¿El cordero con piel de lobo?: Jesús y los jóvenes

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Descripción

¿El cordero con piel de lobo?: Jesús y los jóvenes Silvia Martínez Cano Universidad Pontificia de Comillas. Universidad Pontificia de Salamanca www.silviamartinezcano.es 0. El cordero con piel de lobo ¿Cuántas veces hemos oído decir que tal persona es un lobo con piel de cordero? Con esta expresión nos referimos siempre a la astucia con que alguien quiere esconder lo que verdaderamente es. Son personas retorcidas y que no van de frente en sus relaciones. El cordero es la bondad y la ternura y el lobo, depredador, la maldad y la violencia. Pues bien, imaginemos que le damos la vuelta al refrán. ¿qué tendríamos entonces? Una persona que tiene fama de lobo (violencia) pero que es un cordero (ternura). Ese es el caso de Jesús. Sucede con frecuencia que los jóvenes no saben quién es Jesús. No lo saben porque en torno a él han surgido una serie de pieles que no nos permiten ver quién, en verdad, se esconde tras ellas. Esas pieles son de todo tipo. Las históricas, que nos lo han alejado en el tiempo; las institucionales, necesarias, pero, cuya praxis está no pocas veces muy lejos del mensaje que se proclama; la cultura ambiente que prefiere un compromiso limitado, suave, ‘light’, en el que la vida de Jesús puede ser admirada, pero no tiene por qué ser imitada... Muchas pieles recubren la imagen evangélica de Jesús, el Cristo, alejándole de los jóvenes de nuestro tiempo. Nos viene a la mente un ejemplo, tomado de la metáfora con la que iniciábamos estas páginas. El cordero tiene una carga simbólica muy específica en el cristianismo, que se nutre de la imagen del cordero pascual... pero ¿saben la mayoría de los jóvenes que significa esta imagen cristológica?, ¿entienden la simbología, el corpus de iconos con el que la Iglesia presenta a Jesús, el Cristo, o está a años luz de sus preocupaciones diarias? ¿No estamos colocando muchas ‘pieles’ sobre el cordero? Es más, dada la evidente lejanía cultural y temporal del Jesús ‘de la historia’ ¿podemos siquiera pretender acercar al verdadero Jesús a los jóvenes? ¿Somos capaces de ‘traducir’ con nuestra palabra y nuestras obras la experiencia de los apóstoles, el ‘acontecimiento’ Jesús, el Cristo ‘cordero’? Creemos que sí. La crisis religiosa actual, ese ‘malestar religioso’ que señala Juan Martín Velasco1, no es tanto una crisis de Jesús, sino de algunas de las formas de presentar su figura. 1. Jesús figura singular y atractiva A los cristianos Jesús nos seduce, nos fascina y nos atrae hacia el corazón mismo del Misterio de Dios. Jesús es para nosotros la revelación definitiva del amor de Dios a la humanidad; es atractivo y, a la vez, desafiante, porque nos invita constantemente a ‘salir’ de nuestras posiciones para continuar el camino sin fin de su seguimiento. Los evangelistas nos transmiten esta misma experiencia constantemente en sus escritos; Pablo se siente transformado. El encuentro con Jesús imprime en nosotros un carácter de alegría y renovación. ¿Cómo poder propiciar en los jóvenes esta experiencia? Quizá podamos responder a esta pregunta si nos hacemos conscientes de qué hay de atractivo en Jesús hoy, 1

J. MARTÍN VELASCO, El malestar religioso de nuestra cultura, Ed. Paulinas, Madrid, 1993.

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qué nos ha seducido de Él, para que podamos brindarlo, en nuevas formas, a los que no le conocen. Desde esta perspectiva veamos, por lo que nos ha llegado de él, por qué es considerado especial, entonces y ahora. Desde nuestra experiencia propia y desde la experiencia que nos compartieron en los evangelios aquellos que vivieron con Él podemos señalar algunos de los rasgos seductores de Jesús. 1.- Jesús vive de una forma especial. El movimiento de Jesús nace de una forma de ser de Jesús que es una auténtica llamada profética a romper con los moldes habituales de la vida rutinaria. Jesús opta por abandonar el formato habitual de familia: un padre o patriarca que gobierna sobre madre, hijos e hijas y siervos. Rompe con el patriarcalismo y renuncia a ganarse la vida con la tierra o un oficio artesano, es decir, a asegurarse la vida (en la medida en que ello era posible). El mensaje que es su vida es más importante que perpetuar una serie de usos sociales. Como otros antes que él, como Amós que abandona sus higueras y su labor, como Jeremías que sufre la seducción de Dios, la palabra de Dios le hace asumir una nueva forma de vida, que no pocas veces descoloca a la gente que le conoce. ¿Qué hay de especial en Jesús que le hace renunciar a lo cotidiano, lo habitual, lo rutinario? No existe lo que llamamos “normalidad”2 en Jesús, no sigue las rutinas que se suponen normales para un varón judío de la palestina del s. I. La vida itinerante no tiene una fama especialmente buena entre la gente. El desarraigo se asume como poco adecuado para gente honrada. Sin embargo en Jesús adquiere una posibilidad de confianza en Dios más allá de las seguridades del mundo. El texto de Mt 6, 25-34 recorre perfectamente esta idea. ¿Creer que lo más terrenal nos va a salvaguardar de la realidad limitada del ser humano? Los lirios del campo no se preocupan por eso y sin embargo Dios los cuida. Por tanto, es posible vivir sin angustiarse por el futuro, por lo que pasará en y con mi casa, porque, como dirá Santa Teresa dieciséis siglos después, sólo Dios basta. Jesús, en mundo donde, pese a todo, pesa tanto la presión de las expectativas sociales, Jesús se muestra ‘libre’. En esta línea entendemos que Jesús significa su opción por el celibato, que debemos entender como signo de su ‘proexistencia’, de su vida volcada (des-centrada) en el prójimo. Durante mucho tiempo lo hemos entendido como una renuncia al cuerpo, a lo sexual, a lo mundano. Esto es fruto de una concepción grecorromana de repugnancia hacia el cuerpo que proviene de la separación platónica de cuerpo y alma, muy ligada al estoicismo de los siglos III a. C. a III d. C. que reclama la contingencia de las pasiones, especialmente la sexual por considerarse negativa para la vida ordenada del varón. A esto se unió la influencia del neoplatonismo en el que lo corpóreo es negativo y opuesto al mundo celeste; por lo tanto, hay que hacer un esfuerzo por desvincularse de ello y acercarse a lo espiritual3. La vida célibe, entonces, es ‘mejor’ que la vida del casado. Pero esto no tiene nada que ver con la mentalidad de un judío de una remota región del mediterráneo. Jesús significa con su opción la venida de la buena noticia, es un signo escatológico de los nuevos tiempos, de la renovación y de la salvación de Dios a través de él. La clave es ser signo de amor. En una sociedad en la que el matrimonio es casi de obligado cumplimiento porque se vive como cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham a lo 2

Qué es la normalidad sino una serie de condiciones sociales que nos autoimponemos y que excluyen a aquel que no las cumple. Imaginemos una sociedad en la que es común que la gente lleve el pelo verde. ¿no consideraríamos al que lo tiene castaño como distinto, no-normal? 3 Ranke, Uta “Eunucos por el reino de los cielos” Madrid 1994 Trota, págs. 14 a 19

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largo de la historia (Gn 17, 6-8) esta opción es inusual. Como también lo es hoy el celibato por amor, o el matrimonio que se descubre a sí mismo como fuente de eternidad. El ‘otro’ no es una fuente para ‘mi’ felicidad, sino realmente otro universo, infinitamente amable. Por eso, el amor maduro es también una experiencia de opción radical por ser signo visible del amor. En una época como la nuestra en la que la sexualidad vivida no pocas veces como sinónimo de genitalidad, se comprende a veces como un intercambio momentáneo o como una ‘prueba’ tiempo parcial, es difícil comprender la opción de Jesús. Muchos jóvenes no entienden la vocación cristiana a la fidelidad, pero, por otra parte, no deja, muchas veces de añorarse. No en vano seguimos viendo que todas las películas ‘románticas’ deben acabar ‘bien’, es decir, jurándose amor ‘eterno’. 2.- Jesús habla distinto. -Habla desde una vida integrada: Hay algo en el hablar de Jesús que interpela hasta al más riguroso. Por eso los fariseos polemizan con él, dentro de la más estricta tradición judía, donde sólo la controversia trae la verdad4. Sus palabras están más allá de la norma escrita y se validan en la praxis de su vida. En sus reflexiones son las personas las que son el centro, y no la ley. En su boca está constantemente el amor al otro en contraste con la crítica y con el legalismo. La pasión por el Reino es, necesariamente, pasión por la persona concreta ¿Acaso no nos sobra en abundancia la crítica y la murmuración en nuestros comportamientos diarios? Los jóvenes están acostumbrados a una hipocresía larvada en el seno de la sociedad, de tal manera, que asumimos como ‘normal’ (es decir, como ‘norma’de vida) esta ruptura entre decir y hacer. Es habitual que la dispersión de nuestra vida, dividida en multitud de ‘ambientes’ nos haga adoptar distintas actitudes según el lugar y la gente con la que estamos. La cultura del ‘fragmento’ no es en vano característica de la postmodernidad5. Por eso, Jesús resulta fascinante, porque sabemos, aunque a veces, nos cueste reconocerlo, que vivió una vida integrada, centrada en el Reino de Dios. Tiene sus raíces en él mismo centro de la existencia y desde ahí, vive, actúa, respira... Por eso podemos afirmar, con verdad, que Él mismo fue el Reino. Frente a la dispersión, la integración. Lo que dice, suena a verdad. Es fascinante. - En lo cotidiano y lo pequeño está la clave: Otro rasgos del ‘decir’ de Jesús que puede resultar fascinante es su acento en lo pequeño. De lo pequeño, del grano de mostaza, es de donde sale la gracia de Dios y su salvación (Mt 12,31-33); es lo pequeño como la levadura lo que hace que la realidad fermente hacia un mundo mejor. Y lo pequeño es sencillo. Como traducía genialmente José Luis Cortés, ‘del barro nacen las flores, de los diamantes, nada’.. En una sociedad de consumo frenético, en la que no pocas veces sentimos el vértigo de vivir en una rueda sin fin, en una carrera en círculo, donde la meta coincide con una nueva salida, el modo de hablar de Jesús nos fascina en su sencillez, pegada a la vida cotidiana. Jesús, nos parece, tiene palabras que dan vida, si no las convertimos en ideología abstracta sino como fuente práctica de paz. -La justicia es amor: Permitidnos todavía un tercer ejemplo. Jesús habla de una justicia no conocida, la justicia de Dios, que da a cada uno lo que necesita (Mt 20,1-16). Dios da lo que quiere y lo da gratuitamente y así Jesús invita a hacer con los demás. Nosotros hablamos 4

Hay que estar alerta contra una imagen de las controversias de los fariseos con Jesús como ‘trampas’ tendidas por la maldad de éstos. Tal imagen nace del enfrentamiento entre el judaísmo posterior a la destrucción del Templo y la naciente Iglesia, pero no refleja la realidad histórica de Jesús. La polémica pública entre ‘maestros’ es una realidad cotidiana para el judaísmo. Las controversias entre Hillel y Shammay, las dos cabezas del fariseísmo poco antes de la época de Jesús son famosas. 5 Cf. J. F. LYOTARD, La postmodernidad explicada a los niños, Anthropos, Barcelona, 1986.

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constantemente de justicia, pero ¿de qué justicia? Estamos no pocas veces desengañados de la justicia humana, limitada, falible, que no pocas veces favorece al que tiene más oportunidades. Si a nosotros nos deja perplejos la justicia de Dios, que es gratuita, a los antiguos no menos. Por eso los obreros de la viña se quejaron, ¿no lo hubiéramos hecho nosotros también? También Jonás lo hizo y Dios le respondió defendiendo a sus criaturas ¿acaso no va a tener compasión de sus “imagen y semejanza”? (Jon 4,11). Amor y justicia para Dios es lo mismo. En boca de Jesús la justicia cobra una dimensión distinta y seductora. Por fin, no hay que ‘ganarse’ nada, por fin alguien da con amor gratuito. Cuando hasta el tiempo es oro, cuando vivimos lo que González-Carvajal llamaba la ‘mammonificación de la vida’6 o Pannikar, la ‘monetarización de la existencia’7, la justicia compasiva de Jesús sabe por fin a agua fresca, que quita la sed. Crea un espacio de gratuidad en un mundo que tiende al cálculo. Ahora, ¿seremos capaces de ponerla en práctica?. 3.-Jesús actúa de forma singular: - Sale al encuentro: la forma de actuar de Jesús no es habitual. No sigue los cánones de corrección con lo que se piensa que debía ser su actividad. Se rodea de gente pecadora y come y festeja con ellos, de manera que se le llega a acusar de comilón y bebedor; lo que disgusta a los partidarios de la ascesis rígida y del vivir la religión como sufrimiento personal constante. Para Jesús, sin embargo, el signo del Reino no son las caras largas, sino la acogida, el abrazo de la parábola del Padre Bueno. Y la acogida tiene mucho de fiesta y de banquete y poco de moralina y protocolo. Jesús no hace distinciones entre los que quieren sentarse a su lado. Jesús se autoinvita a casa de los que están mal vistos, como Zaqueo. Toma la iniciativa, ofrece Él primero la mano. Frente a la reserva, al riesgo calculado, Jesús practica el salir al encuentro. Cuando el Padre Bueno vislumbra al hijo pródigo, sale corriendo a su encuentro y le abraza antes incluso que pueda exponer su muy meditado discurso. Los niños se le acercan (Mc 10,13-16) aunque según una tradición de su época no son capaces de aprender la Ley. Da igual, es la ternura la que manda en su corazón; porque en Él se demuestra que sólo el que se hace pequeño llega al corazón de los otros. ¿Cuántas veces habremos repetido a los jóvenes que acompañamos que para recibir antes hay que dar?. Jesús demuestra que hacer presente el Reino es ser cariñoso y sencillo. -Acoge y toca: Jesús tiene espacio para todos. Deja que las mujeres (que como los niños, no son nunca ‘capaces’, ‘mayores de edad’) participen de su movimiento (Lc 8,1-3). ¿No es especialmente extraño que mujeres, aquellas que tienen su lugar en lo más profundo de los hogares, caminen con hombres? Algo tiene de especial Jesús que admite a las que jurídicamente no tienen ni voz ni autoridad. No hay nada especial en que María se siente a su lado y participe en la conversación que mantiene con sus discípulos; es que ella es discípula también. Y Marta es invitada a sentarse y charlar con ellos (Lc 10,38-42)8... nadie queda fuera.

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L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Ideas y creencias del hombre actual, Ed. Sal Terrae, Santander, 1991, p. 142 y ss. 7 R. PANIKKAR, Ecosofía, Ed. Paulinas, Madrid, 1994. 8 Podríamos intentar olvidar la mala interpretación que hemos hecho durante mucho tiempo de este texto que desmembrarla vida entre lo espiritual y lo material. ¿no tiene esta concepción un tinte excesivamente gnóstico de desprecio a lo corporal? Dudamos mucho que un arameo como Jesús estuviera influido de tales concepciones en una remota región de Palestina.

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Por eso en Jesús son habituales los signos humanos más básicos: Jesús se sienta a comer y a beber y Jesús toca y se deja tocar. Se deja tocar por los impuros, por los que más lejanos están del orden social, como aquella mujer que padecía flujos de sangre (Mc 5,25-34). Dos veces marginada, por mujer y por impura9, la mujer se llena de valor y toca. Y Jesús se deja tocar. Como nos dirá el texto, sucede el milagro: no es ella la que le hace impuro sino que es Jesús el que la inserta, dejándose tocar, con su perdón, en la sociedad. El milagro es que la dynamis de la acción no va orientada a la exclusión de la mujer, sino que, de forma inesperada, produce su purificación y, por tanto, su inclusión social, humana y religiosa10. Jesús toca, sin reparos, porque el encuentro gestual entre dos personas hace que se reconforte al que sufre. Al tocar al leproso desafía con paz las leyes de pureza (Lc 5,12-16) y los convencionalismos, porque alguien que no arriesga por el otro no llega al corazón de nadie. Entre adolescentes es muy común estas muestras de afectividad: se abrazan y se expresan su exuberante sensibilidad unos a otros, como medio de desarrollar lo que luego integrarán de emotividad en su persona adulta. Con el tiempo estas expresiones se van moderando y los jóvenes reconducen sus sentimientos de forma más ordenada hasta que forman parte de una personalidad equilibrada. Pero desgraciadamente muchas veces se tiende al otro extremo. En el adulto desaparece toda capacidad de expresión y no es capaz de tocar a las personas porque no expresa que quiere de una forma corporal. No podemos olvidar en la forma distinta de actuar de Jesús en su aspecto de taumaturgo. Los milagros tienen siempre una dimensión psicológica y espiritual unida a la física. Jesús sana integralmente. Transmite paz y reconciliación consigo mismos a los otros. Por encima de todo está la persona, no importa el momento o la circunstancia, el sábado no es impedimento (M 12, 9-14); ¿No resulta esta acogida, esta cercanía –mostrada con signos tangibles- algo atrayente? Es la vida completa de Jesús la que expresa el Reino que va a venir. Porque a través de él, el don gratuito de Dios se comunica a sus criaturas. 4.- Jesús es coherente: En resumen, una de las grandes puertas a la fascinación por Jesús es su coherencia. Hoy vivimos en una sociedad abierta, diferenciada, donde no existe una pauta común de leer la realidad. Esta libertad, triunfo de la modernidad, puede traer también la sensación postmoderna de ‘mercado de valores’. Las cosas se valoran dependiendo del contexto en el que estemos. No se busca la Verdad, sino las verdades –mejor, las opiniones- del momento. Uno puede defender un valor determinado en el contexto familiar, pero encontrar que su opuesto es también válido en el escenario laboral. Así, el baile de valores puede llevar a que nada sea (o todo sea), en verdad, válido. En esta postmodernidad, Jesús resulta atrayente por la definición de su vida y de su obrar, conectado en todo momento a la única fuente11. Poseer la virtud de la coherencia es algo 9

Porque la sangre menstrual hace impuras a las mujeres y por ello han de recluirse para no hacer impuros a los otros. Un hombre que tocaba a una mujer con la menstruación debía hacer unos ritos de purificación complejos y no tenía permitida la entrada al Templo. 10 Es muy significativo que este pasaje de curación va unido a la curación de la hija de Jairo, una niña ya casi muerta, que también sufre una doble marginación: niña y mujer, ¿quién daría algo por su vida? 11 La expresión tradicional de la autoconciencia de Jesús como ‘visión beatifica’ podría a nuestro juicio leerse hoy, en línea con la teología existencial de K. Rahner, en esta clave de integración y plenitud desde la conexión directa y constante con Dios.

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poco habitual en nuestro tiempo. Pocos han llevado sus convicciones hasta el final. Por ello, estos pocos llaman la atención. Bertold Brecht escribía que Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año, y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. Siempre recuerdo cuando hablamos de coherencia a los mártires cristianos de los primeros siglos. En especial dos casos que me generan la convicción de que a pesar de los errores, el pueblo de Dios, que es la Iglesia, vamos por buen camino. Uno es el de Santa Felicidad y Santa Perpetua, mártires santísimas, que se sufrieron la injusticia terrible de la muerte violenta con serenidad, coherencia y determinación. Otro, el de San Ignacio de Antioquia. Sus cartas, enviadas a las comunidades en un viaje cuyo destino es Roma y las fieras del circo, denotan esa paz interior que se tiene cuando uno sabe que lo que está haciendo “es de Dios”. Morir por proclamar el amor infinito de Dios y su salvación a los seres humanos tiene su valor y coherencia. Por eso, la Historia de la Iglesia es, también, la historia de sus testigos (‘mártir’ significa ‘testigo’ en griego). La Iglesia es campo de testigos de la vida. En el año ochenta moría, portando la entereza de saberse coherente con el Reino de Dios, Monseñor Romero12, hoy, Romero de América. Y la coherencia es atrayente, habla de Dios. En términos clásicos es, “semilla de cristianos”. No en vano, aunque la Iglesia como institución no salga bien parada en el aprecio de los jóvenes españoles, aquellos que comparten su vida con los pobres sí son significativos de una coherencia que sigue pareciendo admirable. Pero Jesús no es solo un hombre atrayente y seductor. Porque la seducción por alguien o algo hace que nos acerquemos a él o ello e investiguemos. Sin embargo, hace falta un paso más para la adhesión definitiva a alguien o algo. Hemos de decidir si queremos hacerlo nuestro. Jesús demostró que su atractivo no era una estrategia de marketing audaz. Tras su seducción se encuentra un proyecto coherente, trasparencia de Dios y, por tanto, volcado hacia los demás. No es fácil encontrar en la sociedad de consumo este tipo de ofertas, seductoras y coherentes. Más bien impera las emociones fuertes, que al igual que se encienden con gran estrépito, se consumen poco después en pequeñas cenizas. Asumir un proyecto como el de Jesús implica necesariamente un cambio de actitud personal, es decir, en el fondo, una revolución interior (lo que quiere significar ‘conversión). Una revolución porque modifica mis esquemas previos sobre cómo es y cómo quiero que sea mi vida. La de Jesús fue la revolución de un hombre en paz. 2. El problema de la transmisión: la figura de Jesús velada Pero esta revolución de la que hablábamos antes, coherente y atractiva, se tuvo necesariamente que transmitir siglo tras siglo con conceptos, símbolos e imágenes. Y estos tres elementos, no lo olvidemos, no son Jesús mismo, sino que, hablando en categorías de la Fenomenología de la Religión, son mediaciones, canales simbólicos (en el sentido estricto de este término), que deben unir al creyente con la experiencia evangélica de Jesús, hasta 12

Monseñor Oscar A. Romero, cercano a las líneas más conservadoras, fue hecho arzobispo del salvador en 1977. La experiencia de encuentro con la realidad sufriente le hizo la voz de los sin voz. Este camino tiene un riesgo grande de no ser comprendido por los poderes. Así fue. Por exigir en nombre de Dios que cesara la violencia fue asesinado el 24 de marzo de 1980.

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proclamarle, en verdad, como el Cristo. Ahora bien, las mediaciones, por su propia definición son limitadas, porque son del mundo, aunque a la vez ayudan a descubrir en el mundo la trascendencia de Dios. Son enriquecedoras porque expresan de formas múltiples y variadas el misterio de la Encarnación de Dios en Jesús, Dios y ser humano, pero tampoco se les puede pedir que ‘desvelen’ del todo el misterio de Jesús-Cristo. Por eso quiero presentar algunos problemas concretos de la trasmisión de la figura de Jesús: el problema de las palabras y las imágenes y el problema del vaciamiento de contenidos del los rituales, la tendencia de la humanidad a legalizar y institucionalizar todo lo que hace y la tendencia a segregarse en grupos y categorías. Desde el principio del cristianismo, el eidos (la imagen) y el logos (el discurso sobre Dios) han ido unidos necesariamente. Sin embargo durante el s. XX, en occidente hemos sufrido un proceso de segregación de estos dos elementos. El arte religioso se desenganchó del desarrollo del arte contemporáneo y el cristianismo ha quedado desprovisto de una imaginería en verdad actual, que ayude a comprender y transmita la experiencia de los creyentes. Las personas no pueden vivir sin imágenes, sin representar en su cabeza y en el exterior lo que piensan y experimentan. Nos podemos separar la imagen y los símbolos de los conceptos, porque éstos son la teologización, es decir, la puesta en expresión (palabras, pintura, escultura y el resto de las artes..) de lo vivido y representado. El ejemplo de transmisión más claro para entender esto, es el uso del arte en el periodo medieval a través de la escultura y la pintura en las iglesias. En un contexto en el que la iglesia se enfrenta a una masa mayoritaria de personas analfabetas, sin ningún tipo de formación y cultura escrita, el recurso que usan los clérigos y las órdenes religiosas es la imagen simbólica, que como decía P. Ricoeur, ‘da qué pensar’. Por eso las paredes se pintan con frescos de colores vivos, que representan las escenas de la Biblia, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. Cuando un campesino cualquiera entraba en una iglesia, quedaba seducido por el color y la vitalidad y tras captar su atención era capaz de seguir una catequesis sobre la vida de Cristo si seguía la representación de las escenas más importantes del evangelio13. Así, hasta el menos ilustrado podía entender los símbolos y conceptos representados y hacerse una idea básica del credo de la Iglesia. Si uno intenta imaginarse, por ejemplo la catedral de Santiago de Compostela toda pintada, con esos colores terrosos maravillosos, y ponerse en el lugar del que lo contemplaba en esa época, ¿no nos embargaría un sentimiento de que efectivamente es Dios mismo el que se manifiesta a través del fruto de los artistas? En el contexto de catequización del pueblo de la Edad Media este método era muy adecuado y valioso, y en cierta medida esto hizo que la Iglesia asumiera un papel muy importante en el fomento del arte con el tiempo. El problema de nuestra época es que no tenemos una imaginería propia actual, con una iconografía nacidas en y para nuestro tiempo. Es decir, las imágenes de hace doscientos o quinientos años, por mucho valor artístico que contengan, muchas veces no empatizan con el mundo iconográfico de nuestros jóvenes. Si algo manejan con toda naturalidad y sin darse cuenta nuestros jóvenes, es el lenguaje visual, puesto que desde su más tierna infancia han disfrutado de muchas horas de televisión en color, de anuncios, de cómics, de internet.... Conocen los marcos icónicos de nuestro tiempo, y, no pocas veces, Cristo suena a pasado. La secularización ha hecho que los jóvenes no reconozcan ya en los códigos religiosos tradicionales la realidad de Dios. Más allá de discursos abstractos, constatan con total 13

Es muy interesante visitar el museo diocesano de Jaca, que está en la misma catedral, porque hay varios ejemplos de representaciones de este tipo de iglesias románicas pequeñas.

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naturalidad que lo que ven no es atractivo, ni significa gran cosa en su sistema iconológico. Es difícil que a la mayoría de nuestros jóvenes, de inicio, les sirva como expresión de fe personal un icono de Jesucristo del s.V, no porque sea antiguo, ni porque sea feo, sino porque no comprenden la simbología que hay inserta en él. Cuando ha sido evangelizado, en cuanto ha descubierto a Cristo en su vida y se le ha introducido en el código tradicional, el icono será la imagen perfecta para su oración y símbolo y fuente de su vida espiritual. Pero no antes. Y, me temo que las encuestas muestran que la mayoría de nuestros jóvenes14, cuanto menos, no viven la experiencia de Cristo en sus vidas. Los jóvenes necesitan ser evangelizados, necesitan una imagen de Jesús15 que hable con los símbolos de esta época, los códigos que ellos utilizan para pensar y expresarse. Evidentemente no estoy defendiendo que retiremos todo el arte religioso de siglos pasados, sino que en verdad generemos espacios de creación artística, libre, natural, propia de nuestra época. No miremos tanto a seguir exponiendo ‘neos’ (neo-gótico, neo-iconos...) sino a novedades nacidas de la vida y la cultura. Desde él podremos entender el que ya tenemos en herencia, y volcar los dos hacia el futuro16. Quizá todavía pesa mucho en la imagen eclesial de los jóvenes el moralismo del siglo XIX. La tendencia a reducir la vivencia del Reino anunciado por Jesús a un sistema de normas morales, sustituye a la imagen de un Cristo-Camino de Plenitud. De esta manera, parece que la iniciativa del cristianismo es heterónoma, exterior, impuesta a la conciencia. Por el contrario, desde el principio el cristianismo aparece en los Padres como una ‘sabiduría’, una ‘filosofía de vida’ (San Justino). Es decir, usando el lenguaje moral, el cristianismo presenta una propuesta teónoma, es decir, un camino interior de cristificación en el que la conciencia individual y autónoma descubre la verdad grabada en el fondo de la existencia humana. Dicho en otro lenguaje, tomado de Juan Martín Velasco17, lo que ha sucedido es que se ha producido una metamorfosis cultural de primer orden, que ha dejado a las mediaciones institucionales un tanto ‘descolocadas’: no estamos viviendo una crisis de mediaciones, sino que los espacios considerados ‘sacros’, es decir, que permiten a los seres humanos plantarse ante la experiencia de la Ultimidad (P. Tillich) ha variado. La fuerza y el boato de la institución puede provocar asombro, pero no introducen en el ‘ámbito de lo sagrado’ al joven. No es la solemnidad la que hace que coloquen en el centro de su existencia al hecho religioso. Hoy no es lo ‘tremendo’ institucional lo que abre al joven a la experiencia sacra, sino la ‘fascinación’ de lo que ‘merece la pena’, de lo que se prueba y ‘sabe bien’: la experiencia ética de salir al encuentro del otro, la experiencia de ser capaz de dar, la experiencia del encuentro interpersonal... Ahí se palpa una metamorfosis de lo sagrado. Las ‘ventanas’ a la Ultimidad se han desplazado y algunas de las antiguas mediaciones sacras hoy aparecen, para la generalidad de los jóvenes, como difíciles muros que no muestran más 14

En general, los diferentes estudios coinciden en que una tercera parte se sienten vinculados con Cristo personalmente (aunque su vinculación eclesial sea muy variada), otro tercio mantiene una identidad cristiana muy leve, más sociológica que real, y otro tercio se sentiría lejos de esa identidad religiosa (aunque este rechazo puede tener causas muy diversas y ser, no pocas veces compatible con la creencia en Dios). 15 Cuando hablo de imagen me refiero al concepto representado, es decir, a la plasmación de la abstracción que son las palabras y no a la concreción de esto, que se hace en un segundo momento por medio de las artes en general. 16 Experiencias de este tipo existen a cuentagotas, como por ejemplo en España el Soma, un grupo de artistas que se dedica a hacer arte religioso (www.paginasoma.com). También hubo intentos en el siglo XX como el de los expresionistas alemanes como Emile Nolde o la obra religiosa de Marc Chagall. 17 J. MARTÍN VELASCO, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Sal Térrea, Santander, 1998, Cuadernos aquí y ahora nº 37.

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que su propia desnudez. Aquí está el desafío de la Iglesia de nuestro tiempo. Conectar con los nuevos espacios sacros para construir, desde ahí, una renovada iniciación cristiana. 3. El lenguaje de los jóvenes Una de las claves, pues, es lograr expresar la vida y mensaje de Cristo en un lenguaje capaz de ser comprendido por los jóvenes no-evangelizados, para los que Cristo sigue siendo una referencia más bien del pasado. En este aspecto me parece muy importante diferenciar dos aspectos: el lenguaje en sí, como un sistema de términos que se ordenan para transmitir un mensaje y los conceptos y, sobre todo experiencias que subyacen debajo de ellos. Como todo grupo humano, el cristianismo ha generado una serie de discursos que le identifican. La especificidad del lenguaje cristiano se desarrollan especialmente en la teología que quiere traducir, de la manera más rigurosa y, a la vez, vital, la experiencia de Dios del creyente. Quiere capacitar al creyente para que verbalice lo que experimenta y, así, lo conceptualice, de manera que pueda hacerse cargo, cada vez mejor, de lo que vive, en comunión con la Iglesia. Por eso, el creyente en Jesús debe ser introducido a este lenguaje, por lo menos, en su niveles más básicos como mínimo, para comprender el camino eclesial. Pero ¿qué sucede cuando ese lenguaje ha quedado reducido a unos pocos?, ¿qué sucede cuando en las familias ya no se enseña con la vivencia familiar el lenguaje religioso? Las encuestas muestran que la socialización religiosa más efectiva es la familiar, pero sólo cuando ha sido profunda, más allá de una identidad referencial de ‘reacción’ (cuando me preguntan por ella). Muchos jóvenes han crecido al margen del lenguaje y del sistema simbólico cristiano. Hemos de asumir que es la realidad de esta nueva generación, nacida en los ochenta. Su lenguaje es distinto incluso al de sus padres. Son hijos de la era de la informática y de la globalización. Si echamos un vistazo al informe de la Fundación Santamaría, los jóvenes de hoy en día se definen, en positivo, como tolerantes, solidarios e independientes18. A la vez, en negativo, son conscientes y valoran en negativo de sí mismos, que son egoístas, consumistas y carentes del sentido del deber y del sacrificio. Así pues, tenemos algunas guías para conocer por donde podemos contactar con ellos. Tanto sus valores como sus defectos encajan con facilidad en la propuesta cristiana. Otro aspecto más difícil es que muy pocos de ellos se plantean el sentido de su vida, sólo el 30%, y de esos muy pocos lo vinculan a la experiencia religiosa. No es extraño que sea mucho mayor el grupo de jóvenes que diga pasar de la adscripción religiosa a la indiferencia que al revés. 19 Buscar espacios de pregunta, de contacto, puede ser especialmente interesante, sobre todo si empatizan con personas concretas. Curiosamente, no es tanto la dimensión intelectual la que les convence, sino el ver personas concretas, que les parecen referencia. De esta manera, reflexionar sobre el sentido de la existencia, más allá de las preocupaciones cotidianas puede venir más de una invitación personal, realizada por alguien significativo, que por una institución (colegial o parroquial). Ahora bien, para ser significativo para los jóvenes, es necesario poder conocer su mundo, sus gustos y aficiones, y ‘hablar su lenguaje’. Esta inmersión en el mundo joven implica, 18

Muchos de los datos que voy a manejar son de la reciente encuesta de la Fundación Santa María sobre “Jóvenes 2000 y religión” Madrid, 2004 19 un 20% confiesa el paso de la religión a la no religión en contraste con el 2% que confiesa su conversión religiosa.

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necesariamente, manejar un sistema de códigos que no son perfectos, ni maduros, ni explican el misterio del ser humano con claridad. Y, sin embargo, son los suyos. Por eso, creemos que en el fondo presentar a Cristo a los jóvenes es una pequeña kenosis, una pequeña inculturación en el sistema de referencias de ellos. No significa, volverse adolescente o joven cuando ya hace tiempo que se vivió aquella etapa, pero sí usar con ellos sus códigos. No asumir sus valores, pero sí sacar de lo que el Espíritu suscita en ellos, caminos de crecimiento. Porque no es cierto que, pese a todo, la mayoría de los jóvenes españoles sean ateos. De manera parecida a lo que sucede en el marco de la sociedad que les incluye, viven algunas experiencias humanas (contemplación de naturaleza, amistad, amor interpersonal...) que les ‘descentran’, que les apuntan a ‘algo más’, pero de la que no saben ‘hacerse cargo’. Carecen de los conceptos que les permitan ‘dar nombre’ a lo vivido, comprenderlo en sus últimas consecuencias, compartirlo y celebrarlo. Por ello, rechazan en un número importante las mediaciones eclesiales, pero las sustituyen por términos religiosos de corte cosmológico o espiritualista, en línea con el ‘mercado religioso’ actual20. No es extraño que por segunda vez consecutiva el Informe Santamaría indique que los jóvenes españoles creen más en la reencarnación que en la resurrección (y creciendo 27% a 28%, mientras la resurrección sigue estancada en el 25%). Lo curioso es que no son dos categorías comparables, puesto que, según Oriente, la reencarnación es el mal del que debe escapar el creyente, mientras la resurrección es la plenitud de la persona. El joven oye multitud de conceptos religiosos, de muy diferentes orígenes, que articula de forma personal, no necesariamente coherente. Es la ‘religiosidad salvaje’ que dicen los sociólogos franceses o la ‘religión a la carta’ de la escuela norteamericana. Desconfiados de la institución cristiana, sin comprender su lenguaje ni su cuerpo de mediaciones, optan por intentar expresar algo de lo vivido mezclando ideas sueltas, oídas más que comprendidas. No es extraño que esas síntesis personales, más basadas en intuiciones y sentimientos que en un razonamiento lógico, no se muestre capaces de nutrir la experiencia vivida. De esta manera, se convierte en una experiencia más, se ‘profana’. No en vano la experiencia religiosa, en cuanto experiencia totalizante, siempre tiende a colocarse en el centro de la persona (convertir el ‘corazón de piedra’ en ‘corazón de carne’). La gran tragedia no es carecer de experiencias, sino no ser capaces de hacerse cargo de ellas de forma suficiente. Lo mismo nos sucede con las celebraciones y rituales que hacemos en las iglesias. La mayoría de los símbolos que utilizamos no son comprensibles. No pertenecen a nuestro tiempo. Vienen de una liturgia barroca, recargada, que fue puesta al día por el Concilio Vaticano II en cierta medida21, pero sigue necesitando, muchas veces, una larga iniciación. Por contrastar metodologías, podemos referirnos al estudio, sumamente interesante de Andrés Tornos y Rosa Aparicio sobre quién es creyente en España hoy22. Este estudio abandona los métodos cuantitativos de la Fundación Santamaría, para trabajar de forma cualitativa, a través de grupos de discusión libre, que permite encontrar mayores matices en las posiciones religiosas que los métodos de encuesta. Según este estudio, el gran problema de la creencia es la adscripción institucional. Y sólo se logra, principalmente, a través de la vinculación personal a grupos concretos (la Iglesia...¡uf!, pero mi parroquia, mi grupo de 20

Puedes ver, sobre ello, obras como P. BERGER, Una gloria lejana, Herder, Barcelona, 1994 o J. M. MARDONES, Para comprender las nuevas formas de la religión, Verbo Divino, Estella,1994. 21 La renovación litúrgica superó con creces las expectativas conciliares. Puede ser interesante recordar, para los no-especialistas, que el artículo 36 de Sacrosantum Concilium insistía en conservar el uso de la lengua latina y que la introducción de las lenguas vernáculas en ‘lecturas, moniciones, en algunas oraciones y cantos” (S.C. 36) 22 A. TORNOS y R. APARICIO, ¿Quién es creyente en España hoy?, PPC, Madrid, 1995.

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colegio, etc... eso sí que vale la pena). Y de esa adscripción personal se pasa a la adscripción a la institución universal y a comprender (a veces) el misterio de la Iglesia. De igual manera, la Eucaristía y los sacramentos en general necesitan adecuados procesos de personalización. Tener en cuenta exclusivamente los números de la gente que se acerca a ellos es una perspectiva deficiente para juzgar su actualidad. No pocas personas no han encontrado todavía, en el mundo secular, pautas simbólicas suficientemente elaboradas para que resulten importantes, de manera que, como sigue pesando la adscripción ‘social’ a lo católico, se sienten en pleno derecho de ‘usar’ los sacramentos cristianos de iniciación para significar su experiencia, aun cuando no tengan interés real en su sentido profundo. De igual manera que con la ‘religiosidad salvaje’, la necesidad de simbolizar de forma ritual los principales momentos de la existencia sigue presente, pero se carecen de formas significativas de hacerlo. Por ello, es necesario generar un largo proceso para la iniciación cristiana, que debe partir, en muchos casos, de una primera ‘evangelización’, sustitutiva de la que la familia no ha podido, sabido o querido ejercer: 1º Estar con los jóvenes, hacer verdad la ‘pedagogía de la presencia’. Las formas de ‘estar’ pueden ser múltiples y todas tienen su valor, desde la persona mayor que les sonríe hasta la relativa autonomía con la que se pueden mover (ellos que valoran tanto la libertad), por los espacios comunitarios. Pero además, es necesario tender auténticos ‘puentes’, hablar su lenguaje, conocer sus símbolos, su música (que tanto les hace ‘sentir’ más allá de lo puramente material) para poder descubrir en aquello que viven la presencia escondida del Espíritu de Cristo y ser crítico con aquello que deshumaniza sus vidas. Y esta ‘inculturación’ debe ser siempre renovada, por cuanto los gustos y modas, los símbolos y referencias varían de año en año, aunque siempre (o casi siempre) dentro de los mismos estereotipos. 2º Generar espacios de socialización, espacios grupales donde se pueden sentir ellos mismos y donde se pueden vincular a la identidad cristiana. Esos espacios, entonces, abarcan toda la complejidad del joven: -

la dimensión afectiva y de autoconocimiento, fundamental en estos años, donde no se es niño, pero tampoco adulto, y donde se está fraguando, con no pocas vacilaciones, la propia personalidad. No en vano lo que más valoran es la amistad, la familia, la pareja, aquellas realidades cercanas que les ofrecen espacios cálidos de encuentro.

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la dimensión de lectura de la realidad social, con vistas a lograr esa ‘conciencia crítica’ de la que hablaba en los años setenta Paulo Freire, y que quieren practicar –no olvidemos que se viven a sí mismos según la Fundación Santamaría como ‘rebeldes’pero muchas veces sin profundidad alguna. Aquí deben integrarse las experiencias de ese voluntariado que no pocas veces aprecian pero que no realizan por sí mismos, y que les abren las fronteras de su vida cotidiana;

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la dimensión comunitaria, de habilidades sociales y de aprender a compartir la vida en grupo, amando en concreto, aceptando la diversidad y las dificultades del ‘otro’, aprendiendo a vivir el perdón, la diversidad y la acogida.

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y, por supuesto, dando sentido a todo ello, la dimensión de iniciación cristiana explícita, donde los símbolos tradicionales se recrean y se leen desde mi propia experiencia real, que se identifica con la experiencia de la Iglesia.

3º Acompañar a los jóvenes de forma personal. El gran desafío es que el proceso se interiorice en profundidad. De esta manera, el joven necesita ser escuchado, acompañado en el camino. Nunca se le puede sustituir o ‘dirigir’ como si no fuera, o quisiera ser autónomo. Pero si aprecian el ser escuchados, que alguien pueda hacer de ‘espejo’ de sus dudas, de sus sentimientos, de su confusión, normal y fuente de vida. Este acompañamiento requiere de personas maduras, capaces de escuchar, de sentir, desde la diferencia, la experiencia vivida por el joven y cuya misma presencia sea una referencia ofrecida, sencilla, no impuesta. De esta manera, la identidad cristiana puede superar las diversas pieles que la rodean, en un marco socio-cultural donde ya no es dada por supuesta, y donde la significatividad social de la institución eclesial, su valoración social externa, es deficiente. No es ningún secreto que la confianza que depositan, en general, los jóvenes en la institución eclesial es muy baja, a la altura de la otra gran marginada, la política. Vivimos en lo que J. Estruch, siguiendo la estela de Parsons llamaba una ‘sociedad diferenciada’23, una sociedad abierta en la que ninguna institución tiene el monopolio de sentido. De esta manera, no se puede dar ya por supuesto que los jóvenes aceptan el valor intrínseco de la cosmovisión cristiana, sino que debemos ofrecer el Evangelio como camino de Vida, mostrando en verdad su fuerza liberadora. Y no es posible hacerlo sin contar con los mismos jóvenes. Ellos son el caudal de agua nueva llamada a recrear el espacio de significatividad eclesial. No podemos convertirlos en nuestros ‘clones’. Lograr el equilibrio entre la madurez que representamos los transmisores de la fe y la creatividad de los jóvenes es uno de los grandes desafíos del presente. Estamos ante aquellos que pueden expresar en nuevas formas lo antiguo. Si viven en profundidad, con todos los límites de su edad, pueden ir aprendiendo a expresar de formas nuevas, a pintar, a crear música, arquitectura, escultura, literatura nueva para trasmitir la nueva forma de ser iglesia, en comunión creativa con un pasado de dos mil años. Eso significaría estar a la altura de los tiempos. Hacerles sumisos repetidores de un lenguaje arcano para la mayoría de sus contemporáneos (aunque sea cantado con guitarra, o proclamado por Internet –el medio no hace el mensaje-) no creo que ayude a que superemos el ‘malestar religioso’ al que hacíamos referencia. En este sentido, una de las valoraciones de la encuesta Santamaría –que tanto hemos citadonos preocupa. Francisco Carmona, en el apartado ‘Jóvenes y religión: una revisión histórica de los estudios españoles desde 1939 al 2000’, señala que existen tendencias sectarias en la Iglesia española24. Entiende por tal no la imagen de ‘secta destructiva’, desde luego, sino que la Iglesia parece, en su opinión, estar cerrándose a la sociedad ambiental, generando un lenguaje y una propuesta sólo significativa para los que están en el interior de la institución, y que es incomprensible o rechazable para el resto. De esta manera, el exterior se presenta como un riesgo, como un problema, frente a la confianza del interior.

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Puedes ver J. ESTRUCH, “Religiosidad, cambio sociales y culturales en la España actual”, en Iglesia Viva, 187, 1997, pp.21-32. 24 J. GONZÁLEZ-ANLEO, P. GONZÁLEZ BLASCO, J. ELZO y otros, Jóvenes 2000 y religión, SM, Madrid, 2004, p. 314 y ss.

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El problema es muy serio. De ser cierto, hemos preferido ser significativos para los que ya han sido evangelizados y para una ínfima minoría de conversos, mientras que abandonamos a los demás, optando por presentar un lenguaje muy riguroso, muy tradicional, que es ajeno a la cultura juvenil general. De esta manera, la dinámica es muy conocida: cerrase cada vez más en la propia plausibilidad, pero sin peso alguno en el mundo del entorno. Leyendo estos informes, creemos que el artículo que nos ocupa hoy no es un ‘tema más’ sino que tiene una actualidad de primerísimo orden. Nos jugamos muchísimo en ello, saber estar a la altura de los tiempos o seguir presentando a Cristo con unas ‘pieles’ que escondan, más que acerquen a los jóvenes a su salvación. 4. Propuestas de Jesús para los jóvenes: No podíamos por menos de acabar estas reflexiones con algunas propuestas. Por supuesto, esas propuestas no son excluyentes, ni, muchísimo menos, las únicas posibles, sino que quieren ser distintas perspectivas de Jesús que, fieles a su mensaje, pueden ser más cercanas a la juventud actual. Espero que nos perdonéis algunas expresiones ‘juveniles’, pero justo de eso hemos estado hablando. A) Jesús “lo más”: Jesús no puede seguir permaneciendo estático como un Cristo pantocrátor o lejanamente “divino” como un Sagrado Corazón. Jesús es “lo más” porque encontrarme con Jesús es una fiesta. Si, una verdadera fiesta, al estilo de los jóvenes, de las que se termina con desayunando al alba. Jesús es “lo más” porque conocerle cambia la vida. Debemos provocar en la experiencia afectiva de adhesión a Jesús de los jóvenes una experiencia de la que se pueda decir que mi vida ya no es la que era. Y digo bien afectiva, porque Jesús es “alucinante”, porque su personalidad es inquietante y desconcertante, su personalidad me vincula a Él, me genera empatía y cariño. Jesús no es aburrido, ni va de majestad, ni es distante. Disfruta del banquete, pero a la vez da a los desorientados paz interior. Se mete en el centro de la fiesta y es capaz de animar hasta a aquel que está dormido. Se autoinvita a casa de Zaqueo y le “alegra la vida”. Come con asiduidad en casa de sus amigos como Lázaro (en Betania) y no se pierde las bodas. La vida de asceta, triste y cabizbajo (a la que vinculamos con cierta asiduidad a la figura de Jesús25) no tiene que ver nada con Jesús, aquel que disfruta de la vida en profundidad, porque la vida es un don de Dios. Es el evangelio el que nos transmite la fiesta como rasgo distintivo de Jesús (Mc 2,18-22). Jesús usa las comidas como signo de lo que vendrá, el gran convite final con Dios. Son las primicias del Reino de Dios. La fiesta no está reñida con el cristianismo. Disfrutar en profundidad conlleva la fiesta, estar “en el centro del cotarro”, o “llevarse de calle a la gente”. Disfrutar en profundidad no es Carpe diem, sino saborear hasta el último resquicio de la bondad que hay en las personas y en la naturaleza, en fin, en la creación. Una confesión: explicad el Reino de Dios con el mismo símbolo que constantemente uso Jesús. Celebrad un banquete (aunque sea mínimo, con un refresco y patatas). Todos lo entendemos a la perfección, y sacamos nuestras propias conclusiones – hacemos nuestras teologías- sobre quién se queda fuera –el aguafiestas, el que no 25

Esto me hace pensar la importancia de la iconicidad que antes enunciaba en la presentación de la personalidad de Jesús. Pongo un ejemplo: el Jesús de Zeffireli. Es maravilloso desde el punto de vista que le da una profundidad increíble a la figura de Jesús. Pero no me lo imagino compartiendo la vida cotidiana una noche en casa de Lázaro con sus amigos-discípulos- y amigas –discípulas-.

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quiere sentarse junto a los demás-, sobre quién es el preferido, sobre quién es el que hace que todo funcione, la necesidad del anfitrión, el convivium de los asistentes... El que es festivo alegra y cambia la vida. Jesús cambia la vida por que seduce con su alegría y su liderazgo, y seduce con su exousía, por la autoridad con que dice y hace las cosas. Después de oír a Jesús las cosas no se presentan como antes, la vida tiene otra perspectiva. Merece la pena conocerle. Presentar a Jesús como alguien que da claridad a las ideas, en una sociedad en la que todo es ambiguo es presentar una alternativa seductora. Jesús se enfrenta con alegría a la dificultad. Es decidido a la hora de exigir en nosotros una respuesta. Esa exigencia se vive de una forma agradable y seductora. Jesús “violenta” a la conversión pero es tan seductor que resulta agradable esa obligación. Por su alegría y su decisión Jesús es “lo más”. Ha de quedar claro que o transforma la vida o no sirve de nada. Estar en la fiesta de Jesús es una forma de vida. B) Jesús a tu lado: uno de los valores imprescindibles para los jóvenes es la amistad. Es innegable, aunque nuestra tan citada encuesta lo vuelva a reafirmar. Sin embargo, no puedo dejar de señalar una curiosidad: en la tipología que elaboran los sociólogos encargados del informe, el único grupo juvenil que no vive la amistad y el amor interpersonal como vital en sus vidas es el grupo de ‘católicos eclesiales’, es decir, aquellos en los que la identidad católica es más clara. Datos así, no nos invitan especialmente al optimismo. Quitando a este grupo, las dificultades que encuentran los demás –la inmensa mayoría- en vivenciar una amistad profunda y duradera pueden darnos la clave para enmarcar a Jesús en este contexto. Jesús es amigo. Incluso más que amigo, es hermano. Jesús no es sólo un espacio cálido para aceptar las frustraciones, sino una presencia que me hace referirme siempre a lo que merece la pena, frente al que otras cosas van perdiendo valor. Esta cercanía, como veis, ira creciendo con el joven. Si superando la adolescencia sigue hablando de ‘Jesús amigo’ sin más, algo se ha bloqueado en su afectividad o en su religiosidad o en ambas. Pero si comienza a hablar de relación profunda e íntima o de lealtad a la persona de Jesús entonces hemos conseguido lo que los padres de la Iglesia y Pablo llaman adhesión a Cristo. Como veis es el mismo concepto-experiencia pero formulada de distinta forma. C) Jesús en-amorado: recuerdo aquella película en la que William Shakespeare le venía la inspiración y comenzaba a escribir sólo cuando se enamoraba perdidamente de una mujer (Shakespeare in love). Esa sensación de mariposas en el estómago, que dicen algunos, es la actitud que quiero recuperar. Jesús es un en-amorado, porque hace las cosas a sentimiento. Nosotros le inspiramos. Jesús vive permanentemente en ese estado de enamoramiento que se pasa los dos primeros meses de un noviazgo. El amado o amada es todo, no hay otro centro donde mirar. Todo se realiza por él o ella, todo se pasa por alto, todo se exige si es en beneficio del amado o amada. Mantenerse en enamoramiento continuo es bucear en los pequeños detalles del otro, sentirse querido, sentirse flotar, sentir que el mundo tiene otro sentido, que se pueden alcanzar la utopías, que merece la pena luchar... D) Jesús con vaqueros: Jesús que fue hombre y Dios a la vez lleva en sí la naturalidad, no se siente diferente ni busca la originalidad para destacarse de los demás. Es uno de 14

nosotros. Tan normal, tan sencillo, tan poco amigo del protocolo y los diálogos de usted... tan natural que llora por sus amigos (Lázaro), tan natural que ríe con los niños (Mc ) tan natural que dialoga con las mujeres (Jn 4 )... A la imagen de un Jesús distinto a la condición humana, esa tentación tan antigua de hacer de Jesús más Dios que hombre, un Dios revestido, que no sufre... hemos de desarrollar y compensar la parte de naturalidad de ser humano histórico de Jesús. Lo hermoso y maravilloso de Dios es que se hace carne. Lo hermoso y maravilloso de Jesús es que es tan nuestro... como nuestra propia intimidad (como diría Agustín). Ir en vaqueros no es una representación iconográfica de Jesús. Es un estilo de vida en el que la pauta no la marca la moda o el pensamiento común, o el que dirán, o las apariencias... La marca el “ser yo mismo o morir en el intento” que tanto les repetimos a los universitarios. La búsqueda de mi yo profundo, la transparencia personal hasta el extremo. Es el mostrarse como se es a las personas, no querer aparentar lo que no se es. El cristiano es, como principio, fiel reflejo de Jesús y Jesús era transparente. El joven cristiano ha de desmarcarse de una sociedad que vela todo aquello que sepa a auténtico y mostrarse tal como es. Esto conlleva incomprensión del resto. Es otra experiencia que debemos suscitar a los jóvenes. El ser transparente como Jesús no permite una vida fácil y convencional. Se enmarca dentro de la ruptura con la sociedad y crea enemigos. Pero a la vez ser natural tiene la ventaja de dar otra perspectiva a estos conflictos. Nos ayuda a enfrentarnos a ellos y buscar las soluciones. E) Jesús con-pasión: empatía, compromiso. Cuando hago las cosas las hago hasta el final. Jesús camina por la vida con paso firme, con decisión y definición. No vive experiencias por que sí. Todo tiene un sentido, una coherencia interna que apunta al proyecto del Padre. La nueva creación es posible. Por eso se compromete con ella. Comprometerse es dejarse la piel, dejarse impactar –aunque sin perder el control de sí mismo- por la realidad. Es sentir con corazón ‘entrañable’. Saber que hay que terminar las cosas y que las experiencias que vivo de forma apasionada con el otro van cosidas por el hilo irrompible del amor. De ellas aprendo, de ese aprendizaje proyecto mi pasión para el futuro. Para Jesús el encuentro con su Padre, Abbá, fue determinante para infundir la pasión a la realidad hasta el último minuto de su vida. Esa es la actitud que queremos transmitir, la capacidad que tiene el ser humano de infundir amor a todo lo que emprende, tan olvidada en estos tiempos... F) Jesús la voz: es el que no calla, el que es claro como el agua cristalina, el que no tiene doblez. Jesús enuncia la realidad tal como es, sin pelos en la lengua, denuncia en un mundo global.. La sociedad globalizada tiene que preocuparnos de verdad porque esconde una mentira detrás. Sólo es globalizada para el que puede, mientras que ese porcentaje tan elevado de pobres se mantiene al margen de lo que se cuece en la economía y pensamiento mundial. Si pensamos, haciendo una actualización del mensaje evangélico, que diría Jesús entonces tendría mucho que decir, porque la persona es el valor más importante y el que tienen las oportunidades debe compartirlas con el que no las tiene. Si queremos que los jóvenes sean la boca de Jesús, entonces han de ser conscientes del mundo en que viven, de los mitos que circulan que justifican un mundo injusto. Este es el primer paso. El segundo es la

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denuncia efectiva y militante, que implica la vida, y que genera un ambiente utópico de esperanza, propio de la vida cristiana, que se encamina hacia la salvación. Quisiera hacer una advertencia final. Estas propuestas son eso, propuestas. Son accesos a Jesús, no son la verdad sobre Jesús. Cuando nos moveos en ámbitos pastorales hay que tener siempre presente que las palabras y las imágenes son siempre limitadas en su intentos de expresar el misterio infinito de Jesús, el Cristo, Verbo encarnado. Que la imagen no desvirtúe el mensaje. No carguemos a Jesús con una piel de lobo que engañe. Jesús es accesible y familiar, hablemos de Él en este lenguaje cercano, que es el más valorado por los jóvenes. Hablemos de Él en un lenguaje comprensible para el quien está buscando como expresar lo que siente, mostrémosle, acompañémosle hasta la puerta abierta al misterio inexplicable. Y tal vez la cruce. Silvia Martínez Cano Teóloga. Pastoral Universitaria Marista. Revista Pastoral juvenil. 2004

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