concepci¢n"); c) su
naturaleza es luminosa y, por tanto, es lo contrario de lo oscuro, es
decir, est libre de mancha o "tizne", de sexo ("1.-¨Sin pecado? ­Luego
Madre!/ 2.- ¨Madre? ­Luego sin pecado!"); y, d), como consecuencia final,
queda comprobada su condici¢n regia, es decir, la imposibilidad de
sujeci¢n, de subordinaci¢n, excepto frente a Dios ("¨Qui n la mira en su
Solio,/que no conozca/ que nunca fue pechera/ tan gran Se¤ora?"). ¨No ha
subrayado Sor Juana la eterna condici¢n esclava de los humanos, antes de
ser liberados del pecado por la Encarnaci¢n? ¨No queda impl¡cita esa
sujeci¢n en la solemne promesa formulada en su Protesta, cuando, postrada,
suplica a la santa familia de Mar¡a que "humildemente me reciban por su
esclava, que me obligo a serlo toda la eternidad?" (21).



Adivinanzas, j caras y catecismos populares
Los pregones cl sicos llaman la atenci¢n de los parroquianos el d¡a en que
se cantan los villancicos, d¡a de fiestas por antonomasia, en Puebla, desde
1617, cuando, como ya lo dije, al fundarse un convento concepcionista, el
cabildo de la ciudad jur¢ solemnemente defender como art¡culo de fe la
Inmaculada Concepci¢n de la Virgen, promovida a patrona de la ciudad en
1619, a cuyas festividades contribuy¢ m s tarde Sor Juana cuando fue
invitada a escribir varios villancicos para la Catedral, a instancias,
seguramente, del Obispo Fern ndez de Santa Cruz. Los festejos eran
suntuosos y de gran alcance, y la ciudad se iluminaba con hogueras, se
alegraba con mascaradas y procesiones, y, se realzaba la fiesta con los
villancicos cantados en la catedral.

Este hecho expresa, explica Rosalva Loreto, c¢mo la mentalidad barroca
defin¡a la uni¢n indisociable de lo religioso y de lo pol¡tico, y la
profunda sacralizaci¢n de la realidad que, enmarcada en un ambiente
contrarreformista, dotaba a la cultura de la poca de una actitud
incuestionable respecto a unos principios que pretend¡an ser absolutos...La
identificaci¢n de estos grupos, expresada en la magnificencia de las
fiestas barrocas, se debi¢ a la conjunci¢n de distintos tipos de intereses
grupales. los c¢digos simb¢licos, evocados por los cabildantes, concretaban
valores que eran imitados y legitimados por otros colectivos...(pp. 91-92).
Las fiestas barrocas, mezcla curiosa de paganismo y religiosidad, explican
los contrastes que muchas veces aparecen en las obras de la monja jer¢nima.
Entre otras cosas, en la ciudad se corr¡an toros, se organizaban juegos de
ca¤as, se lanzaban cohetes, al tiempo que se juraba defender la "opini¢n
p¡a" de la Inmaculada Concepci¢n. Recurrir a juegos y adivinanzas, como
parte integrante del villancico, era una forma de llamar la atenci¢n a los
participantes de la fiesta, y de subrayar la universalidad del acto que se
celebraba con la participaci¢n de todas las clases sociales. Se pon¡a en
escena a las clases populares, y se dignificaba su actuaci¢n mediante la
transformaci¢n a lo divino de sus oficios y actividades, adem s de utilizar
-apropiarse- de su lenguaje. Y, de paso, se aclaraban conceptos dif¡ciles
de entender y con diferentes niveles de lectura:

­Oigan qu cosa y cosa,
que decir quiero,
un privilegio que es
y que no es un privilegio! (V 178, p. 102).
Y una de las consecuencias de demostrar con adivinanzas los misterios de la
fe, es la construcci¢n de un espacio com£n que cancela la infinita
distancia entre lo alto (el cielo) y lo bajo (el espacio por donde circulan
los fieles, la iglesia donde se congregan los fieles). Sitio privilegiado,
lugar de una ense¤anza y un adoctrinamiento para explicar con facilidad y
aparente ligereza verdades sagradas, misteriosas, dif¡ciles de entender, y
por ello mismo, contradictorias. Los distintos parlamentos conferidos a
diversas voces, entonadas en coplas o estribillos --las j caras o los
juguetes de las ensaladas-- propician una movilizaci¢n sem ntica, una
circulaci¢n de conceptos elaborados que se despojan de su peso teol¢gico
gracias al ritmo de los versos y a la dulzura de las voces, y que, sin
embargo, dejan huella y propician el aprendizaje y substituyen --o se
a¤aden-- en cierta medida al catecismo. La monja realiza, adem s, una
acci¢n pol¡tica (y personal) de primera importancia. Sor Juana se vale de
este g nero para poder cumplir en la escritura con funciones que de otra
forma le hubieran estado vedadas, a ella, pero tambi n a la virgen, a
quien, por otra parte, Sor Juana describe en sus villancicos de la Asunci¢n
(1676) como una extraordinaria y polifac tica mujer. Puede transformarse en
maestra de catecismo, o mejor, en doctora en teolog¡a:

La soberana Doctora
de las Escuelas divinas,
de que los Angeles todos
deprenden sabidur¡a
...a leer la suprema sube
C tedra de Teolog¡a. (V 219, p. 6);
Es tambi n maestra de m£sica sagrada:

Hoy la Maestra divina,
de la Capilla Suprema
hace ostentaic¢n lucida
de su sin igual destreza...
En especies musicales
tiene tanta inteligencia,
que el contrapunto de Dios
dio en ella la m s Perfecta ( V. 220, p.7, sub. orig.);
o una pastora al estilo de la Sulamita en el Cantar de los Cantares,
descrita a lo divino, con ecos m¡sticos de san Juan de la Cruz:

Aquella Zagala
de mirar sereno,
hechizo del soto
y envidia del cielo:
la que al Mayoral
de la cumbre, excelso,
hiri¢ con un ojo,
prendi¢ en un cabello:
a quien su Querido
le fue mirra un tiempo,
d ndole morada,
sus c ndidos pechos...(V 221,p.9).

y ¨por qu no, maestra de ret¢rica?:

Para quien quisiese oir
o aprender a bien hablar,
y lo quiere conseguir,
Mar¡a sabe ense¤ar
el arte de bien decir (V 223,p.13, sub orig.)
Y aprovechando la ocasi¢n, esgrime su profundo conocimiento de las formas
populares, las mec nicas de comportamiento de los distintos grupos
sociales, a la vez que mimetiza los lenguajes de los negros, de los indios,
de los sacristanes, etc (22). Es habitual, ya lo dije, que en los
villancicos se propongan adivinanzas (23); es habitual que se hagan
parodias, que se relacione la vida del santo festejado con los oficios que,
se supone, le han dado su car cter distintivo, un ejemplo muy claro se
encuentra en en los villancicos de San Jos (1690). Veamos c¢mo se habla
en la introducci¢n de la ensalada:

Los que m£sica no entienden,
oigan, oigan, que va all ,
una cosa, y otras muchas m s.
Tris, tras;
oigan, que, que, que all va! (V. 299,p. 138)(10).
Se contin£a con una j cara-lecci¢n de catecismo para todo tipo de p£blicos,
una explicaci¢n tan claridosa que deben de entenderla todos. Para empezar,
los ni¤os:

Aqu¡ a los ni¤os veremos
que en la capilla tenemos,
y premiar al que acertare
lo que yo le preguntare (p.140);

luego, otra vez, los indios:

Yo tambi n, quimati Dios
mo adivinaza podr ,
que no s¢lo los Dotore
habla la Oniversid (p.142, enf sis original),

y, por fin, vuelven a hablar los negros en su pintoresco

dialecto:

-Pues, y yo
tambi n alivinal ;
lele, lele, lele, lele,
que pulo ser Neglo Se¤ol San Jos ! (p. 143)(22).
En el ensayo tantas veces citado de Rosalva Loreto se explican las formas
de coacci¢n social implicadas en las festividades de la Inmaculada
Concepci¢n en Puebla:

La fiesta... puede percibirse como una representaci¢n simb¢lica de la
identidad que los grupos sociales dominantes hab¡an adquirido, pero tambi n
como una imposici¢n a la sociedad entera del lugar que ocupaba la lite y
la posici¢n que daba a otros grupos sociales en su universo cultural. Se
trataba de una fiesta donde se manifestaba, a trav s de lo que el convento
de la Concepci¢n representaba, una visi¢n del mundo y tambi n una forma
hom¢genea y uniforme de presentarse determinados sectores al resto de la
sociedad, al ser notoria la presencia de los cabildantes mediante la
imposici¢n de una tradici¢n que preservar¡a su memoria de generaci¢n en
generaci¢n...Los grupos ind¡genas percib¡an perfectamente las diferencias
sociales y las reconoc¡an como un sistema simb¢lico de distinciones
significantes (pp. 98-99).
Cada estamento social, cada raza, cada edad aprende a su manera o reitera
un conocimiento, se inscribe en y acepta una jerarqu¡a. Todos forman parte
de una estructura social que la fiesta refleja y sanciona. En el caso
espec¡fico de San Jos , se alude a la supuesta profesi¢n originaria del
santo, insinuando diversas connotaciones: primero, una religiosa, la de su
condici¢n de esposo de la Virgen; luego, una pol¡tica, la de ser patrono de
M xico, y, una connotaci¢n popular, la que deriva de su humilde oficio de
carpintero:
(Voz) 3.- Pues ¨qu fue?
(Voz) 4.- Fue carpintero
a mi entender) todo entero,
sin tener m s embarazo
que su nivel y su mazo,
su juntera y su cepillo,
su martillo,
tenazas y cartab¢n,
su form¢n,
su azuela, sierra y barrena
muy buena,
su escoplo, escuadra y su vara,
para
quiz labrar el primero
el Madero
(Remedio de nuestro mal)
celestial (pp.141.142).
Las tareas del carpintero son ampliamente conocidas por la gente, la
enumeraci¢n y descripci¢n de sus instrumentos de trabajo remiten de entrada
a un oficio concreto, necesario y cotidiano, y al mismo tiempo, a los
s¡mbolos que la iconograf¡a cristiana identifica de inmediato con la
Redenci¢n, la cruz y los instrumentos de la Pasi¢n de Cristo; asimismo, se
hace una parodia construida con elementos provenientes de la vida
picaresca, mediante un lenguaje de german¡a, que Sor Juana parece conocer
muy bien (24) y que delata la estrecha convivencia de los religioso y lo
profano en estas festividades donde se cantan los villancicos. Esta
relaci¢n con lo picaresco parecer¡a contradecir su honda preocupaci¢n por
eximir a la Virgen de cualquier impureza, en los villancicos de la
Concepci¢n; al contrario, subraya esa curiosa connivencia entre el cuerpo
monacal y el mundo, y, por tanto, entre la religi¢n y lo profano. En su
dedicatoria al Lic. Garc¡a de Legaspi Velasco, can¢nigo de la c tedral de
M xico, cuando en 1677 escribe sus villancicos a san Pedro Ap¢stol, Sor
Juana hace la siguiente declaraci¢n:

Se¤or m¡o: ofr zcole a V.S. los Villancicos que para los maitines del
Pr¡ncipe de los Ap¢stoles S. Pedro, hice como pude a violencia de mi
est ril vena, poca cultura, corta salud y menos lugar por las
indispensables ocupaciones de mi estado. Lo festivo de sus alegor¡as se
debe a la fiesta; y sobre el com£n privilegio de versos tienen amplia
licencia en la imitaci¢n de mi gran padre S. jer¢nimo... Lo que tienen de
malos, sanar puede a la sombra de Pedro; aunque he advertido que para sanar
el mal de unos pies (tal es el mal incurable de los versos), se vali¢ de su
mano. Imagen y viva sombra de sus padres son los hijos que, con la
imitaci¢n de sus ejemplos, si no igualan, a lo menos siguen el tama¤o de
sus virtudes y grandeza de sus haza¤as. S alo C.S. de su Padre S. Pedro por
lo Eclesi stico, ya que en lo natural y pol¡tico es glorioso esplendor de
sus nobil¡simos progenitores; y d la mano de su favor a mis versos, para
que corran como buenos a la sombra de su patrocinio...(V 241 bis, p. 43,
respeto la ortograf¡a de MP en relaci¢n con las may£sculas y, reitero que
las cursivas son m¡as).

En este largo fragmento es posible advertir varias cosas de importancia,
categorizadas seg£n diversas jerarqu¡as. Una ser¡a la cl sica petici¢n de
benevolencia, cuando se refiere al poco valor de sus versos ("su est ril
vena"); otra ser¡a biogr fica, la insistencia en su mala salud y en las
obligaciones de su estado; una disculpa sobre "lo festivo de sus alegor¡as"
est , de nuevo, en relaci¢n directa con su profesi¢n, en cuanto a la
posible "indecencia" de escribir versos profanos, indecencia de la cual la
purgar¡an m s tarde sus panegiristas; su ingenio se pone de manifiesto en
los concetti ("para sanar el mal de unos pies..., se vali¢ de su mano"),
mismos que le sirven, como ya se hab¡a asentado antes en relaci¢n con los
villancicos de la Asunci¢n, para definir con sus versos la estructura de
ese g nero menor, en particular, y tambi n de la poes¡a en general ("tal es
el m s incurable de los versos") y, por fin, subraya la importancia de los
c¢digos cortesanos en la regulaci¢n de los dos mundos, el eclesi stico y el
profano, y ratifica su inscripci¢n dentro de un marco pol¡tico
estrictamente predeterminado. Dentro de este marco pol¡tico es necesario
darles voz a quienes forman parte de una compleja estructura social de la
colonia novohispana, los indios, las castas, los artesanos, el bajo clero ,
etc. Faltan las mujeres, est Sor Juana, la productora del discurso, y est 
la Virgen, su principal interlocutora y ¨por qu no?, en ciertos momentos
hasta su alter ego.

El Instante privilegiado
La circulaci¢n de sentidos que va de atr s adelante o, de arriba hacia
abajo, en esa oscilaci¢n incesante que define la doble naturaleza de Jes£s
y su inscripci¢n en la carne de Mar¡a, condici¢n esencial del ciclo de la
Redenci¢n, se interrumpe de s£bito y se detiene un instante: un Instante
que excede al tiempo, o mejor lo detiene, una especie de parteaguas
sobrenatural; un segundo que divide al mundo de manera radical entre la
historia de la consumaci¢n de un pecado --la ca¡da de Ad n y Eva y su
expulsi¢n del Paraiso-- e inicia otra historia radicalmente nueva, la de
la Redenci¢n del Hombre y del Orbe:

Un Instante es, de verdad
pero tan Privilegiado,
que fue un Instante cuidado
de toda la Eternidad (V 279, p. 103).
Ese instante que podr¡a ser medido de manera tradicional, como un momento
m s de ese transcurrir que es el tiempo, o como su detenci¢n en contra de
las leyes naturales (25), se expresa po ticamente en un verso breve
("Esc£chenme mientras cante",) que pretende llamar la atenci¢n de los
fieles aunque sea un instante, en un intento por concentrar po ticamente lo
inefable, problema nodal del arte, y que sintetiza de manera prodigiosa en
un cuerpo, el de la Virgen, dos tradiciones, la teol¢gica y la po tica,
yuxtapuestas aqu¡.
Dios, que con un acto puro
mira todo lo cr ado,
del infinito pasado
al infinito futuro,
determin¢ su Poder,
que todo lo considera
prevenir lo que no era
para lo que hab¡a de ser (Ibid,p.104) (16).
El misterio de la Encarnaci¢n es a la vez algo impalpable y concreto,
determinado por una imposibilidad humana, la del tiempo detenido y la de
virginidad fecunda. La imposibilidad se redime mediante una acci¢n concreta
y espec¡ficamente humana, repito, la de hacerse carne el Verbo en un cuerpo
virginal.

Para su madre amorosa
a Mar¡a destin¢,
y ab aeterno la mir¢
siempre Limpia y siempre Hermosa (curs. orig. p.104)
Ese Instante que no era y es, pero que a pesar de no existir en el tiempo
humano exist¡a ab aeterno, es decir, era desde siempre, supone la
posibilidad de definir un dogma mediante im genes decantadas a lo largo de
los siglos tanto en las artes visuales como en la poes¡a. Ese Instante, as¡
expresado por Sor Juana, yuxtapone varios sentidos: sintetiza a la vez el
momento preciso en que fue concebida y empez¢ a existir la Virgen, "y que
estuvo fuera del tiempo, en cuanto que especial¡simamente predestinado
desde la eternidad (MP,p. 410)". Se¤ala adem s, el instante mismo de esa
Concepci¢n, compuesto a su vez de distintos instantes detenidos en el
tiempo y en la imagen, el momento de la Anunciaci¢n en que la Paloma,
s¡mbolo tambi n plurivalente, representando al Esp¡ritu Santo, le hace
llegar, a trav s del o¡do -simbolog¡a de la impregnaci¢n seminal de la
palabra, el Verbo (26)-, las palabras ya pronunciadas desde Antes, en el
Instante intemporal e inefable, pero preciso, en que "el infinito pasado" y
"el infinito futuro" se juntan en la Concepci¢n y se anticipan en la
Anunciaci¢n, compuesta a su vez de una Elecci¢n y una Orden divinas. Y esa
reuni¢n intemporal coagulada en un Instante £nico separado del tiempo, pero
metaforizado mediante una imagen temporal, est tambi n pre¤ado, como la
misma Virgen, de un futuro prefigurado a manera de una Pasi¢n. En ese
Instante se condensan varias acciones codificadas como momentos o escenas
£nicas de significaci¢n capital que traducen decisiones divinas de otra
manera imposibles de entender (27):
Que como nube que a Apolo
esconde el claro arrrebol,
no es obst culo del Sol,
sino de la vista s¢lo,
as¡ aquella disonancia
que el Punto controvert¡a,
no fue tiniebla en Mar¡a,
sino de nuestra ignorancia.
Y as¡ afirmar mi voz que
siempre fue Limpia, pues
debemos pensar que es
todo lo que no es ser Dios (Ibid. p. 104).
En estos versos se ha llegado a una concentraci¢n casi imposible. Se han
telescopiado varios siglos de lenta germinaci¢n en un instante de poes¡a:
la explosi¢n de una imagen imperante en el siglo XVII, la de la Inmaculada
Concepci¢n, gestada laboriosamente a lo largo de varios siglos de
cristianismo, a partir de los Evangelios, los Concilios, la Patr¡stica. La
figura de la Virgen casi no aparece en las Sagradas Escrituras, contraste
que sorprende frente a la abundancia de im genes catalogadas por la
mariolog¡a. ¨Qui n cita a la Virgen, qu dicen de ella, c¢mo es presentada?
De los cuatro dogmas que la Iglesia defini¢ a lo largo de su existencia,
respecto a la Virgen, la Maternidad Divina, la Virginidad, la Inmaculada
Concepci¢n y la Asunci¢n, s¢lo se menciona el primero en las Divinas
escrituras, en Mateo y en Lucas (¨Existe de verdad una pintura hecha por
Lucas?) ¨C¢mo se superan las contradicciones? (28). Y sobre todo en
relaci¢n con el tercer dogma, tan tard¡amente aprobado por la iglesia, y
que Sor Juana defiende. Ella lo resuelve haciendo una comparaci¢n mediante
una imagen pagana y solar ("Que como nube que a Apolo/ esconde el claro
arrebol") una vulgar nube puede ocultar al sol si lo contemplamos con el
poco alcance de nuestros sentidos (no es obst culo del Sol/ sino de la
vista s¢lo"). La pureza de la Virgen es un acto divino, cristalizado en un
Instante; soslayarlo no mancilla a Mar¡a, denuncia, m s bien nuestra
ignorancia (30), y en cierta medida apoya un culto popular, sancionado por
diversos grupos militantes de la Iglesia cat¢lica, a£n no aprobados por la
burocracia vaticana. Un solo instante permite entender el misterio de la
elecci¢n divina, imagen puramente religiosa, cuyos predicados racionales no
podr¡an agotar esa evidencia cuyo resultado es la fe, y que, por otra
parte, est n relacionados espec¡ficamente con un elemento no racional
(Otto, p. 16). Un s¢lo instante basta tambi n para disentir de una
argumentaci¢n pol¡tica que pretende ocultar un culto popular. Un solo
instante sobra para resumir una pol mica que se ha ido resolviendo con
lentitud, a lo largo del tiempo cristiano y que, forjada paso a paso,
delimita un acto acrisolado para explicar, poniendo entre par ntesis una
ley natural, una concepci¢n divina en un cuerpo humano predestinado por
Dios para recibirla. Y sin embargo esa ley natural puesta entre par ntesis
para explicar una concepci¢n sagrada nos remite de imediato al instante de
una contradicci¢n: la de un discurso que alude, nombra, se¤ala, al tiempo
que escamotea un hecho indiscutible: el cuerpo virginal donde se ha
producido la maternidad sagrada es, a pesar de todas los met foras con que
se le adorna, un cuerpo sexuado. Un elemento sobresale en este discurso
mariano: el cuerpo de Mar¡a se concibe como una metonomia: el problema de
la virginidad depende del vientre, de ese lugar donde se alojan las
v¡sceras y especialmente la matriz, y por eso mismo es un cuerpo vinculado
a la tierra, y hacia ella Cristo desciende, en su doble car cter de Dios
humanado, concebido y gestado en el vientre de Mar¡a, convertida en Diosa
en el momento de la Asunci¢n, pero humana durante la Concepci¢n y el Parto,
y premisa esencial de la redenci¢n. Recordemos algunas coplas de los
villancicos de la Asunci¢n de 1676:

El Cielo y Tierra este d¡a
compiten entre los dos:
Ella, porque baj¢ Dios,
y l porque sube Mar¡a (V 217, p.3).
En este sube y baja se enredan los conceptos y se reitera la humanidad de
Cristo, vinculado a la tierra, para salvar a los humanos del pecado
original: la expulsi¢n del Paraiso ha sido narrada de varias maneras, pero
en la acciones de nuestros primeros padres sobresalen dos elementos, el
conocimiento est sustentado en un doble ejercicio del habla, la emisi¢n de
la palabra y su trasmisi¢n a trav s del o¡do, una acci¢n semejante a la de
la Anunciaci¢n, cuando el Angel se acerca a Mar¡a y representando al
Esp¡ritu Santo, le hace llegar, a trav s del o¡do - repito, la simbolog¡a
de la impregnaci¢n seminal de la palabra, el Verbo-, las palabras
pronunciadas en ese Instante privilegiado. La serpiente le habla a Eva, Eva
le habla a Ad n y al convencerlo, comete el crimen, prueban la fruta del
arbol del conocimiento, los pasos de Dios, antes jam s escuchados por los
virginales o¡dos de nuestros primeros padres,resuenan en el Jard¡n Sagrado.
Escuchar es en cierta medida pecar, y el pecado se define, a partir de la
Ca¡da, como el conocimiento de la sexualidad. En los villancicos de la
Asunci¢n de 1690
se replantean las eternas contiendas entre las voces


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Advertencia:

a) Varias palabras llevan may£scula para realzar el significado que tienen
en la obra de Sor Juana;
b) las cursivas, salvo aclaraci¢n de lo contrario, son m¡as; c) modernizo
la ortograf¡a de las ediciones antiguas;
d) todas las citas provienen de la edici¢n de MP, asi como la numeraci¢n
que manej¢ para clasificar sus obras; e) las abreviaturas usadas en este
trabajo son las siguientes:

Ap: Aprobaci¢n del Padre Calleja a la primera edici¢n de la Fama y obras
p¢stumas, estas p ginas carecen de foliaci¢n.

CA: Carta atenag¢rica, incluida en el t. IV de las Obras
completas.

CN: Carta al padre N£¤ez, edici¢n de Antonio Alatorre.

CF: Carta de Sor Filotea (Obispo Manuel Fern ndez de Santa Cruz) a Sor
Juana, incluida en el t. IV de las OC.

CJ: El cetro de Jos , OC, t.III

DN: El Divino Narciso, OC, t. III.

EC: Los empe¤os de una casa, OC, T IV.

EE: Ejercicios de la Encarnaci¢n, OC, t. IV.

IC, Inundaci¢n cast lida,

MP: M ndez Plancarte.

OC: Obras completas, edici¢n de Alfonso M ndez Plancarte,t. I a III,
Alberto G. Salceda, t. IV, M xico, FCE. Todas las referencias y el n£mero
usado para clasificar las obras de Sor Juana han sido tomadas de esta
edici¢n.

R: Romance, todos los romances se encuentran en OC, t. I

RF: Respuesta a Sor Filotea, OC, t. IV.

SH: San Hermenegildo, OC., t.III.

S: Soneto, todos los sonetos se encuentran en OC, t. I.

Sue¤o: Primero sue¤o. Ed. M ndez Plancarte.

SV: Segundo Volumen de sus Obras, Sevilla, 1692.

T: Tomo

TF: Octavio Paz, Las Trampas de la Fe, ed. utilizada en este manuscrito.

V: Villancicos, todos los villancicos se encuentran en el t.II, OC, ed. MP.

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NOTAS:
1.- Juana In s de la Cruz, Segundo volumen de las obras de soror..., monja
profesa en el monasterio del se¤or San Ger¢nimo de la Ciudad de M xico,
dedicado por su misma autora a D. Juan de Or£e y Arbieto, Caballero de la
Orden de Santiago, Sevilla, Tom s L¢pez de Haro, 1692. Las p ginas
dedicadas a las censuras y paneg¡ricos no van numeradas.
2.- Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana, Madrid 1611, define
as¡ la palabra ratero: "El hombre de bajos pensamientos,tomada la met fora
de ciertas aves de rapi¤a que cazan ratones". Y en el Diccionario de
Autoridades se lee: "Rater¡a: El hurto de cosas de poco valor, o la acci¢n
de hurtarlas con ma¤a y cautela; se toma tambi n por vileza, bajeza o
ruindad, en cosas de poco inter s" y de la palabra ratero (a), dice: "Lo
que va arrastrando por la tierra". En su libro Des rats et des ratiŠres,
Anamorphoses d'un champ m taphorique de saint Augustin … Jean Racine",
Jacques Berchtold (Ginebra, Droz, 1992), muestra la enorme importancia que
se le daba a la imagen de la rata como emblema femenino y en relaci¢n con
la cultura, desde la poca de la patr¡stica hasta el siglo XVII. Estudiar
la frase del Obispo de Santa Cruz en esa perspectiva, podr¡a aclarar muchas
cosas de este intercambio epistolar donde un obispo reconviene a una monja.
3.- Fern n Gonz lez de Eslava, Villancicos, romances, esnsaladas y otras
canciones devotas, Margit Frenk, ed. cr¡tica, intr. notas y ap ndices,
M xico, El Colegio de M xico, 1989, p.43.
4.- Sor Juana In s de la Cruz, OC, t.I, II y III, editados por MP y t. IV,
edici¢n de Alberto G. Salceda,) primera reimpresi¢n, 1976. T.III, Autos y
Loas. Primera edici¢n, 1955. T.IV, Comedias, Sainetes y Prosa, primera
reimpresi¢n, 1976. La cita de MP sobre Le¢n Marchante en t. II, p.418.
5.- Estos son los villancicos m s antiguos, consignados por M ndez
Plancarte, aparecieron primero en una edici¢n suelta y luego en la
Inundaci¢n cast lida con errores, seg£n MP (.n.p. 355).
6.- En su libro, Mar¡a, iconograf¡a de la virgen en el arte espa¤ol,
Madrid, Plus-Ultra, 1946, Manuel Trens traza el recorrido lit£rgico de la
mariolog¡a y asegura que, " desde el prncipio, mar¡a, inseparablemente
unida con jes£s, comparte sus glorias y sus oprobios... mar¡a, en efecto,
aparece en el lugar m s c ntyrico de la piedad cristiana, como son los
textos eucar?sticos de la misa. el sacrificio de la cruz, as¡ como el
altar, es el fruto de su pur?simo cuerpo, por obra del esp?ritu santo.
'Este cuerpo que consagramos - dice gr ficamente san a,mbrosio - est ex
virgine, procede la Virgen' Es natural, pues, que la memoria de Mar¡a vaya
unida a la memoria de Jes£s, en la celebracion eucar¡stica" (cur. orig.),
p. 24-25. Trens fue un presb¡itero y su libro, como los publicados en
tiempos de Sor Juana, lleva los permisos reglamentarios de impresi¢n
impeustos por la censura franquista. Es por ello una prueba irrefutable de
la entronizaci¢n de Mar¡a en el culto cristiano y dentro del canon, Sor
Juana hace un uso muy peculiar de l.
7.-"...La 'musa de la hampa' es, en la misma medida, una musa predilecta
del siglo XVII espa¤ol, la de las bravatas de los hampones, la musa plebeya
de los bajos fondos que cultiv¢ Quevedo y formul¢ un nuevo g nero del
romance barroco: la j cara, romance inmerso en la vida del elemento
criminal y escrito en la abstrusa lengua de la jacarandina: la german¡a"
(p. 7). Enrique Flores, "La musa de la hampa, J caras de sor Juana". en
Literatura mexicana, Vol II, N£m 1, 1991, pp. 7-22.
8.- Juana In s de la Cruz, Fama y obras p¢sthumas del F nix de M xico,
D cima Musa, Poetisa Americana ....., religiosa professa en el convento de
San Ger¢nimo de la Imperial Ciudad de M xico, Madrid, Ruiz de Murga, 1700.
9.- En las notas al texto, MP aclara que esta imagen usada por la jer¢nima
es "una maravillosa sentencia sobre la Virgen, en cuanto a su eminencia de
gracia y perfecci¢n espiritual". t.II, p. 410.
10.- "La virgen apocal¡ptica y preexistente tiene su m s definitiva y
esplendorosa culminaci¢n en la imagen de la Inmaculada, externamente, una y
otra casi presentan el mismo aspecto. Ideol¢gicamente, la Inmaculada, en su
£ltima derivaci¢n dogm tica y art¡stica, deja de ser la mujer del
Apocalipsis. Es la Nueva Eva, que vence a la antigua serpiente. El hijo de
la mujer desaparece, y al desaparecer, deja a Mar¡a en un ambiente
enrarecido de dogmatismo y en una nube de altercados teol¢gicos que la
definici¢n dogm tica de P¡o IX, zanj¢ para siempre jam s. No falta quien
atribuya la representaci¢n de la Inmaculada a sor Isabel de Villena, como
as¡ mismo se ha pretendido, a causa de una falsa interpretaci¢n de un
documento hist¢rico, atruibuir a san Ildefonso de Sevilla la instituci¢n de
la fiesta en Espa¤a", Manuel Trens, op. cit p.151. Y MP asegura, en una
nota explicativa a estos mismos villancicos de la Concepci¢n de 1689: "La
doctrina de que la Madre de Cristo fue preservada del Pecado Original y
llena de Gracia santificante desde su Concepci¢n o sea desde el primer
instante de su existencia, s¢lo fue definido como dogma cat¢lico por P¡o
IX, en 1854. Tal verdad, sin embargo, era ya defendida antes por varios
santos y te¢logos, como "de fe divina" (aunque "no definida"), en cuanto
formalmente impl¡cita en la Sagrada Escritura y la tradici¢n divino-
cat¢lica; y ya en el siglo XVII, la mayor¡a del pueblo cristiano (y mas
aun, en Espa¤a y sus tierras) la cre¡a como tal y no era raro que se
obligara por "voto" a defenderla". Nota. t.II, p. 408.
11.- Por su parte, Rosalva Loreto L¢pez copia un fragmento de un acta
poblana consignada en el Libro de Patronatos de esta Nobilil¡sima Ciudad,
AAP, fols. 124-125, en su ensayo intitulado, "La fiesta de la Concepci¢n y
las identidades colectivas, Puebla (1619-1636)", p.93, que, a mi vez,
transcribo, como ejemplo de la difusi¢n inmensa y la importancia pol¡tica
que, en su advocaci¢n de Inmaculada, el culto a la virgen hab¡a alcanzado
en la Nueva Espa¤a y, espec¡ficamente, en Puebla, la segunda ciudad m s
importante del virreinato, siempre en competencia con la ciudad de M xico.
Una de las posibilidades de sobresalir consist¡a en demostrar un mayor y
apasionado fervor en el culto a la Inmaculada: la importancia pol¡tico-
religiosa de esta capital puede comprobarse por la fuerza, influencia y
controvertida actuaci¢n en la Nueva Espa¤a de figuras como los obispos
poblanos Palafox y Mendoza y Fern ndez de Santa Cruz, tan importante, est
£ltimo, respecto de sor Juana: "(...) en las cortes de Espa¤a que se
efectuaron en julio de este a¤o (1621) todos los diputados de los reinos se
obligaron a observar el misterio de la Inmaculada Concepci¢n.
Sant¡simamente en todas las ¢rdenes militares, universidades de estudio,
tribunales de ciudades y colegios, congregaciones y cualesquiera otro
leg¡timo cuerpo (y apenas hay alguno de los vasallos del rey cat¢lico que
no est se¤alado en alguna de estas comunidades) de tal conformidad que
cualquiera que debe ser admitido en las ¢rdenes o congregaciones ante todas
las cosas (...) se ha de obligar a defender esforzadamente el misterio de
la Inmaculada" (fols. 124-125), esa obligaci¢n, lo sabemos, se la impuso
sor Juana. El ensayo apareci¢ en Clara Garc¡a Ayluardo y Manuel Ramos
Medina, Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, vol 2,
Mujeres, instituciones y culto a Mar¡a, M xico, Condumex-INHA-IB, 1994,
pp.87-104. Trens consigna otro ejemplo de discusiones sobre la virginiad de
Mar¡a, mismas que hoy se antojan absurdas: "...El te¢logo dominicano
Francisco de Retz, profesor en la Universidad de Viena hacia 1400 escribi¢
el Defensorium inviolatae virgnitates Marias para probar el hecho de la
virginidad material de Mar¡a...los temas consisten en f bulas referentes a
los reinos animal y vegetal, as¡ como antiguas narraciones tomadas de
diferentes autores, graciosamente expresadas por medio de la pintura o de
la xilograf¡a, el texto a pie de cada f bula est compuesto por dos
hex metros rimados. El alcance siempre es el mismo: si este o el otro
prodigio fue posible, ¨por que no ha de serlo el de la virgen dando la luz
a un ni¤o?. As¡ dice, por ejemplo,.. si el le¢n con sus rugidos puede
resucitar a sus cachorros ¨por qu la virgen no hab¡a de engendrar la vida
por obra del Espiritu Santo?. Manuel Trens, op. cit, p. 151.
12.- Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios la
Madre Juana In s de la Cruz, al tiempo de abandonar los estudios humanos,
para proseguir, desembarazada de ese afecto, en el camino de la perfecci¢n.
t.IV, p. 519.
13.- Ver mi texto "Linaje y legitimidad" autobiograf¡a de sor juana,
Revista de la Universidad, mayo de 1994, aparecer en mi libro en prensa,
Sor Juana In s de la Cruz:, ¨Hagiograf¡a o autobiograf¡a?, M xico, Grijalbo-
UNAM, 1995. En esta misma l¡nea de pensamiento, Jacques Lafaye dice: "de la
adoraci¢n completamente er¢tica (m s que petraquista) de la mujer criolla
tal como se expres¢ en la pluma de Bernardo de Balbuena, a la divinizaci¢n
de Juana de Asbaje, luego a la devoci¢n de la imagen prodigiosa de una
virgen india, eiste un largo proceso de trasmutaci¢n sagrada, una
sublimaci¢n progresiva de la patria mexicana encarnada en una mujer del
pa¡s. Desde ese punto de vista, sor Juana fue una especie de relevo; mujer
de genio considerado sobrehumano, se nos aparece como una r plica humana de
la imagen de Tepeyac; como esta £ltima, fue objeto de un culto de los
mexicanos, y su fama traspas¢ las fronteras, esbozando una reconquista de
Espa¤a por la Nueva Espa¤a, desquite m gico de la conciencia criolla sobre
la naci¢n tutora". Quetzalc¢atl y Guadalupe, M xico, FCE, 1977,(1¦ed. en
esp) p. 121. En 1932, Fern ndez Macgr gor public¢ un libro que no he
consultado, en cuyo t¡tulo habla esa fama: La santificaci¢n de Sor Juana,
citado por Marie-C cile B nassy, Humanismo y religi¢n en la obra de Sor
Juana In s de la Cruz, M xico, UNAM, 1982 (1¦ed. en esp.), p. 204.
14.- Nicole Loreaux, "Qu'est-ce qu'une d ese?" en Georges Duby et (M-
Penot?), Histoire des Femmes, I, L'Antiquit , Paris, Plon, 1991. Y, de la
misma autora, "H raklŠs: le surmƒle et le f minin", Revue fran aise de
Psychanalyse, Par¡s, 1982, pp 697-729.
15.- Al historiar la iconograf¡a mariana, Trens muestra el elaborado y
largo proceso hist¢rico que en el siglo XVII decant¢ el sofisticado
concepto de la Inmaculada Concepci¢n del que hace gala Sor Juana y que,
presente en la iconograf¡a cristiana desde su inicio, fue incorporando paso
a paso elementos que lo refinaron y lo fueron haciendo inseparable de sus
emblemas. Tambi n la santidad tiene asiento en la historicidad.
16.- Transcribo libremente a Peter Brown, The Body and 6
Society. Men, Women, and Sexual Renunciation in Early Christianity, Nueva
York, Columbia University Press, 1988, pp. 350-352. tambi n, Giulia Sissa,
"Subtle Bodies", en Fragments for a History of the Human Body, ed, Michel
Feher, Ramona Nadaff, Nadia Tazi, Nueva York, Zone, 1989, vol 3, pp 133-
156, y especialmente la secci¢n intitulada "The Seal of Virginity".
17.- La aversi¢n de SJ hacia el matrimonio y su elecci¢n de la vida monacal
pueden tambi n encontrar una respuesta en los textos de los villancicos, y,
especialmente, en ste que analizo. Cf.adem s, Santiago de la Vor gine, La
leyenda dorada, Madrid, Alianza Forma, 1987. 2 vol£menes; Carroll, Michael,
The Cult of the Virgin Mary, Princeton, Princeton University Press, 1986;
Giulia Sissa, Le corps virginal, Paris, J. Vrin, 1987. Marina Warner, Alone
of all her Sex, The Myth anc Cult of the Virgin Mary, Londres, Picador,
1986; Luisa Ruiz Moreno, Santa Mar¡a Tonantzintla, El relato en imagen.
M xico, CNCA, 1994. David Hugh Farmer, The Oxford Dictionary of Saints,
Oxford, Nueva York, Oxford University Press, 1988, 2¦ed. Andr Grabar, Las
v¡as de la creaci¢n en la iconograf¡a cristina, Madrid, Alianza Forma,
1988. E. Royston Pike, E., Diccionario de religiones, M xico, FCE, 1960.
18.- Para Trens la advocaci¢n de la virgen como tota pulchra, antecede, en
una de sus transmutaciones m s importantes, a la plasmaci¢n definitiva de
la imagen de la Inmaculada Concepci¢n: "La piedad, cada vez m s orientada,
est ya a punto de contemplar directamente la grandiosa y comprendida
figura de la Inmaculada Virgen Maria. Pero antes tiene todav¡a que pasar
por un periodo de transici¢n, en que la Virgen queda al fin sola, pero
rodeada de emblemas, alegor¡as e inscripciones, que dan al conjunto un
sabor pol mico, un ambiente de discusi¢n teol¢gica" (p.149). Esa discusi¢n
teol¢gica explica la cautela que muestran sus partidarios, cuando, a pesar
de manejar la devoci¢n como una cruzada, vacilan antes de pronunciar la
palabra dogma y la sustituyen por "opini¢n p¡a" o la verbalizan como una
dualidad inseparable, a la manera de sor Juana: la evidencia de la creencia
que no es fe, aunque sea uno de los misterios cristianos. Marina Warner
indaga en las escrituras y demuestra el insignifcante papel que la figura
de la Virgen jug¢ en el inicio de la Cristiandad, op. cit, cap.1, pp. 3-24,
y la vivaz construcci¢n que los Evangelios ap¢crifos hicieron de la Virgen
y de su familia, consolidando algunas de sus apariciones como actos de
liturgia (Cap 2,pp. 25-49). Por su parte, Trens aclara el complicado
andamiaje previo que incorpora a la Virgen a iconograf¡as variadas, donde
forma parte de narraciones cultuales muy diversas, muchas de ellas casi
totalmente abolidas de la liturgia cristiana en el siglo XVII, poca en que
la imagen de la Inmaculada alcanz¢ su m ximo esplendor, sobre todo en
Espa¤a y en sus colonias. Grabar asegura que, con excepci¢n de Cristo, la
Virgen "fue la figura m s retratada durante el Renacimiento" op. cit, p.
71. Los emblemas cl sicos presentes en la iconograf¡a y en la literatura de
la poca ya estaban troquelados ( azucena, angel, paloma, etc.) p. 73.
19.- Antonio Rubial, en su ensayo intitulado, "Los santos malogrados y
milagreros de la Nueva Espa¤a", resume as¡ estos cultos populares con
significado pol¡tico: "Religiosidad y nacionalismo fueron, as¡, dos
factores que evolucionaron entrelazdos. Desde el siglo XVII, los
novohispanos vivieron con la esperanzas de que la Iglesia romana les
canonizara santos que hab¡an nacido o actuado en esta parte septentrional
de la Am rica. De todos sus intentos, tan s¢lo se lograron dos
beatificaciones en el
transcurso de dos siglos: el m rtir franciscano Felipe de Jes£s,
beatificado en 1621, yu el hermano lego, tambien franciscano, Sebasti n de
Aparicio, beatificado en 1789. A pesar de estos escasos resultados, el
criollo novohispano de los siglos XVII y XVIII consideraba que su tierra
hab¡a sido mucho m s pr¢diga en santidad de lo que quer¡an reconocer
la Iglesia romana y la corona espa¤ola". El texto est tambi n compilado en
Clara Garc¡a Ayluardo y Manuel Ramos Medina, Manifestaciones religiosas....
vol.1, Espiritualidad barroca colonial. Santos y demonios en Am rica,
M xico, Condumex-INHA-IB, 1993, p. 77. Cf. tambi n Pilar Gonzalbo Aizpuru,
"Las devociones marianas en la vieja provicia de la Compa¤¡a de Jes£s", en
Garc¡a Ayluardo y Ramos Medina, op,cit, vol 2, pp. 195-116 y, asimismo, en
esa compilaci¢n, Thomas Calvo, "El Zod¡aco de la nueva Eva: el culto
mariano en la Am rica Septentrional hacia 1700", pp.117-130, que trata del
importante libro del padre jesuita Francisco de Florencia, el Zodiaco
mariano, uno de los cuatro evangelistas criollos, seg£n la denominaci¢n de
Francisco de la Maza.
20.- El Concilio de Efeso, celebrado en 431 de la era cristiana , E.C)
21.- En este texto (la Protesta, Cf. supra n. 12) se demuestra con claridad
la importancia que la creencia y no la fe, resultado de un dogma, ten¡a
para la poca. Sor Juana relaciona esa evidencia casi, reitero, con un
dogma de fe. Su juramento rubricado con sangre la acerca, por el gesto
dram tico que convoca, a la vida de las m rtires cristianas, dippuestas a
dejarse martirizar por sus creencias. Quiz no deba exagerarse demasiado
este dato en relaci¢n con la jer¢nima, pero lo cierto es que ese verso
tantas veces
citado aparece en dos contextos diferentes, y en la Protesta tiene una
vigencia excepcional, por estar firmado con su sangre y por ser una prueba
escrita de un acto de conversi¢n final. Quiz fue obligada a hacerlo, como
parece deducirse de los acontecimientos que provocaron su desgracia en la
corte, pero de cualquier manera la firma escrita con sangre y la repetici¢n
de un verso que para ella tiene un valor sagrado, tienen un significado muy
especial. Por otra parte, hay que insistir en la vinculaci¢n tan estrecha
que existe entre lo religioso y lo pol¡tico en la sociedad virreinal.
22.- M.C. B nassy , en su cap¡tulo "Sor Juana y los indios" (pp.286-306),
op.cit, comprueba que era una tradici¢n po tica la de darles voz a los
negros en los villancicos, como ya lo hab¡a hecho antes MP en sus notas (p.
363, por ej.).
23.- "Oigan una duda de todo primor...(p. 140), que tambi n cita Alatorre
para analizar la tradici¢n de las adivinanzas y los enigmas en el mundo
hisp nico: Sor Juana In s de la Cruz, Enigmas ofrecidos a la Casa del
Placer, M xico CM, 1994 (ed. y est. de Antonio Alatorre), pp. 39-53.
24.- Enrique Flores (Cf. supra, nota 7), en su inteligente y sagaz ensayo
sobre las j caras en Sor Juana, dice respecto a este mismo villancico:
"Como corresponde a la vida de un carpintero, la j cara de san Jos ... es
un romance " de chapa", chapado, en sentido literal y figurado, como las 25
l minas artesanales y como los valientes de la jacarandina... Sus coplas
son las mazadas de ese carpintero. pero son, asimismo, las valent¡as de un
santo que es un rufi n, ( un mazo es un "rufi n", seg£n el L xico del
marginalismo) y echa sus coplas " de mazo".... En t rminos generales, la
j cara de san Jos incluye la parodia de un romance vulgar, de una de esas
relaciones basadas en el extracto oficial de una causa y que los ciegos
pon¡an en verso para cantar y vender en las ejecuciones de justicia..."
pp.17-19.
25.- En un libro cl sico sobre el concepto de lo sagrado, se asegura: "¨Qu
hay en efecto de m s racional que la tradicional teor¡a que ve en el
milagro una interrupci¢n moment nea de las leyes naturales, milagro
provocado por un Ser que es, El mismo, el autor de esas leyes y que, en
consecuencia, es quien necesariamente las determina". Rudolf Otto, Le
sacr , L' l ment non rationnel dans l'id e du divin et sa relation avec le
rationnel. Paris, Payot, 1968., p.17 (trad. m¡a).
26.- Foucault sintetiza as¡ este poder multiplicador de las palabras, del
verbo:"En la poca cl sica, el ser bruto del lenguaje --esta masa se signos
depositada em el mundo para ejercer all¡ nuestra interrogaci¢n-- se borr¢,
pero el lenguaje anud¢ nuevas relaciones con el ser, m s dif¡ciles de
apresar ya que el lenguaje lo enuncia y lo re£ne por medio de una palabra:
lo afirma desde el inerior de s¡ mismo. y sin embargo, no podr¡a existir
como lenguaje si esta palabra, por si sola, no sostuviera de antemano todo
discurso. Sin una manera de designar al ser no habr¡a lenguaje; pero sin
lenguaje no habr¡a el verbo ser, que s¢lo es una parte de aqu l". Michel
Foucault, Las palabras y las cosas, M xico, Siglo XXI, 1968, pp. 99-100.
27.- "Al final de la historiograf¡a, como tentaci¢n y traici¢n, existe otro
discurso, explica de Certeau. Podemos caracterizarlo con algunos rasgos que
tienen por fin £nicamente situarlo dentro de un ambiente, como el
constitutivo de una diferencia. esencialmente, ese discurso ilustra una
significaci¢n adquirida, aunque pretende tratar £nicamente de acciones...
Ahora m s bien los hechos son significantes al servicio de uan verdad que
construye su organizaci¢n " edificando" su manifestaci¢n", Michel de
Certeau, La escritura de la historia, M xico, IB, 1985., 2¦ed., p. 287.
Starobinski, citado por Nicole Loreau, previene a los estudiosos contra la
tentaci¢n de tratar a los personajes m¡ticos como si fueran seres
reales..."porque su existencia se limita a la palabra que les ha sido
atribuida" "H raklŠs.", ens.cit., p. 699, (Jean Starobisnki, "L' p e
d'Ayax" en Trois fureurs, Paris, 1974, p. 26).

28.- Cf. Marina Warner, op.cit., p. 19.
30.- O repitiendo las palabras de MP, podr¡amos decir con l: "No importa
(dice Sor J.) que haya habido pocas en que muchos te¢logos dudaran y aun
negaran tal Privilegio. As¡ tal duda sobre ello, no fue tiniebla en Mar¡a
sino ignorancia en nosotros", p. 410. Las cursivas en el original.
31.-


BIBLIOGRAFIA
(nota: incluyo la bibliograf¡a, estimo que algunos de los libros utilizados
pueden no ser demasiado frecuentes en los dem s trabajos)

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