\"El clamor de las ruinas. Una interpretación cultural de narrativas personales de exiliadas españolas en México\"

July 29, 2017 | Autor: Helena Lopez | Categoría: Literatura Latinoamericana, Literatura Del Exilio, Crítica literaria feminista
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Descripción

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Helena López González de Orduña

El clamor de las ruinas Una interpretación cultural de narrativas personales de exiliadas españolas en México

Finalista V Edición Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas Fundación Celarg

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Consejo de publicaciones Roberto Hernández Montoya Leonardo Bracamonte Boris Caballero Tania Scott Pedro Sanz Responsable de esta edición Boris Caballero Corrección Denisse Messuti Diseño de la colección Clementina Cortés Diagramación y edición electrónica Raylú Rangel Impresión Fundación Imprenta de la Cultura Imagen de portada Alirio Palacios (Venezuela) Maika, 1970 Aguafuerte y aguatinta en color (3/10) Imagen: 66 x 51,5 cm Marco: 108,5 x 87 cm Procedencia: CONAC 77/035 CA-92 ©Helena López González de Orduña, 2012 ©Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2012 Hecho el Depósito de Ley Depósito legal lf613201280024 ISBN 978-980-399-029-9 Casa de Rómulo Gallegos Av. Luis Roche, cruce con Tercera Transversal, Altamira, Caracas 1062/ Venezuela Teléfonos: (0212) 285-2990/ 285-2644 Fax: (0212) 286-9940 Página web: http://www.celarg.gob.ve Correo electrónico: [email protected]

Impreso en Venezuela

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VEREDICTO V PREMIO INTERNACIONAL DE ENSAYO MARIANO PICÓN SALAS El jurado designado para esta V Edición del Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas, compuesto por Héctor Díaz-Polanco, Pablo Gentili y Mariana Libertad Suárez, después de examinar 95 manuscritos, decidió conceder el premio al ensayo titulado El tiempo dorado por el Nilo. Otra lectura de José Lezama Lima, del escritor cubano Roberto Méndez Martínez. El jurado estima que este texto aborda de manera original el arte poético y narrativo de José Lezama Lima, más allá de la mera crítica literaria. La propuesta fundamental del ensayo permite la lectura de la obra artística y de la cosmovisión de este fundamental y polémico escritor cubano. La novedad de la lectura propuesta por Roberto Méndez Martínez pone en evidencia el alto compromiso de José Lezama Lima con el arte y la producción literaria de su tiempo, en ningún momento perturbado por sus posturas religiosas, políticas y personales. Desde el punto de vista formal, el ensayo trasluce un riguroso proceso de investigación y escritura que resalta por su corrección metodológica, su intensidad expresiva y su equilibrio analítico. Nos congratulamos de que, por una feliz coincidencia, estemos celebrando en Latinoamérica el centenario del nacimiento del gran escritor José Lezama Lima. Este jurado ha convenido también conceder dos menciones de honor. La primera, al ensayo Del cine porno al cine snuff. La fusión de la sangre y el semen, del autor mexicano Francisco Enríquez Muñoz. Se trata de un texto osado que

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aborda con rigor analítico y estilo novedoso una temática poco considerada o de plano evadida por el pensamiento latinoamericano, constituyendo una importante contribución a la crítica cultural contemporánea. La segunda mención ha sido otorgada a la obra El clamor de las ruinas. Una interpretación cultural de las narrativas personales de exiliadas españolas en México, de Helena López González de Orduña, ensayo que a partir del rescate de voces poco estudiadas por la historiografía dominante, aborda problemas fundamentales del pensamiento contemporáneo como el exilio, la memoria, la construcción del género o la identidad, en un período de la historia fundamental para las luchas por las reivindicaciones femeninas. El jurado reconoce que, a lo largo de estos diez años, el Premio Mariano Picón Salas se ha convertido en una referencia internacional de gran importancia en vista del reconocimiento y la promoción de la obra ensayística en lengua castellana. De la misma forma, exalta la notable calidad de las obras presentadas, lo que expresa la ascendente riqueza y originalidad del pensamiento iberoamericano contemporáneo. En Caracas, a los 18 días del mes de agosto de 2011 El jurado, Héctor Díaz-Polanco

Pablo Gentili

Mariana Libertad Suárez

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Para Benjamín Primeras imágenes del cielo.

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AGRADECIMIENTOS Comencé la redacción de El clamor de las ruinas durante un permiso sabático en el curso académico 2008-2009, que autorizó el Departamento de Estudios Europeos y Lenguas Modernas de la Universidad de Bath en el Reino Unido, para que disfrutáse de una estancia de investigación en el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A todas y todos mis colegas en la Universidad de Bath, donde trabajé cinco años, les agradezco su profesionalidad y, muy particularmente, su apoyo y amistad a Anna Bull, David Clarke, Marion Demossier, Hanna Diamond, Axel Good-body, Paul Kennedy, Susan Milner, Brian Neve, Renate Rechtien, Olga Tabachnikova, Dennis Tate, Steve Wharton, Anne White y Howard White. Desde febrero de 2010 y hasta la fecha, me desempeño como docente e investigadora del PUEG; a todo el personal administrativo y académico de esta institución quiero agradecer el estímulo intelectual y solidaridad feminista, en particular a quienes han trabajado y trabajan directamente conmigo: Marisa Belausteguigoitia Rius, muy querida amiga y estimadísima colega; Rían Lozano, Patricia Piñones, Hortensia Moreno, Itzel Figueroa, Gerardo Mejía, Oscar Mondragón, Araceli González, Claudia de Anda, Irais García, Arelhí Galicia y Mariana Gómez; y cómo no, a todo el equipo de equidad que dirige Ana Buquet, especialmente a mi compañera a la izquierda Ana Moreno, con quienes comparto muy amistosamente espacio de trabajo. Además no puedo dejar de manifestar mi gratitud a todas las estudiantes de posgrado en el PUEG, es un placer colectivizar conocimientos

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con todas ellas en nuestros seminarios. Por otro lado, muchas cosas de este libro no habrían sido posibles sin la valiosa generosidad de la hija de Silvia Mistral y Ricardo Mestre, Silvia Mestre; las hijas de Carmen Parga y Manuel Tagüeña, Carmen y Julia Tagüeña Parga; la hermana de Manuel Tagüeña, Encarna Tagüeña y la nieta de Carlota O’Neill y Virgilio Leret, Laura Salas Leret. A todas ellas –y el destino quiso que fueran mujeres– quiero expresar mi más profundo agradecimiento. Gracias también a distintas personas que a lo largo de los años de elaboración de mi trabajo fueron, por razones profesionales o personales, importantes: mis queridas amigas Chiqui Vázquez y Sabela Pita, Luis Caparrós, David Castro de Paz, Paul Mathias, Šaša Drach, Tim Cunliffe, Luis Medal, Jo Labanyi, Margaret Andrews, Parvati Nair, Helena Buffery, Alfons Cervera, José María NaharroCalderón, Dolores Pla, Lucía Melgar, Adriana Raggi, María de Jesús Mejía, Selen Arango, Alex Hincapié, Juan David Piñeres, Erik García Muñoz, Layla Sánchez Kuri, Ricardo Azamar, Mariana Berlanga y, last but not least, Male y Kubano. Por supuesto agradezco a mi querida familia, mis padres Curula y Carlos, y mis hermanas Marta y Ana, su cariño y compañía a lo largo de los años. Pero en varios sentidos este libro no habría sido posible sin el amor y la complicidad de Benjamín, a quien dedico este libro. Ciudad de México, enero de 2012.

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INTRODUCCIÓN La ruina ha clamado por suyos tantos muros... Luis Cernuda «Otras ruinas» en Vivir sin estar viviendo (1944-1949)

Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas María Teresa León Memoria de la melancolía (1970)

El significado dominante del exilio español de 1939 se inscribe en una estructura de sentimiento de naturaleza melancólica, es decir, el principal marco de sentido que informa la comprensión político-afectiva de este fenómeno crucial en la historia de la España contemporánea, asume que éste supuso una pérdida, tanto material como simbólica, insuperable1: Es en la literatura donde encontramos la huella profunda de la incurable herida que marcó aquel exilio tan largo, aquel destierro que resultó permanente (...) Se ha escrito mucho,

1 Suscribo, por lo tanto, la idea de que la relación de los sujetos con la realidad social articula elementos no sólo discursivos sino también psíquico-afectivos (Žižek 1993, p. 202; Hall 2000). Por otro lado, para Freud la melancolía, por oposición al duelo, sería la pérdida patológica de un objeto (Freud 1984).

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y con razón, acerca de la nostalgia que caracteriza a buena parte de la poesía del exilio (Blanco 2006, p. 37 y 73)2.

Esta cita creo que reproduce el significado del exilio republicano que acabo de identificar como dominante. Más adelante regresaré sobre las tesis de este autor que por la fuerza de su argumentación, y aunque en ocasiones entren en contradicción con las mías propias, merecen un comentario extenso. Ahora, la ventaja conceptual de entender la producción de significado social desde la noción definida por Raymond Williams como estructura de sentimiento, es la que permite una flexibilidad en la relación entre ideología e individuos que el marxismo ortodoxo (o incluso la teoría sobre el poder en Foucault) no parece admitir. Williams, en sintonía con la conceptualización de la cultura en Gramsci, elabora la siguiente definición de estructura de sentimiento: (...) los significados y valores tal como son vividos y sentidos activamente; y las relaciones existentes entre ellos y las creencias sistemáticas o formales, en la práctica son variables (incluso históricamente variables) en una escala que va desde un asentimiento formal con una disensión privada hasta la interacción más matizada existente entre las creencias seleccionadas e interpretadas y las experiencias efectuadas y justificadas (1997, p. 155). 2 Blanco Aguinaga reconoce, sin embargo, que en contraste con la experiencia nostálgica del exilio existen «posibles significados tranquilizadores del término transtierro» (2006, p. 37). Estos significados, según este investigador, se encuentran sobre todo en el ámbito pedagógico, científico y empresarial, pero no en el literario. Mi hipótesis, sin embargo, es que en ciertas prácticas literarias de carácter autobiográfico no es frecuente un tono melancólico.

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Introducción

Esta comprensión de los significados sociales, tal como son vividos y sentidos, tiene varias consecuencias fundamentales para el propósito central de este libro3. En primer lugar, que sin menoscabo de las aproximaciones al exilio republicano desde la historia política, social e intelectual, se hacen necesarias perspectivas de orientación cultural que atiendan a conceptos como el de subjetividad y lenguaje. En segundo lugar, que una aproximación al desplazamiento de medio millón de personas al término de la Guerra Civil Española desde el punto de vista de los estudios de la memoria no es incompatible, en lo absoluto, con el trabajo desde los estudios históricos. Se trata, más bien, de formas de producción del conocimiento diferentes y creo que complementarias. En tercer lugar, que el significado del exilio republicano es múltiple y depende de la interseccionalidad social (clase, género, generación, filiación política, etnicidad, etc) de los sujetos. En cuarto lugar, que la interpelación ideológica no carece de fisuras y que los individuos disponen de capacidades de agencia y respuesta. Sin embargo, regresaré en más detalle sobre estas cuatro cuestiones en «Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria»4. 3 La noción de estructura de sentimiento de Raymond Williams ha sido muy influyente en formulaciones feministas desde varias disciplinas como la Geografía humana (McDowell 1996, p. 32) o la Crítica literaria feminista (Franco 1994, p. 23). 4 Noël Valis, siguiendo la línea de argumentación de Raymond Williams sobre la cualidad histórica y afectiva del significado, y que por lo tanto lo hace múltiple y variable, mantiene que el exilio es susceptible de ser entendido de diversas maneras. Sin embargo también admite que, como sostengo yo para el caso del exilio republicano español, la nostalgia suele convertirse en el marco de sentido dominante: «Exile, in other words, creates a structure of feeling which is not static or timeless, but historically unstable and subject to shifts in time and space (...) The forms of nostalgia are, however, among the particular structures of feeling which issue from

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Valga por el momento decir que la relación de los cuatro aspectos que acabo de señalar –subjetividad, memoria, interseccionalidad y agencia– me servirán en las páginas que siguen para problematizar el significado melancólico del exilio de 1939. Con este propósito principal examinaré varias narrativas personales de mujeres exiliadas que ponen de manifiesto, en función de variables sociales que describiré oportunamente, la diversidad de la experiencia exiliada. Intentaré establecer cómo los actos de memoria de las exiliadas de las que me ocupo, sin ánimo de minimizar las auténticas dificultades materiales que implica dejar atrás el país propio por razones políticas, suponen estructuras de sentimiento alternativas a la hegemónica. Una vez más la noción de Williams demuestra ventajas teórico-metodológicas, al entender el tiempo histórico como un proceso sin solución de continuidad: «Quizás los muertos pueden ser reducidos a formas fijas, aunque los archivos que les sobreviven evidencian lo contrario» (ibíd., p. 129). Mi trabajo quiere ser, por lo tanto, una intervención crítica desde los estudios literarios feministas y de la memoria en el campo de los estudios del exilio republicano español. the condition of exile» (2000, pp. 117-118). Ahora bien, que el exilio se comprenda predominantemente desde una estructura de sentimiento de tipo melancólico o nostálgico no significa, como veremos en las páginas que siguen, que no existan estructuras alternativas tanto desde el punto de vista teórico –Edward Said habla de ciertas ventajas de la condición exiliada (2001)– como desde el punto de vista de la experiencia propia. En este sentido para algunas/os exiliadas/os republicanas/os adultas/os la salida de España supuso una oportunidad para continuar su activismo político (Delso 1998, pp. 145-146) o, en el caso de las/os niños/as, una aventura emocionante: «El 3 de julio de 1938 salimos de Barcelona hacia la Unión Soviética una expedición de aproximadamente 50 ó 60 niños españoles (...) pero el día 3 yo estaba contenta pues a mis diez años pensaba que sería como una aventura agradable ese viaje» (Latorre 1993, p. 67).

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Introducción

Este impulso crítico está comprometido con un análisis cultural que no busca la simple visibilización de lo que está oculto (a saber, las memorias de exiliadas). Me mueve, por supuesto, la recuperación de esas voces y experiencias. Pero esto con el objetivo de deconstruir tanto sus condiciones de posibilidad agencial como de ocultamiento en los discursos dominantes. Propongo por lo tanto una intervención crítica en el exilio republicano como formación discursiva, como un sistema en el que durante su trayectoria histórica desde entonces y hasta ahora antagonizan, con distinta suerte, diferentes posiciones y actores. Lo que importa es comprender que ninguna de estas fuerzas, que Gramsci dividiría en hegemónicas y subalternas, son transhistóricas. Y esto a pesar de los eficaces procesos de naturalización que les son constitutivas: «España, aparte la modernización natural de las cosas, hecha a pesar de Franco, tenía su nueva cultura, al aire de los tiempos» (Umbral 1996, p. 275. Cursivas mías). Sin embargo, la crítica nos emplaza a historizar esas cosas que se nos presentan como naturales, trazar su genealogía. Así lo expresaba Michel Foucault ante la Sociedad Francesa de Filosofía el 27 de mayo de 1978: «La crítica tendría esencialmente por función la desujeción en el juego de lo que se podría denominar, con una palabra, la política de la verdad» (1995, p. 8). Esta historización antiontológica es, desde luego, una de las tareas más significativas que la teoría feminista impulsa desde hace varias décadas, para evitar los efectos universalizantes de una noción reificada de mujer (Scott 1999; Rich 2001; Mohanty 2002). Además, una intervención crítica, al menos como yo la entiendo, contiene, en razón de ese afán genealógico al que acabo de referirme, una propuesta, que bien podríamos llamar utópica, sobre cómo podrían ser (o haber sido) las cosas. 17

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Hasta aquí una breve descripción de la agenda teórica, metodológica y política que vertebra mi proyecto. Veamos a continuación, siquiera sucintamente, el contenido de cada uno de los capítulos que siguen. En «Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria», me interesa cómo el diálogo productivo que pueden establecer los estudios literarios y los estudios de la memoria, desde una perspectiva de género, puede contribuir enriquecedoramente a los estudios del exilio republicano español. Determinaré, para éstos últimos, cuáles han sido hasta la fecha las aportaciones más relevantes desde el campo de los estudios de género. «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México», el segundo capítulo, propone un examen tanto de las características del exilio republicano a México como de las diferentes narrativas personales de dos generaciones de exiliadas españolas en ese país latinoamericano. El capítulo «Éxodo. Diario de una refugiada española (1940), de Silvia Mistral» y «Una mexicana en la Guerra de España (1964), de Carlota O’Neill», ofrecen no sólo una lectura discursiva de los textos autobiográficos de estas dos exiliadas. También planteo la necesidad de conocer los contextos de producción, circulación y recepción de estos relatos en primera persona. De manera que las dos narrativas, bajo escrutinio, se verán como el efecto de un cierto repertorio de discursos –disponibles para Mistral y O’Neill en función de la interseccionalidad de sus posiciones como autoras en distintos momentos de sus exilios en México– a su vez situadas, estas narrativas, en una red más amplia de actores e instituciones. Observaré el comportamiento de editores, reseñistas y del/la lector/a implícito/a, así

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Introducción

evitaremos el riesgo de universalizar la escritura autobiográfica femenina, al historizarla contextualmente. Por último, presento un texto epilogal en el que, además de recapitular las principales conclusiones de mi investigación, planteo algunas cuestiones sobre lo que podríamos llamar una espectrología del exilio republicano español en ambas orillas del Atlántico, es decir, ¿cuáles son los usos sociales, culturales y políticos en México y España –especialmente en estos momentos de celebraciones y aniversarios– que resignifican en el nuevo milenio el exilio? El clamor de las ruinas, desde su propio título inspirado en un verso de Luis Cernuda, creo que subraya la necesidad teórico-metodológica –que de una manera muy interesante se convierte automáticamente en necesidad política– de buscar formas y metáforas de interpretación del exilio republicano, separadas de ciertos usos convencionales. Esto parece evidente, dada la condición excéntrica del/de la exiliado/a respecto a las estructuras y discursos dominantes. En «Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria», explicaré cómo los estudios de la memoria permiten mirar al exilio republicano desde ángulos que, sin desestimar otras aproximaciones, completan nuestra comprensión de este fenómeno. Adelanto ya que los estudios de la memoria están informados, no sólo pero sí de manera significativa como veremos más adelante, por lo que podríamos llamar un antihistoricismo modernista. Esta crítica al historicismo –en Nietzsche, Freud, Benjamin o Halbwachs– entiendo que utiliza la impugnación del tiempo lineal como una alegorización de lo que estos pensadores, cada uno con intereses disciplinares e ideológicos diversos, tienen en común: la crítica de una autoridad naturalizada 19

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o, en la afortunada formulación de Foucault señalada antes, de las políticas de la verdad (en Nietzsche la «historia monumental», en Freud las instancias de la consciencia, en Benjamin la violencia del fascismo y el capitalismo, en Halbwachs la «historia formal»). En un influyente artículo sobre cómo el único conocimiento posible del pasado se produce en el espacio-tiempo, Philip Ethington se refiere en estos términos a la fascinación por la temporalidad en el pensamiento modernista: In their enthusiastic embrace of temporality, the modernists of Dilthey’s generation failed to appreciate the implications of their own metaphors (...) Being and Time (Heidegger 1927, 1962) is the limit case of the modernist prioritization of time over space (…) Spatiality is the missing keystone of the pragmatic-hermeneutic edifice, just as temporality is its elusive foundation (...) The unreflective spatial metaphorization of time by the modernists was a fateful mistake, but it can be easily explained. Spatial metaphors for time are ‘grounded metaphors’ in Lakoff and Johnson’s (1980, 1999) terminology. It is not accidental that we use them to talk about time, because our experience of time is movement in space (...) History is the map of the past, but that map is not merely a representation. Topoi touch the ground in myriad ways. They are not in time; they are in space. They can only be discovered, interpreted, and debated via the coordinates of spacetime (2007, pp. 476-477 y 485).

La figura espacio-temporal de la ruina resume inmejorablemente, en su fuerza morfológica, esa temporalidad no lineal con la que la filosofía modernista metaforiza la resistencia a los procesos de exclusión que son constitutivos de las 20

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políticas de la verdad y del ejercicio de poder que se les asocia. En este sentido no se trata tanto de reivindicar el tiempo de la memoria a secas, sino más bien una ética de la memoria, una ética del exilio, en nuestro caso, que no se resigna «al cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra» (Benjamin 1973, p. 5). El propio Walter Benjamin en sus Tesis de filosofía de la historia, de donde procede esta última cita, celebra la presencia de la ruina, no a la manera de los Románticos en clave elegíaca y melancólica, o como un rastro obsolescente y derrotado. Al contrario, Benjamin politiza la ruina, la sitúa como un extremo desafiante en nombre de «la tradición de los oprimidos» (ídem) frente al huracán del progreso aliado con los vencedores de la Historia (ahora sí con mayúsculas como signo de su injusta autoridad)5. Y el ángel de la historia pugna por mirar hacia uno de estos dos extremos de naturaleza ética disímbola: [El ángel de la historia ha] vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus 5 «La traducción de las ruinas y fragmentos de la Historia –que decantan en imágenes de la memoria– en forma de montajes de citas constituye una especie de reescritura barroca del tiempo que tiende a una espacialización de lo temporal. En Benjamin el tiempo se encuentra estallado; sólo restan las ruinas donde la memoria pasa a habitar (...) La vida se metamorfosea bajo la mirada benjaminiana en un proto paisaje: excavar –graben– ese paisaje corresponde al trabajo del historiador-alegorista» (Seligmann-Silva 2007, pp. 287-288).

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alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso (ibíd., p. 6).

De hecho es la impertinencia espacial de la ruina, entendida como un acto de memoria, en el espacio-tiempo de la Historia, su más eficaz poder contrahegemónico. Por esta misma razón Jacques Derrida afirma que «la ruina no es algo negativo» (2002, p. 278)6. Y esto porque desmantela la autoridad de la metafísica de la presencia y testimonia el fracaso de todo significado trascendente7. La poderosa metáfora de la ruina vendría a recordarnos que las cosas nunca son como parecen y que merece la pena obstinarse en interpretar sus múltiples capas de significado. La metáfora de la ruina, por lo tanto, nos permite pensar en el exilio republicano no sólo desde las estructuras del sentimiento de la melancolía o la causa perdida (Ucelay-da Cal 2004). He 6 Mi traducción. 7 Esta idea en Derrida de que nunca existe una presencia completa del

significado tiene consecuencias políticas, porque el intento contrario, es decir la violencia de la autoridad que impone significados completos y verdades, lo hace a expensas de aquéllos/as a quienes excluye. Los términos derrideanos de différance, suplemento, así como el de ruina, aunque ésta última no tenga tanta preeminencia a lo largo de su obra como los dos conceptos anteriores, son una constelación de nociones equivalentes para referirse a la lógica antimetafísica de su pensamiento que en sus momentos de tono más marcadamente político se convierte en una política de la espectralidad a la que él se refiere en estos términos: «Puesta en escena para un fin de la historia. Llamemos a esto una hantologie» (Derrida 1993, p. 31. Mi traducción). Sobre la hantologie [espectrología] regresaré en el epílogo de este libro. 22

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dado anteriormente algunos ejemplos antinostálgicos de actitudes téoricas sobre la condición del exilio (caso de Edward Said) y también desde la perspectiva de la experiencia de refugiadas republicanas de distintas generaciones (Ana Delso como joven adulta en Francia y Milagros Latorre como niña de diez años en la Unión Soviética)8. Precisamente sobre el grupo de exiliadas que habían estado ya activas políticamente durante la II República y la guerra, Gina Herrmann opina, creo que en el mismo sentido que estoy proponiendo yo, que [el] grado en el que las mujeres republicanas fueron capaces de mantener un compromiso político con la cultura política de izquierdas y los movimientos obreros estuvo ampliamente determinado por la geografía de la posguerra, es decir, si se exiliaron o no (2003, p. 25)9.

Estos ejemplos demuestran que los marcos de sentido de carácter nostálgico –aunque presentes en algunas memorias de exiliadas/os, en la postmemoria de generaciones sucesivas y, desde luego, en las memorias públicas y oficiales– compiten con estructuras de sentimiento divergentes que podríamos llamar, apropiándonos de un concepto de Svetlana Boym, de tipo nostálgico-reflexivo. En The future of nostalgia, Boym sostiene que la/el exiliada/o puede articular su nostalgia de dos maneras –reflexiva y restaurativa– que 8 Véase nota 4. 9 Pilar Domínguez Prats expresa también esta misma idea: «En México las republicanas españolas, aunque habían perdido sus derechos de ciudadanía, tuvieron un espacio de libertad que les permitió llevar a cabo acciones de solidaridad con los presos políticos encarcelados en España y contra la dictadura franquista» (2009b, p. 23).

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recurren a narrativas opuestas y que consecuentemente activan significados políticos sobre la pérdida/derrota que son diferentes: Restauración (de re-staure–re-establecimiento) significa una vuelta a la estasis original, al momento prelapsario. El pasado nostálgico restaurativo es un valor en el presente; el pasado no es una duración sino una fotografía instantánea perfecta. [Por otro lado,] la re-flexión sugiere una nueva flexibilidad, no el reestablecimiento de la estasis. El interés aquí no es la recuperación de lo que se percibe como una verdad absoluta sino la mediación en la historia y el paso del tiempo (...) La nostalgia reflexiva no pretende reconstruir el lugar mítico llamado hogar; (...) este tipo de narrativa nostálgica es irónica, inconclusa y fragmentaria (2001, pp. 49-50)10.

A los ejemplos de nostalgia reflexiva que ya he citado, y a los que se sumarán las lecturas de las prácticas autobiográficas de mujeres exiliadas españolas que examinaré en «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México» y «Una mexicana en la Guerra de España (1964), de Carlota O’Neill», añado ahora un testimonio de Manuel Tagüeña Lacorte, teniente coronel del Ejército Popular durante la Guerra Civil, exiliado con su familia a varios países socialistas de la Europa del este y finalmente a México en 1955. En abril de 1969, a la edad de 56 años, escribe en su residencia en la Ciudad de México: Al llegar a México pedí permiso para regresar a España y hasta es posible que me hubiera ido a radicar allá, si las autoridades españolas me lo hubieran autorizado. Por fortuna, lo pensaron 10 Mi traducción.

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durante cinco años y cuando lo recibí lo utilicé para hacer una última visita a mi madre gravemente enferma [1960]. Entonces me di cuenta del grave error que hubiera sido volver a España con carácter definitivo. Mi presencia despertó demasiada sensación, había sido ilusoria mi idea de pasar desapercibido. Para vivir en paz tendría que aceptar el papel de “rojo arrepentido”, lo que lesionaría gravemente mi dignidad y me haría caer en una situación parecida a la que viví en los países comunistas. Mientras los vencedores no acaben, de una vez por todas, con el espíritu de la guerra civil, mi puesto está y estará con el bando de los vencidos. Por este motivo no acepté la ayuda que me ofrecieron las autoridades españolas y volví a la emigración y a México, donde a la muerte de mi madre se nos unieron mi hermana y su hija11. Consideramos una suerte haber tenido la oportunidad de haber vivido en México, y creo que en ningún otro país nos hubiéramos adaptado tan sinceramente. Tanto las tradiciones del pasado, como las realidades del presente nos identifican con su pueblo y sus problemas. Mis hijas han crecido aquí, no se consideran extranjeras y tengo nietos mexicanos que me ligan aún más a esta tierra que no pienso abandonar (2005, pp. 659-660. Mi énfasis).

11 En octubre de 2009 tuve la fortuna de conocer, en su residencia de la Ciudad de México, a Encarna Tagüeña Lacorte, hermana de Manuel Tagüeña. Esta extraordinaria mujer de 90 años me contó que su recuerdo del Madrid de la guerra no es sino de “alegría”. Esta memoria feliz del conflicto se explica porque Encarna Tagüeña era entonces una joven de 16 años entusiasmada por el ambiente revolucionario de la ciudad. También me relató su viaje a Alicante en 1936 como responsable de una colonia de niñas/os de la FUE (Federación Universitaria Escolar), a Albacete en 1937, donde se vincula a la AMA (Asociación de Mujeres Antifascistas) y conoce a Aurora Arnaiz; su paso por la cárcel de Ventas y su exilio a México en 1962.

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El testimonio de Tagüeña pienso que expresa inmejorablemente el tipo de nostalgia reflexiva que me interesa examinar en este libro; al menos por dos razones: una, por su renuncia consciente y voluntaria, por motivos de coherencia política, a regresar definitivamente a territorio español en los años sesenta. Me parece que no puede haber una actitud menos melancólica, en el sentido psicosocial de comportamiento no patológico ante la pérdida de un objeto (nacional)12 que la que demuestra Tagüeña. Hay que recordar que el exilio al término de la Guerra Civil fue no sólo un gesto de protesta contra el régimen dictatorial que estaba a punto de establecerse en España, fue además, y sobre todo, una necesidad para evitar las formas de represión sistemática –penas de muerte, prisión, torturas, depuraciones profesionales, asesinatos, secuestro de hijas/os, etc– que el fascismo ya había ensayado durante la guerra y continuaría en la posguerra. El franquismo, debido a esa compulsión por exterminar a la anti-España del cuerpo social a la que se refiere Tagüeña como perpetuación «del espíritu de la guerra civil» y que de hecho explica una política represiva institucionalizada, nunca aprobó una ley de amnistía total. Sin embargo, y por razones que Paloma Aguilar Fernández explica en su Memoria y olvido de la Guerra Civil española, la legislación de indultos, a menudo asociada a la conmemoración de fechas relevantes, revela la evolución en el franquismo de una política de la memoria al servicio de diferentes intereses que podríamos resumir como búsqueda de legitimidad tanto en el exterior como en el interior (1996, pp. 144-147). Los años sesenta representan una década de aggiornamento del régimen, al entender éste que sólo la liberalización económica –a pesar de los efectos sociales que podría tener y que 12 Véase nota 1.

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de hecho tuvo– suponía la manera más eficaz de garantizar la continuidad del franquismo. Y estas medidas de tipo económico, que pasaban por conseguir apoyo inversionista, político y social tanto dentro como fuera de España, para distintos planes macroeconómicos, debían acompañarse de ciertas operaciones dotadas de suficiente valor simbólico. Entre estas actuaciones de tipo simbólico o cultural se encuentran diferentes indultos13: el 11 de octubre de 1961 en el XXV aniversario de Franco como jefe del estado; el 1 de abril de 1964 en la celebración de los así llamados «XXV Años de Paz»; el 10 de noviembre de 1966 para conmemorar treinta años desde el comienzo de la Guerra Civil; 31 de marzo de 1969, tres décadas desde el fin de la guerra; y el indulto de 1969, al que las autoridades oficiales dieron una publicidad muy amplia (ibíd., pp. 145-146)14. En este contexto hay que entender el regreso temporal o definitivo a España, en los sesenta, de muchos/as exiliados/as15. Como resultado de esta “dulcificación” del 13 Otro ejemplo de decisiones simbólico-culturales –tomadas en el clima de modernización de los sesenta– sería la batería de medidas proteccionistas que adopta el entonces Director General de Cinematografía, García Escudero, para promover un tipo de cine de autor (el llamado Nuevo cine español) destinado principalmente al consumo y circuito de festivales en el exterior. 14 Aguilar Fernández explica que, a pesar de que los indultos se hacen frecuentes durante la década de los sesenta, el primer indulto del régimen franquista es del 9 de octubre de 1945, poco después de terminada la II Guerra Mundial, por razones de imagen exterior y distanciamiento de los perdedores del conflicto en Europa (1996, p. 144). 15 Creo que están pendientes estudios sobre las dimensiones políticas, sociales y culturales de este regreso a España desde el exilio, sobre todo a partir de los sesenta (aunque desde luego hay casos en las dos décadas anteriores). Para un inteligente artículo sobre el tema del regreso en el caso de

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régimen franquista, para los propósitos que acabo de explicar, existían ciertas garantías de que sus vidas ya no estarían amenazadas, y digo “ciertas garantías” porque como explican Jesús Torbado y Manuel Leguineche en su estremecedor Los Topos: El general había sido muy generoso en perdonar los crímenes de los suyos, por horrendos que fueran. Necesitó, sin embargo, treinta años para conceder a los que lucharon en el bando enemigo una prescripción de delitos. Porque los perdones anteriores fueron muchas veces trampas mortales. Sería terrible calcular cuántos españoles fueron fusilados por haberse presentado a las autoridades confiando en alguno de los indultos generales anteriores al del 69. Bien claro lo expresan todos los topos (1977, p. 17).

Por eso la decisión de Tagüeña de rechazar la posibilidad de regreso en virtud de lo que él mismo califica de dignidad política, tiene un significado simbólico también importantísimo y, sostengo, nada melancólico. La segunda razón que en el testimonio de Tagüeña de 1969 apunta hacia un comportamiento antinostálgico, o al menos de nostalgia reflexiva, tiene que ver con su valoración positiva de lo que supuso su condición de refugiado en México: Consideramos una suerte haber tenido la oportunidad de haber vivido en México, y creo que en ningún otro país nos hubiéramos adaptado tan sinceramente16. los poetas exiliados véase «La cuestión de la vuelta en los poetas del exilio mexicano» de Carlos Blanco Aguinaga (2006, pp. 141-163). 16 Por supuesto, esta valoración positiva de la experiencia en los distintos países de acogida dependió de diferentes variables y, consiguientemente, no fue sentida de la misma manera por toda la comunidad exiliada. Las diversas

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Volvamos, ya para acabar, al alcance antimelancólico de la ruina como metáfora. En los años cuarenta, durante su exilio en Inglaterra, Luis Cernuda escribe en el poema «Otras ruinas»: «La ruina ha clamado por suyos tantos muros/Sobre huecos disformes bostezando, ayer morada/De la cual sin cobijo subsiste irónico detalle». La ruina impone su desafiante e irónica materialidad ante la que ayer fue morada y renuncia sin asomo de nostalgia (al igual que vimos en Tagüeña) –y como expresaría Cernuda en Desolación de la quimera a principios de los años sesenta ya en México– a un país que ya no se siente como propio: Soy español sin ganas Que vive como puede bien lejos de su tierra Sin pesar ni nostalgia. He aprendido El oficio de hombre duramente, Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía, Cuyas maneras rara vez me fueron propias, Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto Y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron (2002, p. 341).

María Teresa León, intelectual comunista exiliada en Argentina e Italia, escribe en Roma a mediados de los años sesenta su extraordinaria autobiografía Memoria de la melancolía17. De este texto proviene el siguiente fragmento: formas de inserción de las/os republicanas/os en los diferentes países de asilo es una de las preocupaciones centrales del libro coordinado por Dolores Pla: Pan, trabajo y hogar. El exilio republicano español en América Latina. 17 Publicada por la editorial argentina Losada, en 1970.

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Nada tenemos que ver nosotros con las imágenes que nos muestran de España ni el cuento nuevo que nos cuentan 18. Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados de España, los que buscamos la sombra, la silueta, el ruido de los pasos del silencio, las voces perdidas. Nuestro paraíso no es de árboles ni de flores permanentemente coloreadas. Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos. Regresaremos con la ley, os enseñaremos las palabras enterradas bajo los edificios demasiado grandes de las ciudades que ya no son las nuestras. Nuestro paraíso, el que defendimos, está debajo de las apariencias actuales (1998, p. 98).

Esta eficientísima vindicación de las ruinas como figura de intervención política en un espacio-tiempo ilegítimo enfatiza una espectralidad que interrumpe las políticas de la verdad de un régimen obstinado en borrar la huella de la disidencia. Una interrupción ejercida mediante la materialización del tiempo de la memoria en el espacio-tiempo del franquismo y yo añadiría también en el de la España democrática19.Y esto porque después de 1975 el recuerdo del 18 Se refiere, desde luego, a la España del desarrollismo de los años sesenta sobre la que acabo de hablar. Otro exiliado republicano en México, Max Aub, escribe magistralmente sobre su desencuentro con la sociedad española durante su viaje de dos meses, en 1969, en La gallina ciega, publicada por la editorial mexicana Joaquín Mortiz, en 1971. El motivo de esta visita fue la documentación de un libro sobre Luis Buñuel, editado póstumamente en 1984 con el título de Conversaciones con Buñuel, por encargo de la editorial Aguilar. 19 Para la consideración del exilio como «crisis de temporalidad», así como para su relación con el estado posfranquista, véase Balibrea 2007. Para el significado del exilio en la cultura española democrática, véase López 2004b; Faber 2004; Naharro-Calderón 2005. Para la relación del exilio con el franquismo, véase Gracia 2010; Larraz 2009; Balibrea 2007.

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exilio sólo ha estado públicamente presente –y desde luego lo ha estado incluso mucho antes del «boom de la memoria» en el nuevo milenio– a expensas de su despolitización20. En definitiva, El clamor de las ruinas tiene por objetivo fundamental considerar el exilio republicano español desde una perspectiva cultural que nos permita atender a su impulso contestatario, para matizar su interpretación dominante como fenómeno melancólico (aunque no niego que esta dimensión también exista)21. ¿Qué podemos entender sobre este impulso desde algunas de las prácticas autobiográficas de las exiliadas republicanas? ¿Y qué posición ocuparía este impulso en el «boom de la memoria» en la actualidad?

20 En el epílogo a este trabajo examinaré la relación entre cultura y despolitización que explicaría porqué en principio la memoria cultural del exilio es más inofensiva que su memoria legal o judicial. 21 Leonor Sarmiento, presidenta del Ateneo Español de México durante 17 años, a pesar de que afirma su gratitud al país que le dio asilo, expresa lo siguiente: «Lo que nos queda es esa terrible nostalgia por España y el amor al país que nos dio paz y libertad» (1993, p. 169).

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AUTOBIOGRAFÍA, MUJER Y EXILIO: UN ENFOQUE DESDE LOS ESTUDIOS DE LA MEMORIA En este capítulo pretendo examinar la historiografía del exilio republicano de las mujeres22. En relación con el estado de la cuestión justificaré cuál es la contribución que, en mi opinión, pueden hacer los estudios literarios desde la crítica feminista en diálogo con los estudios de la memoria. Esta sección, en consecuencia, servirá como un marco teórico-metodológico en el que situar los estudios de caso que analizo en los siguientes capítulos del libro. Historiografía del exilio republicano de las mujeres En 1997, Alicia Alted escribía en un artículo titulado «El exilio republicano español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres»: Si repasamos la extensa bibliografía sobre el exilio republicano español de 1939 apreciamos que el hombre es el eje central de los acontecimientos históricamente significativos, tanto en 22 Un recurso electrónico importantísimo para estar al corriente de la renovación bibliográfica, así como para acceder a otro tipo de información (materiales textuales y audiovisuales de exiliadas/os, avisos para la comunidad académica, etc), es la Biblioteca del Exilio: http://www.cervan tesvirtual.com/portal/Exilio/ La Biblioteca del Exilio, dirigida por Teresa Férriz Roure, surge del trabajo conjunto de tres iniciativas: Reder (Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano, también coordinada desde hace años por Teresa Férriz), Gexel (Grupo de Estudios del Exilio Literario, dirigido desde 1993 por Manuel Aznar Soler) y la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

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los libros en los que predominan las cuestiones políticas como en aquellos con una proyección social y cultural.

Desde esa fecha, mediados de los noventa del siglo pasado, hasta la actualidad ya no se puede mantener lo mismo, sin embargo, y como recuerda Abdón Mateos en un reciente volumen, aún hay muchísimas preguntas pendientes desde una perspectiva de género (2009a, p. 10). En vista de que mi libro propone una indagación desde los estudios literarios feministas en esta sección sobre la historiografía del exilio de las mujeres he tomado varias decisiones. Dada la importancia de la bibliografía existente hasta la fecha para mi investigación revisaré los trabajos más relevantes de las últimas tres décadas. Además, el orden cronológico se establece en función de las siguientes áreas: Historia social, estudios literarios y estudios biográficos. Por último, los trabajos relativos a las exiliadas de las que me ocuparé en el tercero y cuarto capítulo –Silvia Mistral y Carlota O’Neill– serán mencionados en esos capítulos con el fin de no repetir información. Esta síntesis historiográfica debe comenzar con dos artículos de la periodista y novelista catalana Montserrat Roig: «Mujeres en campos nazis» de 1977 y «La mujer en el exilio» de 1980. Por un lado se trata de un primer reconocimiento de la relevancia analítica de la especificidad de género, pero además nos sirve como evidencia contra la idea popularizada recientemente en España sobre un fenómeno de amnesia total a partir de 1975 (y que se habría resuelto, sigue este razonamiento, al comenzar el nuevo milenio). En el contexto de la Historia social, no cabe duda de que Voces del exilio. Mujeres españolas en México 1939-1950, de Pilar Domínguez Prats, publicado en 1994, es un libro pionero en esta área de especulación. Su objetivo fundamental consiste 34

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en el examen, a través de fuentes orales y escritas (archivos, expedientes y memorias personales), de la cultura política y los aspectos sociales y económicos de la comunidad de refugiadas republicanas de primera generación, establecidas en México a partir de 1939. Quince años después la misma autora edita De ciudadanas a exiliadas. Un estudio sobre las republicanas españolas en México (2009), que es una revisión y ampliación en profundidad del título de 1994. De ciudadanas a exiliadas demuestra lo mejor que Pilar Domínguez ha producido en la última década, especialmente en relación con un interesantísimo enfoque desde la cultura visual, al incorporar como fuentes documentales un amplio repertorio de fotografías (públicas, especialmente de material de los Hermanos Mayo, y privadas). También este libro de 2009, al que regresaré más adelante, incluye un valioso capítulo sobre «Intelectuales y feministas en México»23�. Hay que señalar aquí El Archivo de la Palabra del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) que, desde finales de los años setenta, bajo la coordinación de Eugenia Meyer primero, y en su segunda fase dirigido por Dolores Pla, reunió a un grupo de historiadoras/es mexicanas/os (algunas/os, por cierto, descendientes de exiliadas/os republicanas/os): María de la Soledad Alonso, María Luisa Capella, Eduardo Casar, Matilde Mantecón, Dolores Pla, Concepción Ruiz-Funes, Enriqueta Tuñón y José Antonio Matesanz (Pla 1990). Este extraordinario proyecto, al que acudiré más tarde en mi libro, pone a disposición del público especializado y general 117 entrevistas a la comunidad 23 Entre otros artículos recientes de Pilar Domínguez Prats, véase «La representación fotográfica de las exiliadas españolas en México» (2003) o «La actividad política de las mujeres republicanas en México» (2009a).

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exiliada en México. Existen varios textos publicados que aprovechan estas fuentes orales para explorar la experiencia de las mujeres24: De Concepción Ruiz-Funes y Enriqueta Tuñón «Nosotras fuimos la Unión de Mujeres Españolas Antifascistas en México (1939-1976)» (1992) y «Este es nuestro relato...Mujeres españolas exiliadas en México» (1994); de José Antonio Matesanz «Perfiles del exilio: dos refugiadas» (1996), aunque este investigador nos previene de lo siguiente: «Quiero advertir de entrada que, contra lo que pudiera parecer por su título, este texto no es un tributo a la moda de eso que llaman ‘estudios de género’» (1996, p. 371). De Mercedes Yusta es necesario consultar los siguientes textos sobre la cultura y organización políticas de las exiliadas en Francia: «Historia, identidad y militancia política: mujeres antifascistas en el exilio francés (1946-1950)» (2004), «The mobilization of women in exile: the case of the Unión de Mujeres Antifascistas Españolas in France (19441950)» (2005) y Madres coraje contra Franco. La unión de mujeres españolas en Francia, del antifascismo a la Guerra Fría (1941-1950). En 2006, Mar Trallero Cordero publica, en la línea abierta por Pilar Domínguez, «La cotidianidad como expresión de un exilio: las mujeres exiliadas en México». Pasemos ahora al campo de los estudios literarios: existe una bibliografía muy abundante –que no voy a enumerar exhaustivamente en esta ocasión– sobre las intelectuales y escritoras más emblemáticas del exilio: María 24 Para otros trabajos de investigación que analizan el material del Archivo de la Palabra, aunque no desde una perspectiva de género o de historia de las mujeres, véase Pla 2000, o la serie Palabras del exilio en cinco volúmenes temáticos (los temas tratados: el doctor José Puche Álvarez, el Sinaia, antropólogos mexicanos, la vuelta y el ME/59).

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Zambrano, María Teresa León o Rosa Chacel25. Un trabajo pionero es, desde luego, Recuerdos de la Resistencia. La voz de las mujeres de la Guerra Civil española (1997), de Shirley Mangini. Libro originalmente publicado en inglés en 1995. Se trata de un trabajo que a través de narrativas personales (diarios, cartas, memorias, entrevistas, etc) intenta reconstruir la experiencia que las mujeres tuvieron de la Guerra Civil española. Dedica un capítulo final a las exiliadas. Tres referencias inexcusables de Josebe Martínez: Las intelectuales de la segunda república al exilio (2002), Exiliadas. Escritoras, Guerra Civil y memoria (2007) y «Para una arqueología de la memoria histórica en España. El exilio de 1939» (2008). Dos libros del año 1999: Españolas en Colombia. La huella cultural de las mujeres exiliadas tras la Guerra Civil, de María Eugenia Martínez Gorroño (especialmente bienvenido en un campo en el que las exiliadas en México parecen haber ocupado hasta la fecha gran parte de la atención)26 y de Acacia Uceta Mallo, Acacia Domínguez y María Peñarrubia, Escritoras del exilio (a propósito de Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel y Concha Zardoya). En el año 2000, Angel Loureiro publica un trabajo titulado «María Teresa León: the ruins of memory» en su libro The Ethics of Autobiography. Replacing the Subject in Modern 25 Precisamente porque se trata de mujeres intelectuales “canonizadas”, la bibliografía es accesible. Muchos de los trabajos sobre las tres autoras que he citado, así como sobre muchas otras escritoras, se pueden consultar en las valiosas actas de los congresos organizados por el Gexel. Ver también nota 21. 26 «La porción del exilio español establecida en México ha sido la que más bibliografía ha generado» (Pla 2002a, p. 108).

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Spain, donde lleva a cabo una lectura sugerente de Memoria de la melancolía (1970), a partir de la idea de Levinas de la ética como reconocimiento del otro y de su incorporación/ pérdida fantasmática, como un proceso central en la formación del sujeto. En el año 2004, Helena López reformulaba en «Claves para una lectura feminista de María Teresa León» este análisis de Loureiro, al postular que ese mecanismo de subjetivización no se produce a través de una alteridad neutra sino que ésta contiene ya los significados que genera la construcción de la diferencia sexual. Si cito estos dos trabajos aquí es para precisamente ilustrar, anticipándome a los estudios de caso en los que me centraré en las páginas que siguen, el tipo de interpretaciones que puede activar la crítica literaria feminista. De Carrie Hamilton es aconsejable consultar su «Activism and representations of motherhood in the autobiography of Dolores Ibárruri, Pasionaria» (2001), particularmente porque este trabajo demuestra la productividad de análisis, comprometidos con las herramientas que los estudios de la memoria ponen a nuestra disposición. Durante el año 2006 destacó «La memoria fragmentada (María Teresa León, Dolores Ibárruri, Rosa Chacel, Teresa Pàmies, Federica Montseny, María de la O Lejárraga)» de Rosa María Grillo27, dos contribuciones de Fernando Larraz Elorriaga: «La novela testimonial de las exiliadas republicanas en México» y «El segundo exilio. La segunda generación en la narrativa de las exiliadas republicanas») y un artículo de Mónica Moreno y Alicia Mira: «Motherhood(s) and memoirs written by women in the Spanish exile». 27 De esta misma autora merece la pena consultar también su «Juego de parejas en un espejo. Masculino y femenino en la escritura autobiográfica del exilio», de 2001.

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En el año siguiente, 2007, María del Carmen Alonso da a conocer su «Con voz de mujer: memorias de exiliadas republicanas (al fondo, Aurora de Albornoz)» y Helena López publica «A memory Studies approach to post-Spanish Civil War exile: the case of Mujeres Libres». En 2009 Mónica Jato, Sharon Keefe Ugalde y Janet Pérez coordinan Mujer, creación y exilio (España, 1939-1975), un proyecto colectivo con algunas contribuciones francamente interesantes. De ese mismo año también «Memorias del exilio de Tere Medina-Navascués: ficción y memorias del exilio español de 1939 en México» de Clemencia Corte Velasco, donde esta investigadora aporta una lectura de un texto de la segunda generación al que me referiré brevemente en «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México». La biografía es un género que, con el cometido de visibilizar a las mujeres como sujetos históricos, constituye uno de los formatos más frecuentes de los estudios de mujeres. Ahora bien, y como veremos en más detalle en la última sección de este capítulo, la simple recuperación de estas historias de vida corre el riesgo de reificación de la experiencia femenina como categoría universalizante. Antonina Rodrigo publica –en 1999– Mujer y exilio. 1939, un utilísimo repertorio de entradas biográficas de varias exiliadas republicanas. De esta misma autora es muy recomendable Una mujer libre. Amparo Poch y Gascón, médica y anarquista (2002), sobre una de las fundadoras en 1936, junto a la poeta y periodista Lucía Sánchez Saornil y la abogada Mercedes Comaposada, de la organización feminista y libertaria Mujeres Libres28. 28 De Antonina Rodrigo es también Dolores Ibárruri, la Pasionaria (1979), con prólogo de Montserrat Roig. Pasionaria es probablemente la política española que ha dado pie a un mayor número de biografías y estudios (incluyendo el muy recomendable documental Dolores, de 1980, que

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De 2001 es Victoria Kent. Una vida al servicio del humanismo, por Zenaida Gutiérrez Vega. Un muy bien documentado trabajo sobre la vida de quien fuera, durante la II República, diputada por el Partido Radical Socialista y Directora de Prisiones. Desde su exilio en Nueva York dirigió, por más de dos décadas, la influyente revista Ibérica por la libertad. Esta publicación pretendía cumplir una función informativa sobre las dictaduras de Franco y Salazar, con una explícita actitud denunciatoria que creara un movimiento de opinión contrario a estos regímenes. Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Federica Montseny, la célebre líder del movimiento libertario en España y Ministra de Sanidad durante el gobierno de Largo Caballero entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, aparecen dos biografías: Federica Montseny. La indomable (2005), de la historiadora Susanna Tavera, y Federica Montseny. Una anarquista en el poder (2004), de la periodista Irene Lozano. Lola Iturbe. Vida e ideal de una luchadora anarquista (2006) es el fruto de la colaboración entre Antonia pertenece a Andrés Linares y José Luis García Sánchez). Por otro lado su autobiografía El único camino (1962), a menudo se cita como un ejemplo de cómo el sexo-género de un individuo no necesariamente se proyecta en su escritura (la de Ibárruri se califica de poco femenina). Creo que las interpretaciones de las (auto)biografías de Dolores Ibárruri se beneficiarían al tomar muy en cuenta cómo la cultura política del comunismo sirve de marco en el que se insertan todas estas narrativas donde se produce una relación compleja entre lo personal y lo público. Como explica James Barrett respecto a las autobiografías de comunistas en los Estados Unidos: «The lesson here is not that the personal was more important than or even equal to the political but that the former can help us to understand the latter» (2008, p. 423). En el caso de Pasionaria habría que invertir los términos de este binomio, pero lo que me interesa subrayar es que la idea de que en la líder comunista española lo político anula a lo personal creo que necesita ser revisada.

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Fontanillas, militante libertaria exiliada en Francia en 1953, y de la historiadora Sonya Torres. Este volumen no sólo traza el itinerario biográfico de Lola Iturbe, anarquista colaboradora de la prensa libertaria y en 1974 autora de La mujer en la lucha social. La Guerra Civil de España (publicado por Editores Mexicanos Unidos del también exiliado anarquista Fidel Miró). Además, el trabajo de Fontanillas y Torres incluye gran número de textos autobiográficos y políticos de Iturbe. En 2007, Soledad Fox publica, con el título de Constancia de la Mora in War and Exile. International Voice for the Spanish Republic, una biografía de esta militante comunista que fue directora del Servicio de Prensa Extranjera durante la Guerra Civil española. Éste es un buen ejemplo de cómo la biografía, cuando trasciende lo meramente anecdótico a favor de la interpretación de los marcos sociales y culturales donde se insertan las vidas de los individuos, supone una excelente manera de entender ciertos procesos históricos. Un valor añadido del trabajo de Soledad Fox radica en su contextualización de las memorias de Constancia de la Mora, In Place of Splendor, publicadas originalmente en inglés en noviembre de 1939, y que aporta nueva información para entender las condiciones sociales en las que se redacta y edita este texto. Dos textos interesantes de 2009: Matilde Huici Navaz. La tercera mujer, de María Nieves San Martín Montilla, y María Luisa Elío Bernal. La vida como nostalgia y exilio, de Eduardo Mateo Gambarte.

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Estudios de la memoria y prácticas autobiográficas de mujeres: aportaciones al campo del exilio republicano Como ya he indicado, mi trabajo quiere ser una aportación al campo de los estudios del exilio republicano español desde el diálogo entre dos áreas: los estudios de la memoria y los estudios literarios feministas. Esta relación interdisciplinar me permitirá atender a los significados sociales del exilio republicano, tal y como anticipé en la introducción, en función de estructuras de sentimiento (en el sentido que vimos que Raymond Williams le da esta noción) alternativas a la concepción nostálgica. Con este fin, y como también apunté brevemente en las páginas introductorias, recurriré a cuatro términos teórico-metodológicos fundamentales: subjetividad, memoria, interseccionalidad y agencia. Elaboraré a continuación con más detenimiento la formulación de estos términos desde la interdisciplinariedad de las dos áreas de estudio que acabo de señalar. El Oxford Dictionary of Sociology define el término subjetividad como «la perspectiva autoconsciente de la persona o sujeto. Este concepto se contrapone invariablemente al de objetividad y es usado peyorativamente por los científicos sociales positivistas. A su vez, se ve como un concepto crucial para la hermenéutica» (1998, p. 651). La oposición entre positivismo-objetividad y hermenéutica-subjetividad, en esta entrada del ODS, pone el dedo en la llaga del debate intelectual que, a partir de finales de los sesenta del siglo pasado, plantea, para varias disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades, la corriente que ya consolidada en los

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ochenta se conoce como postestructuralismo29. Este debate, centrado en la crítica radical a lo que ya vimos que Foucault llama las políticas de la verdad, supuso al menos tres reorientaciones epistemológicas: un cambio del determinismo de las estructuras económicas sobre las formaciones superestructurales a favor de una comprensión de lo cultural como un espacio de negociación entre ideología e individuos (o en clave gramsciana entre grupos hegemónicos y subalternos); el reconocimiento de la centralidad del lenguaje, entendido en el sentido postestructuralista de discurso, en los procesos sociales (el llamado “giro lingüístico o cultural”); la proliferación de movimientos sociales (feministas, anticoloniales, antirracistas, contra la heteronormatividad, etc) que comienzan a generar sus propias teorías de análisis social con el impacto académico que conocemos (feminismo, estudios de género, estudios postcoloniales, teorías queer, lesbiana, gay, etc) (Barrett 1999, pp. 13-17). En este clima intelectual se explica el auge de la Historia social hace tres décadas. Aunque, y como muy bien apunta Julián Casanova, la Historia social –en el ámbito hispánico– haya estado más influida por la Historia económica, la Sociología y los movimientos obreros, que por el postestructuralismo (2003, pp. 13 y 31). En un libro que ya cité, Los Topos, de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, se admite la relevancia del estudio de la subjetividad para entender fenómenos sociales, complejos que no interpelan unívocamente a todos los individuos de una sociedad, y esto por dos razones: porque la interpelación ideológica es negociada (y no 29 Puede decirse que el postestructuralismo tiene su momento fundacional en la ponencia titulada «La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas», que Jacques Derrida presenta en la Universidad Johns Hopkins en 1966.

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impuesta) y porque una sociedad incluye a individuos que ocupan distintas posiciones sociales, y por lo tanto actuarán de forma diversa en ese proceso de negociación cultural/ ideológica: Pues bien, después de recopiladas centenares de horas de conversación con algunos de los más espectaculares e insólitos protagonistas de esta guerra, cobra ésta una imagen nueva, inesperada y atroz. Deslindemos por un momento las realidades sociopolíticas del suceso y limitemos la óptica a los hechos que ocurrieron a las personas aisladas, a la historia concreta y específica de los individuos (1977, p. 6. Cursivas mías).

Y en otro libro importante sobre la Guerra Civil, publicado en 1979, Blood of Spain. An oral history of the Spanish Civil War, Ronald Fraser adopta, al igual que Torbado y Leguineche, la entrevista personal con idénticos propósitos a los expresados por los autores de Los Topos: Oral history, I believe, should articulate the experiences of people who, historically speaking, would otherwise remain inarticulate (and in which sense alone the adjective ‘ordinary’ can be attached to them) (...) The aim of the book, as I have said, was not to write another history of the civil war but a book about how people lived that war. It was their truth I wished to record. And what people thought –or what they thought they thought– also constitutes a historical fact. Inevitably, memories of thirty-five and forty years past have been ‘worked over’ in the intervening years (1986, pp. 31-32. Cursivas mías).

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Por otro lado, el ya mencionado Archivo de la Palabra del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) explicita su objetivo como una respuesta desde la Historia social a la historia de las élites (políticas y/o intelectuales): En este proyecto de historia oral no se trata de hacer una selección elitista de profesiones, regiones, status social o partidos políticos. Intentamos, por lo contrario, dialogar con todos aquellos que podamos encontrar y que estén dispuestos a hablar, pues es nuestro criterio que la historia la hace todo un pueblo en su conjunto y no solamente las personas conspicuas que, aunque importantísimas para nuestro propósito, podrían igualmente dejar constancia de su testimonio por escrito y por lo tanto no resultar tan esencial su información oral (AA VV 1980, pp. 13-14).

La declaración de intenciones en estos tres proyectos aboga por la operatividad de la noción de subjetividad, para subrayar cómo los efectos de la política institucional y los aparatos ideológicos son vividos y sentidos –así diría Raymond Williams– de múltiples formas. Y al defender esta postura están también reconociendo, más o menos explícitamente, las posibilidades de agencia de esos sujetos para quienes la Historia (con mayúscula) representa cosas diversas30. Ahora bien, la historia oral en los setenta coincidía con algunos postulados postestructuralistas, notablemente la problematización del determismo estructural del marxismo 30 «The term agency is usually juxtaposed to structure and is often no more than a synonym for action, emphasizing implicitly the undetermined nature of human action, as opposed to the alleged determinism of structural theories» (Oxford Dictionary of Sociology 1998, p. 10).

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así como del sujeto universal del humanismo liberal, pero no con todos: Recent discussions about the uses of oral sources have added new dimensions to old debates over what constitutes historical truth. Early practitioners of oral history tended to use their sources as historians have traditionally used written documents, as factual evidence about specific historic events. Over the past two decades, however, oral historians have suggested that interviews can tell us about the construction of social subjectivity, myth and memory (Hamilton 2003, p. 120).

Así que como sugiere Carrie Hamilton la idea de subjetividad promovida por la historia oral de los setenta se construye como una forma de acceso natural y transparente a la verdad histórica31. Además en mi opinión se trata también de una visión de la subjetividad muy dependiente, en muchos casos, del análisis de clase como única posibilidad de interpretación social32. Creo que el emergente campo de 31 De hecho las nociones de identidad y de subjetividad, aunque a veces intercambiables, quieren dar cuenta de concepciones teóricas sobre el yo, no del todo coincidentes. Mientras que la identidad se entendería como la (auto)percepción coherente del individuo que refleja sin fisuras los procesos de interpelación ideológica, la subjetividad quiere dar cuenta de la complejidad de estos procesos tanto en términos de desidentificación de los sujetos respecto a la interpelación como de imposibilidad de aceptar que el yo se constituye a partir de significados cerrados; la subjetividad vendría así a afirmar que el yo nunca es idéntico a sí mismo. 32 Estas dos cuestiones –acceso a una verdad no problemática y reificación de la noción de clase social– están como crítica de la trayectoria de la historia oral en uno de sus nombres más importantes: «La idea –razona Alessandro Portelli– de que la grabadora proporciona un medio a la clase obrera para hablar por sí misma» (2008, p. 112).

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los estudios de la memoria ha atendido con razonable acierto a estas dos cuestiones, veamos porqué. Los estudios de la memoria se configuran como un campo interdisciplinar a partir de los años ochenta del siglo pasado, en el contexto de la académica anglosajona y alemana, y especialmente preocupados por la memoria y posmemoria del Holocausto33. En términos muy generales podemos decir que en su agenda teórico-metodológica confluyen dos tradiciones intelectuales. En primer lugar, el antihistoricismo modernista de autores tan distintos entre sí como Nietzsche, Benjamin, Freud, Bergson o Halbwachs, pero a quienes les interesa reflexionar –en los casos de Benjamin y Halbawchs en circunstancias parecidas y muy dramáticas frente al avance del nazismo– sobre la metáfora de un tiempo alternativo al tiempo progresivo de la historia positivista, o de los poderes dominantes (el de la razón, la Historia o el del capitalismo, dependiendo de los intereses intelectuales de los autores a los que me acabo de referir). Y en segundo lugar, el postestructuralismo que pone en crisis la noción de verdad a favor de un entendimiento de la realidad social como narración, discurso y textualidad; una circunstancia que Fraser, en la cita anterior, tiene la habilidad de identificar a pesar de que el suyo no sea un trabajo interesado en el análisis discursivo de la subjetividad, al decir que era su verdad [la de sus informantes] la que me interesaba documentar. En esta agenda de los estudios de la memoria tiene también un impacto muy importante tanto el “giro 33 Para una excelente historia de la configuración de los estudios de la memoria (Memory studies) véase las introducciones de Susannah Radstone y Katharine Hodgkin a los volúmenes colectivos Contested Pasts. The politics of memory y Regimes of memory. Véase también el editorial de Hoskins et alii del primer número de la recién creada revista Memory Studies, así como el volumen colectivo editado por Michael Rossington y Anne Whitehead.

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lingüístico o cultural” –una derivación del pensamiento postestructuralista de inmensa importancia en las ciencias sociales y las humanidades– como modelos de análisis de “abajo a arriba” que privilegian la experiencia local de los individuos sobre las instituciones y prácticas de producción ideológica y que reconocen que éstos no son reducibles ni a la clase social ni a la orientación política a la que pertenecen.34 Los individuos serían, al contrario, el efecto de su posición en la interseccionalidad de diferentes divisiones sociales (de etnicidad, clase, género, sexualidad, filiación política, generación, religión, nacionalidad, etc). A la vista de la agenda de los estudios de la memoria vemos cómo se problematizan las dos cuestiones –la posibilidad de acceso natural a una verdad transparente y la centralidad del análisis de clase– que acabamos de ver como fundamentales en la historia oral de los setenta. Para quienes trabajamos las prácticas autobiográficas de las exiliadas republicanas creo que los estudios de la memoria nos pueden brindar un marco teórico-metodológico utilísimo. A su vez, los estudios literarios feministas están en una posición idónea para aportar ángulos de investigación que enriquezcan el campo de los estudios del exilio republicano. Vayamos por partes. 34 Susannah Radstone, en un interesante artículo del año 2005 sobre los riesgos políticos de una celebración excesiva de las posibilidades agenciales y resistentes de individuos y grupos sociales, reclama un regreso al análisis de “arriba a abajo”, es decir, de instituciones y discursos dominantes que, a la vista está, se ven dotados de una extraordinaria fuerza de interpelación ideológica. En el contexto de los estudios culturales la advertencia de Radstone sintoniza con aquélla de quienes reivindican trabajos que tomen muy en serio cómo las relaciones de poder, sin menoscabo de su dimensión discursiva, están profundamente inscritas en condiciones materiales y económicas específicas.

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Los estudios literarios se han ocupado tradicionalmente de la producción literaria canónica, a menudo para plantear cuestiones de tipo estético –historia de las ideas estéticas o análisis estilísticos y formalistas– o de historia intelectual. La emergencia hacia finales de los años sesenta del siglo pasado de los estudios culturales moviliza una noción antropológica de la cultura, entendida como un amplio conjunto de prácticas materiales y simbólicas con varias consecuencias importantes para las humanidades y las ciencias sociales35: la problematización de la división entre alta y baja cultura; la reivindicación de análisis deconstructivos sobre las políticas simbólicas y materiales que estructuran el campo cultural; la comprensión de lo cultural no tanto como un efecto directo de la estructura sobre la superestructura sino, y siguiendo a Gramsci, como una negociación entre grupos dominantes y subalternos que se disputan la hegemonía. Este tercer elemento con la implicación fundamental de reconocer espacios de agencia para los individuos –particularmente en lo que se refiere a la recepción de la cultura de masas– que ya no son vistos como simples agentes pasivos de los discursos hegemónicos. El impacto de esta redefinición de la crítica cultural en los estudios literarios ha sido desigual, dependiendo en gran parte de los contextos académicos a los que nos refiramos. Las nuevas aproximaciones derivadas de una visión de lo literario desde los estudios culturales podrían resumirse en las siguientes líneas de investigación: la deconstrucción del canon (i.e qué políticas simbólicas, al servicio del Estado y de otras organizaciones sociales, informan la formación del canon literario); la recuperación 35 Para la configuración de los estudios culturales en distintos contextos nacionales y supranacionales, véase Graham y Labanyi 1995; Easthope 1997; Bennett 1998, pp. 1-14; Szurmuk y McKee 2009.

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de la literatura de grupos históricamente marginales (estudios feministas, estudios postcoloniales, teoría lesbiana, gay y queer); la recuperación de géneros literarios no canónicos (epistolarios, memorias, autobiografías, literatura de kiosko, etc); cuestiones intermediales (la relación entre literatura y cine, novelas gráficas, comics, etc); el funcionamiento del campo literario (literatura y sistema educativo; los premios literarios, etc). En definitiva, podríamos hablar de un desplazamiento de preguntas de orden estético y autorreferente hacia otras mucho más implicadas con los usos sociales de lo literario. Como era de esperarse esta reorganización disciplinar ha causado descontentos y ansiedades. Un debate intelectual por otro lado de plena actualidad y que podríamos sintetizar alrededor de tres temas. Por un lado, existe una queja a propósito de lo que es percibido como un abuso del close reading (García Canclini 2004; Richard 2009). Esta postura sostiene que las novedades proclamadas por los estudios culturales en realidad no han sido tales. Se habría tratado de mantener intactos los análisis formalistas a pesar de que las antiguas preguntas de investigación (e.g. análisis de las metáforas en la rima XV de Bécquer) se habrían sustituido por preguntas más fashionables (e.g. análisis de la masculinidad en la rima XV de Bécquer). Por otro lado, la reducción de todas y cualquier práctica cultural a la noción antropológica de cultura a la que me acabo de referir vendría a tener el curioso efecto –desde luego no deseado por la agenda progresista de los estudios culturales– de ocultar los mecanismos de jerarquización que regulan el campo cultural y de simplificar las relaciones sociales que se establecen en éste en términos de consumo (Richard 2009). Por último, el afán por reconocer las posibilidades agenciales de los individuos y sus capacidades de resemantización de la 50

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producción cultural en nuestras sociedades corre el riesgo de una excesiva celebración de esta agencia, desestimando no sólo la eficacia ideológica (en sentido fuerte) de los medios de comunicación y las industrias culturales. Se infravalora también la lógica del capital que, en el nuevo milenio, ha pasado (aunque no creo que siempre y en todos los casos) a una cierta posición postideológica que no estorba a sus propósitos de generar máximos beneficios (García Canclini 2004; Becerra y Mastrini 2006)36. Los estudios literarios se están viendo amenazados no sólo por la desacralización de la literatura canónica. También hay que admitir que las sociedades tardocapitalistas han transformado nuestros hábitos culturales y, sin duda, el papel que cumplía la literatura en entornos menos globalizados que los actuales. Pero no se trata exclusivamente de la precariedad del objeto de estudio. Creo que los tres temas, según acabo de explicar, que hoy en día se plantean como preocupaciones para el futuro de los estudios culturales en cierto sentido cancelan implícitamente el futuro de los estudios literarios. Ahora, el vaticinio es prematuro y sobre todo improcedente. ¿Cuál sería el papel, entonces, de los estudios literarios en este cambiante orden disciplinar? En mi opinión tres cosas. En primer lugar establecer alianzas interdisciplinares productivas que reconozcan lo que probablemente sea el legado más decisivo de los estudios culturales: la dimensión social de la cultura (y por lo tanto de la literatura). En segundo lugar quienes nos dedicamos a los estudios literarios necesitamos recordar que el close reading, sin menoscabo de los análisis de tipo material y económico macro, ha sido –en ese momento crucial para las ciencias sociales y las humanidades del “giro lingüístico” en los ochenta– una metodología 36 Véase nota 34.

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de filiación filológica que sigue mostrándose altamente eficaz cuando, desde un horizonte discursivo, se emplea para entender las micropolíticas de la subjetividad37. En tercer lugar, y ya que la noción de subjetividad busca identificar la complejidad de la articulación de lo ideológico –en sus versiones económicas y simbólicas– y lo individual, los estudios literarios se nos presentan como un lugar privilegiado para entender lo no cuantificable, lo no homogéneo, lo que excede precisamente a la producción social y económica hegemónicas. Nelly Richard, una de las voces más solventes en relación con una necesaria reivindicación de lo mejor que aún pueden seguir aportando los estudios literarios, explica en este sentido: Ya quedó demostrado que la tecnoperatividad del mercado de la cultura les exige a los estudios culturales dejar fuera de sus plantillas de conocimiento la negatividad de lo escindido, lo errante y lo desviado. Les corresponde al arte y la literatura, al pensamiento crítico, reintroducir –minoritariamente– los desórdenes de lo inclasificable en el mundo de lo clasificado y lo clasificador. Sólo con el juego crítico de lenguajes desobedientes frente a la mercadotecnia universitaria, podrá quebrarse la homología resignada entre la gobernabilidad de la política, 37 Clifford Geertz hablaba en los ochenta, en su influyente Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, de «una nueva filología» transdisciplinar, interesada en la semiosis del texto social: «Concebir las instituciones, costumbres y cambios sociales como fenómenos de algún modo “legibles” supone alterar completamente nuestra percepción [se refiere a los científicos sociales en 1983] de lo que es tal interpretación, así como dirigir dicha percepción hacia modos de pensar bastante más familiares al traductor, al exégeta, o al iconógrafo que al analista de test, al analista de factores o al encuestador» (1994, p. 45).

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la administratividad de lo social, la industrialización de lo cultural y la profesionalización de los saberes útiles (2009, p. 82).

Regresemos ahora a la situación dentro de los estudios del exilio republicano. Las contribuciones más significativas al campo en los últimos diez años se producen desde la Historia social y también desde los estudios culturales y literarios. En un libro de referencia como el recién publicado: De ciudadanas a exiliadas. Un estudio sobre las republicanas españolas en México, de Pilar Domínguez Prats, y al que ya me he referido en la sección anterior, se expresa lo siguiente: En el libro se toma la perspectiva social de la memoria, viendo a la persona entrevistada como parte del colectivo exiliado y su testimonio como algo representativo del grupo, sin analizarlo desde el punto de vista de la identidad del sujeto. Así, el objetivo no es realizar un análisis pormenorizado de los relatos orales como tales, ni de la memoria individual como forjadora de su identidad subjetiva. Este enfoque considero que es muy interesante y lo he puesto en práctica en otras investigaciones (2009b, p. 29)38.

Es precisamente en la encrucijada entre memoria y subjetividad donde quiero situar mi contribución a los estudios del exilio republicano, y no como una intervención antagónica a la que pueda hacerse desde otras disciplinas, al contrario, quiero demostrar cómo los estudios literarios, al incorporar elementos de otros campos como los estudios de 38 En relación con el tema de la memoria en la España franquista, Michael Richards explica: «El propósito de este estudio es conectar la subjetividad con la historia social para comprender la naturaleza de la memoria posterior a la guerra civil en España» (2006, p. 174).

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la memoria y los estudios feministas, complementa y dialoga –sin anular, ni sustituir, ni impugnar– con otros puntos de vista. El enfrentamiento entre historia y memoria, por lo tanto, sólo puede darse desde posturas profundamente antiinterdisciplinares. Y el término de «memoria histórica», tan en boga en la España del nuevo milenio, al subsumir ambos términos, hace un flaco favor a un diálogo genuinamente interdisciplinar. De hecho Maurice Halbwachs, el nombre fundacional de la llamada Sociología de la Memoria, distinguía ya en la década de los treinta del siglo xx una diferencia entre historia (asimilable a los usos institucionales de la memoria) y memoria colectiva (la conciencia transgeneracional de un grupo social) que le parecía importante mantener: «La memoria colectiva no es lo mismo que la historia formal, y ‘memoria histórica’ es una expresión bastante desafortunada porque conecta dos términos opuestos en más de un sentido» (2007, p. 139)39. Esta distinción entre historia y memoria, que a continuación veremos desarrollada por Jo Labanyi, logra además evitar el peligro del relativismo sin renunciar a la idea de la historia como relato. La historia sí sucede y sí tiene efectos reales en quienes la viven, pero también la historia sólo se experimenta y se transmite narrativamente. Esto no significa que todos los relatos sobre el pasado tengan siempre y en todas circunstancias el mismo valor, sencillamente significa que debemos admitir una multiplicidad de versiones sobre el pasado: While memory does not give us reliable information about what happened in the past, it does record experiences that are mostly absent from official documents and, above all, it can play a central role in historical understanding by allowing us 39 Mi traducción.

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precisely to see how the past affects the present (Labanyi 2008, p. 122)40.

Los derechos civiles y políticos que las mujeres ganan durante la II República, así como las transformaciones impulsadas por los procesos de modernización y modernidad iniciados ya desde finales del xix, constituyen fenómenos muy importantes para analizar los cambios sociales que se producen en la España del siglo xx. Pero como ya se ha señalado en numerosas ocasiones estos cambios son de largo aliento y casi nunca subvierten radicalmente los patrones de sexo/género dominantes, por esta razón no es de extrañar que las exiliadas republicanas hayan sido víctimas de una doble marginalidad: como sus compañeros hombres, expulsión del estado español (y de sus aparatos de representación ciudadana durante la dictadura, pero también después de 1975 en algunos ámbitos) y, por razones de género, olvido en tanto que mujeres. Desde luego la cosa se complica, con el consiguiente efecto sobre los niveles de marginalidad histórica, cuando admitimos la inoperatividad de una noción universal de “experiencia femenina” para dar paso a posiciones sujeto, que son el efecto de la intersección de otras 40 A la historiografía postmoderna se le puede acusar, y no sin cierta razón, de reducir toda experiencia humana a un simple efecto del discurso, desestimando sus consecuencias materiales y muy “reales”. Uno de los críticos más solventes en este sentido es Fredric Jameson, quien ha acuñado la terminante frase «History is what hurts» (1993, p. 102). Creo que su reformulación de los postulados postmodernos, a los que más que anular rectifica productivamente, es muy pertinente: «(H)istory –Althusser’s ‘absent cause’, Lacan’s ‘Real’– is not a text, for it’s fundamentally nonnarrative and non-representational; what can be added, however, is the proviso that history is inaccessible to us except in textual form, or in other words, that it can be approached only by way of prior (re)textualization» (ibíd., p. 82).

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variables (género, clase, nacionalidad, generación, filiación política, etc)41. No era lo mismo ser una niña exiliada en México, perteneciente a una familia de la burguesía liberal de Pamplona (caso de la escritora María Luisa Elío), que una joven obrera libertaria catalana exiliada en Francia (caso de Sara Berenguer)42. ¿Cómo acceder a estas experiencias que a menudo entran en contradicción o cuando menos matizan muchos de los relatos históricos dominantes sobre la Guerra Civil y el exilio? ¿De qué manera podríamos trazar una historia de estas subjetividades, como quiere Jo Labanyi que evite el riesgo de reificación de estas experiencias a favor de análisis que tengan muy en cuenta sus condiciones de posibilidad? Susannah Radstone, uno de los nombres más influyentes de los estudios de la memoria en el ámbito anglosajón, explica a este respecto: Yet under the impact of post-1960s cultural theory, it quickly became apparent that the memories transcribed by oral historians did not simply constitute the record of unheard histories of working-class, female or ethnic interviewees. Instead, what began to be recognised was the highly mediated nature of ‘memory’. Memories were not simply counter-histories that could straightforwardly challenge the legitmizing force of History. Instead, they were complex productions shaped by diverse narratives and genres and replete with absences, 41 Para críticas muy influyentes en los estudios feministas a una noción universal de mujer, véase Scott 1999; Rich 2001. 42 Véase cómo las distintas ubicaciones (empleo un término caro a Adrienne Rich) de estas dos exiliadas conforman relatos autobiográficos muy distintos –ambos fascinantes– en Entre el sol y la tormenta. Revolución, guerra y exilio de una mujer libre, de Sara Berneguer y En el balcón vacío, de María Luisa Elío.

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silences, condensations and displacements that were related, in complex ways, to the dialogic moment of their telling (...) At one level, research on memory can be understood, then in relation to the continuing struggle to develop, move beyond or supercede work on ideology which failed to explain both the relation between dominant social ideas and their ‘internalisation’ (...) while theories of ideology took as their starting point ‘society’, and ‘dominant ideas’, and assumed a top-down model of ideological transmission, memory work’s tendency, rather, is to take as its investigative starting point the memories of groups or individuals and to ask how these might be related to the wider culture (...) its starting point is in the local, in the subjective, in the particularity of memory itself (2000, pp. 11-12).

Dos cuestiones parecen muy relevantes –de la cita anterior– para efectuar un análisis de las memorias del exilio republicano de las mujeres. Una: el carácter construido, narrativo y mediado de estas memorias, es decir, que no se trataría tanto de recuperar la verdad de grupos tradicionalmente marginados de las historias dominantes, sino más bien de entender cómo estos relatos, insertos a su vez en redes discursivas más amplias, construyen subjetividades específicas. No me interesa buscar la esencialidad de la escritura femenina sino, más bien, examinar cómo el lenguaje es el efecto de discursos de género (así como de otros discursos sociales que ya he mencionado) para identificar los tropos dominantes de estos discursos, pero también las resistencias, o cuando menos las desviaciones, a éstos. Al examinar estos trayectos discursivos en las prácticas autobiográficas de las exiliadas de las que me ocuparé, estaremos en mejor posición para entender las razones de su exclusión 57

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de las versiones hegemónicas de nuestro pasado. Y al detenernos en estas memorias marginales no deberíamos buscar su incorporación no problemática al archivo público de narraciones sobre el pasado. Su recuperación necesariamente será incómoda, en el sentido de que altera los principios de estructuración de ese archivo43. Como explica Joan Scott, a propósito de la tarea de la historiografía feminista: El proyecto de visibilizar la experiencia excluye analizar el funcionamiento de este sistema y de su historicidad; al contrario, reproduce sus términos (...) Tendría que existir la posibilidad de que las/os historiadoras/es (...) visibilizaran la asignación de posiciones sujeto, no en el sentido de captar la realidad de los objetos vistos, sino de intentar comprender las operaciones de los cambiantes y complejos procesos discursivos mediante los que las identidades se atribuyen, se resisten o se abrazan, y ver qué procesos pasan desapercibidos y logran su objetivo precisamente porque no son observados (1999, pp. 86 y 105).

Dos: que estas memorias no emergen en un vacío social sino que, antes bien, son posibles en condiciones históricas concretas: the dialogic moment of their telling. Así las cosas, no es demasiado complicado entender porqué los estudios literarios feministas hace ya varias décadas que volcaron su atención en una miríada de prácticas autobiográficas asumidas como auténticos lugares de memoria (Smith y Watson 43 «El archivo, como impresión, escritura, prótesis o técnica hipomnésica en general, no es solamente el lugar de almacenamiento y de conservación de un contenido archivable del pasado que existiría de todas formas (...) No, la estructura técnica del archivo que archiva determina también la estructura del contenido archivable en su propio surgimiento y en su relación con el porvenir. La archivización produce al mismo tiempo que registra el hecho» (Derrida 1995, p. 34. Mi traducción).

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1998; Cosslett, Lury y Summerfield 2000). Las narrativas personales son vistas, desde el punto de vista del feminismo, como efectos de formaciones discursivas (notablemente de género, pero no sólo) que replican y/o contestan las desigualdades generadas por el sistema sexo-género dominante. Soy muy consciente de que, como también señala Joan Scott en un texto ya clásico, este sistema es de tipo relacional (1990, p. 28). Advierto, por lo tanto, que aunque no sea el enfoque explícitamente adoptado en este trabajo, sí me parecen muy necesarias nuevas investigaciones que contemplen esta dimensión relacional de la identidad de género44. Por otro lado, el tipo de crítica literaria feminista que suscribo tiene mucho más que ver con los postulados de la corriente postestructuralista que con las orientaciones de otras propuestas muy influyentes en los estudios literarios con perspectiva de género como el llamado feminismo de la diferencia francés o la deriva ginocrítica en Estados Unidos (Moi 1995; Showalter 2001). Todas estas propuestas se han organizado en torno a la categoría analítica de «escritura femenina» que, a pesar de su innegable fuerza contestataria45, 44 En relación con prácticas autobiográficas en el exilio republicano, el único trabajo en este sentido que conozco, al tratar de masculinidades y feminidades, es Grillo 2001. 45 El rechazo al lenguaje masculino en la novela Las guerrilleras (1969), de Monique Wittig, es un ejemplo de cómo, desde el lesbianismo radical que ve la heteronormatividad más como un régimen político que sexual, ha sido posible construir nuevos vocabularios y lenguajes para nombrar identidades resistentes a la lógica binaria masculino/femenino: «Dicen, el lenguaje que tú hablas envenena la glotis la lengua el paladar los labios. Dicen el lenguaje que tú hablas está hecho de signos que propiamente hablando designan las cosas de las que se han apropiado. Lo que no aparece en el lenguaje que hablas es lo que no han podido arrebatar» (Wittig 1971, p. 109). Sin embargo, Wittig es un magnífico ejemplo de cómo la reivindicación de un lenguaje propio para el lesbianismo radical no significa que

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no se sustrae a un cierto esencialismo que vendría perversamente a reproducir y objetivar la lógica de la diferencia sexual que pretende criticar. La crítica literaria feminista que me interesa, en sintonía con varias de las ideas de Joan Scott que ya he expuesto anteriormente, tiene como principal objetivo: In addition to deconstructing the institutional power bases for the production of femininity involved in different genres and media, then, it has become necessary, as well, to challenge prevalent assumptions about terms such as “man” and “woman”, to historicize how those assumptions became naturalized, and to explore what other kinds of knowledge –and “limite experiences”, to use Foucault’s phrase– have been delegitimized and silenced in the process (Chow 2006, p. 207).

En las páginas que siguen, el análisis tanto discursivo como de las condiciones de posibilidad de ciertas prácticas autobiográficas, no busca, por lo tanto, una recuperación acrítica y definitiva de la memoria de las exiliadas republicanas. Mi intención es más bien rastrear los indicios de subjetividades particulares –las asociadas a las mujeres que serán objeto de estudio y, consecuentemente, sin ánimo de generalización– en acuerdo a veces, en desacuerdo otras, con las narrativas dominantes sobre el exilio republicano español. Creo que para quienes trabajamos con este tipo de material autobiográfico –y quizás en contraste con lo que sucede con otros géneros como la poesía– es difícil aceptar, sin éste exista como esencial o naturalmente femenino. Al contrario, el lesbianismo como práctica política renuncia a la dualidad masculino/femenino. De ahí la célebre frase de Wittig «el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer» (2006, p. 43).

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más, una concepción melancólica del exilio. Las narrativas personales de estas mujeres –así como las de sus compañeros hombres, aunque mantengo que la posición de género establece diferencias entre los relatos de unas y otros– evidencian una suerte de autoridad moral frente a la derrota de 1939, que trasciende la nostalgia de la pérdida (en sentido literal y metafórico) para instalarse en un espacio, el del exilio, y un tiempo, el del pasado encarnado en el presente y el porvenir, donde la lucha política, tanto desde el activismo como desde otras experiencias vitales, sigue teniendo pleno sentido. Por eso Remedios Montero (Beamud de la Sierra, 1926), miembro del maquis y militante comunista, quien pasaría ocho años en las cárceles franquistas, para en 1964 exiliarse a Praga hasta 1978, explica con muchísima lucidez en sus memorias políticas: «No renuncio al pasado, pero sobre todo no renuncio al futuro. El pasado está ahí, pertenece a una época distinta que fue nuestra lucha (...) otros tiene que continuar lo que nosotros empezamos» (2004, p. 92).

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PRÁCTICAS AUTOBIOGRÁFICAS DE EXILIADAS REPUBLICANAS EN MÉXICO A continuación repasaremos la especificidad del exilio republicano en México –con particular atención al grupo de las mujeres– desde el punto de vista de las políticas de acogida, la naturaleza demográfica del grupo refugiado y sus estrategias de inserción en la sociedad mexicana. Seguidamente recorreremos una variedad de prácticas autobiográficas a través de las cuales las mujeres exiliadas en ese país latinoamericano buscaron formas de autorrepresentación. Características del exilio republicano español en México La solidaridad con la causa republicana del gobierno mexicano del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) comienza durante la Guerra Civil y los primeros momentos del forzoso abandono del territorio español para un gran número de españolas/es antifascistas. Durante el conflicto iniciado en 1936 la ayuda material de México a España fue limitada: venta de material de guerra y alimentos; intermediación ante terceros países para la compra de equipo bélico. Sin embargo, el apoyo ideológico de parte de las autoridades fue incondicional (Mateos 2009b, pp. 103-107). Otra cuestión sería la animadversión de los sectores más reaccionarios y/o hispanófobos de la sociedad mexicana que se oponían a la cooperación con los/as republicanos/as y con quienes, al revelarse como inminente la victoria franquista, buscaban asilo en México. Pero la empatía ideológica entre las autoridades posrevolucionarias en México y las republicanas

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en España ha quedado sobradamente demostrada ya desde 1937, con las diferentes medidas para la acogida de un abundante contingente de refugiadas/os. Así, en junio de ese año llegan a México un grupo de 163 niñas y 291 niños españolas/es conocidos como «los niños de Morelia» (Alted 2005; pp. 204-211; Pla 2007b, pp. 44-46). Otra iniciativa sería la creación en 1938, bajo el impulso de Alfonso Reyes y Daniel Cossío Villegas, de la Casa de España (Colegio de México desde 1940). Una institución concebida para auxiliar a una primera nómina de eminentes invitados (León Felipe y José Moreno Villa, entre otros) a los que se añadirían, con el paso del tiempo, muchos otros intelectuales exiliados (ibíd., pp. 211-213; ibíd., pp. 46-47). Y es ya a partir de 1939 –aunque habían existido muchos contactos entre los gobiernos mexicano y republicano español con anterioridad a esa fecha, en previsión de una posible derrota– cuando a través de diversos mecanismos y organizaciones 46 se instituyen las expediciones en barcos que quedarían en la memoria de todas/os como una muestra de la generosidad del gobierno mexicano de Cárdenas: Sinaia, Ipanema, Méxique, Nyassa, etc47. No hay que olvidar, con todo, que a esta solidaridad de tipo ideológico habría que añadir un cálculo político que veía en 46 El Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), creado por Juan Negrín; la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), vinculado a Indalecio Prieto, y creado con los fondos que llegan a México en el buque Vita; el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles (CTARE), próximo a Negrín y formado en México al llegar el buque Sinaia, y la Comisión Administradora del Fondo de Auxilio a los Republicanos Españoles (CAFARE), constituida en México en 1941. 47 En Latinoamérica, México es el gobierno que acoge más refugiadas/os, seguido de Chile y República Dominicana. Los gobiernos en Argentina, Venezuela, Colombia, Cuba y Puerto Rico fueron mucho más cautelosos; esto no impidió que Argentina se convirtiese, tras México, en el país latinoamericano en el que acabaron residiendo más exiliados/as republicanos/as.

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el potencial de la mano de obra española una oportunidad para impulsar los planes de modernización que estaban en curso en México (Pérez Viejo 2001, p. 85). De este modo, y también con el propósito de apaciguar los ánimos de los grupos sociales contrarios a esta nueva inmigración de tipo político que era vista como una amenaza (ideológica y laboral), el gobierno mexicano establecía que el 10% fuesen intelectuales, el 30% artesanos y técnicos cualificados y el 60% agricultores (Pla 2007b, p. 50) 48. Otros requisitos impuestos: México no invertiría dinero en los traslados necesarios, las/os asiladas/os deberían además contar con recursos propios para su establecemiento en el país y tendrían que establecerse en provincia (ídem). Como sabemos, salvo la cuestión sobre los costos de viaje y primera instalación (que asumió el gobierno republicano a través de diversas agencias), el resto de las condiciones fueron muy desigualmente observadas. El número de refugiadas/os que entran a México entre 1939 y 1950 fue de aproximadamente 20,000 (ibíd., p. 61). En cuanto a su procedencia la mayoría tiene un origen urbano, con un 21% de Cataluña, un 21% de Castilla la Nueva (particularmente Madrid), 11% de Andalucía, 7% del país vasco y 6% de Castilla la Vieja, Aragón, Valencia y Asturias. 48 A estas/os nuevas/os inmigrantes de origen político, en contraste con los/as españoles/as que habían llegado con anterioridad por razones económicas, la sociedad mexicana los/as llamaba refugiados/as, y quienes se oponían a ellas/os empleaban el término despectivo de «refugiachas/os». En mi trabajo empleo de manera intercambiable los términos refugiadas/ os, exiliadas/os y asiladas/os. Sin embargo, es importante saber que estos tres términos tienen una historia diferenciada (Lida 2009, pp. 11-12). Para una hermosa ficcionalización de los inmigrantes españoles de tipo económico, a quienes se les conocía con el término de «gachupines», véase la novela de Mónica Lavín, Café cortado (2011).

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En cuanto a su perfil profesional más de la mitad de las/os refugiadas/os pertenecían al sector terciario –comerciantes, empresarios, funcionarios, intelectuales, profesores–, un tercio se incluían en el sector secundario –obreros siderúrgicos, metalúrgicos, mecánicos y de la electricidad– y el resto se reparten en el sector primario (agricultura). En lo relativo a su orientación política parece que los órganos republicanos encargados de la selección de pasajeros/as para los barcos que se dirigieron a México –decisiones que a continuación debían ser ratificadas por la Legación de México– dieron prioridad a quienes tenían puestos de responsabilidad en el gobierno, partidos políticos o sindicatos. A esta circunstancia hay que añadir que se observa una mayor representación de socialistas y republicanos liberales, seguidos por comunistas y, a mucha mayor distancia, anarquistas49. Varios factores influyeron en la buena inserción en México de las/os exiliadas/os, aunque admito que esta tendencia general no anula la especificidad de experiencias individuales más difíciles50. Un dato, el de las condiciones favorables para su inserción, que me gustaría aportar como explicación 49 Para la síntesis demográfica que expongo he seguido a Domínguez Prats 1994, pp. 95-99. Para otras excelentes caracterizaciones del exilio en México, véase Lida 2009, pp. 21-65; Pla 2007b, pp. 61-78. 50 Carlos Blanco Aguinaga habla, y con razón, de la profunda nostalgia de la mayoría de la poesía exiliada (2006, p. 73). Y entre otros ejemplos no literarios también me sirve ahora el que proporciona Julià Guillamon en el catálogo de la exposición itinerante «Literaturas del exilio»: «Antes de la guerra el doctor Armendares había tenido una brillante trayectoria como médico y político. En el viaje del Sinaia se encargaba de la sanidad del pasaje, viajaba en camarote y almorzaba en la mesa del capitán (...) Cuando llega a México tiene 51 años, pasa un tiempo sin trabajo hasta que encuentra una colocación en las bibliotecas de la ciudad. En las fotografías aparece con aire ausente» (2007, p. 34).

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a la interpretación más positiva que nostálgica, la encontramos en muchos testimonios. Entre estos factores: red de apoyo articulada por varias organizaciones de ayuda –SERE, JARE, CTARE, CAFARE–, iniciativas de partidos políticos específicos (en particular el Partido Comunista español), la actitud de simpatía nacional –por encima de diferencias ideológicas– de la comunidad de «gachupines», que estuvieron dispuestos a ofrecer empleos a sus connacionales rojos/ as; la cooperación del estado mexicano (posibilidad de adquirir la nacionalidad mexicana, revalidación de títulos académicos, etc) y la coyuntura de crecimiento económico en el México posrevolucionario (ibíd., p. 94). Sobre los rasgos específicos del exilio de las mujeres en México, el trabajo de investigación más completo es el de la historiadora Pilar Domínguez Prats. Seguiré a continuación la información aportada por esta investigadora, para esbozar, a grandes rasgos, la naturaleza colectiva de este exilio femenino (Domínguez Prats 1994, pp. 99-107). De la cifra de 20,000 refugiadas/os que hemos manejado antes, un 41% serían mujeres con un predominio de las casadas (59%) y una edad media de 37 años. Domínguez Prats indica que los datos oficiales sobre los desempeños laborales de estas exiliadas son escasos, ya que en los expedientes de entrada al país es el cabeza de familia (esposo, padre) quien da detalles sobre su ocupación. Este vacío en los archivos oficiales contrasta, prosigue Domínguez Prats, con la información aportada por las mujeres en las entrevistas orales. De hecho, al principio de su llegada a México las mujeres no sólo combinaban el trabajo doméstico con el asalariado, sino que además fueron quienes consiguieron los primeros ingresos (a menudo con labores de costura, pero no sólo) en las unidades familiares. Veremos en «Éxodo. Diario de una 67

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refugiada española» (1940), de Silvia Mistral, que ese fue, por ejemplo, el caso de Silvia Mistral y Ricardo Mestre. Este ejemplo sobre cómo el factor de género afecta a la información que encontramos en las fuentes –oficiales y otras– pone de manifiesto algunas de las ventajas, señaladas antes, que aporta la historia oral. Sí sabemos, a pesar de todo, que alrededor del 51% eran amas de casa y el resto declaraban tener una profesión o ser estudiantes. Del segundo grupo la mayoría eran obreras de la industria textil, seguidas por profesionales de la educación y otras del sector servicios (salud, secretariado, etc). Las intelectuales –a pesar de la importancia de sus nombres y de no haber sido todo lo estudiadas que merecen– sólo representaban un 2% 51. La afiliación a partidos políticos –ya que muchas llegan a México acompañando a los cabezas de familia que habían sido quienes sí se habían significado políticamente– era baja: sólo un 19%. De este segmento, un 13% lo eran del Partido Socialista, un 12% de Esquerra Republicana, un 10% de Izquierda Republicana, un 2% del Partido Comunista y un 3% del PSUC. La afiliación sindical era más alta que la política: CNT 16% y UGT 37%.

51 Sobre los pocos trabajos que se ocupan de las intelectuales exiliadas en México, dice Domínguez Prats: «Lamentablemente muchas de ellas han sido injustamente olvidadas por los estudiosos de la intelectualidad española en México, como es el caso de la escritora canaria Mercedes Pinto» (1994, p. 105). De hecho en la versión ampliada y revisada de su trabajo de 1994, que vengo citando en estas páginas, Domínguez Prats incluye un interesantísimo capítulo titulado: «Intelectuales y feministas en México» (2009b, pp. 189-213). Véase también Martínez 2002 y 2007.

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Exiliadas en México: un recorrido por sus narrativas personales Es ya un lugar común reconocer la existencia de un gran número de testimonios escritos de exiliadas/os. Una circunstancia que admite varias explicaciones compatibles entre sí, a propósito de la función del relato personal: terapéutica, de denuncia política, contra el olvido, de dignificación personal y colectiva. La cantidad de escritos autobiográficos, así como el hecho de que muchos de ellos viesen la luz tanto fuera de España como en el interior, sobre todo a finales de los años setenta, pone en duda la afirmación sobre un fenómeno de amnesia social en España, que sólo se habría resuelto en el nuevo milenio. Con frecuencia los trabajos que analizan textos autobiográficos del exilio republicano –y desde luego contamos ya con algunas investigaciones muy útiles– o no toman en cuenta la ubicación geográfica de la escritura o, si lo hacen, no atienden a los aspectos que me parecen clave. A saber, cómo el lugar (y el tiempo) en el que se escriben estos textos –el país de exilio– informa en varios sentidos estas narrativas personales, porque me parece esencial atender a la ubicación geográfica –y desde luego a otras ubicaciones temporales y sociales como el género– he escogido como corpus en mi investigación en este capítulo, así como en «Éxodo. Diario de una refugiada española» (1940), de Silvia Mistral y «Una mexicana en la Guerra de España» (1964), de Carlota O’Neill, las prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México. En relación con esta demanda teórico-metodológica, expresa Linda Anderson: «That politicizing or ‘rematerializing’ of difference which autobiography has been seen as undertaking is therefore always a complex matter involving both the subject’s discursive 69

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position and material/historical location» (2006, p. 104). He de hacer una precisión aquí, aunque no sea el enfoque del presente libro, creo que una preocupación por la ubicación tanto del fenómeno social del exilio republicano como de su literatura se vería enormemente beneficiada –como por otra parte señalan Dolores Pla (2007a, p. 29) y Clara Lida (2009, p. 12)– mediante análisis comparativos: entre diferentes países de acogida, entre diferentes ubicaciones sociales52, y pienso que también entre exterior e interior. Así pues, Carlos Blanco Aguinaga plantea, con inteligencia, en relación con la literatura: Una comprensión clara de esta dialéctica de la ausencia nos permitiría entender que, en esos años, sólo hay dos historias posibles de la literatura española: la de los vencedores y la de los vencidos. Más aún: se trataría de una sola historia puesto que el discurso de los vencidos, estén fuera o estén dentro, no funciona sin el referente de los vencedores, al cual una y otra vez nos remite (2006, p. 54).

Además hay que considerar, junto a los elementos que acabo de señalar, la intención de la escritura, así como las/os destinatarias/os implícitas/os, o lo que Regenia Gagnier llama «la pragmática de la representación» (1991, p. 4). Advierto ya que el examen de la ubicación y la pragmática será mucho más preciso en los estudios de caso, elegidos sobre Silvia Mistral y Carlota O’Neill, que desarrollo en «Éxodo. 52 En este trabajo sí llevo a cabo un examen comparativo de las distintas ubicaciones sociales y temporales que afectan a los textos autobiográficos de Mistral y O’Neill, pero, como ya dije en la nota 44, las investigaciones literarias con perspectiva de género necesitan incorporar análisis contrastivos entre masculinidades y feminidades.

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Diario de una refugiada española» (1940), de Silvia Mistral y «Una mexicana en la Guerra de España» (1964), de Carlota O’Neill, que en el a fuerzas breve panorama sobre este tipo de prácticas en otras exiliadas también en México. ¿Qué narrativas de vida –literarias u otras– produjeron las exiliadas republicanas, si entendemos por este término, siguiendo a Sidonie Smith y Julia Watson en un libro de referencia sobre la materia (2001, p. 3), una amplia gama de prácticas que tienen una vida como su tema principal? Para contestar esta pregunta creo que la distinción téorico-metodológica que establece la investigadora Diana Taylor entre archivo y repertorio es muy útil: The rift, I submit, does not lie between the written and spoken word, but between the archive of supposedly enduring materials (i.e., texts, documents, buildings, bones) and the socalled ephemeral repertoire of embodied practice/knowledge (i.e. spoken language, dance, sports, ritual) (2003, p. 19).

Las narrativas de vida, por lo tanto, deberían estudiarse tanto en su dimensión durable (archivo) como en su dimensión efímera (repertorio). Una distinción que también hace Paul Connerton al hablar en relación con la memoria social de prácticas inscritas –privilegiadas por la tradición hermenéutica y asimilables al archivo en Taylor– y prácticas no inscritas –el repertorio en Taylor (1999, p. 4). A estas segundas corresponderían todas aquellas prácticas corporales, orales, afectivas, ceremoniales, que tanto en la primera generación del exilio como en la posmemoria de las siguientes53 reelaboran el recuerdo de la II República, la guerra y 53 La posmemoria sería el recuerdo de quienes no vivieron, o eran de corta edad, el tiempo del exilio. La conceptualización del término posmemoria

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la experiencia exiliada. El libro de Pilar Suárez Plata, Huellas, memoria y sensibilidad. Los hijos de los exiliados españoles en Puebla (2006), es pionero en el análisis de esta posmemoria afectiva. En cuanto a la memoria personal inscrita o archivada nos referimos a un nutrido conjunto de prácticas y objetos: cultura visual (fotografías, películas54, etc), otro tipo de cultura material que incluiría objetos muy variados y, desde luego, la cultura escrita. En esta última categoría debemos considerar múltiples géneros literarios, divididos a su vez en públicos (i.e. editados) y privados: correspondencia epistolar, diarios, memorias, poemas, prosa poética, novelas, literatura dramática, autobiografías, transcripciones de entrevistas (Martínez 2007; Domínguez 2009b, p. 196)55. Desde luego la narrativa (o si se quiere el género literario)56 que informa a la práctica autobiográfica escrita, es definitiva en Hirsch 1996. Véase también Szurmuk 2009. Para una crítica a este término véase Sarlo 2006, pp. 125-157. 54 Marisa Belausteguigoitia, hija de la exiliada de segunda generación en México, Pilar Rius, me contó su recuerdo siendo niña a finales de los años sesenta de envíos de películas caseras entre México y España. El «cine de correspondencia» fue una práctica entre la emigración gallega en Argentina, Cuba y Uruguay y sus comunidades en Galicia, desde los años veinte. 55 La voluminosa y valiosísima transcripción de todas las entrevistas llevadas a cabo por un equipo de historiadoras/es mexicanas/os desde los años ochenta del siglo pasado en el marco del proyecto ya mencionado: El Archivo de la Palabra del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), y que pueden consultarse en la Biblioteca Manuel Orozco y Berra de la Dirección de Estudios Históricos del Inah en la Ciudad de México, ha de considerarse como un documento escrito, diferente pero igualmente valioso, tanto de la interactuación original entre informante e investigadora como de su grabación. 56 El término narrativa permite una mayor flexibilidad que el término género, ya que este último supone un conjunto de convenciones más o menos codificadas.

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a la hora de modular el significado de la memoria: «If we need narratives in order to give sense to our world, the shape of that sense is a fundamental carrier of the sense» (Miller 1995, p. 70). De igual manera las/os lectoras/es implícitas/os determinan decisivamente cómo y qué se cuenta (Jackson 2005, pp. 21-23). Voy a revisar de manera muy sintética y sin ánimo de exhaustividad un tipo particular de práctica autobiográfica al que pertenecen los dos textos que analizaré en «Éxodo. Diario de una refugiada española» (1940), de Silvia Mistral y «Una mexicana en la Guerra de España» (1964), de Carlota O’Neill, escrita por mujeres exiliadas en México: relatos en primera persona no ficcionales –o no completamente ficcionales como veremos– y publicados57. En un artículo muy interesante y bien documentado, incluido en el volumen ya referido Mujer, creación y exilio (España, 1939-1975), Helena González Fernández cita el testimonio de la exiliada gallega Syra Alonso Bruffau, redactado con anterioridad a Éxodo (1940), de Silvia Mistral, aunque no publicado hasta el año 2000 con el título de Diarios (2009, 51, 60)58. Syra Alonso nació en una familia burguesa en A Coruña, en 1899. Entre 1926 y 1933 residió en México con su marido, el pintor gallego Francisco Miguel Fernández, quien sería asesinado por los franquistas, al estallar la Guerra Civil. Diarios contiene dos textos que narran las vicisitudes de Syra Alonso y sus hijos, durante la guerra y su posterior exilio a México: «Diario de Tordoya», fechado en Santiago de Compostela en 1938, y «Diario de 57 Para novelas con elementos autobiográficos, escritas y publicadas por exiliadas españolas republicanas en México, véase Martínez 2007. 58 Para Éxodo (1940), de Silvia Mistral, «el primer libro publicado en México por una editorial de exiliados» (Martínez 2007, p. 169), véase «Éxodo. Diario de una refugiada española »(1940), de Silvia Mistral, de este trabajo.

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Actopán», donde relata su viaje a México, a bordo del Serpa Pinto, y la vida en la comunidad mexicana de Actopán59. Salvo los dos títulos publicados en 1940 y 1964 respectivamente, que veremos en los siguientes capítulos, las narrativas personales no ficcionales de exiliadas en México no empiezan a publicarse en ese país o en España, sino hasta principios de la década de los noventa del siglo pasado. Creo que varias razones explican este hecho, por un lado, la edad de esta primera generación del exilio marca una disposición a hacer un balance de sus propias vidas, por otro, es en ese momento, pienso que por efecto del interés que la historia social había empezado a demostrar desde los años setenta por grupos subalternos, cuando las editoriales identifican nuevos nichos rentables (como las historias de vida de mujeres sin significación intelectual o política)60. En este aspecto comercial confluyen también otros dos factores: la expansión de la industria editorial por motivos macroeconómicos y la capitalización del “boom de la memoria” desde mediados de los años noventa y de manera muy intensificada ya con el comienzo del siglo xxi61.

59 Información en González 2009, p. 51 y en Fernández 2003. 60 «Una parte de estos testimonios [de exiliadas gallegas] se empiezan a escribir durante el exilio o la transición, pero la mayoría de estos textos sólo se editan (o reeditan) cuando la cuestión de las mujeres se incorpora como temática de interés en la sociedad y la cultura a finales de la década de 1990 y especialmente a comienzos del siglo xxi, precisamente un período de auge de la literatura de la memoria republicana» (González 2009, p. 59). Hay que señalar que los textos autobiográficos no ficcionales de exiliadas intelectuales o líderes políticas se publican desde fecha mucho más temprana. 61 Me ocuparé del «boom de la memoria» en la España del nuevo milenio, en el epílogo.

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En 1988, la colección Hora Actual de Ediciones del Equilibrista62, fundada en 1986 por Diego García Elío, hijo de los exiliados de segunda generación: Jomi García Ascot y María Luisa Elío (Pamplona, 1926 – México DF, 2009)63, publica de ésta última Tiempo de llorar64, un volumen que recoge un extenso relato, de título homónimo al del libro, sobre una breve estancia de Elío en España en 1970, treinta años después de que dejara su país natal. Además se incluye el texto «En el balcón vacío», que diera origen a la película del mismo nombre, que en 1962 dirigió Jomi García Ascot, a la sazón, su esposo, con guión de éste, la propia Elío (quien se autointerpreta en la cinta) y el también exiliado y célebre historiador del cine Emilio García Riera65. En su escritura autobiográfica, Elío recurre a elementos poéticos y oníricos para la organización textual de su experiencia como exiliada. Me resisto, sin embargo, a tratar su literatura como ficcional, en el sentido de que no cabe duda de que el yo representado es el de la propia autora. Sin embargo a Elío, como es el caso de otras exiliadas de segunda generación (aunque no de 62 Esta colección contaba con la colaboración del mexicano Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 63 Esta segunda generación del exilio está compuesta por quienes salieron de España a corta edad o quienes nacieron en los primeros años del exilio. Este grupo también es llamado hispanomexicanos (Arturo Souto), fronterizos (Luis Rius) y generación nepantla (Francisco de la Maza), voz náhuatl que significa «en medio». Para una ficcionalización de la experiencia de esta segunda generación, véase la novela Cita de fantasmas, de Manuel Andújar (1984). 64 Hay una reedición de Tiempo de llorar, en la española Turner, de 2002. 65 Para un análisis de «Tiempo de llorar», véase Jato 2009. El texto «En el balcón vacío», además de reproducirse en las ediciones de 1988 y 2002 de Tiempo de llorar, también se incluyó en el libro de Elío: Cuaderno de apuntes (1995).

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todas), está interesada en explorar los aspectos psicológicos que, desde que con la edad de trece años abandona España, informan su relación imaginativa con ese país. Para este tipo de escritura, que es entendida como un acto introspectivo de memoria, las estrategias retóricas arriba descritas –prosa poética y onírica– resultan altamente eficaces ya que permiten replicar el tiempo no lineal de la imaginación. Hay que decir que, frente a esa actitud poco nostálgica que he encontrado en la mayoría de textos autobiográficos de exiliadas, Elío supone una rotunda excepción. En esta autora, nacida en el seno de una familia acomodada, el exilio es una figura melancólica que remite al inconmensurable dolor por la pérdida de dos espacios: el nacional y el infantil66. En 1990, la editorial Mondadori publica Memorias habladas, memorias armadas, un ejercicio autobiográfico; originalísimo desde el punto de vista genérico. Se trata de la transcripción de la conversación que la escritora Concha Méndez (Madrid, 1898 – México DF, 1986), exiliada primero en Cuba y definitivamente en México, mantiene en 1981 con su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre67. Este relato personal puede verse, por lo tanto, como un acto de memoria dialógico y transgeneracional: En aquel tiempo lo que me motivó –escribe Paloma Ulacia en el prólogo– a hacerlo [la grabación de esa conversación con Concha Méndez] no era la idea de que ella iba a morir, porque entonces yo era muy joven y creía que iba a tener abuela para 66 Sin embargo esta textualización melancólica del exilio no necesariamente implica que todas las lecturas y análisis de la obra de María Luisa Elío deban ser también en clave melancólica. 67 Sobre Concha Méndez, véase Mangini 2001, pp. 168-179; Valender 2001.

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toda la vida. Lo que me animó fue un dolor que me sobresaltaba cada vez que la veía sumida en la recreación de su pasado. Me impresionaba ver su deseo de ser escuchada; de decir, sin decirlo, una y otra vez, que aunque nadie lo creyera, al igual que Luis Cernuda, o García Lorca, o Manuel Altolaguirre, ella también había tenido una experiencia vital interesante (...) Asimismo, el libro ofrece una historia de emancipación personal que atraerá a cualquiera que se interese por la historia del feminismo en España. Aunque mi abuela nunca se hizo partidaria de las teorías feministas, a través de estas memorias se puede apreciar el importante papel que desempeñó en este sentido: de hecho, por su ejemplo debe considerarse como una de las grandes pioneras de este movimiento (Ulacia y Méndez 1990, pp. 18, 22 y 23).

Una recopilación muy valiosa de once relatos de exiliadas de primera y segunda generación exiliadas en México, los Estados Unidos y Colombia es Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio68. Este título se publicó en 1993 en la editorial mexicana Joaquín Mortiz, fundada en 1962 por el exiliado Joaquín Díez-Canedo. Casi todos los relatos recogen las circunstancias en que estas mujeres salen al exilio a finales de los treintas, sus peripecias a través de diferentes países europeos y, por último, sus viajes definitivos a tierras americanas. Sólo Genoveva Pons describe su experiencia de tres años en las cárceles franquistas hasta su salida del país en 1952 69. Una de las contribuyentes y responsable del 68 Blanca Bravo, Milagros Latorre Piquer, Carmen Romero, Leonor Sarmiento, Begoña Alonso, María Tarragona, María Magda Sans, Laura del Castillo, Guillermina Medrano, Amparo Segarra y Genoveva Pons. 69 Para una sugestiva lectura de Nuevas raíces, véase Lida 2009, pp. 121-128.

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proyecto, Guillermina Medrano, explica las motivaciones de Nuevas raíces: [P]oco conocíamos de unas experiencias que considerábamos de gran valor humano: las que cuentan las vicisitudes por las que pasaron las mujeres, algunas de ellas casi niñas, que solas, o acompañando a sus familiares, salieron de España buscando refugio en tierras francesas (...) No se trata de escribir un libro de alta literatura. Tenemos varias obras escritas por eminentes escritoras exiliadas y que son reconocidas en el ámbito internacional. Para este proyecto de publicación basta “dejar hablar al corazón”, sacar recuerdos, aunque ello nos cause dolor, rememorar momentos heroicos... todo para dejar constancia de que, ni los años ni el tiempo, han logrado desvanecer las convicciones que nos llevaron al exilio (1993a, p. 7).

Hay varias cuestiones de primera importancia en el fragmento que acabo de reproducir. Primero, y en la línea del impacto de los estudios culturales en los estudios literarios que expliqué en «Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria», Medrano apuesta por la visibilización de las voces de las mujeres, así como de aquellos géneros literarios no canónicos que históricamente les han servido como vehículo de expresión. Segundo, la reclamación de un aspecto convencionalmente negado que, por otro lado, viene viéndose como una dimensión “femenina”: la afectividad –ese dejar hablar al corazón al que se refiere Medrano– como forma válida de conocimiento. La supuesta irracionalidad de la afectividad desde luego se explica a partir de la problemática dualidad masculino=razón versus femenino=emoción, en una economía de la diferencia sexual

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que denigra a las mujeres70. Tercero, que la experiencia del exilio es vivida, tantos años después, como profundamente política tanto desde el activismo (caso de algunas de estas mujeres en Nuevas raíces) como desde el compromiso ético (caso de otras): ni los años ni el tiempo, han logrado desvanecer las convicciones que nos llevaron al exilio. Angelina Muñiz-Huberman (Hyères, 1936), exiliada de segunda generación y académica de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha producido una extensa y rica obra memorialística71. En 1995 publica, en la mexicana Ediciones del Equilibrista, Castillos en la tierra. Seudomemorias72. Al igual que en el caso de María Luisa Elío, que ya he reseñado, el estilo de la prosa activa el colapso entre ficción y realidad precisamente para textualizar los itinerarios de la memoria desde la infancia –llega con sus padres a la Habana 70 Para una deconstrucción de nuestros sistemas afectivos, así como para una reivindicación del alcance político de las emociones, véase Nussbaum 2007. Esta filósofa afirma: «Women are emotional, emotions female. This view, familiar in Western and non-Western traditions alike, has for thousands of years been used in various ways to exclude women from full membership in the human community and to shape –often in ways detrimental to their own flourishing– the moral education of men (...) But in no case will emotions be irrational in the sense of being totally cut off from cognition and judgement» (2007, pp. 360 y 376). Por otro lado, la identificación de la afectividad como un elemento cognitivo esencial de la subjetividad es central para quienes como yo, o como creo que también ha apuntado en varias ocasiones Clara Lida, creemos que la experiencia del exilio necesita aproximaciones que tomen en cuenta los afectos transgeneracionales implicados. 71 Para análisis de su obra véanse varios de los títulos publicados por el Gexel, también Mateo Gambarte 1992; Payne 1997; Ruiz Bañuls 2003; Rico 2005; Rangel 2007. 72 Otros textos de esta exiliada de tipo autobiográfico: Serpientes y escaleras (1991), De cuerpo entero (1991), Dulcinea encantada (1992).

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en 1939 y a México, donde se establece definitivamente en 1942– hasta la edad adulta. Ahora bien, y en contraste con la literatura melancólica de Elío, Muñiz-Huberman manifiesta una comprensión mucho más positiva y liberadora de la condición exílica. Aunque ésta se considera más como un lugar existencial que político, así, en De cuerpo entero (1991), una colección de estampas autobiográficas, escribe: Si bien el exilio es obsesivo, tampoco se me convirtió en una carga negativa. Me acompaña y me acompañará siempre. Es tan parte mía que ya no se me desprende, a la manera de miembro del cuerpo. Pero no me abruma, ni provoca mis lamentos, ni me paraliza. Antes bien, todo lo contrario. Se me ha encarnado en nuevas formas, en nuevos rumbos, en grandes espacios abiertos, en carencia de límites y fronteras. En libertad y hasta en anarquía (1991b, p. 11).

La madrileña y ya desaparecida Compañía Literaria publica en 1996 dos fascinantes textos autobiográficos: Antes que sea tarde, de Carmen Parga (A Coruña, 1914 – México DF, 2004) y Retrato hablado de Luisa Julián, de Aurora Arnaiz (Sestao, 1913 – México DF, 2009)73. Ambas autoras se conocían de sus años de estudiantes en Madrid, cuando siendo militantes de las juventudes comunistas (Parga) y 73 Otras ediciones de Antes que sea tarde, de Carmen Parga, en el año 2007, y como parte de las iniciativas promovidas desde la Cátedra Extraordinaria México, país de asilo (2003-2006) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), aparece una segunda edición en publicaciones UNAM/Porrúa. En 2009, la editora digital Luarna lanza este título dentro de su colección España en sus Exilios, como ebook. Retrato hablado de Luisa Julián, de Aurora Arnaiz, conoció una segunda edición en 2005 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) de México.

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socialistas (Arnaiz) comienzan las aproximaciones que en marzo de 1936 darían lugar a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU): La Revolución de Octubre había fracasado, pero todos los que de una manera u otra habíamos participado en ella seguíamos en pie de lucha. De Moscú había llegado la consigna del Frente Popular contra el fascismo, que amenazaba con dominar toda Europa. Los jóvenes nos lanzamos a tratar de conseguir la unidad de las juventudes. El primer comité de enlace entre jóvenes socialistas y comunistas fue el de los estudiantes. Lo formábamos Manuel Tuñón de Lara y yo, por los comunistas, y Aurora Arnaiz y Leoncio Pérez, por los socialistas (Parga 1996, pp. 34-35)74.

Antes de indicar, muy brevemente, los elementos discursivos y estilísticos que informan estas dos narraciones quiero señalar un punto significativo: en 1996 se recordaba el sesenta aniversario del comienzo de la Guerra Civil española y, por una curiosa jugada del destino, en marzo de ese mismo año ganaba las elecciones generales en España el conservador Partido Popular (PP), después de catorce años de gobierno socialista, es decir, sesenta años después de las elecciones que en febrero de 1936 había ganado la alianza frentepopulista a la que alude Carmen Parga, y que es el último gobierno elegido democráticamente en España hasta las elecciones de junio de 1977. Creo que es precisamente a mediados de los 74 «De origen gallego, [Carmen Parga] había llegado a la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en el mismo curso que Luisa [Luisa Julián, nombre falso de Aurora Arnaiz durante su salida de España en 1939], en octubre de 1934, cuando ésta se había inscrito en la Facultad de Derecho» (Arnaiz 2005, p. 209).

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noventa y debido a la confluencia de una serie de factores –entre otros las conmemoraciones por los sesenta años desde el conflicto bélico de 1936, la capitalización de la memoria por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), para limpiar su imagen deteriorada por varios casos de corrupción, o el caso Pinochet en 1999– cuando se forma el caldo de cultivo en el que, ya en el nuevo milenio, nuevos factores (no asimilables entre sí y con distinta legitimidad moral y política) impulsarán el llamado «boom de la memoria». En el prólogo a Antes que sea tarde, Carmen Parga precisa, en varios sentidos que me parecen interesantes, la intención de sus memorias: Escribí estas notas que ahora se publican, sin la preocupación del rigor científico o histórico (...) Ni siquiera releí las memorias de mi marido Manuel Tagüeña Lacorte (Testimonio de dos guerras) (...) su libro, escrito en la plenitud de los cincuenta y ocho años, de un hombre con una memoria increíble, es un verdadero tesoro de datos y narraciones de un indudable valor histórico. Por el contrario, estos mis recuerdos escritos a los ochenta años “antes que sea tarde” son solamente una versión femenina de un episodio de la gran aventura vivida por los españoles que perdimos la guerra y fuimos lanzados al exilio exterior. En realidad ésta es la historia de un exilio (...) Mi objetivo es recordar a mis nietos y en general a las nuevas generaciones las desgracias, calamidades y tragedias que pueden provocar la irracionalidad y el fanatismo (ibíd., p. 17).

Como señala con acierto Helena González en su artículo ya mencionado, la captatio benevolentia es un recurso retórico muy frecuente en las prácticas autobiográficas de mujeres antifascistas (2009, p. 64). Se trataría de una 82

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estrategia discursiva, más o menos consciente, para justificar su incursión en un género, el autobiográfico, eminentemente moderno y masculino (Smith y Watson 2001, p. 3): Escribí estas notas que ahora se publican, sin la preocupación del rigor científico o histórico. Como indica Helena González también este tipo de exculpación de la propia escritura es frecuente entre mujeres que habían estado activas en la política española (dentro o fuera del país). Yo añadiría que esta circunstancia afecta también a quienes pertenecían al campo intelectual. María Teresa León, la célebre escritora comunista, escribía al comienzo de su Memoria de la melancolía (1970): «Lo cierto es que todo lo que estoy escribiendo no tiene ni deseo de perfección ni de verdad» (1998, p. 69). Esta observación es interesante porque estas autoras están llevando una operación de desidentificación con una de las premisas discursivas fundamentales de la diferencia sexual en Occidente: la verdad histórica producida en el espacio público, a la que accedemos a través del discurso científico, es prerrogativa de los hombres75. Y sin embargo, Parga y Arnaiz y León y Mistral y O’Neill y tantas decenas de mujeres escriben. ¿Desde dónde? Desde su “versión femenina”. Así lo dice Carmen Parga en la cita anterior. Por un lado admiten que la diferencia de género da pie a distintas versiones de la realidad. Por el otro, no admiten que estas distintas versiones no puedan ofrecer interpretaciones complementarias 75 Aunque es cierto que este recurso retórico es común a todas las narrativas personales de exiliadas –al menos aquéllas publicadas que entraban a un espacio público entendido como masculino a través de un género literario también masculino– la diversa textualización de sus experiencias reflejará de manera muy importante aspectos como la clase social o la filiación política. No son lo mismo las memorias de la militante anarquista de origen obrero, miembro del grupo feminista libertario Mujeres Libres, Sara Berenguer, que las de la intelectual comunista María Teresa León.

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de esa realidad. Este me parece el punto esencial de una desidentificación con un modelo de género empeñado en negar a la mujer su papel como sujeto histórico. Esta posición no significa, desde luego, una subversión radical del sistema dominante sexo/género. De hecho lo que no cuestionan es que las mujeres no puedan ser también agentes de conocimiento histórico ni, desde luego, que tal cosa –el conocimiento histórico– no pueda ser el efecto de construcciones discursivas (y por lo tanto que malamente podamos hablar de verdades). Pero esta posición desidentificadora sí da cuenta de los varios procesos que desde finales del siglo xix, y de una manera muy compleja ligados a los trayectos de los proyectos de la modernidad y de la modernización, habían comenzado a transformar ese sistema: «Disidentification in text or in the world may make visible the previously invisible aspects of ideology that produce subjects, and new positions may be made available through which change may be effected» (Nussbaum 1998, p. 164). De hecho, lo que las narrativas personales de mujeres desde principios del siglo xx ponen de manifiesto –y esto tanto si la intención era llegar a un público lector como en el caso de prácticas privadas– es que la división público/privado, que a su vez replica otras divisiones como la de género, es una ficción al servicio de una agenda masculina. El colapso explícito y radicalmente crítico de este binarismo sería, desde finales de los años sesenta, uno de los emblemas del feminismo de la segunda ola. Regresemos a Carmen Parga, para ella las memorias de su marido, que ya hemos mencionado en la introducción a este libro, contienen un valor histórico mayor –yo diría distinto– que el de su propia escritura. ¿Así sin más? Una lectura comparada de ambos textos evidencia que la situación es mucho más complicada y, como siempre, no reducible a 84

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rígidas dicotomías (femenino/masculino, privado/público, etc). Las extraordinarias memorias de Manuel Tagüeña, a las que ya me he referido en la introducción, desde luego contienen información y comentarios valiosísimos sobre la historia militar de la Guerra Civil española y de la II Guerra Mundial, así como de la historia interna del Partido Comunista español en el exilio. Pero creo que el también extraordinario testimonio de Carmen Parga incluye pasajes de análisis político –recordemos que fue militante del Partido Comunista en España y en el exilio y, tras su decepcionante experiencia en varios países socialistas y una vez que dejan Europa definitivamente, presidenta del PSOE en México76– de gran inteligencia, que alternan con comentarios no menos inteligentes sobre distintos aspectos de la vida cotidiana y afectiva. Ahora, si examinamos con cuidado el apasionante relato de Tagüeña descubriremos la dimensión emocional del personaje público –siempre la hay– a menudo inscrita en multitud de comentarios sobre componentes fuera del foco principal de la narrativa. Pero si tenemos paciencia y nos detenemos en esos componentes marginales encontramos, en Tagüeña y en muchas otras autobiografías escritas por hombres, el rastro de impulsos afectivos o de comentarios que exceden (o se desidentifican con) los imperativos impuestos sobre su subjetividad masculina. Entre muchos ejemplos sobresale la referencia a los niños abandonados y vagabundos durante la II Guerra Mundial en Tashkent, la capital de Uzbekistán (2005, pp. 432-433)77. 76 Información proporcionada por sus hijas, Carmen Tagüeña Parga y Julia Tagüeña Parga. 77 Este tema está en Alemania, año cero (1948), de Roberto Rosellini y, mucho más recientemente, en 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, publicada en 2004.

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Carmen Parga dice algo más, algo muy importante, en el fragmento del prólogo a Antes que sea tarde, que reproduje más arriba: mi objetivo es recordar a mis nietos y en general a las nuevas generaciones las desgracias, calamidades y tragedias que pueden provocar la irracionalidad y el fanatismo. Aquí de nuevo nos encontramos ante un topos de la literatura del exilio: no se trata sólo de recordar el significado moral de la lucha antifacista. Se trata también, y de manera principal, de comunicar ese significado transgeneracionalmente. En las páginas finales de sus memorias, Parga expresa: Parece que sea el destino del hombre enfrentarse siempre a la tarea de inventar el futuro. Yo me niego a ser pesimista; a pesar de todo lo vivido sigo confiando en el hombre, quizá porque lo he visto afrontar con valor las más difíciles situaciones (1996, p. 177).

¿Cabe una actitud menos melancólica, igual que vimos en Remedios Montero, que el deber moral hacia las generaciones por venir? La ética del exilio, según ha sido vista por sus protagonistas, no es sino una «ética de la sustentabilidad» (Braidotti 2006, p. 165). Una política de la espectralidad que crea un vínculo entre las generaciones que fueron y serán a través de luchas emancipatorias en común. Y este vínculo crea una forma de justicia que Derrida describe en los términos que siguen: Aucune justice -ne disons pas aucune loi et encore une fois nous ne parlons pas ici du droit- ne paraît possible ou pensable sans le principe de quelque responsabilité, au-delà de tout présent vivant, dans ce qui disjointe le présent vivant, devant 86

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les fantômes de ceux qui ne sont pas encore nés ou qui son déjà morts, victimes ou non des guerres, des violences politiques ou autres, des exterminations nationalistes, racistes, colonialistes, sexistes ou autres, des oppressions de l’impérialisme capitaliste ou de toutes les formes du totalitarisme (1993, pp. 15-16. Cursivas mías).

Antes que sea tarde merecería un análisis discursivo mucho más detallado del que ahora puedo dedicarle. Valga señalar que el texto recorre infinidad de contextos políticos en Europa, a lo largo de más de dos décadas: los años treinta en Madrid, el comienzo de la Guerra española, el exilio en la URSS (y la experiencia de la II Guerra Mundial), Yugoslavia, Checoslovaquia y México. De los muchísimos momentos y comentarios sobre una vida tan rica elijo una imagen, el pie de foto y su glosa. La imagen, en blanco y negro, representa a un grupo de seis muchachas (entre ellas una jovencísima Carmen Parga), cinco muchachos y tres adultos (¿profesores?) posando en un terreno en construcción; en el fondo se adivina la geometría moderna de un edificio institucional. El pie de foto: «Inaugurando la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria» (1996, p. 55). La glosa: Estrenar la Ciudad Universitaria de Madrid fue una de las grandes emociones de mi generación. La Facultad de Filosofía y Letras fue la primera en pasar del viejo caserón de San Bernardo a la luminosidad del nuevo edificio, lo que parecía todo un símbolo: España rompía amarras con la Edad Media y entraba con ímpetu en la Modernidad (...) Porque faltaba muy poco para que aquellos campos de deportes, todos aquellos edificios construidos o a medio construir, que iban a formar la majestuosa Ciudad Universitaria que anhelábamos, 87

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se convirtieran en campos de batalla, como un símbolo de que los sublevados venían a destruir todo lo que representara en España cultura, progreso y esperanza (ibíd., pp. 50 y 54)78.

Carmen Parga, al igual que muchas y muchos de sus contemporáneos, manifiesta hasta qué punto los desafíos inherentes a los proyectos de modernidad y modernización en España, como en Europa, desencadenaron un rango amplio de antagonismos de clase, religión, nacionalidad, sexualidad o género que desembocarían en la Guerra Civil española (Graham 2002, p. 1). Por razones obvias el antagonismo de género, en intersección con otros, es particularmente visible en las narrativas personales de las mujeres que vivieron el tiempo de la II República. Desde finales del siglo xix asistimos a una redefinición de la ideología de género para su adaptación a las nuevas necesidades del estado-nación liberal y del mercado. Estos cambios facilitaron el paulatino acceso de las mujeres a espacios de la vida pública como la educación, la cultura y ciertos sectores del ámbito laboral (Nash 1999, p. 32). Pero las condiciones de esta redefinición de los roles de género no nos permiten hablar, como ya he señalado, de una transformación radical del sistema sexo/ género dominante. Esto explicaría que en España los derechos civiles y sociales de las mujeres tuvieran clara prioridad sobre los derechos políticos. Un hecho confirmado por el agitado debate que durante la II República suscitó el tema del voto de la mujer, finalmente otorgado en el artículo 36 de la Constitución de 1931: «Los ciudadanos [sic] de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos 78 En la última novela de Muñoz Molina, La noche de los tiempos (2009), su protagonista –Ignacio Abel– es uno de los arquitectos responsables de las obras en la Ciudad Universitaria durante la II República.

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derechos electorales conforme determinen las leyes»�. La propia Aurora Arnaiz en sus memorias recuerda las disputas entre las diputadas y se posiciona además a favor de quienes estaban en contra del sufragio universal: ¿Y aquella posición enfrentada, visceral, de Victoria Kent y de la Campoamor? Aquélla sostuvo que el voto a la mujer había que posponerlo. Se alzaron voces airadas contra ella; con razón no duraba en ningún partido republicano; se la pasaba en puro trasiego. En cambio la Campoamor...Pronto, con el bienio negro, los hechos dieron la razón a Doña Victoria (2005, p. 48).

Pienso que la cita anterior demuestra porqué la crítica literaria feminista ha de ser cautelosa cuando deconstruye discursivamente las prácticas autobiográficas de las mujeres. A menudo nos encontramos las tensiones entre «las condiciones del sistema de poder existente y, al mismo tiempo, indicios de novedad y cambio» (Passerini 1992, p. 162)79. Otro ejemplo de cómo el acceso de las mujeres a ciertos ámbitos del espacio público como el educativo –no en vano ellas serían las responsables de educar a las/os futuras/os ciudadanas/os– estaba sujeto a una agenda que no necesariamente buscaba su emancipación: Y es que la señá Rosario [madre de Aurora Arnaiz] estaba muy de acuerdo en que sus hijas recibieran una educación superior para ser algo más que buenas amas de casa. Pero algo más solamente; nada de que fueran marimachos de esas que fumaban

79 Mi traducción. Para un análisis de esa tensión en las narrativas personales de exiliadas del grupo libertario Mujeres Libres, véase López 2007, pp. 107-118.

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y no llevaban fajas ni el sujetador como Dios manda (Arnaiz 2005, p. 61).

Es decir, la igualdad de mujeres y hombres era aceptable siempre y cuando no se diluyesen las diferencias (como advierte el término “marimacho”), generadoras de profundas desigualdades sociales entre los géneros80. Y Guillermina Medrano, concejal del Ayuntamiento de Valencia después de las elecciones que el Frente Popular gana en 1936, recuerda: Cuando el alcalde, Cano Coloma, me hizo el honor de presentarme como la única mujer concejal del Ayuntamiento y miembro destacado de nuestras juventudes de IR [Izquierda Republicana], don Manuel [Azaña], que no creo que en el fondo fuera uno de los paladines de la emancipación de la mujer, me dio ligeramente la mano, me miró a través de sus gafas midiendo seguramente mi pequeñez y juventud –siempre representé menos años de los 23 que exigían para desempeñar el cargo de concejal–, y sin más comentarios me volvió la espalda (...) La emancipación legal y política de la mujer durante los años de la República estaba, en muchas ocasiones, solamente en la constitución (1993b, p. 291).

80 «En los primeros tiempos, los enemigos de la Institución [Libre de Enseñanza] o de los cambios en general, llamaban a sus alumnas marisabidillas o marimachos» (Fuente 1978, p. 44). Es muy interesante notar en este sentido cómo el término marimacho supone una amenaza a la diferencia sexual. Hay que recordar que el lesbianismo pasa en el siglo xix de ser un pecado, según el discurso religioso, a convertirse en una patología, según el discurso científico. El comportamiento homosexual de las mujeres era intolerable, precisamente porque ponía en riesgo –si cabe mucho más que la homosexualidad masculina– la heteronormatividad obligatoria del sistema patriarcal (Linnhoff 1978, pp. 15-36; Fiocchetto 1993, pp. 11-49).

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La tendencia conservadora de la tradición minoritaria del feminismo español, aliada con los imperativos del estado y del mercado, alejaba de su causa a las mujeres de izquierdas. Éstas tampoco encontraban en sus partidos alianzas feministas ya que las ideologías izquierdistas –anarquismo, comunismo, socialismo– mantenían que la transformación de las relaciones de producción, al acabar con la sociedad de clases, automáticamente generarían el fin de otras desigualdades como la de género. El grupo libertario Mujeres Libres, creado en abril de 1936 por Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch, quiso rectificar esta orientación con un programa que aunara reformas socio-económicas con aquéllas específicamente feministas (Ackelsberg 1991). A pesar de las contradicciones que acabo de señalar, sí considero que los cambios sociales, que progresivamente efectuaban las condiciones modernas y modernizadoras, abrieron nuevas oportunidades estratégicas para las mujeres. Carmen Parga y Aurora Arnaiz pertenecen a la primera generación de universitarias españolas81que, en virtud del clima legal y civil propiciado por la II República, acceden a diferentes ámbitos públicos hasta entonces vedados a las mujeres con el consiguiente reajuste de las conductas de género: educación secundaria y superior, participación política a través del sistema de partidos y sus organizaciones juveniles, el campo cultural, el ocio, etc: 81 Me refiero a la primera generación de mujeres que como grupo social (proveniente de las clases medias) tienen acceso a la Universidad. Con anterioridad por supuesto habían existido casos de mujeres universitarias como María Goyri, tía de María Teresa León, primera doctora en Filosofía y Letras de España (León 1999, pp. 88-90) o el de la asistencia de Concepción Arenal, vestida de hombre, a la Facultad de Derecho en Madrid en 1841.

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Parece que me excedí hablando del deporte. Pero es que yo fui deportista y bastante buena. Los campos de la Ciudad Universitaria y la FUE [Federación Universitaria Escolar] deportiva son de los mejores recuerdos de mis años de estudiante. También en eso la República nos liberó, sobre todo a las mujeres, que piernas al aire, empezamos a correr y a disfrutar del esfuerzo sano y divertido (Parga 1996, p. 50).

Como apunta Shirley Mangini el deporte formaba parte del programa liberal de la Institución Libre de Enseñanza, comprometido con la educación secular de ciudadanas/os aptas/os para los nuevos requerimientos del moderno estado-nación español: Estas mujeres poseían características anómalas y nuevas. Muchas de ellas desde sus primeros años en el Instituto Escuela82 compartieron sus estudios con los hombres en las aulas y tuvieron acceso a las mismas canchas y pistas que ellos. A pesar de que la mujer deportiva fuera vista por los misóginos como un ente casi antinatural, los institucionistas fueron los primeros en fomentar el deporte entre las mujeres (2001, p. 73).

Concha Méndez, en sus ya mencionadas memorias, nos proporciona otra muestra de cómo su presencia en distintos 82 El Instituto Escuela fue un centro de educación secundaria creado en 1918 según el programa de la Institución Libre de Enseñanza. María Casares (A Coruña, 1922), hija de Santiago Casares Quiroga –quien fuera ministro durante la II República– y por este motivo exiliada a los trece años a Francia donde se convertiría en una célebre actriz, recordaba en una entrevista televisiva de 1981 cómo su experiencia en el Instituto Escuela, por sus clases mixtas y el contenido de lo aprendido, le hizo pensar que el liceo parisino, donde la matricula su familia, en los años cuarenta “era la Edad Media”.

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espacios públicos (verbenas, tertulias, museos, barrios a los que no pertenecía por clase social, tabernas, ámbitos deportivos), a menudo en compañía de la entonces joven pintora vanguardista Maruja Mallo (Viveiro, 1902 – Madrid, 1995), era percibida por los demás y autorrepresentada por ellas mismas como divergente con las normas y expectativas de género: Con quien más me reunía era con Maruja Mallo: íbamos al Museo del Prado y a las conferencias de Eugenio D’Ors, a las verbenas y a los barrios bajos de Madrid. Nos paseábamos para ver aquellos personajes tan pintorescos que pasaban a nuestro lado iluminados por los faroles de la calle. Estaba prohibido que las mujeres entraran a las tabernas; y nosotras, para protestar, nos pegábamos a los ventanales a mirar lo que pasaba dentro. Los domingos por la tarde íbamos a la estación del Norte, a ver a la gente que va y que llega, a los viajeros con sus despedidas y los trenes. Cuando Maruja empezó a pintar, me tomaba a mí como modelo. Pintó una chica en bicicleta, que era yo; y mi raqueta de tenis, que era muy bonita, también la inmortalizó (1990, p. 51)83.

La mayoría de los elementos que la especificidad de género –en su diversa formulación dependiendo de la posición 83 Otra práctica “subversiva”, de ambas amigas, tenía que ver, como ya vimos referido en las memorias de Carmen Parga, con la alteración del código (de género y clase) de vestir: «Íbamos muy bien vestidas, pero sin sombrero, a caminar por el Paseo de la Castellana. De haber llevado sombrero, decía Maruja, hubiese sido en un globo de gas: el globito atado a la muñeca con el sombrero puesto. En el momento de encontrarnos con alguien conocido, le quitaríamos al globo el sombrero para saludar. El caso es que el sinsombrerismo despertaba murmullos en la ciudad» (Ulacia y Méndez 1990, p. 48).

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de clase– textualiza en las narrativas personales de las exiliadas son también reconocibles en Retrato hablado de Luisa Julián, de Aurora Arnaiz. Un título publicado, al igual que el de Carmen Parga, Antes que sea tarde, y como ya he señalado, en 1996. La autora dispone su material en tres partes diferenciadas. En la primera, escrita en tercera persona84, la narradora relata sin orden cronológico la trayectoria de Luisa Julián en tres tiempos85: durante la dictadura de Primo de Rivera en Vizcaya y durante la II República en Madrid, cuando la protagonista es una joven estudiante de Derecho y miembro de las Juventudes Socialistas; durante la Guerra Civil (matrimonio en 1937 con José Cazorla, gobernador de Albacete, colaboración con el Comité de Mujeres Antifascistas, nacimiento y muerte de su hijo Carlos, detención durante el golpe casadista de Cazorla y Julián, asesinato de 84 El recurso a la tercera persona es frecuente en las memorias de las exiliadas. Se trataría de establecer una distancia entre el yo adulto que escribe y el yo infantil que se textualiza en la escritura, éste sería el caso de María Teresa León en Memoria de la melancolía (1970), de María Luisa Elío en «En el balcón vacío» (1995) o de Angelina Muñiz-Huberman en Castillos en la tierra. Seudomemorias (1995). Sin embargo, en el relato de Arnaiz se trataría de separarse de una etapa de la edad adulta que, por las dramáticas razones que se explican en el texto, resulta demasiado dolorosa. Pero ya que el enfrentamiento saludable del trauma –el duelo– pasa tanto por admitir el conflicto como por superarlo, la escritura en tercera persona parece un procedimiento adecuado para dar cuenta de ambos actos: admitir y superar. 85 Encarnación Fuyola, secretaria general de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA), miembro del Partido Comunista Español (PCE) y exiliada también en México, le da a Aurora Arnaiz en Alicante la dirección de un enlace que puede ayudarla a evitar a las autoridades franquistas y salir de España. Pasa varios días en casa de este enlace hasta que la visita otra enviada que le proporciona una identidad falsa: «le traía un carnet de identidad a nombre de Luisa Julián» (Arnaiz 2005, p. 173).

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Cazorla86, viaje a Alicante87, Valencia y Barcelona hasta su salida de España); durante el año de 1939, el paso por Francia, el trabajo de Luisa Julián en la oficina en París de refugiados a la URSS, el viaje de la familia Arnaiz a la URSS y el embarco de Luisa Julián en diciembre de 1939 con destino a la República Dominicana. La segunda parte de Retrato hablado regresa sobre los detalles de la detención y muerte de José Cazorla y reproduce una carta de defunción de su primer hijo Carlos, remitida en 199688. La tercera parte consiste en varias estampas sobre su exilio definitivo en México, donde se casa por segunda vez, tiene dos hijos, y desde 1957 ejerce la cátedra de Teoría General del Estado en la UNAM. Estas estampas retratan brevemente a otras/os exiliadas/os: Constancia de la Mora y su esposo Ignacio Hidalgo de Cisneros89, 86 Aurora Arnaiz se entera de la muerte de su marido, José Cazorla, en su breve estancia en Cuba, camino a México. 87 Sobre el puerto de Alicante –y coincidiendo con otros relatos como el de Max Aub en Campo de los almendros (1968)– dice Arnaiz: «Se encontró con un espectáculo trágico. Gentes y más gentes mirando hacia el horizonte, en espera de que llegaran los barcos. Y no llegaban. La mayoría de ellos pernoctaba ahí, en condiciones ínfimas. Luisa se sentó sobre la arena. También ella esperaría. Podría ocurrir que aparecieran los barcos y se irían en ellos. ¿Adónde?» (2005, p. 141). 88 La reconstrucción de la muerte de José Cazorla recoge la información proporcionada a Aurora Arnaiz por Clotilde Ballesteros (miembro del Partido Socialista Unificat de Catalunya, PSUC), Melquíades Rodríguez Chaos (miembro del Partido Comunista Español, PCE, y autor de las memorias Veinticuatro años en la cárcel, 1968) y el doctor José Izquierdo Pascual. La carta de defunción es remitida a México, a petición del hijo de Aurora Arnaiz Emilio Rodríguez Arnaiz, por José Miguel López Villalba. 89 «Al llegar a México fui a vivir con Pedro Checa y su mujer Angelina, valenciana. Ocupé el lugar que había dejado Encarnación Fuyola. [Más adelante, y debido a las citaciones de dirigentes del PCE ante las autoridades mexicanas tras el asesinato de Trotski] creía que donde iba a estar mejor era en casa de Connie e Ignacio» (Arnaiz 2005, p. 285). Fuyola fue un

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León Felipe y su familia, José Gaos, Moreno Villa, Emilio Prados, Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, Manuel Pedroso y su esposa. Ya indiqué antes que el análisis discursivo de estos relatos personales evidencia cómo la subjetividad de aquellas mujeres que, como universitarias militantes de las juventudes de izquierda, obreras o intelectuales, vivieron ciertos cambios en la ideología de género, se construye con contradicciones que son índice de la tensión entre un sistema dominante y un sistema emergente. En realidad esta tensión reproduciría el problema crucial de la versión más extendida del primer feminismo y que afectaba por igual, salvo excepciones90, a la orientación conservadora y a la de izquierdas. Como dije en páginas precedentes, la así llamada desde finales del siglo xix «cuestión femenina» emerge, en España y otros países europeos, principalmente al calor de las nuevas demandas del estado-nación capitalista. En España las mujeres se movilizan alrededor de derechos civiles y sociales; ya vimos que derechos políticos como el de voto dividió a los partidos de izquierdas y liberales, incluyendo a algunas de sus más ilustres representantes. Este feminismo de la primera ola, como creo que se deja sentir en su acción social, se conforma alrededor de una conceptualización de la diferencia sexual justificada, ya no por valores religiosos o por la ideología de la domesticidad, sino por el discurso científico de la miembro destacado de la Unión de Mujeres Españolas, organización creada por las exiliadas en México y de orientación comunista (Ruiz-Funes y Tuñón 1992; Domínguez Prats 1994, pp. 239-257 y 2009b, pp. 235-258). Para Fuyola, véase la nota 86 y también Domínguez Prats 2009a, p. 78. 90 Como señala Mary Nash, tanto Hildegart Rodríguez como Lucía Sánchez Saornil representan dos extraordinarios ejemplos de críticas radicales a la versión dominante del feminismo de primera ola en España (1999, pp. 40-42).

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diferencia biológica entre hombres y mujeres. Esta interpretación biosocial de la diferencia sexual, paradigmáticamente elaborada en España por el Doctor Gregorio Marañón, a partir de los años veinte del siglo pasado, tenía la ventaja de adaptar el modelo de género a los tiempos modernos, pero perpetuando las jerarquías y desigualdades de siempre. La teoría de la diferencia y complementariedad de Marañón, que dominó el discurso de género durante varias décadas en España, afirmaba el principio de igualdad entre los sexos –una crítica, por lo tanto, a uno de los pilares del discurso de la domesticidad– aunque se veía cortocircuitado por distintos desarrollos y perfiles biológicos. Siguiendo esta línea de argumentación, Marañón afirmaba que la maternidad continuaba siendo la principal característica definitoria de la mujer (Nash 1999, pp. 25-36). Esta glorificación biosocial de las mujeres como madres fue firmemente criticada por una de las fundadoras de la organización libertaria Mujeres Libres. En una serie de artículos publicados en 1935 en Solidaridad Obrera, con el título genérico de «La cuestión femenina en nuestros medios», Lucía Sánchez Saornil señala cómo la subordinación de género es inherente a ese nuevo esencialismo biológico que informa las últimas teorías sobre la diferencia sexual: Por la teoría de la diferenciación, toda la vida psíquica de la mujer supeditada a un proceso biológico, y tal proceso biológico no es otro que el de la gestación. ‘Nacer, morir, sufrir’, dijimos en un artículo anterior. La ciencia ha venido a modificar los términos sin alterar la esencia de este axioma: ‘Nacer, gestar, morir’. Y ahí todo el horizonte femenino (citado en Nash 1975, p. 89).

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Desafortunadamente la muy inteligente y radical contraargumentación de Lucía Sánchez Saornil no es representativa de la posición de la mayoría de quienes participaban en los movimientos de mujeres en los años treinta. Para esta mayoría, y como señalaba en 1981 Monique Wittig en «No se nace mujer»: El feminismo del siglo pasado nunca fue capaz de solucionar sus contradicciones en asuntos como naturaleza/cultura, mujer/sociedad. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como un grupo y consideraron acertadamente que compartían aspectos de opresión comunes. Pero, para ellas, estos aspectos eran más bien naturales y biológicos, y no rasgos sociales. Llegaron hasta el punto de adoptar la teorista darwinista de la evolución (2006, p. 37).

Estas contradicciones implican, entre muchas otras cuestiones, la aceptación de la falta de capacidad política de las mujeres y, por consiguiente, la sobrevaloración de la masculinidad como modelo a imitar. No es de extrañar, por lo tanto, que desde un punto de vista generacional muchas de las jóvenes emancipadas de los años treinta expresen una cierta ambivalencia hacia sus madres y diversas formas de admiración hacia los padres. Lo dice la líder anarquista Federica Montseny en la segunda entrega de su artículo «La mujer, problema del hombre», publicado en la Revista Blanca en febrero de 1927: «Y, como es natural, esclava ha esclavizado; embrutecedora, ha embrutecido» (citado en Nash 1975, p. 76). En esta misma lógica de valor desigual de los modelos generacionales en las memorias de los años treinta de muchas exiliadas activas políticamente, tanto de las clases medias como de la clase obrera, la militancia 98

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de los padres así como la socialización en los barrios donde crecieron, deciden su propia militancia como mujeres adultas91. De hecho, Retrato hablado de Luisa Julián se abre con la contundente frase: «El protagonista, lejano pero central, en la trama de este relato es el viejo Arnaiz» (2005, p. 19). Francisco Arnaiz inicia su militancia en el sindicato UGT (Unión General de Trabajadores), siendo un joven obrero en los altos hornos de Sestao. Ya casado se dedicará al comercio, sin abandonar nunca su compromiso como socialista (ibíd., pp. 74-75, 89 y 108). Este ideario republicano y laico tiene una decisiva influencia formativa en sus hijas, Aurora y Palmira, que se educan en la escuela pública de Santa Clara en Bilbao y, precisamente por negarse a asistir a la clase de religión, son enviadas con posterioridad a la escuela privada de María de Maeztu (ibíd., pp. 97-99 y 163). En este entorno familiar hay que situar la politización de Aurora Arnaiz: miembro de la Ejecutiva Nacional de las Juventudes Socialistas y fundadora con otras/os compañeros de la FUE (Federación Universitaria Escolar) de Vizcaya (ibíd., p. 29). La socialización familiar y en estas dos organizaciones locales, a la que habría que añadir el Círculo Socialista, informan la subjetividad política de Arnaiz a través de varias prácticas: la memoria oral intergeneracional92, la prensa universitaria, 91 Para un análisis de este aspecto en las memorias de exiliadas libertarias afiliadas a Mujeres Libres, véase López 2007, pp. 111-112. 92 «Recordaba...recordaba...¡ah, sí!, aquella huelga general de 1917: bueno, ella no lo podía recordar porque tenía cuatro años. Su padre y los amigos de San Francisco hablaban mucho de ella. De cuando siendo jóvenes, muchos de ellos, se movilizaron a través de la UGT y del Partido Socialista en los pueblos de la zona obrera y en la metalúrgica, así como en los de los astilleros, para secundar la huelga de Bilbao en solidaridad con la huelga general revolucionaria que empezó en Cataluña con los ferrocarrileros» (2005, pp. 88-89).

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lecturas de autores como Pushkin, Gogol, Gorki, Nietzsche, Dostoyevski, reuniones (ibíd., pp. 60-61). Carmen Parga en su relato de los años veinte y treinta explica también en clave familiar, mencionando a su padre y a su tío, su propio activismo: Yo vengo de una familia con inclinación política. Mi padre en su juventud, antes de ingresar en la Armada, donde llegó a coronel del Cuerpo de Maquinistas, había militado en el Partido Socialista y en la UGT. Uno de sus hermanos, Jorge, fue galleguista y fundador de las Hirmandades da Fala, organización dedicada al estudio y difusión de las costumbres y tradiciones gallegas. Así, que, de una manera natural, desde muy niña me vi involucrada en conversaciones y discusiones socio-políticas (1996, p. 24).

El caso de Carmen Parga es interesante porque la socialización familiar incide en su temprano interés por la política pero no determina, como para la mayoría de jóvenes activistas de esa época, la orientación de su militancia comunista: «(...) en aquel momento [principios de los años treinta], el comunismo parecía la única solución para un mundo desconcertado y en crisis (...) También dentro de España parecía la única solución» (ibíd., p. 29). Lo cierto es que el Partido Comunista durante la II República es una organización muy pequeña y con poca influencia política. Su situación habría de cambiar durante la Guerra Civil y el franquismo, pero antes de 1936 la atracción de la joven universitaria Carmen Parga puede explicarse por lo que Manuel Tagüeña llama «la mística del comunismo» (2005, p. 36); su poder de interpelación afectiva, y sin duda ideológica, a través de un poderoso imaginario cultural. 100

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La socialización en familias de diversa orientación izquierdista explica en muchos casos (como los de Carmen Parga y Aurora Arnaiz) el activismo de las jóvenes durante la II República. Pero precisamente porque los modelos familiares son masculinos estas mujeres tienden a reconocer en éstos un mayor capital simbólico con la consecuente devaluación de su relación filio-maternal y las limitaciones genuinamente feministas del movimiento de mujeres. Ahora, no estoy negando en lo más mínimo las capacidades agenciales de esta primera generación –hay que recordarlo– de mujeres emancipadas en España. Sólo pretendo señalar que un cambio social como el que vengo describiendo hasta aquí está inevitablemente inserto en una red ideológica y social que da forma a las acciones de los individuos. Pero esta modulación estructural nunca determina ni de manera completa, ni definitiva, ni homogénea, estas acciones. Y por otro lado, como es patente en las memorias de muchas exiliadas, ellas mismas a lo largo de sus vidas tuvieron que enfrentar y resolver algunas de las contradicciones de esa nueva ideología de género que se habían atrevido a encarnar en las primeras décadas del siglo xx. Finalmente dos relatos personales de la segunda generación. En 2007, Tere Medina-Navascués (Madrid, 1924) publica sus Memorias del exilio. La vida cotidiana de los primeros refugiados españoles en México. La autora llega con su familia a bordo del Mexique al puerto de Veracruz, en agosto de 1939. El texto combina la ficcionalización de las vidas de las/los exiliadas/os en la Ciudad de México con la narración autobiográfica. Medina-Navascués justifica su relato como un ejercicio terapéutico de working-through los traumas derivados de la experiencia de la guerra durante su primera adolescencia: 101

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Por alguna razón que no recuerdo salieron a relucir mis traumas postbélicos: mi “horror” fisiológico a los túneles. No podía pasar bajo el multifamiliar de junto al estadio, porque se me erizaba el vello, me daba frío y ganas de vomitar, porque, sin querer, recordaba la espantosa salida de España, por el túnel internacional. Mi incapacidad de controlar una especie de ataque de miedo, al entrar en una gasolinera, porque me recordaba cuando, en una, nos ametrallaron en las afueras de Rosas. Me escuchó con gran interés. Era doctor en psiquiatría (...) -Y a ti, que tanto te gusta escribir... ¿por qué no escribes todo eso, y lo echas fuera, para liberarte de ello? (2007, pp. 128)93.

En el volumen editado en 2009 por Marisa Belausteguigoitia, Enseñanzas desbordadas, se incluye una pieza de carácter autobiográfico de la también exiliada de segunda generación Pilar Rius (Tarancón, 1930). Este volumen recoge las experiencias de varias/os académicas/os marcadas/os en sus vidas personales por la migración y el exilio. Belausteguigoitia quiso animar a las/los contribuyentes a reflexionar sobre cómo estos itinerarios y desplazamientos se relacionan con sus biografías profesionales y, muy especialmente, con su visión de la pedagogía y la realidad en las aulas. Pilar Rius, profesora de química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), llega a este país con su familia en 1940. Su respuesta al reto planteado por la editora del volumen pasa por una fascinante explicación político-afectiva, según la cual la persona y docente que llegaría a ser se entiende como el resultado de las oportunidades que aprovecharon quienes salieron de España después de 1939.

93 Véase también Medina-Navascués 2007, p. 68.

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Una circunstancia que Pilar Rius compara con aquélla vivida por las/os antifascistas que se quedaron en el interior94: Creo que la conciencia de lo afortunada que fui al escapar de la dictadura y la memoria de la felicidad de mis primeros años escolares han contribuido a hacer de mí una profesora alegre y animosa. Desde luego, una clase de mecánica cuántica no puede ser muy divertida, pero estoy segura de haber cazado al vuelo cualquier situación cómica que aligerara la aridez del tema (...) Ahora, a los 80 años, en Nepantla, la tierra de en medio, a medio camino entre España a la que nunca renuncié y México que siempre ha sido mío, transcurren mis días en un exilio, cada vez más lejano, más asumido como circunstancia afortunada y menos como tragedia (2009, pp. 69-70 y 71).

94 Durante una visita de Pilar Rius a España en los años setenta la parte de su familia que no salió al exilio le relata las dificultades en el franquismo: «Me enteré de los detalles de las represalias: mis primos sufrieron constantemente la angustia de no saber si sus padres volverían ese día o si a mi tía Herminia, por ejemplo, la iban a rapar y purgar con aceite de ricino por haber sido maestra durante la República. De oportunidades de estudio y superación para mis primos, nada; los rojos eran los últimos en todo menos en picar piedra en el Valle de los Caídos. Mi tío Rafa me contó de nuestra familia historias de dolor y humillación, pero también de dignidad y valentía» (2009, p. 68).

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ÉXODO. DIARIO DE UNA REFUGIADA ESPAÑOLA (1940) DE SILVIA MISTRAL En 1940 se publica Éxodo, de Silvia Mistral (La Habana, 1914 – México DF, 2004), considerado, como ya indiqué, «el primer libro publicado en México por una editorial de exiliados» (Martínez 2007, p. 169)95. En este capítulo propongo tres análisis de este texto. Por un lado, un análisis discursivo de Éxodo que complementará a los ya existentes de Josebe Martínez y José Colmeiro96. Será necesario, por lo tanto, acudir a estos trabajos que ya han aportado ángulos de interpretación e información sumamente relevantes. Por otro lado, y en la línea abierta por José Colmeiro en su edición del diario de Mistral de 2009, examinaré las condiciones de la publicación por entregas de este relato autobiográfico en la revista mexicana Hoy, que antecedió por unos meses a su publicación como libro en la editorial Minerva. Asimismo explicaré algunas cuestiones sobre el origen y carácter de Minerva, empresa creada por el exiliado 95 Silvia Mistral es el seudónimo de Hortensia Blanch Pita. La autora explica que Silvia es un homenaje a su madre, a quien le hubiera gustado darle ese nombre. Y Mistral por el poeta provenzal Federico Mistral (Mistral 1988, p. 1). En Madréporas, una reflexión poética sobre la maternidad con dibujos del también exiliado Ramón Gaya y publicada por Minerva en 1944, Mistral explica porqué ella sí a su hija la llama Silvia (1944, pp. 53-55). Durante su exilio en México siempre utilizará este seudónimo con ciertas variantes, así en la revista Hoy firmó como Silvia M. Robledo, y en la revista libertaria Estudios Sociales, creada en México DF en 1945 bajo la dirección de José Viadiu, como S.M. 96 Otros trabajos que total o parcialmente se centran en Éxodo, de Silvia Mistral: Naharro-Calderón 1998, pp. 310, 314 y 318; Samblancat 2000; Cate-Arries 2004.

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anarquista y compañero de Mistral, Ricardo Mestre. Por último, evaluaré las reseñas disponibles de la obra de Mistral que aparecieron en la prensa mexicana e internacional. Elementos discursivos en Éxodo Éxodo se presenta como un diario de viaje con una primera entrada, del 24 de enero de 1939 en Barcelona (dos días antes de la entrada en esa ciudad de las tropas franquistas), y una última de 8 de julio de 1939 en el puerto de Veracruz97. Entre estas dos fechas Mistral anota las vicisitudes de su salida de España, la difícil estancia en Francia y el viaje en el Ipanema rumbo a México. En la siguiente sección me detendré en la cuestión del género literario de este texto en relación con sus condiciones de redacción y de publicación, así como con las expectativas derivadas de sus lectores/as implícitos/as. Ya he señalado cómo las exiliadas de primera generación, mujeres nacidas antes de los años treinta del siglo pasado, son muy conscientes de cómo la práctica autobiográfica supone un desafío a los modelos de género. Y cómo también la escritura en primera persona se suele presentar como diferente a la tradición masculina con el efecto, a menudo, de confirmar la ideología convencional de género. A pesar de esta circunstancia creo también que la textualización de sus subjetividades, y especialmente su publicación y circulación en el espacio público, es una instancia sintomática 97 Digo “se presenta” porque las particulares condiciones de redacción/ publicación complican la identificación genérica. Regresaré sobre este punto en la segunda sección de este capítulo. Neus Samblancat ha llamado a Éxodo un «diario-reportaje» (2000, p. 157). Para una problematización de quienes consideran el texto de Mistral una «novela testimonio», véase Colmeiro 2009b, p. 250.

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de los importantes cambios que la modernidad impulsa en el modelo hegemónico de género. Ahora bien no todas las exiliadas de primera generación se encontraron en una posición idónea para el ejercicio del relato personal. Yo diría que estas posiciones fueron principalmente cuatro: la de las líderes políticas, la de las intelectuales, la de las activistas y, en mucha menor medida, la de las nuevas profesionales. Con frecuencia una mujer podía ocupar más de una de las posiciones descritas. Así, la líder anarquista Federica Montseny (Madrid, 1905 – Toulouse, 1994), que desde los años veinte se dedicó a diferentes tareas intelectuales o la intelectual comunista María Teresa León (Logroño, 1903 – Madrid, 1988). En otras ocasiones nos encontramos con exiliadas que hablan desde sólo una de estas posiciones: la militante anarquista Sara Berenguer (Barcelona, 1919), o la escritora Concha Méndez (Madrid, 1898 – México DF, 1986)98. El caso de Silvia Mistral es interesante porque pertenece al grupo de nuevas profesionales (menos representado en la escritura autobiográfica del exilio) que provienen de la clase trabajadora99. Mistral había nacido en La Habana en 1914 98 Antes de su liderazgo en el movimiento libertario Federica Montseny publicó varias novelas –La Victoria (1925) y La indomable (1928), entre las más conocidas– y colaboró en importantes publicaciones periódicas anarquistas como Solidaridad Obrera y la Revista Blanca, que había sido fundada por sus padres, Joan Montseny (Federico Urales) y Teresa Mañé (Soledad Gustavo), en 1898. Entre sus escritos autobiográficos merece la pena reseñar Mis primeros cuarenta años (1987). Ya he mencionado con anterioridad las narrativas personales de León, Berenguer y Méndez. 99 Las nuevas exigencias de la modernización –expansión de los núcleos urbanos, industrialización, ampliación del sistema educativo, desarrollo de las comunicaciones, crecimiento de los mercados, etc– supuso no sólo la incorporación de la mujer al mundo del trabajo –principalmente como obreras y nuevas profesionales– sino también la explosión numérica de las clases medias. Con nuevas profesionales me refiero a todas las mujeres

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en una familia de emigrantes españoles100. Sus padres deciden regresar a Barcelona a finales de agosto de 1931, cuando Silvia tenía diecisiete años, por tres razones: el clima político en Cuba como consecuencia de la dictadura de Machado, la crisis económica del 29 y la instauración de la II República en España (Mistral 1988). Desde su llegada en 1931 y hasta su salida de España en 1939 trabaja como ayudante de química en la fábrica de papel de fumar Smoking. Al estallar la guerra esta fábrica se colectiviza, se instalan duchas para mejorar las condiciones higiénicas de las/os trabajadoras/es y se equipara el salario de mujeres y hombres (ibíd., pp. 148-149)101. Este ambiente politizado explica, según el recuerdo de Mistral, su sindicalización en el sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional de Trabajadores) en 1936: Entonces llegó el momento en que era casi obligatorio estar, estar en un sindicato. No tenía yo una idea muy clara, pero que desempeñaron oficios y profesiones de nueva creación como reacción al proceso modernizador, entre otras maestras, oficinistas o telefonistas. La propia Lucía Sánchez Saornil, fundadora del grupo libertario Mujeres Libres, a quien ya me he referido, en 1916 entra a trabajar a la Telefónica de la Gran Vía madrileña. La literatura y el cine internacionales de los años veinte y treinta retratan estas nuevas realidades, así la novela Señorita 0-3 (1932), de Juan Antonio Cabezas, cuenta la historia de Eléctrica, una operadora de la Telefónica, afiliada al Partido Comunista. 100 La biografía de Silvia Mistral es un ejemplo de migración económica primero y política después en la España de la primera mitad del siglo xx. El padre, nacido en Cataluña y de ideas socialistas, llega a Cuba en 1902 a trabajar en la construcción. La madre, de padres gallegos, había nacido en La Habana (Mistral 1988). 101 Para una biografía de Silvia Mistral, véase Mistral 1988 y Colmeiro 2009a, pp. 13-16.

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sólo había pues en realidad dos sindicatos para los obreros y los empleados, que era la CNT por una parte y la UGT por el otro (...) me pareció que había más libertad de criterio [en la CNT], que no eran tan dirigidos, la gente se manifestaba en pro o en contra o, o sugería soluciones, etcétera ¿no? Entonces, entre uno y otro elegí la CNT (ibíd., pp. 160-161).

La práctica autobiográfica de Mistral –tanto la recogida en la transcripción de la larga entrevista con Enriqueta Tuñón como en Éxodo– se aparta del patrón general de la mayoría de los textos memorialísticos de exiliadas de primera generación. Frente a la mayoría de sus contemporáneas, Silvia Mistral admite no haber tenido una militancia activa durantes los años treinta: «Yo no era anarquista» (ibíd., p. 225). Su relato de vida se justifica, por lo tanto, en razón de la autoconciencia no sólo de haber sido testigo de un momento histórico, también existe una percepción de la propia subjetividad de género, por su naturaleza rupturista respecto de los modelos convencionales, como afín con la cultura política republicana: «Pero indudablemente yo era republicana, indudablemente yo era liberal, pero yo no tenía aspiraciones políticas, ninguna» (ibíd., p. 131). Esta ruptura “liberal” con los patrones de conducta masculinos y femeninos en Mistral remite a sus aspiraciones literarias. De hecho durante los años treinta colaboró, particularmente con crítica de cine, con distintas publicaciones barcelonesas: Las Noticias, Popular Film, Films Selectos, Proyector, El Día Gráfico, etc (Mistral 1988, pp. 97, 106 y 125)102. También realizó dos tipos de labores para la Paramount: redacción de 102 Durante la Guerra Civil también hizo un noticiario de cine en la radio del gobierno republicano (Mistral 1988, p. 152).

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unas gacetillas sobre las películas que la Paramount estrenaba en España y novelización de esas películas para la editorial Novelas Cinematográficas (ibíd., pp. 111 y 125). La primera entrada de Éxodo, de 24 de enero de 1939, se refiere también a otro de sus empleos en Barcelona: «Cuando llegué a la casa distribuidora de películas, donde trabajo, estaban rompiendo fotografías de archivo y carnets, correspondencia y recibos, bajo los carteles anunciadores de Marinos del Báltico» (Mistral 1940, p. 18)103. Esta escena sintetiza con gran economía de recursos y eficacia la grave amenaza que la inminente victoria del bando franquista suponía para quienes habían participado en el proyecto republicano. Éste era desde luego el caso de Silvia Mistral, a partir de 1936 hace crónicas de cine para Umbral, una revista de la CNT, y escribe gacetillas sobre películas soviéticas para Film Popular, la empresa bajo control comunista a la que se refiere en la cita anterior (Mistral 1988, pp. 165, 166 y 194-196)104. Más significativo incluso había sido su desempeño en la radio: «...lo que se hablaba por radio sí, lo mío que yo escribía para radio eso sí era más notorio» (ibíd., 237). Además, sus simpatías y amistades giraban en torno al ambiente anarquista:

103 La misma escena en la entrevista de Mistral con Enriqueta Tuñón: «Yo recuerdo, por ejemplo, el día veinticuatro de enero –los franquistas entraron el veintiséis–, el veinticuatro de enero ya Film Popular estaba quemando parte de su archivo en la azotea» (1988, p. 234). 104 La colaboración con la prensa anarquista y comunista desde luego planteaba conflictos. En la entrevista con Enriqueta Tuñón, de 1988, Mistral deja claro que a pesar de trabajar para Film Popular, ella nunca perteneció al Partido Comunista y siguió afiliada a la CNT (Mistral 1988).

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En un bar de la Rambla de Cataluña que se llamaba Turia, el río de Valencia, esto, nos reuníamos todos jóvenes afines. Allí conocí a Katy Horna (...) que era una fotógrafa de Umbral (...) Llegó otro miliciano de la cultura, Ricardo Mestre, llegó también a la peña (ibíd., p. 233).

En las primeras páginas de Éxodo podemos leer críticas explícitas a la actuación del Partido Comunista (Mistral 1940, pp. 21, 27-28 y 32). En las memorias de exiliadas anarquistas este tipo de críticas es común (Delso 1998, pp. 35, 40-41, 51, 82, 100 y 115-116; Berenguer 2004, pp. 92 y 120). Los conflictos entre comunismo y anarquismo durante la Guerra Civil tendrían sus más dramáticos momentos en los sucesos de Barcelona a principios de mayo de 1937 y durante el golpe casadista hacia el final de la contienda. Para alguien cercana al movimiento libertario de manera coyuntural creo que esta censura se explica, además de los inconvenientes reales que la enemistad entre ambos grupos pudo ocasionar, cuando Silvia Mistral –que poseía una credencial de afiliación a la CNT– se disponía a abandonar Barcelona por la militancia anarquista de su compañero sentimental Ricardo Mestre, a cuya actividad política me referiré en la siguiente sección de este capítulo. Cuando Silvia Mistral quiere condensar la diferencia ideológica entre anarquistas y comunistas recurre a la disputa a propósito de la estrategia revolucionaria, defendida por los primeros, que se contraponía a la alianza de los segundos con republicanos liberales y socialistas. En sus memorias Mistral suscribe el discurso revolucionario del anarquismo aunque, al mismo tiempo, recurre para su elocución a un soldado anónimo a quien dice haberse encontrado casualmente en la Plaza de Cataluña: 111

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Creo en el poder de la Libertad partiendo del individualismo, o sea: creada por uno propio. Di a la revolución todo lo que un hombre puede dar; cuando la burocracia se impuso, volví a las montañas de los Pirineos, donde desde los ocho años he vivido, pegado a la tierra. Una disposición gubernamental me lanzó a la vorágine de la guerra. Francamente, no daré jamás una sola gota de sangre por defender la República burguesa (Mistral 1940, p. 17).

Después de la entrada del 5 de febrero de 1939, en la que Mistral anota su paso a Francia por Cerbère, en el diario se relata su breve experiencia en el campo de concentración de Argelès, su estancia como refugiada en el pueblo de Les Mages en la región de Languedoc-Roussillon y el viaje en el Ipanema hasta su llegada al puerto de Veracruz. Es muy interesante analizar con detenimiento a lo largo de las páginas de Éxodo la visibilización de cómo los patrones de género dominantes estructuran la diferencia social entre hombres y mujeres (Martínez 2007, p. 179). Mistral y dos amigas son acogidas como refugiadas en Les Mages, un pueblo del sudeste de Francia. A su condición política como “rojas españolas” hay que añadir la desconfianza añadida por el hecho de ser mujeres. Un recelo, dicho sea de paso, que se elabora en términos de una sexualidad amenazante. El subprefecto de Alès envía una carta al alcalde de Les Mages en la que se queja de que las refugiadas españolas «tienen mala conducta, quitan el cantonamiento sin permiso y causan escándalo dentro del pueblo» (Mistral 1940, p. 132). Las disposiciones de las autoridades francesas respecto a las/os refugiadas/os españolas/es a menudo establecían la división entre hombres y mujeres, con la consiguiente separación de las familias. Así Ricardo Mestre, compañero 112

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sentimental de Mistral, permanecerá en el tristemente célebre campo de Argelès hasta su salida hacia México en el Ipanema. Los campos de concentración franceses –Argelès, Saint Cyprien, Barcarès, Bram, Gurs, etc– mantuvieron internados a una mayoría de hombres, mientras que mujeres, niñas/os y ancianas/os tendían a estar reunidas/os en refugios habilitados en diversos pueblos del sur de Francia. Por otro lado es interesante señalar que Mistral registra en Éxodo su breve paso por Argelès: En Argelès es más fácil entrar que salir. Una playa inmensa, y nada más. Ni caseta, ni agua, ni comida, ni enfermeros, ni medicinas. Sólo la arena y el mistral. Y los senegaleses (...) Como bestias, tras los alambres, los españoles, sin mantas, sin comida, sin sol; heridos, moribundos, son lanzados al desierto de arena (...) Por la playa, aún poco vigilada, regresamos al Pont de Reçó. No queremos ver más (ibíd., pp. 56-57 y 60).

El testimonio del abandono de Argelès evidencia dos cuestiones: por un lado que la improvisación y confusión de los primeros días de la entrada masiva de refugiadas/os españolas/es en Francia permitió una cierta movilidad, aunque limitada por los frecuentes controles de identificación (Dreyfus y Temime 1995, pp. 20, 91-92): Hemos querido escapar [de Francia una vez que ya han logrado escapar del campo] y ha sido imposible: los gendarmes a cada lado, oponen una barrera infranqueable. Tienen el corazón azul oscuro, como los uniformes y el alma de hoja de lata. Somos prisioneras de una ‘nación amiga’ (Mistral 1940, p. 61).

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Mistral y sus compañeras, entre las que se encuentra la miliciana anarquista Esperanza, a quien me referiré inmediatamente, son trasladadas a la ya mencionada localidad de Les Mages. Por otro lado, esta movilidad, con todo lo restringida que haya podido ser, parece haber estado más fácilmente a disposición de mujeres que de hombres. María Magda Sans cuenta sobre cómo se escapó del campo de Verdún: Resolví escapar por la parte trasera del campo, o sea, por la vía del tren. Me arreglé lo mejor que pude, ayudada por mis amigas y compañeras Consuelo y María. Tuve suerte y pude realizar mi hazaña. Pasé con cautela la alambrada que separaba la vía del tren, caminé por la orilla de la vía hasta llegar a un puente, por el que subí y fui a dar a la carretera que daba acceso a la ciudad (...) En la alambrada del lado de la carretera había dos portones custodiados permanentemente por cuatro gendarmes armados. Por la noche había, además, una ronda permanente de cuatro parejas de gendarmes con perro y candil, vigilando el interior del campo hasta las seis de la mañana. Mi amiga María quiso acompañarme. Con cautela fuimos acercándonos a la alambrada, entre portón y portón, y nos deslizamos a ras del suelo, por debajo de la alambrada. Lo logramos (1993, pp. 251-252).

La ideología de género volvía a las primeras más inofensivas. Esta “invisibilidad” social pudo ser utilizada estratégicamente para operar con más libertad y sin sospecha en determinadas situaciones: caso de las mujeres antifranquistas que sirvieron de enlaces en el maquis en España o

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en la Resistencia en Francia y también en los episodios de Mistral en Argelès y de Sans en Verdún105. Hay que añadir también que esta espacialización de género fomentó la solidaridad y la cooperación entre mujeres. «Esperanza, la miliciana» es una breve pieza autobiográfica que Mistral publica en los años sesenta en diferentes medios de México, La Habana, Buenos Aires y Chile (Mistral 1988, p. 407). En este relato Mistral recuerda su amistad con esta miliciana anarquista en los primeros meses del exilio en Francia. Una pregunta en este texto me parece especialmente relevante: «¿Quién le había transmitido, qué hombres y mujeres, cuáles ideas, esa grave determinación de luchar por su dignidad y su libertad?» (Mistral 1996, p. 17). La autora de Éxodo que durante su estancia en Les Mages enseña a leer a Esperanza (ídem), expresa su desconcierto –creo que más retórico que real– respecto a lo que en rigor podemos llamar conciencia de clase. Es sabida la importancia que los movimientos obreros concedieron a diversas prácticas culturales –asambleas, mítines, capacitación, etc– para la movilización de los grupos sociales más desfavorecidos por la ideología burguesa, pero me parece importante subrayar aquí que también la memoria compartida de diversas formas de injusticia social constituyó una auténtica articulación política para esos grupos sociales golpeados por un proceso de modernidad y modernización desigual en los primeros años del siglo xx. Esta explicación más afectiva que discursiva, en la que ya han insistido varios/as autores/as, nos permite además problematizar el mito de las masas incontroladas (Ealham 2005, p. 116; Graham 2002, p. 102). La propia Silvia Mistral, como vimos más próxima a los valores 105 Para el caso del maquis en España, véase Montero 2004 y para el caso de la Resistencia en Francia, véase Delso 1998 (en particular el capítulo III).

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republicanos liberales que a las luchas sindicales, en la entrevista de 1988 expone inmejorablemente cómo la violencia de estado durante el Bienio Negro es articulada por muchas de sus víctimas –ella misma– de una forma político-afectiva: Eh, eran continuas razzias que hacían los Guardias de Asalto, los Guardias de Asalto de la República Española, que era el año 34, en las “casas baratas”. En las “casas baratas” pues vivía mucha gente que eran realmente muy activos, luchando, y que si era necesario se enfrentaban a los Guardias de Asalto. Y entonces...claro, yo no recuerdo el meollo de esto, sólo es que recuerdo, sí, con mucho terror, que a veces a las doce de la noche, a las tres de la mañana, la Guardia de Asalto y la Guardia Civil también, con gran aparato represivo, llamaban a las puertas y obligaban a abrir las puertas y registraban (...) Recuerdo que mi padre se afilió a la CNT, Confederación Nacional del Trabajo (p. 86. Mi énfasis)106.

La represión que sigue a la Revolución de Asturias durante el Bienio Negro es un motivo recurrente en las memorias de muchas mujeres antifascistas de clase trabajadora. Por diversos motivos (corta edad, lugar de residencia, desinformación) su experiencia de ese hecho no fue directa: yo no recuerdo el meollo de esto, dice Mistral. Sin embargo, los relatos de Casas Viejas en 1933 o de la Revolución de 1934 demuestran cómo la subjetividad está mediada por una compleja interacción entre imaginación, afectividad y, 106 Hasta el año 1934 el padre de Silvia Mistral, que trabajaba, como vimos antes, en el ramo de la construcción, «era socialista y recibía de España El Socialista, un periódico, sí, y...aunque él se decía que era de ideas anarquistas. Él había luchado con el Sindicato de la Construcción a favor de las ocho horas de trabajo...» (Mistral 1988, p. 8).

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también, una memoria obrera compartida y transgeneracional: También venían a mi memoria los comentarios de mi padre y de sus compañeros de trabajo, cuando iba a llevarle la comida a la obra, hablando de las atrocidades que se hacían diariamente. Era muy joven, pero aquellas conversaciones me calaron muy hondo (Berenguer 2004, p. 37).

Estas narrativas de mujeres trabajadoras contrastan con la posición de aquéllas republicanas que pertenecían a las clases medias ilustradas. Así la diputada socialista Clara Campoamor, conocida por su defensa a favor del voto de la mujer, expresa en su texto La revolución española vista por una republicana: (...) lo cierto es que los ciudadanos pacíficos, el modesto comerciante, el funcionario, el pequeño burgués, en definitiva, todos aquellos que no miran la vida sobre el plano histórico sino tal y como se presenta día a día, comprendieron el peligro que suponía para ellos ese terror ejercido por una chusma rencorosa envenenada por una odiosa propaganda de clase (2005, p. 108. Mi énfasis)107.

107 Que esta interpretación del comportamiento social de las masas responde a una visión de clase, lo demuestra también el siguiente testimonio de la escritora Concha Méndez: «Los anarquistas hacían unos desastres terribles en las casas; entraban en todas aquellas que parecían tener algo de valor, saqueándolas y aterrorizando a las familias. Un día que llegaron los anarquistas, yo les abrí la puerta; entonces les mostré mi carnet de la Alianza Internacional de Escritores y fue por la fuerza que no les dejé entrar. En cambio, los comunistas eran más amables» (1990, p. 101).

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Otro ejemplo en Éxodo, que de nuevo remite a la sobresexualización de las refugiadas frente a los refugiados, tiene que ver con las particulares maneras en que “las rojas” son persuadidas a volver a España108 o a residir en Francia como prostitutas (Naharro-Calderón 1998, p. 318): Los agentes coaccionadores no descansan y ahora resurgen con una vieja táctica: incitarnos a la huida. Señores con gesto paternal nos ofrecen ir a trabajar (?) a Marsella, bien retribuidas y con papeles legales para residir en Francia. Una vieja política de folletín, que ya todas conocemos. Con frialdad les hacemos notar que sabemos sus planes y que no caeremos en coartadas de esa especie. Ellos –acaso policías secretas– esconden los ojos bajo el ala del sombrero y se marchan del pueblo, cohibidos y derrotados, en apariencia, ya que aparecen en cualquier parte bajo diversos tipos y proponiendo planes que conducen al mismo fin. En el café, en el baile, en el cine, bocas extrañas tienden su red de tentaciones: libertad, dinero, lujo. Marsella o París. El sistema burgués se apiada de las pobres mujeres españolas y ofrece su apoyo. Ayuda a base de la explotación y del vicio, manos tendidas para comerciar con la carne morena de las nuevas Cármenes (Mistral 1940, pp. 121-122).

A principios de agosto de 1939 se estima que el número de refugiadas/os españolas/es es de 250.000, aunque es probable que la cifra sea muy superior. Ante la crisis humanitaria que supuso esta afluencia de personas, el gobierno 108 Para un estremecedor relato de la intervención de los agentes de Franco en el campo de concentración francés de Argelès –con el objetivo de repatriar a las refugiadas– véase «Recuerdos pretéritos» de la periodista exiliada en México, Felisa Gil.

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francés reacciona permitiendo el acceso de los representantes franquistas a los campos de concentración del sur de Francia para alentar las repatriaciones (Dreyfus y Temime 1995, pp. 35-36). Y permitiendo además, de acuerdo con el relato de Silvia Mistral, la intervención de particulares que trabajan para redes de prostitución. Es también con la anuencia de las autoridades francesas que en septiembre de 1939 se distribuyó por los campos el siguiente texto: En estos momentos críticos para Europa, España se dirige a sus hijos residentes en territorio francés, libremente o en campos de concentración, y les invita a volver al suelo de la Patria (...) Nadie cree ya en la leyenda de la represión española. Todos saben incluso por informes directos de los suyos, cómo se administra la justicia de Franco, con qué benevolencia, con cuanta escrupulosa apreciación de las razones complejas determinantes de muchas conductas, proceden sus gobernantes. Volved, pues, a la España, Una, Grande y Libre que os espera (ibíd., p. 136).

Son varias las escenas de Éxodo, además de la ya citada, que relatan distintas formas de convencer a las mujeres antifascistas españolas para abandonar su difícil situación como refugiadas en un país extranjero. La siguiente situación tiene lugar en Port-Vendres, a donde llegan Silvia Mistral y sus compañeras desde Argelès: Dos figuras actúan de intérpretes: una señora anciana, muy encopetada, con palabra persuasiva y que parece agente de Franco (...) La primera se acerca a nuestro grupo y nos dice: -¿A dónde van ustedes solas? Son muy jóvenes para

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sufrir. Vuelvan a España, a la ternura de sus padres. Usted ¿por qué salió? -Señora -le respondí- salí por no tener que enfrentarme con los asesinos de mi hermano, por no ser otra víctima entre sus manos. Voy con los míos109. -Por mi parte -contestó Esperanza- los desprecio. No podría jamás convivir con ellos. Resistiré a todas las penalidades aunque duren años y ni amenazas, vejaciones y la horrible vida del campo de concentración, bastará para hacerme volver allá (ibíd., p. 63).

Pero no todas las/os exiliadas/os se negaron a cruzar de nuevo los Pirineos: «Muchas mujeres deciden regresar a España. ¿Para qué seguir adelante? Frente a los astilleros [en Port-Vendres] hay una oficina de inscripción» (Mistral 1940, p. 63). Se calcula que antes de acabar el año 1939, 360,000 españolas/es han sido repatriadas/os desde Francia. En los primeros meses de 1940, el número de refugiadas/ os ha disminuido, además de y por las repatriaciones, a través del exilio a terceros países y el traslado a los campos de concentración alemanes (Cervera 2009, pp. 41-42). Para quienes deciden no abandonar el exilio, éste se resignifica en narrativas que, como hemos visto en las memorias de Manuel Tagüeña, modulan la condición diaspórica como una opción de dignidad política, y de oportunidades que, a pesar de las mentiras de la propaganda franquista, difícilmente podían disfrutarse en España: Marcha toda la fuerza vital de España. Nadie quiere quedarse. Se pierde la guerra; pero algo conmueve a todos: saber que una 109 El hermano menor de Silvia Mistral muere con diecisiete años en la batalla de Teruel (Mistral 1940, p. 28; 1988, p. 219).

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masa de cuatrocientas mil personas desprecian el fascismo (...) Era la senda de los españoles dignos que preferían los sinsabores del exilio a la vergüenza del fascismo (...) la ausencia de familiares, el peligro a las represalias y el deseo personal de no querer convivir con los que fueron causa directa de la muerte de los seres queridos, así como la enorme diferencia ideológica que nos separará siempre (Mistral 1940, pp. 44, 84, 86 y 99).

La narración en Éxodo del embarco en el Ipanema es interesante porque evidencia las tensiones que en efecto generaron las políticas de emigración de las autoridades republicanas. Silvia Mistral, mientras reside en Les Mages, publica un anuncio de búsqueda de su compañero Ricardo Mestre en La depéché de Toulouse110. Es a través de este medio, que contaba con una sección destinada a la localización de refugiadas/os, como ambos pueden ponerse en contacto –Mestre permaneció seis meses en Argelès (Mestre 1988, p. 401)– para intentar reunirse en Burdeos y embarcar hacia México. Sobre los criterios de selección, cuenta Mistral: Se da excesiva preferencia a los que se hallan fuera de los campos de concentración y, en fin, las arbitrariedades son incontables (...) Por la tarde se sabe que han sido entregados pasaportes a un millar de españoles –994 para ser exactos– siendo rechazados doscientos, pertenecientes, en su mayoría, al campesinado. Esto es bien lamentable: son los más leales, más sanos y trabajadores de todo el antifascismo español. Eso sí: no son comunistas (1940, pp. 153-154). 110 En otro testimonio podemos leer: «Mi marido y yo nos pusimos en contacto a través de un amigo de Joaquín, que publicó en un periódico republicano el lugar en donde me encontraba. Afortunadamente Joaquín lo leyó y gracias a eso me pudo localizar» (Castillo 1993, p. 273).

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Como ya indiqué en «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México», México estableció una serie de requisitos que, sin embargo, no fueron observados escrupulosamente. Esto se debió a que en último término los criterios de selección de las/os emigradas/os políticas/os fueron decididos por las distintas organizaciones del gobierno republicano. Esta circunstancia favoreció a quienes habían desempeñado cargos de cierta importancia institucional, política y sindical. Además, los dos principales organismos de ayuda, el SERE, liderado por Juan Negrín y el JARE por Indalecio Prieto, tendieron a reflejar en sus líneas de actuación sus preferencias políticas (Pla 2007a, pp. 66-68)111. Así las cosas, las/os anarquistas son el grupo menos representado en el exilio mexicano112. En la entrevista de 1988, Silvia Mistral explica el logro de dos pasajes en el Ipanema, para ella misma y para su compañero Ricardo Mestre, por varias razones. En primer lugar la asistencia de una amiga, esposa 111 «Todos deseábamos irnos a América, pero los barcos con refugiados salían con poca frecuencia y era muy difícil conseguir pasajes» (Bravo 1993, p. 29). 112 Dolores Pla explica que no es mucho lo que sabemos sobre la composición política del exilio republicano en México. Sí existe una investigación sobre los pasajeros del barco Sinaia que muestra cómo el grupo menos representado fue el anarquista (Pla 2007a, pp. 67-68). También explica Juan Alfonseca: «Algunos de los pocos libertarios que salieron hacia América llegaron a Santo Domingo, como fueron Fidel Miró y Serafín Aliaga, de las Juventudes Libertarias, y Eusebio Carbó Carbó, ex presidente de la Asociación Internacional de Trabajadores» (2007, p. 191). Fidel Miró se establecería en México en 1944, trabajando en un principio en la Unión Distribuidora de Ediciones de Ricardo Mestre, a quien conocía de las Juventudes Libertarias. En 1954, Miró funda Editores Mexicanos Unidos; empresa en activo hasta hoy bajo la actual dirección de su hija Sonia Miró (Férriz 1998, pp. 105-106).

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de un miembro del Partido Comunista y secretaria de Fernando Gamboa, a su vez secretario del embajador mexicano Narciso Bassols y encargado de efectuar las entrevistas para conceder permisos de viaje en los barcos (Mistral 1988, pp. 270-272). Por otro lado, Mistral parece que destacó en la entrevista con Gamboa su colaboración en la publicación comunista Film Popular (ibíd., p. 273). La situación de Mestre parece haber sido un tanto más delicada porque su militancia libertaria había sido mucho más notoria que la de Silvia, quizás precisamente la relativa significación sindical de Mestre –entre otros cargos al final de la Guerra Civil, Mestre fue miembro del Comité de Defensa de la CNT (Mestre 1988, p. 394; Mistral 1988, p. 233)– acabó jugando a su favor: Y, y vinimos a México porque cada, eh, eh, para la norma del viaje, cada partido o cada sindicato tenía que tener un representante ¿no?, los republicanos tenían el suyo, los socialistas también, todos tenían un representante. Y resultó que los anarquistas, mejor dicho, los anarquistas no, los de la CNT escogieron a Ricardo como representante en el barco. Y entonces a Gamboa no le quedó más remedio que aceptarlo (Mistral 1988, p. 278).

La última parte de Éxodo relata el viaje en el Ipanema del 12 de junio al 8 de julio de 1939, fecha esta última en la que llegan al puerto de Veracruz. Esta narración final contiene detalles sobre la vida diaria a bordo y constantes críticas a la actuación de las autoridades francesas que contrastan con la gratitud a la política de acogida del presidente mexicano Lázaro Cárdenas: «Cuando el Ipanema se aleja del espigón, unos y otros lanzan tres gritos: ¡Viva México! ¡Viva 123

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Cárdenas! ¡Viva la República! Nadie dio un hurra a Francia» (Mistral 1940, p. 162). Los reproches al gobierno de Francia, que abarcan desde la política de no intervención durante la Guerra Civil hasta las penosas y duras condiciones en que abren sus fronteras el 28 de enero de 1939, son desde luego una constante en muchos testimonios del exilio. Ahora bien, en lo que respecta a la sociedad francesa, las memorias son alternas. Hay desde luego y por muy buenas razones, como ya vimos en Éxodo de Mistral, quienes recuerdan la hostilidad de muchas/os francesas/es. Así, Amparo Segarra cuenta lo siguiente, a propósito de su estancia en Vernet les Bains, donde el SERE tenía alquilados tres hoteles llenos de refugiados, en su mayoría mutilados de guerra y refugiadas: Las francesas, que se encontraban lavando, no cesaban de hablar haciendo siempre comentarios ofensivos y humillantes a costa nuestra. Uno de los comentarios más frecuentes era que les estábamos quitando su pan. Siempre nos designaban con la palabra cochons (...) También en sus tiendas, cuando íbamos a comprar, notábamos la misma agresividad (1993, p. 337).

Pero existen también menciones a la solidaridad y la cooperación, encontradas en la sociedad francesa. Leonor Sarmiento, quien como ya he indicado fue presidenta durante muchos años del Ateneo Español en México, a donde llegaría en 1952 después de vivir trece años en Francia, recuerda sobre su paso por Saint Verain-sous-Souvigny: En ese pueblo sus habitantes, gente sencilla, obreros la mayor parte y socialistas, nos trataron como hermanos en desgracia. En el ayuntamiento nos daban, cada semana, unos francos por familia para poder comer; y la gente del pueblo a diario nos 124

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llevaba cosas: quién unas docenas de huevos, quién un pollo, una col. Hoy, después de cincuenta años, se me saltan las lágrimas al recordar aquellas muestras de solidaridad (...) Siempre hay gran diferencia entre los gobiernos y los pueblos; éstos nos veían con simpatía, aquéllos con recelo. Seguramente se daban cuenta de que si el gobierno de León Blum no hubiese traicionado a la República Española y se hubiera aplastado al fascismo en España, en ese caso no estaría Francia bajo la amenaza nazi-fascista y nosotros estaríamos en una España con paz (ibíd., pp. 153 y 157).

Para el caso de México, los recuerdos de la gran mayoría de las narrativas personales en el exilio son de muchísima gratitud hacia ese país y el presidente Cárdenas: Para un antiguo exiliado español, como yo, hay dos palabras que no pueden pronunciarse sin que se evoquen mutuamente: Cárdenas y exilio (...) Los exiliados de ayer (...) tienen siempre abiertas las espitas de su gratitud a quien les dio la posibilidad de vivir y trabajar aquí en condiciones de libertad que, en su patria de origen se les negaba (Sánchez Vázquez 1997, p. 86).

No hace falta insistir sobre la afortunada coincidencia entre una particular coyuntura doméstica que alentó una política migratoria favorable a las/os españolas/es y la genuina empatía ideológica del gobierno cardenista. De acuerdo con el testimonio de Tere Medina-Navascués, en la muerte de Lázaro Cardenas en octubre de 1970, la multitud que se reunió en la Plaza de la República de la Ciudad de México, para honrar al que quizás haya sido el presidente posrevolucionario más respetado del país, contenía a un nutrido grupo de refugiadas/os españolas/es: 125

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Ha muerto. Ha muerto el que nos ayudó, entre tanto país enemigo, a sostenernos durante la guerra con sus envíos de armas y alimentos. El que nos ofreció su protección y nos abrió su país cuando la miedosa Francia nos aplastaba en el hambre y la ignominia, para tratar de amistarse con sus enemigos. El que, para que nunca más nos sintiéramos míseros errantes sin patria, formuló decretos que permitieron nacionalizarse a los recién llegados. El que logró que un México en alto grado enemigo de aquella afluencia de extranjeros, les aceptara y les permitiera desempeñarse en las cátedras de las universidades, en las casas de estudio, en los laboratorios de investigación, en los colegios, lugares de enseñanza en los que, con tanta frecuencia, lograron destacar agradecidos tantísimos de los asilados políticos (2007, p. 52).

Tampoco podemos olvidar, como también he mencionado en páginas anteriores y queda claro en la cita anterior, la animadversión de los sectores sociales más reaccionarios de México. Carmen Romero rememora sobre su llegada a bordo del Nyassa, en septiembre de 1942, al puerto de Veracruz: Al leer El Dictamen de Veracruz, que se autonombraba el decano de la prensa, primer diario mexicano que llegaba a nuestras manos, quedamos asombrados por su acogida tan poco cordial. El constatar por ese medio la forma en que se expresaban de nosotros, fue muy doloroso. Después, reflexionando, supusimos sería propaganda pagada por gente de cierto sector reaccionario e ignorante de nuestra historia (1993, p. 137).

Regresemos a la expresión de las críticas al gobierno francés en Éxodo. El 25 de junio de 1939 el Ipanema llega a la 126

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capital de Martinica, Fort-de-France, uno de los departamentos franceses de ultramar. El barco permanece varado en este puerto durante cinco días. Silvia Mistral narra un episodio en el que un gendarme insulta a una vendedora ambulante martiniquense. Un refugiado defiende a esta mujer contra el abuso de la autoridad. Mistral apunta: Y ante los ojos asombrados del gendarme, que no comprende esta reacción, y de las negras que se fueron agrupando en derredor, esta especie de Quijote, encarnado en un refugiado español, paga a la semiesclava del imperialismo galo, todo el precio de la mercancía (1940, p. 179).

José Colmeiro ha leído esta escena en los siguientes términos: «En su encuentro con el otro, a su vez sujeto a una posición de subalternidad semejante a la suya propia, los exiliados ven más allá de las diferencias que les separan» (2009b, p. 272). Creo sin embargo que la posición discursiva de Mistral es más compleja de lo que parece a simple vista. Por un lado, en efecto, la identificación con esta mujer ultrajada por una autoridad colonial se produce a través de la asimilación de experiencias: «Por su mente pasaron todas las vejaciones sufridas por sus compatriotas en los campos de concentración» (1940, p. 179). Por el otro, el recurso a una mitología españolista no deja de ser sintomático de una autopercepción en la comunidad exiliada en México –que tendría una determinada formulación intelectual (Caudet 1992, pp. 209 y 228; Blanco Aguinaga 1998; Faber 2002; López 2002, pp. 129,134)– por la cual la identidad española perdedora en la guerra se establecía como autoridad moral. En un extraordinario artículo sobre la relación entre exilio y filosofía, creo que Adolfo Sánchez Vázquez expresa 127

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inmejorablemente el cariz de este discurso del españolismo liberal que, a pesar de las buenas intenciones, no deja de reproducir la idea de la misión del viejo continente en el nuevo: Para los exiliados había otra España (no es casual que en México publicaran la revista titulada Las Españas), que, con un sentido espiritual, quijotesco, humanista, se distancia de la Modernidad europea y proyecta sus ideales y valores en América. Y esa España que personifican Vives, Las Casas, Vasco de Quiroga, Cossío o Machado, es la que se opone en la propia América a los desafueros del Imperio, al avasallamiento y destrucción de los indios. Llegan pues los filósofos exiliados –como Gaos, Xirau y Gallegos Rocafull–, con la idea de una España quijotesca, que proyecta en América sus valores espirituales, contraponiéndose así a la España “eterna”, inquisitorial, que trata de asimilar imperialmente, con el dogma y la espada, al Nuevo Mundo (1997, p. 98).

La revista Hoy y la editorial Minerva Éxodo conoce una primera publicación en seis entregas –la primera del 28 de octubre de 1939 y la última del 16 de diciembre del mismo año– en la revista mexicana Hoy. Silvia Mistral recuerda así el origen de esta oportunidad: Y también al Tupinamba venía Manuel González Calzada [estudiante de leyes tabasqueño que se hospedaba, como Mistral y Mestre, en Casa Arsenia], y no sé cómo fue una vez que le dije que yo traía un relato de viaje. Ese relato también se lo había dado yo a Rueda Ortiz, que lo publicó en esa revista pequeñita

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que él hizo113 ¿no?, o sea que éste fue el primer reportaje que se escribió del Ipanema... A mí me favoreció haber traído escrito todo eso (...) Y, y entonces los escuchó González Calzada y dice: “Pues, si quieres, ese texto... yo te puedo acompañar con un paisano mío, tabasqueño...” que era Regino Hernández Llergo, periodista de mucha fama en México, que era el director entonces de la revista Hoy, de mucha, eh, de mucha difusión (...) Y entonces, con Manuel González Calzada, todavía estando en Casa Arsenia, me llevó a ver a Regino Hernández Llergo (1988, pp. 382-384).

En primer lugar hay que señalar la importancia de los espacios de socialización y las redes que formaban, para entender algunas de las formas de integración privadas y públicas que afectaron a las/os refugiadas/os recién llegadas/os. Mistral menciona dos espacios relevantes para explicar su colaboración en Hoy. Primero el ámbito de los cafés: el célebre Tupinamba y muchos otros frecuentados por las/os exiliadas/os españolas/es como La Parroquia, el París, el Café La Habana, etc. Segundo los espacios de alojamiento que, sobre todo en los primeros años del exilio, tendieron a reunir en un mismo entorno a varias familias republicanas114. Tal fue el caso de la mencionada Casa Arsenia, una 113 Desconozco esa versión de Éxodo, anterior a la publicación en Hoy, a la que se refiere Silvia Mistral en la entrevista con Enriqueta Tuñón de 1988. Lo único que sabemos es que Juan Rueda Ortiz era también un exiliado republicano que probablemente llegó a México en el Sinaia, asistió a Silvia Mistral y Ricardo Mestre a su llegada a Veracruz. La revista referida, que Mistral califica de boletín, podría haberse llamado Iberia o Comunidad Ibérica (1988, p. 368). 114 «Si un refugiado encontraba un departamento, a los pocos días el resto de los departamentos vacíos ya estaban ocupados por exiliados; así poco a poco fueron aglutinándose en los mismos edificios. Y el primer lugar de

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casa de huéspedes a donde el SERE dirigía a las/os exiliadas/os; o determinados edificios de la Ciudad de México, como el Ermita en el barrio de Tacubaya, el Río de Janeiro en la colonia Roma o el inmueble al que hace referencia la escritora exiliada de tercera generación Ana García Bergua, hija del historiador de cine Emilio García Riera: Mi familia vivía en un edificio de la colonia Condesa, que pertenecía a un español llamado don Aconcio, famoso entre los inquilinos por su vida frugal en exceso. En aquel edificio de tres pisos convivían los refugiados españoles con familias de clase media mexicana, de las de periquitos australianos y macetas de mosaicos. Este edificio, situado en el límite de la colonia Condesa con la Escandón, más popular, sigue colindando en la geografía de mi memoria con el mundo de los refugiados, sus colegios, su mercado de San Juan y sus cafés (2007, 62).

El segundo aspecto interesante en el origen del proyecto de publicación en la revista Hoy tiene que ver con las circunstancias de redacción del diario de Mistral. No cabe duda de que el texto experimentó al menos cuatro versiones: la inicial y contemporánea a los hechos narrados, concebida como unas notas rápidas que sirviesen «como testimonio de lo que estaba pasando» (Mistral 1988, p. 256); la perdida y supuestamente publicada en el boletín de Juan Rueda Ortiz; la serializada en 1939 en la revista mexicana Hoy y la editada por Minerva en 1940115. José Colmeiro ha realizado encuentro o reencuentro para las mujeres fueron las escaleras y los patios de los edificios» (Ruiz-Funes y Capella 2002, p. 223). 115 Silvia Mistral menciona una edición de Éxodo en Australia, de la que ella no fue responsable (1988, pp. 412-413). José Colmeiro proporciona varios datos interesantes sobre esta edición (2009a, pp. 10-11).

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una exhaustiva comparación entre las versiones de 1939 y 1940, que demuestra un esfuerzo de reescritura considerable (2009a, pp. 23-25, 33 y 43-45; 2009b, pp. 255, 258 y 260-261). Es decir, y como veremos inmediatamente para la versión serializada en Hoy, las condiciones de circulación y recepción –¿qué públicos se buscan? ¿con qué objetivo?– determinan las condiciones de redacción (y no viceversa). Sin embargo en todos los contextos de redacción/publicación/recepción era importante presentar el texto de Silvia Mistral como un testimonio “en tiempo real” de los primeros tiempos del exilio: Entonces yo seguía haciendo mi Diario de una refugiada española pues en las rodillas, en una piedra, una mesita, en una silla, en donde se podía. Y, ah, yo no lo hacía pensando en que se iba a publicar ni nada (Mistral 1988, p. 256).

Hoy era un semanario de actualidad, creado en febrero de 1937, con secciones dedicadas a la capital mexicana, a la política doméstica e internacional, al mundo del cine, el teatro y la literatura, a los deportes, a la crónica social y a temas “femeninos” (moda, belleza, consultorios astrológicos y espirituales)116. Hoy es una publicación interesante para rastrear cómo el discurso público articulaba un imaginario posrevolucionario moderno en el que convivían la publicidad consumista –radio New Yorker, lámparas Estudialuz, estufas AGA, automóviles Mercury 8, cámaras 116 La exiliada comunista Margarita Nelken, diputada en las Cortes durante la II República, colaboró en la sección «Estereoscopio internacional», entre 1940 y 1941 (Domínquez Prats 2009, p. 201). El escritor Benjamín Jarnés, exiliado a México en 1939, colabora con asiduidad en la sección «Libros y autores».

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Kodak– con las noticias relativas a los grandes proyectos de modernización del país: carreteras y otras infraestructuras, urbanización, industrialización, etc. El también exiliado republicano Eduardo de Ontañón publica un reportaje con fotos de Casasola, titulado «El esqueleto moderno», en el que repasa distintas edificaciones en curso en la Ciudad de México a las que en su conjunto se refiere como «este grandioso poema del rascacielos en construcción». A partir de la invasión de Polonia en septiembre de 1939 se publicará una sección especial sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, titulado «El lío del viejo mundo», cuyos textos venían acompañados por numerosas fotografías de la Agencia Internacional. Aunque México tuvo una participación militar limitada al envío de una unidad aérea –el escuadrón 201– al frente en el Pacífico, en 1945, lo cierto es que no pudo permanecer ajeno a un conflicto bélico de escala internacional. La opinión pública y las fuerzas políticas mexicanas se dividían entre partidarios de los Aliados y de las potencias del Eje, pero tanto los gobiernos de Lázaro Cárdenas como de Ávila Camacho se habían definido claramente con políticas que favorecían el asilo en México de quienes huían de los fascismos europeos como aliadófilos. Además, México fue el principal proveedor de mano de obra y recursos, especialmente petróleo, de los EEUU. Este apoyo estratégico al gobierno de Roosevelt fue contestado por Alemania con el hundimiento de varios barcos mexicanos en 1942, ya que la Guerra Civil Española se había interpretado como la antesala de lo que inevitablemente sería la Segunda Guerra Mundial –creo que es precisamente este enfrentamiento entre antifascismo y fascismo uno de los marcos de sentido en el que hay que insertar el interés de Hoy por la serialización de la historia de una refugiada española. 132

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Pienso que hay que considerar, además del marco de sentido señalado, otro adicional. Un examen de esta revista semanal demuestra que la línea editorial había identificado el potencial de los relatos dramáticos (diversos tipos de tragedias que iban desde lo político a lo más sensacionalista) en primera persona. Un testimonio de la huida de España a través de Francia y hasta la llegada a México, además protagonizado por una mujer, proporcionaba al público dosis de aventura y melodrama de gran efectividad. No en vano la primera entrega de Éxodo estaba encabezada por un epígrafe atribuido a Dostoievsky –y por cierto no incluido en la versión en libro que publicó Minerva, lo que nos lleva a pensar en la intervención editorial de Hoy– que decía: «No hay nada más fantástico que la realidad» (Mistral 1939, 140, p. 54)117. La emoción que se busca en las/os lectoras/es desde luego aparece reforzada por los eficaces dibujos del también exiliado sevillano Francisco Carmona, a quien Silvia conoce ya de la tertulia del Turia en Barcelona (Mistral 1988, p. 231): Y en esa época me había hecho unos dibujos un dibujante que ya había llegado a México, que ya lo nombré anteriormente, eh, en la etapa de la guerra, que era Francisco Carmona (...) Me hizo, pues, unos dibujos y los publicaron en Hoy, esos dibujos, y fue el primer dinero que entró, diríamos en el matrimonio (...) Mi marido estaba un poquito acomplejado, no porque tenga ningún prejuicio en ese sentido, pero él hubiera querido ser el primero en conseguir, eh, trabajo (Mistral 1988, p. 385).

117 Para una interpretación alternativa a la mía, véase Colmeiro 2009a, p. 45.

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Como apunta Pilar Domínguez Prats en los primeros momentos del exilio en México el trabajo de las mujeres –especialmente la costura y otras tareas consideradas tradicionalmente “femeninas”– fue esencial para la supervivencia de las unidades familiares (ibíd., p. 385)118. El comentario de Silvia Mistral incide sobre el impacto de esta situación en la subjetividad de género sobre todo cuando, creo que excepcionalmente, esos primeros ingresos provienen de una tarea intelectual que contraviene el sistema convencional de la división sexual del trabajo. Volvamos a la relación entre texto e imagen en la versión por entregas de Éxodo. De las seis entregas todas, excepto la última de 16 de diciembre de 1939, incluyen una o dos ilustraciones de gran tamaño con un extracto del texto de Mistral a pie de imagen. Todos los dibujos de Carmona enfatizan las convenciones melodramáticas de la literatura seriada con su recurso a escenas atravesadas por una sensibilidad efectista que reproduce varios estereotipos clave de la ideología de género hegemónica en un contexto bélico: relaciones familiares que conmuevan al/la lector/a (particularmente las que involucran madres e hijas/os de corta edad) y relaciones entre exiliadas y ciudadanas/os francesas/es que desplazan la desigualdad entre unas y otras/os al ámbito de la sexualidad. De un total de ocho dibujos tres pertenecerían al primer grupo y cuatro al segundo. En este último conjunto hay que incluir una imagen que representa precisamente un aspecto que ya he mencionado: cómo la hostilidad hacia Silvia y sus dos compañeras en el refugio de Les Mages es doble, por razones políticas y de género, y se expresa casi siempre en términos sexualizados. La imagen sitúa en su centro La Maison du Peuple –el lugar del pueblo donde se alojan las 118 Véase también Ruiz-Funes y Capella 2002, p. 223.

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refugiadas– en la parte superior se encuentra un grupo de mujeres murmurando maliciosamente y en la parte inferior a las tres muchachas españolas arrastrando leña. La leyenda incide sobre cómo la diferencia sexual estructura abusivamente la percepción de y la relación con las refugiadas: Cuando regresamos de la montaña, a donde vamos a buscar leña, un corro de futuros soldados de Francia nos han cantado un cuplé de Marsella. Ellos han seguido con su musiquilla patriotera y nosotras arrastramos la leña como si fuésemos caballos. Las viejas, entre dientes, murmuran... (Mistral 1939, 145, p. 76).

Ahora, dos aspectos no deben pasarnos desapercibidos: uno, que los códigos textuales e icónicos operan de manera independiente aunque complementaria. La información proporcionada por cada uno de estos signos –y el visual tiene una capacidad de persuasión cognitiva superior al escrito, al menos para el horizonte de expectativas de una revista como Hoy– puede ser reiterativa o aditiva. En el segundo caso se trataría de que uno de los códigos añada elementos no contenidos en el otro código. Dos, que las ilustraciones reflejan la adecuación, bien impuesta por la dirección de la revista o autorial, a los lineamientos editoriales. Un ejemplo nos ayudará a ilustrar este punto: en la entrega del 18 de noviembre de 1939 encontramos un dibujo que representa una escena en el puerto francés de Port-Vendres; en el fondo el buque Cyclone con su tripulación masculina; en primer plano un médico francés y una mujer subiéndose el vestido para ser vacunada119. La leyenda a pie de imagen reproduce 119 Para una interpretación de la versión escrita de esta escena, véase Naharro-Calderón 1998, p. 318.

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lo siguiente: «Sin delicadeza alguna, a las mujeres nos han vacunado en la vía pública, ante la ansiosa mirada de cincuenta marineros del buque de guerra Cyclone...» (ibíd., 143, p. 48). Los significados que movilizan el texto y la imagen no son idénticos. De hecho, la cita que en el manuscrito de Mistral contiene una crítica a la agresión de la mirada masculina en la versión serializada creo que es reformulada visualmente con fines sensacionalistas, eliminando, de esta manera, la crítica de género en el original. La única imagen que no incluye representaciones de mujeres fue publicada en la entrega del 18 de noviembre de 1939, acompañando al dibujo al que acabo de referirme. La composición gráfica consiste en una fila de refugiados: en la cabecera un soldado con muletas que es asistido por un compañero, flanqueados por un guardia francés y un guardia senegalés. En la parte inferior del dibujo podemos leer: «Pegan a los jóvenes, empujan a los heridos que, debido a su estado, no pueden andar de prisa...» (ibíd., 143, p. 49). El texto de Mistral reproducido como leyenda selecciona un aspecto real del trato en los campos de concentración de la costa de los Pirineos Orientales: la brutalidad hacia los más vulnerables, pero hay que notar que esa frase se inserta en un texto amplio en el que los hombres custodiados por las autoridades francesas no son únicamente mutilados de guerra. Una vez más la selección visual señala la intención deliberada de incidir en los componentes más truculentos. Si la interpelación emotiva –de lástima, de compasión, de horror– funciona es por el acuerdo social, a propósito de una noción dominante de masculinidad como una forma de identidad autosuficiente y “saludable” tanto psíquica como físicamente. De hecho, la lectura moral del cuerpo

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masculino en el primer exilio es, como acabo de indicar, compartida mayoritariamente como una interpretación “natural” del significado de la derrota (Naharro 1998, pp. 314-315). Esta interpretación dominante ha de entenderse como el efecto de una semiótica del género en la cual «la constitución de la masculinidad a través del desempeño corporal determina que el género sea vulnerable cuando el desempeño no puede sostenerse» (Connell 2003, p. 86). Como resultado de la pérdida de la guerra y de las dificultades iniciales del exilio a Francia, el cuerpo masculino se lee como sintomático de ese fracaso político120. La anarquista Ana Delso describe así sus impresiones al visitar en el verano de 1940 a su compañero Dioni en el campo de concentración de Agde: Vimos aparecer a mi Dioni vestido con un traje completo pero pasado de moda que le habían dado. Parecía un viejo campesino endomingado. Al verle así, no sabía si reir o llorar, él que parecía tan apuesto en ropa de combatiente, con la camisa arremangada y las alpargatas blancas, cuando era comisario comandante de artillería de la defensa de las costas españolas (1998, pp. 85-86). 120 Un ejemplo en la narrativa de ficción de esta inscripción de lo político en el cuerpo masculino de acuerdo con la lógica dominante de género: «La humillación de haberla perdido y no ser deseado por ella: el hilo tan precario del que pendía la ficción de su masculinidad, minada además por el miedo y el sufrimiento de la guerra. Es también la guerra lo que ve en su mirada, piensa, en su falta de empuje y de lustre, la otra humillación añadida, la pérdida de la coquetería, tan chocante como el debilitamiento de los hombros y los brazos, el principio de flojera de la piel bajo la barbilla» (Muñoz Molina 2009, p. 891). El personaje masculino en esta escena, y protagonista de la novela, es un republicano exiliado en los Estados Unidos.

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En 1940 la editorial creada en México por Ricardo Mestre, compañero de Silvia Mistral, publica Éxodo. Diario de una refugiada española. Esta versión de 1940 contiene varias modificaciones, como ha analizado en profundidad José Colmeiro, respecto a la serializada de 1939. Dos entre las más notables en la edición de Minerva: la ausencia de ilustraciones (salvo el dibujo de la portada que, como las imágenes en Hoy, también es de Francisco Carmona) y una carta-prólogo de León Felipe121. Ésta segunda sirve como un elemento paratextual para validar el diario de Silvia Mistral ante el público lector a través de la autoridad de quien probablemente haya sido uno de los poetas más significados del exilio republicano122. Según José Colmeiro esta validación también se lograría, ahora indirectamente, al replicar en el título de la obra aquél que dio nombre a uno de los poemarios más célebres de León Felipe, publicado en México en 1939: Español del éxodo y el llanto (2009b, p. 261). Como bien señala José María Naharro-Calderón, los testimonios publicados buscan, entre otros objetivos, agitar las conciencias de sus lectoras/es a través de la denuncia política (1998, p. 310). Por eso señala León Felipe en su prólogo: Esta literatura de la última parte de nuestra guerra y de la primera de nuestro éxodo nos mete miedo a todos, a mí también; y tengo que entrar en ella venciendo repugnancias y escalofríos como si hubiere de arrojarme a un río congelado. Sin 121 La reciente edición de Éxodo (2009), a cargo de José Colmeiro, incluye todas las ilustraciones que se publicaron en la revista Hoy. 122 Silvia Mistral conoce a León Felipe en el Café de París en la Ciudad de México (Mistral 1988, pp. 388-389). Ricardo Mestre dice que él conocía ya a León Felipe de Barcelona, «y por esto él en el 40 ya hizo el prólogo de Éxodo, el libro de Silvia» (Mestre 1988, p. 570).

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embargo hay que escribir esta historia y hay que leerla con valor y con frecuencia para que estén ahí siempre, ante nuestros ojos, nuestras miserias y nuestros pecados. Tenemos tan mala memoria los españoles que nos olvidamos en seguida de todo (citado en Mistral 1940, p. 9).

El segundo aspecto que quisiera señalar del prólogo de León Felipe tiene que ver con la relación entre escritura y género: «Las mujeres saben ustedes contar bien y con sencillez. Usted tiene una voz inocente y maternal para contar cuentos» (ibíd., p. 10). La condescendencia paternalista hacia la autora es obvia (Colmeiro 2009a, p. 27). Lo que me importa subrayar aquí es cómo el discurso literario reproduce el discurso biosocial de la diferencia sexual. Como ya indiqué en «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México», ese discurso científico vendría a ser la justificación moderna de la desigual distribución de poder entre mujeres y hombres al apelar a divergencias “naturales” en la evolución de ambos sexos. Entre éstas la maternidad sería la característica “esencial” de las mujeres con una proyección emocional y social –de género– que nos volvería naturalmente, en palabras de León Felipe, más sencillas e inocentes. Veremos en la última sección de este capítulo cómo la mayoría de las reseñas del libro de Mistral insisten en una caracterización similar de la escritura femenina. Quiero cerrar este apartado con algunas observaciones a propósito de la labor editorial y cultural de Ricardo Mestre, el compañero de Silvia Mistral. Editorial Minerva fue creada en 1940 por Miguel Ángel Marín, Ricardo Mestre y Ramón Pla Armengol. La vida de esta empresa editorial, una de las primeras fundadas en México por exiliados, fue de 6 años (Férriz 1998, p. 86). El nombre se debe, según 139

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Ricardo Mestre, al que tenía un kiosko de prensa que él mismo con su hermano administró en los años anteriores a la Guerra Civil en el pueblo catalán de Vilanova i la Geltrú (Mestre 1988, p. 146 y 428)123. Ya he indicado que el primer título que Minerva saca a la luz es Éxodo de Silvia Mistral, le seguirían muchos otros de exiliados republicanos como Poesías de la guerra española, de Pedro Garfias (1941), con prólogo de Juan Rejano, o Viaje y aventura de los escritores de España (1942). Mestre también editaría la primera edición de El tesoro de Sierra Madre (1946), de Bruno Traven, títulos del teórico anarquista Rudolf Rocker, e impulsa también en México la revista Estudios Sociales (Gimeno 2005, p. 448). Esta publicación aglutinó a varios exiliados anarquistas: desde su director José Viadiu, uno de los nombres importantes de la célebre Solidaridad Obrera, y esposo de la militante del grupo libertario Mujeres Libres Libertad Ródenas, hasta José Peirats y Ángel Samblancat. En el número 1 de Estudios Sociales, aparecido en enero de 1945, podemos leer la siguiente declaración: «¿Que cómo seguir? Desde luego, no es el de ese socialismo claudicante y colaboracionista (...) En consecuencia, Estudios Sociales tratará de no apartarse (...) de un movimiento socialista libertario» (AA VV 1945). A finales de los años setenta Mestre crea la Biblioteca Social Reconstruir, abierta al público en 1994, con dos secciones: la anarquista (formada por donaciones de exiliados de la CNT-FAI, como el propio Mestre, Marcos Alcón, Cano Ruiz y Eliseo Rojas) y la general (Salaberría 1999, p. 18). A la muerte de Mestre, en 1996, la biblioteca ha quedado al cuidado de algunos de los jóvenes del colectivo punk que en 123 Teresa Férriz Roure sugiere que el nombre podría estar también relacionado con la Colección Popular Minerva, editada por la Mancomunitat de Catalunya entre 1917 y 1923 (1998, p. 86).

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los años ochenta frecuentaban el Centro Republicano Español. Si menciono este punto es para señalar dos cuestiones: en primer lugar insistir una vez más sobre la relevancia de determinados espacios de socialización –los cafés y ciertos edificios multifamiliares ya mencionados– como los centros republicanos: el mencionado Centro Republicano Español, creado en marzo de 1939 y que reunió a todos los grupos políticos del exilio con excepción de las/os comunistas (Alted 2005, p. 241), o el Ateneo Español de México. En segundo lugar, el interés del movimiento punk por la comunidad exiliada anarquista, manifiesta la existencia de lo que Greil Marcus ha llamado «una historia secreta del siglo xx» (1997). Las conexiones entre dos colectivos como los indicados, unidos por una misma tradición antisistema, revelan cómo las investigaciones centradas en la memoria deben a veces pensarse creativamente fuera de instituciones sociales obvias (la familia, el partido político, la nación, etc) para identificar alianzas sociales e imaginativas insospechadas pero que están dotadas de un gran significado para los individuos involucrados124. Examen de algunas reseñas de prensa La recepción en los medios de un texto literario nos sirve para entender uno de los marcos de sentido que forman 124 En noviembre de 2008 visité la Biblioteca Social Reconstruir, situada en la calle Dolores, muy cerca de los cafés de chinos de la Ciudad de México. En ese momento el espacio estaba a cargo de Héctor Hernández “Toby”, que me contó infinidad de anécdotas sobre su larga amistad con Mestre. El vínculo con el colectivo punk de la ciudad fue tan estrecho que a la muerte de Mestre sus jóvenes amigos/as anarcopunks le organizaron un homenaje en el Multiforo Alicia, un conocido espacio alternativo del DF en la colonia Roma.

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los significados de ese texto. La estructura mediática sería por lo tanto uno de los filtros de sentido –desde luego no el único y con una importancia variable según los contextos– concurrentes en una comunidad interpretativa (Fish 1976, pp. 483-484). Las reseñas de las que fue objeto Éxodo. Diario de una refugiada española arrojan luz sobre varios aspectos, uno de ellos, que se deriva automáticamente de las recensiones a las que tuve acceso, tiene que ver con la escasa atención que el libro recibió en México en contraste con lo que sucedió fuera del país125. Encontraremos la situación opuesta –mayor interés nacional que internacional– en la recepción de Una mexicana en la guerra de España, de Carlota O’Neill, veinticuatro años después. Se puede conjeturar que este desequilibrio inverso, apenas separado por dos décadas, tiene que ver con el distinto valor político que el exilio republicano fue cobrando tanto para la sociedad mexicana como para la comunidad exiliada en otros países desde 1940 hasta mediados de los sesenta. Como ha demostrado Tomás Pérez Viejo: la opinión pública mexicana, en sus vertientes conservadora y populista, evolucionó desde una marcada hostilidad hacia la acogida de exiliadas/os republicanas/os, alentada por el gobierno de Cárdenas a finales de los años treinta hacia una dulcificación de sus posiciones con el transcurrir del tiempo (2001, p. 89). Este cambio posiblemente tuvo que ver con la exitosa inserción de la comunidad refugiada española en México: En líneas generales se podría afirmar que, al margen de posicionamientos ideológicos, la llegada de un importante número de inmigrantes, blancos, españoles, con una alta 125 Para la elaboración de esta sección resultó imprescindible la generosa ayuda de Silvia Mestre, hija de Silvia Mistral y Ricardo Mestre.

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capacitación técnica y profesional y que llegaban formando parte de grupos familiares, fue vista, desde la perspectiva de la política migratoria, como una especie de regalo del cielo. Finalmente, los sucesivos fracasos de la política inmigratoria mexicana, que había sido incapaz de colonizar el país, parecían poder resolverse gracias al oportuno conflicto español. El viejo anhelo de una política de colonización, al estilo de la que habían llevado a cabo, con espléndidos resultados, los Estados Unidos de América, el poderoso vecino del norte, podía llevarse finalmente a cabo (ibíd., p. 85).

En los primeros años de la década de los cuarenta, la comunidad republicana en el exilio veía el regreso a España, sobre todo con la vista puesta en una posible derrota de las potencias del eje en la guerra recién comenzada en Europa, como una posibilidad real. Después de 1945, y sobre todo a partir de las alianzas geopolíticas que el gobierno estadounidense establece con el franquismo en el contexto de la Guerra Fría, la vuelta a una España democrática deja de ser una realidad. Esta decepción política impactaría en las redes de comunicación y activismo del exilio que vieron debilitarse, con el paso de los años, su inicial intensidad de acción. Pero en 1940, e insisto, en contraste con lo sucedido en los sesenta como veremos en «Una mexicana en la Guerra de España (1964) de Carlota O’Neill», el diario de Mistral tuvo, hasta donde he podido saber, una sola reseña en la prensa mexicana y hasta seis en la internacional. Veamos con más detalle el contenido e intenciones de éstas126. 126 La dimensión privada de la recepción es sumamente interesante pero, por razones obvias, de difícil investigación. Silvia Mestre me facilitó la carta de un residente en Chile, fechada en Valparaíso el 5 de junio de 1940, y dirigida a Silvia Mistral. En esta carta el lector agradece a la autora

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La única reseña en la prensa mexicana aparece firmada por el conocido periodista e intelectual Emilio Abreu Gómez en las páginas de Revista de Revistas, el suplemento dominical del conservador Excelsior. Este diario, junto con El Universal o La Prensa, fue uno de los medios escritos mexicanos más hostiles a la llegada de «las/os rojas/os españolas/es»127�. La nota es breve e incide sobre tres puntos: primero, el prólogo de León Felipe como «garantía de que se trata de un libro justo» (Abreu 1940, s/p). Segundo, la crítica de Mistral, que ya he examinado en páginas anteriores, a la actuación del Partido Comunista durante la Guerra Civil: El libro implica una denuncia: la denuncia de los que se emboscaron tras la tapia de los partidos para mentir a un pueblo que sabía morir por un ideal. Silvia Mistral denuncia y señala a los culpables. Y los culpables están ahí, cínicos, frente a ella, riéndose (ídem). su testimonio: «Ya la pluma de Solano Palacio, a quien debes conocer, nos había hablado de esa tremenda tragedia que fue el EXODO pero ello solamente era la parte masculina de tanta amargura; faltaba la que vosotras habéis vivido en esos días negros de tanta tristeza y que seguramente no tocáis en toda su cruda realidad (...) pero es un pueblo que no huye vencido, sino que huye horrorizado de tanta infamia. Sin embargo, pese a su dolor, van alentados por la secreta voz de la esperanza que les dice que se han de redimir con el único precio que pueden pagar: con la sangre de los vándalos que hoy vejan, afligen y tiranizan la madre patria. Oh Silvia! Tu libro obra sobre el espíritu como el latigazo sobre la bestia, por eso te lo agradezco, y conmigo, todos los antifascistas» (carta inédita). La correspondencia personal, como el caso de la prensa internacional que veremos, nos habla de las redes de comunicación que existieron entre las distintas comunidades de refugiadas/os republicanas/os. 127 Para un excelente análisis de los debates en la prensa escrita mexicana a favor y en contra de la decisión del gobierno de Cárdenas, de acoger a las/os republicanas/os españolas/es, veáse Pérez Viejo 2001.

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Tercero, la calificación del texto en términos que naturalizan de manera desigual la diferencia sexual: «una conciencia femenina, por lo sensible; viril, por lo recia» (ídem). La prensa conservadora se mostró inicialmente muy crítica con la política de acogida, impulsada por el gobierno de Lázaro Cárdenas por dos razones: una, al mostrar la llegada masiva de refugiadas/os españolas/es como una amenaza para las/os trabajadoras/es mexicanas/os, especialmente en un momento en el que el mercado de trabajo en los EEUU se había reducido, y muchas/os emigrantes habían regresado a su país. Dos, en un clima de polarización entre fuerzas derechistas (no exclusivamente fascistas) y comunistas, el exilio español fue retratado como una invasión bolchevique que venía a unirse a la izquierda radical mexicana, encarnada por el líder sindical Vicente Lombardo Toledano (Pérez Viejo 2001, pp. 35 y 71). En este contexto hay que entender la reseña de Emilio Abreu Gómez no sólo por la alusión a las referencias anticomunistas de Mistral –que ya he explicado como resultado de su vinculación libertaria– sino también por su mención a León Felipe. El poeta español, casado con la mexicana Berta Gamboa, que había vivido ya en México en los años veinte y desde entonces mantenía excelentes relaciones con la élite intelectual del país. En 1938 se establece definitivamente en México, donde residirá hasta su muerte en 1968. Estas circunstancias biográficas, junto con el tono visionario y el hispanismo místico de su poesía, lo convertían en un referente idóneo de una versión despolitizada del exilio que, como indiqué más arriba, acabaría por imponerse en poco tiempo128. 128 Por versión despolitizada del exilio me refiero a la supresión de elementos políticos pragmáticos. Por supuesto que este discurso exiliado “despolitizado”, en autores como León Felipe, Juan Larrea, María

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El 15 de junio de 1940 la revista Nuestra España, editada en La Habana bajo la dirección de Álvaro de Albornoz e impresa en los talleres La Verónica de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, publicaba íntegramente el texto preliminar de León Felipe, precedido de la siguiente nota: «Español amigo: lee esta carta prólogo del poeta León Felipe. Va en el libro Éxodo de Silvia Mistral la joven escritora hispanocubana». Considerada la primera revista fundada en el exilio republicano, Nuestra España sacó entre 1939 y 1941 un total de trece números. Esta publicación tuvo un carácter antifascista liberal y quiso posicionarse al margen de las diferencias partidistas, esto explicaría la ausencia de contribuciones de anarquistas y comunistas en sus casi dos años de existencia (Cuadriello 2006). En el editorial del número 8 de mayo de 1940, se podía leer: «Para nosotros está por encima de todo la unidad espiritual de la emigración republicana española» (ibíd., p. 918). Esta tendencia conciliadora, que a pesar de pretender una despolitización explícita contiene su propia ideología hispanoamericanista129, evita desde luego la mención al enfrentamiento entre anarquistas y comunistas que sí menciona Emilio Abreu Gómez en su reseña en la prensa mexicana. Sólo dos elementos se subrayan para los propósitos de Nuestra España en Cuba: el origen cubano de Mistral y la introducción del poeta León Felipe, como paratexto de autoridad.

Zambrano, Sánchez Barbudo, José Bergamín o Eugenio Imaz, coincide con el pensamiento conservador latinoamericano que desde el siglo xix formuló un hispanoamericanismo espiritualista en oposición al panamericanismo liberal y la cultura anglosajona (Pérez Viejo 2001, pp. 36-49 y 92; Faber 2002; López 2002, pp. 142-153). 129 Véase nota anterior.

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En noviembre de 1940 se publica una reseña, firmado con el seudónimo de Nimbus, en el periódico anarquista La Protesta de Buenos Aires. Se destacan dos aspectos: la crítica a la actuación del gobierno francés, al abrir sus fronteras en el invierno de 1939 y la celebración de América como espacio utópico y alternativo a los fracasos de la modernidad europea: Y todos los ojos buscaban las rutas de América; todos los pensamientos enarbolaban ese nombre porque en América a pesar de defectos y errores, aún el aire es respirable. Páginas de contenida emoción narran la partida de los redescubridores del nuevo mundo, adonde muchos llevan la esperanza de echar las bases de un mundo nuevo. En América tratarán de reconstruir sus vidas, de comenzar a plasmar de nuevo lo que pudo ser (Nimbus 1940, s/p).

Hay que recordar que América, y particularmente Argentina, había sido el destino desde finales del xix de varios anarquistas españoles que huían de la represión en su país. Ese fue el caso de José Prats, que llega a Buenos Aires en 1897 a raíz del proceso de Montjuic, o de Diego Abad de Santillán, que viaja a Argentina en 1918 y después de 1939. Ambos colaboraron muy activamente en La Protesta, órgano principal del comunismo libertario argentino y latinoamericano. En España Libre, publicación de las Sociedades Hispanas Confederadas (SS.HH.CC.), con sede en Brooklyn, Nueva York, aparecen tres reseñas de Éxodo130. Las SS.HH.CC se crean en julio de 1936 con un fuerte componente obrero 130 España Libre publicaría también en 1945 una reseña firmada por Sebastián Palmer de Madréporas, de Silvia Mistral.

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anarquista y comunista –ésta era la composición política dominante de la colonia española anterior a 1939– en sus primeros años, que se transformará con la llegada del exilio republicano a partir de los años cuarenta (Ordaz 2006, p. 234). Los principales objetivos de las SS.HH.CC fueron tres: compra de material sanitario para el bando antifascista durante la guerra, asistencia legal a las/os refugiadas/os en los primeros años del exilio y propaganda a favor de la República y en contra del estado franquista (ibíd., p. 236). Con estos fines recurrieron a varias estrategias: actos culturales, un programa de radio y la publicación de Frente Popular, creada en 1937, y que a partir de 1939 cambia su nombre por España Libre hasta su último número en 1976131. Colaboradores asiduos de esta revista fueron José Rubia Barcia, Eugenio Fernández Granell o Francisco Ayala, tal como explica María Ángeles Ordaz: «El periódico España Libre fue el nexo de unión más estrecho entre ellos [inmigrantes españoles y exiliados republicanos en EEUU] y la vía de conexión con la vida y actividades de los exiliados en México y Francia» (2006, p. 240). El caso de las recensiones del diario de Silvia Mistral en la prensa mexicana, cubana, argentina y estadounidense que se ocupaba de las/os republicanas/os españolas/es, creo que ilustra el papel que estas publicaciones jugaron como redes internacionales de comunicación de esta comunidad. La primera reseña de Éxodo, publicada en España Libre el 26 de abril de 1940, está firmada por José

131 María Ángeles Ordaz considera que el cambio de nombre se debe precisamente a la transformación de la orientación ideológica de las SS.HH. CC. desde posturas comprometidas con los movimientos obreros hacia una posición liberal encarnada por el exilio republicano en Estados Unidos (2006, p. 234).

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Riera, seudónimo de Ricardo Mestre132. La identidad de su autor explicaría que sea la única reseña que aporta numerosos datos biográficos sobre Silvia Mistral. Este extenso comentario hace hincapié en cómo el recuerdo de Mistral está mediado por su posición de género, aunque ésta se entiende de manera universalizante: «A través de las etapas del éxodo vividas por una mujer se reflejan las de todas las mujeres españolas» (Riera 1940, s/p). Además, Mestre señala cómo la literatura del exilio debe cumplir una función primordialmente de confrontación y resistencia al régimen franquista: «Es el grito de una escritora joven para que no olvidemos que aún miles de hermanos nuestros necesitan de nuestro esfuerzo, de nuestra ayuda, de nuestra solidaridad. Es un libro que ningún antifascista sincero debe dejar de leer» (ídem). La reseña del 17 de mayo de 1940 se publica bajo las iniciales J.C. Probablemente la cuestión más relevante sea la mención a las diferencias políticas que se estaban produciendo al interior de la comunidad exiliada, con una mención velada a la línea defendida por el Partido Comunista. El título de Mistral –y vimos ya cómo el prólogo de León Felipe no sólo era una fuerza de legitimación por su importancia intelectual sino también porque su voz representaba un antifascismo transpolítico– vendría a exponer una postura de unidad en nombre de un horizonte humanista que es el efecto, al menos para muchas de las lecturas de la época, de su condición de mujer: Si todos los libros que se han escrito de la tragedia de España fuesen como éste, andarían los españoles por el mundo más unidos y la esperanza de liberar a nuestro pueblo, no estaría 132 La información sobre este seudónimo de Ricardo Mestre puede verse en Krauze 2006.

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confiada a una nueva invasión provocada por la conveniencia de uno de los bandos beligerantes, sino que sería impuesta por la voluntad de los mismos españoles, cuyo temple heroico fue probado en la guerra anti-nazi-fascista y cuya soberbia e indomable energía no pudieron vencer todos los horrores de los campos de concentración (J.C. 1940, s/p).

El 5 de julio de 1940 el doctor Félix Martí Ibáñez publica en España Libre una recensión de Éxodo. Martí Ibáñez, un conocido eugenista libertario español, había sido nombrado en 1936 por la entonces ministra Federica Montseny como director general de Sanidad y Asistencia Social en Cataluña. Tras su exilio a los EEUU se convertiría en profesor de Historia de la Medicina en el New York Medical College. Su texto sobre Éxodo evita comentarios políticos para centrarse en una larga explicación a propósito de la escritura femenina que reproduce numerosos argumentos esencialistas comunes al discurso biosocial de la diferencia sexual, obstinado en naturalizar la desigualdad social e intelectual de los géneros. Éste sería, por otro lado, el mismo discurso que subyace a la insistencia en otras reseñas ya vistas por asignar al libro de Silvia Mistral un horizonte en el que la lucha política del exilio republicano deviene en una suerte de drama universal donde lo ideológico queda subsumido en lo sentimental: De ciertas obras producidas por plumas femeninas recientes es posible afirmar que son captación en el giro de frases sencillas, dichas en un llano hablar, de cuadros que por su fondo y su humanidad tienen un valor eterno y a los cuales no quita nada de su grandeza, el marco elemental en que se les encuadra. Un cuadro violento y chorreante de luz y color es el que

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Silvia Mistral encaja en el sencillo marquito de sus palabras ingenuas. Pero yo estoy seguro de que con ello habrá conseguido agradar más y ser más fiel a sí misma y a su misión que si hubiera pretendido hacer literatura a costa de la estampa trágica por ella vivida (Martí Ibáñez 1940, s/p).

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UNA MEXICANA EN LA GUERRA DE ESPAÑA (1964) DE CARLOTA O’NEILL Varias circunstancias explican las diferencias que identificaremos entre Éxodo. Diario de una refugiada española, de Silvia Mistral y Una mexicana en la guerra de España, de Carlota O’Neill (Madrid, 1905 – Caracas, 2000)133. En este capítulo atenderemos a estas particularidades diferenciales en relación con varios aspectos. Por un lado, observaremos las estrategias de representación discursiva de este texto autobiográfico, así como de su publicación a mediados de los años sesenta en la editorial mexicana Populibros-La Prensa. Por otro lado, el estudio de narrativas personales de exiliadas republicanas en México no responde a una elección autojustificada del país de acogida que naturalizaría la idea de una cultura nacional (aunque sea para insertar a sujetos excéntricos por nacimiento). En los casos que nos ocupan, particularmente los de Silvia Mistral y Carlota O’Neill, me ha movido el interés por conocer cómo las condiciones de visibilización de estos textos autobiográficos en las décadas de los cuarenta y sesenta en México informaron no sólo las narrativas que dan sentido a estos relatos de vida. También he querido indagar cómo distintos contextos de la historia de México impactaron en la manera en que estos relatos fueron interpretados en la prensa nacional e internacional aportando, consecuentemente, marcos de resignificación disponibles para las/os lectoras/es. En relación con el ámbito 133 Debo toda la información bio-bibliográfica sobre Carlota O’Neill, a su hija, Carlota Leret O’Neill, y nieta, Laura Salas Leret, que con mucha amabilidad me facilitaron diversos materiales fundamentales para la elaboración de este capítulo.

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de la recepción en este capítulo propongo, como ya hemos visto para Éxodo de Mistral, una lectura de algunas de las reseñas que se ocuparon del testimonio de O’Neill. Condiciones de publicación y representación discursiva Carlota O’Neill se exilia en 1949 a Venezuela, con sus dos hijas Mariela y Carlota, tras cuatro años en las cárceles franquistas y una década en libertad condicional en España. En 1959 se instalan en México donde vivirían hasta su regreso a Venezuela en 1987. O’Neill no sólo llega a un país –en 1959– muy distinto al que encontrara Silvia Mistral casi veinte años antes. Ambas mujeres tenían además trayectorias biográficas diferentes que impactan desigualmente sus experiencias como exiliadas. Carlota O’Neill provenía de una familia ilustrada –su madre había sido pianista y escritora y su padre diplomático y autor del tratado La voz humana– y ella misma publica su primer libro, ¡No tenéis corazón!, en 1924, dedicándose desde esa fecha al periodismo. Aunque nunca fue miembro del Partido Comunista –de hecho se afilia al azañista Izquierda Republicana en 1935– sí estuvo próxima a algunas de las actividades culturales impulsadas por sus militantes. Así, O’Neill colaboró con el grupo de teatro proletario Nosotros, con quienes estrena en Madrid, en febrero de 1933, su obra Al rojo (Cruz 2006, p. 50). Durante su prolongado exilio en México, Carlota O’Neill dará a conocer en 1964 una de las narrativas personales más estremecedoras de la no corta producción de relatos que en primera persona cuentan diversas facetas de la lucha antifranquista. El manuscrito, destruido y reescrito en varias ocasiones, acabaría por titularse en su primera 154

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edición mexicana en Populibros La Prensa: Una mexicana en la guerra de España, ya que la autora había nacido en España; el título, que invocaba los orígenes mexicanos de su familia paterna, tenía la clara intención de atraer a un público lector que, de otro modo, podía sentirse a esas alturas del siglo xx muy poco interesado en una guerra trasatlántica cada vez más lejana en el tiempo134. En la contraportada de esta primera edición se puede leer: «Este libro es un documento escrito, vivido, por Carlota O’Neill, hija y nieta de mexicanos, desprovisto de odios estériles»135. Al igual que vimos en el caso de la publicación por entregas del texto de Silvia Mistral en la revista Hoy, los editores de las memorias de O’Neill capitalizan el drama femenino en primera persona para sus propios fines comerciales, no en vano Populibros, la empresa editorial del diario sensacionalista La Prensa, escoge una estructura melodramática para el texto de la contraportada de Los muertos también hablan, publicado en 1971 como continuación de Una mexicana en la guerra de España: Todo el gran público que leyó Una mexicana en la guerra de España, quedó ansioso por saber cuál fue el destino que le estaba 134 Razones también de marketing explicarían que la primera edición española de Turner, de 1979, cambie su título a Una mujer en la guerra de España. Este título se mantendría en todas las ediciones futuras en español. La de Oberon de 2006 incluye tres textos: el original de 1964, Los muertos también hablan y Romanzas de las rejas. Los muertos también hablan (publicado por la mexicana Populibros La Prensa, en 1971) constituye una continuación a Una mexicana en la guerra de España en la que relata su vida al salir de prisión bajo libertad condicional, en Madrid primero y en Barcelona después, hasta que logra embarcarse con sus hijas a Venezuela. Romanzas de las rejas contiene una serie de textos poéticos que recrean la experiencia de O´Neill en las prisiones franquistas. 135 Su padre, Enrique O’Neill, había nacido en Chihuahua en 1853.

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reservado a la autora, Carlota O’Neill, cuando salió de la cárcel; terrible cárcel del régimen franquista donde permaneció cinco años. ¿Qué ocurrió con las niñitas, hijas de ella y de su esposo, el capitán aviador don Virgilio Leret, jefe de la aviación de Melilla –Marruecos español–, fusilado por la represión española? Niñas de guerra, sometidas a todas las torturas de todos los niños de guerra. ¿Qué fue de estos tres seres inocentes, abandonados en un mundo de odio y rencor?

Estos elementos paratextuales informan, pero en modo alguno determinan, el sentido del texto de O’Neill con el propósito de disponer favorablemente a un público que, como acabo de indicar, se inclinaba hacia el amarillismo. Una mexicana en la guerra de España, como veremos a continuación, estaba sin embargo muy lejos de ser una lectura morbosa o anecdótica. Pero antes de entrar al examen de su construcción discursiva quiero detenerme brevemente en una circunstancia que no me parece menor. En la introducción a Romanzas de las rejas, Carlota O’Neill reconoce cómo sus posibilidades de publicación en México se insertaron en una red profesional a la que la exiliada accede a través de su amistad con la también periodista y escritora mexicana Magdalena Mondragón: (...) una gran escritora, periodista de enjundia, veterana de la literatura, célebre en su tierra, México, y fuera de ella. Magdalena Mondragón me llevó de la mano. Me presentó a don Agustín [Arroyo Ch. Director del periódico El Nacional], como también, merced a su influencia, Populibros-La Prensa editó otro hijo mío engendrado en la cárcel: Una mexicana en la guerra de España. Y es que Magdalena tiene tan alto el sentido

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del compañerismo, se sabe tan segura en su carrera intelectual, que está siempre presta a la colaboración (O’Neill 1977).

El fragmento recién reproducido apunta a una red compuesta por vínculos sociales que, como indica Enrique Coraza de los Santos en un interesantísimo artículo sobre las relaciones entre los/as republicanos/as españoles/as exiliado/as a Uruguay y los/as uruguayos/as exiliados/as a España varias décadas después, evidencia cómo las migraciones políticas se constituyen como realidades sociales a partir de recursos que «hacen a lo relacional, a lo personal, a lo familiar, a lo cultural, y sirven para proveerse de información o insertarse en la nueva sociedad; incluso para establecer la forma de esa inserción» (2008, p. 100). Ya vimos la importancia de las conexiones que Silvia Mistral establece en varios espacios de socialización de las/os exiliadas/os –residencias colectivas y cafés– y que determinaron la publicación de Éxodo. En el caso de O’Neill, que llega a México con más edad que la muy joven Mistral en 1939 y además con una sólida experiencia como periodista y escritora, la amistad con Magdalena Mondragón será decisiva. Mondragón (Torreón, 1913 –México DF, 1989), que formó parte del feminista Ateneo Mexicano de Mujeres, fundado en 1934, es considerada la primera mujer periodista de asuntos policíacos. Trabajó durante treinta años en el periódico La Prensa que, como ya se ha indicado más arriba, publica en 1964, por indicación de la reportera mexicana, las memorias de Carlota O’Neill (Cervantes 2003)136. No podemos desestimar, por lo tanto, la solidaridad que se genera entre mujeres 136 Magdalena Mondragón fue también la primera directora en México de un diario, al ocupar ese puesto en La Prensa Gráfica en 1950 (Cervantes 2003).

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intelectuales comprometidas en la primera mitad del siglo xx con diversas luchas de orientación feminista. Esta perspectiva de género, que sin duda puede enriquecer nuestra comprensión de un fenómeno tan complejo y multifacético como el del exilio de 1939137, está en deuda con nociones de la Crítica Cultural Feminista, como «continuum lesbiano» en Adrienne Rich (1980) o «genealogía de mujeres» en Luce Irigaray (1981). Estos conceptos buscan precisamente encontrar formas de identificación histórica y vocabularios que articulen experiencias marginales que no tienen cabida en modelos hegemónicos de interpretación cultural. En las dos autoras citadas, Rich e Irigaray, se trataría de localizar y expresar distintas alianzas entre mujeres que a lo largo de la historia han servido para rectificar y resistir las desigualdades suscitadas por la ideología de género138. De manera que la publicación de Una mexicana en la guerra de España se debe, según reconoce Carlota O’Neill, a la amistad de ésta con la

137 Otras redes de solidaridad entre mujeres en el exilio, que merecería la pena examinar con mucha más profundidad, serían las establecidas por el contacto epistolar (que además tiene el mérito de entender la diáspora republicana como un fenómeno transnacional): entre organizaciones (como fue el caso de los contactos entre los diversos grupos nacionales de la Unión de Mujeres Españolas) o entre particulares (es conocida, aunque no agota la multitud de intercambios entre mujeres anónimas, la correspondencia entre la novelista exiliada en Brasil, Rosa Chacel y la joven escritora residente en Barcelona, Ana María Moix, a finales de los años sesenta y a la que me referiré de nuevo en el epílogo a este libro). 138 En Rich el término «continuum lesbiano» no se refiere exclusivamente a opciones eróticas, sino más bien a opciones existenciales, entendidas en su dimensión micropolítica, que implican vínculos entre mujeres que por su propia naturaleza impugnan el orden patriarcal o, por usar un término caro a Irigaray, el matricidio central a la ideología de género.

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periodista mexicana Magdalena Mondragón que en los años sesenta era ya una profesional muy influyente139. Ocupémonos ahora de las estrategias de representación discursiva a las que recurre O’Neill en su texto de 1964. Será útil, para quienes no estén familiarizados con la biografía de la autora, recordar que el comienzo de la sublevación militar de 1936 sorprende a Carlota O’Neill, a Virgilio Leret y a las dos hijas de ambos en la base de hidroaviones de las fuerzas aéreas en Melilla. Leret había sido destinado por tres meses a este lugar como capitán de aviación; es detenido y ejecutado por los golpistas el 18 de julio de 1936, aunque su esposa, encarcelada también en julio de 1936, no conoce su asesinato hasta octubre de ese mismo año (Cruz 2006, p. 53; O’Neill 2006, pp. 58-59)140. Sus cuatro años en la prisión de Victoria Grande en Melilla, de julio de 1936 a marzo de 1940, cuando le es concedida la libertad condicional, serán el objeto del relato personal que examinaré a continuación. 139 En la cita extractada de la introducción a Romanzas de las rejas, O’Neill menciona que Magdalena Mondragón le presenta a Agustín Arroyo Ch, quien, como director de El Nacional (durante siete décadas el órgano del PRI), le ayuda profesionalmente. Hay que señalar que Agustín Arroyo fue subsecretario de Gobernación con el presidente Lázaro Cárdenas, de manera que participó muy directamente en la política de acogida de los/as republicanos/as españoles/as en 1939. 140 En Una mexicana en la guerra de España, O’Neill afirma que su esposo fue asesinado el 23 de julio (2006, p. 58). Sin embargo, y como puntualiza Rafael Torres en la introducción a Una mujer en la guerra de España, varios testigos afirman que la ejecución tuvo lugar en la madrugada del 17 al 18 de julio de 1936 (citado en O’Neill 2006, p. 14). En el 70 aniversario de su asesinato, Carlota Leret O’Neill publicó un obituario en el periódico El País, en memoria de su padre. Este hecho desencadenaría en 2006 el fenómeno conocido como «la guerra de esquelas»: la publicación de obituarios durante varios meses en la prensa española de asesinados/as de un bando y otro.

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Es muy importante señalar que estos cuatro años de cárcel son el resultado de dos causas militares y dos consejos de guerra contra Carlota O’Neill que la condenan por «el delito de ser quien era: una intelectual moderna, culta, feminista, cosmopolita y comprometida con los ideales que representaba la República» (Pagès i Blanch y Iñiquez 2004, p. 149). Ya hemos visto cómo con mucha frecuencia en sus textos autobiográficos las exiliadas justifican su relato como una forma de cortocircuitar el olvido que, debido a múltiples razones, han sufrido muchas/os exiliadas/os, y ejercer una suerte de reparación moral solidaria con la empresa colectiva antifascista141. Al mismo tiempo la preservación de esta memoria permite la comunicación transgeneracional de la lucha contra Franco. Cuando Carlota conoce la victoria de los fascistas, sublevados tras tres años de guerra, la incoación de otro sumario contra ella y la partida definitiva de sus hijas a la Península Ibérica, reclamadas por su suegro; una compañera de cárcel le da la energía que en ese momento parece faltarle: -¿Es que quieres morir para dar gusto a tus enemigos? ¿Es que vas a ser tan cobarde que vas a esperar la muerte sin resistir? Tienes que vivir. Vivir para tus hijas y para todas nosotras; para todos nosotros, porque tienes el deber de escribir algún día lo que has visto para que el mundo conozca nuestros sufrimientos; estos sufrimientos de gentes oscuras como nosotros que pasarán sin que nadie se haya enterado... ¡Y la muerte de los 141 Además de las razones esgrimidas por Carmen Parga en Antes que sea tarde, y que he examinado con cuidado en páginas anteriores, repárese en este fragmento de Memoria de la melancolía, de María Teresa León: «Sí, derrotados de España, contad, contad lo que nunca dijeron los periódicos, decid vuestras angustias y lo horrorosa que fue la suerte que os echaron encima. Que recuerden los que olvidaron» (1998, p. 404).

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nuestros se perderá en el olvido! ¡Tienes que cumplir con tu deber! (O’Neill 2006, pp. 212-213)142.

Acabo de indicar cómo los cuatro años de prisión de O’Neill son el resultado de la arbitrariedad de la justicia militar. En el primer consejo de guerra se le acusa de insultos al ejército, por lo que es condenada a seis años de cárcel. En el segundo consejo de guerra se la castiga con una pena de cinco años de inhabilitación para cargos públicos: de acuerdo con el artículo 4º de la Ley de Responsabilidades Políticas, toda vez que tuvo un influjo predominante sobre su citado esposo el Capitán Leret, y en los escritos de los que fue autora contribuyendo dentro de su limitada esfera de influencia a fomentar la situación anárquica y desastrosa que hizo necesaria la iniciación del Glorioso Movimiento Nacional (citado en Cruz 2006, p. 56)143.

La Ley de Responsabilidades Políticas del 9 de febrero de 1939, publicada en el número 44 del Boletín Oficial del Estado el 13 de febrero de 1939, establece lo siguiente en su título preliminar: «Próxima la liberación de España, el Gobierno, consciente de los deberes que le incumben respecto a la reconstrucción espiritual y material de nuestra Patria...»144. La Ley de Responsabilidades Políticas fue uno 142 Y cuando O’Neill sale de la cárcel en libertad condicional cuenta en sus memorias que dijeron sus compañeras: «¡Que te acuerdes de nosotras!», añadiendo la autora: «Por eso escribo este libro» (2006, p. 241). 143 Este fragmento de la segunda causa proviene del artículo de Antonio Cruz González, que incluyo en la sección de referencias secundarias. 144 En http://www.boe.es/aeboe/consultas/bases_datos/tifs.php?coleccio n=gazeta&ref=1939/01451&anyo=1939&nbo=44&lim=A&pub=BOE &pco=824&pfi=847

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de los pilares del sistema represivo del primer franquismo y un ejemplo de lo que Ramón Serrano Suñer llamó con inmejorable precisión «justicia al revés» (citado en Molinero 2006, p.226), es decir, supuso la legalización de la brutalidad y el revanchismo contra la anti-España, vía la coartada espiritual. El recurso a esta idea de «la reconstrucción espiritual» permitía castigar severamente a quienes, como fue el caso de Carlota O’Neill, no hubiesen cometido ningún delito tipificado en el ya de por sí extremadamente represivo sistema legal franquista (ídem). Del fragmento de la segunda causa contra O’Neill que reproduje antes, cabe subrayar dos cuestiones: en primer lugar, que en efecto al no existir un delito de facto, la escritora es inculpada en razón de los apartados j) y k) del artículo 4° del capítulo II de la Ley de Responsabilidades Políticas. Vale la pena reproducir los textos correspondientes para señalar el dramático alcance de la justicia en negativo del franquismo que no fue sino lo más opuesto a ese espíritu de reconciliación nacional del que no obstante el régimen no dudó en alardear cuando convenía: j) Haber excitado o inducido a la realización de los hechos comprendidos en alguno de los apartados anteriores [básicamente el “delito de rebelión” curiosamente dirigido hacia quienes, ahora sí, se habían rebelado contra la legalidad del gobierno de la II República], bien sea de palabra, bien por medio de la imprenta, de la radio o de cualquier otro medio de difusión, bien en escritos dirigidos a diferentes personas. k) Haber realizado cualesquiera otros actos encaminados a fomentar con eficacia la situación anárquica en que se

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encontraba España y que ha hecho indispensable el Movimiento Nacional145.

En segundo lugar no podemos pasar por alto del sumario de esta segunda causa la formulación de una ideología de género amenazada por un modelo de mujer moderna que claramente Carlota O’Neill representaba: «(...) toda vez que tuvo un influjo predominante sobre su citado esposo el Capitán Leret, y en los escritos de los que fue autora» (Ferrero 2004, p. 131). En Los muertos también hablan, la continuación publicada en 1971 de Una mexicana en la guerra de España, O’Neill explica muy claramente cómo fue el padre de su esposo quien presentó la denuncia que acabaría en dos consejos de guerra y las citadas condenas de prisión. El coronel Carlos Leret, devastado por la noticia del asesinato de su hijo, había decidido eximir de responsabilidad a sus ejecutores, desplazar ésta hacia su nuera y obviar el hecho de que Virgilio Leret había mantenido un compromiso político personal e inequívoco con la II República (O’Neill 2006, pp. 310-317): «Su hijo fue corrompido por una mujer, le inculcó ideas subversivas de libertad, democracia» (ibíd., p. 259). Y quienes desempeñaban actividades públicas –en la política o la cultura– constituyeron el epítome de esta imagen maligna de la nueva mujer: «a las mujeres que con mayor saña perseguían –según acostumbraban– era a las intelectuales» (ibíd., p. 121). Creo que es muy interesante entender cómo el debate de género de principios del siglo xx expresa un área de ansiedad producida por las transformaciones que impulsan los procesos de modernidad y modernización, 145 En http://www.boe.es/aeboe/consultas/bases_datos/tifs.php?coleccio n=gazeta&ref=1939/01451&anyo=1939&nbo=44&lim=A&pub=BOE &pco=824&pfi=847

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y cómo, a su vez, el lenguaje de género y en torno a la sexualidad, podía servir para alegorizar otras áreas de ansiedad como la política o la moral (Mangini 2001, pp. 101-102). El coronel Carlos Leret no sólo responsabilizaba a Carlota O’Neill de la muerte de Virgilio Leret sino que, al hacerlo, traducía la situación política de España en los años treinta a un código de género que insistía sobre la necesidad civilizatoria y moral de mantener a las mujeres en una situación de subordinación. Una lógica de género basada, como ya señalé en «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México», en el supuesto de las diferencias biológicas entre el grupo de las mujeres y el de los hombres y que el discurso científico –en autores como Gregorio Marañón, Roberto Novoa Santos y José Gómez Ocaña– ayudaría a legitimar (ibíd., p. 102). En Biología y feminismo, trabajo publicado en 1920, Marañón escribía: «Nuestra mujer, como la paleolítica, está hecha para ser madre, y debe serlo por encima de todo» (ibíd., p. 104) 146. La noción de maternidad no sólo servía para justificar biosocialmente la desigualdad de género, además, la maternidad se postulaba como una propiedad de las mujeres, sí, pero controlada por los hombres. Es decir, la propiedad biológica de las mujeres es vista como un derecho reproductivo que no le pertenece sino a los hombres147. De ahí que las mujeres que se desviaban del modelo de género convencional, caso de Carlota O’Neill o de María Teresa León, eran frecuentemente separadas de sus hijas/os148. Cuando O’Neill sale en libertad condicional de 146 Sobre Marañón y las críticas que la anarquista Lucía Sánchez Saornil dirige a sus investigaciones, véase el capítulo II de este libro. 147 Sobre la maternidad véase también, en relación con las reseñas de Éxodo de Silvia Mistral, el capítulo III de este libro. 148 Muchos de los pasajes más conmovedores de Una mexicana en la

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la cárcel en marzo de 1940, tarda aún tiempo en recuperar la custodia de sus hijas que le había sido negada por el Tribunal Tutelar de Menores tras una nueva denuncia contra ella de su suegro (O’Neill 2006, p. 279). Las diversas formas de separación de madres e hijos/as durante el franquismo, a través de prácticas diversas que llegan hasta el robo de niñas/ os, no sólo era una forma de castigar a las mujeres que no se adecuaban al modelo nacionalcatólico, además funcionaba como un mecanismo de «reconstrucción espiritual» –así vimos que decía el título preliminar de la Ley de Responsabilidades Políticas– para «acabar con la mala semilla» (ibíd., p. 289)149. Como ya he indicado, el sistema represivo del franquismo consistía en una red tentacular de prácticas institucionales que tenían una dimensión efectiva en las vidas de la gente (pérdida de empleos, penas de prisión, torturas, asesinatos, etc), pero también, y de manera muy importante, producían guerra de España tienen que ver con las muy difíciles condiciones de separación durante cuatro años de Carlota y sus hijas, a quienes logra ver, en breves y espaciadas visitas vigiladas, durante su estancia de ocho meses, en el Hospital de la Cruz Roja de Melilla, a donde es trasladada desde la cárcel como resultado de una pulmonía (véase la segunda parte de Una mexicana en la guerra de España, titulada «La cárcel blanca»). En Los muertos también hablan, escribe: «En toda la primera semana de mi llegada a Madrid [en 1940 y en libertad condicional], no me dejaron ver a mis hijas, Mariela y Lotti. Seguían en el colegio de huérfanas de militares, de un pueblo próximo a Madrid llamado Aranjuez, donde su abuelo paterno las había internado desde chiquitas, al trasladarlas de Melilla a Madrid. El reglamento del colegio era el reglamento y hasta el primer domingo de cada mes, no podía visitar a las niñas. La última vez que las viera fue por el locutorio de la cárcel; habían transcurrido más de tres años» (2006, p. 253). Por otro lado, María Teresa León se había separado de su primer marido en 1928. En Memoria de la melancolía relata cómo la separación conyugal implicó renunciar a la custodia de sus dos hijos (1998, p. 165). 149 Véase también O’Neill 2006, pp. 140-141.

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en las víctimas un dramático impacto psicológico y emocional. Los innumerables abusos y humillaciones que Carlota O’Neill relata en Una mexicana en la guerra de España han de entenderse como prácticas –al igual que la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas y la negación de la custodia de sus hijas– inscritas en la ideología patológica de la dictadura que buscaba la sumisión de las/os vencidas/os a menudo hasta el exterminio, y esta docilidad sumisa que perseguía el aparato represivo franquista se lograba, como explica Michel Foucault en Vigilar y castigar, a través de tecnologías políticas del cuerpo (1985, p. 30). El régimen franquista buscaba con el control del cuerpo no sólo la aniquilación física y moral, sino la producción compulsiva de la verdad social, que dotaba de sentido y legitimación al nuevo estado: «...la relación verdad-poder se mantiene en el corazón de todos los mecanismos punitivos» (ibíd., p. 60). Ahora, y como examinaremos a continuación, estos cuerpos sometidos no deben verse como superficies neutras, al contrario, es preciso comprenderlos en su inteligibilidad discursiva y material, y de todos los discursos que significan y atraviesan los cuerpos desde luego el de género resulta fundamental para mis propósitos de análisis. Citaré extensamente un fragmento estremecedor del texto de O’Neill: Las madres de familia, las abuelas, iban a dar con sus huesos a los calabozos de la policía; de allí, a la cárcel. Las jóvenes que atrapaban eran otra cosa; pertenecían, en su mayoría, a las juventudes sindicales obreras; sabían leer y entendían de reivindicaciones. Los falangistas iban a buscarlas por las noches; sollozos y protestas de padres las hacían más excitantes. Y se las llevaban; las violaban en el campo; caían sobre ellas, uno después de otro, como perros. Unas morían en la brega; a otras 166

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las mataban; algunas iban a la cárcel; su suerte final dependía de las manos en las que caían. En la policía les querían sacar las declaraciones a fuerza de correazos y golpes. Les cortaban el pelo al rape, dejándoles plumeritos como cuernos; los barberos improvisados formaban coro de risas, luego rasgaban pechos y vientres antes de enterrarlas (2006, pp. 67-68).

La diferencia sexual organizaba las prácticas represivas que, como se evidencia en la cita anterior, para las mujeres consistían en formas de abuso sexual y de ridiculización. Esto no significa que ambas prácticas no fuesen ejercidas también contra los hombres, más bien se trata de observar cómo estas violaciones de derechos fundamentales se modulan, visibilizan y se ponen en escena diferencialmente en función del sexo social de cada individuo. Consideremos el ritual vejatorio de cortar el cabello de las mujeres: se trató de una práctica muy común en el primer franquismo, como cuentan infinidad de testimonios: Traían expediciones de mujeres de las cárceles de los pueblos cercanos, entre ellas llegaron algunas de mi pueblo natal como Soledad Villa, una chiquilla joven, de unos diecisiete años, que venía con la cabeza rapada y escritas con alquitrán las siglas UHP sobre el cráneo (Cuevas 2005, p. 31)150.

El objetivo era precisamente minar la autoestima de las mujeres, atentando contra la imagen socialmente aceptable de su femineidad para la que el cuidado del cabello era uno entre varios elementos: «el pelo rapado, estilo hombre, adornado con mechoncitos cómicos, formando cuernecitos 150 UHP son las siglas de la consigna «Uníos Hermanos Proletarios».

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tiesos» (O’Neill 2006, p. 92). En este pasaje de Una mexicana en la guerra de España, no puede quedar más claro el significado tanto religioso como sexual de la burla: no sólo la alusión al diablo sino también a la masculinización de la mujer en el contexto de una ideología de género para la que la ambigüedad de roles sexo-genéricos era sólo pensable como desviación moral. Las humillaciones públicas de hombres, que también menciona O’Neill, podían adoptar otras formas de deshumanización como la reducción del sujeto al estatus de un animal: Entretanto, el padre Jaén era el espectáculo de toda Melilla; toda la ciudad fue testigo. En una jaula lo instalaron en el centro del Parque Hernández. Mientras el sol africano caía como plomo sobre la cabeza del vencido, hombres y mujeres de la Falange le escupían (ídem).

En ocasiones la narración de todos estos abusos no se ve saturada por el discurso de género. La autora elige, en vez, enfatizar otros elementos discursivos. Tomemos el siguiente ejemplo: A los tormentos corrientes que usaban, golpes hasta hacer escupir los pulmones, quemaduras por determinada sensibilidad fisiológica, tragos de queroseno y otras fruslerías por el estilo, se agregaron las sabias enseñanzas del propio jefe de la Gestapo, el temible Himmler, que por aquellos días hizo visita de amistad a Franco –seguido de una corte de ‘técnicos’, hembras y varones–, especializado en el mal (ibíd., p. 121).

En Una mexicana en la guerra de España hay numerosas referencias al componente fascista de la sublevación militar 168

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de 1936, tanto en su vertiente ideológica como de conexiones con Alemania e Italia (ibíd., pp. 82, 86, 109 y 120). La ayuda de Hitler y Mussolini al bando franquista, y desde luego el pacto de no intervención que sí respetan varios países europeos y los Estados Unidos, son dos factores decisivos para comprender el resultado de la guerra. Una muy cuestionable respuesta de un buen número de democracias (Alemania e Italia violaron el pacto que habían suscrito en agosto de 1936) es severamente criticada en muchos testimonios del exilio republicano (ibíd., p. 135). Pero no hay que pasar por alto una circunstancia contextual: en 1964, fecha en la que O’Neill publica su texto, las alianzas de la reacción antirrepublicana con las potencias del Eje disponían ya de un nuevo marco interpretativo. En 1960 Adolf Eichmann, un importante cargo de las SS, es capturado por el servicio secreto israelí en Argentina. El juicio en Jerusalén contra Eichmann, tras el que es ejecutado en 1962 por crímenes contra la humanidad, atrajo una gran atención mediática internacional. Además, puso en circulación un debate de tipo filosófico-moral, a propósito de la naturaleza de la maldad, célebremente representado en los varios artículos de Hanna Arendt en The New Yorker, reunidos después en Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963). Mi intención no es tanto rastrear influencias intertextuales directas como establecer un cierto clima discursivo en el que situar las condiciones semióticas de producción y recepción del texto de O’Neill: «...esqueletos vivientes con la figura divulgada hoy de los hombres de los campos de concentración» (ibíd., p. 149). Acabo de mencionar cómo el comportamiento de varias democracias europeas y la de los Estados Unidos, que buscaban evitar tanto un conflicto con el fascismo como la 169

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supuesta amenaza de que España acabáse bajo la influencia de la URSS, es uno de los factores que hay que tomar en cuenta para entender la victoria de Franco. He mencionado también la profunda decepción del antifascismo español. No sería la última vez que la comunidad internacional les diése la espalda. El desenlace de la II Guerra Mundial, en septiembre de 1945, venía a colmar las esperanzas que albergó la oposición antifranquista durante los cinco años de conflicto: la dictadura en España se había quedado sola tras la derrota de las potencias del Eje, y el sistema democrático sería reestablecido. La lógica de la Guerra Fría frustraría dramáticamente esta posibilidad, como recuerda la militante comunista Tomasa Cuevas: «Estábamos convencidas [presas políticas en la cárcel de Ventas], pobres de nosotras, de que al final de la guerra, que sería ganada por los aliados, también nosotras seríamos liberadas porque sería el fin del fascismo» (Cuevas 2005, pp. 149-150). Y Carlota O’Neill manifiesta, no sin amargura: El 29 de septiembre de 1939 hubo gran revuelo en la cárcel, todo eran bisbiseos esperanzas. En los ojos de las presas condenadas a treinta años, lucecillas frescas de esperanza. Se había declarado la guerra. -¡Va a ser la guerra mundial! -decían-. ¡Y al final ganarán los nuestros, los demócratas, la libertad, y para todos los hombres y mujeres del mundo se acabarán las rejas! (2006, p. 233).

Una de las consecuencias de la dureza de la política represiva del franquismo fue la saturación carcelaria. El historiador Ricard Vinyes explica que en 1939 España disponía de 20.000 lugares en sus cárceles, aunque las/os internas/ 170

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os excedían con mucho esa capacidad (2002, p. 25). No es de extrañar que a las dificilísimas circunstancias que vivían quienes eran represaliadas/os por la dictadura, según acabo de exponer más arriba, haya que añadir las pésimas condiciones higiénicas en las prisiones. Un punto no por nada recurrente en todos los testimonios de presas/os del franquismo: «El carcelero abrió otra puerta más pesada, con más cerrojos, y topamos con una mala tufarada. Me vino el recuerdo de Máximo Gorki y su novela La cárcel. Era un olor mezclado a pan duro, hacinamiento animal, miseria, mucha miseria...» (ibíd., p. 51). Nieves Waldemer, miembro del Partido Comunista y de la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), cuenta de su experiencia en la Prisión Central de Guadalajara: Nuestra vida en la prisión se desarrolló sin ninguna condición higiénica, no tuvieron en cuenta que nosotras éramos presas políticas sin relación con el crimen y nos mezclaron con quincenarias, ladronas y prostitutas, y tampoco tenían en cuenta las enfermedades que traían y que fácilmente nos podían haber contagiado a todas y a los niños (citado en Cuevas 2005, p. 35).

Esta última cita apunta a otro motivo común a la mayoría de relatos en primera persona: la convivencia de presas comunes y políticas. Una medida que tiene que ver con las precarias condiciones, sujetas a la improvisación, la falta de recursos y el desinterés humanitario del sistema carcelario, pero que también contenía un elemento ideológico, al asimilar el delito común a la disidencia política. El nacionalcatolicismo afirmaba así su comprensión de la anti-España, 171

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condensada en la bestia negra del comunismo como una abyección social que había que castigar y eliminar: La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos (...) La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan temible (Vallejo Nágera 1939, p. 52).

El coronel Antonio Vallejo Nágera, jefe de los servicios psiquiátricos militares del franquismo, fue uno de los principales ideólogos de la represión de la dictadura. En la cita anterior, de su libro de 1939 La locura en la guerra. Psicopatología de la guerra española, no sólo pretende aportar evidencia científica sobre la degeneración social del marxismo. También constituye una contundente legitimación de esa amplia red de prácticas represivas a la que ya me he referido. Y si el marxista era un sujeto abyecto por naturaleza, para la economía del sistema sexo/género del nacionalcatolicismo su masculinidad se veía seriamente cuestionada. Ni ciudadano ni hombre, el marxista no era sino el resultado de un debilitamiento social inducido por una morfología intelectual inferior. El marxismo expresaba, consecuentemente, una indeseable femenización de la sociedad. Ahora, y siguiendo esta lógica, las mujeres antifranquistas estaban más allá de la semiótica de este discurso psicosocial. Como sujetos ininteligibles, ajenas a cualquier modelo antropológico de análisis, ni siquiera merecían la consideración de presas políticas y, como ya hemos visto, siempre fueron asimiladas a las presas comunes: «Suele observarse que las mujeres 172

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lanzadas a la política no lo hacen arrastradas por sus ideas, sino por sus sentimientos, que alcanzan proporciones inmoderadas o incluso patológicas debido a la irritabilidad propia de la personalidad femenina» (citado en Bandrés y Llavota 1996, p. 8)151. Carlota O’Neill comenta en su relato autobiográfico una cuestión muy interesante que resulta de la convivencia de las comunes y las políticas en las cárceles franquistas: Ana Vázquez, con su mal encarada figura y su corpachón, inspiró confianza al gordo don Juan [un custodio]; también debió tener muy en cuenta el motivo de su proceso para depositar en ella la vigilancia de todas nosotras; lo que no tuvo en cuenta fue que Ana, que en su vida había oído hablar de política, ni entendía de partidos y otras zarandajas por el estilo, cuando cayó entre “rojas” -eso sí lo había oído-, se encontró como el pez en el agua, y al correr de los días, pillando comentarios, acechando actitudes, descubrió un escenario nuevo de la vida, donde precisamente ella tenía cabida y hasta llegó a pensar que el amargor del hombre no era una sensación natural y que todos los hijos de Dios eran iguales y hasta que una mujer “tenía derecho” a vivir y dormir durmiendo sola en su cama, o con el solo hombre que eligiera. Por todo esto, Ana Vázquez se pasó a nuestro bando (2006, p. 182).

151 La cita es del libro de Antonio Vallejo Nágera y Eduardo M. Martínez Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes. Sobre la inintelegibilidad antropológica de las mujeres también se dice en este trabajo: «...sin proceder al estudio antropológico del sujeto...que en el sexo femenino carece de finalidad por la impureza de los contornos...pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal...» (citado en Bandrés y Llavota 1996, pp. 7-8).

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Como demuestra la cita anterior el contacto entre comunes y políticas permitió la toma de conciencia de las condiciones sociales que alentaban infinidad de desigualdades (de clase pero también de género, como puntualiza O’Neill) promoviendo además la articulación formalmente política de las insatisfacciones derivadas de esas mismas condiciones. Unas condiciones, por otro lado, que en la mayoría de los casos explicaban los delitos de muchas de las presas comunes, cuyas conductas se convierten en una forma de acción política. Con esto no necesariamente estoy justificando esas acciones, simplemente estoy intentando entender por qué alguien hace lo que hace evitando, de este modo, el recurso al comportamiento irracional de las masas con el que a menudo se ha estigmatizado a algunos grupos sociales en la primera mitad del siglo xx en España (Ealham 2005)152. La reclusión indiferenciada de estos grupos sociales no es, a pesar de algunos procesos de politización como el recién descrito, un asunto que deba romantizarse. El factor de clase constituye en el relato de O’Neill un foco de ansiedad persistente. En varias escenas de Una mexicana en la guerra de España se evidencia cómo la identidad de género se declina en términos de la posición de clase (2006, pp. 100 y 155). Esta intersección, en la que desde luego participan otras variables sociales (piénsese en la edad o la filiación política), impide una comprensión universalizante y esencialista de la noción de mujer: El clímax aumentaba, hasta Librada trocó su amistad hacia mí; se agrupó en una facción de chismes y de pleitos; acabó creyendo lo que le decían; que por mi “culpa” permanecía allí; 152 Véase también la sección «Elementos discursivos en Éxodo» del tercer capítulo de este libro.

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“la señorita”, subrayaba, acentuando las letras y señalando mis harapos como los suyos; tras las burlas fueron las insidias y el odio azuzado. -¡Ahora tu “señora” ya no es tu señora; es sólo una presa como tú; peor que tú; así que puedes mandarla a la porra cuando quieras! Frente a éste se formó otro bando de mis “partidarias”, cosa frecuente entre las paredes de la cárcel (ibíd., p. 88).

Carlota es detenida en 1936, y conducida a la prisión de Victoria Grande en Melilla, junto con su sirvienta Librada. El espacio carcelario condensa e intensifica la sociedad de clases. Las condiciones extremas de esta espacialización de las relaciones de producción agudiza los antagonismos sociales. Las emociones en juego –resentimiento, envidia, odio– indican de una manera muy interesante, como ya hemos visto en el fragmento sobre la presa común Ana Vázquez, que las subjetividades políticas deben entenderse no sólo en términos racionales sino también afectivos. La visibilización afectiva de estas tensiones de clase se reproduce en otros espacios opresivos como el concentracionario. En el testimonio que sigue a continuación, la exiliada Begoña Alonso cuenta de su paso por el campo de Montreuil-Bellay en Francia en 1939: Éstas venían de la clase media-alta. Eran gentes más o menos educadas, casadas con profesionales y hombres que habían ocupado cargos bastante importantes durante la República, como también era el caso de mi padre. En el otro extremo habían quedado las obreras casadas con obreros, campesinas y hasta había alguna del barrio chino de Barcelona. A pesar de estar en un campo de concentración, en circunstancias tan 175

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singulares y terribles, la lucha de clases seguía. Mi mamá, por coger un lugar más protegido, una esquina, se instaló enfrente de las obreras y allí estábamos con ellas. Por las noches las conversaciones y disputas entre los dos grupos antagónicos eran dignas de oirse. Las señoras se sentían ofendidas por las proletarias, pues éstas eran muy irónicas y empleaban un lenguaje bastante soez. A su vez replicaban ellas insultándolas (1993, p. 198).

Al mismo tiempo, y como puntualiza O’Neill al hablar de la existencia de distintos bandos en la cárcel, la solidaridad entre las internas es un elemento constante en las narrativas de presas antifranquistas (Cuevas 2005, pp. 35, 123 y 160; O’Neill 2006, pp. 172-173 y 242). Estas redes afectivas (amor, simpatía) y de socialización fueron esenciales para asegurar la supervivencia y salud física y mental de la mayoría de estas mujeres: María me subió a sus espaldas; cuando entré a mi celda encontré una nueva familia en torno mío: mis compañeras. Me rodeaban y les veía la cara contenta por mi fortuna, veía su bondad y comprendí que estábamos unidas en el recuerdo, recuerdo y recuento de malos días, de malos gestos... (O’Neill 2006, p. 219).

La segregación de género impuesta en las prisiones extrema los vínculos afectivos y naturalmente homoeróticos. La sexualidad entre mujeres es, por lo tanto, un tema también frecuente en Una mexicana en la guerra de España (2006, 6970, p. 78). Un aspecto que, del mismo modo que ya hemos visto para la cuestión de la conciencia de clase, en algunas presas supone una desnaturalización de algunos valores de 176

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la ideología de género internalizados a través de instituciones como la familia, la iglesia, el matrimonio o la escuela. Concha Buñuel, hermana del célebre cineasta, explica elocuentemente de su estancia en la cárcel de Zaragoza: ...fíjate, por cierto, cómo me había tenido mi marido y la educación que había recibido, que yo por entonces no sabía ni que existía el homosexualismo ni el lesbianismo, estaba muy alejada de todas estas cosas, me enteré en la cárcel por comentarios (citado en Cuevas 2005, p. 172).

Recepción en la prensa mexicana e internacional Ya anticipé, en la última sección de «Éxodo. Diario de una refugiada española (1940) de Carlota O’Neill», que las reseñas de Éxodo, de Silvia Mistral y de Una mexicana en la guerra de España, de Carlota O’Neill guardan una relación inversamente proporcional. Mientras que del relato autobiográfico de Mistral las reseñas fuera de México superan en número a las del interior, para el texto de O’Neill la situación es exactamente la contraria. También indiqué el papel que juegan los algo más de veinte años que separan a ambas publicaciones. En 1964 no sólo la colonia de refugiadas/os españolas/ es era vista en México con mucha más ecuanimidad que en los primeros años de la década de los cuarenta, cuando llegan al país americano los más cuantiosos contingentes de “rojas/os”. Además, la comunidad en el exilio hacía tiempo que había tenido que aceptar que la dictadura de Franco iba para largo. De modo que la comunicación entre exiliadas/ os establecidas/os en distintos países, aunque nunca disminuyó, sí fue perdiendo intensidad y frecuencia con el paso del tiempo. 177

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La única reseña extranjera que conozco de Una mexicana en la guerra de España aparece en la revista Umbral, firmada por H. Plaja, en mayo de 1965. Umbral fue la continuación, a partir de 1962, del Suplemento Literario de Solidaridad Obrera, que se publicó mensualmente en París, de enero de 1954 a diciembre de 1961, como una de las cabeceras culturales del exilio libertario en Francia (Maestre-Pedro 2006, p. 951). La recensión de Plaja aporta un breve perfil bioprofesional de O’Neill y reproduce varios fragmentos de la obra. El aspecto más relevante me parece la observación del periodista sobre dos puntos. Uno, la sistematicidad e institucionalización de la represión en el bando franquista, de ningún modo comparable con lo sucedido entre las fuerzas republicanas. Dos, que como resultado del sistema represivo, favorecido por la consolidación y longevidad de la dictadura, el franquismo se dedicó a falsear durante cuarenta años la memoria de la guerra. Para esta operación de memoria pública, ejercida a través de procedimientos muy diversos que se fueron aclimatando durante cuatro décadas a las transformaciones dentro y fuera de España, era indispensable la eliminación de las memorias disidentes153: 153 Para el tema de la memoria oficial de la guerra, elaborada por el franquismo, véase Aguilar 1996. Los procedimientos de producción de esta memoria oficial fueron, como explica muy exhaustivamente Paloma Aguilar en su trabajo de 1996, varios: el cine, monumentos, conmemoraciones, leyes. Otro mecanismo fue sin duda la Causa General sobre la que explica Francisco Espinosa en un libro imprescindible: «...el gran proceso abierto en abril de 1940 contra la República y su supuesta rebelión militar. Con el aparato judicial puesto al servicio de la Causa se recogió pueblo a pueblo y ciudad a ciudad todo el mal causado por los vencidos con el único objetivo de legitimar la sublevación. Se tardó varios años y salvo varios avances y algún libro nunca más se supo. Cuando pudimos consultarla supimos al fin el misterio de la Causa General: sus resultados no se habían hecho públicos porque hubieran sido una auténtica burla comunicarlos públicamente a

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UNA MEXICANA EN LA GUERRA DE ESPAÑA (1964) DE CARLOTA O’NEILL

El relato de su [Carlota O’Neill] agonía carcelaria es crispante. Leyendo este libro, uno se explica claramente el por qué la literatura relatando lo ocurrido en la zona franquista no ha sido más abundante, más copiosa. Apenas se conocen unos cuantos libros sobre lo ocurrido desde Badajoz hasta Madrid. El hecho se explica teniendo en cuenta que el Franco-falangismo en la zona dominada por ellos no dejó un solo rojo. En cambio, en la zona roja quedaron muchos falangistas, muchos reaccionarios que luego, al triunfar la “cruzada”, fueron los que pudieron facilitar todo el material, cierto o falso, de lo ocurrido en la “zona roja” (Plaja 1965, p. 7).

En la prensa mexicana pude localizar hasta cuatro reseñas –todas publicadas en 1965– de Una mexicana en la guerra de España. Francisco Zendejas firma un texto en la sección multilibros del diario Excelsior, en el que destacan dos elementos, por un lado el énfasis sobre el género documental, más que literario, del título de O’Neill; los testimonios en primera persona, particularmente aquéllos protagonizados por mujeres como vimos en el caso de Silvia Mistral, fueron una fórmula con mucho éxito en los medios escritos de la época154. Por otro lado el reseñista subraya la prefiguración de la Segunda Guerra y el nuevo orden internacional que una sociedad marcada por el dolor y la muerte. ¿Cómo decirle a los onubenses que frente a las 77 víctimas causadas en la provincia por ‘los rojos’ entre julio y septiembre del 36, con las cárceles abarrotadas de presos derechistas, los que habían venido a sacar a España del caos -los ‘buenos’, como irónicamente eran llamados por algunos- habían eliminado a varios miles de personas?» (2006, pp. 142-143). 154 En otra reseña de Una mexicana en la guerra de España, por otro lado breve y exclusivamente descriptiva, publicada en el suplemento de Novedades leemos: «Estas páginas trascienden lo literario para ser un documento humano de estremecedora validez» (R.L. 1965, p. 8).

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le sigue en el enfrentamiento iniciado en 1936: «Porque la guerra de España fue una muestra radial de los muchos conflictos a que se ha enfrentado el mundo desde hace 30 años, con la democracia cada vez más en derrota» (Zendejas 1965, p. 14). La guerra mundial es también el marco de sentido que elige Esteban Durán para su reseña en Revista mexicana de cultura, título del suplemento dominical de El Nacional. Por un lado porque se apunta, como vimos en el comentario de Zendejas para Excelsior, el alcance internacional que tuvo la guerra española como antesala del conflicto armado que empieza en septiembre de 1939. Por otro lado, Durán apela a la imagen del campo de concentración que, como vimos en la sección anterior del presente capítulo en relación con las estrategias discursivas de Carlota O’Neill en su texto autobiográfico de 1964, participa del clima discursivo que alientan los medios de comunicación alrededor de las causas judiciales abiertas desde principios de los años sesenta contra varios nazis. Por último vale la pena reparar de nuevo en el énfasis, al igual que vimos que hace la recensión en Excelsior, sobre la naturaleza testimonial de la obra reseñada: (...) con España, cuya llamada guerra civil -que en realidad no fue sino una guerra de intervención extranjera- sirvió de conejillo de Indias para la más grande de las conflagraciones de que se haya tenido noticia en todos los siglos y cuya repetición debe evitarse a toda costa mediante una adecuada y conveniente educación pacifista de las jóvenes generaciones de la actualidad (...) Es una descripción verídica de la vida -si es que se puede llamar vida a aquella existencia en los campos de concentración del nazismo español (Durán 1965, p. 15).

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La consulta de la prensa del año 65 confirma hasta qué punto la Guerra Fría dominaba las relaciones internacionales. Los tres temas constantemente cubiertos y comentados tenían que ver con el pulso entre los bloques capitalista y socialista: la carrera espacial, Cuba y la paz mundial. De ahí lo oportuno de narrativas que, como remarca Esteban Durán respecto a Una mexicana en la guerra de España, hablaban desde la experiencia personal de los horrores de un enfrentamiento bélico. Tanto Excelsior como El Nacional eran periódicos “serios”, el segundo además muy cercano al Partido Institucional Revolucionario (PRI) en el gobierno por décadas. Pero el tono de la reseña de las memorias carcelarias de O’Neill cambia por completo en una revista como Todo. Se trataba de una publicación a color sobre actualidad política, cinematográfica y de sociedad, dirigida a un público muy amplio. Ya vimos en la sección anterior cómo la editorial Populibros, que publica tanto Una mexicana en la guerra de España como su continuación de 1971, titulada Los muertos también hablan, capitalizó con fines comerciales el interés que suscitaba entre las/os lectoras/es los melodramas protagonizados por mujeres. Particularmente si, como en el caso de Carlota O’Neill, se trataba de una viuda con dos hijas menores. Este ángulo melodramático reaparece en la reseña de la revista Todo: (...) niñas que vienen a ser las protagonistas y el centro de interés del relato, porque en el largo peregrinar por cárceles y hospitales, que sufrió la autora, el lector siempre las tiene presentes, preguntándose a cada paso: ¿Y las niñas? (s/n 1965, p. 42).

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EL CLAMOR DE LAS RUINAS: PARA UNA ESPECTROLOGÍA DEL EXILIO EN TIEMPOS DE CELEBRACIONES TRASATLÁNTICAS We see Belchite from far away so we can prepare ourselves for it. It’s exposed on the plain and nothing can unsay it. Why is it so necessary to walk down the main street and live out its emptiness? What is rubble, ruin, sky to us? Jane Duran «Belchite» en Silences from the Spanish Civil War (2002)

A lo largo de este trabajo he intentado problematizar las interpretaciones del exilio republicano español, insertas en estructuras de sentimiento de tipo melancólico 155. Con 155 Mi interés por ofrecer lecturas antinostálgicas tiene sobre todo que ver con la relación entre género y subjetividad, así como con la productividad de recurrir a modelos de análisis “de abajo a arriba”. Recientemente otros autores se han referido, con intenciones distintas a las mías, pero desde luego complementarias, a esta problematización del exilio como melancolía. Así, Jordi Gracia en su último libro postula que el exilio ofreció numerosas posibilidades a la mayoría del exilio intelectual (2010), mientras que Fernando Larraz en El monopolio de la palabra traza una genealogía muy estimulante sobre ese significado melancólico que él localiza en el discurso franquista sobre el exilio intelectual: «Se repitió continuamente el estribillo de la nostalgia de los exiliados por su país, su amor a la patria y el hecho de que sus temas habían sido indeclinablemente españoles» (2009, p. 331).

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este propósito he examinado varias narrativas personales de exiliadas en México –prestando especial atención a Éxodo de Silvia Mistral y Una mexicana en la guerra de España de Carlota O’Neill– a través de cuatro filtros analíticos: uno, el análisis discursivo de estos relatos en primera persona para deconstruir, sin perder de vista sus condiciones de enunciación y recepción, los mecanismos de producción de las subjetividades en juego. Dos, el recurso a las herramientas teórico-metodológicas de los estudios de la memoria: un campo emergente de investigación que se presenta como una forma alternativa de conocer el pasado. Mi interés se centró en fuentes marginales –los textos autobiográficos de varias exiliadas de primera y segunda generación– así como en la manera en que el pasado influye en el presente156. En los capítulos precedentes analicé esta superposición temporal respecto a la relación que las mujeres de mis estudios de caso establecen textualmente con su pasado. En esta sección final me referiré, muy brevemente, a la dimensión pública de esta pervivencia del pasado en el presente –el espectro del exilio hoy– tanto en México como en España. Tres, la interseccionalidad de la posición de los sujetos como una forma fundamental para insistir sobre la amplia diversidad de la experiencia exiliada que, al mismo tiempo, desesencializa la categoría ‘mujer’. Los casos de Mistral y O’Neill me han servido para establecer interesantes comparaciones basadas en las distintas edades a las que publican sus relatos en México, así como en sus diferentes perfiles sociopolíticos. Cuatro, el impulso por identificar espacios de agencia en estas mujeres, para reconocer que sus capacidades de acción no estuvieron totalmente determinadas ni discursiva 156 Véase la explicación de Jo labanyim, sobre este aspecto que incluí, en la tercera sección del primer capítulo.

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ni materialmente. Las difíciles circunstancias en los campos de concentración franceses y en las prisiones de Franco, que relatan Silvia Mistral y Carlota O’Neill respectivamente, así como su admirable talento y valor para superarlas y finalmente escribir sobre estas experiencias ya en el exilio mexicano, son buena prueba de ello. «¿Qué son para nosotros escombros, ruinas, cielo?», se pregunta Jane Duran en su poemario Silences from the Spanish Civil War (2002). La autora explica en nota introductoria que el libro tiene su origen en los silencios de su padre, Gustavo Durán, sobre esa guerra lejana que había perdido en España y que lo había llevado a un exilio por Inglaterra, Cuba, Argentina, Estados Unidos y Grecia (p. 10)157. Jane Duran, nacida en La Habana en 1944, organiza su escritura poética como una psicogeografía para dotar de sentido a la historia de su padre que, entendemos a medida que avanzamos en la lectura, es también la suya propia: el Maestrazgo, el frente de Aragón, la batalla de Teruel, el Ebro, los Pirineos y por supuesto Belchite, hoy un pueblo en ruinas y escenario de una de las más célebres batallas de la Guerra Civil158. Como adelanté al comienzo de este libro la ruina me interesa como figura analítica, precisamente porque moviliza visiones del exilio en clave de nostalgia reflexiva. Ya vimos que este término, frente a la melancolía paralizante, supone una fuerza espectral que interrumpe críticamente 157 Gustavo Durán fue un compositor vinculado a la Residencia de Estudiantes, durante la Guerra Civil llegó a ser uno de los mandos más importantes del Ejército Popular. En 1939 se exilia a varios países y se dedica a la diplomacia, véase la apasionante biografía de Javier Juárez (2009). 158 Imágenes de las ruinas del pueblo de Belchite abren el excelente documental de Basilio Martín Patino, Caudillo (1973), mientras se escucha una voz en off que dice: «Hubo una vez un hombre enviado por Dios para salvar España».

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las políticas de la verdad, fundadas en diversas formas de exclusión. La espectrología sería, parafraseando a Derrida, la ciencia del espectro, la indagación de una ausencia-presencia, contenida alegóricamente en la rotundidad morfológica de la ruina159. Ya para concluir presentaré algunas reflexiones espectrológicas sobre las modalidades públicas de persistencia del legado del exilio en la actualidad160. El nuevo milenio se inaugura en España con un creciente interés por la memoria de la Guerra Civil, el exilio republicano y el franquismo, que se extiende a prácticamente todos los espacios de la vida pública. ¿Por qué esta atención tardía, veinticinco años después de la muerte de Franco? Antes de intentar contestar a esta pregunta creo que se hace evidente cómo el actual “boom de la memoria” pone en entredicho a la modélica Transición española. La política de consenso que suscriben las élites políticas en los primeros años de la democracia, posiblemente con la intención de asegurar el proceso de modernización iniciado ya en el tardofranquismo, y de frenar la tendencia antidemocrática de algunos grupos de poder de la dictadura, blinda con la Ley de Amnistía de 1977, la posibilidad de justicia y/o verdad a las miles de víctimas del franquismo. Así que la sociedad española, privada por el estado durante la Transición hasta del elemental ejercicio de justicia y dignidad que representan las comisiones de la verdad, espera más de veinte años una respuesta de ese mismo estado. 159 Véase nota 7. 160 Soy consciente de que el binario público/privado es problemático. Por otro lado un aspecto fascinante, del que ahora no puedo ocuparme pero en el que espero trabajar en el futuro, tiene que ver con la memoria transgeneracional de las/os descendientes del exilio.

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Veamos primero qué condiciones posibilitan esta respuesta y, después, sus modalidades legal, judicial y cultural161. En primer lugar la llamada «generación de las/os nietas/ os» ha comenzado a plantear preguntas incómodas sobre el conflictivo pasado político de España. La interpretación psicosocial de esta conducta sostiene que la gravedad del trauma que supuso la guerra de 1936 y sus consecuencias se manifiesta en esta generación como un «retorno de lo reprimido». La distinta inversión personal y política de esta tercera generación, que no ha vivido ni la guerra ni la posguerra y que no siente que una revisión abierta del pasado pueda ya poner en peligro la democracia en España, está en el origen de distintas iniciativas civiles. De éstas probablemente el trabajo de exhumación de desaparecidos/as de la dictadura llevado a cabo por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (sin orientación política explícita) o el Foro por la Memoria (de orientación comunista) sirvieron, desde el año 2000, como catalizador principal de los discursos sobre la memoria. Y en lo que se refiere específicamente al exilio republicano, sin duda, de las varias organizaciones existentes, la de mayor visibilidad es la Asociación de Descendientes del Exilio Español162. En segundo lugar, y como inspiración del trabajo de localización, exhumación e identificación de fosas comunes al que me acabo de referir, hay que mencionar cómo el derecho penal internacional y, muy particularmente, el caso de Pinochet, operaron en un contexto de globalización de la justicia 161 Para un buen panorama sobre la memoria de la Guerra Civil y del franquismo, después de 1975 en los ámbitos político, social y cultural, véase Aguilar Fernández 2006. 162 Veáse http://exiliados.org/

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que sirvió tanto de aliciente como de procedimiento para muchas personas en España. En tercer lugar, la Guerra Civil, el exilio y el franquismo se convierten en motivos que, con distinta legitimidad histórica y con muy diferente voluntad política, tanto el conservador Partido Popular (PP) como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) deciden capitalizar. El PP a través de gestos culturales, como la reapropiación de ciertos intelectuales prominentes del exilio republicano, persigue, a partir de su primer gobierno de 1996, sanear su imagen de proximidad al franquismo. El PSOE, como muy bien indica Stephanie Golob, desde su regreso al gobierno en 2004 se comprometió con políticas de corte social (ley contra la violencia de género, legalización del matrimonio homosexual, incorporación al programa educativo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, reforma de la ley de extranjería, etc) orientadas a redefinir, en contraste con las consignas ultraconservadoras del PP, el concepto de ciudadanía. Dentro de estas iniciativas legislativas, dirigidas al diseño de una ciudadanía plural e inclusiva, podemos desde luego incluir la llamada Ley de Memoria Histórica, a la que regresaré más adelante (Golob 2008, p. 133). Por último, los medios de comunicación y las industrias y políticas culturales están capitalizando esta movilización de los discursos sociales, políticos y afectivos de la memoria y, a pesar de los riesgos de comodificación y espectacularización, contribuyen muy activamente a mantener vivo el debate en el espacio público (López 2004b). Retomo ahora la cuestión sobre los tres ámbitos de inscripción de este “boom de la memoria”. Primero la actuación legislativa: La Ley del 7 de julio de 2006 declaró el año 2006

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como Año de la Memoria Histórica163. A esta medida siguió la aprobación en el Congreso de los Diputados en 2007 de la llamada Ley de Memoria Histórica, cuya tramitación, dicho sea de paso, experimentó muchas dificultades debido a diferencias entre los distintos grupos políticos164. Con todas las deficiencias de esta ley, especialmente en lo relativo a la responsabilidad explícita del estado respecto al tema de las fosas, hay que señalar que supone uno de los momentos más importantes en el desarrollo del actual debate sobre la memoria en España. En la disposición adicional séptima se autoriza la adquisición de la nacionalidad española de las/ os hijas/os y nietas/os de quienes tuvieron que exiliarse por razones políticas165. En lo que concierne a las actuaciones judiciales, no cabe duda de que la causa abierta contra el franquismo, por el juez Baltasar Garzón en septiembre de 2008, representa otra de las acciones más significativas de este proceso. El 18 de noviembre de 2008 Garzón declara extinguida la responsabilidad penal del general Francisco Franco y otros cuarenta y cuatro cargos de la dictadura, al haber recibido 163 Ley 24/2006, del 7 de julio, sobre la declaración del año 2006 como Año de la Memoria Histórica. En Boletín Oficial del Estado num. 162 (8-7-2006: 25573) http://www.boe.es/g/es/bases_datos/doc.php?coleccio n=iberlex&id=2006/12309 164 Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura. En Boletín Oficial del Estado num. 310 (27-12-2007) http://www.boe.es/g/es/bases_datos/ doc.php?coleccion=iberlex&id=2007/22296 165 Las largas colas de mexicanas/os dispuestos a ejercer este derecho en el Consulado de España en México, así como las conversaciones que mantuve con varias/os de ellas/os, son una evidencia incontestable del alcance de esta disposición legal.

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sus respectivas actas de defunción. Los inculpados eran acusados de crímenes contra la humanidad, de manera que la extinción por fallecimiento se convierte en un acto que honra a las víctimas por no ser equivalente a la impunidad o el olvido judicial. En ese mismo auto de 18 de noviembre, el juez español también se inhibe en favor de los sesenta y dos juzgados territoriales, donde se encuentran las fosas que, según este mismo magistrado, deben ser objeto de investigación. El 28 de noviembre de 2008 la Audiencia Nacional confirmaba, por catorce votos a favor y tres en contra, que el juez Garzón era incompetente para investigar los crímenes de la Guerra Civil y del franquismo. En febrero de 2010 la Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial decidió iniciar trámites para suspender a Garzón de sus funciones en la Audiencia Nacional. La tercera dimensión que quiero examinar es el territorio cultural. Dos acontecimientos inauguran la avalancha de productos y prácticas culturales (películas, ensayos, libros de ficción, congresos, conciertos, exposiciones, programas de TV, documentales, reportajes periodísticos, etc) que abordan el tema de la memoria de la Guerra Civil, el exilio y la dictadura en el nuevo milenio en España. Por un lado, el éxito de ventas de la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, publicada en 2001 y de cuya versión cinematográfica en 2003 es responsable David Trueba. Y por el otro, la exposición Exilio, organizada en 2002, en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro en Madrid, por la Fundación Pablo Iglesias, en colaboración con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. El análisis de la capacidad de intervención política de los discursos culturales no es sencillo, es cierto que la visibilización de estos temas debería movilizar, y en este sentido es muy bienvenida, el conocimiento de un 190

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pasado común sistemáticamente olvidado o distorsionado y que en su transmisión transgeneracional puede funcionar como una forma tanto de verdad como de justicia. Pero al mismo tiempo no podemos desestimar las condiciones de esa visibilización. El espacio cultural, por su propia estructura y autonomización (un estatus adquirido como resultado de la racionalización y división del trabajo, impuestos por la modernidad), contiene el perverso efecto de sobredeterminar su significante, a expensas del significado, en la forma de mercancía y/o espectáculo. La reacción cognitiva que estas condiciones produce en los públicos suele, aunque no siempre sea el caso, agotarse en una experiencia estética. Sea como fuere, la producción cultural reciente centrada en la Guerra Civil y el franquismo es muy superior a aquélla que tiene como objeto el exilio. En los últimos años, sin embargo, se publican y estrenan varios títulos muy interesantes en México que abordan diversos aspectos de la memoria del exilio republicano español. Cabe citar las novelas de Anamari Gomís: Ya sabes mi paradero (2002), y de Jordi Soler Los rojos de ultramar (2005) y La fiesta del oso (2009). En cuanto a filmografía, véase de Arturo Ripstein La virgen de la lujuria (2002), una cinta de ficción basada en un relato breve del exiliado Max Aub, y de Lilian Liberman el documental Visa al paraíso (2010). Por último hay que señalar el inmenso atractivo de la exposición, curada por Julià Guillamon, Literaturas del exilio, que se pudo visitar en el verano de 2007 en el Centro Cultural de España en México166. 166 Esta exposición, originalmente organizada en Barcelona, viajó además de a la Ciudad de México a Buenos Aires, Santiago de Chile y Santo Domingo. Por otro lado, fuera de México, Jane Duran publica el poemario Silences from the Spanish Civil War, y, aunque sin existir una relación de parentesco como en la mayoría de los casos que he mencionado, merece

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Hasta aquí he mostrado cómo el recuerdo público del exilio republicano español se articula en una red trasatlántica de prácticas y discursos, insertos en tres campos interrelacionados: el legal, el judicial y el cultural167. Todos estos usos y formas de la memoria pública por supuesto se incrementaron en fechas recientes. En 2009 se celebró en España el 70 aniversario del final de la Guerra Civil Española y en 2010 se conmemoraron en México el bicentenario de la independencia y de la Revolución. Los tres importantísimos eventos festejados involucran no sólo a ambos países sino también, en uno u otro sentido, al exilio republicano. Ya he indicado en la primera parte de «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México» cómo el gobierno de Lázaro Cárdenas ayudó, en la medida de sus posibilidades, a la República española durante la guerra y cómo finalizada ésta promovió una política migratoria que permitió la acogida de alrededor de 20,000 exiliadas/os. También he apuntado las varias razones que explican esta actitud, entre ellas no hay que olvidar que el México posrevolucionario empatizaba ideológicamente con el proyecto republicano, establecido en España en 1931 y violentamente interrumpido en 1939. Por otro lado algunos exiliados, como el filósofo español José Gaos, interpretaban la relación de la comunidad en la diáspora con el estado franquista en clave poscolonial: «España mucho la pena recordar que Roberto Bolaño en su excelente novela Amuleto (1999) incluye entre sus personajes a León Felipe, Pedro Garfias y Remedios Varó. Además, la novela de Antonio Muñoz Molina, a la que me he referido con anterioridad en este libro (véase nota 78), La noche de los tiempos, tiene como protagonista a un exiliado (aunque el relato se refiere a su recuerdo del Madrid anterior a la guerra). 167 En esa red trasatlántica yo me he referido a México y España, desde luego la red está formada por otros contextos nacionales latinoamericanos que merecería mucho la pena investigar.

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es la última colonia de sí misma, que permanece colonia de sí misma, la única nación hispano-americana que del común pasado imperial, queda por hacerse independiente, no sólo espiritual, sino también políticamente» (1990, p. 40). Tras este examen, que con toda propiedad podríamos denominar espectrológico, hay que preguntarse qué tipo de memorias promueven los dispositivos legales, judiciales y culturales sucintamente apuntados. De los tres ámbitos señalados, el campo cultural parece ser el más inofensivo y promotor, por lo tanto, de un tipo de nostalgia más restaurativa que reflexiva168. No por nada tanto las acciones legislativas como judiciales han encontrado en España infinidad de detractores, mientras que nadie se habría atrevido a (o interesado en) protestar ante la miríada de representaciones y prácticas culturales de los últimos años. Es importante dejar bien claro que esta neutralidad de lo cultural tiende a ser independiente de sus contenidos169. Se trata más bien de una cualidad determinada por las propias condiciones de posibilidad de la cultura, que más que crear conflicto establecen los términos en los que éste opera. Sin duda es mejor saber a no saber, pero ¿qué públicos tienen acceso al conocimiento? ¿Cómo se relacionan con éste? ¿Hasta qué punto la 168 Véase la distinción, ya explicada en la introducción de este libro, entre nostalgia reflexiva y restaurativa, en Boym 2001. 169 A pesar de esta implosión del significado –Baudrillard diría que debido al orden del simulacro que es la lógica cultural del tardocapitalismo– mantengo que no es lo mismo, pongamos por caso, el execrable libro de Pío Moa, Los mitos de la guerra civil, que la valiosa exposición Literaturas del exilio, curada por Julià Guillamon. Para un excelente análisis del «fenómeno Moa» en el contexto de toda una corriente historiográfica conservadora, véase el trabajo de Francisco Espinosa «El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española (Sobre la matanza de Badajoz y la lucha en torno a la interpretación del pasado)» (2006, pp. 205-253).

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experiencia estética, al menos la generada en circuitos públicos, sutura otras posibilidades (legales, judiciales, éticas, políticas) de reacción ante nuestro pasado común? Las respuestas a estas preguntas son decisivas en el sentido de que de ellas depende que la memoria del exilio –el clamor de sus ruinas– en el nuevo milenio constituya una manera de intervención política transgeneracional y no una simple forma de nostalgia fetichista (y en el peor de los casos reducida a mercancía y/o espectáculo). El recuerdo de lo que significó el exilio republicano español sólo puede evitar una fetichización melancólica si sus legados políticos –no olvidemos que el antifranquismo aglutinó diversos proyectos ideológicos– se reactivan en las nuevas luchas de nuestro mundo globalizado. No en vano –y como también vimos en páginas anteriores que decía Carmen Parga desde su exilio en México170 o Remedios Montero en sus memorias171– le escribía la novelista Rosa Chacel a mediados de los años sesenta del siglo pasado desde Río de Janeiro a la entonces jovencísima poeta barcelonesa Ana María Moix172: [querría que usted pudiese] hacerse bastante a la idea de lo que fue nuestra juventud, de lo que nos traíamos entre manos, de las cosas que planteábamos y que quedaron pendientes (...) Yo me empeño en penetrar vuestro tiempo, por varias razones; la más egoísta porque el mío me fue arrebatado. Mi tiempo 170 Véase «Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México», segunda sección de este libro. 171 Véase «Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria». 172 Los fragmentos que reproduzco a continuación provienen de dos cartas de Rosa Chacel a Ana María Moix, fechadas respectivamente el 8 de noviembre de 1965 y el 8 de septiembre de 1966.

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no fue y no se resigna -no es que yo no me resigne, sino que es aquel tiempo, como el genio de Aladino encerrado en una vasija, el que no se resigna a no ser alguna vez-, no se resigna a la solución de continuidad; se empeña en llenar el hueco para llegar hasta vosotros (pp. 47 y 179).

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ÍNDICE Veredicto V Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas 7 Introducción 13 Autobiografía, mujer y exilio: un enfoque desde los estudios de la memoria

33

HISTORIOGRAFÍA DEL EXILIO REPUBLICANO DE LAS MUJERES

33

ESTUDIOS DE LA MEMORIA Y PRÁCTICAS AUTOBIOGRÁFICAS DE MUJERES: APORTACIONES AL CAMPO DEL EXILIO REPUBLICANO

Prácticas autobiográficas de exiliadas republicanas en México

42

63

CARACTERÍSTICAS DEL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN MÉXICO

63

EXILIADAS EN MÉXICO: UN RECORRIDO POR SUS NARRATIVAS PERSONALES

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Éxodo. Diario de una refugiada española (1940) 105 de Silvia Mistral ELEMENTOS DISCURSIVOS EN ÉXODO LA REVISTA HOY Y LA EDITORIAL MINERVA EXAMEN DE ALGUNAS RESEÑAS DE PRENSA

106 128 141

Una mexicana en la Guerra de España (1964) 153 de Carlota O’Neill CONDICIONES DE PUBLICACIÓN Y REPRESENTACIÓN DISCURSIVA RECEPCIÓN EN LA PRENSA MEXICANA E INTERNACIONAL



154 177

El clamor de las ruinas: para una espectrología del exilio en tiempos 183 de celebraciones trasatlánticas 197 REFERENCIAS PRIMARIAS 197 REFERENCIAS SECUNDARIAS 207

Lista de referencias

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Ediciones anteriores del Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas I Edición (2001) La heroica aventura de construir una república. Familianación en el ochocientos venezolano (1830-1865), de Mirla Alcibíades (Venezuela). Monte Ávila Editores, 2004. II Edición La canción protesta latinoamericana y la Teología de la Liberación. Estudio de género musical y análisis de vínculo sociopolítico y religioso (1968-2000), de Juan José Guerrero Pérez (Guatemala). Monte Ávila Editores, 2005. III Edición Cultura y alteridad. En torno al sentido de la experiencia latinoamericana, de José Ramiro Podetti (Argentina). Monte Ávila Editores, 2008. IV Edición Sin cadenas ni misterios. Representaciones y autorrepresentaciones de la intelectual venezolana (1936-1948), de Mariana Libertad Suárez (Venezuela). Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2009. V Edición El tiempo dorado por el Nilo. Otra lectura de José Lezama Lima, de Roberto Méndez Martínez (Cuba).

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Este libro se terminó de imprimir en el mes de xxxxx de 2012 en los talleres de la Fundación Imprenta de la Cultura, Guarenas, estado Miranda, Venezuela. En su diseño se utilizó la familia tipográfica Garamond. La edición consta de 3.000 ejemplares.

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