\"El Club de Toby\": los espacios entre-hombres en la construcción de la masculinidad

September 13, 2017 | Autor: Susana Rostagnol | Categoría: Gender Studies, Estudios de Género, Gender, Men and Masculinities, Masculinidades
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Descripción

Publicado en: Revista de Psicoterapia Psicoanalítca, Masculinidad. 6(3):27-34, junio 2003, AUDEPP/Trilce. Montevideo EL CLUB DE TOBY LOS ESPACIOS ENTRE-HOMBRES EN LA CONSTRUCCION DE MASCULINIDAD Susana Rostagnol1 Palabras claves: masculinidad, género Un día debíamos fijar una reunión de trabajo por la noche, y un compañero casado con hijo, cercano a los 40 años, investigador en el área socialmanifestó que tal noche no podía porque estaba reservada al “club de Toby”, como coloquialmente él y sus amigos llamaban a su reunión semanal, donde después de jugar al fútbol 5 “se quedaban charlando hasta que las velas no ardan”. Probablemente muchos de nosotros cuando chicos leíamos las revistas de historietas de “la pequeña Lulú”, personaje creado por Marjorie Henderson Buell ("Marge") en 1934 para el The Saturday Evening Post. En el año 2000, algunas características de los personajes de la tira cómica –que en su versión de dibujos animados se transmite en un canal cable - continúan caracterizando aspectos de nuestra vida social. Casi setenta años después de su creación las artimañas de Toby por dejar a las chicas afuera y los enfrentamientos con éstas, lideradas por Lulú, quien lo supera en ingenio, se han mantenido como constante. Bajo estas consideraciones, cabe preguntarse ¿qué connota “el club de Toby”? ¿Qué es el Club de Toby? En la versión original de la tira cómica, se denomina Boy's Only Clubhouse (Club Exclusivo de Varones). Se trata pues de un lugar donde los varones se juntan entre ellos, separados dramáticamente de las mujeres; definido como un lugar exclusivo para los varones, donde las mujeres son excluidas. La permanencia de la tira cómica por un lado, y la popularidad del concepto “Club de toby” por otro, permiten pensar que con esta creación, Marge estaba poniendo sobre la mesa, dándole visibilidad a una característica muy extendida en lo que tiene que ver con la relación entre hombres y mujeres y con la construcción de la identidad masculina. Vale la pena resaltar el término construcción en contraposición a cualquier posible esencialismo. El género es una construcción cultural a partir de sexo biológico y desarrollada en el devenir de las relaciones sociales, constituyendo una forma primaria de relación de poder (Scott, 1990) La masculinidad, como la feminidad, son construcciones histórico-culturales y políticas. Son asimismo, categorías polifónicas. "Masculinidad como un conjunto de significados siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros, y con nuestro mundo. La virilidad no es ni estática ni atemporal; es histórica; no es la manifestación de una esencia interior; es construida socialmente; no sube a la conciencia 1

Antropóloga, Departamento de Antropología Social/Grupo Multidisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UDELAR

desde nuestros componentes biológicos, es creada en la cultura. La virilidad significa ser un hombre en nuestra cultura al ubicar nuestras definiciones en oposición a un conjunto de otros, minorías raciales, minorías sexuales, y, sobre todo, las mujeres". (Kimmel, 1997:49) En esta presentación vamos a trabajar con la idea de masculinidad hegemónica, coincidiendo con Connell (1987) en que ésta no debe entenderse como sinónimo de papel masculino, sino como una variedad particular de masculinidad a la cual algunos grupos de hombres (más jóvenes, gays, más débiles) y las mujeres están en situación de subordinación. De modo que, la masculinidad hegemónica refiere a la ascendencia social de una versión o de un modelo particular de masculinidad que, operando en el terreno del “sentido común” define “lo que significa ser un hombre”. Una buena muestra de la masculinidad hegemónica –la cual tampoco es necesariamente monolítica, sino que permite tensiones en su seno- nos la ofrecen los medios de comunicación –a los cuales pertence “el Club de Toby”. Una mirada a masculinidades hegemónicas en distintas culturas permite encontrar regularidades. Varios autores (Bourdieu, 1990; Gilmore, 1994; Badinter, 1992) enfatizan la característica de hombre de verdad asociada a los procesos de construcción de masculinidad. Gilmore (1994:28) señala que "la verdadera virilidad es una condición escurridiza y preciosa, más allá del hecho de ser varón, una imagen exhortatoria a la que los hombres y muchachos aspiran y que sus culturas les exigen como medida de pertenencia al grupo". Y más adelante agrega, "respaldada, más que ordenada, la virilidad permanece siempre en la duda, por lo cual necesita demostraciones diarias" (Gilmore, 1994:65). En este sentido, Badinter (1992) señala que la masculinidad se toma más como un objetivo, un deber que como algo dado, como sucede con la feminidad. Se habla de ser hombre en imperativo más que en indicativo. Se les exige ser todo un hombre, como si se pudiese ser medio hombre, al decir de Bourdieu (1992). Esto lleva a plantearnos que la construcción de la masculinidad conlleva un proceso de hacerse hombre, lo cual implica la existencia de un umbral que se atraviesa. Los ritos de iniciación indican la separación de las mujeres y el ingreso al mundo adulto generalmente a través de pruebas crueles (Godelier, 1982; Gilmore, 1994; Bourdieu, 1990; Badinter, 1992). La identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino y no de la afirmación directa de lo masculino. Una vez pasado el umbral, la necesidad de demostrar que se es hombre continúa toda la vida (Bourdieu, 1990; Gilmore, 1994; Badinter, 1992), se debe demostrar que no se es mujer ni homosexual. Existe una compulsión a la heterosexualidad (Connell, 1995). Esta demostración se realiza especialmente ante otros hombres. El alardeo es entre hombres y las mujeres son el medio para mostrar su virilidad. De acuerdo a Bourdieu (1990:26), las prácticas en que se expresa la masculinidad y que a su vez la constituyen en el nivel simbólico se construyen y completan además y sobre todo- en el espacio reservado a los hombres donde éstos llevan adelante los juegos serios de la competencia. Con frecuencia los vínculos se construyen en términos de violencia. Los héroes de un gran número de seriales televisivas refuerzan estos aspectos2 2

Recordemos algunas, El Llanero Solitario, Bat Masterson, Batman; El Agente de CIPOL, Vicio en Miami, y por supuesto la saga de James Bond.

En este proceso los espacios entre-hombres constituyen un locus privilegiado de construcción de masculinidad. Intentaré presentar un esquema a la discusión y/o a la reflexión en lo que refiere al papel de los espacios masculinos -es decir al "estar entre hombres"- en el proceso de construcción de masculinidades, tomando casi axiomáticamente algo en lo que coinciden aquellos que más han trabajado la temática (Godelier, 1982; Bourdieu, 1998; Connel, 1995; Gilmore, 1994) y es que los hombres son producidos culturalmente en gran medida por otros hombres. El Club de Toby aparece como un espacio de separación de las mujeres, de profundización de las relaciones intragenéricas, reforzando la construcción cultural colectiva de la masculinidad o de las masculinidades La literatura muestra esta temática, en algunos casos de manera magistral. En ocasiones estos espacios entre-hombres se construyen entre un escritor y sus lectores. Es el caso de “On the road” de Jack Kerouac. El libro manifiesta una serie de valores distintivos de la masculinidad, así como las certezas y creencias populares que subyacen al texto a lo largo de todo el libro. La trama del libro refiere a hombres, desde una narrativa masculina, escrito para ser leído también por hombres. La literatura antropológica es profusa en descripciones de casas de hombres en pueblos distantes cultural y espacialmente, no obstante no existen trabajos que sistematicen este tema desde la perspectiva de género y en especial analizando el papel de las mismas en la construcción de las identidades masculinas. Godelier (1982) en su conocido trabajo sobre los baruya analiza la tsimia, casa de hombres considerada además el cuerpo de la tribu y cuyo poste central recibe el nombre de abuelo; M. Mead también las presenta para los Arapesh y Tchambuli en N. Guinea; también existen contribuciones de LéviStrauss al respecto. En muchos casos, la casa de hombres es utilizada con fines ceremoniales, por ejemplo entre los Nunivak, esquimales que habitan la isla del mismo nombre en el mar de Bering, donde la celebración de invierno, con una duración de 15 días, se realiza en la casa de los hombres. Margaret Mead, en Macho y Hembra, señala que las casas de hombres constituyen espacios que cumplen una función primordial en el desarrollo y conformación de la identidad masculina al desarrollar la conciencia de ser miembro de un grupo sexual. En nuestro medio, clubes deportivos, boliches de barrio, clubes de bocha, así como los butecos portoalegrenses (Jardim, 1992) constituyen espacios masculinos. Los hombres son construidos en gran medida por otros hombres. Los hombres que frecuentan clubes y boliches de barrio harán su planteo acerca de sus propios objetivos, éstos podrán ser jugar a las bochas, pescar, “tomarse una y jugar al truco”. Más allá de estos objetivos específicos, se desarrolla la trama social que refuerza y construye la identidad masculina. En antropología cuando nos referimos a las identidades culturales –tanto si hablamos de naciones o pequeños grupos- consideramos principalmente dos aspectos: el carácter procesual de la identidad, en tanto proceso inacabado e inacabable, en cuyo seno se crean y recrean pautas, valores, prácticas, se

moldea y fortalece un habitus compartido, lo cual hace que los miembros se identifiquen entre sí. El segundo aspecto se refiere al proceso paralelo de construcción de alteridades reales o imaginadas. En Montevideo abundan los clubes y boliches de barrio, los cuales constituyen espacios masculinos por excelencia, donde la presencia femenina si bien no está explícitamente prohibida, es un hecho por todos compartido que ‘este no es un lugar para mujeres’, (Leprati, 1997:36), más que al club en su totalidad, se refieren a la cantina del club. Uno de ellos es el Club Social y Deportivo “Los Galerudos”, fundado en 1954, donde “la incorporación de actividades de yoga y gimnasia ha acercado a las mujeres, éstas deben pasar por la cantina para llegar al lugar donde se imparten las clases. “(...) todos los parroquianos están molestos por este hecho (...) Algo muy particular ocurre cuando las mujeres pasan: el salón queda en silencio mientras ellas salen (...) algunas mujeres conversan en la vereda, pero no en la vereda frente al club, sino que a una o dos casas” (Leprati, 1997:38) ¿Por qué no es un lugar para mujeres? La respuesta de los parroquianos es sumamente interesante y arroja luz sobre algunos elementos que entran en juego en la construcción de masculinidad. Es interesante analizar este aspecto considerando quien es el otro, cuál es la alteridad que se está construyendo, ya que como mencionamos más arriba la masculinidad se construye por oposición a lo femenino, apartándose de todo aquello que connote con lo femenino. Existe un “temor a mostrar cualquier tipo de feminidad, incluidas las que se esconden bajo la ternura, la pasividad o el cuidado a terceros; y, claro está, el temor a ser deseado por otro hombre ...ser hombre significa no ser femenino, ni homosexual, no ser dócil, dependiente o sumiso, no ser afeminado en el aspecto físico o por los gestos, no mantener relaciones sexuales o demasiado íntimas con otros hombres; finalmente, no ser impotente con las mujeres (Badinter,1992:70) Asimismo, también mencionamos que en buena medida la identidad masculina se construye en la interacción –en el plano de las realidades o de los imaginarios- con otras masculinidades. En este caso encontramos dos alteridades. Por una parte, “Los Galerudos” es un club fundado sobre la base de la caballerosidad. En el imaginario de sus miembros los otros son los parroquianos que frecuentan los boliches, dicen al respecto, “[esto es] algo muy diferente a ser un lugar ‘lleno de vagos y borrachos’” (Leprati, 1997:18). En contraposición a esos otros hombres –a quienes también aluden como ruidosos y groseros, ellos buscan construir parte de su identidad. Así es que abundan las menciones de la cantina como “un ambiente tranquilo’, donde se controlan los excesos y las malas conductas” (Leprati, 1997:39). Aquí entonces tenemos una alteridad, también masculina y con respecto de la cual intentan distinguirse, ubicándose por encima, ya que sus apreciaciones sobre conductas y prácticas atribuidas a los otros los muestra faltos de caballerosidad, el valor distintivo de Los Galerudos. La otra alteridad está constituida por las mujeres. A pesar del planteo de la caballerosidad y de la diferenciación con los hombres de los boliches, y por lo tanto la distancia entre el boliche de barrio la cantina del club, cuando

aparecen en escena las mujeres, la cantina de los Galerudos se convierte en terreno peligroso, donde mujeres y niños no deben entrar para mantenerse lejos de lo contaminante. Sin embargo, desde otro lugar podemos pensar que son las mujeres quienes al entrar a un espacio masculino, lo contaminan. Varios antropólogos, especialmente Mary Douglas analizan a nivel simbólico el poder contaminante de las mujeres. Por lo tanto resulta interesante analizar como los hombres aluden a la necesidad de mantener a las mujeres afuera de ese lugar que presenta peligros, sin embargo, como bien plantea Leprati “los hombres que entran allí son, entonces, los dueños de sus secretos, y por lo tanto, los únicos habilitados para describir y significar las cosas que pasan en la cantina.” (Leprati, 1997: 40). Son por lo tanto, los dueños de un saber que comparten entre sí, pero saber que si traspasa a las mujeres los dejará sin poder. El esquema de las mujeres que al tomar conocimiento de lo que sucede en las ceremonias de las casas de los hombres, al descubrir sus secretos, se los apropian de alguna manera, enajenando a los hombres de su poder, es muy expandido en sociedades etnográficas tanto de la Melanesia como de América del Sur. En todos los casos, los hombres también colocan la excusa de los peligros para mantenerlas alejadas. A igual que en estos casos, “los galerudos reproducen su discurso de exclusión femenina sobre los peligros de la cantina gracias al secreto de lo que allí pasa.” (Leprati, 1997: 41). La autora señala enfáticamente que nunca presenció nada en la cantina que justificara los cuidados que tenían hacia las mujeres. En un trabajo muy interesante sobre el boliche de barrio, Aldo Barreto menciona que los parroquianos lo asocian al hogar (segunda casa) o a la escuela (la escuela del boliche). Ambas con connotaciones positivas y legitimadoras. “En el boliche los hombres se juntan para jugar, tomar, hablar, leer el diario, es cierto, un lugar un tanto cerrado y que queda fuera del acceso inmediato de la mujer”. A igual que para los parroquianos de Los Galerudos, aquí también los parroquianos mencionan una y otra vez –y es confirmado por el investigador- que el boliche es tranquilo, los borrachos están afuera. Si bien al ser un boliche, no hay socios, la entrada no es para cualquiera, y se necesita de la aprobación de los parroquianos para formar parte del grupo. Las diferencias sociales de distinto tipo quedan fuera, dentro del boliche “todos somos iguales”, y en este todos somos iguales más que un reflejo de la “idea nacional, de la igualdad de lo uruguayos –túnica y moña y esa extendida clase media- el todos somos iguales como muy bien refiere el autor del trabajo, se refiere más a la idea de un proyecto compartido, un motivos porque y motivos para (Schutz, 1974) lo cual hace que los parroquianos constituyan una comunidad. El proyecto común explícito se relaciona con el ocio, el proyecto implícito con la construcción de su identidad masculina.

El comportamiento entre hombres en el club, de acuerdo a la información empírica utilizada, se caracteriza por la agresividad en los gestos opuestos a la delicadeza femenina, la competitividad en los juegos por oposición a su sumisión, la jocosidad y el descaro en el lenguaje como contrapartida de un comportamiento femenino definido por la tradición judío cristiana por virtud. En realidad no hay información que establezca que así son las mujeres, lo que

importa es que así se definen las mujeres en la alteridad construida por estos hombres, y de la cual deben diferenciarse. Un punto que resulta interesante agregar, es que en las sociedades etnográficas , en la gran mayoría de los casos estudiados, en las casas de hombres se desarrollan ritos y celebraciones especiales, es decir que también constituyen un espacio sagrado. Yo creo que analizar el espacio entrehombres tal como aparece en los clubes y boliches de barrio, considerando la idea de sagrado y profano que desarrolla Durkheim puede resultar sugestiva. En ambos casos se traspasa un umbral y el adentro se diferencia material y simbólicamente del afuera, los papeles representados por los hombres al interior tanto de la casa de hombres como de los clubes o boliches de barrio difiere del representado afuera; incluso su actitud hacia las mujeres probablemente difiera de manera no menor. La existencia de un umbral no justifica la consideración de espacio sagrado, pero lo marca como diferencial. El carácter de sagrado se completaría por cuanto de secreto representa. Se trata de un espacio entre-hombres donde éstos justifican el distanciamiento de las mujeres con distintas excusas, sin embargo, lo medular allí, es la necesidad de mantenerlas distantes para lograr construir y fortalecer su identidad masculina.

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