El descubrimiento de un nuevo enclave tartésico-orientalizante en la Sierra de Cádiz: el \"oppidum\" de Olvera

June 9, 2017 | Autor: L. Guerrero Misa | Categoría: Tartessos, Sierra de Cádiz, Orientalizante
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Descripción

El descubrimiento de un nuevo enclave tartésico-orientalizante en la Sierra de Cádiz: el «oppidum» de Olvera Luis Javier Guerrero Misa Ester López Rosendo Arqueólogos Resumen

Abstract

En el transcurso de unas excavaciones de urgencia realizadas con motivo de la construcción de un aparcamiento en la Ladera del Castillo de Olvera (Cádiz), se han descubierto importantes hallazgos de cerámicas fenicias, cerámicas orientalizantes y turdetanas, lo que convierte al «oppidum» de Olvera en uno de los enclaves más antiguos de la Edad del Hierro en la Sierra de Cádiz. En cambio, se descarta su ocupación en época romana.

During some emergency excavations carried out during the construction of a parkig on the slopes of Olvera Castle (Cádiz), significant findings were discovered such Phoenician, Oriental and Turdetanian ceramics. This fact makes the «oppidum» of Olvera on one of the oldest sites of the Iron Age in the Cadiz’s Mountains. Instead, it discards its occupation in Roman times.

Palabras clave:

Keywords

«Oppidum», Edad del Hierro, Ánforas Fenicias, Periodo Orientalizante, Tartessos, Turdetanos.

«Oppidum», Iron Age, Phoenician Amphorae, Oriental Period, Tartessos, Turdetanians.

Figura 1. PANORÁMICA DEL CASTILLO DE OLVERA Y SU LADERA

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ZONA DE LA LADERA DE OLVERA ANTES DE LA CONSTRUCCIÓN DE APARCAMIENTOS Y JARDINES.

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n el verano de 2006 realizamos una intervención arqueológica de urgencia en la ladera Norte del cerro sobre el que se asienta el castillo de Olvera (Cádiz). Dicha intervención se realizó como consecuencia de las obras de construcción de un aparcamiento en terraza y la urbanización y ajardinamiento posterior de toda la zona en el marco de un programa de potenciación de los recursos culturales con posible uso turístico en toda la provincia, denominado Culturcad, financiada con fondos comunitarios (Feder). La intervención dio comienzo efectivo el 27 de junio de 2006 y concluyó el 10 de agosto tras finalizarse los trabajos topográficos. A pesar de que la obra afectaba, claramente, a una ladera de origen antrópico, bajo el castillo y el cementerio y era más que probable que al excavarse, para construirse el aparcamiento, aparecieran restos arqueológicos, había sido informada favorablemente por la Comisión Provincial del Patrimonio el 17 de junio de 2005. Se contemplaba al menos dos desmontes y aterrazamientos en la ladera y la construcción de una serie de muros de contención, jardines, paseos, instalación de mobiliario urbano y varias zonas de aparcamiento de vehículos de bajo impacto visual. Toda la zona es propiedad del Ayuntamiento de Olvera. En febrero de 2006, a los pocos días de iniciarse la obra, visitamos el lugar y observamos que si bien no se apreciaban signos de que los movimientos de tierra hubieran afectado a estructuras arqueológicas, sí se recogían abundantes fragmentos de cerámicas de muy diverso tipo. Una vez informada la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz de la aparición de grandes cantidades de cerámicas, ésta decretó la paralización inmediata de la obra. A través de la Mancomunidad de Municipios de la Sierra de Cádiz, promotora junto con Diputación de la obra, se nos encargó la redacción del proyecto de inter-

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vención de urgencia que se presentó en la Delegación a finales de febrero. En el proyecto planteábamos tres líneas de actuaciones de urgencia a la vista del estado en el que se encontraba la obra y de la conformación del yacimiento en pendiente. La primera consistía en una prospección superficial intensiva de toda la ladera para localizar las zonas de acumulación de los materiales cerámicos y reconocer si se encontraban in situ o procedían de los movimientos de tierra causados por las máquinas, ya que considerábamos que era muy importante saber el área de dispersión y la adscripción cronocultural de cada sector. La segunda era la realización de cuatro sondeos en los dos sectores de la ladera que potencialmente se encontraban menos afectados por los movimientos de tierra, con objeto de documentar la secuencia estratigráfica de los depósitos de ladera. Asimismo, dichos sondeos nos darían las características morfológicas, sedimentológicas, orígenes, potencia de los depósitos (lo cual podría dar datos sobre momentos de ocupación del cerro del castillo), posibles alteraciones, nivel de destrucción, etc. Otro objetivo secundario, aunque menos probable por las características del propio yacimiento, era descartar o comprobar la existencia de estructuras constructivas, de enterramiento, infraestructuras, defensivas, etc. Y, por último, la tercera actuación era el control y seguimiento del resto de la obra. Antecedentes arqueológicos La localidad de Olvera es un núcleo urbano de 8.589 habitantes (censo de 2009), que se sitúa al noreste de la provincia de Cádiz, formando parte de la unidad comarcal administrativa de la Sierra, a 130 kms de la capital y se caracteriza por su emplazamiento en un cerro montañoso calizo que le hace tener una situación en altura privilegiada. Su término municipal tiene

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194 km2. En el punto más elevado del municipio, a 649 metros de altitud, presidiendo el entorno, se localiza la Torre del Homenaje de la Fortaleza Medieval, de época cristiana en su aspecto actual. Desde ella se divisa no sólo gran parte de la sierra gaditana y de la de Ronda, sino también las sierras sevillanas de Pruna y Morón (la denominada «Banda Morisca»). Ocupa, por tanto, una situación de una gran importancia estratégica. El yacimiento se encuentra situado en la ladera que mira hacia el Norte, justo debajo de las líneas perimetrales inferiores de la fortaleza medieval. En esta zona del castillo, incluido en las cercas medievales, existe un cementerio que actualmente sigue en funcionamiento. A partir de los muros exteriores de este cementerio, que se apoyan en los restos de la muralla medieval y en dos de sus torres cuadradas más pequeñas (una de ellas muy deteriorada y la otra reutilizada en el propio cementerio), se extiende la ladera histórica, que ocupa actualmente una especie de triángulo cuyos lados tienen una longitud de 105 por 102 por 62 metros aproximadamente y una pendiente muy pronunciada en torno a los 20 grados, situándose entre las cotas 631 y 603 m s.n.m. En principio, la ladera Norte bajo el castillo de Olvera está compuesta por distintas capas, desde las de tierra vegetal con aportaciones orgánicas a las procedentes de aportes de materiales de origen antrópico, junto a capas de un sustrato de areniscas con gravas que descansa directamente sobre la roca caliza originaria del cerro. El lateral noroeste de la ladera se halla cortada por la carretera de acceso al Barrio de la Villa y al Castillo e Iglesia, siendo su borde perimetral un pequeño talud con muro de contención y plantado con una hilera de cipreses. A nivel geológico, Olvera se encuentra situada dentro de los límites sudoccidenta-

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les de las formaciones subbéticas y, en concreto, su casco urbano originario se erige en torno a un cerro dolomítico calizo, de procedencia jurásica, que sobresale en mitad de grandes mantos de arcillas versicolores terciarias y otras zonas de areniscas y margas de la Unidad del Aljibe, también terciarias (Mapa Geológico de España, Hoja 1036, Olvera. Instituto Tecnológico Geominero de España, Madrid, 1990). A nivel arqueológico, los orígenes de Olvera se pueden remontar al Neolítico Final, según los resultados de las intervenciones realizadas en la Plaza de la Iglesia en 1998(1), en las que se recuperaron fragmentos de cerámica a mano correspondientes a vasos de paredes rectas, cuencos hemiesféricos, olla con mamelones, un asa-pitorro, decoraciones a base de cordones con impresiones e incluso algunos con pintura roja a la almagra. En cuanto al conjunto de material lítico correspondía a lascas y laminillas de talla a presión de sílex, la mayoría sin retoques. Los materiales encontrados eran muy similares a los procedentes de las excavaciones de la Ladera de Setenil de las Bodegas, municipio distante una quincena de kilómetros y que efectuó uno de nosotros entre 1996 y 1997(2). De esta misma intervención se había podido documentar una ocupación ibérico-turdetana al menos desde el s. III a.C., así como niveles musulmanes y cristianos. Con escaso apoyo científico se ha propuesto que Olvera fuera la ciudad ibero-romana de Hippa o Hippo Nova, citada por Plinio en la zona, o bien la sede de una de las «mansiones» del itinerario CordubaGades (Ilipa Minor), e incluso la céltica «Caricus»(3). Lo cierto es que hasta el momento en el casco antiguo de Olvera no hay constancia de la aparición de cerámicas o materiales constructivos romanos, más bien todo lo contrario como ha demostrado nuestra intervención en esta ladera.

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En época musulmana, la villa-fortaleza de Olvera formó parte de la línea fronteriza que custodiaba el límite suroeste del reino nazarí de Granada. Junto a otros castillos, denominados hisn, como los de Zahara, Pruna, Teba, Cañete,... configuraban una red defensiva apoyada por el relieve circundante, que tenían la función de proteger las plazas fuertes de entrada a la Serranía de Ronda. Según un texto de Ibn Marzuq su nombre sería el de «Uryawila» y según el granadino Ibn al-Jatib sería el de «Wubira»(4). En 1327 fue conquistada la villa por Alfonso XI, tras un duro asedio en el que se emplearon máquinas de sitio, como catapultas. Ese mismo año, el rey castellano otorgaría una Carta Puebla, aunque en un principio la población debió ser eminentemente militar. La primitiva trama urbanística conocida hoy día como «Pueblo Viejo» se mantuvo tras la conquista cristiana, momento en el que se estableció como señorío, siendo su primer señor, Don Alfonso Pérez de Guzmán. Su nombre se transformó en Oliveira, que con el transcurso de los años y tras perder fonéticamente las »i», quedaría finalmente en el actual de Olvera. En 1407 paso a formar parte del linaje de los Zúñiga. Entre 14811482 tuvo que resistir sendos intentos de reconquista nazarí. En 1485, desaparecidas sus funciones fronterizas con la toma de Setenil y Ronda por parte de los Reyes Católicos, el núcleo de población superará el límite urbano al mismo tiempo que el castillo perderá su función esencial y conocerá un proceso de progresivo deterioro y abandono. En la actualidad, se conservan buena parte de las fortificaciones, insertadas en la trama urbana (Barrio de la Villa), que podemos dividir en dos: la cerca urbana y el castillo. Los lienzos de muralla del recinto urbano se levantan al pie del castillo y es de planta irregular. Se conservan suficientes vestigios de ella como para poder re-

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construir su trazado, pese a que su estado de conservación no es el más deseable. Construida en mampostería irregular presenta, a causa de su adaptación al terreno, un plano un tanto ovoidal, en cuyo extremo más elevado se levanta el castillo. El mejor tramo conservado es el flanco sur, presentando torres rectangulares y macizas, altas y con refuerzo de sillarejos en los ángulos y en la base, como la denominada Torre del Pan. En el punto más alejado del castillo se localiza la llamada Torre del Olivillo presentando planta semicircular. En el recinto del alcázar dispone de una entrada defendida por una acitara merlonada con saetera de cruz y orbe, así como un pequeño cubo de flanqueo. Tras esta entrada, existe un acceso en recodo –uno de los elementos defensivos más interesantes del recinto– que tuerce a la izquierda hacia una segunda puerta que desemboca en el patio de Armas. En el ángulo Sur, sobre el punto más alto de la peña, se sitúa la Torre del Homenaje. Ésta, presenta planta rectangular y vértices redondeados, construida con cantería irregular unida por argamasa. Posee en diversos puntos de su paramento algunas saeteras. Su interior está dividido en dos plantas, ambas con bóveda de medio cañón, y divididas a su vez en dos por sendos muros de los que se conserva únicamente el arranque en solería en la planta baja. Durante los años 2000, 2001 y 2003, la Mancomunidad de Municipios de la Sierra de Cádiz, a través del programa «Arqueosierra»(5), realizó diversas actuaciones de consolidación, limpieza y desescombro del patio de armas, de los aljibes, y de instalación de medidas de seguridad para los visitantes, además de musealizar y poner en valor parte del Patio de Armas, instalar carteles interpretativos y arreglar el nuevo acceso al castillo(6). Durante las labores de limpieza se recuperaron diversos restos constructivos pertenecientes a habitacio-

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nes del cuerpo de guardia, en las que aparecieron numerosas cerámicas tanto nazaríes como cristianas. Intervención arqueológica de urgencia en la Ladera Norte Como hemos dicho al principio, la actuación se inició el 27 de Junio de 2006, tras llegarse a un acuerdo con la empresa adjudicataria de la contrata para que aportara los obreros necesarios y al aparejador de la obra, aportando la Mancomunidad el personal técnico y los materiales de excavación. En la intervención colaboró con nosotros el arqueólogo Jesús Román Román a quién agradecemos su esfuerzo y dedicación. A nuestra llegada, si bien la obra estaba paralizada en lo referente a movimientos de tierras, explanaciones y caminos / senderos, se habían estado realizando trabajos de ajardinamiento e instalación de mobiliario urbano (farolas, bancos, papeleras, etc.) que, en principio, no afectaban a zonas en las que teníamos previsto intervenir. Las prospecciones superficiales Comenzamos realizando una serie de prospecciones superficiales de toda la ladera y comprobando de esta forma las zonas de aparición de material arqueológico y las alteraciones realizadas por los movimientos de tierra previos. Decidimos, sectorizar la ladera en cinco zonas haciéndolas coincidir con las líneas topográficas de las cotas en altitudes de 630,625, 620, 615, y 610, por lo que las denominamos respectivamente como Zona A: Cota 630, Zona B: Cota 625, Zona C: Cota 620, Zona D: Cota 615 y Zona E: Cota 610. En la Figura 2 vienen delimitadas estas zonas y los sondeos a escala 1:500. Pensamos que dados los procesos de formación de las laderas antrópicas, normalmente muy compli-

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cadas por las alteraciones producidas por todo tipo de agentes (bioalteraciones, fenómenos hídricos, climáticos, atmosféricos, etc.), además de la propia complicación de su morfogénesis, éste era el mejor modelo para prospectar la ladera a pesar de los cortes producidos longitudinalmente para realizar las terrazas donde iban los aparcamientos. La ladera tiene una inclinación media en torno a los 20 grados, pero no es del todo homogénea. Lógicamente, hay que tener en cuenta los límites establecidos por la física en lo referente a los puntos de ruptura de estabilidad, en torno a los 35 grados en laderas similares como la estudiada en Setenil de las Bodegas(7), por lo que deben aparecer zonas de acumulación por capas de distinto grosor de menor (arriba) a mayor (abajo). En principio, debemos suponer que la formación de los depósitos de la ladera se han ido acumulando en base a conos de derrubios, puesto que es imposible materialmente que los aportes colmaten de golpe un frente de más de 100 metros de longitud, lo cual hace que a iguales profundidades en la ladera no tenga porqué haber necesariamente los mismos materiales arqueológicos, más bien al contrario. La interpretación de este hecho es básico ya que sino lo tenemos presente podemos llegar a conclusiones precipitadas. Lógicamente, los materiales de mayor peso ruedan más abajo que los más ligeros y van rellenando los sinclinales dejados por los conos de derrubios. Además, tal y como pasaba en Setenil, hay que tener presente, sobre todo en las zonas más bajas, la posibilidad de que alguna anomalía sobre el terreno pudiera ocasionar un tipo distinto de acumulación, como es el caso de un pequeño peñón que sobresale en mitad de la Zona C, y de las alteraciones que hayan podido producir las escorrentías y que han podido desplazar materiales o colmatar zonas más bajas o rehundidas.

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Figura 2. ZONIFICACIÓN DE LA LADERA Y UBICACIÓN DE LOS SONDEOS ARQUEOLÓGICOS

Por otro lado, las alteraciones producidas por los movimientos de tierra previos afectaron sobre todo a las Zonas C y D, siendo la E residual (por estar afectada ya con anterioridad por varias construcciones de casas y sus correspondientes vertidos de escombros) y la B afectada parcialmente. La Zona A es divisible, a su vez, en Sector W (Oeste) y Sector Este y esto se debe a que el primero se encuentra muy afectado por la ruina y derrumbe de parte de un edificio que estuvo alojado junto a la actual Cilla y a espaldas de la misma mirando hacia la ladera, lo cuál ha generado una gran cantidad de escombros sobre los que en los últimos años se ha arrojado todo tipo de basuras, al estar muy cercana a una zona de contenedores. En principio entre estas basuras y escombros aparecen materiales arqueológicos (fundamentalmente cerámicas) pertenecientes a los siglos XVII y XVIII, que datan el edificio derrumbado, pero fue imposible constatar la presencia de materiales anteriores dado el volumen de escombros, que de alguna forma están integrados ya en la propia ladera con vegetación intrusita que los ha fijado al terreno. Sin embargo, hacia el lado

Oriental, entrando ya en las inmediaciones del cementerio y, sobre todo, bajo los muros de éste el terreno aparece ya sin los escombros y es la vegetación la que lo cubre todo. Este sector está muy poco alterado, a excepción de los restos de algunas de las reparaciones realizadas en el muro perimetral que coincide con los cimientos del cementerio (la última en 2002). Los aportes han sido mínimos, puesto que al arrojarse escombros y materiales arqueológicos u orgánicos, la tendencia natural es que se deslicen cuesta abajo, no quedándose apenas material en la zona más alta. En esta Zona practicaríamos el sondeo P-2, al ser la menos tocada recientemente y estar situada a mayor altura y, por tanto, más cerca de la base de roca caliza, por lo que era de excavación más fácil y rápida, el tener un menor número de sedimentos, siendo, además, los propios cimientos de la muralla exterior del castillo una garantía de que, al menos, desde el siglo XVI hacia abajo, no estaban alterados los estratos. La Zona B, tiene una pendiente muy acusada, en torno a los 19 grados, y sólo ha sido afectada parcialmente por los movimientos de tierra previos a la obra. Según

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el aparejador sólo se desmontaron unos 20 cms para retirar las basuras, escombros y maleza superficiales con objeto de poder dejarla limpia y preparada para su urbanización y ajardinamiento. No obstante, a nuestra llegada ya se había construido el camino peatonal del paseo y de acceso desde el aparcamiento hasta el Barrio de la Villa y este camino sí había desmontado unos 40 cms de ladera, habiendo servido el desmonte del escalón practicado para realizar una pequeña plataforma, donde se compactó y aplanó la base de este mismo camino. Es decir, la parte sobrante del corte se utiliza también para estabilizarlo y darle consistencia, con lo que los materiales más antiguos pueden aparecer por encima de los más modernos. De hecho, recogimos cerámicas ibéricas y a mano en la propia superficie del camino, mientras que en el perfil del mismo aparecían cerámicas del XV y XVI. Las Zonas C y D fueron las más afectadas por los movimientos de tierra. En ambas se ha removido gran parte de la ladera y se han realizado cambios sustanciales en la misma. No sólo se han practicado dos grandes cortes, en escalón, para crear las zonas amplias donde van los aparcamientos en superficie, sino que se ha rellenado, para nivelarla, la zona más oriental, que, en origen, tenía una pendiente mucho más acusada, incluso con un área de precipicio que, ahora, está casi colmatada. Los cortes en terraza o escalón tienen, aproximadamente, entre 12 y 15 metros de anchura y, finalmente se decidió instalar una sola hilera de aparcamientos en cada uno de ellos, en lugar de las dos hileras previstas inicialmente, lo cual redundó en un menor movimiento de tierras y un impacto menor sobre la propia ladera, en detrimento del número de coches. Por tanto, a nivel arqueológico las alteraciones desde el nivel de unión entre la Zonas B y C son muy acusadas y en super-

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ficie hay una gran mezcla de materiales, aunque curiosamente son las cerámicas ibéricas (con bandas pintadas en rojo, vinoso y en negro) y a mano (la mayoría lisas, sin decoración) las de mayor importancia numéricamente. En menor proporción se recogen materiales cristianos de los siglos XV y XVI (cuencos, boles, escudillas y platos en melado con bases rehundidas y algunas con decoración en manganeso, algunas en verde y muy pocas en blanco con azul cobalto), la mayoría cerámicas trianeras o sevillanas. En aún menor proporción aparecen cerámicas nazaríes y almohades, inclusive un pequeño fragmento cerámico (¿brocal de pozo?) con una inscripción cúfica que está sin traducir aún. En este sentido, cabe decir que sólo en los laterales situados en el extremo Oeste de la ladera, aquellos que literalmente transcurren junto a la carretera de acceso al Barrio de la Villa y Plaza de la Iglesia y no han sido alterados por las obras, se puede apreciar en superficie materiales cerámicos modernos, fundamentalmente de los siglos XVI y XVII y que parecen estar en posición correcta, sin variación. A excepción de las basuras actuales, muy abundantes en el muro de contención de la carretera, no se detectaron materiales del XVIII y XIX, con una ausencia casi absolutas de vajillas blancas, de porcelanas o chinescas tan características de estos momentos. En esta zona practicamos el perfilado P-4. Aquí, no se detectaron cerámicas anteriores, ni musulmanas, ni ibéricas, ni prehistóricas. Por último, en la Zona E, la alteración es muy fuerte, aunque ésta vez no se debe a la obra del aparcamiento, sino a la degradación de la ladera al estar en contacto directo con la zona habitada. Aquí, escombros, basuras, materiales de obra y maleza intrusiva apenas si dejan ver el final de ladera, destruido prácticamente por la primera línea de casas. Por último, la zona distal

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de la misma está afectada por la construcción de un edificio, ya en estructura, que no tuvo seguimiento arqueológico en el momento de la excavación de su cimentación y que hubiera sido muy interesante comprobar hasta donde había llegado el manto antrópico (o el cono de derrubios según sea) de materiales acarreados desde la Villa. Por tanto, su deplorable estado la convertía en inútil a nivel arqueológico, por lo que no se realizó ninguna prospección sobre ella. Los sondeos arqueológicos Teníamos previsto la ejecución de cuatro sondeos en el yacimiento, de forma escalonada en altura en la ladera, según el proyecto aprobado por la Dirección General de Bienes Culturales. Con ello, intentábamos abarcar el mayor número posible de zonas inalteradas, donde pudiéramos detectar la secuencia estratigráfica y correlacionar, posteriormente, estos estratos para poder elaborar una hipótesis de la formación antrópica de la misma y las distintas «laderas arqueológicas» (la ladera prehistórica, la ibérica, la nazarí, la cristiana, etc.). Sin embargo, cuando iniciamos los trabajos, comprobamos que el cuarto sondeo, que iba entre las Zonas D y E, era inviable por el estado de remoción del terreno, por lo que, finalmente, se optó por hacer un pequeño perfilado (que denominamos P-4) en el lateral junto a la carretera de acceso, en la Zona C, por parecernos más seguro. A continuación desarrollamos el proceso de excavación y el resultado de los tres sondeos más el perfilado de forma resumida. Trazamos el primer sondeo a las espaldas del muro de contención de la segunda plataforma realizada para el aparcamiento, a la altura de la cota 616, en la Zona C de la ladera. En este lugar el movimiento de tierras había sido muy intenso hacia abajo, si bien hacia arriba sólo se había eliminado

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la capa de tierra vegetal, con el objeto de limpiar la ladera y permitir que pudiera plantarse vegetación ornamental. Por tanto, siguiendo las informaciones que nos dieron el aparejador y el encargado de la obra, elegimos un lugar, con fuerte pendiente, pero que a excepción de esa primera capa vegetal, que apenas era de unos 15 a 20 cms, parecía estar intacto. Situado a unos tres metros y medio de este muro de contención, trazamos un cuadro de 3 por 3 metros en la ladera, utilizando como nivel del propio cuadro las vigas del techo del aparcamiento y lo denominamos P-1. Iniciamos la excavación proyectando, en principio, tres escalones a distintas alturas del cuadro en pendiente. Elegimos este tipo de excavación para poder mantener controladas las distintas capas que, lógicamente, están escalonadas y en pendiente. Como no es posible a priori, saber la potencia de cada capa, utilizamos esta técnica que ya empleamos en la excavación que realizamos en la ladera de Setenil de las Bodegas, de características muy similares aunque aún más pronunciada que ésta de Olvera(8). Tras eliminarse una pequeña capa de tierra vegetal que ni siquiera estaba presente en todo el cuadro, pues había sido despejada por el movimiento de tierras inicial, enseguida aparecieron grandes cantidades de materiales arqueológicos, fundamentalmente cerámicas a torno, pintadas a bandas muchas de ellas, fragmentos de ánforas ibéricas y cerámicas a mano, de fabricación mucho más tosca. La mayoría de este material aparece en mitad de una gran bolsada de tierra de color marrón claro y, sobre todo, en una capa grisácea inferior a esta primera que además contiene abundantes carbones, aunque de pequeño tamaño. La capa marrón ocupa probablemente una zona de vaguada, escorrentía o sinclinal de un cono de derrubio y tras adosarse a la grisácea la sobrepasa y nivela en la ladera, en un movimiento claro de esta-

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bilización por acarreo de materiales. De hecho el fondo de esta gran bolsa está cuajado de piedras rodadas, algunas de gran tamaño, mientras que en los laterales el material aportado es mucho más fino. Tras ir rebajando los dos primeros escalones, comprobamos cómo debajo de la capa grisácea, aparece, sólo en el ángulo más oriental una lengua de tierra marrón, mucho más oscura que la primera capa, que incluye piedras de mediano tamaño. Entre el material recogido incluimos algunos huesos, incluido dientes de un gran mamífero herbívoro (caballo o vaca), y pequeñas semillas. Como era de esperar no aparecieron estructuras. A 1,45 ms desde el nivel superior del cuadro en la Pared Sur apareció una gran capa de tierra arcillosa, de color rojizo con grandes cantidades de gravas y gravillas. En el lateral Oeste profundizamos hasta los 2,00 metros y siguió apareciendo esta capa que es absolutamente estéril a nivel arqueológico. Tras documentarse fotográficamente y dibujarse los diferentes perfiles, se volvió a cubrir el sondeo con su propia tierra. Como hemos comentado más arriba, la Zona A de la ladera bajo el castillo de Olvera era, en su Sector Este, la menos afectada no sólo por la obra actual, sino también históricamente. Pensamos que las remodelaciones sobre los cimientos de la antigua muralla, que sustenta a su vez los muros del cementerio, han sido siempre de reconstrucción hacia arriba, es decir, de parcheo, y no se ha tocado el suelo (a lo sumo para colocar los andamios), lo cuál lo hacía el lugar idóneo para realizar un sondeo que nos pudiera aclarar lo más posible la secuencia estratigráfica y de formación de la ladera antrópica en un lugar, además, esencial para comprender la dinámica de ocupación humana en el cerro y comprobar la existencia o no de estructuras, algo que no es posible más abajo en la ladera.

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Para ello, después de limpiar la abundante maleza que cubría un lugar justo debajo del ángulo de flanqueo de la antigua muralla, que impedía la visión de la propia base de ésta, trazamos un cuadro de 3 por 3 metros, dejando un espacio de reserva de unos 20 cms con la pared de la antigua muralla, muy reformada (y reconstruida con cemento Porland) en este sector. El Punto Cero lo situamos a metro y medio del lateral Oeste del sondeo, en la cota 629. En la limpieza inicial (superficie) recogimos cerámicas modernas (meladas con manganeso, blancas con azul cobalto), ibéricas (pintadas a bandas) y algunas a mano. Puesto que la inclinación en esta Zona es mucho menor (apenas 5 grados en el inicio y unos 10 en el final), este sondeo nos permitió poder excavar de forma normal, si bien teniendo en cuenta siempre el buzamiento existente y su mayor inclinación hacia el borde exterior (es decir, hacia la ladera, al Norte). Para ello subdividimos a su vez el sondeo en tres franjas horizontales que denominamos respectivamente como Sur, Media y Norte, cada una de 1 metro de anchura. Se excavó en cavadas artificiales de 20 cms hasta los 60 cms de profundidad y luego de 15 a 10 cms hasta el final de la excavación a los 102 cms. Evidentemente, a la hora del registro del material arqueológico recuperado se ha tenido en cuenta esta circunstancia en conjunción con el buzamiento de las diferentes capas, ya que, mientras en el sector Sur a -40 cms ya aparece material a mano a esa misma profundidad en el Sector Norte (a 2 mts lineales por tanto) aparece aún material moderno. Una de las características principales de la primera capa (U.E. 201) es que el material aparece revuelto, correspondiente al manto vegetal y a las posibles remociones realizadas en la cimentación de la muralla, pero a partir de unos 30 cms aproximadamente (de media en los Sectores Sur y Me-

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Figura 3. PERFILES DEL SONDEO P-1

dio), las cerámicas ibéricas y las de factura a mano asociadas a éstas, lo ocupan casi todo. De hecho, si comprobamos el dibujo de la Pared Sur podemos comprobar como bajo la cobertera vegetal existen tres capas claramente diferenciadas, la primera, de color marrón, tiene una considerable potencia (hasta 77 cms como máximo) y es muy parecida a la que aparece en esa misma posición estratigráfica en el Sondeo P1, incluyendo caliches y carbones (U.E. 202). Hacia el lateral Oeste la capa se abre en bolsa, bajando en profundidad, aunque sin cambiar sus características. Bajo ésta aparece una capa, de menor tamaño (máxima potencia 25 cms), de color rojizo oscuro, casi marrón, que en este caso no tiene que ver con la rojiza con gravas y gravillas

del P-1 y que parece proceder de la descomposición (descarbonatación) de tierras calizas por rubefacción (U.E. 203). Esta capa sólo aparece en la mitad oriental del cuadro, terminando con el muro, por lo que no se aprecia en el Perfil Oeste. Por último, la tercera capa está constituida por depósitos de color grisáceo, con un grosor medio de unos 20 cms (con techo en los 32 en el lado oriental) que engloba y se asienta directamente sobre un muro realizado con piedras no trabadas con ningún tipo de argamasa o mortero, es decir, están «a hueso», que aprovecha además una enorme roca caliza del propio terreno como cimiento externo (U.E. 204). Bajo este muro (U.E. 205) y capa grisácea aparece una pequeña capa (no visible en 21

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este perfil Sur pero si en el Oeste y el Este) de sedimentos de color oscuro (rojizo negruzco) en el que sólo aparece material prehistórico (U.E. 206) y debajo directamente la roca caliza tableada de la base del cerro (U.E. 207), tal y como pudimos comprobar al profundizar hasta los 105 cms en el Sector Norte del cuadro, justo delante del muro. Es en la capa grisácea donde aparece la mayor parte del material «orientalizante», incluidos fragmentos de borde de «pithoi» y platos de cerámica gris muy pulida, características de este momento. A partir de la 5ª cavada (-85 cms) el material arqueológico comienza a escasear y es exclusivamente a mano, con algunos elementos líticos en sílex, destacando la aparición de cuatro fragmentos de cerámica campaniforme, algunos bordes de platos almendrados, dos fusayolas y lo que parece ser la mitad inferior de un idolillo en barro cocido muy similar al que detectamos en Setenil en 1997(9). En las 6ª y 7ª cavadas, que ya alcanzan a la capa negruzca, aparecen algunos fragmentos de cerámica a mano, decorada con incisiones, un borde dentado y un asa tipo puente, además de algunas laminillas de sílex. Bajo ésta el suelo rocoso. En la planta del sondeo correspondiente al nivel del muro, se puede apreciar la potencia del mismo y su asociación a la capa grisácea. Dan la impresión de estar caídas hacia delante y hacia el lado oriental, siendo la gran piedra caliza su límite por el occidental. Su dirección es Este-Oeste, coincidiendo con el borde original del cerro y, por tanto, también con la muralla musulmana, la cristiana y la actual tapia del cementerio. A su vez, en el lateral occidental y en los sectores Sur y Medio del cuadro se detectó otro posible murete, de mucho menor tamaño y hecho con piedras de menor grosor, inscrito también en la capa gris, con dirección Suroeste-Nordeste. Se aprecia también los restos de la capa negruzca en el sector me-

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dio, bajo las piedras y en el sector Norte correspondiente a la profundización hasta los 102 cms, bajo ésta la roca caliza. Por último, tras la documentación gráfica y la toma de cotas de nivel, eliminamos la reserva de 20 cms que dejamos detrás del cuadro hasta llegar a la base del muro, para poder perfilar y ver hasta donde llegan los cimientos, resultando que éstos se inician precisamente a la profundidad que corresponde con la capa de tierra marrón, es decir, que sólo no se apreciaba la parte ocupada por la tierra vegetal. En el lateral más oriental de la ladera existen una serie de covachas o abrigos, de pequeño tamaño sobre la roca caliza que forma el cerro donde se asienta el castillo. Si bien, en superficie se apreciaba que la mayoría de ellos estaban colmatados con escombros y basuras, la mayoría actuales, decidimos realizar un sondeo en el interior de uno de ellos, el mayor de todos, situado justo en el borde de una zona en la que se había construido un espacio de descanso, con bancos, farolas y papeleras. La covacha, de unas dimensiones de unos diez metros por cuatro de ancho y de forma triangular en altura, se encontraba repleta de basuras y material de construcción. También aparecieron algunos restos relacionados con el cementerio, como restos de ataúdes, flores y cruces de plástico y adornos cerámicos y en mármol, incluidas fragmentos de lápidas, ya que, al parecer cuando se desocupa algún nicho, su contenido se quema en un lugar situado justo encima de esta covacha, arrojándose posteriormente las cenizas y restos hacia la ladera. No obstante todo esto, pensamos que era importante realizar el sondeo por lo que se decidió realizar una limpieza a fondo. Tras limpiarse toda la superficie, apareció una capa de arena blanquecina muy limpia y durante esta tarea, nos sorprendió la cantidad de cerámicas del XVI, XVII y XVIII que recogimos (sobre todo lebrillos, ollas,

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Figura 4. PERFILES DEL SONDEO P-2

platos, cuencos, escudillas, ataifores, jarras, la mayoría en melado, melado con manganeso, verde, blanco con azul cobalto, etc.). A pesar de que, en principio, nos extrañó la aparición de esta capa de arena blanquecina totalmente limpia y anómala a la morfología del terreno y de la ladera, pensamos que sería un vertido de arena de construcción, sobrante de alguna obra, incluso de la última de las reparaciones de los muros del cementerio, por lo que trazamos un pequeño cuadro rectangular de 1,50 por 1 metro en mitad del abrigo. Nuestra sorpresa fue cuando al ir excavando, pudimos comprobar como el relleno de esta arena de obra sobrepasaba los 1,40 mts de profundidad, sin aparecer ninguna

otra cosa y sin tener signos de cambio. Por tanto, decidimos no seguir sondeando puesto que el cúmulo de arena era de tal magnitud, que hubiese sido imposible, por falta de tiempo, el seguir hasta los niveles arqueológicos. Pensamos que toda esta gran cantidad de arena de obra, sin usar, debe pertenecer a la última de las reparaciones de los muros del cementerio que se realizó en 2002. Por tanto, el P-3, a excepción de las cerámicas recogidas en la limpieza, fue estéril arqueológicamente. Por último, decidimos no realizar el cuarto sondeo ya que casi todos los lugares de las Zonas C, D y E estaban alterados de una u otra forma por los movimientos de tierra, los desmontes y la acumulación de 23

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escombros y basuras. No obstante, decidimos hacer un perfilado del talud occidental de la ladera a la altura de la Zona C, justo encima del muro de contención de la carretera de acceso al Barrio de la Villa, porque al principio de nuestras prospecciones recogimos de aquí grandes cantidades de cerámicas del XVI, por lo que podría ser un buen lugar para comprobar la consistencia y potencia arqueológica de la ladera de esta época. De esta forma trazamos un cuadro en vertical sobre la pared del talud de 4 metros de longitud y casi 2 de altura (que era lo máximo que daba el talud en este lugar). La tierra parda de la superficie parecía muy compacta y, debajo, a escasos centímetros apareció una tierra algo más oscura. Sin embargo, casi de inmediato comprobamos que si bien seguían apareciendo cerámicas del XVI, debajo de estas, en la pared, aparecieron bolsas de plástico, latas de conservas y otras basuras modernas, estando invertida la secuencia estratigráfica, seguramente por acarreo de tierras procedente del camino o paseo construido a unos 20 mts por encima. Por tanto, decidimos cerrarlo. Los materiales arqueológicos Hemos recuperado cientos de materiales arqueológicos, en un 90 por ciento productos cerámicos. Le siguen en importancia los objetos líticos, la mayoría en sílex y, en mucha menor cantidad, los óseos y son prácticamente inexistentes los metálicos. En consecuencia, el volumen y la calidad de los fragmentos cerámicos recogidos era tal que exigieron un estudio más pormenorizado y su contextualización en la difícil protohistoria serrana. Sobre todo porque nos parecen materiales muy novedosos para explicar ciertos hiatus en la dinámica de poblamiento de la Sierra de Cádiz, tan carente de estudios científicos hasta el momento, y , en definitiva, porque nos aportarán nuevos conocimientos históricos a

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una población y a una comarca tan mal conocida a nivel arqueológico, lo que estimula nuestro ánimo científico. Los detallamos a continuación: Materiales Prehistóricos Recogidos tanto en superficie como en contexto arqueológico, tenemos un importante lote de materiales prehistóricos. En el conjunto destacan una docena de fragmentos recogidos en la U.E. 208 del P-2 con clara afiliación a momentos del Neolítico Final, destacando un asa-puente de grandes dimensiones, un fragmento con decoración impresa de ungulaciones y varios bordes dentados de cerámica de buena factura y exteriores cuidados, asociados a dos cuchillitos de sílex y otros restos de talla. Procedentes del perfil Este del P-2 tenemos un par de fragmentos decorados, uno con un pequeño mamelón circular y otro con un pequeño cordón digitado en el inicio del cuello de una vasija. El resto del material procede, en su inmensa mayoría, de la U.E. 206 del P-2 y se trata de cerámicas a mano, de pastas arenosas con abundantes desgrasantes y exteriores alisados y espatulados, de factura poco cuidada en general, con exteriores de tonos oscuros y sin decorar. Las formas reconocibles son fundamentalmente cuencos hemiesféricos, vasos de paredes rectas, grandes contenedores de tipo «olla» y alguna que otra urna de cuello cerrado. Destacan varios fragmentos decorados con impresiones de tipo campaniforme y varios bordes de platos de borde almendrado de Tipo Valencina. También se hallaron, en el P-2, el fragmento distal de lo que parece ser un pequeño idolillo de barro troncocónico, similar a los hallados en la ladera de Setenil en 1997 ya antes reseñados en nota 9, junto a dos pequeñas fusayolas igualmente troncocónicas. El material lítico está compuesto por restos de talla en sílex, algunos fragmentos de láminas y dos útiles

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pulimentados (la mitad de una azuela de sección aplanada y una pequeña hachita de 6.5 cms de longitud). Todo este material es adscribible a momentos del Calcolítico Campaniforme y es asimilable a las series halladas en la ladera de Setenil en contextos muy parecidos geomorfológicamente. Las cerámicas tartésicas Las cerámicas tartésicas corresponden en su mayor parte a cerámicas de uso doméstico que son característicos de los repertorios de las vajillas orientalizantes del interior de las tierras tartésicas, como las ollas y los cuencos a mano y sobre todo la vajilla gris orientalizante. Sin embargo, y a pesar de este ambiente «autóctono» también se documentan, aunque en menor proporción, numerosos fragmentos de pithoi polícromos y de ánforas que hablan de elementos de almacenaje y de transporte, que son indicativos de la existencia de posibles relaciones comerciales, no sabemos si directas o a través de otros centros importantes de la comarca como Acinipo, con algunos asentamientos fenicios de la costa de Málaga (Cerro del Villar y Trayamar). Entre los elementos arqueológicos más significativos de época protohistórica recuperados en la ladera del oppidum de Olvera se encuentran las ánforas de tradición fenicia del tipo denominado «de saco» evolucionada (Fig. 5). En los casos documentados los hombros se van cayendo hasta adoptar tendencias verticales y presentan el borde ligeramente engrosado al interior y redondeado, de sección triangular, mientras que la pared exterior suele ser plana y vertical, a veces con una línea incisa en la base que separa la boca de los hombros. Los diámetros de las bocas oscilan entre los 13 y 15 centímetros. Según la tipología propuesta por Pellicer en el Cerro Macareno(10), estas formas corresponden en su mayor parte a ánforas con cronologías del siglo VIII y

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perdurando hasta el siglo VI e incluso V a.C. También son excepcionales las ánforas pintadas con trazos de negro sobre rojo, en los hombros que tienen paralelos en otros yacimientos con niveles del siglo VI a.C. del entorno del río Guadalete como en el Castillo de Doña Blanca, donde se documentan excepcionalmente algunas ánforas decoradas con pintura roja aunque solo la zona de los hombros(11). Sin embargo, el conjunto más numerosos se ha registrado para estas mismas fechas en El Cerro del Villar de Málaga(12), que puede ser también el origen de un ejemplar expuesto en el Museo de Ronda procedente de las excavaciones de Acinipo(13), cuyas semejanzas a las ánforas pintadas orientalizantes de Olvera nos lleva incluso a plantearnos la posible existencia de unas rutas de comercio común, a través de la cuenca del río Guadalhorce. En referencia a la aparición de numerosos ejemplares de pithoi, cerámicas de origen fenicio que no existían en los repertorios cerámicos precoloniales del Bronce Final, éstas se hallan decoradas con motivos geométricos o figurativos. Se distinguen dos tipos de vasos de almacenaje: los pithoi, de gran tamaño, y las urnas, más pequeñas. En el yacimiento de Olvera se han recuperado algunas bocas de estos vasos cerrados pintados. Los diámetros que se han podido reconstruir con seguridad se encuentran entre los 24 centímetros. También son numerosos los galbos pintados con finas bandas horizontales en rojo y combinando las líneas negras sobre rojo, sobre la superficie exterior del vaso. Se asocian a pithoi del Grupo Formal 1 de Pereira que alcanzan su máxima expansión en el valle del Guadalquivir a partir del siglo VI a.C.(14), como se constata en el Corte C del Cerro Macareno en contextos también de este momento(15). Las urnas son vasos de pequeñas di-

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mensiones de borde redondeado, cuello estrecho y corto, con una moldura o engrosamiento central a modo de baquetón, y panza globular. Las urnas derivan de las denominadas «tipo Cruz del Negro» tartésicas, definidas por primera vez por J. Bonsor en la necrópolis de Carmona, y que aunque se considera un vaso de cerámica de uso doméstico, es más conocido por su funcionalidad como contenedor de cenizas en las necrópolis tartésicas. Lo más significativo de las urnas del siglo VI a.C. es que van perdiendo progresivamente el baquetón del cuello, que tan significativo había sido en época arcaica. Los diámetros de las bocas que se han podido reconstruir están entre los 12´6 y los 14 cm. Presentan decoración monocroma por el exterior y en el interior del borde, combinando las bandas finas negras pintadas o las rojas engobadas. Apenas hemos documentado algún ejemplo decorado con líneas negras finas superpuestas a una banda ancha de engobe rojo bruñido, que son las más características de las necrópolis orientalizantes. Presentan pequeñas asas de sección circular o con incisión central, que son el resultado de la evolución de las asas geminadas arcaicas, muy características del siglo VI a.C. Por último, la naturaleza tartésica de la población que habitaba el oppidum de Olvera está atestiguada por la abundante presencia de «cerámica gris orientalizantetartésica». Las formas de cerámica gris reconocidas en el cerro de Olvera son sólo formas abiertas, sobre todo cuencos y una copa carenada. Esta última es una imitación, en cerámica gris, de las cazuelas y copas carenadas de las vajillas del Bronce Final en Andalucía Occidental. Se trata de formas abiertas realizadas a torno que presentan el borde exvasado, redondeado y ligeramente colgante, con una carena a la altura de los hombros como elemento fundamental. El único ejemplar documentado en Ol-

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vera presenta un diámetro de unos 16 cm y con paredes muy finas, que podemos considerar más como una copa para beber que una cazuela. El tratamiento de las superficies es de un bruñido muy cuidado, tanto exterior como interior, que imita el brillo del metal. Se relacionan con los Tipos V y VI en la cerámica gris de Huelva(16) y las Formas 17 A y B, y Forma 18 definidas en el entorno de Lebrija(17). En la cuenca del río Guadalete se conocen en el Castillo de Doña Blanca(18), en el cortijo de Vaina(19), en El Trobal(20), en Los Villares de Jerez y en el yacimiento de Torrevieja, en Villamartín(21). Los cuencos suelen ser la forma de cerámica gris más frecuente en los yacimientos orientalizantes. En Olvera se contabilizan unos siete bordes y varios fondos. El cuenco gris se caracteriza por presentar una forma de casquete esférico con solero indicado y el borde redondeado o a veces ligeramente abultado por el interior. Realizados a torno, los tipos más frecuentes están fabricados con pastas de color gris muy depuradas con un tratamiento bruñido de excepcional calidad en las superficies de las paredes. Los cuencos de Olvera presentan unos bordes cuyos diámetros miden unos 17 centímetros, fabricados de una manera muy estandarizada. Corresponden al tipo 16–B de Pereira que se fecha entre los siglos VI y V a.C.(22) y a la Forma 20 de cerámica gris tartésica de Caro(23). Estas mismas fechas se dan para los cuencos del Castillo de Doña Blanca, en los asentamientos rurales de Los Villares (López Rosendo e.p.) y de El Trobal de Jerez, en Torrevieja, en Acinipo y de la Meseta del Almendral de Puerto Serrano(24), todos ellos asociados a la cuenca del río Guadalete. Las cerámicas a mano de época protohistórica más numerosas recuperadas en el oppidum de Olvera, corresponden a ollas toscas con decoraciones de fuerte tradición indígena. A nivel tecnológico pare-

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Figura 5. MATERIALES TARTÉSICOS

cen estar fabricadas a mano con barros locales, caracterizadas por pastas de color castaño grisáceo y con desgrasantes de tamaño medio que presentan infiltraciones de cuarzo y nódulos de cal. De paredes normalmente gruesas y de perfil estrangulado a la altura del cuello con dimensiones normalmente grandes (19’3 cm), presentan el cuerpo globular y el fondo posiblemente plano, aunque no se ha recuperado ninguna pieza completa. Presentan un tratamiento exterior poco cuidado que consiste en un alisado exterior o rugoso e irregular, por lo que en numerosas publicaciones se les atribuye el apelativo de «cerámicas toscas» de cocina o almacenamiento. Sin embargo, con mucha frecuencia aparecen de-

coradas con numerosos motivos de tradición local. La técnica decorativa más frecuente es una banda horizontal de impresiones alrededor del cuello externo de la pieza, aunque la geometría de las impresiones varían de un ejemplar a otro. Las más frecuentes en estos momentos son las digitaciones, pero en el cerro de Olvera son igual de abundantes las ungulaciones verticales o la impresión en forma de «U» cuadrangular invertida. Estos motivos decorativos parecen remontarse al Bronce Final(25). En Acinipo (Ronda) las ollas digitadas y con incisiones a la altura del hombro se fabrican a mano y aparecen en los niveles superiores del Bronce Final «precolonial» (primera mitad del siglo VIII a.C.), 27

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en contextos donde aún no aparecen importaciones a torno; son consideradas de origen local(26). En Andalucía Occidental el auge de las ollas a mano decoradas se produce en plena época orientalizante, a partir de la segunda mitad del siglo VIII y perduran hasta el siglo VI a.C., documentándose en numerosos yacimientos del Bajo Guadalquivir, Córdoba y Huelva en contextos tartésicos. También existen numerosos fragmentos de otros vasos hechos a mano dentro de los niveles de ocupación de época orientalizante que, sin embargo, desaparecen ya casi por completo en los repertorios de vajillas del Hierro II. Dentro de este grupo genérico, debemos mencionar la aparición de varios bordes exvasados de grandes vasos de almacenamientos acampanados (del tipo a’chardon), que en general están fabricados con pastas grisáceas y presentan un tratamiento bruñido de buena calidad tanto al exterior como al interior del borde mientras que, tanto el cuerpo como los fondos, suelen presentar las paredes toscas o bien con un simple escobillado o alisado. Las cerámicas turdetanas La mayor parte de los materiales arqueológicos turdetanos hallados en el oppidum de Olvera se han fechado en la segunda mitad del siglo IV y sobre todo a lo largo del siglo III a.C. Las formas cerámicas son sobre todo urnas y cuencos pintados, clásicos de los repertorios «ibéricos» del interior aunque con particularidades locales, frente a las zonas costeras donde predominan los repertorios «púnicos» herederos del mundo fenicio occidental. Son muy escasos los hallazgos del siglo V y IV a.C. en plena sierra cuyo fenómeno también se ha reconocido en la serranía de Ronda por el abandono puntual que sufre el asentamiento de Acinipo, cuya población parece trasladarse al cercano cerro de la Silla del Moro, a lo largo del siglo VI

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a.C. Niveles del siglo V a.C. sólo se han documentado claramente en los oppida de Ocuri (Ubrique), en el de Pozo Amargo (Puerto Serrano), y en el yacimiento de Torrevieja de Villamartín. Las ánforas turdetanas del cerro de Olvera se ajustan a la tipología clásica de la Segunda Edad del Hierro: las denominadas ánforas tipo Pellicer D (corresponden al Tipo C1 y C2 de Ángel Muñoz quien las denomina «turdetanas o ibéricas», y a la T4.2.2.5 de J. Ramón) que fueron definidas en el Bajo Guadalquivir a través de las excavaciones del Cerro Macareno en Sevilla(27). Su cronología se establece, tras una revisión reciente en los últimos momentos turdetanos, entre los siglos IV al II a.C. según Niveau de Villedary(28). Sin embargo, el momento culminante de su producción sería entre el 225 y el 175 a.C., que es cuando alcanzan su mayor expansión y distribución. El conjunto hallado en Olvera se incluye dentro del grupo genérico definido en el Cerro Macareno como «ánforas iberopúnicas de borde grueso realzado» que se fechan entre los siglos IV y III a.C.(29). El borde n.º 2 (Figura 6) tiene una acanaladura por el exterior muy característico, con paralelos exactos en los niveles 7 y 8 del Macareno y en el recinto de El Higuerón, estrato II, que Pellicer fecha en la primera mitad del III a.C., mientras que el último tipo es ya una boca de ánfora iberopúnica del tipo oval con «borde entrante engrosado interiormente» que se lleva al «ibérico final», desde mediados a la segunda mitad del siglo III a.C. (30). Son consideradas las ánforas «turdetanas» por excelencia y su producción no se puede vincular a los alfares de Gadir (en la actual ciudad de San Fernando) sino a los del Bajo Guadalquivir y vinculados con la salida y comercialización de los productos de la campiña. Coinciden en el tiempo y en el espacio con las ánforas «tipo Carmona» y las «tipo Tiñosa», que son además otros ti-

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pos anfóricos destinados a la comercialización de productos agrícolas (vino y aceite) y no pesqueros. Estas ánforas turdetanas son las que se encuentran con mayor frecuencia en los yacimientos del interior, tanto en la campiña como en las zonas serranas, como parece documentarse por ejemplo en algunos yacimientos de Montellano(31). Los pithoi y urnas turdetanas son la evolución de los vasos cerrados con función de contenedores de almacenamiento del período orientalizante tartésico. Las urnas turdetanas halladas en Olvera carecen de asas y presentan el fondo cóncavo. Junto a las urnas de pequeños diámetros (entre 13 y 14’5 cm) aparecen vasos de almace-

namiento de mayores dimensiones (entre 22 y 32 cm de diámetro) con bordes de tendencia exvasada y decorados también con el significativo tinte «vinoso» turdetano. Los cuerpos globulares presentan también decoraciones a bandas que, aunque son las más frecuentes, no son exclusivas pues también se conocen algunos ejemplares decorados con pequeños trazos perpendiculares en negro, ondas verticales del tipo denominado «aguas» en rojo vinoso o con círculos concéntricos en negro. Los ejemplares más cercanos al oppidum de Olvera están documentados en Torrevieja (Villamartín), en Carissa Aurelia (Bornos-Espera), Montellano, Benaocaz, Cerro de la Botinera (Algodonales) y Zahara de la Sierra.

Figura 6. MATERIALES TURDETANOS (I)

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La gran cantidad de fragmentos de este tipo de vasos turdetanos hallados en el yacimiento de Olvera y la homogeneidad de los tipos, nos lleva a plantearnos la posibilidad de que se trate de una producción alfarera local o de algún lugar cercano que abasteciera a la comarca. Dentro de este campo decorativo destaca el fondo de un vaso (o tapadera) completamente decorado al exterior con círculos concéntricos pintados en negro. Presenta un diámetro máximo de 8’5 cm. Su desarrollo hacia un cuerpo de forma globular y su decoración indican que puede ser el complemento de un vaso de almacenamiento o transporte. Por otro lado las urnas de tipo «pico de pato», deben considerarse contenedores de almacenamiento, aunque no se han reconocido decoraciones pintadas que son más frecuentes en los ámbitos ibéricos clásicos (Fig. 7). Se caracterizan por estar fabricadas en hornos de atmósfera oxidante. Presentan el borde exvasado, de entre 11 y 17 cm de diámetro, con el labio inferior sobresaliente y apuntado al exterior (de ahí su nombre), dando paso a un cuello corto y estrangulado en forma de «S». Estas mismas formas de vasos cerrados se han recuperado durante las prospecciones del Cerro Castellar de Puerto Serrano, también ausentes de decoración, y en Torrevieja(32). Los cuencos turdetanos son las cerámicas más frecuentes en los contextos domésticos de la época. Son una evolución directa de los que se realizan desde el siglo VII a.C. en cerámica gris y que a partir del VI a.C. se van a ir fabricando en hornos de atmósfera oxidante, reduciendo progresivamente sus diámetros. Son cuencos hemiesféricos, de paredes curvas, fondo ligeramente cóncavo con o sin umbo central, y con el borde interior ligeramente engrosado. Presentan unas dimensiones entre 16’6 y 19 cm en aquellas piezas en las que ha sido posible reconstruir el diámetro. A partir de época turdetana son frecuentes las de-

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coraciones pintadas a base de bandas horizontales y paralelas, que bien pueden alternar las bandas rojas y negras, o más frecuentemente las bandas anchas monocromas en rojo vinoso, que contrasta con el rojo bruñido o engobado claro del período orientalizante. La decoración, cuando aparece, se concentra en el interior, al ser una forma de cerámica abierta, mientras que el exterior se restringe sólo al borde donde se pinta con una banda roja vinosa. En menor número se han documentado otros elementos de cerámica que forman parte del elenco de la vajilla común turdetana clásica. Dentro de este grupo englobamos las formas correspondientes a cerámicas de cocina, como morteros y lebrillos, y las cerámicas destinadas al servicio de alimentos como los platos y las copas. El único ejemplar de mortero documentado presenta un borde horizontal y exvasado, cuya característica más destacada es la de presentar un pico vertedor. Las copas turdetanas son en realidad pequeños cuencos hemiesféricos de paredes curvas y pie ligeramente marcado, umbo central, con el borde redondeado y de tendencia invasada, aunque de boca amplia. Lo normal es que a partir del siglo V a.C. se fabriquen con pastas oxidantes (por imitación a las vajillas griegas) y presenten el interior bruñido para impermeabilizar esta pieza que sería empleada para beber líquidos, sobre todo relacionada con el consumo del vino. En casos excepcionales se suelen decorar con bandas pintadas, sobre todo por el exterior, pero no es lo más frecuente. El único ejemplar que hemos hallado en Olvera constituye una forma realizada en cerámica gris, con un excepcional bruñido exterior e interior que nos lleva a pensar en una larga perduración de las tradiciones tartésicas, aún cuando esta pieza está ya localizada en niveles de la Segunda Edad del Hierro y con una forma cerámica propia ya de los repertorios turdetanos.

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Figura 7. MATERIALES TURDETANOS (II)

El último grupo de cerámicas que hemos reconocido entre las formas de la Segunda Edad del Hierro en el cerro de Olvera es el que engloba a los platos. Entre los más característicos están los platos de borde amplio y vuelto, decorados con pintura roja vinosa, concentrada en el borde, sobre engalba blanca. Estas formas son muy características del mundo interior frente al plato de labio colgante y pocillo central, de engobe rojo, que se suele vincular al mundo púnico costero porque se asocia con frecuencia al consumo de pescado. El único ejemplar documentado en Olvera corresponde a un plato turdetano de labio colgado incipiente y con pintura vinosa bruñida, tanto interior como exterior,

que se puede fechar a lo largo del siglo IV a.C. Cerámicas medievales y modernas Puesto que, como ya hemos dicho anteriormente, no se han documentado materiales romanos de ningún tipo en la ladera de Olvera, el resto del material pertenece a la época medieval, tanto de filiación musulmana como cristiana, y modernas. No obstante, sólo enunciaremos, por ser propias de otro estudio pormenorizado y no de éste, que el lote es muy significativo y que casi todas se han recogidoen las prospecciones en los distintos sectores de la ladera de Olvera, puesto que ni en P-1 ni el P-2 dieron productos de estos tipos. Sólo en la 31

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limpieza superficial del P-3 se recogieron un par de centenares de cerámicas del XVI, XVII y XVIII (fundamentalmente vidriadas en verde, meladas, blancas con azul cobalto, etc…). Es significativa también la casi total ausencia de materiales del siglo XIX, seguramente debido a que la construcción del cementerio frenó el arrojo de escombros. En lo referente a las cerámicas musulmanas, el número también es pequeño, muy escasas las almohades, aunque destaca un pequeño fragmento posiblemente del brocal de un pozo con una inscripción epigráfica y algunas nazaríes. Algo que también sucedía en la ladera de Setenil, si bien es verdad que Olvera fue conquistada en 1327 y Setenil en 1485. No obstante hay fragmentos de ataifores, platos, boles, etc. En lo referente a las cerámicas cristianas repetimos que existe abundancia de materiales de los siglos XV y XVI (cuencos, platos, boles, escudillas en melado y melado con manganeso sobre todo, la mayoría de fondos rehundidos y procedencia trianera). Contextualización del oppidum de Olvera: La Edad del Hierro en la Sierra de Cádiz Los contextos arqueológicos de época orientalizante más cercanos a Olvera se encuentran en la Sierra Sur de Sevilla, en la comarca de Montellano, y en la serranía de Ronda. En Montellano destaca el yacimiento orientalizante de Pancorvo (a unos 534 m.s.n.m.), posiblemente un oppidum protohistórico de carácter militar y defensivo en una de las zonas más importantes de penetración hacia el interior de la campiña sur sevillana donde se han recuperado, entre otros materiales orientalizantes, más de cuarenta puntas de flecha de bronce del siglo VII a.C. junto a una fíbula tipo Alcores de fines del siglo VII/comienzos

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del VI a.C., además de un escarabeo con leyenda egiptizante fechado en el siglo VI a.C. Otro yacimiento destacado de este momento en Montellano es Alhorín I, de donde procede un broche de cinturón del siglo VII a.C.(33). En los años 1998 y 1999, (con la intervención de la Escuela-Taller «Foro Arqueológico», bajo la dirección de uno de nosotros, y en colaboración con el director de la intervención, Sr Gutiérrez, que no disponía en ese momento de personal, tras la intervención de unos becarios norteamericanos durante un par de meses) se detectaron algunos «fondos de cabaña» orientalizantes en Torrevieja, Villamartín. Tras esto, se ha documentado la existencia de un extenso poblado de tipo rural tartésico vinculado a la explotación agropecuaria de la campiña medio-alta del río Guadalete(34). El asentamiento está constituido por varias fosas de tendencia circular o «fondos de cabaña» localizadas en la vertiente sur del yacimiento, y almacenes o silos acampanados. Las cerámicas ofrecen repertorios de producciones a mano tales como cazuelas carenadas de superficies cuidadas, copas finas, vasos achardonados y cerámicas de almacenamiento y cocina con el tramo superior decorado con incisiones. De factura fenicia a torno son los oinocoes y platos de engobe rojo, las urnas tipo «Cruz del Negro», algunas ánforas fenicias arcaicas, recipientes de alabastro, y cerámicas tartésicas como las grises de gran calidad (platos carenados, cuencos y soportes de tipo carrete) y pithoi con decoración pintada de tipo figurativo orientalizante, producciones que ofrecen unas cronologías, según su excavador, del último cuarto del siglo VIII y primera mitad del VII a.C.(35). También se han documentado elementos de bronce como placas de cinturón, fragmentos de fíbulas y agujas(36). Desde 1998 se vienen documentando materiales de época orientalizante en la

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Meseta del Almendral y Cerro Poley de Puerto Serrano(37). La mayor parte de las cerámicas se han hallado en contextos de deposición secundaria entre los depósitos de arrastre de ladera durante las prospecciones que se desarrollaron en la superficie de la meseta en 1999, en momentos de roturación de los campos. La abundancia de restos de ánforas de saco evolucionadas y de ollas a mano decoradas con impresiones e incisiones, además de algunos cuencos, copas y lebrillos en cerámica gris orientalizante junto a vasos decorados a bandas y elementos de telar(38), nos lleva a plantear la posible existencia de una asentamiento agrícola de tipo aldeano de época orientalizante (hacia el siglo VI a.C.) dedicado a la explotación agropecuaria de la meseta. El hallazgo de una gran acumulación de fragmentos de cerámicas orientalizantes en un depósito a la salida de una antigua surgencia natural de agua, o manantial, también nos ofrece la posibilidad de la existencia de depósitos rituales o vertidos asociados a una antigua necrópolis de cuevas artificiales de la Edad del Bronce. Todos los ejemplos hasta entonces documentados corresponden a yacimientos localizados en la presierra de Cádiz, o en la Campiña Alta vinculados de alguna manera a la cuenca medio-alta del río Guadalete. También en Sierra Aznar (en Arcos) se ha propuesto la existencia de un asentamiento prerromano en la zona alta de la sierra (en el Cerro del Moro) con presencia además de materiales del Bronce Final / Orientalizante(39). Por otro lado en la comarca oriental de la Sierra de Cádiz y ya bajo la órbita de los asentamiento protohistóricos de Acinipo y Arunda, hay que destacar el hallazgo reciente de restos tartésicos documentados en el denominado complejo «coracha-mina» en Setenil de las Bodegas, con materiales fechados entre los siglos VII y VI a.C.(40). El depósito está compuesto por cerámicas orientalizantes

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procedentes de un vaciado efectuado en época nazarí y que corresponde a materiales en posición secundaria, depósitos de ladera, cuyo origen posiblemente venga de la mesa o plataforma superior donde se supone la existencia de un poblado al aire libre con cabañas de planta circular(41). El final del poblado a lo largo del siglo VI a.C. se ha puesto en relación con los acontecimientos, posiblemente «bélicos» que por aquellos entonces parecen acontecer en la vecina población de Acinipo, y la fundación del asentamiento de la Silla del Moro. También en la comarca de Montellano comienzan a desaparecer los vestigios arqueológicos a partir de mediados del siglo VI a.C. y prácticamente no se vuelven a documentar registros arqueológicos hasta bien avanzado el IV y sobre todo ya en el siglo III a.C., fenómeno que se ha relacionado con la supuesta «crisis» del mundo orientalizante tartésico(42). La secuencia cronológica que ofrecen los materiales de la Edad del Hierro hallados en la ladera del cerro de Olvera corrobora este mismo fenómeno, la inexistencia de poblamiento del siglo VI a.C. que desaparece con posterioridad y no vuelve a ser reocupado hasta el III a.C. De confirmarse la procedencia desde las costas de Málaga de las ánforas pintadas en el cerro de Olvera, nos encontramos ante las primeras evidencias arqueológicas fenicias halladas en el interior de la Sierra de Cádiz. Las ánforas del yacimiento de Olvera corresponden a una tipología muy bien definida que puede establecerse dentro de un «horizonte genérico» comprendido entre fines del siglo VII y sobre todo en la primera mitad del VI a.C., momento plenamente orientalizante en el que se produce una gran expansión de estos tipos anfóricos desde los centros fenicios occidentales hacia el interior de Tartessos a través de las rutas de comercio interior. Con ello no se confirma la existencia de un enclave fe-

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nicio en Olvera, sino que se añade un punto más en la expansión del comercio de los productos fenicios occidentales desde las costas malagueñas hacia el interior del valle del Guadalquivir, y que corroboran las citas de algunos autores clásicos como Avieno(43). Los materiales de época orientalizante hallados en el cerro de Olvera constituyen hoy por hoy los elementos cerámicos más antiguos de la Edad del Hierro documentados en plena Sierra del Cádiz. Sólo tienen paralelos con los yacimientos tartésicos más cercanos como Torrevieja (Villamartín), Meseta del Almendral (Puerto Serrano), Pancorvo (Montellano), Setenil y Acinipo (Ronda), todos ellos bordeando la zona plenamente serrana. Algunos elementos cerámicos tienen vinculación directa con el yacimiento de Acinipo, cuyos precedentes se hallan en el Cerro del Villar de Málaga. Por otro lado, estas ánforas pintadas con trazos negros formando retículas se han documentado en los yacimientos de la campiña baja del valle del río Guadalete como en Los Villares de Jerez de la Frontera, pero en general estos motivos de trazos reticulados en negro sólo se conocen en las factorías fenicias del Mediterráneo, siendo muy escasas las representaciones en Huelva(44) y casi desconocidas en la Bahía de Cádiz y Bajo Guadalquivir. Para resumir, la secuencia de poblamiento de la Edad del Hierro en la Sierra de Cádiz, con los datos que hasta ahora disponemos, comenzaría con el asentamiento orientalizante de Torrevieja en Villamartín, que según sus investigadores se remonta al último cuarto del siglo VIII y primera mitad del VII a.C.(45). A ello hay que sumar los materiales documentados en la ladera del cerro de Olvera, que constituirían un completo conjunto de cerámicas orientalizantes, con una cronología que se puede llevar a fines del siglo VII y a comienzos del VI a.C., por la aparición de al-

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gunas ánforas pintadas con retículas negras que también se han hallado en el yacimiento de Acinipo, y en el Cerro del Villar de Málaga en estas fechas. A esta cronología también se pueden ajustar los materiales orientalizantes tardíos en la Meseta del Almendral de Puerto Serrano que pueden fecharse a fines del siglo VII y fundamentalmente en la primera mitad del VI a.C., cronología que coincide con los que se citan hallados en el complejo corachamina de Setenil de las Bodegas, pero que por falta de publicación de estos materiales no podemos corroborar su datación(46). Durante la Segunda Edad del Hierro, parece existir varios fenómenos como el abandono de algunos asentamientos orientalizantes abiertos y la fortificación de otros cerros en altura, hechos que ya se venían apuntando en otras comarcas de la Turdetania y que durante años se ha relacionado con la supuesta «crisis de Tartessos». No parece que se trate de una crisis económica sino de un reajuste territorial de las poblaciones, que a partir de este momento tienden a formar núcleos de población en cerros en altura y fortificados. En la periferia existen algunos yacimientos donde se localiza poblamiento a lo largo del siglo V a.C. A esta cronología pertenecen los hallazgos turdetanos más antiguos de Torrevieja, en Villamartín, algunos materiales de Esperilla y de Carissa Aurelia(47), los niveles más antiguos de la muralla de Ocuri(48) y las ánforas halladas en la superficie del oppidum de Pozo Amargo de Puerto Serrano, mientras que en la periferia oriental de la sierra se documenta la fundación del yacimiento de la Silla del Moro, durante la segunda mitad del VI a.C. en plena serranía de Ronda, que constituye el yacimiento más emblemático de este momento. Junto a éste se documenta el asentamiento de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de las Salinas y en la propia población de Arunda se constata

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una zona alfarera de finales del siglo V o comienzos del IV a.C. junto a restos de urbanismo de esta época(49). Sin olvidar esta problemática ya comentada en la Serranía de Ronda, a la que nos une una vinculación natural innegable, parece ser que la unidad de las comarcas naturales de las Serranías Subbéticas de Cádiz y Ronda presentan como elemento de unión el río Guadalete, que nace en la comarca de Grazalema y a la que históricamente se ha vinculado la existencia de la población denominada en las fuentes clásicas como los «cilbicenos»(50). A partir de mediados del siglo IV a.C. se pueden fechar con seguridad los materiales turdetanos hallados en la ladera del cerro de Olvera y es posible que hasta incluso el siglo III a.C. Es en este momento cuando se documenta también el nivel de abandono del poblado turdetano de Torrevieja, fenómeno que no coincide con la continuidad de poblamiento que se produce en el resto de los oppida de la serranía gaditana. Es posible que a lo largo del siglo III a.C. se abandonen los espacios abiertos y se ocupen la mayor parte de los cerros en altura, que en algunos casos perduran hasta época romano-republicana, aunque la falta de excavaciones sistemáticas y de un estudio en profundidad de sus materiales no nos permite confirmar esta fecha. La mayor parte de estos amurallamientos parecen producirse en la Sierra de Cádiz en una etapa ibérica avanzada que podemos poner en relación con los conflictos entre Roma y Cartago, a partir del estallido de la Segunda Guerra Púnica (218206 a.C.) y perduran hasta la época romano- republicana cuando comienzan a vincularse a la órbita de Roma tras las Guerras Civiles. Dentro de la propia sierra se puede mencionar la posible fundación de los oppida del Cerro de la Botinera en Algodonales (posiblemente la Saepo citada por Plinio), Zahara de la Sierra(51), Peñón Gor-

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do y Tavizna en Benaocaz(52), Ocuri con su recinto amurallado, que posiblemente se construyese en el siglo V a.C. aunque realzado en el III a.C. con una técnica ciclópea de «inspiración púnica»(53), Iptuci, Lacilbula (en término de Grazalema) y Sierra Aznar (¿la Calduba de Ptolomeo?), cuyos materiales de adscripción turdetana se han localizado en la zona alta del asentamiento conocida como el Cerro del Moro(54). A partir de la derrota cartaginesa en la Primera Guerra Púnica, los intereses en el Sur de la Península Ibérica se hicieron efectivos. De esta manera, a partir del 237 a.C. la conquista bárcida del valle del Guadalquivir pretendió la reactivación de algunas rutas comerciales del interior, tomando hitos tan significativos como Carmona, el control de la zona minera de Cástulo y, finalmente, culminó con la fundación de Carthago Nova por Asdrúbal en el 227 a.C. Con el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica, la función estratégica de defensa entre Carthago Nova y el Norte de África marcó el itinerario de un despliegue de fortines militares que recibieron el nombre de las «torres de Aníbal». Éstas unían una zona de importancia económica de primer orden como era la región minera de Cástulo, a la que posteriormente se uniría la de Cartagena. El punto de salida de estos productos hacia el Norte de África se haría a través de los puertos marítimos del Mediterráneo, donde las poblaciones libio-fenicias se enriquecerían por el control de la exportación de los recursos mineros procedentes de la Bastetania hacia el Norte de África. Tito Livio nombra algunas poblaciones de las provincias de Córdoba y del Norte de Málaga dentro de las zonas controladas por los cartagineses y que constituían el tramo final del llamado «camino de Aníbal» entre el Levante y el Guadalquivir. En el término municipal de Algodonales apareció en un contexto no muy claro de la Cañada de las Cuevas en la Sierra

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de Líjar, un shekel de plata cartaginés acuñado en Carthago Nova en el siglo III a.C. Pesaba seis gramos y presentaba una cabeza varonil en el anverso y un caballo parado con palmera de fondo en el reverso. Debajo del caballo tenía una letra púnica. Otro elemento novedoso en la sierra de Cádiz es la aparición en una cisterna ibérica excavada de Zahara de la Sierra de un fragmento de terracota con un rostro femenino de estilo helenístico que parece formar parte de un pebetero púnico, posiblemente una importación desde alguno de los centros costeros del siglo III a.C.(55). También Plinio hablaba de las Turres Hannibalis que se han identificado con todos aquellos oppida con fuertes medidas de defensa que suponían el dominio de los territorios por parte de los púnicos, pues parece ser que existían paralelos arquitectónicos en el Norte de África. El «camino de Aníbal», en sentido Este-Oeste y Norte-Sur, tendría tres salidas: desde Cástulo hasta Baria (Almería), desde el centro del valle del Genil hasta Malaka, y otra desde el valle del Corbones hasta Carteia. Todos los trayectos estarían jalonados por «turres» o fortificaciones ibéricas, algunas de las cuales nacerían en estos momentos al servicio del Estado cartaginés. El itinerario que partía desde Cástulo y se encaminaba al valle del Genil hasta Munda, suponía un camino natural entre las provincias de Córdoba y Sevilla. Desde allí buscaría la salida de minerales hacia la costa. Posiblemente los puertos de Malaka y Carteia fuesen más frecuentados que el de Gadir, por las dificultades que entrañaba el paso del Estrecho a través de Tarifa donde las corrientes marinas entre el océano y el mar no son propicias para la salida desde el Mediterráneo(56). Por todo ello, en este momento cobraron más importancia las rutas terrestres interiores que se dirigían a los puertos mediterráneos del Sur peninsular vinculados

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comercialmente con el área de influencia de Cartago. La confirmación del comercio con la zona minera de Cástulo se constata en la Sierra de Cádiz y Ronda a través de algunos hallazgos como un semis de bronce del siglo II a.C. de esta ceca en Zahara de la Sierra(57), y la reacuñación sobre monedas de Cástulo, Obulco y Corduba de la ceca de Carissa(58). Son muy abundantes las monedas de Obulco (Porcuna) y las reacuñaciones de éstas y de Carteia en la ceca de Acinipo(59), así como las numerosas monedas de Carteia que hemos hallado en las excavaciones de la muralla ciclópea de Ocuri en Ubrique(60). No es de extrañar además que en época romano-republicana las cecas monetales de la sierra (Carissa, Acinipo e Iptuci) comiencen a emitir monedas con leyendas e iconografía de tradición púnica debido a que su economía monetal había estado anteriormente sometida a la metrología del sistema púnico(61). El caso más evidente es el de Iptuci (Cabezo de Hortales, en Prado del Rey), posiblemente el oppidum prerromano más importante de la comarca, enriquecido por hallarse en un enclave estratégico dentro del camino hacia el Estrecho. Pertenece a las cecas denominadas «libio-fenicias», con leyenda «neopúnica» e iconografía más que sugerente, por copiar el mismo tipo que las monedas de Gadir (Melkart con leonté), en las más antiguas de sus emisiones (siglo I a.C.) que en algunas emisiones también se copia en la ceca de Carissa. Es muy llamativo el casi desconocimiento que existe en la Sierra de Cádiz de hallazgos de monedas de Gadir y de otros elementos de comercio gaditano como las ánforas salazoneras de gran expansión entre los siglos III y II a.C.(62). Por otro lado, las nuevas intervenciones arqueológicas sobre algunos de los restos arquitectónicos de las ciudades «iberoromanas» de la sierra de Cádiz están ofre-

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ciendo resultados hasta ahora insospechados. La propia técnica constructiva de la muralla ciclópea de Ocuri, fechada por nosotros en el siglo III a.C.(63), es de «sillares de piedra arenisca de color amarillopardo y almohadillados», una técnica de origen púnico a la que los romanos denominaron por ello opus africanum. Conocida en la ciudad de Carteia, en el Castillo de Doña Blanca y en la propia Carthago Nova ya en el siglo III a.C., está también documentada entre algunas construcciones monumentales aunque ya de época romana, como en la vecina Acinipo. Creemos también que hay que comenzar ya a evaluar la profunda huella «púnica» que existe en las necrópolis de época romano-republicana en algunas de las más monumentales ciudades romanas de la Sierra de Cádiz, como la necrópolis de hipogeos de Carissa Aurelia, el mausoleo/columbario de la propia Ocuri, y algunos hipogeos de Puerto Serrano que también fueron transformados en época republicana en columbarios. Todos estos monumentos funerarios tienen

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paralelos en algunas de las ciudades de la Turdetania más punicizadas como es el caso de la necrópolis de Cádiz y sobre todo la de Carmona, una de las mejores conocidas de época republicana del valle del Guadalquivir ya caracterizada por M. Bendala desde hace décadas por su impronta púnica. Todavía no estamos en condiciones de saber con certeza la implantación que tuvo la presencia púnica en el interior del territorio turdetano, pero a este respecto es sugerente recordar la cita de Estrabón quien al describir la Turdetania(64) dice que sus ciudades llegaron a estar tan completamente sometidas a los «fenicios» (entiéndase ya «púnicos» en esta época), que la mayor parte de ellas y de los lugares cercanos estaban habitadas por ellos. Recordemos que Estrabón escribe ya en el siglo I aunque posiblemente haga mención a la situación de la Turdetania en época republicana, que es la que conocen los romanos cuando llegan a Hispania.

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Notas (1) MATA ALMONTE, E. (1998): «Nuevas aportaciones a la historia de Olvera. Intervención arqueológica en la plaza de la Iglesia», Revista de Feria de Olvera. (2) GUERRERO MISA, L. J. (1999): «Aproximación a la evolución histórica de Setenil de las Bodegas: La intervención arqueológica de urgencia en la calle Calcetas», Papeles de Historia, 4. Ubrique, págs. 6193. (3) SILES GUERRERO, F. (1999): «Hippa, Ilipa, Ilípula Minor… La historiografía y la Olvera romana», Revista de Feria de Olvera. (4) VV AA. (2001): Centro Cultural La Cilla: La Frontera y sus Castillos. Sevilla, Grupo Entorno. (5) GUERRERO MISA, Luis Javier y COBOS RODRÍGUEZ, Luis M. (2002): «La Ruta Arqueológica de los Pueblos Blancos de la Sierra de Cádiz: una apuesta por el desarrollo económico y social basada en el patrimonio». Actas de las VI Jornadas Andaluzas de Difusión del Patrimonio Histórico. Málaga, Junio de 2001. Sevilla, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, págs. 121-138. (6) Dirigidas por las arqueólogas Balbina RUIZ ACEBEDO y María Luisa GARCÍA SÁNCHEZ (inéditas). (7) GUERRERO AMADOR, I; BAENA ESCUDERO, R. (1996): «Secuencia geomorfológica de la ladera bajo la Calle Calcetas». Cuaderno de Campo de las Jornadas de AEQUA-GAC en Setenil de las Bodegas. Setenil de las Bodegas, 13 a 15 de diciembre de 1996. (8) GUERRERO MISA, L. J. (1999): Op. cit., págs. 61-93. (9) GUERRERO MISA, L. J. (1999): Op. cit., págs. 75-76 (10) PELLICER CATALÁN, M. (1978): «Tipo38

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logía y cronología de las ánforas prerromanas del Guadalquivir, según el Cerro Macareno (Sevilla)», Habis, IX. Sevilla, pág. 365-400. (11) RUIZ MATA, D. y PÉREZ, C. J. (1995): «El Poblado fenicio del Castillo de Doña Blanca». Biblioteca de Temas Portuenses, nº 5. El Puerto de Santa María, pág. 70, fig 24. (12) AUBET, M.ª E.; CARMONA, P.; CURIÀ, E.; DELGADO, A.; FERNÁNDEZ CANTOS, A. y PÁRRAGA, A. (1999): «Cerro del Villar-I. El asentamiento fenicio en la desembocadura del río Guadalhorce y su interacción con el hinterland». Colección Arqueología. Serie Monografías de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Sevilla, pág. 212, fig 130a y fig 173a. (13) MARTÍN RUIZ, J.A. (1995): Catálogo documental de los fenicios en Andalucía. Sevilla, pág. 222, fig 227. (14) PEREIRA SIESO, J. (1988): «La cerámica ibérica de la cuenca del Guadalquivir I. Propuesta de clasificación». Trabajos de Prehistoria, 45. Madrid, págs. 143-173. (15) RUIZ MATA, D. y VALLEJO SÁNCHEZ, J. I. . (2002).- «Continuidad y cambio durante el siglo VI a.C.: las cerámicas del Corte C del Cerro Macareno (La Rinconada, Sevilla)», Spal, n.º 11. Sevilla, págs. 197218, fig. 5, 2 y 3. (16) BELEN DEAMOS, M. (1976): «Estudio y Tipología de la Cerámica Gris en la Provincia de Huelva». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Vol. LXXIX. Núm. 2, págs. 369 y 372. (17) CARO BELLIDO, A. (1989): Cerámica gris a torno tartesia. Cádiz, págs. 144 y 157. (18) VALLEJO SÁNCHEZ, J. I. (1999): «Las decoraciones bruñidas en las cerámicas grises orientalizantes», Spal, 8. Sevilla, págs. 97-100. (19) RUIZ MATA, D. y GONZÁLEZ RODRÍ-

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GUEZ, R. (1994): «Consideraciones sobre asentamientos rurales y cerámicas orientalizantes en la campiña gaditana», Spal, n.º 3. Sevilla, pág. 253. (20) RUIZ MATA, D. y GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, R. (1994): Opus cit., págs. 239 y 241. (21) GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (2002): «Intervención arqueológica de urgencia en el yacimiento de Torrevieja (casco urbano de Villamartín, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1, Sevilla, pág. 129, fig 4. (22) PEREIRA SIESO, J. (1988): Opus cit. (23) CARO BELLIDO, A. (1989): Opus cit., pág. 170. (24) LÓPEZ ROSENDO, E. (2002): «La necrópolis de la Ermita del Almendral de Puerto Serrano (Cádiz). Campaña de 1999», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1. Sevilla, pág. 85, fig 4.1. (25) RUIZ MATA, D. y PÉREZ, C. J. (1995): Opus cit., pág. 278. (26) AGUAYO, P.; CARRILERO, M.; DE LA TORRE, M. P. y FLORES, C. (1987): «El yacimiento pre y protohistórico de Acinipo (Ronda, Málaga). Campaña de 1985», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1985. Tomo II. Sevilla, págs. 294-303. (27) PELLICER (1978); RUIZ MATA, D. y CÓRDOBA ALONSO, I. (1999): «Los hornos turdetanos del Cerro Macareno. Cortes H.I y H.II», Actas del XXIV Congreso Nacional de Arqueología 3. Impacto colonial y Sureste Ibérico (Cartagena, 1997). Murcia, págs. 95-105. (28) NIVEAU DE VILLEDARY Y MARIÑAS, A. Mª (2002): «Las ánforas turdetanas del Tipo Pellicer», Spal, n.º 11. Sevilla, págs. 233-252. (29) PELLICER CATALÁN, M.; ESCACENA, J. L. y BENDALA, M. (1983): «El Cerro Macareno». Excavaciones Arqueológicas en

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España, n.º 12. Madrid, pág. 87, fig. 85. (30) PELLICER CATALÁN, M.; ESCACENA, J. L. y BENDALA, M. (1983): Opus cit., fig. 86. (31) ORIA, M.; MANCEBO, J.; FERRER, E.; ESCOBAR, B.; GARCÍA, E.; RODRÍGUEZ, A.; VELASCO, F.; SIERRA, F.; PÉREZ, A. y OTERO, P. (1991): El poblamiento antiguo en la Sierra Sur de Sevilla: zona de Montellano. Sevilla, pág. 151, fig. 7. (32) GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (2002): «Intervención arqueológica de urgencia en el yacimiento de Torrevieja (casco urbano de Villamartín, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1. Sevilla, pág. 130, fig. 5. (33) ORIA, M.; MANCEBO, J.; FERRER, E.; ESCOBAR, B.; GARCÍA, E.; RODRÍGUEZ, A.; VELASCO, F.; SIERRA, F.; PÉREZ, A. y OTERO, P. (1991): El poblamiento antiguo en la Sierra Sur de Sevilla: zona de Montellano. Sevilla, pág. 115. (34) GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª; RUIZ, J. A.; GILES, F.; LÓPEZ, J. J.; BUENO, P. y AGUILERA, L. (2000): «El río Guadalete (Cádiz) como vía de comunicación en épocas fenicia y púnica en Andalucía Occidental», Actas del IV Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos, vol. II. Cádiz, págs. 795-806. Resulta curioso que el director arqueológico de esta intervención no cite a los arqueólogos (monitores) y a los 8 alumnostrabajadores de la Escuela Taller «Foro Arqueológico», todos vecinos de Villamartín, que durante 18 largos meses excavaron, documentaron, registraron, lavaron y describieron el material arqueológico del yacimiento y sólo agradezca la intervención a los becarios norteamericanos que pagaron por excavar en la Sierra de Cádiz. (35) GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (1999): «Tartésicos y Turdetanos en el interior de Cádiz. Torrevieja (Villamartín), un yacimiento en la cuenca media del Guadalete», 39

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Revista de Arqueología, nº 217, Madrid, pág. 26-35; GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (2002): «Intervención arqueológica de urgencia en el yacimiento de Torrevieja (casco urbano de Villamartín, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1. Sevilla, pág. 122-141. (36) REINOSO DEL RÍO, Mª C. y GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (2006): «Excavación de urgencia en Torrevieja Alta-U.E. 1 (Villamartín, Cádiz). Luces y sombras de una intervención arqueológica», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2003. Tomo III. Sevilla, pág. 117. (37) BUENO SERRANO, P.; RUIZ GIL, J. A. y LÓPEZ ROSENDO, E. (1999): «Puerto Serrano: aproximación a la secuencia histórica de su poblamiento», Revista de Arqueología, nº 218, Madrid, pág. 52. (38) LÓPEZ ROSENDO, E. (2002): «La necrópolis de la Ermita del Almendral de Puerto Serrano (Cádiz). Campaña de 1999», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1. Sevilla, págs. 84-85. (39) RICHARTE GARCÍA, Mª J. (2003): «Evolución del poblamiento en el yacimiento de Sierra Aznar (Arcos de la Frontera, Cádiz)», Almajar, nº 1. Villamartín, pág. 79. (40) LÓPEZ JIMÉNEZ, J. (2004): «Intervención arqueológica en la fortaleza islámica y villa medieval de Setenil, (Cádiz). Junio, 2000-enero, 2003», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Sevilla, pág. 139. (41) LÓPEZ JIMÉNEZ, J.(2004): «Intervención arqueológica en la fortaleza islámica y villa medieval de Setenil, (Cádiz). Junio, 2000-enero, 2003», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Sevilla, pág. 134. (42) ORIA, M.; MANCEBO, J.; FERRER, E.; ESCOBAR, B.; GARCÍA, E.; RODRÍGUEZ, A.; VELASCO, F.; SIERRA, F.; PÉREZ, A. y OTERO, P. (1991): El Poblamiento antiguo en

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la Sierra Sur de Sevilla: zona de Montellano. Sevilla, págs. 116-117. (43) AVIENO: Ora marítima. (44) RUFETE TOMICO, P. (2002): El final de Tartessos y el período turdetano en Huelva. Huelva Arqueológica, 17. Huelva, pág. 78, lám. 31.6. (45) GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (1999): «Tartésicos y Turdetanos en el interior de Cádiz. Torrevieja (Villamartín), un yacimiento en la cuenca media del Guadalete», Revista de Arqueología, nº 217. Madrid, págs. 26-35; GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. Mª (2002): «Intervención arqueológica de urgencia en el yacimiento de Torrevieja (casco urbano de Villamartín, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III-1. Sevilla, págs. 122-141. (46) LÓPEZ JIMÉNEZ, J. (2004): «Intervención arqueológica en la fortaleza islámica y villa medieval de Setenil, (Cádiz). Junio, 2000-enero, 2003», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Sevilla, págs. 134 y 139. (47) RICHARTE GARCÍA, Mª J. (2004b): «Informe preliminar sobre el estudio de materiales arqueológicos de la colección de D. Miguel Mancheño y Olivares y de la campaña del año 1985 del yacimiento de Carissa Aurelia», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Tomo II. Sevilla, págs. 114 y 115. (48) GUERRERO MISA, L. J. (2010). «La Muralla Ciclópea de la ciudad romana de Ocuri (Salto de la Mora, Ubrique)», en Papeles de Historia, nº 6 (vid en esta misma revista). Ubrique. (49) NIETO GONZÁLEZ, B. (2006): «El mundo romano en la Depresión Natural de Ronda», en Historia de Ronda. Desde la Romanización a la época musulmana. I Congreso de Historia de Ronda. Ronda, págs. 108 y 109. (50) CARRILERO MILLÁN, M. (2006): «Los

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Cilbicenos: Arunda y Acinipo, sus asentamientos en la serranía de Ronda». Revista Memorias de Ronda, n.º 3, Ronda, págs. 62-77. (51) COBOS RODRÍGUEZ, L. M. (2003): Zahara. Memoria recuperada del patrimonio arqueológico. Zahara de la Sierra. Zahara de la Sierra, Ayuntamiento. (52) GUERRERO MISA, L. J. (1990): «Carta Arqueológica de Benaocaz (Cádiz): inicio de la sistematización arqueológica de la serranía gaditana», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1987. Tomo II, Sevilla, págs. 354-366. (53) GUERRERO MISA, L. J.; SÁNCHEZ LÓPEZ, A y GARCÍA MANCHA, A. (2006): «Segunda fase de la intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2003. Tomo III-1, Sevilla, págs. 127-128. (54) RICHARTE GARCÍA, Mª J. (2003): «Evolución del poblamiento en el yacimiento de Sierra Aznar (Arcos de la Frontera, Cádiz)», Almajar, nº 1, Villamartín, págs. 74 y 75; RICHARTE GARCÍA, Mª J. (2004a): «Informe sobre la actividad arqueológica realizada en el yacimiento íbero-romano de Sierra Aznar (Año 2000), Arcos de la Frontera (Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Tomo II, Sevilla, págs. 73-82. (55) COBOS RODRÍGUEZ, L. M. (2003): Zahara. Memoria recuperada del patrimonio arqueológico. Zahara de la Sierra, pág. 45. (56) AGUAYO, P.; GARRIDO, O. y PADIAL, B. (1995): «Una ruta terrestre alternativa al paso del Estrecho en época orientalizante. Constatación arqueológica», II Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar, vol. II, Ceuta, pág. 85-97. (57) COBOS RODRÍGUEZ, L. M. (1999): «La villa medieval de Zahara. Nuevas aporta-

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ciones históricas a través de la arqueología», Arqueología e Historia local. Estado actual de la Sierra de Cádiz. Actas del IV Seminario de Historia de Ubrique. Papeles de Historia, nº 4. Ubrique, págs. 143158; COBOS RODRÍGUEZ, L. M. (2001): «Recuperación y puesta en valor del yacimiento arqueológico Villa Medieval de Zahara de la Sierra (Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 1998. Tomo III, Sevilla, págs. 149-158. (58) ARÉVALO GONZÁLEZ, A. (2005): «La moneda de Carisa. Contribución al estudio de las cecas de la actual provincia de Cádiz», Almajar, nº 2. Villamartín, pág. 52. (59) GARCÍA-BELLIDO, Mª P. y BLAZQUEZ, C. (2002): Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Colección Textos Universitarios nº 36, vol. II: Catálogo de cecas y pueblos. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, pág. 21. (60) GUERRERO MISA, L. J. y RUIZ AGUILAR, S. (2004): «Intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz): 1ª Fase. Campaña de 2001», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Tomo III. Sevilla, pág. 14; GUERRERO MISA, L. J., SÁNCHEZ LÓPEZ, A. y GARCÍA MANCHA, A. (2006): «Segunda fase de la intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íberoromana de Ocuri (Ubrique, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2003. Tomo III-1. Sevilla, pág. 135. (61) GARCÍA-BELLIDO, Mª P. y BLAZQUEZ, C. (2002): Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Colección Textos Universitarios n.º 36, vol. II: Catálogo de cecas y pueblos, Madrid, pág. 83. (62) Sólo se citan algunos hallazgos de monedas de Gades de manera puntual en el Cerro Botinera, junto a monedas de otras cecas hispánicas prerromanas entregadas en el Museo de Cádiz procedentes 41

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de este yacimiento como algunas de Carmo, Corduba, Carteia, Acinipo y Carthago Nova. Sin embargo, al proceder de una colección particular, dudamos de su auténtico lugar de descubrimiento. (63) GUERRERO MISA, L. J., SÁNCHEZ LÓPEZ, A. y GARCÍA MANCHA, A. (2006): «Se-

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gunda fase de la intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz)», Anuario Arqueológico de Andalucía de 2003. Tomo III-1. Sevilla, pág. 128. (64) Estr., III, 2, 13.

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