El Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada del coronel Joaquín Acosta

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Descripción

Utopías móviles. Nuevos caminos para la Historia intelectual en América Latina

s e l n i c h v i vas h u rta d o

[ c o m p i l ad o r ]

FACULTAD DE COMUNICACIONES

Esta publicación hace parte de la Estrategia de sostenibilidad del GelcilL, otorgada por el CODI de la Universidad de Antioquia para el periodo de 2013-2014. Las opiniones consignadas son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesarimente comprometen a los editores del volumen. Especiales agradecimientos al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, Cendinci, por su contribución a la difusión de la investigación.... USO APROBADO: Escala de grises

Uso Monocromático: Verde

Posible uso policromía

Catalogación en la Biblioteca

© Utopías móviles. Nuevos caminos para la Historia intelectual en América Latina. Selnich Vivas Hurtado (compilador). © Universidad de Antioquia - Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamerican, Gelcil. © Diente de León. Editor ISBN: Impreso en Colombia Octubre, 2014

Edición (Gelcil): Andrés Arango • Daniel Contreras Jhonathan Tapias • Catalina Ángel Comité científico (Gelcil) Carlos Altamirano • Juan Guillermo Gómez Horacio Tarcus • Gilberto Loaiza Diseño y producción Torre Gráfica Limitada Portada: Impresión: Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio del contenido de este libro sin el permiso de los editores.

Contenido Presentaciön Puertas abiertas a la lectura de la historia intelectual en América Latina Sobre la historia intelectual Carlos Altamirano Revista Hispania (1912-1916): presencia cultural colombiana en la vida intelectual europea

Gildardo Castaño Duque

El problema del intelectual indígena, los antisemitismos y la komuya uai de los minika Selnich Vivas Hurtado Crítica literaria y trabajo intelectual Liliana Weinberg Las revistas Mito (1955-1962) y Letras Nacionales (19651985): dinámicas del campo literario colombiano a mediados del siglo XX Paula Andrea Marín Colorado Intelectuales: determinantes y territorialidad Araceli de Tezanos La

historia

intelectual

en

Argentina.

Metodologías,

problemas y desafíos en los estudios en torno al siglo XIX Mariano Di Pasquale

El intelectual afro en América Latina y su proyecto estético político Denilson Lima / Selnich Vivas Hurtado La narrativa ilustrada en América Latina: emergencia, delimitación y constitución del pensamiento latinoamericano en el siglo XVIII

Fernando Nina

Redes intelectuales en la construcción de la Biblioteca Ayacucho: Ángel Rama y Rafael Gutiérrez Girardot Diego Zuluaga / Juan Guillermo Gómez García La utopía conservadora de la nación católica

Gilberto Loaiza Cano

La Cepal (1948-1970): un caso de historia intelectual latinoamericana

Juan Carlos Villamizar

Entre Brasil y Argentina: representaciones, intercambios y viajes intelectuales

Kàtia Gerab Baggio

Las Meditaciones colombianas de Juan García del Río: Orígenes intelectuales de la monarquía bolivariana

Juan Guillermo Gómez García

El compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada del coronel Joaquín Acosta Sebastián Gómez Revista Mito: una contribución a la historia del pensamiento en Colombia Carlos Rivas Polo

Utopías móviles. Nuevos caminos para la Historia intelectual en América Latina

el compendio histórico del descubrimiento y colonización de la nueva granada del coronel joaquín acosta

SebastiánGómez

González

Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia. Doctor y Maestro en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); historiador de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Actualmente se desempeña como coordinador del área de Historia de América Latina y es co-director de Trashumante. Revista Americana de Historia Social

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Obertura

Como conocimiento especializado, la historiografía latinoamericana se ha encargado de rescatar todos aquellos aportes documentales, predecesores de nuestra contemporaneidad, a fin de comprender cuáles han sido los principales tópicos de análisis y las preocupaciones de los historiadores —en su mayoría aficionados— que se remitieron al pasado (remoto y cercano) para encontrar alternativas de explicación sobre asuntos tocantes a la nación, la política, y el porvenir de las entonces nacientes repúblicas, otrora dominadas por las potencias europeas. En este sentido, la obra de Joaquín Acosta es un aporte que merece ser estudiado con detenimiento y atención, ya que ha sido una obra generalmente incomprendida por la historiografía suramericana y latinoamericana en general, debido a su naturaleza historiográfica decimonónica y sus carencias en cuanto a preceptos científicos. Joaquín Acosta no se empeñó en elaborar una narrativa de corte nacional y político sobre los convulsos y belicosos tiempos de la Independencia y sus años subsecuentes, tal como otros historiadores de su generación lo habían logrado en otras regiones del continente americano; más bien, realizó un esfuerzo por agrupar los testimonios

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documentales relativos a las primeras décadas de la dominación hispánica en los territorios noroccidentales de América del Sur, es decir, el territorio que durante el período colonial fue conocido en el ámbito geopolítico y administrativo como el Nuevo Reino de Granada, jurisdicción perteneciente a la Tierra Firme. Así, el Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada es una invaluable contribución de acuerdo al propósito por dejar a la posteridad—una socorrida pretensión decimonónica—la narrativa histórica de un pasado “nacional”, aclarado mediante la utilización de fuentes primarias de orden diverso, tal y como generalmente lo fueron las Monumentas más prodigiosas conocidas entre las atmósferas librescas de Occidente a lo largo del siglo XIX (Burrow, 2008). Fuentes confrontadas, matizadas e intervenidas, con opiniones críticas y ciertos acercamientos cientificistas, que resultaron siendo un lúcido ejemplo sobre las formas de abordar el pasado y de inquirir sobre la “verdad histórica” para una embrionaria república en el siglo XIX latinoamericano. El presente capítulo consistirá en brindar una mirada revisionista a Compendio Histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada, escrito por el coronel neogranadino Joaquín Acosta. Se señalarán aspectos básicos y notables de la vida del autor y se mostrará cuál es la estructura y los alcances de la obra en términos de la historiografía y en su contexto intelectual, teniendo en cuenta los paradigmas culturales, sociales y políticos que circundaron el período en que fue escrita y publicada, para así, lograr defender y demostrar la pertinencia e importancia que ha tenido una obra como esta en la historiografía colombiana y latinoamericana. Neogranadino, criollo e historiador

Hijo de un hacendado y acaudalado minero, Tomás Joaquín Acosta y Pérez de Guzmán, nació el 29 de diciembre de 1800 en la villa de Guaduas, cálida población ubicada en el valle del río Magdalena, arteria hídrica del entonces virreinato del Nuevo Reino de Granada, que a su vez se encontraba al occidente de la ciudad de Santa Fe, capital del Virreinato y sede de la Real Audiencia. Como pocos de los avecindados en el virreinato, Acosta perteneció directamente a las elites criollas neogranadinas, lo cual le supuso

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el acceso a una educación esmerada con el clero secular en el Colegio del Rosario de la ciudad de Santa Fe, institución educativa sin parangón en el contexto regional. Habiendo transcurrido las batallas por la emancipación entre los años de 1810 y 1816, con escasos 19 años, renunció a su educación para integrarse al ejército de la Nueva Granada1. El propio Simón Bolívar, siendo general del ejército patriota, lo nombro subteniente de infantería para los batallones que efectuarían las campañas en el sur y el occidente del territorio, es decir, a las regiones del valle del río Cauca y el Chocó. Su desempeño como militar entre los años de 1820 y 1822 se conjugó con las pretensiones personales, que a su vez estaban en consonancia con los proyectos políticos y militares republicanos. Así, se encargó de trazar cartografías e informes que evaluaban el estado de los recursos mineros, la navegación de los ríos, el estado de los caminos; elaboró censos de población y llevó a cabo otras labores de ingeniería militar. En 1822 el general Francisco de Paula Santander lo nombró oficial segundo de la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra, rango mayor que le permitió alejarse de las labores de soldado activo. En 1825 1

Resulta necesario aclarar que el actual territorio que ocupa la República de Colombia tuvo diversas denominaciones que a su vez dependieron de proyectos políticos, tanto coloniales como republicanos. Desde el siglo XVI, todo el territorio se encontraba dividido en el aspecto geopolítico entre dos Reales Audiencias: Santa Fe y Quito. La de Santa Fe gobernaba en las provincias caribeñas, en la altiplanicie y valles de la cordillera oriental, y en las regiones llaneras drenadas por los ríos Meta y Orinoco, mientras que la de Quito poseía la vastísima gobernación de Popayán, que en otras palabras comprende todo el occidente del país incluyendo su litoral pacífico, partiendo desde la margen izquierda del río Magdalena, abarcando hasta la provincia de Antioquia y por el norte hasta llegar al golfo de Urabá. Así, fue erigido por la corona española como Virreinato del Nuevo Reino de Granada en dos oportunidades: la primera en 1719, fallida a causa del intenso contrabando y de un virrey contrabandista; la segunda en 1741, que duró hasta 1810 cuando se proclamó el grito de independencia. Por su parte, la Nueva Granada, es la denominación que pertenece al proyecto político de los criollos patriotas en los primeros años de vida independiente, es una denominación republicana al igual que las sucedáneas, tales como: Confederación Granadina, Provincias Unidas de la Nueva Granada, Gran Colombia, Estados Unidos de Colombia y por último República de Colombia, que fue el resultado de la última guerra civil bipartidista conocida como Guerra de los Mil Días (1899–1902), en la cual el antiguo Estado Soberano de Panamá se declara independiente gracias al intervencionismo de los Estados Unidos de América. Ver Bushnell, (1997).

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viajó a Europa donde permanecería hasta 1831. Su viaje fue bastante fructífero —y no parco en loas—, pues sería en el viejo continente donde entraría en contacto de nuevo con la vida académica y donde se acercaría con mayor plenitud al ideario ilustrado, liberal y progresista que circulaba entre las asociaciones académicas, literarias y políticas (Giraldo, 1955). En Europa se curtió en estudios de naturalismo, biología, química, geología, mineralogía y, por supuesto, ingeniería militar, detallado campo de conocimiento notablemente desarrollado en las atmósferas académicomilitares de las naciones europeas. En 1832, regresó a la Nueva Granada donde se le ofreció el cargo de Ingeniero Director de Caminos de Cundinamarca. Sus conocimientos cultivados en el campo de los estudios científicos le impulsaron a fundar, ese mismo año, la Academia Nacional, y para 1833, se le asignó desde el gobierno central la cátedra de Química en la Universidad Nacional, desempeño que alternó con su oficio militar y político como Coronel del Batallón de Artillería del Ejército Nacional y como diputado ante el Congreso de la República. A partir de 1835 abandonó sus obligaciones burocráticas y se dedicó por entero a las comisiones nombradas por el gobierno republicano para la inspección del territorio y la catalogación de sus recursos naturales. Fue así como propuso los proyectos para el trazado de nuevos caminos —propósito omnipresente en el virreinato desde el siglo XVIII— que comunicaran las diferentes provincias del país, desarrolló planes para la edificación de presidios en las costas con el fin de que los reclusos conformaran colonias agrícolas y, basado en sus conocimientos de ingeniería, impulsó la modificación de los cauces ribereños para facilitar la navegación a vapor y así acrecentar el comercio y las comunicaciones con el exterior. Dos años después volvió a la vida política y a las labores gubernamentales. En 1837, fue nombrado como encargado de Negocios Exteriores de la Nueva Granada ante la vecina república del Ecuador. En 1842, fue ministro de gobierno en Washington, donde a su vez contrajo nupcias con Caroline Kemble, norteamericana oriunda de la provincia canadiense de Nova Scotia. En 1843 regresó al país para ocupar el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, al cual renunciaría en 1845 debido a un nuevo viaje a Europa, en el que pretendía visitar la ciudad de Sevilla, con el fin de explorar el Archivo de

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Indias para luego dedicar gran parte de su tiempo a la escritura de su obra más importante2. Un vasto compendio crítico

El desarrollo de la historiografía hispanoamericana en el siglo XIX estuvo acorde, en la mayoría de los casos, con los importantes procesos independentistas frente a la Monarquía Hispánica que tuvieron lugar en cada uno de los antiguos virreinatos del continente y sus jurisdicciones territoriales adjuntas. Todo ese gran cúmulo de historias particulares y generales, que enunciaban y elogiaban de manera apologética las arduas luchas y las hazañas de los próceres en su búsqueda por la emancipación de sus patrias y en la “liberación” de una sociedad anteriormente avasallada y sumida en una “paz sepulcral”, fueron escritas por intelectuales que podrían encasillarse, guardando las proporciones, en la categoría de “ilustrados” (Henríquez Ureña, 1980: 396). Hombres convencidos y comprometidos con la idea de progreso y libertad, al servicio de un proyecto político de orden nacional y divorciado del pasado colonial, que consideraron la Historia como una herramienta liberadora y legitimadora para las sociedades de las nuevas repúblicas independientes (Palti, 2000). La escritura de la historia en las nacientes repúblicas permaneció guiada por los derroteros intelectuales e ideológicos que permeaban la Europa occidental. Claro está, sus autores eran conscientes en gran medida de las realidades que habían trastocado a las sociedades de cada una de las embrionarias repúblicas. No obstante, se ciñeron a las metodologías e idearios imperantes en la escritura de la historia europea para escribir, según sus 2

No existe una biografía detallada del “coronel” o “general” Joaquín Acosta, solo se conoce la elaborada por su hija Soledad Acosta de Samper y una aproximación biográfica bastante somera e imprecisa elaborada por la historiadora colombiana Lucella Gómez Giraldo. Ver Soledad Acosta de Samper, Biografía del general Joaquín Acosta, prócer de la independencia, historiador, geógrafo, hombre científico y filántropo (Bogotá: Librería Colombiana, 1901); Lucella Gómez Giraldo, “Biografía del general Joaquín Acosta”, en Biblioteca Luis Ángel Arango, (Bogotá: 2001). http://www.lablaa. org/blaavirtual/bibliografias/biogcircu/acosjoaq.htm.

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presupuestos formativos (y sus posibilidades documentales), unas historias que sirvieran de soporte a cada uno de los proyectos nacionales. Al tratarse de hombres suficientemente letrados, que estaban más o menos al tanto de los avances científicos, de la nuevas producciones literarias y de las recientes corrientes de pensamiento historiográfico, las historias escritas en América mantuvieron la impronta europea en su composición general, ya que, de forma tangencial, sus autores conocían previamente algunas obras emblemáticas del pensamiento fraguado en Europa y Norteamérica, particularmente las producciones francesas, inglesas, alemanas, suecas y estadounidenses (Silva, 2002: 279-340). Voltaire, Guizot, Linneo, Michelet, Ranke, Jefferson, Smith, entre otros tantos, fueron el repertorio historiográfico-científico clásico que sirvió a los criollos letrados de América para curtirse en los paradigmas ideológicos, historicistas, anticuaristas y cientificistas del mundo europeo, para insertarlos en sus obras de acuerdo a los avatares que pretendieron explicar, dado que entre las corrientes del pensamiento historicista del mundo hispánico en el siglo XIX, la idea de América o simplemente de Nuevo Mundo, como crisol de culturas o naciones, fue un elemento insoslayable que se mantuvo como tópico central hasta bien entrado el siglo XX (Kozel, 2012). Por tanto, se consideraba al continente y al hombre americano como heredero de tradiciones milenarias y distintas, constituido con base en el indio, habitante originario del continente, el nativo africano víctima de la esclavitud compulsiva y el ancestro cultural imperante, el europeo cristiano: ibérico, esclavista y dominador, pero a su vez faro y guía para el alcance de la liberación (Zea, 1982:19) . En este sentido, en la obra de Acosta3, cohabitan buena parte de las coordenadas ideológicas y metodológicas de la historiografía europea a la luz de las posibilidades y realidades políticas, intelectuales e incluso documentales ofrecidas por el continente americano. Es decir, gravitaron en una órbita de explicación con una estructura narrativa que pretendió ser un 3

Para la elaboración de este trabajo he utilizado las tres ediciones existentes de la obra de Joaquín Acosta: Joaquín Acosta, Compendio del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (París: Imprenta de Beau, 1848); Compendio del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (Bogotá: Librería Colombiana Camacho Roldán y Tamayo, 1901); Historia de la Nueva Granada (Medellín: Editorial Bedout, 1985).

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modelo para la exposición —y argumento— de los hechos y acontecimientos del pasado (White, 1992: 14). De hecho, en el prefacio de su Compendio, el autor menciona que la obra va dirigida a la “instrucción de la juventud” en la historia antigua de la Nueva Granada, propósito enmarcado dentro de un proyecto político basado en la autonomía, el liberalismo y el progreso; una manera nítida de contribuir con la educación intelectual de la juventud de la república (Figueroa, 2011: 188-189), y acorde a las circunstancias para la creación de cierta “identidad nacional” entre los ciudadanos, ya que el autor comprendía que para la edificación de una nación, la vertiente literaria era fundamental, más aun entre las recientes generaciones (Acosta, 1848), en un contexto donde la historia, como narración sobre el pasado, se insertaba perfectamente dentro del terreno de lo novelable (Collingwood, 2011). Aseguró, además, que otro de los motivos para escribir tal compendio fue el de haber notado la imprecisión hallada entre las obras de los cronistas de los siglos XVI y XVII, pues —arguyó—, eran “incompletas, recargadas de fábulas y declamaciones que ocultan y ahogan los hechos esenciales” (Acosta, 1848: V). También sugirió que el lenguaje antiguo —refiriéndose al castellano clásico, generalmente escrito por soldados y oficiales monárquicos medianamente letrados— era un obstáculo para los lectores, quienes al mantenerse regularmente ocupados, no podrían dedicarse a “sacar el grano de la paja”, perdiendo el tiempo al tratar de comprender las crónicas escritas en la lengua de Cervantes (Acosta, 1848: V). Acosta fue un agudo lector de las crónicas del siglo XVI, algunas de las cuales, para mediados del siglo XIX, circulaban en el Nuevo Reino de Granada impresas y editadas en Londres, Madrid, Sevilla, París, Bezançon, Amberes, Amsterdam y Bruselas. Uno de los beneficios que le reportó el ser neogranadino era el tener acceso a los libros que desde Europa, México, el Caribe y Estados Unidos, llegaban entre los dinámicos flujos comerciales del puerto de Cartagena de Indias en el litoral caribeño de la Nueva Granada. La lectura de las crónicas y relaciones de la conquista, y todas aquellas narraciones descriptivas del Nuevo Mundo que circularon gracias a comerciantes y libreros, impulsaron en Acosta el afán de escribir una narración “exacta” y abarcante en la cual podía dar testimonio de la lectura de los cronistas mientras hilvanaba cuidadosamente los aportes de cada uno de ellos para darle a su Compendio una narrativa lineal y no exenta de contradicciones. El interés

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historiográfico de Joaquín Acosta, podría clasificarse entre la categoría de relatos históricos, ya que en su obra se observan elementos narrativos que sirven como conexiones entre unos datos previamente seleccionados y evaluados con el objetivo de escribir una historia comprensible para un público determinado. De igual manera, la ordenación de los datos disponibles (hechos registrados en los documentos), se emplea según sus categorías temporales como componentes de un proceso de acontecimientos dividido según la clásica estructura literaria de la narración: inicio, nudo y desenlace (White, 1992: 16). Otro de sus objetivos al escribir la obra fue el de ser parco en lo referente a “juicios, deducciones y apreciaciones”, típica ecuación de la vertiente positivista en la historiografía decimonónica, pues el efectuar juicios valorativos de orden subjetivo podría interferir en la captación de la verdad o realidad histórica que, según el positivismo en ciernes, radicaba de manera palpitante en las fuentes documentales. De hecho, Acosta insinuó que el momento en que escribió su Compendio fue el más adecuado, en tanto que si hubiera hecho lo mismo en los días donde transcurrieron las gestas independentistas, sus ánimos estarían completamente exacerbados contra la monarquía española y todo lo que ella engendró en ese álgido contexto de pugnas políticas y bélicas. Acosta comentó que se retraía a emitir tales juicios por ser dignos de un talento que él mismo no poseía, y de haberlo hecho, se hubiera dedicado, según él, a la composición de una historia crítica y de “lectura fastidiosa”. Tampoco trató de hacer demasiado énfasis en los hechos mas dramáticos a fin de que la propia verdad que se hallaba en las fuentes pudiera obrar en la imaginación de cada lector, asunto que justificaba proponiendo que la narrativa de su compendio se desarrollaba entre un eje temporal particular (período de la conquista) y un eje espacial (Nuevo Reino de Granada), lugar que ostentaba suficientes riquezas naturales, amén de todas las “maravillas de la creación”. Por tanto, la transcripción fidedigna de algunos apartes de las crónicas bastaría para dibujar todo un contexto histórico y sociológico apto para sustentar los acontecimientos de toda una época (Acosta, 1848: V). Sin embargo, el hecho de pretender una completa objetividad y una narrativa de notable factura —cuestiones clásicas en la historiografía que se preciaba de ser altamente académica (Novick, 1988)— no lo eximió de realizar anota-

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ciones marginales que sirvieron de complemento argumentativo y erudito para su Compendio, asunto que se mantuvo firme desde el siglo XVIII como uno de los elementos distintivos de la narrativa histórica frente a las demás formas de literarias (Grafton, 1998). Con el propósito de realizar acercamientos narrativos a un pasado fidedigno, Acosta recorrió varios de los lugares donde se desarrollaron los hechos en el siglo XVI. Tratando de verificar las observaciones y anotaciones consignadas por los cronistas que en variadas ocasiones fueron parte de las huestes conquistadoras, se dio a la tarea de corroborar las afirmaciones halladas en los documentos, relativas a lugares específicos, con los lugares propiamente dichos. Así, desempeñando labores como Coronel en el Ejercito Nacional en 1841, recorrió los territorios ubicados entre las ciudades de Antioquia y Anserma4, corroborando las descripciones hechas por un cronista de la expedición que en 1540 comandó el conquistador peninsular Juan de Vadillo5. La lectura de las crónicas y el conocimiento empírico adquirido con las observaciones que efectuaba durante la estancia en los lugares donde más de 200 años atrás habían sucedido los hechos del descubrimiento y la conquista, fueron elementos fundamentales para la elaboración de apreciaciones comparativas casi de índole etnográfica. Dichas observaciones empíricas, acumuladas durante los recorridos que hizo por el territorio como militar, y a su vez cotejadas con la información bibliográfica de las crónicas, le indujeron a escribir acerca de la constitución racial de los pueblos indígenas habitantes de la Nueva Granada. Por ello mencionó que para el siglo XIX, a pesar del denso mestizaje experimentado entre la población neogranadina, gran parte de la población chibcha del altiplano reinoso6 permanecía “pura”, como ocurría, de igual manera, con los 4

Ubicadas en la región andina centro-occidental de la actual Colombia, las entonces ciudades de Antioquia (y Anserma (bautizada inicialmente como Santa Ana de los Caballeros), fueron fundadas por Jorge Robledo entre los años de 1540 y 1541, siguiendo órdenes de Sebastián de Belalcázar quien a su vez era lugarteniente del Marqués Francisco Pizarro, conquistador y gobernador del Perú.

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Acerca de la expedición mencionada, ver Gregorio Saldarriaga, ed., “Transcripción de la relación del viaje del licenciado Joan de Vadillo entre San Sebastián de Urabá y Cali, 1539”, Boletín de Antropología 26: 43 (2012).

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Me refiero aquí al actual altiplano cundiboyacense, formación orográfica localizada en la cordillera oriental de los andes septentrionales colombianos, donde en los

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pueblos indígenas cunas habitantes de las selváticas regiones ístmicas del Darién (Acosta, 1848: VII). La recopilación de materiales bibliográficos para la escritura de su obra se le facilitó en gran parte gracias a los documentos primarios que le proporcionaron los clérigos pertenecientes a las órdenes seculares que existían en la ciudad de Santa Fe. Visitó los repositorios documentales ubicados en los conventos de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín en busca de información complementaria, ya que sabía que lo más trascendente en materia de documentación sobre los años iniciales de la dominación hispánica debía hallarse en el Archivo de las Indias, ubicado en la ciudad de Sevilla. Debido a esto, viajó a España con el fin de consultar la documentación y, una vez estando allí también accedió a la recopilación documental referente al descubrimiento y conquista de los territorios que antaño conformaron la América Española, parcialmente organizados y transcritos por Juan Bautista Muñoz en 1779. Los documentos transcritos por Muñoz en el siglo XVIII se hallaban impresos a manera de libros; era, pues, una colección documental ordenada posteriormente como Historia del Nuevo-Mundo (1793), escrita y publicada con el objetivo de recopilar los hechos que ayudaran a configurar el no muy lejano pasado imperial de España, que para ese entonces se gobernaba bajo la dinastía Borbón y disputaba —desventajosamente— gran parte del control territorial ante las potencias enemigas que gobernaban porciones vastas y pequeñas del continente americano. Existieron además varias copias de aquella colección documental en algunas bibliotecas de cortes europeas y en manos de eruditos particulares. Una copia hecha por un tal Don Antonio Unguina, pudo consultarla en París en la biblioteca personal de un amigo suyo, un tal señor Ternaux Campans, quien le facilitó la documentación. Acosta aseguró que durante su estancia investigativa en España no todo resultó fácil, ya que surgieron complicaciones a la hora de acceder a las fuentes primarias, pues un exministro español —posiblemente Francisco Martínez de la Rosa—, entonces siglos XVI y XVII se encontraba la mayor densidad de población indígena del norte de Suramérica. De hecho, gracias a los altos índices demográficos, este altiplano fue el espacio propicio para la fundación de dos de los centros urbanos más importantes del Nuevo Reino de Granada: la ciudad de Santa Fe y la villa de Tunja.

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encargado del Archivo de Indias, le negó la entrada a los acervos, por el hecho, según él, de ser criollo, es decir, español nacido en América. Sin duda, aquel celoso funcionario debió tener cierto encono ante Acosta por saber de antemano acerca de su participación en las luchas por la emancipación americana (Acosta, 1848: VIII). Además de las crónicas y los documentos de archivo, Joaquín Acosta conoció las obras escritas por el historiador norteamericano William Prescott acerca de las conquistas españolas en México y Perú. Aseguraba que Prescott era el mejor de los historiadores contemporáneos en lo referente a historia americana, ya que tales obras eran bastante concretas y metodológicamente coherentes, hecho que significó un contundente aporte para la escritura de su Compendio, pues las obras de Prescott versaban acerca de la historia de dos territorios que suponían los hitos fundacionales más relevantes en la generalización de la historia americana. En uno de los prólogos de las obras de Prescott, Acosta leyó que el norteamericano señalaba el propósito de dedicarse a una investigación histórica que fuera análoga a los trabajos escritos sobre México y Perú, lo cual le dio pie para pensar que Prescott dirigiría su atención hacia el Nuevo Reino de Granada pues, a su decir, era el tercer territorio en orden de importancia, “asiento del tercer centro de civilización americana que comprende el dominio de los chibchas o muiscas”7 (Acosta, 1848: IX), en cuanto a la historia del descubrimiento y la conquista, ya que allí los españoles encontraron un buen cúmulo de riquezas mineras, fundaron importantes centros urbanos y extendieron sobre la gran población indígena su carrera evangelizadora. Convencido Acosta de que Prescott llevaría a cabo tal empresa historiográfica, optó por escribirle una carta en la cual ponía a su disposición materiales como libros, apuntes y cartografías recopilados para el Compendio 7

La denominación chibcha alude a la lengua hablada por una buena parte de los indígenas que durante el período prehispánico y colonial habitaron el actual territorio colombiano. La lengua chibcha se hablaba tanto entre los habitantes indígenas de la cordillera andina oriental, como entre los que habitaban las estribaciones de las serranías adyacentes a la costa atlántica. Por su parte los muiscas son una etnia de habla chibcha y se localizaban en el altiplano cundiboyacense, tenían organización política determinada por un zipa o rey para el caso de Bogotá, mientras que para el caso de Tunja, su ordenamiento político se derivaba de la autoridad de un zaque, quien también cumplía con el papel de soberano.

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que había preconcebido, pues gracias a la admiración que sentía hacia las obras escritas por el norteamericano, consideró que su talento era el más adecuado para la elaboración de una historia de la conquista en la Nueva Granada con calidad similar a las que escribió sobre México y Perú. La respuesta de Prescott a la epístola enviada por el neogranadino fue un tanto desalentadora, pues el norteamericano le hizo saber que su atención estaba centrada en la escritura de una biografía sobre el Rey Felipe II, que a su vez sería un complemento a las biografías escritas por él mismo acerca de los Reyes Católicos (Figueroa, 2011: 203-205). La respuesta de Prescott supuso un impulso mayor para que Acosta se decidiera a emprender la escritura de la obra que concebía necesaria para abordar la historia de la Nueva Granada en el período de la conquista y los primeros años del período colonial. Su intención consistía en popularizar el conocimiento para mostrar a la juventud neogranadina una narrativa que pusiera de manifiesto y explicara los hechos que aportaron a la evolución presentada por la sociedad de la cual hacían parte y del territorio en que vivían desde que España intervino en el orden construido por los antiguos habitantes de aquella parte del continente. Claro es que Acosta no aplaudió completamente la invasión ni la dominación hispánica en la Nueva Granada, no obstante sí comprendió de manera lógica que las contribuciones hechas a partir del descubrimiento y la conquista con el choque cultural eran vertientes de un presente y una actualidad en los cuales aún se hallaban las remanencias heredadas desde la temprana dominación. Con su concepción ilustrada de la historia americana, Acosta opinó que el descubrimiento de América (que considera a partir de los viajes colombinos), había sido un hecho fructuoso en tanto que ayudó a desmitificar varios de los asuntos referentes al mundo y su naturaleza, tales como la verdadera figura de la tierra, la existencia de las antípodas y la inhabitabilidad de la zona tórrida. Además de los notables aportes para las disciplinas naturalistas, consistentes en los hallazgos de numerosas especies vegetales y animales que antes no se conocían, la existencia de cordilleras “levantadas por el fuego subterráneo”, la abundancia de metales preciosos “con que se ha enriquecido el mundo”, y sobre todo la existencia de la vida humana, de una raza nueva, hablante y social, que a su vez confirmaba la heterogeneidad del mundo conocido (Acosta, 1848: XV). En síntesis, para Acosta, el concepto

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de América como territorio o Nuevo Mundo y todo lo que acarrea consigo, representó el rompimiento con los paradigmas que obstaculizaban el libre desarrollo del espíritu humano. A su decir: “nunca desde el establecimiento de las sociedades la esfera de ideas relativas al mundo se había engrandecido tanto” (Acosta, 1848: XV). Si bien la obra de Joaquín Acosta no tuvo un significado suficientemente relevante para su su tiempo, sus concepciones del mundo, sus opiniones y las apreciaciones matizadas en su obra historiográfica son el testimonio fehaciente acerca de la realidad de la época; en la obra se manifiesta un intento por el alejamiento de las tradiciones de pensamiento sustentadas por el oscurantismo y la ciega entrega hacia el misticismo y los principios cristianos. En su obra, el descubrimiento de América es el acontecimiento más importante de los “tiempos modernos”, por ello, las ideas respecto del hallazgo y constitución del Nuevo Mundo en principio y consecuentemente del Nuevo Reino de Granada, sirven como el motivo de mayor peso para justificar la importancia de su Compendio. Así, expuso que la Nueva Granada ocupaba la posición geográfica más importante de la América meridional, pues “va desde el Orinoco hasta las costas del Pacífico y del Atlántico” (Acosta, 1848: XX). Planteaba que en sus límites con el istmo de Panamá se producían la mayoría de los frutos endémicos de América gracias a la existencia de diversos climas. La Nueva Granada era el único lugar del mundo donde se extraía el platino, donde las minas de oro eran las más importantes de América y donde existía el único yacimiento esmeraldifero que se explotaba en ese entonces. Decía, con un sesgo altamente politizado, que el territorio gozaba de “la paz y las instituciones más liberales” (Acosta, 1848: XX); cuestionable afirmación ésta, pues durante el siglo XIX republicano, se vivieron arduas tensiones entre facciones políticas de orden liberal y conservador, que en la mayoría de las oportunidades desembocaron en guerras civiles. También comentaba Acosta que en la Nueva Granada existía un “respeto profundo y arraigado de la propiedad”; tal afirmación se debe entender en las coordenadas desarrollistas que propulsaban las elites a manera de propaganda para atraer las inversiones capitalistas provenientes de Norteamérica y Europa (Palacios-Safford, 2002). La obra de Joaquín Acosta fue impresa en París, el propio autor invirtió una buena parte de sus caudales en la impresión y difusión del texto, además

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en la contratación de Alexis Orgiazzi, grabador del depósito de la guerra en Francia, quien a su vez se ocupó de la elaboración e impresión de un mapa que acompaña la obra en su edición de 1848. El mapa está constituido por el croquis del virreinato donde se incluyen los lugares de su antigua jurisdicción: Panamá, el Reino de Quito y la margen occidental de la Capitanía General de Venezuela. Se señalan varios lugares detalladamente, sobretodo los límites arcifinios como ríos, montañas, cordilleras y se hace un claro énfasis en el trazo de cada una de las rutas que emprendieron las huestes conquistadoras españolas en el interior del territorio durante el siglo XVI. Cada ruta trasegada por cada hueste fue diferenciada en el mapa con un color. Esta preocupación por los detalles de la obra y las minucias en las explicaciones del orden cartográfico eran, en su opinión, la base para que los escritores futuros se interesaran por el tema, suponiendo así un interés por la recuperación de la “memoria histórica” para su presente y la posteridad. Desde la introducción del Compendio, el texto comienza con un buen número de citas que consisten en referencias críticas a la investigación, tratando así de lograr su tan deseada y positivista “imparcialidad”. La estructura narrativa se aferra a un orden cronológico clásico en el cual se da inicio con el hito fundacional americano: el 12 de octubre de 1492. Allí es donde tienen lugar todas las conjeturas acerca del itinerario colombino y los avatares de su expedición. Las fuentes que ayudan a estructurar la narrativa en su orden cronológico son diversas; un buen número de autores de los cuales Acosta tomó datos y versiones tratando de evadir las contradicciones que entre ellos existía para hacer de su obra un texto comprensible8. El inicio de la obra carece de apreciaciones reveladoras, aunque si posee algunas citas referenciales bastante extensas en las cuales se encarga 8

Las obras de las cuales Joaquín Acosta se valió para la recopilación de los datos que incluyó su Compendio fueron las escritas por Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Juan de Castellanos, Hernando Colón, Pedro Mártir de Anglería, Antonio de Herrera y Tordesillas, Fray Bartolomé de las Casas, William Robertson, Juan Bautista Muñoz, Martín Fernandez de Navarrete, Americo Vespucio, Cristobal Colón, Girolamo Benzoni, Juan de Solórzano Pereira, Fray Pedro Simón, Lucas Fernández de Piedrahita, Juan Rodríguez Freile, Pedro de Cieza de León, Juan Flórez de Ocáriz y Fray Alonso de Zamora; obras que, por hallarse impresas, fueron generalmente las más socorridas entre los historiadores americanos y europeos del siglo XIX.

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de precisar los datos relativos a las distancias de las líneas costeras y las longitudes entre lugares del litoral caribeño, valiéndose de sus conocimientos de ingeniería militar. Trató de aclarar las confusiones que existen entre los relatos de los cronistas y las descripciones exactas de las jornadas de conquista en aquellos lugares, ya que asimismo se asumió como historiador, por lo cual explicó algunos hechos que quizás no tuvieran demasiada trascendencia, sin embargo, las explicaciones son valiosas para la época y para darle mayor valor a la justificación de que su obra está dirigida a la juventud. Por tanto, al referirse a las observaciones hechas por los españoles que llegaron a un puerto del golfo de Urabá, al notar éstos que los indígenas construían sus moradas en las copas de los árboles, Acosta explicó, desde la óptica ilustrada, que este tipo de práctica no se debía a la abundancia de animales peligrosos o tribus enemigas, sino a que “su verdadera causa, que era la inundación de los ríos y ciénagas” (Acosta, 1848: 10). No solo sus aportes se refieren a las confrontaciones literarias que efectuó con cada una de las obras utilizadas, también empleó explicaciones cientificistas derivadas de sus conocimientos en ciertas materias. Así, al narrar que en la desembocadura del río Urirá, los españoles comandados por Colón vieron unos indios “mascando cierta yerba”, Acosta anotó que seguramente esa haya sido la primera vez que se tuviera noticia de aquella costumbre a los ojos occidentales, la cual, según su explicación, consistía en “estimular los órganos del gusto con una materia alcalina mineral y una sustancia vegetal astringente y aromática, costumbre que después se halló tan extendida en el nuevo continente y que aun se observa entre muchos indígenas” (Acosta, 1848: 11, n. 1). Aplicando cierta racionalidad historicista, Acosta afirmó que cuando los indígenas hablaban a los castellanos acerca de las tierras interioranas que estaban pobladas, los europeos pensaban en que les hablaban de China, ya que los indígenas se referían a gentes que iban vestidas con atuendos suntuosos. Por este motivo, Colón no paraba de agitar su imaginación creyendo firmemente y según lo demostraban las pruebas entregadas por los indios, en haberse topado con las costas del oriente y su codiciada especiería, de lo cual Acosta no vaciló en exponer que las gentes pobladoras de aquel interior eran las civilizaciones asentadas en México o Perú (Acosta, 1848: 13). Luego de referirse a las tentativas colombinas y a sus vicisitudes, Acosta pasa a hablar de Amérigo Vespucci, por lo cual otorga mucha relevancia al

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hecho de que el Nuevo Mundo haya tomado el nombre de América, es decir, “Tierra de Amérigo”, y no algún nombre relativo al genovés Cristóbal Colón. Dice que “por un extraño concurso de circunstancias”, el continente lleva el nombre del florentino. Y para ahondar en el asunto, se remitió a la obra del naturalista prusiano Alexander von Humboldt, con el fin de dilucidar el argumento más objetivo, concluyendo que el navegante florentino “no tuvo parte en la injusticia que el mundo hizo a Colón”, pues en sus relaciones y cartas de viaje, Vespucci jamás se atribuyó el descubrimiento del Nuevo Mundo. En este sentido Acosta habla de el primer plano cartográfico donde se muestran ya delineadas las tierras del continente recién descubierto, y cuyo nombre es el de América, nombre propuesto por un matemático lorenés conocido como Hylacamilo9. Al igual que muchos escritores preocupados por la historia durante el siglo XIX, Acosta también poseía una suerte de “conciencia americana”, la cual se evidenciaba en sus apreciaciones sobre la libertad de los pueblos y los reproches hacia los europeos con respecto a la esclavitud de los indios, pues consideraba que “la libertad es un elemento esencial para la vida del habitante del Nuevo Mundo (Acosta, 1848: 23). Esta afirmación es clara ya que la conjuga en tiempo presente y le da un tinte general refiriéndose al “habitante”, más no estrictamente del indígena, es decir, a un concepto global del hombre americano, en el cual él mismo se incluyó. El logro de la mencionada neutralidad en la escritura de su obra es un tanto cuestionable, ya que la inclusión de su conciencia americana y de unas concepciones criollas acerca del futuro y el porvenir, determinaron que la obra estuviera cargada 9 Sin duda alguna Acosta se refiere al plano levantado por el lorenés Martin Hylacamylus Waltzemüller, encargado de hacer la presentación de la edición lorenesa de las cartas de Vespucci, conocidas como “Las cuatro navegaciones”, es decir, las Quatuor Navigationes de 1507. Waltzemüller fue quien se encargó de hacer la presentación cosmográfica de la obra y propuso darle al Nuevo Mundo el nombre de América “por ser la cuarta parte del mundo que desde que Amérigo la ha descubierto puede llamarse América”. Carmen Bernand y Serge Gruzinski, Historia del Nuevo Mundo. Del descubrimiento a la conquista, la experiencia europea, 1492 – 1550 (México: Fondo de Cultura Económica, 1996) 158; Miguel León-Portilla, “Estudio Introductorio”, Martin Waldseemüller, Introducción a la cosmografía y las Cuatro navegaciones de Américo Vespucio (México: Universidad Nacional Autónoma de México/Fideicomiso Teixidor/Cátedra Guillermo y Alejandro de Humboldt/ CEMCA, 2007) 9-56.

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de juicios valorativos que contravenían la pretendida neutralidad; aspecto adyacente a las formas de conocimiento instauradas por la filosofía europea occidental (Brinkmann, 2011: 1-7), y cuyos ecos no se hicieron esperar entre quienes también cultivaron las letras a este lado del Atlántico. El uso de términos como “felicidad” o “dicha”, empleados al referirse a la época prehispánica, conceptos cuyo significado no debería entenderse según los cánones de la contemporaneidad ya que aducían a la prosperidad y la riqueza material, se anteponen rotundamente a términos como “desolación” y “miseria”, empleados con frecuencia en los capítulos referentes a los procesos de conquista y dominación, lo cual evidencia que el autor acariciaba una concepción teleológica de la historia en su obra, donde el pasado fue un tiempo apacible y armónico, que luego sería quebrantado por la incursión de los europeos y su cultura, hecho que a partir de las luchas por la emancipación comenzaría a erradicarse, para abrirle paso a un nuevo tiempo donde el hombre americano recobraría su antiguo esplendor y libertad pero básicamente cubiertos por un paradigma eurocentrista (Colmenares, 1997). Sus juicios de valor se encuentran cobijados por el ideal de progreso y poseen además un hálito de catolicismo, se inscriben pues en la clásica dicotomía entre civilización y barbarie, propia de los debates intelectuales que, en torno a la “Leyenda Negra”, gozaron de gran popularidad en el siglo xviii (Carbia, 2004: 87-108). Un claro ejemplo se observa en su obra cuando narra las jornadas de conquista en el nororiente de la Nueva Granada y los sucesos ocurridos a un tal Francisco Martín, quien desesperado por el hambre, practicó la antropofagia —al igual que tres de sus compañeros—. Acosta cuenta que [Francisco Martín] con otros tres llegaron extenuados a orillas de un río considerable que veían no sería posible vadear, cuando observaron una canoa con cuatro indígenas a quienes en ademán suplicante, con los gestos más expresivos pidieron los socorriesen con algún alimento. Que los indios, movidos a compasión de verlos en tal estado, bogaron rápidamente y dentro de un breve rato volvieron trayendo de sus sementeras algunas raíces y maíz, lo que conceptuaron bastaba para satisfacer el hambre de aquellos desventurados, los cuales olvidando que eran hombres y no tigres se arrojaron sobre los que tan generosamente venían a socorrerlos; mientras desembarcaban los

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víveres lograron asir a uno de los indígenas que despedazaron in continenti y sepultaron en sus vientres (Acosta, 1848: 107).

De ahí que su opinión sea bastante sonora y apasionada, pues para un hombre ilustrado del siglo XIX cuyos valores son cautos y está en constante búsqueda por la civilidad, un hecho de este raigambre, así fuese del pasado, poseía un matiz innegablemente bárbaro. De esta manera, con algo de retórica afirmó que este acto horroroso que no hay palabra adecuada para calificar es la demostración mas perentoria del abismo de crímenes en que pueden sepultarse los hombres que dan rienda suelta a sus apetitos brutales y de cuan rápido es el descenso desde el primer acto de inhumanidad hasta el que acabo de referir, que rebaja la naturaleza humana a un nivel inferior al de las fieras mas voraces (Acosta, 1848: 107).

Como una manera para hacer la salvedad de los juicios valorativos que tanto pretende eludir y para tratar de recobrar la objetividad, Acosta aseguró que prefería y confiaba más en la capacidad del lector para juzgar a los hombres y no en su propia conciencia, pues recuerda una vez más que su obra es un “compendio” dirigido a la juventud, generación que tendría en sus manos las herramientas para comprender, aceptar o juzgar algunos hechos del pasado codificados mediante su narrativa histórica. La obra de Acosta, aunque sí puede tener cierto carácter imparcial, no fue ajena a insertarse en una pretensión política, la cual de manera consciente o inconsciente puede vislumbrarse en algunas líneas del extenso texto. Al tratar temas que hacen alusión a los pueblos indígenas se puede apreciar una constante vindicación del indio como el hombre predecesor del actual hombre americano. Reivindica el pasado y el presente de los indígenas entregando así elementos para la formación y propagación de una conciencia criolla basada en la apología de lo americano como condición humana, apología que no solo se ocupa del indio como elemento de cohesión para las nacientes repúblicas del continente, sino que acapara todas las esferas de las sociedad con sus múltiples variantes étnicas para la configuración de un hombre americano enmarcado en los paradigmas modernos, la nacionalidad, la libertad, la soberanía y el progreso.

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