“El conocimiento histórico” y “Propuesta para comentar textos históricos”, en Susana Lozano y Jorge Larraga (coords.), I Curso de preparación de oposiciones de secundaria. Especialidad Geografía e Historia, Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Zaragoza, 2011. ISBN: 978-84-615-6009-7

July 19, 2017 | Autor: M. Lafuente Gómez | Categoría: History, Teacher Education, Higher Education, Historiography
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Mario LAFUENTE GÓMEZ, “El conocimiento histórico…”, en Susana Lozano y Jorge Larraga (coords.), I Curso de preparación de oposiciones de secundaria. Especialidad Geografía e Historia, vol. 2 (temario), Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Zaragoza, 2011. ISBN: 978-84-615-6009-7.

22. EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO. TIEMPO HISTÓRICO Y CATEGORÍAS TEMPORALES. EL HISTORIADOR Y LAS FUENTES. NUEVAS LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN

INTRODUCCIÓN La Historia, tal y como la definió el medievalista francés Marc Bloch, es la ciencia que se ocupa de estudiar el cambio social. Por ello, lo que caracteriza y la distingue del resto de las ciencias sociales es el papel central que concede al paso del tiempo, en el que las relaciones sociales y la interacción entre grupos sociales e individuos va generando cambios de tipo estructural en el seno de las sociedades. Este planteamiento, nutrido en la actualidad de las valiosas aportaciones metodológicas procedentes de otras ciencias sociales, está muy lejos del relato cronológico de acontecimientos y datos. De hecho, desde hace décadas, los historiadores se esfuerzan por basar su conocimiento en el rigor metodológico, la reflexión hermenéutica y la comparación. En este sentido, nuestra disciplina se distingue por ser una ciencia eminentemente circular: frente a la búsqueda de resultados concretos y únicos que caracteriza a las ciencias tecnológicas o biomédicas, la Historia gira siempre en torno a los mismos referentes, si bien debe hacerlo teniendo en cuenta los criterios más adecuados para explicar el pasado desde su propio contexto cultural.

EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO El conocimiento histórico se construye a partir de la reflexión heurística (revisión y cotejo de las fuentes) y hermenéutica (interpretación de los datos disponibles, incluidas las aportaciones historiográficas), si bien toda investigación histórica se ve influenciada, de alguna forma, por el pensamiento y las circunstancias del momento en que se inscribe, de modo que en cierto sentido toda Historia es Historia contemporánea, tal y como afirmó Benedetto Crocce. Asimismo, es preciso asumir, con Peter Burke, que memoria y objetividad son dos conceptos antagónicos, y que toda aproximación al pasado está teñida de un halo de subjetividad que los historiadores e historiadoras deben reconocer y saber manejar. Esto no significa que el análisis histórico esté adulterado per se, antes al contrario, debe servir como advertencia para que la Historia se mantenga firme del lado del rigor y la honestidad al tratar de comprender y explicar el cambio social. Desde este punto de vista, los historiadores y las historiadoras tenemos que contar con tres grandes responsabilidades: en primer lugar, de tipo moral, hemos de ser honestos a la hora de plantear lo que se recuerda y lo que no; en segundo lugar, de tipo intelectual, hemos de conocer la trayectoria historiográfica que nos ha precedido en el estudio de 1

“nuestro” tema; y, por último, social, de modo que hemos de escoger con cuidado a nuestros protagonistas y no perder de vista las conexiones entre lo estudiado y nuestro propio presente. Respecto al modo en que se elabora el conocimiento histórico, son cuatro los aspectos fundamentales: 1. El sujeto histórico: un sujeto histórico es un individuo o un grupo social que presenta unas características de cohesión suficientes para interpretar su papel en la historia de modo coherente. La Historia, sin sujeto, pierde todo su valor como ciencia del cambio social, por lo que es preciso formular y preguntarse continuamente por los vínculos de todo tipo que contribuyen a crear y dispersar a la sociedad en grupos. La interacción de esos grupos, sus intereses y estrategias, consituyen el motor de la Historia. 2. El contexto cronológico y espacial: asimismo, la escala es también importante, tal y como definió magistralmente Fernand Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. En los últimos años, hemos asistido en España al florecimiento de la Historia local, que ha aportado numerosos y valiosos estudios sobre el cambio social en espacios cada vez más concretos. Delimitar las dimensiones de nuestras referencias es, en cualquier caso, fundamental, sin olvidar la antigua aseveración de Bloch: “la unidad de lugar es puro desorden”. 3. Objetivo: el hecho por el hecho en sí no sirve para entender el cambio histórico y, por lo tanto, el objetivo de la Historia está lejos de “reproducir” el pasado. Se trata de responder preguntas, abordar los porqués, los cómos y los quiénes, sin olvidar la densa descripción sobre los modos y las estructuras de las sociedades en el tiempo. 4. Metodología: en este último aspecto se incluyen todos los elementos relacionados con el proceso de la investigación, el contacto con las fuentes, la utilización de técnicas de análisis y, sobre todo, la comparación con los resultados y conclusiones aportados por la historiografía.

TIEMPO HISTÓRICO Y CATEGORÍAS TEMPORALES La división del tiempo histórico en periodos responde a criterios estrictamente académicos, cuyo objetivo último es la definición de etapas coherentes que ayuden a los investigadores en su análisis del cambio social. La periodización de la historia es, por ello, un aspecto fundamental a la hora de entender el pasado, por lo que es preciso conocer la terminología empleada por los especialistas al delimitar cada contexto histórico. Dicha terminología designa, por orden cronológico, las siguientes etapas: -

Prehistoria: es el amplio tramo cronológico que precede a la formación de las sociedades complejas en el Oriente próximo, en torno al cuarto milenio antes de Cristo. Incluye, a su vez, los diferentes periodos en la evolución de la especie humana hasta la formación del homo sapiens. Se divide en: o Paleolítico (antigua Edad de Piedra): caracterizado por la aparición de rasgos sociales, culturales y técnicos, como el uso del fuego, la 2

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fabricación de herramientas, el lenguaje y la adopción de ritos en torno a la muerte. La organización económica se basaba, todavía, en la caza y la recolección, si bien comienzan a aparecer estructuras de hábitat como resultado de la acción humana. La organización social presenta rasgos de jerarquización y concentración del poder. ƒ Paleolítico inferior (manifestaciones que superan los 130.000 años de antigüedad): formas líticas elementales (olduvayense o modo 1 y achelense o modo 2), asociados a Austrlopitecus, Homo habilis y Homo ergaster (África sudoriental), Homo erectus (Europa), Homo antecessor y Homo heidelbergensis (Península Igérica, Atapuerca). ƒ Paleolítico medio (ca. 130.000-35.000 a.C.): cambios notables en la cultura material (Musteriense o modo 3), asociados al Homo Neanderthalensis (Europa) y Homo sapiens (África, Kibish). ƒ Paleolítico superior (ca. 35.000-10.000 a.C.): cultura material propia del Homo sapiens (modo 4: Auriñacense, Gravetiense, Solutrense, Magdaleniense en Europa; Clovis y Monte Verde en América). Mesolítico (donde hay evolución hacia el Neolítico/Epipaleolítico (donde la evolución hacia el Neolítico no es evidente)/Protoneolítico (ca. 10.000-7.000 a.C.: periodo de transición, asociado a la evolución experimentada durante la última glaciación. Neolítico, o “Nueva Edad de Piedra” (7.000-4.000 a.C.): se localiza en aquellas zonas donde el desarrollo social y cultural produjo avances técnicos evidentes con respecto a las fases anteriores. El registro arqueológico revela, para este contexto, la implantación de una economía de producción (basada en actividades agrícolas y ganaderas) y una organización social sedentaria. La técnica progresa hacia la utilización de artefactos cerámicos y otras manufacturas sofisticadas. Su origen se sitúa en el Oriente Próximo, datándose con posterioridad los registros norteafricanos y europeos. Edad de los Metales (ca. 4.000-500 a.C.): los componentes técnicos que muestra el registro arqueológico a partir de esta fase muestran innovaciones importantes, como la generalización de la metalurgia, la rueda, el arado o la vela. Aparece asimismo la poliorcética y el hábitat concentrado, los intercambios comerciales y una fuerte espiritualidad impregna la cultura material. ƒ Calcolítico (ca. 4.000-2.000 a.C.): Europa occidental. ƒ Edad del Bronce (2.000-1.000 a.C.): Europa Occidental. ƒ Edad del Hierro (1.000-400 a.C.): Europa occidental, aproximadamente hasta el proceso de romanización.

Historia: se designa con la denominación “Historia” al contexto espaciotemporal del que nos han quedado registros arqueológicos que evidencian la existencia de escritura. Las culturas que adoptaron sistemas de escritura 3

en fechas más tempranas se superponen, en muchos casos, a otras que no lo hicieron, de ahí que sea imprescindible disponer en paralelo la periodización aplicada a las últimas fases de la Prehistoria con las primeras que corresponden al tiempo histórico, en sentido estricto. En no pocos casos, algunas culturas se expresaron por escrito sobre otras que no disponían de esta forma de comunicación. La palabra técnica que designa a estas fases es Protohistoria. o Edad Antigua: ƒ Antigüedad temprana: Mesopotamia, Sumer, Acad, Babilonia, Asiria, Egipto, Fenicia, civilizaciones anatólicas, Imperio hitita, civilizaciones minoica y micénica, cultura del valle del Indo, China, América precolombina y África Subsahariana. ƒ Antigüedad clásica (ca. 800 a.C.-200 d.C.): civilizaciones griega y romana, cultura clásica, época helénica e imperio persa. Desarrollo de los pilares del pensamiento occidental: conceptos de libertad, democracia y ciudadanía. Modo de producción esclavista. Desarrollo paralelo de las antiguas culturas china, hindú y precolombina. ƒ Antigüedad tardía (ca. 200-700): término asociado a la Historia de Europa. Proceso de integración entre las estructuras heredadas del Imperio romano (instituciones, derecho, pensamiento, cultura) y la organización social de los pueblos germánicos del norte de Europa. Culmina con la consolidación del Imperio carolingio y la máxima expansión del mundo islámico. o Edad Media (ca. 700-1500): término identificativo, también, de la Historia de europa. Dónde situar su comienzo es una cuestión complicada, de modo que, con frecuencia, las civilizaciones tardoantiguas suelen ser designadas como altomedievales. No obstante, parece claro que los albores del Imperio carolingio y, con ello, los momentos de máxima expansión del Islam, son muestras evidentes de una época claramente diferenciada de la Antigüedad. ƒ Alta Edad Media (700-1100): época caracterizada por la expansión del feudalismo en Europa y la instauración de la civilización islámica en la Península Ibérica. El poblamiento es, todavía, mayoritariamente rural, y la organización sociopolítica se orienta hacia el señorío. Desde el punto de vista político, destaca la formación del Imperio carolingio y los Estados delimitados a la muerte de Carlomagno. Aparece el ideal de la sociedad de los tres órdenes. ƒ Plena Edad Media (1100-1300): comienza el desarrollo de la vida urbana en Europa, las monarquías se fortalecen y se consolida el sistema feudal y su ideología dominante. ƒ Baja Edad Media (1300-1500): se caracteriza por un priodo de crisis económica y de recesión demográfica, que, no obstante, dieron pie a una mayor sofisticación en los instrumentos de poder político, económico y jurídico. La 4

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guerra feudal de la época anterior se expande hacia la conquista de espacios no europeos. Se desarrolla el pensamiento humanista y la cultura europea se impregna de influencias exteriores, hacia un nuevo modo de concebir el universo que cristalizará en época de la Reforma. Edad Moderna (1500-1800): este periodo fue la consecuencia lógica del desarrollo político, económico y cultural experimentado por los Estados europeos desde la Baja Edad Media. La cesura con los tiempos anteriores se observa, por ejmplo, en el desarrollo de los Estados absolutistas (poder político), el surgimiento de corrientes intelectuales capaces de contrarrestar la fuerza de la Iglesia de Roma (Reforma), el trazado de redes de intercambio comercial y de capitales que abarcaban todo el planeta e incluían especialmente al continente Americano, la revisión de la ideología dominante de matriz feudal y su superación por nuevas corrientes de pensamiento que apelaban a la igualdad de todos los seres humanos. La Ilustración y sus consecuencias sociopolíticas, ya en el siglo XVIII, fue probablemente el punto clave de todo este periodo, con el que se iba a inaugurar la época en la que nos encontramos. Edad contemporánea (1800-actualidad): la época contemporánea comienza con la industrialización y las revoluciones liberales europeas que implantaron a nivel global una nueva forma de concebir el Estado y las relaciones sociales. Su inspiración, a caballo entre el movimiento de independencia de los Estados Unidos (1776-1783) y la revolución francesa (1789), era eminentemente ilustrada y sus consecuencias fueron la progresiva instauración de los sistemas democráticos y la paulatina incorporación de las masas al mundo de la acción política legítima. El surgimiento de los nacionalismos y las Consituciones como eje del poder político terminaron de conformar el marco general. Ya en el siglo XX, los procesos de colonización y descolonización, la aparición de una alternativa potente al sistema capitalista imperante (URSS) y la consolidación de formas de organización Estatal contrapuestas y enfrentadas caracterizaron un periodo que, en gran parte, giró en torno a la lucha entre bloques: primera y segunda guerras mundiales. El final del siglo XX y el comienzo del siglo XXI asisten a una crisis global del modelo capitalista y de la hegemonía de Occidente a nivel global.

EL HISTORIADOR Y LAS FUENTES Para mantener su diálogo con el pasado, por utilizar la expresión de E.H. Carr, los historiadores y las historiadoras pueden utilizar un amplio repertorio de fuentes. De hecho, toda expresión cultural generada por las sociedades a lo largo del tiempo puede constituir una fuente si es analizada e interpretada con las técnicas apropiadas. A efectos académicos, podemos organizar las fuentes de la Historia a partir del siguiente esquema, que se ajusta al modelo dominante en Ciencias y Técnicas 5

Historiográficas (Francisco Alía, Julio Aróstegui), pero cuya aplicación debe ser en cualquier caso flexible. -

Fuentes primarias: es el registro cultural en sentido más amplio. o Escritas: son todas las expresiones de registro escrito, independientemente de la finalidad de las mismas. Según el sociólogo Pierre Bourdieu, en todas ellas se pueden rastrear relaciones sociales de diversa índole, ya sean públicas o privadas. Asimismo, la inclusión de un determinado documento en un esquema de este tipo depende invariablemente de los objetivos del investigador, dado que las posibilidades de toda fuente dependen de las preguntas que los historiadores estén dispuestos a hacerle. ƒ Documentación derivada de las relaciones de tipo político, incluido lo militar: Constituciones, fueros, leyes, actos de corte, ordenanzas… ƒ Documentación derivada de las relaciones de tipo económico: contratos, albaranes, facturas, cartas públicas de compra-venta… ƒ Documentación derivada de las relaciones de tipo jurídico o del ejercicio de la justicia: sentencias, actas de interrogatorios, arbitrajes… ƒ Documentación derivada de las relaciones de tipo cultural y religioso: textos y obras de contenido espiritual, mitologías, leyendas escritas, testamentos, devocionarios, oraciones… ƒ Documentación derivada de las relaciones personales, familiares y sociales de diversa índole: genealogías, diarios, memorias, correspondencia, testamentos, prensa, literatura… o Iconográficas y expresiones artísticas formales: ƒ Arte plástico: escultura, pintura. ƒ Arquitectura y disposición del espacio: edificios de hábitat, públicos, monumentos, lugares de ocio, estructuras defensivas y militares… ƒ Material gráfico: fotografía y cine. o Cultura material: todo resto de artefactos e instrumentos empleados en el trabajo o en el ocio. o Paisaje y territorio: todos los resultados derivados de la acción humana sobre el medio, perceptibles generalmente a gran escala. Por ejemplo: las explotaciones agrarias, las consecuencias del poblamiento, las vías de comunicación, las minas y otras explotaciones, los cauces y acumulaciones de agua… o Orales: utilizadas en Historia del presente, por influencia de la Antropología social y cultural, a través del método etnográfico. Se deben utilizar de acuerdo a unas pautas previamente establecidas y dentro de una muestra global representativa.

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Fuentes secundarias: se denomina así a las obras redactadas con fines científicos, en las que sus autores han reflexionado sobre la realidad 6

presente o pasada. La historiografía, en sentido amplio, constituye el gran repertorio de fuentes secundarias del que disponemos los historiadores. La tipología general de este tipo de fuentes responde a tres grandes formatos: o Crónicas y anales: formato clásico, a caballo entre las fuentes primarias y secundarias. o Tratados de tipo teórico sobre cuestiones generales: política, filosofía, el Estado, la economía, etc. o Ensayos de tipo históriográfico: monografías, síntesis, biografías, prosopografías.

NUEVAS LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN La historiografía actual tiene su origen en dos grandes escuelas surgidas en el periodo de entre guerras del siglo XX: La primera de ellas es la llamada escuela de Annales francesa, entre cuyos autores más relevantes destacan March Bloch, Lucien Febvre, Georges Duby, Jacques Le Goff y Fernand Braudel. Para esta escuela de Historiadores, era fundamental integrar el análisis económico y social en el estudio del pasado, y para ello se preocuparon por definir estructuras sociales, sistemas económicos, rasgos culturales y formas de relación. El objetivo último era explicar el cambio social teniendo en cuenta todos los factores que interactuaban para provocarlo, por lo que se aspiraba, en cierto sentido, a realizar una Historia total. Todo ello sirvió como punto de partida para la proliferación de intereses diversos años después y, asimismo, para que la Historia se convirtiera en una ciencia aglutinadora de métodos y técnicas hasta entonces relegadas a otras ciencias sociales, especialmente la Antropología, la Geografía política, la Sociología o la Literatura. La segunda se corresponde con el grupo de los marxistas británicos, algunos de cuyos autores más influyentes han sido Georges Rudé, Edward P. Thomson, Rodney Hilton y Eric Hobswam. La historiografía marxista se planteó como objetivo esencial el estudio de los conflictos y los movimientos sociales, especialmente aquellos que significaban un enfrentamiento entre grupos situados en distintas posiciones dentro de la jerarquía del poder político y económico. La base metodológica de estos autores era la teoría de la lucha de clases de Karl Marx y Friedrich Engels (siglo XIX), según la cual, la relación de cada sujeto con los medios de producción era la clave para entender las relaciones con la sociedad y, sobre todo, el enfrentamiento sostenido con aquellos que ocupaban un lugar diferente en la escala social, es decir, pertenecían a otra clase social. La historiografía marxista, no obstante, enseguida se alejó de la ortodoxia que, en cambio, mantuvieron sus colegas soviéticos. La lectura de Marx y Engels realizada por los autores citados –como reconoce el propio Rudé– fue extraordinariamente abierta y todos ellos entendieron la necesidad de introducir aspectos propios de la cultura o de la política en su aproximación al pasado. De esta manera, supieron sobreponerse a las estrecheces del determinismo económico más estricto y servir de referencia para nuevas escuelas, concretamente aquellas que se han interesado por los temas más sociales o subversivos de la Historia. Desde estos puntos de partida, cuya validez sigue siendo reconocida por la historiografía, las líneas de investigación más influyentes de los últimos cincuenta años se pueden reunir en los siguientes grupos: 7

1. Historia social: es, en realidad, lo que planteaban los modelos de Annales y del marxismo británico, si bien desde los años ochenta hasta la actualidad la Historia social se ha impregnado de métodos y técnicas propios de otras ciencias sociales, de modo que hoy en día se tiende a hablar más de interdisciplinariedad. Destaca, por ejemplo, la llamada Sociología histórica (Theda Skocpol, Santos Juliá), que ha dado lugar a multitud de trabajos donde el aparato teórico es esencial. La gran aportación de esta rama de la Historia ha sido el permitir a historiadores, antropólogos y sociólogos, sobre todo, hablar un mismo lenguaje científico, de modo que se ha llegado a consolidar una nueva Historia del presente, que emplea prioritariamente técnicas propias de la Antropología social y cultural. 2. La disidencia marxista: extendida a raíz de la publicación por Tony Judt de un artículo titulado “A Clown in Regal Purple” (1979), en el que acusaba a los marxistas británicos de centrarse demasiado en la vida cotidiana y “el chismorreo”, olvidando los verdaderos problemas sociales. 3. Historia de las Mujeres: surgida como una rama de la Historia social y, en concreto, de la Historia desde abajo, su desarrollo ha sido exponencial desde finales de los años sesenta. Se trata de una historiografía realizada mayoritariamente por mujeres y que se ocupa por desvelar el papel de las mujeres en la Historia, si bien existen multitud de postulados metodológicos sobre ello. Una de las primeras autoras que se interesó por estos temas es Natalie Zemon Davis, cuya obra es, todavía hoy, una referencia ineludible para profundizar en la sociedad europea de época moderna. 4. Historia cultural o Historia de las mentalidades: así llamada desde la segunda generación de Annales, tras la gran influencia de las obras del medievalista Georges Duby. Este autor, posteriormente, replanteó el sentido de este tipo de Historia hacia la comprensión de lo que él llamaba el “utillaje mental” de las sociedades. 5. Microhistoria: es una revisión de la Historia social realizada por un grupo de historiadores italianos, entre los que destacó enseguida Carlo Ginzburg, cuya aspiración se orientaba a la reconstrucción de episodios o trayectorias muy concretas del pasado, con el fin de extraer modelos o conclusiones de tipo general. 6. El desmigajamiento o Historia en migajas: surgida de la fragmentación de los paradigmas de Annales, cuando a finales de los años setenta la Historia total había abierto tantas alternativas de análisis que la integración de todas ellas terminó por eludirse. Bautizó esta forma de entender la Historia François Dosse, con su obra L’historie en miettes (1987). 7. La narrativa: marcada por un famoso artículo de Lawrence Stone, “The revival o narrative” (1979), donde el autor apelaba por la recuperación de los personajes y las biografías, por la narración del hecho histórico, frente al análisis de estructuras y modelos sociológicos entre los que se había encorsetado la disciplina. 8. Historia de la vida cotidiana: desarrollada sobre todo en Alemania, surgió como una reacción a los patrones positivistas del siglo XIX, que escogían sus protagonistas entre los grandes nombres del pasado y se ocupaban de los acontecimientos más destacados desde el punto de vista político. 8

9. Estudios subalternos: es una corriente surgida en la India y promovida por historiadores de formación y convicciones marxistas –el más destacado de ellos es Ranahit Guha– interesados por temas que la historiografía europea más social no había ni siquiera planteado. La Historia de la India y, en general, de los países asiáticos, mostraba que la evolución de los grupos sociales más desfavorecidos en aquellos países no podía ser analizada en paralelo a los movimientos obreros y sociales desarrollados en Europa y que exigía de planteamientos propios. 10. El modelo historicista: fue una reacción de los sectores más conservadores de la ciencia frente a la Historia social, a la que acusa de haber generado caos y haber dispersado el objeto del conocimiento histórico. G. Himmelfarb, en The new History and the Old (1987) invita a recuperar a Ranke, es decir, recuperar la esencia historicista que había situado a la Historia en las Universidades allá por el siglo XIX.

A

MODO

DE

CONCLUSIÓN:

LOS

RETOS

DE

LOS

HISTORIADORES

E

HISTORIADORAS EN EL PRESENTE

Como ha puesto de manifiesto el profesor Julián Casanova, en una reciente entrevista concedida a la revista Edad Media de la Universidad de Valladolid, el gran reto que aguarda a la Historia desde los años ochenta del siglo pasado es si los intelectuales, y especialmente los historiadores, deberían tener una presencia activa en la sociedad y en qué sentido. El principio de esta inquietud se explica por la crisis de mercado experimentada entonces por la producción historiográfica. En aquel momento, la repercusión de las obras de Historia comenzó a descender de modo notable, y mientras de los primeros libros de Eric Hobsbawm, Edward P. Thomson, Georges Rudé, Emmanuel Le Roy Ladurie o Georges Duby se vendían miles y miles de ejemplares, en poco tiempo se generalizó la sensación de que la Historia había perdido por completo su cuota de mercado. Con ello, se comenzó a hablar de una crisis del papel del historiador en la sociedad. El remedio a aquella crisis vino de la mano de la especialización, de la búsqueda de nuevas líneas de investigación (nueva Historia, Historia en migajas, egohistoria, historia de las mentalidades, nueva Historia de género, etc.) y, sobre todo, de la Historia comparada y el establecimiento de lazos cada vez más estrechos y sólidos entre los profesionales de la Historia. De ahí el florecimiento de encuentros, revistas, grupos y todo tipo de plataformas de investigación nacionales e internacionales. Hoy en día, las redes entre historiadores se han consolidado a nivel global, mientras el gran reto sobre la función del historiador dentro del sistema dominante permanece. Una de las más valiosas aportaciones de esta toma de conciencia ha sido el decidido giro hacia la interdisciplinariedad experimentado en el seno de la disciplina histórica. En efecto, los historiadores han sabido impregnar su metodología de trabajo con técnicas útiles procedentes de otras ciencias sociales, especialmente la Sociología y la Antropología, de modo que las fronteras de la disciplina están atravesando más que nunca un proceso de reajuste. Las perspectivas para el futuro son, en cualquier caso, halagüeñas: la sociedad actual exige de la conciencia crítica que solo puede aportar la Historia, mientras que

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los historiadores y las historiadoras disponen, ahora, de un bagaje metodológico y de un utillaje técnico más potente que nunca.

BIBLIOGRAFÍA ¾ ¾ ¾

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Alía Miranda, Francisco, Técnicas de investigación para historiadores: las fuentes de la Historia, Síntesis, Madrid, 2005. Aróstegui, Julio, La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Barcelona, 1995. Bonachía Hernando, Juan A. Y Juan Carlos Martín Cea, “Conversación con Julián Casanova: sobre la Historia, los historiadores y la universidad”, Edad Media. Revista de Historia, 9 (2008), pp. 35-57. Bourdé, Guy y Hervé Martin, Las escuelas históricas, Akal, Madrid, 1992. Burke, Peter, Formas de hacer Historia, Alianza, Madrid, 2003. Casanova, Julián, La Historia social y los historiadores. ¿Cenicienta o princesa?, Barcelona, 1991. Duby, Georges, La Historia continúa, Editorial Debate, Madrid, 1992 (orig. 1991). Febvre, Lucien, Combates por la Historia, Ariel, Barcelona, 1975 (orig. 1953). Hobsbawm, Eric, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Crítica, Barcelona, 2003 (orig. 2002). Hobsbawm, Eric, Sobre la Historia, Crítica, Barcelona, 2002. Juliá, Santos, Historia social/sociología histórica, Madrid, 1989. Moradiellos, Enrique, El oficio de historiador, Siglo XXI, Madrid, 2008. Pallares-Burke, Maria Lúcia, La nueva Historia. Nueve entrevistas, Universitat de València, 2005. Serna Alonso, Justo y Anaclet Pons i Pons, La Historia cultural: autores, obras, lugares, Akal, Madrid, 2005.

REPERTORIO DE SITIOS WEB ¾ ¾ ¾ ¾ ¾ ¾ ¾ ¾ ¾ ¾

Clionauta: blog de Historia (Anaclet Pons): http://clionauta.wordpress.com/. Humanities and Social Sciences: http://www2.h-net.msu.edu/. Sciences Humaines: http://www.scienceshumaines.com/. International Institute of Social History: http://www.iisg.nl/index.php. Best of History web sites: http://www.besthistorysites.net. Historia a Debate: http://www.h-debate.com/. Dialnet: http://dialnet.unirioja.es/. Asociación Española de Investigación de Historia de las Mujeres: http://aeihm.org/. Asociación de Historia Contemporánea: http://www.ahistcon.org/index.htm. Asociación de Historia Actual: http://www.historia-actual.org/.

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Mario LAFUENTE GÓMEZ, “Propuesta para comentar textos históricos”, en Susana Lozano y Jorge Larraga (coords.), I Curso de preparación de oposiciones de secundaria. Especialidad Geografía e Historia, Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Zaragoza, 2011. ISBN: 978-84-615-6009-7

PROPUESTA PARA COMENTAR TEXTOS HISTÓRICOS

Mario LAFUENTE GÓMEZ Universidad de Zaragoza

Comentar un texto histórico supone realizar un complejo ejercicio en el que se combinan el análisis, la reflexión, la comparación y, como siempre, la expresión. No existe, desde luego, una única fórmula para llevar a cabo esta tarea, sino, más bien, se puede afirmar que existen multitud de formas de aproximarse a los textos, numerosas y diversas maneras de leerlos que dependen, en gran medida, de la formación personal y cultural de quien se dispone a ello. A lo largo de estas páginas, vamos a tratar de exponer, brevemente, aquellos aspectos clave que, en nuestra opinión, deberían ser tenidos en cuenta a la hora de realizar un comentario de texto histórico. Junto a las orientaciones que indicaremos a continuación, conviente tener en cuenta que el comentario exige, al igual que cualquier otro trabajo relacionado con el estudio de la Historia, emplear y citar aquellas aportaciones historiográficas más significativas dentro de la materia que estemos tratando. La nuestra es, sin duda, una propuesta estrictamente subjetiva. No obstante, la bibliografía en este sentido es relativamente extensa, de modo que quien desee profundizar más en alguno de los aspectos aquí tratados, podrá hacerlo a partir del repertorio de obras que incluimos al final del trabajo. El punto de partida para realizar el comentario se encuentra en la definición del texto como fuente histórica y, por lo tanto, como un elemento generado en un contexto cronológico, geográfico y social determinado. En este sentido, deberemos indicar el momento y el lugar en el que fue redactado el original, tratando de hacerlo, en ambos casos, con la mayor precisión de que seamos capaces. El primero de estos dos aspectos puede presentar algunas dificultades añadidas, ante las que es preciso estar en guardia. Nos referimos a la datación de la fuente, dado que, si se trata de un texto antiguo, lo más probable es que exista una cierta distancia cronológica entre este

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y los hechos que en él se describen. Por lo tanto, deberíamos valorar la posibilidad de que la transmisión de la memoria de aquellos hechos, realizada con anterioridad a su definitiva puesta por escrito, pueda haber incorporado elementos propios de la tradición o fruto del pensamiento mítico. Por otra parte, si estamos ante un documento de época medieval, hemos de tener en cuenta que aquél se encontrará fechado en función de un calendario distinto al gregoriano. Este toma como referencia inicial el nacimiento de Cristo, es solar, de 365 días repartidos entre 12 meses, a los que se añade un día más en febrero en uno de cada cuatro años, y es el que actualmente utilizamos. Sin embargo, hay multitud de alternativas y, de todas ellas, las más frecuentes en la documentación que vamos a manejar son las siguientes:

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La Era Hispánica: sistema de datación utilizado en los reinos hispánicos desde la alta Edad Media y hasta, aproximadamente, mediados del siglo XIV, especialmente en la Corona de Castilla. Comienza en el año 38 a.C., por lo que para sacar la equivalencia a nuestro calendario actual es preciso restar 38 años a la data del texto. Este sistema de datación lo podremos reconocer fácilmente porque, generalmente, la palabra Era precede al número que indica el año, escrito a su vez en caracteres romanos.

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El

calendario

musulmán:

tomando

como

referencia

el

calendario

gregoriano, comienza en el año 622. Toma como referencia los ciclos lunares, cuya duración es algo diferente a los solares que rigen el calendario gregoriano, por lo que a la hora de pasar una fecha expresada de esta forma no basta con sumar 622 años a la data del documento. Es preciso realizar la siguiente fórmula: el año de la hégira se multiplica por 32, el resultado se divide por 33 y entonces se le suma 622. Por ejemplo, para pasar el año 1432 de la hégira, lo multiplicamos por 32, y el resultado, 45.824, lo dividimos entre 33, y al resultado, 1389 (tras redondear 1388,6), le sumamos 622 y nos da 2011.

Asimismo, en los documentos medievales hispánicos podremos encontrar también diversas maneras de indicar el día concreto del año en que está redactado el documento. El sistema más frecuente se corresponde con el modelo del calendario romano, que organizaba los días del año, para su ordenación cronológica, en nonas, idus y kalendas. Las nonas equivalen a los días 5 (enero, febrero, abril, junio, agosto, septiembre, noviembre y diciembre) y 7 (marzo, mayo, julio y octubre). Los idus se corresponden con los días 13 y 15 (en relación idéntica con respecto a los meses del 2

año). El resto de los días de cada mes son llamados kalendas. Existen tres fórmulas para pasar las fechas expresadas de este modo a su equivalencia según el calendario actual. Son las siguientes:

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Nonas: día de las nonas del mes + 1 – día de la data. Por ejemplo: 3 nonas de abril; 5 + 1 – 3 = 3 de abril.

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Idus: día de los idus del mes + 1 – día de la data. Por ejemplo: 6 idus de marzo; 15 + 1 – 6 = 10 de marzo.

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Kalendas: número de días del mes anterior + 2 – día de la data. Por ejemplo: 15 kalendas de octubre; 30 + 2 – 15 = 17 de septiembre.

Por último, existen también diversas alternativas para situar el comienzo del año. Nuestro sistema actual se basa en el sistema llamado ab circuncisione Domini, que lo sitúa en el día 1 de enero (o kalendas de enero). Sin embargo, las fuentes medievales no es este el sistema más frecuente. En su lugar, encontraremos normalmente el modo a nativitate Domini, que hace comenzar el año en el día 25 de diciembre. Por lo tanto, para pasar un documento datado de esta forma a nuestro cómputo actual deberemos tener especial cuidado con los días 26-31 de diciembre. Por ejemplo, si encontramos una data fijada el 27 de diciembre del año a nativitate Domini 1355, deberemos tener en cuenta que, para el copista, el año 1355 había comenzado el pasado 25 de diciembre y que, para nosostros, ese 27 de diciembre pertenece todavía a 1354. Por lo tanto, la datación correcta del texto será: 27 de diciembre de 1354. Otra alternativa para situar el comienzo del año, si bien la encontraremos con menor frecuencia, es el modo ab incarnatione Domini, según la cual el primer día de cada ciclo anual es el 25 de marzo. Por lo tanto, ante una data expresada con este sistema, deberemos prestar especial atención al lapso 1 de enero – 25 de marzo. De modo similar al anterior, ante un texto datado por ejemplo el 20 de marzo del año ab incarnatione Domini 1300, deberemos pensar que, para el copista, 1301 no comenzaría hasta el siguiente 25 de marzo. Sin embargo, en nuestro cómputo, lo había hecho el pasado 1 de enero. Por lo tanto, la quevalencia de la data según nuestro calendario sería 20 de marzo de 1301. Para terminar de completar la ubicación del texto en el espacio y en el tiempo, conviene tener en cuenta los posibles significados de ambas categorías. La Antropología se ha encargado de mostrar cómo el escenario del cotidiano vivir (en palabras del profesor Carmelo Lisón Tolosana) está impregnado de significantes privilegiados, por lo que sería recomendable reflexionar sobre el significado más 3

profundo del momento y el lugar donde fue generado el documento que nos ocupa. El espacio, por ejemplo, puede ser objetivado en marginal, periférico, intermedio, profano, fundacional, noble, supremo, sagrado, etc.; mientras que el tiempo, por su parte, puede interpretarse en sus caracteres de duración, sucesión, puntual, estructural, generacional, cíclico, ocupacional, festivo, religioso, simbólico, cósmico, etc. Seguidamente, debemos preguntarnos por la autoría del mismo. Este último aspecto presenta una relevancia fundamental, ya que nos lleva directamente a enunciar uno de los aspectos que habremos de explicar posteriormente, esto es, el sentido social del texto en cuestión. Si se trata de una fuente primaria, es decir, un texto emitido con fines estrictamente operativos y no académicos, conviene reparar no solo en la autoría nominal de la fuente, sino también en el grupo social que de alguna manera se ve representado en él. Por ejemplo, si trabajamos con un fragmento de una constitución, es preciso indicar, en la medida de lo posible, la procedencia y el carácter de los grupos sociales que han propiciado su proclamación. Si se trata, por el contrario, de un texto de tipo académico o científico, redactado para explicar un aspecto concreto de la realidad, la forma de acercarnos a la autoría del mismo será distinta. Nos referimos, por ejemplo, al fragmento de una crónica, de una biografía o sencillamente a una obra historiográfica moderna. En estos casos, deberemos realizar una breve semblanza del autor, indicando su procedencia académica y/o social, para, a continuación, aportar los datos más relevantes para entender su producción escrita. También es aconsejable, en este punto, aportar alguna información sobre el origen de la publicación, especialmente en lo que respecta a su patrocinio o su promoción. Una vez situado el texto en el tiempo y en el espacio, y definido con cierta precisión el ámbito social del que procede, es preciso efectuar un primer análisis, con el fin de enunciar aquellos elementos básicos para comprender el contenido del mismo y su relevancia histórica. Así, en primer lugar, indicaremos el carácter del texto, tratando de incluir todos aquellos criterios descriptivos que consideremos oportunos para comprenderlo. En este punto, la variedad de criterios puede ser muy extensa, por lo que deberemos indicar claramente cuál es el modelo que vamos a seguir en adelante para caracterizar al texto en cuestión. Nuestra propuesta parte de una aseveración del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien demostró que “en la escritura y en la lectura siempre hay cuestiones de poder”. Se trataría, pues, de utilizar como descriptores más amplios aquellos grandes ámbitos en los que se desarrollan las relaciones de poder o, dicho de otro modo, las distintas estructuras en las que se ejerce el poder en las relaciones sociales. Para ello, partiendo de la obra del citado 4

autor, utilizaremos, en primer lugar, el ámbito político, que incluiría todo tipo de documentación derivada de la actividad gubernativa y sus consecuencias sociales, incluido el ejercicio del poder militar y la guerra; en segundo lugar, el ámbito económico, donde podemos ubicar todas aquellas fuentes generadas como consecuencia

de

la

gestión

económica

de

una

entidad

determinada,

independientemente de su escala; en tercer lugar, hemos de considerar el ámbito jurídico, donde podemos situar todas aquellas referencias al ejercicio de la justicia y a los modos de coerción desarrollados desde la cúspide social; y, por último, el plano ideológico, ámbito decisivo que incluye aspectos como la religión o la disposición ética de las sociedades. A continuación, siguiendo con el propósito descriptivo, deberíamos fijarnos en la estructura del texto. La forma en la que se presenta un escrito suele aportar valiosa información sobre su utilización y su finalidad, por lo que es preciso que prestemos atención, por ejemplo, a su distribución en párrafos y la extensión de los mismos, aspecto que nos proporcionará valiosa información sobre el perfil del destinatario (párrafos más extensos, mayor formación intelectual). Dado que, seguramente, habremos de trabajar con una transcripción del original en formato normalizado, conviene que sepamos indicar los aspectos formales más característicos de la fuente en cuestión. Por ejemplo, si se trata de una noticia de prensa, convendría indicar el texto del titular y del cuerpo de la noticia y señalar, si es el caso, su posición en portada o no del diario del que proceda. Si se trata de un texto medieval, se podrían señalar todos aquellos aspectos que podamos identificar como especialmente relevantes en la redacción original: si hay letras capitulares, cruces sobre el texto, anotaciones al margen de la caja de escritura, firmas especiales, miniaturas, etc. Y ya para concluir las observaciones relativas a la forma del texto, hemos de prestar atención a una característica propia del lenguaje: el tono en el que está escrito. En este aspecto reside buena parte de la efectividad del mensaje, de modo que no podemos obviarlo a la hora de analizar y comentar cualquier texto histórico. El tono en el que está escrito un texto suele ir en consonancia con su intencionalidad y viene a subrayar el mensaje de un modo muy especial. Así, por ejemplo, ante un artículo de opinión firmado por Mariano José de Larra, deberíamos señalar el tono irónico empleado por el autor para definir un determinado contexto social; ante un sermón pronunciado por Vicente Ferrer, sería inevitable hablar del tono moralizante y doctrinario empleado por el dominico; o, ante un fragmento del Manifiesto comunista firmado por K. Marx y F. Engels, no podríamos dejar de indicar el tono abiertamente reivindicativo en el que está escrito.

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El paso siguiente en el análisis y comentario de texto debe orientarse a penetrar en aquellos elementos más profundos o más trascendentes del mismo. En este punto, se trataría de demostrar no solo que somos capaces de ubicar el texto y caracterizarlo, sino que además podemos utilizarlo como una fuente para comprender el pasado y explicarlo con criterios historiográficos. Tres son los aspectos a desarrollar en este sentido: en primer lugar, el sujeto histórico, es decir, el grupo o los grupos sociales cuya interacción ha provocado la emisión del documento; en segundo lugar, la idea o las ideas principales, es decir, cuáles son las estrategias, las aspiraciones o los factores determinantes desde el punto de vista social que se expresan en el texto; y, por último, cuál es el contexto histórico en el que surge, aspecto este último en el que generalmente necesitaremos recurrir a nuestro propio bagaje intelectual sobre las circunstancias históricas en las que se ubica el documento. El sujeto histórico es probablemente el elemento fundamental dentro del discurso de todo historiador. La Historia, como ciencia, se ocupa prioritariamente de analizar y explicar el cambio social, es decir, cómo las relaciones sociales de todo tipo evolucionan en el tiempo merced a la interacción entre los diferentes grupos que conforman las sociedades. Por ello, debemos estar especialmente atentos a la hora de indicar quiénes son los protagonistas del texto que estamos analizando, cuáles son los criterios que los cohesionan y en qué medida constituyen un modelo para la sociedad de la que forman parte. Por ejemplo, si nos encontramos ante un texto de carácter jurídico, hemos de pensar en quién formula esa ley o emite esa sentencia y qué comportamientos sociales se permite corregir, para, inmediatamente, definir a aquellos grupos sociales situados detrás de la ley (quienes la aplican) y quiénes son sus principales

destinatarios

(quienes

presumiblemente

mantienen

una

conducta

condenable). Si se trata de un texto de carácter económico y, más concretamente, un documento de tipo fiscal, sería oportuno definir el perfil de los agentes implicados en la exacción. Este último aspecto, en la sociedad del Antiguo Régimen, nos llevaría a hablar de grupos privilegiados, si se trata de renta señorial, o de soberanía regia, si se trata de impuestos recaudados por la monarquía. Al explicar la idea o las ideas principales que contiene el texto, corremos un riesgo evidente, como es el acabar parafraseando su contenido. Para evitar esta eventualidad, es imprescindible recurrir a la comparación, es decir, una vez resumidos los puntos clave de nuestro texto, hemos de situarlo en paralelo a otros documentos similares y señalar aquellos aspectos que lo diferencian del resto. Este recurso puede resultar especialmente útil al comentar el fragmento de alguna crónica, cuyo contenido conozcamos a través de versiones sustancialmente diferentes. Algo similar ocurre al analizar noticias de prensa. Al hablar de textos políticos, administrativos o jurídicos, 6

conviene también ponerlos en relación con aquellas fuentes contemporáneas que conozcamos y que cumplan una función paralela a la de nuestro documento, tanto en positivo (si refuerzan el mensaje de nuestro texto) como en negativo (si lo combaten). Poner en relación un texto con otros de contenido similar, que lo apoyen o lo discutan y que hayan sido emitidos en un momento histórico muy cercano al primero supone ya hilar muy fino en la redacción de nuestro comentario. No obstante, existe un paso más allá que deberíamos recorrer y que constituye la última puntada en nuestro particular telar. Este último paso consistiría en ubicar el documento en su contexto cultural más preciso. Para ello, deberemos indicar sus influencias (políticas, sociales, etc.), su trascendencia sobre las generaciones subsiguientes, sus fuentes de inspiración y todos aquellos aspectos que seamos capaces de reconocer y que ayuden a interpretarlo desde el punto de vista de su sentido social. Por último, para terminar nuestro comentario, hemos de sintetizar aquellos aspectos que consideremos más relevantes de todo lo explicado anteriormente. Hay algunas características que merecen, por sí mismas, ser reseñadas a modo de conclusión. Por ejemplo, si el texto es lo suficientemente conocido y citado hoy en día, si su influencia ha sido decisiva durante generaciones, si se trata de un documento más bien olvidado, etc. Asimismo, para redondear el comentario, podemos emplear alguna cita textual de alguno de los autores nombrados durante los párrafos anteriores o, en su lugar, incluir alguna referencia literaria que concuerde en su sentido con el espíritu del documento trabajado.

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ASPECTOS A TENER EN CUENTA PARA COMENTAR UN TEXTO HISTÓRICO1 1. Localización del texto. a. Cronología (sistema de datación, significantes de tiempo). b. Procedencia geográfica (significantes de espacio). c. Autoría (individual y/o colectiva). 2. Elementos descriptivos. a. Carácter. i.

Político (tratado, constitución, ley, norma, etc.).

ii. Económico (recaudación, compraventa, alquiler, contratación, etc.). iii. Jurídico (sentencia, acusación, etc.). iv. Ideológico (sermón, oración, etc. pero también crónicas, biografías y todos aquellos productos de la ideología dominante dentro de la sociedad). b. Estructura. i.

Párrafos y su extensión.

ii. Puntos, artículos, columnas, etc. iii. Elementos originales (letras capitales, firmas, miniaturas, etc.) c. Tono. i.

Irónico (en artículos de opinión).

ii. Moralizante, doctrinario. iii. Autoritario. iv. Reivindicativo (manifiestos políticos, sindicales, etc.). v. … 3. Análisis en profundidad. a. Sujeto histórico (grupos sociales cuya interacción se percibe en el documento). b. Idea o ideas principales (recurrir a la comparación con fuentes paralelas, que apoyen o rechacen el contenido de nuestro documento). c. Contexto (influencias que se perciben, posible legado del texto sobre las generaciones subsiguientes). 4. Síntesis. a. Subrayar los aspectos más relevantes. b. Redondear el comentario mediante una cita textual.

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En todos los apartados conviene emplear citas historiográficas científicamente relevantes.

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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA ¾ Bain, Ken, Lo que hacen los mejores profesores universitarios, Prensas de la Universidad de Valencia, Valencia, 2007 (ed. or. 2004). ¾ Bourdieu, Pierre y Roger Chartier, “La lectura: una práctica cultural”, en Pierre Bourdieu, El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la cultura, Siglo XXI, Madrid, 2010. ¾ Corral Lafuente, José Luis, Mª Carmen García Herrero y Germán Navarro Espinach, Taller de Historia. El oficio que amamos, Edhasa, Barcelona, 2006. ¾ Finkel, Don, Dar clase con la boca cerrada, Prensas de la Universidad de Valencia, Valencia, 2008 (ed. or. 2000). ¾ Lisón Tolosana, Carmelo, “Antropología e Historia: diálogo intergenérico”, Revista de Antropología Social, 5 (1996), pp. 163-181 ¾ López Cordón, Mª Victoria y José Urbano Martínez Carreras, Análisis y comentarios de textos históricos. 2. Edad Moderna y Contemporánea, Alhambra Universidad, Madrid, 1990 (ed. or. 1978). ¾ Mitre, Emilio y Arminda Lozano, Análisis y comentarios de textos históricos. 1. Edad Antigua y Media, Alhambra Universidad, Madrid, 1988. ¾ Mitre Fernández, Emilio, Textos y documentos de época medieval (análisis y comentario), Ariel Textos de Historia, Barcelona, 1992. ¾ Ubieto Arteta, Agustín, Cómo se comenta un texto histórico, Anúbar, 1978 (ed. or. 1976).

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