El dandy en la negra provincia: Neodecadentismo en la literatura española de los 80

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Revista liLETRAd , 1 (2015). p. 131-136. ISSN ????

El dandy en la negra provincia: neodecadentismo en la literatura española de los 80 Alberto Villamandos University of Missouri-Kansas City Resumen Cuando en 1986 aparece La negra provincia de Flaubert el escritor Miguel Sánchez-Ostiz inicia un interesante proyecto literario entre las memorias y el ensayo que continúa hasta la actualidad. En este título, como en sus novelas de esa década, se empieza a manifestar un universo literario propio, como un espacio autónomo y museístico que recoge influencias variadas: autores franceses de entreguerras como Modiano, el Pessoa del Libro del desasosiego, el Pla de El cuaderno gris… Pero ante todo, el libro demuestra un cosmopolitismo estético. En nuestro trabajo leeremos este volumen como parte de toda una tendencia generacional en la España de los 80, donde se recupera el decadentismo y el dandismo finisecular ya no solo como marcas de prestigio cultural que estructuraba un mundo metaliterario y autónomo, sino también como símbolos de un naciente europeísmo y de cambio de paradigma en la industria editorial. Para ello, nos serviremos de la teoría del flaneur de Walter Benjamin a propósito de Baudelaire y del concepto del artista moderno desarrollada por este último como líneas de fuga de esta tendencia en España.

Cuando un joven Miguel Sánchez-Ostiz publica en 1986 el que sería su primer volumen de diarios, entraba a formar parte de una corriente que ponía de nuevo en duda esa idea comúnmente repetida de que en la literatura española escasea el género autobiográfico. Autores como Gonzalo Torrente Ballester, José Jiménez Lozano, Pere Gimferrer o Valentí Puig, entre otros, publican a lo largo de la década de los ochenta volúmenes en donde se une la reflexión personal, la crítica literaria, la prosa poética o la simple nota de lo cotidiano.1 En esos títulos se manifestaba a su vez la influencia de otros anteriores, como El cuaderno gris, de Josep Pla--un hito indiscutible en la literatura memorialista tanto en catalán como en castellano--,Joan Perucho, Jaime Gil de Biedma o Carlos Edmundo de Ory, y la de autores extranjeros como Julien Green, Paul Morand, Kafka, Virginia Woolf, Cesare Pavese o Jules Renard. Sin duda la publicación por primera vez en 1984 1. Julio José Ordovás, en un artículo para la revista Renacimiento, incluye una lista bastante exhaustiva de obras y autores que da una idea del auge de esta corriente: Cuadernos de La Romana de Torrente Ballester, Los tres cuadernos rojos, de Jiménez Lozano, Dietario (1984) y Segundo dietario (1985) de Gimferrer, En el bosque de Puig, El gato encerrado de Andrés Trapiello, La estación inmóvil de José Carlos Llop, Siciliana de César Simón, Días de 1989 de J.L. García Martín, Cargar la suerte de Antonio Martínez Sarrión, Los ojos del domador de Fernando Sanmartín, Letra y música de Javier Almuzara.

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del Libro de desasosiego de Fernando Pessoa en su versión en español de Ángel Crespo ahondó sin duda en esta corriente, debido al enorme eco que tuvo. Si bien se suele decir que la literatura española de los ochenta volvía a contar historias, volvía a la fábula después de una etapa anterior más experimental y críptica, consideramos que el auge que experimenta el género autobiográfico en esa década forma parte de esa vuelta a la narratividad, a pesar de que esta afirmación pueda parecer paradójica en principio por el supuesto carácter de no ficción de lo memorialístico. Sánchez-Ostiz comienza su libro iniciando el juego intertextual2: “Es en Venecias donde Paul Morand habla de ‘la negra provincia de Flaubert’”. Es allí, nos dice el autor, donde Morand se crió, en “esas ciudades que como el Rouen de Madame Bovary son la celebración continua de la pequeñez” (Sánchez-Ostiz 1994: 11), ciudades donde todos se conocen, donde el chisme, la crítica, las transforman en pequeños infiernos. La pequeña ciudad en ocasiones es una “amenaza” (Ibid: 13), “una prisión,” “un espacio agobiante” (14). La “negra provincia” es “el espacio de la intolerancia” (Ibid: 15), un lugar que hay que “exorcizar” (Ibid: 15) porque atrapa a su ciudadano, al escritor, y le inyecta su mediocridad. Este inicio se convierte como en una especie de clave musical que marca el resto del libro: la presencia constante de la provincia, como lugar mediocre pero también propicio para la soledad melancólica y fructífera, la referencia a la literatura extranjera, a los “raros” o los autores de minorías; y en último lugar la Venecia decadente, referente literario que sirve de modelo para otros: París, Viena, Lisboa... Estos rasgos menudean en una determinada literatura que se produjo en la España de los ochenta, abierta a la fantasía y a lo novelesco. Consideramos que esta corriente cosmopolita, a la que podríamos denominar también neodecadentista, por sus paralelos con el fin de siglo y el modernismo hispánico, explicita, como veremos, una lucha simbólica en el campo literario, cuando la España postdictadura se abre a Europa tras la Transición, todo ello en el contexto posmoderno de la crisis de las categorías estéticas tradicionales y el canon. Desde su título, el tema de la provincia, en este caso la Navarra tradicionalista y conservadora, sus limitaciones y miserias, se presenta como elemento central. Su autor, desde la mención constante del yo, expresa su situación de lejanía con respecto a los centros de influencia cultural --el Madrid centro político con sus prebendas o la Barcelona con su poder editorial--como un conflicto entre la marginación y el sosiego necesario para la creación, en una especie de aurea mediocritas que no acaba de convencerle. La provincia, señala, es un lugar de claroscuros, “lo contrario a la aventura” (Sánchez-Ostiz 1994: 20), es lo pequeño, lo cotidiano, pero también es lugar de la mediocridad, del desierto cultural. El lema de cualquier escritor alejado de la metrópolis, que se nos presenta caso bajo la luz anacrónica del casino de pueblo, es “posponer” (Ibid: 70), dejar para mañana. La existencia, como la escritura, pues como veremos, en sus diario y novelas de esa década son una misma realidad, pueden verse paralizadas por el tedio provinciano. El autor juzga con dureza esa ciudad que no menciona pero que sabemos que es Pamplona: su vida política está “hecha de fanatismo” (Ibid: 96), su escena cultural es inexistente o, a fines de los 80, contaminada del optimismo del país, superficial y frívola. ¿Qué le queda al escritor?, se pregunta. Por una parte, y como muestra al lector en sus descripciones y paseos, le queda la ciudad en sí, pero como paisaje urbano y vacío, cargado de las imágenes de la infancia: el caso antiguo, sus vericuetos no tocados por la modernidad, las murallas, las tardes de invierno. Por otra, alejado de nuevo de la masa, el escritor opta por el encierro en su gabinete, repleto 2. Miguel Sánchez-Ostiz (1950) ha publicado novela, ensayo, diarios y poesía, y ha recibido los prermios Herralde de novela por La gran ilusión (1989), el Premio Nacional de la Crítica de 1998 por No existe tal lugar, el Premio Euskadi de 2010 por su dietario Sin tiempo que perder y el Premio Príncipe de Viana del gobierno navarro en 2001 por el conjunto de su obra.

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de fetiches: libros, objetos variados y heteróclitos, recuerdos, antigüedades seguramente falsas, deshechos de la memoria. En el primer caso, Sánchez-Ostiz se nos presenta como un flâneur, un paseante ocioso que prefiere las calles deshabitadas: “A primera hora de la mañana con lluvia (...) cada cual tiene su propia mitología” (Ibid: 61). La del autor se reparte por un triángulo geográfico que tiene sus vértices en la capital navarra, San Sebastián y la Bayona francesa, que hasta hoy sigue siendo su país literario: “Irún al anochecer. La estación de ferrocarril, el olor acre a gente sucia, baldada por el viaje, el suelo pringoso (...), las luces macilentas, amarillas, ropas, una sensación de precariedad, la lluvia” (Ibid: 57). En este sentido, frente al flâneur de Baudelaire, símbolo del artista moderno y de su época, parafraseado por Walter Benjamin, el de la negra provincia no busca refugio en la multitud (Benjamin 2006: 40). Según el pensador alemán, Baudelaire amaba la soledad, pero la quería rodeado de la masa (Ibid: 81). En el caso de Sánchez-Ostiz, el paseante que observa rehúye a sus conciudadanos casi hasta la misantropía, ya no en los bulevares de la gran metrópolis, sino en las calles húmedas y medievales de la pequeña ciudad. Y sin embargo, consideramos que La negra provincia dialoga con el modelo que nos presenta Benjamin.3 Se trataría en cierta forma de un antiflâneur, el contrapunto del paseante ocioso de la metrópoli. Nada más alejado que del París “capital del siglo XIX” que la Pamplona de los años 80. Y sin embargo, si la capital francesa, y con ella sus nuevos mitos--el flâneur, el bohemio y el dandy, el cual Benjamin consideraba el último brillo de lo heroico de la decadencia (Ibid: 124)--son los iconos de la modernidad de fines de siglo, Sánchez-Ostiz reformula este motivo en un contexto muy diferente, cuando esa modernidad fin de siglo se ha convertido en pura arqueología, en pieza de museo impregnada del spleen baudelairiano, de una nostalgia de lo no vivido pero de lo imaginado y leído. Se trata pues de una modernidad convertida en antimoderna una vez que ya se ha transformado en un motivo clásico. Tras la transición a la democracia, España política y culturalmente mira al futuro, obviando el pasado traumático y con vistas a formar parte del club europeísta. La identidad europea se convierte en meta, en proceso que hay que acometer para dejar atrás la herencia ideológica del franquismo y su excepcionalismo folklórico. Recordemos cuando en 1986, cuando España entra con Portugal en la CEE, se decía con cierta sorpresa mezclada de ironía que “ya éramos europeos”. No por nada, el filósofo italiano Gianni Vattimo consideraba al país en esa época como un modelo de la posmodernidad por excelencia. En el momento en que los teóricos discuten la condición posmoderna (Lyotard) con la crisis de los grandes relatos totalizadores y sus ramificaciones estéticas y políticas (Jameson, Hutcheon), Sánchez-Ostiz paradójicamente construye una voz narrativa cimentada en una mitología finisecular y en el intertexto transformado en máscara: el escritor en su buhardilla, el poeta maldito, la Venecia decadente, la Trieste brumosa. Recordemos el eco que tuvo la obra manifiestamente europeísta de El Danubio, de Claudio Magris, publicada por Anagrama en 1988. No se trata de un caso aislado: jóvenes autores como Andrés Trapiello empiezan a publicar diarios (El gato encerrado) de gran lirismo en diálogo con clásicos recuperados--Pessoa, Pavese, Leopardi--y 3. No se trata del único ejemplo en que se menciona a Benjamin. En otros libros suyos de la misma época, como el diario-cuaderno de todo Las estancias del nautilus, que aunque aparecido como libro en 1997, se había publicado parcialmente en 1985. En uno de sus capítulos, el autor realiza una semblanza de L. F. Céline, autor maldito y fetiche, en su París secreto: “Uno de esos pasajes que al peatón de la ciudad le pueden contagiar aquellas ensoñaciones tan del gusto de Walter Benjamin, casi casi el inventor de estos escenarios del hombre moderno hecho espectador curioso de sí mismo, que pasa, se detiene, mira esto y lo otro, desea, sopesa, sueña, proyecta y al cabo echa a andar con su insatisfacción y su anonimato a cuestas” (Sánchez-Ostiz 1997: 115-116).

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“raros”; Pilar Pedraza se adentra en lo fantástico de ecos rubenianos; frente a la poesía de la experiencia, los “venecianos” como Antonio Colinas o Luis Antonio de Villena ya desde fines de los setenta, se dejan embargar por lo lujoso, lo clásico, el eros entrelazado al thanatos. Y como los medallones poéticos creados por Rubén Darío, las Sonatas de Valle Inclán o el À rebours (1884) del decadentista J-K Huysmans, que oscilan entre lo delicado y lo abyecto y el horror, se crean editoriales como Trieste o Valdemar, que reivindican lo gótico o los “raros”, los autores olvidados, de vidas desordenadas y muchas veces ideológicamente indeseables. ¿Afán de epatar, en una época de políticas oficialmente progresistas, con autores filonazis o falangistas? El mismo Sánchez-Ostiz leyó y editó la obra de Ángel María Pascual, poeta pamplonés de la Falange que produjo obras como Capital de tercer orden. Los antecedentes de esta corriente se pueden encontrar en la obra de Pere Gimferrer, antiguo poeta novísimo que desde su posición privilegiada como ensayista y editor en Seix Barral, tuvo una enorme influencia en los jóvenes autores de los primeros 80. Sus dos volúmenes de dietarios y sus crónicas sobre los “raros” marcan las directrices de una estética neodecadentista en esos años, y que entronca directamente con Rubén Darío.4 Cuando Gimferrer publica sus reseñas sobre autores olvidados, lo hace invocando un volumen del poeta nicaragüenses titulado precisamente Los raros. “¿Qué es hoy lo raro, quiénes son hoy los raros? Lo raro, claro está, es lo infrecuente. Lo raro es lo inactual, lo lejano en el tiempo o en el espacio: escritores, libros, movimientos, países” (6), escribe en 1985.5 Hemos dejado atrás no sólo la experimentación deshumanizada, la dificultad del lenguaje literario quebrado, sino también la literatura latinoamericana del Boom y su enorme influencia, que eclipsó profundamente la producción española desde los sesenta, que por otra parte se encontraba sometida a una terrible censura oficial. La presencia de los autores raros no se debe sólo a la creación de un mundo novelesco autónomo, de fábula y ensoñación, en claro contraste con corrientes anteriores de la literatura española como el realismo social o la novela experimental. Muestra a su vez el elitismo cultural y el esnobismo, la ansiedad patente de una literatura que quiere integrarse en el canon europeo, o en su canon imaginado desde la distancia, a través de la reivindicación de sus autores, en muchos casos desconocidos por el gran público lector. Este cierto esnobismo no resulta sino una plasmación del refinamiento del dandy, aplicado a lo literario. En La negra provincia, el mundo literario es claramente afrancesado--Blaise Cendrars, Pierre Drieu La Rochelle, Mac Orlan, Céline--fruto de una educación sentimental y de la atracción de París. Pero junto a estas referencias constantes, otras son más tácitas, puesto que el escritor de diarios suele ser un lector de diarios, y los verdaderos modelos se esconden más que se muestran: Torrente Ballester, Llorenç Villalonga, Josep Pla, Joan Perucho, Julio Caro Baroja (32).

4. Su Dietario (1979-1980) y Segundo dietario (1980-1982) tienen, a pesar de su título, muy poco de escritura autobiográfica. Presentan más bien viñetas imaginarias sobre autores de diferentes épocas--Moratín, Ovidio, Dante, Ros de Olano, Pessoa, Spinoza...--, fragmentos ensayísticos de una cultura literaria enciclopédica que busca la evocación de mundos perdidos. En ese sentido, presenta grandes similitudes con los artículos sobre los “raros” publicados en prensa que luego aparecerían reunidos como libro en 1985. Muchos de los autores reseñados provienen de la Antigüedad clásica, del XVII francés o de los años 20 y 30 parisinos. 5. Recordemos que Gimferrer, en su primera etapa novísima de finales de los sesenta establece una poética de la performance, de la puesta en escena, que mezcla la cultura de masas y el fin de siglo decadente. Un ejemplo lo encontraríamos en ese texto ya canónico de “Oda a Venecia ante el mar de los teatros”. Para un análisis de este texto en el contexto de su generación véase Villamandos 2011.

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Sin embargo, en La negra provincia, donde se recoge paseos por la ciudad, lecturas nocturnas varias, inventarios de recuerdos y objetos diversos, ensoñaciones de aventuras de antepasados, combaten dos tendencias fuertemente contrapuestas: la de lo novelesco como mundo autónomo y opuesto, su puesta en duda constante, la presencia de la historia real, prosaica y cruel. En un caso, se llega incluso a la creación de un alter ego bohemio, un tanto misantrópico de un pasado y un futuro muy inciertos. Julián Cienfuegos, caracterizado con la vitalidad de un Falstaff a lo Orson Welles, se convierte en un interlocutor ideal para el yo autobiográfico.6 El desdoblamiento se hace evidente, como el aventurero que se quisiera ser, pero al mismo tiempo, se somete a la ironía e incluso a la autoparodia: como “bohemio de provincias” que es (Ibid: 40), él mismo “suele decir que sólo tiene talento para la escena: su gabinete ilustrado (...) vive como un personaje literario sin mayores esfuerzos” (Ibid: 40-1). El recurso le permite a Sánchez-Ostiz añadir un elemento de fábula en un texto que se supone verídico, fechado al final como ese contrato autobiográfico que Philippe Lejeune teorizó, como ese antepasado viajero que atesoró objetos diversos de sus viajes por los mares del Sur. En este sentido, a pesar del marco de referencia tradicional, donde los intertextos evocan un pasado literario prestigioso, se plantea una poética posmoderna que desestabiliza los límites definidos entre historia y ficción. Pero la máscara literaria del escritor misántropo, bohemio y husmeador de chamarilerías se resquebraja: en un espacio y tiempo tan particulares como la Pamplona de los 80, en los años de plomo de ETA, GAL y represión policial, incluso un libro tan esteticista como La negra provincia no podía sustraerse a su presente histórico, y menudean, en evidente contraste y disonancia con el neoesteticismo literario, menciones al ambiente de amenaza o el hallazgo del cuerpo de Mikel Zabalza (Ibid: 49). La presencia de lo “real”, de la violencia política, el terrorismo, la intransigencia, el pasado traumático de la Guerra Civil va a ser sin embargo la nota cada vez más dominante en su literatura diarística a partir de los 90, hacia el activismo y una crítica social, que ha culminado por ejemplo con la reciente publicación de la muy dura novela-reportaje El escarmiento, sobre la represión franquista durante la guerra en Navarra. Pero hasta 1990, cuando la noticia de la muerte trágica de un amigo le empuja hacia una literatura más testimonial y descarnada, su ficción seguía una senda paralela a la de sus diarios. Novelas como El pasaje de la luna, La quinta del americano o La gran ilusión, que ganó el premio Herralde en 1989 son, como él las llama con cierto desdén en una entrevista con Jordi Gracia y Domingo Ródenas, “novelas novelescas” (Sánchez-Ostiz 2002: 19). Consideramos pues que sus diarios, y especialmente La negra provincia, que tuvo en su momento un importante eco, resultan a su vez “diarios novelescos”, que prefiguran en cierta forma lo que será la “autoficción” posmoderna de los 90 y que ha llegado a su máxima expresión en la narrativa sobre la Guerra Civil reciente, como Soldados de salamina, de Javier Cercas o Mala gente que camina, de Benjamín Prado. En 2002, cuando recibe el Premio Nacional de Literatura, el autor navarro mira sus primeros pasos con evidente crítica, y considera que esa prosa miscelánea, como la llama, “tenía algo de impostura, porque es una puesta en escena” (Sánchez-Ostiz 2002: 19). El yo se pone en escena tras la máscara de unos mitos literarios de la modernidad finisecular, pero que ha pasado al gabinete de curiosidades de la posmodernidad de otro fin de siglo. Como apuntaba uno de los personajes en El pasaje de la luna, bohemio a su vez de provincias: “A estas 6. Este recurso “novelesco” dentro de un texto de no ficción se podría interpretar como un guiño a Carmen Martín Gaite, quien ejerció una notable influencia en Sánchez-Ostiz a comienzos de su carrera literaria. Martín Gaite presenta en varios de sus ensayos la constante de la búsqueda del interlocutor perfecto en la literatura, que puso en práctica en algunos de sus libros más celebrados, como El cuarto de atrás y Nubosidad variable. El papel de Martín Gaite como mentora de esa generación vinculada a la editorial Trieste todavía está por explorarse.

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alturas deberías saber que toda máscara esconde otra máscara” (123). Esa impostura, considerada ahora como frivolidad, sin embargo tiene en su momento el valor de la fantasía, de ese lema que señalaba Paul Eluard, “hay otros mundos pero están en este” y que también servía para crear un nuevo canon o vincularlo con una corriente europea muy particular. En la introducción a su edición del Libro del desasosiego de Pessoa, de enorme eco en su momento, Ángel Crespo recoge una cita del poeta portugués, famoso por la creación de sus heterónimos con personalidad propia: “en prosa es más difícil otrarse que en verso” (Pessoa 1999: 14). Si otrarse es desdoblarse en un otro, es verse como en un espejo pero también imaginarse como un ente literario autónomo, Sánchez-Ostiz parece responder a esta afirmación uniendo fabulación y autobiografía y creando un alter ego como Julián Cienfuegos. Pero este otrarse adquiere, en ese mundo cerrado de literatura y recuerdos más o menos inventados, más o menos idealizados, un tono melancólico muy acentuado: el que acompaña al fracasado, al poeta al que le rehuirá la fama, a una sociedad adusta y provinciana. Esta es, sin duda, otra máscara, otra puesta en escena, otro recurso novelesco, el spleen del artista de la modernidad finisecular. Como señala Walter Benjamin, de la melancolía de Baudelaire lo único que queda al final es la sombría y lúcida cara a cara del sujeto con uno mismo (Benjamin 2006: 136). De aquí podríamos sustraer, como atrevida conclusión, que en Sánchez-Ostiz, con un giro metaliterario propio de un “raro”, el género del diario se manifiesta como el género melancólico por excelencia. Bibliografía Textos primarios: Sánchez Ostiz, Miguel (1994) : La negra provincia de Flaubert. Pamplona: Pamiela, (2ª ed). Textos secundarios: Benjamin, Walter (2006) : The Writer of Modern Life. Essays on Charles Baudelaire. Ed. Michael W. Jennings. Trad. Howard Eiland, Edmund Jephcott, Rodney Livingston, Harry Zohn. Cambridge, Mass.: Harvard UP. Gimferrer, Pere (1984) : Dietario (1979-1980). Trad. Basilio Losada. Barcelona: Seix Barral. --- (1985) : Los raros. Barcelona: Planeta. --- (1985) : Segundo dietario (1980-1982). Trad. Basilio Losada. Barcelona: Seix Barral. Ordovás, Julio José (2002) : “De diarios, diaristas, académicos, lectores y mesas de novedades”. En Renacimiento 37/38. 92-94. Pessoa, Fernando (1999) : Libro del desasosiego. Ed. Ángel Crespo. Barcelona: Seix Barral. Sánchez Ostiz, Miguel (1997) : Las estancias del nautilus. Valencia: Pre-Textos. --- (2002) : “El arraigo en la casa de las palabras. Conversación con Jordi Gracia y Domingo Ródenas”. En Quimera 216. 15-21. --- (2013) : El pasaje de la luna. Pamplona: Pamiela. Villamandos, Alberto (2011) : El discreto encanto de la subversión. Una crítica cultural de la Gauche Divine. Pamplona: Laetoli.

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