El Crucificado, lugar histórico de la verdad.

September 4, 2017 | Autor: P. Reyes Linares | Categoría: Ignacio Ellacuría, Filosofía, San Agustín de Hipona, Teorías de la verdad
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Descripción

El Crucificado, lugar histórico de la Verdad La Verdad en el “Tratado del Evangelio de San Juan” de San Agustín Pedro A. Reyes Linares Lic. en Filosofía

INTRODUCCIÓN: ¿Por qué buscar la filosofía de Agustín en un escrito pastoral? 1. Peregrinar por la Verdad a la Verdad. a) La verdad buscada y la Verdad Buscante. b) Fe: actitud de la intimidad. c) La razón que descubre al que se ama. d) Caminar del enamorado. e) Tanto odio tienen a la Verdad. 2. "Verán al que traspasaron": Jesús, compañero peregrino. a) "Se hizo carne". "La forma del siervo". b) "El camino mismo ha venido a tu encuentro" c) "Rey que había de dar el reino a los hombres" d) "Lo verán así:" el juicio del siervo. e) "En el seno del Padre está la verdad, pero hecha carne es camino" 3. El Cuerpo que peregrina: Verdad, Comunidad y Caridad. a) "El quejido del pobre". b) "Los miembros de Cristo que padecen". c) "Conseguir la unión con estos miembros". d) "Exige un lugar santo: allí lo verán" e) La Iglesia teme ensuciarse los pies. El temor contrario a la caridad.

4. CONCLUSIÓN: La Compasión con el Todopoderoso Encarnado, fundamento de la humildad que da verdad.

INTRODUCCIÓN: ¿Por qué buscar la filosofía de Agustín en un escrito pastoral? Cuando Agustín hace sus homilías sobre el Evangelio de San Juan, lleva ya 21 años como obispo de Hipona. África, el África de Agustín, es un río revuelto por los desórdenes políticos y los grupos religiosos que surgen en el mismo cristianismo con interpretaciones de las creencias cristianas, fundadas, las más de las veces, en la tradición filosófica que maneja el pueblo. Es una nueva vida para Agustín; alejado de las meditaciones solitarias y tranquilas del retiro voluntario con sus compañeros, y puesto como confirmador de la fe de sus hermanos y hermanas. Es el servicio del pastor, capaz de defender con la vida la esperanza de sus ovejas, que ejercita con y para ellas su poderosa razón para explicar del modo más subyugante la fe y sus problemas, para llevarlos con él al encuentro de Aquél que a todos los ha convocado. Es un tiempo de confusión y contradicción para la Iglesia, especialmente para aquellos que no tienen una sólida formación. Platón es el filósofo más usado por todos los pensadores del momento, pero entendido desde diferentes escuelas y diferentes experiencias de los fundadores, muchas veces malinterpretados por sus discípulos. La filosofía platónica, en sus versiones más espiritualizantes, ha generado un deseo rector de toda esta época: el afán de pureza, entendido como la no contaminación con lo terreno y temporal para lograr la plenitud de lo eterno espiritual. Pero entre los simples no son las filosofías de las escuelas estoica, escéptica o epicúrea las que, directamente, afectan su pensamiento; son las herejías, que combinan los afanes y pensamientos filosóficos con historias sencillas, leyendas y tradiciones, las que más fácilmente se filtran en la experiencia de vida y de Iglesia de los cristianos. Las herejías, en el afán de conservar la incorruptibilidad ideal de la Iglesia, esgrimen argumentos contra la humanidad o la divinidad de Cristo, la comunión de los santos, la presencia de pecadores en la Iglesia, etc. Estas ideas van sembrando la confusión entre el pueblo y entre los pastores. Resulta difícil para el pueblo simple comprender las diferencias entre uno y otro planteamiento. Los pastores de la Iglesia se encuentran también desorientados, probablemente por una experiencia personal de Dios incapaz de pensarse a sí misma en el riesgo de la tierra y de la historia. No pueden, entonces, dar una voz firme que ponga en claro quién es el Dios cristiano, qué pensar sobre los seres humanos, sobre la historia, las virtudes, y temas igual de urgentes para sostener una esperanza real y activa en un mundo caótico como éste del siglo V. Así es el panorama del Agustín obispo, y en éste es donde la experiencia espiritual de Agustín, en donde encuentra fundamento la razón poderosa que intentará construir los argumentos firmes de la fe, se pondrá al servicio pleno de su pueblo para llevar esperanza y unidad real en este mundo dividido y apocalíptico. Este panorama da ya contexto y podría bastar para explicar la importancia que en filosofía pueden tener los escritos pastorales de Agustín, aún por encima de muchos tratados estrictamente filosóficos. Se trata de escritos de una época más madura, tanto en su pensamiento filosófico como en su experiencia espiritual. Es una época que supera las iluminaciones de los primeros años, y enfrenta a Agustín cristiano, filósofo, obispo y doctor con las vicisitudes de la historia, las contradicciones de la vida práctica y los problemas del caminar cotidiano. Esto obliga a que Agustín trate de encarnar su pensamiento, y la encarnación necesariamente transforma el proyecto en histórica gesta por acompañar e impulsar la vida de otros. Me parece que ésta es la piedra de toque de toda auténtica filosofía: la capacidad que tenga para poder llevar a otros a vivir una experiencia semejante a la del filósofo. La filosofía que no convoca es una filosofía muerta. Los escritos pastorales y las homilías de Agustín (como es el caso del Tratado del Evangelio de San Juan) tienen como finalidad invitar explícitamente a los cristianos a profundizar su experiencia, usando para ella todas las herramientas y todos los argumentos seguidos paso a paso con interés pedagógico (y no sólo retórico o persuasivo). La pastoral de Agustín se convierte así también en una escuela de pensamiento, que requiere para lograr sus fines una filosofía fuerte, retante y atractiva, capaz de enfrentar los desafíos propios, no sólo de la religión, sino de toda su época.

Esta filosofía nacida del interés pastoral es un paso delante de la filosofía de los primeros años desde su conversión que trataba de responder a las inquietudes personales del joven Agustín o a las de sus amigos más íntimos. Aquí se trata de proponer una reflexión que sea capaz de iluminar la historia toda con sus contradicciones; se trata de encarnarse en el mundo social y tratar ahí de responder a las diferentes inquietudes de hombres y mujeres en una época de conflicto. Exige entonces la encarnación profunda del pensamiento, la prueba de la historia y de la esperanza para toda argumentación y para toda afirmación, para que verdaderamente la verdad pueda ser universal. Son estos escritos los que reflejan esta historicidad de la filosofía de Agustín, y no sólo en sus límites sino principalmente en sus posibilidades para iluminar el peregrinar de los seres humanos hacia la plenitud desde un lugar concreto: el mismo camino por el que van nuestros pies. Me parece importante rescatar esta filosofía de los escritos pastorales de Agustín como una alternativa a lo que se nos ofrece comúnmente (en los programas de educación media, e incluso superior) de la filosofía que dará fundamento a filosofías posteriores. Generalmente (es mi propia experiencia), Agustín se nos presenta como un "bautizador" de Platón, un repetidor de las ideas platónicas con el único detalle original de haber introducido a Dios en el lugar donde Platón había puesto al Bien y al demiurgo, logrando la síntesis que Platón no quiso o no pudo hacer entre la plenitud y el mediador. Me parece que volver la vista al Cristo de Agustín, encarnado, histórico y fiel al grado de no dejar nunca a los suyos (ni aún al ser asesinado), ayuda a descubrir en su propuesta de filosofía un elemento diferente y, podríamos decir, profundamente original: la encarnación profunda de la verdad en el caminar histórico de toda una comunidad que vive de la esperanza de plenificar un día la historia entera en una misma y abrasadora caridad. No estoy tratando entonces de confundir filosofía y teología, sino encontrar en la profunda experiencia de este hombre ante la vida de su pueblo (experiencia que él lee teológica y filosóficamente en una sola lectura) algunas señales para el caminar actual en una esperanza antigua de plenitud en medio de dudas y confusión.

1. Peregrinar por la Verdad a la Verdad. a) La verdad buscada y la Verdad Buscante. La vida de Agustín de Hipona no es una vida simple; definitivamente no es una vida aburrida. Es la historia seductora de un hombre apasionado por una búsqueda que le llevará toda la vida: la búsqueda por la verdad. El mismo Agustín es consciente, desde temprana edad, de lo que busca; sabe lo que lo ha subyugado al grado de convertir su existencia en un aterrador vacío por no encontrar lo que busca, y en un incesante camino cuando ha descubierto algo de lo que busca y está siendo llevado a ir más allá de ella misma. Las Confesiones de Agustín son, en realidad, el gran testimonio de esta búsqueda, testimonio marcado por el amor de lo que se busca y por el horror de la incertidumbre1. Esta dualidad existencial es la que convierte a la vida de Agustín en la vida del enamorado buscador de la Verdad. La búsqueda no es sencilla. Cada obstáculo sentido en la aventura por la verdad, es sentido, en un primer momento, como un infranqueable muro que se interpone entre la amada verdad y el enamorado. La hace inaccesible. La misma verdad que se supone plena en el encuentro del enamorado se convierte a su vez en obstáculo si la humana curiosidad parece, solamente, embeberse en ella y creerla absolutamente poseída. Nuevamente llega, entonces, el abismo de la carencia humana, el dolor del lanzado a la vida orgulloso de sus armas que descubre, en medio del fragor de la batalla, que les falta filo para enfrentar al enemigo. Agustín vive la dicha de encontrarse razonando con la tremenda angustia de descubrir la debilidad de su razón, en medio de la lucha por encontrarle un sentido a su existir. Es por eso que la filosofía de Agustín nace de la carencia, o más bien del que se siente siendo en carencia de su propio ser. Es el que es sin ser, no en el sentido de una apariencia que se complete en el mundo de las ideas, sino el que siendo en el sentido histórico más puro, se descubre incapaz de dar cuenta de lo que fue, es y será porque no controla en absoluto su existencia. Muchos hombres y mujeres, del tiempo de Agustín y del nuestro, han dejado a la mitad la batalla por sí mismos, al descubrir los dolores de la fugacidad de nuestra vida, que nos hace parirnos y reinventarnos cada vez. Es una salida que tienta a Agustín, pero que no puede soportar su corazón pues provocaría, sin matarlo, la muerte de su alma. Es esta incapacidad, este apresamiento de su propia realidad y de su propia historia la que impulsa a Agustín a no dejar la búsqueda de su propia vida; la búsqueda del ancla que logre poner sentido al incansable fluir de su existencia. Es esta incapacidad fundante, esta carencia originaria, la que a Agustín le hace sospechar también de la necesidad de una consagración consciente, nacida desde el más profundo amor, que le hace abandonar las otras búsquedas por acercarse lo necesario para la vida fugaz y buscar mejor lo necesario para la búsqueda de esta ancla que pudiera poner cimiento eterno a toda su experiencia vital2. Este es el hondo abismo que habita en lo íntimo más íntimo de Agustín de Hipona. Es el vacío que no puede llenar por sí. Es el Oscuro al que Agustín no puede iluminar. Y, curiosamente, es la habitación de Dios que ilumina desde dentro. 1

Esta dualidad de sentimientos en Agustín ante su búsqueda se encuentra perfectamente ilustrada por el siguiente pasaje de las Confesiones (Libro 7, n.16): Deslumbraste la debilidad de mi vista con la violencia de tu reverberación sobre mí, y me estremecí de amor y de horror...Y dije "¿Acaso es nada la verdad, puesto que no se difunde por espacios de lugares finitos e infinitos?" Y exclamaste tú de lejos: "Sí, en verdad; yo soy el que soy". "¡Perezca todo! ¡Dejemos estas hueras vanidades! Dediquémonos únicamente a la búsqueda de la verdad. La vida es miserable, la muerte incierta. Si nos sorprendiera de repente, ¿en qué estado saldríamos de este mundo? Y ¿dónde aprenderíamos lo que aquí descuidamos de aprender? ¿No tendremos más bien que pagar esta negligencia con castigos?...¿Por qué, pues, titubeamos en abandonar las esperanzas del siglo para consagrarnos por entero a la búsqueda de Dios y de la vida bienaventurada?", Confesiones Lib. VI, n. 19 2

El encuentro de Agustín con Dios en lo "más íntimo" de él, resulta el encuentro de alguien que busca y que, de pronto y sin buscarlo, no encuentra lo que busca pero encuentra que lo buscan. Busca explicación y encuentra más bien a quien no explica, pero es explicación en sí mismo 3. La diferencia es grande: el que explica es el Maestro que enseña con su palabra, pero el que es la explicación en sí mismo, no explica, sino (como en Delfos) "hace signo". Uno podría pensar que el descubrimiento del Dios escondido por parte de Agustín es el final de la búsqueda, pero es exactamente el principio de una búsqueda, una nueva porque la anterior era una búsqueda solitaria y ésta es búsqueda acompañada de Aquél que es Fiel. Esta fidelidad de Dios sorprende a Agustín. En el fondo, descubrir al Ser y dador del Ser, es descubrir al Fiel. El que hace ser, es Aquel que no se aleja de lo que es porque sólo Él es quien los mantiene en el ser. Agustín se sabe a sí mismo, inmerso en la carencia más absoluta, pero también se descubre ahora en esa carencia sostenido para proseguir la búsqueda, confiando en Aquél que lo sostiene y que no dejará de sostenerlo ni siquiera en el momento de morir. La muerte del amigo que fue signo de la mayor carencia, se convierte ahora en el punto de partida para una vida que puede llegar y atravesar los límites que se presentan una y otra vez, porque sabe quién es "aquél en quien se ha confiado". Esta actitud de confianza es básica para entender la filosofía agustiniana, es la fe de la que nace todo conocimiento, y tal vez, todo este rodeo nos permita entender mejor de qué se trata. Agustín al creer no cree en algo que le aclara el panorama y el camino a caminar, cree en alguien que sostiene inexorablemente su caminar por pura gratuidad, "el amor es inexorable como la muerte". Esta fe no es un escape, sino la oportunidad de ir más allá de lo que se nos ha dispuesto recorrer (por los guardianes del orden y del pensamiento) e investigar lo más que podamos con la convicción paulina del "todo es nuestro". Hay un último punto que resulta radical en el descubrimiento de esta experiencia que marcará la vida toda de Agustín: la fe no es fruto de un gran esfuerzo, ni tampoco del mero reconocimiento de la gran carencia. Es, ante todo, el regalo de Aquél que ha querido entregarse en nuestra carencia para hacerla plenitud desde nuestro propio modo de ser, es decir, plenitud de la historia (que es el modo humano de ser). Es la gracia de la fe, que no es gracia de creer en las verdades, sino la de conocer y confiar en la Verdad que se nos hace presente en el abismo de nuestra humanidad 4, Verdad que camina y acompañante en el intento no de llenar nuestro abismo, sino de entregarnos enteros, con todo y abismo. ¿Quién puede hacerme creer en la utilidad de una entrega así? ¿Quién puede convencerme?, parecería preguntarse Agustín. Parece una entrega sin sentido, es la entrega de la debilidad y la debilidad no puede sino dañar. Es la gran paradoja en la que se tiene que arriesgar el creer. No es fruto del sentido común o de un buen razonamiento. Es la lógica enamorada del convencido, del seducido; es decir, del buscado. San Agustín encuentra a la Verdad buscante en el fondo de sí mismo, en su propio vacío. Es la Verdad la que gime desde el interior para pedir ser escuchada, ser amada, ser creída 5, y su gemido es el nuestro. El dolor de no encontrar la Verdad, es el dolor de la Verdad que se duele en nuestro interior y pide ser confiada, para que podamos sostener nuestro caminar en la firmeza de su amor. Esa es la plenitud que ofrece la Verdad, la plenitud de la caridad. Estas ideas son básicas para enfrentarnos al tratado

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. "Y dirigí mi vista hacia las otras cosas y vi que te deben el ser, y que en ti están todas las cosas finitas, pero de otro modo, no como en un lugar, sino porque eres tú el que tiene todas las cosas en la mano con la verdad, y todas son verdaderas en cuanto son y nada es falsedad, más que cuando se juzga que es lo que no es" (Conf 7, 21). 4

He de decir que el plantear "el abismo de nuestra humanidad" no lo considero un planteamiento pesimista, sino la oportunidad que tenemos de construir la vida por nosotros mismos, cuando confiamos en la potencia que se nos ha dado de buscar y hacer más nuestra (es decir más abierta a otras vidas), nuestra propia vida. Esa confianza está puesta más allá de nosotros mismos, pero no fuera de nosotros mismos. Es el "más íntimo que lo más íntimo de mí" de San Agustín. 5

TrEvJn 6,2: El gemido es propio de las palomas, como todos saben, y es quejido de amor. (...) (El Espíritu Santo) gime en nosotros, pues nos hace gemir (...) Nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a suspirar por la patria, y los gemidos son esos mismos suspiros.

sobre el Evangelio de Juan, donde la contraposición principal no resulta, en nuestros términos, entre mentira y verdad, sino entre mentira y caridad. b) Fe: actitud de la intimidad. Profundicemos entonces un poco más en la fe que busca y se encarna en el que busca. Todo ha partido del amor, de descubrir al amado y amada que se perfuman y seducen desde el fondo del corazón. No es un conjunto de verdades lo que se descubre, sino la persona amada que sostiene toda verdad. Es carne lo que se descubre en el fondo del corazón. Es carne azotada, carne del Verbo, carne entregada para asegurarnos desde la carencia absoluta, el sostenimiento en nuestro propio carecer. Los vicios de la carne hacen que la carne quede ensimismada, la carne entregada hace que la carne salga de sí y se muestre al mundo de carne como amante, capaz de acompañar en los abismos y subvertir las soledades que nos hemos impuesto de cargar cada quien con su abismo, precisamente porque es amor de carne. La carne entregada nos limpia y nos permite ver6. Y este ver es la vida verdadera, la vida entregada y sostenida en la entrega confiada en la caridad. Pero al ser entrega de carne participa de todo lo nuestro. Es obvio que San Agustín no privilegia la carne por encima de lo demás que es el ser humano, aunque tampoco se puede decir (como se ha dicho a veces) que la desprecia. El ser humano es unidad que se construye en la existencia, en ese existir confiado y sostenido. No puede privilegiarse una parte de él, pensando que se hace justicia, si no se privilegia la unidad entera. Si bien es cierto que el agustinismo pudo provocar un centrarse en las facultades espirituales y un alejamiento de las realidades de la carne, no quiere decir esto que podamos atribuir a Agustín todas las consecuencias de su pensamiento, ni mucho menos que pretendamos hacer justicia a la carne, despreciando ahora lo espiritual del ser humano. Habrá que tener una visión más integral. Es precisamente lo que me parece podría proponernos hoy Agustín de Hipona al llamarnos a reconocer en la fe el principio de todo verdadero conocimiento. No se trata, ya lo hemos dicho, de cerrar los ojos a la realidad para entonces creer cosas contrarias a ella. La fe tiene que ser expresión de realidad, o no es fe; lo esencial de la fe no está en ser falso o difícil de creer, sino en el encuentro facilitador con quien nos sostiene en la subsiguiente investigación. Lo que se investiga es la vida, y si la vida no se hace firme, no podrá investigarse porque estaremos siempre en riesgo de caer vencidos por el peso de nuestra propia debilidad inaceptable. Es la causa principal, según Agustín, de los intentos fallidos ante la Verdad (los que lo llevaron a él por largo tiempo al grupo de los académicos, y también, los que lo sacaron de ahí y de los otros grupos en los que buscó la Verdad). No reconocer la fe es, en el fondo, no reconocerme vivo en mi debilidad, y dar por concluida la sinrazón de la existencia mientras existimos. La fe no nos libra de la sinrazón automáticamente, pero nos permite continuar la investigación aún en medio de las oscuridades de ésta, con la confianza de que habrá respuesta aunque no la llegue a encontrar plenamente. La fe no sólo posibilita la investigación y la potencia, también la discierne poniendo lo que se descubre frente a la luz del amor. Puesto que la fe es poner la vida entera, con todo su vacío, en la confianza en otro, sólo puede ser Verdad lo que no rompa esa confianza que ha nacido desde el amor y desde el disfrute de ese amor. La fe se hace entonces lugar de encuentro y de discernimiento que nos une en el amor (la caridad de Agustín) con Aquel que inyecta de esperanza nuestras verdades del peregrinar.

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2,16 El Verbo pues se hizo carne y habitó entre nosotros y su nacimiento es el colirio que limpia los ojos de nuestro corazón, y así ya pueden ver su grandeza a través de sus humillaciones. El Verbo que se hizo carne, que vivió entre nosotros, es quien nos curó los ojos (...) El colirio y las medicinas no son más que tierra. La carne fue la causa de tu ceguera y la carne será la que la haga desaparecer. El consentimiento en los afectos carnales hizo que el alma fuera carne, y de ahí vino la ceguera del corazón (...) Vino el Verbo para extinguir con su carne los vicios de la carne y destruir con su muerte el imperio de la muerte.

La fe no es entonces la actitud del que se vuelca ante las cosas, ni ante sí mismo como atrapado por ellas o por su propio ser. No es ensimismamiento, ni siquiera en la "Ley divina" o en los Evangelios7. La fe es, sobre todo, el gemido que brota desde dentro y que nos habla desde el fondo del corazón. Es la llamada que nos abre la mirada hacia el sentido de lo que existe y nos sostiene para poder investigar con todo el ser y con todo el abismo que es en nuestro ser. Es esa confianza enamorada la que impulsa a desplegar todas las demás potencias en la búsqueda incansable de explicar y conocer más profundamente la Verdad. La confianza inexorable (porque el amor es inexorable como la muerte) que nos ha instalado en la verdad para ayudarnos a conocer la verdad. Nada será Verdad cuando rompa esa relación fundamental en que soy amado y amante, en que me siento unido y resignificado por el amor8. La resistencia a esa confianza gratuita que gime dentro de nosotros, apagar el gemido por considerarlo indigno de mí, es el pecado grave que cierra los ojos a la Verdad y que, como veremos después, no sólo dispone indiferencia ante ella, sino que porque es ineludible la búsqueda, se ensorbece en sí misma, al grado de disputarse el lugar con la misma Verdad. La Verdad no está lejos de ellos, pero se resisten y luchan contra ella; se cierran y rompen la unidad propuesta para convertir su vida en un ensimismarse y encerrarse para protegerse de la Verdad y de la entrega incierta enamorada que supone la seducción de la Verdad 9. Aquí entra entonces el segundo elemento determinante en la filosofía agustiniana: lo contrario de la fe no es la increencia, sino la soberbia que rompe la unión con la Verdad porque pretende matarla ahogándola debajo de sí. El que no cree y busca, no es el enemigo de la fe; el enemigo de la fe es el que creyendo rompe la unidad y destruye la caridad que obra la fe al quedarse preso en una egoísta verdad ensimismada y renuente a enfrentarse al dinamismo de la historia y miedosa del abismo primordial de la existencia humana10. Esta fe que se regala en la historia y que nos permite enfrentar la historia ya nos puede hacer sospechar lo que significa entonces abordar el Evangelio de San Juan en medio de la comunidad de Hipona. No se trata meramente de una reflexión piadosa desde un libro considerado "santo", sino 7

Muy elocuente resulta entonces el comentario de Agustín sobre los Evangelios (y los evangelistas) cuando se leen como si se buscara en ellos la Verdad literal: "Las montañas hablan sin poder iluminar. Ellas mismas, oyendo la voz de Dios, reciben la luz de la inteligencia. Aquel Juan, hermanos, que estaba recostado en el pecho del Señor, recibió lo que nos ha comunicado. Bebió del pecho divino el agua que nos ha dado a beber. Pero solamente nos dio la palabra. La intelección hay que beberla en la fuente misma en que él la bebió...llena tu corazón en la fuente donde el evangelista llenó el suyo... lo que he dicho significa que cada uno levante su corazón hasta donde llega su capacidad y entienda lo que se le dice. Alguno tal vez dirá que mi presencia está más próxima que la de Dios. No es verdad. Es mucho más íntima la presencia de Dios. Mi presencia sólo está ante vuestros ojos de carne. Dios rige vuestras conciencias. Oídme a mí con atención, pero vuestro corazón levantadle a Él: llenaréis así el vacío entre ambos." (TrEvJn, 1,7) 8

5,1 Cuando lo que se dice tiene de El (Dios) su origen, es útil para mí para ustedes. Lo contrario, cuando viene del hombre, es mentira (...) El hombre no tiene suyo propio sino mentira y pecado. Lo que hay en el hombre de verdad y justicia tiene su origen en aquella fuente que se debe en este destierro con ansia desear(...) Si, pues, el que habla mentira habla de lo suyo, el que dice verdad habla de lo que tiene de Dios. (TrEvJn 5,1) 9

Sobre el miedo de los que se resisten a la verdad: ¿Cómo puedo yo poseer el Verbo de Dios? El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso es propio, amadísimos, de nuestra pobreza e indigencia dolerse de aquellos que se creen ricos. Su gozo se asemeja al de un loco. (...) Nosotros, carísimos, que éramos locos y que, por la medicina que recibimos venida del cielo, recobramos la salud (no nos lleva el amor a lo que nos llevaba antes), no cesamos de gemir a Dios por los que aún tienen perdida la cabeza. (...) Es necesario que se miren a sí mismos y se avergüencen. Quieren verlo todo y no saben verse a sí mismos; y si alguna vez se miran, no ven sino lo que les avergüenza y llena de confusión. (TrEvJn 7,1–2) 10

Ha habido en el mundo filósofos que se dedicaban a la investigación del creador por medio de las criaturas, pues por ellas se puede conocer...no dice (san Pablo) que no conocieron a Dios, sino que conociéndolo no le dieron gracias como a Dios son debidas, antes se envanecieron en sus pensamientos, y se oscureció su corazón...creyeron virtud suya lo que veían, y su soberbia hizo que desapareciera de su vista lo que veían... Caídos ya hicieron tales excesos y cayeron por la soberbia, que les hizo creerse sabios.(...) Porque estas verdades se encuentran ya en las obras de los filósofos (Dios creador de todo), y aún la de que Dios tiene un Hijo unigénito por quien todas las cosas han sido hechas. Vieron lo que verdaderamente es, aunque de lejos. Pero se resistieron a aceptar la humildad de Cristo, que es la nave para arribar a eso mismo que de lejos vislumbraron (...) Cree en el Crucificado y podrás llegar al término. Por ti fue crucificado. Quiso darte lecciones de humildad. (TrEvJn 2,4)

de un cuestionamiento serio por lo que se refleja en la historia de esa comunidad. No es entonces un comentario teológico que explique afirmaciones teológicas escritas, sino un comentario sobre la acción histórica de Dios y de su pueblo que, a través del testimonio de algunos, se hace actual en la vida y en la historia para ser releída en el diario caminar. Agustín no pretende hacer más "sabios" a los que lo oyen, sino hacerlos verdaderos amantes de la sabiduría, saboreadores de la realidad que viven con la confianza absoluta de que gustando o disgustando, todo se puede saborear y provocar una respuesta histórica que pueda unir o desunir en la caridad. Ésta es la responsabilidad que nace de la fe: la que sabe que todo le ha sido dado, y que por todo hemos de responder, no en el juicio final meramente, sino en cada momento de la vida. Es la responsabilidad que quieren transmitir también los testigos de la fe y de la gratuidad de la fe. Creer es, en mucho, creer en los hermanos y hermanas que nos facilitan la escucha de nuestro gemido interior 11Agustín, el pastor, está intentando llenar a sus hermanos y hermanas de esa fe que los puede hacer responsables, capaces de responder ante su realidad. c) La razón que descubre al que se ama12. La respuesta que la realidad exige, ya lo hemos dicho arriba, no puede ser una respuesta desde una parte del ser humano. Lo involucra entero, porque la fe ha instalado con su dinamismo amante a la persona entera delante de su realidad y responsable de ella. En eso consiste el instalamiento en la verdad que la misma verdad ha provocado 13, y que lejos de detener el camino ensimismado en la verdad conseguida, impulsa a seguir siempre en búsqueda de un nuevo sentido en medio del dinamismo de la historia. La búsqueda que sigue, desde la Verdad en que nos hemos instalado, utiliza entonces al ser humano integral para proseguirse en el histórico caminar. No se trata de una búsqueda meramente elegida por la voluntad, sino motivada, recordémoslo, por la carencia originaria de la humanidad (que San Agustín encuentra como signo del pecado). Ha sido el pecado quien nos ha debilitado la visión para conocer la verdad de nuestra propia carencia, y es él también quien nos la presenta como tremendo mal y nos sumerge en la desesperanza. Los ojos debilitados son los ojos carnales de los que habla Agustín, aquellos que no descubren al que nos busca y nos sostiene en la búsqueda, y que nos hacen retroceder espantados de la verdad y maquinar en secreto para imponer como verdad nuestra mentira. ¿Qué remedio puede quedar al ser humano, entonces, para sostener la verdad que le sostiene? ¿La mera fe? Resultaría sólo un diálogo de sordos. No, no basta la fe. Ha de responder la persona entera. Es aquí donde se hace importante la razón. Ahora bien, habrá que aclarar que para Agustín la razón no es tan sólo para discutir con otros acerca de la Verdad, sino para irnos descubriéndonosla a nosotros mismos. Y es que el primer necio, el primer enemigo de la Verdad se encuentra en el interior de cada uno de nosotros, convirtiendo nuestra carencia en motivo de vergüenza 14. La propuesta de Agustín se trata de un 11

"Mas porque esta luz de los hombres (el Verbo), es decir, de las inteligencias, no se dejaba ver, fue necesario que un hombre diera testimonio de ella. No un hombre lleno de tinieblas, sino iluminado ya. Pero no por estar iluminado era la luz misma; daba testimonio de la luz" (TrEvJn 3,5) 12

"¿Quieres tú gloriarte en ti mismo? Eso significa que quieres crecer; pero es un mal para ti ese crecimiento. El que crece así, con justicia se disminuye. Crezca, pues, Dios, que es eternamente perfecto; crezca en ti. Cuanto mayor es tu conocimiento de Dios y cuanto más se llena de Dios el vacío de tu inteligencia, más parece que crece Dios en ti, no en sí, ya que en sí mismo es eternamente perfecto. Ayer comprendías tú una insignificancia del ser de Dios, y hoy comprendes algo más, y mañana mucho más; eso es crecer en ti la misma luz de Dios" (TrEvJn 14,5) 13

"Si vas en busca de la verdad, sigue el camino, ya que el camino mismo es la verdad. Él es el término adonde vas y por donde vas. No vas por una cosa a otra distinta." (TrEvJn 13,4) 14

"¡Cuántas necesidades de luchar por todas partes! ¡Cuántas veces el hombre, oprimido por el tedio, dice en su corazón!: ¿Qué provecho me puede venir a mí con sufrir a los que me contradicen y a los que devuelven mal por bien? Quiero yo mirar por su bien, mas ellos quieren morir. Consumo mi existencia en luchas y no tengo paz; lo que hago, además, es crearme enemigos que debieran ser mis amigos, con sólo que se diesen cuenta de la benevolencia del mira por su bien.

elevamiento desde la verdad en que estamos instalados por la misma verdad buscante en toda la realidad, hacia la verdad que nos une más plenamente a esa misma verdad. El ejercicio de razón no es un ejercicio separado del amor, sino que nace del amor en un esfuerzo enamorado de perfeccionar el amor15. Es un gran riesgo el que se toma, pero se podrá superar si no se olvida el encuentro con el amor que nos habita en la carencia, y se toma con humildad el trabajo de volver siempre a revisar la unidad enamorada que dio origen a todo el esfuerzo de la razón. La razón no es sino el momento de afinar los oídos para oír las voces interiores del amor de las que hemos oído ya el primer llamado. Sólo el corazón amante puede verdaderamente comprender, porque tiene con quien juzgar lo que comprende. El corazón frío se sumergirá tan sólo en las vanidades de su pensamiento16. La razón ahí permanece embotada y no logra verdaderamente sino hacer juegos de malabarismo peligroso, sumergiendo aún más en la desesperanza del abismo a quien no ha sabido escuchar y consentir con la voz que escucha desde dentro gimiendo en su propio gemir. Curiosamente, la propuesta agustiniana no es la poderosa razón que habita en los fuertes, sino la razón enamorada de los débiles que sabe ser sincera consigo misma y contrachecarse con aquello que le ha dado origen: la relación de amor que dio origen a la búsqueda de la razón más profunda de su amor17. Sólo es el débil quien tiene necesidad de acogerse bajo las alas de aquel que le sostiene en el vuelo que la razón enamorada se ha visto seducida a emprender.

¿Qué utilidad hay de soportar esas cosas? Volveré a mí mismo y viviré sólo conmigo mismo y llamaré a mi auxilio a mi Dios. Vuelve a ti mismo y allí hallarás la guerra. ¿Empezaste a seguir a Dios? Pues allí mismo hallarás la guerra. ¿Con qué guerra dices tú que me encontraré? "La carne apetece contra el espíritu, y el espíritu apetece contra la carne". Mira bien que eres tú mismo, y que eres tú solo, y que estás contigo únicamente, y que no tienes que sufrir a hombre alguno; pero estás viendo también en tus miembros la existencia de otra ley que resiste a la ley de tu mente y que te esclaviza a la ley del pecado, que está en tus miembros"(TrEvJn 34,10) 15

Agustín es también claro en cuanto a las posibilidades de este vuelo sobre sí mismo. No creer en nuestra capacidad de vivir a plenitud este riesgo y triunfar sobre él, es no acabar de creer en Aquel que nos busca y nos sostiene en la búsqueda. Así parece sugerirlo esta exhortación: "No creas que tu empresa es superior a las posibilidades del hombre. Esto lo realizó el mismo San Juan Evangelista. Se elevó por encima de la carne y se elevó sobre la tierra que pisaba, y se elevó sobre la mar que veía, y se elevó sobre el aire donde vuelan las aves, y se elevó sobre el sol, y se elevó sobre la luna, y se elevó sobre las estrellas, y se elevó sobre todos los espíritus invisibles, y se elevó sobre su alma con su razón misma. Después de haber trascendido todas esas maravillas y haber derramado su alma sobre sí mismo, ¿hasta dónde llegó? ¿Qué es lo que vio? En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios" (TrEvJn 20,13) 16

"La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de Dios. Por eso, al que se llegue a mí no le echaré fuera. ¿Por qué? : "No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". Yo he venido a ser humilde, yo he venido a enseñar la humildad, y yo soy el maestro de la humildad. El que se llega a mí, se incorpora a mí; el que se llega a mí, se hace humilde, y el que se adhiere a mí, será humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios. Esa es la causa de que no se le arroje fuera: estaba arrojado fuera cuando era soberbio."(TrEvJn 25,16)

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Para considerar esta atracción del amor son interesante estas palabras de Agustín que reflejan el primer acto del amor de instalarnos en sí mismos por el gusto y el placer, para lanzarnos en la búsqueda audaz del alma y la razón:"Si de una parte y de otra lo miras "nadie viene a mí si el Padre no lo atrae". No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el amor. Ni hay que temer el reproche que, tal vez, por estas palabras evangélicas de la Sagrada Escritura nos hagan algunos que sólo se fijan en las palabras y están muy lejos de la inteligencia de las cosas en grado sumo divinas diciéndonos: ¿Cómo puedo yo creer voluntariamente si soy atraído? Digo yo: es poco decir que eres atraído voluntariamente; eres también atraído con mucho agrado y placer. . ¿Qué es ser atraído por el placer? "Pon tus delicias en el Señor y Él te dará lo que pide tu corazón". Hay un apetito en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si, pues, el poeta pudo decir "cada uno va en pos de su afición", no con necesidad, sino con placer, no con violencia, sino con delectación, ¿con cuánta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo, el hombre cuyo deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida eterna, todo lo cual es Cristo? Los sentidos tienen sus delectaciones, ¿y el alma no tendrá las suyas? Si el alma no tiene delectaciones, ¿por qué razón se dice "los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas, y serán embriagados de la abundancia de tu casa, y les darás a beber hasta saciarlos del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz?". Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo. Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas, si habló con un corazón que esté del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje. "(TrEvJn 26,4)

d) Caminar del enamorado. Sostenido entonces por el amor en la búsqueda, puede el ser humano experimentar la vida y experimentarse en ella. Empieza una relación que intente transparentar el amor con el que ha sido amado a todo lo que le acompaña en el camino. El amor derramado se convierte en unión verdadera, la verdad enamorante se convierte en compañera y regalo que se ofrece a todo caminante que camina el camino con nosotros. Nada puede quedarse preso en las redes del egoísmo del ensimismamiento porque todo se ofrece. Nada es propio y todo es nuestro en la entrega plena del que ha sido instalado en la Verdad. La responsabilidad adquirida por el amor se convierte en principio de descubrimiento del mundo como amado, y el descubrimiento del amante en el mundo amado, lo hace descubrir dándose en todo lo dado a todos los compañeros del camino. Así la caridad se abre desde lo oscuro de cada uno en un consciente deseo de entregar a todos el amor que se nos ha regalado, en todo en lo que se nos ha regalado, es decir, en todo lo creado. El caminar del enamorado de la verdad se convertirá, entonces, en compromiso histórico que nace desde la experiencia profunda del amor que sigue fluyendo como gemido y búsqueda desde lo profundo del corazón. Por eso resulta insostenible, desde el pensamiento de Agustín, una postura ensimismada en sí mismo o en las cosas, como supuesto paso previo al ejercicio de la caridad. No se trata de la mera voluntad que se decide a dar de lo suyo, sino del descubrimiento de la verdad en el instalamiento en la verdad misma. La Verdad nos descubre el mundo como dado, a nosotros mismos como dados, y en ese mismo darse está nuestra perpetuidad de ser. Somos, pero somos dados, es el gran descubrimiento de la Verdad, que lo ha descubierto en su propia entrega desde el anonimato de nuestra propia intimidad. Desde ahí gime en mis gemidos por poderse dar también en mí. Desde ahí convoca a ser imitada en su infinita y eterna gratuidad. La verdad encontrada como buscante, que nos sostiene e instala en la búsqueda, nos sostiene e instala también en la historia en la postura del amante: Aquél que se ha decidido a secundar el amor que le desborda desde dentro, aun cuando "el Amor no es amado" como gritaba San Francisco por las calles de Asís, y sabe que lo habrá de hacer en resistencia. No es una decisión tranquilizante, pero sí es la decisión de quien entra en la guerra, seguro en el sostén de quien le acompaña en el batallar 18. Así la verdad no es sólo actitud intelectual sino compromiso histórico de caminar de acuerdo (o sea, con el mismo corazón, trayendo al corazón) con Aquél que se ama. Por eso la insistencia de Agustín en el amor que se muestra en las obras de misericordia. No son las verdades aprendidas las que muestran la unión con la Verdad. Hasta los demonios dicen las verdades de Dios, pero blasfeman con su vida dirá en alguna de las homilías del tratado sobre el Evangelio de San Juan. En los mismos bautizados se dan estas blasfemias vivientes contra el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. La caridad no se muestra para pacificarnos sino para afianzarnos en la batalla (la que empieza en el interior) de llevar el amor histórico de Dios para instalar la Verdad instalada en nuestros corazones, en el mundo, es decir en las relaciones históricas de los hombres y las mujeres. Es éste el sentido de nuestro peregrinar: formar la vida bienaventurada para todos y todas, donde se pueda gozar de Dios en la plenitud que va construyendo la caridad 19.

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77,5 Y ¿qué otra cosa viene a ser la frase que añadió el Señor, diciendo: Yo no les doy la paz como la da el mundo sino que yo no la doy como la dan los hombres que aman el mundo? Estos se dan la paz para poder gozar, no de Dios, sino del mundo sin las incomodidades de los pleitos y de las guerras; y cuando dan paz a los justos, cesando de perseguirlos, no puede ser paz verdadera, porque están desunidos los corazones. Pues así como se llama consorte a aquel que une a otro su suerte, del mismo modo se llama concorde al que tiene el corazón unido a otro. Y nosotros, carísimos hermanos, a quienes Cristo deja la paz y da su paz, no como la da el mundo, sino como la da el que hizo el mundo, para tener concordia, unamos nuestros corazones en un solo y levantémoslos al cielo para que no se corrompan en la tierra. 19

Nada más lejano entonces de las obras de misericordia de San Agustín, a las que en nuestros días se hacen no por un compromiso real sino para lograr esa "paz que evita las incomodidades de los pleitos y de las guerras", pero que no refleja el verdadero compromiso con la Verdad y, sobre todo, con la Verdad que se encarna en nuestra realidad concreta y en nuestra carne concreta. Renunciar a este compromiso por el miedo de "ensuciarse", de pecar o de mirar el propio pecado y

Esto nos prepara ya para el momento cumbre de la verdad hecha historia, el momento de la encarnación en Jesús de Nazaret. Si existe una filosofía cristiana, ésta debe tener como referencia fundamental a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre. Pero, ¿qué puede significar esto en un contexto donde se debe ser explícito en la separación de la revelación y del ejercicio de la razón como exigen en la filosofía? San Agustín nos da aquí la clave para poder emprender la búsqueda del rasgo esencial de toda filosofía que se precie de cristiana: la encarnación. La filosofía será cristiana cuando encuentre en la historia las razones de su búsqueda y cuando su interés se centre en aquellos que en la carne experimentan el acontecer del mundo, para amar desde ellos y su carne a tal grado que puedan lanzarse a investigar y comprometer su vida con la formación de esa vida bienaventurada para los hombres y mujeres, con carne y espíritu, de nuestro histórico mundo. La filosofía si se precia de cristiana (y creo que Agustín me secundaría en esto20), deberá ser un ejercicio encarnado; y el filósofo cristiano, el más fiel en buscar la verdad que nos pueda seguir devolviendo esperanza en medio de las contradicciones de la historia, sin que queramos huir de la historia sino enamorados, precisamente, de esa misma historia en que se revelan nuestras riquezas y nuestras pobrezas. Esa confianza enamorada que nos permite amar históricamente con nuestra radical carencia sería la actitud que marcaría al cristiano como verdadero hijo del Padre de Jesús, como verdadero ser humano. e) Tanto odio tienen a la Verdad. La vida del enamorado no se presenta entonces como la vida común de los seres humanos, aunque es, en realidad, el modo más "natural" (en el sentido que para es el que responde mejor a nuestra naturaleza). Muy al contrario es un modo de vivir en contradicción, no con la mayoría de los modos humanos de vivir(como cuando se dice que el hombre es "naturalmente" egoísta, y se justifica desde ahí la competencia como un modo de progreso; esto habría que comprobarlo, y no suponerlo desde la experiencia de nuestra propia carencia), pero sí de los modos en los que se consigue poder en el mundo. En realidad, la contradicción del enamorado de la Verdad en el mundo no es una contradicción contra todos los hombres y mujeres que se sienten subvertidos por la presencia del "bueno" o de la "buena". Es subversivo contra las prácticas con las que nos adueñamos del poder sobre los demás, con el que nos apropiamos de la vida de los demás. Es el sentido de "aborrecer el pecado y amar al pecador" de San Agustín. Estas prácticas son más evidentes en los que de hecho se han adueñado del poder, pero pueden aparecer en cualquiera, también en el "bueno" o la "buena, por eso es una batalla ineludible y una guerra desde el interior. Es ahí, donde habita la Verdad, donde se ha establecido también su enemigo: la división, que maquina la manera de matar a la Verdad. La soberbia, que habita también, por el pecado, en el interior del ser humano y que declara la guerra a nuestra carencia, es, al fin de cuentas, espíritu de posesión. La soberbia arrebata aquello de lo que la naturaleza se sabe carente y genera así la división. La lucha de la Verdad y, por ende, del enamorado de la Verdad, es la denuncia constante de los poseedores impuestos sobre los desposeídos en todas las esferas de la vida. El que conoce su carencia y ama con toda ella, se sabe desposeído y no busca poseer, sino compartirse aun con toda su carencia. No es un deseo de poseer lo que hay en el mundo el que mueve a buscar; no es esa la vida bienaventurada que no ser capaces de ponerle remedio, es renunciar a la Verdad misma y ponerse contra ella. Ahí no valen las apariencias de caridad. 20 "Sirven pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, que vaya por mis caminos y no por los suyos, según está escrito en otra parte: Quien dice que permanece en Cristo, debe caminar por donde Él caminó. Si dan pan al pobre debe hacerse por caridad y no por jactancia (...) Y no sólo el que hace obras corporales de misericordia, sino el que ejecuta cualquier obra buena por amor a Cristo (entonces serán obras buenas, cuando el fin de la ley es Cristo para justicia de todos los creyentes) es siervo de Cristo, hasta llegar a esa magna obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo" (TrEvJn 51,12). Seguir el camino de Cristo es seguirlo sobre la tierra, como se dice en otra cita "porque Cristo no abandona a los suyos" (Cfr. TrEvJn 57,2)

propone Agustín. La vida bienaventurada es la vida de la caridad donde se vive en radicalidad aquello de que lo único que justifica la propiedad es la distribución que hagamos de ella que aparece en varios sermones de Agustín sobre la pobreza y la riqueza. Es lógico, entonces, que el enamorado de la Verdad parezca estar del lado de los desposeídos y contra los poseedores. No se trata de una conciencia de "dar al otro lo superfluo" sino de saberse desposeído con él, y participar de su vida misma, a imagen de quien se encarnó y se entregó por nosotros, desposeídos. Sólo la solidaridad que nace del abandono del deseo de poseer21, puede verdaderamente reflejar la caridad que nace de la Verdad. Y así como la caridad se hace histórica en la acción solidaria y descubridora del Dios escondido en lo creado, así también la contradicción en contra de la Verdad. La mentira no es tampoco una afirmación falsa, sino un modo de actuar contrario a la Verdad. Es una maquinación asesina en contra de la Verdad. La mentira no es el error. Es el ataque concreto a la Verdad, el complot de asesinato que se va forjando por el deseo de callar, por cualquier medio, la Verdad que denuncia las obras que cierran la puerta a la unidad de la caridad. La Verdad se vuelve en este contexto peligrosa, tanto para el que la dice, como para el que la escucha. Escucharla es comprometerse a defender la vida que ella trata de sostener; decirla es estar participando ya de ese sostén. Así que el ataque contra la Verdad es ataque contra la vida en la mayor radicalidad: su mismo sostén. Tal vez por eso la crítica de Jesús va dirigida a los "hipócritas", ya que en esta categoría quedan asumidos también los asesinos que niegan la vida por medio de la mentira. Se han apropiado de la vida de los demás y se hacen llamar guardianes, convirtiendo a los demás en sus "guardados". Es el esquema esclavizante de la mentira que rompe las posibilidades de cada ser humano de buscar en su propia carencia, la responsabilidad de construir su propia vida en el eterno darse que gime desde nuestro interior. Jesús es, en este contexto, el testigo más fiel de la verdad y la víctima de los planes asesinos de la mentira. Por eso, recorrer el Evangelio de Juan, resulta para San Agustín y su comunidad releer en esas páginas su propia historia, la historia que se desarrolla entonces en Hipona del gran combate: el combate entre la Verdad que une en caridad y la Mentira que divide en privativa posesión de bienes, de prestigio y/o de poder.

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Resultan elocuentes las palabras de Agustín sobre el amor al dinero y su recto uso, no como posesión, sino como medio para seguir la peregrinación enamorada: "Pero amen conmigo. Quien ama a Dios no puede amar mucho el dinero. Yo me doy cuenta de la necesidad; por eso no he dicho que no ama el dinero, sino que dije que no lo ama mucho, ya que pueden ser amadas las riquezas, pero no con exceso. ¡Oh, si de veras amáramos a Dios no tendríamos amor alguno al dinero! Sería para ti una ayuda en tu peregrinación, no un acicate de la avaricia, del cual usarías para tus necesidades y no para satisfacer tus caprichos. Ama a Dios, si es que algo ha obrado en ti lo que oyes y apruebas. Usa del mundo, no te dejes envolver por él. Sigue el camino que has comenzado; has venido para salir del mundo y no para quedarte en él. Eres un caminante; esta vida es un mesón; utiliza el dinero como utiliza el caminante en la posada la mesa, el vaso, la olla, la cama; para dejarlo, no para permanecer en él" (TrEvJn 40,10). Pero no queda meramente en esto la reflexión, la pobreza que se pide es aun más radical, es abandonar los propios intereses (inclusive los de "ser bueno" o "ser santo") para buscar y adherirse a los de Cristo, ese Cristo que encontramos a través de los hermanos: "Sirven pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, que vaya por mis caminos y no por los suyos, según está escrito en otra parte: Quien dice que permanece en Cristo, debe caminar por donde Él caminó. Si dan pan al pobre debe hacerse por caridad y no por jactancia (...) Y no sólo el que hace obras corporales de misericordia, sino el que ejecuta cualquier obra buena por amor a Cristo (entonces serán obras buenas, cuando el fin de la ley es Cristo para justicia de todos los creyentes) es siervo de Cristo, hasta llegar a esa magna obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo" (TrEvJn 51,12)

2. "Verán al que traspasaron": Jesús, compañero peregrino. a) "Se hizo carne". "La forma del siervo". Jesús de Nazaret es punto central para la experiencia de vida de Agustín. La gran dificultad de los primeros tiempos de Agustín, en medio de las dificultades que tiene para leer la Sagrada Escritura, es la presencia del Dios encarnado y débil que le hace absurda la creencia en ese Dios. Por eso, Agustín lee su dificultad no sólo como tal, sino como pecado en donde, por su propia voluntad renuente a atender el gemido de su corazón y reconocerlo como gemido buscante, se aleja de Aquel que podría ser su salud 22. Una vez que la soberbia resulte vencida por el encuentro amoroso con el que le sostiene, su Dios ya no puede ser otro que el "humilde Jesús" que tomando nuestra carencia por entero, nos sostiene en el peregrinar hasta la vuelta a la plenitud de la caridad en el Padre. Jesús se hace, entonces, no sólo una figura de Dios, del trascendente, más o menos decorativa. Se convierte en el Dios acompañante, el Dios encarnado que asume nuestra débil condición no para llevarnos a la suya, sino para invitarnos a reconocer la bondad que nos ha creado, a confiar en ella y a emprender el camino de la caridad histórica en el sostén de quien no deja de darnos el ser. Jesús es punto fundamental no sólo para comprender la verdad en San Agustín, sino para comprender toda la historia, en la que se encuentra también la búsqueda histórica por la Verdad en la que nos ha instalado la misma Verdad. Si se ha de emprender una búsqueda histórica de la Verdad, y hemos ya dicho que la Verdad misma nos ha instalado en ella, habremos ahora de encontrar dónde en la historia se nos ha instalado, para sostenidos en esa experiencia fundamental y desde ella, podamos iniciar el camino sin separarnos de ella. Necesita ser un punto de partida histórico, pero un punto de partida capaz de acompañar el caminar del ser humano completo. Eso es lo que significa un sostén en la historia; si la Verdad en la que hemos sido instalados, por gracia y consentimiento histórico con esa gracia, ha de ser sostén en la historia, no puede ser un conjunto cerrado de cosas que creer; ha de hacerse compañera, como el demonio de Platón. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", dice Jesús, y esta afirmación es, para Agustín, el lugar que en la historia sostiene y acompaña desde la carne peregrina a la carne peregrina 23. Jesús, Dios encarnado, es el punto de referencia fundamental para buscar un lugar histórico que sostenga la verdad. La carne de Jesús es también condición de anonimato. No puede, por tanto, ser objeto de posesión. "Los caminos difíciles de la avaricia" son los caminos cansados y contrarios al camino que 22

"Es que no podía poseer a mi Dios, el humilde Jesús, porque yo no era humilde ni sabía qué enseñanza proporciona su debilidad. Porque tu Verbo, la eterna Verdad, encumbrado sobre las partes más altas de la Creación, eleva hasta sí mismo a quienes le están sometidos; pero en las partes inferiores se edificó una humilde morada de nuestro barro, con la que derribase de sí mismos a los que se le debían someter y los atrajese hacia sí, curando su orgullo y fomentando su amor; y esto, para que su confianza en sí mismos no los llevara demasiado lejos, antes se debilitasen, viendo a sus pies a la divinidad, debilitada por haber participado de nuestra túnica de piel y, fatigados, se prosternasen ante ella y ella, incorporándose, los levantase a ellos." (Conf 7,24) 23

"Si le amas, vete detrás de Él. Le amo, contestas; mas ¿por qué camino seguirle? Si el Señor Dios tuyo te hubiese dicho: "Yo soy la verdad y la vida", tu deseo de la verdad y tu amor a la vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas y te dirías a ti mismo: Magnífica cosa es la verdad y magnífica cosa es la vida si existiera el medio de llegar a ellas en mi alma. ¿Buscas el camino? Oye primero lo que te dice: "Yo soy el camino" Te dice primero por dónde se va que adónde se va. "Yo soy", dice, "el camino" ¿Adónde lleva este camino? Yo soy también la verdad y la vida. Dice primero por dónde has de ir, y luego adónde has de ir. "Yo soy el camino, y soy la verdad y soy la vida". En el seno del Padre está la verdad y la vida; vestido de nuestra carne, es el camino. No se te dice: Suda trabajando en la búsqueda del camino por el que llegues a la verdad y la vida; no se te dice eso. Levántate perezoso, el camino mismo ha venido a tu encuentro y te despertó del sueño a ti que estabas dormido (si es que te despertó): "Levántate y anda". Tal vez hagas esfuerzos por andar y no puedas, porque te duelen los pies. ¿Por qué te duelen? ¿Es, por ventura, porque anduvieron los caminos difíciles bajo el tiránico imperio de la avaricia? Pero también el Verbo de Dios sanó a los cojos. Yo tengo los pies sanos, dices tú, pero lo que no veo es el camino. También el Verbo de Dios sanó a los ciegos." (TrEvJn 34,9)

representa Cristo. Nuevamente es una contraposición entre el enamorado y aquél que busca poseer al que desea. Cristo es deseable, pero puede serlo por querer encontrar en Él lo que no se encuentra en Él: el nombre del fuerte y en el nombre su posesión. La posesión del fuerte es posesión en contra del débil, pero al ser Jesús el débil, no hay posesión posible; la única posibilidad es el amor que nace de la seducción gratuita del pobre, del que no puede ser "diferenciado de los impíos". Así es Jesús, también, la Verdad hecha camino. Ya habíamos dicho anteriormente que la Verdad no es para poseerse en la lógica de Agustín sino para amarse y seguirse, sabiéndose sostenida por ella. Es el camino de la perfecta humildad y de la perfecta confianza, es el camino que se encuentra en el Jesús histórico, el camino de quien no busca a la Verdad como una posesión con la cual pueda sentirse satisfecho, sino que impulsado por su propia carencia y su propia verdad se une a los desposeídos para construir en solidaridad una tierra donde lo que sea pleno sea la caridad. Tomar a Jesús como posesión para llenar los vacíos personales, es no acabar de gustar al Salvador vivo en nuestras intimidades y caer en la soberbia asesina que únicamente desea asegurarse en el poseer. b) "Rey que había de dar el reino a los hombres" Este modo de ser del Cristo de Agustín se muestra principalmente en su manera de ser rey. Para Agustín y para los de su tiempo, la figura del rey es una figura de poder casi total. El emperador romano y los reyes bárbaros que ya empiezan a instalarse en diversos lugares del imperio son la figura del poder llevado a su máxima expresión, la posesión extrema de todo en las manos de uno solo. Cuando Jesús dice que su reino "no es de este mundo" frente a aquél que representa ese poder total de opresión, Agustín aprovecha para mostrar la verdadera esencia del reinado de Jesús, y en éste, el verdadero deseo de reinar de Dios. El reino de Dios es reinar para entregar a los hombres el reino. Esta visión del reino resulta de la desposesión fundamental que implica nuestra carencia histórica originaria. La figura del rey es una figura lejana a los honores y a la posesión, y cercana hasta el extremo a la carencia hecha historia. Cristo, como rey, es el rey que vive su realeza en medio de su reino, y con ellos reina sin reinar. Ésa es la característica fundamental del reinado de Jesús que propone Agustín: es el reino de los que reinan sin reinar; Dios es, entre ellos, el primero de los que reinan sin reinar. La pobreza de Dios en la pobreza de los que son su reino se convierte en el sostén de los pobres para seguir la peregrinación que haga finalmente reinar a los que hoy reinan sin reinar24. Esta presencia reinante (sin reinar) de Cristo en medio de los suyos nos habla también de la otra característica que encontrábamos del camino a la verdad, ahora historizada en Cristo: ¿cómo se puede amar a un rey así, si no es por el deseo enamorado de compartir su desposesión y la de los suyos hasta la más plena radicalidad? Esto empieza a apuntar ya lo que he llamado (siguiendo la 24

Hay numerosas referencias a este modo de reinar de Dios y de los cristianos en el mundo. Cito sólo una que me parece nos puede hablar de esa "pobreza tan vasta" (la de Dios), como la llama Agustín:" Este es el reino de los cielos del cual se dice que es semejante a un hombre que siembra buena semilla en su campo. Esa buena semilla son los hijos del reino, que ahora están mezclados con la cizaña, pero en el fin del mundo el Rey mismo enviará a sus ángeles para recoger de su reino todos los escándalos. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. El reino brillará en este reino cuando el reino venga al reino, que ahora pedimos diciendo: venga a nos el tu reino. Ya ahora es llamado reino, pero aún será convocado; porque si no fuese reino, no diría: recogerán de su reino todos los escándalos. Más aún no reina este reino. Y así, de tal modo es reino que, cuando de él se hayan recogido los escándalos, entonces llegue al reino, para que no tenga sólo el nombre, sino también la potestad de reinar. Entonces a este reino, colocado a la derecha: se le dirá: vengan benditos de mi Padre, a recibir el reino, es decir, quienes eran reino sin reinar, vengan y reinen, para que lo que eran en la esperanza lo sean en la realidad. Esta casa de Dios, este templo de Dios, este reino de Dios y reino de los cielos aún se está fabricando, aún se está construyendo, aún se está preparando, aún se está congregando. En él habrá habitaciones, como las está preparando el Señor (...) Vaya pues el Señor a prepararnos el lugar; vaya para que no le veamos; escóndase para que en El creamos. Se prepara el lugar viviendo de la fe. Deseémosle por la fe para tenerle por el deseo, porque el deseo de amar es la preparación de la mansión." (TrEvJn 68,2). Cfr. TrEvJn 13,5; 115,2; 124,5.

expresión de Ignacio Ellacuría) un lugar que, en la historia, da verdad. Hemos dicho ya que Agustín nos propone al amor que cree en su amado como el que nos instala en la Verdad para comprometernos históricamente con ella; hemos hablado también de la desposesión que esta Verdad exige como actitud histórica para seguir el peregrinar y del riesgo inaudito de absolutizar la verdad descubierta, por encima de la Verdad que sigue en la historia gimiendo en nuestro interior. Pero se nos propone lo que esa actitud histórica puede suponer al hacerse acción histórica: hemos sido instalados al lado de Cristo, de este Cristo rey que reina sin reinar, para acompañarle en su desposesión, en su peregrinar movido por el amor gratuito hasta la plenitud de la caridad. Es decir, por la caridad que se ha derramado en nosotros, la que ha derramado el mismo Cristo en su desposesión, se nos impulsa a crecer en caridad, en unidad con el Cristo desposeído históricamente y poder así contemplar la Verdad. Por eso la apuesta por la verdad de Agustín no es una posesión de la verdad que pacifique al corazón, sino el descanso de "estar" con el que es la Verdad, y que se sigue haciendo historia como verdad encarnada desde la desposesión, que es la verdad más verdadera de nuestra humana condición. Sólo desde el reino se puede mirar la verdad. Siendo el amor capaz de discernir para no romper esa unidad que se ha formado con la verdad, es necesario que la unidad se muestre históricamente y se sostenga históricamente por gracia y consentimiento históricos. Dios se sigue dando en nuestra carne, es el sentido del Cristo resucitado que "no abandona a los suyos". Nosotros seguimos respondiendo a ese Cristo en la unión con aquéllos, los suyos, los que siguen desposeídos con Él en medio de la historia, para intentar unir en la caridad que nace de la desposesión, lo que hemos desunido por la soberbia de la posesión. La verdad se contempla desde la desposesión histórica, desde el histórico abandono, y el camino que ha de seguir el hombre entero enamorado de la verdad buscante, e instalado y sostenido en ella por la confianza en quien nos ha buscado, ha de ser camino en la desposesión amante del que sabe acompañar. Por eso es Cristo desposeído el criterio de juicio para seguir el camino del enamorado de la Verdad. c) "Lo verán así:" el juicio del siervo. El momento en que la verdad histórica se revela en plenitud es el momento del juicio final. Sin intentar hacer una exégesis del pasaje de Mateo 25, Agustín aprovecha el comentario para mostrar lo que piensa él es la plenitud de la verdad mostrada a la humanidad. Vale la pena citar el comentario completo (que aparece en el Tratado del Evangelio de San Juan): "El Padre no juzga a nadie, sino que dio al Hijo todo el juicio". Se dice esto porque en el juicio no se mostrará a los hombres sino el Hijo. El Padre no se hará visible; el Hijo, sí. ¿Qué es lo que se hará visible en el Hijo? La forma en la que subió. La forma de Dios está oculta con el Padre; la forma de esclavo es la que se hará visible a los hombres. "El Padre", pues, "no juzga a nadie sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo", pero de juzgar pública o visiblemente. En este juicio visible juzgará el Hijo, porque Él es el que se nos aparecerá a los que han de ser juzgados...Vendrá, pues, así, en forma humana. Los impíos la verán, y la verán los que están colocados a la derecha, y la verán también los separados a la izquierda; así es como está escrito: "Verán al que traspasaron". Si verán al que traspasaron, verán el mismo cuerpo que atravesaron con la lanza: la lanza no hiere al Verbo. Los impíos sólo verán lo que pudieron herir. Al Dios oculto en la carne no lo verán. Sólo lo verán después del juicio, los que estén a la derecha"25. Como se puede ver por el comentario de Agustín, la plenitud de la revelación de la verdad no está en la revelación del Padre sino en la del Hijo. Es, nuevamente, la plenitud de la revelación de la verdad hecha historia entre nosotros. Y se hace aún más importante el considerar la forma en que el Hijo se presenta delante de nosotros en ese momento cumbre de la revelación de la historia: la forma del siervo. Esta idea acompaña todo el pensamiento de San Agustín sobre la encarnación y, como hemos visto, también su idea sobre el reino. Es el siervo quien se presenta ante toda la humanidad, es a Él a quien contemplamos. La gloria de Dios se muestra en el siervo y en el siervo 25

TrEvJn 21,13

maltratado, desposeído. En Él contemplan los justos al que se ha convertido en su sostén desde su flaqueza26. Reconocen en Él a quien gratuitamente los ha buscado en la indigencia, al que los sostiene en la vida y no los dejará de sostener. Mirarlo a Él es mirar al que plenifica todas las búsquedas en la libertad plena para seguir buscando las mejores formas de unirse en caridad los unos con los otros. Todo es entonces superfluo cuando no es para servir a Aquél que se ha entregado tan gratuito, por eso todo puede ser obsequiado a los pies del Señor que andan por el mundo y que necesitan tu superfluo 27. Ésa es la única buena vida; aquella que sabe dar testimonio histórico de la verdad que se ha hecho historia como caridad desde la desposesión total. La visión de los injustos es distinta. No contemplan otra cosa; es el mismo siervo quien se les presenta. El siervo maltratado. Pero en su caso, este siervo no es sostén sino testimonio fehaciente de su propia soberbia y su propia maldad. No quisieron ser desposeídos por el amor y desearon poseer por sus propias fuerzas. No creyeron en el sostén que se ofrecía a su indigencia y quisieron hacerse ricos y fuertes en contra de sus hermanos y hermanas (lo hayan logrado o no), arrebatando para sí lo que era nuestro. El maltrato del siervo es resultado de su avaricia, y la avaricia ciega. No es la fe la que cierra los ojos a la verdad, sino la avaricia que nace de la soberbia la que instala al hombre en la plena inseguridad que lo hace defenderse en contra de los demás. Contemplan al siervo y ven al que traspasaron, y al que habiéndolo traspasado no quisieron ver en él su propia pobreza, su propia herida, para unirse a los heridos históricos de nuestra propia maldad. Los injustos contemplan su obra y desesperan en ella. La debilidad de su vista se horroriza ante el siervo maltratado por sus crímenes, pero no pueden aceptar hacerse responsables de su propia indigencia y prefieren seguir huyendo e hiriendo al indigente que les recuerda su profunda pobreza. La injusticia no es sólo, entonces, fruto de la maldad, sino de la mentira que nos ha privado de contemplar la verdad que gime con el gemido histórico de nuestros corazones ante la visión del siervo maltratado. La visión, como a Agustín, deslumbra la debilidad de su visión, pero para ellos no hay amor sino solamente horror porque no se atreven a unirse a esa indigencia por la caridad que gime en su corazón28. Pero este juicio que plenifica la revelación de la verdad, no es un juicio extrahistórico. Es el juicio de la historia y Agustín hace claro su punto de vista al poner como lugar del juicio al Crucificado que muere en el Gólgota, víctima de la ceguera de la soberbia miedosa de ser desposeída. Es la cruz del Crucificado la que se convierte en tribunal, donde el juez no es quien condena por una sentencia, sino que se muestra y provoca una respuesta que puede ser plenitud o eterna huida de sí29. La verdad que se muestra como premio de la fe, es la verdad que se muestra en la cruz del Crucificado, del que puede ser sostén en la lucha histórica desde la desposesión por la unión en caridad de todos los desposeídos. Pero al mostrarse así puede ser rechazado el sostén por aquellos que quieren obstinadamente perdurar en su deseo de poseer, hasta el grado de insultar a la verdad que así se les presenta en los demás. La derecha y la izquierda son las dos actitudes ante la 26

"No debo contentarme con admirarle, tengo el precepto de imitarle (...) ¿Qué significa esto? ¿Por qué mandas que te siga mi alma, cuando veo turbada la tuya? ¿Cómo podré yo sufrir lo que infunde pavor a tu fortaleza? ¿Qué apoyo he de buscar si la piedra fundamental sucumbe? Pero en mi meditación me parece oír la respuesta del Señor que me dice: me seguirás más decidido, porque yo me interpongo para que tú seas más fuerte; oíste la voz e mi fortaleza a ti dirigida, oye en mí la voz de tu flaqueza; te doy fuerzas para que corras, y no freno tu velocidad, sino que trasplanto en mí tu temor y te abro camino para que pases. ¡Oh Señor, mediador, Dios sobre nosotros, hombre por nosotros! Reconozco tu misericordia, porque, siendo tú tan grande, te turbas libremente por tu caridad, para consolar a los muchos que en tu cuerpo son turbados necesariamente por su flaqueza, a fin de que no perezcan desesperándose." (TrEvJn 52,2) 27

Cfr. TrEvJn 50,7 Cfr. Conf L.7, n.16. 29 "A Cristo, en efecto, no se le diferenció de los impíos, sino que se le juzgó con ellos; estaba escrito ya de Él: "se le contó entre los impíos". Al ladrón se le dio libertad, a Cristo se le condenó. Recibió perdón el criminal, y es condenado el que perdonó los crímenes de todos los que hicieron confesión de ellos. Sin embargo, si miras bien, la cruz misma es un tribunal: el juez, puesto en medio; un ladrón que creyó, cobra la libertad, y el otro, que perduró obstinadamente en los insultos, fue condenado. Signo ya de lo que había de hacer con vivos y muertos: colocará a unos a la derecha y otros a la izquierda." (TrEvJn 32,1) 28

verdad: la actitud enamorada del que conoce su indigencia, pero se sabe buscado en ella y capaz de buscar sostenido en el amor gratuito de quien lo busca, es la actitud de la fe de la que ya hemos hablado, pero ahora historizada cuando te sale al encuentro el que te busca en el que es indigente como tú; y la actitud del soberbio que desespera ante su propia indigencia al grado que intenta cubrir sus desnudeces con las carnes de los demás, haciéndose aun más indigente en su vano afán. La revelación de la verdad es juicio de la propia actitud formada en el interior, y es a este juicio al que debe acudir la razón que investiga lo que la fe busca para saber si sigue aun en el camino de la verdad, el camino en que lo ha instalado la Verdad. d) "En el seno del Padre está la verdad, pero hecha carne es camino" La verdad hecha carne es camino dice San Agustín y, como hemos visto, es camino histórico que implica solidaridad desde la indigencia con el indigente. Ésa es la caridad que puede ser sostén de nuestra indigencia para poder seguir amando y seguir buscando mejores formas de amar. Ése es el quehacer de la razón, que necesita volver constantemente al tribunal de la historia, a la cercanía del siervo maltratado, para juzgar desde ahí su caridad y su justicia; la razón debe juzgar si sigue aun dando gracias a Dios como a Dios son debidas las gracias 30, no por tener más, sino por perseverar en la verdad de su propia indigencia que le acerca a la unidad con los que son indigentes también y viven desde la desposesión que comparte el compromiso histórico de hacer de la vida bienaventuranza. La verdad que está en el Padre es esa infinita caridad que se hace histórica en forma de gracia, en forma de siervo. Esa verdad no deja al Padre para vivir en medio de nosotros, ni regresa a Él dejándonos a nosotros; si decíamos que la Verdad que nos busca nos instala en la verdad para, sostenidos por ella, podamos continuar en la búsqueda de la verdad, la verdad que sale del Padre para encarnarse en medio de nosotros, nos instala en la misma caridad de la Trinidad, para sostenernos en la búsqueda de convertir nuestra vida en histórica y plena caridad. Es así como se prepara la mansión, con gracia y consentimiento históricos, en que habrá de vivir Dios con nosotros. Pero esta verdad sigue presente entre los suyos, como los suyos. La verdad sigue encarnada. Para Agustín la ascensión de Jesús no es el abandono del Dios encarnado para volver a ser el Verbo de Dios. Eso sería lo que proponen las herejías. Jesús no ha dejado de ser Verbo, y el Verbo no ha dejado de ser carne, de hacerse carne. La nueva presencia de Jesús es presencia escondida. El Dios que "hace signo" como decíamos al inicio de este trabajo, no ha dejado de hacer signo. Jesús de Nazaret es signo de Dios, el más pleno, el que manifiesta todo lo que se puede manifestar de Dios, pero sigue siendo signo escondido en nuestra historia. Como hemos dicho, Jesús es puntal de juicio para nuestra caridad, pero el juez sigue escondido en la carne que vemos en la cruz, la carne crucificada de los hombres y las mujeres que sufren las consecuencias de la soberbia que mueve a posesión. Por eso, la mansión se prepara por la fe 31. Es el compromiso histórico que nace del amor confiado en quien me sostiene en mi indigencia, el compromiso que hace la caridad, el que va preparando la mansión donde habremos de compartir en plenitud la caridad de Dios. Ahora deseamos amar en la vida junto a los que han sido desposeídos por la soberbia compartiendo históricamente la desposesión. Nuestro amor se va juzgando frente al siervo maltratado, frente a nuestra responsabilidad de su maltrato y el deseo aun vivo de terminar con el maltrato (el que nosotros infligimos, o el que hacen los demás) desde la unión histórica con él. San Agustín lo dice 30

Ése es el fallo que Agustín encuentra en los filósofos: " Ha habido en el mundo filósofos que se dedicaban a la investigación del creador por medio de las criaturas, pues por ellas se puede conocer...no dice (san Pablo) que no conocieron a Dios, sino que conociéndolo no le dieron gracias como a Dios son debidas, antes se envanecieron en sus pensamientos, y se oscureció su corazón...creyeron virtud suya lo que veían, y su soberbia hizo que desapareciera de su vista lo que veían... Caídos ya hicieron tales excesos y cayeron por la soberbia, que les hizo creerse sabios.(...) Porque estas verdades se encuentran ya en las obras de los filósofos (Dios creador de todo), y aún la de que Dios tiene un Hijo unigénito por quien todas las cosas han sido hechas. Vieron lo que verdaderamente es, aunque de lejos. Pero se resistieron a aceptar la humildad de Cristo, que es la nave para arribar a eso mismo que de lejos vislumbraron (...) Cree en el Crucificado y podrás llegar al término. Por ti fue crucificado. Quiso darte lecciones de humildad" (TrEvJn 2,4) 31

Cfr. TrEvJn 68,2

mejor, "trabajen para ser de estos miembros"32 (los perseguidos por la soberbia del mundo); ése es el deseo del cristiano que se sabe sostenido en su indigencia fundamental para luchar por un mundo donde la verdad brille sobre los hombres y las mujeres y se haga posible la verdadera caridad. El compromiso histórico por la Verdad se convierte, entonces, no sólo en un compromiso histórico personal con Jesús Crucificado (en una espiritualidad intimista y en una conciencia del mundo poco realista), sino en un compromiso verdaderamente histórico, encarnado en la tierra donde se recibe la fe, se ama al que nos busca y nos entregamos en caridad. Hemos de considerar, para terminar esta investigación de lo que la búsqueda de la verdad significa en San Agustín, investigando qué significa todo esto en el lugar donde Cristo se hace presente en la historia, de acuerdo con el mismo Agustín: los miembros de Cristo que andan sobre la tierra, es decir la comunidad de hombres y mujeres que comparten la misma fe 33. Es la comunidad histórica de los que comparten la fe, la que puede ser oportunidad de mostrar la verdad histórica que se va encontrando, y compartir la creencia que nos sostiene en la búsqueda, a través del ejercicio plenificante de esa misma verdad: la caridad hecha historia de solidaridad con los desposeídos por la soberbia. 3. El Cuerpo que peregrina: Verdad, Comunidad y Caridad. a) "El quejido del pobre". El Tratado sobre el Evangelio de San Juan, como la gran mayoría de los escritos pastorales de Agustín, hace un fuerte énfasis en la unidad de la Iglesia como un solo Pueblo de Dios. Generalmente, se ha visto a este tratado como una de las bases teológicas para pensar la unidad de la Iglesia, en contra de la división de las herejías, teniendo delante la unidad de la Trinidad (El tratado es contemporáneo de De Trinitate y La Ciudad de Dios). Pero el enfoque apologético con el que se ha querido abordar este punto tan importante de la obra, pude provocar una especie de miopía de los aspectos tan radicales que trae el planteamiento agustiniano, y que tienen que ver con el compromiso de esa Iglesia histórica por mantener la unidad en medio de las diversidades, no sólo las que supone la aparición de las herejías, sino otras más fundamentales: las diversidades de pensamientos en la Iglesia Católica y, sobre todo, la diferencia de cristianos acomodados en la sociedad de Hipona y del África del Norte, y la situación de los perseguidos y pobres en las comunidades. Durante el desarrollo del Tratado del Evangelio de San Juan encontramos varias referencias a la comunidad que manejan diferentes concepciones de dónde se encuentra la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo que está disperso en el mundo 34. Es esta dispersión la que constituye su catolicidad. La catolicidad que Agustín entiende como tal, no está en el cumplimiento de las normas o en el seguimiento estrecho de la autoridad de los pastores, sino en la dispersión de los miembros del cuerpo en el mundo, de manera que la Iglesia no puede decirse perteneciente a algún pueblo en especial sino que está enraizada en algo fundamental del hombre mismo (como lo es la 32

"Acaban de oír en el salmo el quejido del pobre, cuyos miembros padecen persecuciones por toda la tierra hasta el fin del mundo. Trabajen con denuedo, mis hermanos, para conseguir la unión con estos miembros, para ser de estos miembros (...) No cesa el enemigo en sus persecuciones. Cuando no se ensaña a las claras arma asechanzas. ¿Qué es lo que hace pues? Obra con ira y fraudulencia." (TrEvJn 10,1) 33

"Vengan al reino que no es de este mundo: vengan llenos de fe y no le persigan llenos de temor (...) Aquí (en los cristianos en el mundo) está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la cizaña hasta la época de la siega(...) Sin embargo, no es de aquí, porque es peregrino en el mundo (...) Del mundo eran cuando no eran su reino, y pertenecían al príncipe del mundo. (...) Por El (Cristo) Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasplantó en el Reino del Hijo de su amor" (TrEvJn 115,2) 34

"La cabeza de la Iglesia está en el cielo después de la Ascensión; su cuerpo, en cambio, está en toda sobrehaz de la tierra. Nos puede decir que está aquí o allí porque está en todas partes." (TrEvJn 65, 1)

respuesta al gemido interior de la paloma que nos pone delante de Cristo Jesús que, siendo hombre, se hace camino)35. La autoridad, la jerarquía y hasta las fórmulas que nos ayudan a expresar la fe se convierten en vínculos para fortalecer la unidad desde esta diversidad, es el reconocimiento conjunto de que lo que nos hace uno es la fe en Cristo Jesús. Es en este punto donde quiero centrarme para seguir la búsqueda de un lugar histórico que sea referencia de juicio para la verdad. Hasta ahora lo hemos encontrado en el Crucificado como cabeza de la Iglesia, ésa que está en el cielo, pero hay que buscar también al Crucificado entre los miembros dispersos por el mundo que forman su cuerpo. Cristo es uno y el compromiso con la cabeza no será tal sin el compromiso con el cuerpo. Es la manera agustiniana de entender aquello de "no puedes amar a Dios a quien no ves si no amas a tu hermano que ves" de la Primera Carta de San Juan. Esta unidad de Cristo, que es reflejo de la unidad de la Trinidad que la Iglesia histórica debe vivir, es el vínculo radical de unidad: Cristo es uno en su cabeza y sus miembros por el amor, lo mismo que es uno con el Padre y el Espíritu por el amor; así también es la caridad la fuente de unidad de toda la Iglesia, y esta caridad no limitada a "limosna" o a "los que tienen menos que yo" (que sería falsear la caridad de la Trinidad, donde las 3 personas se aman en absoluta gratuidad, la de Cristo, si se enfatizara sólo el aspecto de abajamiento sin hacer el mismo énfasis en la gratuidad que mueve su redención que es verdaderamente invitación a seres libres, y no fruto del deseo de Dios de ajustar cuentas y apaciguarse con nosotros a través del sacrificio del Hijo). La caridad que debe practicar la Iglesia es aquella que le permita mantener siempre esa unidad con Cristo–cabeza y entre ellos que son Cristo–cuerpo disperso, y esta es una tensión histórica que mostraremos en los apartados siguientes para la Iglesia histórica. El gemido de la paloma en el interior de cada ser humano se convierte en un quejido desde el seno mismo de la Iglesia que suspira por la unidad. "Que todos sean uno en la Verdad" es el mensaje de todo el Evangelio de Juan nacido, como el Tratado de Agustín, entre herejías y diversidad de pensamientos. Pero la verdad de Juan y de Agustín no está en un conjunto de mandatos, credos, etc. escritos en algún código o en la misma Escritura (que es muda cuando Dios no ilumina desde dentro el humano entender). La verdad se encuentra encarnada y viva, presente en el mundo por la palabra de los testigos, pero también por su presencia en el cuerpo al que le dice "Sígueme" 36. Es la Iglesia en seguimiento la que capta, ahora como comunidad, el gemido del Espíritu en su interior, "el gemido del pobre", el de los miembros que sufren las persecuciones en el mundo por parte del enemigo que divide con sus artes de fraudulencia. La convocación de Agustín es clara: "trabajen con denuedo para conseguir la unión con estos miembros, para ser de estos miembros" 37, 35

"Su catolicidad o universalidad (la de la Iglesia) es espacial y temporal. Este cuerpo místico o esta iglesia (asamblea) es por excelencia la católica. No es local o parcial, como los cismas, ni propia o exclusiva de tal raza o de tal país, sino propia del hombre en cuanto tal" (TrEvJn 65,1) (sigue del anterior). Sólo estas palabras podrían hacernos pensar en la justicia de imponer una visión occidental de lo que debe ser la Iglesia a pueblos que van desarrollando, desde sí mismos, maneras de expresar su fe en Jesucristo y de vivir la caridad entre los hermanos. 36

El cuerpo figurado por el Pedro del último capítulo de San Juan como lo muestra Agustín en estas palabras: "Mas esta Iglesia, figurada por Pedro, mientras vive entre males, amando a Cristo, se libra de los mismos males. Y le sigue más de cerca en la persona de aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte (...) hay otra vida inmortal, en la que no hay males; allí veremos faz a faz lo que aquí vemos en espejo y figuras cuando se ha progresado mucho en la verdad. Así pues, la Iglesia tiene conocimiento de dos vidas que le han sido predicadas y encomendadas por divina inspiración, de las cuales una vive en la fe y la otra en la contemplación; la una en el tiempo de la peregrinación, la otra en la eternidad de la mansión; la una en el trabajo, la otra en el descanso; la una en el camino, la otra en la patria; la una en el trabajo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación...la una socorre al necesitado, la otra está donde no hay necesitados...la una debe discernir entre el bien y el mal, la otra sólo contempla el bien; en conclusión, la una es buena, pero aún llena de miserias; la otra es mejor y bienaventurada.(...) Pero nadie separe a estos dos insignes apóstoles (Pedro, que figura la Iglesia que vive entre males y Juan, que figura la Iglesia bienaventurada de la contemplación). Ambos estaban en lo que Pedro representaba y ambos en lo que Juan figuraba. En figura le seguía aquél y permanecía éste; mas por la fe ambos soportaban los males de la miseria, y ambos esperaban los bienes de aquella bienaventuranza. Y no sólo ellos, sino toda la Iglesia de Cristo, hace esto para verse libre de estas tentaciones y guardarse para aquella felicidad." (TrEvJn 124,5,7) 37

TrEvJn 10,1

y no es un mensaje dirigido a otros que a sus feligreses de la iglesia de Hipona. Es un mensaje para los católicos, y es el camino que la Iglesia ha de peregrinar en adelante: la escucha del gemido del Espíritu en el gemido de los miembros perseguidos, la Iglesia encuentra la voz de Aquel que es su cabeza y con la que debe unirse en la misma suerte y en un mismo corazón. Es, por ello, que el mandato de Jesús no es solamente seguirlo sino imitarlo, no en el poder sanador de los enfermos sino en la enfermedad misma que quiso padecer con los miembros enfermos de su propio cuerpo. Es el llamado a la comunidad de encarnación, como posibilidad de contemplar la verdad y de seguirla como camino hacia la Verdad donde "nadie tendrá que llorar". b) "Los miembros de Cristo que padecen". Hay que profundizar ahora en los miembros de Cristo que padecen para saber a quiénes se está refiriendo Agustín cuando habla de ellos y si podemos encontrar alguna nota común que los identifique. Vale la segunda pregunta por la respuesta que damos a la primera. Cuando Agustín usa esta misma expresión lo hace mirando a diversas personas de la comunidad: cuando se refiere a los pobres ("los pies del Señor que andan por el mundo" 38), cuando habla de los mártires y los perseguidos (como en la cita que comentábamos arriba), cuando habla de todos los seguidores de Cristo (como cuando habla del Reino), de los que han recibido el Espíritu, etc. Procedamos, entonces, a buscar la manera como estos miembros quedan asociados a Cristo para encontrar la característica radical que los une y los hace ser su presencia en medio del mundo. Nuevamente, la clave parece estar en la caridad, no la que se hace con ellos, sino de la que ellos son figura: la caridad de Cristo con nosotros al hacerse carne para hacer escuchar el gemido de la paloma desde el fondo mismo de la historia. Ésa es la identificación primaria que podemos encontrar en Agustín. No se trata de una identificación por méritos, sino una identificación en la desposesión histórica39. Es el bien que Dios saca del mal, no como consuelo, sino para producir vida en una heroica resistencia, desde el fondo de nuestra historia, contra nuestra histórica maldad40. Es la unión de la que participan los pobres (desposeídos no sólo de lo necesario por los que se apropian de ello como superfluo41, sino de las facilidades para no desesperar en el camino hacia la vida bienaventurada42), los perseguidos (desposeídos de casa y seguridad para compartir el "no tener donde reposar la cabeza"), los mártires (desposeídos de la vida por defender con 38

TrEvJn 50,7

39

Lo histórico de esta desposesión en la siguiente cita: "Con tu buena vida sigue las huellas del Señor. Sécalos con tus cabellos: si tienes cosas superfluas, repártelas a los pobres, y así enjugas los pies del Señor, ya que los cabellos parecen ser lo superfluo del cuerpo. Tienes en qué emplear lo que te sobra: para ti son cosas superfluas, mas son necesarias a los pies del Señor. Sin duda los pies del Señor que andan por el mundo, las necesitan. ¿De quiénes, sino de sus miembros ha de decir en el fin del mundo: Cuando lo hiciste por uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste? Distribuiste lo que te sobraba en obsequio de mis pies." (TrEvJn 50,7) 40

Interesante considerar aquí la interpretación de Agustín sobre el pasaje de la Tempestad (muy cercana a la Ciudad de Dios): "Y , sin embargo, las tribulaciones son tantas, que aún los mismos que creen en Cristo y que ponen todo su empeño en perseverar hasta el fin quedan aterrados por el temor de desfallecer. Nuestro Señor Jesucristo pisa sobre las olas y aplasta las ambiciones y grandezas del siglo, y, el cristiano, sin embargo, tiembla de espanto. ¿Es que todo esto no se le ha predicho? Con razón temieron viendo a Jesús caminar sobre las olas. Lo mismo que los cristianos, que aunque tengan puesta la esperanza en el siglo futuro, cuando ven que se aplasta la grandeza de este mundo se inquietan mucho por la tribulación de las cosas humanas. Abre entonces el Evangelio, abren las Escrituras, y ven que todo está allí profetizado; y es el Señor el que hace todo esto. Abate el orgullo del siglo para ser glorificado por los humildes...Quisieron ellos recibirle en la barca, sabiendo ya quién era, llenos de gozo y tranquilizados ya. Y al momento la barca llegó a la ribera adonde se dirigían. Se llegó, por fin, a la tierra: de lo líquido a lo sólido, de lo inestable a lo firme, del camino al término." (TrEvJn 25,7). En Agustín, la Providencia está actuando en la misma historia, aun cuando los que hacen la historia no sepan cómo está actuando en ellos la Providencia y los que creen que actúan por la Providencia no sepan que actúan contra ella. 41

42

Cfr. Nota 39

Como recuerda Juan Crisóstomo y otros padres de la iglesia en su comentario a la parábola de Lázaro: la virtud de Lázaro (su consentimiento con la gracia divina que se le da) es la de seguir creyendo en Dios en medio de la pobreza provocada por el egoísmo del rico que banquetea.

denuedo a los miembros de la comunidad con los que se encontraban unidos, aquellos en quienes peligra la vida y su realización como tal en la plenitud de la bienaventuranza). Es compartir también la más profunda verdad del ser humano y de la asamblea que es la Iglesia: estamos en peregrinar, y el camino se sostiene en la esperanza que nos da lo que creemos. El amor en el peregrinar se mantiene, entonces, a fuerza de paciencia y de entrega, de la que estos miembros son figura 43. Es en ellos en quienes se puede encontrar, en la mezcla que es la catolicidad, el fermento que sigue presente en la mezcla; es el trigo en medio de la cizaña 44, no por sus propios méritos sino por la gracia de Cristo que ha querido asociarlos con Él y ayudarlos a consentir con esa gracia. Estos no son entonces, solamente, testigos de la verdad, como profetas, sino que son, como Cristo que se ha asociado con ellos, lugares de verdad. Ellos son el lugar donde gime la paloma: el "más íntimo que yo mismo" de la asamblea. Es el lugar a mirar En el caminar histórico de la comunidad es a estos lugares a donde puede volver la mirada en el arrebato de misericordia y caridad que nace de escuchar el gemido de la paloma que llora en el interior de cada ser humano. Es esta misericordia y caridad la que Agustín quiere provocar en sus oyentes cuando les recuerda "el gemido del pobre" y cuando recuerda a los que gimen que, por amor a sus hermanos, han de mantener, como actitud de combate contra su propia debilidad que se cansa de luchar 45, el gemido en paciencia ardorosa y activa en el trabajo por unir a todos los miembros del cuerpo místico en una misma caridad. No es posible falsear esta caridad, porque el mismo lugar de verdad que son los crucificados en el mundo desenmascara el engaño: no se trata de hacer caridades con los pobres, sino de vivir en caridad con ellos, compartiendo todo lo nuestro con ellos, para compartir también lo que es propio de ellos: su identificación profunda con Cristo en el que gime (en el mundo) el Espíritu46. Responder a ese Espíritu trae como resultado la comunión. Los intentos de hacer caridad que no construyen esa histórica y estable caridad (porque la caridad dura por siempre), son falsa caridad. Así es como los "pequeños" de Cristo son la figura histórica del siervo maltratado que juzgan la historia con sus gemidos, tratando de atraerla a la caridad47.

43

Este binomio paciencia–entrega parece ser el verdadero sentido de la palabra "paciencia" en el contexto de Agustín: por nuestra carencia originaria y por el pecado, la vida nunca es absolutamente plena mientras se encuentra uno en el camino, en ardorosa entrega; pero lo entrega puede traer consigo desesperación, cuando no resulta en bienes sino en sufrimientos. Entonces la paciencia se convierte en el sostén de la entrega, ya que es la confianza absoluta puesta no en mi pelear ni en lo justo de la pelea misma, sino en el amor que me ha unido con el que pelea junto a mí. La paciencia nos une así a Cristo que sigue luchando en sus miembros, aun en medio de los sufrimientos, y a esos mismos miembros que siguen luchando con Cristo. (Cfr. TrEvJn 60,3; 116,1; 124,5) 44

"Este es el reino de los cielos del cual se dice que es semejante a un hombre que siembra buena semilla en su campo. Esa buena semilla son los hijos del reino, que ahora están mezclados con la cizaña, pero en el fin del mundo el Rey mismo enviará a sus ángeles para recoger de su reino todos los escándalos. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. El reino brillará en este reino cuando el reino venga al reino, que ahora pedimos diciendo: venga a nos el tu reino." (TrEvJn 68,2) 45

Cfr. Nota 40 Cfr. TrEvJn 17,10; 27,11; 51,12; 77,5; 119,3 47 "Les hablo a ustedes mis hermanos, llamen con gemidos, no con discusiones; llamen con oraciones, con invitaciones amorosas; llamen con ayunos. Así verán que es la caridad la que les inspira compasión de ellos. No dudo, mis hermanos, que si ven su dolor, se cubrirán de confusión y resucitarán." (TrEvJn 6,16) 46

c) "Exige un lugar santo: allí lo verán" Tratemos ahora más específicamente la manera como la caridad que une a los miembros en la asamblea, se convierte en el fundamento de la Verdad. Hay un pasaje del Tratado del Evangelio de san Juan que ilustra maravillosamente el pensamiento de Agustín en esta línea: "Que se vea, pues, la respuesta de la verdad:

Mi Padre está trabajando sin cesar, y yo lo mismo.

¿Luego es falso lo que dice la escritura: que descansó Dios el séptimo día de todas sus obras? Pero ¿podrá explicar con palabras un hombre a otro que es también como él hombre también, y un enfermo a otro que está como él enfermo, y un ignorante a otro que anhela aprender y que, si entiende algo, se halla en la imposibilidad de expresarlo a hombres que tan difícilmente entienden, aunque se logre dar una explicación de lo que se entiende? Les pido que difieran esto hasta que hayan adelantado, pues esta visión exige el templo de Dios, exige un lugar santo: Lleven a cuestas al prójimo y sigan el camino; allí lo verán, donde no tendrán necesidad alguna de palabras humanas." 48 Agustín está tratando de exponer a sus oyentes la unión del Padre y del Hijo, la caridad profunda que hace unidad en las tres personas divinas, a partir del pasaje en que Jesús ha mostrado esa unidad curando al paralítico en la piscina de Bethesda 49. El evangelista utiliza este relato para contextualizar el discurso de Jesús a los fariseos donde les reprocha su mentira: se creen hijos de Abraham, hijos de la Verdad, cuando no tienen en ellos el amor de Dios. Es este mismo contexto el que San Agustín aprovecha para lanzar en esa frase tan lleno de desconcierto y de imposibilidad para dar cuenta de la unidad de la Trinidad en el acontecer histórico por el que nos hacen participar de sí (la salud del paralítico es participación de la vida bienaventurada), toda su experiencia de la contemplación de la Verdad en la historia. No hay plenitudes que detengan el camino en una especie de éxtasis deshistorizante. La contemplación de la Verdad se da en la carne, y en la carne que ama a la carne desde su propia carne. "Llevar a cuestas al prójimo", al que se encuentra abandonado y casi sin esperanza en una piscina desde hace 38 años, es el lugar santo, el templo de Dios. El templo de Dios, el lugar santo, el lugar de la contemplación no es un lugar fijo, como alejado del mundo, sino inserto en lo más íntimo del mundo: el gemido del prójimo con el que habremos de cargar. Pero el lugar santo no se busca como un fruto del mandamiento del Señor, sino que nos sale al encuentro en el caminar de la historia. No es Dios quien se aparece a pedir la ayuda, desde su trono poderoso prometiendo recompensa. "A Dios no lo ha visto nadie" y Agustín lo cree firmemente. Para él la única manera de contemplarlo es contemplarlo en el Hijo, en la forma del siervo que se nos presenta a nosotros en sus miembros dispersos por el mundo. El gemido de la paloma que sigue presente en los miembros de Cristo (lo que ya hemos descrito arriba) nos salen al encuentro como la gracia de Dios que sigue llamando al mundo a conversión, a iniciar el camino. Cargar al prójimo, asumir acciones históricas que ayuden al prójimo a caminar su vida con una que aumente su capacidad de entrega en la paciencia combativa en la esperanza, es poner los ojos de la fe en quien van a estar puestos los ojos en la plenitud de la bienaventuranza. Así la esperanza de Agustín no es sólo la esperanza de contemplar a Dios en su plenitud sino de contemplar a los hermanos, a los prójimos en quienes hemos puesto los ojos ante el gemido de la paloma en sus cuerpos, en la misma plenitud y comunión del Hijo con el Padre. La comunión de la Trinidad encarnada en la comunión del Hijo con sus miembros dispersos se convierte en el dinamismo que 48 49

TrEvJn 17,14 Cf., Jn 5

impulsa toda la historia hacia la contemplación de su Verdad, donde veremos las cosas "tal como son". Entonces, nos encontraremos con la forma del siervo en nuestros prójimos del camino y reconoceremos por la caridad a aquel que ya habíamos reconocido por el amor que nos buscó, nos hizo creer y esperar, e intentar la comunión histórica en un mismo peregrinar. No es, entonces, la visión de Dios, poderoso que me pide que ayude a mi hermano, la que nos mueve a cargar con el prójimo. Es precisamente la carencia de esta visión (ocultada por la presencia del humilde Jesús, el Dios encarnado en nuestra histórica carne) la que se convierte en el dinamismo fundamental para arder en compasión y unirnos a los miembros del siervo maltratado dispersos por el mundo. No se trata de una acción de Dios alejada de la historia, sino de escuchar el gemido de la Verdad desde lo profundo de la misma historia y reaccionar desde las entrañas a este gemido. Es el dinamismo que hace verdaderamente de la historia el peregrinar que buscaba Agustín hacia la Verdad, y que hoy seguimos buscando tantos cristianos: la compasión. Y esta compasión llevada a un nivel absoluto de radicalidad: se trata de la compasión con el Todopoderoso que se ha hecho humilde en nuestra carne y que gime desde dentro de los gemidos de la historia esperando con entrega cotidiana y paciencia movernos el corazón para unirnos a su suerte, a sus esperanzas y a su corazón. Creo que es, por tanto, la compasión la que puede exponerse como el dinamismo histórico de toda la filosofía de la historia de Agustín. La carencia que nos identifica desde el principio como seres que reciben su ser cotidianamente, y peregrinos hacia la plenitud de la caridad desde esta carencia superando el pecado, nos entrega también unos a otros en un movimiento libre de construir la unidad desde la compasión que actúa a favor de los caídos de la historia, porque ha encontrado en ellos y ellas el lugar desde el que puede juzgar verdadera o falsa su propia verdad. La verdad se hace histórica cuando se comprueba frente a la compasión que provoca una afirmación o una negación. Cuando ante el mundo se niega algo para acercarse más profundamente a los negados del mundo, se está denunciando la mentira y proponiendo la verdad desde la caridad activa. Cuando ante el mundo se afirma algo para acercarse más profundamente a los que han sido desposeídos del derecho de afirmarse en el mundo (por los que se han llevado este derecho, ya superfluo para ellos), se está afirmando la verdad en contra de las mentiras que se afirman para asesinar la verdad. Es el criterio de Cristo para verificar a los fariseos cuando les llama "hipócritas" porque, siendo hijos de Abraham, hacen obras de mentira, porque "el amor de Dios no está en ellos". La compasión con los desposeídos históricos (que afecta a todos los seres humanos, a unos por desposeer a otros y desposeerse de sí mismos, a otros por ser desposeídos y dificultarles la esperanza) es la compasión con el Todopoderoso que gime su fidelidad desde la intimidad de la historia haciendo todo para dar la vida bienaventurada a toda su creación: el ser plenamente lo que es50. Este riesgo que exige la Verdad gimiente en el centro del mundo y de la asamblea que es la Iglesia no es fácil de asumir. Significa abandonar no sólo lo malo sino también usar lo bueno sólo en cuanto una más profundamente con estos miembros de Cristo. Es lo que Agustín llama el "poco amor al dinero" que sería perfecto cuando ya no se amara en absoluto el dinero, sino solamente a Dios en él. De aquí que Agustín proponga esa plenitud como comunión de bienes y de corazones 51. Para él la comunión no es la desapropiación absoluta, sino la forma más perfecta de apropiación, en la que se ven centuplicados los bienes propios porque todo se ha distribuido entre todos. Es la interpretación que da al "todo es vuestro" de San Pablo, y que expone más largamente en su 50

"Y ¿para qué nos ama Cristo a nosotros, sino para que podamos reinar con El? Con este fin, amémonos unos a otros, para que nuestro amor sea diferente del de aquellos que no se aman con este fin, porque ni siquiera aman. Quienes se aman con el fin de poseer a Dios, se aman a sí mismos; aman a Dios para amarse a sí mismos. No todos los hombres tienen este amor. Pocos son los que se aman con el fin de que Dios sea en todos todas las cosas." (TrEvJn 83,3) 51

Cfr. TrEvJn 40,10. Resulta también interesante la fe de Agustín en la veracidad de la comunión descrita en los hechos de los apóstoles cuando se pregunta por la casa en que Juan recibe a María después de la cruz.

sermón sobre la frase de Ageo "Míos son el oro y la plata" 52 donde lo único que justifica la propiedad es la capacidad para distribuirlo cuando se posee algo. La verdad de la propiedad se muestra en su distribución. Y se posee no sólo en lo material sino también en las actitudes espirituales y en los intereses53. Lejos ya de debates innecesarios sobre el "sistema social" que Agustín está defendiendo con sus sermones, lo que sí se muestra en la actitud del obispo de Hipona es que la verdad encontrada en el enfrentamiento de la propia vida con el gemido de los desposeídos mueve necesariamente a la comunión plena histórica con ellos y ellas. Y esta desposesión compasiva incluye también el riesgo de sufrir las consecuencias históricas de la desposesión (o sea ser desposeídos realmente, más allá de nuestros deseos, por los poseedores) que pueden agitar las aguas en nuestro esfuerzo de caminar en la historia por la verdad hacia la Verdad54. d) La Iglesia teme ensuciarse los pies. El temor contrario a la caridad. Agustín sabe, entonces, que la tarea de la compasión no es sencilla y que exige no sólo la pureza regalada en el bautismo y en los sacramentos a los miembros de la Iglesia, sino la valentía de la encarnación histórica donde puede ser desposeída de sus riquezas, de su paz, y de sus certezas al momento de tratar de leer al Dios de la historia. Puesto que la fe no se trata de verdades grabadas en el cielo, sino encontradas en el caminar junto a Cristo y su Iglesia para proseguir el camino hacia la plenitud del Padre, la Iglesia puede sentir peligrosa la encarnación por las dificultades que trae vivir en un mundo tan mudable. Es, precisamente, el fundamento de la tendencia al angelismo tan común en el tiempo de Agustín y en el que él va a encontrar una ataque a la caridad. Para ello, Agustín toma la imagen de la novia del Cantar como figura de la Iglesia que habiendo sido purificada se prepara para dormir y soñar con el Amado. De pronto, a la mitad de la noche oye la voz del Amado que la llama desde fuera. Salir significaría para ella volver a cubrirse de carne y ensuciarse los pies lavados (por el mismo Amado que la llama). Sabe bien que éstos son los riesgos de responder a la llamada del Amado. Su corazón se divide y duda. Ésa es la situación que Agustín encuentra en la Iglesia de su tiempo: ha olvidado quien le lavó los pies y duda de su fidelidad ante las dificultades de su tiempo. Preferiría encerrarse en sus estudios de la Palabra divina, en sus "buenas costumbres" y sus "buenas comunidades" para no enfrentarse a la voz del Amado que llama desde fuera. Sabe que la invitación del Amado viene desde la tierra, y la tierra la espanta porque sabe de su fragilidad para mancharse por ella. Pero el Amado no está en ningún otro lado, y el temor de la Iglesia a salir de sí misma con el riesgo, casi seguro, de mancharse en la tierra, le puede significar perderlo todo: perder al Amado porque Él "no abandona a los suyos que están en ella". La Iglesia contempla desde la seguridad a los que están aun en la tierra. Ésos son los del Amado. Y la Iglesia debe tomarlos como suyos si quiere, en verdad, ser la Iglesia del Amado. No aceptar la desposesión, la convertirá en poseedora injusta de lo que tiene. Se convertirá en arrebatadora del derecho de los demás y su posesión se hará ilegítima puesto que no se distribuye sino a quienes ella quiere distribuir. El problema no es sencillo, pues habrá de despojarse de todo lo que en ella 52

Ag 2,8

53

"Sirven pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, que vaya por mis caminos y no por los suyos, según está escrito en otra parte: Quien dice que permanece en Cristo, debe caminar por donde Él caminó. Si dan pan al pobre debe hacerse por caridad y no por jactancia (...) Y no sólo el que hace obras corporales de misericordia, sino el que ejecuta cualquier obra buena por amor a Cristo (entonces serán obras buenas, cuando el fin de la ley es Cristo para justicia de todos los creyentes) es siervo de Cristo, hasta llegar a esa magna obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo." (TrEvJn 51,12) 54

Recordemos nuevamente aquí el pasaje de la Tempestad citado en la nota 40.

cree que es "del Amado" para entregarse a la invitación del Amado que no abandona a los suyos en la Tierra. Es nuevamente el dinamismo de la verdad que busca desde el gemido del mundo, y que combate nuestras "verdades" que se juzgan frente a ella. Es el amor que puede arriesgarlo todo confiado en la fidelidad de la verdad en que hemos sido instalados por Aquel que nos ha amado. La invitación del obispo de Hipona es clara: "Amen conmigo", y eso requiere el completo abandono de sí para dejarse moldear por el dinamismo histórico de la compasión que nace de la respuesta gratuita (motivada por la gracia) ante el gemido historizado de la paloma.

4. CONCLUSIÓN: La Compasión con el Todopoderoso Encarnado, fundamento de la humildad que da verdad. Este recorrido por el Tratado del Evangelio de San Juan de San Agustín en búsqueda de la idea de Verdad del santo obispo de Hipona nos ha sugerido varias reflexiones que pueden iluminar las dificultades del mundo de hoy. El planteamiento de Agustín nace de la historia, de la experiencia de la historia, propia y compartida con una comunidad. Esta experiencia marca la contemplación de todos los problemas según el contexto determinado, pero también potencia la reflexión más allá de sí misma para encontrar las razones para esperar en esa historia concreta y profundizar en los dinamismos que han movido a esperar. La historia, pues, desde la Hipona de Agustín parece construirse por la acción esperanzada que nos une en la caridad de una misma esperanza. Pero esa esperanza ha nacido de lo que se cree. Entonces es necesario profundizar en los dinamismos del creer. La creencia nace de la escucha, y de la escucha enamorada. No se cree por la demostración (porque, según Agustín, eso ya no es creer) sino que se cree por la inclinación enamorada con aquél que nos invita a creer con él. El dinamismo va uniendo, va formando la caridad que hace esperar y que se espera en plenitud. Este ir uniendo, expresado en gerundio, es el dinamismo histórico motivado por la fe en el que participa el hombre completo, con todo su corazón, con toda su razón y con toda su posibilidad de comunión. Siendo, entonces, la fe resultado de una entrega histórica enamorada, el ejercicio necesita un momento histórico donde la entrega se reconozca como tal y no como quien ha abandonado (por la soberbia) la esperanza que da unidad. Necesita un lugar donde la historia puede verificarse como camino de caridad y de peregrinar hacia la plenitud de la caridad, o sea, de la unidad plena con Aquel que nos ha buscado y amado desde el interior. Es entonces cuando se hace evidente que este llamado que ha movido a la fe, que esta persona que nos ha salido al encuentro para enamorarnos e invitarnos a caminar con ella, es una persona histórica: es el Jesús encarnado presente y vivo en la historia de cada ser humano. Jesús es la Verdad que nos seduce desde la misma historia para ser reino (que aun no reina) que se pueda entregar a toda la humanidad. Pero este Jesús que se nos revela histórico nos debe estar moviendo no sólo desde su historia, puesto que no todos participamos de ella, sino de la historia de cada uno, la historia que nos da unidad en la diversidad. Es por ello que la experiencia del Jesús histórico ha dado origen a la experiencia de la Iglesia en que Cristo se hace presente a los demás a través de sus miembros dispersos por el mundo. Esta Iglesia no es solamente un grupo con normas y autoridades, es sobre todo la presencia diversificada de Cristo en lo más íntimo del ser humano, desde lo más íntimo de su historia. Ahí nos hemos encontrado con los miembros que gimen desde el interior de la historia con el mismo gemido con que nos seduce la Verdad. La seducción de la Verdad no es por tanto un proceso meramente individual (Dios y yo), sino que involucra todas las dimensiones de la persona humana (Dios en todo y yo).

Esta seducción tiene un lugar histórico, el mundo, y éste desde lo más íntimo de nuestra persona, la carencia que nos hace ser solamente porque se nos ha regalado el ser y se nos sostiene en él. Este ser donado que nos hace seguir siendo nos pone en situación de debilidad y flaqueza que necesita confiarse a lo que el amor va descubriendo de la verdad. Instalados por el amor en la verdad no se anula nuestra flaqueza, pero se nos hace fuertes cuando aceptando nuestra flaqueza compadecemos con el que nos dio el ser y que lo sigue dando desde la propia flaqueza y en absoluta gratuidad. Negarnos a esta compasión, en una actitud de soberbia contra el amor que nos busca y que nos pone a temer la pérdida de nuestro ser, se convierte en arrebato histórico de lo que es de los que comparten la debilidad con nosotros. A los que arrebato, les quito posesión de lo suyo, son desposeídos, y, con ellos, Dios es desposeído de lo suyo por la mentira de la apropiación injusta. El gemido de la historia, el de los desposeídos, se lee entonces como gemidos de Dios, gemidos de la Verdad que pide ser reconocida para ser aceptada como camino en la historia. Los poseedores gimen también en el gemido de los desposeídos, gime su humanidad maltratada por el pecado de la soberbia y por el miedo que mata a la verdad. Se nos presenta el mundo como lugar de gemidos, donde todo el que gime es figura del siervo maltratado, del Dios encarnado que no abandona a los suyos en la Tierra. Todo el que gime es prójimo, y en Él es la verdad quien pide ser conocida. El prójimo que se nos presenta gimiendo es el lugar santo donde se nos puede hacer presente la Verdad en su histórica revelación, donde la verdad se hace no conocimiento sino ejercicio de amor. Donde la verdad se hace caridad. Sólo esta verdad activa que constantemente se revisa frente a su unión con los miembros de Cristo gimiendo los gemidos de la paloma en el mundo para verificar su unidad en la comunión es camino de plenificación de la historia. Es un dinamismo de compasión con el gemido de los desposeídos del mundo. La compasión con los desposeídos no es, entonces, un dinamismo que nace de la jactancia sino de la humildad. Ha nacido de la verdad que enamora en gratuidad, y no tenemos más mérito que el haber consentido a los embates del amor. Nos reconocemos débiles y ha sido nuestra debilidad reconocida la que nos ha impulsado a compadecer. Juntos, además, hemos descubierto nuestra debilidad sostenida y ese sostén desde la humildad se ha convertido en posibilidad de peregrinar y de construir la historia. Ese sostén que es amor que ama desde todas las cosas, y en especial desde la comunión con los miembros amenazados de la asamblea, nos impulsa a vivir juntos el camino de la historia y a resistir juntos en la paciente entrega de la caridad. El amor nos ha llevado a compartir el camino y, en el camino, el gemido histórico de los desposeídos, el gemido de Dios que gime desde lo más íntimo de la historia para que sea reconocida su felicidad y podamos sostener nuestro histórico camino a la vida bienaventurada donde contemplaremos la Verdad en que ahora creemos. Sólo la sinceridad en esa vivencia de la historia es lo que constituye la verdadera humildad. La humildad es, entonces, dinamismo compasivo que nos une, desde la debilidad, con quien ha querido compartir nuestra debilidad. Es la compasión con el Todopoderoso hecho carne en nuestra historia, y gimiendo su amor en nuestro gemir, la que puede construir este peregrinar que constituye, según San Agustín, nuestra historia.

BIBLIOGRAFÍA: OBRAS DE SAN AGUSTÍN: 1. Tratado del Evangelio de San Juan, BAC, Tomo 13–14, España, 1968. 2. Confesiones, Porrúa, Col. Sepan Cuántos 142, México, 11ª edición, 1995. 3. Ciudad de Dios, Porrúa, Col Sepan Cuántos 59, México, 13ª ed., 1997. 4. Sermones: citados por GONZÁLEZ FAUS, Vicarios de Cristo, Trotta, Madrid, 1991, pp. 61–62 y GONZÁLEZ, Pobreza y Riqueza, Porrúa 564, Sepan Cuántos, México. 5. Algunas obras que leí no para la composición del trabajo sino para corroborar la interpretación que estaba haciendo del tema en San Agustín: El Maestro (traducción de la BAC, con notas de Manuel Martínez), El Libre Albedrío (BAC), El Alma y su Origen (BAC), Sobre la Naturaleza del Bien (BAC). OBRAS SOBRE SAN AGUSTÍN: 1. pp. 2. 3. 4.

PRIETO, Comentario al Tratado del Evangelio de San Juan, BAC, Tomo 13, España, 1968, 1–67. BRUCCULERI, El Pensamiento Social de San Agustín, Paulinas, México, 1951. GONZÁLEZ FAUS, Vicarios de Cristo, Trotta, Madrid, 1991, pp. 13–69. MONTES DE OCA, Comentario a Confesiones, Porrúa, Col. Sepan Cuántos 142, México, 11ª edición, 1995, pp. IX–LII. 5. MONTES DE OCA, Comentario a Ciudad de Dios, Porrúa, Col. Sepan Cuántos 142, México, 11ª edición, 1995, pp. IX–XXXII. 6. GILSON, E., The Future of Augustinian Metaphysics, en A Gilson Reader, Image Books, NY, 1957, pp.82-104. 7. GILSON, E., The Idea of Philosophy in St. Augustine and in St. Thomas Aquinas, en A Gilson Reader, Image Books, NY, 1957, pp. 68-81.

OTRAS OBRAS CONSULTADAS PARA EL PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA: SOBRINO, J., El Principio Misericordia, Sal Terrae, Col. Presencia Teológica 69, España, 1992. ELLACURÍA, Función Liberadora de la Filosofía, Borrador de Trabajo, Julio 1983. ELLACURÍA, I., Hacia una Fundamentación Filosófica del Método Teológico Lationoamericano , ECA, Estudios Centroamericanos 322/323 Ago-Sept 1975, Año XX UCA-José Simeón Cañas, San Salvador, p. 410 ELLACURÍA, Ignacio, Filosofía de la Realidad Histórica, Trotta, Madrid, 1991. PINTOR-RAMOS, A., Realidad y Verdad. Las Bases de la Filosofía de Zubiri, Biblioteca Salmanticensis, Estudios 158, Publicaciones de La Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1994. PINTOR–RAMOS, A., Realidad y Sentido. Desde una Inspiración Zubiriana, Ed. Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca, 1993, Salamanca. SOLS LUCIA, J., La Teología Histórica de Ignacio Ellacuría, Ed. Trotta, Madrid, 1999. BALTHASAR, Hans Urs Von, Sólo el Amor es Digno de Fe, Col. Verdad e Imagen, Sígueme, Salamanca, 1999.

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