El clivaje amigo-enemigo en el discurso y en la práctica política revolucionaria. Francia, 1788-1799

October 7, 2017 | Autor: Florencia Oroz | Categoría: Modern History, French Revolution, Ancien Regime France, France, Napoleon
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Descripción

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Cuaderno de quejas de la comunidad rural de Thostes y Beauregard, 8 de marzo de 1789.
La calificación de esta acción debe ser, sin lugar a dudas, de revolucionaria. No se trató de una simple revuelta, sino que cuestionó profundamente la legitimidad de la soberanía del rey, algo que, recordando Les six libres de la République de Bodin, era uno de los principales fundamentos de la armazón teórico-ideológica de la monarquía absoluta.
Robespierre, M. Sobre el proceso al rey, Discurso pronunciado en la Convención, 3 de diciembre de 1792.
Florencia Oroz





El clivaje amigo-enemigo en el discurso y en la práctica política revolucionaria. Francia, 1788-1799
ENSAYO



La Revolución Francesa aparece en los relatos historiográficos como un quiebre radical entre las estructuras políticas del Ancien Régime y las de la Edad Moderna. Francia proporcionó el vocabulario del nacionalismo y los principales elementos para una organización institucional moderna a todo el mundo. Se podría decir que lo que la Gloriosa fue al plano económico, lo fue el '89 francés al político. Sin embargo, cualquier análisis sobre este proceso debe comenzar destacando que, aunque determinante, la Revolución Francesa no fue un fenómeno aislado. Los siglos XVII y XVIII habían sido testigos de una serie de fenómenos que generaron el caldo de cultivo para los sucesos que vendrían. La llamada "crisis de la conciencia europea", las ideas políticas y jurídicas de la Ilustración y la independencia norteamericana fueron algunos hechos fundamentales que condujeron hacia un período de crisis general del Ancien Régime en los últimos años del siglo. Es en ese contexto que debe insertarse cualquier análisis de la Revolución Francesa. Como un episodio más de esta crisis, a la vez que como el episodio de esta crisis. Y es que si bien los sucesos de Francia se insertan en un escenario más amplio, también cuentan con algunas particularidades que les dan su especial significación.
Francia era, ante todo, el prototipo de Estado absoluto. Un proceso que había iniciado con la disolución de los Estados Generales por parte de Luis XIII y que tuvo su momento de consolidación con Luis XIV -el "rey Sol"- había llevado a Francia a convertirse en el modelo a seguir para el absolutismo europeo. En palabras de Hobsbawm, "Francia era la más poderosa y en muchos aspectos la más característica de las viejas monarquías absolutas y aristocráticas de Europa" (HOBSBAWM, 2003, p.63). Sin embargo, lo que en otros tiempos había significado su poderío sobre el continente, en la etapa abierta post Revolución Inglesa -caracterizada por la aparición en el escenario político de una burguesía en ascenso y por el carácter cada vez más capitalista del impulso expansionista- supuso que las contradicciones que el mismo régimen contenía se expresaran con mayor profundidad. Citando nuevamente al historiador británico: "el conflicto entre la armazón oficial y los inconmovibles intereses del antiguo régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era más agudo en Francia que en cualquier otro país" (HOBSBAWM, 2003, p.64).
La década de 1780 fue escenario de sucesivos intentos de reforma fiscal por parte de Luis XVI quien, en tanto déspota ilustrado, creía en la necesidad de impulsar reformas para seguir garantizando la reproducción del régimen. Sin embargo no contó con el apoyo de una nobleza que, sensible ante las transformaciones que se operaban en la estructura social, se aferraba firmemente a sus privilegios. Dos hechos se suman a este panorama general para terminar de configurar el escenario de 1788-89: el tratado comercial anglo-francés de 1786, que perjudicaba a la burguesía textil francesa al no protegerla de la competencia británica, y las desastrosas cosechas de 1788, que supusieron una subida de los precios y un duro golpe para los sectores populares urbanos. Es en medio de este período de turbulencias que Luis XVI decide convocar, como no se hacía desde 1614, a una asamblea de los Estados Generales.
Las opiniones expresadas en los cahiers de doléances revelan que en este primer momento la crítica no era tanto hacia la monarquía como sistema o hacia el rey en tanto fundamento del poder político, sino contra las excesivas cargas que suponían los impuestos feudales y las exenciones tributarias del primero y segundo estado. Así aparece expresado en el Cuaderno de quejas de la comunidad rural de Thostes y Beauregard, que reclama en el Artículo Nº6: "la total abolición de la prestación personal y que los estamentos del clero y de la nobleza paguen, al igual que el Tercer Estamento, proporcionalmente al número de sus criados, sus caballos y de sus carruajes", a la vez que reconoce en los Artículos Nº4 y 15 la legitimidad de la autoridad real ("que todas las imposiciones reales…", "que siguiendo los deseos del rey…"). La nobleza respondió a estos reclamos con un programa que reforzaba los órdenes sociales y las obligaciones para cada uno, protegía sus exenciones y renovaba su autonomía política. Tal como lo señala McPhee, para los nobles provinciales los derechos de señorío y privilegios de la nobleza eran demasiado importantes para ser negociables: tales pretensiones resultaban ofensivas y degradantes (MCPHEE, 2003, p.54).
La discusión central durante los Estados Generales de 1788-89, más allá de estos desacuerdos, giró en torno a las formas de representación. Los diputados del Tercer Estado reclamaron que la representación en la asamblea sea proporcional a la distribución poblacional entre los tres estados, reclamo aceptado por el rey, y que el voto sea per cápita y no por estamento, pedido que fue rechazado. La negativa a esta última petición fue la chispa que encendió la mecha de la "revolución de los diputados", en la que los representantes del Tercer Estado se constituyeron en Asamblea Nacional y reclamaron para sí la representación del "pueblo de Francia", a la vez que juraron sancionar una constitución. Bajo la apariencia de una capitulación, Luis XVI reunió sus tropas con el objetivo de disolver dicha Asamblea. Sin embargo, esto provocó una segunda rebelión, la urbana: cuando al descontento parisino por los aumentos en el precio del pan se le sumaron los rumores del avance de las tropas, el pueblo en las calles asaltó La Bastilla, acción de un gran valor simbólico al ser ésta un emblema de la autoridad arbitraria de la monarquía. Con el apoyo popular, la Asamblea siguió sesionando y, a medida que las noticias sobre los sucesos de París se extendían y llegaban a un campesinado en efervescencia que desde 1788 se había negado a pagar los tributos señoriales, una oleada de levantamientos campesinos se extendía por toda Francia, configurando lo que posteriormente se conoció como "El Gran Miedo".
Respaldada por el pueblo de París y haciéndose eco de los reclamos campesinos, la Asamblea votó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que, siguiendo nuevamente a McPhee, "representaba el fin de la estructura absolutista, señorial y corporativa de la Francia del siglo XVIII" (MCPHEE, 2003, p.74). Así se abre una primera etapa del proceso revolucionario, caracterizada por la negociación entre el rey y la Asamblea Nacional. El objetivo de esta última era el establecimiento de una monarquía constitucional al estilo inglés con igualdad civil, libertad política y separación de poderes, quedando el ejecutivo en manos del rey y el legislativo fundado en la soberanía popular por medio de elecciones. Tal y como lo expresa Livesey, "la Declaración fue diseñada para hacer exactamente lo que había logrado el Bill of Rights en Inglaterra: crear las condiciones que simultáneamente permitirían la consolidación de una nueva clase dominante y la reconciliación de la vieja élite con el nuevo orden triunfante" (LIVESEY, 2009, p.11).
Sin embargo, la cuestión decisiva que distinguió a Francia fue el rechazo popular a la transformación de las cargas feudales en derechos de propiedad. Como afirma el autor, una revolución campesina y urbana obligó a la élite revolucionaria a forjar un nuevo acuerdo que excluyó a la élite vencida y buscó una base social diferente para el nuevo orden político. Así, en 1791 se sancionó una Constitución que establecía una monarquía limitada con la soberanía nacional como fundamento del poder político. El rey, obligado por los acontecimientos, juró esta nueva Constitución. Sin embargo, mientras intentaba que la Asamblea no tome ninguna medida muy profunda, Luis XVI esperaba que una intervención extranjera pusiese fin a la revolución. Y es que los sucesos en Francia preocuparon a todo el resto de las monarquías europeas, que temían la expansión del proceso por todo el continente. La burguesía inglesa también se alertó: la liberalización de la economía francesa podría suponer una fuerte competencia para su poderío internacional.
En medio de estas tensiones es que se produjo el episodio de Varennes, la fuga de la familia real en el año 1791 con la esperanza de unirse a los émigrées para encabezar un ejército contra la revolución. En el camino fueron capturados por la recientemente creada Guardia Nacional, quedando Luis XVI como prisionero. Este constituyó, sin lugar a dudas, el episodio central a partir del cual se deslegitimó la monarquía como sistema político, radicalizando el proceso. Tuvo tres consecuencias fundamentales. En primer lugar, las deliberaciones en torno a la condena que debía aplicarse a Luis XVI provocaron un desplazamiento fundamental en el "clivaje amigo-enemigo": el enemigo, para una élite revolucionaria decepcionada, pasaba ahora a incluir también al rey y a la monarquía en tanto sistema político. El clivaje fundamental ya no era percibido como entre el Tercer Estado y los privilegios de la nobleza y el clero, sino entre la República y la Monarquía, algo particularmente perceptible en los alegatos de Robespierre en el juicio a Luis XVI: "¿cuál es la decisión que una política sana prescribe para cimentar la naciente República? Es la de inculcar profundamente en los corazones el desprecio por la Monarquía, expulsando a todos los partidarios del rey".
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, la traición de la familia real fue el golpe de gracia para terminar de trastocar la visión del mundo que tenían las élites revolucionarias. A la incapacidad de las élites de construir un nuevo consenso se le sumó el vacío de legitimidad, conduciendo a la edificación de un nuevo acuerdo político ya no intra-élites, sino entre la élite revolucionaria y los sectores populares campesinos y urbanos. El poder encontraba ahora su legitimación en la noción de soberanía popular y en la cultura política de la generalidad (Rosanvallon, 2007) en oposición al corporativismo antiguo-regimental. Por último, este episodio trajo como consecuencia el afianzamiento de la cultura de la conspiración entre los revolucionarios franceses. Mucho se ha discutido a este respecto: mientras algunos autores opinan que este hábito de pensamiento paranoico era un rasgo característico tanto de las masas populares como de las élites revolucionarias desde el comienzo mismo de la Revolución, Tackett aclara que el hecho decisivo para la consolidación de la mentalidad paranoica es la traición de Luis XVI: para el ethos revolucionario, imbuido de ideales de transparencia, no había pecado más grande que jurar en falso, y esto era precisamente lo que Luis XVI había hecho. Y, como agrega el autor,
fue precisamente en el contexto de estas sensaciones que la deserción del rey y la traición de 1791 tuvieron un efecto tan traumático que dejó a muchos con el sentimiento de estar a la deriva. Con todas las ataduras de la sociedad y de la cultura del Antiguo Régimen rotas, comenzó a imponerse una creciente fluidez de identidades (…). La ambigüedad de la propia identidad colectiva reverberaba de falta de seguridad y de desconfianza en los otros. […] La fase de cambio de fines de 1791, que instaló una obsesión cuasi permanente por la gran conjura, ejerció un profundo efecto sobre los orígenes de la mentalidad del Terror en las élites políticas en la primavera y el verano de 1792. (TACKETT, 2000, p.12).
Estas transformaciones, sumadas a la victoria francesa en la guerra contra Austria, al episodio del asalto al Palacio de las Tullerías y a la "suspensión" del rey trajeron como consecuencia la proclamación, en febrero de 1792, de la República francesa, abriéndose el período más radical del proceso. En el plano internacional, los conflictos con Austria y Prusia devinieron en una guerra entre Francia y una coalición formada por la mayoría de las potencias europeas. Los girondinos, mayoritarios en ese momento de la Convención Nacional, veían los conflictos exteriores como una "guerra revolucionaria" que extendería las transformaciones francesas por el resto del continente. Sin embargo, esta intención tenía sus consecuencias en el plano nacional al acarrear un alto costo para el conjunto de la población. El descontento generado por esa situación, sumado a algunas derrotas militares, provocó el desplazamiento de los girondinos por parte de los jacobinos. Lo importante en este punto es resaltar que esta nueva hegemonía abrió paso a una etapa de ampliación de la participación política debido a que el nuevo grupo mayoritario se encontraba, en términos sociopolíticos, más cerca del movimiento popular. Simultáneamente, empero, era necesario establecer límites a esta participación: como lo afirma Burstin, "otorgar a la espontaneidad popular un rol indefinido podía engendrar una situación de desestabilización continua que impediría el retorno a la normalidad e incluso obstaculizaría toda tarea de gobierno. (…) Es en este momento que el personaje del sans-culotte hace su aparición" (BURSTIN, 2005, p.3). Según este autor, la noción de sans-culotte es una invención de las élites revolucionarias con el objetivo de definir el grado de participación "deseado" de los sectores populares. Conlleva una definición sumamente vaga en cuanto a sus rasgos económicos y sociales mientras que los aspectos políticos y morales aparecen bien determinados, siendo esta ambigüedad justamente la que permite la identificación del conjunto del pueblo con dicha figura.
Llegado el año 1793, en un contexto de fragilidad de la República -amenazada permanentemente por avanzadas contrarrevolucionarias (guerra civil en la Vendée, pérdidas militares en las fronteras, asesinato de Marat y deterioro económico mediante)-, la Convención Nacional impulsó una serie de medidas, como la Ley de sospechosos, la Ley de máximos generales y el calendario revolucionario, en un intento por hacer frente a la situación y romper con todo lo que quedaba del Antiguo Régimen. Asimismo, dejó el ejecutivo en manos de un Comité de Salud Pública, "cuyos objetivos eran aplicar las leyes y controles necesarios para instalar el «Terror» en los corazones de los contrarrevolucionarios" (MCPHEE, 2003, p.142). En 1794 la profundización revolucionaria dirigida por la burguesía jacobina llegó a su punto máximo, confiscándose bienes y propiedades de los émigrées para su posterior redistribución; pero, al mismo tiempo, el esfuerzo que suponía la guerra y la imposibilidad de garantizar el abastecimiento de los habitantes fue configurando un frente opositor por izquierda al jacobinismo. Debido a la centralización estatal del terror, los sans-culottes habían sido progresivamente desplazados de su lugar preeminente en el ámbito político. En alianza con los cordeleros, estos sectores manifestaron su descontento en 1794, al que el gobierno revolucionario respondió con represión. En este punto, Robespierre y el jacobinismo se encontraron en una encrucijada: mientras que las políticas del Terror profundizaban su diferenciación respecto de otros sectores políticos, la mala coyuntura económica y el aislamiento respecto de su base social hacían que la intensificación de esas mismas políticas sea percibida como la única alternativa posible para la supervivencia de la Revolución.
El 27 de julio de 1794, o el 9 de Termidor, una coalición de diferentes sectores políticos produjo el Golpe de Estado que derrocó a Robespierre, significando el fin de la República jacobina y reflejando la existencia de un nuevo consenso, nuevamente intra-élites. La llamada Constitución del año III reemplazó a la del año I y sancionó el voto censitario, la creación de un poder legislativo bicameral compuesto por un Consejo de 500 y un Consejo de Ancianos y dejó el gobierno en manos de un Directorio. Entre 1794 y 1799 el éxito militar del ejército francés comandado por Napoleón Bonaparte encontró su contrapartida en la inestabilidad política interna, marcada a lo largo de todo el período por sucesivos intentos de Golpe de Estado, tanto por derecha como por izquierda (destacándose la Conjuration des Égaux de Babeuf entre 1795 y 1796). Para hacer frente a esta situación, el Directorio recurrió permanentemente al ejército, con lo que aumentó su dependencia para con este cuerpo, a la vez que ganaba en prestigio la figura de Napoleón. Esta coyuntura, sumada a las divisiones políticas en el seno del Directorio, llevaron al Golpe de Estado por parte de Napoleón el 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799, conformándose un Consulado compuesto por Bonaparte, Sieyès y Ducos. La Constitución del año VIII estableció que los cónsules debían alternarse en el gobierno, algo que Napoleón no cumplió, reteniendo su puesto desde 1799 hasta 1804, momento en que se proclamó Emperador de Francia. Progresivamente, Francia fue dejando de ser una República para establecer una nueva forma de gobierno monárquico. Sin embargo, el Ancien Régime no fue restaurado, sino que los cambios sociales de la revolución se mantuvieron, así como sus símbolos fueron reforzados.






BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
BURSTIN, H. L'invention du sans-culotte. Regard sur le Paris révolutionnaire, París, Odile Jacob, 2005. Traducción de la Cátedra de Historia Moderna, FFyL-UBA.
HOBSBAWM, E. La era de la revolución, 1789-1848, Editorial Crítica, Biblioteca E.J. Hobsbawm de Historia Contemporánea, Buenos Aires, 2003 (1962).
LIVESEY, J. "The limits of Terror: the French Revolution, rights and democratic transition", Thesis Eleven, 97 (2009), pp. 64-80. Traducción de la Cátedra de Historia Moderna, FFyL-UBA.
MCPHEE, P. La Revolución Francesa, 1789-1799, Barcelona, Crítica, 2003 (2002).
ROSANVALLON, P. El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007 (2004).
TACKETT, T. "Conspiracy Obsession in a time of Revolution: French elites and the origins of the Terror, 1789-1792", American Historical Review, 105:3 (2000). Traducción de la Cátedra de Historia Moderna, FFyL-UBA.

FUENTES DOCUMENTALES
Cuaderno de quejas de la comunidad rural de Thostes y Beauregard, 8 de marzo de 1789.
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789.
Robespierre, M. Sobre el proceso al rey, Discurso pronunciado en la Convención, 3 de diciembre de 1792.



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