El concepto ‘mujer(es)’: Construcción desde las teorías feministas
Descripción
Camila Páez Bernal Septiembre 2014 El concepto ‘mujer(es)’: Construcción desde las teorías feministas
“En nuestros cuerpos habitan múltiples identidades – trabajadoras, indígenas, afrodescendientes, mestizas, lesbianas, pobres, pobladoras, inmigrantes... – Todas nos contienen, todas nos oprimen. Lo que nos aglutina no es una identidad, si no un cuerpo político, una memoria de agravios. La subordinación común ha sido marcada en nuestros cuerpos, esa marca imborrable nos constriñe a un lugar específico de la vida social. No somos mujeres por elección, mujer es el nombre de un cuerpo ultrajado, forjado bajo el fuego. Mujer es el lugar específico al que nos ha condenado el patriarcado y todos los otros sistemas de opresión.” (Declaración feminista autónoma; 2009)
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El siguiente trabajo tiene dos objetivos principales, en primer lugar exponer la manera en que se ha trabajado el concepto mujer o mujeres desde los distintos feminismos, las criticas y aportes de algunas autoras, y, finalmente, hacer una reflexión de la manera como la idea de mujer me ha marcado y ha afectado mi realidad. Por lo que en primera instancia el trabajo mostrará las autoras de una manera teórica, y el segundo apartado hablara desde una perspectiva más personal. El concepto ‘mujer’ Uno de los puntos de tensión entre las diferentes corrientes feministas es el uso y descripción del concepto ‘mujer(es)’, siendo un temática teórica que abre campo a diversos debates, como también enuncia la posición política que enmarca a una u otra
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corriente. En este trabajo se busca plantear un mapa de cómo se ha usado este concepto desde diferentes miradas, los debates a estos usos y las propuestas que han nacido de estos diálogos y encuentros. En primer lugar, es importante observar cómo en la actualidad el uso de la categoría mujer ha tomado fuerza en el campo político y público de la sociedad en primera medida por las feministas liberales y posteriormente por las feministas culturales y radicales. Desde estos movimientos feministas el concepto ‘mujer’ o ‘mujeres’ no es concebido inicialmente a partir de las consideraciones biológicas o culturales-‐‑ biológicas que distinguen hombres de mujeres, más muchas terminaron cayendo en esencialismos. Es decir, muchas de estas corrientes basaron sus afirmaciones en que las mujeres son entendidas como los sujetos que han nacen con genitales ‘femeninos’ (vulva), mientras que los hombres nacen con pene. Es esta base biológica la que diferencia hombre de mujer, dando características a la mujer: por un lado, un grupo de estas feministas considera que las características femeninas (delicadeza, fragilidad, etc.) vienen intrínsecas a la naturaleza femenina, la mujer nace con ellas; por otro lado, se considera que es la cultura la que da ciertas características de género al cuerpo sexuado, como plantea Victoria Sendón de León (2000) quien afirma que no existe una esencia de mujer, sino que esta siempre ha sido definida por el orden simbólico a través de la historia, es decir, por la cultura.
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Por lo tanto, estas feministas culturales y radicales plantean que ‘la mujer’ es el sujeto sexuado con genitales ‘femeninos’ y al que tiene ciertas características (femeninas) de género impuestas por la ‘naturaleza o por la ‘cultura’. Posteriores corrientes feministas cuestionaron esta visiones tachándolas de esencialistas y de naturalizar la idea de mujer, ya que “muchas feministas y lesbianas más radicales caen en la tentación de creer que finalmente, en el fondo, nuestra situación descansa sobre una base biológica: la famosa “diferencia de los sexos”, la capacidad que algunas tenemos de embarazarnos y parir las siguientes generaciones.” (Curiel & Falquet, 2005; 1). Generando y legitimando así oposiciones características de la lógica occidental como es hombre/mujer, naturaleza/cultura y femenino/masculino, entre otras. Asimismo, los movimientos feministas posteriores plantearon que esta categoría se enfocaba en la experiencia de las mujeres blancas de la burguesía ignorando completamente otro tipos de experiencias de lo femenino, las llamadas mujeres y subjetividad subalternas. Incluso plantearon que esta formación del concepto mujer en singular se apoyaba a la represión de muchas mujeres racializadas y trabajadoras. Simultáneamente, posteriores corrientes feministas reprocharon a este planteamiento que fragmentaba la movilización y experiencia social, dado que la búsqueda de luchas contra la opresión no se basa únicamente en la “lucha de sexos”, sino que hay grupos que han sido dominados históricamente y que deben permanecer unidos, como son las experiencias de los chicanos, los negros y los obreros. Una de las primeras críticas fue la de las feministas marxistas en los años 70. Estas pensadoras plantearon que los movimientos feministas habían olvidado leer la opresión de la mujer como un cruce de dos opresiones fundamentales: la de género y la de clase, siendo la última la que se empeñaron en visibilizar. Para el feminismo marxista, más específicamente el materialista francés, el concepto mujer es resignificado, ya que ‘mujer’ sería el/la individu@ sujeto a opresión y dominación independientemente de consideraciones biológicas; en otras palabras, las mujeres son entendidas como clase social, así como los hombres, y no como un grupo natural o biológico, lo que lleva a que no se les atribuya una “esencia específica –o-‐‑ identidad que defender y no se definen por la cultura, la tradición, la ideología, ni por las hormonas — sino que simple y sencillamente, por una relación social, material, concreta e histórica” (Curiel & Falquet, 2005; 8), que es definida por el sistema de producción, el trabajo y la explotación de una clase por otra por medio de las relaciones de sexaje. Esto lleva a que, para las materialistas francesas, el fin de la opresión es el fin de las clases de las
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mujeres y los varones, en donde las mujeres desaparezcan como clase creada por y para la explotación del trabajo. El feminismo popular en México, que dialogó con el marxismo, también replanteó los conceptos de lo femenino y ‘la mujer’, ya que su proceso político y de lucha: “implicó deconstruir una identidad de género, empezar a cuestionar una arraigada forma de ser mujer, a definir otra imagen de sí mismas y a transformar el concepto tradicional de lo femenino. La participación social de las mujeres populares obligó a muchos núcleos familiares a redefinir los lugares y funciones de sus miembros, compartiendo con más equidad el trabajo doméstico y la vida pública, aunque en otros casos, obligó a las mujeres a asumir dobles o triples jornadas de trabajo: la doméstica, la salarial y la política.” (Espinosa, 2011)
Lo anterior muestra la doble lucha, de género y de clase, que los movimientos feministas con un pie en el marxismo dieron. Ya que, por un lado, mantenían una consciencia de clase y búsqueda de reivindicar la misma, mientras que, por el otro, su búsqueda también era re-‐‑significar el papel de la mujer al interior de su clase. Aún así las feministas marxistas, especialmente las materialistas, fueron criticadas por los movimientos feministas posteriores por omitir casi totalmente el tema del racismo en sus análisis. Estas feministas, así como los otros feminismos blancos, fueron señaladas por reproducir opresiones raciales e ignorar que muchas “mujeres” eran también victimas de este tipo de dominación. Adicionalmente, como explica Haraway: “Las mujeres blancas, incluidas las feministas socialistas, descubrieron —es decir, fueron forzadas gritando y pataleando a darse cuenta— la «no-‐‑inocencia» de la categoría «mujer». Esta conciencia transforma la geografía de todas las categorías anteriores; las desnaturaliza de igual manera que el calor desnaturaliza una frágil proteína.” (Haraway, Citado en: Sandoval, 2004; 98)
Por lo tanto, esta mirada se enfoca en mostrar como la categoría mujer esta cargada de diversas significaciones que han reproducido hegemonías, siendo distintos movimientos feministas muchas veces los vehículos que han canalizado y dado poder a la opresión. Esta reflexión, en donde se exponen los diálogos teóricos y propuestas políticas de feminismo, muestra que el problema no es definir identidades de las mujeres, sino hacer visible las opresiones y dominaciones en su forma compleja. Teniendo en cuenta las categorías de raza, género, sexo y clase para evidenciar como grupos de sujetos están en condiciones de opresión, como también un pensamiento situado que hable de experiencias concretas y no de teorías que se quedan en el aire.
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Por lo anterior, las propuestas de feministas chicanas, lesbianas y negras son valiosas, porque conciben formas de ser y estar dentro de los esquemas y mundos hegemónicos. Por ejemplo, el trabajo de Anzaldúa permite repensar las formas de conciencia, muestra como ser mujer esta atravesadas por opresiones de dos mundos como el americano y el mexicano, pero así mismo propone la consciencia mestiza, una consciencia que re-‐‑significa los valores que han sido impuestos y replantea el respeto de la mestiza y no el ser sometidas al pensamiento machista o el castigo de la traidora. En otras palabras, “este movimiento reinventa figuras que han sido consideradas traidoras a la comunidad como es la llorona.” (Cacheux, 2003) y por lo tanto busca re-‐‑ categorizar la categoría de mujer mestiza como algo positivo, no negativo, y para la reivindicación . El feminismo negro norteamericano busca hacer evidente cómo las opresiones y dominaciones de la mujeres negras no están limitadas al género, sino también a las opresiones de clase y de raza, siendo lo que la Colectiva Rivel Combahhe (1988) propone como la concatenación de todos los sistemas de opresión. Asimismo este movimiento feminista criticó que la categoría mujer/es esconde relaciones la pretensión de lo universal, ya que construye a la mujer blanca burguesa y la “feminidad” definida por occidente como ideal, ignorando otras experiencias históricas de las mujeres, como la esclavitud o el trabajo. Por otro lado, puestas políticas del feminismo lésbico, como la que proponen Curiel y Falquet expresa buscar otras de reivindicaciones. Estas posturas critican los
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esencialismos de los que hablábamos anteriormente, ya que “definiendo el ser mujer (o lesbiana) como una ”identidad” que habría que “descubrir” o “afirmar”, nos perdemos en la búsqueda de revalorización de “lo femenino” o de la “diversidad” como algo positivo que nos podría sacar del impase al que el sistema (hetero)patriarcal, racista y clasista, nos ha llevado” (Curiel & Falquet, 2005; 1). Asimismo, Monique Wittig (2006), muestra cómo la categoría mujer se encuentra intrínseca en un discurso heterosexual que construye relaciones de opresión heterosexual, que siguen marcados en una relación naturalizada que es “la relación obligatoria social entre el «hombre» y la «mujer».” (Wittig, 2004; 51), lo que lleva a esta pensadora a afirmar que: “no puede ya haber mujeres, ni hombres, sino en tanto clases y en tanto categorías de pensamiento y de lenguaje: deben desaparecer políticamente, económicamente, ideológicamente. Si nosotros, las lesbianas y gays, continuamos diciéndonos, concibiéndonos como mujeres, como hombres, contribuimos al mantenimiento de la heterosexualidad (Wittig, 2004; 54).
Por consiguiente, el concepto de mujer y la clase de sexo debe desaparecer, ya que nace del discurso heterosexual. Siendo clave re-‐‑categorizar estos conceptos que parte de la opresión e invisibilización. Asimismo, a la pregunta ¿qué es ser mujer? Esta autora afirma que “«la-‐‑mujer» no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres.” (Wittig, 2004; 57). Las lesbianas, la cual sería la propuesta de sujeto de Wittig, no son mujeres en ningún sentido, ni el lo económico, político e ideológico. Por lo que, similar a las materialistas francesas, Wittig afirma que ser mujer es una categoría que evidencia una relación social específica que somete a opresión y que debe ser re-‐‑conceptualizada. Otra autora que da un análisis interesante y que nos permite cuestionarnos sobre la naturalización de las categorías ‘hombre’ y ‘mujer’ es María Lugones quien muestra, como el sistema colonial impuso una organización particular del sexo y del género: el dimorfismo sexual entre hombres y mujeres blanc@s, causando opresión hacia distintos sujet@ a partir de unos parámetros raciales, sexuales y materiales. En palabras de la autora: “La naturalización de las diferencias sexuales es otro producto del uso moderno de la ciencia que Quijano subraya para el caso de la «raza». Es importante notar que la gente intersexual no es corregida ni normalizada por todas las diferentes tradiciones. Por eso, como lo hacemos con otras suposiciones, es importante preguntarse de qué forma el diformismo sexual sirvió, y sirve, a la explotación/dominación capitalista global eurocentrada.” (Lugones, 2008, p.85-‐‑86)
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A partir de esto, Lugones muestra como este sistema de dominación introdujo diferencias de género donde antes no había, y no exclusivamente diferencias raciales. Mostrando el trabajo de Oyéronké Oyewùmi (1997) muestra como en muchas comunidades indígenas no había la misma división de género que hay en la sociedad contemporánea, en donde las mujeres son definidas en relación con los hombres (la norma), y al introducirse esta diferencia se generó violencia de género. Adicionalmente, Michael J. Horswell (2003) explica que algunas de estas poblaciones tenía lo que se ha denominado un ‘tercer género’, lo cual “no significa que haya tres géneros. Sino que se trata, más bien, de una manera de desprenderse de la bipolaridad del sexo y el género. El «tercero» es emblemático de otras posibles combinaciones aparte de la dimórfica” (Lugones, 2008, p.91) Asimismo, Yuderkys Espinosa (2012) muestra como la crítica al concepto universal de mujer en la política sexual autónoma se queda estancado en cuanto a propuestas, debido a que: “aunque todas las autonomías feministas y lesbianas feministas han seguido y se han identificado con las voces minoritarias y subalternas que desde mediados de los setenta desarrollaron la crítica contundente al sujeto mujer universal entonado y caracterizado por las hegemonías blanco-‐‑burguesas-‐‑hetero de las prácticas y la teoría feminista, no existe unanimidad respecto de los marcos de interpretación de esta crítica y menos aun, en sus repercusiones y traducción a la política feminista.” (Yuderkys, 2012; 14)
Finalmente, a partir de este breve trazo de la manera en que los feminismos han construido, propuesto o deconstruido la categoría ‘mujer’ o ‘mujeres’, se puede observar una fragmentación y crítica constante. Estas discusiones nos dejan la sensación de que preguntarnos por qué es ser mujer o qué significa lo femenino es caer otra vez en la búsqueda de discursos hegemónicos y totalizadores que, como esboza Anzaldúa, confinan a l@s sujet@s en “roles rígidamente definidos”(Anzaldúa, 2004; 74). En esta medida es valido el cuestionamiento que hace Donna Haraway al hacer énfasis en que: “no hay otro momento en la historia en que hubiese más necesidad de unidad política para afrontar con eficacia las denominaciones de raza, género, sexo y clase”, y que “la dolorosa fragmentación existente entre las feministas en todos los aspectos posibles, ha convertido el concepto de mujer en algo esquivo, en una excusa para la matriz de dominación de las mujeres entre ellas mismas (Haraway, 2005)” (Espinosa, 2011).”
Por esto mismo, propuestas como la conciencia mestiza de Anzaldúa, la conciencia Cyborg de Haraway (aunque sea difícil situarla en individuos concretos) o la lesbiana de Wittig plantean diferentes modos de enfrentar las matrices de dominación, modos
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que nacen de las mismas relaciones de poder y que, en la mayoría de los casos, se sitúan en la experiencia. Esto nos hace preguntarnos sino es pertinente en vez de buscar categorizarnos como una identidad fija, buscar un espacio de encuentros y de conciencias y subjetividades móviles y llenas de matices, es decir, un “lugar para los diferentes sujetos sociales” (Sandoval, 2004; 98) como plantea Sandoval. Además de lo anterior, es importante tener en cuenta que ‘las mujeres’ como categoría política siguen teniendo una gran importancia, dado que son la forma actual de combatir el sexismo y el patriarcado. Por lo tanto ‘mujeres’ y ‘mujer’ sigue siendo una categoría útil y no dejara de serlo hasta que se den transformaciones radicales del sistema de género heteronormativo, capitalista y patriarcal.
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Reflexiones finales “Anti Penélope
I. Una vez roto
el mito de Penélope,
desataré la luna
y zarparé
el alba entre los dedos,
a construir
un nuevo país,
sin matrimonios,
sin esperas,
donde la soledad
no duela.
II. He cambiado
la espera...
por búsqueda de mar.” Guisela López
Ser mujer, sentirse mujer. Es una experiencia que desde que naces, o incluso antes, te imponen. En muchos casos no le dan a uno otra oportunidad de ser y habitar el
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mundo. El color rosa, los moñitos y las muñecas están en tu cuarto mucho antes de que veas el mundo con tus propios ojos. Todas estas prácticas las hacen justificadas en una supuesta ‘naturaleza’ de los sexos, una supuesta forma universal de ser niña y mujer. Cuando llegas al mundo y vas creciendo te hacen sentir delicada y quebradiza como una porcelana, mucho después me di cuenta que esa imposición de fragilidad y necesidad de protección solamente cubría formas de dominación que me harían posesión de un ‘macho’. Esa vulnerabilidad legitimaba que otros opinaran acerca de mi vida y mis gustos, les daba el espacio para juzgar e imponer sus deseos sobre mi cuerpo y sobre mí; más aún, sus deseos se convertían en mis deseos. ¿cómo desaprender el desear lo impuesto?¿cómo escoger qué desear?¿cómo crear nuevos deseos y desde dónde? Considero, personalmente, que la etiqueta mujer lo que ha hecho es debilitarme y volverme una sujeta que se encuentra sujeta al poder de otro, siento que esa categoría, en mi contexto familiar y social, me quita poder y empodera a los demás, sobretodo a los que tienen un rol de hombres. La autoridad masculina se ha presentado de manera poco evidente como si no existiera, al crecer con una madre y con un padre lejano pareciera que no hubiera poderes patriarcales sobre mí: el rol de mujer fuerte me ha perseguido y hace que todo el mundo asuma que no me ha afectado el machismo. Más la heteronormatividad cruza todos los espacios de mi crianza, siempre he sentido que debo recibir la aprobación de un hombre. Siempre, como dice Oyéronké Oyewùmi (1997), me he definido en relación con otro. ¿cómo empezar a definirme desde mi misma? Creo que esa es una tarea que intentan hacer los feminismos, no en la búsqueda de una identidad esencialista, pero si en la búsqueda de la libertad y la autonomía, de un nuevo camino ¿cómo abrir ese nuevo camino? Hasta hace poco me di cuenta que crecí y viví con la sombra de un otro que aparentemente me completaba y que le daba sentido a mi existencia, ese otro de poder masculino y autoridad legitimada, ese sentido de existencia no era propio, era impuesto. Creo que la expresión castrante es machista, aún así logra ejemplificar lo que se ha hecho con las experiencias femeninas, castrantes y silenciadoras, se les ha buscado debilitar y desposeer de sus habilidades autónomas e independientes; esto reproduce la dependencia que el sistema de poder patriarcal y paternalista. También, bajo la categoría mujer se me han impuesto numerosas cargas, unas menos peores que otras, claramente he sido afortunada en comparación de otr@s compañer@s que enfrentan el yugo del sistema. Tengo que tener presente quien he
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sido y las oportunidades que he tenido. No es lo mismo una mujer en Bogotá que una mujer en las zonas rurales. He estado en un espacio que me ha brindado educación y oportunidades, así mismo me ha enseñado a andar e valerme por mi misma. Siento que la dependencia que me han enseñado ha sido más de índole emocional que económico, como también político. Las feministas marxistas y de color logran dar una perspectiva más amplia en las opresiones, logran hacerlas personas y caras, más allá, las feministas chicanas y lésbicas logran hacer sentimientos y emociones las opresiones; trascienden las reflexiones teóricas que me brindan autoras europeas y norteamericanas y las vuelven experiencias vividas y encarnadas. En esta medida siento que me uno a las voces de las opresiones, que sólo soy una manera en que se expresan y que hay muchas otras que hay que visibilizar. Para terminar, es importante ver que leyendo a las feministas uno se da cuenta de sus luchas, se da cuenta de los espacios que debe alcanzar, aunque no es fácil. Considero que las luchas contra el sistema patriarcal y dominador se deben hacer todos los días y en lo cotidiano, aún así eso se debe hacer con alegría y buscando felicidad. Además de esto no se trata de una lucha entre enemigos a muerte, donde uno es malo y el otro es bueno, considero que es una lucha que puede integrarnos a todos: de una forma u otra todos somos victimas de un sistema que nos condena y encadena a presupuestos económicos, políticos y culturales que son racistas, machistas, clasistas y sexistas.
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